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“El erotismo en Celestina”, en El mundo como contienda. Estudios sobre La Celestina,

ed. Pilar Crespo, Málaga, Analecta Malacitana, Anejo 31, (2000), pp. 127-145.EL

EUKENE LACARRA LANZ


Universidad del País Vasco

Consciente de la amplitud que es el tema del erotismo en la Tragicomedia de

Calisto y Melibea, debo aclarar que en este ensayo, no por falta de interés sino de

espacio, ciño mi análisis exclusivamente a los cuatro encuentros de los dos

protagonistas, si bien tengo en cuenta los monólogos de ambos, así como los diálogos

que mantienen con otros personajes, aunque sólo sea en la medida que sirvan para

clarificar sus encuentros.

El primer encuentro abre la obra y también el tema del erotismo, puesto que se

inicia con la declaración de amor de Calisto a Melibea,1 declaración que responde bien a

las tres acepciones con que el Diccionario de la lengua española define el término:

“amor sensual”, “carácter de lo que excita al amor sensual“, y “exaltación del amor

físico en el arte“.2 El léxico que utiliza aquí Calisto responde al léxico amoroso de

procedencia médica y cortesana tan en boga en boca de galanes y amadores de la

literatura del siglo XV, si bien la hipérbole extraordinaria de la que hace alarde apunta a

1
Sobre el lugar de este encuentro se ha escrito bastante. Recordemos que Martín de
Riquer, “Fernando de Rojas y el primer acto de La Celestina”, Revista de Filología
Española, 41, 1957, 373-395, defendió que fuera en una iglesia, pero que Rojas decidió
cambiar el escenario que había previsto el antiguo autor del acto (págs. 385-390);
algunos, como M. Garci-Gómez, “El sueño de Calisto”, Celestinesca, 9, 1987, 1, 11-22,
seguido de Ricardo Castells, “El sueño de Calisto y la tradición celestinesca”,
Celestinesca, 14, 1990, 1, 17-39, defienden que tal entrevista solo tuvo lugar en la
imaginación de Calisto, que fue sólo una visión, ya que el encuentro a que se refiere
Pármeno en el acto II ocurre antes de que se inicie la obra; también Donald McGrady,
“The Problematic Beginning of Celestina”, Celestinesca, 18, 1994, 2,31-51 (págs. 42-
44), sospecha que había otro comienzo antes del encuentro, debido a la pérdida de
folios, y que Calisto se estaría preparando para la caza.
2
Real Academia Española, Madrid, I, 211992, pág,. 865.
2

la parodia.3 Calisto se presenta a sí mismo como enamorado y atribuye el origen de su

amor a la vista de la belleza de Melibea: “En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios ...

En dar poder a natura que de tan perfecta belleza te dotase” (pág. 9) 4. Equipara su

alegría al contemplarla con la gloria y deleite de los santos cuando acatan la presencia

divina, y aduce que su felicidad y gran “bienaventuranza” son mayores que si estuviera

en el mismo cielo viendo a Dios.5 Calisto se asimila a los enfermos de amor porque

tanto la causa que atribuye al amor como la opinión hiperbólica que la amada le merece

son características de los enfermos de amor hereos, como señala Gordonio al apuntar

las causas de la enfermedad:6

“D’esta passión es corrompimiento determinado por la forma e la

figura que fuertemente está aprehensionada, en tal manera que quando

algund enamorado está en amor de alguna muger e assí concibe la forma e

la figura e el modo que cree e tiene opinión que aquélla es la mejor e la más

fermosa … e la mejor enseñada en las cosas naturales e morales que alguna

otra, e por esso muy ardientemente la cobdicia sin modo e sin medida,

teniendo opinión que si la pudiesse alcançar, que ella sería su felicidad e su

3
June Hall Martin, Love’s Fools: Aucassin, Troilus, Calisto, and the Parody of the
Courtly Lover, Tamesis, Londres, 1972, págs. 71-134; Dorothy S. Severin, “La parodia
del amor cortés en La Celestina, Edad de Oro, 3, 1984, 275-279; M. E. Lacarra, “La
parodia de la ficción sentimental en La Celestina, Celestinesca, 13, 1989, 1, 11-29.
Frente a estos y otros defensores de que en Celestina se parodia el amor cortés, Ricardo
Castells mantiene reiteradamente una postura contraria. Su último artículo en este
sentido es “Il Cortegiano de Castiglione y la representación del amor sensual en La
Celestina”, Castilla, 20, 1995, 33-45.
4
De aquí en adelante, salvo aviso en contra, cito por mi edición, Fernando de Rojas, La
Celestina, Madison, WI, Hispanic Seminar of Medieval Studies, 21995.
5
Discrepo de Ricardo Castells, “On the Cuerpo glorificado and the visión divina”,
Romance Notes, 34, 1993, 1, 97-100, que no contempla equívoco erótico alguno porque
considera que la apropiación de estas imágenes religiosas eran frecuentes en el
renacimiento porque los escritores creían que el enamorado experimentaba una especie
de rapto místico en presencia de la amada.
3

bienaventurança. E tanto está corrompido el juizio e la razón que

continuamente piensa en ella e dexa todas sus obras, en tal manera que si

alguno fabla con él no entiende, porque es en continuo pensamiento. Esta

solicitud melancólica se llama… E dízese hereos porque los ricos e los

nobles, por los muchos plazeres que han, acostumbran de caer o incurrir en

esta passión. Que como dize el Beático: que assí hereos es último deleite, e

por esso en tanto es su cobdicia que se tornan locos.7

Este primer diálogo ha sido también analizado como una apropiación incorrecta

de los diálogos de Capellanus, debido en gran medida a que Calisto, sin detenerse en

describir la integridad moral de la dama como era preceptivo, se precipita y declara de

inmediato sus objetivos eróticos y su deseo de ser galardonado.8 Además, manifiesta

estar más interesado en la consecución del último “deleite” que en el servicio a su dama,

singularmente cuando declara no ser un amador puro, sino “mixto”. También en esto se

observa la influencia de Capellanus, el cual clasifica el amor en dos tipos. De una parte,

ell amor puro, que es el que permite todas las caricias posibles, pero sin llegar al “placer

último”, por lo que “una doncella jamás se llega a corromper, ni siquiera la viuda o la

mujer casada pueden sufrir daño ni manchar su reputación”.9 De otra el amor mixto:

6
Dennis P. Seniff, “Bernardo Gordonio’s Lilio de medicina: A Possible Source of
Celestina?”, Celestinesca, 10 (1986), 1, 13-18, defiende que el texto pudo ser la fuente
de Rojas.
7
Bernardo Gordonio, Lilio de medicina, ed. crítica de la versión española, Sevilla 1495,
eds. John Cull y Brian Dutton, HSMS, Madison, WI, 1991, II, xx, pág. 108.
8
Vid. A. D. Deyermond, “The Text-Book Mishandled: Andreas Capellanus and the
Opening Scene of La Celestina”, Neophilologus, 41, 1961, 218-21, y M. E. Lacarra, “La
parodia”, op. cit., págs. 14-15.
9
Andreas Capellanus, Capellanus, Andreas, De amore. Tratado sobre el amor, ed. Inés
Creixell Vidal-Quadras, El Festín de Esopo, Barcelona, 1984, pág. 229. La clasificación
del amor profano entre amor puro y amor mixto se encuentra en el octavo y último
diálogo del primer libro en el que una hombre de la más alta nobleza se dirige a una
dama también de la nobleza más alta. El noble manifiesta que no rechaza este amor pese
a los “graves peligros” que entraña, aunque es preferible el amor puro, porque “este tipo
de amor crece sin fin”.
4

“Se llama amor mixto al que incluye todos los placeres de la carne y llega al último acto

de Venus”. En su opinión este tipo de amor “cesa rápidamente y dura poco tiempo y uno

se arrepiente a menudo de haberlo practicado; por él se daña al prójimo y se ofende al

Rey Celestial y de él proceden los peligros más graves” (págs. 231-232).10

Melibea, que muestra conocer bien el léxico erótico, descodifica las palabras de

Calisto y subraya la intención que encubren, que no es otra sino la de perder su virtud al

querer del “ilícito amor comunicar su deleite”.11 Comprende bien la causa del “secreto

dolor” y los significados equívocos de “bienaventuranza”, “felicidad”, “galardón”,

“gloria” y sus derivados,12 y de “alcanzar”.13 Sabe perfectamente que las mercedes que

Calisto reclama por el “sacrificio, devoción y obras pías” que ha ofrecido a Dios no

tienen como fin su salvación, sino la perdición de Melibea, puesto que ruega a Dios para

“alcanzarla”.14 Melibea reconoce bien el léxico erótico que emplea, constata la

arrogancia y zafiedad del joven, que omite en su habla cualquier alusión a la fidelidad, o

a sus virtudes, y termina dejándose llevar por la impaciencia y por la furia. El resultado

es un rechazo airado, subrayado por las amenazas a su integridad física: “porque la paga

será tan fiera, cual la merece tu loco atrevimiento”, y por el insulto: “¡Vete, vete de ahí,

torpe!” (pág. 9).

10
Vid., R. Castells, “On the Cuerpo glorificado…”, op. cit., pág. 100, donde insiste en
el carácter puramente religioso de estas imágenes y defiende que Calisto admite con
humildad en ser mixto, por ser de condición inferior a los santos. Alega que esta
admisión muestra que reconoce la autoridad de la doctrina católica.
11
Vid. Respectivamente, Keith Whinnom, La poesía amatoria cancioneril en la época
de los Reyes Católicos, Durham Modern Languages Series, Durham, 1981.
12
Bienaventurado y gloria son los dos términos utilizadas en el texto con mayor
frecuencia como eufemismos de gozo sexual y coito por parte de Calisto, como
tendremos ocasión de comprobar.
13
Ya en latín se utilizaba attingere con significado sexual. Vid. Adams, J. N. The Latin
Sexual Vocabulary, Duckworth, Londres, 1982, pág. 220.
14
Un poco más adelante, Sempronio lo menciona en un contexto que clarifica el
significado en la obra. Vid. M. E. Lacarra, "Sobre los dichos lascivos y rientes en
Celestina", en 'Nunca fue pena mayor'. Estudios de Literatura Española en Homenaje
5

Calisto se bate en retirada, quejoso de la adversa fortuna que en tan breve tiempo

parece haber dado un vuelco a su rueda de ciento ochenta grados. Ha sido expulsado del

paraíso de gloria y bienaventuranza, al que la contemplación y palabras ambiguas de

Melibea le habían alzado –“pues aún más igual galardón te daré yo si perseveras” (pág.

9)-, y se encuentra desterrado al “esquivo tormento” de la ausencia de la amada.

La breve intervención de Melibea en este diálogo sirve para ilustrar el "casto

propósito", al que aluden el “argumento” general de la obra y el del primer acto,

manifestado en su “riguroso despido”. Sin embargo, el rigor excesivo es sospechoso,

pues muestra algunos rasgos de su carácter, como son la impaciencia y la irascibilidad,

que la presentan como una joven colérica, especialmente vulnerable al amor por la falta

de control de sus afectos.15 Rosa Lida ya sospechaba de sus verdaderos sentimientos e

intenciones cuando observó, apoyándose en el filólogo italiano que “no es espontáneo

pudor de virgen lo que la mueve a rechazar a Calisto en el huerto. Más que ofendida,

Melibea -observa Croce- "sabe que ha de darse por ofendida".16 Además, el rigor último

se conjuga mal con su tolerancia y aun complacencia inicial que agudiza la sospecha

sobre sus verdaderos afectos. Ya lo pensaba así Lope de Vega cuando en la novela Las

fortunas de Diana, dedicada a Marcia Leonarda:

Aquí me acuerdo, señora Leonarda, de aquellas primeras palabras de

la tragedia famosa de Celestina, cuando Calixto le dijo: “En esto veo,

Melibea, la grandeza de Dios”. Y ella responde: “¿En qué Calixto?” Porque

Brian Dutton, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1996, 419-428, págs. 423-
424.
15
Vid. M. E. Lacarra, “La ira de Melibea a la luz de la filosofía moral y del discurso
médico”, en Cinco siglos de Celestina: aportaciones interpretativas, eds. Rafael Beltrán
y José Luis Canet, València, Universitat, 1997, págs. 107-120.
16
La originalidad artística de "La Celestina", Eudeba, Buenos Aires, 1962, pág. 406.
6

decía un gran cortesano que si Melibea no respondiera: “¿En qué Calixto?”,

que ni había libro de Celestina ni los amores de los dos pasaran adelante.17

Lope imita bien la lección de su antecesor con el siguiente y breve diálogo,

donde Diana, ya enamorada de Cenio en su primer encuentro, le responde, como

Melibea a Calisto, con una pregunta:

Celio: ¡Qué deseada tenía yo esta visita!

Diana: ¿No estáis engañado? (pág. 1324)

El narrador comenta el impacto de la pregunta de la joven en el enamorado en términos

inequívocos:

Admirado Celio de la respuesta amorosa, donde la esperaba tan áspera, en

castigo de su atrevimiento, quedó como fuera de sí entre la animosa

esperanza y la grandeza de la empresa (pág. 1324).

En efecto, inflamado por el significado de las palabras de Diana, Celio le envía

finalmente una carta, en la que confiado absolutamente en la reciprocidad de su amor le

pide una cita:

¿Qué haré ahora, después que te vi y que me aseguraste de que me

agradecías este amor…? Pero en confianza de aquellas palabras, que apenas

creen mis oídos que fueron tuyas... que me des licencia para hablarte (pág.

1324).

Lo que me interesa destacar aquí es que, como Lope, los lectores de Celestina sin duda

observarían la “amorosa respuesta” de Melibea, así como la notable contradicción de

sus palabras que abren y cierran el breve diálogo, y concluirían, como Calisto

inicialmente, que Melibea lo amaba. Naturalmente, Calisto mismo tiene más problemas

en percartarse de que Melibea comparte su “secreto dolor” cuando acaba de oírla, y con

17
Cito por la ed. de Federico Carlos Sainz de Robles, en Lope de Vega, Obras
7

el temor que asalta siempre a los enamorados, el rechazo final le precipita en la

aegritudo amoris, propia de los hereos.

Recordemos que en el Acto II Pármeno recapitula sobre los acontecimientos y

dice que todo comenzó con el vuelo del halcón de Calisto al huerto de Melibea.

McGrady propone que el uso del motivo del caballero que pierde el halcón y lo persigue

hasta un jardín cerrado prefigura la inminente seducción de Melibea, ya que es un

recurso literario frecuente para propiciar el encuentro y posterior enamoramiento de un

joven y una doncella.18 En todo caso, los lectores verificamos por la boca de la propia

Melibea que amó efectivamente a Calisto desde el primer momento, pero que sufre su

“terrible pasión” con disimulo, porque está dividida entre el deber de guardar su

castidad y su “amoroso deseo”:19

¡O lastimada de mí! ¡O mal proveída doncella! ¿Y no me fuera mejor

conceder su petición y demanda ayer a Celestina, cuando de parte de aquel

señor, cuya vista me cativó, me fue rogado, y contentarle a él y sanarme a

mí…? (pág. 82).

Las intenciones de Calisto que con tanto tino ha deducido Melibea, pronto las ratifica

Sempronio, quien con el plácet de su amo propone a la vieja alcahueta Celestina

hacerlas realidad y compartir los beneficios del negocio. La compra de la virginidad de

Melibea se concierta de inmediato y Calisto, generoso como es, no escatima los dineros,

escogidas, II, Aguilar, Madrid, 1964, pág. 1324.


18
D. McGrady, “Calisto’s Lost Falcon & its Implications for Dating Act I of the
Comedia de Calisto y Melibea”, Letters and Sonets in Fifteenth Century Spain: Studies
Presented to P. E. Russell on His 80th Birthday, eds. Alan Deyermond y Jeremy
Lawrance, Dalphin, Llangannog, págs. 93-102.
19
Mario Santana, “Melibea: personaje escindido en una tragedia de la transgresión”,
Medieval Perspectives, 3, 1988, 231-241, propone que Melibea está escindida entre el
deseo y el deber y que la represión internalizada le impide manifestar verbalmente sus
deseos, hasta que Celestina le restituye la conciencia de su amor. Concuerdo con la
escisión, pero no con que sea Celestina quien le haga consciente de su amor, como
infiero de la cita.
8

pues gozar de Melibea le costará cien monedas de oro y una cadena del mismo metal,

amen de su propia vida y fama, aunque esto último lo ignore en ese momento. El

diálogo entre amo y criado, salpicado de chistes salaces, cambia el humor del

enamorado y lo lleva hasta la risa bulliciosa y desmedida impropia de su condición de

noble y más de enamorado.20

Melibea no le va a la zaga a Calisto en nada. Conoce bien a Celestina desde niña

y sabe cuál es su oficio y su reputación. Antes de llamar a la vieja para verla de nuevo,

ya ha identificado su pasión como “amoroso deseo” (pág. 82), por lo que su inocencia e

ignorancia las causas que la afligen cuando habla con Celestina en el acto X son

fingidas y forman parte de su programa de disimulación:

¡O soberano Dios, a ti … humildemente suplico: des a mi herido

corazón sufrimiento y paciencia con que mi terrible pasión pueda disimular!

(pág. 82).

Es consciente de que su condición de mujer le impide manifestar su amor y

satisfacerlo como desea y se queja de ello con vehemencia:

¿Por qué no fue también a las hembras concedido poder descobrir su

congojoso y ardiente amor, como a los varones? Que ni Calisto viviera

quejoso ni yo penada (pág. 82).

Sin embargo, la astucia de Celestina es clave para sacar a la luz sus anhelos y

finalmente, aflojada su vergüenza, reconoce que lo ama: “¡lo que tú tan abiertamente

conoces en vano trabajo por te lo encobrir!” (pág. 86)

20
Sobre la risa y el decoro vid., María Jesús Lacarra, “De la disciplina en el reír: Santos
y diablos ante la risa, en Pensamiento medieval hispano. Homenaje a Horacio
Santiago-Otero, coord. José María Soto Rábanos, CSIC, Consejería de Educación y
Cultura de la Junta de Castilla y León, Diputación de Zamora, Madrid, 1998, págs. 377-
391.
9

Estos datos son importantes para analizar el segundo encuentro, que se produce

en el acto XII. La cita ha sido arreglada ese mismo día por Celestina y aceptada por

Melibea. Informado de que Melibea lo ama y está dispuesta a verlo, Calisto no puede

dar crédito a sus oídos, mientras que los criados sospechan que se trata de una celada

para castigar el atrevimiento de su amo. Cuando se va acercando la hora de la cita,

Calisto, nervioso e impaciente, riñe a sus criados y los acusa de negligencia por no estar

atentos a la hora, lo que podría malograr los planes y hacerle llegar tarde a la cita. Sin

embargo, una vez en el camino actúa con gran cautela, y pese a la oscuridad reinante

prefiere dar un rodeo hasta la casa de Melibea para evitar ser visto y reconocido.

Lucrecia responde a su llamada y reconoce su voz, lo que ratifica el conocimiento

mutuo que se tienen los personajes de la obra. Calisto, sin embargo, confunde la voz de

la criada con la del ama.21 Este desliz es significativo y lo intenta remediar de

inmediato, cuando, al darse cuenta de su error, le dice a Melibea: “el dulce sonido de tu

habla, que jamás de mis oídos se cae…” (pág. 94). Como en el primer encuentro, inicia

su habla con un léxico cortesano en el que abundan los términos propios del servicio

amoroso (cativo, siervo, señora, merecer, merced, gentileza), que también se observa en

las alocuciones de los héroes sentimentales coetáneos. Melibea, por su parte, le

responde con el léxico severo de la autoridad patriarcal que las damas de esas obras

utilizan en defensa de su honra (osadía, vanos y locos pensamientos, yerro, sospecha,

lenguas maldicientes, honra, fama, despedida).22 No obstante, esta gravedad se esfuma

ante la primera acometida de Calisto, apoyada en un léxico plagado de equívocos y de

anfibologías eróticas. Calisto se dice burlado por Celestina, que le había asegurado del

21
La confusión inicial es significativa porque parece ampliarse al final de la obra, donde
casi llega a con-fusión, cuando Melibea los sorprende abrazados en el acto XIX.
22
Vid., M. E. Lacarra, “Representaciones femeninas en la poesía cortesana y en la
narrativa sentimental del siglo XV”, en Breve hisotira feminista de la literatura
10

amor de Melibea, y se queja de verse ahora desterrado de su gloria, traicionado y triste,

cuando confiado “se vino a meter por las puertas de su seguridad”, dispuesto a pasar

“rompiendo todos los almacenes en que la dulce nueva estaba aposentada” (pág. 95).

Sus lamentos y el significado erótico de tal metáfora ablandan definitivamente a

Melibea, quien se pone a su entera disposición porque “sus verdaderas querellas” ya no

le dejan “disimular”: “Limpia, señor, tus ojos, y ordena de mí a tu voluntad”, (pág. 95).

Esta claudicación de la doncella sorprende porque falta a las reglas elementales de la

cortesía. Una dama debía de ser siempre señora del amador, nunca su sierva. La

inversión que tan vertiginosamente ha efectuado Melibea la aleja del amor cortesano y

asimila su relación con Calisto a la que tienen los otros clientes de Celestina, que al

pagar la mercancía adquieren total poder sobre la mujer que compran, como recuerda la

vieja alcahueta en el acto IX al rememorar los tiempos gloriosos cuando tenía nueve

pupilas en su casa. Se cumplen así las observaciones que hizo Celestina a Sempronio

sobre la lujuria de las mujeres y su opinión de que Melibea no era una excepción:

“Cautívanse del primer abrazo, ruegan a quien rogó, penan por el penado, hácense

siervas de quien eran señores, dejan el mando y son mandadas” (p. 34).

Calisto, atento al cambio de Melibea, da un salto cualitativo en su discurso, que

desde ese momento se centra en exaltar los placeres del amor. Alegre y aliviado le

agradece la merced que le otorga de “gozar de tu suavísimo amor” y se pronuncia estar

dispuesto a ello. Curiosamente, es en este momento cuando se refiere a sus “loadas y

manifiestas virtudes” y a su “limpieza de sangre y hechos”. La elección del momento de

reparar en ello no carece de humor, porque mientras él identifica virtud y limpieza de

linaje con la nueva conducta amorosa que le transportará a la gloria, la propia Melibea

la califica de yerro, porque si trasciende públicamente le llevará a la pérdida de su honra

española (en lengua castellana). II. La mujer en la literatura española, Anthropos, de


11

y de su fama. Estas opiniones contrarias explican, de un lado, el deseo de Calisto de

exhibir su amor y hacerlo público, y, de otro, la necesidad de Melibea de extremar las

precauciones para no ser descubierta. Esto da lugar a un juego simultáneo de

instigación, por medio del cual Melibea le expresa su amor y deseos sexuales:

Te suplico que ordenes y dispongas de mi persona según querrás. Las

puertas impiden nuestro gozo, las cuales yo maldigo y sus fuertes cerrojos y

mis flacas fuerzas, que ni tú estarías quejoso ni yo descontenta (pág. 96).

Y también de freno para llevarlos a efecto sólo en el tiempo y lugar convenientes. Así,

la palabra clave de la doncella es “disimular”. Aconseja a Calisto discreción, cosa harto

difícil para él, que es impaciente y exhibicionista, y antes quisiera romper las puertas y

gozar de Melibea que esperar. El humor que se desprende del léxico equívoco a que da

lugar su situación, puertas, cerrojos, quebrar, fuego, abrasar, guerra, etc., se agudiza

por los comentarios de los criados, que comentan las locas explicaciones de Calisto.

Fuera de sí, y sin encontrar una explicación convincente del cambio de Melibea,

recuerda que él rogó por el buen fin de su amor a Sta. Magdalena, y aduce que Dios ha

obrado el milagro gracias a la intervención de la santa, que curiosamente era la patrona

de las mujeres erradas (págs. 95, 97).23

El humor de este encuentro se manifiesta en los equívocos eróticos de los

amadores, en la cobardía de los criados y en la valentía que les atribuye Calisto. Por otra

parte, también contribuye al humor la poca credibilidad de los personajes, cuya lascivia,

levemente revestida, ora con el ropaje del discurso amoroso cortesano ora con el de la

autoridad patriarcal, aparece desnuda a nuestra vista, disueltos los discursos en la

transparencia de los deseos sexuales que comparten con toda la caterva de clientes de

Madrid, Barcelona, 1995, 159-175, pág. 171.


12

Celestina, artesanos, clérigos y estudiantes, criadas y rameras y más concretamente con

los que expresan sus propios criados con las rameras Elicia y Areúsa. Las

comparaciones del amor de Calisto a Melibea con el de Sempronio a Elicia las inicia el

propio Calisto en el acto primero y la retoma y amplía después Sempronio, cuando en el

acto VIII se dirige a Pármeno que le acaba de contar la noche pasada con Areúsa:

¿Ya todos amamos? El mundo se va a perder. Calisto a Melibea, yo a

Elicia, tú de envidia has buscado con quien te perder ese poco de seso que

tienes (pág. 70).

El tercer encuentro, aunque ocurre la noche siguiente, se muestra diferente.

Muchas cosas han ocurrido durante la noche tras la despedida de los amantes.

Significativamente, mientras Calisto dormía a pierna suelta, aliviado ya del primero y

más característico síntoma de su enfermedad, el insomnio, Celestina muere a manos de

los criados, Sempronio y Pármeno, y éstos son sumariamente juzgados y ejecutados

públicamente. El mal de amor que padecía Calisto cuando el amor no era correspondido

ha comenzado a retroceder, pues esa enfermedad se alivia con la esperanza y se cura

con el coito.24 Y si el descanso alivia los síntomas de amor, al humedecer el cerebro, la

fuerte tribulación que ha padecido por estar su fama y hacienda en entredicho, al salir a

la luz pública la mediación de Celestina en sus amores, ha operado un cambio

23
Vid., Dayle Seidenspinner-Núñez, “The Poetics of the (Non)Conversion: The Vida de
santa María Egipçiaca and La Celestina, Medievalia et Humanistica, New Series, 18,
1992, 95-128, pags. 96-99 y 113-115.
24
En la literatura coetánea la esperanza alivia los efectos más nocivos y devuelve la
salud. Así se observa en la obra de Diego de San Pedro, Cárcel de Amor, ed. Carmen
Parrilla, Crítica, Barcelona, 1995, pág. 30, donde se dice que Leriano “estava tan sano
como si ninguna pasión uviera tenido” cuando recibió la carta de Laureola; para ésta y
otras curas apropiadas vid., Gordonio, op. cit., págs. 108-109; discrepo de Michael
Solomon, “Calisto’s Ailment: Bitextual Diagnostic and Parody in Celestina”, Revista de
Estudios Hispánicos, 23, 1989, 1, 41-64, pág. 55, en su por otra parte excelente artículo,
de que Celestina le proporciona la cura errónea.
13

significativo en su amor.25 Resfriado el deseo por la mala noticia, Calisto se pasa al

bando de los galanes, de los locos de amor fingidos: “me fingiré loco, por mejor gozar

de este sabroso deleite de mis amores” (pág. 107), se dice a sí mismo en el monólogo

que cierra el acto XIII.26

El acto XIV en el que Calisto cumplirá su voluntad, como se dice en el

“argumento”, se abre ya con un signo inequívoco del cambio. Calisto ha perdido el

nerviosismo que le reconcomía, porque ahora le obsesionan otros asuntos. Melibea sufre

las consecuencias de las nuevas preocupaciones que desconoce y espera afligida por la

tardanza de su enamorado. La impaciencia por llegar pronto que precedió el encuentro

anterior se ha evaporado y Melibea se acongoja, sospecha y especula sobre las causas

que han podido ocasionar su retraso. Lucrecia la calma aduciendo que probablemente

“tiene justo impedimento” (pág. 107), pero Melibea sufre fantaseando algunas

circunstancias adversas que pueden causar su demora. Cada una de ellas

individualmente y todas en su conjunto producen cierta hilaridad y degradan el amor de

la pareja, que lejos de ser exaltado, es sistemáticamente rebajado al denominador común

de la plebe. Ni siquiera Melibea puede imaginar qué razones graves o asuntos dignos de

un caballero cortesano podrían impedir la llegada de Calisto. En su lugar piensa que le

estorban la llegada problemas engorrosos, triviales y hasta ridículos. Así, Melibea recela

que tal vez Calisto “con voluntad de venir al prometido plazo en la forma que los tales

mancebos a las tales horas suelen andar fue topado por los alguaciles nocturnos y sin le

conocer le han acometido” o “por acaso los ladradores perros con sus crueles dientes,

que ninguna diferencia saben hacer ni acatamiento de personas, le hayan mordido” o

25
Vid., Eukene Lacarra Lanz, “Calisto y el amor hereos”, en prensa.
26
Sobre la distinción entre amantes verdaderos y fingidos escribió el coetáneo de
Rojas, Francisco Villalobos en el apéndice a su traducción del Anfitrión de Plauto, Ed.
A. de Castro, en Curiosidades bibliográficas de obras raras de amenidad y erudición,
Madrid, BAE, 1855, pp. 487-88.
14

“si ha caído en alguna calzada o hoyo, donde algún daño le viniese” (págs. 107-108). La

primera hipótesis columbra a un Calisto que, confundido entre “la muchedumbre de

galanes y enamorados mancebos” de la ciudad, para aviso de los cuales dice Rojas

haber escrito su obra (pág. 1), está lejos de parecer “el más acabado hombre que en

gracias nació” (pág. 135), como lo describe a su padre; la segunda, también irónica, lo

ridiculiza al visualizarlo deambulando por las calles a la merced de perros feroces, que,

a diferencia de animales nobles como el león, no distinguen ni respetan la nobleza de las

personas, y están dispuestos a hendir sus colmillos en el que para ella es “dechado de

gentileza, de invenciones galanas, de atavíos y bordaduras, de habla, de andar, de

cortesía, de virtud” (pág. 135); la tercera contempla la posibilidad de que haya dado un

traspié y se haya caído en un hoyo, situación ciertamente poco airosa para un

enamorado caballero.27

Las cavilaciones se interrumpen por la llegada de Calisto, que sin más dilación

quiere dar cima a sus deseos.28 La prisa que muestra en llegarse a Melibea contrasta con

la demora que la precede, y la sumisión de Melibea: “Es tu sierva, es tu cativa” (pág.

108), con el avasallamiento físico. Y es que Calisto está más atento a las manos que a

las palabras y no pierde el tiempo en circunloquios eróticos,29 por lo que se dirige a la

amada -“¡O angélica imagen; o preciosa perla ante quien el mundo es feo; o mi señora y

mi gloria! (pág. 108)-, con las palabras que antes dirigió a la alcahueta -“¡O angélica

27
Vid., Michael Gerli, “Precincts of Contentions: Urban Places and the Ideology of
Space in Celestina”, Celestinesca, 21, 1997, 65-77. Aunque su interés primordial reside
en los espacios cerrados, también señala que las calles conforman un espacio ideológico
importante en las ciudades.
28
Vid. Jean-Paul Lecertua, “Le jardin de Mélibée: Méthaphores sexuelles et
connotations symboliques dans quelques épisodes de La Célestine”, Trames, Études
Ibériques, 2, Limoges, 1978, 105-138, donde analiza con acierto el erotismo de las
escenas del huerto, la brutalidad de los comentarios de los criados y el simbolismo
culinario de algunas metáforas.
15

imagen! ¡O perla preciosa!” (pág. 41)-. Melibea se resiste a este ímpetu. Los criados

parecen atribuirlo a remilgos hipócritas, en el sentido que apunta Martínez de Toledo.30

Sin embargo, quizás habría que contemplar que Melibea se resiste a la prisa de Calisto

en rematar la faena, como parecen indicar sus palabras: “no quieras perderme por tan

breve deleite y en tan poco espacio” (pág. 108, el subrayado es mío). En efecto, nos

encontramos con una oración bimembre cuyas dos partes, “breve deleite” y “poco

espacio” parecen sinónimas. Sin embargo, hay que notar que “breve deleite” era una

expresión tópica entre los moralistas para hacer referencia a la negligible valor y

duración del placer sexual frente al grave pecado en que se incurría y la consiguiente

condena eterna que podía acarrear. “Poco espacio”, por otra parte, no conlleva

connotación simbólica alguna, por lo que puede leerse de manera literal y, por tanto, no

reforzar el significado moral sino subvertirlo, o al menos cuestionarlo. De ser así, quizás

habría que contemplar una lectura dúplice, y pensar que lo que Melibea reclamaba era

otra manera más demorada de unión, cosa que sí hace en el cuarto y último encuentro.

Sea como fuere, Calisto va directo al grano, centrado como está exclusivamente en su

placer –”Mora en mi persona tanta turbación de placer, que me hace no sentir todo el

gozo que poseo” (pág. 108)-, y en su voluntad de satisfacer su deseo de manera

expeditiva:

“Señora, pues por conseguir esta merced toda mi vida he gastado, ¿qué

sería, cuando me la diesen desechalla? Ni tú, señora, me lo mandarás ni yo

podría acabarlo conmigo. No me pidas tal cobardía” (pág. 108).

De nada sirve la insistencia de Melibea. Calisto se niega en redondo a ir más despacio:

29
M. Concepción Bados-Ciria, “Celestina y el lenguaje del cuerpo”, Celestinesca, 20,
1996, 75-87, analiza la importancia del lenguaje del cuerpo, aunque se centra más en la
vieja alcahueta.
30
Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera o Corbacho, ed. J González
Muela, Castalia, Madrid, 1985, págs. 174-175.
16

¿Para qué, señora? ¿Para que no esté queda mi pasión? ¿Para penar de

nuevo? ¿Para tornar al juego de comienzo? (págs. 108-109).

Incluso requiere tener “testigos de mi gloria” (pág. 109), en contra de toda convención

cortés del secreto.31 Melibea responde que no los quiere tener de su “yerro”, y tras el

alejamiento de Lucrecia se consuma la unión ruidosamente. Y subrayo ruidosamente

porque así la perciben los criaditos Tristán y Sosia:

Sos.- Tristán, bien oyes lo que pasa. ¡En qué términos anda el negocio!

Trist.- Oigo tanto que juzgo a mi amo por el más bienaventurado hombre

que nació. Y por mi vida, que aunque soy muchacho, que diese tan buena

cuenta como mi amo.

Sos.- Para con tal joya quienquiera se ternía las manos; pero con su pan se la

coma, que bien caro le cuesta; dos mozos entraron en la salsa de estos

amores (pág. 109).32

Observamos de nuevo algunos términos que veíamos en otros encuentros. Calisto

califica el coito de gloria y Melibea de yerro, incidiendo de nuevo en los discursos

cortesano y patriarcal que ambos parecían haber dejado atrás, a juzgar por los hechos,

pero que insisten en utilizar hasta el final. El ruido que perciben los criados como señal

del gozo es sobre todo revelador en lo que concierne a Melibea. Sus observaciones

sobre sus aparentes remilgos frente a la avidez de Calisto se proyectan ahora en otra

dimensión y quizás tengan una lectura doble, como apuntaba más arriba, pues para ella

31
Julio Rodríguez Puértolas, se refiere al exhibicionismo de Calisto en este momento y
también en el acto VI en su ed. Fernando de Rojas, La Celestina, Akal, Nuestros
Clásicos 12, 1996, pág. 254, n.14 y pág. 179, n. 51.
32
Vid. Alan Deyermond, “El que quiere comer el ave: Melibea como artículo de
consumo”, en Estudios Románicos dedicados al Prof. Andrés Soria Ortega, I,
Universidad de Granada, Granada, 1985, 291-300, donde analiza este y otros pasajes del
texto en los que se presenta a Melibea como artículo de consumo comestible, siguiendo
y ampliando a Lecertua (vid. N. 28).
17

el placer no es menos importante que para él, como tendremos ocasión de verificar

ampliamente en el último encuentro.

Los criados, por su parte, denominan al coito negocio, y así lo es literalmente

desde el punto de vista de la alcahuetería, puesto que Melibea es la mercancía vendida

por Celestina y pagada con la hacienda de Calisto primero, y a la postre con la vida de

todos los que han intervenido en la compra-venta. Caro negocio, pero en el que todos

quieren participar. Tristán está dispuesto a dar tan buena cuenta de Melibea como su

amo por llegar a la bienaventuranza que éste ha alcanzado. La degradación evidente de

Melibea, objeto de los brutales comentarios de los criados se agudiza con la reflexión de

Sosia ante su lamento ritual tras perder la doncellez: “Todas sabéis esa oración después

que no puede dejar de ser hecho. ¡Y el bobo de Calisto que se lo escucha!” (pág. 109).

A sus ojos se ha consumado la transformación de Melibea en mujer, tal y como

caracterizaba a las mujeres Sempronio en el primer acto. Ya es como todas y la

exclamación de Calisto: “¿Mujer? ¡O grosero! ¡Dios, Dios!” (pág. 12), que causó la

hilaridad de Sempronio, ya no tiene sentido ni para el amador, que ha cumplido

literalmente el grosero chiste de aquél y del que ambos rieron ruidosamente. Calisto, en

efecto, ha conseguido cometer peor pecado que en Sodoma, “porque –como le decía

Sempronio-, aquéllos procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos y tú con

el que confiesas ser dios” (pág. 12). Melibea era falsa deidad con pies de plomo, y

ahora, caída del pedestal, parece estar al alcance del deseo de cualquiera, y los criados

se permiten manifestar simultáneamente su deseo y su desprecio. El haber permitido a

Calisto tener acceso a su cuerpo la sitúa a los ojos de estos jóvenes en el papel de objeto
18

usado, poseído, mercancía dañada, y por tanto accesible en potencia a todos y a

cualquiera.33

Hemos de recordar que la Comedia de 1499 acababa aquí con la muerte súbita

de Calisto al caer de la escala y el suicidio de Melibea. En la Tragicomedia se alargan

los amores. Calisto, sin embargo, no se queda para un “encore”, sino que, como en la

Comedia, muestra prisa por irse a dormir, toda vez que ya ha satisfecho su deseo. Alega

que el alba está próxima, “Ya quiere amanecer”, aunque las inoportunas campanas del

reloj le desmienten al dar las tres y ponen en evidencia su impaciencia por marcharse. 34

Melibea se despide instándole a volver en secreto para encontrarse en el mismo lugar y

a la misma hora, y, como el reloj, confirma “que no serás visto, que hace muy escuro, ni

yo en casa sentida, que aun no amanece” (p. 109). Calisto, desabrido, ni le responde ni

se despide, sino que da a sus criados la orden expeditiva de marcharse: “Mozos, poned

el escala” (pág. 108).

En el cuarto y último encuentro se nos dice que ya ha transcurrido un mes de sus

amoríos. Calisto llega de nuevo tarde, pero la congoja de Melibea ha desaparecido,

quizás porque la tardanza es habitual, como tiene visos de serlo el que Melibea y

Lucrecia entretengan la espera con canciones eróticas alusivas a su situación,35 y como

indica el hecho de que estén totalmente ajenas a cualquier preocupación de ser

descubiertas por su padre.36 La escena de las dos mujeres cantando parecería casi

inocente, si no fuera por lo picante de las canciones y lo desusado de la hora, que ya

33
La noción de que una mujer que tiene relaciones sexuales no maritales con un hombre
querrá tenerlas con cualquiera ha sobrevivido hasta la actualidad. Recuérdese el
significado simbólico de “las suecas”, cuya supuesta disponibilidad sexual no sólo se
limita desgraciadamente a las películas de los años 70.
34
M. E. Lacarra, Cómo leer “La Celestina”, Guías de Lectura, Júcar 5, Madrid,1990,
pág. 131.
35
Vid., Lacarra, “Sobre los dichos lascivos”, op. cit., págs. 429-430.
19

pasadas las doce de la noche es poco apropiada para tales esparcimientos. La lubricidad

de las canciones aviva el deseo de Calisto, que las escucha sin ser visto, y ha estado a

punto de interrumpir el canto para “cumplir el deseo de entrambos” (pág. 129). Melibea,

sin embargo, ajena a la excitación que ha provocado se embarca en alabanzas del

amado, y de la belleza del lugar, sin percatarse de que Calisto y Lucrecia están

enfrascados en otra actividad más física:

¿Es mi señor de mi alma? … ¿dónde estabas luciente sol? … todo se

goza este huerto con tu venida … mira la luna cuán clara… mira las

nubes…Oye la corriente agua…Escucha los altos cipreses, cómo se dan

paz unos ramos con otros por intercesión de un templadico viento que los

menea. Mira sus quietas sombras cuán oscuras están aparejadas para

encubrir nuestro deleite. Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tornaste loca de

placer? Déjamele, no me lo despedaces, no le trabajes sus miembros con

tus pesados abrazos. Déjame gozar lo que es mío, no me ocupes mi placer

(págs. 129-130).

Calisto parece no tener prisa por separarse de Lucrecia, ni se muestra molesto

porque le despedace con sus abrazos:

Pues, señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cese tu suave canto. No

sea de peor condición mi presencia con que te alegras, que mi ausencia que

te fatiga (pág. 130).

¿Qué significan estas palabras? ¿Qué amenaza de alejamiento esconden? ¿Por

qué le reprende y le indica que su presencia puede ser de peor condición que el tormento

de su ausencia? Tampoco es fácil de dilucidar la respuesta de Melibea:

36
Vid. M. E. Lacarra, “Sobre la cuestión del pesimismo y su relación con la finalidad
didáctica de La Celestina”, Studi Ispanici, 1987-1988, 47-62, págs. 51-52, donde señalo
la negligencia paterna en la vigilancia de la hija.
20

¿Cómo cantaré, que tu deseo era el que regía mi son y hacía sonar mi

canto? Pues conseguida tu venida, desaparecióse el deseo, destemplóse el

tono de mi voz (pág. 130).

Quizás los reproches de Melibea sobre la impetuosidad violenta del amante

aclaren el significado. Melibea se queja de que Calisto tiene malas “mañas” y “riguroso

trato”, y le propone otros juegos amorosos:

Holguemos y burlemos de otros mil modos que yo te mostraré; no me

destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué provecho te trae dañar mis

vestiduras? (pág. 130).

La insolente respuesta de Calisto no muestra resolución alguna de cambio:

“Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas” (pág. 130). Es posible

que Calisto encuentre en Lucrecia la violencia que le gusta. Ciertamente, la acusación

de Melibea a la criada de quitarle “su placer” con pesados abrazos que despedazan sus

miembros parece bastante indicativo de esto. Sin embargo, esta riña de enamorados se

apacigua pronto y una irritada Lucrecia constata el triunfo de Melibea, que retoza a

placer con Calisto, mientras que ella, como telonera que ha servido de aperitivo o

preludio para abrir el apetito al concierto mayor, se tiene que contentar con el recuento

de los sones que la renovada armonía de los amantes produce. Su excitación insatisfecha

le lleva a quejarse de los criados, con quien estaría dispuesta a “hacerselo” si le

hablaran.37

Calisto se muestra satisfecho: “Jamás querría, señora, que amaneciese, según la

gloria y descanso que mi sentido recibe de la noble conversación de tus delicados

37
Concuerdo con la idea de degradación de Melibea, que ha caído tan bajo que tiene
que reñir con la criada por su amado que expone June Hall Martin, Love’s Fools:
Aucassin, Troilus, Calisto, and the parody of Courtly Lover, Tamesis, Londres, 1972,
pág. 12. Alan Deyermond, “Divisiones socio-económicas, nexos sexuales: la sociedad
21

miembros” (pág. 130) Melibea se ha dulcificado y no parece menos contenta del vigor

del caballero que posee “el más noble cuerpo y más fresca juventud que al mundo era en

nuestra edad criada” (pág. 135), a juzgar por sus palabras: “Señor, yo soy la que gozo,

yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu visitación incomparable merced” (pág.

130).38 Como vemos, ambos siguen utilizando un léxico erótico lleno de eufemismos

corteses: “gloria”, “noble conversación de tus delicados miembros”, “visitación”,

“merced”, que contrastan con los términos más físicos que utiliza Lucrecia:

Ya me duele a mí la cabeza de escuchar y no a ellos de hablar ni los

brazos de retozar ni las bocas de besar. ¡Andar! Ya callan; a tres me parece

que va la vencida (p. 130).

En este momento, se oyen en la calle voces de Sosia contra los secuaces de

Centurio y Calisto se precipita a su ayuda, en el primero y último acto caballeroso

de la obra. Irónicamente es una decisión equivocada, porque no había peligro, y

letal, porque le cuesta la vida. Melibea que lo intenta retener en vano, le arroja las

corazas olvidadas por el muro para deshacerse de cualquier evidencia enojosa de

su secreta actividad nocturna. Siempre he, hemos, pensado los críticos que Calisto

se cayó por dar un traspié al bajar precipitadamente. ¿Podría haber afectado su

descenso el impacto de la armadura que Melibea y Lucrecia arrojan muro abajo?

Debo confesar que la reciente pregunta maliciosa que me hizo a ese efecto mi

buen amigo y gran celestinista Ian Michael me dejó entre suspensa y divertida.

Sería grotesco dar sentido literal a la confesión de culpabilidad que ofrece

de Celestina”, Celestinesca, 8, 1984, 2, 3-10, pág. 8, concuerda con Martin y califica los
abrazos de Lucrecia de insolentes.
38
La sexualidad femenina y el placer de ella derivada se reconocía ampliamente en la
Edad Media. De hecho, era un tema que despertaba gran interés, a juzgar por las
disputas sobre si la calidad e intensidad del placer era igual en los hombres que en las
mujeres. Vid. Mary F. Wack, Love Sickness in the Middle Ages. The "Viaticum" and its
22

Melibea a su padre al relatarle la muerte de Calisto y no parece que se deba

interpretar así. Sin embargo, no deja de ser atractivo ni carece de cierta coherencia

que en este último acto, Melibea, que no quiere dejar prendas inculpatorias de su

honra en el huerto, se deshaga inadvertida y simultáneamente de la armadura y de

su dueño. En todo caso, éste será el último acto de disimulación de Melibea. La

muerte de Calisto y su propia situación social lo impiden.

La caída de Calisto le abre la cabeza y muere al instante. Sus criados recogen sus

sesos esparcidos por los cantos de la calle para juntarlos con la cabeza. Melibea da

cuenta puntual a su padre de este espectáculo demoledor “de la triste caída sus más

escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras y paredes (pág. 135). Puede

resultar extraño al lector explicar cómo se puede romper en trozos por el impacto de la

caída el cerebro, órgano que es naturalmente húmedo y elástico. La única explicación

posible es que el cerebro de Calisto haya sufrido un proceso de desecación que le haya

ocasionado la pérdida de su ductilidad y elasticidad y se haya vuelto frágil y quebradizo.

Este parece ser el caso y la causa de la desecación no otra que el coito excesivo. Ya lo

advertían los médicos que el calor generado por el ardor del deseo y por el coito subía

su temperatura y desecaba el cuerpo y también el cerebro.39 De ahí que tras el coito

acometiera a los varones el sueño reparador que servía para rehumedecer el órgano y

por ello aconsejaban la unión sexual pasada la medianoche.40 La muerte de Calisto

subraya, no sin humor, su condición de lujurioso, lujuria ya advertida por Melibea y por

Commentaries, University of Pennsylvania Press, Filadelfia, 1990, especialmente el


cap. 6, págs. 109-125.
39
Vid. Constantino el Africano, Constantini Liber de coitu, ed. E. Montero Cartelle,
Universidad de Santiago, Santiago, 1983, pág. 22. También concurre con esto
Gordonio, op. cit., pág. 109, quien advierte: “Devedes de entender que el coitu
demasiado deseca”.
40
Vid. Juan de Aviñón, Sevillana medicina, Burgos, 1545, ed. Eric W. Naylor, HSMS,
Madison, 1987, cap. 47, pág. 145. Este autor de origen judío, escribió hacia 1384. Sigue
23

Sempronio al inicio de la obra cuando ambos descubren, cada uno por su parte, la causa

verdadera de su “secreto dolor”.

Muerto Calisto Melibea se tiene que enfrentar con la realidad de la que tanto ella

como Calisto habían rehuido durante un mes. Su decisión de suicidarse va acompañada

de una fuerte idealización de su amado, en un movimiento de auto-engaño que le

permite mantener la ficción literaria que el lenguaje erótico-cortesano, nunca del todo

abandonado, emulaba.41 La ilusión de que el ennoblecimiento de Calisto a la altura de

los héroes sentimentales le eleva a ella al pedestal de las heroínas no puede disfrazar la

realidad. El lamento de su padre porque su hija ha muerto una muerte “desastrada” lo

delata.42 No obstante, el suicidio puede distinguirla y diferenciarla de la generalidad de

las mujeres con las que ha sido comparada a lo largo de la obra por Celestina primero y

por los criados después y la equipararla con heroínas de la literatura clásica, como Dido.

De ser así, una muerte desastrada la salvaría, paradógicamente, de la ignominia, pues la

autoinmolación por amor puede provocar admiración. Sin embargo, ejemplos coetáneos

advierten que el suicidio no es necesariamente el correlato la de la buena fama.

Recordemos aquí el suicidio de Fiameta en Grimalte y Gradissa, de Juan de Flores, y el

de Mirabella, en La historia de Grisel y Mirabella del mismo autor.43 En ambas la

muerte produce estupor en los presentes, pero no admiración, como se ve de las

reacciones de Grimalte y de Pánfilo a la muerte de Fiameta, por un lado, y del

comentario irónico del Auctor, al suicidio de Mirabella, pues al arrojarse desde una

de cerca de Avicena y menciona que la hora mejor es tras hacer la tercera digestión para
tener el estómago inactivo.
41
Vid. M. E. Lacarra, “Parodia”, op. cit, p. 29; Victoria A. Burrus, “Melibea’s Suicide:
The Price of Self-Delusion”, Journal of Hispanic Philology, 19, 1995, 57-87, aunque
concurre conmigo en lo relativo al auto-engaño, propone que sólo Calisto es objeto de
humor.
42
Vid., M. E. Lacarra, “Pesimismo…”, op. cit., pág. 54.
24

ventana cayó a un corral donde guardaban leones y estos “no usaron con ella de aquella

obediencia que a la sangre real debían, según en tal caso los suelen loar, mas antes

miraron a su hambre que a la realeza de Mirabella,a quien ninguna mesura cataron; y

muy presto fue de ellos despedazada, y de las delicadas carnes cada uno contentó su

apetito”.44 Además, el Auctor califica este fin de “rabiosa muerte”, lo que la acerca a

Melibea, que se suicida en un estado emocional que ella misma describe como de ira

incontrolable, cuando insta al padre al silencio pues “en tal tiempo las fructuosas

palabras, en lugar de amansar acrecientan la ira” (pág.134).45

Del análisis del erotismo que precede podemos extraer varias conclusiones. La

primera y general es la importancia del lenguaje eufemístico amoroso y el uso de los

modos cortesanos para disfrazar la lascivia y venderla como amor. Por otra parte, la

conducta erótica de hombres y mujeres en la obra presenta ciertas divergencias con el

pretendido encasillamiento de los géneros masculino y femenino en unos moldes

prefijados. La concepción de que las mujeres comparten una naturaleza común, que

además es imperfecta, se apoya en Aristóteles y se manifiesta fundamentalmente en

declaraciones de Sempronio, que es el encargado del discurso misógino, que luego

complementará Celestina con afirmaciones basadas en su propia experiencia. Ambos

atribuyen una natural inclinación de la mujer hacia la lujuria y no diferencian a las

rameras de las mujeres guardadas, salvo en que éstas encarecen más su valor y tardan

más en acceder a sus deseos libidinosos. El texto no presenta un discurso generalizable

43
Vid. J. de Flores, Grimalte y Gradissa, ed. crítica de Carmen Parrilla, Universidad
de Santiago, Santiago, 1988; del mismo, Historia de Grisel y Mirabella, eds. Pablo
Alcázar López y José A. González Núñez, Don Quijote, Granada, 1983.
44
Flores, Grisel y Mirabella, op. cit., pág. 86.
45
Vid. Louise Fothergill-Payne, “Afecto, afección y afectación en Celestina”, Revista
Canadiense de Estudios Hispánicos, 15 (1991), 401-10, pág. 406, donde describe a
Melibea como dominada por la rabia.
25

que iguale a todos los hombres. Sólo se afirma que son naturalmente perfectos y más

dignos que las mujeres por el mero hecho de ser hombres.

Sin embargo, ni todas las mujeres que aparecen son iguales, pues aunque desde

un punto de vista moral Melibea es lujuriosa, como las prostitutas, se diferencia en que

mantiene su lealtad a un solo hombre, ni el comportamiento de los varones es digno,

como se aduce. Calisto, representado de principio a fin como un personaje objeto de la

irrisión y el vilipendio de los criados, carece de la dignidad que Sempronio le atribuye

por ser varón. Su conducta es deplorable como noble y hasta cierto punto también como

amante. Sólo destaca en el vigor sexual que tanto complace a Melibea, excita a Lucrecia

y da envidia a Tristán, pero que, como no podía ser menos, también es objeto de burlas.

Por otra parte, ya que ambos se gozan mutuamente, la idea de que Calisto, como varón,

es el sujeto del amor y Melibea el objeto, debiera invertirse, pues Melibea al volver su

mirada hacia Calisto se transforma en sujeto agente que cuestiona la autoridad

masculina. y su autonomía.46 Así pasa en el caso de Celestina y de las prostitutas. En el

caso de Melibea, sin embargo, ocurre la paradoja de que ambos son activos y ambos son

sujetos y objetos. Como observa Snow: “neither dominates, neither is subordinate to the

other”.47 Sin embargo, desde el momento en que permite el acceso de Calisto a su

cuerpo, mientras Calisto comienza a enfriarse su deseo se agudiza y paulatinamente se

va desplazando como sujeto y poniendo su autonomía en peligro.48 En efecto, el amor

de Melibea se muestra en una pasión sin fisuras, mientras que el de Calisto se adivina

móvil. En Calisto se advierte un devaneo con Lucrecia, que la muerte corta de raíz, pero

46
Vid. Judith Buttler, Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity,
Routledge, Nueva York, 1990, pág. VII.
47
Joseph T. Snow, “Two Melibeas”, en 'Nunca fue pena mayor'. Estudios de Literatura
Española en Homenaje Brian Dutton, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca,
1996, 655-662, pág. 660.
26

Melibea mantiene la monogamia, desmitiendo así a Celestina que la asimilaba a las

rameras.49 Esto es así porque en los dos amantes se dan movimientos inversos. El amor

de Calisto se enfría a medida que sus relaciones sexuales con Melibea satisfacen su

deseo y recupera paulatinamente su autonomía, mientras el de Melibea aumenta y ella

se hace más dependiente.

Para concluir conviene subrayar que la rebeldía erótica de Melibea es

destructiva, ya que al decidir cumplir su voluntad y tener una sexualidad y un amor

como individuo y no como miembro del “género femenino”, no sólo pierde el poder

como sujeto agente, ya mencionado, sino que confirma los supuestos que fundamentan

la creencia de que las mujeres son naturalmente lujuriosas. Y es paradójico que sólo con

su muerte, cuando ya renuncia a la existencia, pueda demostrar su alteridad y

presentarse al mundo simultáneamente como amante fiel y como mujer lujuriosa, como

le ocurría a la Fiometa de Flores. La sociedad y el sistema de valores que la rige no

permiten la liberación a quien se rebela contra sus normas, sólo la destrucción.

48
Es ilustrativo a este efecto el discurso del rey de Chipre en Triunfo de Amor, ed.
crítica de Antonio Gargano, Collana di Testi e Studi Ispanici, Giardini, Pisa, 1981, pág.
164.
49
Movimientos de esta índole se advierten en obras coetáneas de Flores. En la ya
mencionada Grimalte y Gradissa, lo observamos en la conducta de Fiometa hacia su
antiguo amante, Pánfilo, que la ha abandonado, y en Triunfo de Amor, op. cit., págs.
162-171, lo vemos en la petición de los hombres de marcharse a sus quehaceres y
negocios por estar ya ahitos del amor, pues se insiste en que hombres y mujeres tienen
distintos intereses y objetivos en el amor.

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