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Lectura 2

¿Qué significa la palabra «teoría»?

Martin Heidegger: Ciencia y meditación, 1954. En: Conferencias y artículos. Traducción de Eustaquio
Barjau. Barcelona: Odós, 1994, p. 45=55.

Nos preguntamos ahora: en la proposición «la ciencia es la teoría de lo real», ¿qué significa
la palabra «teoría»? El nombre «teoría» procede del verbo griego teorein. El sustantivo
correspondiente es teoría. A estas palabras les es propio un significado alto y misterioso. El
verbo teorein se ha formado por la confluencia de dos raíces: téa y orao. Téa (cfr. teatro) es
la apariencia, el aspecto en el que algo se muestra, la vista en la que se ofrece. Platón, a este
aspecto en el que lo presente muestra lo que es lo llama eidos. Haber visto este aspecto,
eidenai, es saber. La segunda raíz de teorein, el orao, significa: mirar algo, examinarlo,
considerarlo. Así resulta que teorein es tean oran: mirar el aspecto bajo el que aparece lo
presente y, por medio de esta visión, permanecer cabe él viéndolo.
A aquel modo de vida (bíos) que recibe su determinación desde el teorein y que se
consagra a él, lo llaman los griegos el bíos teoretikos, el modo de vida del que mira, que
mira al puro resplandecer de lo presente. A diferencia de éste, el bíos praktikos es el modo
de vida que se dedica a la actuación y a la producción. Sin embargo, en esta diferenciación
no podemos perder de vista nunca una cosa: para los griegos, el bíos teoretikos, la vida
contemplativa, sobre todo en su forma más pura, como pensar, es el supremo hacer. La
teoría es en sí misma, y no sólo por una utilidad añadida, la forma consumada del estar
humano. Porque la teoría es el puro respecto a los aspectos de lo presente, los cuales, por su
resplandecer, le conciernen al hombre al hacer brillar la presencia de los dioses. La otra
caracterización del teorein, el hecho de que traiga ante el percibir y el exponer lasarjai y
aitiai de lo presente, no puede ser dada aquí; pues esto exigiría una meditación sobre lo que
el experienciar griego entendió bajo aquello que, desde hace mucho tiempo, nosotros nos
representamos como principium y causa, fundamento y causa (cfr. Aristóteles, Eth. Nic. VI
c. 2, 1139 a. sq.)
En conexión con el rango supremo de la teoría, dentro del bíos griego, está el hecho
de que los griegos pensaran de un modo único y especial desde su lengua, es decir,
recibieran de ella su estar, pudieran oír aún otra cosa en la palabra teoría. Las dos raíces tea
y Oraco, con otra acentuación, son teá y ora. Teá es la diosa. Como tal aparece al pensador
griego de los primeros tiempos Parménides la Aleteia, el estado de desocultamiento, a partir
del cual y en el cual lo presente despliega su presencia. Nosotros traducimos aleteia por la
palabra latina «veritas».
La palabra griega ora significa el miramiento que tenemos, el honor y la
consideración que dispensamos. Si pensamos ahora la palabra desde los significados de las
palabras que acabamos de mencionar, entonces la teoría es la respetuosa atención al estado
de desocultamiento de lo presente. La teoría, en el sentido antiguo, es decir, primero —en
modo alguno en el sentido anticuado—, es el mirar cobijante de la verdad.
La plurívoca, y en todos los sentidos elevada esencia de la teoría, pensada al modo
como la pensaron los griegos, permanece sepultada cuando en Física hablamos hoy de la
Teoría de la Relatividad; en Biología, de la Teoría de la Evolución; en Historia, de la Teoría
de los Ciclos; en Derecho, de la Teoría del Derecho Natural. De todos modos, por la
«teoría», entendida al modo moderno, sigue pasando la sombra de la temprana teoría.
Aquélla vive de ésta, pero no solamente en el sentido externamente constatable de una
dependencia en la historia acontecida. Lo que aquí acaece propiamente se hace más claro si
ahora preguntamos: ¿qué es, a diferencia de la temprana teoría, la «teoría» que se menciona
en la proposición: «la ciencia moderna es la teoría de lo real»?
Contestaremos con la brevedad necesaria escogiendo un camino aparentemente
externo. Nos fijaremos en el modo como las palabras griegas teorein y teoría se traducen al
latín y al alemán. Decimos con intención «las palabras» y no los vocablos para aludir a que
en el esenciar y en el prevalecer de la lengua se decide siempre un destino.
Los romanos traducen teorein por contemplari, teoría por contemplatio. Esta
traducción, que procede del espíritu de la lengua latina -es decir, del estar romano—, hace
desaparecer de un golpe lo esencial de aquello que dicen las palabras griegas. Porque con-
templari significa: separar de algo una sección y vallarla. Templum es el griego temenos,
que surge de una experiencia completamente distinta de la del teorein. Téorein significa:
cortar, separar una parte. Lo indivisible es el átomo.
El templum latino significa originariamente el sector acotado en el cielo y sobre la
tierra, el punto cardinal, la región del cielo según el curso del sol. Dentro de los límites de
éste hacen sus observaciones los ornitomantes, que establecen cuál va a ser el futuro según
el vuelo, el grito y la comida de los pájaros (cfr. Ernout-Meillet, Dictionnaire étymologique
de la langue latine 1951, p. 1202. Contemplan dictum est a templo, i. e. loco qui ab omni
parte aspici, vel ex quo omnis pars viden polest, quem antiqui templum nominabant).
En la teoreia convertida en contemplatio se anuncia el momento del mirar incisivo y
separador, preparado ya por el pensar griego. El carácter de un proceder separador
interventor frente a lo que debe ser aprehendido en la vista reivindica su valor en el co-
nocer. Con todo, aun y así la vita contemplativa sigue siendo distinta de la vita activa.
En la lengua de la religiosidad y la teología cristiano-medieval, esta distinción
adquiere a su vez otro sentido. Contrapone la vida contemplativa monacal con la vida
activa del mundo. ( …)
Ahora bien, «la teoría» como la cual se muestra la ciencia moderna es algo
esencialmente distinto de la teoría griega. La ciencia moderna, como teoría, en el sentido de
la observación que ambiciona, es una elaboración de lo real que interviene en él de un
modo inquietante. Justamente por esta elaboración corresponde ella a un rasgo fundamental
de lo real mismo. Lo real es lo presente que se pone en evidencia. En la época moderna,
entre tanto, esto se muestra así: llevando su estar presente a erguirse en obstancia. A este
prevalecer de lo obstante de la presencia corresponde la ciencia en la medida en que ella,
por su parte, como teoría, provoca a lo real propiamente en vistas a su obstancia. La ciencia
emplaza a lo real. Lo emplaza en vistas a que lo real se presente siempre como trama que
opera y es operada, es decir, en las consecuencias supervisables de causas puestas. De este
modo lo real puede ser así perseguido y supervisado en sus consecuencias. Lo real es
puesto a seguro en su obstancia. De ahí resultan zonas de objetos a las que la observación
científica, a su modo, puede perseguir. El representar que persigue, un representar que pone
a seguro todo lo real en su obstancia perseguible, es el rasgo fundamental del representar
por medio del cual la ciencia moderna corresponde a lo real. Pero este trabajo que lo decide
todo, que logra este tipo de representar en toda ciencia, es aquella elaboración de lo real que
e-labora (saca) lo real por primera vez y de un modo propio en su obstancia, y por medio de
esto todo lo real, de antemano, es transformado a una multiplicidad de objetos para el
aseguramiento que persigue.
El hecho de que lo presente —por ejemplo la Naturaleza, el hombre, la historia
acontecida, el lenguaje— se emplace como real desde sí en su obstancia, y que, junto con
esto, la ciencia se convierta en teoría que persigue lo real y lo pone a seguro en lo obstante,
todo esto sería tan extraño para el hombre medieval como turbador para el pensar griego.
Por ello la ciencia moderna, como teoría de lo real, no es algo evidente sin más. No
es ni un mero artefacto del hombre ni algo que lo real le impone. Lo que ocurre es más bien
lo contrario: la esencia de la ciencia se hace necesaria por la presencia de lo presente en el
momento en el que la presencia se emplaza desde sí misma en la obstancia de lo real. Este
momento, como todos los de su tipo, sigue siendo algo misterioso. No son sólo los grandes
pensamientos los que llegan como sobre patas de paloma, llega así, sobre todo y ante todo,
el cambio de la presencia de todo lo presente.
La teoría pone siempre a seguro un recinto de lo real corno su región de objetos. El
carácter regional de la obstancia se muestra en que marca de antemano las posibilidades de
cuestionamiento. Cada nuevo fenómeno que aflora dentro de los límites de una ciencia es
elaborado hasta que encaja en la decisiva trama objetual de la teoría. Esta trama misma es a
veces modificada en este proceso. Sin embargo, la obstancia como tal, en sus rasgos
fundamentales, permanece inalterada. El fundamento determinante, representado de
antemano, de un comportamiento y de un proceder es la esencia de aquello que, según el
sentido riguroso de este concepto, se llama «fin». Cuando algo queda determinado en sí por
una meta, entonces esto es la pura teoría. Ella es determinada por la obstancia de lo
presente. Si ésta fuera abandonada, entonces estaría negada la esencia de la ciencia. Este es,
por ejemplo, el sentido de la proposición que dice que la Física atómica moderna en modo
alguno arrumba la Física clásica de Galileo y Newton, sino que sólo la restringe en su
región de validez. Pero esta rol restricción es al mismo tiempo la corroboración del carácter
de obstancia, decisivo para la teoría de la Naturaleza, una obstancia en virtud de la cual la
Naturaleza se presenta al representar como una trama espacio-temporal calculable de un
modo u otro.
Como la ciencia moderna, en el sentido que hemos caracterizado, es teoría, de ahí
que en todo su contemplar que ambiciona, el modo de su ambicionar, es decir, el modo del
proceder que persigue y pone a seguro, o sea, el método, tenga un rango preeminente y
decisivo. Una proposición muy citada de Max Planck dice: «Real es lo que se deja medir».
Esto quiere decir: lo que decide lo que para la ciencia, en este caso para la Física, puede
valer como conocimiento asegurado es la mensurabilidad puesta en la obstancia de la
Naturaleza y, según ella, en las posibilidades del proceso de la medición. Pero la
proposición de Max Planck sólo es verdadera porque expresa algo que pertenece a la
esencia de la ciencia moderna y no solamente de la ciencia natural. El proceder de toda
teoría de lo real, un proceder que persigue y que pone a seguro, es un calcular. Ahora bien,
no debemos entender este rótulo en el sentido restringido de operar con números. Contar,
en el sentido amplio, esencial, quiere decir: contar con algo, es decir, tomar algo en
consideración, confiar (en nuestros cálculos) en algo, es decir, ponerlo en nuestra
expectativa. De este modo, toda objetualización de lo real es un contar, ya sea yendo en pos
de resultados de causas con explicaciones causales, ya sea aprendiendo a conocer los
objetos por medio de la morfología, ya sea poniendo a seguro, en sus fundamentos, una
trama de consecuencias y de ordenamientos. Tampoco la Matemática es un contar en el
sentido de operar con números para fijar resultados cuantitativos, sino que más bien es el
contar que, por medio de ecuaciones, ha puesto en todas partes en sus expectativas el equi-
librio de las relaciones de ordenamiento, y, por ello, ha «contado» de antemano con una
ecuación fundamental para todos los posibles ordenamientos.
Como la ciencia moderna, como teoría de lo real, descansa en el rango preeminente
del método, en tanto que puesta a seguro de las regiones de objetos, tiene que delimitar
éstas separando unas de otras y repartir en compartimientos lo delimitado, es decir,
compartimentarlo. La teoría de lo real es necesariamente una ciencia compartimentada.
La exploración de una región de objetos debe, en su trabajo, entrar cada vez en la
peculiaridad especial de los objetos que pertenecen a esta región. Este entrar en lo peculiar
convierte a cada proceder de la ciencia compartimentada en una exploración especializada.
De ahí que la especialización no sea en modo alguno una degeneración ciega ni ningún
fenómeno de decadencia de la ciencia moderna. La especialización no es tampoco
simplemente un mal inevitable. Es una consecuencia necesaria, y la consecuencia positiva
de la esencia de la ciencia moderna.
La delimitación de las regiones de objetos, la inclusión de éstos en zonas especiales
no arranca unas de otras a las ciencias sino que ante todo da lugar a un trasiego fronterizo
entre ellas por el que se delimitan las regiones fronterizas. De éstas procede un impulso
propio que pone de manifiesto cuestionamientos nuevos, a menudo decisivos. Se conoce
este hecho. Su fundamento sigue siendo algo misterioso, tan misterioso como toda la
esencia de la ciencia moderna.
Esta esencia la hemos caracterizado dilucidando la proposición «la ciencia es la
teoría de lo real» según sus dos rótulos fundamentales. Esto se hizo como preparación para
el segundo paso, en el cual preguntamos: ¿qué estado de cosas inadvertido se oculta en la
esencia de la ciencia?
Nos percataremos del estado de cosas así que, con el ejemplo de algunas ciencias,
nos fijemos propiamente en el modo como está cada vez la obstancia de las regiones de
objetos de la ciencia. La Física, en la que ahora —hablando de un modo tosco- están in-
cluidas la Macrofísica y la Física atómica, la Astrofísica y la Química, observa la
Naturaleza (fisis) en tanto en cuanto ésta se pone en evidencia como inanimada. En tal
obstancia la Naturaleza se muestra como una trama de movimientos de cuerpos materiales.
El rasgo fundamental de lo corpóreo es la impenetrabilidad, que a su vez se presenta como
un tipo de trama de movimientos de los objetos elementales. Estos mismos, y su trama, se
representan en la Física clásica como mecánica geométrica de puntos, presentados en la
Física de hoy por medio de los rótulos «núcleo» y «campo». En consecuencia, para la
Física clásica todo estado de movimiento de los cuerpos que llenan el espacio es
determinable siempre, de un modo simultáneo, tanto por el lugar como por la magnitud del
movimiento, es decir, se puede calcular de antemano de un modo univoco (….)
La Historia, que de un modo cada vez más imperioso se despliega en historia
universal, cumplimenta su aseguramiento que persigue en la zona que se emplaza a su
teoría como historia acontecida. La palabra “historia” (historien) significa: informarse y
hacer visible, y por ello nombra un modo del representar. Por el contrario, la palabra
“historia acontecida” significa aquello que se da en la medida en que, de este modo o de
este otro, esta preparado y emplazado para una solicitación, es decir, destinado y enviado.
La historia es la indagación de la historia acontecida. Pero la observación histórica no es lo
que, antes que nada, crea la historia acontecida. Todo lo histórico, todo lo representado y
constatado en el modo de la Historia, esta fundado en el modo de la historia acontecida, es
decir, sobre el sino del acontecer. Pero la historia acontecida no es nunca necesariamente
histórica.

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