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Facultad de Psicología, Educación y Relaciones Humanas

Sede Posadas
Licenciatura en Psicología - Comisión B

Trabajo Práctico N°1


Subjetividad-Historia-Verdad

Grupo: Tic Tac

Alumnos:
❖ Britez, Luciana. DNI: 41.192.261
❖ Colman, María de los Ángeles. DNI: 30.626.309
❖ D´Amato Mauricio DNI: 35.487.339
❖ Gritti, Florencia Rocío. DNI: 35.011.303

Fecha de entrega: 03/09/19


I. Introducción

Carandirú permite entrever vidas que transcurren enmarcadas por un contexto


institucional que traspasa la mera privación de la libertad, noción devenida del supuesto de
control y orden social acuñado en las sociedades disciplinarias. Pone en escena una serie de
sucesos que permiten vislumbrar que los contextos de encierro constituyen intersticios
sociales donde se recodifican los sistemas de representaciones sociales imaginarias vigentes
en los espacios extramuros.
La constante puesta en tensión de significaciones consagradas como unívocas conlleva
que los sujetos creen otro modo de ser o hacer que difiere de lo establecido, percibiéndose un
continuo vaivén entre fuerzas instituidas e instituyentes. La identidad de un sujeto o de un
grupo humano se encuentra sostenido por un sistema de interpretación de ese mundo que el
sujeto o la sociedad han creado convenientemente.
Realizar una cartografía sobre estas cuestiones servirá para problematizar los supuestos
relativos a las instituciones de encierro y a los sujetos que en él se insertan, intentando abrir
ese libro raíz que se encuentra implantada en los imaginarios colectivos, para plantearla como
un rizzoma, es decir, como un sistema abierto, generado por un conjunto de conceptos y
acepciones que lo constituyen.

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II. Desarrollo

Carandirú, donde las ratas son destrozadas


Etimológicamente, la palabra “Carandirú” proviene del tupí-guaraní, pero su
significado ha tomado diversas direcciones a lo largo del tiempo. Siendo la combinación de
dos palabras, Carandá e Irú, algunos investigadores defienden la tesis de que podría significar
"abeja carnauba". Otros dicen que sería un recipiente hecho de carandá (palmera). Hay
quienes dicen que a lo largo de los años, su significado se ha convertido en "donde las ratas
son destrozadas" o "una prisión indígena”, ya que se lo vinculaba a los barrios de esclavos
negros. En 1967, la investigadora Maria da Penha investigó la historia del vecindario de
Santana, en el estado de São Paulo, y señaló que en el lugar donde se encuentra el Carandirú,
había una granja con restos conservados de uno de esos albergues de esclavos, tomándolo
como sinónimo de infierno.
Es notable cómo el concepto de ésta palabra fue mutando con el pasar del tiempo,
habilitando así a nuevas significaciones que se instituyen en el imaginario social, abriendo su
definición a algo inacabado que se encuentra en constante devenir. Se puede señalar,
siguiendo los aportes de Castoriadis, que incluso la etimología, el origen de una palabra, que
se considera como el punto más profundo a donde se puede llegar en relación a la búsqueda
de lo esencial y originario de algo en particular, se encuentra marcado por la indeterminación,
siendo imposible de encontrar una implicación lógica ya estipulada de antemano,
reconstruyendo así la historia, donde los actores partícipes de esta construcción son los
mismos integrantes de la sociedad.
Retomando la etimología de Carandirú, permitiría pensar en las instituciones,
considerando los aportes teóricos de Goffman (1961) quien define “una institución total como
un lugar de residencia y trabajo donde un gran número de individuos en igual situación,
aislados de la sociedad por un período apreciable de tiempo, comparten en su encierro una
rutina diaria administrada formalmente” (pp. 13). Con lo cual dicha institución tiene la
particularidad de proteger a la sociedad de quienes atentan contra ella. Permite considerar así
este hecho institucional como definido y cerrado, no pudiendo pensar en las subjetividades de
sus miembros quienes no solo rompieron el pacto social, sino también son sujetos que se
encuentran atravesando su vida dentro de una institución, una historización que los convoca,
y como bien lo describe Foucault (1975) en Nietzsche, la genealogía, la historia, ésta no debe
centrarse en ese águila que todo lo ve, no busca justamente un origen, sino más bien

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“reconocer los sucesos de la historia, las sacudidas, las sorpresas, las victorias afortunadas,
las derrotas mal dirigidas, que dan cuenta de los atavismos y de las herencias” (pp. 3) y como
propuesta invita a pensar justamente en el devenir, teniendo presente los sucesos que
precedieron a dichos internos, como lo que están actualmente vivenciado forman parte de su
historia dentro de la prisión, permite pensar en la multiplicidad de situaciones emergentes que
atraviesan al sujeto.
Al encontrarse dentro de estas instituciones, los sujetos construyen, o más bien,
reconstruyen su vida adaptándose ahora a lo que el entorno del encierro les ofrece. Esto
quiere decir que, a pesar de ser meramente prisioneros, siguen teniendo deseos, intereses o
hábitos que buscan reeditarlos y resignificarlos allí dentro, por lo que se pueden seguir
identificando los diversos ejes que atraviesan la vida de un sujeto: códigos, trabajo, familia,
amistad, amor. Se debe tener en cuenta estas cuestiones relativas a la vida de todo individuo
que, como bien lo plantea Bozzolo (1999) citando a Morín, se los debe pensar como sistemas
abiertos y no quedarse en simples reducciones, para pensar a la construcción del sujeto en su
totalidad, a pesar de encontrarse en una institución.

Las cárceles, maquinarias de producción subjetiva


La cárcel constituye un sistema de precario equilibrio donde las significaciones oscilan
en el límite de los muros institucionales, buscando construir un discurso unívoco, y por tal
imposible en sí mismo. Persigue utópicamente la intención de re-educar a sujetos que han
roto los pactos sociales, pero los pierde en el intento. “El preso sufre un proceso de regresión
inevitable (…) donde pierde incluso el -derecho a la privacidad y hasta al espacio mínimo de
“no contacto” físico con los otros, que conservamos en la vida de relación corriente.”
(Zaffaroni, 2012)
Siguiendo una línea clásica y de corte marcadamente simplista, se podría aseverar que
las cárceles son depósitos de personas, que no reinsertan, ni resocializan, pero acaso ¿se
podría pensar que fehacientemente un sujeto permanezca impermeable al entorno socio-
vincular en el que se encuentra inmerso? Principalmente si a instituciones totales se refiere.
Pero si el imaginario social es una creación constante, entonces ¿cómo podría existir
continuidad en la historia?, ¿cómo podría explicarse la homogeneización en los discursos y
en las prácticas sociales? Lo que hace posible la continuidad son las instituciones sociales,
que son parte del imaginario y al mismo tiempo son conformadas por él. Las instituciones
marcan una dirección de sentido que los sujetos viven como normas, valores, lenguaje,

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imágenes y formas; así, las instituciones no son sólo herramientas de creación sino
formadores de subjetividades. Castoriadis (1983) dirá en este sentido que las instituciones
sociales producen, a partir de la materia prima humana, subjetividades que permiten ver a la
sociedad como totalidad.
Berger y Luckmann (1986) aproximan a la noción de que la transmisión del significado
dentro de las instituciones se basa en el conocimiento social y se transforman en soluciones
permanentes para problemas permanentes dentro de una comunidad. De esta forma, la
institución propone un orden, legítima y proporciona valores. Los potenciales actores de
acciones institucionalizadas aprenden sistemáticamente estos significados lo cual pone en
evidencia la necesidad de un proceso de internalización, resultando inherente para el
funcionamiento de la institución que sus significados se inscriban de manera indeleble en
estos sujetos.
La institución carcelaria es, pues, un espacio simbólico pero humanizado en donde se
encarna la experiencia subjetiva a través de diferentes roles que al ser objetivados se
transforman en parte del mundo objetivo y accesible para cualquiera que se inserte en esta
dinámica socio-vincular. Así, el rol desempeñado por cada actor, participa del mundo social
en tanto ha internalizado dicha significación al tiempo que el mundo cobra realidad subjetiva
dentro de ellos. Las instituciones proveen de sentido al ser humano.

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III. Comentarios finales
Sobre la subjetividad, se podría bosquejar que es siempre una producción, que no hay
cualidades en ella que no sean la resultantes de la interacción entre individuos, grupos y
enmarcados a su vez en determinados contextos socioculturales. Es decir, que la subjetividad
es al mismo tiempo singular pero emergente de las tramas vinculares que la trascienden y con
las que guarda una relación de productor y producido. La emergencia subjetiva implica la
presencia de un otro social, culturizado, y a su vez como sujeto participa activamente en la
construcción de sentidos que producen universos significacionales, ubicando a la constitución
subjetiva en una dimensión interaccional simbólica.
En relación a la historia, se podría tomar la película y justamente como futuros
profesionales de la salud construir y reconstruir lo acontecido, evitando ser esa lupa que está
visualizando un contexto particular y etiquetar a los internos, sino más bien concebir dicho
acontecer como un devenir, donde nada está plenamente contado, poder localizar ese telar de
relaciones que nos propone el film, permite entrever los diferentes dimensiones por las que
un sujeto es atravesado.
En una aproximación a la noción de verdad, se podría decir que esta implica una
construcción, su objetivación es siempre un producto marcado por atravesamientos sociales,
culturales, económicos, políticos. Será así, lo resultante de una urdimbre de recortes
realizados sobre la realidad por grupos de poder. De este modo la verdad se da en la
intersubjetividad, en la particular relación con otros actores en el interior de una cultura.

“Los únicos que saben lo que sucedió son Dios, la policía y los presos. Yo
solo he oído la de estos últimos.”

Drauzio Varella. Médico de la prisión de Carandirú

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IV. Bibliografía

● Berger, P.L., Luckmann, T. (1986). La construcción social de la realidad. Buenos


Aires. Amorrortu Editores.
● Bozzolo, R. (1999). Los vínculos y la producción histórica de subjetividades. Buenos
Aires. Revista Configuraciones Vinculares.
● Castoriadis, C. (1983). La alienación y lo imaginario en: La institución Imaginaria de
la Sociedad, Vol.1, Marxismo y teoría revolucionaria. Barcelona. Tusquets Editores.
● Foucault, M. Nietzche, la genealogía, la historia. Recuperado de:
http://www.catedras.fsoc.uba.ar/mari/Archivos/HTML/FOUCAULT_Nietzsche_gene
alogia_historia.htm
● Goffman, E. (1961), Internados Ensayos sobre la situación social de los enfermos
mentales. Buenos Aires. Amorrortu Editores.
● Ponce, L. (2008). Teoría y Acción Política en el Pensamiento de Cornelius
Castoriadis. Zaragoza, España. Revista Observaciones Filosóficas.
● Zaffaroni E.R. (06 de agosto de 2012). La Cárcel. Recuperado de:
http://robertosamar.blogspot.com/2012/08/la-carcel-por-e-raul-zaffaroni.html

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V. Anexo

El film se estrenó en 2003 con la dirección de Héctor Babenco, Carandiru, está basada en
el libro del doctor Drauzio Varella, “Estación Carandiru”, médico que en 1989 inició un
trabajo voluntario para la prevención del SIDA en dicho presidio que luego decidió ejercer
como médico voluntario hasta su cierre en 2002, y que escribió el libro narrando sus
experiencias en este mítico complejo carcelario.
El libro, a medio camino entre las memorias y la crónica, narra con color y riqueza las
animadas historias personales de los presos y sus vidas en la prisión. Confirma una vez más
que las experiencias del mundo del crimen, especialmente para el narrador con oído fino que
se arraiga en la tradición de los cuentos e historias populares, son un enredo particularmente
dotado para la fabulación. Al final del libro, Varella cuenta los sucesos de la matanza (“el
levantamiento, el ataque, los rescoldos”) y ambos aspectos privilegiados del relato cobran un
sentido especial en virtud del punto de vista que guía la crónica, puesto que el narrador-
doctor, una figura respetada y de confianza para los presos, recogió los testimonios de los que
presenciaron y sobrevivieron a la masacre.
En el filme, aunque Babenco se permite, obviamente con toda legitimidad, total libertad
para seleccionar, modificar y mezclar a su antojo las historias personales de los presos, la re-
presentación y narración de la matanza es básicamente fidedigna a la versión del libro. La
película, como es de rigor, registra en su inicio el letrero “basado en hechos reales”.
Así, haciendo mención al nombre popular del mítico presidio brasileño y contado desde el
punto de vista de los prisioneros, Carandiru entrelaza las tribulaciones personales de un grupo
de presos en la vida cotidiana de la prisión - especialmente sus ajustes de cuentas con las
drogas y la violencia y, de modo positivo, las diferentes respuestas de superación delante de
las difíciles relaciones de convivencia - con el episodio recuento en flash-back de sus
experiencias con el crimen, y el destino final que les espera a todos ellos con la espeluznante
invasión y carga policial en el interior de la prisión.
En la primera escena de la película, dos detenidos (Lula y Peixeira) se enfrentan en un
ajuste de cuentas. El clima es tenso. Otro detenido, Nego Preto, especie de “juez” para las
desavenencias internas, soluciona el caso en tiempo de dar la bienvenida al Médico recién-
llegado y dispuesto a realizar el trabajo de prevención al SIDA en la penitenciaria.
El médico encuentra, en la mayor cárcel de América Latina, problemas gravísimos:
sobrepoblación, instalaciones precarias y sin mínimas condiciones de higiene, enfermedades
como tuberculosis, leptospirosis, caquexia, además de pre-epidemia de SIDA. Los

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encarcelados lamentaban, más allá de la sobrepoblación y de la falta de condiciones de
higiene, la carencia de asistencia médica y jurídica.
El Carandiru, con sus más de siete mil detenidos, se constituyó en un gran desafío para el
Doctor recién llegado, pero bastan algunos meses de convivencia para que él observe algo
que lo transformará: incluso viviendo situación límite, los internos no son figuras
demoníacas, como suele pasar por la mente de las personas. En el convivio con los presos que
visitan su improvisado consultorio, el Médico presencia solidaridad, organización, disciplina
interna y, sobre todo, gran disposición de vivir.
Oncólogo famoso, habituado a la más sofisticada tecnología médica, el Doctor tendrá que
practicar su medicina a la manera antigua, con estetoscopio, sensibilidad y mucha
conversación. El trabajo empieza a presentar resultados y el médico gana el respeto de la
colectividad. Con el respeto, vienen los secretos. Las consultas van además de las
enfermedades, pues los detenidos comienzan a narrar sus historias de vida. Los encuentros en
la enfermería se transforman en “ventanas” para el mundo del crimen y es así que se da la
narrativa de la película, la cual se arma como un rompecabezas.

Una historia se encaja a la otra para formar un panel realista de la tragedia brasileña. Con el
médico, el espectador acompaña los movimientos cotidianos de los presos, hasta la eclosión –
en dos de octubre de 1992 – del más terrible suceso en la historia de la Casa de Detención de
San Pablo: la Masacre de Carandiru.

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