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El primer rasgo es la virtud.

Esto puede significar piedad, bondad en la vida o excelencia moral, aunque


todo esto parezca quedar cubierto luego por la palabra «piedad». Puede también ser que virtud
signifique aquí temple espiritual frente a un mundo hostil, la fortaleza de mantenerse por lo que es
recto.

Pensamos en el valor de los mártires. Al arzobispo Cranmer se le ordenó firmar una retractación, para
no ser quemado en la pira. Al principio rehusó, pero luego, bajo una terrible presión, firmó la
retractación con la mano derecha. Luego se dio cuenta de su error y pidió a sus ejecutores que
prendiesen el fuego. Por petición propia, le dejaron las manos sin atar. Luego extendió su mano derecha
al fuego, y dijo: «Ésta es la mano que la escribió, y por ello será castigada primero. ¡Esta mano ha
ofendido! ¡Muera esta mano indigna!». [[(2Pe 1:5) Esta famosa historia ha sido ampliamente relatada.
Ver, por ejemplo, S. M. Houghton, Sketches from Church History, págs. 114 - 116.]]

La valentía ha de ir suplementada con el conocimiento, especialmente el de la verdad espiritual. Esto


destaca la importancia de estudiar la palabra de Dios y de obedecer sus sagrados preceptos.

Más de Jesús en Su palabra,

Teniendo comunión con mi Señor.

Oyendo Su voz en cada renglón,

Llevando cada fiel dicho a mi corazón.

Eliza E. Hewitt

Por medio del conocimiento experimental de la Biblia desarrollamos lo que Erdman llama «capacidades
prácticas en los detalles del cristianismo».
Dios llama a cada cristiano a una vida de disciplina. Alguien ha definido esto como el poder controlador
de la voluntad bajo la operación del Espíritu de Dios. Tiene que haber disciplina en oración, disciplina en
el estudio bíblico, disciplina en el empleo del tiempo, disciplina en poner coto a los apetitos del cuerpo,
disciplina en la vida sacrificial.

Pablo ejercía este dominio propio: «Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta
manera golpeo, no como quien golpea al aire, sino que trato severamente a mi cuerpo, y lo pongo en
servidumbre, no sea que habiendo proclamado a otros, yo mismo venga a ser reprobado» (1Co 9:26-27).

Audubon, el gran naturalista, estuvo dispuesto a sufrir grandes privaciones para aprender más acerca
del mundo de las aves. Dejemos explicarlo a Robert G. Lee:

Contaba su confort físico como una nadería en comparación con el éxito en su trabajo. Se quedaba
agachado e inmóvil durante horas en la oscuridad y la niebla, considerándose más que bien
recompensado, si, después de semanas de observación, conseguía un dato adicional acerca de un ave
solitaria. Tenía que estar sumergido casi hasta el cuello en agua casi estancada, casi sin respirar,
mientras innumerables serpientes mocasín, venenosas, nadaban junto a su cara, y grandes caimanes
pasaban cerca y contemplaban su silenciosa vigilancia.

«No era agradable», decía, mientras el rostro se le encendía de entusiasmo, «pero, ¿qué? Tengo el
apunte de aquella ave». Hacía esto por conseguir el apunte de un ave. [[(2Pe 1:6) Robert G. Lee, Seven
Swords and Other Messages, pág. 46.]]

Debido al ejemplo de otros, debido a las apremiantes necesidades de un mundo que está pereciendo,
debido al peligro personal de arruinar nuestro testimonio, deberíamos disciplinarnos para que Cristo
tenga lo mejor de nuestras vidas.

El dominio propio debería ser suplementado con paciencia, es decir, soportando pacientemente la
persecución y la adversidad. Se nos tiene que recordar constantemente que la vida cristiana es un reto a
afrontar con persistencia. No es suficiente comenzar con un resplandor de gloria; hemos de perseverar a
pesar de las dificultades. La idea de que el cristianismo sea una secuencia de experiencias en la cumbre
es falsa. Hay la rutina diaria, las tareas desagradables, las circunstancias frustrantes, el dolor amargo, los
planes hechos añicos. La paciencia es el arte de soportar y persistir frente a todo lo que parece ir en
contra de nosotros.
La siguiente virtud es la piedad. Nuestras vidas deberían reflejar a Dios, con todo lo que esto significa en
el camino de la santidad práctica. Debería haber una calidad sobrenatural de tal clase en nuestra
conducta que los otros sepan que somos hijos del Padre celestial; el parecido de familia debería ser
inconfundible. Pablo nos lo recuerda: «la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida
presente, y de la venidera» (1Ti 4:8).

El afecto fraternal nos identifica ante el mundo como discípulos de Cristo: «En esto conocerán todos que
sois mis discípulos, si tenéis amor los unos con los otros» (Jua 13:35).

El amor a los hermanos lleva al amor hacia toda la humanidad. Esto no es primordialmente cosa de las
emociones, sino de la voluntad. No es un entusiasmo sentimental que deba ser experimentado, sino un
mandamiento que debe ser obedecido. En el sentido del NT, el amor es algo sobrenatural. Un incrédulo
no puede amar como lo manda la Biblia, porque no tiene la vida divina. Se precisa de vida divina para
amar a los propios enemigos y para orar por los propios verdugos. El amor se manifiesta en dar. Por
ejemplo: «De tal manera amó Dios al mundo, que dio...» (Jua 3:16). «Cristo amó a la iglesia, y se
entregó...» (Efe 5:25). Podemos mostrar nuestro amor dando nuestro tiempo, nuestros talentos,
nuestros tesoros y nuestras vidas por los demás.

T. E. McCully era el padre de Ed McCully, uno de los 5 jóvenes misioneros muertos por los indios aucas
en Ecuador. Una noche, mientras orábamos juntos de rodillas, él oró: «Señor, déjame vivir lo suficiente
para ver salvados a los que dieron muerte a nuestros chicos, y que pueda echar mis brazos alrededor de
ellos, y decirles que los amo porque ellos aman a mi Cristo». Esto es amor cristiano -cuando uno puede
orar por los culpables asesinos de tu hijo.

Estas siete gracias constituyen un carácter cristiano redondeado.

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