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CONFIAD YO HE VENCIDO

“He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por
su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis
aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16:32-33.
Jesucristo vino al mundo y cumplió a la perfección el plan de redención. Y por
medio de aquel sacrificio fueron satisfechos tanto el amor como la justicia de
Dios, abriéndose las puertas de la gracia ante todo aquel que quiera
aceptarlo.
pasajes bíblicos. “Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios” (Dt. 8:3; Mt. 4:4). “Escrito está
también: No tentarás al Señor tu Dios” (Dt. 6:16; Mt. 4:7). “Escrito está: Al
Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás” (Dt. 6:13; Mt. 4:10). Cristo
derrotó al diablo como simple hombre (He. 2:14-15). El pecado también nos
tenía sujetos a servidumbre y nadie podía libertarnos del poder de este, sino
Dios mismo (Ro. 6:16-18). Durante la dispensación de la ley, los sacrificios
de expiación por el pecado eran imperfectos. En primer lugar, porque solo
cubrían el pecado; y en segundo lugar, porque los oferentes antes de
sacrificar en nombre del pueblo debían presentar sus propios pecados
primero. En cambio, aunque durante su estadía en la Tierra nuestro Señor
habitó en un cuerpo mortal y fue tentado en todas las cosas como cualquier
ser humano, el pecado nunca se enseñoreó de Él. Esto hizo que su
sacrificio expiatorio fuera perfecto y que Él pudiera limpiarnos del pecado y
aniquilar su poder condenatorio. Por medio de su sacrificio misericordioso,
el trono de la gracia se abrió para nosotros, y podemos acercarnos a Dios
sin temor, porque Él se acercó a nosotros primero (He. 4:16). Al haber
experimentado en carne propia todas las tentaciones que puede sufrir
cualquier hombre y cualquier mujer, el Señor puede ayudarnos a vencer al
pecado (He. 4:15). Sin embargo, también es deber de aquel que es nacido de
Dios de abstenerse de pecar y de guardarse a sí mismo (1 Jn. 3:9; 5:18).
LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE
El diablo tenía esclavizada a la humanidad por el pecado y por el temor a la
muerte. Mas Cristo vino para derribar a los imperios y a las potestades de las
tinieblas, y los avergonzó públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz del
Calvario (Col. 2:15). Por medio de su resurrección, Cristo destruyó el aguijón
de la muerte y le quitó todo poder al sepulcro. Las Escrituras revelan que el
aguijón de la muerte era el pecado y que el poder del pecado residía en la
LA VICTORIA SOBRE EL DIABLO Y EL PECADO
La Biblia narra las tentaciones que Cristo confrontó durante su retiro en el
desierto (Mt. 4:1-11). Sin embargo, Él venció a Satanás por medio de la
Palabra, citando ley que nos condenaba. No obstante, cuando Cristo aniquiló
el poder del pecado en la cruz del Calvario, la muerte ya no pudo seguir
amedrentándonos (1 Co. 15:54-57). En Cristo el temor ha sido vencido, y por
ende, cuando venimos a Él, su amor perfecto destruye el temor que pueda
invadirnos (1 Jn. 4:17-18).
LA VICTORIA SOBRE LA TRISTEZA Y LA IGNORANCIA
Antes de saber que Jesús había resucitado, los discípulos se hallaban en un
estado de postración y de tristeza inimaginables. Hasta tal punto que cuando
María Magdalena vino a anunciarles la resurrección, ellos, ocupados en llorar
y gemir, no le creyeron (Mr. 16:11). A pesar de que Cristo anunció varias
veces que moriría y resucitaría al tercer día, para los discípulos la
crucifixión había marcado el final de su discipulado, y cada uno regresó
a su casa y a sus oficios respectivos. Mas Cristo se les apareció para
devolverles el gozo; aquellos se regocijaron grandemente. Existe un concepto
erróneo, según el cual el cristiano camina por un sendero de rosas y que
ninguna tristeza puede afectarlo, porque esto significaría que Dios ya no
está con él. No obstante, esta idea contradice las palabras del Señor
Jesucristo cuando dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis
paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”
(Jn. 16:33). Por otra parte, Cristo venció no solamente la tristeza, sino
también la ignorancia. Después de haber resucitado se apareció a dos
discípulos que iban al campo; nuestro Salvador les reprochó su ignorancia
e incredulidad diciéndoles: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer
todo lo que los profetas han dicho!” (Lc. 24:25). Cristo, pues, recurrió a la
Palabra para devolverles el gozo que deriva de la fe. Mas cuando lo contaron
a los otros apóstoles, ninguno les creyó (Mr. 16:12). Cuando Dios se quiere
revelar a una persona, siempre lo hace por medio de las Escrituras. Estas
producen fe, y la fe le lleva a Cristo, desintegrando la incredulidad del
corazón, leemos: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios”
(Ro. 10:17).

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