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Material para uso exclusivo de la cátedra: Historia de las ideas políticas I

EURÍPIDES, LAS SUPLICANTES


(Selección)

Argumento de la obra: Después del fracaso de la expedición de los Siete contra Tebas, los
tebanos se negaron a devolver los cadáveres de los guerreros argivos para sus honras fúnebres
y entierro. Adrasto, rey de los argivos, se dirige a Eleusis en donde se encuentra Etra, la madre
de Teseo (rey de Atenas). La rodean con ramos de suplicantes y le piden que interceda ante su
hijo Teseo para que éste recobre los cadáveres. Después de una primera negativa por parte de
Teseo, finalmente éste logra ser persuadido y, tras una batalla sangrienta con los tebanos,
recupera los cadáveres y establece con Argos un tratado de amistad.

Teseo se encuentra dan dando instrucciones a su heraldo para que exiga a Creonte
(rey de Tebas) la devolución de los cadáveres. En ese momento es interrumpido por la
llegada de un heraldo tebano, quien pregunta:

HERALDO- ¿Quién es el tirano de esta tierra? ¿A quién tengo que comunicar las palabras
de Creonte, dueño del país de Cadmo, una vez que ha muerto Eteocles ante las siete
puertas por la mano hermana de Polinices?

TESEO- Forastero, para empezar, te equivocas al buscar aquí un tirano. Esta ciudad no la
manda un solo hombre, es libre. El pueblo es soberano mediante magistraturas anuales
alternas y no concede el poder a la riqueza, sino que también el pobre tiene igualdad de
derechos.

HERALDO- Como en el ajedrez, en esto nos concedes ventaja: la ciudad de la que vengo
la domina un solo hombre, no la plebe. No es posible que la tuerza aquí y allá, para el
propio provecho, cualquier político que la deje boquiabierta con sus palabras. Al pronto
se muestra blando y le concede cualquier gracia, pero en seguida la perjudica y, con
inventadas patrañas, la oculta sus pasados errores y consigue escapar de la justicia. Y es
que ¿cómo es posible que un pueblo, que no es capaz de hablar a derechas, pueda llevar
derecha a su ciudad? El tiempo enseña que la reflexión es superior a la precipitación. Un
labrador miserable, aún no siendo ignorante, es incapaz de poner sus ojos en el bien
común, como demuestran los hechos. Y, en verdad, es dañino para los hombres
superiores el que un villano alcance prestigio por ser capaz de contener al pueblo con su
lengua, alguien que antes no era nadie.

TESEO- Ingenioso es este heraldo, aunque dice palabras que no vienen al caso. Ya que
has iniciado esta disputa, escucha, pues tú has sido el primero en establecer la discusión.
Nada hay más enemigo de un Estado que el tirano. Pues, para empezar, no existen leyes
de la comunidad y domina sólo uno que tiene la ley bajo su arbitrio. Y esto no es
igualitario. Cuando las leyes están escritas, tanto el pobre como el rico tienen una
justicia igualitaria. El débil puede contestar al poderoso con las mismas palabras si le
insulta; vence el inferior al superior si tiene a su lado la justicia. La libertad consiste en
esta frase: <¿quién quiere proponer al pueblo una decisión útil para la comunidad?> El
que quiere hacerlo se lleva la gloria, el que no, se calla. ¿Qué puede ser más
democrático que esto para una comunidad? Es más, cuando el pueblo es soberano del
país, se complace con los ciudadanos jóvenes que forman su base; en cambio, un rey
considera esto odioso y elimina a los mejores y a quienes cree sensatos por miedo a
perder su tiranía. Y entonces, ¿cómo es posible que una nación llegue a ser poderosa,
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cuando se suprime la gallardía y se siega a la juventud como a las espigas de un trigal en


primavera? ¿Para qué atesorar riqueza y bienestar para nuestros hijos, si los mayores
esfuerzos de nuestra vida son en beneficio del tirano? ¿Para qué conservar vírgenes en
casa a nuestras hijas, si las estamos preparando como dulce placer de los tiranos-
cuando lo deseen- y lágrimas para nosotros? No quisiera vivir más, si mis hijas van a ser
novias a la fuerza. Estos argumentos son como dardos que arrojo contra los tuyos. Y
ahora, ¿a qué vienes y qué quieres de esta tierra? …

Selección tomada de EURÍPIDES, Tragedias. Tomo II. Madrid, Editorial Gredos, 1978.

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