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Hablar de formación ética es reconocer otros fines. Ya no se trata de inculcar dogmáticamente una
doctrina o escala de valores, si no más bien de privilegiar la enseñanza de saberes que permitan la
construcción autónoma de la personalidad moral y la crítica racional de la validez de las normas.
Entendemos que practicarla y enseñarla no es tarea fácil. En esta formación tiene un fuerte peso el
aprendizaje de contenidos actitudinales (normas, valores y actitudes), cuya construcción requiere
de un tratamiento sostenido en el tiempo y de un espacio escolar acorde a los valores que
pretendemos enseñar. Pero esto no se resuelve con algunas clases, ni desde una sola disciplina.
Se trata de una tarea integral que debe centrarse en facilitar las condiciones para:
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discernir aquello que moralmente no debe hacerse de lo que sí se puede.
conciliar lo que realmente se hace con lo que moralmente creemos que debemos hacer.
En otros términos: trabajar para reflexionar acerca de la congruencia entre el decir o sentir y el
hacer.
¿Trabajamos con las concepciones de valores que traen los chicos o damos por supuesto que
coinciden con las que intentamos enseñar?
Aquel que quiera construir con cierta autonomía su propia matriz de valores, deberá aceptar la
tensión entre autonomía y pertenencia a la malla social. ¿Qué queremos decir con esto?
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Las relaciones de colaboración entre iguales favorecen la autonomía moral. Esta etapa se construye
a partir de una relación con los compañeros basada en el respeto mutuo. Del sentimiento del
deber, característico de la moral heterónoma, se pasa a un sentimiento del bien y a la
responsabilidad que tiende a la plena autonomía.
En este sentido, el micro espacio social que constituye el aula es esencial para este aprendizaje. Las
reglas surgen del trabajo colaborativo y del intercambio basado en el diálogo y la cooperación.
La capacidad para comprender el punto de vista ajeno y sostener las propias opiniones con
argumentos sólidos es necesaria para evolucionar de una moral a otra.
A manera de síntesis, diremos que la postura piagetiana se apoya en la idea de que la moralidad
puede adoptar formas cualitativamente diferentes: en un extremo, una basada en la coerción y en
el otro extremo, otra basada en la cooperación. El desarrollo moral del niño y del adolescente
avanza a través de distintos niveles de juicio moral; uno caracterizado por una orientación
heterónoma y otro, orientado hacia la autonomía.
Esto no significa que todos alcancen los últimos estadios, sino que todos siguen el mismo recorrido.
Así, Kohlberg ofrece pautas para medir la madurez moral de los chicos, para ayudarles a ir
creciendo moralmente y también para hacer de la escuela una comunidad más justa. Con este
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objetivo propone la discusión de dilemas morales que resultan adecuados para utilizar en el aula.
Llamamos neutralidad a aquella postura que, ante un conjunto de opciones existentes respecto de
un tema determinado, no apoya a una de ellas sobre la otra. En tanto, beligerancia es aquella
posición que, ante un conjunto de opciones existentes respecto de una situación determinada,
apoya a una de ellas por sobre las demás.
Jaume Trilla Bernet (1995) afirma que “Neutralidad y beligerancia no son tantas maneras genéricas
de ser o de pensar cuantas maneras de actuar en determinadas situaciones […] Neutralidad no es
necesariamente igual a inactividad, inhibición, no intervención, abstención, etc.”. En este sentido,
más bien es posponer juicios de valor sobre las opiniones enfrentadas. Como opción responsable,
supone una decisión comprometida y explícita del educador.
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Precisamente, en los casos en que se instala la dicotomía neutralidad-beligerancia, es en los casos
en donde no queda claro quién puede asumir la autoridad del tema. Por ejemplo, en cuestiones
como, por ejemplo, si es conveniente ser creyente o ateo, o a quién hay que votar, la existencia de
autoridad con respecto al tema, resulta cuestionable.
En este contexto, se propone que la escuela asuma la postura de neutralidad beligerante sobre un
piso mínimo de valores (respeto por la vida propia y de los demás, etcétera) que debe enseñar y
defender explícitamente. Pero también de neutralidad activa en relación a valores controvertidos,
que deberá reconocer, problematizar y tratar en clase.
El significado conceptual de los valores, además de ser criterio para el juicio moral y la comprensión
crítica de la realidad, también influye en la adquisición de actitudes y en la motivación para cumplir
voluntariamente normas valiosas.
Es necesario y posible planificar sistemáticamente el trabajo con los valores. El ejemplo de los
adultos (su congruencia entre el decir y el hacer) son claves para la formación en valores. La
enseñanza –cuando se trata de valores– no tiene que ver solo con decir "qué es lo que está bien" o
"qué es lo que está mal", sino con que los alumnos puedan comprender que algunas prácticas y
algunas actitudes pueden tener perjuicio social, aunque no los afecte individualmente.
Intentamos un acercamiento reflexivo y crítico que avance más allá de la mera opinión y evite los
reduccionismos que suponen una única visión. Hablamos entonces de aquellos valores
consensuados dentro de una sociedad democrática, por ejemplo, la empatía, la tolerancia y el
respeto por el otro.
Los integrantes de los distintos grupos sociales establecen y comparten valores que regulan las
formas apropiadas de conducta y las actitudes a asumir frente a situaciones o temas que ese
conjunto evalúa como importantes. Esta influencia social crea expectativa respecto de los
comportamientos de cada uno frente a los demás. Esto quiere decir que nuestros comportamientos
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no son solo una elección individual, sino que también parten de ciertas convenciones sociales a las
cuales adherimos.
La escuela es poder: poder de enseñar, y el poder debiera ejercerse democráticamente, con reglas
de juego claras, respeto a los individuos y a los principios de equidad y justicia. Es un lugar
importante para que los alumnos desarrollen la sensibilidad moral, habilidades de
autoconocimiento y empatía.
Debemos pensar a los destinatarios como los ciudadanos que decidirán las reglas de convivencia
futuras. Por lo tanto, deben aprender a tomar decisiones tendientes al bien común y basadas en el
respeto a la diversidad.
2. Escéptico o Relativista: Remite a la ausencia de normas, así la educación ética sería imposible
ya que consiste solo en la consideración de las diferentes opiniones.
Ante estos planteos sobre la formación ética y ciudadana, adherimos a este último enfoque que
conlleva un juicio crítico sobre la realidad y una reflexión que supone una toma de posición
superadora para avanzar con propuestas concretas.
En este sentido, proponemos encontrar una ética mínima que implique comportamientos comunes
en los diferentes ámbitos sociales.
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1.3.2. La diferencia entre ética y moral
Cabe aclarar la diferencia entre ética y moral.
Ética: es la disciplina filosófica que reflexiona críticamente sobre las diferentes perspectivas
morales.
Moral: es el conjunto de normas, valores, principios que rigen la vida de una comunidad en
un momento determinado y provienen de tradiciones culturales, religiosas, etcétera, más
ligados a los usos y las costumbres.
Con el respeto a la diversidad (cultural, religiosa, política, entre otras) es posible hallar aquello
común que permita las relaciones con los otros. En este caso, nos referimos a una ética mínima que
posibilite ponernos en el lugar del otro.
Soto Aparicio, Gutiérrez Orozco y Maestre Preciado (2005) explican que cuando hablamos de ética
mínima "[…] estamos refiriéndonos a la parte sustancial del vivir en comunidad; a las pequeñas
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circunstancias, a las elementales exigencias que posibilitan que pueblos disímiles se entiendan en lo
primario, y aprendan a tolerarse y a buscar ámbitos de concordia por encima de sus diferencias".
Un dilema moral consiste en presentar una situación moral que involucre en la elección un conflicto
de valores. Una persona o grupo de personas se encuentra ante una situación difícil y tiene que
escoger entre dos alternativas, igualmente óptimas y recomendables, desde perspectivas
diferentes.
Sugerimos que para seleccionar o elaborar un dilema moral se tenga en cuenta que:
las situaciones representen conflictos o contradicciones para la estructura moral del alumno;
presenten una distancia óptima, es decir, que no sean ni tan cercanos que no permitan la
reflexión sobre los mismos, ni tan lejanos que no puedan ponerse en el lugar del protagonista
del conflicto.
Esta técnica permite potenciar el juicio moral, utilizar la razón para fundamentar los propios puntos
de vista y generar la discusión. La intención no es enseñar qué está bien y qué está mal, sino
fortalecer el pensamiento crítico.
La persona a la que se le presenta un dilema moral enfrenta la necesidad de optar por una de dos
acciones, defendibles desde el punto de vista moral.
Para coordinar una actividad de dilema moral la situación debe plantear un conflicto entre el deber
ser y la realidad. Este dilema debe ser relevante para el grupo clase y, por lo tanto, es importante
conocer a los miembros del grupo con el que se va a trabajar: edad, nivel de conocimientos,
intereses, etcétera.
El planteamiento del dilema debe realizarse de forma comprensible para ellos. Relatar la situación y
escribirla en forma clara es importante para su comprensión y el logro de los objetivos.
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Rol del docente y del alumno en el dilema moral
Les damos un ejemplo simple que compartimos con los docentes en las capacitaciones.
Valor: Respeto
Analicemos el caso de comunidades que cuentan con una masiva presencia de inmigrantes
latinoamericanos. Si tomamos como parámetro las costumbres culturales de sus países de origen,
verificaremos que en no pocas familias está instalado que es una falta de respeto que un niño le
conteste o mire a los ojos al adulto. Sin embargo, muchos de nuestros docentes que no tienen esas
costumbres, ven como una falta de respeto que los alumnos no les contesten o no los miren a la
cara cuando se dirigen a ellos. Si esto no llega a explicitarse, cada uno se queda con su concepto de
lo que es el respeto y no es posible llegar a un acuerdo.
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Ahora, en virtud de la experiencia que has adquirido en el trabajo con tu grupo clase, ¿considerás
que hay valores que dimos por obvios y que debiéramos ponerlos en discusión para resignificarlos
entre todos? ¿Cuáles? ¿En qué situaciones se ponen en juego?
El significado conceptual de los valores, además de ser criterio para el juicio moral y la comprensión
crítica de la realidad, también influye en la adquisición de actitudes y en la motivación para cumplir
voluntariamente normas valiosas.
Una de las técnicas que proponemos es la denominada construcción conceptual. Las fases que
siguen los ejercicios de construcción conceptual son fundamentalmente tres:
• Explicación: supone la selección del concepto a alcanzar. Los niños y las niñas trabajarán con el
término, aplicándolo a distintas situaciones.
• Identificación: implica poder estudiarlo con relación a otros términos y a otros valores, y
siempre en referencia a situaciones concretas.
Para facilitar el análisis y la construcción del concepto se suelen utilizar preguntas que apuntan a su
comprensión y profundización. Algunas preguntas de ejemplo:
- ¿Hay alguien que creés que puede representar este valor? ¿Quién? Describilo.
- ¿Se te ocurre una situación en la que sea difícil poner en práctica este valor? ¿Por qué?
- Si nadie actuara de acuerdo con este valor, ¿qué ocurriría? ¿Te imaginás viviendo siempre así?
¿Por qué?
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1.6. Conclusión
Consideramos que la enseñanza de valores es clave para el proceso de construcción de ciudadanía.
El ámbito educativo es el espacio privilegiado para producir alguna transformación tendiente a
generar otra cultura tributaria, en pos de entre todos contribuir a lograr una sociedad más justa y
más igualitaria.
En una sociedad con demandas crecientes de diversidad, aprender a vivir juntos en la escuela es
todo un desafío. La convivencia respetuosa puede iniciar el camino hacia una escuela no solo
inclusiva sino también integradora.
La autonomía individual puede ser considerada uno de los temas centrales, en tanto que en la
modernidad se afirma la necesidad de que los ciudadanos puedan desarrollarse como personas
autónomas, con capacidad de decidir y de actuar en forma independiente. De hecho, la autonomía
está ligada a la libertad. Ambas constituyen valores irrenunciables de las democracias
contemporáneas.
Además, pensar en una escuela democrática es apostar por la formación de ciudadanos que
comprendan vívidamente que en el ámbito escolar las leyes son una construcción en la que todos
deben participar y que su tratamiento da la posibilidad de deliberar en común, de fundamentar su
existencia y sentido, para que la convivencia resulte más justa. Ejercitar prácticas de opinión, de
escucha, de respeto por el decir de otros abre posibilidades para pensar en propuestas diferentes a
las propias, fundadas en distintos valores y creencias.
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Es irremplazable el rol de la escuela como mediadora entre lo privado –la familia–, y lo público –la
sociedad civil–. La escuela tiene su propia institucionalidad para poder cumplir con esta función de
preparar ciudadanos.
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Mapa conceptual
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Bibliografía de referencia
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Educación Tributaria. Recuperado de http://www.afip.gob.ar/educacionTributaria/capa
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Soto Aparicio, F., Gutierrez Orozco, J.; Maestre Preciado, N. (2005). “Reflexiones sobre ética
mínima” en revista Derechos y valores. Universidad Militar Nueva Granada. Recuperado de
http://www.umng.edu.co/documents/63968/72402/ReflexEtica.pdf
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Payá Sánchez, M. (1997) Educación en valores para una sociedad abierta y plural: Aproximación
conceptual. Colección Aprender a Ser. España: Editorial Desclée de Brouwer S.A.
Fuentes electrónicas
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Mendoza Pérez, Y. (2006). "Ética y valores en la educación" en ¿Cómo enseñar ética hoy?
Recuperado de: http://chauly20.blogspot.com/2006/10/tica-y-valores-en-educacion.html
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Puig Rovira, J. Mª. (1995). “Construcción dialógica de la personalidad moral” en Revista
Iberoamericana de Educación n° 8 - Educación y Democracia. Recuperado de:
http://www.rieoei.org/oeivirt/rie08.htm
Créditos
AFIP - Educación Tributaria. (2019). Clase Nro.1: Formación en valores. Educación tributaria y
convivencia democrática. Buenos Aires: Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la
Nación.
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0
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