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El renacimiento, más allá de las viejas definiciones que conciben a esta época como un retorno
a los ideales grecorromanos (generalmente) en el arte, debe entenderse, sobre todo, como un
cambio revolucionario en la forma de pensar el mundo, en el que intervinieron, muy
determinantemente: la ciencia y las nuevas corrientes filosófícas y políticas. Estamos, por lo
tanto, ante una nueva fase en la historia de la humanidad en la que los avances científicos y las
nuevas corrientes de pensamiento que empiezan a recorrer europa, se funden para renovar
las viejas estructuras mentales, espirituales, materiales y políticas que caracterizarían la
europa medieval. Una europa oscura, abyecta y decadente en la que el dogma católico
ocupaba el centro de todo, y en la que ningún astro brilló con la impetuosa fuerza con la que
“el hombre del renacimiento” lo hizo. Estamos ante una época de florecimiento de la razón,
que cristalizará en la edificación de nuevas estructuras que pondrán las bases del mundo
moderno, un mundo en el que conceptos como “heliocentrismo”, “razón de Estado” o
“Utopía” formarán parte importante de la nueva constitución mental de las épocas venideras.