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Y
BARROCO
RACIONALISMO
Y
EMPIRISMO
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1. FILOSOFÍA MODERNA
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religiosas sobre el papel del ser humano en la creación divina. Pero Galileo,
apoyándose en las observaciones realizadas a través del telescopio
(prácticamente inventado por él), advirtió que el sol tenía ciertas manchas que
cambiaban de posición, concluyendo por ello que la Tierra se movía alrededor
del gran astro. Sus observaciones le permitieron formular y demostrar el
modelo heliocéntrico del universo que había sido propuesto por Copérnico
más de 70 años atrás, un descubrimiento que demostraba científicamente que la
Iglesia y sus concepciones tradicionales habían estado equivocadas.
Evidentemente, ello explica por qué Galileo fue forzado por las autoridades
eclesiásticas a retractarse de su postura bajo amenaza de muerte, lo que no
logró evitar que un nuevo espíritu crítico estuviera emergiendo paralelamente
al debilitamiento de su poder.
En el norte de Europa, el
Renacimiento y la modernidad vieron
nacer la Reforma cuando una serie de
pensadores religiosos se rebelaron
contra la Iglesia en un intento de
retornar a las enseñanzas de la Biblia.
Reformistas como Erasmo, Calvino o
Lutero cuestionaron las enseñanzas del
catolicismo: es famoso el
cuestionamiento de este último al poder
y la eficacia de las indulgencias a través
de las 95 tesis que componían una carta
que el propio Lutero literalmente clavó en las puertas de la Iglesia del Palacio
de Wittenberg (Alemania) en 1517, un gesto que se considera inaugural del
movimiento reformista. Contra el convencimiento católico de que la Iglesia era
la única vía de acceso a Dios, los protestantes enfatizaban la relación personal
con la divinidad. El cisma resultante en el seno de la Iglesia debilitó el dominio
del pensamiento escolástico.
Pero aunque el Renacimiento fue una época, sobre todo, de florecimiento
artístico y cultural, el impacto de la filosofía aún estaba por llegar. En los
albores del siglo XVII, una nueva estirpe de pensadores se libraban del dogma
religioso para tratar de retornar al espíritu clásico griego. En la vanguardia
destacamos al filósofo francés René Descartes (1596-1650) que, inspirado por
las investigaciones de Galileo, intentó aplicar el método matemático a todas las
áreas del saber humano, construyendo un nuevo edificio del conocimiento
basado en verdades incuestionables obtenidas exclusivamente a través de la
razón. En esta tarea protagoniza una ruptura con la tradición, dotando a la
filosofía y a la ciencia de nuevos fundamentos intelectuales.
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2. René Descartes: contexto filosófico
La elocuencia y accesibilidad de la
prosa cartesiana inauguró la filosofía
moderna. Minando los fundamentos de la
filosofía tradicional escolástica del período
medieval, Descartes estableció las bases para
una aproximación sistemática al problema
del conocimiento, apoyándose en el
razonamiento matemático como herramienta
esencial, lo que continúa siendo una
constante en la ciencia actual.
Nacido en 1596 en una villa cercana a
Tour en Francia, Descartes fue educado en el
colegio jesuita de La Flèche, donde mostró excelentes aptitudes para las
matemáticas. En 1617 comenzó su carrera militar, viajando por Europa durante
la Guerra de los Treinta Años (sosteniendo que había descubierto, según él en
sueños, los fundamentos de su nuevo método en 1619) antes de abandonar el
ejército en 1621. Tratando de “liberarse de errores provenientes de la tradición”,
continuó viajando hasta 1629, cuando se instaló en Holanda. Aquí comenzó a
trabajar en su Tratado del Mundo, una obra en la que se descubría su novedosa
visión del universo.
Pero cuando Descartes la condena a Galileo de manos de la Inquisición
por su defensa del sistema copernicano en 1633 le disuadieron de su idea de
publicar su Tratado del Mundo para centrarse en el Discurso del Método,
donde presentaba su visión metafísica del mundo al tiempo que ofrecía una
descripción autobiográfica de su propio desarrollo intelectual y del proceso de
elaboración de su método. No obstante, insatisfecho con la recepción de esta
obra entre el gran público, Descartes escribe en 1641 sus Meditaciones
metafísicas como un intento de impulsar sus ideas filosóficas y hacerlas llegar
mucho más lejos. En 1644 publica sus Principios de la Filosofía, donde
reproduce sus teorías filosóficas, al tiempo que recupera la física y la
cosmología que había defendido en su Tratado del Mundo.
Gozando de una fama considerable a lo largo y ancho de Europa, aceptó
la invitación de la Reina Cristina de Suecia para acudir a su corte y ejercer
como tutor de filosofía en 1649. A la impaciente alumna le gustaba iniciar sus
clases a las 5 de la mañana, continuándolas durante más de cuatro horas tres
veces por semana. Las inclemencias meteorológicas de Suecia y la falta de
costumbre del profesor, llevaron a Descartes a contraer una seria enfermedad
pulmonar que le llevaría a la muerte en 1650, pocos meses después de haber
llegado al país.
Descartes no fue solo un filósofo de primera línea, sino también un
brillante matemático. Sus aportaciones a la geometría analítica son
incuestionables, pues entre otros hallazgos le debemos las conocidas
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coordenadas cartesianas. De hecho, la fascinación de Descartes por las
matemáticas es la clave para entender su método y sus ambiciones filosóficas.
Impresionado por el hecho de que las conclusiones a las que arribaba esta
ciencia tenían un marcado carácter universal y certero, las entendió como un
referente para la práctica científica y filosófica, así como una inspiración para
formular los pasos esenciales de lo que se conoció como método cartesiano.
Desde muy joven, Descartes se percató de que la filosofía tradicional que
había aprendido en la escuela era insuficiente: una fuente de duda y
cuestionamiento. Si el modelo matemático, pensaba el francés, pudiera aplicarse
a la filosofía y a la ciencia, podríamos albergar la esperanza de construir un
nuevo sistema cognoscitivo indiscutible. He aquí la ambición de nuestro
filósofo: establecer los fundamentos de un nuevo edificio del conocimiento
humano, unificando la ciencia en un solo sistema.
De hecho, René Descartes vive en el siglo XVII, en una centuria que se
inserta en el marco de lo que se conoció como la Revolución Científica. Los
pensadores británicos y el filósofo Francis Bacon habían establecido un nuevo
método para la comprensión del mundo apoyado en la experimentación, la
observación y el razonamiento inductivo. Descartes comparte el optimismo de
los ingleses, fascinado, sobre todo, por sus posibilidades cognoscitivas, en
contraste con el escepticismo respecto a la ciencia y a las posibilidades humanas
reales de conocer el mundo que se venían extendiendo entre la población desde
el Renacimiento. Esta fue, de hecho, otra de las motivaciones fundamentales de
la investigación cartesiana, a saber, el deseo de librar a las ciencias de la
amenaza del escepticismo de una vez por todas.
En sus Meditaciones metafísicas, la obra cartesiana más rigurosa y
comprometida con la metafísica y la epistemología, Descartes busca demostrar
la posibilidad de conocer incluso desde la más escéptica de las posiciones,
estableciendo una firme fundamentación de la ciencia. Las Meditaciones están
escritas en primera persona porque el autor
no trata de presentar en ellas argumentos
que demuestren o refuten teorías, sino más
bien un deseo de conducir al lector a través
de camino que él mismo transita,
descubriendo la verdad al mismo tiempo
que lo hace el autor. Esta aproximación
tiene reminiscencias del método socrático,
en el que el filósofo, si recordamos, orienta
al interlocutor hacia un descubrimiento
personal de la verdad que todos llevamos
dentro.
Descartes es considerado el padre del Racionalismo, una corriente
filosófica moderna que nace en Francia en el siglo XVII, con representantes
como el propio Descartes, Leibniz, Spinoza o Malebranche. Se centró
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esencialmente en la epistemología, defendiendo una confianza absoluta en la
razón como la única facultad humana capaz de alcanzar conocimiento más allá
de la experiencia sensorial. De hecho, el objetivo de los autores racionalistas
será deducir el completo edificio del conocimiento a partir de verdades
evidentes establecidas racionalmente.
38 “Así, toda la filosofía es como un árbol , cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las ramas que salen de este tronco las
otras ciencias, que se reducen a tres principales, a saber, la medicina, la mecánica y la moral […] la cual es el último grado de
sabiduría”(Descartes).
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μέθοδος, “el camino a seguir”) es, según Descartes, el conjunto de reglas
ciertas y fáciles que harán que quien las observe no pueda tomar nunca lo
falso por verdadero, llegándose con él al conocimiento cierto de todas las
cosas. Inspirándose en la filosofía ockhamista, según Descartes un buen método
debía contar con pocos principios pero muy eficaces, para simplificar y evitar
confusiones. Es por ello que propone las famosas cuatro reglas del método
cartesiano, que la razón deberá seguir para garantizar la verdad de sus
intuiciones:
1. Regla de la evidencia: obliga a no admitir nada como verdadero si no
se nos presenta como evidente. Toda evidencia se caracteriza, no por ser
demostrada empíricamente, sino por su claridad y distinción, es decir,
porque no puede ser dudado en absoluto ni confundido con ninguna
otra cosa (Descartes llama también a estas evidencias intuiciones o
naturalezas simples).
2. Regla del análisis: consiste en analizar y descomponer cada problema
en tantas parcelas como fuera posible hasta reducirlas a evidencias. Esta
operación es la propia del conocimiento intuitivo.
3. Regla de la síntesis: es el paso inverso al análisis, y consiste en deducir
consecuencias y elaborar argumentos a partir de las evidencias
proporcionadas por el análisis. Gracias a esta regla procedemos desde lo
más simple a lo más complejo. Es la operación propia del conocimiento
deductivo.
4. Regla de la enumeración: aunque es un procedimiento auxiliar,
consiste en la realización de revisiones de los pasos realizados para estar
seguros de no habernos equivocado en nada, y por ello resulta
imprescindible.
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Descartes va a comenzar aplicando su duda metódica al nivel más básico
y elemental de conocimiento: los sentidos. En ocasiones, se plantea el filósofo,
los sentidos nos engañan y nos inducen a error39, por tanto no constituyen una
fuente indudable de conocimiento y no se encontrará en ellos el punto de
partida indudable que busca Descartes. Ahora bien –continúa Descartes– tal vez
sea posible dudar de que las cosas percepciones de los sentidos, pero ¿significa
eso que podemos dudar de que exista la realidad misma? Descartes aplica
aquí la duda en un segundo nivel: a veces los sueños nos muestran mundos u
objetos que nos parecen totalmente reales, pero que no lo son. Por lo tanto, la
existencia de la realidad también es dudable por la imposibilidad de distinguir
siempre entre la vigilia y el sueño.
Pero aun siendo incapaz de distinguir siempre cuándo estoy despierto y
cuándo dormido, se plantea el filósofo, debe de existir algún tipo de
conocimiento que se mantenga idéntico tanto en la vigilia como en el sueño, y
que pueda servir como primera verdad indudable. De hecho, la vigilia o el
sueño parecen no afectar a las verdades matemáticas, pues dormidos o
despiertos los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados, y 2+2=4. Será
aquí donde Descartes añada el tercer y más radical motivo de duda: la
posibilidad de la existencia de un genio maligno, de extremado poder e
inteligencia, que se empeñara en engañarme también respecto a dichas
verdades matemáticas, haciéndomelas parecer como evidentes cuando no lo
son. Esta hipótesis del genio maligno equivale a suponer que tal vez el
entendimiento humano es de tal naturaleza que se equivoca siempre cuando
intenta captar la verdad.
Descartes ha desplegado la duda hasta sus últimas
consecuencias: se entiende, por ello, que la suya es una
duda universal, por extenderse a todos los niveles
posibles, pero una duda metódica porque es provisional:
el autor va a utilizarla como medio para alcanzar una
primera verdad evidente del edificio del conocimiento.
Hay que dejar claro, por ello, que Descartes no es un
escéptico, porque la duda escéptica es existencial o vital.
Descartes no pretendía negar todo lo que hasta ese
momento se había considerado como cierto, sino que, por
exigencias del método, quería hacernos ver que los
conocimientos que tenemos por ciertos pueden ser, en
realidad, una ilusión, por lo que es necesario que nos
aseguremos de su verdad.
Llegados a este punto de la duda, Descartes se plantea si no existe nada
que escape a la duda y que pueda considerarse como primera verdad evidente,
y lo halla en la duda misma, una actividad que se presenta como evidente, clara
39 Por ejemplo, cuando introducimos un palo en un vaso de agua, éste parece doblarse.
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y distinta en todo este proceso, una duda que confirma también la seguridad
respecto al pensamiento, pues la duda es una operación del pensamiento, que
además debe de estar “sostenido” o ejecutado por un sujeto pensante. El hecho
de pensar confirma asimismo la existencia de un individuo que piensa.
Descartes ha encontrado por fin esa primera verdad evidente que sustenta el
edificio del conocimiento: la existencia del propio sujeto que piensa y duda,
una certeza que va a expresar en la famosa frase: “pienso, luego soy” (“cogito,
ergo sum”).
La existencia del yo pensante (cogito) o res cogitans se nos muestra de
un modo tan evidente que la mente no puede ponerla en duda, es decir, se nos
presenta con claridad y distinción, características imprescindibles de la
auténtica verdad. Por ello, esta verdad no es solo la primera para Descartes,
sino también el prototipo de toda certeza, pues todo cuanto se perciba con
igual claridad y distinción será considerado verdadero.
Pero contar solo con la evidencia del yo pensante dejaría al ser humano
encerrado dentro de sí, y solo seguro de su propio pensamiento, cayendo en el
peligro del solipsismo40. Es por ello que, disponiendo ya de una verdad
absolutamente cierta, Descartes se propone deducir a partir de ella otras
verdades igualmente evidentes valiéndose exclusivamente de su razón. Dado
que lo único de lo que estamos seguros en este punto es de la existencia del
pensamiento, Descartes continuará su búsqueda de verdades analizando el
contenido del pensamiento, las ideas, base de todo conocimiento. Para
Descartes, conocer es conocer ideas (idea de hombre, de mesa, de silla, etc.), no
cosas (hombre, mesa, silla, etc.), porque la razón no es ningún espejo que refleje
la realidad exterior (como pensarían posteriormente los empiristas), sino que
más bien es el instrumento por el que, de algún modo, creamos o representamos la
realidad. En ese sentido podemos distinguir tres tipos de ideas:
40 De la expresión solus ipse, este término se refiere a toda corriente filosófica que sostenga que no se puede ir más allá de
la propia conciencia, que solo es posible conocer al propio yo. Implicaría, no solo el aislamiento, sino la desconfianza o
el escepticismo hacia cualquier otro tipo de realidad, incluido el resto de seres humanos. El solipsismo alcanza niveles
metafísicos máximos en Berkeley, que creía que toda la realidad no era más que un producto de la propia conciencia:
“ser es ser percibido”
41 Decimos “parecen provenir” y no “provienen” porque en este punto del razonamiento cartesiano aún no se ha
demostrado la existencia de un mundo o una experiencia externa, solo disponemos de la certeza del pensamiento.
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claras y distintas, es decir, evidentes, por lo que son garantía de certeza y
no necesitan demostración.
42 Descartes no limitó lo innato a los conceptos (como los de Dios, substancia o los conceptos matemáticos), también
consideró que hay principios innatos o verdades eternas, por ejemplo en lógica y en física. Las proposiciones “cosas que
son iguales a una misma cosa, son iguales entre sí”, o “de la nada, nada sale” son principios de este tipo. La experiencia
perceptual no permite nunca establecer nada con absoluta universalidad, y sin embargo tenemos verdades que se
presentan como universales, luego estas no pueden descansar en la experiencia sino en la naturaleza de la propia razón.
Descartes no consideró que las ideas innatas están en nuestra mente como un saber siempre a nuestra disposición. El
niño no tiene el concepto de Dios de esta manera. Cuando Descartes se refiere a lo innato en nuestra mente quiere
indicar que la experiencia empírica o percepción no puede justificar ciertos contenidos mentales, y que, si los tenemos,
es porque descansan en la propia naturaleza de nuestra mente. La idea de Dios es innata en el sentido de que es
producida por una capacidad natural de la mente, es innata de una manera potencial, no actual.
43Ello contradiría la propia ley lógica de causa-efecto, que sostiene que el efecto nunca puede mayor a la causa que lo
produce, por ello “muchos finitos” (causa) no podrían nunca dar lugar a algo infinito (efecto).
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absolutamente perfecto que haya podido crear al ser humano y haya
podido introducir en su mente la idea de perfección. De nuevo la
existencia del efecto (criaturas imperfectas con la idea de perfección)
implica por lógica la existencia de la causa (un ser perfecto), por lo que se
concluye que Dios existe.
3. Argumento ontológico44: Descartes añade a los argumentos anteriores
una de las pruebas de la existencia de Dios tradicionalmente aceptada en
la época, y que ya formuló San Anselmo en el siglo XI. Este argumento
sostiene que, si Dios es definido como “el ser más perfecto que el cual nada
puede ser pensado”, es una contradicción que carezca de la perfección de la
existencia. De aquí se deduce que Dios tiene que existir45.
Después de todo lo dicho, es lógico que Dios exista, no solo como idea,
sino como realidad: Descartes la llamará res infinita46 o sustancia infinita,
considerando además que es el único ser que cumple exactamente la definición
de “sustancia” tal y como la formuló Aristóteles (“aquello que no necesita de nada
para existir”).
Aunque la existencia de Dios como verdad indudable aparece en
segundo lugar en la deducción del edificio del conocimiento (es decir, en
sentido epistemológico), es la evidencia más importante en el sistema
cartesiano, porque es condición de posibilidad del resto de las verdades que
Descartes va a deducir (es decir, es realidad primera en sentido ontológico).
¿Por qué? En primer lugar, es fundamento de la existencia del cogito, pues,
como hemos podido apreciar en las pruebas de la existencia de Dios que ofrece
Descartes, se presenta como creador del sujeto. Y, en segundo lugar, va a
convertirse también en condición de posibilidad de la existencia de la realidad
exterior que antes se había puesto en duda.
Para demostrar la existencia de la realidad exterior, Descartes parte de la
idea de extensión, una idea clara y distinta, pues todos los cuerpos, por
definición, ocupan un espacio. Ahora bien, de la idea de extensión no se deduce
la existencia de los cuerpos. Sin embargo, puesto que Dios existe y es
infinitamente bueno, plantea Descartes, sería un contrasentido admitir que Dios
permite que nos engañemos pensando que la realidad existen si no existiera: el
mundo exterior debe existir porque así lo cree mi razón, y Dios sería injusto e
44 El argumento ontológico fue formulado por primera vez por San Anselmo en el siglo XI, y afirmaba que, si Dios es el
ser más perfecto que se pueda concebir, no puede faltarle la perfección de la existencia. La postura da San Anselmo será
discutida repetidamente a lo largo de toda la historia de la filosofía entre pensadores que la apoyan, y críticos que no
aceptan que la existencia pueda considerarse una perfección. En sus Meditaciones metafísicas, Descartes afirma: “de suerte
que no repugna menos pensar en Dios (es decir, en un ser sumamente perfecto) al que le falte la existencia (es decir, al que le falte
una perfección), de lo que repugna concebir una montaña a la que le falte un valle”.
45 La referencia constante a principios lógicos en la argumentación del autor nos hace reparar en la importancia que la
lógica como disciplina y, en definitiva, el método matemático, tienen en toda la filosofía cartesiana como procedimiento
que garantizan la certeza.
46 Descartes elabora una serie de pruebas de la existencia de Dios, incluyendo entre ellas el argumento ontológico de San
Anselmo. Un edificio argumentativo como el suyo no podía dar por supuesto absolutamente nada.
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imperfecto si permitiera que me engañara de ese modo, lo cual es imposible.
Con esta argumentación, Dios se convierte en garantía de verdad o en criterio
de certeza de la existencia del mundo extramental. Queda demostrada así la
existencia del mundo físico (donde se incluye al cuerpo humano) o res extensa.
Descartes ha logrado su objetivo epistemológico: reconstruir el edificio
del conocimiento a partir de verdades evidentes, provenientes de la propia
razón, que se erigen como fundamento universal de toda ciencia.
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Por lo que hemos podido comprobar, es evidente que en Descartes
volvemos a encontrar un dualismo antropológico: en el ser humano, el cuerpo
es extenso y está sometido a las leyes físico-mecánicas, por eso se identifica con
la res extensa; el alma, identificada con la res cogitans, es única e indivisible, es
pensamiento y está dotada de varias facultades, como los sentidos externos y
externos, la memoria, el sentido común, la imaginación, el entendimiento, y la
voluntad y la libertad. Estas dos últimas son las cualidades más importantes
del alma. Según Descartes, esta será realmente libre cuando logre controlar las
pasiones a las que intenta someterla el cuerpo, eligiendo lo que es propuesto
por el entendimiento como bueno y verdadero.
El dualismo antropológico de Descartes acaba siendo aún más radical
que el platónico. Tanto es así que la unión entre cuerpo y alma fue una cuestión
que el francés no terminó de resolver: parece que la conexión entre ambas existe
cuando entendemos que el alma es consciente de lo que le ocurre al cuerpo y
puede intervenir en él. Por esta razón, Descartes pensaba que los animales, al
ser puros autómatas, no tenían alma. En cualquier caso, la dificultad para
explicar un punto de enlace entre estos dos principios humanos le llevó a
defender la existencia de lo que denominó la glándula pineal, situada en la base
del cerebro, donde según Descartes se asienta el alma y donde la sangre se
convierte en “espíritus animales” que se extienden por todos los nervios.
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a) Conformismo y moderación evitando posturas extremistas.
b) Firmeza en las decisiones.
c) Capacidad de cambiarnos a nosotros mismos antes que al mundo.
d) Continuo cultivo de la razón, que es la única que nos llevará al
conocimiento y a la felicidad.
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cumplido en física, y la figura de este siempre estuvo presente en las
investigaciones de aquél.
El Discurso del método está integrado por seis partes diferentes. La
primera constituye una peculiar autobiografía intelectual, al tiempo que realiza
una rotunda crítica de las ciencias y de la filosofía de su tiempo, reconociendo
tan sólo el valor de las matemáticas y de la introspección personal. La segunda
parte es la más famosa de la obra y la que va a ocuparnos en nuestro
comentario: Descartes busca en ella un nuevo método que le permita alcanzar la
certeza y un nuevo fundamento de racionalidad. Para ello emplea el
procedimiento de la duda hasta encontrar la única verdad de la que puede estar
seguro: el famoso argumento “pienso, luego soy” (“cogito, ergo sum”). También
expone las cuatro reglas principales de su nuevo método, que destaca el valor
de la simplicidad y el orden deductivo frente a toda nueva cuestión.
En la tercera parte, expone la aplicación de su método al ámbito de la
acción humana y describe la llamada “moral provisional”, que deja entrever un
importante influjo del estoicismo. La cuarta parte describe algunos elementos
de la aplicación del método, llegando a la formulación del yo como “sustancia
pensante” y de la existencia de Dios como garante de toda verdad; muchos de
los temas que encontramos en esta parte serían ampliados en una obra
posterior, titulada Meditaciones metafísicas (1641). La quinta parte del Discurso
del método se centra en algunos elementos de la concepción de la materia y del
mundo; es en ella donde Descartes se plantea la visión mecanicista del universo
y suscribe las tesis de Galileo, así como el valor de la física y de las matemáticas
como medios de conocimiento del mundo material. La sexta y última parte de
la obra supone un análisis de la investigación científica en general, y en ella el
autor confía en la necesidad de una comunidad científica que permita extender
los conocimientos, así como en la necesidad de cultivar la salud del propio
cuerpo para poder pensar adecuadamente.
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R.Descartes, Discurso del Método
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Cuarta parte
En la que se exponen las razones que permiten
establecer la existencia de Dios y del alma humana,
que constituyen los fundamentos de la metafísica
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había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que
yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia
cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para
existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material.
De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es
enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que este y, aunque el
cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.
Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se
requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado
que acababa de identificar una que cumplía tal condición, pensaba que también
debía conocer en qué consiste esta certeza. Y habiéndome percatado que nada
hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo
veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que podía
admitir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y
distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta
dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que concebimos
distintamente.
A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en
consecuencia, mi ser no era omniperfecto pues claramente comprendía que era
una perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde
había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí
con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese
más perfecta.
En relación con los pensamientos que poseía de seres que existen fuera
de mí, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba
dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada en
tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía estimar
que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que
posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que
los tenía porque había defecto en mí. Pero no podía opinar lo mismo acerca de
la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era
algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor
en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos
perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea
no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la
alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que
realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y, también, que tuviese en sí
todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para
explicarlo con una palabra que fuese Dios.
A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en
absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con libertad
los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese
otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo
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lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser,
de suerte que hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del ser
perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mí mismo cuanto sabía
que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente,
todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender
que se daban en Dios.
Pues siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la
naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente debía
considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si
poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas
ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este
modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas
semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí mismo me hubiese
complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía idea de
varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que
todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas
ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento.
Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza
inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica
dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no
podía ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y
que, por consiguiente, no lo estaba. Por el contrario, pensaba que si existían
cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no
fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que
tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento.
Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el
objeto de los geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio
indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible
en diversas partes, que podían poner diversas figuras y magnitudes, así como
ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras suponen
esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones más simples. Y
habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no
está fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que
anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase
de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que,
suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen
iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese
triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea
que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida
en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que
sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus
partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia,
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es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda
ser cualquier demostración de la geometría.
Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay
una gran dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su
alma, es el que jamás elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que
están hasta tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que no sean
capaces de imaginar (como de pensar propiamente relacionado con las cosas
materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece ininteligible. Lo
cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos filósofos defienden
como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que
previamente no haya impresionado los sentidos. En efecto, las ideas de Dios y
el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que desean
emplear su imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran
servirse de sus ojos para oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra
diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus
objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación
ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento
no interviniese.
En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de
la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí,
deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar
seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y
cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad
moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de
extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se
peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede
negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber
constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se
tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de
tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el
sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen
vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta
cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente
para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios.
Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como
una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no es
válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros
procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres
reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas,
no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien frecuentemente poseemos
algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en las
que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que
no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente
90
que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la
imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la
verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que
existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por
claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que
nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.
Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han
convencido de la certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que
imaginamos cuando dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de
la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si
sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy distinta como,
por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño
no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de
nuestros sueños, consistente en representamos diversos objetos de la misma
forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el que
nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden
inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos
que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u
otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que
en realidad poseen.
Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás
debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso
señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de
nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos
juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente
podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de
una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera,
pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea
verdadero. Por el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben
tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es
sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo.
Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos
durante el sueño como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras
imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que no
pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no
somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente
en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos
mientras soñamos.
91
2. ¿Por qué usa Descares las metáforas del edificio y del Estado para
describir su propósito? ¿Qué significan?
3. Investiga qué significa el término griego epojé y relaciónalo con los
pasos previos al método que Descartes pone en práctica. ¿Es
Descartes un escéptico? Justifica tu respuesta.
4. Recuerda en qué consiste un método para Descartes y después
localiza, nombra y resume los cuatro pasos del método cartesiano
que aparecen en el texto.
5. Lee atentamente la cuarta parte del Discurso del Método, busca en
el diccionario las palabras que no entiendas y anótalas en tu
cuaderno.
6. ¿Qué pone en práctica Descartes en los primeros párrafor de esta
cuarta parte? ¿Qué significa la frase “Pienso, luego soy”, cómo llega
el autor a ella y por qué es tan importante?
7. ¿Qué prueba de la existencia de Dios expone Descartes en primer
lugar? Identifícala y resúmela.
8. ¿Qué prueba de la existencia de Dios expone Descartes en segundo
lugar? Identifícala y resúmela.
9. ¿Qué prueba de la existencia de Dios expone Descartes en tercer
lugar? ¿Quién la había formulado anteriormente? Identifícala y
resúmela.
10. Resume el contenido de los cuatro últimos párrafos de la cuarta
parte explicando qué es lo que consigue hacer Descartes en ellos.
¿Cómo podemos estar seguros de la existencia de la realidad?
11. Define las palabras y expresiones subrayadas en el texto.
5. Empirismo
92
anglicana (vuelta a la iglesia pura y antijerárquica primitiva). Inglaterra se
convirtió, además, en la primera potencia comercial y capitalista, y su sistema
político parlamentario era el modelo a imitar en Europa.
Los antecedentes del empirismo se encuentran en la tradición del
pensamiento inglés, especialmente en los pensadores de Oxford, como Francis
Bacon. La idea principal de su pensamiento es que el hombre puede dominar la
naturaleza y que el instrumento adecuado para ello es la ciencia, en la que
deberá prevalecer el método inductivo (formulación de principios o leyes
generales a partir de la observación de los hechos). Aunque dicho método
contaba con muchas deficiencias, no podemos negarle a Bacon el mérito de
haber criticado como ningún otro los prejuicios en la ciencia, que impiden el
progreso científico. Igualmente, el nominalismo estaba presente en muchos
pensadores ingleses. Pero, en general, el empirismo es una corriente filosófica
contrapuesta, en muchos aspectos, al racionalismo. Incluso sus representantes
polemizan con frecuencia entre sí. Podemos denominar empirista a toda
filosofía que hace depender el origen y el valor de nuestros conocimientos de
la experiencia. Entendido de esta forma, el empirismo es una constante en la
historia del pensamiento: existió antes de la modernidad y lo veremos surgir en
más de una ocasión en la época contemporánea. Nuestro tema, sin embargo, no
se refiere al empirismo en general, sino al empirismo moderno (siglo XVIII), en
ocasiones denominado también empirismo inglés, por ser británicos la mayor
parte de sus representantes. El empirismo moderno o inglés se caracteriza por
constituir la respuesta histórica al racionalismo del siglo XVII. La línea
inaugurada por John Locke, primer filósofo de esta corriente empirista,
continuará y se radicalizará con pensadores como Hume o Berkeley.
El empirismo y el racionalismo comparten una preocupación común:
como tema de estudio y de reflexión se centran principalmente en el problema
del conocimiento humano, de sus límites y de sus posibilidades. Sin embargo,
diferirán radicalmente en las soluciones y conclusiones aportadas. Esto explica
que sea en contraposición con el racionalismo como se suele presentar al
empirismo, aunque se trata de un movimiento, no lo olvidemos, que en su
desarrollo se encontrará más cercano al espíritu ilustrado que a la época
barroca. Las tesis fundamentales de esta corriente se pueden resumir en las
siguientes:
1. El origen del conocimiento es la experiencia: frente a los racionalistas,
que consideraban que la razón por sí misma podía alcanzar la verdad sin
necesidad de acudir a lo empírico, los empiristas, inspirándose en
Aristóteles, entienden que el entendimiento es como una “tábula rasa” en
la que va grabándose información a medida que se va tomando contacto
con la experiencia.
93
2. El conocimiento humano no es ilimitado:
ilimitado: para el racionalismo, la
razón no tenía límites, pues podía llegar por sí sola al conocimiento de la
verdad. Los empiristas niegan tal posibilidad: el límite del conocimiento
conocimi
es la experiencia47, no
podemos rebasar los límites
de la experiencia, no podemos
conocer más allá de la
experiencia. El conocimiento
humano es limitado y el
campo de la filosofía se
reduce considerablemente.
3. Todo conocimiento es
conocimiento de ideas:
ide en
esta tesis coinciden
racionalistas y empiristas. Para ambos, lo que conoce la mente son ideas
y no cosas, y el pensamiento se reduce a relacionar ideas entre sí. La idea
puede entenderse como un vehículo del pensamiento para conocer la
realidad. La diferencia entre los filósofos racionalistas y los filósofos
empiristas en este punto es que, mientras los primeros defendían la
existencia de ideas innatas en el entendimiento humano, los empiristas
niegan la existencia de tales ideas: la razón, ya lo hemos
hemos señalado, es para
ellos una tabla en blanco que sólo se rellena en contacto con la
experiencia. Además, los empiristas heredan la teoría nominalista, de
modo que entienden que sólo existen ideas particulares, y que las ideas
generales son sólo nombres concon los que denominamos a la realidad.
4. Nuevo concepto de razón:
razón: los empiristas proponen un nuevo concepto
de razón, una razón dependiente y limitada a la experiencia. Esta razón,
sin embargo, sigue siendo la única guía del hombre y debe tener una
idad práctica: por primera vez encontramos una razón crítica que
finalidad
examina sus propios límites y posibilidades.
94
esto es, a partir de dichas ideas que el entendimiento encontraba en sí mismo
sin necesidad de recurrir a la experiencia. Pues bien, la teoría empirista, ya lo
hemos señalado, tiene como una de sus tesis fundamentales la negación de la
existencia de ideas innatas en el entendimiento humano, afirmando así que
todo nuestro conocimiento procede de la experiencia. Concretamente, Locke
dedicó una parte de su Ensayo sobre el entendimiento humano a demostrar esta
teoría. Antes de tomar contacto con la experiencia, dirá Locke, nuestro
entendimiento es una especie de página en blanco, un gabinete vacío, que se va
rellenando con los datos empíricos. Como Descartes, Locke también entiende
que las ideas son el objeto inmediato de nuestro conocimiento, y las define
como imágenes o representaciones de la realidad que pueden dividirse en
simples (son como átomos del conocimiento) y complejas (combinación de
ideas simples). Algo parecido defendió David Hume, según el cual, todo lo que
existe en nuestra mente proviene de nuestra experiencia, que está compuesta
por percepciones. El origen de las percepciones está en las impresiones, como
llama a las vivencias intensas, fuertes, que se dan en el presente; pueden ser de
sensación o de reflexión. Cuando estas vivencias pasan, se hacen menos
intensas y aparecen las ideas, copias atenuadas de ellas. Si las ideas son copias
de las impresiones, entonces cualquier idea que exista en nosotros y que no
podamos relacionar con alguna impresión, no tendrá sentido. Este es su famoso
principio de discriminación, usado para desmantelar la Metafísica.
Y es que, como empirista radical, Hume elabora una crítica feroz a los
temas básicos de la metafísica tradicional, sobre todo al innatismo (idea de que
nacemos con determinados contenidos mentales o ideas innatas), al concepto
de causa (convertida, desde Aristóteles hasta el siglo XX, en una de las leyes
fundamentales de la Naturaleza), y al concepto de sustancia (existencia de
esencias fundamentales como sustratos de las cosas, por ejemplo del sujeto). En
realidad es también una crítica al Racionalismo, pues estos temas aparecían
claramente en Descartes y los racionalistas, que defendían la existencia de ideas
innatas que la razón sólo tenía que desarrollar para alcanzar la auténtica
verdad. Pues bien, para los empiristas (esto es lo básico que debes tener claro),
todo lo que soy y sé es adquirido en función de mi experiencia: he aquí la crítica
al innatismo.
El segundo tema sobre el que se apoya el racionalismo es el concepto de
causa. Dicho de una manera simple, es la idea de que todo lo que sucede
(efecto) puede explicarse por un ser o proceso que lo origina (causa). Ya lo había
dicho Aristóteles. Pues bien, Hume va a criticar a fondo la idea de causa. Para
él, todos los conocimientos que existen en nuestra mente se reducen a dos tipos:
- Relaciones de ideas: son proposiciones verdaderas que
simplemente relacionan ideas entre sí. Las matemáticas están
compuestas de ellas, por ejemplo.
- Cuestiones de hecho: son las proposiciones sobre el mundo que se
justifican por la experiencia. Se dan en la Física, la Historia,...
95
¿Cómo estamos seguros de la verdad o no de una cuestión de hecho?
Sólo recurriendo a la experiencia; el problema es que la experiencia nos da
seguridad sobre lo que ocurre ahora, porque puedo percibirlo (tener
impresiones), pero del futuro sólo puedo tener un conocimiento probable, una
creencia, pero nada más. No puedo estar seguro de algo de lo que no he tenido
impresión, por ejemplo si el sol saldrá mañana. Esta es la base de su crítica al
concepto de causa: no es posible inferir una conexión necesaria entre la causa y
el efecto, porque esa conexión no existe como impresión. Por ejemplo: el fuego
es una causa y la quemadura si acerco la mano es un efecto, y por eso supongo
que existe una conexión necesaria entre el fuego y el calor; pero en realidad no
he tenido ninguna impresión de dicha relación, tan sólo he observado algunas
veces que un hecho sucedía al otro, pero nada más. Por tanto, la causalidad es
suposición o creencia, pero no conocimiento cierto (científico), a pesar de que el
hábito o la costumbre me lleven a pensar lo contrario.
Usando el mismo argumento, Hume carga contra el concepto de
sustancia, una idea que, según él, no tiene sentido. Solemos pensar que existe
una especie de “yo” abstracto en nuestro interior causante de todos nuestros
actos psíquicos, pero no hemos tenido ninguna impresión de él, nunca lo hemos
percibido. Lo único que percibimos son precisamente
esos actos psíquicos, pero nada más. ¿Dónde queda
entonces nuestra identidad?, ¿quiénes somos? Cada uno
de nosotros sería el conjunto de vivencias que vamos
teniendo a lo largo de nuestra vida, y que se unifican
gracias a la memoria.
Como conclusión, podemos decir que para Hume
no es posible encontrar un fundamento real de la
conexión de las percepciones, y esto es lo que se
denomina el fenomenismo de Hume, que lleva
emparejada una actitud escéptica.
96
1. Resume las características principales de la Edad Moderna y señala por
qué implicaron un cambio profundo respecto a la Edad Media.
2. Rellena la tabla comparativa sobre Racionalismo y Empirismo.
RACIONALISMO EMPIRISMO
97
6. Liberalismo político y contractualismo
98
1. Dibuja una tabla comparative en la que reflejes las teorías
contractualistas de Hobbes, Locke y Rpusseau.
99
LA ILUSTRACIÓN
IMMANUEL KANT
100
1. La Ilustración. El siglo de las luces
101
radicales que se proponían popularizar las nuevas tendencias científicas de la
filosofía. Entre ellos destacamos a Voltaire, Rousseau and Diderot, el ultimo de
los cuales fue coautor de una de las obras más importantes de este siglo, a
saber, la Encyclopédie, un proyecto ambicioso que trataba de recopilar todo el
saber humano desde el espíritu de la nueva ciencia. Por su parte, Rousseau
desafió el Viejo orden social establecido afirmando que el ser humano nace
libre, pero por doquier se encuentra encadenado, una apuesta por un sistema
de gobierno más igualitario que compartirían quienes protagonizaron la
Revolución Francesa de 1789, acontecimiento que precedería al resto de
revoluciones burguesas y a las guerras napoleónicas y preconizaría una nueva
centuria especialmente convulsa. Rousseau creyó que la civilización y la
sociedad, tal y como habían sido concebidas hasta entonces, habían corrompido
a un ser humano naturalmente bondadoso, una perspectiva que inspiraría el
movimiento romántico del siglo XIX.
2. Immanuel Kant
102
futura. Su primer manuscrito de filosofía moral, la Fundamentación de la
Metafísica de las Costumbres, se publicó en 1785, dos años antes de una
segunda edición profundamente revisada de su Crítica de la Razón Pura. La
mayor parte de sus trabajos posteriores se centraron en otras áreas de la
filosofía, aunque continuó desarrollando su filosofía moral en su famosa Crítica
de la Razón Práctica, de 1788, y su Metafísica de las Costumbres, de 1797. La
Crítica del Juicio (la tercera crítica) de 1790 supuso una aplicación del sistema
kantiano a la estética y la teología.
A medida que su reputación iba aumentando, fue gestándose en él una
preocupación profunda por la dirección que tomarían sus seguidores, los
representantes de lo que sería conocido como el Idealismo Alemán.
Aunque Kant no abandonó nunca su ciudad natal y fue famoso por ser
esclavo de una rutina tan estricta que permitía a los comerciantes y vecinos de
la ciudad sincronizar sus relojes a su paso, Kant no fue una figura tan
enormemente solemne. Disfrutaba de una vida social especialmente rica y fue
conocido por sus conferencias magistrales, aunque nunca se casó. Finalmente,
Kant muere a la edad de 80 años, en 1804.
Por ende, el königsbergense puede ser situado históricamente en la
Ilustración o el siglo de las luces, una centuria en la que las consecuencias de las
guerras de religión de los siglos anteriores fragmentaron Alemania en más de
300 estados, lo que condujo a un retorno a una organización social casi
medieval. Tras la Paz de Westfalia, algunos líderes europeos iniciaron la
Restauración, entre los que destacamos a Federico II, modelo de príncipe
ilustrado para Kant, pues asumió la hegemonía de Prusia en Europa durante la
segunda mitad del siglo XVIII y emprendió liberalizadoras reformas, como la
fundación de la Academia de Ciencias de Berlín, promoviendo el desarrollo de
la cultura alemana. El capitalismo se consolidó en paralelo al ascenso político de
la burguesía, y el clima intelectual de la
época culminó con las revoluciones
francesa, industrial y norteamericana.
103
representativa llamada ¿Qué es la Ilustración?. Por ello considera que es
necesario someter a juicio a la propia razón ilustrada, es decir, realizar una
crítica a la razón desde la razón misma con el fin de proyectar un estado
nuevo de la humanidad en libertad. Para lograr este objetivo, que marcará
toda su filosofía, Kant considera imprescindible abordar las siguientes
cuestiones:
1. Las posibilidades y los límites del conocimiento, es decir, debemos
contestar a la pregunta ¿QUÉ PUEDO CONOCER? [labor a la que
dedicará sobre todo su Crítica de la Razón Pura].
2. Establecer y justificar los principios de la acción de manera que sea
esta una acción libre, es decir, debemos contestar a la pregunta ¿QUÉ
DEBO HACER? [labor a la que dedicará, entre otras, su Crítica de la
Razón Práctica].
3. Proyectar el destino último del hombre y las posibilidades de su
realización, es decir, debemos contestar a la pregunta ¿QUÉ ME CABE
ESPERAR? [labor a la que dedicará, entre otras, su obra menor ¿Qué es la
Ilustración?].
104
metafísica se encuentra plagada de contradicciones: frente a su estancamiento,
la matemática o la física se erigen como ciencias exactas que avanzan
continuamente. Para poder dilucidar el carácter científico de la metafísica será
necesario comparar su funcionamiento con el de las verdaderas ciencias
(matemáticas y física), y compararlas entre sí, planteando la cuestión en los
siguientes términos:
-¿Cómo es posible la matemática pura?
-¿Cómo es posible la física pura?
-¿Es posible la metafísica como ciencia?
105
novedad, porque al considerar los juicios de la ciencia se percata de que estos
no se ajustarían exactamente a ninguno de estos tipos de juicios tal como Hume
los entendía. Para Kant, existiría un tercer tipo de juicio: los juicios sintéticos a
priori, y esos serán los juicios de la ciencia: por una parte, son extensivos y su
predicado añade información nueva al sujeto; por otra, son universales y
necesarios y su verdad no depende de la experiencia (“la línea recta es la distancia
más corta entre dos puntos” es un juicio sintético porque su predicado no está
contenido en el sujeto, ya que la noción de línea no implica para nada la noción
de distancia; pero, por otra, es a priori porque es universal y necesario, es decir,
su verdad nos consta sin tener que medir todas las distancias entre dos puntos).
De este modo, para Kant los juicios científicos (matemáticas y física) son
juicios sintéticos a priori. La metafísica, por tanto, podrá ser considerada una
ciencia si los juicios en los que se expresa son juicios sintéticos a priori (“dos más
dos son cuatro”). Kant habrá de desplegar toda su teoría del conocimiento para
poder resolver finalmente el problema de la metafísica. Veamos entonces en
qué consiste su epistemología.
106
2.2. Dialéctica trascendental: en ella se ocupa de mostrar cómo se
produce la síntesis del conocimiento en el nivel de la razón y de
analizar si es posible la metafísica como ciencia, es decir, si en ella
son posibles los juicios sintéticos a priori.
107
noúmeno o cosa en sí, y va a funcionar como límite objetivo del conocimiento.
Kant aprovecha este primer nivel para explicar cómo son posibles los
juicios sintéticos a priori en las matemáticas. Las matemáticas, dirá Kant, están
compuestas a su vez por la geometría (que se ocupa de las propiedades del
espacio) y la aritmética (que se ocupa de relaciones numéricas que se suceden
temporalmente). Así, las matemáticas pueden formular juicios sintéticos a priori
porque el espacio y el tiempo son intuiciones puras, formas que se pueden
aplicar a objetos sensibles, por tanto con ellas se puede realizar la síntesis del
conocimiento.
TIPOS DE
CATEGORÍAS JUICIOS CATEGORÍAS
-UNIVERSALES -UNIDAD
CANTIDAD -PARTICULARES -PLURALIDAD
-SINGULARES -TOTALIDAD
-AFIRMATIVOS -REALIDAD
CUALIDAD -NEGATIVOS -NEGACIÓN
-INDETERMINADOS -LIMITACIÓN
-CATEGÓRICOS -INHERENCIA (sustancia/accidente)
RELACIÓN -HIPOTÉTICOS -CAUSALIDAD (causa/efecto)
-COMUNIDAD (acción recíproca)
-DISYUNTIVOS
48 Kant distinguía los conceptos puros, que son las categorías a prior que posee el
entendimiento, de los conceptos empíricos, que proceden de los datos de los sentidos (árbol,
casa, mamífero, etc.).
108
-PROBLEMÁTICOS -POSIBILIDAD-IMPOSIBILIDAD
MODO -ASERTÓRICOS -EXISTENCIA-INEXISTENCIA
-APODÍCTICOS -NECESIDAD-CONTINGENCIA
109
La razón tiende a formar juicios cada vez más generales hasta llegar (de
una forma natural) a estas tres ideas o a lo que Kant llamó el campo de lo
incondicionado, pues no hay nada más general más allá de ellas. Pero, ¿tienen
estas ideas alguna correspondencia con la realidad, con la experiencia? O lo que
es lo mismo, ¿se produce la síntesis del conocimiento entre sujeto y objeto en el
nivel de la razón? Según Kant, en la razón se produce un error fundamental que
consiste en querer aplicar las categorías del entendimiento más allá de los
fenómenos, concretamente al campo de lo incondicionado. Las ideas de la
metafísica no tienen correspondencia empírica, por lo que no pueden
considerarse fenómenos. Es el sujeto el que lo aporta absolutamente todo, no
pudiéndose producir la síntesis del conocimiento con ningún objeto. La razón
cae así en lo que Kant llama la ilusión trascendental, que consiste en tomar a
esas tres ideas como fenómenos sobre los que intentar aplicar las categorías.
La facultad de la razón se relaciona, evidentemente, con la metafísica.
Los juicios sintéticos a priori eran posibles en las matemáticas porque la síntesis
del conocimiento se realizaba correctamente en la sensibilidad, y eran posibles
en la física porque la síntesis del conocimiento se realizaba correctamente en el
entendimiento. Sin embargo, los juicios sintéticos a priori no serán posibles en la
metafísica porque la síntesis del conocimiento no se realiza correctamente en el
nivel de la razón. Hemos llegado a la respuesta de nuestra pregunta inicial: la
metafísica no puede ser considerada una ciencia, aunque nuestra tendencia a
ella sea natural e inevitable.
La razón nos impulsa a buscar leyes cada vez más generales y capaces de
explicar un número mayor de fenómenos. Mientras esta búsqueda se mantiene
dentro de los límites de la experiencia, tal tendencia es eficaz y amplía nuestro
conocimiento, pero nos lleva inevitablemente a traspasar las barreras de los
datos sensibles en busca de lo incondicionado. Es así como intentamos explicar
y unificar los fenómenos físicos por medio de teorías metafísicas, lo que da
lugar a tres tipos de errores:
1. Las antinomias, que son contradicciones que aparecen cuando
intentamos explicar fenómenos a partir de teorías metafísicas acerca
del mundo.
2. Los paralogismos, que son razonamientos falsos que aparecen
cuando intentamos explicar fenómenos a partir de teorías metafísicas
acerca del alma.
3. El ideal de la razón, que es inalcanzable y consiste en el intento de
unificar la explicación de todos los fenómenos por medio de teorías
metafísicas acerca de la causa suprema, Dios.
110
noúmeno era el límite objetivo del conocimiento, las ideas de la razón serán el
límite subjetivo del mismo. El uso correcto de las ideas es precisamente ese, y
no el que se le ha dado a lo largo de la historia: desde tiempos remotos se han
intentado construir ciencias sobre dichas ideas, como si estas fueran objetos de
conocimiento que tuvieran una correspondencia en la realidad.
Hemos logrado responder también a una de las tres grandes preguntas
que se planteaba Kant: ¿QUÉ PUEDO CONOCER? Solo el ámbito de los
fenómenos, acotado entre el noúmeno y el campo de lo incondicionado
Además del uso teórico de la razón, Kant distingue un uso práctico que
se ocupa de la acción humana. La razón, por tanto, tiene una doble dimensión
(teórica y práctica), pero es sólo una. Esta segunda dimensión práctica de la
razón va a ser tratada por Kant en su Crítica de la Razón Práctica, que va a
intentar contestar a la pregunta ¿QUÉ DEBO HACER?, es decir, ¿cómo debo
actuar para que mi conducta sea racional y buena? Esta reflexión va a dar lugar,
en definitiva, al planteamiento de la ética kantiana.
Kant distingue dos tipos de éticas:
1. Éticas materiales: Kant llama materiales a las éticas que tienen un
contenido, es decir, a aquellas que fijan un bien supremo para el ser
humano como criterio de la bondad o maldad de su conducta. De este
modo, las acciones que nos acerquen a dicho bien serán consideradas
“buenas”, y las que nos alejen de él serán consideradas “malas”. Una
vez establecido ese bien supremo, cada ética material establece unas
normas encaminadas a alcanzarlo. Kant critica duramente este tipo de
éticas. Las éticas materiales, dirá Kant, son éticas empíricas porque se
basan en la experiencia para decidir sobre lo bueno y lo malo; es
decir, son a posteriori. Además, no son éticas universales, porque se
orientan a la búsqueda de un bien concreto que no puede ser
generalizable.
En segundo lugar, estas éticas son hipotéticas, es decir, sus
preceptos o leyes no tienen un valor absoluto, tan sólo condicional:
las acciones son buenas o malas dependiendo de si me acercan o no a
ese fin supremo que se persigue en cada caso. Es por ello que suelen
expresarse, según Kant, en imperativos hipotéticos de la forma “si
quieres x, habrás de hacer y”. Además, las éticas materiales son
heterónomas, porque no es el propio sujeto el que se dicta a sí mismo
la ley moral, sino que ésta proviene del exterior, se siente como
extraña y depende del fin que se quiere conseguir (felicidad o bien).
Este tipo de éticas, por tanto, no son válidas para Kant porque no son
universales, es decir, no son aplicables a todos los seres racionales.
111
2. Éticas formales: la más representativa de entre estas éticas es la
propuesta kantiana. Se denomina “formal” porque consiste en una
fórmula moral universalmente válida que indica, no lo que hay que
hacer, sino cómo debe hacerse. De ahí que este tipo de ética tenga
características opuestas a las éticas materiales. Si la ética material era
empírica, la ética formal es universal, porque en ella la ley moral no
depende de la experiencia, es a priori. Si la ética material era
hipotética, la ética formal será categórica, porque sus preceptos sobre
lo bueno y lo malo son absolutos y no se supeditan a ningún fin
exterior que se quiera conseguir. Es por ello que esta ética se expresa,
según Kant, a través del imperativo categórico, que tiene la forma
“haz absolutamente x”. Si la ética material era heterónoma, la ética
formal es autónoma, porque la ley moral por la que se rige determina
al sujeto desde su propia razón, se siente como propia y no
dependerá de ningún fin externo. La ética formal no establece, pues,
lo que hemos de hacer: se limita a señalar cómo hemos de obrar
siempre, trátese de la acción concreta de que se trate.
112
-Acciones conformes al deber: por ejemplo, que un comercio no cobre
abusivamente a sus clientes por miedo a ser denunciado, o para ganar
clientela. Estas acciones están regidas por imperativos hipotéticos porque
su cumplimiento del deber suele perseguir un beneficio particular.
-Acciones por deber: por ejemplo, que un comercio no cobre
abusivamente a sus clientes porque considera que ese es su deber. Sólo
estas últimas acciones son consideradas verdaderamente morales,
porque sólo éstas están regidas por el imperativo categórico. Como
vemos, la moralidad de las acciones tiene que ver con la intención del
sujeto que las realiza.
113
postular la existencia de un ser en quien la moralidad se vea reconocida y
gracias al cual obrar moralmente pueda considerarse una manera de ser
feliz.
114
recobrarla como miembro de la comunidad. El hombre NO sacrifica parte de
su libertad, sino que abandona la libertad salvaje sin ley para insertarse en el
marco jurídico donde podrá desarrollar su libertad verdadera, la libertad
propiamente humana. El hombre crea el Estado porque su propia razón
práctica se lo exige, porque emana de una voluntad común (no confundir con la
voluntad general rousseauniana).
En el Estado habrá división de poderes y regirá sobre todo el derecho
(conjunto de leyes que son a priori porque brotan de la razón de todos los
ciudadanos): defiende así Kant un Estado de Derecho o un Estado Ético, que
podría tomar la forma de República.
115
distinción entre el uso público y el uso privado de la razón. El uso público de la
razón es aquel que hacemos en sociedad, el que compartimos con el resto de los
hombres, y siempre debe ser libre, porque es el único que puede producir la
ilustración de los hombres. Usamos públicamente la razón cuando ésta no se
encuentra sujeta a nada. Kant dice que es el uso que hacemos en cuanto doctos,
es decir, en la medida en que nos atrevemos a pensar desde nuestra propia
conciencia con sensatez. Por el contrario, el uso privado de la razón es aquel
que empleamos cuando desempeñamos un papel o función determinado en la
sociedad, por ejemplo en el contexto del trabajo, y es un uso restringido, es
decir, no-libre. Kant defiende que nadie puede impedir el uso público de la
razón de manera libre, aunque en el interior de las instituciones predomine el
uso privado y, por tanto, no haya libertad. Por ejemplo, el cura, el soldado o el
contribuyente pueden ver restringida su posibilidad de opinar sobre las
cuestiones de gobierno institucional dentro del ámbito privado; pero ninguna
ley puede prohibir que tengan la posibilidad de exponer sus ideas en los
medios de comunicación o en un ámbito público cualquiera como ciudadanos.
Por supuesto, Kant advierte los riesgos de poner en marcha este uso público de
la razón, porque quien expone su punto de vista puede ser despedido,
excomulgado, multado, excluido. Pero el riesgo es aún mayor cuando los
hombres, por temor o cobardía, se privan de ello.
Si la libertad está dada por naturaleza, si los hombres pueden ser libres,
entonces deben ser libres. Negar el uso público de la razón es negar la libertad,
y el alcance de esa prohibición no es individual sino social, porque una
humanidad compuesta por individuos que no son libres será una humanidad
esclavizada y estancada, una humanidad en constante minoría de edad. Kant
utilizará las esferas de la religión y de la política para extraer de ellas los
ejemplos más claros y más humillantes de la minoría de edad. Asimismo,
mostrará que la Ilustración es el paso del “lector” al “autor”, de la heteronomía
a la autonomía de la razón. Cada uno de nosotros, cada pueblo, cada nación,
está arrojado a la aventura de su propia razón, que deberá construir desde su
propio proyecto. En este sentido, el proyecto ilustrado es el proyecto de la
emancipación: ser sujetos ilustrados significa ser sujetos capaces del ejercicio de
libre pensamiento, que no quiere decir cualquier pensamiento, sino el de llevar
adelante la crítica de las instituciones en términos del examen permanente de
las prácticas que ellas generan y los comportamientos que propician.
El hombre es algo más que una máquina, es un ser que piensa y decide,
que posee razón y que puede, con ella, construir su propio destino. Pero para
ello debe tomar las riendas de su pensamiento e independizarse
intelectualmente. No caerá así en el error de hipotecar para sus sucesores la
posibilidad de ilustración, sino que trazará el camino que habrá de seguir la
humanidad para ser auténticamente libre.
116
Immanuel Kant, ‹‹¿Qué es la Ilustración?››
Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad
cuyo responsable es él mismo. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse
del propio entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable
de esta minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino
en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía de algún otro.
Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la
Ilustración.
Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tantos hombres continúan
siendo con gusto menores de edad durante toda su vida, pese a que la Naturaleza los
haya liberado hace ya tiempo de una conducción ajena (haciéndolos físicamente
adultos); y por eso les ha resultado tan fácil a otros erigirse en tutores suyos. Es tan
cómodo ser menor de edad, basta con tener un libro que supla mi entendimiento,
alguien que vele por mi alma y haga las veces de mi conciencia moral, a un médico
que me prescriba la dieta, etc.
No me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros asumirán por mi tan
engorrosa tarea. El que la mayor parte de los hombres (incluyendo a todo el bello sexo)
consideren el paso hacia la mayoría de edad como algo harto peligroso, además de
muy molesto, es algo por lo cual velan aquellos tutores que tan amablemente han
echado sobre sí esa labor de superintendencia. Tras entontecer primero a su rebaño e
impedir cuidadosamente que esas mansas criaturas se atrevan a dar un solo paso fuera
de las andaderas donde han sido confinados, les muestran luego el peligro que se les
acecha cuando intentan caminar solos por su cuenta y riesgo. Mas ese peligro no es
ciertamente tan enorme, puesto que finalmente aprenderían a caminar bien después de
dar unos cuantos tropezones; pero el ejemplo de un simple tropiezo basta para
intimidar y suele servir como escarmiento para volver a intentarlo de nuevo.
Así pues, resulta difícil para cualquier individuo el zafarse de una minoría de
edad que casi se ha convertido en algo connatural. Incluso se ha encariñado con ella y
eso le hace sentirse realmente incapaz de utilizar su propio entendimiento, dado que
nunca se le ha dejado hacer ese intento. Reglamentos y fórmulas, instrumentos
mecánicos de un uso racional – o más bien abuso – de sus dotes naturales, constituyen
los grilletes de una permanente minoría de edad.
Quien lograra quitárselos acabaría dando un salto inseguro para salvar la más
pequeña zanja, al no estar habituado a semejante libertad de movimientos. De ahí que
sean muy pocos quienes han conseguido gracias al cultivo de su propio ingenio,
desenredar las ataduras que les ligaban a esa minoría de edad y caminar con paso
seguro.
Sin embargo, hay más posibilidades de que un público se ilustre a sí mismo;
algo que casi es inevitable con tal de que se le conceda libertad. Pues ahí siempre nos
encontraremos con algunos que piensen por cuenta propia incluso entre quienes han
sido erigidos como tutores de la gente, los cuales, tras haberse desprendido ellos
mismos del yugo de la minoría de edad, difundirán en torno suyo el espíritu de una
estimación racional del propio valor y de la vocación a pensar por sí mismo. Pero aquí
se da una circunstancia muy especial: aquel público, que previamente había sido
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sometido a tal yugo por ellos mismos, les obliga luego a permanecer bajo él, cuando se
ve instigado a ello por alguno de sus tutores que son de suyo incapaces de toda
ilustración; así de perjudicial resulta inculcar prejuicios, pues éstos acaban por
vengarse de quienes fueron sus antecesores o sus tutores. De ahí que un público sólo
pueda conseguir lentamente la ilustración. Mediante una revolución acaso se logre
derrocar un despotismo personal y la opresión generada por la codicia o la ambición,
pero nunca logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar, bien al
contrario, tanto los nuevos prejuicios como los antiguos servirán de rienda para esa
enorme muchedumbre sin pensamiento alguno.
Para esta ilustración tan sólo se requiere libertad y, a decir verdad, la más
inofensiva de cuantas pueden llamarse así: el hacer uso público de la propia razón en
todos los terrenos. Actualmente oigo clamar por doquier: ¡No razones! El oficial ordena:
¡No razones. Adiéstrate! El asesor fiscal: ¡no razones y limítate a pagar tus impuestos!
El consejero espiritual: ¡No razones, ten fe! (Sólo un único señor en el mundo dice:
razonad cuanto queráis y sobre todo lo que gustéis, más no dejéis de obedecer). Impera
por doquier una restricción de la libertad. Pero, ¿cuál es el límite que la obstaculiza y
cuál es el que, bien al contrario, la promueve? He aquí mi respuesta: el uso público de
su razón tiene que ser siempre libre y es el único que puede procurar ilustración entre
los hombres; en cambio muy a menudo cabe restringir su uso privado, sin que por ello
quede particularmente obstaculizado el progreso de la ilustración. Por uso público de
la razón entiendo aquel que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese
público que configura el universo de los lectores. Denomino uso privado al que cabe
hacer de la propia razón en una determinada función o puesto civil, que se le haya
confiado. En algunos asuntos encaminados al interés de la comunidad se hace
necesario un cierto automatismo, merced al cual ciertos miembros de la comunidad
tienen que comportarse pasivamente para verse orientados por el gobierno hacia fines
públicos mediante una unanimidad artificial o, cuando menos, para que no perturben
la consecución de tales metas.
Desde luego, aquí no cabe razonar, sino que uno ha de obedecer. Sin embargo,
en cuanto esta parte de la maquinaria sea considerada como miembro de una
comunidad global e incluso cosmopolita y, por lo tanto, se considere su condición de
alguien instruido que se dirige sensatamente a un público mediante sus escritos,
entonces resulta obvio que puede razonar sin afectar con ello a esos asuntos en donde
se vea parcialmente concernido como miembro pasivo. Ciertamente, resultaría muy
pernicioso que un oficial, a quien sus superiores le han ordenado algo, pretendiese
sutilizar en voz alta y durante el servicio sobre la conveniencia o la utilidad de tal
orden; tiene que obedecer. Pero en justicia no se le puede prohibir que, como experto,
haga observaciones acerca de los defectos del servicio militar y los presente ante su
público para ser enjuiciados. El ciudadano puede negarse a pagar los impuestos que se
le hayan asignado; e incluso una indiscreta crítica hacia tales tributos al ir a
satisfacerlos quedaría penalizada como un escándalo (pues podría originar una
insubordinación generalizada). A pesar de lo cual, el mismo no actuará contra el deber
de un ciudadano si, en tanto que especialista, expresa públicamente sus tesis contra la
inconveniencia o la injusticia de tales impuestos. Igualmente, un sacerdote está
obligado a hacer sus homilías, dirigidas a sus catecúmenos y feligreses, con arreglo al
credo de aquella Iglesia a la que sirve; puesto que fue aceptado en ella bajo esa
condición.
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Pero en cuanto persona docta tiene plena libertad, además de la vocación para
hacerlo así, de participar al público todos sus bienintencionados y cuidadosamente
revisados pensamientos sobre las deficiencias de aquel credo, así como de sus
propuestas tendentes a mejorar la implantación de la religión y la comunidad
eclesiástica. En esto tampoco hay nada que pudiese originar un cargo de conciencia.
Pues lo que enseña en función de su puesto, como encargado de los asuntos de la
Iglesia, será presentado como algo con respecto a lo cual él no tiene libre potestad para
enseñarlo según su buen parecer, sino que ha sido emplazado a exponerlo según una
prescripción ajena y en nombre de otro. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o aquello; he
ahí los argumentos de que se sirve. Luego extraerá para su parroquia todos los
beneficios prácticos de unos dogmas que él mismo no suscribiría con plena convicción,
pero a cuya exposición sí puede comprometerse, porque no es del todo imposible que
la verdad subyazca escondida en ellos o cuando menos, en cualquier caso no haya
nada contradictorio con la religión íntima. Pues si creyese encontrar esto último en
dichos dogmas, no podría desempeñar su cargo en conciencia; tendría que dimitir.
Por consiguiente, el uso de su razón que un predicador comisionado a tal efecto
hace ante su comunidad es meramente un uso privado; porque, por muy grande que
sea ese auditorio siempre constituirá una reunión doméstica; y bajo este respecto él, en
cuanto sacerdote, no es libre, ni tampoco le cabe serlo, al estar ejecutando un encargo
ajeno. En cambio, como alguien docto que habla mediante sus escritos al público en
general, es decir, al mundo, dicho sacerdote disfruta de una libertad ilimitada en el uso
público de su razón, para servirse de su propia razón y hablar en nombre de su propia
persona. Que los tutores del pueblo (en asuntos espirituales) deben ser a su vez
menores de edad constituye absurdo que termina por perpetuar toda suerte de
disparates […]
Si ahora nos preguntáramos: ¿acaso vivimos actualmente en una época
ilustrada?, la respuesta sería ¡No!, pero sí vivimos en una época de Ilustración. Tal y
como están ahora las cosas todavía falta mucho para que los hombres, tomados en su
conjunto, puedan llegar a ser capaces o estén ya en situación de utilizar su propio
entendimiento sin la guía de algún otro en materia de religión. Pero sí tenemos claros
indicios de que ahora se les ha abierto el campo para trabajar libremente en esa
dirección y que también van disminuyendo paulatinamente los obstáculos para que
una ilustración generalizada o el abandono de una minoría de edad de la cual es
responsable uno mismo. Bajo tal mirada esta época nuestra puede ser llamada “época
de la Ilustración” o también “el siglo de Federico”.
Un príncipe que no considera indigno de sí reconocer como un deber suyo el no
prescribir a los hombres nada en cuestiones de religión, sino que les deja plena libertad
para ello e incluso rehúsa el altivo nombre de tolerancia, es un príncipe ilustrado y
merece que el mundo y la posteridad se lo agradezcan, ensalzándolo por haber sido el
primero en haber librado al género humano de la minoría de edad, cuando menos por
parte del gobierno, dejando libre a cada cual para servirse de su propia razón en todo
cuanto tiene que ver con la conciencia. Bajo este príncipe se permite a venerables
clérigos que, como personas doctas, expongan libre y públicamente al examen del
mundo unos juicios y evidencias que se desvían aquí o allá del credo asumido por ellos
sin menoscabar los deberes de su cargo; tanto más aquel otro que no se halle coartado
por obligación profesional alguna. Este espíritu de libertad se propaga también hacia el
exterior, incluso allí donde ha de luchar contra los obstáculos externos de un gobierno
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que se comprende mal a sí mismo. Pues ante dicho gobierno resplandece un ejemplo
de que la libertad no conlleva preocupación alguna por la tranquilidad y la unidad de
la comunidad. Los hombres van abandonando poco a poco el estado de barbarie
gracias a su propio esfuerzo, con tal de que nadie ponga un particular empeño por
mantenerlos en la barbarie.
He colocado el epicentro de la Ilustración, o sea, el abandono por parte del
hombre de aquella minoría de edad respecto a la cual es culpable él mismo, en
cuestiones religiosas, porque nuestros mandatarios no suelen tener interés alguno en
oficiar como tutores de sus súbditos en lo que ataña a las artes y a las ciencias; y porque
además aquella minoría de edad es asimismo la más nociva e infame de todas ellas.
Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esta primera Ilustración va
todavía más lejos y se da cuenta de que, incluso con respecto a su legislación, tampoco
entraña peligro alguno el consentir a sus súbditos que hagan un uso público de su
propia razón y expongan públicamente al mundo sus pensamientos sobre una mejor
concepción de dicha legislación, aun cuando critiquen con toda franqueza la que ya ha
sido promulgada; esto es algo de lo cual poseemos un magnífico ejemplo, por cuanto
ningún monarca ha precedido a ése al que nosotros honramos aquí.
Pero sólo aquel que, precisamente por ser ilustrado, no teme a las sombras, al
tiempo que tiene a mano un cuantioso y bien disciplinado ejército para tranquilidad
pública de los ciudadanos, puede decir aquello que a un Estado libre no le cabe
atreverse a decir: razonad cuando queráis y sobre todo cuanto gustéis, ¡con tal de que
obedezcáis!
Aquí se revela un extraño e inesperado curso de las cosas humanas; tal como
sucede ordinariamente, cuando ese decurso es considerado en términos globales, casi
todo en él resulta paradójico. Un mayor grado de libertad civil parece provechosa para
la libertad espiritual del pueblo y, pese a ello, le coloca límites infranqueables; en
cambio un grado menor de esa libertad civil procura el ámbito para que esta libertad
espiritual se despliegue con arreglo a toda su potencialidad. Pues, cuando la naturaleza
ha desarrollado bajo tan duro tegumento49 ese germen que cuida con extrema ternura,
a saber, la propensión y la vocación hacia el pensar libre , ello repercute sobre la
mentalidad del pueblo (merced a lo cual éste va haciéndose cada vez más apto para la
libertad de actuar) y finalmente acaba por tener un efecto retroactivo hasta sobre los
principios del gobierno, el cual incluso termina por encontrar conveniente tratar al
hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad.
Königsberg (Prusia), 30 de septiembre de 1784
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f) ¿A qué filósofo te recuerda Kant cuando habla de los “grilletes” de la minoría de
edad o cuando dice “Pero sólo aquel que, precisamente por ser ilustrado, no teme a
las sombras”? Justifica tu respuesta.
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