Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
HERMENÉUTICA Y SUBJETIVIDAD
Ramón Rodríguez, 1993
Parte Segunda
EL PRINCIPIO FENOMENOLÓGICO DE
EVIDENCIA Y LA HERMENÉUTICA
CONTEMPORÁNEA
La hermenéutica actual, en torno a la cual han girado conocidos debates del pensamiento contemporá-
neo, dista mucho de ser una mera teoría de la interpretación, aunque pueda sacar de la problemática de
la interpretación de textos históricos buena parte de sus intuiciones más decisivas. Es una teoría
filosófica que tiene, como Gadamer ha puesto de manifiesto, un alcance universal 1, que la convierte de
hecho y de derecho en una especie de nueva forma de filosofía primera, aunque conserve ciertamente,
muy pocos elementos de la clásica filosofía del ser o de la moderna metafísica de la subjetividad. Su
origen próximo se encuentra en la analítica existencial de Heidegger que, al suministrarle una base
ontológica, ha hecho posible esa pretensión de universalidad2, dándole así el rango y el alcance de una
filosofía fundamental, primera.)
Ahora bien, la analítica existencial de Ser y tiempo —es cosa conocida— es, a su modo, una cierta
transformación de la fenomenología trascendental de Husserl, y quizá dependa de ella en mayor
medida de lo que tradicionalmente la crítica ha considerado. El presente trabajo se propone adentrarse
en esa transformación y mostrar en concreto que la hermenéutica filosófica es posible sólo como una
radicalización de la fenomenología. Con la idea de radicalización quiero significar dos cosas: 1) que la
hermenéutica lleva hasta el extremo, hasta sus posibilidades últimas, determinados motivos esenciales
de la fenomenología y 2) que representa a la vez la superación de ésta, en la medida en que, por medio
de la transformación que en ella opera, llega a posiciones de abierta confrontación e incompatibilidad
con tesis fenomenológicas fundamentales.
Pero mi propósito, al tomar como objeto este paso de fenomenología a hermenéutica, no es histórico;
no pretendo documentar fácticamente el origen de la hermenéutica, buscando sus antecedentes
próximos y remotos, ni tampoco efectuar una suerte de reconstrucción de su génesis intelectual, algo
así como una exposición de las principales razones teóricas —los filosofemas— que han concurrido a
su formación. Se trata más bien de una reflexión sobre los argumentos, a mi modo de ver más
significativos, que aproximan y separan fenomenología y hermenéutica, reflexión que, como filosófica,
no puede dejar de pronunciarse sobre el sentido de esa radicalización a la que aludía y sobre la
confrontación intelectual que comporta) Para ello, tomaré como hilo conductor el esencial concepto
fenomenológico de evidencia, el cual arroja una luz muy especial para esclarecer el alcance de la
transformación hermenéutica de la fenomenología, a la vez que supone una piedra de toque
insustituible para examinar el valor de verdad de ambas teorías. Creo que pocos conceptos del pensar
fenomenológico juegan un papel tan decisivo en el ejercicio de la fenomenología y por ello la posición
de la hermenéutica frente a él ha de resultar altamente reveladora.
1 «La hermenéutica es (...) un aspecto universal de la filosofía y no sólo la base metodológica de las llamadas ciencias del
espíritu» (Wahrheit und Methode, J.G.B. Mohr, Tübingen, 1975, p. 451). Cf. también Die Universalität des hermeneu-
tischen Problems, en Kleine Schriften, I (Tübingen, 1967, p. 109), donde Gadamer atribuye a la conciencia hermenéu-
tica exponer la integridad de nuestra experiencia vital y de nuestras posibilidades de conocimiento.
2 «En la interpretación trascendental de la comprensión por Heidegger el problema de la hermenéutica gana un rasgo
universal, más, aún gana toda una dimensión nueva» (H.-G. Gadamer, Wahrheit und Methode, p. 249).
I. FENOMENOLOGÍA Y EVIDENCIA
La noción de evidencia no es uno más entre los muchos conceptos epistemológicos que la fenomeno-
logía ha sometido a examen y dilucidación. Tampoco la «teoría de la evidencia» es una parte junto a
otras —teoría del juicio, de la significación, de la razón, etc.— del análisis fenomenológico del conoci-
miento. La evidencia es el elemento en que. se mueve por entero el método fenomenológico, su
concepto metódico fundamental, no en el sentido de ser un momento determinado del método, sino el
suelo en el que arraiga el proceder y el estilo de la filosofía fenomenología. Pero la evidencia no es un
principio metodológico que comience por ser asentado de modo apriorístico y postulativo, sino extraído
de la dinámica misma del conocimiento, que es analizado con la intención de no decir de él más que lo
que él mismo muestre. Lo cual indica que el análisis supone ya, antes de toda conciencia metodológica,
la realidad de la evidencia. Ésta es un elemento integrante del conocimiento, por tanto, algo en lo que
estamos ya instalados cuando dirigimos la mirada analítica (cognoscitiva) al hecho del conocer. La
fenomenología, en una reflexión sobre el conocimiento que usa ya de la evidencia, muestra que ésta es
un momento esencial de todo conocer. Precisamente por ello puede, en un momento posterior, ser
elevada a tesis metodológica. Pero antes de toda metodología, la evidencia es para la fenomenología el
elemento mismo del pensamiento.
Este es el sentido de la sexta investigación lógica, donde Husserl alcanza resultados definitivos sobre
los conceptos de evidencia y verdad. Todo el paciente trabajo analítico de las investigaciones quinta y
sexta, especialmente la muy elaborada distinción entre materia y cualidad de los actos, así como el
esclarecimiento del papel de la percepción y su función impletiva respecto de los actos en los que
reside la significación, culmina en el capítulo sobre verdad y evidencia. Allí muestra Husserl con toda
claridad que «el ideal de la adecuación» entre la intención significativa y el acto intuitivo que «da» la
cosa a la que la intención se refiere está implícito en todos y caída uno de los actos que integran el
proceso cognoscitivo; desde la mera mención significativa, que mienta la cosa en «vacío», con
conciencia de su no presencia, pasando por la representación imaginativa o mnémica, que muestra la
cosa en imagen, hasta la percepción, que presenta la cosa misma, pero no íntegramente, en su plenitud,
por la realidad de sus escorzos perceptivos, hay una constante referencia a la presencia total de la «cosa
misma», que constituye el sentido último del conocimiento. Este mostrarse la cosa misma «en
persona», como dice Husserl, no es algo sobreañadido a los diversos tipos de actos que integran el
proceso del conocimiento, sino algo que pertenece a su propia referencia intencional (con las
diferencias señaladas) y de forma tal que esa presencia íntegra de la cosa tiene el sentido de «llenar»
(erfüllen) los espacios de vaciedad simbólica que registran las significaciones y representaciones. La
plenificación de una significación por la cosa misma significada es lo que constituye el conocimiento
en sentido estricto.
La evidencia es entonces la vivencia de esa plenificación, el acto en que se vive «que la objetividad
significada es dada en la intuición en sentido estricto y dada exactamente tal como es pensada y
nombrada»3. Como acto nuevo, distinto de la significación e intuición concordantes, puede ser a su vez
analizado. Por el lado del objeto, su correlato objetivo es la verdad, una situación objetiva consistente
en Tina identidad o perfecta concordancia entre lo mentado y lo dado. Pero si a la par miramos, dentro
de esta situación objetiva, a cada uno de los miembros de la relación surgen dos nuevos conceptos de
verdad: por el lado de la intención, aparece ésta como ajustándose a la cosa dada: es la idea de verdad
como Richtigkeit, adecuación; por el lado del objeto dado, éste aparece como lo que da plenitud, como
lo que hace verdadera a la intención; la verdad es aquí el ente verdadero, la «cosa misma», en su darse
íntegro y pleno.
3 Logische Untersuchungen, 6a, § 37. Las traducciones de los textos que cito son habitualmente las de M. García Morente
y J. Gaos de su edición de las Investigaciones lógicas, Revista de Occidente, Madrid, 21967.
Este tercer concepto de verdad es, sin discusión, el fundamental, pues es el supuesto de los otros dos.
Sólo si la cosa misma se muestra en su plenitud cabe que la intención aparezca adecuándose a la cosa,
«llenada» totalmente por ella. Igualmente, la vivencia de la identificación —la evidencia— es posible
por la donación de la cosa «en persona». Cabe incluso decir que se identifica con ella; pues en el acto
de evidencia, como Husserl señala, se vive la concordancia, lo que significa que no se la aprehende
temáticamente. El objeto explícito del acto lo constituye la cosa misma en su plenitud, que es hacia
quien propiamente está referido el acto de evidencia: la aprehensión temática de la concordancia sólo
acontece en la reflexión sobre la evidencia. Por ello en los análisis de los parágrafos 136 y siguientes de
las Ideen zu einer reinen Phänomenologie, Husserl entiende por evidencia sencillamente el «ver que da
originariamente», es decir, el acto impletivo en el que la cosa misma se muestra justa y enteramente tal
como es mentada.
Merced a esta aclaración del acto de evidencia y de su correlato, la verdad, Husserl puede rechazar con
energía todas las teorías «subjetivistas» que interpretan la evidencia como un peculiar sentimiento que
acompaña a determinados juicios y que sería algo así como el índice de su verdad. Tal teoría resulta
absurda desde el momento que la fenomenología de la evidencia ha mostrado nítidamente que ella no
consiste en ningún sentimiento especial, sino en un carácter noemático, el modo de darse «en persona»,
que pertenece al sentido objetivo de la vivencia. La posición de ser, la creencia en la realidad de lo
evidente, es el correlato subjetivo (noético) indisociable del carácter objetivo de la evidencia. Por ello
es un acto eminentemente racional; incluso la idea misma de racionalidad se aclara a partir de él: «a
todo aparecer en persona una cosa es inherente la posición, la cual no es solamente una con ese
aparecer, es una con él de una manera sui generis: está “motivada” por él, y no simplemente de una
manera cualquiera, sino “motivada racionalmente”». Esto mismo quiere decir también: la posición
tiene en el darse originariamente el fundamento primitivo de su legitimidad. La evidencia intelectual, la
evidencia en general, es, pues, un proceso de todo punto señalado; por su «núcleo» es la unidad de una
posición racional con lo que la motiva esencialmente»4.
Esta unidad es el rasgo fundamental de la evidencia y por ello resulta imposible ver en ella, ante todo,
una especie de canon metódico que el sujeto saca de sí para imponerlo a lo que se da y someterlo a la
universalidad de este «criterio». La fenomenología del acto de evidencia muestra bien a las claras que
la clonación «en persona» precede a toda elevación de la evidencia a regla metodológica, esto es, a su
conversión en instancia legitimadora. Por ello dice Husserl que el darse originario es el fundamento de
la legitimidad de la posición típica de la evidencia (el implícito «es evidente que...» o «es verdad
que...»). La donación hace posible la evidencia como principio de legitimidad y no al revés; así es
como debe interpretarse el célebre principio de todos los principios: «Toda intuición en que se da algo
originariamente es un fundamento de derecho del conocimiento; todo lo que se nos brinda originaria-
mente (por decirlo así, en su realidad corpórea) en la intuición ”, hay que tomarlo simplemente como se
da, pero también sólo dentro de los límites en que se da» 5. La reflexión fenomenológica, a la busca ya
de la construcción de un saber riguroso y estricto, recoge esta experiencia primitiva del conocimiento
humano y hace de ella un criterio de legitimidad, un modo de contrastar la validez de las afirmaciones
teóricas. Pero, aunque con ello introduce ciertamente un plano nuevo, eso no significa que la evidencia
deje de ser la conciencia de un darse originario, que nada sabe aún de «métodos».
La evidencia como el acto intencional en que algo se muestra en su plenitud forma, pues, parte del
sentido de los actos cognoscitivos. La sexta investigación ha mostrado que la percepción es el acto
intuitivo que entrega la cosa misma, que es por tanto el prototipo del acto impletivo: pero el examen
detallado de la percepción enseña que no puede corresponderle más que una evidencia inadecuada.
pues aunque el objeto percibido se muestra como él mismo, el contenido intuitivo que se presenta no es
4 Ideen zu einer reinen Phánomenologie und phänomenologischen Philosophie, § 136. La traducción de los textos es habitualmente la
de J. Gaos, Ideas relativas a una fenomenología pura, FCE, México, 21962.
5 Ideen zur einer reinen Phänomenologie, § 24.
nunca la cosa en su integridad, no es toda la cosa; se abre así un necesario proceso de síntesis sucesivas
que dilata indefinidamente la adecuación perfecta y total. Ésta sigue siendo, sin embargo, una idea
inscrita en el conocimiento y un ideal irrenunciable.
La reflexión sobre la percepción muestra que el valor de evidencia de un determinado acto debe, a su
vez, ser críticamente examinado. Las Meditaciones cartesianas han insistido constantemente en esta
idea. Lejos de la aceptación inmediata de lo que cualquier evidencia ofrece, la fenomenología ha de
sopesar su alcance, haciendo evidente hasta dónde llegue el efectivo darse las cosas mismas 6. Esta
reflexión crítica es justamente la fenomenología. Pero nótese bien que esta reflexión sobe la evidencia
usa ya de ella en dos sentidos: a) porque el enjuiciamiento se hace tomando como norma el ideal de la
adecuación perfecta que el análisis del conocimiento revela; b) porque la reflexión misma trata de hacer
evidente para sí la perfección o imperfección de la evidencia primera, es decir, trata de llevar a ésta al
estado de mostrar íntegra, plenamente su contenido.
Todas las tesis centrales del método fenomenológico pueden entenderse partiendo de este esclareci-
miento de la idea de evidencia que ofrece la primera gran obra de Husserl. El leitmotiv de la fenomeno-
logía, la fidelidad a lo dado, su peculiar «positivismo» (¡a las cosas mismas!), queda determinado de
manera precisa mediante la idea de experiencia originaria en que algo se da tal cuál es; hay que llevar
las teorías hacia los datos originales de la evidencia, examinar críticamente en la reflexión su carácter
evidente y no acoger en ellaa más que lo que pueda ser constantemente referido a dichos datos. Tal es
el sentido de la fenomenológica exención de prejuicios; decir tan sólo lo que puede, explícita o
implícitamente, mostrarse contenida en una evidencia. No otra cosa expresa la idea, tan cara a Husserl,
«de fundamentación absoluta, de comienzo radical, que define, por otra parte, su concepción de la
filosofía como ciencia estricta y rigurosa. Fundamentar científicamente algo será siempre para Huesserl
aducir la experiencia originaria en que ese algo se muestra en sí mismo, llegar al terreno en que se dan
las cosas con absoluta claridad, Igualmente la primacía de la intuición como forma cognoscitiva es
absolutamente solidaria con la concepción de la evidencia como acto impletivo en el que la cosa se da
ella misma llenando un sentido dado previamente: tal donación es la idea misma de intuición.
Incluso el salto a la fenomenología trascendental, la epojé o reducción fenomenológica, me parece
esencialmente determinado por una reflexión sobre la evidencia como expresión máxima del
conocimiento. La crítica posterior a Husserl —Heidegger, entre otros— ha insistido en la deuda de la
fenomenología trascendental respecto del ideal cartesiano y moderno de ciencia. Pero, sin negar esta
dependencia, creo qué la epojé puede ser entendida como una reduplicación de la exigencia de
fidelidad a lo dado, expresado en la evidencia: sólo en el abandono de la actitud natural, en la no
coejecución de su tesis, cabe un pleno volcarse hacia las cosas que ella muestra, un alumbramiento
pleno de la cosa misma, que la creencia instintiva en su realidad impide ver. La idea aludida de una
crítica de la evidencia inmediata hacia y desde una evidencia, adecuada preside el análisis intencional y
la construcción misma de la fenomenología trascendental. La experiencia del yo trascendental es una
evidencia adecuada —al menos en sus vivencias actuales, no respecto a los horizontes coasumidos— y
apodíctica, en el seno de la cual la vida aparece de manera absolutamente manifiesta.
Esta instalación en la subjetividad trascendental, consecuencia de proseguir en el camino del ideal de la
adecuación, requiere reparar en algunos puntos de gran relieve para nuestro tema:
2. Ese plus que en la reflexión fenomenológica comparece es el ámbito del sentido. La sustitución de la
cosa real de la actitud natural por el sentido, es decir, por el puro correlato poemático de un acto —este
árbol real por el «árbol» como sentido de esta percepción7—, que la reducción trascendental produce,
permite descubrir todo lo que en la vivencia natural inmediata no se muestra: investigar lo que aparece
en cuanto que aparece y dentro de los límites de tal aparecer —el sentido ampliamente entendido— es
el cometido de la fenomenología. Lejos de ofrecernos un mundo espectral, fantasmagórico, la
descripción de lo dado en cuanto dado nos revela todo lo implícito en el mundo real: nos da, no sólo la
cosa real, sino ella misma en sus modos de darse y de conciencia.
4. El campo del sentido, del «fenómeno» en su significación precisa y estricta, es el ámbito universal de
la fenomenología. Todo ser, toda forma de ser y toda posición de ser se anuncia y aparece en él. Esto no
significa prima facie que ser se reduzca a sentido, sino que toda forma de ser es solidaria de su
mostrarse como tal. De esta manera, la fenomenología es «ruina de la representación en un segundo
sentido: como rechazo radical de toda entidad intermediaria entre la cosa misma (el fenómeno, el
sentido) y la subjetividad. Como es bien sabido, Husserl ha interpretado esta absoluta imbricación de
ser y sentido, que el análisis intencional implica, en la forma de un idealismo trascendental de nuevo
cuño9, cuestión en la que no puedo entrar en el presente trabajo. Pero, con independencia de la
interpretación idealista de la fenomenología, una cosa se mantiene: el campo fenomenológico puro es
el ámbito de lo originario en una doble acepción: porque en él se revela en su plenitud todo ser y
porque todo lo que en él aparece se da o puede darse en el modo originario de la evidencia.
7 «Dondequiera hay que tomar el correlato noemático, que aquí se llama sentido (en una significación muy ampliada),
exactamente tal como está “inmanente” en la vivencia de la percepción, del juicio, del agrado, etc., es decir, tal como, si
preguntamos puramente a la vivencia misma, nos es ofrecido por ella» (Ideen, § 88).
8 Cf. La ruine de la représentation, en En découvrant l'existence avec Husserl et Heidegger, Vrin, París. 1974, p. 114.
9 Véase, a título de ejemplo, este extraordinario texto del § 41 de las Meditaciones cartesianas: «Tan pronto como en
lugar de llevar fugazmente a cabo una epojé fenomenológica, se procede, por el contrario, a descubrir en una
autorreflexión sistemática, y en cuanto ego puro, el campo entero de la propia conciencia, se decubre que todo cuanto
existe para él es algo que se constituye en él mismo, y que toda forma de ser, inclusive toda forma caracterizada como
“trascendente” en cualquier sentido, tiene su constitución especial. La trascendencia es en toda forma un sentido de
realidad que se constituye dentro del ego. Todo sentido imaginable, toda realidad imaginable, dígase inmanente o
trascendente, cae dentro de la esfera de la subjetividad trascendental, en cuanto constituyente de todo sentido y realidad.
Querer tomar el universo de la verdadera realidad como algo que fuera del universo de la conciencia posible, del
conocimiento posible, de la evidencia posible, ambos universos relacionados entre sí meramente de un modo extrínseco,
por medio de una ley rígida, es algo sin sentido. Ambos están en esencial conexión, y lo que está en conexión esencial
es también concretamente una cosa; una cosa en la concreción única y absoluta de la subjetividad trascendental. Si ésta
es el universo del sentido posible, algo fuera de ella «es justamente algo sin sentido».
II. LOS ORÍGENES FENOMENOLÓGICOS
DE LA HERMENÉUTICA
La hermenéutica contemporánea es un desarrollo coherente de la fenomenología. Incluso 10 cabe
entenderla —así al menos querría Heidegger— como la auténtica fenomenología frente a su desviación
idealista: el camino hacia el idealismo revela la sumisión inadvertida a prejuicios tradicionales de la
filosofía moderna que no se han sabido ahuyentar. La hermenéutica, en la medida misma en que los
revela y deshace su poder, cumple con la verdadera tarea fenomenológica. Ricoeur ha llegado a decir,
siguiendo la línea interpretará va abierta por el propio Heidegger, que la hermenéutica no se opone a la
fenomenología, sino a la interpretación idealista del mismo Husserl 11. Esto me parece inaceptable, pues,
si bien la hermenéutica es un lógico desarrollo de la fenomenología, su término es una teoría que
presenta elementos claramente incompatibles con lo más sustancial de la posición fenomenológica.
¿En qué se muestra que la hermenéutica es una expansión coherente de posibilidades fenomenológicas?
En varios rasgos que, expresados sintéticamente y de manera puramente asertórica, pueden enunciarse
así:
1. Ante todo en la fidelidad radical a lo que se muestra tal como se muestra. Los motivos esenciales de
la hermenéutica como teoría surgen de una extrema atención a las cosas mismas, de un intento de
acceder correctamente a la facticidad histórica de la vida humana, dejándose dar por ésta sus propios
caracteres. Sólo en esta actitud fenomenológica ha podido salir a la luz el hecho hermenéutico
fundamental, el ser-en-el-mundo, la pertenencia o inserción en un ámbito dado de sentido.
2. En la primacía del pensar intuitivo. Pese a la desconfianza con que la hermenéutica contempla la
idea de «intuición», demasiado dependiente del modelo de la percepción óptica, la teoría ontológica de
la comprensión se funda metódicamente en el establecimiento de conexiones esenciales que no son
obtenidas mediante inferencias ni hipótesis operatorias, sino mediante una «visión» de la consistencia
interna de «hechos», de una facticidad dada. Es una estructura invariante de un fenómeno (el
comprender, por ejemplo) lo que se pone de manifiesto a un «ver» a él dirigido. Naturalmente ese ver
no es un mirar ingenuo, pero tampoco lo es la intuición en la fenomenología.
El lenguaje no afirma a su vez una existencia autónoma frente al mundo que habla a través de él.
No sólo el mundo es mundo en cuanto que accede al lenguaje: el lenguaje sólo tiene su verdadera
existencia en el hecho de que en él se representa el mundo. La humanidad originaria del lenguaje
significa, pues, al mismo tiempo la lingüisticidad originaria del estar-en-el-mundo del hombre 16.
5. Pero la instalación en el campo del puro sentido supone que la hermenéutica acepte en algún sentido
la epojé, algo difícil de admitir si se recuerda que la reducción fenomenológica es, en la concepción
habitual, el punto de inflexión que marca la diferencia entre la factici— dad e historicidad
21 Ibid., p. 117.
22 «¿Cómo vivo yo el mundo que me circunda? ¿me está “dado”? No, pues mundo circundante dado está ya teoréticamen-
te afectado, forzado a separarse de mí, el yo histórico... “Dado” es una reflexión teorética sobre él, silenciosa, que no
aparece, pero auténtica. El “estar dado” es ya, pues, una forma teorética» (Ibid., pp. 88-89)
22 Cf. Ibid., p. 110.
fenomenológico. La crítica de las deformaciones de lo inmediato es una actitud que la hermenéutica
coma de la fenomenología. Por asumir el orden básico de problemas de la fenomenología trascendental,
la «hermenéutica de la facticidad» no cae en el antropologismo que Husserl creía ver en ella.
Hasta tal punto la hermenéutica no es un más acá, sino un más allá de la fenomenología que, decía,
supone su radicalización, es decir, su superación en el propio sendero por ella señalado. ¿En qué
sentido? Fundamentalmente en dos aspectos: 1) en que la hermenéutica descubre un estrato más
originario que la subjetividad trascendental y 2) en que lo descubierto en ese estrato hace imposible
permanecer en las tesis básicas de la fenomenología.
1. La intuición originaria de la vida —vida, no en sentido biológico, sino como el ámbito a priori en el
que siempre ya estamos y en el que toda comprensión de ser acontece— suministra el terreno al
análisis fenomenológico. Éste muestra que todo acto intencional, que toda conciencia-de, reposa sobre
un estar ya cabe las cosas, sobre una previa trascendencia o comprensión de sentido preteorética, que
no tiene el carácter del estar dirigido a un-algo-que-está-ahí-presente ante la subjetividad, el modelo
habitual de la relación intencional. Sin embargo, como decía antes, tal estrato previo puede ser
mostrado y es la fenomenología quien lo hace posible. Pero, en esa misma medida, el concepto de
aparecer que sostiene todo el análisis intencional, el darse de las cosas mismas, en una palabra, el
propio hecho fenomeno-lógico resulta cuestionado. La fenomenalidad del fenómeno no es un dato
fenomenológico, sino un supuesto del análisis intencional, una decisión previa de carácter metafísico,
es decir, no fenomenoló-gica. Fink ha insistido en ello de manera especialmente clarificadora24. La
verdadera cuestión que la hermenéutica plantea es entonces: ¿qué es lo que en general hace posible que
una «cosa misma» se dé, que algo venga a ser objeto de una conciencia-de?
La retroferencia de la intencionalidad a un ámbito más originario lleva consigo la imposibilidad de
concebir ese ámbito en términos de subjetividad. Pues subjetividad es ante todo un concepto que,
dejando aparte su raíz metafísica en la sustancia, hace referencia al saber de la reflexión, a la contrapo-
sición cognoscitiva sujeto-objeto. Que Husserl haya concebido el término del retroceso fundamentador
como la formación de toda objetividad en las Leistungen constituyentes de una subjetividad evidencia
sencillamente la fuerza del modelo sujeto-objeto. No es esencial aquí la discusión en tomo a la
interpretación idealista de esta «constitución». Lo definitorio es que la fenomenología trascendental ve
en unas operaciones «subjetivas» la condición imprescindible de que algo aparezca, es decir, sea
objeto, decidiendo a priori que la presencia intencional es la forma única del aparecer. Pero esas
operaciones subjetivas, en la medida misma en que aparecen como subjetivas, no son la raíz del
aparecer, sino que lo suponen. El abrirse a priori del mundo como espacio previo de significado es el
terreno en el que se hace visible la intencionalidad.
2. Pero el descubrimiento de un lugar de la génesis del sentido más originario que el campo de la
conciencia pura no es el único momento decisivo en la superación de la problemática fenomenológica.
Es igualmente determinante el carácter histórico de ese mismo ámbito. El análisis de Ser y tiempo había
mostrado cómo la estructura ontológica de «proyecto arrojado» (geworfene Entwurf) en que todo acto
de comprensión arraiga implica necesariamente una peculiar temporalidad: la apertura a posibilidades
es a la vez asunción de lo que ya se es y esa interna gestación de la vida constituye una elemental
historicidad que forma el horizonte irrebasable de toda comprensión. En la medida en que todo
comportamiento comprensivo acoge velis nolis un ámbito de sentido que él mismo no pone, queda
24 «El fenómeno se toma objeto representado de un yo representante. La fenomenología de Husserl se apoya implícita-
mente en el suelo de esta transformación moderna de la metafísica, sin cumplirlo expresamente y sin experimentarlo
como problema. Su problematicidad ontológica no es discutida. El ente se ha transformado en fenómeno. Y aquí el
fenómeno no es el modo como el ente, de vez en cuando, entra en relación con otras cosas o con un sujeto
representante. La decisión es ahora más bien definitiva: el ente es objeto y nada más. Un examen de esa decisión previa
queda fuera del dominio del método fenomenológico, porque todo examen lo entiende como la comprobación (Auswei-
sung) en el fenómeno que se da él mismo». (E, Fink, L'analyse intentionnelle et le probléme de la pensée spéculative,
en H.L van Breda, Problemes actuels de la phénoménologie, Desclée de Brouwer, Bruxelles, 1952, p. 73).
fijado a un aquí, a una Lichtung, a un espacio iluminado, que siempre le precede, no como una mera
condición lógica de posibilidad, sino como su propia condición fáctica, como su consustancial ser
habiendo ya sido. La aprioridad del ámbito del sentido es a la par histórica.
La salida a la luz de un ámbito más radical que el plano trascendental de la conciencia, en el que se
encuentra la verdadera Sittngebung, tiene como consecuencia poner una carga en la línea de flotación
de la fenomenología: las ideas de evidencia, de experiencia originaria, de ausencia de supuestos, de
comienzo absoluto, de filosofía como ciencia estricta e incluso la idea misma de reflexión que la
actitud fenomenológica supone, se ven profundamente afectadas. Pues, efectivamente, ese espacio
histórico de significatividad que constituye toda situación hermenéutica es por principio fugitivo,
rehuye toda posibilidad de ser objetivado, es absolutamente indisponible para el acto cognoscitivo justo
en la medida en que lo hace realmente posible. El modelo que rige el concepto hermenéutico de
comprensión es la dialéctica insuperable ocultamiento/desocultación que domina la obra de Heidegger:
el descubrimiento del ente es posible por el simultáneo ocultamiento del ser. Todo darse de algo
objetivo está ya en un ámbito que no se da y la reflexión sobre los propios actos lo más que puede
hacer es descubrir su estar ya ahí, pero jamás traerlo por entero a la presencia. Gadamer, explotando a
fondo las consecuencias de este modelo para las ciencias del espíritu, ha introducido la idea de
Wirckungsgeschichtliches Bewusstsein, que expresa la impotencia de la reflexión de manera rotunda:
«ser histórico quiere decir no agotarse nunca en el saberse»25.
Respecto de nuestro tema, la evidencia, las consecuencias son claras: la idea de un darse originario
reposa sobre una cierta ingenuidad ahistórica, sobre la ignorancia de la pre-estructura histórica del
comprender; lo que en todo acto de evidencia se muestra, la cosa misma, no es un dato originario, sino
que en su mismo «ser cosa» es el resultado de opciones ontológicas fundamentales, históricamente
tomadas, que le preceden absolutamente, que no comparecen en él y para las que el análisis intencional
es necesariamente ciego: el sentido que en la evidencia se da no es todo el sentido. Pero es que,
además, por el lado noético, no cabe una mirada absolutamente ausente de supuestos, de preconcep-
ciones, pues precisamente son los supuestos los que permiten, en general, mirar. Esos prejuicios ejercen
todo su poder cuando no son vistos. La reflexión hermenéutica y la Abbau heideggeriana, que
pretenden entrar de lleno en el círculo de la comprensión e iluminar nuestra situación hermenéutica
sacando a la luz sus supuestos no tienen ni pueden tener como médium la evidencia, pues aquello que
habría de ser evidenciado no puede constitutivamente darse, es decir, venir a la presencia absoluta.
La hermenéutica opera así una ruptura en la idea de evidencia, al separar lo originario del hecho de ser
dado. No puede haber datos originarios, últimos, sino sólo datos ya constituidos, ya originados. Lo
propiamente originario no es objeto y lo que es objeto no es originario. Paralelamente a esta ruptura se
introduce otra en el seno del terreno universal del sentido: el comprender algo, muy especialmente la
comprensión hermenéutica que se abre a su propia historicidad, no es tener ante sí un algo como cosa
misma o su ausencia. Tal idea no sirve para la comprensión de lo histórico, sino sólo para ciertas
formas de objetividad, como los objetos de la percepción, o las entidades matemáticas.
Tanto Heidegger como Gadamer asocian claramente, en un movimiento que es esencial al discurso
hermenéutico, el abandono de la evidencia con la superación del sujeto. En ellos hay una especie de
fusión pétrea evidencia y filosofía de la subjetividad. Gadamer, en estrecho parentesco con las filoso-
fías de la sospecha, concibe la hermenéutica como una superación de los engaños de la reflexión:
En realidad no es la historia la que nos pertenece, sino que somos nosotros los que pertenecemos a
ella. Mucho antes de que nos comprendamos a nosotros mismos en la reflexión, nos estamos com-
prendiendo ya de una manera autoevidente en la familia, en la sociedad y el estado en que vivimos.
La lente de la subjetividad es un espejo deformante. La autorreflexión del individuo, no es más que
El principio de todos los principios contiene la tesis de la primacía del método. Este principio
decide acerca de qué cosas pueden satisfacer al método. «El principio de todos los principios» exige
que la subjetividad absoluta sea el tema de la filosofía 27.
Y Fink ha dado clara expresión a esta asimilación de la evidencia metódica con la primacía absoluta del sujeto:
Quizá la perspectiva fundamental del método fenomenológico es ya, de manera oculta, conforme
con la esencia moderna de la metafísica, justamente porque se realiza como método. «Método», es
ante todo un modo reflexivo y proyectado del acceso humano al ente. El ente es cortado a la medida
del hombre, pensado conforme a la capacidad humana de captación... Allí donde el método ha
alcanzado una preeminencia incondicionada, el hombre es, explícita o tácitamente, la medida de
todas las cosas. Incluso un método que no quiere dar la palabra más que a las cosas mismas y que se
figura muy lejos de una temeraria hegemonía del hombre, puede, porque opera como método,
reposar sobre una disimulada posición metafísica, la que pone el sujeto como absoluto 28.
Pero esta devaluación hermenéutica de la evidencia no es, sin más, algo indiscutible y merece algunas
consideraciones críticas.
3. Pero esto nos conduce a una última reflexión. La evidencia, en la reflexión fenomeno-lógica, cumple
un fundamental papel crítico; la conciencia en el acto de evidencia, a la par que se encuentra arrojada al
mundo, ve en esa experiencia una posibilidad de discernimiento de su propio saber acerca del mundo;
puede entonces cribar la experiencia desde el ideal de la adecuación vivido. La hermenéutica, al
abandonar el terreno de la evidencia para centrarse en la reflexión histórica sobre los supuestos del
comprender, pierde indefectiblemente ese poder crítico de sí misma que la fenomenología poseía,
tornándose en un pensamiento básicamente especulativo —lo cual es patente en el Seinsdenken
heideggeriano. Yo no veo en la hermenéutica un sustitutivo de la instancia crítica que en la
fenomenología representa la evidencia. No es ninguna casualidad que la hermenéutica haya seguido los
pasos de Heidegger, centrándose en la verdad como alezeia y dejando la verdad como adaequatio, es
decir, centrándose en la apertura inaugural de un mundo, en el fenómeno de la Sinn-Eröffnung, de la
apertura a priori del sentido, que ya no puede ser enjuiciado mediante su referencia a ninguna «cosa
misma». Tugendhat ha mostrado esta pérdida de instancia crítica, respecto del pensamiento
heideggeriano, de manera rotunda29.
Pero esta reflexión nos lleva a plantear el problema de cuál es el estatuto de la hermenéutica como
teoría.¿Es una fenomenología de la facticidad y finitud de la existencia histórica, que puede, por tanto,
ser enjuiciada con criterios fenomenológicos? ¿O es un tipo de pensamiento que, superada la base
fenomenológica, se sustrae ya a toda condición de verdad? La hermenéutica suele concebirse como una
reflexión crítica que, al mostrar los supuestos de las ciencias y de las filosofías, les resta la pretensión
de instancias últimas y definitivas. Pero ¿quis custodet ipsos custodes? ¿Cuál sería la manera legítima
de enjuiciar a la hermenéutica como teoría y a su práctica concreta en el terreno de las ciencias del
espíritu? No se ve fácilmente. El abandono de la evidencia a las filosofías de la subjetividad o, lo que
es lo mismo, la ausencia de una clara instancia a la que acudir para, en algún sentido, comprobar la
verdad de los enunciados teóricos, deja abierto el camino a la arbitrariedad interpretativa, es decir,
paradójicamente, a la mera subjetividad.
Hablando desde posiciones heideggerianas, Fink ha dicho que el análisis intencional es fructífero en
concreto, pero peligroso cuando pretende interpretar el sentido de la vida total de la conciencia 30.
Habría que decir de la hermenéutica filosófica más bien lo contrario: interesante y sugerente como
reflexión totalizadora, resulta demasiado global y de escasa utilidad para el análisis concreto. Se abre
así para el pensamiento contemporáneo una tarea enormemente atractiva: cómo hacerse cargo de ambas
perspectivas sin que se discutan mutuamente su legitimidad.
29 Es la tesis central de su libro Der Wahrheitsbegriff bei Husserl und Heidegger, W. de Gruyter, Berlín, 1967, sostenida
abreviadamente en el artículo Heideggers Idee von Wahreit, en O. Poggeler (ed.), Heidegger. Perpektiven zur Deutung
seines Werces, Berlín, 1969.
30 E. Fink, o. c., pp. 78.