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LAS PITITAS TRAICIONADAS POR LOS MISMOS FRACASADOS

Max Murillo Mendoza

En octubre y noviembre del año pasado, el país se revolvió y prácticamente todos se volcaron
a las calles. Unos desde las visiones del MAS; otros desde las visiones de un país cansado por la
soberbia y la corrupción. Los profundos errores del anterior mandatario, en sus desvaríos y
clásicos discursos sindicateros calificó a los bloqueos citadinos de pititas. Pues le devolvieron
las gentilezas apropiándose de ese insulto, para salir a las calles con mayor fuerza y
circunstancia contra esa soberbia. Jóvenes en general, sobrepasaron las expectativas y se
adueñaron de las avenidas y calles en todo el país, para reclamar y pedir cambio de rumbo en
la revolución traicionada, destruida y hecho añicos para convertirla en una revolución de
rodillas.

El grado de corrupción generalizada de ese proceso, fue la muestra de la profunda crisis moral
y ética a la que habían caído moros y cristianos, izquierdosos e indigenistas. Culpables claros
del derrumbe ético, de un proceso que prometió todo; pero que fue incapaz internamente
para construir un nuevo paradigma político en Bolivia. Las calles evidenciaron con creces dicho
cansancio, sobre todo de las nuevas generaciones.

En los catorce años de pax masista los llamados opositores también fueron incapaces de
generar alguna alternativa, u otras formas de política nueva. Divididos en sus propias castas,
en sus caudillismos criollos y frívolos, jamás se atrevieron a parir alternativas. Quizás sea
demasiado pedir peras al olmo, casi todos esos representantes son torpes y poco dotados para
la política moderna y seria. Sin ideas precisamente para la política, sino como simples
defensores de sus mezquinos intereses económicos, normalmente vulgares y provincianos con
los discursos conocidos de libertad, patria, dios y cosas sin contenidos reales.

Con estas clases altas provincianas, poco productivas, mezquinas, antiliberales pues desde
siempre nuestro futuro es sombrío. Cuando tuvieron la oportunidad, como hoy, demostraron
nomás como son: sin posibilidad alguna de crear Estado, institucionalidad, certidumbre y por
tanto Nación entre distintos. Estas clases altas traicionaron a las pititas, porque es sus genes
no tienen escrito la historia de este país, sino de donde ellos provienen. Bolivia es sólo su
hacienda, su minería o su Estado patrimonialista. Suficientes pruebas tenemos que vienen sólo
para hacerse la América, para disfrutar y saquear todo lo pueden de nuestro patrimonio:
cultural, económico, religioso o social.

Hablaron las calles en octubre y noviembre del 2019. Pero no coagularon en liderazgos, no se
expresaron en política. Las pititas han sido incapaces de generar nuevas corrientes políticas,
nuevos liderazgos, pues ese era su límite. De hecho no produjeron documento alguno en
aquellas jornadas. No hubo liderazgos juveniles, sino en los gritos de las masas en apronte. Las
pocas voces de mujeres y hombres sólo fueron mecanismos simples de ideas primarias, que
exigían democracia y libertad; nunca dijeron que tipos de democracia o libertad. Ya vemos
que el resultado final de todo eso es retrógrado y tradicional.
Ante el desconcierto y el desbande de las cúpulas masistas, los fracasados y tradicionales de
siempre aprovecharon el pánico de esa ola inmensa de las calles, para encaramarse en el
poder. No existe un solo joven que sea ministro o portavoz de nuevas ideas, nuevas
propuestas políticas post-masismo. En los partidos políticos que pujarán en las elecciones de
mayo, tampoco están las pititas sino como meros adornos de televisión para propaganda de
los fracasados. En el lado citadino, como en el rural, los peines y pragmáticos caudillos criollos
son los beneficiados de las sublevaciones sociales y políticas.

Las historias se repiten en Bolivia, casi calcadas, copiadas de una manera impresionante en los
siglos que tenemos de existencia como república. Acostumbrados a los fracasos, que son lo
más normal en la psicología del boliviano, las llamadas pititas tienen que tragarse el polvo de la
derrota al no ser capaces como generación, de llevar la batuta de los cambios en estos nuevos
tiempos. Nuevos tiempos que hubieran sido una buena oportunidad de curar las heridas, de
generar por fin certidumbres sociales en el largo aliento; en definitiva de generar encuentros
sociales inclusivos y democráticos entre distintos. Lamentablemente, al parecer, otra vez no
será así.

Las clases altas, las oligarquías “bolivianas”, nunca estuvieron a la altura de los
acontecimientos. Echaron a perder todas las oportunidades que la historia les dio, les puso en
bandeja, para construir por fin un país propio y genuino. Clases altas provincianas, antiliberales
y poco afectas a las ideas democráticas, no entienden hasta ahora lo que realmente es este
país. Casi analfabetas funcionales respecto de nuestras realidades, hoy tampoco es la
excepción sino la regla normal: apropiarse del poder sólo para disfrute corrupto de él, no para
construir nuevos derroteros históricos.

Estas clases elitistas ni siquiera entienden a sus propios hijos, que son las pititas, porque las
destruyen inmediatamente ya no les sirven en sus intereses oscuros. Oligarquías sin proyecto
de Estado y Nación. Simples hacendados decimonónicos, que se creyeron desde siempre los
dueños de la sangre y de todos los destinos del país. Pero son los mayores culpables de todas
nuestras tragedias que no acaban de terminar, ni siquiera en los inicios de otro milenio.

Así en el país de las paradojas, las clases altas “bolivianas” siguen su despiste colonial en pleno
siglo XXI. Cuando en otros lugares del mundo, ya respiran la quinta o la sexta revolución
industrial con todas sus consecuencias sociales y políticas, en Bolivia estamos condenados al
siglo XIX con las mentalidades más atrasadas y provincianas posibles, que son las señoriales y
coloniales clases altas “bolivianas”. En fin.

La Paz, 18 de febrero de 2020

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