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ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA

IBÉRICA. ESTADO DE LA CUESTIÓN

Realizado por:
ISRAEL MUÑOZ MATA

Máster en Arqueología y Patrimonio


ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. ISRAEL MUÑOZ MATA
ESTADO DE LA CUESTIÓN

ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. ESTADO DE LA CUESTIÓN

En este ensayo vamos a desarrollar un análisis y seguimiento del debate


originado en torno a la problemática histórica de la romanización de la
Península Ibérica. De este modo vamos a hacer una síntesis historiográfica de
los principales autores que han abordado esta cuestión en el siglo XX,
exponiendo las ideas esenciales desarrolladas y cómo estas han ido
cambiando a lo largo de los años. De igual manera, vamos a centrarnos en el
debate actual originado en torno a la romanización, tratando las principales
líneas de investigación y los distintos puntos de vista que se han argumentado
a raíz de la importancia indiscutible de la arqueología. Al igual que
estudiaremos las diferentes particularidades territoriales que se han dado en la
historiografía que ha trabajado la romanización, consecuencia de la
interpretación de una fuentes históricas que no son homogéneas para toda la
Península Ibérica.

Comenzaremos nuestro recorrido haciendo una introducción


historiográfica sobre los principales autores y las teorías que abordan este
proceso histórico. Brevemente, antes de que la romanización copase el centro
de atención, es necesario destacar cómo desde el siglo XVI, en el proceso de
formación del estado moderno español, se empieza a forjar una idea de la
antigüedad entendida como el momento en el que se comienza a formar el
pueblo español unitario. Posteriormente, a partir del siglo XIX, comienza el
estudio de las sociedades que habitaban en la Península Ibérica durante la
Antigüedad, en la búsqueda de la esencia de lo español, como por ejemplo los
íberos y celtas, o posteriormente los celtíberos (Bendala Galán, 2006a).

En este proceso, a comienzos ya del siglo XX, en el contexto de la


Guerra Civil Española y la posterior dictadura de Franco, surge la figura del
historiador R. Menéndez Pidal. Este autor desarrolló la idea de una cultura
indígena superior que habitaba en la Península Ibérica, los íberos, junto a los
celtas, pueblo indoeuropeo considerado inferior. Por consiguiente, tras la

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imposición de los íberos sobre los celtas surgió una cultura superior que
habitaba en el centro de la península, los celtíberos. Estos pueblos encarnaron
las virtudes consideradas españolas, pero de igual manera padecían sus
defectos, como la desunión política, lo que produjo que triunfasen las
conquistas de cartagineses primero, y romanos después. Aunque estos
acontecimientos no se produjeron sin esfuerzo, destacando las virtudes
hispanas que encarnaban personajes como Viriato o pueblos como los
numantinos (Bendala Galán, 2005).

Finalmente, una vez terminada la conquista romana, ya en época


imperial, aclara Menéndez Pidal que se produjo un proceso positivo ya que
Roma trajo a Hispania las innovaciones de la civilización y con ello la unión
política de la Península Ibérica, hasta el punto de ser España la que aportaría a
Roma aspectos positivos como la figura del emperador Trajano. En definitiva,
concluye así una idea de paso de la barbarie a la civilización, con una mezcla
de lo íbero y lo romano, que conjugó positivamente en contraposición a lo
cartaginés, de origen africano (Bendala Galán, 2005). Por consiguiente, cómo
indica la profesora C. Fernández Ochoa y A. Morillo Cerdán, el término
“romanización” es utilizado por la historiografía como el proceso de aculturación
hacia la civilización de los pueblos indígenas conquistados y colonizados por
Roma. Entendido dentro del contexto histórico del siglo XX, en el que se intenta
observar en este proceso un paralelo histórico al desarrollo capitalista
occidental y sus relaciones con el resto del mundo (Fernández Ochoa y Morrillo
Cerdán, 2002).

Dentro de esta corriente del pensamiento, imperante a mediados del


siglo XX, destaca la figura de otro autor con una gran importancia en la
formación de estas ideas, C. Sánchez-Albornoz y Menduiña. De sus teorías
cabe destacar, cómo esa visión tradicional de romanización, él tan solo la
aplicaba a la mitad sur y este de la Península Ibérica, mientras que para el
noroeste peninsular indica que este proceso fue prácticamente nulo, señalando
así distintos grados de intensidad de romanización en el territorio hispano. En
adelante esto se convierte en una idea preconcebida que se va a aplicar al
estudio de estos pueblos indígenas del norte español, la cual perduró en la

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historiografía nacional hasta casi la actualidad (Fernández Ochoa y Morrillo


Cerdán, 2002).

Esta idea debe su origen a cómo Sánchez-Albornoz asigna a estas


comunidades autóctonas de astures, vascones, etc., una de las virtudes
propias hispanas, el carácter indómito, lo que propiciaría a su vez el germen de
la reconquista cristiana tras la invasión musulmana. En relación a esto, se
observa también cómo ligado a esta actitud insumisa autóctona, algunos
autores a mediados del siglo XX, como A. García y Bellido, comienzan a hablar
de la cuestión del bandolerismo. Esto es entendido como un problema
endémico español que se repetiría a lo lardo de toda nuestra historia, el cual
comienza a desarrollarse tras la conquista romana y la oposición indígena al
proceso colonizador (Gozalbes Cravioto y González Ballesteros, 2007).

A continuación, durante los años sesenta y setenta surge una nueva


corriente interpretativa de la romanización en España, llegada de la mano del
marxismo histórico. En consecuencia los estudios se van a centrar en los
aspectos económicos, lo cual desemboca en un desarrollo de la romanización
de Hispania que gira en torno a la explotación de los recursos naturales, sin
afectar ni modificar las culturas indígenas, en beneficio de Roma y las élites
autóctonas. Por lo cual, esta corriente deja inalterada tópicos historiográficos
de la línea historicista anterior, como la nula romanización del noroeste
peninsular hasta el final del Imperio Romano, perpetuando la imagen de retraso
cultural indígena en esta zona (Fernández Ochoa y Morrillo Cerdán, 2002).

El máximo exponente de esta corriente interpretativa va a ser J. M.


Blázquez Martínez, el cual basó sus estudios, al menos en estas décadas, en
las fuentes literarias clásicas. Para este autor, la nula romanización del
noroeste peninsular se evidencia en distintas prácticas culturales indígenas,
que según él permanecieron intactas tras la conquista romana. Por ejemplo,
indica que estas comunidades siguieron conservando las organizaciones
sociales gentilicias, las cuales se basaban en el parentesco, dentro de un
contexto más amplio correspondiente al clan o la tribu, continuando sus
asentamientos en castros. Esto indicaba que aspectos sociales, económicos y
culturales romanos como la vida urbana, el trabajo de esclavos, la propiedad

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privada de la tierra, la producción de mercancía o un comercio con bases


monetarias, no habían sido adoptadas por los pueblos locales. Sin embargo, el
mismo autor sí reconoce el uso del latín en estas zonas, pero aclara que sería
de forma institucional, señalando que no es un indicativo de romanidad
(Blázquez Martínez, 1976).

Por lo cual, Blázquez apunta a una dualidad cultural en estas zonas del
noroeste peninsular. Por un lado tendríamos a la población romana, formada
por militares principalmente, que vivirían en las ciudades, en las que se
desarrollaría formas de vida plenamente urbanas, girando en torno a estos
núcleos la administración del territorio y explotación de recursos de la zona.
Mientras, por otro lado, tendríamos a la población indígena, la cual se seguiría
ubicando en el ámbito rural, donde continuaron organizándose socialmente de
la misma manera y realizando iguales actividades a las que desarrollaban
antes de la conquista romana. Sin embargo, según este autor, esta dualidad
entre la ciudad y el ámbito rural no se produjo en el sur y el levante peninsular,
ya que la romanización había sido plena y la población autóctona se había
integrado plenamente en la vida urbana romana (Blázquez Martínez, 1976).

Para Blázquez esta escasa romanización del noroeste peninsular se


debe esencialmente al tipo de explotación minera en estos territorios. Estas
minas eran explotadas por mano de obra esclava, aunque también por
trabajadores libres a partir del siglo II, controlados y dirigidos por el ejército
romano. Ante esto, el flujo de colonos a estas zonas fue muy escaso, ya que
los trabajos mineros eran desarrollados por esclavos y la explotación agrícola
era realizada por la población indígena, provocando una casi nula población
civil romana que interactuase con la autóctona, lo que hizo imposible un
proceso de romanización de las gentes del noroeste peninsular. Ya que según
el autor, a Roma no le interesaba extender su cultura, sino que el único objetivo
de sus conquistas era la explotación económica de los territorios ocupados, por
lo cual respeta las estructuras económicas, sociales, políticas y las religiones
indígenas (Blázquez Martínez, 1976, 1985).

Por el contrario, según Blázquez, mediante el estudio de las fuentes


clásicas, en el sur y el levante de Hispania si se produjo una elevada llegada de

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colonos itálicos, lo que provocó una interacción con turdetanos e íberos que
acabaría desembocando en una profunda romanización de estas poblaciones,
integradas perfectamente en la vida urbana. Estos personas que se asentaron
en Hispania colaboraron en el impulso de un comercio y producción artesana
muy potentes, al igual que comenzaron a desarrollar elementos propiamente
romanos como las vías de comunicación, entre otras obras públicas. De igual
manera, la importante explotación minera de zonas del sur peninsular, como
las de Sierra Morena y Cartago Nova, y la progresiva adopción del estatus
jurídico romano a partir del siglo I d. C., hizo que se desarrollase lo que el autor
ha denominado como asimilación o aculturación de la cultura romana por parte
de la población indígena (Blázquez Martínez, 1976, 1985, 1996).

Finalmente, volviendo al noroeste peninsular, durante el denominado


Bajo Imperio, Blázquez indica que la influencia del cristianismo aquí no tuvo
que ser muy importante. Aunque de igual manera, señala que, entendida la
iglesia como la heredera del Imperio Romano, fue la que con el tiempo más
contribuyó a la romanización de las poblaciones del norte de Hispania, una vez
que está se propagó por este territorio. En los estudios realizados sobre los
procesos desarrollados tras la caída del Imperio Romano, Blázquez y otros
autores recobraron las ideas tradicionales escritas por A. Barbero y M. Vigil, las
cuales hacen hincapié en cómo la escasa romanización del noroeste peninsular
hizo que estos se opusiesen al poder visigodo como lo hicieron con los
romanos, basado en que estos pueblos seguían manteniendo sus estructuras
sociales gentilicias. De igual manera, esta visión, unida contradictoriamente a la
idea del final éxito de la cristianización de las comunidades indígenas, es la
encargada de construir la base ideológica de la “reconquista” cristiana tras la
invasión musulmana, aludiendo de nuevo al carácter indómito de estas
poblaciones y su condición de cristianos (Barbero de Aguilera y Vigil Pascual,
1974; Blázquez Martínez, 1976, 2004; Valdeón Baruque, 1998).

Sin embargo, continuando nuestro recorrido historiográfico, vamos a


observar cómo a finales del siglo XX comienzan a surgir nuevas
interpretaciones de la cuestionada romanización, ligadas a las corrientes
postprocesuales. En este aspecto, se va a criticar el uso casi exclusivo de las
fuentes escritas de los autores clásicos empleada por los historiadores

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anteriores, para poner el foco de atención en las nuevas informaciones


proporcionadas por la arqueología, las cuales no habían tenido un gran peso
hasta entonces. Ante este nuevo panorama, los nuevos descubrimientos van
desvelando unas realidades sociales, económicas, culturales y políticas mucho
más variadas y ricas, donde los papeles antagónicos del colonizador y
colonizado son mucho más difusos y la comunicación entre ambos mundos era
mucho más compleja de lo que tradicionalmente se había pensado. De igual
manera, se replantea cual fue la verdadera magnitud de la romanización, al
observarse cada vez más hallazgos de cómo varias características indígenas,
como la lengua, permanecieron vigentes hasta fechas cada vez más entradas
en el alto Imperio (Fernández Ochoa y Morrillo Cerdán, 2002).

Entrando más en profundidad, centrándonos primeramente en los


estudios sobre el sur peninsular, autores como M. Bendala Galán destacan la
importancia de conocer las culturas prerromanas en este territorio para
entender el posterior proceso de romanización. Por este motivo, apuntan al
factor imprescindible del carácter urbano que ya poseían estas sociedades
antes de la llegada de los romanos, teniendo en cuenta los contactos que en
estas zonas ya se daban con culturas como la fenicia o la griega, sin olvidar la
breve pero importante ocupación cartaginesa con características helenísticas.
Incluso hoy día se llega a poner en duda la incidencia de Roma en la
ordenación del territorio basado en la trama regular de centuriaciones en zonas
del sur peninsular, al plantearse que se podría haber respetado la ordenación
precedente. Esto se fundamenta en la falta de evidencias arqueológicas en
estos territorios que prueben este proceso, desvelándose incluso el
falseamiento de datos referentes en el pasado, además de observarse cómo
las centuriaciones donde más se aprecian es en el centro peninsular (Bendala
Galán, 2005).

Por consiguiente, como propone J.L. López Castro, podemos observar


en zonas del sur peninsular en lugares propiamente fenopúnicos, cómo lo que
se registra es una aceleración de procesos iniciados con anterioridad de la
presencia romana, una vez que estos ocupan estos territorios. Por ejemplo,
durante los siglos I y II a.C. se produce una intensificación de la explotación de
recursos y de la producción, principalmente por iniciativa de la élite local,

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aunque posiblemente con la intervención de individuos itálicos. Esto debe


entenderse en el contexto de la introducción del trabajo esclavista, datándose
una mayor presencia de asentamientos rurales vinculados a actividades
productivas como la agricultura, la elaboración de salazón o la fabricación de
cerámica (López Castro, 2012).

En el levante peninsular la situación fue parecida, observándose una


heterogénea realidad donde se combina en poco espacio entornos plenamente
urbanos con espacios rurales. Esto produjo que, en esta misma área, se
desarrollasen distintos fenómenos de romanización que se ajustaron a las
diferentes características de cada lugar. Hoy día, la sociedad íbera es
considerada como protagonista en el proceso producido de interacción cultural
con Roma, la cual tuvo un importante papel en la articulación territorial y las
transformaciones consecuentes (Grau Mira, 2012). Por consiguiente, es
necesario señalar cómo las relaciones establecidas entre romanos y la
poblaciones indígenas del sur y levante peninsular, tendrían unas dimensiones
y características que no se pueden extrapolar al resto de la península, ya que
las realidades previas al contacto con Roma eran completamente distintas
(Bendala Galán, 2005).

De igual manera, para el noroeste peninsular se pone también en tela de


juicio la tradicional visión de una escasa o nula romanización de estas
poblaciones, consecuencia de una revisión de las fuentes y esencialmente
debido a los nuevos hallazgos producidos en las excavaciones arqueológicas,
como indica la profesora C. Fernández Ochoa. Por ejemplo, se ha constatado
cómo tras la conquista romana, gran parte de los castros ocupados por las
poblaciones indígenas son abandonados, mientras que los que siguieron
estando habitados responden a necesidades estratégicas o de explotación de
recursos naturales, datándose numerosos cambios estructurales. Gran peso
tuvo la explotación minera en este proceso, junto al asentamientos de militares
romanos en relación a la explotación de las mismas, motivo por el que incluso
se llegan a fundar nuevos castros. De igual manera, para un periodo más
tardío, se ha puesto el foco de estudio en la importancia de estos territorios
para el control estratégico de las vías de suministro de grano hacia el limes
(Fernández Ochoa y Morillo Cerdán, 2002; Fernández Ochoa, 2006).

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En relación a esto, incluso se han encontrado domus romanas en


contextos castreños, registrando formas de vida plenamente romanas en estos
ambientes, de igual manera esto está en relación a la explotación de recursos
naturales y el control territorial del ámbito del lugar. Esto evidenciaría cómo
Roma asignaría distintas funciones a las comunidades indígenas en relación a
la explotación de recursos y la integración de la población autóctona en la
organización romana. De igual manera, ya en época flavia, se consolidó la
creación de las civitates en núcleos habitacionales indígenas con el objetivo de
reorganizar el territorio. En conexión a este proceso, se data en estos
momentos la fundación de varios lugares ex novo, con una organización
urbanística plenamente romana, mientras paralelamente aumentaba el
abandono de los castros (Fernández Ochoa, 2006).

En esta misma línea de estudio, según el profesor G. Pereira-Menaut,


puede que los materiales y estructuras indígenas del noroeste peninsular
perviviesen durante mucho tiempo sin romanizar, pero la vida de estas
poblaciones quedó completamente determinada por Roma tras la conquista.
Se reorganizaron las tierras y las gentes, de tal manera que estas comunidades
perdieron la propiedad de sus tierras para que estas pasen a formar parte del
ager publicus. De igual manera, las personas fueron reagrupadas en nuevo
núcleos habitacionales, en ciudades o formando nuevos castros que
obedeciesen a los intereses de Roma. Por lo cual, hablar de romanización
basándose en la cultura material es muy arriesgado, observando cómo incluso
mucho antes de cualquier contacto con Roma en este territorio, en torno al
siglo II a.C., se pueden encontrar materiales de procedencia itálica como la
cerámica campaniense (Pereira-Menaut, 2010).

En consecuencia, Fernández Ochoa señala la necesidad de abandonar


la idea tradicional de una escasa romanización en el noroeste peninsular. Por
ello, incide en la necesidad de concebir este proceso como algo más complejo
y amplio, entendido como una continua interacción con la población indígena,
la cual, dependiendo de sus características, marcaba un camino determinado y
único para este proceso. Por los cual, es necesario subrayar la particularidad
regional de esta romanización, donde el ejército jugó un papel protagonista en
la relación con las comunidades autóctonas y el entorno, desarrollando en

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estas zonas del norte peninsular características únicas de romanidad en todo el


Imperio (Fernández Ochoa y Morrillo Cerdán, 2002). En definitiva, no se puede
hablar de grados o intensidades de romanización, sino que dependiendo del
lugar se produce un proceso completamente distinto de interacción entre la
población indígena y Roma, por lo cual no podemos denominar con la misma
palabra a todos los distintos procesos de interacción producidos a lo largo y
ancho del Imperio (Pereira-Menaut, 2010).

Continuando con los enfoques actuales para los distintos procesos de


romanización en los diferentes lugares de la Península Ibérica, el profesor M.
Bendala Galán indica cómo hay que abandonar la idea mecanicista de
sustitución de las realidades autóctonas por las romanas. Por lo cual, es
necesario abordar esta cuestión desde una perspectiva de interacción, en una
continua comunicación entre ambos mundos que, sin olvidar el poderío de
Roma, produciría interesantes procesos de hibridación. Esto, como ya hemos
tratado, produjo realidades muy distintas que dependieron de múltiples factores
como, los pueblos protagonistas, la época, el lugar, etc., pero sobre todo, el
grado de vida ciudadana previo que tuviesen las comunidades que entraron en
contacto con Roma. Por consiguiente, no se puede intentar equiparar el
proceso de romanización producido en el sur y levante peninsular, donde la
vida urbana de tradición helena traída por los cartagineses era una realidad
provocando diferencias mínimas respecto a Roma, con en el noroeste
peninsular, donde sucede todo lo contrario. En definitiva, no se trata de negar
la romanización, sino de saber que la realidad era mucho más compleja, con
múltiples componentes que intervinieron en el proceso de interacción entre
ambas culturas, las cuales interactuaron entre ellas sin la necesidad de que
una sustituyese a la otra, produciendo finalmente un mestizaje cultural
(Bendala Galán, 2006b).

Sin embargo, autores como J. M. Roldán Hervás, señalan la importancia


de no perder de vista la hegemonía que imponía Roma mediante su poderío
militar, teniendo en cuenta cómo los primeros contactos a comienzos del siglo II
a.C. con las poblaciones indígenas de la Península Ibérica desembocaron en
confrontaciones bélicas. De igual manera, las consecuencias de estos
conflictos llevaron a aspectos negativos para las comunidades autóctonas

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derrotadas por Roma, como la prohibición de levantar nuevas ciudades,


coartando el desarrollo urbano de estas gentes. Por lo cual, según el autor,
señala la necesidad de no perder de vista este punto de partida, a la posterior
romanización producida como consecuencia de la llegada de itálicos a la
Península Ibérica, ya sean campesinos, hombres de negocios, veteranos de
guerra, etc., en un contexto de relaciones pacíficas con la población autóctona.
El objetivo de Roma durante estos primeros momentos era el de lograr una
base urbana para lograr una vida similar a la itálica para los colonos, mediante
la cual se consiguió de igual manera integrar en este modelo cívico a la élite
indígena. Esto se logró mediante la fundación de varias colonias romanas ex
novo, donde se ubicarían la mayor parte de itálicos, mientras, por otro lado,
también reorganizaron otras ciudades ya existentes, con el objetivo de lograr
bases de administración estables (Roldán Hervás, 2012).

Este debate sobre la romanización puede entenderse en el contexto


historiográfico de la discusión entre la visión clásica colonial, de tradición
procesual y las nuevas corrientes de estudio postcoloniales, dentro de la
arqueología crítica postprocesual. Autores como C. Aranegui Gascó y J. Vives-
Ferrándiz Sánchez, indican cómo desde el colonialismo se ha enfocado el
estudio del contacto entre dos comunidades distintas, entendida cada una
como homogénea, como un proceso en el que se produce la continuidad de
una de ellas, la considerada superior, que se impone a la inferior, la cual queda
aculturizada con las características culturales de la que permanece. De igual
manera, argumentan que tras el contacto, según el enfoque colonial, se podría
desarrollar una nueva sociedad distinta a las anteriores, encontrándonos ante
una aculturación unidireccional entre ambas comunidades, lo que produce una
mezcla que da como resultado una nueva cultura evolucionada y homogénea.
Como critican, esta forma de entender los procesos coloniales implica una
concepción de la historia lineal y evolutiva, siendo importante comprender la
superioridad de una de las sociedades que se impone en todos los ámbitos
sobre la considerada menos desarrollada (Aranegui Gascó y Vives-Ferrándiz
Sánchez, 2006).

Por otro lado, desde el enfoque postcolonial, C. Aranegui Gascó y J.


Vives-Ferrándiz Sánchez especifican la importancia de abordar estas

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sociedades, no como dos entes monolíticos y uniformes, ya que ambas están


compuestas por distintos segmentos internos, como la categoría social, el
género, la edad, la etnia, etc.. Esto provoca que las consecuencias del contacto
entre ambas culturas sean mucho más complejas que las indicadas desde el
enfoque colonial, dando lugar a múltiples realidades, evidenciadas en el
registro arqueológico, siendo estas las que deben determinar el marco teórico y
no al revés. Como consecuencia, se debería dejar de abordar las interacciones
desde la aculturación, para tratar procesos de hibridación entre comunidades,
por lo cual no se debe entender la imitación como señal de un camino evolutivo
de desarrollo, o de resistencia, sino como la evidencia de una continua
construcción y reafirmación de identidades (Aranegui Gascó y Vives-Ferrándiz
Sánchez, 2006).

Como última cuestión de este ensayo, vamos a tratar la problemática de


las fuentes históricas, imprescindible para entender las distintas formas de
enfocar los diferentes procesos de romanización. Primeramente, tenemos las
fuentes clásicas, las cuales han sido la base de conocimientos de la gran
mayoría de estudios históricos realizados sobre la conquista de Hispania,
durante el siglo pasado y casi hasta la actualidad. Estas deben entenderse en
el contexto histórico en el que son creadas, ya que, evidentemente, eran
escritas siempre con un carácter favorecedor a Roma, puesto que son autores
greco-romanos, por lo cual lo normal era que estas obras tuviesen un objetivo
propagandístico, implícita o explícitamente. En consecuencia, la imagen
observada en estos textos sobre los pueblos indígenas de la Península Ibérica
se va a ver influenciada por esta intención, obteniendo una realidad
distorsionada de los mismos. Incluso, como norma general, la mayoría de estos
textos son redactados mucho tiempo después a la realización de los
acontecimientod que tratan, aumentando el desajuste entre lo escrito y lo
sucedido realmente (Pérez Martín, 2010).

Por otro lado, contamos con otras fuentes escritas que son de vital
importancia, las epigráficas. Estas cuentan con aspectos muy positivos, ya que
por norma general, no responden a ningún objetivo propagandístico, estético o
moralista cuando son creadas, de igual manera que no han sido deformadas
con posterioridad por intereses ajenos, además de la ventaja de su

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materialidad. Por lo cual, es en estas fuentes donde se puede apreciar con


mayor claridad cómo las gentes indígenas van adquiriendo paulatinamente
influencias romanas, como la lengua, nombres, o aspectos administrativos,
jurídicos, económicos o sociales (Pérez Martín, 2010). Cabe destacar por
ejemplo el «Bronce de Bembibre», mediante el cual hemos podido rescatar
información de vital importancia en relación a los pueblos prerromanos del
noroeste peninsular, al igual que se ha podido constatar los procedimientos
administrativos y fiscales que Roma aplicó en estos territorios, rescatando la
idea de una escasa o nula romanización por parte de estas gentes (Wulff
Alonso, 2012).

Otra fuente histórica de gran importancia es la numismática. Mediante


ella podemos obtener valiosa información por ejemplo a la hora de datar un
yacimiento. De igual manera, los símbolos utilizados nos pueden proporcionar
conocimientos importantes en relación a las sociedades que las produjeron,
como pueden ser cuestiones culturales o creencias religiosas, y cómo estas
representaciones se ligan a los pueblos que las crean. Por ejemplo, en relación
a nuestro ámbito de estudio, cabe destacar las monedas celtibéricas, en las
que podemos observar lo argumentado anteriormente (Pérez Martín, 2010).

Por último, vamos a tratar la gran importancia de las fuentes


arqueológicas. Ante la dificultad de interpretación de las demás fuentes, debido
al cuestionamiento de las mismas, especialmente de los textos clásicos, la
arqueología nos va a permitir aportar datos a través del registro material, el
cual reflejará de forma más fiable las evidencias de determinados procesos
sociales, culturales, económicos y religiosos, que de otra manera no podríamos
conocer (Pérez Martín, 2010). A pesar de esto, no podemos caer en el error de
pensar que ante la ausencia de material arqueológico en un lugar concreto, un
determinado proceso histórico no ha sucedido allí. Este es el caso del noroeste
peninsular, donde la escasa cultura material romana encontrada en algunas
zonas no equivale necesariamente a que tengamos que poner en cuestión, o
directamente negar, la presencia de itálicos o que se produjese un proceso de
romanización (Pereira-Menaut, 2010). Por ello, creo necesario rescatar un
sentimiento optimista de cara al futuro, ya que cada vez son más los hallazgos
que empiezan a llenar estos huecos arqueológicos que encontramos en

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determinados puntos de la Península Ibérica, observando cómo seguramente


esto vaya en aumento durante los próximos años (Fernández Ochoa y Morrillo
Cerdán, 2002).

En conclusión, y como opinión personal, me parece muy acertada la


visión que en estas últimas décadas se está empezando a elaborar sobre la
romanización, haciendo hincapié en lo complejo y plural que tuvo que ser este
proceso histórico, muy lejos de ser algo homogéneo. Por lo cual, desde una
perspectiva crítica, me parece muy correcto alejarse de las visiones
tradicionales, ya sean autoctonistas o colonialistas, que marcaban el discurso
histórico sin contar con las evidencias necesarias que las argumentasen,
observando cómo erróneamente el estudio del registro arqueológico era
determinado por estos prejuicios. Por lo cual, me parece de vital importancia la
necesidad de abordar el estudio de las fuentes de una forma crítica, al igual
que en mi opinión, debe ser la arqueología la que tenga un papel protagonista
en las investigaciones venideras, ya que es indudable la importancia que tiene
a la hora de aportar datos. En consecuencia, parece cada vez más absurdo
negar los distintos procesos de romanización que se dieron a lo largo y ancho
de la Península Ibérica, estudiando desde una arqueología crítica cómo estos
procesos sí que se dieron incuestionablemente de una forma muy heterogénea,
evidenciado hoy en el registro material y epigráfico.

De igual manera, en una crítica más amplia, veo necesario destacar


cómo en nuestro presente más actual la idea de una romanización homogénea
sigue teniendo un claro objetivo político. Esto lo podemos observar cómo, a
raíz de la construcción del proyecto europeo, en un intento de buscar una
identidad política y cultural colectiva, se ha mirado al pasado buscando una
base ideológica en la historia. Por este motivo, se ha pretendido encontrar en
Roma un paralelo a la Unión Europea, idealizando el mundo greco-romano con
una imagen de progreso cultural y político en torno a la polis-civitas que se
impone en el Mediterráneo consiguiendo apaciguarlo y unificarlo de forma
uniforme, respecto a las sociedades indígenas retrasadas en este aspecto.
Esto, en consecuencia, se ha visto sometido a una revisión sistemática desde
su raíz, demostrándose que la romanización no representa, ni en sus orígenes,
un sistema homogéneo y útil que se pudiese implantar y exportar al conjunto

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del Mediterráneo sin tensiones y contradicciones (Santos Yanguas y Cruz


Andreotti, 2012).

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