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03-008-004 Geografía Social Argentina 17 copias

SOBRE LA RACIONALIDAD ECOLÓGICA DE LOS PRODUCTORES


AGROPECUARIOS DE SUBSISTENCIA EN LA ARGENTINA.∗

Daniel Emilio Piccinini

Introducción

La discusión que aquí presentamos se puede situar tanto en el dominio de la


geografía agraria como en el de la actualmente en voga “geografía cultural" y gira en
torno a un tema tradicionalmente propio de la disciplina: la relación entre naturaleza y
sociedad. Viejo tópico disciplinar que nuestra actual conciencia ambiental transforma
en encendida cuestión política. El espacio agrario que hemos retenido aquí facilita
innegablemente el abordaje que propondremos a dicha cuestión, ya que la actividad
agropecuaria aparece como una relación directa entre los hombres, las plantas y los
animales, aunque evidentemente no cubre la totalidad del problema. Pero tampoco es
ésta nuestra pretensión, sólo estamos haciendo una invitación a pensar la relación
entre naturaleza y sociedad en términos que al ser crecientemente soslayados tienden
a eludir lo que nos parece que son las determinaciones profundas de los conflictos
ambientales actuales y, en la ocasión, nos alcanza con hacerlo en dicho ámbito. Pero
nuestra intención va por cierto más allá de la discusión puntual, en tanto que busca,
además de pensar aquella gran cuestión geográfica clásica hoy reclamada por las
preocupaciones públicas, ubicarse en un terreno lo más lejano posible al paradigma
hegemónico y, en esa tesitura, propone una interpretación de los procesos estudiados
expurgada tanto del culturalismo como del subjetivismo dominantes.

Luego de establecer los términos teóricos adoptados para abordar la


vinculación entre naturaleza y sociedad haciendo hincapié en el trabajo como el
elemento articulador de ambas dimensiones y en las condiciones sociales del mismo
como estructura básica de los comportamientos subjetivos, presentamos una grilla
para el análisis e interpretación de la cuestión en las sociedades contemporáneas. Al
tomar como matriz de la misma el cruce entre las orientaciones del trabajo hacia la
naturaleza y hacia la reproducción social, enunciamos los comportamientos


Ponencia presentada al Primer Congreso de Geografía de Universidades Nacionales 5 al 8 de junio de
2007 – Río Cuarto.

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esperables de los agentes agrarios ideal típicos y concluímos sobre la particular
situación de “alienación ecológica” en la que se encuentran los productores de
subsistencia cuyo trabajo esté indirectamente subsumido al capital, algo hoy
ampliamente difundido en todo el mundo y desde hace ya mucho tiempo en nuestro
propio país. Situación que, sin embargo, no es estática y debe ser entendida en el
contexto contradictorio del sistema de relaciones de producción dentro del cual pueden
eventualmente abrirse las brechas por donde llegue a generarse una racionalidad
ecológica propia de los productores domésticos, sobre todo en caso de relajarse los
vínculos de la subsunción. Conviene señalar por lo tanto desde un principio que el
modelo conceptual que nos guía sirve para la exploración de los procesos históricos
concretos, pero no para fijar su determinación en abstracto. Sin bien surge del mismo
la tesis sobre la subordinación de la racionalidad ecológica de los productores de
subsistencia a las condiciones de acumulación del capital, el modelo no permite
establecer relaciones mecánicas entre la racionalidad económica de éste y la
racionalidad ecológica que puntualmente adopten aquéllos, ni menos aún formas
concretas universales de procesos de trabajo, ni sobre todo postular la irreversibilidad
de esa subordinación. Estas formas son eminentemente históricas y por eso, para la
aplicación del esquema interpretativo, escogimos algunas regiones argentinas donde
se ubiquen, en el pasado y en la actualidad, sujetos con esas características y cuyo
comportamiento hacia el medio ambiente se comprende a la luz de dicha tesis.

El trabajo del campesino es probablemente el menos alienante de todos, nos


decía Galesky al considerar la escasa división técnica del trabajo al interior de la finca
(Galesky, 1977:278). Pero la alienación del trabajo campesino, es decir su
“extrañación” como resultado de la división social del trabajo en la cual él se encuentra
sometido, aparece nítidamente en la orientación ecológica que revela justamente la
alienación de sus decisiones productivas. No es el único plano en el cual sería posible
revelar la alienación campesina, pero es tal vez uno de los menos considerados. Su
examen no es trivial cuando la conciencia política ambiental de la que hablamos más
arriba, busca sus alternativas en sujetos sin estructuras, que dando lugar a propuestas
seguramente bienintencionadas tales como las del ecopopulismo, pueden llevar a
frustrados esfuerzos por cambiar una humanidad cada vez más enfrentada a la
naturaleza y por lo tanto a sí misma.

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1) Sobre las categorías fundamentales de nuestro análisis.

Una sucinta reflexión previa sobre el sentido general que le atribuimos a la relación
entre naturaleza y sociedad, se hace necesaria antes de que presentemos nuestro
modelo para interpretar las experiencias históricas que nos permitirán comprender los
elementos que subyacen a la racionalidad ecológica de los productores de
subsistencia en el agro argentino. El trabajo será la categoría analítica principal que
nos permitirá entender la cuestión de la racionalidad ecológica de los sujetos
involucrados. Siendo que el trabajo es la “condición natural eterna de la existencia
humana”, se comprenderá que se constituya simultáneamente como potencia natural y
como entidad cultural. Los elementos más generales del proceso de trabajo son en
consecuencia los que permiten establecer, en un primer nivel de abstracción, la
relación esencialmente humana entre naturaleza y sociedad; categoría
simultáneamente antropológica e histórica, el trabajo se nos aparece como el lugar
desde donde razonar la relación con la naturaleza en el marco de nuestra cuestión.
Siendo así, ninguna ecología política puede escapar de la economía política y de las
fracturas sociales que la atraviesan.

En tanto “condición natural eterna” la orientación del trabajo hacia la naturaleza se


realiza en un doble sentido, tomando a ésta como medio y como objeto (Marx,
1974:215-218): relación antropológica que crea un metabolismo que afecta a la
naturaleza en su conjunto. Este primer nivel del análisis del proceso de trabajo sólo
puede realizarse desde la producción de los valores de uso. El trabajo que se orienta
tomando a la naturaleza como objeto (siendo su expresión el acto de extracción,
homólogo a la forma más común de la relación que establecen por ejemplo los
animales con su entorno) constituye una relación entre el hombre y su entorno
diferente a la que se establece cuando se orienta a ella como medio de trabajo. En
este caso la relación se expresa como transformación de la naturaleza y la forma que
toma el producto es directamente resultado del trabajo como potencia natural
exclusivamente humana: la diferencia fundamental entre “la mejor abeja” y “el peor
arquitecto” está desde luego, en la acción libre y consciente.

Esta doble determinación general del proceso de trabajo deja de ser abstracta
cuando se pasa del proceso de trabajo al proceso de valorización, que toma distintas
formas históricas. Siendo el trabajo una realidad antropológica pero también histórica,

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sus categorías generales sólo pueden observarse en las condiciones sociales
concretas de su desarrollo. Esto permite describir los aspectos que toma la relación
entre naturaleza y sociedad en los procesos de valorización que se dan en el seno de
formaciones sociales determinadas. Bajo el modo de producción capitalista dicha
valorización es de tipo mercantil y, como se sabe, abarca a todos los valores de uso
apropiables, incluso a la fuerza de trabajo de cuyo uso pueden obtenerse nuevos
valores de uso.

Intentaremos entonces acercarnos a la descripción de las formas concretas que


adopta la orientación del trabajo hacia la naturaleza en el proceso de valorización
capitalista en la actividad agraria que es la que será objeto de nuestra reflexión.
Acudiremos para ello a las categorías de la economía política que identifican a los
sujetos sociales involucrados en la estructura productiva. La relación social básica de
producción bajo un régimen capitalista se asienta, como se sabe, en la extracción de
plusvalía, relación que conforma por un lado a la burguesía y por el otro a la clase
obrera, la primera reproduciéndose por la acumulación ampliada de valor, y la
segunda a través del salario de subsistencia. En ese contexto el obrero aparece como
la manifestación del trabajo en tanto potencia natural, ya que visto desde el capitalista,
que es quien controla el proceso, el obrero es su objeto de trabajo (le extrae plusvalía).
Pero en su relación con la naturaleza no humana, el obrero le sirve al capitalista como
medio para extraer de ella las propiedades los valores de uso (proceso de trabajo) y
transformarlas en valores de cambio (proceso de valorización). En ese sentido el
capitalista toma a la naturaleza como medio y, a través del trabajo (ajeno), la
transforma en una “segunda naturaleza”. En esa acción, la racionalidad del obrero
queda anulada tras la del capitalista: por lo tanto el obrero no se dirige a la naturaleza
ya que él mismo es pura naturaleza – energía de trabajo - en tanto objeto sin libertad
ni consciencia (alienación). En consecuencia si no asume ninguna racionalidad propia
en el proceso de trabajo, tampoco puede estar provisto de racionalidad ecológica.

Pero como vimos en la extracción de plusvalía está también, junto al trabajo en


tanto potencia natural, la naturaleza no humana que es la otra fuente de riqueza. Si su
explotación no puede obviamente hacerse sin trabajo, lo sustancial del valor que éste
arroja cuando la naturaleza es antes su objeto que su medio, se traduce en renta del
suelo, lo que da lugar a la aparición de otro sujeto, el rentista. Si el capitalista se
orienta hacia la naturaleza (y de ahora en más el término será utilizado exclusivamente

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para la “naturaleza no humana”) tomándola primordialmente como medio de trabajo a
través del trabajo alienado del asalariado, el rentista lo hace tomándola como objeto a
través de la relación social de producción dominante. Desde luego, la mano de obra
utilizada (ya que también el rentista se dirige a la naturaleza mediante el trabajo ajeno,
sea el productor libre o servil) queda nuevamente vaciada de toda racionalidad
ecológica.

Ahora bien, en todas las formaciones sociales capitalistas contemporáneas existen


agentes que no entran en una relación directa con los que acumulan valor ni lo hacen
ellos mismos, siendo por lo tanto productores de subsistencia en principio
independientes. En estos casos, tanto las categorías de plusvalía como de renta
desaparecen y al no quedar determinada la orientación del trabajo hacia la naturaleza
por dichas relaciones cabe preguntarse cómo se la determina. En el marco de una
sociedad no capitalista, las instituciones dominantes darán la pauta concreta que
permita entender cuáles son los márgenes de una racionalidad ecológica propia de
este tipo de productor. En cambio cuando estamos ante productores mercantiles
simples dentro de un mercado capitalista, la subsunción indirecta a la acumulación del
capital, hace que los mismos pierdan, en diferentes grados dependiendo de las
situaciones concretas, su propia racionalidad ecológica. Cabe sin embargo aclarar que
no por ello los productores independientes de subsistencia vayan a seguir la pauta
capitalista de tomar a la naturaleza antes como medio que como objeto de trabajo ya
que el capital puede, en determinado segmento del proceso de trabajo, alentar una
orientación hacia la naturaleza como objeto; un ejemplo de esto puede encontrarse en
la necesaria aceptación de la renta del suelo por parte del capital. Del mismo modo,
los productores mercantiles simples cuyo trabajo se halle subsumido indirectamente al
capital, se encuentran subordinados a las necesidades de reproducción de éste y por
lo tanto quedan en principio enajenados de una racionalidad ecológica propia (al igual
hasta cierto punto de lo que sucede con los esclavos o con los asalariados) y deben
optar por tomar a la naturaleza ya como objeto (extracción), ya como medio
(transformación) según la estrategia capitalista dominante. En este sentido, y
diversamente a los casos anteriores, en una matriz que cruce la orientación hacia la
naturaleza en el proceso de trabajo con la orientación hacia la reproducción social en
el proceso de valorización, podemos decir que los productores nercantiles simples
tienen un comportamiento teóricamente indeterminado, dependiente de las relaciones
concretas que se den con las otras clases sociales con racionalidad ecológica propia.

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En suma, estos productores, al igual que los otros agentes de subsistencia que son los
obreros, están afectados a su manera de enajenación ecológica, y la comprensión de
la orientación de su trabajo hacia la naturaleza sólo se dilucida a través del conjunto
de la estructura productiva y de las estrategias de los sectores en ella dominantes.

2) En torno a la identificación del campesinado argentino.

Otro componente necesario para establecer nuestro análisis posterior será


entonces la determinación de los sectores sociales que concretamente encontraremos
en las estructuras agrarias argentinas y particularmente la del sector mercantil simple,
sociológicamente reconocido bajo el nombre de campesinado. Debido a que éste será
el foco de nuestra atención conviene establecer su definición. Podemos comenzar
definiendo como campesino a aquel que trabaja por cuenta propia un predio en base a
mano de obra predominantemente familiar y que no entra en la dinámica de la
competencia por la acumulación ampliada. No obstante, para muchos autores que,
siguiendo de hecho a Kautsky, dan particular importancia a la condición de libertad de
la mano de obra para definir las clases y, por lo tanto, a la autonomía por la propiedad
de los medios de producción, es necesario también, para ser campesino, detentar la
propiedad de la tierra (Iñigo Carrera y Podestá, 1987:21); en este caso debieran
excluirse de la definición a arrendatarios y aparceros que así formarían parte de una
suerte de semiproletariado. Otros autores agregan como condición que una parte
comparativamente considerable de su producción sea destinada al autoconsumo
(Galeski, 1977, passim). A su vez hay autores que enfatizan como otro requisito la
generación de un plustrabajo destinado a una clase dominante, con lo cual se subraya
como característica su subordinación en una estructura social más amplia que lo
incluye (Wolf, 1971:12). Precisión que conviene explicitar, no ya para diferenciar al
campesino del agricultor primitivo, que es la intención original de Wolf, sino para
deslindar el tema de una visión que enuncia que el campesino detiene su esfuerzo una
vez cubierta su reproducción simple, siendo estaconcepción cultural del trabajo lo que
le impide acumular y no las condiciones de la estructura más amplia en la que se
inserta (Chayanov, 1985:85). Existen por fin quienes, desde otra óptica culturalista
más clásica, prefieren reservar el término a aquellos agricultores precapitalistas que,
insertos en una comunidad folk, rechazan el cambio y sólo se conducen por una
acción de tipo tradicional (Rogers, E. y L. Svenning:1973).

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Con en estas aproximaciones a la definición del campesinado no hicimos más que
evocar algunas referencias, que no agotan la cuestión pero que debíamos mencionar
ya que nosotros consideraremos campesinos a aquellos productores familiares que
mantienen la dirección de la explotación obteniendo la mayor parte de la producción
con su propio trabajo y que más allá de que subjetivamente tengan o no la intención
de acumular, objetivamente no lo logran. Que sean o no propietarios del suelo no
incidie en principio de manera decisiva en nuestra definición, de modo que los
arrendatarios entrarán en la categoría. De hecho, no ser propietario del suelo no
impide ser un capitalista agrario y la situación puede considerarse homóloga, salvando
la distancia entre el capitalista y el campesino, que reside en la centralidad para aquél
de la extracción de plusvalía. Pero así como la renta del suelo encuentra su límite
lógico en la ganancia media, tampoco la renta precapitalista puede superar
determinados límites de subsistencia del productor y, al menos en ese aspecto, la no
propiedad de la tierra no afecta a la reproducción de ambos sectores. Si es aceptada
nuestra definición general, en Argentina es posible en efecto encontrar campesinos,
aún si su producción para autoconsumo pueda ser escasa y esté ausente una
institución como la comunidad aldeana, resultado ambas cosas de una constitución
generalmente reciente y en el marco del desarrollo de las relaciones capitalistas de
producción. No obstante, también existen en Argentina productores vinculados muy
marginalmente con el mercado y para quienes la producción para el autoconsumo es
importante. Tales los casos, por ejemplo, de las poblaciones dedicadas a la ganadería
de monte o las comunidades aborígenes con formas tradicionales de producción,
acceso común a los recursos naturales y cooperación comunitaria en determinadas
actividades. Si para los primeros, generalmente criollos dedicados a la ganadería,
puede resultarnos más aceptable el título de campesinos que para los segundos, por
el hecho de no ser éstos agricultores o ganaderos, no es menos cierto que estos
también trabajan con los recursos naturales y les son igualmente aplicables los
criterios que hemos retenido para definir la condición de campesino; criterios que
gravitan en torno a lo que más ampliamente puede considerarse como una forma
doméstica de producción. Estos indígenas ya sea dedicados a la caza, la pesca y la
recolección o la ganadería y la agricultura tradicionales, resultan como veremos
particularmente interesantes en el marco de nuestra cuestión ya que, en principio,
parecieran estar menos condicionados por las características históricas y económicas
generales que señalamos en el párrafo anterior como singularizando al campesinado
argentino y sin embargo. En este sentido el análisis concreto que tomaron las distintas

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formas de producción doméstica agraria en nuestro país, permiten diseñar un arco de
poblaciones que yendo de una mayor a menor integración mercantil nunca dejan de
mostrar que las orientaciones hacia la naturaleza que tomaron con su trabajo
quedaron determinadas por una racionalidad estructuralmente dominante que no les
era estrictamente propia.

3) La alienación ecológica del campesinado argentino.

En un extremo de ese arco, colocaremos a los históricos chacareros


arrendatarios pampeanos. Tanto por su integración total y directa al mercado
capitalista mundial, como por sus características culturales “modernas” en términos de
racionalidad económica, como por su inserción en la estructura agraria en una
situación de relativa “hibridez” con la clase obrera debido a que no contaban con la
propiedad del suelo, estos campesinos expresan un caso límite de lo que hemos dado
en llamar “alienación ecológica”. Figura para algunos indispensable de la estructura
agraria pampeana del período agroexportador (Justo, 1918; Nemirovsky, 1933; Gori,
1958), o negada por otros con tal centralidad (Barsky y Pucciarelli, 1991), es un
interesante modelo para describir cómo una relación de subsunción indirecta del
trabajo al capital agrario define la orientación del trabajo doméstico hacia la naturaleza
en un marco absolutamente determinado por la producción de mercancías. Su
carácter extremo lo hace un caso límite: por un lado casi toda su producción se dirige
al mercado, por otro, su estatuto de arrendatario - sobre todo en sus comienzos con
muy breves períodos de ocupación de las parcelas – lo coloca en una situación de
parcial dependencia respecto a la propiedad de los medios de producción, lo que se
agravaba aún más cuando las condiciones contractuales de acceso a la tierra llegaron
a definir hasta los tipos de productos que debían realizarse y las vías de
comercialización (y entonces ya es más que dudosa su inclusión en el campesinado).
El asunto es ampliamente conocido y no vale la pena detenernos ahora en detallarlo.
Alcanzará con evocar la siempre citada carta de Benigno del Carril, estanciero de
Rojas, publicada en 1892 en los Anales de la Sociedad Rural, quien explicaba el
motivo que llevaba a los terratenientes a implementar el arriendo: evitar los costos y
los riesgos económicos que implicaba introducir la agricultura como paso previo al
cultivo de pasturas para la ganadería, actividad del propietario. Se ha llegado a afirmar
que este procedimiento correspondería a una virtuosa racionalidad ecológica por parte
del estanciero: la rotación entre cereales, leguminosas y pastoreo con sus propios

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animales (estando prohibido que el arrendatario se dedicara a la ganadería) mantenía
la estructura y los nutrientes del suelo en una situación de equilibrio que aseguraba el
desarrollo sostenido de su actividad. Desde luego que las consecuencias biológicas
beneficiosas del barbecho pastoreado eran conocidas, pero no era esa, en realidad, la
preocupación expresada por del Carril. Cabe pensar que ese virtuoso efecto ecológico
fue tan accidental como el que produjo la introducción de biomasa animal
suplementaria sobre los pastizales originales pampeanos por parte de los antiguos
conquistadores españoles. Pero tanto en un caso como en el otro, las causas que
motivaron las conductas fueron en realidad ajenas a consideraciones biológicas. Así y
todo, he aquí un ejemplo de orientación ecológica desde la lógica del capital que,
debiendo tomar la naturaleza como medio de trabajo, introduce la agricultura comercial
a gran escala y artificializa el medio natural para hacer aumentar su productividad.
Seguramente la biomasa se acrecentó a partir de entonces, aunque a la larga, la
necesidad de una creciente acumulación que debe llevar un ritmo cada vez más veloz,
haya producido lo contrario con la biodiversidad, mientras que por otro lado debieron
tornarse cada vez más importantes los aportes exteriores a los ecosistemas locales.
Pero lo interesante del caso para nosotros reside en que el agente que efectivamente
realizó ese trabajo no fue sólo el capitalista con su mano de obra asalariada, sino en
gran medida el campesino arrendatario. Por supuesto que hubo, antes y después de
aquellos arrendatarios, capitalistas que practicaron la agricultura en la región. Pero no
es ésa ahora la cuestión, sino señalar que tenemos acá un caso de productor de
subsistencia – más allá de su propia voluntad de “hacerse la América”- cuya
orientación del trabajo hacia la naturaleza se explica claramente desde la lógica de los
sectores dominantes en la acumulación de valor. Tal vez una de las razones por las
que sea difícil visualizar a este chacarero como campesino de parte de ciertas
concepciones culturalistas, tenga justamente que ver no ya con su condición de
arrendatario, sino con su comportamiento absolutamente mercantil, donde la
producción para autoconsumo quedó relegada a un nivel mínimo y el vínculo
emocional con el suelo parece haber estado más bien ausente. Pero es evidente que
ese modelo y el comportamiento subsecuente, que desde luego encontró en el espíritu
especulativo del inmigrante al candidato necesario, fue producto de la necesidad del
capital de establecer una agricultura familiar especulativa que tomara a la naturaleza
como un medio mercantil, procediendo así a una transformación de la misma para su
propio beneficio. El sistema de rotación agricultura-ganadería y sus virtudes
ambientales, si no fue el producto de una preocupación ecológica del estanciero,

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menos aún lo fue de la sabiduría campesina –algo improbable en el marco de un
sistema de arrendamientos de corto plazo-. Sólo se explica desde las preocupaciones
financieras del capital del todo ajenas a un modelo consciente de agricultura
sostenida. Que las formas de trabajo descriptas son antes que nada el resultado de las
relaciones sociales de producción que imponen una determinada orientación del
trabajo social hacia la naturaleza, lo demuestra la posterior desaparición de la rotación
cuando finalmente los pequeños agricultores arrendatarios comenzaron a ser
disfuncionales a la acumulación del capital y no se renovaron más sus contratos.

Si nos detenemos ahora en el NEA, la región más campesina del país,


observaremos dos casos donde la orientación del trabajo agrario doméstico hacia la
naturaleza, aún pareciendo muy diferentes, son esencialmente similares en los
términos de nuestra tesis. En el primero caso, los agricultores algodoneros chaqueños
que, en el continuum enunciado, podríamos ubicar al lado del chacarero pampeano,
difiriendo por la ausencia del arrendamiento y de los intereses directos del capital
agrario local, sobre todo durante la formación de la estructura agraria regional. En el
segundo caso, la provincia de Misiones, a su vez la más campesina de la región, es
dable observar una particularidad muy pertinente para nuestra hipótesis: a pesar de
condiciones similares tanto en lo ambiental (un medio subtropical húmedo) como en la
forma básica de la propia reproducción social (de tipo doméstico), los campesinos
misioneros se comportaron de diferentes maneras con la naturaleza, haciendo que su
trabajo tenga una proporción variable de orientación hacia ella como medio o como
objeto según variaban localmente las clases dominantes de la estructura agraria.

En la provincia del Chaco se propagó a partir de 1920 el cultivo del algodón, que
se impulsó sobre todo durante las dos décadas siguientes al incrementarse su
demanda para la industria textil. Otras provincias vecinas seguirían el modelo, como
Formosa, o de manera más marginal, Santiago del Estero. Se originó así una amplia
capa de productores familiares abocados al monocultivo del algodón. Éstos tuvieron
orígenes diversos: inmigrantes europeos, indígenas que sedentarizados proveerían la
mano de obra zafral, chacareros pampeanos a los que se les había terminado la
frontera en el sur, y hacheros asalariados ya sin bosques que talar. Estos últimos, si
bien fueron un componente minoritario son sin embargo muy apropiados para observar
cómo un mismo grupo de la clase subordinada adecua su relación con la naturaleza –y
por lo tanto su propio universo cognitivo- en función de la clase dominante que la

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somete. De una situación original de subsistencia asalariada en una producción
exclusivamente rentística, como era la tala que tomaba a los bosques naturales como
objeto de trabajo, esa población pasó a la subsistencia campesina teniendo a partir de
entonces a la naturaleza como medio de trabajo al abocarse al cultivo del algodón
(Benencia, 1986). Expresaban así la sustitución de una estructura social dominada por
una burguesía más orientada a la renta que a la ganancia (el monopolio taninero)
cuando no directamente rentista (los terratenientes que por propiedad o concesión
extraían postes, durmientes y rollizos), por otra orientada decididamente a la ganancia
que requirió de una agricultura que proveyese a su industria y que, para el caso,
tomara a la naturaleza como medio antes que como objeto de trabajo. Esta tarea fue
llevada a cabo por aquel heterogéneo campesinado, ya que la burguesía no estaba
por ese entonces en condiciones de afrontarla al suponer la misma una cuantiosa
inversión y una compleja organización del trabajo; además de los riesgos que la
actividad acarreaba al realizarse en una zona con muy alta variabilidad interanual de
precipitaciones. Sólo muchos años después, cuando la acumulación alcanzó una
mayor escala y la tecnología disponible así como la demanda internacional de nuevos
productos – en particular la soja a partir de finales de la década pasada – tornaron
posible una agricultura rentable en la región, ese campesinado comenzó a ser
reemplazado por el capital agrario. Ese reemplazo, que en menor o mayor grado
alcanzó a todo el arco del campesinado chaqueño, se realizó recurriendo incluso a la
violencia directa, como en el caso de Santiago del Estero. Así, cuando no se lo forzó al
éxodo rural, se lo relegó a una subsistencia cada vez más centrada en el autoconsumo
y en la explotación marginal del monte como objeto de trabajo. Un caso entonces
donde la orientación hacia la naturaleza que tomó el trabajo en las formas domésticas
de producción se explica por la necesidad que en distintos momentos tuvo ya sea una
nueva fracción de la burguesía industrial que debía desplazar la extracción forestal en
beneficio de la agricultura, ya sea una burguesía agraria en condiciones de asumir
directamente la agricultura. La circunstancia particular de los hacheros devenidos
primero en agricultores (cuando la naturaleza deja de ser objeto y pasa a ser medio de
trabajo) y luego devueltos progresivamente al monte (cuando la naturaleza vuelve a
ser medio) es especialmente ilustrativa. De manera ejemplar ellos revelan los orígenes
de la orientación hacia la naturaleza de todas las formas del trabajo doméstico agrario
en la región, así como el destino que les reserva el desarrollo del capital agrario.

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Más o menos al mismo tiempo que en la llanura chaqueña comenzaba la
difusión del algodón, en la meseta de Misiones se desarrollaron las plantaciones de
yerba mate. Como es sabido (Bolsi, 1986), los avatares que vivió la tierra fiscal en los
orígenes de la provincia llevó a que el Estado distribuyera parte de la tierra entre los
colonos rutenos llegados de Europa o los alemanes venidos de Brasil, mientras que
otra parte, sobre todo al norte y al este, quedó en manos de unas pocas familias
correntinas. Mientras que los primeros fueron quienes motorizaron el desarrollo
yerbatero y toda una arboricultura asociada, los segundos utilizaron la tierra con fines
rentísticos, extrayendo madera y practicando una muy escasa ganadería de monte, o
destinándola a prenda hipotecaria obteniendo fondos para inversiones
extrarregionales. Quedaron de ese modo grandes extensiones casi intactas (privadas
y también algunas fiscales), que los campesinos que llegaron más tarde, caboclos
provenientes del Brasil, ocuparon de manera precaria. En esas condiciones la
arboricultura era imposible y la agricultura adquirió un sesgo que – comparado con el
anterior - tomaba a la naturaleza más como objeto que como medio de trabajo:
laboreos itinerantes sobre rozados, cuyos productos eran destinados al autoconsumo
o a un cultivo industrial como el tabaco. Las diferencias entre el comportamiento
ecológico de los primeros campesinos y de estos caboclos – a los que siempre se
responsabiliza de la aparición de las capueras, que son a veces producto de la
deforestación de los latifundistas – no pueden en realidad imputarse a una cuestión
cultural, ni menos aún a diferentes condiciones medioambientales, sino a las
características mismas de una estructura agraria que les reservó a los segundos un rol
marginal, condenándolos a tomar a la naturaleza más como objeto que como medio.

Detengámonos por último en el NOA, la otra región con fuerte presencia


campesina. Siendo por otra parte la de más antiguo poblamiento, es posible encontrar
también allí formas domésticas de producción con muy diversos orígenes, pero a partir
de finales del siglo XIX, más o menos todas ellas se vieron afectadas por el desarrollo
de la industria azucarera, primero en la provincia de Tucumán e inmediatamente
después en las de Salta y Jujuy. En Tucumán se originó una estructura industrial
alrededor de una treintena de ingenios de diferentes tamaños que poco a poco
llegaron a ser mayormente provistos de caña por agricultores independientes, de
modo que sus propios campos tuvieron al cabo una participación secundaria o fueron
a veces definitivamente abandonados (Pucci, 1989; Giarracca y otros, 1995). En
cambio, en Salta y Jujuy se instaló una media docena de grandes establecimientos

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que producían casi toda la materia prima que procesaban. Obviamente, las estructuras
agrarias resultantes difirieron, ya que mientras en el primer caso se dio lugar a una
masa de agricultores familiares, que de hecho conforma una de las identidades más
importantes del campesinado norteño, en el segundo se produjo, más allá de la
reducida cantidad de obreros permanentes ocupados en las plantaciones, un proceso
de subsunción parcialmente directa de mano de obra inserta en formas domésticas de
producción mediante su asalariamiento estacional durante la época de las cosechas.
Por diversas razones, que no cabe ahora desarrollar en detalle, ambas burguesías
regionales optaron por modelos diferentes. Pero no por ello la burguesía salto-jujeña
desechó las formas domésticas de producción disponibles en la región, antes bien
éstas le resultaron imprescindibles para la producción y reproducción de la mano de
obra estacional que requería en forma masiva (Reboratti, 1976; Rutledge, 1987).
Resulta particularmente sugerente la subsunción de las formas domésticas de
producción vinculadas a las parcialidades aborígenes chaquenses que constituyeron,
por lo menos hasta la década del 30, la inmensa mayoría de la mano de obra para la
zafra, siendo luego progresivamente reemplazada por otras poblaciones campesinas
hasta que se llega a la mecanización de la cosecha treinta años más tarde (Conti et
alt, 1988). Efectivamente, mediante la movilización de los aborígenes, realizada por los
“sacadores de indios” de las firmas, por el Ejército cuando la provincia del Chaco aún
era Territorio Nacional, o por las misiones anglicanas introducidas en el chaco salteño
por los ingenios propiedad de residentes ingleses, se generó un sector de productores
domésticos insertos en una interesante orientación de su trabajo hacia la naturaleza.
Mientras en invierno su alienación ecológica alcanzaba la máxima expresión posible
mediante el asalariamiento en la plantación, en el verano los productores volvían al
monte y la naturaleza dejaba de ser medio de trabajo para pasar a ser objeto de las
formas ancestrales de caza y recolección. Las formas domésticas de producción que
tomaban al monte como objeto de trabajo durante la fase de retracción en la demanda
industrial, sólo se explican desde la misma lógica de reproducción del capital y su
necesidad de mantener esas formas tradicionales de trabajo para que el ingenio pueda
afrontar el costo de mantenimiento de su mano de obra durante el periodo de
crecimiento de la caña. Y esto es así porque en las condiciones ecológicas de nuestro
país la cosecha no puede escalonarse durante el año y porque, por otro lado, el área
donde la mano de obra se reproducía cazando y recolectando mientras maduraba la
plantación, estaba desprovista de todo interés económico para la explotación
capitalista. De esa manera, mientras la industria azucarera generó en Tucumán un

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campesinado que tomaba a la naturaleza como medio de trabajo, la fracción salto-
jujeña que estaba en condiciones de integrar todo el circuito productivo, sostuvo y
resignificó la caza y recolección primitiva que toma a la naturaleza como objeto de
trabajo a fin de poder mantener al menor costo a su mano de obra asalariada.

Conclusión

Hemos afirmado aquí la necesidad de abordar las diferentes formas de


apropiación y uso de los recursos naturales por parte de los productores mercantiles
de tipo familiar como función de la acumulación del capital al cual, de una forma u otra,
se encuentran generalmente subsumidos en las economías de mercado. En esa línea
concluimos que la orientación ecológica de la producción campesina contemporánea,
en la medida que esté inserta en los canales mercantiles que la vinculen con la
valorización capitalista o con la acumulación rentística, es siempre producto de la
alienación de su trabajo al capital. Por supuesto que no se trata de la única clave a
considerar cuando se busca detectar las relaciones causales de los comportamientos
concretos que se ven involucrados en procesos de explotación de los recursos
naturales por parte de productores mercantiles simples. Pero es éste, a nuestro
entender, uno de los más elementales niveles estructurales de análisis que no puede
dejar de considerarse. No se pretendió presentar con esto algo así como un modelo
explicativo general y suficiente para cualquier proceso que ponga en relación a la
naturaleza con la sociedad contemporánea, o más particularmente con las actuales
formas campesinas de producción, sino que se quiso apuntar muy especialmente a
una de las dimensiones que entran necesariamente en línea de cuenta cuando debe
considerarse dicha relación. El señalamiento, y el énfasis en este aspecto de la
cuestión, se justifican ante la fascinación creciente que desde hace ya varias décadas
producen en los científicos sociales en general, y entre muchos geógrafos en
particular, los abordajes subjetivistas y culturalistas que dan a menudo la impresión de
dejar la explicación de la relación de los hombres con su medio en la vaguedad de las
trayectorias individuales más o menos aleatorias de los sujetos de la acción o en los
modelos culturales adquiridos en procesos de socialización desgajados de las
estructuras socioeconómicas más amplias en donde en realidad se desarrollan.

Si un análisis sistémico no puede reducirse a un modelo lineal unicausal, no


puede tampoco, a nuestro entender, dejar de establecer la jerarquía de los diferentes

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factores que deben considerarse. Los ejemplos retenidos para entender las distintas
formas de orientación del trabajo hacia la naturaleza que toman las economías de
subsistencia vinculadas al mercado, intentaron recordar que si las representaciones
simbólicas y las prácticas culturales son efectivamente puestas en juego por los
productores en sus orientaciones productivas, las reglas básicas de ese juego ya
vienen establecidas desde la racionalidad de los sujetos dominantes dentro de la
estructura en la que los actores se desempeñan. Nada más claro en este sentido que
el ejemplo de la relación con el medio que establecieron los aborígenes chaquenses
vinculados al desarrollo de la moderna industria azucarera. Sin embargo queremos ser
terminantes al afirmar que tener muy presente este “efecto de estructura” no significa
en absoluto olvidar la acción de los sujetos. Si lo que caracteriza a la humanidad es su
capacidad de trabajo libre y consciente, es de esperar que en algún momento esos
sujetos puedan superar la alienación a la cual los somete una estructura histórica que
como tal es modificable aunque, claro está, si se destruyen las relaciones de poder en
ella vigentes. Y desde luego el “sujeto de la acción” es necesariamente desde esta
perspectiva mucho más que un grupo de individuos. Es en este aspecto que pueden
resultar muy esclarecedoras de esta relación dialéctica entre estructura y acción, las
transformaciones que actualmente introduce el desarrollo del capital agrario que se
dirige cada vez más a lo que se ha dado en llamar una “agricultura sin agricultores”, o
sea el abandono de los modelos de subsunción indirecta del trabajo campesino al
capital. En la medida en que, tal como ocurre en nuestro país, el sector no
agropecuario no ofrezca suficiente lugar en su mercado de trabajo a los productores
domésticos expulsados del campo, es posible que esta situación estructural sirva de
catalizador a una conciencia de clase campesina y a una construcción autónoma del
proceso de trabajo. En ese nuevo marco estructural también es posible que los
campesinos, entrando en conflicto con el modelo productivo dominante, desarrollen
organizaciones corporativas y productivas en el seno de las cuales pueda revertirse,
por lo menos hasta cierto punto y en situaciones específicas, la alienación ecológica
de la cual hemos hablado. El debate queda abierto, en todo caso, sobre las
posibilidades reales de establecer desde allí pautas que puedan desenvolverse
independientemente de la dominación mercantil del capital o sobre la capacidad de
socialización productiva que, en otro contexto, puede establecer el campesinado.

Hicimos estas observaciones pensando en los discursos con “sensibilidad


humanista” de una geografía culturalista cada vez más orientada a las experiencias

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subjetivas cotidianas que eluden considerar los marcos estructurales en que las
mismas se desarrollan. En lo que se refiere al campesinado, ese pensamiento es
propenso a creer en sujetos sociales que – por ser subalternizados- estarían al
margen del sistema y en tal situación serían creadores de racionalidades ajenas (y no
tan sólo propias y eventualmente contradictorias) a la estructura en que se
desenvuelven. Siendo así, podrían encontrarse directamente en ellas las alternativas a
la alienación; esta fue de hecho la tesitura general de la geografía postmoderna
feminista, postcolonial, queer, etc. No es rara por lo tanto la búsqueda de
cosmovisiones exocapitalistas que pondrían en equilibrio con la naturaleza a las
poblaciones campesinas – tanto más cuando se trata de aborígenes, que se prestan
fácilmente a las interpretaciones de un universo simbólico exótico – remontando de
esa forma los conflictos ambientales contemporáneos no a las relaciones sociales de
producción, sino a los modelos cognitivos de la modernidad. En consecuencia, la
revalorización de esas cosmovisiones debieran concientizarnos para modificar las
estructuras por vía de un diálogo reflexivo que revierta el sentido etnocéntrico de la
racionalidad moderna. No será tal vez muy original pensar que semejante
razonamiento corre el riesgo de empantanarse en un estéril romanticismo, pero esa es
nuestra impresión. Confiamos más, en cambio, en la naturaleza contradictoria de las
relaciones sociales que se establecen dentro de los sistemas de producción en
constante desarrollo y nos parece que por lo tanto debiéramos prestar más atención a
este aspecto de la cuestión si queremos rastrear las posibles soluciones a nuestros
conflictos ambientales.

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