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SÍNTESIS: Al iniciarse el siglo xxi, nueve de cada diez niños y niñas latinoamericanos
tienen acceso a la educación primaria. No obstante esta elevada cobertura del ciclo
básico y la expansión que ha registrado en muchos países la matrícula en el ciclo
secundario, todavía se observan en la región niveles educacionales muy bajos, tanto en
relación con los patrones mundiales como con las exigencias que impone la
globalización. Junto con los avances registrados en la década pasada en procura de la
universalización del acceso a la educación primaria y a una mayor retención de los
niños y adolescentes en la escuela, América Latina presenta hoy tasas de deserción
escolar temprana muy elevadas. Los principales desafíos para avanzar de lleno hacia el
logro de los «Objetivos de Desarrollo del Milenio» y para el cumplimiento de las metas
en el año 2015, son evitar que los niños abandonen la escuela antes de terminar el ciclo
básico y disminuir lo más posible la deserción en el ciclo medio.
SÍNTESE: Ao se iniciar o século xxi nove de cada dez meninos e meninas latino-
americanos têm acesso à educação inicial. Não obstante esta elevada cobertura do nível
básico e a expansão que tem registrado em muitos países a matrícula no nível médio,
ainda se observam na região níveis educacionais muito baixos, tanto em relação aos
padrões mundiais, como com as exigências que a globalização impõe. Junto com os
avanços registrados na década passada na procura da universalização do acesso à
educação fundamental e a uma maior retenção das crianças e adolescentes na escola, a
América Latina apresenta hoje taxas de deserção escolar cedo muito elevadas. Os
principais desafios para avançar com determinação ao logro dos «Objetivos de
Desenvolvimento do Milênio» e para o cumprimento das metas no ano 2015, são evitar
que as crianças abandonem a escola antes de terminar o nível básico, e diminuir o
máximo possível a deserção no nível médio.
1. Introducción
La deserción escolar genera elevados costos sociales y privados. Los primeros no son
fáciles de estimar, pero entre ellos se mencionan los que derivan de disponer de una
fuerza de trabajo menos competente y más difícil de calificar, cuando las personas no
han alcanzado ciertos niveles mínimos de educación para aprovechar los beneficios de
programas de entrenamiento ofrecidos por el Estado o por las empresas, y cuya
manifestación extrema es el analfabetismo. La baja productividad del trabajo, y su
efecto en el (menor) crecimiento de las economías, se considera también como un costo
social del bajo nivel educacional que produce el abandono de la escuela durante los
primeros años del ciclo escolar. Asimismo, representan un costo social los mayores
gastos en los que es necesario incurrir para financiar programas sociales y de
transferencias a los sectores que no logran generar recursos propios. En otro orden de
factores, se mencionan igualmente como parte de los costos de la deserción la
reproducción intergeneracional de las desigualdades sociales y de la pobreza y su
impacto negativo en la integración social, lo que dificulta el fortalecimiento y la
profundización de la democracia2.
2.1 ¿Cuál es la cuantía de los ingresos laborales que dejan de percibir durante su
vida activa los jóvenes que abandonan sus estudios?
En cuanto a los costos privados, estos pueden calcularse sobre la base de una estimación
del menor ingreso futuro que obtienen las personas en el mercado de trabajo como
consecuencia de completar un número menor de tiempo de estudios, en comparación
con un nivel de escolaridad preestablecido. En concreto, los costos privados se refieren
a la cuantía de ingresos laborales que dejan de percibir durante su vida activa los
jóvenes que abandonan con anticipación sus estudios. Particularmente importante es la
estimación de los ingresos laborales que se «sacrifican» al no completarse los ciclos
primario y secundario.
GRÁFICO 1
Pérdidas de ingresos salariales asociadas a la deserción escolar según sexo por grupos
de países
En síntesis, los antecedentes presentados indican que en pocos ámbitos los recursos
invertidos logran un retorno social y privado más alto. Las oportunidades de acceder a
mejores trabajos que brindan años adicionales de educación se traducen, así mismo, en
un menor número y duración de los períodos de desempleo, especialmente para quienes
logran completar el ciclo secundario y pueden continuar sus estudios, así como en
menores pérdidas salariales al obtener los nuevos empleos3. Los beneficios del aumento
de la eficiencia interna de los sistemas educacionales se expresan también en
importantes ahorros de recursos públicos, por cuanto los repitentes y los desertores se
concentran en los establecimientos gestionados o financiados por el Estado.
Por ello, las elevadas tasas de deserción escolar que se registran en América Latina
indican la necesidad de establecer nuevos programas y de destinar más recursos al
urgente propósito de retener a los niños y adolescentes en el sistema educativo.
La más clara manifestación de ello son las altas tasas de deserción escolar que registran
la mayoría de los países, que se traducen en un bajo número de años de educación
aprobados, muy por debajo del ciclo secundario completo, considerado el capital
educativo mínimo necesario para insertarse en empleos urbanos y rurales con
probabilidades de situarse fuera de la pobreza4.
Los antecedentes que se presentan a continuación proveen evidencias sobre la magnitud
del abandono escolar de los adolescentes antes de completar el ciclo secundario en 18
países de América Latina, y de sus cambios durante la pasada década, basados en datos
de encuestas de hogares5.
La información disponible indica que actualmente cerca del 37% de los adolescentes
latinoamericanos entre 15 y 19 años de edad abandonan la escuela a lo largo del ciclo
escolar, y casi la mitad de ellos lo hacen tempranamente, antes de completar la
educación primaria. En varios países la mayor parte de la deserción se produce una vez
completado ese ciclo, y, con frecuencia, durante el transcurso del primer año de la
enseñanza media. El abandono escolar presenta diferencias pronunciadas entre los
países, y en todos ellos es mucho más corriente en las zonas rurales.
En efecto, si nos situamos alrededor del año 2000, la tasa global de deserción de los
adolescentes entre 15 y 19 años de edad era inferior al 20% en las zonas urbanas de
Bolivia, Chile, República Dominicana y Perú En Argentina, Brasil, Colombia y Panamá
comprendía entre un 20% y un 25%. En otro grupo de países (Costa Rica, Ecuador, El
Salvador, México, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela) la deserción escolar
afectaba a un porcentaje situado entre el 25% y el 35% de los adolescentes, mientras
que en Honduras y Guatemala dicha tasa alcanzaba al 40% y al 47%, respectivamente
(véase el gráfico 2).
Con todo, y a pesar de los avances logrados a fines de la década pasada, el rezago de las
zonas rurales en comparación con las urbanas seguía siendo muy elevado. En 10 de 124
países examinados la tasa global de deserción rural rebasaba en no menos de 20 puntos
porcentuales la tasa urbana, y en 5 la superaba en 30 o más puntos. Sólo en Brasil y en
la República Dominicana, y en menor medida en Chile y Panamá, esas diferencias eran
menores aunque igualmente preocupantes.
3.1 ¿En qué etapa del ciclo educacional tiende a concentrarse la deserción escolar
en los países latinoamericanos?
Resulta interesante destacar las diferencias entre hombres y mujeres. En las zonas
urbanas, las niñas abandonan la escuela con menor frecuencia que los niños; progresan a
lo largo del ciclo escolar con menor repetición, y una mayor proporción de chicas que
de varones egresa de la educación secundaria sin retraso. En las zonas rurales, en
cambio, las mujeres tienden a abandonar la escuela antes que los hombres, sobre todo
durante los primeros años de la primaria, y en algunos países (Bolivia, República
Dominicana, Guatemala, Paraguay y Perú) un porcentaje mayor de niñas que de niños
no ingresa al sistema o lo abandona sin completar el primer grado.
GRÁFICO 2
América Latina (18 países): Tasas de deserción entre los jóvenes de 15 a 19 años, 1990-
1999
Como se verá más adelante, los principales factores de riesgo de deserción son la
repetición derivada de las inasistencias, el bajo rendimiento y la extra edad asociada al
consiguiente retardo escolar. Aunque la constatación de una inferior deserción escolar
femenina no permite afirmar que esta sea una consecuencia directa del menor retraso
que en general presentan las mujeres, es probable que ese factor contribuya a tal
resultado. Favorece dicha hipótesis el hecho de que las diferencias en el porcentaje de
hombres y de mujeres entre 15 y 19 años que se encuentran retrasados aumentan entre
los adolescentes «muy retrasados» (tres o más años de rezago). Y esto ocurre tanto en
las zonas urbanas como en las rurales de la mayoría de los países. En consecuencia, en
las zonas urbanas un porcentaje más alto de las jóvenes que de los varones completa su
educación secundaria antes de los 20 años de edad.
El avance más rápido de la cobertura de la matrícula en las zonas urbanas ha ido
acompañado de una mayor capacidad de los sistemas escolares de retener a las mujeres,
lo que se manifiesta en menores tasas de deserción entre las jóvenes que entre los
varones. En efecto, a finales de los años noventa, en cinco países (Costa Rica, República
Dominicana, Honduras, Uruguay y Venezuela) las adolescentes de 15 a 19 años
registraban una tasa global de deserción entre 5 y 9 puntos porcentuales más baja que la
de los varones de esas mismas edades. En las zonas urbanas de otros cinco (Argentina,
Brasil, Colombia, Nicaragua y Panamá) las diferencias en las tasas de deserción entre
ambos sexos eran menores, pero igualmente significativas: entre 2 y 4 puntos
porcentuales más bajas las correspondientes a las niñas. En Chile, Guatemala, México y
Paraguay prácticamente no se advertían diferencias, mientras que en Bolivia y El
Salvador las jóvenes mostraban tasas de deserción algo más elevadas que las de los
varones.
Del gráfico 3 se desprende que el abandono escolar en cada una de las etapas del ciclo
educacional (durante la primaria, al término de la misma y en la secundaria) se produce
con mucho mayor frecuencia en los hogares de menores ingresos. Como promedio8, la
tasa global de deserción en las zonas urbanas en el primer cuartil es del 38%, mientras
que en el cuartil de ingresos más altos es del 13%. Las tasas promedio de abandono
escolar temprano son del 12% y del 3%, respectivamente, y los promedios
correspondientes al retiro de la escuela al finalizar la primaria son del 16% en el cuartil
más pobre y del 6% en el más rico. Por su parte, los porcentajes del total de
adolescentes que abandonan la secundaria antes de completarla son del 15% y del 5%
en los cuartiles extremos.
GRÁFICO 3
América Latina (17 países): Tasas de deserción entre los jóvenes de 15 a 19 años que
pertenecen al cuartil 1 y al cuartil 4
a/ de la distribución del ingreso de los hogares. Zonas urbanas, 1999
De forma similar a lo que ocurre con la disminución de los índices de pobreza, a medida
que se avanza en la retención de los niños y niñas en el sistema escolar y aumenta la
eficiencia de este, resulta más difícil obtener nuevos logros. Eso se debe a que se
enfrentan situaciones de una mayor complejidad en los mecanismos que generan el
abandono de la escuela, al tiempo que los grupos familiares tienden a ser menos
permeables al influjo de las políticas dirigidas a evitarlo. Así, en los países que han
alcanzado menores tasas de deserción durante el ciclo primario, las desigualdades entre
estratos socioeconómicos son, por regla general, más pronunciadas en relación con la
deserción temprana.
Por último, las significativas reducciones de la deserción escolar en las zonas rurales –a
partir de tasas más elevadas que las urbanas– tampoco fueron acompañadas por una
disminución de las diferencias entre los estratos de ingresos altos y bajos. En el 25% de
los hogares de más bajos ingresos, la reducción de la tasa global de deserción fue, en
promedio, de 12 puntos porcentuales (del 66% al 54% entre 1990 y 1999), en tanto que
en el 25% de los hogares de ingresos más altos la retracción fue de 13 puntos (del 56%
al 43%)9. En ese sentido, los avances en materia de eficiencia de los sistemas
educacionales que se lograron en la región en la década pasada fueron acompañados
también de una mayor concentración del retraso escolar y de la deserción en los estratos
de menores ingresos.
El retiro escolar definitivo rara vez es un evento inesperado; se presenta más bien como
una cadena de hechos que van elevando el riesgo de deserción a medida que se avanza
en edad y se experimentan crecientes dificultades de rendimiento y de adaptación,
especialmente cuando se transita del ciclo primario al secundario.
5.1 ¿Qué factores determinan o condicionan el abandono escolar?
Entre los problemas e inadecuaciones que precipitan o acentúan las tendencias al retiro
y a la deserción dentro del sistema escolar, destaca la visión de que el fracaso escolar
puede ser entendido como resistencia a los códigos socializadores que entrega la
escuela. Con tal interpretación, ésta y sus agentes negarían validez al capital cultural
con el que llegan los jóvenes a la escuela, e intentaría disciplinar socialmente a los
educandos definiendo a priori lo que es legítimo aprender. Al negar todo potencial
formador a la cultura y al quehacer juvenil de los estratos más pobres de la población,
los docentes entenderían que su papel más específico sería preparar a los jóvenes para
un escenario adverso, en el que tendrían que desenvolverse de manera disciplinada. Así,
la disciplina social se convierte en el eje orientador de los procesos formativos y la
escuela se reduce a obligaciones e instrucciones que los jóvenes viven de forma pasiva –
con aburrimiento–, marco en el que sus intereses, preocupaciones y problemas no tienen
cabida. En consecuencia, la resistencia frente al mismo se manifestaría en el fracaso
escolar, que normalmente precede al abandono de la escuela11. Así, la interacción
profesor/alumno, fundada en la disciplina y en la ejecución de planes y programas cuyos
contenidos desactualizados y abstractos se hallan alejados de la realidad de los jóvenes,
favorece la repetición y estimula la deserción.
En este proceso la escuela no integra, sino que a menudo segrega a los estudiantes de las
clases desfavorecidas con bajas calificaciones y con el estigma del fracaso escolar; los
juicios de los profesores les convencen de que son incapaces de estudiar y de que deben
contentarse con un trabajo modesto, adaptado a sus capacidades. Para muchos niños y
jóvenes de los estratos pobres la calle se convierte así en el ámbito de socialización
entre pares en el que logran mayor satisfacción, mientras que la escuela se manifiesta
como la primera experiencia de fracaso social12.
5.2 ¿Qué indican los antecedentes disponibles sobre la importancia relativa de los
factores que inciden en la deserción escolar?
En América Latina una de las principales fuentes de información para el análisis de los
diversos factores asociados a la deserción escolar es la de las encuestas de hogares de
los países. Ellas pueden proporcionar dos tipos de evidencias: la que se refiere a los
motivos que han conducido a los jóvenes a abandonar sus estudios, suministrados por
ellos mismos o por quien responde a la encuesta ante una o más preguntas acerca de las
razones de la inasistencia escolar o del retiro de la escuela; y la que surge del examen de
ciertos factores asociados a la deserción escolar (situación de pobreza, características
familiares u otros), y cuya importancia se puede analizar mediante la comparación de
las frecuencias de abandono escolar entre los jóvenes, según presenten o no dichas
características.
Por lo general, y en relación con el primer tipo de información, las razones o «causas»
del abandono escolar pueden clasificarse en: razones económicas, que incluyen tanto la
falta de recursos del hogar para enfrentar los gastos que demanda la asistencia a la
escuela, como el abandono que se produce para trabajar o para buscar empleo;
problemas relacionados con la oferta o con la falta de establecimientos; problemas
familiares, que comprenden las razones más frecuentemente mencionadas por las niñas
y las adolescentes: la realización de quehaceres del hogar, el embarazo y la maternidad;
aquellas asociadas a la falta de interés, incluida la carencia de importancia que le dan los
padres; problemas de desempeño escolar: bajo rendimiento, problemas de conducta y
otros asociados con la edad; y otras razones: discapacidad, servicio militar, enfermedad
o accidente, asistencia a cursos especiales, etcétera.
En siete de los ocho países de los que se tiene información, la principal razón de
abandono escolar aducida por los adolescentes varones se relaciona con el primero de
los factores mencionados. En efecto, en Bolivia, El Salvador Nicaragua y Paraguay, más
del 70% de ellos señala haberse retirado por dificultades económicas o porque se
encuentran trabajando o buscando empleo, y en Chile, Perú y Venezuela, esas mismas
razones concentran más de la mitad de las respuestas. Sin embargo, no en todos los
casos el motivo fundamental es el desempeño de un trabajo: en Paraguay y Perú el 50%
o más de los desertores escolares indica como motivo principal las dificultades
económicas del hogar para enfrentar el costo de la inserción educacional de los jóvenes.
Entre las adolescentes los factores económicos son también importantes, pero las tareas
del hogar, el embarazo y la maternidad se mencionan con mucha frecuencia. Para
contrastar las razones aducidas por hombres y mujeres, asociadas a la diferenciación de
roles por género, véase el gráfico 4.
GRÁFICO 4
América Latina (8 países): Principales razones que habrían motivado el abandono
escolar entre adolescentes de 15 a 19 años de edad según sexo. Zonas urbanas, 1999
a/ Total nacional.
FUENTE: CEPAL, sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares
de los respectivos países.
Por último, corresponde destacar que la falta de interés por los estudios como razón
principal del abandono se aduce con mayor reiteración que los problemas de desempeño
escolar, aunque sin duda ambos factores están estrechamente relacionados. Tanto en las
zonas urbanas como en las rurales los varones mencionan con más frecuencia que las
mujeres haber desertado por falta de interés en los estudios. Eso está en consonancia
con la evidencia del superior tiempo de permanencia en la escuela y con el mejor
rendimiento que están logrando las adolescentes en comparación con los jóvenes,
especialmente en la enseñanza secundaria. En Chile, Nicaragua, Paraguay y Perú entre
un 10% y un 25% de los adolescentes de ambos sexos señalan su falta de interés como
principal razón del retiro de la escuela. En la República Dominicana y Venezuela esos
porcentajes son más altos: entre un 25% y un 48%. En cuanto a las razones que tienen
que ver con el desempeño o con el rendimiento escolar, sólo en Chile un porcentaje
relativamente alto de los jóvenes desertores entre 15 y 19 años de edad (entre el 6% y el
12% del total) mencionan este como motivo de abandono.
CUADRO 1
América Latina a/: Tasa global de deserción y tasa de deserción temprana entre jóvenes
de 15 a 19 años según diversos factores, 1999
Como se indicó más arriba, las encuestas de hogares también permiten examinar
diversos factores que se suponen relacionados con el fracaso y con el abandono escolar.
En primer lugar, conviene destacar que la condición socioeconómica de los hogares en
los que residen los jóvenes, caracterizada por la situación de pobreza absoluta, es un
factor que tiende a aumentar el riesgo de deserción, sobre todo en las etapas tempranas.
Como promedio simple, la condición de pobreza entre los jóvenes urbanos acrecienta la
probabilidad de deserción en alrededor de un 60% (23% de desertores no pobres, en
comparación con un 37% en condiciones de pobreza), incremento que es mayor entre
los desertores tempranos (de un 6% a un 13%). En las zonas rurales la situación de
pobreza presenta menor significación como factor de riesgo debido a que está más
extendida, a lo que se agrega la mayor gravitación de otros factores, como el trabajo
agrícola, y el hecho de que el abandono escolar es aún un problema masivo (55% de
desertores entre los pobres y 48% entre los no pobres).
El trabajo juvenil es el factor que parece producir mayores diferencias en los niveles de
deserción: en las zonas urbanas, el 53% de los jóvenes que trabajan han abandonado la
escuela sin terminar la enseñanza secundaria (el 18% lo hizo tempranamente), mientras
que entre los jóvenes que no trabajan esta proporción sólo alcanza al 19% (6%
desertaron tempranamente); en las zonas rurales, el 71% de los jóvenes trabajadores no
completaron su educación, comparado con el 38% de los que no trabajan. Pero estas
diferencias no permiten afirmar fehacientemente que el trabajo sea un factor expulsor
del sistema educacional, si se considera que a través de las encuestas de hogares no es
posible determinar si la actividad laboral precede a la deserción o viceversa, es decir, si
los que desertan se dedican después a trabajar. No obstante, la evidencia disponible
sobre la presencia de trabajo remunerado entre los jóvenes que se encuentran en
distintas situaciones educativas indica que la participación laboral se asocia con el
retraso escolar, antecedente directo de la deserción.
6. A modo de conclusión
Los programas sociales destinados a reducir el abandono escolar temprano debieran
ocupar un lugar prioritario en las agendas de los gobiernos de la región. Los esfuerzos
destinados a elevar los índices de retención en la primaria, junto con el mejoramiento de
la calidad de la educación, son decisivos para el cumplimiento de los «Objetivos de
Desarrollo del Milenio». Ellos no sólo contribuirán a alcanzar las metas educacionales
aprobadas por los gobiernos para el año 2015 (universalización de la educación
primaria) sino que son una condición necesaria para reducir las desigualdades y para
lograr objetivos más exigentes en materia de mejoramiento de la calidad de los recursos
humanos en América Latina.
Se puede afirmar que las políticas tendientes a mejorar la retención de los niños y niñas
en la escuela no sólo rinden en términos de menores costos sociales, sino que producen
significativos impactos en materia de aumento de los ingresos laborales, como se ilustra
en la primera parte de este artículo. Asimismo, las mayores oportunidades de acceder a
trabajos mejor remunerados se traducen en un menor número y duración de períodos de
desempleo para quienes logran completar el ciclo secundario y pueden continuar sus
estudios, así como menores pérdidas salariales al obtener los nuevos empleos14. Los
beneficios del aumento de la eficiencia interna de los sistemas educacionales se
expresan también en importantes ahorros de recursos públicos, por cuanto los repitentes
y los desertores se concentran en los establecimientos gestionados y/o financiados por el
Estado.
Sin embargo, los esfuerzos para evitar la deserción escolar a fin de que los jóvenes de
hoy puedan alcanzar mayores niveles de educación y unos ingresos laborales futuros
más altos que les permitan mantener a sus familias fuera de la pobreza, no rendirán
plenamente sus frutos si las políticas educacionales –cuyos efectos potenciales sobre el
bienestar y la equidad son a largo plazo– no van acompañadas de una dinámica de
generación de empleos de calidad y de una adecuada protección social que permitan
absorber productivamente las mayores calificaciones ofrecidas. La creciente
coincidencia entre la estructura de la oferta y la demanda laboral, en un contexto de
crecimiento de la productividad y de los ingresos, es la condición para que el aumento
del número de años de estudio de los jóvenes se retribuya adecuadamente y se evite su
devaluación15.
Bibliografía
Goicovic D., Igor (2002): «Educación, deserción escolar e integración laboral juvenil»,
en: Última década, n.º 16, marzo. Viña del Mar, Ediciones CIDPA.
PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) (2001): El informe sobre
el desarrollo humano, 2001. Montevideo.
Woods, E. Gregory (2002): «Reducing the Dropout Rate», en: Laboratorio Educacional
Regional, School Improvement Research Series (SIRS),
http://www.nwrel.org/scpd/sirs/9/c017.html.
http://www.rieoei.org/rie30a02.htm
Este artículo, desde un punto de vista clínico, tradicional, analiza algunos factores
psicológicos y sociales que aumentan el riesgo estudiantil de bajo rendimiento y de
fracaso en la escuela. Plantea que a través del desarrollo de la competencia
emocional en la comunidad educativa, es posible crear en la escuela factores
protectores para un adecuado desarrollo del alumno, lo que favorece el rendimiento
escolar.
Abstract
The article analyses from a clinical traditional point of view some psychological and
social risk factors that increase the possibility of low achievement and failure at
school. It argues that through the development of the “emotional competence” in
the school community it is possible to create protective factors that allow a normal
development helping to achieve a good performance al school.
Los factores de riesgo del estudiante incluyen déficits cognitivos, del lenguaje,
atención lábil, escasas habilidades sociales y problemas emocionales y de la
conducta. Los factores de riesgo de la escuela se refieren a aquellas características
y circunstancias específicas ligadas a los docentes y administrativos como los
prejuicios y las bajas expectativas de rendimiento, la inhabilidad para modificar el
currículo, la falta de recursos y la carencia de estrategias de enseñanza adecuadas,
la estructura, el clima organizacional y los valores del sistema escolar.
Muchos profesores dirán que tienen una clara idea de lo que constituye un
problema de conducta. Sin embargo, un alumno puede presentar problemas de
conducta frente a un determinado profesor y no frente a otro, como también
exteriorizar sus alteraciones de manera transitoria o periódica. El alumno con estas
perturbaciones causa, sin duda alguna, varias dificultades para sus padres, sus
profesores y sus compañeros de curso.
Muchas veces el reconocer un problema puede ser considerado como admitir una
falla en el sistema escolar, especialmente si la escuela no está preparada y no tiene
ni la organización ni el apoyo de profesionales para enfrentar al alumno con
problemas.
En algunos casos, el profesor puede considerar el problema como “propio del niño”
y, por lo tanto, la responsabilidad de la conducta desadaptada recae sobre el propio
estudiante. De acuerdo a esta perspectiva, el profesor no cree que su metodología
de enseñanza exacerbe aún más la perturbación que el alumno presenta.
Asimismo, si el profesor estima que es el resultado de alguna dificultad en el hogar
del estudiante, va a tener bajas expectativas sobre su rendimiento escolar.
1. Apreciación cognitiva: antes, durante y después de experimentar una emoción, el ser humano
ejecuta un proceso de evaluación de la situación a nivel cognitivo, para determinar qué emocione
deben ser expresadas. Algunos pensamientos que influyen la apreciación cognitiva de las
emociones incluyen:
a) Lectura y comprensión de las señales sociales: el niño irritable puede no ser capaz de captar y
comprender las situaciones sociales ya que puede evaluarlas de acuerdo a su estado emociona
y puede por lo tanto reaccionar de una manera impredecible.
b) Percepción que incluya la discriminación de afectos y de las expresiones faciales: algunos niño
presentan déficit para captar y comprender los gestos y conductas. Como resultado, pueden
interpretar erróneamente lo que las personas están tratando de transmitir.
c) Capacidad de predecir la propia conducta y la de los demás: los niños con dificultades para
regular su estado de ánimo tienen como meta principal comenzar a predecir su propia conduc
y poder modificarla en respuesta a las diferentes demandas situacionales. El aprender que
ciertas conductas tienen determinadas consecuencias es de gran importancia para este proces
2. Aspectos fisiológicos de las emociones: uno de los factores que otorga sentido a nuestras
expresiones emocionales son las respuestas fisiológicas. Cuando la apreciación cognitiva toma
lugar, las respuestas fisiológicas se activan y la persona responde de acuerdo a la situación. Much
niños irritables están en un estado de hiperexcitación y por lo tanto no están en condiciones de
responder adecuadamente con las respuestas fisiológicas esperables ante determinados
acontecimientos.
3. Expresiones emocionales: la comunicación de lo que sentimos a través de nuestras reacciones,
sentimientos o intenciones hacia otros en nuestras relaciones interpersonales, son un componente
importante de las emociones. Las expresiones motrices de la emoción manifestadas a través del
sistema neuromuscular consisten tanto en los movimientos de la cara, como en los movimientos
posturales y los gestos. Frecuentemente, el niño irritable muestra intensas emociones negativas.
menudo presenta dificultades para expresar las emociones más sutiles y para expresar emociones
positivas.
4. Socialización de las emociones: a medida en que el niño se desarrolla, es reforzado para expresar
sus emociones. Este proceso ocurre primeramente en la relación padres-hijo, pero si esta relación
se ve afectada por la irritabilidad y la dificultad del niño para regular su estado de ánimo, es más
difícil para los padres otorgar una adecuada enseñanza para que el niño socialice apropiadamente
sus emociones.
5. Modulación de las emociones: para poder expresar en forma adecuada nuestras emociones, es
necesario aprender a modularlas cuando debemos responder a estados internos, a demandas
situacionales y al contexto social. De acuerdo a como el individuo percibe la experiencia emociona
durante y después de la expresión de la misma, lo relaciona con el estado subjetivo asociado a
dicha emoción. Factores cognitivos tales como la memoria y la imaginación juegan un rol
importante en la definición de la experiencia subjetiva de la emoción.
Una de las características más notables de los desórdenes emocionales en los niños
es su variabilidad, la cual se refleja en el amplio rango de problemas de conducta,
emocionales y de relaciones sociales que pueden distinguirse en las numerosas y
contrastantes teorías desarrolladas para ayudarnos a entender mejor estas
deficiencias y en la plétora de estrategias de diagnóstico y de tratamiento
disponibles para estos niños.
1. Una dificultad o una incapacidad para aprender que no pueda ser explicada por factores
intelectuales, sensoriales o de salud física;
2. Una dificultad o una incapacidad para construir o mantener relaciones interpersonales
satisfactorias con sus compañeros y con sus profesores;
3. Conducta inapropiada o respuestas emocionales inapropiadas frente a circunstancias corrientes;
4. Notoria disposición de ánimo de infelicidad;
5. Tendencia a desarrollar síntomas físicos o temores asociados con problemas personales o
escolares.
Desde luego, esta definición reúne a un grupo heterogéneo de niños, que pueden
clasificarse dentro de distintos subgrupos en riesgo de bajo rendimiento y/o de
fracaso escolar.
Problemas en las relaciones con los pares a temprana edad son fuertes predictores
de dificultades interpersonales posteriores (La Greca y Stone 1990).
Resultados empíricos de un estudio desarrollado durante seis años mostró que los
estudiantes con problemas de aprendizaje y aquellos con bajo rendimiento eran
semejantes en competencia social. Sin embargo, eran significativamente más bajos
en habilidades sociales y presentaban más problemas conductuales que el promedio
de los niños con alto rendimiento (Mercer 1997).
a) La ansiedad –al menos en sus formas leves– forma parte del desarrollo normal, por lo que
frecuentemente es difícil diferenciar entre “formas normales” y “estados ansiosos patológicos”.
Asimismo, las manifestaciones de los desórdenes ansiosos dentro del curso del desarrollo
presentan enormes variaciones tanto en su severidad como en su persistencia y formas de
presentación.
b) No está claro si los desórdenes de ansiedad en la niñez pueden ser incluidos dentro de una
categoría diagnóstica. Tampoco está claro si debieran conceptualizarse de manera distinta de
acuerdo a la etapa del desarrollo que el niño está viviendo.
c) La comorbilidad de los desórdenes ansiosos, incluyendo tanto los trastornos de interiorización
como los de exteriorización. Además, el patrón de comorbilidad también puede presentar
variaciones en el curso del desarrollo. Estudios muestran en forma consistente una correlación
alta a moderada y comorbilidad entre síntomas ansiosos y síntomas depresivos en la niñez
(Seligman y Ollendick 1999).
Bogel y Zitgterman (2000) investigaron si los niños con fobia escolar, con ansiedad
de separación, y con desórdenes de ansiedad generalizada mostraban sesgo
cognitivo, comparados con un grupo clínico y un grupo control. Los niños fueron
expuestos a historias en las cuales se describían situaciones ambiguas, y se les
preguntó sobre su interpretación, utilizando respuestas abiertas y cerradas. Los
resultados mostraron que los niños ansiosos refirieron más cogniciones negativas
que los del grupo control. Sin embargo, los niños ansiosos no sobreestimaron el
peligro en las respuestas abiertas, pero sí lo hicieron a través de las respuestas
cerradas; tuvieron una estimación más baja de sus propias capacidades para
enfrentar el peligro que los niños del grupo control tanto en las respuestas abiertas
como en las cerradas. Los resultados indicaron que los niños con desórdenes de
ansiedad presentaban cogniciones disfuncionales sobre las situaciones ambiguas.
En un estudio semejante, Barret, Rapee, Dadds y Ryan (1996) encontraron que los
niños ansiosos y los niños oposicionistas interpretaban las situaciones ambiguas
como más amenazadoras que los niños normales y en los niños oposicionistas este
signo era más frecuente aún que en los niños ansiosos. Sin embargo, los niños
ansiosos escogían a menudo soluciones de evitación mientras que los oposicionistas
escogían más frecuentemente soluciones agresivas. Estos estudios mostraron que
la ansiedad en el niño está relacionada con interpretaciones amenazadoras de las
situaciones ambiguas.
Los alumnos que poseen una alta competencia emocional conocen tanto sus
emociones como las de los demás; las expresan en forma adecuada y pueden
controlarlas durante sus actividades cognitivas y sociales de manera tal que les
facilitan la ejecución de dichas actividades. Por lo tanto, la fortaleza y la debilidad
en competencia emocional en los estudiantes puede predecir su éxito en las
interacciones sociales y en otros ámbitos tales como el rendimiento escolar,
particularmente cuando las circunstancias requieren el manejo de las emociones
y/o adecuadas relaciones sociales.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
LA GRECA, A.M., W.L. STONE. (1990). “LD Status and Achievement. Confounding
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1. Introducción
Son múltiples los hechos que permiten explicar la nueva política de gobierno.
Algunos de ellos tienen que ver con los profundos cambios económicos, políticos y
sociales operados a escala mundial en los últimos veinte años. Sin embargo,
quisiéramos centrarnos, por ahora, solamente en dos razones para pensar estos
mismos cambios en Chile. La primera es que, constatando que el grupo-objetivo
prioritario de la política social chilena ha sido históricamente el complejo madre-
niño, (Hurtado, 1994:7) el gobierno de la Concertación privilegiará, además, el que
las inversiones sociales a temprana edad tengan posibilidades de madurar, y por
tanto, procurará proteger al estadio juvenil tanto como al de la niñez y la preñez.
En este contexto general, el gobierno crea el Instituto Nacional de la Juventud,
además de poner en marcha programas en el campo de la educación técnico-
profesional y capacitar para el empleo a jóvenes que se encuentran fuera del
sistema regular de enseñanza.
Las dos razones que se han enunciado mantienen un patrón común: la pobreza
juvenil. Esta constatación, que deviene en la incorporación de nuevas definiciones
estratégicas en relación con los jóvenes (la deuda social con los jóvenes) permite
realizar, especialmente a partir de la administración de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, un
replanteamiento general respecto del tipo de integración y participación que se
desea. Pero ello no implica, necesariamente, cuestionar las bases sobre las cuales
se asienta el modelo de desarrollo adoptado por el país. Por el contrario, al adscribir
a definiciones programáticas, como el crecimiento con equidad, lo que se hace es
reconocer que el crecimiento económico no necesariamente va ligado a la equidad,
y que la pobreza depende estrictamente de la eficiencia de las políticas sociales, y
no así del modelo económico imperante. En consecuencia la política social diseñada
para la década de 1990 se caracteriza por no actuar sobre el conjunto del modelo,
sino sólo focalizándolo. En este escenario los jóvenes se transforman en objeto de
dicha focalización y, por ende, en potenciales beneficiarios de las políticas y
recursos orientadas a erradicar la marginalidad y la pobreza.
Habría que destacar al respecto que no han sido pocos los esfuerzos realizados por
los tres gobiernos de la Concertación en torno a la solución de los problemas
señalados más arriba. Tanto a través del Instituto Nacional de la Juventud como del
Ministerio del Trabajo se delinearon programas, como Chile Joven, PROJOVEN y
Casas de la Juventud, entre otros que, a pesar de los recursos invertidos, no
aportaron los resultados que de ellos se esperaban. Ello por cuanto la concepción
general de lo juvenil continuaba atravesada por una percepción agregativa, que en
el marco de la focalización, tiende a sectorizar programas y no a construir política
de juventud (Dávila y Silva, 1999:5). También habría que señalar que lo que se
pretendía era extender una suerte de invitación a los actores o grupo-objetivo,
potencialmente beneficiarios de las políticas públicas, a integrarse al modelo de
sociedad planteado por la Concertación de Partidos por la Democracia. Pero esta
propuesta de integración al desarrollo nacional implicaba definir y asumir una serie
de disposiciones y dinámicas de trabajo que no siempre coincidieron con las
expectativas del mundo juvenil popular. El problema de la integración aún quedaba
sin resolverse definitivamente (cf. Gómez, 1996; Salazar, 1996; Cortés, 1994;
Cottet, 1994; Duarte, 1994 y Weinstein, 1994).
Educación y trabajo aparecen en ese momento como las dos grandes palancas del
proceso de integración social de los jóvenes y, por ende, como la inversión a largo
plazo de un país que accedía a la modernidad. Consecuentemente, la
administración del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle no introdujo modificaciones
sustanciales a las anteriores orientaciones estratégicas; por el contrario, las
acentuó. Ya en su mensaje al país del 21 de mayo de 1994, el Presidente de la
República, indicaba que la primera prioridad en su Programa de Superación de la
Pobreza eran los niños y los jóvenes (Frei Ruiz-Tagle, 1994). En el caso de los
jóvenes se trataba precisamente de darle un renovado énfasis a la capacitación
laboral. De esta manera, la integración por la vía del trabajo se mantiene como eje
prioritario del tratamiento del mundo juvenil.[4]
Preparar a los jóvenes para el mundo del trabajo, entonces, cumplía una doble
función en el proceso de integración social: una económica y otra social. Por un
lado, no se descuida la producción de mano de obra necesaria para los nuevos
requerimientos del mercado, y por otro, se da paso a la integración de la juventud
en el ámbito laboral. No obstante, no faltaron las voces críticas a tal forma de
perspectivar el problema. Plantear la integración social del joven excluido
únicamente vía ámbito laboral parecía ser insuficiente y urgía mirar el problema
integralmente.
Estos criterios generales, definidos por las autoridades públicas como prioritarios en
el quehacer de los establecimientos educacionales, no han sido ni debidamente
precisados, ni sistemáticamente discutidos y, por lo tanto, su internalización y
operacionalización se muestra deficitaria. Se hace visible, entonces, que a nivel
local las unidades educativas aún se plantean contradictoriamente frente a los
nuevos desafíos. Así, mientras en algunos liceos se privilegia el disciplinamiento de
los futuros ciudadanos intentando neutralizar las conductas desviadas, en otros -los
menos- se ha intentado mejorar la calidad de los procedimientos y contenidos
pedagógicos incorporando los saberes y quehaceres de los jóvenes.[5]
Por su parte las nuevas concepciones curriculares sentaron las bases de los
cambios que se aspira a introducir en el plano pedagógico. Mientras por una parte,
la sostenida profesionalización de la labor docente debe garantizar la optimización
de los recursos humanos, por otro lado se privilegia una modalidad de conducción
institucional fundada en el liderazgo pedagógico. A lo anterior había que sumar la
incorporación de la cultura juvenil en los establecimientos educacio-nales como una
manera de reforzar un aprendizaje participativo y ampliar la motivación estudiantil
y como una manera de sustituir la enseñanza frontal por métodos activos y
flexibles, en función de las velocidades de aprendizaje de los alumnos (MINEDUC,
1994:13-15).
Hasta ahora, el problema de la integración juvenil parece reflejar uno de los objetos
centrales de la preocupación del Estado y constituye -a lo menos- el eje central de
la generalidad de los diagnósticos realizados por las autoridades y el gobierno. En
relación con la Reforma Educacional, la premisa básica parte por la aceptación del
hecho que la cultura juvenil no se encontraba integrada al sistema educacional
hasta antes de la puesta en marcha del Programa MECE-MEDIA. La aceptación de
este hecho, refleja la apertura del debate acerca de la integración social juvenil
popular hacia una visión que trasciende el ámbito meramente laboral. Con la ayuda
de modelos teóricos y corrientes nuevas de las ciencias sociales, se abre el tema de
la integración hacia la cotidianeidad de los jóvenes, su quehacer diario, sus
intereses y visiones de futuro. De este modo, la aproximación oficial al problema
hoy es otra y se aborda el tema de la integración en conjunto con el de la
educación.[8]
Uno de los aspectos más interesantes contenidos en este Proyecto, tiene que ver
con la valoración que hace de la participación social como instrumento de cambio.
Efectivamente, en el mensaje presidencial se puede observar que las autoridades
de gobierno invitan al conjunto de la comunidad escolar -sostenedores, directores,
docentes, apoderados y alumnos- a participar en los procesos de discusión referidos
a la organización interna y a aquellos que corresponden a la definición de las
prioridades pedagógicas de sus respectivos establecimientos (Congreso Nacional,
1998:21). Este aspecto es, precisamente, el que menos desarrollo ha
experimentado. Las unidades educativas, encerradas sobre sí mismas, se resisten a
implementar procesos de intercambio con la comunidad. Por el contrario, tienden a
conceptualizar su entorno social, y particularmente a los núcleos familiares de
origen de sus estudiantes, como focos de conflicto que amenazan el funcionamiento
interno de los liceos.
En este punto nos parece imprescindible dar cuenta del profundo abismo que, en
particular en la última década, comienza a abrirse entre conocimiento acumulado y
equidad social. Ello al punto que la visión optimista inicial de los organismos
multinacionales (UNESCO) y de los intelectuales, en torno a los efectos
democratizadores del conocimiento ampliado, ha sido reemplazada por una más
compleja, ya que el uso intensivo del conocimiento produce simultáneamente
fenómenos de más igualdad y de más desigualdad, de mayor homogeneidad y
mayor diferenciación. Crecimiento económico y aumento de la desigualdad han
comenzado a ser concomitantes. Un ejemplo de ello es el aumento del desempleo
como consecuencia del desarrollo tecnológico aplicado a los procesos productivos.
Estos cambios, especialmente en la organización del trabajo, han devenido en una
acentuación de la exclusión social o desafiliación. La exclusión reemplaza la relación
de explotación. Pero, a diferencia de la explotación, la exclusión no genera relación,
sólo genera divorcio; no es conflicto, sólo ruptura (Tedesco, 2000:11-21).
[...] el vértigo de los saciados que no tienen tiempo para ordenar toda la
información a la que tienen acceso y que gozan de ambientes familiares y de
establecimientos educativos que estimulan sus autoaprendizajes; y el
desvanecimiento diario de mayorías que tienen como principal objetivo asegurar la
comida diaria y que sobreviven en ambientes familiares y escolares fragmentados,
sin recursos ni seguridades sobre lo que deben hacer (Rivero, 1999:ii).
Por lo mismo es necesario ser categóricos: no existe vuelta atrás para los procesos
formativos. La educación inscrita en el modelo fordista de organización del trabajo
y en el marco de las estrategias de movilidad social, colapsó. Se trata por lo tanto
de recrear procesos educativos de carácter permanente que habiliten al sujeto para
los procesos de cambios vertiginosos que se viven y que los doten de competencias
cognitivas necesarias para un desempeño ciudadano activo. En este escenario, la
socialización propuesta por la escuela debe hacerse cargo, en primer lugar, de los
cambios, preparando al individuo para construir adscripciones que cubran
diferentes ámbitos -local, nacional, internacional, político, religioso, artístico,
familiar-. En concreto la escuela debe preparar para el uso consciente, crítico y
activo de los aparatos y dispositivos que acumulan la información y el conocimiento
(Tedesco, 2000:58-69). Pero la escuela también debe considerar las nuevas
características del sujeto social, en consecuencia, debe abandonar el concepto de
igualdad sistémica, que supone que todos pueden y deben aprender lo mismo, para
asumir las realidades socioculturales -diversidad- en que se insertan los sujetos y
desplegar estrategias de pertinencia. Sin perder la vocación igualitaria -valores- es
necesario que la escuela atienda a la diferencias para lograr mayor equidad. En
concreto se trata de reducir las desigualdades a través de la cobertura universal y
de realizar adaptaciones programáticas a los grupos específicos (Hopenhayn y
Ottone, 2000:113-118).
Para las proyecciones del análisis propuesto, cabe destacar que el sistema
municipalizado de educación pierde progresivamente matrícula con el paso de los
años. Si bien recibe una gran cantidad de alumnos, pues es un sistema de
matricula no restrictivo, su problema fundamental se ubica en la retención de esos
alumnos.[16] Dos antecedentes a tener en cuenta: algunos liceos declaran en sus
evaluaciones de fin de año que el retiro llega a alcanzar durante el año el
equivalente a tres cursos; también se declara que en algunos establecimientos hay
menos primeros años medios que años atrás (cf. Oyarzún et al., 2001b).
Sobre este punto es necesario volver a enfatizar que la deserción de los jóvenes de
la educación media es un fenómeno no suficientemente estudiado ni comprendido
en Chile y que, sin embargo, posee enorme interés desde el punto de vista de la
equidad social y educativa. Paradojalmente la Reforma Educacional chilena no se
planteó, inicialmente, como un objetivo directo la disminución de los índices de
abandono escolar de los jóvenes. Sin embargo, los estudios muestran
persistentemente la enorme importancia de completar el nivel educativo secundario
en cuanto a la distribución de las oportunidades laborales y educacionales
posteriores, que se abren o cierran a los jóvenes (unicef, 2000:9).
Es por ello que consideramos que develar los factores que explican la deserción
escolar debiera ser uno de los objetivos fundamentales de la investigación
educacional, ello no sólo desde la perspectiva de contribuir a incrementar los
niveles de retención del sistema, sino que, fundamentalmente, para mejorar la
calidad y equidad de los procesos educativos. Esta demanda se hace
particularmente relevante a tiempos actuales, si consideramos que las innovaciones
curriculares y metodológicas propuestas por la Reforma Educacional han tenido un
importante grado de avance desde el punto de vista de su definición pero,
paradojalmente, continúan enfrentando una serie de obstáculos y resistencias en su
aplicación (Oyarzún et al., 2001a:191-223).[18]
5. Sistema de educación secundaria y deserción escolar
Los principales enfoques referidos a deserción escolar pueden ser agrupados en dos
perspectivas. Por una parte aquellos que la consideran como un problema que
refiere como causal fundamental la situación socioeconómica y en consecuencia
psicosocial de los educandos -condiciones de pobreza y marginalidad, adscripción
laboral temprana, adicciones y consumos, anomia familiar, etc.-, y por otra parte,
aquella que hace referencia a las situaciones intrasistema que conflictúan la
permanencia de los jóvenes al interior del liceo -ren-dimiento, disciplinamiento,
convivencia, etc.-. Lo que aparece en juego, en ambos planteamientos, es el nivel
de responsabilidad que le cabe a los establecimientos educacionales en las
situaciones de deserción de sus beneficiarios. De esta manera si las causales se
sitúan al exterior del liceo corresponde, en consecuencia, acentuar las coberturas
sociales que generan condiciones para retener a los jóvenes; por el contrario si
dichas causales se encuentran al interior de las unidades educativas se hace
necesario precisar las orientaciones y los sentidos del sistema educacional.
Uno de los argumentos más recurrentes para explicar la deserción escolar es el que
relaciona este fenómeno con la adscripción temprana de los jóvenes al mundo del
trabajo. Tanto los agentes institucionales del sistema -especialmente los docentes-,
como una de las líneas de investigación en deserción, tienden a relevar este
aspecto como la causal más importante de deserción escolar.[19] De acuerdo con los
estudios del CEP en esta materia, las regulaciones en el mercado laboral -como el
salario mínimo- estimulan la deserción escolar e incrementan los indicadores de
desempleo (Beyer, 1998:5-9). En este enfoque, la existencia del salario mínimo se
convierte en un importante atractivo para aquellos jóvenes pobres que requieren de
manera urgente una fuente de trabajo, pero en la misma medida su bajo nivel de
escolaridad no les permite insertarse adecuadamente en el mercado laboral. La
escolaridad, en esta argumentación, se convierte en un aspecto clave en la
determinación de los ingresos salariales. Al respecto Harald Beyer sostiene que, la
desigualdad de los ingresos en Chile y América Latina no deviene de la
concentración de los activos -capitales-, sino que de las diferencias salariales; y
éstos, a su vez, se relacionan con el nivel de educación alcanzado por las personas.
De tal manera que aquellos que cursan la educación superior tienen la posibilidad
de ver aumentados significativamente sus ingresos, mientras que los años
adicionales en educación básica o media tienen efectos relativamente marginales en
los ingresos (Beyer, 2000:98-110).
Pero este enfoque adolece de varios problemas. Por una parte, no hace una lectura
correcta de la magnitud ni de las implicancias de la problemática en cuestión. De
acuerdo con los resultados de la última encuesta casen, los jóvenes en edad escolar
que se encuentran fuera del sistema educacional secundario llegan a 106 mil casos.
De ellos, poco más de 80 mil pertenecen a los quintiles socioeconómicos I y II.
Ahora bien, si consideramos que un 14% de la muestra total de jóvenes que
declaran estar fuera del sistema escolar, argumenta que ello se debe a que «se
encuentran trabajando o buscando trabajo», tenemos como resultado que sólo 11
mil jóvenes de estratos socioeconómicos pobres se ven directamente involucrados
en esta problemática (MINEDUC-MIDEPLAN, 2001).
Otro aspecto que vale la pena considerar se relaciona con los cambios operados en
estos indicadores entre 1998 y el 2000. Un primer elemento a destacar es que,
efectivamente, la cantidad de jóvenes en edad escolar que no se encuentran
estudiando disminuyó de 140 mil (1998) a 106 mil (2000). Pero, paradojalmente el
porcentaje de jóvenes que no estudian y que pertenecen a los quintiles I y II se vio
incrementado de un 72.7% en 1998 a un 76.1% en el 2000. Es decir, disminuye el
número absoluto de jóvenes que no se encuentran en el sistema secundario de
educación, pero se incrementa la participación de los jóvenes pobres en el
porcentaje de aquellos que no estudian. Pero es más, entre ambas muestras, el
porcentaje de jóvenes que declara que no se encuentran estudiando debido a que
«está trabajando o buscando trabajo», disminuye de un 21.5% en 1998 a un
14.0% en el 2000 (cf. MINEDUC-MIDEPLAN, 2001 y MIDEPLAN, 1999).
Por otra parte, es evidente que el sistema educacional no se hace cargo de las
potencialidades educativas involucradas en la relación de los jóvenes con el mundo
del trabajo, sólo lo releva como un problema que dificulta el logro de los
aprendizajes. No se llega a comprender que el trabajo juvenil forma parte de las
estrategias de subsistencia que llevan a cabo los sectores populares[21] -por lo tanto
es imposible erradicarlo por decreto- y que, en cuanto entorno cultural cotidiano, es
susceptible de ser incorporado en los planes de estudio de los establecimientos
educacionales. En nuestra perspectiva, el trabajo remunerado es una fuente
riquísima para los aprendizajes sociales y escolares de los jóvenes y es, además, un
factor importante de fortalecimiento de la autoestima (Cerri, 1989:200-218). Por
otro lado es necesario considerar que el trabajo juega un rol relevante en la
construcción de identidad social, particularmente en los procesos transicionales al
mundo adulto. El trabajo inicial se convierte, en este contexto, en un ceremonial
identitario, que impacta en la integración laboral y social a futuro. Incluso más, en
contextos culturales como el nuestro, en el cual los jóvenes son objeto permanente
de estigmatización -especialmente por parte de los medios de comunicación social-,
el sólo hecho de trabajar sistemáticamente deviene en un distanciamiento respecto
de las identidades socialmente rechazadas, permitiéndole al joven ubicarse en una
posición legitimada. De esta manera los jóvenes trabajadores se perciben
valorados, tanto por aquellos que requieren su trabajo, como por los otros
significativos que lo observan (Maturana y Easton, 2000:142-168).
Pero este enfoque, al igual que el anterior, adolece de una serie de insuficiencias
analíticas. La primera tiene que ver con los cambios operados en la estructura
familiar contemporánea y sus implicancias en los procesos de socialización
primaria. Al respecto no cabe duda que los cambios operados en la estructura
familiar, tanto desde el punto de vista de su composición como de las funciones y
roles que juegan sus integrantes -fenómeno del cual no son ajenos los docentes-,
incide de manera importante en las adscripciones valóricas y en la forma en cómo
esos valores se transmiten. Ello significa que la socialización primaria de los
jóvenes se está desarrollando en un entorno cultural distinto a aquel que
conocieron las familias de la sociedad industrial y preindustrial (Goicovic,
2000:103-123). Pero, por otro lado, es necesario establecer que la familia ha
dejado de ser una institución para pasar a convertirse en una red de relaciones -
tempo-rales-, que en lugar de ser responsable de transmitir el patrimonio
económico y moral de una generación a otra, tiende a privilegiar la construcción de
la identidad personal. En este proceso, la ampliación de las libertades personales de
los sujetos -especialmente de los jóvenes- no ha devenido, necesariamente, en una
desvinculación afectiva; como lo demuestran los resultados de una serie de
estudios al respecto (Secada, 2001; Oyarzún et al., 2001a; inj, 2000). Más bien el
ámbito de las responsabilidades específicas se ha precisado de manera más
rigurosa, con lo cual la relación formativa se ha convertido en una dinámica de dos:
el liceo y el joven.
Por último, es posible observar una línea de análisis, de carácter más global, que
tiende a relevar los problemas focales de consumo de alcohol y drogas, las
situaciones de violencia o los casos de embarazo adolescente como problemas
generalizados de la juventud secundaria.
Por el contrario, los estudios más recientes ponen de manifiesto una serie de
problemas e inadecuaciones al interior del sistema escolar, que precipitan
situaciones de fracaso y que, en la misma medida, acentúan las tendencias al retiro
y a la deserción.
En algunos casos el fracaso escolar puede ser entendido como resistencia a los
códigos socializadores que entrega la escuela y el liceo. Efectivamente, si
entendemos la escuela como un instrumento de control social, orientado a producir
individuos adecuados a las expectativas de comportamientos y valores que
caracterizan el sistema social, que sean dóciles y respetuosos de valores inmutables
como la patria, el orden y la sociedad, tenemos que el fracaso escolar se convierte
en una respuesta distinta a las necesidades de sumisión y sujeción a las normas.
De esta manera la escuela se expresa ante los jóvenes a partir de códigos
socializadores de lo esperable, los cuales son -voluntaria o involuntariamente-
resistidos (Sapiains y Zuleta, 2000 y Herrera, 1999). Esta actitud, regularmente
entendida por el sistema educacional como apatía frente al estudio, expresa la
inexistencia de una política educacional -al interior de los establecimientos de
formación- que asuma el capital cultural de sus jóvenes. La escuela y sus agentes
niegan validez al capital cultural con el cual arriban los jóvenes a la escuela y,
definiendo lo que es legítimo aprender, intenta disciplinar socialmente a los
educandos. El fracaso escolar, en consecuencia, se manifiesta como resistencia
frente a la violencia simbólica desplegada por el sistema (Herrera, 1999:182-184).
Al respecto cabe mencionar que los documentos regionales preparados como base
para las discusiones de la 45º Sesión de la Conferencia Interamericana de
Educación coinciden en señalar que la enseñanza es una actividad poco atrayente
desde el punto de vista social. Los factores que explican este fenómeno son
diversos. El primero de ellos, sin duda alguna, es el deterioro salarial sufrido por los
docentes en las últimas décadas, lo cual contribuye a disuadir a los mejores
candidatos a entrar en la docencia o a permanecer en ella (cf. Le Foulon, 2000 y
Tedesco, 1998). Pero, además, es posible constatar que se ha profundizado la
brecha entre la formación recibida y las exigencias de un desempeño eficaz e
innovador. Los programas de formación docente inicial suelen estar muy alejados
de los problemas reales que un educador debe resolver en su trabajo,
particularmente de los problemas que plantea el desempeño con alumnos
socialmente desfavorecidos. Las modalidades pedagógicas utilizadas en la
formación inicial de los docentes tampoco suelen aplicar los princi-pios que se
supone que el docente debe utilizar en su trabajo; se otorga más importancia a las
modalidades puramente académicas de formación que a la observación y a las
prácticas innovadoras; se otorga prioridad a la formación individual y no al trabajo
en equipo, a los aspectos puramente cognitivos y no a los aspectos afectivos
(Tedesco, 1998).
No es extraño, por lo tanto, que frente a resultados deficitarios de sus alumnos, los
docentes, en general, tiendan a externalizar sus propias responsabilidades. Para
ello construyen, como señala Johana Filp, un mapa escolar que les permite
explicarse las causas del fracaso de sus alumnos. En dicho mapa las causales más
recurrentes son: la condición socioeconómica pauperizada de sus alumnos, la cual
les impide tener un buen rendimiento; la falta de interés y apoyo por parte de sus
familias; y cierta incapacidad cognoscitiva en sus alumnos (Filp, 1995:100-103).
Sus propias responsabilidades en el proceso rara vez son mencionadas. La paradoja
es que cuando se trata de pronunciarse respecto de las causales del éxito escolar,
el rol docente surge como la variable más relevante (cide, 2001:32-35).
No nos debe extrañar, entonces, que para muchos niños y jóvenes de las clases
populares la calle se convierta en el ámbito de sociabilización entre pares en el cual
acceden a los más altos grados de satisfacción; mientras que la escuela y el liceo se
manifiestan como las primeras experiencias de fracaso social (Redondo, Cancino y
Cornejo, 1998; y Redondo, 1997).
Relevar la íntima vinculación entre los jóvenes y sus entornos culturales, como
lugares privilegiados para el desarrollo de estrategias formativas se convierte en un
desafío fundamental de la Reforma Educacional (cf. Tedesco, 1995:28-30). Se trata
de establecer una noción diferente del conocimiento, relacionada con el uso de
herramientas intelectuales para modificar los materiales que sirven para aprender y
para actuar en la realidad local. La preocupación será no sólo reproducir los
contenidos de la cultura, sino que también crear nuevos artefactos materiales y
simbólicos que ayuden a la expansión del cono-cimiento disponible de los
estudiantes de los sectores más vulnerables (MINEDUC, 2000a:3-17).
Las comunidades locales y los entornos sociales en los cuales se desenvuelven los
jóvenes favorecen la construcción de identidad. De hecho, son los ámbitos
específicos en los que se desarrolla una historia y una práctica común, las cuales
dan origen a un saber popular. En consecuencia el espacio local se convierte en un
ámbito privilegiado para el desarrollo de aprendizajes significativos. Es en la
comunidad donde el colectivo social adquiere el empowerment -capaci-dad para
adquirir poder- que le permite cambiar sus condiciones de vida. Estos aspectos son
precisamente los que mayor influencia tienen en los procesos de formación social
de los sujetos de la comunidad y se convierten, por ende, en contenidos necesarios
al proceso educativo formal (cf. Hopenhayn, 2001:118-119; Redondo, Cancino y
Cornejo, 1998:38; Rubilar, 1997; y Vaccaro, 1995:206-208).
NOTAS
[1] En relación con la cobertura, habría que señalar que los resultados de la
encuesta casen (aplicada en noviembre del 2000), demostraron que la cobertura de
enseñanza media se incrementó de un 80.3% en 1990 a un 90.0% en el 2000
(MINEDUC-mideplan, 2001:13). Este dato pone de manifiesto los éxitos alcanzados
por la política pública de educación en la administración democrática.
[5] Es interesante observar, en relación con este punto, cómo uno de los criterios
más importantes de los cambios sugeridos por las autoridades de educación, como
lo fue el de identidad juvenil ha experimentado reinterpretaciones tan radicales que
lo han transformado respecto de su acepción y contenido original. Efectivamente,
mientras en documentos tales como el de «Objetivos fundamentales y contenidos
mínimos de la enseñanza general básica y de la enseñanza media» (1992) y en el
de la Comisión Nacional para la Modernización de la Educación (1995), se releva
este tema desde la perspectiva de los saberes juveniles necesarios para la
optimización de los procesos formativos, en otros, como el Decreto 220 de mayo de
1998, no aparece contemplado, mientras que en las percepciones registradas en los
Proyectos Educativos Institucionales se presenta asociada con la apropiación, por
parte del alumno, de los objetivos del liceo -ponerse la camiseta-. De esta manera
se reemplaza el concepto de identidad por el de pertenencia, despojando el criterio
orientador de su contenido original.
[6] Un análisis evaluativo de la Reforma Educacional, desde la perspectiva de la
política pública, en Arellano, 2000. Una visión de síntesis de este trabajo en
Arellano, 2001:83-94. Otra perspectiva de análisis en Eyzaguirre, 1999b.
[8] Si bien el concepto de cultura juvenil no es nuevo en los estudios sociales (cf.
Martín Criado, 1998), sí lo es su acuñación en las políticas de Estado en Chile.
[9] Los fundamentos que explican y justifican la jecd también han sido claramente
configurados: mayor tiempo destinado al aprendizaje, consideración especial por la
población escolar de mayor riesgo social y educativo, acción que iguala las
oportunidades de aprender, disponibilidad de tiempo para la atención diferenciada
de los alumnos. Al respecto, MINEDUC, 1998c:10.
[10] La instancia precursora de los contenidos de esta reforma fue, sin lugar a
dudas, la Comisión Nacional para la Modernización de la Educación, la que concordó
una serie de principios de carácter ético -libertad, dignidad, sujetos de derechos,
etc.-, que sirvieron de base a las nuevas definiciones conceptuales (MINEDUC,
1998d).
[11] Entre los cambios históricos, no cabe duda que el rol de la escuela como
agente cohesionador y homogeneizador de la sociedad, ha cedido espacio a
orientaciones más bien productivistas, mientras que en el plano ético los criterios
de disciplinamiento formal ceden espacio ante el avance de los derechos y las
libertades. Es sintomático constatar que en las nuevas orientaciones antropológicas
tenga un papel destacado la Declaración Universal de los Derechos Humanos
(1948), (cf. Magendzo, 1997:26-29).
[13] Cabe destacar que si bien la cobertura alcanzada por el sistema secundario de
educación entre los quintiles I y II llega en promedio al 85% (2000),
constituyéndose en un logro notable; las exclusiones respecto del segmento más
pobre de la población escolar continúan siendo altos. Al respecto vale la pena
consignar que 76.1% de los jóvenes que no asisten al liceo, pertenecen
precisamente a estos dos quintiles previamente referidos (MINEDUC-MIDEPLAN,
2001).
[22] Es interesante observar que al ser consultados los jóvenes (1997) de estratos
socioeconómicos bajos, por la evaluación que realizan de la orientación
programática educación para el trabajo, en una escala del 1 al 7, las calificaciones
más altas (6 y 7), sólo son acreditadas por un 38.1% de los encuestados (INJ,
1998:17-18).
[24] Un reciente estudio del CIDE (2001), devela que los directores de
establecimientos educacionales municipalizados perciben que el 84.2% de sus
alumnos forman parte de unidades familiares que se ubican en rangos
socioeconómicos medio-bajo y bajo. Luego los mismos directores y sus docentes
concluyen que el principal factor de fracaso escolar de sus alumnos está asociado a
problemas relacionados con la familia (86% y 88%, respectivamente).
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