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En el Evangelio de hoy encontramos la figura de una mujer que no cuenta para la cultura
de Jesús. Esa mujer Cananea, pagana (que adoran dioses falsos) es quien eleva su vos
pidiendo que el Hijo de David tenga compasión de ella.
Escena del relato: Jesús va con su grupo, “Una mujer sale al encuentro de Jesús. No
pertenece al pueblo elegido. Es pagana. Proviene del maldito pueblo de los cananeos, que
tanto había luchado contra Israel. Es una mujer sola y sin nombre. Tal vez es madre
soltera, viuda o ha sido abandonada por los suyos” (Pagola. Camino abierto por Jesús,
Mateo).
La mujer es la que toma la iniciativa. Jesús no le responde, son los discípulos quienes le
piden que le escuche.
La acción de los discípulos podemos ver que ellos “…recordaron dos cosas muy
iluminadoras.
Primero, Jesús era capaz de descubrir entre los paganos una fe más grande que entre sus
propios seguidores.
Segundo, Jesús no había reservado su compasión solo para los judíos. El Dios de la
compasión es de todos” (Pagola. Camino abierto por Jesús, Mateo).
“La desgracia de su hija, poseída por «un demonio muy malo», se ha convertido en su
propio dolor: «Señor, ten compasión de mí».”
Nosotros hoy ¿a quién acudimos en nuestras angustia-dudas? Para escuchar las palabras
de fortaleza, consuelo y vida, como las que Jesús dijo a la Cananea “«Mujer, ¡qué grande
es tu fe!, que se cumpla lo que deseas»”.
Lo que ella pide es lo que el Dios de Jesús quiere para todos, la alegría, la vida, la vida en
comunidad, sin fronteras, con libertad diferente del libertinaje, mal uso de la libertad (Por
ese mal uso de nuestra libertad es que seguimos en las guerras desenfrenadas que no
valoran la dignidad del semejante).
Señor, ten compasión de mí: (vivo en soledad, cansando, que ha muerto el dialogo
en mi familia-excluido, preso de mis vicios, mi confianza en dioses falsos, ciencia).