Está en la página 1de 46

Capítulo 1.

Psicología Social
del
Prejuicio
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

“Dadme un prejuicio y moveré el mundo”


Gabriel García Márquez
Crónica de una muerte anunciada

P or muy amplio y versátil que pueda ser el enfoque que la psicología so-
cial aporta al prejuicio, no es el único ni se basta solo, lo que queda re-
cogido en palabras de Allport (1954, p. xii) la causalidad plural es la primera lección
que deseamos enseñar. Numerosos son los autores que han defendido la necesi-
dad de una perspectiva macroscópica para este fenómeno influenciado y de-
terminado por multitud de fuerzas (Baton, 1983; Cox, 1948; Le Vine y Camp-
bell, 1972; Miles, 1982; Myrdal 1944; Rex, 1973; Simpson y Yinger, 1985; van
den Berghe, 1967; etc.). Puesto que el objetivo de este trabajo se enmarca den-
tro de la psicología social no se va a realizar una exposición extensa de las
mismas, simplemente, parece necesario y de justa humildad dar ligeras pince-
ladas sobre los coprotagonistas de esta compleja trama: la historia, los proce-
sos políticos, los factores económicos y la estructura social.
La Historia es la memoria genética de la humanidad, gracias a ella ad-
quirimos la más importante herramienta de comunicación, el idioma, además
interiorizamos normas, valores y tradiciones que facilitan nuestra integración
en la comunidad. Todo ello, junto a las instituciones sociales, determina nues-
tra forma de categorizar el entorno configurando el desarrollo del prejuicio.
Las diversas legislaturas formulan las leyes que potencian o inhiben los
derechos de los distintos sectores sociales lo que influye en la autopercepción
grupal y en la valoración que se hace de los otros. En este punto, especial
mención se merece la nueva ley de extranjería de nuestro país, por su menos-
cabo en los derechos fundamentales de los inmigrantes y cuyo análisis más
profundo le otorgaría un papel de responsabilidad claro en los brotes de re-
chazo acaecidos hacia la población inmigrante.

11
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

La estructura social y sus instituciones son también parte responsable


del desarrollo y el mantenimiento de los prejuicios. Una muestra del uso insti-
tucional lo presenta un estudio llevado a cabo en Gran Bretaña sobre el siste-
ma educativo, donde se recoge cómo el acceso a la universidad depende de la
clase social a la que pertenecen los padres (Redpath y Harvey, 1992; UCCA,
1990). Lo que posteriormente se refleja en la adquisición de un puesto de tra-
bajo mejor o peor remunerado y de diferente estatus social. Sin un análisis
adecuado es fácil caer en la imagen de la clase más pobre como maleducada,
tonta, etc (Brown, 1995).
Todos estos factores se interrelacionan entre sí pero quizás el econó-
mico sea uno de los más determinantes ya que regula las relaciones entre los
grupos y el prejuicio es, sin duda alguna, un fenómeno intergrupal. Uno buen
ejemplo del peso de la economía lo aporta la proliferación de las creencias ra-
cistas durante los períodos coloniales (Banton, 1983). Estrategia que ayuda a
reducir la disonancia cognitiva que produce el saberse el verdugo de toda una
comunidad y su cultura. Otro ejemplo es el cambio de actitud que se produjo
hacia la actividad laboral de la mujer durante la Segunda Guerra Mundial. En
este período hubo una intensa campaña para trasladar a la mujer del ámbito
doméstico a las fábricas que se habían quedado vacías tras el alistamiento
masculino, campaña que volvió a situar a la mujer en el hogar cuanto los sol-
dados regresaron. Actualmente la mujer trabajadora es mirada con buenos
ojos por los intereses económicos ya que representa un incremento del poder
adquisitivo de las nuevas estructuras familiares. Como señalan Simpson y Yin-
ger (1972, p.127)) el prejuicio existe porque alguien gana con ello.
Esta investigación se enmarca en un enfoque psicosocial, análisis que ha
de ser coherente con los realizados desde un punto de vista histórico, político,
económico y social, puesto que sólo con una perspectiva conjunta se podrá
comprender, explicar y prevenir el prejuicio (Le Vine y Campbell, 1972).

12
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

1. Definición y enfoque psicosocial del prejuicio

No se puede profundizar en el estudio de un tema sin previamente pasear por


la obligada ruta de la delimitación conceptual. Andar que requiere del caminar
evolutivo del concepto, iniciado, lógicamente, en el latín. Prae – judicium, alude
a “un juicio previo que tenía lugar en la Roma clásica antes de que comenzara
el verdadero juicio, con el propósito de conocer la categoría social de los liti-
gantes” (Jiménez Burillo, 1986, p. 66). El siguiente eslabón en el desarrollo de
este concepto, desde la psicología social, data de 1954 cuando Gordon Allport
aporta una de las definiciones más citadas: “el prejuicio étnico es una antipatía
basada en una generalización errónea e inflexible. Puede sentirse o expresarse.
Puede dirigirse hacia un grupo como totalidad o hacia un individuo en tanto
miembro de ese grupo”. Worchel, más recientemente, presenta una nueva
propuesta: “una actitud negativa injustificada hacia un individuo basada úni-
camente en su pertenencia a un grupo” (Worchel, Cooper y Goethals, 1988, p.
449). En el ámbito estatal Páez y González (1996, p. 325), siguiendo el modelo
de los tres componentes de las actitudes, consideran que: “el prejuicio será
una evaluación, sin datos que lo corrobore, que se hace de un objeto o perso-
na. Es el aspecto evaluativo del problema. El estereotipo será el componente
más cognitivo del problema, son las creencias que se tienen acerca de cómo es
y cómo se comportará un determinado objeto o persona. Finalmente, la dis-
criminación será el aspecto más comportamental. Es la manera de comportar-
nos, dependiendo de los prejuicios y estereotipos que tengamos, hacia un de-
terminado grupo o persona”.
Llegado este punto parece recomendable la aplicación de estas concep-
ciones a un extracto de la realidad y así evaluar su efectividad. Apreciemos
este ejemplo. Small y Marshall son dos hombres, el primero de ellos negro y el
segundo blanco, que buscan piso para alquilar. Ambos poseen características

13
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

similares en cuanto a edad, apariencia, cualificaciones, etc, siendo básicamente


el color de piel el único rasgo diferenciador.

Bristol, mediados de los ochenta


Small: ¿Soy el primero que lo ha visto?.
Casero: ... Sí, pero hay otras personas que también están interesadas.
Dentro de un momento, a y diez, llega otro y a las seis espero más gen-
te.
Small: De acuerdo. ¿Y qué criterio va a seguir para adjudicarlo?.
Casero: Bueno, voy a ir viendo a la gente que va llegando. Después les
llamaré por teléfono para avisarles.

&

Marshall: Si estuviera interesado... ¿Se lo ofrece al primero en llegar?.


Casero: (dudando)...bueno...sí...en principio... a alguien adecuado yo le
diría que sí, supongo. Pero...en cualquier caso...siempre pudo decir que
“ya le avisaré” (risa embarazosa).
Marshall: De acuerdo, el piso me gusta. Pero el caso es que... tengo...
Casero: ¿... otros pisos que ver?.
Marshall: Sí, dos más. Me refiero a que si tengo que competir con al-
guien. Es decir, ¿le interesa a alguien más?.
Casero: Verá usted. Vine a las 4 en punto. A las 6 llegó un tipo –entre 6
y 7– y... bueno... suena un poco racista... el caso es que era negro –un
tipo encantador- pero pensé que podría haber problemas, así que le di-
je que ya le avisaría.
Marshall: ¿Usted no le alquilaría a un negro...?.

14
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

Casero: No. Era un tipo encantador, no creo. Pero, por otra parte, era
muy grandullón y parecía un poco difícil de tratar. Así que pensé que
podría crear problemas.
Marshall: Vaya por Dios. No sé qué decir. No quiero perderlo, pero
tampoco le puedo responder que sí con seguridad.
Casero: Bueno, tengo también otra habitación para alquilar...
Marshall: Bueno, me arriesgaré, porque dice usted que no se lo va a
ofrecer al chico negro, ¿no?.
Casero: Eso es.

Lo que se ha presentado es una de las grabaciones obtenidas por un es-


tudio de la BBC en el que personas de distinta etnia buscaban trabajo, aloja-
miento y formas de ocio (Black and White, BBC Televisión, 1987).
¿Se puede afirmar que el casero posee un prejuicio hacia Small de
acuerdo con las definiciones expuestas con anterioridad?. Si se analiza con
mayor profundidad el contenido de las mismas lo primero que destaca es la
alusión a un criterio de veracidad versus falsedad: una generalización errónea, sin
datos que lo corrobore; lo que presupone la posibilidad de que el casero pueda
comprobar la tendencia de los hombres negros a generar problemas, o de de-
mostrar justamente lo opuesto. Si la verificación o falsación de afirmaciones
como “las mujeres son más comprensivas y los hombres más inteligentes”;
resultan de entrada arduas, el supuesto apoyo empírico para cada una de ellas
no implica la ausencia de prejuicios en las mismas. Si se consiguiera hacer un
estudio donde algún índice comparativo mostrase la mayor tendencia de la
población negra a crear problemas respecto a la blanca ¿supondría esto que el
casero carece de prejuicios?. La existencia de esta base de realidad es fácilmen-
te refutable: condiciones de deprivación social, reacciones a la provocación de

15
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

los blancos, etc, podrían explicarlo (Brown, 1995). La reacción del casero no
deja de ser prejuiciada porque posea un hipotético soporte estadístico.
Un segundo aspecto a considerar es la naturaleza relativista de la per-
cepción intergrupal, donde todo depende de cuál es el lado en el que se en-
cuentra el observador. Lo que para los hombres puede ser ilógico para las mu-
jeres es razonable, mientras unos ven normalidad otras perciben su ausencia;
abundantes y cotidianas son las vivencias que en múltiples ocasiones generan
diferencias, mientras que otras enriquecen, siempre dependiendo de la capaci-
dad empática.
El tercer elemento a tener en cuenta de estas definiciones es su aparente
apropiación del análisis de los orígenes y funciones del pensamiento prejuicia-
do. Afirmaciones como la generalización inflexible o la actitud injustificada están
presuponiendo más de lo que a priori sería prudente admitir (Brown, 1995).
Aportándole un perfil de inmutabilidad e irracionalidad que no abarca toda la
diversidad y complejidad del prejuicio.
Por otro lado, tanto Allport como Worchel o Páez y González, reco-
gen, adecuadamente, la orientación social como uno de los elementos más
importantes del prejuicio. Característica intrínseca puesto que está dirigido a
grupos o a individuos como miembros de un grupo. Igualmente, los dos pri-
meros autores, indican su componente negativo, ya que la vertiente positiva
no ha sido objeto de especial interés por no generar problemas entre los di-
versos sectores sociales.
Teniendo en cuenta estas observaciones se propone, siguiendo a Brown
(1995), un enfoque psicosocial para definir y estudiar del prejuicio caracteriza-
do por un análisis intergrupal a través de los ojos del individuo. Análisis que
ha de basarse en las dinámicas grupales por tres características intrínsecas al
prejuicio: a) La primacía de las categorías de personas frente a los individuos
aislados. No son las características personales de un sujeto las que son objeto

16
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

del prejuicio sino aquellos elementos que lo sitúan dentro de un determinado


grupo. b) Una alta proporción de individuos comparten los estereotipos nega-
tivos que hay de otro grupo, lo que les lleva a comportase de forma similar
ante la población estereotipada. c) Los conflictos intergrupales, ya sean por la
escasez de recursos, por la relación de poder de un grupo sobre otro, o por
una gran disparidad en tamaño o estatus, poseen una responsabilidad crucial
en la dirección, nivel e intensidad del prejuicio.
Este énfasis intergrupal no supone una ausencia de la responsabilidad
individual. Diversos factores causales, de nivel individual o social, van a de-
terminar la percepción, evaluación y reacción que manifiestan los sujetos ante
miembros de otros grupos. Se trata de distinguir entre individuos que actúan
como miembros de un grupo e individuos que actúan como individuos (She-
rif, 1966; Tajfel, 1978).
Realizado este análisis se hace necesario incluir como último eslabón de
este recorrido conceptual la definición aportada por Brown (1995), por consi-
derarla como una de las más completas y flexibles: “el prejuicio es el mante-
nimiento de posturas sociales despectivas o de creencias cognitivas, la expre-
sión de sentimientos negativos, o la exhibición de conducta hostil o discrimi-
natoria hacia miembros de un grupo en tanto que miembros de ese grupo” (p.
27). Dichos componentes pueden estar dirigidos a distintas categorías sociales
adquiriendo, en este caso, nombre propio, ejemplo de ello sería el sexismo o el
racismo. No se puede olvidar que estas ramificaciones son formas particulares
de prejuicio (Brown, 1995; Echebarría y González 1995; Navas, 1997).
Esta concepción sigue considerando al prejuicio dentro del modelo tri-
partito de las actitudes (Rosenberg y Hovland, 1960), de acuerdo con el cual el
estereotipo (componente cognitivo), la discriminación (componente conduc-
tual) y los sentimientos (componente afectivo o evaluativo) son sus elementos
constituyentes (Devine, 1995; Morales y Moya, 1996). A pesar de que dicho

17
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

modelo presupone una alta relación entre sus elementos, las investigaciones
no siempre la han hallado. Un buen ejemplo lo proporcionan los estudios de
Devine, en 1989, en los que se pone de manifiesto cómo el conocimiento de
los estereotipos de una población no siempre van asociados al rechazo de la
misma, o las nuevas formas de prejuicio, donde no existe un discriminación
pública y manifiesta sino más bien una indiferencia o ausencia de contacto con
ciertos grupos. Todo ello denota que estas formas de prejuicio no son iguales,
ni tampoco la correlación entre ellas tiene que ser alta, más bien la relación
que poseen es muy compleja pero sin duda son componentes necesarios del
concepto de prejuicio (Brown, 1995).
El elevado número de investigaciones donde la única herramienta utili-
zada son las escalas de actitud (Morales, 1999) da buena cuenta de la hegemo-
nía que la conceptualización actitudinal del prejuicio ha poseído. Postura lógi-
ca si tenemos en cuenta que este área ha sido la más característica e indispen-
sable de la psicología social (Allport, 1968), así como la que la situó como dis-
ciplina científica. Responsabilidad que no ha impedido el estudio dividido y
con escasa conexión de sus elementos, ya que mientras la cognición social y la
percepción de personas se centraban en el estudio de los estereotipos, el pre-
juicio era abordado desde las actitudes, al mismo tiempo que la discriminación
se investigaba como conducta grupal (Brewer, 1994).
El estereotipo ha sido el ámbito más primado debido a la orientación
cognitiva vigente en los últimos años (por ejemplo, Hamilton, 1981; Mackie y
Hamilton, 1993). Tendencia que comienza a girar y mira con especial interés a
la vertiente emocional tan olvidada e infravalorada en un pasado. Esta nueva
aproximación posee grandes ventajas, entre las que se cuenta poder explicar la
especificidad emocional del prejuicio (Smith, 1993), así como una innovadora
estrategia para analizar sus actuales formas de expresión.

18
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

2. Recorrido histórico del prejuicio

Ya sea por imperativo kantiano de ordenador en el espacio y en el tiempo o


por la tendencia académica de seguir el orden cronológico en la exposición de
los hechos, se ha elegido, al igual que Echebarría y González (1996) y Navas
(1997), la clasificación histórica de Duckitt (1992) como hilo conductor com-
plementada con la realizada por Martinez (1996) en función de los niveles de
análisis: sociocultural, individual e intergrupal. El primero de ellos sitúa el ori-
gen del prejuicio en la forma de organización social, el segundo propone una
causalidad intrasujeto pudiendo ser por factores de personalidad, motivaciona-
les o cognitivos, mientras el último analiza las dinámicas intergrupales.
Es importante recordar que el estudio de formas particulares de prejui-
cio, como el sexismo, no son objeto de interés en nuestra disciplina hasta los
años 60 – 70 (Bardwick, 1970; Sherman, 1971), de ahí, que en los períodos
previos el tema central de estudio brille por su ausencia, siendo abordado con
mayor profundidad en el epígrafe tercero. Seis son los estadios a recorrer.

2.1 Psicología de la raza

Inicialmente, desde el siglo XIX hasta los años 20, arrastradas por la
generalización del darwinismo dominante en un contexto de colonialismo
blanco, las ciencias sociales presentan un particular interés en el estudio del
prejuicio: demostrar la superioridad de la raza blanca. En este período, deno-
minado por ello psicología de la raza, las diferencias entre los grupos son con-
sideradas consecuencia de una jerarquía evolutiva, de acuerdo con la cual cier-
tas razas estarían más evolucionadas que otras. Ni qué decir tiene que dentro
de cada raza las mujeres eran menos desarrolladas que sus compañeros, espe-
cialmente para tareas de perfil intelectual.

19
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

El prejuicio es por tanto estudiado mediante diseños comparativos cuyo


objetivo es mostrar las destrezas de cada raza y así apoyar las teorías al uso.

2.2 El prejuicio racial

Entre los años veinte y treinta crecen una gran cantidad de movimien-
tos contra la discriminación por razón de etnia o sexo, cobra fuerza el sufra-
gismo, se incrementa el rechazo hacia la mentalidad colonialista y aparecen
gran cantidad de asentamientos judíos en Norteamérica; todo ello va a consti-
tuir la génesis para la reconsideración de la dominancia racial. El prejuicio pasa
de ser un fenómeno normal, justificado y con base biológica a ser irracional,
erróneo y un problema social. Se estudian las actitudes raciales y se intentan
desarrollar los primeros instrumentos de medida de estereotipos, siendo Katz
y Braly (1933) los investigadores pioneros. Su técnica, la lista de adjetivos, y su
postulado central, el estereotipo como elemento perverso responsable de la
patología del pensamiento, han suscitado fuertes influencias en las investiga-
ciones posteriores (Arcuri, 1988).

2.3 Fase de procesos psicodinámicos

Para poder explicar la extensión del racismo en los Estados Unidos, du-
rante los años treinta y cuarenta, se llevan a cabo un gran número de estudios
de orientación clínica y correlacional enmarcados dentro de la teoría psicodi-
námica cuyo nivel de análisis es el individuo. De acuerdo con los hallazgos
obtenidos el prejuicio es un mecanismo de defensa normal consecuencia de
los procesos piscológicos internos. La teoría de la frustración – agresión es
la que cobra mayor vigencia, de acuerdo con sus planteamientos el logro de
unos objetivos propuestos es un proceso catártico que al verse truncado gene-

20
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

ra un estado de tensión psíquica cuya única forma de alivio es la agresión. Por


ello en situaciones de frustración en las que no hay posibilidad de descargar la
tensión sobre el elemento que la genera, por ejemplo el empresario que despi-
de, la hostilidad se desplaza hacia los exogrupos percibidos como más débiles
o diferentes (Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears, 1939), como los inmi-
grantes y las mujeres que se incorporan en “exceso” al mundo laboral. Esta
teoría explica por qué en períodos de crisis socioeconómicas y políticas inten-
sas los episodios de prejuicios son más usuales y de mayor impacto (Capozza
y Volpato, 1996). Sin embargo, se le ha criticado la confusión entre agresión
directa y prejuicio histórico basado en diferencias raciales, económicas, de gé-
nero, etc (Montalbán y Durán, 1995). Tampoco aclara por qué un grupo se
convierte en un momento concreto en el objeto de las frustraciones, ni la cau-
sa del carácter colectivo que a veces presentan las agresiones (Billig, 1976).

2.4 Personalidad autoritaria

Estrechamente relacionada con el anterior planteamiento nace, en los


años cincuenta, la teoría desarrolla por Adorno, Frenkel – Brunswick, Levin-
son y Sanford (1950). Ambas perspectivas parten del análisis del individuo
para explicar un fenómeno intergrupal como es el prejuicio, sin embargo
mientras Dollard propone a los procesos psicológicos, normales y universales,
como responsables, Adorno sostiene que sólo una estructura de personalidad
alterada puede ser la causante del mismo. En este nuevo postulado, al igual
que en la teoría freudiana, poseen especial protagonismo las figuras progenito-
ras, siendo sus estilos educativos rígidos y estrictos los que conforman un en-
torno de sumisión forzada que conduce al niño a reacciones de hostilidad y
agresividad. Estas emociones son canalizadas por desplazamiento hacia obje-
tos sustitutorios, existiendo, nuevamente, especial predilección por los consi-

21
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

derados más débiles o inferiores. La ambivalencia emocional se resuelve orien-


tando el componente positivo hacia los padres, hacia el endogrupo y sus figu-
ras de autoridad; y los negativos hacia el exogrupo, dando lugar al síndrome de
la personalidad autoritaria, donde el etnocentrismo es una característica cen-
tral. Pero estos ingredientes necesitan un caldo de cultivo adecuado que viene
propiciado por el énfasis en el poder, el estatus y los convencionalismos, re-
quisitos todos ellos presentes en las culturas occidentales (Adorno, Frenkel –
Brunswick, Levinson y Sanford, 1950).
A pesar de su impacto, esta teoría ha recibido no pocas objeciones. En
primer lugar, aunque se indica la influencia del entorno social, posteriormente
se ignora por completo, no teniendo en cuenta el poder de la situación con-
creta ni el del marco sociocultural más amplio (Brown, 1995; Conder y Brown,
1988). Limitación denotada por estudios como el realizado por Siegel y Siegel
(1957) en el que se pone de manifiesto la disminución del autoritarismo como
consecuencia de residir en un entorno más flexible y abierto, siendo el instru-
mento de medida la escala F desarrollada por Adorno. O el llevado a cabo por
Minard (1952), donde se recoge cómo la discriminación latente en las calles de
Virginia es eliminada entre la comunidad minera cuando están trabajando,
presumiblemente por las condiciones de interdependencia.

En segundo lugar, su búsqueda de diferencias individuales le lleva a ob-


viar la frecuente aparición de prejuicios de forma uniforme dentro de un gru-
po. Dejando sin explicación aquellos brotes prejuiciosos que han acaecido en
diversos momentos históricos (Brown, 1995; Capozza y Volpato; 1996) con
demasiada brusquedad como para ser explicados por entornos familiares, o
por determinismos genéticos (Eaves y Eysenck, 1974), como otros autores
han llegado a sugerir. Tampoco explican las semejanzas interindividuales mos-
tradas en estudios como el de Davey (1983), en el que los participantes debían

22
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

distribuir dulces a otros grupos étnicos. El 50% de ellos mostró etnocéntris-


mo y el 60% de los niños blancos también reflejaron este favoritismo endo-
grupal. Resultados difíciles de interpretar mediante estilos de crianza o por
estados de frustración puesto que la muestra estaba compuesta por 500 niños
de una gran variedad de modelos educativos normales.

En tercer lugar, se identifica personalidad autoritaria con las doctrinas


de derechas, aspecto criticado especialmente por Rokeach (1960) quien pro-
pone al dogmatismo como característica de estos sujetos, independiente de su
ideología.

Por último no se puede obviar las abundantes críticas metodológicas,


quizás las más importantes, dirigidas, la mayoría de ellas, a la escala F, cons-
truida para medir el síndrome de personalidad autoritaria. Dicha escala que
debía poner de manifiesto la relación entre prejuicio y autoritarismo mostró,
con frecuencia, correlaciones bajas (Brown, 1995), incluso se halló correlación
cero entre autoritarismo y rechazo al exogrupo (Forbes, 1985). Otra de las
objeciones alude a la poca representatividad estadística de las muestras utiliza-
das para elaborar el cuestionario (Hyman y Sheatsley, 1954) ya que, a pesar de
su gran tamaño, los sujetos eran de clase media y miembros de organizaciones
formales. Además hubo errores en la elaboración de los items, pues todos
ellos estaban redactados en la misma dirección, de tal forma que la tendencia
al acuerdo implicaba también autoritarismo (Brown, 1965). Finalmente, en la
validación de la escala se incurrieron en sesgos como el efecto Rosenthal
(1966) al conocer los entrevistadores las puntuaciones de los sujetos en el test,
o en limitaciones metodologías por la utilización de entrevistas de corte psi-
coanalítico, con la consiguiente dificultad de replicación (Canto - Ortiz, 1998).

23
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

2.5 Cultura y sociedad

En los años 60 y 70, como reacción al anterior énfasis individualista en


el que se buscaban las similitudes personales y se olvidaban las normas colec-
tivas y la ideología social (Conder y Brown, 1988), los factores sociales y cultu-
rales comienzan a adquirir protagonismo, lo que lleva a denominar este perío-
do “cultura y sociedad”. Durante estas décadas el prejuicio es considerado una
norma social que se trasmite mediante los procesos de socialización, existien-
do tres factores que pueden implicar el incremento del prejuicio (Martínez,
1996):

• El avance voraz del neoliberalismo daña profundamente el mo-


vimiento obrero (Wieviorka, 1992) y menoscabando la identidad
de la clase obrera lo que da paso a identidades grupales varias,
entre ellas las culturales. De esta forma se acentúan las divisiones
dentro de la clase obrera, olvidándose las metas comunes e in-
crementándose la fractura social mediante la estereotipia y el
prejuicio hacia los exogrupos.
• Los gobiernos no desarrollan políticas dirigidas a alcanzar un Es-
tado del Bienestar, además de utilizar los conflictos de inmigra-
ción impidiendo una sociedad multicultural.
• Se cuestiona la identidad social.

Uno de los máximos representantes de este incipiente interés por las


normas sociales es T.F. Pettigrew. Este investigador lleva a cabo, en 1958,
un estudio de gran relevancia donde se pone de manifiesto la enorme influen-
cia de la normativa social vigente en el aumento o disminución del prejuicio.
Selecciona muestras de poblaciones abiertamente racistas, la Sudáfrica y la del

24
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

sur de Estados Unidos, en ellas toma medidas de prejuicio y autoritarismo.


Los datos reflejan la ausencia de diferencias en autoritarismo entre estas po-
blaciones y otras no prejuiciosas, a pesar de que tanto en la población sur-
americana como en la sudafricana hay correlación individual entre autoritaris-
mo y prejuicio. Resultados que demuestran que los patrones de personalidad
desviados no poseen responsabilidad en la aparición del prejuicio. Más bien se
trata de una norma social, cultural o institucional que rige las actitudes y con-
ductas de los ciudadanos. Planteamiento que se ve apoyado por la alta correla-
ción entre conformismo social y prejuicio.

En consonancia con dicho postulado se encuentra la teoría del apren-


dizaje social (Bandura, 1977), cuyo argumento central es la adquisición de
estereotipos y prejuicios durante los procesos de socialización. El entorno fa-
miliar, el escolar o los amigos ejercen de vía de transmisión, donde cada día
adquieren más relevancia los medios de comunicación y entre ellos, como no,
la televisión tiene un protagonismo absoluto. Aunque en este enfoque el pe-
ríodo infantil es enfatizado como estadio donde se adquieren las actitudes, no
presenta carácter determinista puesto que existen dos posibles tipos de perso-
nas. Por un lado están aquellas que mantienen a lo largo de la vida los prejui-
cios adquiridos, ya que poseen total coherencia entre sus creencias y los valo-
res culturales. Mientras que por otro se encuentra las que conocen los estereo-
tipos vigentes en su entorno cultural, pero cuya expresión puede ser inhibida
conscientemente (Devine, 1989; Devine, Monteith, Zuwerink y Elliot, 1991).
De acuerdo con esta teoría el prejuicio tiene una clara función: mantener el
status quo de los grupos dominantes. Por ello los estereotipos no son más que
argumentos a su superioridad que justifican la discriminación y así aseguran su
permanencia en el poder (Navas, 1997).

25
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

La principal diferencia entre el planteamiento de Petigrew y la teoría del


aprendizaje social está en los mecanismos de mantenimiento. Mientras para el
primero el orden establecido continúa por inercia, para la segunda es la socia-
lización quien lo perpetúa. A pesar de la gran capacidad analítica y de la apli-
cabilidad de ambas posturas dejan una incógnita sin resolver: ¿por qué se pro-
ducen cambios en los valores vigentes?.

Dentro de este mismo período, pero algo más tarde, el interés se des-
plaza de la norma social al conflicto social, configurado por la estructura de la
comunidad y la relaciones entre grupos, dando lugar al primer análisis grupal
sobre relaciones intergrupales, es la denominada teoría del conflicto realista.
Su creador, Campell (1965), la presenta en sociedad mediante un artículo don-
de expone cómo diversas disciplinas (sociología, antropología y psicología so-
cial) coinciden en apelar a la racionalidad de algunos conflictos intergrupales
por la lógica competición para adquirir recursos. Planteamiento que Sherif
apadrina y adopta para el estudio del prejucio, definiéndolo como: intereses gru-
pales incompatibles o en conflicto (Sherif, 1966). Ahora la base del prejuicio es si-
tuada en la estructura social y en la relaciones intergrupales
Para comprobar esta teoría se realizan varios experimentos conocidos
como estudios de campamento de verano (Sherif y Sherif, 1953; Sherif, White y
Harvey, 1955; Sherif y otros, 1961). En la fase inicial, contacto versus no contacto y
creación de grupos, los niños pertenecientes a la primera condición interactúan un
par de días y luego se les divide en grupos, intentando que aquellos amigos
iniciales que se produjeron en esa interacción estén situados en grupos distin-
tos. Esta condición se aplicó a dos experimentos. En el tercer caso los grupos
son hechos desde el principio y ninguno conoce la existencia del otro. En to-
das las investigaciones se generan estructuras jerárquicas y se desarrollan nor-
mas intragrupales. Es importante destacar cómo en la tercera condición, no

26
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

contacto, cuando los chicos descubren que hay otro grupo en el campamento
deciden espontáneamente retarlos en diversos juegos.
Seguidamente comienza la fase de competición en la que, como su propio
nombre indica, a los equipos se les hacen interdependientes de forma negati-
va, pues la consecución de la meta implica la ganancia para un equipo y la pér-
dida para el otro. En esta situación el sesgo endogrupal y la restricción de la
amistad al propio grupo fueron efectos de rápida aparición, paralelamente se
observó la modificación de la estructura jerárquica de los grupos, demandán-
dose líderes más agresivos. Dichos resultados van en consonancia con los ha-
llazgos de Rabbie (1982), quien encontró la estimulación de los conflictos in-
tergrupales por parte de líderes para consolidar su estatus dentro del grupo
(Doise y Lorenzi – Cioldi, 1989). Abundantes ejemplos de esta estrategia nos
lo proporcionan a diario las noticias de relaciones internacionales y estatales.
La última etapa es la de cooperación. Los experimentadores provocan si-
tuaciones, de aparente accidentalidad, donde es indispensable la colaboración
intergrupal para obtener los recursos necesitados por los dos grupos. Esta me-
ta supraordinal les posiciona en una interdependencia positiva. El efecto fue la
disminución de los prejuicios y de la agresividad desarrollada en la anterior
fase.
Por consiguiente, se puede concluir que el aumento de la cohesión in-
tragrupal, la atracción interpersonal dentro del grupo, el prejuicio, la discrimi-
nación y el descenso de la simpatía hacia el exogrupo son productos de las
situaciones donde existen conflictos reales de intereses. Mientras que el in-
cremento de la amistad, tolerancia, relaciones interpersonales y desaparición
del prejuicio, sin considerar el grupo de pertenencia, tienen como base un
contexto de cooperación grupal. Extrapolando estos resultados LeVine plan-
tea que si se conoce la situación economía en la que interaccionan los grupos
es posible predecir los estereotipos que se generaran (Tajfel, 1984).

27
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

La teoría de conflicto realista ha generado un elevado número de inves-


tigaciones, en diversos contextos, e incluso fue la responsable de la iniciativa
de políticas de integración en Estados Unidos, a pesar de lo cual no deja de
presentar ciertas limitaciones. En primer lugar, la concepción del conflicto
como proceso negativo a evitar no es aplicable a determinados contextos,
donde su aparición posibilitaría un nuevo orden más igualitario; buen ejemplo
de ello es el movimiento por la igualdad de mujeres y hombres. Por otro lado,
la base real del conflicto es inexistente en numerosas ocasiones, como muestra
la percepción de amenaza laboral de muchos españoles por la llegada de inmi-
grantes o por la incorporación de la mujer. Por lo tanto sería necesario consi-
derar como conflicto el supuestamente real y el percibido como tal. Pero ¿por
qué aparecen estas percepciones subjetivas como si fuesen objetivas?. Billig
(1976) y Reicher (1986) proponen que son consecuencia del interés de pode-
rosos grupos para generar la división social buscando la táctica de “divide y
vencerás”. Sin embargo, el atractivo de este planteamiento no va asociado al
apoyo empírico; además, como se verá en la teoría de la identidad social (Ta-
jfel, 1981) existen otras causas que lo podrían explicar.
Otra objeción, menos conceptual y que amenaza el principio básico de
la teoría, hace referencia a la existencia de favoritismo endogrupal y competi-
ción sin necesidad de un conflicto real, siendo el propio Sherif quien lo denota
en su estudio. También, se ha podido observar dificultades para erradicar el
sesgo endogrupal, incluso cuando hay interés material en hacerlo (Brown,
1984a; Ryen y Kahn, 1975).
La última de las críticas está dirigida a las muestras utilizadas ya que to-
dos los grupos eran igualitarios en estatus, poder y número de componentes,
nada más lejos de la realidad de un conflicto real. Limitación que arroja dudas
sobre la efectividad de la meta cooperativa y dificulta la generalización de los
resultados.

28
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

2.6 Fundamentos psicológicos: los años 80

El último período establecido por Duckitt comienza a finales de los 70,


momento en que el declive de los enfoques anteriores, debido a su escasa efi-
cacia en la reducción del prejuicio, da paso a la orientación cognitiva. En esta
fase hay dos grandes movimientos teóricos que evolucionan de forma inde-
pendiente: la cognición social y las relaciones intergrupales. Mientras el
primero toma como unidad de análisis el sujeto y se centra en el estudio de los
estereotipos, el segundo adopta un análisis grupal, asumiendo como objeto de
interés la discriminación y los conflictos intergrupales. Ahora son los procesos
cognitivos y motivacionales los responsables del prejuicio, pero siempre desde
una perspectiva intergrupal.
Puesto que este primer capítulo trata sobre prejuicios será la última de
las perspectivas la que se va a abordar, dejando los estereotipos para el segun-
do.
¿Es realmente necesario la existencia de un conflicto para la aparición
del prejuicio?. El propio Sherif observa la aparición de reacciones espontáneas
de competitividad sin necesidad de un conflicto previo. Igualmente Ferguson
y Kelly (1964) hallan que la simple presencia de un exogrupo que realiza las
mismas tareas, en un contexto no competitivo, genera en el endogrupo una
sobreestimación de sus propios productos. Ante estos datos hemos de pla-
tearnos cuáles son las condiciones mínimas para que exista un comportamien-
to prejuicioso.
Henri Tajfel trata de responder a esta cuestión partiendo del análisis de
los procesos psicológicos, universales, que están implicados en el prejuicio.
Comienza estudiando la categorización y la percepción de estímulos físicos
(Tajfel y Wilkes, 1963), extrayendo de estas investigaciones lo que se ha de-
nominado ley de la categorización. Se trata de un doble efecto: maximización

29
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

de las diferencias intercategoriales y homogenización intracategorial, tras la


imposición de una clasificación a unos elementos. El primero de estos fenó-
menos, también denominado efecto contraste (Codol, 1984), supone el incre-
mento de las diferencias entre miembros de distintas categorías, mientras que
el segundo, etiquetado por Codol (1984) como efecto de asimilación, refleja el
aumento de la similitud entre los pertenecientes al mismo criterio de clasifica-
ción.
Posteriormente traslada esta investigación al contexto de la categoriza-
ción social, donde el denominado paradigma de grupo mínimo es la estrategia
elegida. Esta consiste en la creación de dos grupos en función de las preferen-
cias pictóricas, Klee frente a Kandisky, tras lo cual se le pide a los participan-
tes que realicen una repartición de recursos entre miembros de ambos equi-
pos. Las personas son anónimas, de forma que el sujeto experimental tiene
ante sí un número que representa a un miembro del propio grupo y otro que
simboliza a un sujeto del exogrupo. A ambos números debe asignarle una
puntuación, pero de forma interdependiente. De las posibles estrategias a uti-
lizar la discriminación intergrupal fue la elegida. En ella se busca la ganancia
relativa del endogrupo, de tal forma que aún sin ganar todo lo que el endo-
grupo podría se maximiza la diferencia con el exogrupo.
Resultados que llevan a estos investigadores europeos a concluir que es
la mera y simple conciencia de pertenecer a un grupo, incluso cuando la defi-
nición de éste es mínima o nula, y la consiguiente génesis de una identidad
social lo que conduce al favoritismo intragrupal y la discriminación intergrupal
(Brown, 1985; Richardson y Cialdini, 1981; Tajfel, 1978, 1981, 1982; Turner,
1978, 1987). Estos datos también han sido hallados en diferentes culturas, en
personas de diferente sexo y de diversas edades (Bourhis, 1994; Messick y Ma-
ckie, 1989; Vaughan, Tajfel y Williams, 1981; Wetherell, 1982).

30
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

La benevolencia con la que los participantes del experimento anterior


describen a los miembros de su grupo es producto del carácter valorativo in-
trínseco a la categorización; responsable del nacimiento de la identidad social
del sujeto. Ésta consiste en “... aquellos aspectos de la propia imagen del indi-
viduo que se derivan de las categorías sociales a las que percibe pertenecer”
(Tajfel y Turner, 1986, p. 16), de tal forma que al definirnos como mujer u
hombre, estamos apelando a parte de nuestra identidad social, concretamente
a la de género. La construcción de la misma supone un proceso de auto-
estereotipaje por el que las actitudes, normas y conductas comunes al grupo
de pertenencia pasan a formar parte de la identidad personal.
Es la unión entre la estereotipia y la percepción grupal una de las gran-
des aportaciones de la que se ha denominado teoría de la identidad social.
Para Tajfel (1981) el proceso de categorización y la estereotipización no son
sólo herramientas útiles en el procesamiento de la información, sino que jue-
gan un papel central en la compresión de la interacción grupal y en la identi-
dad social. Luego para esta concepción el estereotipo es flexible y dependiente
del contexto, así como una guía para las actuaciones y juicios hacia el exogru-
po (McGarty, 1999; Oakes, Haslam y Turner, 1994; Turner y otros, 1987). Un
ejemplo de la relación entre los estereotipos y la categorización lo proporciona
Deschamps (1984) al encontrar cómo hombres y mujeres manifiestan una
mayor estereotipificación sexual al asignar adjetivos a diversas fotografías de
personas, si saben de antemano que las imágenes corresponden a individuos
de ambos sexos.
Igualmente modifica la tradicional creencia de una mayor homogenei-
dad exogrupal ya que dicha percepción, tanto del endogrupo como del grupo
ajeno, está relaciona con el proceso de identificación. Lo que explicaría por
qué los grupos con una alta identificación se perciben a sí mismos y a los gru-
pos externos como más homogéneos que aquellos que poseen una baja iden-

31
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

tidad (Doosje, Ellemaers y Spears, 1995a; Ellemaers, Spears y Doosje, 1997;


Kelly, 1989).
El endogrupo sólo tiene valor si se percibe como superior al exogrupo,
por ello la discriminación ayuda a la diferenciación categórica y a la consecu-
ción de una identidad social positiva. Uno de los estudios que mejor recoge
esta necesidad de identificación con lo bueno, lo valorado, es el realizado por
Cialdini y otros (1976) con universitarios aficionados al fútbol. Tras los parti-
dos, cuando su equipo era el vencedor, la presencia de insignias, bufandas,
banderas, etc, era más evidente que cuando su equipo era el perdedor. De lo
que se puede concluir que el deseo de ser asociado con el grupo de pertenen-
cia está influenciado por la valoración social del mismo.
El doble efecto, favoritismo – discriminación, se vale del proceso de
comparación social para la consecución y el mantenimiento de la anhela iden-
tidad positiva (Turner y Oakes, 1986). Dicho proceso no requiere de un con-
flicto (Tajfel, 1982), sino que más bien parece poseer un carácter espontáneo,
como refleja el estudio de Haeger (1993). Este autor realiza una encuesta en la
que los participantes, de seis nacionalidades distintas, debían transcribir lo
primero que se les ocurriera sobre su país. Se obtuvo un 20% de comparacio-
nes con otros países y más de 10% de comparaciones de carácter temporal.
Todo ello conduce de forma inevitable al prejuicio, convirtiéndolo en un fe-
nómeno inherente a las dinámicas intergrupales.
Tanto la teoría del conflicto realista como la teoría de la identidad social
han explicado el sesgo endogrupal sin que exista contradicción entre ambas,
como ha mostrado la investigación de Struch y Schwartz realizada en 1989.
Para conocer las actitudes de los ciudadanos israelíes hacia una secta ultraor-
todoxa se llevó a cabo una evaluación actitudinal con dos vertientes: por un
lado se valoraron los sentimientos de agresión, graduados desde el distancia-
miento social hasta las acciones penalizadoras y, por otro lado, se tomaron

32
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

medidas de favoritismo endogrupal. Los resultados indican cómo a mayor


conflicto percibido mayor manifestación de agresividad, apoyando así los
planteamientos de Sherif, correlación que fue más alta en aquellas personas
identificadas con grupos religiosos no extremistas, dato que pone de relieve el
peso de la identidad social. En esta misma dirección está el hallazgo de corre-
laciones positivas entre la percepción de discrepancias de valores intergrupales
y la agresividad. Otros estudios más recientes también han destacado la capa-
cidad predictora de la identificación nacional en la expresión de actitudes xe-
nófobas (Brown, Vivian y Hewtone, 1999; González y Brown, 1999; Petti-
grew, 1997). Un buen ejemplo contemporáneo lo proporciona el actual recha-
zo al mundo islámico, e incluso a todo lo considerado extranjero, por parte de
la población americana debido la exacerbación del nacionalismo tras los aten-
tados acaecidos en septiembre del 2001.
La teoría de la identidad social se ha erigido sobre el paradigma del gru-
po mínimo pero en esta investigación, incluso en sus modificaciones posterio-
res, se puede observar el mismo estatus entre los grupos creados, realidad au-
sente en el mundo social. De acuerdo con los planteamientos tajfelianos las
personas con un alto estatus social conservan su identidad positiva tras la
comparación con los demás, luego presentarían pocos problemas de identi-
dad. Sin embargo, el análisis de 42 estudios realizado por Mullen, Brown y
Smith, en 1992, denota un mayor sesgo endogrupal en los grupos de estatus
superior. También Sachdev y Bourhis (1987) obtienen, con una variante del
paradigma de grupo mínimo, este resultado en grupos de alto e igual estatus,
mientras que los de bajo estatus favorecen al exogrupo. Las explicaciones de
estos resultados son distintas. Para los grupos de alto estatus este sesgo no
sería más que una reafirmación de su propia posición, mientras que la condi-
ción de igualdad, de acuerdo con la teoría de la identidad social, sería la situa-
ción de mayor amenaza por lo que el deseo de diferenciación se incrementaría

33
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

notablemente (Brown, 1984b; Turner, 1978b). Esta hipótesis se ha encontrado


con la oposición de diversos estudios de laboratorio y de campo (Berry, Kalin
y Taylor, 1977; Brewer y Campbell; 1976; Brown, 1984a; Brown y Abrams,
1986; Grant, 1993; Struch y Schwartz, 1989) cuyos resultados lo contradicen.
Sin embargo, en determinadas circunstancias donde se pasa un umbral de si-
militud la diferenciación se maximiza (Brown y Abrams, 1986; Diehl, 1988;
Roccas y Schwartz, 1993). Luego parece que existe un punto de inflexión en el
que el excesivo parecido comienza a amenazar la identidad social de los
miembros del grupo.
Para el grupo de bajo estatus la situación es bien distinta. Del proceso
de comparación salen perjudicados, con la consiguiente amenaza a la autoes-
tima y el deterioro de la identidad social. En estas condiciones la actuación de
estos grupos va a depender de tres factores. El primero sería la permeabilidad
versus impermeabilidad entre los límites de los grupos, de acuerdo con lo cual,
características como género o etnia harían rígido e inflexible el paso entre las
fronteras grupales. El segundo es estabilidad versus inestabilidad en las diferen-
cias de estatus, que alude a la posibilidad de cambio. Por último tenemos la
legitimidad versus ilegitimidad, basado en la percepción de injusticia y arbitra-
riedad de la situación social (Tajfel y Turner, 1986). La figura de la próxima
página, página 35, recoge las estrategias de los diversos grupos para poder
mantener la deseada identidad positiva. Obsérvese que de acuerdo con este
planteamiento las mujeres, grupo impermeable, inestable e ilegítimo, deben
optar por la creatividad social, la redefinición de las características y/o por la
competición social.
Ellemers, Wilke y van Knippenberg, en 1993, realizan un estudio en el
que aplican estos planteamientos. Comienzan dividiendo la muestra en dos
grupos: a uno se le dice que la clasificación se ha efectuado en función de los
resultados obtenidos en un test, condición de estatus legítimo, mientras que

34
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

Los sujetos necesitan una identidad personal y social positiva, es decir necesitan
pertenecer a grupos socialmente valorados

La comparación social determina si el individuo alcanza:

Una identidad Una identidad


social satisfactoria social insatisfactoria

Tentativa de conservar Tentativa de extender


su propia superioridad su propia superioridad Búsqueda de cambio

Uso de estrategias de cambio

Sí se perciben alternativas a la No se perciben alternativas a la


situación intergrupal vigente: situación intergrupal vigente:
inestabilidad - ilegitimidad estabilidad - legitimidad

Las estrategias son de Las estrategias son


grupo: impermeabilidad individuales: permeabilidad Las estrategias son
de fronteras de fronteras

Creatividad
social

Redefinición de las Competición Movilidad Movilidad social:


características social social fronteras permeables

Comparación intergrupal:
fronteras impermeables
(Taylor y Moghaddam, 1987)

35
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

otros creen que la asignación no ha tenido en cuenta las puntuaciones del


mismo, condición de estatus ilegítimo. Seguidamente a una mitad se le sitúa en
la condición de inestabilidad (puede existir movilidad del estatus grupal) y a la
otra en la de estabilidad (se le informa de la imposibilidad de cambio). La úl-
tima manipulación se realizó sobre la percepción de permeabilidad, variable
que también presenta dos niveles: grupo permeable, cuando la capacidad indi-
vidual permite el desplazamiento intergrupal, y grupo impermeable, en los que
las fronteras son infranqueables. Los resultados muestran cómo las personas
de la condición ilegítima se sintieron más enfadados y presentaron una identi-
ficación más alta con el endogrupo, respuesta, esta última, reflejada también
por los sujetos del grupo impermeable. Los individuos que mostraron la iden-
tificación más alta fueron los que se encontraban en la condición ilegítima,
impermeable e inestable, frente a los legítimos, permeables y estables que re-
flejaron la más baja. De lo que se puede deducir que en aquellos grupos
subordinados donde la posibilidad de cambio es posible, éstos están dispues-
tos a aprovecharla, mientras que cuando no hay salida lo mejor es incrementar
la identificación grupal.

Al igual que la teoría de la identidad social, la teoría de la deprivación relati-


va ha intentado explicar el comportamiento grupal en situaciones de estatus
desigual. La deprivación relativa nace al percibir una discrepancia entre el esti-
lo y la calidad de vida actual que posee la persona y aquella que considera de-
bería tener (Gurr, 1970), luego no serían las condiciones objetivas en las que
vive el individuo las determinantes del prejuicio, sino los estándares relativos
de vida. La comparación intragrupal, a través del tiempo, o la intergrupal van a
determinar el estatus del grupo. Si existe desventaja, ya sea por una situación
de recesión tras un período de bonanza (Davies, 1969) del propio grupo o por

36
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

una peor posición endogrupal respecto a los exogrupos, la persona vivencia


insatisfacción y percepción de injusticia, acunando de esta forma el prejuicio.
Ambas teorías se complementan entre sí en sus análisis como dan cuen-
ta las diversas vinculaciones entre la identidad y la deprivación relativa, ejem-
plo de ello es el efecto que la identificación tiene sobre el sentimiento de de-
privación (Smith, Spears y Hamstra, 1999). Así lo muestran los datos aporta-
dos por Kawakami y Dion (1993) y Smith, Spears y Oyen (1994) que indican
una mayor percepción de deprivación en los grupos que poseen una elevada
identidad, o los realizados con mujeres implicadas en movimientos feministas,
elemento que representa una alta identificación grupal (Hinkle, Fox-
Cardamone, Haseleu, Brown y Irwin, 1996; Kelly y Breinlinger, 1996). Otras
investigaciones reflejan la influencia de la deprivación sobre la intensidad de la
identidad grupal (Abrams, 1990; Tropp y Wright, 1999). En esta dirección
Gurin y Townsend (1986) hallaron que la insatisfacción en las mujeres y la
motivación para la participación política predecía la identificación de género.
Quizás uno de los estudios que mejor recoge esta complementariedad
es el de Wright, Taylor y Moghaddam (1990). Estos autores crearon grupos
injustamente deprivados y con distinto grado de permeabilidad. Los análisis
muestran la adopción de protestas colectivas sólo en condiciones de absoluta
impermeabilidad, puesto que la imposibilidad de movilidad conduce al incre-
mento de identificación con el grupo y a la búsqueda de mejoras para el actual
estatus grupal.
Además de aportar un análisis amplio y novedoso del prejuicio que en-
riquece a otras perspectivas, la teoría de la identidad social también ha sido el
lugar de acunamiento de otros paradigmas, siendo uno de los más importantes
la teoría de la autocategorización (Turner, 1985; Turner y otros, 1987). En ella se
parte del autoconcepto como componente del sistema psicológico etiquetado
como Yo. El Yo no lo forma un único autoconcepto sino que hay distintos

37
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

para las diversas situaciones, de tal forma que se activan unos u otros en fun-
ción del contexto y momento concreto. Por tanto ante estímulos similares el
sujeto se autocategoriza, es decir categoriza su Yo, como miembro o no del
grupo. Dichas categorías poseen una estructura jerárquica con al menos tres
niveles relevantes para el autoconcepto social, niveles que se relacionan entre
sí. El más externo, que abarca a los siguientes, es el nivel supraordenado don-
de están las categorizaciones ligadas a la identidad humana frente a otras espe-
cies, en el segundo nivel se encuentran las categorías vinculadas a la diferen-
ciación endogrupo - exogrupo y en el eslabón más subordinado residen las
categorizaciones personales del Yo, las que recogen las diferencias interindivi-
duales con los demás miembros del grupo. La categorización está condiciona-
da por el proceso de comparación, al mismo tiempo que éste depende de
aquélla, lo que implica que el contexto de referencia va a determinar la forma-
ción de las categorías. Todo ello conduce a Turner (1987) a proponer que:

• la autopercepción es parte de un continuo que varía desde la


identidad personal hasta la identidad grupal.
• el proceso de estereotipización, mediante el que se incrementa la
identidad entre el Yo y los componentes del grupo, origina la
despersonalización. Las personas al autoestereotiparse se perci-
ben como un componente más de una categoría social y no co-
mo individuo único y diferenciado de los demás miembros.
• la despersonalización es el mecanismo central no sólo de los es-
tereotipos sociales sino también de procesos como la cohesión
grupal, el etnocentrismo o la influencia social.

En base a lo que Tajfel y Turner (1986) concluyen que para estudiar el


estereotipo no sólo hay que considerar los factores cognitivos como la catego-

38
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

rización sino que también es necesario el contexto intergrupal en el que se


produce la comparación.

Lógicamente la teoría de la identidad social también ha sufrido críticas.


La primera de ellas se centra en la conexión entre la autoestima y la discrimi-
nación intergrupal, pudiendo tomar dos direcciones: los individuos de baja
autoestima previa provocan discriminación para elevarla o la discriminación es
mostrada para incrementar la autoestima (Abrams y Hogg, 1988). Las investi-
gaciones realizados con grupo mínimo hallaron cómo sujetos que no pudieron
discriminar denotaban una autoestima más baja (Lemyre y Smith, 1985; Oakes
y Turner,1980). Por otro lado, Hogg y Sunderland (1991) indicaron que los
individuos con autoestima más baja discriminaron más, contrariamente a los
resultados, ya comentados, de Mullen, Brown y Smith (1992) en los que los
grupos dominantes presentaban un mayor sesgo. Ante esta diversidad de re-
sultados, Rubin y Hewstone (1998) realizan una revisión y encuentran que 9
de 12 estudios proporcionan apoyo para la segunda hipótesis, mientras que
sólo 3 de 19 comprueban la primera. Otra posible interpretación la han pro-
porcionado Farnham, Greenwald y Banaji (1999) quienes sugieren que las dé-
biles correlaciones entre autoestima y sesgo endogrupal pueden ser debidas a
la deseabilidad social.
Por su parte Turner (1999) sostiene que la teoría de la identidad social
no implica los colorarios propuestos y critica especialmente el primero, puesto
que dicho planteamiento no considera otras variables que pueden determinar
las respuestas de los sujetos con estas características. Incluso sugiere el posible
uso de medidas inadecuadas de autoestima, rasgo en lugar de estado y perso-
nal en lugar de colectiva, observación también apuntada por otros autores
(Long, Spears y Manstead, 1994; Rubin y Hewstone, 1998).

39
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

Finalmente, se podría concluir este debate afirmando que la considera-


ción de la baja autoestima como factor causal de la discriminación eliminaría el
componente motivacional defendido por Tajfel. Parece, pues, más coherente
aceptar la segunda hipótesis: el incremento en la autoestima es la consecuencia
de la discriminación (Hogg y Abrams, 1990; Hogg y Mullins, 1999), plantea-
miento que ha encontrando apoyo empírico con el paradigma de grupo míni-
mo.

Otra de las críticas alude a la presumible relación entre la identificación


con el grupo y el sesgo endogrupal. Si las evaluaciones intergrupales están
orientadas a conseguir una mayor identidad social, podría esperarse una corre-
lación positiva entre la identificación grupal y el sesgo de endogrupo (Brown,
1995, 2000). Pero la carencia de apoyo empírico (Hinkle y Brown, 1990) ha
llevado a apuntar que los postulados defendidos por la teoría de la identidad
social no son aplicables a todos los grupos. Más bien dependerían de los nive-
les de individualismo y colectivismo del grupo así como de su tendencia a la
comparación intergrupal (Hinkle y Brown, 1990). Lo que explicaría por qué en
algunos contextos las comparaciones intergrupales y su relación con la identi-
dad social no presenta un carácter genérico. Sin embargo, de acuerdo con
Turner (1999) esta relación no ha sido nunca expresada por esta teoría, puesto
que el sesgo endogrupal es una de las estrategias de mantenimiento de la iden-
tidad positiva.

La tercera objeción nace de la ya apuntada menor discriminación hacia


grupos que se perciben similares, salvo cuando el parecido es amenazador. Lo
que Brewer (1991) ha aclarado denominándolo diferenciación óptima, consistente
en la búsqueda del equilibrio entre la necesidad de afiliación, nuestro grupo no
es el desviado social, y la de diferenciación, tenemos nuestra propia identidad.

40
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

La cuarta limitación hace referencia a la elección de estrategias para el


mantenimiento de la identidad positiva en los grupos de bajo estatus. Al expli-
car la teoría de la identidad social se expusieron las diversas tácticas que se
podrían adoptar dependiendo de la permeabilidad, legitimidad y estabilidad de
la situación desfavorecedora. Pero ¿hasta qué punto posee la teoría de la iden-
tidad social capacidad predictiva en este ámbito?. Ellemers, Spears y Doosje
(1997) plantean que la identificación grupal podría ser el elemento determi-
nante en la elección. Estos autores llevaron a cabo dos estudios experimenta-
les en los que hallaron cómo una persona de un grupo altamente comprome-
tido elegía con menor probabilidad la movilidad individual. Resultados tam-
bién encontrados por otras investigaciones (Abrams, Ando y Hinkle, 1998;
Abrams, Hinkle y Tomkins, 1999; Mummendey, Kessler, Klink y Mielke,
1999).
Pero los intentos para predecir con exactitud qué tácticas se elegirían
han sido menos exitosos. En un estudio, realizado tras la unificación alemana,
(Mummendey, Klink, Mielke, Wenzel y Blanz, 1999) se observa correlación
positiva entre la identificación y la competición hacia el exogrupo, así como
con la comparación, mientras que ésta posee un carácter negativo con la mo-
vilidad. Sin embargo, tanto en el Este como en el Oeste la permeabilidad y la
estabilidad correlacionan negativamente con esta táctica individual. Incluso el
vínculo entre la intensidad de identificación y la creatividad social desaparecen
si se incluyen variables de deprivación relativa.
Estos datos no arrojan información concluyente en cuanto a la predic-
ción de estrategias, salvo en el caso de la movilidad individual que parece ser la
mejor anticipada por la teoría de la identidad social.

La quinta y última incoherencia que se encuentra en la teoría de la iden-


tidad social es el denominado fenómeno de asimetría positiva – negativa. Co-

41
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

mo ha recogido Brewer (1979) el sesgo endogrupal consiste en el favoreci-


miento del engrupo, lo que no supone necesariamente una discriminación ha-
cia el exogrupo, de hecho se puede valorar positivamente ambos, siendo el
primero el que recibiría una evaluación más alta. Además los sesgos endogru-
pales evaluativos, de vital importancia puesto que llevan a la adquisición de
una identidad positiva, no correlacionan con medidas afectivas hacia el
exogrupo (Brewer, 1979; Brown, 1984a; Turner, 1981) e incluso no se ha en-
contrado relación entre la agresión intergrupal y el sesgo endogrupal (Struch y
Schwartz, 1989). Si a estos resultados añadimos los mostrados por Mummen-
dey y colaboradores en el paradigma de grupo mínimo (1992) y en otros con-
textos (1998), según los cuales la modificación de una tarea de carácter positi-
vo por otra de orientación negativa conlleva la sustitución de la estrategia de
discriminación intergrupal por la equidad, parece necesario asumir que los
procesos descritos por la teoría de Tajfel son sólo válidos en ámbitos positi-
vos. A excepción de las alteraciones de factores como el tamaño o el estatus
del grupo. Estos hallazgos, que representan una fuerte limitación a los plan-
teamientos tajfelianos, pues restringen su capacidad explicativa, han recibido
dos posibles explicaciones. En primer lugar, Mummendey y Otten (1998) su-
gieren que la reducción de la discriminación, en situaciones negativas, puede
ser debida a un proceso de recategorización en la situación experimental,
puesto que los participantes se perciben, todos ellos, como miembros de un
mismo grupo frente a los experimentadores. En los grupos minoritarios, o de
bajo estatus, la búsqueda de diferenciación que los caracteriza dificulta la reca-
tegorización manteniendo el sesgo. En segundo lugar Reynolds, Turner y Has-
lam (2000) aportan una nueva explicación. Para estos autores las personas se
resisten a verse a sí mismas de forma negativa, lo que les impide en estas si-
tuaciones definirse como categorías, coincidiendo con los postulados básicos

42
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

de la teoría de las identidad social ya que los sujetos desean percibirse como
ganadores no como menos perjudicados.

La teoría de la identidad social es, sin lugar a dudas, una de la más ela-
boradas y completas de todas las expuestas. Su análisis grupal a partir de as-
pectos cognitivos y motivacionales le ha proporcionada unos principios am-
plios y flexibles que le habilitan para explicar un fenómeno intergrupal como
es el prejuicio. Su concepción del prejuicio y del estereotipo como procesos
normales, universales e inevitables así como sus principales aportaciones: la
explicación del sesgo endogrupal, el estudio de las respuestas de los grupos de
bajo estatus, la relación entre estereotipo y percepción de homogeneidad gru-
pal, así como su influencia en la teoría del contacto (Brown, 2000) no quedan
menoscabadas por algunas de las limitaciones que se le han observado. Más
bien, como recientemente ha recogido Brown (2000), esta teoría representa un
desafío para las nuevas investigaciones puesto que posee los pilares adecuados
sobre los que poder construir una explicación adecuada a pesar de la comple-
jidad del prejuicio.

La clasificación propuesta por Duckitt finaliza en este punto, sin em-


bargo en este recorrido no quedan recogidas todas las perspectivas teóricas
por lo que es necesario añadir los, denominados por Devine (1995, p.492),
modelos contemporáneos del prejuicio. Todos ellos comparten el interés por
evaluar sus nuevas formas, menos agresivas, o al menos más sutiles, ya que las
herramientas de medida convencionales informan de una reducción drástica
en la estereotipia y discriminación no compatible con la realidad diaria. Puesto
que este apartado posee gran amplitud así como diversidad, únicamente se van
a exponer las teorías centradas en el prejuicio en función del sexo y para ha-

43
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

cerlo con mayor claridad se traslada a un nuevo epígrafe donde se hace un


recorrido histórico de las distintas formas de sexismo.

3. Viejas y nuevas formas de sexismo

El término sexismo alude a la actitud, positiva o negativa, hacia una persona


en función de su pertenencia a un grupo sexual (Expósito, Moya y Glick,
1998). De acuerdo con esta concepción puede ser sexismo toda evaluación,
independientemente de su valencia, hecha a un hombre o una mujer. Sin em-
bargo, los distintos autores han tendido a considerar como sexismo exclusi-
vamente la actitud negativa hacia la mujer, quizás porque a lo largo de los años
ha sido la más evidente, consideración que les ha llevado a un planteamiento
sesgado, como pondrá de manifiesto la teoría de sexismo ambivalente. Pero
antes de exponer las nuevas formas que adopta el prejuicio es necesario cono-
cer el sexismo tradicional, basado en la inferioridad de las mujeres (Cameron,
1977).

3.1 El sexismo antiguo

De acuerdo con Glick y Fiske (1996) el sexismo antiguo se gesta en


torno a tres elementos:

• El paternalismo dominador. Defensor de la superioridad mascu-


lina y de su necesidad como figura dominante pues la mujer
además de inferior es débil.

44
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

• Diferenciación competitiva entre géneros. Hombres y mujeres


son diferentes, poseyendo unos las características necesarias para
gobernar las instituciones sociales, mientras otras están orienta-
das al ámbito familiar y del hogar.
• La hostilidad heterosexual. El hombre heterosexual depende de
la mujer para satisfacer los deseos sexuales y para la trasmisión
de sus genes, necesidades que le otorgan poder a la mujer, ame-
nazando la superioridad masculina. Esta conminación queda
ampliamente recogida en el cine, la literatura y las canciones,
donde son abundantes las historias de protagonistas “hechiza-
dos” y que sucumben a los encantos de una “mujer fatal”, seduc-
tora y malvada, trampa de la que ya no pueden escapar.

Los efectos de esta forma de sexismo han sido estudiados desde tres lí-
neas de investigación (Expósito, Moya y Glick, 1998):

• Numerosas son las investigaciones que han reflejado el menos-


cabo sufrido en el prestigio de profesiones al ser desempeñadas
mayoritariamente por mujeres. También multitud de datos
muestran cómo, a pesar de la incorporación masiva de las muje-
res al mundo laboral, continúan desempeñando actividades tra-
dicionalmente femeninas y de menor relevancia social. Para dar
respuesta a ambos fenómenos surge el denominado paradigma
de Goldberg (1968). Este modelo, interesado en explicar la dis-
criminación laboral femenina basándose en los estereotipos de
género, encuentra cómo estas creencias nos llevan, a hombres y
mujeres, a valorar mejor un trabajo si es realizado por un hom-
bre. Más tarde, en 1994, Eagly y Mladinic matizan estos resulta-

45
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

dos hallando dicho efecto principalmente cuando la tarea a reali-


zar es “típicamente” masculina.

• Cuando las acciones son positivas se consideran propias del en-


dogrupo, mientras que cuando son negativas se atribuyen a cau-
sas circunstanciales e inestables. Este proceso es el denominado
error de atribución último (Pettigrew, 1979) y su aplicación al
ámbito de género explica las diferentes valoraciones en la activi-
dad laboral. El paradigma de Deaux (1976) plantea que el éxito
de un trabajo es atribuido a causas externas e inestables si lo ha
llevado a cabo una mujer y a factores internos y estables en el
caso de que lo ejecute un hombre, imputaciones derivadas de las
imágenes que se poseen de ambos. Nuevamente se puntualiza la
aplicabilidad del modelo en función del tipo de actividad y del
sexo del sujeto que evalúa.

• Abundantes son las investigaciones dirigidas a evaluar el conte-


nido de los estereotipos de género y abundantes son también las
discrepancias entre los resultados. Mientras unos autores sostie-
nen que en los estereotipos de mujer priman las imágenes nega-
tivas, o al menos de menor valoración, en comparación con las
designadas a los hombres, otros denotan que las características
femeninas son mejores y más deseables (Eagly y Mladinic, 1989).

En consecuencia parece que el sexismo es algo más complejo que una


actitud negativa o una hostilidad manifiesta hacia las mujeres. Según muestran
los sondeos de opinión, como el realizado por el Centro de Investigaciones
Sociológicas, el 90% de las mujeres y el 84% de los hombres informan estar

46
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

muy o bastante a favor de la plena igualdad entre sexos (CIS, 1995). Se podría
deducir, en principio, que las conquistas sociales y laborales conseguidas por
las mujeres han desterrado los valores y la discriminación sexista. Sin embar-
go, si se sigue consultando datos estadísticos se observa que en el año 2000
sólo el 37.30% de la población activa eran mujeres, que el 80.74% poseían
contratos por horas y el 41.84% temporales, además de cobrar una media de
378.64 euros menos que los hombres (INE, 2000). Las mujeres no sólo tie-
nen peores condiciones laborales sino que además poseen posiciones de me-
nor relevancia ya que por ejemplo sólo el 28.8% de los escaños del Parlamen-
to, el 25.96% del Senado, el 16.75% de las Direcciones Generales, el 3.8% de
las Secretarías del Estado y el 19.70% de las Subsecretarías son ocupadas por
mujeres (Instituto de la Mujer, 2000).
Estos datos son indicadores de una doble realidad, mientras hombres y
mujeres defienden públicamente un discurso de igualdad, coherente con los
valores socialmente deseables, las mujeres siguen siendo marginadas y relega-
das a posiciones de menor estatus social. A este tipo de contradicciones tratan
de responder las nuevas concepciones del prejuicio.

3.2 Sexismo moderno y neosexismo

Directamente relacionado con los enfoques del racismo moderno nace


el sexismo moderno (Benokraitis y Feagin, 1986). Igual que en el caso del pre-
juicio étnico, los sexistas modernos se diferencian de los antiguos en sus con-
vicciones sobre los atributos de las mujeres como grupo. En primer lugar no
asumen los estereotipos negativos tradicionales, sin embargo comparten con
los antiguos los sentimientos negativos (Brown, 1995). En segundo lugar, con-
sideran que las políticas de discriminación positiva hacia la mujer violan la li-
bertad individual de elección y la igualdad de oportunidades, potenciando a

47
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

mujeres por el simple hecho de ser mujeres sin que por ello estén más capaci-
tadas que un hombre. El sexista moderno no acepta la existencia de discrimi-
nación de género y considera que las demandas de los movimientos feministas
son, por tanto, excesivas.
Tougas, junto con otros autores, aplica este análisis al área organizacio-
nal (Tougas y otros, 1995) denominándolo neosexismo y definiéndolo como
el conflicto entre un planteamiento igualitario y el sentimiento negativo hacia
la mujer.
Para poder medir esta nueva forma de prejuicio estos autores elaboran
una escala a partir de los tres elementos que componen la escala de racismo
moderno de McConahay (1986):

• Ya no hay discriminación hacia la mujer, luego ha dejado de ser


un problema.
• Las mujeres presionan demasiado.
• Gran cantidad de sus logros recientes son inmerecidos.

El modelo elaborado por estos autores relaciona este constructo con el


sexismo tradicional, las reacciones ante las políticas de discrimación positiva y
la percepción de amenaza a los intereses colectivos. Se entiende por política de
discriminación positiva toda aquella medida puesta en vigor por los gobiernos
para facilitar y potenciar la incorporación de la mujer al mercado laboral. La
variable percepción de amenaza alude al peligro que los hombres ven en el
avance laboral de las mujeres, considerándolo como un riesgo para la estabili-
dad de sus puestos de trabajo.
Tougas y colaboradores proponen que al compartir ciertos elementos
los conceptos de neosexismo y sexismo tradicional correlacionaran positiva-
mente e, incluso, esta última medida puede predecir la primera. Pero la varia-

48
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

ble principal será la reacción ante los intereses colectivos ya que preverá la
medida de sexismo tradicional, de neosexismo y la aceptación o rechazo a las
políticas de afirmación positiva. Mientras que esta última variable podría ser
vaticinada por todas las demás escalas a excepción de la de sexismo tradicio-
nal.
El siguiente gráfico recoge el modelo neosexista:

Intereses
Colectivos

muestra española

NEO - SEXISMO
SEXISMO TRADICIONAL

Reacción ante
acción afirmativa

(Basado en Tougas y otros, 1995)

Tal y como postularon sus autores al aplicar la escala de neosexismo,


junto a una de sexismo antiguo (Rombough y Ventimiglia, 1981), se encuentra
una moderada correlación positiva, pero sólo la primera predice las actitudes
de los hombres hacia los programas de acción afirmativa, mostrando una acti-

49
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

tud más negativa hacia dichas políticas cuanto más sexista se es. En este estu-
dio también encuentran que el factor que subyace al neosexismo es la percep-
ción subjetiva de amenaza a los intereses del colectivo masculino. Es decir los
hombres consideran que el avance de la mujer en el ámbito laboral puede per-
judicarles.
Una reciente aplicación de esta escala en nuestro país (Moya y Expósi-
to, 2001) informa de la utilidad y de la aplicabilidad de su adaptación al caste-
llano junto con un menor rechazo a las políticas de acción positiva, quizás
porque, como señalan los autores del artículo, prácticamente brillan por su
ausencia. Otra de las particularidades de esta muestra, además de su gran ta-
maño y diversidad de perfil, es el hallazgo de una relación causal inversa a la
de Tougas y colaboradores, es decir, las creencias neosexistas son las genera-
doras de la percepción de amenaza, de lo que se puede deducir que los varo-
nes españoles no se ven conminados por la integración laboral femenina, lo
que no parece sorprendente si se recuerda la exigua presencia de la mujer en el
mundo laboral de este país, tal y como muestran los datos del INE.

3.3 Sexismo ambivalente

Las investigaciones sobre prejuicios, hasta ahora, se han centrado prin-


cipalmente en las diferencias de poder o de estatus (Jost y Banaji, 1994; Jost,
Burgess y Mosso, 2001; Tajfel, 1981), obteniéndose en todas ellas una imagen
masculina muy superior a la de la mujer. Pero en estos planteamientos se ha
olvidado la interdependencia positiva que hay entre hombres y mujeres, quizás
por su carácter cooperativo ya que las teorías más relevantes, teoría de la iden-
tidad social y teoría del conflicto realista, han estudiado el prejuicio centrándo-
se, principalmente, en las relaciones competitivas.

50
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

Perter Glick y Susan T. Fiske (2001) proponen un nuevo análisis de las


dinámicas intergrupales que tienen lugar en las relaciones de pareja. De acuer-
do con los padres de esta teoría hay dos características claves en los vínculos
heterosexuales, diferencia de poder e interdependencia positiva, ambas coexis-
ten dando lugar a actitudes ambivalentes entre los sexos. En consecuencia la
relación hombre - mujer presenta un carácter contradictorio, ya que el hom-
bre, a pesar de poseer un mayor estatus social, depende de la mujer para satis-
facer las necesidades sexuales y reproductivas, mientras que la mujer, aunque
se sabe con poder sobre él, ocupa una posición social de menor relevancia.
Esta dinámica se deriva de una estructura social dirigida a proteger los
recursos económicos y la trasmisión de los genes de la especie. Infraestructura
ambivalente, pues hay al mismo tiempo interdependencia positiva entre am-
bos sexos y superioridad masculina, que se retroalimenta y se mantiene gracias
a una superestructura ideológica, donde predomina un sistema de valores be-
névolo con el sector subordinado. Por ello la mujer es considerada mejor en
los ámbitos de menor valor social: prosocial y afectivo; mientras que los hom-
bres destacan en las cualidades denominas “competencia”: inteligencia, habili-
dad, iniciativa o ambición. Ambos conjuntos de cualidades ocupan posiciones
de poder bien diferenciadas en la estructura social, pues el mundo emocional
cede estatus al “racional”.
La evaluación favorable que hombres y mujeres hacen de las supuestas
cualidades femeninas responde a mecanismos distintos. Mientras para ellas es
la estrategia para salvar la autoestima, de acuerdo con la teoría de la identidad
social, para ellos no es más que la mirada de afecto y apoyo de aquél que se
sabe ganador. De esta forma los hombres acallan sus conciencias a la vez que
mantienen el orden establecido, puesto que una marginación evidente y per-
manente provocaría la sublevación de la población femenina. Igualmente las

51
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

mujeres no se consideran un grupo discriminado sino que se sienten protegi-


das y amadas por el grupo dominante, el masculino.
De dicha estructura grupal se derivan las ideologías hostil y benévola
que legitimizan en la comunidad las asimetrías en las relaciones de géneros, al
mismo tiempo que a nivel individual moldean las percepciones y conductas de
los individuos hacia el sexo opuesto. Para poder medir ambos constructos
Glick y Fiske construyen dos herramientas. La primera de ellas, la ASI, escala
de sexismo ambivalente (1996), mide el sexismo hostil, HS, y el sexismo bené-
volo, BS, hacia la mujer, la segunda es la AMI, escala de sexismo ambivalente
hacia el hombre (1999), que valora estos dos factores (hostil, HM, y benévolo,
BM) para los hombres.
La concepción de sexismo hostil aquí propuesta es similar al antiguo,
mientras que en el benévolo hay tres elementos básicos:

• El paternalismo protector. Hace referencia a la ideología del


“hombre caballeroso”, ése que ofrece protección y cuidado a la
mujer a la vez que la mima. Hay un proceso de idealización en el
que, como en el romanticismo más puro, se presenta a la mujer
como figura a amar y arropar.
• Diferencia complementaria entre géneros. La mujer es el ser
complementario en la vida del hombre, pues ella posee las cuali-
dades que a él le faltan. Las mujeres son mejores en la faceta so-
cio - afectiva compensando la carencia masculina en este ámbito,
además poseen más habilidad en las tareas domésticas lo que
permite al hombre desarrollarse en su faceta laboral. La división
de tareas propicia el mejor funcionamiento de la díada.
• Intimidad heterosexual. El hombre depende de la mujer en esta
faceta, siendo la relación romántica esencial en su vida. Por ello

52
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

no será totalmente feliz hasta que no encuentre una mujer con la


que compartir pasión e intimidad.

Para el caso del hombre el planteamiento es paralelo. Los componentes


del sexismo hostil, HM, son:

• El resentimiento al paternalismo y por tanto a la posición de po-


der masculina junto a las actitudes que implica. Esta es la res-
puesta propia de los grupos subordinados para proteger su auto-
estima según la teoría de la identidad social (Tajfel, 1981; Tajfel y
Turner, 1986). Igualmente, Allport (1954) señala que los grupos
marginados suelen responder con prejuicios hacia el dominante.
• Diferencia compensatoria entre géneros. Es la reacción a la ima-
gen de superioridad que la sociedad otorga al hombre. La mujer
que presenta sexismo hostil considera al hombre incompetente
en áreas como la doméstica, lo que no supone que ella lo acepte
y le ayude gustosamente.
• Hostilidad heterosexual. Hace referencia al miedo y al resenti-
miento que suscita en la mujer la asociación entre sexo y poder.
El acoso y hostigamiento sexual han sido utilizados por los
hombres como forma de dominación, especialmente en aquellas
culturas que sustentan la desigualdad entre géneros (Smuts,
1996). Pero no es un elemento exclusivo de determinadas co-
munidades ya que ha sido hallado en el ámbito laboral de todas
las sociedades (Swim y Stangor, 1998).

Este factor se basa en una relación competitiva entre hombres y muje-


res, relación en la que unas son la minoría marginada y otros el grupo domi-

53
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

nante. Estas condiciones son las estudiadas por la teoría de la identidad social.
De acuerdo con los planteamientos ya expuestos de Tajfel, el grupo im-
permeable, inestable e ilegítimo, la mujer, adoptará estrategias de competitivi-
dad, resentimiento al paternalismo y hostilidad sexual, junto a la redefinición de sus
características, soy valorada pues el hombre es un incompetente, para incrementar su
identidad social. En consecuencia parece que ambos teorías son compatibles,
pudiendo llegar a ser complementarias si la teoría de la identidad social consi-
dera el carácter cooperativo de la relación hombre-mujer.

Con un análisis similar al realizado para el sexismo benévolo hacia la


mujer se explica su homónimo masculino:

• El maternalismo. Hace alusión al reconocimiento de la depen-


dencia hacia el hombre, al mismo tiempo que éste necesita de
ella, ya que se asume que el hombre está perdido sin una mujer,
especialmente en ámbitos domésticos.
• Diferencia complementaria entre géneros. La mujer acepta y par-
ticipa de la imagen del hombre protector y suministrador de re-
cursos, puesto que ambos se complementan y se necesitan. La
función protectora es la más demanda y admirada por la mujer
(Kilianski y Rudman, 1998) y quizás sea las más interioriza por
ambos sexos, al menos así parece en nuestro entorno cultural.
• Intimidad heterosexual. Si el hombre considera que la relación
de pareja es importante en su vida, para la mujer, incluso, puede
convertirse en el objetivo de vida, no en vano la identidad de la
mujer depende más de la posesión, o no, de una relación que la
del hombre (Josephs, Markus y Tafarodi, 1992).

54
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5

En resumen, esta perspectiva sostiene que tanto el sexismo hostil como


el benévolo se nutren de la desigualdad de poder, de la relevancia que posee la
identidad y de la sexualidad, por tanto ambos correlacionan positivamente
siendo los dos igualmente prejuicios. La aparente bondad que puede represen-
tar la imagen del hombre amante, protector, romántico que sólo se siente
completo junto a una mujer supone un sexismo más nocivo, pues no genera
rechazo, más bien se consideran valores loables, deseados por la mujer, lle-
gando ser, en palabras de J.P. Sarte, mitad víctimas, mitad cómplices (de Beauvoir,
1949, pg. 8), de una discriminación difícil de modificar.
Esta teoría ha sido avalada dentro y fuera de nuestro país (Expósito,
Moya y Glick, 1998; Glick y Fiske, 1996; Glick y Fiske, 1997; Glick y Fiske,
1999; Glick, Fiske, Lameiras, Brunner y otros, 2000; Glick, Fiske, Mladinic,
Saiz y otros, 2000), consolidándose como una de las perspectivas actuales más
importantes, de la que se deriva una interesante tesis sobre estereotipos, que
será abordado en el próximo capítulo.

55

También podría gustarte