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Capítulo 1 - Tema 1 PDF
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Psicología Social
del
Prejuicio
Capítulo I: psicología social del prejuicio
García-Leiva, P. (2006). Estereotipos de género en publicidad televisiva.
Madrid: PROQUEST Information and Learning. ISBN: 0-542-63592-5
P or muy amplio y versátil que pueda ser el enfoque que la psicología so-
cial aporta al prejuicio, no es el único ni se basta solo, lo que queda re-
cogido en palabras de Allport (1954, p. xii) la causalidad plural es la primera lección
que deseamos enseñar. Numerosos son los autores que han defendido la necesi-
dad de una perspectiva macroscópica para este fenómeno influenciado y de-
terminado por multitud de fuerzas (Baton, 1983; Cox, 1948; Le Vine y Camp-
bell, 1972; Miles, 1982; Myrdal 1944; Rex, 1973; Simpson y Yinger, 1985; van
den Berghe, 1967; etc.). Puesto que el objetivo de este trabajo se enmarca den-
tro de la psicología social no se va a realizar una exposición extensa de las
mismas, simplemente, parece necesario y de justa humildad dar ligeras pince-
ladas sobre los coprotagonistas de esta compleja trama: la historia, los proce-
sos políticos, los factores económicos y la estructura social.
La Historia es la memoria genética de la humanidad, gracias a ella ad-
quirimos la más importante herramienta de comunicación, el idioma, además
interiorizamos normas, valores y tradiciones que facilitan nuestra integración
en la comunidad. Todo ello, junto a las instituciones sociales, determina nues-
tra forma de categorizar el entorno configurando el desarrollo del prejuicio.
Las diversas legislaturas formulan las leyes que potencian o inhiben los
derechos de los distintos sectores sociales lo que influye en la autopercepción
grupal y en la valoración que se hace de los otros. En este punto, especial
mención se merece la nueva ley de extranjería de nuestro país, por su menos-
cabo en los derechos fundamentales de los inmigrantes y cuyo análisis más
profundo le otorgaría un papel de responsabilidad claro en los brotes de re-
chazo acaecidos hacia la población inmigrante.
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Casero: No. Era un tipo encantador, no creo. Pero, por otra parte, era
muy grandullón y parecía un poco difícil de tratar. Así que pensé que
podría crear problemas.
Marshall: Vaya por Dios. No sé qué decir. No quiero perderlo, pero
tampoco le puedo responder que sí con seguridad.
Casero: Bueno, tengo también otra habitación para alquilar...
Marshall: Bueno, me arriesgaré, porque dice usted que no se lo va a
ofrecer al chico negro, ¿no?.
Casero: Eso es.
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los blancos, etc, podrían explicarlo (Brown, 1995). La reacción del casero no
deja de ser prejuiciada porque posea un hipotético soporte estadístico.
Un segundo aspecto a considerar es la naturaleza relativista de la per-
cepción intergrupal, donde todo depende de cuál es el lado en el que se en-
cuentra el observador. Lo que para los hombres puede ser ilógico para las mu-
jeres es razonable, mientras unos ven normalidad otras perciben su ausencia;
abundantes y cotidianas son las vivencias que en múltiples ocasiones generan
diferencias, mientras que otras enriquecen, siempre dependiendo de la capaci-
dad empática.
El tercer elemento a tener en cuenta de estas definiciones es su aparente
apropiación del análisis de los orígenes y funciones del pensamiento prejuicia-
do. Afirmaciones como la generalización inflexible o la actitud injustificada están
presuponiendo más de lo que a priori sería prudente admitir (Brown, 1995).
Aportándole un perfil de inmutabilidad e irracionalidad que no abarca toda la
diversidad y complejidad del prejuicio.
Por otro lado, tanto Allport como Worchel o Páez y González, reco-
gen, adecuadamente, la orientación social como uno de los elementos más
importantes del prejuicio. Característica intrínseca puesto que está dirigido a
grupos o a individuos como miembros de un grupo. Igualmente, los dos pri-
meros autores, indican su componente negativo, ya que la vertiente positiva
no ha sido objeto de especial interés por no generar problemas entre los di-
versos sectores sociales.
Teniendo en cuenta estas observaciones se propone, siguiendo a Brown
(1995), un enfoque psicosocial para definir y estudiar del prejuicio caracteriza-
do por un análisis intergrupal a través de los ojos del individuo. Análisis que
ha de basarse en las dinámicas grupales por tres características intrínsecas al
prejuicio: a) La primacía de las categorías de personas frente a los individuos
aislados. No son las características personales de un sujeto las que son objeto
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modelo presupone una alta relación entre sus elementos, las investigaciones
no siempre la han hallado. Un buen ejemplo lo proporcionan los estudios de
Devine, en 1989, en los que se pone de manifiesto cómo el conocimiento de
los estereotipos de una población no siempre van asociados al rechazo de la
misma, o las nuevas formas de prejuicio, donde no existe un discriminación
pública y manifiesta sino más bien una indiferencia o ausencia de contacto con
ciertos grupos. Todo ello denota que estas formas de prejuicio no son iguales,
ni tampoco la correlación entre ellas tiene que ser alta, más bien la relación
que poseen es muy compleja pero sin duda son componentes necesarios del
concepto de prejuicio (Brown, 1995).
El elevado número de investigaciones donde la única herramienta utili-
zada son las escalas de actitud (Morales, 1999) da buena cuenta de la hegemo-
nía que la conceptualización actitudinal del prejuicio ha poseído. Postura lógi-
ca si tenemos en cuenta que este área ha sido la más característica e indispen-
sable de la psicología social (Allport, 1968), así como la que la situó como dis-
ciplina científica. Responsabilidad que no ha impedido el estudio dividido y
con escasa conexión de sus elementos, ya que mientras la cognición social y la
percepción de personas se centraban en el estudio de los estereotipos, el pre-
juicio era abordado desde las actitudes, al mismo tiempo que la discriminación
se investigaba como conducta grupal (Brewer, 1994).
El estereotipo ha sido el ámbito más primado debido a la orientación
cognitiva vigente en los últimos años (por ejemplo, Hamilton, 1981; Mackie y
Hamilton, 1993). Tendencia que comienza a girar y mira con especial interés a
la vertiente emocional tan olvidada e infravalorada en un pasado. Esta nueva
aproximación posee grandes ventajas, entre las que se cuenta poder explicar la
especificidad emocional del prejuicio (Smith, 1993), así como una innovadora
estrategia para analizar sus actuales formas de expresión.
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Inicialmente, desde el siglo XIX hasta los años 20, arrastradas por la
generalización del darwinismo dominante en un contexto de colonialismo
blanco, las ciencias sociales presentan un particular interés en el estudio del
prejuicio: demostrar la superioridad de la raza blanca. En este período, deno-
minado por ello psicología de la raza, las diferencias entre los grupos son con-
sideradas consecuencia de una jerarquía evolutiva, de acuerdo con la cual cier-
tas razas estarían más evolucionadas que otras. Ni qué decir tiene que dentro
de cada raza las mujeres eran menos desarrolladas que sus compañeros, espe-
cialmente para tareas de perfil intelectual.
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Entre los años veinte y treinta crecen una gran cantidad de movimien-
tos contra la discriminación por razón de etnia o sexo, cobra fuerza el sufra-
gismo, se incrementa el rechazo hacia la mentalidad colonialista y aparecen
gran cantidad de asentamientos judíos en Norteamérica; todo ello va a consti-
tuir la génesis para la reconsideración de la dominancia racial. El prejuicio pasa
de ser un fenómeno normal, justificado y con base biológica a ser irracional,
erróneo y un problema social. Se estudian las actitudes raciales y se intentan
desarrollar los primeros instrumentos de medida de estereotipos, siendo Katz
y Braly (1933) los investigadores pioneros. Su técnica, la lista de adjetivos, y su
postulado central, el estereotipo como elemento perverso responsable de la
patología del pensamiento, han suscitado fuertes influencias en las investiga-
ciones posteriores (Arcuri, 1988).
Para poder explicar la extensión del racismo en los Estados Unidos, du-
rante los años treinta y cuarenta, se llevan a cabo un gran número de estudios
de orientación clínica y correlacional enmarcados dentro de la teoría psicodi-
námica cuyo nivel de análisis es el individuo. De acuerdo con los hallazgos
obtenidos el prejuicio es un mecanismo de defensa normal consecuencia de
los procesos piscológicos internos. La teoría de la frustración – agresión es
la que cobra mayor vigencia, de acuerdo con sus planteamientos el logro de
unos objetivos propuestos es un proceso catártico que al verse truncado gene-
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Dentro de este mismo período, pero algo más tarde, el interés se des-
plaza de la norma social al conflicto social, configurado por la estructura de la
comunidad y la relaciones entre grupos, dando lugar al primer análisis grupal
sobre relaciones intergrupales, es la denominada teoría del conflicto realista.
Su creador, Campell (1965), la presenta en sociedad mediante un artículo don-
de expone cómo diversas disciplinas (sociología, antropología y psicología so-
cial) coinciden en apelar a la racionalidad de algunos conflictos intergrupales
por la lógica competición para adquirir recursos. Planteamiento que Sherif
apadrina y adopta para el estudio del prejucio, definiéndolo como: intereses gru-
pales incompatibles o en conflicto (Sherif, 1966). Ahora la base del prejuicio es si-
tuada en la estructura social y en la relaciones intergrupales
Para comprobar esta teoría se realizan varios experimentos conocidos
como estudios de campamento de verano (Sherif y Sherif, 1953; Sherif, White y
Harvey, 1955; Sherif y otros, 1961). En la fase inicial, contacto versus no contacto y
creación de grupos, los niños pertenecientes a la primera condición interactúan un
par de días y luego se les divide en grupos, intentando que aquellos amigos
iniciales que se produjeron en esa interacción estén situados en grupos distin-
tos. Esta condición se aplicó a dos experimentos. En el tercer caso los grupos
son hechos desde el principio y ninguno conoce la existencia del otro. En to-
das las investigaciones se generan estructuras jerárquicas y se desarrollan nor-
mas intragrupales. Es importante destacar cómo en la tercera condición, no
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contacto, cuando los chicos descubren que hay otro grupo en el campamento
deciden espontáneamente retarlos en diversos juegos.
Seguidamente comienza la fase de competición en la que, como su propio
nombre indica, a los equipos se les hacen interdependientes de forma negati-
va, pues la consecución de la meta implica la ganancia para un equipo y la pér-
dida para el otro. En esta situación el sesgo endogrupal y la restricción de la
amistad al propio grupo fueron efectos de rápida aparición, paralelamente se
observó la modificación de la estructura jerárquica de los grupos, demandán-
dose líderes más agresivos. Dichos resultados van en consonancia con los ha-
llazgos de Rabbie (1982), quien encontró la estimulación de los conflictos in-
tergrupales por parte de líderes para consolidar su estatus dentro del grupo
(Doise y Lorenzi – Cioldi, 1989). Abundantes ejemplos de esta estrategia nos
lo proporcionan a diario las noticias de relaciones internacionales y estatales.
La última etapa es la de cooperación. Los experimentadores provocan si-
tuaciones, de aparente accidentalidad, donde es indispensable la colaboración
intergrupal para obtener los recursos necesitados por los dos grupos. Esta me-
ta supraordinal les posiciona en una interdependencia positiva. El efecto fue la
disminución de los prejuicios y de la agresividad desarrollada en la anterior
fase.
Por consiguiente, se puede concluir que el aumento de la cohesión in-
tragrupal, la atracción interpersonal dentro del grupo, el prejuicio, la discrimi-
nación y el descenso de la simpatía hacia el exogrupo son productos de las
situaciones donde existen conflictos reales de intereses. Mientras que el in-
cremento de la amistad, tolerancia, relaciones interpersonales y desaparición
del prejuicio, sin considerar el grupo de pertenencia, tienen como base un
contexto de cooperación grupal. Extrapolando estos resultados LeVine plan-
tea que si se conoce la situación economía en la que interaccionan los grupos
es posible predecir los estereotipos que se generaran (Tajfel, 1984).
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Los sujetos necesitan una identidad personal y social positiva, es decir necesitan
pertenecer a grupos socialmente valorados
Creatividad
social
Comparación intergrupal:
fronteras impermeables
(Taylor y Moghaddam, 1987)
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para las diversas situaciones, de tal forma que se activan unos u otros en fun-
ción del contexto y momento concreto. Por tanto ante estímulos similares el
sujeto se autocategoriza, es decir categoriza su Yo, como miembro o no del
grupo. Dichas categorías poseen una estructura jerárquica con al menos tres
niveles relevantes para el autoconcepto social, niveles que se relacionan entre
sí. El más externo, que abarca a los siguientes, es el nivel supraordenado don-
de están las categorizaciones ligadas a la identidad humana frente a otras espe-
cies, en el segundo nivel se encuentran las categorías vinculadas a la diferen-
ciación endogrupo - exogrupo y en el eslabón más subordinado residen las
categorizaciones personales del Yo, las que recogen las diferencias interindivi-
duales con los demás miembros del grupo. La categorización está condiciona-
da por el proceso de comparación, al mismo tiempo que éste depende de
aquélla, lo que implica que el contexto de referencia va a determinar la forma-
ción de las categorías. Todo ello conduce a Turner (1987) a proponer que:
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de la teoría de las identidad social ya que los sujetos desean percibirse como
ganadores no como menos perjudicados.
La teoría de la identidad social es, sin lugar a dudas, una de la más ela-
boradas y completas de todas las expuestas. Su análisis grupal a partir de as-
pectos cognitivos y motivacionales le ha proporcionada unos principios am-
plios y flexibles que le habilitan para explicar un fenómeno intergrupal como
es el prejuicio. Su concepción del prejuicio y del estereotipo como procesos
normales, universales e inevitables así como sus principales aportaciones: la
explicación del sesgo endogrupal, el estudio de las respuestas de los grupos de
bajo estatus, la relación entre estereotipo y percepción de homogeneidad gru-
pal, así como su influencia en la teoría del contacto (Brown, 2000) no quedan
menoscabadas por algunas de las limitaciones que se le han observado. Más
bien, como recientemente ha recogido Brown (2000), esta teoría representa un
desafío para las nuevas investigaciones puesto que posee los pilares adecuados
sobre los que poder construir una explicación adecuada a pesar de la comple-
jidad del prejuicio.
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Los efectos de esta forma de sexismo han sido estudiados desde tres lí-
neas de investigación (Expósito, Moya y Glick, 1998):
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muy o bastante a favor de la plena igualdad entre sexos (CIS, 1995). Se podría
deducir, en principio, que las conquistas sociales y laborales conseguidas por
las mujeres han desterrado los valores y la discriminación sexista. Sin embar-
go, si se sigue consultando datos estadísticos se observa que en el año 2000
sólo el 37.30% de la población activa eran mujeres, que el 80.74% poseían
contratos por horas y el 41.84% temporales, además de cobrar una media de
378.64 euros menos que los hombres (INE, 2000). Las mujeres no sólo tie-
nen peores condiciones laborales sino que además poseen posiciones de me-
nor relevancia ya que por ejemplo sólo el 28.8% de los escaños del Parlamen-
to, el 25.96% del Senado, el 16.75% de las Direcciones Generales, el 3.8% de
las Secretarías del Estado y el 19.70% de las Subsecretarías son ocupadas por
mujeres (Instituto de la Mujer, 2000).
Estos datos son indicadores de una doble realidad, mientras hombres y
mujeres defienden públicamente un discurso de igualdad, coherente con los
valores socialmente deseables, las mujeres siguen siendo marginadas y relega-
das a posiciones de menor estatus social. A este tipo de contradicciones tratan
de responder las nuevas concepciones del prejuicio.
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mujeres por el simple hecho de ser mujeres sin que por ello estén más capaci-
tadas que un hombre. El sexista moderno no acepta la existencia de discrimi-
nación de género y considera que las demandas de los movimientos feministas
son, por tanto, excesivas.
Tougas, junto con otros autores, aplica este análisis al área organizacio-
nal (Tougas y otros, 1995) denominándolo neosexismo y definiéndolo como
el conflicto entre un planteamiento igualitario y el sentimiento negativo hacia
la mujer.
Para poder medir esta nueva forma de prejuicio estos autores elaboran
una escala a partir de los tres elementos que componen la escala de racismo
moderno de McConahay (1986):
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ble principal será la reacción ante los intereses colectivos ya que preverá la
medida de sexismo tradicional, de neosexismo y la aceptación o rechazo a las
políticas de afirmación positiva. Mientras que esta última variable podría ser
vaticinada por todas las demás escalas a excepción de la de sexismo tradicio-
nal.
El siguiente gráfico recoge el modelo neosexista:
Intereses
Colectivos
muestra española
NEO - SEXISMO
SEXISMO TRADICIONAL
Reacción ante
acción afirmativa
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tud más negativa hacia dichas políticas cuanto más sexista se es. En este estu-
dio también encuentran que el factor que subyace al neosexismo es la percep-
ción subjetiva de amenaza a los intereses del colectivo masculino. Es decir los
hombres consideran que el avance de la mujer en el ámbito laboral puede per-
judicarles.
Una reciente aplicación de esta escala en nuestro país (Moya y Expósi-
to, 2001) informa de la utilidad y de la aplicabilidad de su adaptación al caste-
llano junto con un menor rechazo a las políticas de acción positiva, quizás
porque, como señalan los autores del artículo, prácticamente brillan por su
ausencia. Otra de las particularidades de esta muestra, además de su gran ta-
maño y diversidad de perfil, es el hallazgo de una relación causal inversa a la
de Tougas y colaboradores, es decir, las creencias neosexistas son las genera-
doras de la percepción de amenaza, de lo que se puede deducir que los varo-
nes españoles no se ven conminados por la integración laboral femenina, lo
que no parece sorprendente si se recuerda la exigua presencia de la mujer en el
mundo laboral de este país, tal y como muestran los datos del INE.
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nante. Estas condiciones son las estudiadas por la teoría de la identidad social.
De acuerdo con los planteamientos ya expuestos de Tajfel, el grupo im-
permeable, inestable e ilegítimo, la mujer, adoptará estrategias de competitivi-
dad, resentimiento al paternalismo y hostilidad sexual, junto a la redefinición de sus
características, soy valorada pues el hombre es un incompetente, para incrementar su
identidad social. En consecuencia parece que ambos teorías son compatibles,
pudiendo llegar a ser complementarias si la teoría de la identidad social consi-
dera el carácter cooperativo de la relación hombre-mujer.
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