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Entonces, Pericles, hijo de Jantipo, fue elegido para hablar en honor acerca de estos
primeros caídos, y cuando llegó el momento oportuno, avanzó desde el túmulo hasta la
tribuna que había sido levantada de modo que fuera escuchado por la muchedumbre lo
mejor posible, y habló estas cosas:
La mayoría de los que han hablado aquí alaban al que estableció como costumbre
este discurso, porque es bello que alguien hable sobre los sepultados por la guerra. Me
parece que podría ser suficiente que siendo hombres buenos, también por sus actos se
muestren sus honores, incluso ahora ven que cerca de esta tumba han sido preparadas
cosas públicamente y no que las virtudes de muchos corran el peligro de ser confiadas con que
un solo hombre hable bien o menos bien. Pues es difícil el hablar mesuradamente hasta tal
punto de la vanidad de la verdad, porque el oyente conocedor y benevolente creería hasta
el punto donde algo se muestra deficiente frente a las cosas que quiere y conoce, y porque
el inexperto por envidia, incluso, se exagera lo que es, si llegara a escuchar algo sobre su
misma naturaleza. Pues las alabanzas son soportables dichas acerca de otros hasta cuanto
cada uno pensara que él mismo es capaz de hacer algo de las cosas que escucha, pero los
envidiosos ya están desconfiando en el que los supera. Entonces como a los antiguos les
pareció que si estaba bien, es necesario que ahora yo con la costumbre establecida intente
ganarme la aprobación y voluntad de cada uno de ustedes como me sea más posible.
Comenzaré primero desde el principio, pues es justo para ellos mismos y adecuado
en tales cosas que se rinda este honor a los recuerdos. Habitando siempre estos mismos
esta tierra a través de varias generaciones, hasta es virtud suya habernos dado la libertad.
Y si aquellos son dignos de alabanza más aún lo son nuestros padres, pues recibieron
como herencia, no sin fatiga, todo el poder que tenemos, y nos entregaron a los a los
hombres de ahora. Hemos sido nosotros mismos, los que estamos aquí presentes, en
particular los que nos encontramos en la plenitud de la edad, los que hemos preparado a
esta ciudad completa de autarquía, hacia la guerra y hacia la paz. Entonces los hechos con
respecto a la guerra, yo, pasaré por alto, como las ocasiones en que nosotros mismos o
nuestro padres estuvimos dispuestos a repeler las guerra ayudándonos de bárbaros y
griegos. No quiero extenderme entre conocedores de estos asuntos. Antes de abocarme al
elogia de la situación actual, y con qué organización y que costumbres hemos alcanzado
nuestra grandeza. Considero que primero sean estas cosas mostradas y sobre la alabanza
de estas cosas sean asumido que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros sean
escuchadas.
Disfrutamos de un régimen político que no promueva las leyes de los vecinos, más
que imitadores de otros, nosotros mismos, en efecto, servimos de modelo para otros.
Entonces el nombre, pues se ejerce el poder a favor de la mayoría, y no de algunos pocos,
será llamado democracia. Conforme a las leyes, todos igualmente poseen iguales derechos
en la defensa de sus intereses, y en cuanto a sus honores, quien sea puede ejercer cargos
públicos, pues se elige por sus méritos que por su dignidad social, y el que en cuanto a su
pobreza, no encontrará obstáculos debido a la oscuridad de su posición que le impida
prestar sus servicios a la patria, si es que puede hacerlo.
Tenemos política de respetar la libertad, tanto en asuntos públicos como comunes
en el día de unos y de otros de estos, sin enojarnos ni envidiar la ocupación, por la
presencia del cercano. Sí en los asuntos privados tenemos indulgencia, en los públicos
jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de gobernar,
y respetamos las leyes, en prioridad las dichas a favor de las víctimas de injusticia, y las que
es necesario respetar aunque no estén escritas, pues todos consideran vergonzoso infringir.
Y por otra parte, hemos procurado más descanso de los trabajos para nuestro
desarrollo, por lo que preparamos sacrificios durante todo el año, también gozamos de un
digno bienestar material, el goce diario evita la tristeza. Y debido al nivel de la ciudad han
venido espolvoreados por la tierra todas estas cosas, y provee para nuestro provecho, nada
de los mismo bienes, es propio que las cosas de los hombres de otros lados.
Usamos la riqueza par actuar más que el escándalo del discurso, reconocer ser
pobre no es vergonzoso para nadie, sin embargo es más vergonzoso evitarlo. Es posible, a
nosotros mismos, el cuidado de las cosas particulares y públicas como en la ciudad la
pobreza es combatida con acción, pues somos los únicos que consideramos que no son
inactivos ninguno que no hace nada, sino que son inútiles, y nosotros distinguimos por no
decir que meditamos o reflexionamos, lo político, no considerando las palabras que son un
daño pernicioso para las obras, es más, considerando que no han sido instruidos más que
con las palabras, que el ir a la acción que a lo que es necesario. Pues a diferencia, también
tenemos esto, de mo que nosotros somos los más audaces y también razonamos las cosas
que emprendemos. Y en cuanto a los otros les toca que por lo que calculamos las cosas
también tenemos incertidumbre, y somos juzgados con justicia los más fuertes en cuanto a
su alma los que reconocen las cosas terribles y las cosas placenteras claramente y por
estas cosas evitan los peligros. Además en las cosas con respecto a la virtud somos
diferentes, pues no nos procuramos amigos recibiendo favores sino haciéndolo. Entonces el
que consideró el favor es más integro, de manera que sostenga la gracia del favor a quien
se lo dio. En cambio el deudor es más débil, sabiendo que ha de pagar, que este deudor
tiene que devolver el favor no por gratitud, sino por deuda. Además somos los únicos que
ayudamos a alguien sin reparos, no por el provecho sino por la garantía de la libertad.
Por una parte digo brevemente que la ciudad entera es la escuela de la Hélade, y
por otro, digo que cada uno me podría parecer, de entre nosotros, que ofrece los mejores
modelos y con mucha alegría y muy dispuesto el cuerpo mismo, y de este modo estas
cosas no son jactancia de palabras sino que son la verdad de los hechos. El poder mismo
de la ciudad, el que adquirimos es el ejemplo, pues la ciudad es la más fuerte ahora, por su
fama, y es la única que no se indigna ante el enemigo que ataca, ni reprocha a los súbditos
por las cuantas cosas que ha sufrido por no estar gobernados por los mismos hombres.
Y está más que probado el esfuerzo con grandes señales, no solo somos motivos de
admiración para los contemporáneos sino también para los que han de venir después, sin
querer en lo absoluto de un Homero que deleite con sus hexámetros, no obstante derrotará
por su verdad, en cambio, si obligamos a quemar todo en la tierra y se vuelva transitable
gracias a nuestro valor, porque hemos edificado por todas partes tantos malos y buenos
pueblos con sus derrotas. Estos murieron luchando considerando que la ciudad no debería
de ser derrocada y es natural que todos los que sobrevivieron estén dispuesto a sufrir por
ella. Y por estas cosas he hablado mucho de la ciudad, no enseñando que la lucha que
tenemos no es igual para nosotros o porque ellos no tienen nada semejante a nosotros, y
dando un elogio claro con estos gestos para ellos que ahora hablo. Han sido dichas cosas
muy grandes, estas cosas en las que respecto a la ciudad son las virtudes de estos y de
aquellos que adornaron las cosas que yo alabé a la ciudad, y no sería evidenciada la
alabanza de los hechos de la guerra, no se mostraría de igual peso para muchos de los
griegos como de estos. Y me parecería que la muerte de ellos muestra la virtud de los
hombres, primero para que se devele y al final para aseverar. Incluso muchos que hayan
hecho cosas a otros, es justo que sean recordados ante todo por el valor en el combate por
su patria, al anular lo malo con lo bueno parece más beneficioso por su servicio público que
perjudicados por su conducta privada. Ninguno de ellos se se ensuaveció el honorable
disfrute de sus riquezas, ni aplazar el peligro por la esperanza de la pobreza lejos de
hacerse abundante. Por el contrario desearon más el castigo de estos enemigos al mismo
tiempo que asumían como más honroso el riesgo. Fiaron a la esperanza lo incierto de la
victoria, y conciliaron mantenerse firmes observando el trabajo respecto de ellos y labor de
digna, y evitaron la deshonra de estas cosas y consideraron padecer más que salvarse
cediendo ante esto, huyeron al discurso vergonzoso, continuaron el trabajo con el cuerpo y
la suerte llegaría en el menor momento oportuno al mismo tiempo que aliviaran más la
suposición y el miedo a la iniciativa.