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Ya faltaban pocos días para la boda, y Houston sentía que no le alcanzaba el tiempo. La cena del
miércoles de Kane fue todo un éxito.
- Hoy he roto mi compromiso con John, señor Taggert – anunció tímidamente Cordelia Farell.
- Es una buena noticia – respondió Kane riendo, la tomó por los hombros y la besó en la boca.
Cordelia se sintió confundida pero complacida -. Puede conseguir algo mucho mejor que ese viejo.
- Gracias, señor Taggert.
Durante un momento, Kane pareció sorprendido.
- ¿Por qué todo el mundo me llama señor Taggert?
- Porque, señor Taggert – explicó Houston con suavidad -, jamás le ha dicho a nadie que podían
llamarlo Kane.
- Todos ustedes pueden llamarme Kane – repuso él con tranquilidad, pero al mirar a Houston se
le encendió la mirada -, excepto tú, Houston; una sola vez me llamaste Kane y me gustó cuando lo hiciste.
Houston se dio cuenta de que todos comprendían el significado de esas palabras y se le secó la
garganta.
Sarah Oakley tomó un almohadón y se lo arrojó a Kane.
El lo atrapó en el aire y todos contuvieron el aliento. Nunca se sabía cómo podía reaccionar.
- A veces, no se comporta como una caballero... Kane – dijo Sarah con atrevimiento.
Kane hizo una mueca.
- Caballero o no, veo que ha seguido mi consejo y se ha comprado un vestido nuevo. Muy bien,
Houston, puedes llamarme Kane.
- En este momento, prefiero seguir llamándolo señor Taggert – respondió ella con altivez, y
todos se echaron a reír.
Durante todo el jueves estuvieron preparando la casa para la boda del lunes. Kane y Edan se
encerraron en el estudio de Kane e ignoraron a quienes trasladaban muebles, los encargos que iban
llegando y las personas que entraban y salían de la casa.
El viernes y el sábado pasaron más o menos de la misma manera. Houston explicó el papel
correspondiente a cada uno de los participantes de la boda. Se había contratado a hombres y mujeres para
que sirvieran la comida y prepararan las mesas en el jardín. Otros tenían que colocar las enormes carpas
que Houston había mandado construir en Denver. El domingo, treinta y ocho personas se dedicaron a los
arreglos florales.
Jean Taggert le envió un mensaje diciendo que Rafe había aceptado asistir a la fiesta, pero que
Ian no podría ir. De cualquier modo, Jean le llevaría un paquete con algunos de los manjares.
Cuando Houston recibió el mensaje estaba en la cocina donde acababa de recibir un pedido de
dos reses enteras, más de cien kilos de patatas, tres quesos enormes y trescientas naranjas.
Con todo ese tumulto, Houston se alegró de que Kane no se interpusiera en el camino y se
mantuviera aislado. El se quejaba de estar muy atrasado en el trabajo por culpa de ella.
Sólo una vez le dio problemas, y fue cuando Leander invitó a Kane y Edan a su club privado.
- ¡No tengo tiempo para eso! – gritó Kane - ¿Esos hombres jamás trabajan? Ya casi no tengo
tiempo, y después de la boda será peor con esa mujer siempre bajo mis pies y... – se detuvo y miró a
Houston -. No quería decir eso...
Houston sólo lo miró.
- Muy bien – repuso por fin en tono de disgusto -. Pero no entiendo por qué vosotras, las
mujeres, no vais a tomar el té a tu propia casa – con esto se volvió y regresó a su estudio - ¡Malditas
mujeres! – murmuró antes de cerrar la puerta.
- ¿Qué horrible obligación te ha impuesto Houston ahora? – le preguntó Edan con una sonrisa.
- Tenemos que ir al club de Westfield. Saldremos a las siete y no podremos regresar antes de
medianoche. ¿Qué ha pasado con aquella época en que las mujeres obedecían y respetaban a sus maridos?
- La primera mujer desobedeció al primer hombre; la vieja época es sólo un mito. ¿Y qué quiere
hacer Houston esta noche?
- Un té para sus amigas. Quiero que te quedes aquí y la vigiles.
- ¿Qué?
- No me gusta que todas esas mujeres se queden aquí solas. Houston contrató a unos sirvientes
para el casamiento, pero esta noche serán sólo un grupo de indefensas mujeres. Preparó el comedor para
su fiesta, y allí está esa puerta escondida detrás de una tela, ya sabes, esa que tiene flores pintadas y...
- ¿Quieres que me esconda en el armario y que las espíe?
- Es por su propio bien, y además te pago lo bastante como para que aceptes hacerme este
trabajito.
- Lindo trabajito – comentó Edan de mala gana.
Horas después Houston se cruzó con Edan y notó que él tenía la mejilla arañada.
- ¿Qué le ha sucedido? – le preguntó ella.
- Choqué contra una pared – respondió Edan, y se alejó.
A las seis comenzaron a irse los trabajadores que Houston había contratado, y a las siete menos
cuarto llegaron las primeras invitadas. Cada una le trajo un paquete muy bien envuelto.
Kane, sin dejar de protestar sobre la injusticia de tener que irse de su propia casa, se subió al
carruaje junto a un solemne Edan, y se alejó.
Las diez mujeres, más Blair llegaron todas juntas y dejaron los regalos sobre la mesa del
comedor.
- ¿Ya han llegado todas? – preguntó Tia.
- Sí – contestó Houston cerrando las puertas dobles detrás de sí -. Ahora, a lo nuestro.
Edan estaba sentado dentro del armario con una botella de whisky en la mano. ¡Maldito Kane!,
pensó, y se preguntó si podria resultar absuelto si lo mataba. Cualquier juez lo dejaría en libertad por
matar a un hombre que lo había forzado a pasarse toda una noche observando a un grupo de mujeres que
bebían té.
Con la mente ausente. Edan bebió su whisky y observó a las mujeres a través del panel de seda.
La señorita Emily, una dama mayor, frágil y bonita, golpeaba la mesa con el puño.
- La tercera reunión anual de la Hermandad está a punto de comenzar.
Edan se llevó la botella a los labios, pero no bebía.
- Primero, escucharemos el informe de Houston de los campos mineros – continuó la señorita
Emily.
Edan no movió un solo músculo cuando Houston se puso de pie y dio un informe detallado
acerca de las injusticias que se cometían en los campos. Unos días atrás Edan la había seguido y se enteró
de que repartía verduras frescas a la gente, pero ahora hablaba de huelgas y de sindicatos. Edan había
visto morir a muchos hombres por menos de lo que ella decía.
Nina Westfield propuso fundar una revista que las mujeres entregarían en secreto a las esposas
de los mineros.
Edan dejó la botella de whisky en el suelo y se inclinó hacia delante.
Mencionaron a Jacob Fenton; temían lo que les haría si llegaba a enterarse de que las mujeres les
pasaban información a los mineros.
- Puedo hablar con Jean Taggert – aseguró Houston -. Por alguna razón, el señor Fenton parece
temer a los Taggert. Les han dado permiso para asistir a la boda.
- Y Jean va a las tiendas de Chandler – añadió la señorita Emily -. Sé que tu Kane – agregó
mirando a Houston – trabajaba para los Fenton, pero sucede algo más. Pensé que tú lo sabrías.
- Nada – repuso Houston -. Kane explota cada vez que menciono el nombre de los Fenton, y no
creo que tampoco Marc sepa nada.
- No lo sabe – comentó Leora Vaughn -. El sólo gasta su dinero sin interesarse en averiguar de
dónde proviene.
- Hablaré con Jean – repitió Houston -. Alguien está creando muchos problemas. No quiero que
nadie salga lastimado.
- Quizá yo también pueda entrar en los campos – sugirió Blair -. Trataré de averiguar lo que
pueda.
- ¿Qué otro asuntos nos queda? – preguntó las señorita Emily.
Edan se reclinó en la silla.
- La Hermandad – se dijo en un tono de voz apenas audible. Estas mujeres con sus vestidos
delicados y sus gentiles modales estaban hablando de una guerra.
El resto de la reunión consistió en las distintas obras de caridad para ayudar a los huérfanos y a
los enfermos; todas las cosas a las que deben dedicarse las damas.
- ¿Refrescos? – preguntó Meredith Learner con tono risueño mientras abría una caja envuelta en
papel amarillo y extraía una botella de vino casero -. Mi madre nos envía esto como recuerdo de las
reuniones a las que asistía cuando era joven. Le dirá a papá que nos robaron botellas de la bodega.
Edan no pensó que podía sorprenderse mas, pero abrió la boca de par en par cuando vio que le
entregaban una botella llena de vino a cada una de las mujeres y un vaso.
- ¡Por la noche de bodas! – brindó la señorita Emily con el vaso en alto -. Por las noches de
bodas de todo el mundo, vayan o no precedidas del casamiento.
Las mujeres rieron y bebieron el primer vaso hasta el final.
- ¡El mío primero! – exclamó Nina Westfield -. Mi madre y yo pasamos mucho tiempo en
Denver para encontrarlo. Y además, esta tarde Lee casi abrió la caja.
Houston abrió la caja y extrajo un camisón transparente de color negro con una gran cinta ancha
también negra.
Edan vio que se trataba de ropa interior para mujeres, pero no la que deberían utilizar las damas.
Perplejo observó cómo las mujeres iban vaciando sus botellas de vino mientras abrían los
regalos entre carcajadas. Había dos pares de zapatos rojos de tacones altos, más ropa interior transparente
y algunas fotografías que las mujeres iban pasando y casi morían de risa al verlas. Luego corrieron las
sillas y comenzaron a bailar por la habitación.
La señorita Emily se sentó ante el piano y comenzó a tocar.
La barbilla de Edan le llegaba casi al suelo cuando las mujeres se alzaron las faldas y
comenzaron a bailar levantando las piernas.
- Esto se llama can-can – explicó Nina sin aliento -. Mamá y yo nos escapamos una noche de la
custodia de papá y Lee y fuimos al teatro a verlo.
- ¿Quién quiere probar? – preguntó Houston, y de repente había ocho mujeres con la falda subida
hasta la cabeza y moviendo las piernas al compás de la música de Emily.
- ¡Descansad! – exclamó Sarah Oakley -. He traído algunos poemas que leeros.
Cuando Edan era jovencito, él y sus amigos habían leído lo que la delicada señorita Oakley
estaba leyendo ahora: Fanny Hill.
Las mujeres rieron a carcajadas mientras les golpeaban la espalda a Blair y a Houston.
Cuando Sarah terminó, Houston se puso de pie.
- Ahora, mis queridísimas amigas, os mostraré la pièce de résistance que está arriba. ¿Vamos?
Pasaron varios minutos antes de que Edan pudiera moverse. Así que esa era la fiestecita de las
mujeres. Se enderezó en la silla. ¿Qué diablos podía haber arriba? ¿Qué podía ser más de lo que ya habían
hecho? Sabía que moriría si no descubría de qué se trataba.
Lo más aprisa posible, salió de la casa, la rodeó y vio las luces en el rincón noroeste de la casa.
Ignoró las espinas y comenzó a trepar por la espaldera de los rosales.
Todo lo que había sucedido antes no lo había preparado para lo que vio. La habitación estaba
completamente a oscuras excepto por el candelabro ubicado detrás de una pantalla de seda transparente. Y
entre la pantalla y la luz, había un hombre musculoso, muy ligero de ropa, que posaba haciendo alarde de
sus músculos.
- Ya es suficiente – dijo la señorita Emily, quien se puso de pie y corrió la pantalla.
Durante un momento, el hombretón pareció sorprendido, pero las mujeres, medio borrachas,
comenzaron a aplaudirlo y a alentarlo, de modo que reanudó sus poses con mayor entusiasmo.
- No es tan grande como mi Kane – exclamó Houston.
- Me enfrentaré a él – replicó el forzudo -. Puedo vencer a cualquiera.
- No a Kane – respondió Houston convencida, lo que hizo que el hombre pusiera más empeño en
mostrar sus bíceps.
Edan volvió a bajar hasta el suelo. Kane quería que Edan protegiera a las mujeres, ¿pero quién
iba a proteger a los hombres de ellas?

El sábado por la mañana, Kane dio el quinto portazo en una hora al entrar en su despacho.
- ¡Justo hoy tenía que ponerse enferma! – gruñó mientras se sentaba -. ¿No crees que tiene miedo
de la boda? – le preguntó a Edan.
- Debe de ser algo que comió o bebió – comentó Edan -. Me he enterado de que hoy no se
sentían bien varias jóvenes de Chandler.
Kane no levantó la mirada de sus papeles.
- Quizás está descansando para mañana.
- ¿Y tú? – preguntó Edan -. ¿Estás nervioso?
- No, claro que no. Es una cuestión simple. Algo de todos los días.
Edan se inclinó hacia delante, tomó el papel que Kane sostenía y lo dio vuelta porque estaba al
revés.
- Gracias – murmuró Kane.

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