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JOSE ANES! Director REVISTA | | GEOGRAFICA, OCTUBRE 1958 | AMERICANA) JORNADAS PATAGONICA V SERIE Rodando por Santa Cruz Il PARTE (7 Siga por la buella més trillada, només por el Dr. JULIO DE FINA un fifo glacial en esta _ma- R fiana de Marzo que nos brinda un sol radiante, como para fes- tejar nuestra partida hacia la Cordille- ra, y_bajo el cielo intensamente azul, Rio Gallegos y sus alrededores ofrecen detalles interesantes que en la tarde anterior nos pasaron desapercibidos en- tre la bruma y la Ilovizna. Tal, por ejemplo, la extrafia silueta de una bar- ca de cuatro mastiles, con sus cangre- jas desplegadas, surgiendo al sudeste de la poblacién en el centro mismo de la Hanura, y cuyo inexplicable rambo nos quemé ia sangre durante buen rato de ese anochecer, que aparece ahora bien claramente, al mostrar su decora- do exterior ad hoc, con su tipico aspec- to de hangar de la linea de aeronave- gacién EI paredén septentrional del dilata- Co valle fluvial, luce con nitidez plie- exes y estratos pulidos por las avalan- vas de las grandes crecientes pretéri- fas, v en cuanto al opuesto, apenas si divisa en lontananza, a cosa de vein- LilSmetros hacia el S., la arista ini- fal de su meseta, que destaca en el po de los prismAticos su espolonada 0a de acorazado francés de comien- s ce siglo; mientras que la horizon- KINKELIN PELLETAN talidad de su lomo se altera levemente con los discretos relieves pluténicos que Ievan los nombres de cerros de los Frailes, Convento y Tres Herma- nos (1). E iniciamos nuestra primer etapa en busca de los escondidos valles cordille- ranos, bajo el dominio de una vaga sen- sacién de inquietud, en la que se mez clan los bordados fantaseadores de la imaginacién, que se han ido acumulan- do durante aos, con los pobres datos que en tan: pocas hotas pudieron reco- gerse, y que no nos ayudan a forjar ca- bal idea de las dificultades que nos es- peran, en materia de rutas y albergues, a todo lo largo de las muchas leguas que se abren delante de nosotros, cuan- do el tiempo tiraniza y no se dispone de 2) Bs preciumente en la. gona més austral de esta reseta ef in fa del teeter eileno nue fe abee entee lestrecho de Magallanes y la frontern ton Santa Crus, Su Jo pons Bd a lado aon OR, ag ‘estigaciones que ley conducen juslipresiar en usos 5400 Sigs a antghedad de lan pomeran mmigsa ones humana iiicas en esa resign continental ‘Lac cueves de ke, ally Certo Sota, ae como laa encavactones en el vectao eaftadén: Clndon han ibrado ‘un inporonte scervo araueolgicn rio en material ico y en heesoy de Snimoles, que yc oculte por una capa de arena ¥ ton Chills marina, exponentes, fats, de un fransgretin ue ‘leanad una allure superior on 12 metros al vel de las fad alts matesg actantes (Cara ma dels sore clpars tira 3 ofean daton relatives alae modileacioes emi tieay de in Patagonia peeincrie, rare comentario de D. Guilermo Homma, en "Ea Necin'™ de Octubre 2/38) 250 REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA Vista del lago Argentino, hacia cl N., tomada a la altura del cerro Frlas y cerca de’ su cabecera occidental. En ltimo plano, el imponente cerro. Castillo, con su cima coronada por un picacho andesitico. La mayorfa de estos certos es asiento de mantos de hielo continental él como para perderlo a ciegas y sordas ea el primer mal paso; a lo que se une también, jporqué no reconocerlo? el hecho de dejar quién sabe por cuanto tiempo los hospitalarios y socorridos apeaderos del litoral, para adentrarse en regiones poco menos que descono- cidas hace apenas un cuarto de siglo. Todo esto, significa mucho mas de lo que pueda parecer a primera vista, y no podrd comprenderlo quiza muy fa cilmente el turista de los paisajes tri- llados y peinados. Desandamos todo el tramo de acceso Gallegos y no puedo alejar la presun- cidn de que dejamos las picadas de la costa para siempre jamés. El corazén se apretuja bajo el peso de los oscuros presagios que nos fabricamos en el mas necio de los estados de animo, que tratamos de disimular, claro esté, con voluble charla de colegiales. Y ya, a pocos'centenares de metros de la estan- cia de Guer Aike comienza la penuria, pues pese a las informaciones, a los ma- pas y al sempiterno consejo que oire- mos de ahi en adelante por muchos dias: — “siga derecho la huella”’ — a Hos cuesta un poco de trabajo el dar con la picada del lago Argentino. Hay un elegante letrero enlozado por ahi, puesto con la mejor de las intenciones, pero como a algunos metros al O. di- yergen {res caminos transitados por igual... Unos arrieros de hacienda que andaban en pos de su rebaiio, lo tinico que supieron decimnos es que “por ahi se iba a La Sofia”, y sin embargo, ese era el verdadero camino. Bueno, para debut no podia pedirse mejor...; y més por instinto que por ciencias ad quiridas, nos iniciamos y nos sumergi- mos en Jo que deberiamos llamar el circuito de la eterna duda, por espacio JORNADAS PATAGONICAS sio Bote, que con el insignificante Swain Bleef, constituyen los dos Gnicos afluentes que recibe el Santa Cruz por su margen derecha. Su carso abunda en truchas arcoiris y salmo- nadas que los pobladores capturan a golpes de horquilla de muchos dias y de muchicimas le- guas. Fl orientarse constituye todo un pro- blema cuando los caminos no son sino huellas, malas huellas muchas veces, que carecen de letreros indicadores ain en los sitios de bi, tri y polifurcacién, y que cuando existen, suelen estar falsea- dos en su posicién y direccién por obra de la exquisita bondad humana. En- crucijada hemos visto, en las inmedia- ciones del cerro Mawaish, provista de jalin fan elocuente, que las siete tab llas superpuestas que ostentaba, me- jor pudieran servir a guisa de molino de oraciones en el Tibet. Siempre so- bra la buena voluntad de los pobla- dores para orientar al viajero ocasional, pero lo malo es que no siempre esta cl consultado muy seguro de lo que afir- ma, y no es rara la ocasién en que la casualidad depare el consejo de dos personas que se contradigan amplia- mente con el inevitable cortejo de vo- cablos obesos y comentarios despectivos Moreno, al ser agredido por una puma Ee | en un contraluz, nquecina que se ve jun- sisculo campo de hielo Gificultad para el trénsito automovi listico de Imeas modernas, dado que por espacio de leguas enteras es necesa- rio reducir la marcha a paso de tortu- gas, en un roce desesperante con la in- terhuella sembrada de pastos tiesos como alambres, cuando no de rodados En el Paso de la Guitarra, en la meseta de ndndez que se eleva entre los lagos Argentino y Viedma. Tas crestas baséltcas que siembran cl lugar, y de las que se destacan retazos a dere: cha ¢ izquierda, semejan lienzos de muros cicls- peos en un cas grandiose y tétrico REVISTA GEOGRAFICA AMERICAN. La Naturaleza suele ser celosa guardiana de sus mejores creaciones; asi, no siempre es dado contem: plar en toda su magnitud y belleza mas de ‘ocurrir con los picos mas majestuosos: fugaz w rubes, de la fantéstica silueta del cerro Fitz Roy guen a su derecha, forman el centro eruptivo: 6 pedruscos de tamaiio mas que respe- fable, que la incuria habitual respeta cuidadosamente. Este es el rasgo co- min a todas o casi todas las huellas 0 picadas del interior, excepeién hecha de las muy contadas que estin en mefora- miento, rasgo que contribuye a conver- tir el viaje en una serie ininterrampida de suspiros e interjecciones de parte del propietario del coche, porque hay mo- mentos, realmente, en que no se sabe si se quedaré uno suspendido a la manera de piedra movediza y oscilando en me- dio del camino sin’ poder avanzar ni retroceder; y eso, cuando no se hace presente algdn mallincilo simpatico de barro tentador. ..; jpara los cerdos! Dejando ahora a la izquierda el cau- ce del Coyle norte, que a ratos ofrece zanjas de buena corriente de diez y do- ce metros de anchura, la ruta prosigue subiendo y bajando de un escalén a otro en la alta pampa septentrional, hasta la confluencia con el arroyo Pel- que, que baja del NO., después de recibir el aporte del Barrancas Blancas. Esta parte de la etapa, a partir de las an motivo grandioso de los Andes patagénicos. Tal suele tomada aprovechando de un desgarrén de las 400 ms.), que con el Solo y el Torre, que se yer~ terciario. més impresionante que darse pueda 16 horas, fué de las mas penosas: una huella en condiciones desastrosas para un coche no muy alto de ejes, llo- vimando y nevisqueando alternativa- mente, rodeados de cortinas de bruma, y sin conocer, tedrica ni prdcticamente, un rumbo que parece estirarse al infi- nito, porque las treinta leguas anuncia- das, han sido cubiertas ya con. toda ge- nerosidad. ¢Y del lago? jni sefias! Un camidn que baja en direccién con- trarla, nos alivia un tanto confirman- donos en la ruta, pero no tanto como para afianzarnos en la seguridad de arribar con luz al sitio elegido para pernoctar; y al salir definitivamente del valle fluvial a la altura de la meseta de las Vizcachas, que surge frente por frente, a la izquierda, henos ya sobre la Pampa Alta del Sud, cuyo nivel sube progresivamente. La nevazin y el frio arrecian cuando alcanzamos aquello que, entre la niebla, nos atrevemos a interpretar como la morena frontal del lago Argentino, prolongandose sobre la meseta que des- de aqui parece caer ahora en direccién JORNADAS PATAGONICAS por un barranco tortuoso de acentuada y resbaladiza, que convierte en desagradable pa- damos en una Ilanura inferior pantanosa, que se allega hasta Sn _verdoso, sucio y triste, de Un retazo de la ruta 288, entre Piedra Clavada = Mata Amarilla, que da clara idea de lo penoso gue suelen ser estos trayectos. Por suerte, la Direccién de Vialidad ha levado a cabo tales mejoras, en estos iiltimos meses, en esta picada que une a Santa Cruz con el lago San Martin, aque puede pasar por las mejores del tertitorio Chalia. el “Koong” de los te- wente del Chico, ¥ antiguo desagiie de los lagos Viedma y San Martin, Tomado hacia el S.E, aguas de plomo, entoldado de nubes bajas y amenazadoras. Y esto es todo lo que vimos del mas austral de los la- g0s andinos en ese atardecer antipatico Al desembocar del barranco, el ca- mino se bifurca y otra vez queda en El mismo Shehuén bawiando el “parque” de Mata Amarilla, en donde la vegetacién no deja nada que desear en materia de sembrados, ala- medas y frutales. Nétese la fuerza de la co- rriente en los pequeflos népidos causados por los rodados del cauce 1 REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA La dilatada sabana ver rosa del lago Viedma, tomada desde Punta del Lago en dieccign a su cabece- emer pet tratando de mostrar en diltimo término el campo de hielo’ de se reece ventisquero, distante 75 ilémetrov de aqut (obtenida con tele-objetivo), Los cerros, confundides con el manto de nubes, sobrepasan los 2.000 metros veremos aquello de seguir derecho només. Las dudas nos asaltan apenas recor. dos un par de kilémetros siguiendo el de la izquierda, que parecia ser el “mas trillado”. A pesar de la hora, no muy avanzada, todo hace pensar que la no- che se viene encima con su cortejo de nubarrones, de Tluvia y de neblina, que se combinan sabiamente para ocultarlo todo a doscientos metros de distancia, Desandamos, para indagar en una es. tancia entrevista en el paso del barran- Co, pero el ensayo fracasa sobre ese ba tro Pegajoso: el automévil patina y no avanza un centimetro. No queda otro remedio que seguir de a pie, ateridos de fefo y poco menos que cegados por los turbiones de llovizna, que arremeten por todos lados en pleno zarandeo de ls réfagas. En la resbaladiza pendien. te, la marcha se parece mucho a la de los antiguos peregrinos a Roma —- tres pasos hacia adelante y dos para atrés — y estamos ya por desesperar, cuando el aso providencial de un automévill que corre por un atajo distante, nos brinda, previo alcance en una estanzuela pro. xima, la oportunidad de saber a qué atenernos: todavia quedan por reco- rrer cincuenta kilémetros hasta el pue- blo més cercano, y como el camino ha sido puesto en pésimas condiciones por Ia Iluvia, se nos aconseja pernoctar en el boliche de Rio Bote, a sdlo tres le- guas de marcha que pueden recorrerse en los pocos minutos que quedan atin de crepiisculo, Contorneamos lomas y colinas en un verdadero culebreo que termina por marearme y pierdo la orientacin, falto de los habituales puntos de reparo. Por su parte, la aguja de Ja _brijula salta como loca en el coche andando, y con ello me convenzo de la relativa inu- tilidad de ciertas cosas iitiles, porque no podemos detenernos ni un segundo, tel c Ia rapidez con que anochece, ¥ inc corazones se achican un poquito. .. Finalmente: le luz que parpadea entre es sombras, la legendaria lucesita de les cuentos infantiles. jBendita seal. Un arroyo rezongén, un puente, y una Grenada en el barro. {Habré camas dis- ponibles? Rio Bote: a primera vista, una cueva de bandidos; rostros patibularios y hhoscos que atisban en la penumbra hi- ja de una ldmpara a kerosene que pelea P prazo partido con la pesada obscuri- Gad, que se refugia, como para regafia- Gentes, en Jos rincones. Pero...» el patrén es un inglés acriollado, esposo Se una asturiana, y padre de numero- Ses retofios que estudian oficios y carre- was, diseminados por todo el territorio, © al lugarejo termina por convertirse za todo lo simpatico y acogedor que hubiéramos sofiado como para coronar un dia fan ajetreado. Conservamos de lun recuerdo que ser4 imborrable. “Zs Balugano, que con cl Lista, forman el Chico de Santa Crus: A igualdad del Cha- mas de mil metros por cada cien en linea recta. Desde el borde del caftadén hay mds de cincuenta metros de desnivel. En dltimo plano, los Andes nevados S PATAGONICAS 259 En un comedor de ambiente anglo- criollo, que hasta luce su platina mo- desta, pero platina al fin y al cabo, se nos sirve la mas opipara de las comidas, amenizada por la chéchara de nuestro comensal, un mercachifle francés, cria- do en Espafia, que se conoce estos aberintos al dedillo, y quien, a nuestro pedido de datos acerca de las rutas al Iago Viedma, nos espeta un itinerario, con tal minuciosidad y lujo de detalles, con tanta mano derecha y tanta mano izquierda, que, francamente, nos fui- mos a dormir desconsolados ante la perspectiva de no poder contemplar Tas aguas del legendario Cépar de los tebuelches. Llowid toda esa santa noche, pero la cancién de las gotas, cuya cadencia, marcaban sobre las paredes de la habi- tacién los ejercicios sincopados de las sombras provocadas por la llama de tna bujfa desconocedora de lo que es una linea vertical, arrullé nuestro sue~ 240, EI pefién Dasiltico del cerro Mawaish (“de Ja Abertura”, en tehuelche), Hamado ‘de la Vee tana’” en el presente, que destaca su extrave. gante silueta a orillas del tio Chico, cerca de Cafiadén Leén. Las medias tintas “del ocaso, prestan a sus prismas de color de sangre, relic, ‘Yes que casi podriamos tildar de tétricos ¢ esca lofriantes Ho y dié descanso subconsciente a nues- tros nervios a la Paganini, jY qué bien lo pasamos ahi! En cuanto a los salmones que suelen Descarse en el rio Bote (1), se nos ha mostrado alli fotografias de moneé-uos prehistbricos; pero realidades tangibles, no nos ha brindado ninguna la suerte, en las tenfativas realizadas desde el Puente © en sus pedregosas orillas (2). -Es que no es ahora la época... - nos consuelan, amablemente. El camino hasta el pueblecito de Ca- lafate, nuestro destino, es horripilante. Corre sobre un ano anegadizo, de alu. wiones cuaternarios, entre el talud de Ja meseta meridional y la costa del lago, 1) Afluente del Santa Crux sobre su margen derecha, #4 leguas del lag. (2) E22 de Abril do 1008 el perito norteamerieano en isciealtara, Mv. Graham, sersbrd en aps dal Goce ue Derior det rfp Santa Cruz gran eamtidad de ejesnpleney te ‘oros dias, de salmones y"de trachas yertennsienter ioe Yatiedades aro iis, salnonada, “great lake ee ser ies (larga apenas ‘de aan cuartay pero cabroskGnaye ee iombra, que debi pructicarse ch plono lage Arogativg five no pudo hacetse por culpa del furiose teneernt nas Impedia el avance hacia el 0. ué presenciade Perel ee Linguido poblador Sr. Nigel 8! Debtée; = sue Caan ‘deo éste como otros datos ae iene REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA cuyas aguas, de un verde lechoso por las Particulas de hielo mal disuelio que arrastran, brillan hacia el N. bajo la caticia de un sol radioso. Diez leeuas “‘con el Jesiis en la boca” sobre este tramo terminal de la ruta 290, que sube desde el pueblo de Santa Cruz hasta ol cerro Buenos Aires, a Io largo de la ori- Na derecha del rio. Por ultimo, una barranquita, algo més alld del avroyo de los Perros, y aparecen casitas dis- ersas, unas sombrias, otras sonrientes, segiin les toque un golpe de sol o el obscuro brochazo de un nubarréa con todos sus flecos desplegados. A unas diez cuadras est la orilla del lago, baja ¥ playosa en ese lugar, que las aguas invaden para formar una especie de laguna interior, ensenada o remanso, que un delgadisimo dique separa del cuerpo principal Calafate esté a 200 metros sobre el nivel del mar y al pie mismo del pare- dén de la meseta que se viene siguiendo desde Rio Bote, promontorio estrati cado de igual altura y perfil altanero, al que Haman cerro Calafate. Habrd alli una veintena de casas em un con- junto de lo més agradable; pero sopla el viento que da gusto... Un conforta- ble hotelito abarrotado de pasajeros y a tradicional hospitalidad. El desta~ camento policial se enearga de la expe- dicién, hertziana hasta “Gallegos, de nuestros telegramas a Buenos Aires y a Montevideo. Una compaita teatral de “la legua”, integrada por criaturas, pone su nota de color y de alegria én las comidas. iPobres gentes de vida agitada y dificil, que salpican con su gracia espasmodica a grandiosa tristeza de estas soleda- desl... El auditorio del comedor sigue embobado sus chispeantes ocurrencias y se hace lenguas de su arte escénico, al que, por desgracia, no tuvimos opor. tunicad de ofzecer nuestro pldceme por culpa de la fatiga que nos asedié en ese apres diner, Los obstaculos habituales en estas jiras de “gran turismo”, nos impiden tomar del lago, mayor’ conocimiento, Camino para automéviles sélo existe en Ja orilla meridional, y el tiempo es avaro. JORNADAS PATAGC La recortada cuenea del ago Belgrano tomada a la distancia, desde el N. E. de que un previsto imprevisto nos obligara a desistir de varios propésitos. ms. de altitud De Calafate al 0. se cruzan fértiles praderas onduladas pertenecientes a varias estancias, cuyas poblaciones se recuestan contra la serie de cerros, que en real contrafuerte, defiende mal que bien a esta faja litoral de los vendava- les del S. O. En cambio, las réfagas del 0. resbalan sobre ella y se enarde- cen contra sus salientes, de tal manera que cuando Hegan a Ia cabecera orien- fal del lago son legiones de demonios aulladores. Los paisajes son hermos{simos en este recorrido, y bajo los tibios rayos solares todos los detalles adquieren ma- ravillosos relieves: el verde de los pas~ tos, los tonos variables al infinito de las laderas de los cerros, las chorreras de encaje que de risco en risco jalonan el curso del arroyo Centinela, el azul verdoso de la sabana lacustre que se- 241 "s momentos antes El sitio se encuentra a 750 meja_ un fantastico damero disefiado por las nubes que giran y giran tonta- mente, en ese cuadro eterno que ofre- cen estos incomparables lagos de los Andes, y que conocemos tan bien los que venimos afio tras afio a sus cuencas en busca de la armonia suprema. EI Iago. Argentino (1), el més austral de hhuestra serie andina, abarca una superficie de 140,000 hectéreas que se desarrolla bajo la for- ma de un zapapico irregular, cuyo mango o cuerpo principal es un cuadrilatero de 60 kilé- Ima, y todas Ins tetras partie. de 800.000 Hecuirens comprendida ontee los laieudes del cerro Fite Roy por el N-y la del hito tronterizo 63 por el Sy pertene cen al paraus tadional de lor Glaciaten ereado eegtia pr Seeeodeley del PB. ‘de echt Septiembre 29 de 136. “Igual cose ceurve com el Nelgrano ton que fe 29. dean, que han sido inclutdos en el francisco PB Moreno, om 115.000 hecticeas ‘Eso, on lo que al veritorio de Santa Crus se refiere, por- que el mismo proyecto erea el del Lanta (lagos del eu (Quen) yel de los Alereee (Cuenea del Putsleuld, eh el Chu Bat), Gon 898.000 y' 263.000 hectdreas, texpectivamente 242 Llegando a la cuenca del lago Belgrano: farallo- nes basilticos de Ia precordillera, con una de las tantas piedras clasadar que se observan en San. ta Cruz. Al fondo, se destaca no de los gigan: tes nevados de los que circundan el lage metros de longitud de O. a E., con una anchura que varia de 20, en su seccién media, a 86 10 en la cabecera occidental, alli en donde se bifurca, al pie del Jomo rojizo del cerro Buenos Aires, alrededor del cual el brazo del sud describe un eizculo casi completo que se descompone en va- rias secciones: el tramo inicial, al pie del cerro riismo, que se estira en estrecho tajo hacia el O., el canal de los Témpanos y el lago Rico, que « todo lo largo de 60 kilémetros lame las albu. ras de soberbios ventisqueros, y el lago Roca, angosta lengiicta que cierra por el S. la penin sula en que se levanta esa montana EI brazo norte es un fiordo no mas ancho de una legua, de costas escarpadas, que se insinda en direccin al NO. paca div Al igual que todos los grandes Iagos andinos transversales, la seccién oriental del Argentino secant, maremente en “layas_alevates, detriticas de sus glaciaciones pleistocenas, que lo endican, y estd rodeada de elevaciones medio- eres de Inderas desaudas, como todas las de In Precordillera patagdnica (plegamientos triési- Cos y creticicos, en su mayor‘a sobreescurridos). Fuera de ellos, la franja meridional no ofrece otros motives orogrdficos que el cerro mogote romo que surge en Ia ribera misma, el Buenos Aires y el Moyano, algo alejado de ésta; pero més al S. levanta su duomo erizado de agu. jas el adusto cerro del Alfiler, proyectando su agresiva silueta sobre el erial de'la sierra de los Baguales, uno de los centros eruptives més in~ teresantes que sea dado observar en estas lati- tudes. La costa norte, en cambio, es mucho més accidentada y abrupta, levanténdose en varias moles imponentes tales como el Hobler, REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA el Pintado y el Castillo, cuya cima luce un cas- quete de andesita coqueteando casi siempre con las nubes que la visten y desvisten. Los fiordos occidentales se abren al pie de cerros gigantescos, boscosos en sus laderas inferiores, pero cuyas ci- mas son todas cubetas del hielo conti- nental. El cerro Mayo, con sus 2580 metros de altitud (2180 sobre las aguas) es un revoltijo impresionante de ram- Pas negruzcas, pistas de hielo verdoso ¥ torbellinos de nubes que resbalan pesadamente por sus despefiaderos, en tun juego continuo de sombras y colores que no permiten disfrutar de un detalle fijo por espacio de mas de dos o tres minutos. Toda la costa opuesta del lago Rico, que tenemos a la vista desde casi al pie del cerro Buenos Aires, es un desbarajuste que el sol aguijonea con flechas doradas, que hacen, todavia, ms rudos los contrastes. De esa zona occidental ¢s, sin duda, la ms inferesante, la seccién corres pondiente al canal de los Témpanos, estrecho de obscuras aguas sobre las que aploman los paredones rocosos del cerro Buenos Aires, ocultando a las miradas advenedizas la misteriosa sole- dad del glaciar Moreno, cuyos bloques de hielo se descuajan, con sordo retum- bar, de su hendido frontispicio de mas de cincuenta metros de altura, para flotar a la deriva, hasta que las corrien- tes aéreas los arrastran en direccién al E.oal S., y disolverse gradualmente en el seno de las aguas del Argentino 0 del Rico. Las aguas del lago Argentino, de un azul verdoso a tonos cambiantes, a ve- ces lechosas y a veces transparentes, es de creer que no descansan jamais. De todos modos, la navegabilidad se hace dificil para las embarcaciones menores que se utilizan, porque atin cuando se disfrute algunas veces de fajas de aguas tranquilas, no se puede nunca reposar sobre esas bonanzas fugaces durante las cuales el viento parece cobrar nue- vos y mayores brios. La verdad es, por otra parte, que en todas estas cuen- cas orientadas al través en la Cordille- ra, que reciben sobradamente el emba- te interminable y alternado de ambos JORNADAS PATAGONICAS ses ocednicos, las olas encrespadas caracteristica, traduciéndose, a -s, en marejadas impresionantes y a temibles, por los naufragios que ocasionado. Hay por alli, cobijado en un hueco ie la vertiente meridional del cerro Buenos Aires, un misérrimo “puesto” de estancia, el Puesto de la Sombra, en el que se alojara, en visperas de su trégico fin, el malogrado aviador alemén Plut- schow, del film ilustrativo de cuyo in- teresantisimo viaje desde Hamburgo hasta los fantésticos paisajes de la cor- dillera fueguina, hube de ocuparme, con modestos comentarios, en una vela~ da que propiciara, cuatro afios atrds, esta Revista Geogrfica Americana. Todavia persiste, al decir de cierto cro- nista, “en la humilde tabla de una de Jas jambas de la puerta de la cabaiia”, el nombre del viajero, escrito con lapiz, acompafiado de una fecha semiborrada por las Huvias. Hay muchos charabones (pichones de fiand’), que recorren estos pastiza- El cdlebre explorador y gedgralo RP. Encique De Agostini, a quien tavimos la suerte de cono- cer ¥ tratar en la hospitalaria estancia de To- ‘tes, nos hizo el honor dle posar para la Revista Geosrifica Americana. Marzo 10 de 1938 243 Minutos antes de ponerse el sol fué obtenido este contraluz sobre el cerco Penitentes, con sus bbajos faldeos tapizados de bosques y sus cum- bores cubiertas de nieves eternas les, amén de pajaritos y de los consabi- dos caranchos, atisbando por debajo de sus encapotadas cejas, y en tan emplu- mada compafia emprendemos el regre- so a Calafate, con Jas retinas fatigadas de tanto reflejo y las conjuntivas des- hechas por culpa del viento, que no ha cejado un minuto en todo el transcurso de la tarde. ‘A la mafiana siguiente, a pesar de haber calmado un tanto la salvaje ven- tolina, no esta el cielo lo suficientemen- te despejado como para permitir apre- ciar en todos sus detalles el soberbio marco montaiioso que se despliega al Occidente. Los hachazos de los fiordos aparecen a la distancia como hendijas tenebrosas, cuya tolda de espesas nu- bes el sol no consigue taladrar, y de todos los picos més altos de Ios 1500 metros, solamente el Castillo muestra fa ratos su copete libre de envolturas de algodén. Por el camino de acceso, el mismo 290, que ha oreado muy poco a pesar del viento y del fuerte sol de la tarde anterior, desandamos unas ocho leguas hasta dar con la huella que conduce al paso de Charles Fuhr, en donde una de las balsas consabidas permite franquear el Santa Cruz a unos cinco kilémetros 244 de su nacimiento, y al que Megamos sin mayores dilaciones. Poco antes de desviar hacia el N.E., nos despedimos de la compania de cémicos, la que si- gue en viaje directo a Gallegos: siete personas muy apretadas en su cocheci- to, ¥ con no poca impedimenta...; alli van ellos y su suerte... —jHasta Comodoro! jYa nos vere- mos en Comodorol... — Pero me due- le decir que no los hemos vuelto aver. Conservo un programa de su funcién en Calafate, y cuantas veces doy con 41 al hurgar entre mis recuerdos de via- jes patagénices, se me anuda un poco Ta garganta al pensar en la forzada ale- gria de aquellas pobres criaturas. {Los Cuatro Diablitos. , .1 Cruzado el Santa Craz, que tiene en ese sitio sus buenos 200 metros de ancho, calculando por el cable de la balsa qe alcanza a los 500, el camino ey baja por colinas morénicas y serpentea a través de tierras aridas, de pastos pobres y casi secos. Las amables indi- caciones de la Comisaria de Calafate, v en especial, los consejos del mercachi- fle de Rfo Bote, contribuyen a resolver bien que mal la serie de problemas que plantean estas sendas endiabladas, que corren en todos sentidos. A medida que suben de nivel las mo- renas del valle glaciar que prolonga hacia el E. la cuenca moderna del lago, se ofrece cada vez més grandioso el panorama que dejamos atrés, no tanto, podria ser, como el que abre el Nahuel Huapi a los ojos del que emprende via- je al Traful y al Lacar por el nuevo ca- mino del Limay-Pil Pil, porque alli el valle es més encerrado, el lago menos ancho, con sus aguas de un azl mas profundo, y mas préximas entre sf las alturas que lo circundan; pero, este verdadero mar verde que se dilata a nuestras espaldas, tiene algo de aplas- tador y de monstruoso, con su anfitea- tro de nieves y hielos, del que carece su hermano de mas al N. Ya bien arriba, puede abarcarse en toda su amplitud la vasta lengiicta lacustre extraandina, arrancando desde la puna “del Huali- chu” (Moreno y Moyano, 1877), que se estira aguas adentro desde la base REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA del cerro Frias, con su silueta de mons- truo prehistérico bebiendo en la orilla meridional, hasta la extrafia mancha rojiza que en esta cabecera, al N.E., se dibuja en la superficie liquida frente a la desembocadura del rio Leona, que viene a volcar aqui los sobrantes del caudal del lago Viedma, después de un tortuoso recorrido de casi diez leguas. Mientras tanto, no puede advertirse des- de este mirador el nacimiento del Santa Cruz, oculto, como lo esta, por el escalo- namiento sucesivo de colinas morénicas. EL paisaje es aqui agreste hasta de- cir basta: hay un gran bajo, pertene- ciente a la hoya glaciar primitiva, que se extiende largamente hacia el B. flan- qaeado en toda su longitud por una al- ta meseta volednica coronada de algu- nos picos Iejanos. Su peldafio inferior, que separa las dos cuencas lacustres, lleva el nombre de uno de sus poblado. res: meseta de Fernandez, la mas acce- sible, dentro de sus dificultades, y cuyo largo ascenso da entrada a un panora- ma sencillamente endemoniado: Hacia el O., toda clase de motivos en materia de barrancos y conos de varios colores, labrados en un terreno cretéci- co plegado, dislocado y torturado sin compasién, muestrario que se repite hasta el pie mismo de los mil y un dis- parates que la cordillera parece querer empujar atropelladamente en nuestra diveccién, en una mezcolanza indes- criptible de nieves, nubes, paredones, torrezuelas y minaretes. Por el N., tristisimas “ plataformas escurriéndose las unas sobre las otras, con espinazos de basalt cruzhndose en diversos sen- tidos; y més all4, muy lejos, brillando como plancha metélica brufiida, el am- plio ojal del Viedma en su circo de di- ques nevados. AlE., y como queriendo desplomarse sobre esta meseta inferior, un murallén de rocas rojizas recortado en pliegues y bastiones en una altura de doscientos metros, agresivo desplan- te pluténico cuyo nombre no he podido averiguar, y que no es sino un desnivel sobrelevantado de esta misma plata- forma baséltica que crazamos, como bien puede apreciarse viéndola de per- fil y desde algo mas al N. 246 REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA Y asi volvié nuestro coche desde el ago Bel- sran0 hasta Las Honquetas: 120 kilémetros cubiertos en algo mas de siete horas, subiende varias cu 35°. Fste cuadro, que podrd parecer i es de lo mas corriente en aquellos sitios, en donde los ‘eaminon no som por cierto, mesas de billas Toda esta parte del camino es mali- sima, un verdadero martirio para el que maneja, que va de sobresalto en sobresalto a causa de lo tortuoso de la huella y de las piedras que la guarnecen sin interrupeidn; y ni qué decir, que el coche marcha a ratos como si no tuvie. ra ruedas, patinando, literalmente, so- bre su ania. No hay més de cuarenta kilémetros en linea recta entre ambas cabeceras lacustres, aungue, en realidad se alarguen hasta justor eéenlo cincuenta, que se tarda seis horas en trasponer. Desde la estancia de Fernando Fer- nandez hasta el lago, quedan todavia siete leguas, poco menos que a ticntas, sobre rampas que las efusiones voled. nicas modernas han barnizado con un cariz tal de sombria tristeza, como pa- ra justificar de sobra ol calificat se le ocurrié a mi hermano: “ Cucos”... Hay alli, al pic del cerro Redondo, una media legua cuadrada cubierta de un laberinto de gradas y paredones basilticos, no més altos de cinco o seis metros, desmoronadas y mordidas por el terrible vendaval que anda a saltos y cabriolas, rebotando sobre el erial sin tregua ni descanso: tal cs el Paso de la Guitarra, Barranco tras barranco se Mega por Ultimo al correntoso rio Leona, frente a la balsa tirada a menos de una legua de su nacimiento. Del otro lado hay una pequeiia poblacién, con hotel y destacamento policial, muy seductora, dado el apetito que nos aguijonea; pero con todo, preferimos proseguir hasta Punta del Lago, a unos veinte kiléme- tros mds al N.E., y en donde nos ase- guran serd mejor la hospitalidad. EI rio Leona corre serpenteando en- tre barrancas crefécicas, con un buen caudal de rapida corriente. Su primi- tivo nombre de Orr fué cambiado hace poco tiempo por el actual, en recuerdo del hecho que hubo de costar la vida al perio Francisco Moreno en 1877, al ser agredido en sus orillas por un puma hembra. Nueva sorpresa nos depara Punta del Lago: hotel, edmodo y pintoresco hospedaje, opiparo almuerzo, un jar- din maravilloso y otros detalles ines. perados. Las flores y frutos que aqui consigue Ia industriosa familia que ex- plota el lugar, escapan a todo comen- tario, y nuestra cAmara de color trabajé ahi sin descanso. Es muy baja la costa del lago en todo el contorno de su cabecera oriental, mucho mds que en el Argentino, lo que contribuye a disminuir en gran parte la sensacién opresora que suele sufrirse en aquellos lagos sobreplomados por grandes monfafias; y menos avaro que la mayorfa, parece empefiarse en expo- ner al viajero sus dos motivos de orgu. Mo: su ventisquero y el formidable ba- tolito andesitico del certo Fitz Roy, que las nubes, celosas guardianas de las bellezas andinas, no siempre dejan admirar. Claro esté que esa misma amplitud de horizontes le resta mucho del realce de que hacen gala casi todos sus hermanos, aunque en realidad, es tan dilatada su superficie, que por muy clevadas que fueran las ‘cimas que lo circundan, no podrfa nunca ofrecer cuadros como los del Nahuel, Mascardi © Situacién, ;, Sus aguas son también de un verde lechoso, debido como en sus similares, a las particulas de hielo coloidal provenientes del ventisquéro, JORNADAS PATAGONICAS ea ambas cabec se estrecha 2 la mitad ex fos que el A ost por su ribera sud, la més Guanaco ¥ el Cond ‘spor 1a septentri iota y el Tiinel, colectores, estos Ieleros del Fitz Roy El lago Viedma, llamado Cépar por los indi- genas, {ué descubierto por Antonio de Viedma T781, ¥ hasta 1875 fué el nico conocido de da la serie que se alinea al S. del Nahuel Hua- En el clasico atlas de Martin de Moussy, Empreso en Paris en 1865, no figura otro en 10- da la Patagonia austral, haciendo nacer de él el Ho Santa Cruz — simple exror de “tiempos”, tal vez —; mientras que mucho més al N. se marca la existencia del “Cole Huapo” (Colhué Fuapi), en la posicién que corresponde real- mente al Buenos Aires, Tanto éste, como el Puesrredén y el Argentino, fueron librados a ta geografia en las distintas expediciones de Mo- Los compafieros de Darwin que remontaron el rio Santa Cruz en 240 millas de su curso, no alcanzaron las nacientes del rio, y no pudieron, por consecuencia, preeisar la. situacién del lago Argentino, descubierto por el subteniente Feil- berg, en 1873. Hemos seguido buen trecho por la ribera del N. con la esperanza de ver algo del Fitz Roy antes del anochecer, pero las nubes no se desvanecen del to- do y desistimos. Desde la Angostura y con la ayuda de los prismticos, el ventisquero Viedma con un declive minimo y su color blanco azulado, pa- rece un monstruoso mantel puesto a asolear. Y ya van dos de los motivos princi- pales de mi viaje que la suerte no me ha permitido disfrutar a satisfaccién: los glaciares del lago Argentino y el Fitz Roy. De los primeros, el célebre Mo- reno, cuyo farallén frontal erizado de penitentes de hielo hemos contemplado tantas veces en las tarjetas postales, y el segundo, cuyas formidables torres, 247 ¥ de este otro modo continuamos nuestro viaje desde Las Horquetas hasta Comodoro Riva: davia, con etapas tam render como la que ma ‘camos entre Los Cisnes y Las Heras: 200 lal metros en 14 horas, cruzando en diagonal la Tela Deseado, sobre la senda mas agresiva del territorio vy gencrosamente obsequiados con nubes de flerra y gases del motor del camign que tanto lamaron la atencién de Mo- yano, quien lo tomé por volean en to- dos sus viajes (el “Chaltel” de los indi- genas), se destacan orgullosamente por sobre las cumbres de sus acompafian- tes, el Torre y el Solo, que completan el triptico de ese formidable centro eruptivo. Nos cuentan maravillas de los re- cénditos fiordos del Viedma, pero no son gran cosa las picadas en ambas ori- las, y como los medios de navegacién no estén a la mano del primer viajero que se presente, por mds revistas geo- gréficas que invoque con toda discre- cién, optamos por seguir la ruta prin- cipal, ya que con respecto al camino de acceso al lago San Martin los datos recogidos son del todo contradictorios y que la buena voluntad se gasta, a ve- ces, ante las perspectivas de tantas mi- cropenurias hilvanadas (1) (1) Ningin dato s0 nos facilis, durante nuestea eorta ectadfa en el Viedma, del bone petafieado Que ter hista de log grandes matutinos hattizara con #l eportun Sombre de “El Aseradero", ¥ queen extennn de uk inetro eundrado brinds sestieatos de irene: hasta dean metro de difmetro, sltcenando eu rodelas de tall mile: ‘ala von laa ms azombromas escuturas eros vas cue i finaree pueda, aleunnn de Ins casles angi lo reson el Ausodieno perodista, patecen (ransportadas dela inquiee tante Hapa Nu 248 REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA En la maiiana del 8 de Marzo dejamos la Punta del Lago (a menos de 300 me- tros de altitud), para cubrir los 63 ki- Iémetros de la rata Ne. 40 que separan al Viedma de Piedra Clavada. Se atra- viesa, ante todo, una sucesidn de colinas morénicas escalonadas dentro del valle glaciar, en cuyo centro un cauce seco y atiborrado de rodados, atestigua por dénde se efectuaba el drenaje del Iago en épocas no muy lejanas, antes de que Ja gran morena frontal, que alcanzamos a treinta y cinco kilémetros de marcha, cerrara definitivamente esa salida. Fl camino es pésimo hasta alll, pero la morena es facilmente accesible gracias a las mejoras que la Direccién de Via. lidad ha cumplido, prolongéndolas so. bre su lomo, en forma de alta pampa, y desde la que puede disfrutarse del mac, nifico panorama de ese mar dulce y de Ios “merengados” que se reflejan en sus aguas, aparentemente tan tranquilas Salvadas las morenas el camino cae en amplio valle, que prolonga en direc. cién al Atléntico el rambo de la gran cuenca que se abre a nuestras espaldas, al que se allega, bajando del N.O, ef cafiadén del rfo Shehuen o Chalia’ de Santa Cruz (el antiguo “Koong” de los tehuelches), indiscutible desagiie Primitivo del lago San Martin, el cau. dal de cuyos glaciares se reunfa asi con el de los del Viedma en este drenaje comin, que labré su cauce a través de los grisdceos sedimentos del perfodo santacrucefio, Al pie de una laja vertical descuaja- da de la barranca, la “Piedra Clavade”” que presta su nombre al lugar, se agru- Pan algunas casitas entre las que se destacan dos coquetas construceiones, atin sin estrenar: la Comisarfa y el Juz, gado de Paz. A esta altura, el caiiadén del Shehuen fendré su buena legua de ancho y se abre entre laderas: de alto farallén, a trechos rocoso, sobremontado de coaos de tobas amarillentas. Estos paredones encierran quién sabe qué maravillas Paleontolégicas, en materia de gigan. tescos mamiferos y aves, recordando que ¢s, precisamente, en estos estratos terrestres del santacrucefio, que se han hallado los restos del més temible rapaz de que Ia ciencia tenga conocimiento. el “Phororhacus inflatus”, de 1,60 ms, de alzada. Casi todo el recortido de esta ruta 288 que viene desde el lago San Martin en busca de Piedrabuena y Santa Cruz, en trazado més o menos fiel al curso del Chalia, es tan pesado y mondtono como largo y penoso. Hace un par de meses que la Direccién de Vialidad lo ha mejorado sensiblemente reduciendo al minimo las penurias que salpicaban su huella; pero antes, se empleaban més de tres horas en cubrir los ciento cator. ce kilémetros que separan a Piedra Cla. vada de Laguna Grande, a tumbos so. bre las piedras © reptando sobre matas de pasto amarillo tieso y duro como alambre. Mata Amarilla, en cuyas cercanias se perfora en busca de petréleo, reine tres 0 cuatro galpones y un boliche, rodeados de huertos, prados de alfalfa ¥ alamedas, que vegetan lozanos gracias a la generosidad del curso fluvial que arrastra sus aguas torrentosas dentro de un cauce de cuatro a cinco metros de anchura, sinuoso y zigeagueante como pocos. Mas alld, el sitio es un erial sembrado de rodades como bochas. Las laderas se distancian, por lugares, hasta tres leguas la una de la otra, pero como ine cluyen largos segmentos de naturaleza voleénica que ofrece mayor resistencia a la erosién, es dado observar varias “angosturas” que sefialan otros tantos embalses o diques transversales incom. Pletos. El suelo es blando y polvorien. to y debe convertirse en una terrible sucesién de pantanos a la menor tor. menta. Sin mayor novedad hasta Laguna Grande, estanque de unas seis manaa- nas cuadradas, abierto en el fondo de una hondonada, junto a la cual un bo- liche paupémimo se defiende, como puede, del viento mis espantoso que haya tenido yo que soportar en la vila, AA pesar de todo, se yergue aqui tam. bign a Ia vera del camino el ansiado infaltable surtidor de nafta, “alivio de rodantes”. . JORNADAS PATAGONICAS. ¥ de agni en adelante se abre una de las peores etapas que nos focara en suerte. Nada de particular en los pri- meros cuarenta kilémetros sobre una huella regular, aun cuando sea de las menos frecuentadas. Por el N.E. se destaca el sombrio peinetén de una meseta basiltica que abarca todo el horizonte, tocada en su centro de cefuda plataforma, en la que reconozco la si- lueta del cerro Fortaleza, de Moyano, y a cuyos pies, en las orillas del rio Chico, ofrecia antes su reparo el campamento indigena de Corpen Aiken (paradero del junco), frente a la isla Grande, una de las varias que desdoblan el curso fluvial a lo largo de su seccién inferior. Por ahi, un poste indicador anuncia cien kilémetros, todavia, hasta Cafia~ din Leén, y marca el vértice del codo que es necesario cerrar en busca de los lagos del N., ya que el camino directo yuntacordillerano es impracticable en su sector medio. La horizontalidad de Ia terraza a nuestro frente, ahora por el N.O., es cortada por los perfiles de extraiios pi- cachos basdlticos: el Negro y el Redon- do, de un brillante tinte rojizo, y mas lejos a la izquierda, aunque sobre esta margen del valle, el inconfundible “Ma- waish” (“agujereado”, en lengua nati- va), hoy dia Hamado De Ia Ventana. Las dificultades para orientarse asu- men aqui contornos angustiosos: ;pién- sese de qué podra servir al novato un palitroque guarnecido de una serie de tablillas en escala de gallinero, es- critas ala buena de Dios!... Una de ellas ajirma 6) kilémetros a Cafiadén Len; pero lo malo es que bastante més al O. y después de un magnifico par de empentanadas (“peludeadas”), otro poste rectifica, no menos rotunda~ mente, 75 kilmetros a Cafiadén Ledn! iComo para no desesperarse!... y el tiempo corre y el sol parece tener un apuro terrible en esconderse allé en su retiro, tras la Cordillera... Nada se ve del rfo, a pesar de que debe de estar ahi només, contra el murallén de ba- salto rojo que nos cierra la visual por aN. Por suerte, nos alivian de la preocu- Laguna del Cisne, ya dentro del perimetro de la Isla Deseado, como lo demuestran los petio- nes portiricos que surgen a la derecha. Debe su nombre a los palmipedos de cuello y cabeza negra, que la pueblan junto con hiersticos fla- mencos rosados. Es alimentada por el rio Ol- nié y por manantiales subterréncos pacién en una estancia vecina, y a poco sesgamos al pie del manojo de prismas basilticos del Mawaish, que visto de cerca, parece, a causa de ellos, un “‘con- formador de sombreros” con la tapa Jevantada. Seis largas leguas hasta el Chico, en una obscuridad absoluta que un. timido creciente lunar aumenta més ain. El avance es poco menos que a tientas, porque los faros del coche apuntan para todos lados menos para donde hacen falta, merced al zarandeo que nos impone la picada, picada de ve- ras!... Unos furiosos ladridos nos gufan ¥ unos rostros desazradables que ges- ticulan en el marco luminoso de una puerta, prestan su cooperacién para alcanzar esa bendita orilla, ante la que frenamos, finalmente, pasadas las 21 horas. La balsa esta del otro lado y como es natural, dado lo avanzado de la hora, ni sombras del balsero ni de otra ma- nifestacién humana. Gritos, voces es- tentéreas, toques prolongados del clak- son, fogatas de yuyos secos..., el todo contemplado irdnicamente por los. ti- 250 REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA ”, al salir de Los Cisnes. El pe- én vertical de la izquierda presenta un sali¢n- fe, bien visible en la foto, que simula una cabe 2a de mujer asomando de la roca y misando ha. cia el camino. Sela llama “roca de la Estatua” midos rayos de luna que parecen estre- mecerse de risa al deslizarse sobre las Presurosas ondas del rio. No dejaria dle ser pintoresco el cuadro, pero el can= sancio, el apetito y la ansiedad de las ltimas horas, que se suman a la no muy amable perspectiva de pasar la noche poco menos que d la belle éatle, cabe Io maravilloso del cielo, no son muy propicios para romAnticos des. plantes. Menos mal que no hay vien- to y que el frio no es de los crueles. iGracias a Dios!: En un principio, Iejanos ladridos que parecen venir’ de un mundo muy distante, cabalgando sobre los /oloner lunares, y después de un largo silbido que el eco y las aguas masnifican, lesan distintamente aus- piciosos ruidos de arrastre de cadenas, sordos golpes de tablones y gemidos del cable, que se destacan en el silencio estrellado con una xtrafia tonalidad. Las Iucesitas del cielo brillan cada vez mds agresivamente, como que- riendo ayudar al discreto satélite en su afén de querer alumbrarnos el arcibo de Caronte y de su barca (el “cancer. Sero” quedé esperando en la opuesta orilla) Muy lento el cruce, y con la gran bajante se hace dificil tomar tierra de nuevo, porque la balsa no puede arrimar lo suficiente. El Jeaés no huye de nues, tras bocas hasta que echamos a rodar en procura de Cafladén Leén, por me. dia Tegua hacia el B. todavia, ¥ rasando las 22 apeamos frente al hotel, con 309 Kilémetros marcados desde el’ Viedma, de los cuales 142 corresponden als ltima etapa desde Laguna Grande, rata al parecer muy poco empleada, ye que el balsero dice ‘no haber pasado mis de dos coches en lo que va de Mar. 20 y todo Febrero El lugar en que refugiamos nuestra fisiolégica impaciencia, es de aquellos cuya primera impresién invila a dar un alarido y salir corriendo, pero ella cede a poco ante la hospitalidad que comien: za a desgranarse tibiamente sobre nues. tro recelo, y las caras hoscas, si que patibularias, que parecieron comentar nuestro arribo con fruncir de cejas furtivas miradas de soslayo, se ectiran al cabo en sonrisas y consejos. Y fue recisamente, esa noche la que me brin. 6 la ocasibn de recoger el comentario ms elocuente que un extranjero “adap. tado” pueda emitir a propésito del viento patagénico: —“Y bueno, hay que acostumbrarse!... {EL que no se acostumbra, se vuelve loco newras. ténicol...””"— Y la verdad es que aqui por las altas mesetas, sobran las caras de lundtico; y del que hablaba no digo nada {Qué comida nos sirvieron en ese bo- lichel jy qué buena gente encontramos all! jy qué cerdoslll.. los mis gran. des que haya visto en mi vida; tanto que, en lo sucesivo, para mi Cafadén Ledn dejaré de serlo para convettiree en Caiiadén “Cerdos”.. El pueblo pa. rece tener su importancia, con su buena escuela, destacamento policial y Sala de Primeros Auxilios, todo un hospital en miniatura; siendo escala casi obli gada, en el trayecto de San Julian a la regin del noroeste. Me dicen que en esta zona (an alta l invier- no es de los mas crueles, por culpa de los vientos helados que la barren y de las nevadas que sue- Jen eaees los ee poems de rats = Suman, y coant se las Horas eee

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