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UNA VISION DE LA PAMPA EN 1819-24 sSexre articulo la autora comenta las impresiones de un viajero inglés que tuvo que “= pampa argentina en sus’ repetidos viajes a Chile efectuados en los altos 1819-24 por CRISTINA CORREA MreRs, comerciante inglés, se- = por las brillantes perspecti- de grandes ganancias, trasla- 2 en 1819, a fin de instalar, == molino de cobre de grandes Durante los diversos via “sera por tierra entre Buenos sweel pais, y en su larga perma- = tomé meticulosas anotacio- ses a modalidades, costum- “eesctos geogréficos, plantas y ezracteristicos, con las cuales = Scmar dos volimenes com- Gestzados con dibujos y dos =- para cruzar el puente = Les Conchas, anota su prt Nos encontrabamos ¥ tras los limites de gee una ciudad como = capaz de producir. El = cabierto con un pas- “Se tenia el aspecto de un de bochas”. de Sxboles plantados por ‘Sesbce, los inmensos cam- Jes poblaciones, los ca MORALES DE APARICIO minos pavimentados, prestan a la pam- pa de nuestros dias —- particularmente en la regién que recorriera Miers — una fisonomia bien distinta. Y més atin, la velocidad de los modernos medios de transporte nos impiden sentir profun- damente toda la inmensidad de esa pla- nicie sin Iimites, de cuya monotonia nos hemos formado casi una idea literaria, bien distinta por cierto de la sensacién que habria de producir en un viajero que Ia recorria en un mal coche, como en este caso. Pero Miers se interesa por todo lo que tiene ante sus ojos. Su aguda ob- servacidn se ve solicitada por los diver- sos detalles de la modalidad y costum- bres de un pueblo tan extrafio a sus sentidos de europeo, cuya vida, més sal- vaje que civilizada, se desarrollaba en estas desoladas regiones. Terminado el primer dia de viaje — en Cafiada de Escobar — realiza una meticulosa anotacién respecto a las caracteristicas constructivas del rancho en que deben pasar la noche, afiadiendo que, como todos son muy semejantes a lo largo de los caminos reales a Mendo- za y Pert, la descripcién de uno solo basta. Destaca la forma de construir paredes y techos con postes, palos, ca- fias y barro; cémo se los revoca dejando- les ese aspecto riistico dado por el ba- rro simplemente azotado; la falta de ventanas y la ausencia absoluta de toda clase de mobiliario. La cama construt- da con cuatro estacas cortas clavadas en el suelo, unidos sus extremos superio- res por palos formando a modo de un marco sobre el cual se tendfa un cuero de vacuno — tipo de cama que hemos tenido oportunidad de ver en algunas regiones del pafs en donde atin se en- cuentra en uso — y las calaveras de va- cas a modo de silla, formaban todo el 108 REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA ajuar de las miserables viviendas, fue- ran ellas construidas de ramas o de adobes. La utilizacién prédiga del cuero de vacuno para toda clase de menesteres llama justamente la atencién del viaje- ro. “Muy pocas de estas casas tienen puertas, y se encuentran provistas de un cuero de novillo para evitar la in- temperie”. El cuero servia para todo las guascas cortadas con destreza por los gauchos eran utilizadas para asegu- rar los horcones y costaneras que cons- tituyen la estructura de los ranchos; con ellas se arreglan las monturas, los estribos, las ruedas de coches y carre- tas, se confeccionan recipientes para sacar el agua de los pozos, se cierra la boca del horno luego de introducidos los panes...E] cuero era elemento indis- pensable en la vida semi-salvaje de los gauchos. Hemos de recordar aqui que la abun- dancia de ganado y el uso, casi exclu- sivo, de carne en la alimentacién al pro- veerlos de ese material ha de haber sido una de las causas originarias de esta costumbre. El cuero era casi el unico elemento de valor en cada cabeza de ganado, a tal punto que se sacrificaban Jos animales con el tinico fin de obtener- lo. Otro viajero inglés de la misma &poca, Alejandro Caldcleugh, comen- tando la disminucién del ganado debido a las guerras civiles, a las incursiones de los indios y, posteriormente al interés de los comerciantes ingleses por expor- tacién de cueros, trae a colacién las or- denanzas dictadas por Rivadavia — “cuyo nombre ha de mencionarse siem- pre con elogio” — siendo secretario de don Martin Rodriguez, para evitar la peligrosa disminucién de esa riqueza. Dificil es para nosotros situarnos espiritualmente en las condiciones de aquel viajero inglés que se arriesgaba a atravesar las desoladas pampas en com- paiiia de su esposa y de otros compatrio- tas, sobre un coche destartalado por toda casa, y que se veia obligado a des- cansar en los a ranchos en don- de le acosaban ‘una increible cantidad de pulgas, chin¢hes y otras sabandijas més desagradables”.” Es esta la eferna queja de todos los viajeros. Aun a ries- go de parecer incivil me animo a insistir sobre el detalle de las pulgas, afiadiendo que, segtin Miers “‘se crian en la propia tierra”, no hay exageracion, porque de ellas y de los mosquitos encontramos abundantes referencias en los viajeros de todas las épocas, hasta de las ac- tuales. El relato de su viaje vase enrique- ciendo paulatinamente con la descrip- cién de las costumbres y modalidades, subsistentes atin algunas de ellas y otras desaparecidas por completo. Lap: mera que Iamé su atencién fué Ja pre- paracién del asado al asador. Resultaria un poco ridiculo repetir aqui todas las palabras de Miers res- pecto a una costumbre tan en boga entre nosotros, pero no deja de ser inte- resante comprobar hasta qué punto era meticuloso en sus observaciones nues- tro autor y desprovisto de preconceptos que pudicran desvirtuar un poco la im- parcialidad relativa de su relato. Luego de explicar cémo un chiquillo trajo una oveja de través sobre la cabezada del recado — mientras otro acarreaba la lefia sobre un cuero de va- ca tirado por un caballo a modo de tri- neo —; cémo un gaucho de un solo tajo separé casi por completo la cabeza del animal; cémo le colgaron del techo del rancho en donde fué cuereado y corta- do con una rapidez tal que “‘antes de que su vida se hubiera extinguido por completo” ya se encontraban las partes més carnosas espetadas en un hierro de marca, y cémo clavado éste oblicua- mente ante el fuego se lo volvia de tan- to en tanto para que la coccién fuera pareja, dice: “Es la forma de cocinar favorita y se lama avado; es, con todo, un procedimiento bueno, porque la ra- pidez de la operacién evita la pérdida del jugo, que permanece dentro de la carne”. Entonces procede a describir Ja forma en que los hombres, sentados sobre sus talones y agrupados alrede- dor del fuego, comian directamente del trozo que se asaba en el espetén “‘cor- tando con sus cuchillos bocados bas- tante grandes” sin afiadir a la carne sal, ni pimienta, ni pan. “Elicimos una (84 FISION DE LA PAMPA EN 1819-24 i atierncemes mummmntcadies por pessonas del pais Ee eee egere Be ee Se Geter, eectado tan silo por comementies Ge area que en esta época el ake — wana em abril — se en secas; en ninguna lees Grexabe In mis peque- ia ni un drbol : Iimites, excepto peqecies extcasiones alrededor de = Ssseciss, completamente inculti- sefiala Miers la presencia asi Caldcleugh, quien Sestsed> cl mismo aspecto desolado 4 & peep menciona el “solitario om- We. cere presencia se registra en los aleetiedeces de Buenos Aires casi exclu- sSxamente. Sifeetsisqnt l evelo parece ser un == mantillo — dice Miers —, no se ve 0 niiun guijarro, ni siquiera arena 0 grava. Donde se lo cultiva produce con luju- tia: Necesita tan sdlo la mano del hom- bre para que estas dilatadas lanuras se conviertan en todo lo productivas que cualquier pradera puede ser”. Pero el hombre que habitaba sobre esas “dila- tadas llanuras” no estaba dispuesto a qnolestarse para conseguir el mds acce- sible de sus beneficios; los habitantes Ge las postas aparecen, con pocas ex cepciones, a los ojos del viajero, hara- ganes, sucios, miserables, ignorantes y de aspecto salvaje. Carecen, por lo comtin, de Jos elementos de subsistencia sds indispensables. No es posible con- seguir pan, came, leche, huevos, aves. La miseria es completa. Los exagerados relatos de anteriores viajeros habian hecho concebir a Miers extrafias ideas respecto a estas tierras €asi desconocidas hasta por los mismos habitantes de Buenos Aires — como él mismo Jo dice. Se hablaba de las nu- inerosas manadas de ganado salvaje gue vagaban por las pampas. Amigo de la exactitud, se apresura a declarar que esas noticias son “completamente falsas”, afiadiendo que ganado salvaje existe solamente entre los indios, y que on las regiones recorridas por él, cada dueio de estancia sabe el ganado que posee, explicando al mismo tiempo la forma de marcarlo y contramarcarlo en caso de venta, y el cuidado vigilante Gque se despliega —~ en aquellos momen- tos — en estas regiones en donde Jas propiedades carecen de cercos. El viaje sigue desarrollandose en una monotonia aplastadora: siempre Ja pam- pa, sus pequefios arroyos y cafiadas, bus postas desprovistas de la comodidad més clemental, “‘sus habitantes inmun- dos y haraganes”. Los que habitan fue- ra de los pueblos, aun cuando no tienen, nada que hacer, jamds se ocupan en cultivar la més pequefia parcela. No he podido descubrir entre esta_gente cual sea su ocupacién regular. Duran- te la mayor parte del dia las mujeres permanecian tost4ndose al sol y se con cedian, unas a otras, el mutuo favor (porque es esta su mayor delicia) de quitarse los bichos de la cabeza. Todas REVISTA GEOGRAFICA AMERIC. estaban vergonzosamente sucias”. Es- to no es de extrafiar. Aun en viajeros posteriores hemos lefdo que una prenda Ue ropa, una vez puesta, se dejaba has- fa que se caia a pedazos. Y es menos de extrafiar si recordamos que la misma costumbre est4 en prictica actualmen- te en muchas regiones del pais, en don- de a veces los hombres colocan unos sobre otros dos o més pares de pantalo- nes con la esperanza — no siempre cum- plida — de que los agujeros de los unos yo coincidan con los agujeros de los otros. Por eso no podemos extrafiarnos cuando nuestro autor sefiala, con un en- tusiasmo Idgico, que en el cuarto dia de viaje pasaron ante un rancho que pre- sentaba un fendmeno: “Ropas tendidas a seear”, Era el primer signo de lavado, § de cualquiera otra clase de limpieza que vefamos. “La falta de limpieza de Gsta gente es tal que ninguno de ellos hha pensado jamds en lavarse la cara, ¥ muy pocos lavan 0 arreglan sus ropas: tina vez puestas permanecen en uso dia y noche hasta que se rompen. El pon- tho es la unica pieza de vestir que se requiere: aquellos que tienen uno se lo quitan a veces, para cubrirse por la no- che, cuando se tienden en la cama an~ terormente descripta o, lo que es mucho mas frecuente, sobre un cuero tendido Sobre el piso. Los hombres estaban también ociosos y vagaban o se tendfan por ahi, sin deseos de moverse, despro- wistos de toda clase de distraccién, sin Embargo uno estaba ocupado: se balla- ba sentado sobre un fronco cerca de Ta puerta del rancho, tocando casi todo el Bia y toda la tarde algunas notas desor~ denadas en una vieja guitarra y cantan- do, de vez en cuando, por Ta nariz, un aire sarraceno, melancélico y salvaje”. Estos y otros detalles referentes a la costumbre de dormir fuera, sobre un quero y simplemente cubiertos con un poncho, que practicaban hasta las cria- turas, le hace exclamar: “Y sin embar- go son sanos, robustos y atléticos” ‘Tratandose de la relacién de un viaje ‘a través de Ja pampa en donde el am- Diente y el paisaje son de una falta de jariedad absoluta, poco interés tendria su lectura — como suele suceder con los s que cuero cuero Ja anuda- | un puiia- (EY ny Sud América’ SRAFICA AMERICANA 12 REVISTA GE "oe weet DCS in del viajero, cuyo es este dibujo, en el cual pue- meticuloso en El uso de las boleadoras llamé justamente la atent de observarse, tal vez el tinico, error de observ: todo lo demés en que incursiexa el viajero, -a vida con su entusiasmo de artis icos rioplatenses”, dice Alejo Gon- 10s titulada: Gauchos en Ja estancia “Vidal fué el primero que se digné asomarse a la realidad de mi ta, logrando estampar grificamente diversos aspectos caracteristi zilez Garaio. Emeric Essex Vidal autor de la mina que repzod 7. San Pedro. Buenoe dives. Matando ganado, ealizé como artista la misma obra que Mi ‘cectitor, Esta acuarela del aiio 1818 concuerda ampliamente con el texto q) jue hemos comentado RE WESSON DE La PAMPA F: os actistas extranjeros que smentos que nos proporci posta de Santa Fe, dibujada la visita de Miers, podria adap- ua REVISTA GEOGRAFICA AMERICANA La visién de la primera tropa de mu- Jas de las que, ademés de las de carretas, recorrian habitualmente el camino en- tre Mendoza y Buenos Aires para tract y levar productos del pafs y manufac: ‘furados, pone una nota pintoresca que altera Ia monotonia de un viaje tedioso y agotador. La lmina adjunta, toma- da de la obra de Peter Schmidtmeyer que atravesd estas regiones mas 0 me- nos en la misma época, se adapta exac- tamente a la descripcién de Miers, cu- yas son las palabras del epigrafe. El viaje sigue desarrollandose sin variantes. Pero, ya en el décimo dia de viaje, al llegar a la posta de Alea- rrobas en plena provincia de Cérdoba, y después de haber cruzado por toda la ‘zona pantanosa del norte de la provincia de Buenos Aires hacia donde los endil- gara la malicia de un maestro de postas obligéndolos a abandonar el_ camino real a la altura de Areco, los ojos aten- tos del fatigado viajero descubren evi- dentes signos de adelanto. Las cons- trucciones no eran de adobes, sino de estacas y cafias, pero a pesar de esto, el aspecto y modales de sus ocupantes, que les brindaron leche y manzanas sin habérselo pedido, sefialaban una nota- ble diferencia con los de las postas ante- tiores. Ademés, “en lugar de calaveras de vaca, que durante todo el camino hab/amos visto utilizar en lugar de ban- cos y sillas, habian construido una pla- taforma todo a Io largo de un lado de la pared interior para que sirviera de asien- to; y he observado que era esa la cos- tumbre en todos los ranchos entre este punto y Mendoza’. Conjuntamente con esta variacién en el aspecto y moda- les de los habitantes de la posta de Al- garrobas, y con la aparicién del estrado, ‘comienza a sefialar el viajero las modi- ficaciones que se presentan en el aspec- to fisico del pais, estableciendo ast, inconscientemenie, interesantes datos para la geografia humana. Estas modi- ficaciones se reducen a la aparicién de Jos primeros ejemplares de mimosa (es- pinillo) y chafiar; a la variacién del suelo, formado ahora con un mantillo fino mezclado con arena; a la presencia de vizeachas. Avanzando més, anota pequefias isletas de Arboles, la ondula- Gién del terreno'y la visién de grandes higueras que Je hace suponer Ja pro: midad de una poblacién més civilizada. ‘Al legar a La Reduccidn detiénese en casa del comandante, que es mucho mas grande, comparada con las ante- riores; los miembros de la familia son corteses y se manifiestan deseosos de proveer al viajero de todas las comodi- dades posibles; poseen mesas y sillas; preparan una comida de varios platos Consistentes en carne ¥ charqui, asados, hervidos, guisados con cebolla y grasa, crvida sobre la mesa en una “fuente honda, de plata, Hamada palangana” a Ja cual se la destinaba, ademds, para diversos fines. Como siempre, hay fal- ta absoluta de cubiertos, y cada uno debe echar mano de su cuchillo y ayu- darse con sus propios dedos para comer. Con todo es bien evidente que se hallan en una region mas pridiga. ‘Acentiiase la diferencia del paisaje. Arbustos lujuriantes sefialan las mér- genes del rio Cuarto; los arboles aumen- tan de tamajio; se advierte la presencia de grandes bandadas de catitas, y les primeras majadas de cabras; las postas Son mas limpias y cémodas; sus habi- tantes mas corteses. La posta de San Bernardo sefiala nuevos progresos: “Me sorprendi — di- ce Miers — ante la limpieza y el orden Ge la posta”. Una de las mujeres “es- taba {ejiendo un poncho en un telar ristico; la otra estaba hilando”. “Toda la familia se presentaba limpia y orde- nada en sus personas”. “La casa, aun- que pequefia estaba ordenada: a cada Tado de la sala se Jevantaban bancos construidos de adobes, y en cada extre- mo de la habitacién habla una mesa. Una novedad de la casa me sorprendié particularmente, pues era la primera Nez que velamos una ventana desde que dejamos Buenos Aires”. “Todos Ios detalles demostraban un aumento de comodidad y bienestar”. Al mismo tiempo cruzan los viajeros en su cami- no con mujeres que pasean a caballo, ataviadas con sus trajes domingueros “consistentes en ropas de alzodén de color, medias blancas de algodén, zapa- = “Resulté ser una tro- edo tendidos fuertemente por encima wamente de uno a otro, seaiin Ia forma en ca completamente mojado, v a medida que Barsiles contenian cerca de 116 galones cada ee a Se meals Les hizo estaban empacados en cajas de cuero...; =, depositadas sobre el suelo a tres pies unas de otras, ¥ las ‘carga; los elementos as{ colocados forman una circun- jeteros estaban encendiendo un fuego en el centro para sss cargadas que tanto llamara la afencién de Miers, repitese ahora, sentes, mds intrinsecamente respondiendo a las mismas necesidades: Jo la rigidez de su armadura las antiguas huellas roturadas en sur- sdas de chatas y carretas, e interminables filas de poderosos camio- y mulas, Mas el fin es el mismo: trasportar los productos de la tierra ees smbrervs gachos de castor = chales comunes de teados sobre los hombros” = Barranquitos, término de esta Dee carte de su viaje, son tanias le as v tan grandes que mere- yuna sincera aprobacin. c6 Miers una posta limpia, tacién amplia y alta provista “= = clisicos estrados en donde dor == 4 maestro, su mujer y nueve bie se ==2 abundanie cena compuesta de Gee de oveja gorda, asada, hervide ¥ seaside, con un afiadido gustado por =-=e== vez desde su partida de Buenos Siees- papas. Toda la cena fué servida whee fuentes de plata; no se proveye- ron de platos, ni cuchillos, ni tenedores, pues las costumbres del pais hasta aho- ra no los hacen indispensables. Cada uno comie con su propio cuchillo y de- dos. Sin embargo esta vez, el huésped proveré 2 cada persona de una cuchara de plata. “Tendieron sobre la mesa un mantel limpio, cada uno disponia de una lle para sentarse, y dos o tres per- sonas atendian constantemente la mesa en calidad de sirvientes; la alegria con que todos comimos apenas puede des- cribirse, pues el cambio era tan brusco y tan grande que producia una dosis pece habitual de felicidad, distribuida equitativamente entre todos”. La diferencia sefiqlada por Miers 6 REVISTA GEOGRAFICA. AMERICANA entre la vida y paisaje de la pampa con {1 ambiente que se encontraba al Megar & las primeras lomadas que sefialan la proximidad de las sierras de Cérdoba y San Luis son evidentes atin hey mismo, pero absolutamente contrarias. Pigas planicies bonaerenses y santafeci- pas, cubjertas por dilatados campos de pastoreo, maizales, trigales y linares, Ran dejando lugar paulatinamente a las Lierras cordobesas més pobres despro- vistas ya casi por completo de los ejem- plares arbdreos que las caracterizaban. La mano del hombre aplicada a aquellas ricas tierras cuya fertilidad observara Miers, obtiene de cllas rendimientos fabulosos, a veces. No pasa lo mismo con las del interior. La disminucién progresiva de las precipitaciones anua- les dificulta el cultivo en secano, ¥ la falta absoluta de corrientes de agua de una relativa importancia imposibilitan el riego de grandes extensiones. Debi- @o a estas circunstancias el patron de vida de sus pobladores debe, mecesaria- mente, ser inferior. Asi Miers, gracias a gu _meticulosa observacién, y sin pro- ponérselo nos provee de uno de Jos mas Tateresantes datos de geografia humana elativa a la regién comprendida entre Buenos Aires y Barranquitos. El aspecto de la pampa santafecina en donde se ven “Jos pastos mas ricos que puedan concebirse” comienza | @ evidenciar ciertas variaciones cuando, en la proximidad de Cabeza del Tigre, Tas m&rgenes del rio Tercero se van di- bujando con manchones de Arboles, especialmente algarrobos y espinillos, y otros pequefios arbustos achaparra- Jos, Pero postas y habitantes mantienen las mismas caracteristicas apuntadas hasta agui, en donde la idiosincrasia del gaucho hace exclamar Miers: “En cualquiera de Jas actividades de a caballo son sorprendentemente agiles; pero desmontados parecen encontrarse en condiciones extrafias a su naturale- za, jCuadn facilmente con wn poco de frabajo podrian procurarse alimento abundante en estas fierras desaprove- Shadas! {Qué ageadable seria la sombra y qué deliciosos los frutos de los Arboles {que podria producir en abundancia!” ‘Adéntrase en la provincia de Cérdo- ba. La proximidad de Punta del Agua ge seftala por la presencia de un bosque Glare, con praderas verdes y algunas Jagunas en donde se ven aves acuaticas. Bandadas de loros bullangueros Menan Tos Arboles hasta que, al llegar a Santa Barbara vuelve a producirse el mismo fenémeno que apuntara anferiormen- te: Jas postas més Jimpias; los pocos muebles ordenados con cierta preocu= pacién; el estrado cubierto de alfom- Pras: el maestro de posta y su mujer, diligentes y serviciales. Ta altima posta — Aguadita — an- tes de Barranquitos o Los Chafiaritos, no tiene mayores variaciones, ni Pro- vee al viajero de grandes comodidades, pero es sefialada por el autor por Ja pre~ veneia del tipo gaucho que més le ha Interesado, evidentemente, por cuanto es la primera descripcién prolija de un fipo nativo que se encuentra en su relato. La descripcin misma, es un cuadro. “E] maestro de posta era algo asi como un elegante, para una persona de gu tipo, © gaucho fino; ...mds experto en el uco del lazo, y especialmente de las boleadoras que Ilevaba siempre atadas alrededor de su cintura; sus maneras: eran agradables; su aspecto expresi= ba alegria y buen humor; sa presen- cia era airosa, vestia un corto saco azul, con una doble hilera de botones dora- Ges, redondos, y un sombrero negro de fala angosta; su poncho orlado de rojo, plegado en dos, atado a la cintura como enna falda con una larga faja verde que se plegaba alrededor de su cintura; le~ ‘aka calzones de algodén blanco con {in amplio fleco abajo, pero no usaba medias ni botines; montado @ caballo constitaia un tema para un pintor”! Como puede verse, si Miers fué pro- Ijo para anotar cuanto detalle se pre~ sentaba ante sus ojos —~ aunque no siempre resultan agradables para nues~ tros patridticos oides — no fué menos sensible a la gentileza, amabilidad, y @ I, belleza plistica del gaucho que des- cribe con no disimulada admiracion, desplegando ante nuestra jmaginacién Una verdadera estampa de la época.

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