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Laicidad, religión y la disputa por la moralidad sexual y reproductiva.

El caso de
México1
por René A. Tec-López
Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago de Chile
rene.tec@usach.cl

En el año 2007, el entonces Distrito Federal (hoy Ciudad de México) se convirtió en la


primera entidad de la República Mexicana en despenalizar el aborto en todas sus causales. A
raíz de este evento, los congresos locales del resto de los estados cerrarían sus puertas ante
la posibilidad de que esta iniciativa pudiera convertirse en una ley nacional. Tuvieron que
pasar doce años para que nuevamente un congreso local votara a favor de la legalización del
aborto, siendo el caso de Oaxaca cuando el 25 de septiembre del año en curso se convirtió en
el segundo estado en despenalizarlo después de haber aprobado el matrimonio igualitario un
mes antes.
Ambos temas, tanto el aborto como el matrimonio entre personas del mismo sexo, han sido
el platillo fuerte de la discusión valórica en lo que va del nuevo gobierno de Andrés Manuel
López Obrador. Un importante sector de su partido Morena ha lanzado iniciativas a favor de
la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario y la legalización de las drogas. Sin
embargo, la oposición a esta agenda también ha logrado estructurarse con mucha fuerza,
tanto fuera como dentro del mismo partido. Incluso, la postura de AMLO ha sido bastante
ambigua, tildada más de conservadora que de “izquierda”2.
Tan solo en este año, seis congresos locales han discutido en el pleno el reconocimiento del
matrimonio igualitario: Yucatán lo rechazó dos veces (10 de abril y 15 de julio), junto a los
congresos de Sinaloa (8 de junio) y Zacatecas (14 de agosto). Solamente en Oaxaca y Baja
California se votó a favor, uniéndose a la larga lista de estados que ya reconocían esta figura
del matrimonio: Quintana Roo, Ciudad de México, Coahuila, Nayarit, Chihuahua, Jalisco,

1
Artículo publicado en el Blog de GEMRIP: http://www.gemrip.org/laicidad-religion-y-la-disputa-por-la-
moralidad-sexual-y-reproductiva-el-caso-de-mexico/
2
Rodríguez García, Arturo (12 de marzo, 2019) “Soy dueño de mi silencio, dice López Obrador ante polémica
sobre el aborto”, Proceso, [https://www.proceso.com.mx/574950/soy-dueno-de-mi-silencio-dice-lopez-
obrador-ante-polemica-sobre-el-aborto]
Campeche, Michoacán, Morelos, Chiapas, Puebla, Nuevo León y Aguascalientes. Ante este
panorama, diversos grupos provida y profamilia, así como colectivos feministas y de la
diversidad sexual han realizado múltiples manifestaciones a lo largo del país, acalorando el
debate en torno a la moral sexual y reproductiva.
Como nunca, la sociedad mexicana se ha polarizado en torno a dos grupos antagónicos:
quienes buscan el reconocimiento de sus derechos apelando a las libertades y a la laicidad
del Estado, y quienes temen que las políticas públicas estén siendo influenciadas por
ideologías externas para desmoralizar la sociedad. Ambos grupos actúan a partir de principios
morales que, como en el caso conservador, son atravesados por preceptos religiosos. En este
sentido, es evidente que las principales organizaciones que se han pronunciado en contra de
las iniciativas progresistas están vinculadas con la Iglesia Católica y diversas iglesias
evangélicas, principalmente de la vertiente llamada neopentecostal.
De esta forma, la intromisión de lo religioso en los procesos legislativos se ha convertido en
un punto central de las discusiones académicas y de la opinión pública. Diversos especialistas
de los estudios de la religión y las ciencias políticas han alzado la voz ante lo que consideran
es una clara violación al Estado Laico, cuando organizaciones como el Frente Nacional por
la Familia (FNPF), pastores evangélicos o ciertos legisladores se pronuncian al respecto a
partir de ideas religiosas o usando símbolos que se relacionan con lo religioso.
Esta tensión ha provocado importantes consecuencias en espacios de libre pensamiento como
sucedió el pasado 13 de junio en la Universidad La Salle de la Ciudad de México, cuyas
autoridades cancelaron de último momento la conferencia “Deconstruyendo el feminismo y
la ideología de género” que impartirían Agustín Laje y Nicolás Márquez3, ante la presión de
académicos, estudiantes y grupos feministas con el argumento de que ambos expositores
promovían discursos de odio. Los organizadores denunciaron públicamente este hecho como
un acto de censura. En ese mismo mes, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia
Sheinbaum, instauró el uniforme neutro en las escuelas públicas de la ciudad, es decir, en
palabras suyas: “la falda no será exclusiva para las niñas y el pantalón para los niños.
Acciones sencillas para promover igualdad de derechos”, lo que provocó una fuerte reacción
por parte de grupos conservadores como la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF)

3
(12 de junio, 2019) “Universidad La Salle cancela conferencia sobre ‘falsos derechos’ de mujeres y
comunidad LGBT”, Animal Político, [https://www.animalpolitico.com/2019/06/la-salle-falsos-derechos-
lgbt/]
que declaró que este tipo de medidas son un intento por ideologizar a los niños en nombre de
la igualdad4. Y, más recientemente, en el mes de septiembre en Yucatán, se llevó a cabo la
Cumbre Mundial de los Premios Nobel de la Paz, un magno evento en el que se retomó el
tema del rechazo al matrimonio igualitario. Invitados especiales como Joy Huerta, Ricky
Martin, Miguel Bosé, Diego Luna y Rigoberta Menchú se pronunciaron a favor de éste y
algunos de ellos con severas críticas al Congreso local por legislar en contra.
Podríamos decir que el inicio de la discusión valórica y de los avances en materia de derechos
sexuales y reproductivos se dio en el Distrito Federal con la legalización del aborto en 2007
y con el reconocimiento del matrimonio igualitario en 2010. A pesar de que estas iniciativas
no contaban con la aprobación de la mayoría de los capitalinos, fueron impulsadas
principalmente por los legisladores y el Jefe de Gobierno de ese entonces. Con el paso de los
años, la ciudadanía fue asimilando las nuevas realidades sociales, y hoy en día estas leyes
gozan de una aceptación en la capital del país según la más reciente encuesta de El
Financiero5 en la que se menciona que el 53% de la población en CDMX está de acuerdo
con que la mujer tenga el derecho al aborto y el 62% considera aceptable el reconocimiento
del matrimonio homosexual.
El año 2015 también marcó un hito para los grupos de la diversidad sexual. La Suprema Corte
de Justicia de la Nación (SCJN) falló a favor del matrimonio igualitario al declarar que
cualquier ley que conciba ese concepto bajo los preceptos heteronormativos es
inconstitucional. Con esta medida, las parejas homosexuales que vivían en estados donde el
Código Civil no había sido modificado, podían lograr el reconocimiento legal de su unión
por medio de un amparo gracias al fallo de la SCJN.
Sin embargo, para que esta ley pudiera hacerse realidad en todo el país sin la necesidad de
recurrir al costoso amparo, el presidente Enrique Peña Nieto envió al Congreso de la Unión
una iniciativa en 2016 para modificar el artículo 4o constitucional y el Código Civil Federal
permitiendo que la figura del matrimonio no sea exclusiva entre un hombre y una mujer.
Ante este hecho, la reacción de los grupos profamilia fue demoledora. Estos se organizaron

4
(4 de junio, 2019) , “La polémica por el ‘uniforme neutro’ de la CDMX impulsado por Claudia Sheinbaum”,
El Universal, [https://www.eluniversal.com.mx/metropoli/la-polemica-por-el-uniforme-neutro-de-la-cdmx-
impulsado-por-claudia-sheinbaum]
5
Moreno, Alejandro (27 de septiembre, 2019) “Apoyo mayoritario al aborto en CDMX y Baja California” en
El Financiero, [En línea: https://www.elfinanciero.com.mx/nacional/apoyo-mayoritario-al-aborto-en-cdmx-
y-bc]
en asociaciones civiles como las de Concertación (Centro de Cultura y Orientación Civil), de
origen evangélico, y ConFamilia (Consejo Mexicano de la Familia), de origen católico, para
presentar iniciativas ciudadanas ante las mesas directivas de la Cámara de Diputados y del
Senado con el fin de “proteger la vida y la familia”. Dicha acción fue reforzada por las
marchas que organizó el FNPF y a la que se incorporaron tanto católicos como evangélicos.
El final de la historia devino en una vergonzosa derrota política para el presidente. Su propio
partido, el PRI, que contaba con la mayoría de los legisladores en ambas Cámaras, rechazó
la iniciativa del Ejecutivo en noviembre de ese mismo año con el argumento de que no era
una prioridad para la Comisión de Derechos Humanos y para la Comisión de Puntos
Constitucionales. Sin embargo, fue evidente que la presión de los grupos neoconservadores
resultó ser el factor más importante para que el PRI se echara para atrás luego de haberse
pronunciado a favor de la iniciativa. De esta forma, Peña Nieto se vio relegado al exilio
político, sin el apoyo de la Iglesia Católica, cercana al PRI desde la década de los noventa;
sin el apoyo de los evangélicos, aliados históricos del partido revolucionario; sin el apoyo de
los colectivos de la diversidad sexual quienes vieron desvanecer una gran oportunidad; y, por
último, sin el apoyo de la militancia de su propio partido, lo que derivó en la gran derrota del
PRI en las elecciones de 2018.
Ahora bien, actualmente nos encontramos ante un horizonte sumamente complejo. Cada vez
más lo religioso está penetrando las paredes de lo que aparentemente era un Estado bien
resguardado en su carácter laico. Es decir, separado de lo religioso. Sin embargo, al analizar
la historia de la relación entre lo religioso y lo político, nos damos cuenta de que la Iglesia
siempre estuvo presente, principalmente después de la segunda mitad del siglo XX y con
mayor auge a partir de 1992 cuando las asociaciones religiosas lograron adquirir personalidad
jurídica gracias a la reforma de Carlos Salinas de Gortari, una figura que no existía desde
1917.
Aunado a esto, el surgimiento de actores político-religiosos, como los grupos evangélicos,
complejizan más el panorama. La alianza ecuménico-política que se ha gestado entre estos
últimos y su enemiga histórica, la Iglesia Católica, resulta interesante para reflexionar.
¿Estaremos ante el inicio de acciones mucho más directas de grupos religiosos dentro de los
procesos legislativos? ¿Qué implica que se escuchen los argumentos de estos grupos que
conciben a la familia como algo natural e inamovible? ¿Qué implica usar en las discusiones
legislativas categorías como “diseño original”, “varón y hembra los creó” o afirmar que un
embrión ha sido creado por voluntad de Dios? ¿Qué papel debería tomar el Estado mexicano
si el poder Ejecutivo es el primero en promover símbolos y principios religiosos en su afán
por ocuparse del “bienestar del alma”?
Ante esto, del otro lado también observamos importantes movilizaciones. Además de las
organizaciones feministas y del colectivo LGBTTTIQ+ que cada vez se hacen más presentes
en la opinión pública y el campo político, dentro del mismo campo religioso encontramos
agrupaciones como “Católicas por el Derecho a Decidir” e iglesias evangélicas de la
diversidad sexual que desde sus particulares preceptos religiosos se están movilizando y
promoviendo un mensaje incluyente que contrasta con el de los grupos neoconservadores.
Esto nos enseña que dentro del campo religioso cristiano encontramos una gran diversidad
de tendencias y posiciones políticas respecto a la moral sexual y reproductiva. Aspecto que
se traslada también al campo político y su evidente pluralización.
Desde el propio Gobierno Federal la Secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero se ha
comprometido a impulsar la ley del aborto, el matrimonio igualitario y la despenalización de
las drogas a nivel nacional. Gran parte de los legisladores morenistas en las Cámaras, como
la senadora Citlalli Hernández han asumido la bandera de los derechos sexuales y
reproductivos como parte de su lucha personal y los logros parecen que están llegando,
aunque sea a paso lento.
Es en este escenario en el que la complejidad se hace más notoria, porque no solamente
estamos siendo testigos de acciones para impulsar leyes que responden a agendas valóricas
particulares y cuyos discursos chocan entre sí, sino que detrás de estas iniciativas
encontramos grupos que han definido sus principios a partir de visiones distintas del mundo,
movilizándose con extrema pasión y creyendo con gran celo que su forma de concebir la
realidad social es la correcta.
Que un Estado sea laico no significa que sea antirreligioso, pero que no sea antirreligioso
tampoco implica que se haga política a partir de valores vinculados a una expresión particular
dentro del campo religioso. El problema radica en que en México conviven cientos de
sistemas de creencias y espiritualidades que conciben con distintas tonalidades la realidad
social. Entonces, la ventaja de un Estado laico es que puede mantenerse al margen de dicha
dificultad. Actuando no a partir de valores religiosos sino de principios morales en
concordancia con una perspectiva de derechos humanos que permita la convivencia pacífica
y respetuosa entre distintos grupos. Mientras exista diálogo entre las partes y no se imponga
una concepción de moral sexual y reproductiva única, o se argumente sin violentar los
derechos de los otros, tal vez, y solo tal vez, se estaría en un camino apto para trazar
democráticamente el devenir de una sociedad ideal. En lugar de campañas de odio y
cancelación de derechos, podríamos optar por el reconocimiento de los otros. No obstante,
el escenario mexicano actual se encuentra muy lejos de dicho ideal. Una democracia utópica
resulta placentera de vislumbrar, pero difícil de llevar a cabo.

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