Está en la página 1de 12

La administración crítica como una filosofía de la

praxis y la ciencia.
A lo largo de nuestra experiencia como catedrático, practicante y estudioso de la
administración educativa, han surgido interrogantes y preocupaciones que hemos
traducido en proposiciones para la práctica administrativa. En los últimos años,
como docente en este campo de especialidad, nos hemos dado a la tarea de
elaborar dichas proposiciones y articularlas para compartir significados mediante
escritos y exposiciones con quienes asumen la compleja tarea de administrar la
educación.

Nos proponemos compartir algunas de esas reflexiones mediante esta ponencia


intitulada La administración crítica como una filosofía de la praxis y la ciencia. El
título mismo servirá de eje reflexivo y agenda de este ensayo. Abordaremos en
nuestra exposición las siguientes preguntas: ¿Cuál es el concepto de administración
que estamos manejando desde el paradigma crítico? ¿Por qué es necesario
reinterpretar la administración desde el paradigma crítico? ¿Qué es la
administración crítica como filosofía? ¿Qué entendemos por administración crítica
como una filosofía de la praxis? ¿Qué entendemos por administración crítica como
una filosofía de la ciencia?

A partir de mis reflexiones en torno a estas preguntas nos proponemos defender la


siguiente tesis: Las concepciones reduccionistas de la teoría clásica de la
administración que predominaron durante el pasado siglo -la mayoría aún vigentes
y ancladas en nuestros sistemas educativos- rinden un flaco servicio a la educación,
han sido instrumentos aliados de las estructuras de dominación que preservan el
estado de crisis social y, consecuentemente, han sido detractoras de los procesos
liberadores que deben caracterizar la educación.

El concepto de paradigma

A manera de establecer una nomenclatura uniforme que permita establecer un


diálogo reflexivo en torno a los planteamientos que habremos de hacer, partiremos
de una concepción de paradigma como el conjunto de creencias fundamentales
relativas a los principios que gobiernan las cosas, que expresan una visión del
mundo, su naturaleza y el lugar que ocupa la persona en relación con ese mundo y
sus partes (Guba, 2000). En lenguaje popular podríamos decir que el paradigma es
el espejo a través del cual las personas miran e interpretan el mundo y las
concepciones que forman del mismo a través de esa óptica. Los paradigmas tienen
un potencial predictivo (bajo condiciones normales relativamente estables), generan
hipótesis para la investigación, y guían la práctica. Mediante la investigación y la
práctica se refinan sus postulados, generalizaciones, principios y leyes que los
conforman. Siempre proveen explicaciones valiosas para entender una realidad o
parte de ésta, ya sea de orden natural, del comportamiento humano u
organizacional (Rodríguez, 2001).

Pero todos sabemos que el complejo mundo de la administración de la educación


hace imposible la formulación paradigmática que no tengan fisuras. Esto es así
porque los paradigmas interpretan la realidad desde su propia óptica, es decir,
desde su ubicación o marco de referencia, generalmente aislada de la totalidad. Y
cualquier interpretación de los fenómenos educativos al margen de la totalidad,
carece de significado y sentido. Los espacios sin explicación que dejan los
paradigmas existentes y las necesidades emergentes (a eso que Thomas Kuhn le
llama crisis paradigmática) que conforman nuevas realidades sociales y
organizacionales, hacen que constantemente haya nuevos intentos de proporcionar
nuevos paradigmas que pretenden llenar las fisuras que dejan otros.
Cabe señalar que el concepto de paradigma que estamos utilizando comparte sus
atributos con la teoría, no obstante, el primero se refiere a un concepto más amplio
dentro del cual se agrupan diversas teorías. Así, hablaremos del paradigma clásico
de la administración para referirnos al conjunto de teorías con base en el positivismo
y el conductismo que caracterizó el estudio de la administración durante el pasado
siglo XX.

Una mirada panorámica al paradigma clásico

En el campo organizacional existen numerosos marcos teóricos que intentan


explicar cómo operan las organizaciones y cómo se comportan los miembros de las
mismas. Todos conocemos, para mencionar sólo algunas de éstas, las teorías de:
Sistemas, Sistema Social, Contingencia, Roles, Socio-técnica, Conceptual,
Axiomática, Liderazgo y muchas otras. Estas teorías nos plantean varios problemas
fundamentales. Primero, asumen el paradigma positivista con sus atributos
principales como plataforma de análisis, a saber: la verificación lógica matemática,
la objetividad, la neutralidad, la productividad, el convencionalismo y el
operacionalismo. Segundo, no abordan el proceso administrativo como objeto
primordial de estudio. Tercero, su análisis se enfoca en los componentes de la
organización y sus relaciones intrínsecas, en unos casos, o en el comportamiento
de los miembros de la organización, en otros, pero al margen del contexto socio-
cultural en que operan las organizaciones. Cuarto, abordan los problemas sociales
bajo las mismas premisas de los fenómenos naturales. Quinto, tienen poca o
ninguna pertinencia con los asuntos controversiales del momento como las luchas
obreras, el movimiento feminista, el movimiento de los derechos civiles, la
diversidad, el movimiento gay, lesbiano, transgénero, transexual, y otros.

Aunque el proceso administrativo ha sido objeto de análisis por innumerables


estudiosos del campo, no se ha generado un marco con carácter paradigmático que
integre los saberes y el conocimiento existente en torno a este complejo e
interesante fenómeno. Las consecuencias de esa ubicación paradigmática han sido
devastadoras para el estudio y la práctica de la administración de la educación. En
primer lugar, en cuanto al estudio se refiere, la administración se ha reducido al
análisis aislado de determinados procesos y factores externos específicos, que
niegan su naturaleza integral. Segundo, ese nivel de especificidad ha convertido los
programas de preparación de administradores en academicistas y academizantes
y, consecuentemente, en ejercicios de entretenimiento académico,
descontextualizados y enajenados de sus dimensiones éticas y sus fines sociales.

En cuanto a la práctica administrativa se refiere, la suerte no ha sido distinta.


Primero, porque si enseñamos la administración como una función de determinados
procesos que en algún momento se encuentran en el complejo quehacer
organizacional cotidiano, con esas mismas concepciones en mente irán nuestros
egresados y egresadas a ejercerla en los escenarios educativos. Segundo, si
enseñamos una administración apolítica, descontextualizada, con poca o ninguna
incursión en el estado de cosas del panorama social, nuestros egresados irán a
sumergirse en el cosismo, el embelequismo, el papelismo, el reunionismo y otros
quehaceres superfluos (más adelante explicaremos estos términos más
ampliamente) cuyo mayor alcance son las fronteras de la escuela o la universidad,
si es que logra llegar hasta éstas.

A estas alturas de Nuestra Era, ante el estado de deterioro que vive nuestra
sociedad, y ante las señales de empeoramiento de ese estado de cosas, ése es un
precio que no debemos pagar. Es tiempo de repensar la administración con
intención emancipadora. Esto implica reformular nuestras concepciones de la
administración desde perspectivas más cónsonas con la realidad de nuestras
escuelas y de nuestra sociedad.

¿Cuál es el concepto de administración que estamos utilizando como punto de


partida y marco de referencia?

El paradigma crítico provee las bases conceptuales y filosóficas para rescatar la


administración de un ejercicio técnico de acciones aisladas o atomizadas, a
acciones integrales en una totalidad con significado; de un quehacer enajenado de
la realidad del mundo, a un quehacer inmerso en esa realidad; de una acción
burocrática responsiva, a una acción militante y emancipadora; de interpretaciones
unidimensionales, a dimensiones multidisciplinarias y transdisciplinarias. Desde
esta nueva óptica, nos planteamos tres preguntas claves, entre muchas otras, a
saber: primero, la pregunta óntica, ¿cuál es la concepción de la realidad que
estamos asumiendo?; segundo, la pregunta epistemológica, ¿cuál es la naturaleza
del conocimiento? y, tercero, a partir de esas concepciones, la pregunta
metodológica, ¿cómo llego al conocimiento de esa realidad?

Contrario a las definiciones tradicionales que han caracterizado la administración y


la han reducido a la aplicación de determinados procesos, asumimos una
concepción holista cónsona con su naturaleza y su praxis. Para
nosotros, administración es la práctica crítica, individual y grupal, que integra las
tareas y los procesos con la teoría y con el contexto socio-histórico en el que opera
la organización educativa. Tiene como punto de partida la cultura organizacional e
impacta, a la vez que integra, a las fuerzas endógenas y exógenas que inciden en
dicha organización educativa. Sus fines inmediatos son: a) el desarrollo integral del
educando, b) el desarrollo integral del potencial humano, c) la viabilización de los
propósitos organizacionales y d) el desarrollo, la integración, la reformulación y la
transformación de la organización, según las demandas del momento histórico.
Opera en relación dialéctica con los aspectos que la sociedad necesita preservar,
integrar o reformular y transformar para la finalidad última de un estado de libertad,
democracia, justicia social y paz (Rodríguez, 2001).

Como se desprende de esa definición, nuestras proposiciones ponen atención, no


en determinadas tareas y procesos administrativos en forma aislada, sino en la
estructura del proceso administrativo. Y, ¿qué papel juega el concepto estructura
en nuestras proposiciones? No se refiere a la estructura en el sentido técnico de la
distribución de niveles y jerarquías, sino a una cualidad del proceso administrativo.
Cuando Jerome S. Brunner se refería a la estructura de las ciencias y de las
matemáticas aludía al proceso de la ciencia, al proceso de las matemáticas, a su
significado, al por qué y al sentido detrás del resultado de unos procesos científicos
o matemáticos. Cuando Thomas Kuhn se refería la estructura de la revolución
científica se aludía al complejo proceso de transformación y creación del
conocimiento científico, a los estados de crisis que crean una ruptura con las teorías
vigentes y dan base a nuevas teorías.

Cuando nosotros hablamos de la estructura de la administración crítica nos


referimos al significado mismo del proceso administrativo, a su carácter dinámico e
interactivo, a las contradicciones visibles e invisibles que se dan en esa
interacción. La estructura es la configuración (multiforme, siempre relativa y
dialéctica) de los componentes, los elementos y las manifestaciones concretas y
fenomenológicas del proceso administrativo. Estas manifestaciones definen su
naturaleza, su significado y su esencia como una totalidad concreta y como un
proceso humano (Rodríguez, 2001). Nuevamente, pretendemos destacar,
conscientemente, esa naturaleza humana, es decir, la dimensión ética del proceso
administrativo.

Esto quiere decir que, si un director o directora nos dice, por ejemplo, que el
problema de embarazo de adolescentes de su escuela no tiene que ver con estas
dimensiones sociales, bástale con mirar el estado de deterioro de nuestra sociedad
para advertir si guarda o no relación. Y si nos dice que la administración de los
convenios colectivos no tiene el alcance social que señalamos, está administrando
con ingenuidad y, a nuestro juicio, está desubicado o desubicada.

Esta concepción de la administración se distancia abismalmente de las


concepciones reduccionistas que se fundamentan en el paradigma positivista y que
la circunscriben a procesos específicos que la presentan como una función técnica,
acrítica, apolítica, amoral y descontextualizada. La administración crítica que
proponemos es la antítesis de las definiciones de: Taylor, Fayol, Campbell,
knezevich, Griffiths, Miskel & Hoy y otros tantos, todas, a nuestro juicio, definiciones
reduccionistas. Decir, a estas alturas, que administrar es planificar, coordinar,
organizar y controlar es una visión netamente academicista, y está enajenada de lo
que es la realidad de la administración educativa y la sociedad actual. Decir
esto, claro está, no le resta importancia a estos procesos.

¿En qué consiste la opción crítica?

La administración que proponemos es crítica porque el conjunto de creencias y


premisas que le sirven de plataforma o marco de referencia a sus proposiciones en
torno a la administración, emerge del paradigma cualitativo, que contrasta con el
modelo positivista que ha predominado el pensamiento occidental durante los
últimos ciento cincuenta años (sin dejar de reconocer el pre-positivismo antes de
Comte). Pero, ¿qué significa esto desde la perspectiva de la administración
educativa?

La administración critica no puede dejar de plantearse las mismas preguntas de la


pedagogía crítica, por lo tanto, desafía a los administradores y administradoras con
las siguientes preguntas (inspiradas en el pensamiento de Feire): ¿cuál es nuestro
sueño?, ¿qué clase de mundo estamos viviendo?, ¿qué clase de mundo queremos
vivir?, ¿qué clase de sociedad estamos construyendo?, ¿qué clase de sociedad
queremos construir?, ¿qué papel juega la administración educativa en la respuesta
a esas preguntas?

Si queremos construir ese mundo, el contexto tiene que ser la realidad social. Y en
un proceso de acción y reflexión, la administración contribuye, como proceso vital,
a transformar esa realidad. La administración crítica es un proceso de producción y
reproducción de la vida real, porque no hay administración critica sin contexto, como
no hay educación sin contexto. Y ese contexto es dinámico, cambiante convulso,
escurridizo.
De esta noción de una realidad que no está dada, sino que la construimos los seres
humanos día a día en el intercambio con nuestro mundo, surge la pregunta crucial
en torno al papel que desempeñamos los seres humanos en el drama
administrativo: ¿somos entes pasivos que responden a una realidad dada o sujetos
protagónicos proactivos, con propósitos claros para la construcción de esa realidad,
es decir, sujetos que desempeñan un papel creativo y dinámico?

Si partimos de estas premisas, la función administrativa constante es crear y


administrar los mecanismos para cuestionar permanentemente, desde las
instituciones educativas, la realidad social. Y dentro de esta función, la de reformular
los mecanismos que conduzcan a un nuevo estado de cosas, a una verdadera y
profunda transformación. Estamos afirmando que la reformulación antecede a la
intentona reformadora; de otro modo, la transformación sería un cambio de forma,
pero no de sustancia y contenidos. En este sentido, la administración crítica
subvierte el orden, desestabiliza el status quo para crear condiciones justas.
El paradigma cualitativo que sirve de marco de referencia a la administración crítica
asume visiones ónticas (concepción de la realidad), epistemológicas (producción de
conocimiento) y metodológicas (mecanismos) diferentes al paradigma cuantitativo.
Es decir, formas distintas de entender el mundo y percibir la realidad, de producir
conocimiento pertinente y de crear los métodos para abordar esa realidad.

A diferencia del paradigma cuantitativo, el paradigma cualitativo parte de la premisa


de que la realidad es un proceso socio-histórico formado por valores sociales,
políticos, culturales, económicos, étnicos y de género que se cristalizan con el
devenir del tiempo. Contrario al positivismo cuantiativo, en el paradigma cualitativo
los valores juegan un papel preponderante en la concepción que se tiene de la
realidad. Esos valores no pueden quedar al margen en la interpretación de la
realidad.

Es decir, la administración educativa que proponemos y la realidad administrativa a


la que nos referimos es crítica, porque se concibe como un proceso histórico que
cobra forma, se precisa, cristaliza y cobra significado en el contexto de los valores
sociales, políticos, culturales, económicos, éticos y de género. Esto es así, ya sea
ante el problema cotidiano de violencia de la escuela o ante la solución de un
conflicto laboral. La acción administrativa se fundamenta en un realismo histórico,
no en un realismo inmutable regido por leyes, mecanismos y fórmulas inamovibles.
Es una realidad que se construye; más bien la construimos seres humanos:
administradores y administradoras, maestros y maestras, estudiantes y otros, en su
entorno organizacional y social.

La administración que proponemos es crítica porque aspira, como fin último, a la


reformulación y transformación de las estructuras sociales que perpetúan los
estados de pobreza, injusticia social; es crítica porque aspira a la erosión de la
ignorancia.

La administración que proponemos es crítica porque es un proyecto ético: el ser


humano ocupa el primer lugar y el más importante. Una administración crítica
enfatiza la idea del ser humano como sujeto de la historia, como sujeto del proceso
administrativo y como sujeto del proceso educativo. Los procesos administrativos
requieren constantes juicios valorativos. La racionalidad pura, la burocracia, la
rigidez y el tecnicismo niegan la naturaleza ética del proceso administrativo. Los
propósitos de libertad, democracia, justicia social y paz que guían la administración
crítica, no tienen valor al margen de las consideraciones éticas que le dan sentido.
Sobre este particular nos ilustra Freire (1996) cuando dice: ...transformar la
experiencia educativa en puro adiestramiento técnico es despreciar lo que hay de
fundamentalmente humano en el ejercicio educativo: su carácter formador.
La opción epistemológica

A partir de estas consideraciones ónticas y éticas, ¿de dónde emerge el


conocimiento? Estamos tan acostumbrados al acondicionamiento de ver la
administración como un ejercicio técnico de apagar fuego y responder a la crisis del
instante (antítesis de la administración crítica) que no la vemos como creación de
conocimiento. Y lo es. La administración es el espacio natural por excelencia para
la producción de conocimiento. Si concebimos la administración como un espacio
de construcción de conocimiento necesario y socialmente pertinente, no hay otro
escenario más propicio que el que provee el escenario educativo.
Entonces, la pregunta epistemológica es: ¿qué papel juega la visión que adoptamos
de la realidad en la construcción de conocimiento? La respuesta a esta pregunta es
crucial para nosotros los educadores y, en el contexto del tema que nos ocupa en
este ensayo, para los administradores. Porque de esas concepciones de la realidad
que nosotros adoptamos, emanan nuestras concepciones de cómo los seres
humanos aprenden y construyen el conocimiento.

¿Cuál es la base epistemológica del paradigma que proponemos? Y a partir de esta


base, ¿cuál es la concepción de cómo se produce el conocimiento administrativo?
Dicho, en otros términos, ¿cómo se hace ciencia administrativa desde una
perspectiva crítica?

La administración crítica no es prescriptiva, sino es constante construcción y


reconstrucción de significados. Son el análisis, la reflexión y la creación las que
producen saberes y significados en ese mundo de interrelaciones contextuales. Y
si la realidad se construye, entonces la función administrativa es una de constante
interpretación y reinterpretación de esa realidad. Y esos saberes que produce la
acción administrativa están mediatizados por unas creencias y valores. Por lo tanto,
no es una realidad objetiva, inamovible, dada; sino, es subjetiva. Y si es así,
entonces, no es amoral; por lo cual no puede ser neutral, sino se fundamenta en
una ética. Entonces, la solución a los problemas laborales no tiene una fórmula o
receta. La opción crítica usa la voz de la transformación intelectual como
herramienta activa.

La administración como filosofía

¿Por qué son tan importantes estas consideraciones conceptuales de la


administración? Por varias razones: primero, y como ya hemos señalado, porque es
preciso rescatar la administración del quehacer técnico, de la acción pragmática
pura; segundo, en virtud de esto último, debemos empezar a ver la administración
desde múltiples dimensiones: como un modo de pensar el complejo mundo de la
vida organizacional, como una opción emancipadora y como una acción cultural.
¿Cómo, pues, se relaciona la educación con la cultura? aunque esto es objeto de
una discusión más amplia y profunda, por ahora digamos, como premisa
fundamental, que la educación es un acto cultural. Como tal, renuncia a la cultura
depredadora.
En lenguaje cotidiano, lo que planteamos es lo siguiente. Podríamos levantarnos en
la mañana, dar vueltas un rato en la cama, regodearnos antes y durante el
desayuno, leer el periódico (si acaso), revisar algunas cuentas, recoger algunos
regueros y hacer de eso la agenda del día. ¿A cuántos y a cuántas se les va el día
en sólo eso? Imagínese ese panorama personal sin propósito, sin proyecto de vida.
Imagínelo en el escenario educativo: llegar a la oficina, hablar un rato con la gente
sobre lo cotidiano, leer alguna que otra correspondencia personal, arreglar algunas
cosas en su escritorio, hacer algunas lecturas, atender una que otra llamada y firmar
algunas hojas. Imagínese ese cuadro sin la producción de saberes que debe
caracterizar la enseñanza, sin la investigación que tiene que caracterizar los
procesos de enseñanza aprendizaje, que no resisten esa dicotomía.
Imagínese la administración de la universidad o la escuela, sumida en el cosismo,
el embelequismo, el papelismo, el reunionismo; sin proyecto concertado, sin
intervención en la vida social, sin incursión en el estado de cosas. Por esto decimos
que la administración es filosofía: porque es un modo de pensar el qué, el para qué,
el cómo, el porqué, con significado, profundidad y alcance.

La administración crítica como filosofía de la praxis

A partir de las premisas anteriores, la práctica contextualizada cobra un significado


extraordinario porque se convierte en punto de partida, marco de referencia
constante y punto de llegada. Desde ahí se produce teoría pertinente; desde ahí se
ejerce una praxis con sentido, que interviene en el mundo, mientras éste la afecta,
la modifica, la altera para hacerla pertinente al momento. Y no hay teoría más
pertinente para la administración que la que se produce desde los escenarios
administrativos, anclados en su entorno social. Si adoptamos una visión óntica, es
decir, una clara concepción de la realidad, y si a partir de esa visión adoptamos una
concepción epistemológica, es decir, cómo los seres humanos aprenden, entonces
esto va a tener implicaciones en cómo hacemos las cosas, es decir, va a tener
implicaciones metodológicas.

¿Cuáles son, pues, las bases metodológicas que ubican nuestras proposiciones en
el Paradigma Crítico?

La opción que proponemos es crítica porque no establece esa marcada dicotomía


entre quienes administran y los "administrados". Esa dicotomía, esa separación, es
la antítesis de la concepción de la administración como una construcción social. La
producción de alternativas transformadoras, es decir, la producción de saberes y
acciones es una función compartida, gestora de nuevas y mejores opciones. Y por
esa agenda transformadora, como fin último, decimos que nuestras proposiciones
se fundamentan en el paradigma crítico.

Es crítica porque es dialógica. Esto es, por cuanto es un proceso social, se nutre
del diálogo, de las relaciones humanas multidimensionales: escucha y se deja
escuchar. No son tanto los hechos los que importan, como el conocimiento y el
significado que se genera de ese proceso social de reflexión. Es la administración
que saca tiempo para pensar, para reflexionar, p a r a m a d u r a r l a s i d e a s.

Es crítica porque es la antítesis del cosismo (No busque esta palabra en el


diccionario porque no está. Me amparo en mi licencia poética para crear el término).
Yo lo defino como el afán por hacer cositas y cosas. El cosismo tiene dos
expresiones concretas. Por un lado, está el cositismo. Es el afán cotidiano de hacer
cositas que le diluyen el día en detalles: en atender llamadas, en arreglar el
escritorio, en firmar documentos y en otras tareas similares. No es que estas tareas
no sean importantes, sino que no pueden llenar su agenda de todo el día por que
cuando llega la hora de salida usted siente que se le ha ido el día en chucherías.
Pero el cosismo tiene una expresión más refinada, que es el embelequismo
(necesidad de hacer embelecos). El embelequismo pone a trabajar a todo el mundo.
Es alguna novedad que se le ocurrió a alguien de nivel local o central, pero que no
guarda ninguna relación con la misión, los objetivos o el plan general de la escuela,
mucho menos con la agenda emancipadora. El embelequismo se nutre del
trabajismo, un impulso de trabajo que deja extenuado o extenuadas a la gente, pero
que es pasajero. Responde más al sensacionalismo y al dramatismo, que a una
visión y a una agenda clara. Su producto concreto es el reunionismo -afán por
reunirse por que se cree es sinónimo de producción- y, concesecuentemente, el
papelismo (momtañas de papeles), y otros "ismos" que van sólo a llenar informes y
archivos.
Es crítica porque es ministerio altruista en pro de la justicia social. Porque usa el
poder, no para controlar y manipular, sino para dar participación.

Pero la pregunta clave que surgió de todo este proceso de reflexión fue: ¿cuáles
son las implicaciones metodológicas de las proposiciones que hacemos?, o sea,
¿cómo operacionalizamos lo que hemos denominado el Paradigma Dialéctico de
Administración Crítica?

En primer lugar, creamos el concepto de momento decisional como un primer


acercamiento a la práctica crítica de la administración. Lo hemos bautizado como el
diapazón de la administración. ¿Por qué el diapazón? Utilizando esta analogía del
diapazón de un cuatro podemos explicar mejor el concepto de momento decisional:
a) en el diapazón del cuatro están contenidas todas las notas que se necesitan para
entonar una canción, pero hay que ponerle armonía, b) todas las notas y el lugar
que ocupan en el diapazón son importantes, pero hay que escoger en ese mundo
de posibles notas, las que necesita para darle forma a la melodía, c) usted se mueve
del primer al último traste en busca de notas que articulen su canción, y d) hay que
decidir en qué tono va a tocar, e) hay que identificar las notas graves o agudas, f)
hay que ponerle tiempo, sea de bolero de salsa o de rap, el tiempo es imperativo; y
se define con intención.
No todo el mundo puede tocar el cuatro. No todo el mundo le puede sacar música.
Más aún, si usted no tiene el talento o no ha desarrollado la capacidad, de nada le
sirve el diapasón del cuatro, porque tocar el cuatro es un arte. La pregunta análoga
que surge es: ¿por qué casi todo el mundo piensa que puede administrar?, ¿acaso
no es un arte? Hay muchos músicos que por más cursos, seminarios y talleres que
tomen, siempre van a tocar desafina'o.

Partimos del momento decisional para operacionalizar el Paradigma. Éste tiene seis
niveles de reflexión que se fundamentan en la pedagogía crítica de Paulo Freire. En
ese mundo complejo de interacciones (análogo a la complejidad de las notas del
diapazón) se ejerce la administración como una práctica reflexiva. De aquí surgen
los niveles de reflexión que proponemos. Los primeros tres niveles se nutren del
momento decisional. Éstos son:

-percepción: ¿cuál es la anomalía que detecto que debo atender? Es la lectura


crítica de la realidad, es decir, del mundo.

-investigación: ¿qué información necesito para su entendimiento cabal?


-tematización: ¿qué nuevos ángulos y contradicciones surgen de la investigación?
-problematización: ¿cuáles son los límites y posibilidades del problema que me
instan a asumir una postura?
-transformación: ¿cuál es la acción transformadora concreta que libera las
contradicciones y promete un mejor estado de cosas?
-verificación: ¿qué medios evidencian que la transformación tiene el alcance
esperado?
Veamos la relación teoría-práctica. La administración crítica establece una relación
dialéctica entre teoría-práctica, práctica-teoría. Como tal, a diferencia de la
administración clásica tradicional, no ve al mundo histórico-social -y esto es cierto
para el comportamiento crítico en general- como un puro objeto exterior a analizar,
y no escinde de la dimensión teórica de la práctica. En este sentido es la antítesis
de la teoría tradicional que se fundamenta en el pragmatismo, el conductismo y el
academicismo.
La opción metodológica

La opción metodológica de la teoría crítica se sustenta en los principios de la


dialéctica (en el sentido materialista): la totalidad, el dinamismo y el cambio, las
contradicciones, la negación de las respuestas absolutas, la realidad concreta. Por
otro lado, no hay forma alguna de entender la administración como proceso de
construcción social al margen de los procesos dialógicos que la definen y la
distinguen. La administración, desde esta óptica es holística, creativa y liberadora.
Entonces el método supera lo empírico-analítico y lo histórico-hermeneútico. ¿Cuál
es la función de los administradores y administradoras, desde la óptica crítica ante
el panorama que presenta la realidad de hoy? Es analizarlo, describirlo e
interpretarlo para reformularlo y transformarlo. En este sentido, significa anuncio y
denuncia. Para ello lee la realidad, la interpreta, investiga, asume una postura,
propone reformulaciones y transformaciones, y asume un rol protagónico.

Es aquí donde se plantea las preguntas que sugiere Freire al educador investigador
progresista: ¿qué tipo de investigación?, ¿contra qué se investiga?, ¿para quién se
investiga?, ¿contra quién se investiga?

¿Qué platean los principios de la dialéctica que sustentan el paradigma de


administración crítica?

El paradigma de administración crítica que proponemos es dialéctico porque busca


el significado entre el todo y las partes, las partes y el todo. Porque va de lo concreto
a lo abstracto, de lo abstracto a lo concreto, en busca de significados. Es decir, de
la acción concreta de cómo atendemos el problema de la maestra que maltrata a un
estudiante o el estudiante que maltrata a la maestra, al problema más abstracto y
complejo de la violencia que genera la desigualdad social. Las decisiones en toro a
este asunto, tienen implicaciones para el estado de libertad, democracia, justicia
social y paz, al que aspira nuestro pueblo.

El paradigma que proponemos es dialéctico porque asume un modo diferente de


pensar la administración. Un modo que rechaza el formalismo que impone la lógica
formal aristotélica que ha dominado el pensamiento occidental durante los últimos
dos mil años y el positivismo del último siglo. Destacamos cinco principios de la
dialéctica, fundamentales para la interpretación de la administración desde una
perspectiva crítica, a saber:

El principio de la totalidad

Todo se relaciona, por lo tanto, los problemas de la administración no se pueden


ver en forma aislada; hay que verlos en el contexto de la totalidad.

El principio de dinamismo y cambio. La realidad es cambiante y dinámica, por


lo tanto, esto es también una cualidad de la administración.

El principio de la contradicción. Toda la realidad está plagada de


contradicciones, son insoslayables. Es en ese mundo en el que opera la
administración educativa. No podemos negarlas, sino incorporarlas a nuestra
gestión administrativa.

El principio de la negación de respuestas absolutas ¿Cómo puede haber


respuestas absolutas en una realidad cuyos atributos son el dinamismo, el
cambio, la contradicción?

El principio de la realidad concreta. En virtud de todos esos atributos, la


administración hay que verla como algo que se crea y se desarrolla, que se
transforma constantemente. Por lo tanto, no es algo acabado, sino está
constantemente siendo.
Estos son, entre otros, conceptos medulares que utilizamos para la
construcción de lo que hemos denominado el Paradigma Dialéctico de
Administración Crítica. Como mecanismo de operacionalización del Paradigma
proponemos una serie de procesos que facilitan la administración crítica, a
saber:

La inducción a la reflexión. Es la forma en que los administradores y otros


inducen y motivan la reflexión sobre el asunto en cuestión.

El interrogatorio dialógico. Se refiere a las preguntas que se hacen que


promueven el análisis, la reflexión y el diálogo.

La diversidad participativa. Promover y dar participación a todos los sectores


involucrados en el asunto. La administración crítica es un proceso colectivo de
libre discurso estímulo afectivo. Es el trato respetuoso y digno en el cual se
reconocen las aportaciones.

La postura dialógica. Alude a la posición de militancia decidida que se asume


ante el problema. en la administración crítica la comunicación tiene que ser
libre, no coerciva, en la que todas las partes se sienten escuchadas y cuyos
intereses son considerados.

El consenso estratégico. Son las conclusiones y las estrategias a las cuales se


ha llegado por consenso para atender el asunto.

El potencial teórico, práctico e investigativo del Paradigma [Dialéctico de


Administración Crítica] apenas inicia una trayectoria de la cual resta largo
camino por recorrer, En esta primera etapa basta con provocar la inquietud y la
reflexión, desde otra perspectiva, acerca de ese complejo e interesante
fenómeno que es el proceso administrativo. (Rodríguez, 2001, p. 171).

Referencias

Guba, E.G. (2000). Competing paradigms in qualitative research. Handbook of


qualitative research. Thousand Oaks: Sage Publications.
Heese, E. (1980). Revolutions and reconstructions in the philosophy of science.
Bloomington: Indiana University Pres
Rodríguez, J.M. (2001. La estructura de la administración crítica: una interpretación
dialéctica. San Juan: Edición del autor.

También podría gustarte