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El proceso de producción de Limón al agua

No se parte de ningún concepto ni de un argumento preconcebido. Lo que genera


el relato es un encuentro de palabras, un chiste, un juego. Nace a los postres de
un almuerzo veraniego al momento de elegir los sabores del helado. Mi hija pide
limón y es entonces, cuando surge la pregunta pertinente ¿limón al agua o
mousse de limón? Aunque ella opta por la segunda posibilidad mi atención se
dirige a la primera, enfoca esa reunión de dos términos unidos por una
preposición contraída con el artículo y, de ahí después de un momento de
extrañamiento, comienza la deriva de lo dicho. A partir de la juntura se produce un
chispazo que desencadena una serie de significados. La historia que resulta
narrada tiene que ver con ese desencadenamiento. El encuentro de palabras vaga
como alma errante sin su cuerpo original. Va intentando encarnar en diversas
situaciones.

Considerando esta anécdota como la antesala del relato referido y pensando


posibles cruces entre las investigaciones artísticas y las investigaciones científicas
nos parece pertinente indagar algunas afinidades y diferencias entre la
metodología de la investigación en arte y en ciencia. A partir de aquí nos
preguntamos qué lugar ocupan, en un proceso de producción de conocimientos o
de obra, determinadas situaciones a las cuales podemos nombrar genéricamente,
desde la óptica de la filosofía de la ciencia, como pertenecientes al contexto del
descubrimiento.

El mencionado campo, que precedería y serviría a la investigación propiamente


dicha ha sido caracterizado y valorado de distintas maneras en la literatura
filosófica del siglo XX.

Karl Popper, en La lógica de la investigación científica, al abordar la problemática


de la concepción e invención de teorías, habría establecido un límite férreo entre
las etapas primeras de una investigación y las posteriores metas justificativas.
Considera, relegando estas instancias al desván del psicologismo que “La
cuestión acerca de cómo se le ocurre una idea nueva a una persona –ya sea un
tema musical, un conflicto dramático o una teoría científica- puede ser de gran
interés para la psicología empírica, pero carece de importancia para el análisis
lógico del conocimiento científico.” (P.30)

Desde una óptica diferente, que otorga a la invención un status gnoseológico más
elevado, tenemos en cuenta la referencia que hace Carl Hempel, en Filosofía de
la ciencia natural, al relato acerca del descubrimiento de la molécula de benceno
que tuvo como protagonista al químico alemán August Kekule (1829-1896) a
quien en medio de una ensoñación se le presentó la imagen de una serpiente
enlazada por la cola y esa aparición lo condujo a la estructura de la molécula de
benceno. Hempel echa mano a este ejemplo para cuestionar el rol de las
inferencias sistemáticas en los procesos de investigación. “En su intento de
encontrar una solución a su problema, el científico debe dar rienda suelta a su
imaginación, y el curso de su pensamiento creativo puede estar influido por
nociones científicamente discutibles.”(H.34) A pesar de esta consideración positiva
el autor, aclara, inmediatamente el lugar de subordinación que ocuparía la
imaginación en función de la posterior validación de una teoría “Sin embargo, la
objetividad científica queda salvaguardada por el principio de que en la ciencia, si
bien las hipótesis y teorías pueden ser libremente inventadas y propuestas, sólo
pueden ser aceptadas e incorporadas al corpus del conocimiento científico si
resisten la revisión crítica, que comprende, en particular, la comprobación,
mediante cuidadosa observación y experimentación, de las apropiadas
implicaciones contrastadoras.”1

En tanto que, desde la postura del anarquismo metodológico, Paul Feyerabend, en


Contra el método postula el llamado principio de proliferación. Por el mismo sería
posible superar “(…) una escisión entre una realidad odiada y unas fantasías
gustosamente acogidas, la ciencia y las artes, descripción cuidadosa y
autoexpresión sin restricciones.” (F.26) La idea de orientar la investigación
científica más allá del esquematismo vacío que se pone como meta la
aprehensión de verdades universales tendería un puente entre los lenguajes
artísticos y la ciencia. La coincidencia entre lo puramente subjetivo y arbitrario con
lo objetivo y legal haría avanzar el contexto del descubrimiento sobre el de la
investigación incluyendo la imaginación como facultad esencial al conocimiento.

Esta búsqueda de vasos comunicantes propulsada por Feyerabend nos conduce a


indagar las diversas metodologías de investigación artística que se explicitan en
los escritos de artistas de épocas diversas.

Leonardo Da Vinci en Tratado de Pintura ofrece una pauta metodológica que


considera “digna de risa aunque útil para avivar el ingenio”. La observación de
manchas de humedad o de piedras jaspeadas puede conducir al artista a
establecer semejanzas con “algunos paisajes, batallas, actitudes prontas de
figuras, fisonomías extrañas, ropas particulares y otras infinitas cosas” (Da Vinci
XVI Sin embargo este uso de la imaginación sería funcional a las reglas impuestas
por la teoría de la perspectiva. No tendrían un valor en sí mismos puesto que
siempre el pintor debe aspirar a ser universal (XXI) El objetivo de la representación
apunta a alcanzar la verdad del objeto. Siguiendo a Feyerabend, se asegura así
la cientificidad del procedimiento. (Feyerabend Ciencia como arte, Pág 82) Desde
el siglo XV, a partir de las investigaciones de Bruneleschi y las posteriores
sistematizaciones de Alberti, que ofrecen un marco teórico al arte de la pintura, se
1
Hempel, Karl, Filosofía de la ciencia natural, Pág. 34,
habrían planteado para la investigación artística metas de verificabilidad. Y aunque
Leonardo estaría cuestionando la validez universal de los experimentos del
arquitecto veneciano debido sus condiciones particulares la aspiración de
reproducir la verdad se impone como una meta indiscutible. Este condicionamiento
encarcela a la expresión artística dentro de una férrea heteronomía, enmarcada
en la Teoría general de la imitación. Por lo tanto la sugerencia metodológica
davinciana quedaría subsumida en esta idea regulativa. Siguiendo este decurso
teórico, y en base a la problematización que formula Arthur Danto en El mundo del
arte, 1964, esta subsunción se habría quebrado a fines del siglo XIX con el devenir
de la llamada Teoría de la realidad que significó para el arte una victoria ontológica
y, correlativamente, habría abierto, para nosotros, una perspectiva metodológica
diferente.

Si cruzamos esta frontera, que significó para el arte la salida del imperio de la
mímesis, y pensamos los indicios metodológicos que nos ofrecen las vanguardias
del siglo XX encontramos algunos relatos reveladores dispersos en la épica
surrealista. En Una ola de sueños, Louis Aragon impugna la teoría del
conocimiento propulsada por el positivismo y su consecuente metodología “ A
estos nadie les hará comprender la verdadera naturaleza de lo real: que no es
más que una relación como cualquier otra, que la esencia de las cosas no está de
ningún modo ligada a su realidad, que hay relaciones diferentes de lo real que el
espíritu puede captar y que son también primordiales, como el azar, la ilusión, lo
fantástico, el sueño”.(Aragon,55) Los métodos propuestos no se postulan como un
medio de alcanzar la verdad sino como el mecanismo inmanente que tienen su fin
en sí mismos. El azar, la ilusión, lo fantástico y el sueño constituyen esa napa de
lo real que se vislumbra por las grietas de lo cotidiano. “Sueños, sueños, sueños,
el dominio de los sueños se expande cada vez más” (55) La proliferación onírica
se abre reclamando su propia consistencia. No se busca la corroboración o la
refutación de una teoría sino la profundización del enigma y la continuidad del
descubrimiento. El sueño no se presenta como para Kekule en camino para
encontrar la verdad sino como la verdad misma.

Si buscamos un marco general donde subsumir esta construcción metodológica


que se presenta independiente de sus fines nos encontramos con la impugnación
de toda universalidad. Las consideraciones acerca de la ciencia explicitadas por
Nietzsche en sus escritos póstumos conocidos como La voluntad de poder dan
cuenta de la crítica a la pretensión generalizadora. El triunfo de los métodos
científicos, que se presentaría como el logro del siglo XIX, no implicaría para
Nietzsche, el triunfo de la ciencia. Históricamente antes del predominio de estos
métodos, la búsqueda de la objetividad como conducta previsora habría sido
rechazada porque representaba el menoscabo de la particularidad. “Durante
milenios todos los métodos, todas las premisas, de nuestra moderna ciencia han
sido objeto del más profundo desprecio” La humanidad llegó a la instauración de
la verdad como meta mediante un acto de persuasión estética “se creía en el
efecto pintoresco de la verdad, pedía al sabio que realizase un gran efecto sobre
la fantasía” (Pag 210) Por lo contrario la persistencia del descubrimiento se
abstendría de descansar en una concepción general del mundo, reafirmaría el
carácter enigmático de la existencia “el enigma mantiene nítida su deuda con lo
que expresa y vela, no pretende imponerse en modo alguno a las fuerzas de lo
real (…) el enigma no oculta su vinculación directa con los intereses vitales del
adivino (…) (Savater, 80) Mientras la metodología científica busca dar una
respuesta a las preguntas instaurando un equilibrio sistemático, los métodos de
los artistas actualizarían reiteradamente el juego de fuerzas entre el acto de
conocimiento y el objeto a conocer. Un pintor que modifica los colores de un
cuadro o un poeta que agrega palabras a un verso estaría vivificando este vínculo
y asumiendo la persistencia del caos en oposición al cosmos al cual aspira la
ciencia. En los aforismos agrupados como El arte –Una voluntad de poder se
sustrae el sentimiento de lo bello de “todo orden jerárquico” y se remarca el
carácter lúdico de las investigaciones artísticas “El juego, lo inútil –como ideal del
hombre pletórico de fuerza, como infantil. La infantilidad de Dios.” (Pág 290) Esta
salida de un orden previsible y referencial en pos de la continuidad del juego
transmuta la voluntad de verdad en voluntad de mentira, concluyendo que el
hombre es un mentiroso por naturaleza, esto es, un artista.

El descubrimiento, pone su centro de acción en el juego de los significantes y


propone la proliferación de metáforas y la producción de nuevas referencias. . En
el primer capítulo de El Amor loco, André Breton, cuenta la captación de una frase
al vuelo “On dine” que refiere al anuncio de un restaurant. Sin embargo la
operación poética permite extraer esa frase de su referencialidad original y
volcarla hacia otros significados posibles.

.En Limón al agua se lleva a un extremo esta cuestión. Se problematiza la


relación entre significante y realidad al punto de definir dos compartimentos
estancos, el de la palabra donde la expresión errante se mantiene en un estado de
orfandad y el de los hechos los cuales prefieren permanecer sin nombre o eligen
otra denominación. Este desajuste propicia una persistencia caótica hasta que al
ensamblarse realidad y nombre por la adivinanza formulada por un niño a otro se
realza la preeminencia del juego en la investigación poética.
También, dentro de este contexto resulta significativo la anécdota de André Breton
presentada en el cap.I de El Amor Loco

Leonardo/Breton/Felisberto Hernández

Este mecanismo aleatorio nos remite a la épica surrealista. Esta puesta en


cuestión de la referencialidad unívoca es propia de la poesía moderna y la hereda
el arte contemporáneo. La ruptura con el significado esclavizante abre las puertas,
desde diversos lenguajes a la errancia de los significantes, viajeros incansables,
aves de paso, que recorren el cielo de las expresiones posándose provisoriamente
en distintas estaciones.

Análogamente a esta búsqueda poética también detectamos un mecanismo


aleatorio semejante en los mitos iniciáticos de la investigación científica. El relato
acerca del descubrimiento de la molécula de benceno por parte de Kekule, citado
por Hempel en Filosofía de la ciencia natural, rescata el papel de la imaginación
en la investigación científica. Pero distintamente al modelo de la deriva bretoniana
“(…) la objetividad científica queda salvaguardada por el principio de que en la
ciencia, si bien las hipótesis y teorías pueden ser libremente inventadas y
propuestas, sólo pueden ser aceptadas e incorporadas al corpus del conocimiento
científico si resisten la revisión crítica, que comprende, en particular, la
comprobación, mediante cuidadosa observación y experimentación, de las
apropiadas implicaciones contrastadoras.”2

El momento inventivo estaría, en el proceso de la investigación científica


subordinado a la etapa deductiva o inductiva. Siempre se tiene presente el objetivo
de establecer un orden. Esta intención cosmética se diferencia de la metodología
descrita para el campo del arte. En esta última se propone el sostenimiento del
enigma y se rehúye cualquier finalidad sistemática. El abordaje nietzcheano, que
se explicita en los aforismos de La Voluntad de Poder nos sirve para visualizar
esta contraposición. La psicología del artista rechazaría el orden jerárquico
tomando como modelo el juego y la inutilidad.

Limón al agua

Una historia se esconde a partir de un encuentro de palabras. Después que


alguien hace un anuncio puede suceder cualquier cosa. ¿Lo dicho tiene
consecuencias impredecibles? ¿Construye la realidad en variadas direcciones?

2
Hempel, Karl, Filosofía de la ciencia natural, Pág. 34,
Cuando se dice algo se genera una existencia que busca echar raíces. El nuevo
ente es capaz de vagabundear sin rumbo durante un tiempo ilimitado. Nosotros
intentaremos seguirlo en su deriva.

Ahora dirigimos nuestra mirada hacia el escenario donde se desarrollan los


sucesos que darán a luz al nombre en cuestión. Una vez nacido iniciará un
derrotero sorprendente en busca de un hogar duradero.

Nos encontramos en la cubierta del trasatlántico Graff Speedy, la embarcación de


pasajeros más cotizada durante la primera mitad del siglo pasado. Corre el verano
de 1915. Ya se ha hundido el Titanic, ya estalló la Primera Guerra, la Revolución
Rusa se incuba en el extremo de Europa. Detrás de la barra de la confitería,
semillero de habituales deslices amorosos, el barman Caliban Cacciatore imagina
los tragos más punzantes para aquellos pasajeros, embarcados para olvidar el
dolor de la tierra firme. Era el momento indicado para la preparación del Acid
explossion into the heart, menjunje casi alucinógeno y altamente afrodisíaco.
Cerca de la barra bailoteaban algunas damiselas, ansiosas por movilizar a los
vetustos caballeros anclados y atrincherados en sus mesas, melancólicos nadies,
con las miradas perdidas en la inmensidad restringida del salón bailable.
Cacciatore revisa la lista de ingredientes imprescindibles para la elaboración del
Acid Explossion, ron blanco, champagne, jugo de mango, jengibre en polvo,
azúcar rubia y, al menos, un limón. Al pasar lista a los elementos y alinearlos sobre
la mesada comprueba con horror la falta del cítrico, rey de los sabores ácidos.
Piensa aventuradamente, en reemplazarlo por pomelo pero esta idea peregrina
hiere de muerte su ortodoxia coctelera. Las damiselas taconean en fila india a lo
largo de la barra, exigiendo el incentivo para los caballeros, ellas quieren ser
agasajadas y gozar a más no poder. Cacciatore después de un ejercicio de
introspección se arroja de cabeza en la marea de su angustia. ¿Cómo salvarse?
Reclama a gritos un limón. En pocos minutos la noticia de la carencia corre por de
boca en boca entre todos los presentes. Deja de lado cualquier resabio de
compostura, abandona su fortificación situada detrás de la barra, esquiva a las
damiselas acechantes y alcanza la cubierta. Allí activa la sirena de emergencias
pasando por alto al capitán y al contramaestre. Toda la tripulación alarmada asiste
ante el sonido estruendoso. Cacciatore expone ante los presentes la trágica
situación. ¿Alguien sabe de la presencia de un limón oculto en las bodegas, salas
de máquinas o camarotes del navío? Se encuentran en pleno altamar, a muchas
millas de distancia de cualquier posible centro de aprovisionamiento, hay pocas
esperanzas de hallar la fruta codiciada. Ante la desesperada requisitoria cunde el
silencio. Cacciatore hace muecas desesperadas mientras que las damiselas,
agolpadas tras la puerta de vidrio de la confitería pegan sus labios sobre el cristal
en señal de deseo creciente. La espera de una solución se prolonga durante un
tiempo interminable ¿diez minutos? ¿Media hora? ¿Toda una tarde? Se oyen
cuchicheos y susurros propios de los temores de naufragio. En cierto momento
irrumpe la pequeña voz del grumete Haracio Pelestanti, recientemente
embarcado. El joven, casi niño, asegura haber detectado un limón en un rincón
perdido de la cubierta durante su trapeado matinal. Cuenta que el fruto se había
deslizado huyendo del acoso del lampazo. Como denostador de una famosa
canción infantil del futuro y no queriendo encarnar ningún rol de mono valiente, lo
había dejado ir en su rodada, ignorando el destino del cítrico. Cacciatore, al
escuchar el relato del grumete, después de lanzar un estertor desesperado, corre
a abrazarlo considerándolo su salvador y lo conmina al armado de una brigada
para el hallazgo del fruto. Allí se enrolan los más expertos rastreadores de la
tripulación, lobos de mar avezados en la localización de olores y de objetos
perdidos. Organizan una ronda por la cubierta hasta que el cabo de corbeta,
Alizancio Bermúdez, originario de las Filipinas, lanza la señal gutural de hallazgo
exitoso, levantando en alto, ante los ojos de todos, al tembleque limón, un poco
confundido. Pero desgraciadamente, por la humedad de la mano del marino, las
emociones reinantes, la fatiga y la proximidad de la borda, el limón, recién
rescatado se precipita al mar tormentoso. Se escucha entonces el grito
desesperado del vigía, que dará un vuelco inesperado a esta historia –Limón al
aguaaaa!-

¿Qué viene después del anuncio? El vigía es un pobre espectador impotente. El


captor del limón un triunfador fracasado, el barman Cacciatore un fracasado
mayor, las damiselas una bandada de animales marinos insatisfechos. Los
caballeros de las mesas continúan sentados como grandes budas fumando sus
cigarros. Pero nos quedan dos hilachas sueltas. Por un lado el objeto perdido,
aquel limón arrastrado por la marea con destino desconocido, por otro el nombre,
también a la deriva. “Limón al agua”, después de su enunciación, inicia un
peregrinaje sin descanso en busca de una referencia. El desenlace para el objeto
limón es sencillo y trivial. Es hallado en una playa de La Florida por un bañista que
lo utiliza para aderezar la ensalada. Cunde entre la comunidad de veraneantes
cierta intriga respecto al origen de la aparición costera, pero a las pocas horas se
disipa, ya nadie habla del limón. Silencio, sólo persiste el ruido del viento.

Por lo contrario la expresión “limón al agua” inicia su esforzado camino a través


de los senderos de lo real imaginable. Un poco desorientada, como buen fantasma
recién nacido a su condición, va tentando variados referentes, sin encajar
definitivamente en ninguno. Es un caso típico de nombre espectral indeciso. Cómo
escualo peligroso asoma del océano del lenguaje y amenaza a distintos objetos,
situaciones y entes. No logra fusionarse con ninguno. Por eso nos parece
necesario, para conseguir que “limón al agua” descanse en paz, examinar, uno por
uno sus intentos de referencia, algunos más desgraciados que otros.

Lo primero que nos cuadra como reacción cuando la escuchamos es proferir un


exaltado -¿Qué querés decir con eso?- Con ese retruque nos sumergimos en las
profundidades del mar de los significados donde flotan y chapotean, como restos
de naufragio, variedad de candidatos. El primero que se nos presenta es un juego
infantil litoraleño consistente en embocar un limón en un tacho de agua. El
diámetro del tacho varía de acuerdo a la categoría de los competidores así como
la distancia entre el lanzador y la meta. El juego, carente de nombre durante unas
cuantas décadas, se topa en una mañana de febrero con la expresión en cuestión,
se miran, se huelen con desconfianza. “Limón al agua” efectúa una sarta de
coqueteos entre los jugadores pero finalmente es rechazado. El motivo, razonable
por cierto, consiste en que el limón podría ser reemplazado tranquilamente por
naranja o mandarina, y el líquido receptor podría ser sustituido por vino, cerveza o
coca cola. Es más, en los certámenes ocasionales el ganador tiene derecho a
beberse el contenido del tacho y por eso, al cambiar el brebaje, el premio gana en
atractivo. Así, al carecer de especificidad, “limón al agua” debe alejarse del
escenario del juego con el rabo entre las patas.

La segunda estación en el vía crucis se localiza en la cocina de un naturista


ortodoxo en plan de depuración. Este sujeto, todas las mañanas, sumerge un
limón en un cacharrito y lo hierve durante diez minutos. “Limón al agua” penetra
por la ventana de la cocina y comienza a susurrarle al oído mientras el sujeto flota
en sus meditaciones matinales – Lo que tú estás preparando se llama “Limón al
agua”. No lo dudes, ese es el nombre correcto, con ese nombre se lo conoce y se
lo conocerá para siempre. Cuando hables de él todos entenderán qué estás
mentando- El naturista se sobresalta, piensa por unos instantes que lo que había
escuchado se trataba del zumbido de un insecto tropical pero luego reconoce
determinadas palabras articuladas cargadas de sentido. Con la vista perdida en la
pared de la cocina lanza una respuesta evasiva a la alimaña nominal que lo
requiere – Déjame pensarlo un minuto- “Limón al agua”, siempre esperanzado,
permanece en un rincón impaciente por la decisión en ciernes. Lamentablemente,
al rato, el sujeto saludable sale a refregarle el veredicto – Yo lo llamo “té de limón”-
e inmediatamente abre grande la ventana y expulsa, mediante soplidos, al
fantasma seductor. Éste se aleja revoloteando acongojado, comprendiendo que
los tiempos de espera en las decisiones amorosas nunca son buenos y resuelve
dejar, la próxima vez, menos margen para la deliberación.

Bastante desalentado, nuestra juntura de vocablos, comienza a rondar por las


zonas comerciales en busca de un asiento para ser significado. Recorre populosas
barriadas, se mete de contramano por avenidas saturadas de carteles luminosos,
dobla por transversales y por pasajes, se pierde, se ubica, se vuelve a perder. Por
momentos se siente un trabalenguas sin sentido pero luego recupera la fe en su
identidad. Se detiene ante vidrieras inundadas de artículos lujosos, ninguno, ni el
más estrafalario, le parece digno de llevarlo como nombre. Ya harto de tantas
novedades, fatigado, siente que sus extremidades sonoras, gráficas e imaginarias
necesitan reposo. Está a punto de echarse a descansar en una cornisa junto a un
nido de paloma, cuando divisa un local a punto de ser inaugurado. Los
escaparates exhiben modelos rimbombantes de ropa femenina de última moda,
casacas con botoncitos fosforescentes, polleritas entalladas y cortonas, enaguas
de matelasé con puntillas alocadas, zapatitos de raso típicos de la belle époque.
Un poco retro y también vanguardista, el local, por cuyo interior deambulaba su
dueña entusiasta, espera, aún sin nombre asignado, el momento del ingreso de la
avalancha de clientas deseosas. Nuestro significante extenuado resuelve
mostrarse a todo trapo sobre la marquesina. Se rodea de bombitas de colores, se
enciende y apaga, deslumbra a los peatones sorprendidos por la nominación
aventurada. La dueña, tomándose un descansito, decide salir a la vereda para
tomar un poco de aire. Allí se topa con la novedad sorprendente e interroga a sus
colaboradores -¿Quién le puso este nombre? Mi negocio se llama Cucusa Tarico,
como yo, lleva mi nombre y apellido, así tiene que ser- Y en un brote de
indignación ante lo inexplicable envía a una cuadrilla de operarios para reemplazar
el nombre intruso. “Limón al agua”, mediante una ágil maniobra, logra huir del
pelotón de exterminadores y levanta vuelo con rumbo incierto.

¿Hacia dónde? Como toda locución idiomática tiene la capacidad de trasladarse


por el espacio y por el tiempo. Puede cruzar las fronteras, ser adoptada en países
lejanos, volverse internacional o simplemente vernácula. Pero propulsada por un
ataque de miedo se mete en el túnel del tiempo y recala en aquel Buenos Aires
mitológico, plagado de compadritos con feites en las mejillas, chambergos a la
burda y pantalones bombilla. Emerge en un atardecer de domingo cuando la barra
de la esquina comenta sus andanzas de la noche anterior. Situado a corta
distancia de uno de los muchachos, mientras varios de los participantes de la
ronda tararean tangos anárquicamente, registra el gesto de desprecio de uno
hacia otro. Se le acerca e intenta convencerlo –Decile “Limón al agua” Eso lo va a
ofender de lo lindo. Es peor que “Compadrito a la violeta”, más ofensivo que
“farabute” De aquí van directo al duelo criollo.-El guapo cavila en su fuero interno,
palpa bajo su chaleco el bultito del cuchillo, le muestra los dientes a su enemigo.
Pero contrariamente a lo esperado, estalla en ataque de llanto, abraza tiernamente
a su enemigo y exclama –vení pa acá…Te quiero mucho- Unidos fraternalmente
se besuquean y bailan una milonga campera mientras el resto de la barra los
festeja. La expresión errante, comprende que los tiempos están cambiando y
dobla la esquina del tiempo como volcando un veneno.
Ahora se pierde por senderos tropicales, por manglares selváticos, avanza por
regiones desértica donde nadie puede nombrar y nada puede ser nombrado. Está
a punto de recluirse en una cueva, convertirse en una expresión ermitaña y
volcarse en la boca de Dios. Pero un viento fuerte lo arrastra nuevamente por el
devenir temporal. Esta vez resurge en un día de mucho calor, detrás del mostrador
de una heladería provinciana. Allí el maestro heladero discute con su aprendiz la
lista de sabores para la temporada. “Limón al agua” comprende que ésta, es la
oportunidad de su vida. El heladero mayor entra en éxtasis luego de probar cada
gusto, pone los ojos en blanco y profiere la denominación para cada producto. El
aprendiz asiente con pequeñas sonrisas. Se encuentra ahora frente a un
recipiente colmado de un menjunje blanco amarillento y aromático. Nuestro héroe
se emociona y lo conmina –Llamalo “Limón al agua”- Síi exclama el artesano-así
se llama y se llamará, por toda la eternidad- En un acto solemne colocan el
cartelito en el lugar correspondiente y bailotean sobre el mostrador festejando –
Limón al agua oé oé- Los clientes sedientos se agolpan pidiendo a gritos el nuevo
sabor, Vasitos crocantes, casatas y cucuruchos conteniendo limón al agua se
distribuyen por las mesas del establecimiento. Se ha producido la unión, se ha
llegado a la tierra prometida. Pero cerca de la medianoche una inspección de
bromatología derrite el sueño realizado. – Pero este helado no es sólo limón y
agua – dictamina el inspector jefe- contiene otros ingredientes, mejoradores,
saborizantes no autorizados, colorantes blanqueadores, aromatizadores. No es
digno de semejante denominación- Y luego de su dictamen ordena la clausura del
local y el procesamiento de los infractores a la ley de honestidad comercial. “Limón
al agua” cae de las alturas por el peso de la depresión y se desliza agónicamente
por debajo de la persiana metálica debidamente precintada. Una vez en la calle
abandona el cuerpo del cartelito al cual había sido consagrado y se deja llevar por
el viento de la noche veraniega.

Había perdido ya casi todas las esperanzas de encontrar un referente para su


existencia verbal desencarnada. Así, en un estado de absoluto escepticismo
catatónico, deambula durante los meses de verano por las soleadas calles
provincianas. Toma color, se tuesta, transpira cuando las marcas de la
temperatura ascienden. Pasan los carnavales, es acosado por un bombardeo de
bombitas de agua y de espuma. Le pasa por encima una murga. Comienza el mes
de marzo y se inician las clases. Sus movimientos cansinos lo empujan hacia el
interior del patio de una escuela primaria. Escucha el timbre que convoca al
recreo, chicos y chicas salen en tropilla de las aulas y corretean, juegan y
conversan. Teme ser aplastado por los enérgicos y descuidados jovencitos. Se
esconde detrás de una maceta y escucha una conversación. Un gordito de quinto
grado encara a un chiquito de tercero –Te voy a contar un chiste. Es en cuatro
actos-Dale, dale, se entusiasma el otro. – El gordito avanza –Primer acto: Hay un
barco en altamar y un barman que quiere preparar un trago- El chiquitín abre
grandes los ojos- Segundo acto: El barman comprueba con desesperación que le
falta un limón- A esta altura se han juntado, alrededor del gordito, una bandada de
espectadores ansiosos de conocer el desenlace –Tercer acto: Un grumete
encuentra un limón perdido en la cubierta y lo exhibe a los demás tripulantes- La
intriga por conocer el título de la obra va en aumento. Circula un cuchicheo entre
los asistentes. –Cuarto acto-continúa el relator con entusiasmo –El limón se le
escapa de la mano y se cae por la borda ¿Cómo se llama la obra?- En el patio
cunde un silencio que se podría cortar con cimitarra. Ninguno tiene la respuesta.
Mientras el timbre de finalización del recreo suena el contador revela la verdad –
Limón al agua- Nadie se ríe, todos comentan la rareza del chiste. De atrás de la
maceta se asoma el fantasma que por fin encontró un cuerpo donde quedarse a
descansar.

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