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En el arte románico (Siglos XI-XIII) las iglesias estaban decoradas con colores fuertes y

vivos. Los muros, las tablas de los altares y las esculturas del templo estaban pintados con
colores expresivos para impactar a los fieles y despertar el sentimiento de devoción. Las
imágenes y su simbolismo eran de suma utilidad para que las personas que no sabían leer
pudieran interpretar los Textos Sagrados a través de éstas, hecho relevante en una sociedad
donde Dios era el centro de todo y la vida giraba en torno a Él.

Buena parte de los colores de esa época se obtenían de minerales presentes en la naturaleza
que se molían y trataban hasta convertirlos en pigmentos aptos para pintar. En Cataluña
predominó el uso de un azul autóctono, “el azul catalán”, que provenía de la aerenita, un
mineral muy abundante en los Pirineos y por lo tanto, no muy difícil de conseguir. Es el
azul que encontramos, por ejemplo, en la conocida pintura mural de Sant Climent de Taüll.
Sin embargo, también se utilizaban otros materiales de condición más lujosa, lo que podía
interpretarse tanto como una ofrenda a Dios, como una muestra de ostentación de los
aristócratas o eclesiásticos que pagaban las obras. En este sentido, un pigmento muy
prestigioso y apreciado por pintores y mecenas del románico era el proveniente del
lapislázuli, una piedra semipreciosa originaria de Afganistán. Su color azul intenso se
utilizaba en obras más exclusivas, como ser el Baldaquín de Ribes de principios del S.XII.
Esta pieza se la considera una de las mejores pinturas sobre madera del románico catalán.
Los baldaquines estaban colocados originariamente en el ábside de la iglesia, sobre el altar,
ligeramente inclinados y sostenidos por dos vigas para poder ser contemplados desde la
nave. Su función era la de proteger y poner en relieve el altar, punto más importante del
interior de la iglesia. Sorprende la enorme superficie en que se emplea el lapislázuli en esta
tabla, ya que era un material muy caro que costaba tres veces su peso en oro. Además, era
complicado trabajarlo, lo que demuestra que su artista realmente dominaba la técnica.
Como si esto fuera poco, en el Baldaquín de Ribes se ha encontrado que se utilizó aceite de
linaza como medio y fijador de algunos pigmentos. Esto es bastante singular porque en
aquella época era habitual usar aún el temple de huevo, donde la yema servía como
aglutinante. Gracias a esta innovación, el artista consigue unas transparencias que
convierten a esta pintura en pionera. Los otros casos conocidos en Europa donde se ha
aplicado el aceite son posteriores.

Además de colores de origen mineral se empleaban también colorantes vegetales, que tras
ser convertidos en pigmentos podían utilizarse igualmente en pintura. Por ejemplo, un azul
muy afamado era el índigo, originario de un arbusto de las Indias Orientales. Era
considerado un signo de opulencia y se han localizado restos en una obra de gran calidad
del S.XIII: el Frontal del Altar de Llucà. Esta pieza está presidida por la figura de la Virgen
con el Niño y cuatro compartimientos a los lados con distintas imágenes. En uno de ellos se
representa la escena de la Adoración de los Magos y se han encontrado restos de índigo en
la túnica de uno de los reyes. Es interesante que el azul índigo, en su versión sintética, se
utiliza aun hoy para teñir los tejanos.

Si quieres saber qué otros sofisticados materiales se aplicaban para dar color a las obras de
esta época, quienes eran los artistas y quién les proporcionaba los medios para su tarea, no
dejes de visitar el Museo Episcopal de Vic (MEV) y su exposición “Pintar hace mil años.
Los colores del románico” presente en el museo hasta diciembre.

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