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Adolfo l.

Domínguez Monedero

SOlÓN
DE ATENAS

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SOLÓN DE ATENAS

CRÍTICA/ARQUEOLOGÍA
Director: DOMINGO PLÁCIDO
ADOLFO 1. DOMÍNGUEZ MONEDERO

SOLÓN DE ATENAS

CRÍTICA
BARCELONA
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo
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ción de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

Cubierta: Joan Batallé


Ilustración de la cubierta, fondo: «Solón en el Mosaico de los Siete Sabios». Cortesía del Museo
Nacional de Arte Romano de Mérida.
© 2001: Adolfo J. Domínguez Monedero
© 2001 de la presente edición:
EDITORIAL CRíTICA, S.L., Proven~a, 260, 08008 Barcelona
e-mail: editorial@ed-critica.es
http://www.ed-critica.es
ISBN: 84-8432-298-X
Depósito legal: B. 49.397-2001
Impreso en Espada
2001.-A&M Grafic, Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona)
1. INTRODUCCIÓN

El objetivo de este libro es analizar la figura de Solón, su labor en Ate-


nas así como la situación de la ciudad en los inicios del siglo VI a.e. y las con-
secuencias que la actividad del legislador tendrá para la posterior historia
ateniense. El propósito principal es mostrar un estado de la cuestión amplio,
con las principales aportaciones de la investigación y, en lo posible, presen-
tar también una serie de sugerencias y respuestas a algunos de los problemas
que siguen existiendo en la actualidad con relación a la actividad de este per-
sonaje.
El método de trabajo que voy a utilizar consistirá en introducir, en pri-
mer lugar, la figura de Solón para, a continuación, y en la primera parte del
libro abordar el estudio de la situación en Atenas en vísperas del nombra-
miento de Solón como arconte, como parte indispensable para entender
cómo se produce éste y cuál es el trasfondo sobre el que se sitúa su acción.
Seguiré considerando en detalle los diferentes aspectos de la labor política
de Solón y, tras ello, haré una recapitulación de algunos de los problemas que
la misma suscitó.
En la segunda parte del libro me centraré en el análisis interno de las
principales fuentes de que disponemos sobre Solón, empezando ante todo
con un comentario amplio de sus poemas, para seguir con las restantes fuen-
tes que podríamos llamar secundarias, prestando especial atención a las que
más datos aportan sobre su actividad, básicamente Aristóteles y Plutarco,
pero diciendo también algunas palabras de las restantes.
Es posible que, metodológicamente al menos, esta segunda parte quizá
debiera figurar en primer lugar pero he considerado preferible, aunque el
lector tiene plena libertad para elegir el orden en que lee el libro, tratar an-
tes de los «hechos» para fijar mi posición sobre los mismos y, dando éstos por
sabidos, poder profundizar más, cuando ello sea posible, en el estudio direc-
to sobre las fuentes.
Aunque por el método elegido alguna repetición se hace inevitable, cada
una de las dos partes tiene, en cierto modo, personalidad propia puesto que
si en una nos fijamos ante todo en los aspectos más puramente históricos en
la otra abordamos tanto la visión subjetiva de Solón, expresada en su poesía,
cuanto la imagen que Solón ha proyectado a lo largo de los siglos y el uso
que se le ha dado a esa imagen. Espero que la reconstrucción que surge de
8 SOLÓN DE ATENAS

esta lectura múltiple enriquezca nuestras perspectivas sobre la sociedad ate-


niense del inicio del siglo VI y nos permita ver cómo algunos de los valores
de esa época, personificados por Solón, fueron aprovechables, conveniente-
mente adaptados, por otras épocas históricas ulteriores.
PRIMERA PARTE
2. BREVES APUNTES BIOGRÁFICOS
SOBRESOLÓN

2.1. LA PERSONALIDAD DE SaLóN

Salón es uno de los primeros atenienses (por no decir el primero) del que
sabemos algo más que su nombre y algún dato aislado;! quizá por ello su fi-
gura, podemos avanzarlo desde ahora mismo, atrajo la atención de los ate-
nienses y, en general, de los griegos desde el mismo momento de llevar
a cabo su actividad política. Un individuo que alcanza el máximo poder po-
lítico y legislativo en la ciudad de Atenas, que lleva a cabo una intensa obra
en el periodo de su arcontad02 y cuyas leyes se convierten en la base del sis-
tema jurídico y legislativo ateniense, no podía por menos que desempeñar un
papel importante de cara a la posteridad. A ello se añadiría la idea de mo-
deración que se desprende de sus poemas, aunque acerca de este aspecto
tendremos ocasión de hablar en detalle con posterioridad, así como sus via-
jes y el encuentro (ficticio en muchos casos) con algunas de las personalida-
des más famosas del momento.

2.2. SaLóN COMO UNO DE LOS SIETE SABIOS

Uno de estos rasgos importantes de cara a la posteridad lo desempeña


Salón en cuanto que miembro de esa especie de «club» que constituían los
Siete Sabios y que fueron célebres tanto por lo que hicieron como, sobre
todo, por las máximas y frases célebres que dejaron. 3 Es problemático saber
cuándo surge realmente esta tradición4 pero lo que sí es seguro es que sus ba-
ses reales son pocas. Hay demasiados problemas cronológicos y de otro tipo
como para que sea una tradición verídica, no en cuanto a la realidad de las
figuras históricas implicadas, sino en cuanto a su actuación conjunta y a sus
reuniones esporádicas. Por otro lado, no hay una única lista de Siete Sabios,
sino que hayal menos veintiún individuos que han formado parte, en uno u
otro momento de este elenco de personajes. 5 No obstante, en ese conjunto de
individuos hay cuatro que aparecen en todas las listas: Tales de Mileto, Bian-
te de Priene, Pítaco de Mitilene y Salón de Atenas. 6
12 SOLÓN DE ATENAS

Algunos autores han tratado de desenmarañar lo que, dentro de la tra-


dición de los Siete Sabios, corresponde a la figura de Solón, a su realidad y a
su personalidad, y lo que pertenece al terreno de la leyenda '9 la fantasía; no
obstante, es harto difícil distinguir lo genuinamente histórico (correspon-
diente al personaje Solón, ateniense, de inicios del siglo VI) de lo legendario,
que posee una carga mucho más atemporal y, en cierto sentido, «pan helé ni-
ca».7 Será en este aspecto, es decir, integrándose en el conjunto de los Siete
Sabios como Solón influirá en la posteridad helénica, aun cuando posea un
campo propio dentro de la misma ciudad de Atenas. Una de las aportaciones
más interesantes del estudio que sobre Solón llevó a cabo Ferrara en los años
60 del siglo xx, quizá sea el afirmar, una vez distinguidas estas dos «perso-
nalidades» de Solón que tanto la tradición ateniense de Solón cuanto la
«panhelénica» surgen de un mismo núcleo y se desarrollan en mutuo inter-
cambio, aun cuando sea difícil hallar la relación concreta entre el Solón «po-
lítico y legislador» y el Solón «sabio».8 Seguramente, pues, podríamos pensar
que si bien los datos concretos que puedan recabarse acerca de la figura de
Solón en cuanto que personaje legendario incluido dentro del grupo de los
Siete Sabios no puedan ser excesivamente fiables, la caracterización del mis-
mo no traiciona excesivamente la realidad. 9 Ello, en último término, no pue-
de deberse sino a la principal fuente común que en ambos casos existe, y que
está constituida por los propios poemas de Solón, a los que aludiré más ade-
lante.

2.3. OTROS DATOS BIOGRÁFICOS

No son muchos los datos que poseemos acerca de la biografía de Solón


e, incluso, lo que sabemos de él está sujeto, en muchos casos, a disputa y de-
bate, en buena medida debido al hecho de que gran parte de las noticias que
otras fuentes presentan acerca de Solón proceden de la exégesis de la propia
poesía soloniana. lO Sus orígenes familiares no son muy bien conocidos. Sa-
bemos, eso sí, que su padre era un tal Execéstides, como nos informa la ma-
yor parte de las fuentes (Diod., IX, 1; Plutarco, Sol., 1,2; Diog. Laert. 1,45;
Schol. Plato Rep., X, 599 e; Schol. Dem. 45, 64), aun cuando Plutarco nos cita
a un tal Filocles que da como nombre de su padre el de un tal Euforión (Sol.,
1, 1) pero sin que el propio Plutarco acabe de creérselo.l 1 Tampoco cabe
duda de su origen aristocrático, aparte de por otros motivos, por el hecho de
que fue elegido arconte en una época en la que los mismos, como informa
Aristóteles (Ath. Poi., 3, 1) lo eran de entre los nobles y los ricos (aristinden
kai ploutinden ).12 La idea, muy querida por autores como Aristóteles y bue-
na parte de la tradición posterior, de que Solón pertenecía a las clases me-
dias o, incluso, a los pobres, procede de una determinada lectura de sus poe-
sías, pero no obedece a la realidad. 13 La fecha de nacimiento de Solón
posiblemente haya que situarla hacia el 639 a.e. (ó 640-625) y la de su muer-
te hacia el 559 a.e. (ó 561 a.e.). Su arcontado, casi unánimemente se sitúa en
BREVES APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE SaLóN 13

594 a.C14 De su vida antes de ese momento se sabe que, aparte de una serie
de viajes juveniles, en el periodo entre los mismos y su acceso al arcontado
participa en la primera Guerra Sagrada, en el conflicto entre los Cilonianos
y los Alcmeónidas, en la purificación de Atenas por Epiménides de Creta y
en la captura de Salamina 15 y aunque algunos autores modernos sugieren
que también pudo haber participado en la toma de Sigeo, no hay ningún tes-
timonio directo que vincule a Salón a este hecho que, en todo caso, tuvo lu-
gar pocos años antes de su acceso al arcontado. 16 Hay también varias tradi-
ciones controvertidas acerca del destino de sus restos tras su muerte y que
incluyen desde su incineración y el esparcimiento de sus cenizas por Salami-
na o por Chipre, o la de que fue enterrado a expensas públicas junto a la mu-
ralla de Atenas, a la derecha según se entraba (Ael., V.H., 8, 16).17 Todavía
en el siglo II d.C se conservaba una estatua de bronce de Salón en el ágora
de Atenas, delante de la estoa pintada (Dem., 26, 23; Paus., 1, 16, 1) Y en el
ágora de Salamina había otra estatua suya, quizá erigida a principios del si-
glo IV a.C (Dem., 19,251; Esquines, 1,25).
3. ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI a.C.
ASPECTOS SOCIALES Y POLÍTICOS

3.1. INTRODUCCIÓN

Antes de entrar de lleno en el análisis de la labor soloniana, es necesario


ver sobre qué ambiente previo se sitúa la acción del legislador. Para ello, los
siguientes apartados nos permitirán obtener una buena visión de conjunto
del trasfondo socio-político que favorece el ascenso de Salón y la ejecución de
su obra. Sólo aludiré a otras partes de Grecia cuando sea necesario para me-
jor situar el caso ateniense. 1

3.2. VISIÓN GENERAL DE LOS GRUPOS SOCIALES ATENIENSES

La mayor parte de las fuentes consultadas expresan claramente cuál es la


situación en la Atenas pre-soloniana. Dos son los grandes grupos en los que
se halla dividida la sociedad ática: Los ricos (plousioi) y los pobres (pelatai,
thetes, hectemoroi). Acerca de cómo se ha llegado a esa situación las infor-
maciones de que disponemos no son especialmente aclaratorias. Aristóteles
en su Constitución de los Atenienses (Athenaion Politeia) hace un breve es-
bozo que, sin embargo, no es suficiente (Arist., Ath. Poi., 2, 2; Plut., Sol. 13,
3). Parece claro que al primer grupo pertenecen los eupátridas, miembros de
las familias aristocráticas que, tradicionalmente, han ejercido el poder en
Atenas desde el momento de la caída o disolución de la monarquía. 2 Son
ellos, como afirma Aristóteles, los que desempeñan las magistraturas y po-
seen la mayor parte y las mejores tierras; se llamaban a sí mismos esthloi,
agathoi, aristoi, gnorimoi, términos que, sin entrar en demasiadas precisio-
nes, podríamos traducir como «los mejores». Nosotros, empleando una de
esas palabras griegas, los llamamos «aristócratas»; hemos de precisar, no obs-
tante, que aunque empleemos el término «aristocracia» para entendernos, no
podemos perder de vista que el mismo es, en cierto modo, una abstracción
puesto que muchos serán los intereses a veces contrapuestos entre quienes se
situaban en la cúspide social y política de la Atenas arcaica;3 naturalmente,
la relativa homogeneidad del grupo depende del hecho de participar de una
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 15

serie de valores comunes, aun cuando puede haber diferencias en cuanto al


nivel personal de posesión de esos rasgos compartidos que, según el análisis
de Aristóteles (Poi., 1291 b 28-29) se sintetizan en riqueza (ploutos), noble-
za o buena familia (eugeneia), virtud, entendida como un código de compor-
tamiento tendente a lograr la excelencia (arete) y educación (paideia).
Habitualmente, la tendencia natural de los aristócratas arcaicos era agru-
parse en torno a individuos con carisma a los que aportaban su apoyo y el de
todos aquéllos que dependían de ellos;4 además, suelen aparecer formando
parte de obscuras instituciones o agrupaciones como los gene, las fratrías, los
orgeones, que en tiempos han dado lugar a mucha literatura, pero en los que
no me detendré aquí;5 el registro arqueológico, mostrando la dispersión de
áreas funerarias ricas por todo el territorio ático, sugiere la importante base
territorial de esa aristocracia ática así como la ética competitiva que subyace
en ella. 6 Quizá ya puedan observarse diferencias entre las distintas zonas del
Ática (la llanura, la costa, la montaña) que, más adelante (por ejemplo, en
los años anteriores al ascenso a la tiranía de Pisístrato), también tendrán su
importancia desde un punto de vista político.
Más difícil, sin embargo, es identificar con certeza al otro grupo, al de los
pobres que aparecen definidos genéricamente en nuestras fuentes como
los kakoi, «los malos», prueba del carácter marcadamente pro-aristocrático
de las mismas. Seguramente estas dificultades en identificarlos derivan, sobre
todo, del carácter heterogéneo de este grupo. En él deben de existir diferen-
tes tipos de individuos, a juzgar por la terminología, más específica, con que
aparecen en el caso ateniense: los hectémoros, los thetes, o los pelatai, como
son llamados, son términos que, en todo caso, parecen apuntar al mundo de
la economía campesina. Estos pobres lo son en cuanto que su actividad prin-
cipal, la agricultura, no les da los suficientes beneficios como para poder lle-
var una vida digna e independiente. En el caso de los hectémoros, como ve-
remos más adelante, esto se agrava por su condición de deudores e, incluso,
de semilibres. La riqueza y la pobreza, pues, se refieren sobre todo a la dife-
rente vinculación a la tierra de esos individuos y a la rentabilidad que obtie-
nen de la misma.
Así, encontramos por un lado a los propietarios de extensiones consi-
derables de tierras y, por otro lado, a los pequeños propietarios y gentes
desposeídas que, no obstante, siguen vinculados a la tierra, ya sea como tra-
bajadores agrícolas (los thetes)1 o como personal dependiente de los terrate-
nientes, sus acreedores, como pudiera ser el caso de los hectémoros o, sim-
plemente, se hallan en una mal definida situación de dependencia económica
y también social, como los pe/atai. No es improbable, por consiguiente, que
nos encontremos aquí con una serie de situaciones harto diferentes en sus
orígenes últimos, pero que determinan, en sus resultados, esta clara dicoto-
mía que podemos observar, a partir del testimonio de nuestras fuentes, en la
sociedad ateniense de los comienzos del siglo VI a.C.;8 sin embargo, y desde
el punto de vista de Solón, al menos a juzgar por sus poemas, esta situación
se simplifica en ricos y pobres. 9 Éstos son los grupos enfrentados. Cómo sur-
16 SOLÓN DE ATENAS

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FIGURA 1. Túmulo aristocrático ateniense, de mediados del siglo VI, en tiempos con-
siderado como la tumba de Salón.

ge el conflicto y cómo se manifiesta es también problemático de conocer ha-


bida cuenta la escasa información, y no excesivamente clara, de que pode-
mos hacer uso.
Utilizando básicamente información arqueológica, ante todo funeraria,
Morris desarrolló la idea de que Atenas sufre, a partir del 700 a.e. un retro-
ceso en su desarrollo político, que impide que durante el siglo VII el ideal de
la polis arraigue en la ciudad; ello se expresaría, sobre todo, en el relati-
vamente escaso número de enterramientos conocidos en ese siglo, y en la
aparente ausencia en los mismos de individuos que no pertenecen a la élite;lO
según dicho autor: «Atenas debe de haber parecido muy pasada de moda a
visitantes de cualquier otro punto de la Grecia central»!! y la causa puede ha-
llarse en esa situación extrema de rígida estratificación que estamos anali-
zando y que provocará la inestabilidad social y política que explicará, en su
momento, la acción de Solón.

3.3. LA VISiÓN DE SOLÓN, EXPRESADA EN SUS POEMAS

Solón fue, además de un político, un poeta, el primer poeta ateniense co-


nocido. Como veremos con mucho más detalle en la Segunda Parte del libro,
de los poemas de Solón pueden extraerse diferentes tipos de conclusiones e,
igualmente, de otros autores posteriores al legislador que emplean como
principal fuente de información sus poemas, con la ventaja de ellos sobre no-
sotros de que disponían de sus Obras Completas, mientras que actualmente
debemos contentarnos con escasos fragmentos. Es dudoso, de cualquier
modo, que Solón haya presentado una visión completa y detallada de la si-
tuación ateniense, al menos desde el punto de vista de nuestros paráme-
tros actuales. Solón recita sus poemas ante un público que conoce perfecta-
mente cuál es la situación por la que atraviesa Atenas y que, tras realizar su
obra política, conocía su comportamiento, por lo que, en muchos casos, so-
braban aclaraciones. Por otro lado, sin embargo, Solón ha necesitado pre-
sentar su visión particular de los hechos, especialmente en aquellos casos en
los que siente la necesidad de justificar su comportamiento. Ello nos permi-
te, por consiguiente, penetrar de lleno en el debate político que se estaba
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 17

desarrollando en Atenas y, precisamente, de la mano de uno de sus actores


principales.
La situación en Atenas, como yo la veo reflejada en la obra soloniana es
la siguiente: Los dos grupos enfrentados a los que he aludido anteriormente,
cada uno de los cuales tiene sus propios intereses, están preparados para el
enfrentamiento. De entre ellos, es el demos el que parece estar más dispues-
to a la lucha, y está buscando a jefes que le representen y le guíen. Salón di-
rige sus admoniciones a estos jefes del pueblo. El demos, entendido como el
pueblo, en oposición a los dirigentes de la polis,'2 que se dedica a trabajos du-
ros, no saca provecho adecuado de sus ocupaciones. La población cae en las
deudas y muchos de ellos terminan marchándose, o son vendidos como es-
clavos en el extranjero. Salón lamenta profundamente esto y trata de buscar
los remedios oportunos o, al menos, muestra su predisposición a ello. La aris-
tocracia, los ricos, por su parte, no parecen haber iniciado ningún moviinien-
to en este sentido. Ellos viven de la acumulación de riquezas, obtenidas en
gran medida injustamente. A ellos también les dirige Salón sus ataques. 13
Pero no todos los que forman parte de este grupo actúan de la misma mane-
ra. El propio Salón afirma que no desdeña las riquezas, aunque no desea ob-
tenerlas por procedimientos injustos. Seguramente, pues, hay una serie de in-
dividuos, que comparten sus ideas, y que son los que favorecerán la subida
de Salón. De este modo, pues, Salón va colocándose como intermediario en-
tre los dos elementos en conflicto.
Aunque en los fragmentos conservados de su poesía no se alude directa-
mente al desempeño de su cargo de arconte, es evidente, a partir de los mis-
mos, que ha tenido responsabilidades políticas. Salón no parece mostrar
claramente sus intenciones a aquellos elementos que le apoyan. Ambos po-
siblemente y, con seguridad, uno de ellos, el demos, estaban convencidos de
que Salón iba a ocupar el poder de forma ilegítima, se iba a convertir en
tirano, para defender los intereses de los unos frente a los otros. Él trata de
convencer al oyente de que esas esperanzas eran infundadas; de que él jamás
se salió de aquello que había prometido. Y aquí radica uno de los problemas
de la visión que del conflicto presenta Solón.
Salón es un personaje parcial desde el momento en el que tiene que de-
fenderse de los ataques que le vienen desde diferentes frentes; su propia pos-
tura de individuo que, en medio de los dos bandos, no deja que ninguno
avance en detrimento del otro es, asimismo, sospechosa. Gran parte de la
poesía de Salón es una poesía polémica, en la que el ex-arconte tiene que de-
fenderse de los ataques que, por diversos motivos, se han desencadenado
contra él posiblemente desde posiciones diversas. Su único recurso es pre-
sentarse como neutral, como representante del término medio: o como un
lobo entre los perros, o como un guerrero armado de escudo o como un ho-
ros, un hito.'4 De ahí que el enfoque que Salón da a la lucha política ate-
niense sea, por fuerza , parcial, aunque sólo fuera por su carácter subjetivo.
Pero Salón tampoco es imparcial; no lo es, al menos, hasta donde él preten-
de haberlo sido. Posiblemente ni tan siquiera lo haya sido teniendo en cuen-
18 SOLÓN DE ATENAS

ta la mentalidad de su época. Solón tiene que utilizar auténticas argucias lin-


güísticas para decir qué es lo que ha concedido y qué es lo que no ha quita-
do al demos: geras y time, acerca de cuyo significado insistiremos cuando co-
mentemos el fragmento 5 D. Y queda claro que la aristocracia ha salido
reforzada de su acción, o, al menos, no debilitada.
Sin embargo, los ricos también pueden tener motivos de queja contra él,
en cuanto que les ha privado de unos sustanciosos ingresos por el pago de las
deudas contraidas por el demos, y abolidas mediante la sisactía. Por otro
lado, la visión que Salón presenta de la sociedad ateniense de su época es
harto sospechosa. Mientras que hay ricos que de modo inicuo están arrui-
nando a la ciudad, el castigo para ellos queda confiado a los propios dioses
inmortales, aun cuando haya alguna ocasional referencia a algún medio más
directo de proceder contra ellos. Sin embargo, el problema que plantea el de-
mos es el de su tutela. El demos, en la poesía soloniana, está siempre dis-
puesto a desbordarse, a salirse del orden establecido. Y es la función de los
jefes del pueblo el encauzar a ese demos.1 5 Es una visión, desde mi punto de
vista, netamente aristocrática la que nos presenta el poeta. El demos necesi-
ta siempre de personas de mejor criterio, naturalmente de origen aristocráti-
co, aunque preocupados por sus problemas, para poder expresar sus inquie-
tudes de forma adecuada. Salón, evidentemente, «conductor del pueblo», el
primero si creemos a Aristóteles (Ath. Poi., 2, 3) es de origen aristocrático y
él aplica a su propio comportamiento lo que predica al respecto. Esta con-
tención del demos hay que entenderla, claramente, en el sentido de que el
demos es proclive a la forma de gobierno tiránica (frag. 24 D, vv. 20-23), la
cual Solón rechaza, tal vez por autoconvencimiento, y tal vez porque su ac-
ción de gobierno no iba en ese sentido. Salón, jefe del pueblo, no hace una
política auténticamente beneficiosa para el demos. 0, tal vez, sí beneficia al
demos a la larga, pero en un sentido seguramente no esperado por él mismo.
Es la suya una política repleta de buenos propósitos hacia el demos pero, a
pesar de lo que afirmen los tratadistas áticos del siglo IV, no es una política
democrática. Para él, el ideal no es el gobierno del demos. ¡Nada más lejos
de sus presupuestos! Su ideal es que cada uno tenga lo que le corresponde;
el problema es que es él el que determina qué es lo que le corresponde a cada
uno y, como se demostró, no sólo en los ataques a los que tiene que hacer
frente, sino también en el desarrollo posterior del conflicto político en Ate-
nas, el demos no estaba dispuesto a conformarse con ello. Otros líderes del
demos más sagaces, como Pisístrato, supieron sacar importantes lecciones del
(relativo) fracaso de la política soloniana. 16
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 19

3.4. EL PROBLEMA DE LOS HECTÉMOROS y LAS DEUDAS

3.4.1. El problema de la tierra

La sociedad ateniense del siglo VII es fundamentalmente agrícola. Se da


la circunstancia, además, de que la ciudad durante ese siglo que en otras
poleis ha conocido una importante expansión del comercio ultramarino,
acompañado o no de la colonización, no ha mostrado demasiados rasgos de
modernidad. Ciertamente, la Atenas del siglo VII, anclada en viejísimas tra-
diciones de derecho agrario y no partícipe del gran movimiento comercial y
colonial que había tenido lugar durante ese siglo, se encontraba en una si-
tuación que podríamos calificar, en cierto modo, de retardataria. Incluso el
comercio del aceite, al que más adelante aludiremos, no deja de mostrar, en
mi opinión, claras reminiscencias arcaizantes, en el sentido de que forma par-
te de la propia actividad agrícola de la aristocracia terrateniente ática. 17
En relación con estas formas económicas que estaban haciéndose obso-
letas a pasos agigantados, estaban también las formas de relación social en-
tre los grandes propietarios y los medianos y pequeños propietarios y los no
propietarios, en tre ,los cuales había sin duda también sus diferencias. Estas
formas de relación se insertaban plenamente dentro de los esquemas de la
sociedad campesina, aún desconocedora de la moneda, y en la que los pagos
por bienes y servicios implicaban compensaciones ya en especie, ya en tra-
bajo, ya en ambas. Deseo insistir en este hecho, puesto que ocasionalmente
se ha interpretado la situación pre-soloniana y la que sucede a su actividad
desde el punto de vista de una economía monetaria, lo que distorsiona con-
siderablemente el problema. 18
Dentro de la economía campesina quien mejor preparado solía estar
para hacer frente a los habituales contratiempos propios del clima medite-
rráneo 19 era el que disponía de una mayor cantidad de tierra, que le permi-
tiera diversificar los riesgos con diferentes cultivos. Los pequeños propieta-
rios estaban muchos más expuestos a las calamidades naturales y ellas,
unidas a guerras, plagas u otros percances podían acabar por dar al traste con
las esperanzas de una familia; tal vez, al menos así lo han sugerido algunos
autores, a todo ello pueda añadirse la pérdida de rentabilidad de la tierra
como consecuencia de prácticas abusivas (deforestación, erosión, etc.).20 En
una situación así el recurrir a los mejor favorecidos era una de las posibili-
dades que se abrían ante sus ojos. Esto implicaba, evidentemente, el endeu-
damiento, posiblemente parcial en un primer momento, si bien acababa ori-
ginando un proceso del que había pocas posibilidades de salir.21
En efecto, al pago de 10 adeudado se le sumaban los intereses corres-
pondientes y en un mundo como el ateniense del siglo VII en el que la eco-
nomía monetaria aún no se había introducido ello implicaba que paulatina-
mente tanto los servicios del deudor, como los de su familia así como una
parte del producto de su tierra terminaban siendo controlados por el acree-
20 SOLÓN DE ATENAS

dor. Cuando los recursos del deudor eran insuficientes para satisfacer la cre-
ciente deuda y cuando los servicios ofrecidos resultaban también insuficien-
tes, el acreedor podría proceder contra la familia del deudor y, tras someter-
lo a esclavitud y venderlo (frecuentemente en el extranjero), intentar
recuperar parte de la inversión efectuada. 22 Ello queda claramente y unáni-
memente expresado en nuestras fuentes principales (por ejemplo, Aristóte-
les, Ath. Poi., 2, 3 YPlut., Sol., 13,3-5) cuando aseguran que los préstamos se
tomaban únicamente a partir de garantías personales, esto es, pudiendo to-
mar el acreedor a la persona del deudor como garantía del pago de la deuda,
y ejecutando esa garantía del mejor modo que le pareciera, lo que solía im-
plicar, por consiguiente, su eventual esclavizamiento y ulterior venta. 23
Cuando la cuantía de la deuda y los intereses acumulados alcanzaban un
monto tal que hacía en la práctica imposible su restitución, y seguramente
previa declaración legal en tal sentido, el acreedor asumiría tanto la tutela
efectiva de la tierra del deudor, ya que seguramente no su propiedad, cuan-
to una parte del producto anual de la misma que, posiblemente fijado tam-
bién por el uso, debía de rondar la sexta parte del mismo; es probable que
mediante este mecanismo el deudor escapase al procedimiento, más penoso
y, a medio plazo más lesivo para los intereses del acreedor, del esclaviza-
miento. 24 Perdida, pues, la esperanza de recuperar lo prestado y sus intere-
ses, el deudor, atado a su tierra, pasaba a ser un dependiente del acreedor; el
deudor, que pasará a llamarse «hectémoro» (<<el de la sexta parte» )25 tendría
obligación de por vida de seguir aportando en concepto de «cuota» o «ren-
ta» (misthosis: Arist., Ath. Poi., 2, 2) ese porcentaje de su producto sin espe-
ranza alguna de verse liberado jamás de ese vínculo que, centrado sobre la
tierra e, indirectamente sobre su propietario, servía de prenda de la perpe-
tuidad de la obligación y de la perduración de la misma generación tras ge-
neración, indefinidamente. 26 Para marcar la obligación que pesaba sobre esa
tierra y sobre su dueño, unos mojones o horai hacían patente el vínculoP
Ello no implica, naturalmente, que la esclavitud por deudas desapareciese, si
bien es probable que el acreedor decidiese según las propias circunstancias
del caso qué posibilidad, de entre las que se le ofrecían, adoptar en cada oca-
sión. 28
Probablemente, en su afán por ocupar más tierras los aristócratas eupá-
tridas no tuviesen reparo también en instalarse en tierras públicas (sagradas
y comunales) y algunos autores han hecho de esta posibilidad la causa últi-
ma y casi única de la difícil situación por la que atraviesa la parte más débil
de la población ateniense, interpretando en consecuencia todas las referen-
cias que hallamos en Salón y en el resto de las fuentes. 29 Desde mi punto de
vista, sin embargo, el principal problema que afecta a Atenas no es otro que
el del endeudamiento y el del surgimiento de medios que hiciesen rentable a
la aristocracia dirigente el mantenimiento del sistema; naturalmente que si,
además, se estaba dando una apropiación de tierras públicas (lo que tampo-
co está totalmente probado pero no es descartable), las posibilidades del pe-
queño campesino de complementar sus ingresos con otras actividades que
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 21

podían realizarse en esas tierras disminuían y, por consiguiente, aumentaba


su grado de dependencia económica de los ricos terratenientes que, no con-
tentos con controlar las tierras de los hectémoros aspiraban a ampliar el ra-
dio de acción de sus ambiciones desmedidas; no en vano en los propios poe-
mas de Salón hallamos referencias a esta ambición.
Es harto probable que el desarrollo de esta especie de servidumbre (al me-
nos económica) se vincule a la inalienabilidad de la tierra que impedía al
acreedor tomar posesión de la misma y obligaba, como hemos visto, a reci-
bir como garantía a la persona del deudor. 3o No es éste el lugar de reabrir el
debate sobre la cuestión de la alienabilidad o no de la tierra en la Atenas ar-
caica;3! sin embargo, y a pesar de posturas en contra,32 no podemos perder
de vista que, como se verá, una de las cosas que propicia la reforma soloniana
es, precisamente, la emancipación del campesinado ático, especialmente de
los pequeños y medianos propietarios,33 que tomarían de nuevo el control
de unas tierras cuya propiedad no habían perdido jurídicamente, aunque sí
la capacidad de tomar decisiones sobre ella. De tal modo, el propio surgi-
miento de los hectémoros se relaciona con el hecho evidente de que la tierra
sin nadie que la trabaje no tiene valor, y al estar el deudor estrechamente
vinculado a la misma, con lazos que rondaban incluso lo sacral, no había otra
posibilidad para éste que seguir vinculado a la tierra, de cuya propiedad,
al menos teórica, seguía gozando, pero no de la plenitud de sus beneficios. 34
La tierra, pues, estaría «esclavizada», retomando la expresión del propio
Salón (frag. 24 D, vv. 3_7).35 Sobre la cuestión de los horoi o mojones e, inclu-
so, sobre la situación exacta de la tierra, las discusiones han sido abundantes
y, sin embargo, tampoco han aclarado todos los extremos en buena parte
porque posiblemente los autores del siglo IV están interpretando en clave
contemporánea los procedimientos hipotecarios de su momento, que quizá
no tuvieran demasiado que ver con los eventualmente existentes durante el
siglo VIl. 36 Precisamente, la referencia explícita que hace Salón a los horoi y
el hecho de que las tierras sujetas a hipoteca durante época clásica estuvie-
ran señalizadas también mediante horoi que llevaban, además una inscrip-
ción y de los que se conoce un número considerable3? ha desenfocado oca-
sionalmente la interpretación de la situación pre-soloniana. 38
Independientemente de la cuantía exacta del pago anual debido por los
hectémoros, posiblemente no demasiado elevado, aunque en una economía
frecuentemente de subsistencia un poco era mucho, lo que implicaba sobre
todo la situación del hectémoro era la existencia de una obligación inexcusa-
ble, una sumisión cierta a otro ciudadano y, por consiguiente, una situación
de descontent0 39 que con el tiempo, y con el aumento de los individuos in-
cluidos bajo esta denominación (paulatinamente más numerosos cada vez),
seguramente se presentó con tintes cada vez más violentos, conveniente-
mente aprovechados y capitalizados por otros individuos que, apoyándose en
ese desasosegante panorama trataban ya de medrar en política, ya de resol-
ver esas situaciones, ya de ambas cosas simultáneamente. Esa posibilidad de
actuación venía dada, fundamentalmente, por el mantenimiento del estatus
22 SaLóN DE ATENAS

libre de los hectémoros,40 a pesar de la evidente disminución de su capacidad


de actuación por la relación de dependencia (moral y económica) que le vin-
culaba a aquél a quien debía aportar anualmente la sexta parte de su pro-
ducto.
Es difícil saber con certeza los ritmos y los modos en que este grupo, en
situación semi-dependiente, fue originándose y desarrollándose y resulta
también problemático saber a qué porcentaje de la población campesina ate-
niense acabó afectando. En todo caso, el fenómeno parece haber sido bas-
tante extenso y podemos sospechar que, en ocasiones, ya debía de ser un pro-
blema bastante antiguo cuando Salón toma sus primeras medidas si hemos
de aceptar su propio testimonio (frag. 24 D) cuando asegura que devolvió a
Atenas a muchos antiguos atenienses que ya apenas recordaban su lengua
materna. Si bien esto puede ser una exageración retórica tampoco hemos de
rechazar la posibilidad de que, al menos durante los últimos decenios del si-
glo VII el proceso se intensificase, estando, por consiguiente, en pleno auge en
el momento en que Salón tomará sus medidas.
Naturalmente, la sociedad no privilegiada no se ciñe exclusivamente a
los hectémoros, sino que abarca también a los pelatai, tal y como aseguraba
Aristóteles (Ath. PoI. 2,2) y/o a los thetes, según Plutarco (Sol., 13, 4), cuya
situación seguramente era diversa de la que sufrían los hectémoros, si bien
su carácter subalterno parece también fuera de dudas; es probable que con
el término thetes se esté aludiendo a los individuos que, aunque formalmen-
te libres, carecen de tierras o, en todo caso, de las suficientes como para cu-
brir sus necesidades vitales, y deben alquilar su trabajo por un salario en las
tierras de los ricos,41 mientras que los pelatai tendrían más la consideración
de campesinos dependientes. 42 Es difícil pronunciarse sobre si ambos térmi-
nos, empleados por nuestras dos fuentes principales se están refiriendo al
mismo grupo de individuos o si, por el contrario, tienen connotaciones dife-
rentes,43 aunque sí queda claro que se trata de individuos dependientes, qui-
zá más en un sentido general que técnico. 44
De cualquier modo, el efecto que tiene esta política de opresión, econó-
mica y social, sobre el maltrecho campesinado ático por parte de una aristo-
cracia cerrada parece claro: a mayor endeudamiento del campesinado, me-
nor capacidad de disponer de recursos propios que garanticen uno de los
derechos y deberes principales del ciudadano, al menos en otras poleis con-
temporáneas: la participación en el ejército hoplítico. Con este sistema se co-
rría el riesgo cierto de ver cómo la espina dorsal del ejército ciudadano ate-
niense, la falange hoplítica, iba reduciendo sus efectivos y, con ello, su
capacidad de respuesta;45 también podríamos situarnos en otro escenario y
pensar que Atenas, merced al poder desmedido de la aristocracia y la pues-
ta en práctica de esos sistemas de dependencia campesina, no había introdu-
cido aún (o lo había hecho sólo mínimamente) esa nueva táctica de comba-
te. No obstante, no podemos afirmarlo con certeza.
Quizá el sistema pudiese tener también otros efectos perversos; si pen-
samos que un mismo individuo podía hacerse con el control de varios hecté-
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 23

moros y por lo tanto de propiedades variadas, que podía tratar como si fue-
ran propias, podía tener la tentación de modificar los cultivos existentes en
las mismas. Hay una clara tendencia en el Ática dirigida al fomento del cul-
tivo del olivo, en detrimento de otros productos, debido a la fácil salida co-
mercial que este producto tenía, especialmente en unos años como los fina-
les del siglo VII en que las condiciones del Mediterráneo debían de hacer
atractiva, por lucrativa, la actividad económica46 y debido también a las ex-
celentes condiciones naturales del Ática para el desarrollo del 0livar. 47 El
propio Solón, como indican nuestras fuentes, se dedicó al comercio y aunque
no sea en absoluto un hecho relacionable directamente, varios siglos después
Platón que también se dedicó, al menos ocasionalmente al comercio, se pagó
su viaje a Egipto con la venta allí de aceite; en todo caso, Plutarco incluye
ambas referencias en el mismo apartado de su biografía de Solón (Plul., Sol.,
2,2).
Atenas fue una gran productora de aceite durante el siglo VII; la amplia
difusión de las ánforas oleícolas atenienses durante el siglo VII (las conocidas
como ánforas «SOS» )48 muestra el importante papel que ha jugado Atenas
durante ese siglo en la exportación de ese producto;49 y, como se sabe, esa
apuesta por el desarrollo del olivar, tendente a convertirse en un monoculti-
vo y favorecer a los ricos propietarios atenienses, es fomentada por el con-
trol que ejercen, de Jacto, sobre buena parte de las tierras del Ática y es po-
sible gracias a la disponibilidad de abundante mano de obra barata,
requerida durante la época de la recolección, transporte y elaboración del
aceite. Es, pues, posible encontrar una cierta lógica en la política seguida por
los ricos propietarios de tierras dispuestos a perpetuar el sistema del hecte-
morado porque con ello podían seguir ampliando las tierras dedicadas al oli-
vo y, así, sus propios beneficios.
Pero esa apuesta masiva por el olivar era, en sí misma, arriesgada porque
podía poner en peligro el abastecimiento en cereal de la ciudad; quizá no sea
casual que a partir de los primeros decenios del siglo VI, esto es, después de
la actividad política de Solón las exportaciones áticas de aceite empiecen un
lento declive e, incluso, se modifique el tipo de ánfora utilizada para su trans-
porte50 y que la disposición que tomará Solón durante su mandato, y que
prohibiría cualquier exportación ateniense, con excepción del aceite (Plul.,
Sol., 24, 1) posiblemente podamos tomarla como una medida marcadamen-
te proteccionista de ese producto y, consecuentemente, de los intereses de los
terratenientes áticos que podrían haber visto mermados sus beneficios una
vez que perdieron el control de las tierras de los hectémoros, los cuales pu-
dieron hacer revertir sus tierras recién recuperadas a otros usos más tradi-
cionales.
24 SaLóN DE ATENAS

3.4.2. Las restantes actividades económicas.· Comercio y moneda (¿?)

Como ya hemos visto, la base económica indudable de Atenas durante el


siglo VII a.e. es la agricultura, acaso no totalmente autosuficiente en cuanto
a la producción de cereal (cebada ante todo), e indudablemente excedenta-
ria por lo que se refiere al olivo. Es este excedente el que genera la exporta-
ción de aceite ático, perfectamente atestiguado gracias al conocimiento que
se posee del contenedor que utilizarán los atenienses para ello, el ánfora co-
nocida habitualmente como «SOS» y que experimenta una importante difu-
sión por todo el Mediterráneo y el Mar Negro, incluyendo naturalmente la
Italia tirrénica y la Península Ibérica. 51
Muchos autores modernos dieron por sentado que este comercio había
generado un flujo incesante de riquezas en forma de moneda, lo que habría
trastocado las estructuras tradicionales de la economía campesina, introdu-
ciendo al tiempo a unos comerciantes enriquecidos que competirían con la
aristocracia tradicional por el control de la tierra y de la política. 52 Todo ello
contribuiría de forma decisiva al estallido social que intentó contener Salón.
Sin embargo, y como ya hemos dicho, da la impresión de que el mun-
do en el que se desenvuelve Salón y, por consiguiente, el mundo del siglo VII
en Atenas es un mundo que desconoce la moneda, que sólo parece em-
pezar a acuñarse en Lidia y ciudades griegas próximas hacia fines del siglo
VII-inicios del s. VI. 53 Aunque eso no quiere decir que no existiesen formas
de dinero premonetal, lo cierto es que debemos interpretar el mundo pre-
soloniano desde otra perspectiva económica distinta. El comercio ultrama-
rino parece haber sido en la Atenas anterior a Salón como, por otro lado,
en buena parte del mundo griego, una actividad primordialmente en manos
de los aristócratas terratenientes que complementan de ese modo la renta-
bilidad de la tierra; pero no hay, sin embargo, una proyección mercantilis-
ta en esta actividad que seguramente proporciona a sus actores artículos de
lujo que se convierten, a su vez, en productos de prestigio para reafirmar
la posición de sus dueños. Aunque otro tipo de comercio está ya en pleno
auge durante el siglo VII, en manos de comerciantes profesionales, la dedi-
cación al comercio del propio Salón, miembro de una de las más rancias fa-
milias áticas, puesto que era descendiente de los Códridas (Plut., Sol., 1,2),
la antigua familia real ateniense, no debe sorprendernos. Quienes sí se sor-
prenden de ello son los autores posteriores que escriben en una época en
la que aristocracia y práctica del comercio son ya dos conceptos difícil-
mente conciliables y, por ello, escritores como Plutarco (Sol., 2, 1) se ven
en la obligación de insistir en el carácter de aprendizaje, más que de lucro,
que el comercio tuvo en la formación de Solón. 54 Si intentamos situarnos
en la óptica del siglo VII, lo que no siempre es fácil, posiblemente sea más
sencillo comprender al aristócrata ático que no tiene reparos en embarcar-
se con su propio cargamento para conseguir una ganancia adecuada; eso es
lo que recomendaba Hesíodo, a principios del siglo, a su hermano Perses,
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.C. 25

dentro del marco de una economía campesina cuyo ideal era (y lo seguiría
siendo siempre) el autoabastecimiento.
En esta visión de un comercio estrechamente vinculado a las necesidades
de la economía personal, los productos que eran objeto de intercambio se-
guramente eran, sobre todo, artículos manufacturados o metales, preciosos o
no, que marcarían en último término el nivel de riqueza y, por ello, de poder
de sus propietarios. A pesar de que a veces se ha sugerido,55 yo no sé hasta
qué punto los terratenientes áticos se dedicarían a importar cereales, posi-
blemente deficitario en el Ática; en sus tierras, en las propias y en las por
ellos controladas, el cereal crecía sin duda ninguna y quizá en el origen del
problema se hallaba también, precisamente, la venta en el extranjero de par-
te de ese cereal, en detrimento de las propias necesidades del consumidor
ático. 56
Posiblemente los hectémoros pudieran también cultivar el cereal necesa-
rio para, al menos, complementar su dieta, y en cuanto a los asalariados, sus
pagos, que casi con seguridad se realizaban en especie, incluirían tam-
bién productos alimenticios. Así, sin negar la posibilidad de que a Atenas pudie-
se llegar grano importado, yo no creo que la aristocracia terrateniente tuvie-
se una política expresa en tal sentido. Los aristócratas eran individuos pro-
fundamente involucrados en una dinámica competitiva en la que superar a
sus iguales era un requisito indispensable para reforzar la propia arete; y esta
superación implicaba desde vestir y adornarse de la forma más vistosa posi-
ble hasta ofrecer banquetes y symposia memorables;57 todo esto no ha deja-
do demasiadas huellas pero este deseo aristocrático de sobresalir podemos
observarlo, por ejemplo, en el terreno de los rituales funerarios. Precisamen-
te, según vamos avanzando en el siglo VII observamos el afán de las grandes
familias áticas de competir con sus iguales en el aspecto externo de las tum-
bas en las que entierran a sus miembros; buena parte de los mayores túmu-
los funerarios de los cementerios de Atenas corresponden a los decenios
finales del siglo VII. Se trata de enormes túmulos de entre 6 y 10 m. de diá-
metro y más de un metro de altura, frecuentemente rematados por estelas o,
incluso, por esculturas que pugnaban por el poco espacio disponible y que
muestran, palpablemente, ,ese afán por la excelencia individual que tan caro
era a las aristocracias arcaicas; al tiempo, las ceremonias que acompañaban
tales enterramientos, y en la que los banquetes posiblemente jugaban un pa-
pel fundamental, son también prueba de esa ampulosidad. 58
Todo ello nos habla de unos aristócratas quizá no demasiado preocupa-
dos por las cuestiones económicas, al menos en un plano teórico, sino bus-
cando tan sólo incrementar sus beneficios como medio de mantener e incre-
mentar su nivel de vida y hacer exhibición del mismo en el marco de la
sociedad aristocrática; en este sentido, tanto la práctica del comercio como
la acumulación de tierras eran medios para lograr estos fines. Es difícil decir si
ha existido o no una planificación económica en estas actividades, puesto que
lo único que conocemos (o, al menos, intuimos) son los resultados de las mis-
mas, que pueden resumirse en la búsqueda de nuevos medios de fortuna con
26 SOLÓN DE ATENAS

los que destacar y que, antes de la aparición y el desarrollo de la moneda,


sólo podían ser o bienes de prestigio u, ocasionalmente, bienes de consumo.
Pero como al aristócrata ateniense lo que le interesa sobre todo es des-
tacar, para ello no había nada mejor que atraerse tanto a gentes de su CÍrcu-
lo como a inferiores con los que crear un auténtico grupo de presión que le
sitúe en mejor posición en la competencia con sus iguales. No es extraño que
el único intento tiránico que tenemos atestiguado, antes del siglo VI, que sin
embargo no triunfa, esté protagonizado por uno de estos aristócratas, Cilón,
definido por Tucídides como «noble y poderoso» (eugenes kai dunatos) (Tuc.,
1, 126), que intentó dar un golpe de estado apoyado por una serie de parti-
darios de su misma edad (Hdt., V, 71) (ca. 632 a.c.); uno de sus rasgos prin-
cipales, que sin duda marcaba su posición superior, era haber demostrado su
excelencia triunfando en la doble carrera durante los Juegos Olímpicos del
640 a.c. (Hdt., V, 71; Tuc., 1,126; Paus., 1, 28, 1).59
Con todo esto lo que yo quiero decir es que me parecen dudosas todas
aquellas interpretaciones que sitúan en un trasfondo monetarista y economi-
cista las causas de los problemas por los que atraviesa Atenas entre fines del
siglo VII e inicios del siglo VI; estas causas hay que buscarlas en la ausencia de
viabilidad de un sistema de relaciones sociales que, precisamente por no te-
ner en cuenta las nuevas situaciones económicas que se están produciendo
por doquier, está llevando a resultados que, cada vez, se antojan más intole-
rables; cuando en otras poleis la presión de los individuos libres (los ciuda-
danos) está promoviendo importantes cambios constitucionales, ocasional-
mente por la fuerza, la aristocracia ateniense sólo ha sido capaz de ofrecer la
legislación de Dracón, de dureza proverbial y que consagraba y afianzaba el
poder aristocrático 60 sin dejar salida viable a los que no formaban parte de
esa aristocracia y, tal vez, dando carácter oficial a las situaciones de depen-
dencia que se habían ido gestando con el tiempo (Arist., Ath. Poi., 4). Que
no todo el mundo, empero, compartía esa visión nos lo muestran algunos de
los poemas de Salón, donde se critican modos y actitudes de los dueños
de Atenas.

3.5. EL PLANTEAMIENTO GENERAL DEL CONFLICTO


Y EL ASCENSO pOLrnco DE SOLÓN

3.5.1. Visión general del conflicto y sus orígenes61

Con estos ingredientes, pues, la situación en Atenas no podía ser buena;


la labor de Dracón, que había afianzado la autoridad del viejo Consejo del
Areópago, posiblemente revitalizado y dotado de poderes judiciales absolu-
tos (Arist., Ath. PoI., 3, 6) había consagrado el dominio de la aristocracia te-
rrateniente y, además, había acabado por reconocer la plena ciudadanía so-
lamente a aquéllos que disponían de armamento (posiblemente) hoplítico
(Arist., Ath. PoI., 4, 2).62 Naturalmente, hablar de «ciudadanía» resulta en
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.C. 27

cierto modo anacrónico para fines del s. VII, y el propio Aristóteles contribu-
ye a ese anacronismo por el uso que hace de las palabras; aun cuando hay
opiniones divergentes, parece que será Solón quien, como consecuencia de
sus reformas, establezca formalmente la ciudadanía en Atenas,63 aun cuando
todavía con diferencias con respecto a la ciudadanía de época clásica que
surge tras las reformas de Clístenes y acaba definiéndose tras la llamada ley
de ciudadanía de Pericles del 451/0 a.C.;64 no obstante, emplearemos habi-
tualmente los términos «ciudadano» y «ciudadanía» durante nuestra exposi-
ción a fin de evitar perífrasis innecesarias, para referimos a aquellos indivi-
duos que gozan de derechos dentro de la polis ateniense, por contraposición
a los que no disfrutan de ellos. En los apartados ulteriores espero que vayan
quedando claros cuáles son esos derechos y cómo se ejercen.
Volviendo al hilo de la argumentación, es probable que el mencionado
otorgamiento de la ciudadanía a quienes dispusieran de armamento hoplíti-
co fuese visto como una concesión revolucionaria por parte de los círculos di-
rigentes áticos pero sería lo máximo a lo que los mismos estaban dispuestos
a llegar para tratar de garantizarse una cierta paz social; sin embargo, y aun
cuando no disponemos de estimaciones demográficas que nos permitan co-
nocer a cuántos individuos benefició esta medida, lo cierto es que al consa-
grarse definitivamente la situación de los hectémoros, muchos de los que teó-
ricamente podían beneficiarse de ese acceso a la ciudadanía lo tenían cada
vez más difícil puesto que una parte no negligible de su renta iba a parar a
su respectivo acreedor al tiempo que, posiblemente, la situación de su tierra
«esclavizada» quizá les descalificase para convertirse en ciudadanos de ple-
no derecho, al ser poco más que clientes y, por lo tanto, no disponer plena-
mente de sus personas.
Además, si pensamos que la situación va empeorando en los poco más de
veinte años que van desde la época de la legislación de Dracón hasta el ini-
cio de la actividad política de Salón, no resulta arriesgado suponer que mu-
chos a quienes se les había reconocido el derecho a la ciudadanía mediante
las medidas del primero habrían ido perdiendo esa cualificación como con-
secuencia del progresivo endeudamiento. Desde mi punto de vista, puede
que estos individuos, que posiblemente hubiesen acabado accediendo a la
ciudadanía tras la obra de Dracón, al verse privados no sólo de la libre dis-
posición de sus tierras sino, por ello mismo, de sus derechos cívicos, pudiesen
haber ejercido una fuerte presión social que acaso otros grupos sociales (los
pelatai y/o thetes) no hubiesen podido ejercer dado que, ciertamente, nunca
habían tenido derechos auténticamente reconocidos.
Da la impresión de que, aparte de otras reivindicaciones, sobre las que
más adelante volveremos, una de las principales debía de ser el reparto de
tierras (ges anadasmos); esta idea la encontramos expresada tanto en Aris-
tóteles (Ath. Poi., 11, 2) como en Plutarco (Sol., 13, 6; 16, 1) Y según el pri-
mero de ellos el propio Solón se pronunciaría sobre su postura al respecto en
uno de sus poemas (frag. 23 0).65 Sin entrar en detalle en ejemplos, el re-
o parto de tierra era, como es fácil de entender en una sociedad que basaba en
28 SaLóN DE ATENAS

la propiedad de la tierra buena parte de las condiciones de acceso a la ciu-


dadanía, una medida revolucionaria (cuando no utópica)66 que, aunque no
demasiado puesta en práctica, era propia únicamente de tiranos, especial-
mente de los más duros y crueles. 6? Es bastante posible que el mundo colo-
nial, en el que el reparto de las nuevas tierras adquiridas era uno de los ob-
jetivos principales de la fundación, pudiese haber influido en esta idea sobre
todo si los atenienses consideraban que la propiedad individual procedía de
un antiquísimo e inmemorial reparto de tierras por lo que, al procederse a
uno nuevo, se recuperaría la libertad primitiva, acabando con toda usurpa-
ción. 68 Habría detrás de esto, como ya vio Will, la demanda de crear una po-
lis nueva, no de restaurar la vieja polis,69 inviable para el demos por las pro-
fundas desigualdades que generaba.
Esta petición vendría acompañada de otras complementarias, entre ellas
la abolición de las deudas, pero éstas no dejaban de ser accesorias de la prin-
cipal, el reparto de tierras que garantizaba una perspectiva de futuro, al me-
nos desde el punto de vista de una sociedad como la ateniense que, como
veíamos anteriormente, no había desarrollado en demasía otras alternativas
económicas que otras ciudades de Grecia sí habían explorado. De tal mane-
ra, quizá no hubiese en las causas del conflicto, de la stasis que desasosegaba
a Atenas, demasiadas cuestiones teóricas, sino tan sólo una sensación incon-
creta de injusticia, fruto de la impresión generalizada entre el pueblo y entre
algunos miembros de la aristocracia especialmente sensibles (no todos los
aristócratas pensaban del mismo modo FO de que la polis marchaba mal y de
que había que poner remedio. 71 El propio Solón se haría eco de esta situa-
ción en alguno de sus poemas (por ejemplo, el comentadísimo fragmento 24
D con su constante referencia a la justicia, a dike).
Los medios de actuación de los descontentos eran, naturalmente, limita-
dos; no podemos perder de vista el hecho de que el estado era, en cierto
modo, embrionario, dominado por los intereses particulares y familiares de
los gene aristocráticos que monopolizaban el poder y la justicia72 y frente
a los cuales la única defensa posible (aunque no sabemos si demasiado viable
aún) era la reunión de los individuos (incluyendo a los aristócratas) en gru-
pos con intereses compartidos (heterías);?3 igualmente, todavía faltaban casi
dos siglos para que surgiese una reflexión política madura, tal y como se en-
tenderá en época clásica avanzada, y lo acuciante quizá no era tanto una de-
finición del marco jurídico y constitucional cuanto la resolución de proble-
mas que, por amplios y extendidos, causaban mella en el núcleo duro de los
eupátridas atenienses. De ahí, la demanda concreta del reparto de tierras y,
también, la metodología que el demos (a través de sus aristocráticos dirigen-
tes) proponía para lograrlo y que no descartaba las medidas de fuerza, como
la propia tiranía.
Esta situación de descontento es aprovechada, innegablemente, por cier-
tos individuos que utilizan el mismo para conseguir sus propios fines, que se-
guramente no son otros que acceder a los puestos de privilegio dentro de la
arcaica y cerrada estructura de poder ateniense. Las informaciones de que
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 29

disponemos en nuestras fuentes no son especialmente claras y concretas,


pero Plutarco menciona, por ejemplo, los conflictos que existen en Atenas
entre los seguidores de Megacles el Alcmeónida y los partidarios del frus-
trado tirano eilón (Plut., Sol., 12,2), a lo que se añaden los desequilibrios te-
rritoriales entre las distintas partes integrantes del Ática que Plutarco intro-
duce en este momento (Plut. Sol., 13, 1), frente al panorama que
encontramos en otros autores, como Heródoto que aluden a esta división de
facto del Ática a propósito del ascenso al poder tiránico de Pisístrato (por
ejemplo, Hdt., 1,59 Y Aristóteles, Ath. PoI., 13,4); en todo caso, no es des-
cartable pensar que las rivalidades territoriales pudieran haber hecho ya acto
de presencia en los momentos previos a la actividad de Salón y que jugasen
su papel en el agravamiento de la situación existente en Atenas.
No parece, por todo ello, dudoso, que determinados individuos, como
medio para alcanzar mejores posiciones en la lucha política ateniense, ca-
pitalizasen el descontento del demos, situándose al frente del mismo. Serían
los así llamados «jefes» o «conductores» del pueblo (hegemones tou de-
mou), a los que el propio Salón se refiere en varias ocasiones (por ejemplo,
en los frags. 3 D Y 5 D); por su parte, Aristóteles, acabará considerando a
Salón también como uno de estos «jefes del pueblo», para ser más exacto
el primero de ellos (Arist., Ath. PoI., 2, 3). El programa de estos individuos,
si es que cabe utilizar aquí este término, no debía de ser en absoluto muy
definido y como mucho se aprovecharían del descontento generalizado y
poco articulado como medio de adquirir poder e influencia que usarían a
discreción para minar la posición de las familias y grupos que, en la prácti-
ca, ejercían el poder en la polis y avanzar en sus propias posiciones. 74 Una
lucha faccional, en todo caso protagonizada de modo indiscutible por indi-
viduos de origen aristocrático, que yo no creo que hubiese alcanzado ni los·
niveles de complejidad ni el evidente peso político que adquirió en mo-
mentos posteriores de la historia ateniense, como los últimos años del siglo
v y el siglo IV; sin embargo, los autores de esa época tendieron a presentar,
por ignorancia o por convicción, esas aún embrionarias luchas políticas
como las que caracterizaron a la Atenas del clasicismo avanzado, incu-
rriendo en un claro anacronismo del que, no obstante, se hacen eco tanto
Aristóteles como Plutarco. 75
Es cierto que en los poemas de Salón hallamos generalmente más que un
relato de los hechos el reflejo que los mismos tienen en el pensamiento de su
autor y, por consiguiente, no dejan de ser problemáticos a la hora de utili-
zarlos como fuentes históricas; sin embargo, en esos poemas nos encontra-
mos más con un planteamiento ético que político y, aunque este último sin
duda está presente, al menos en la visión de un contemporáneo, y que iba a
jugar un papel importante en el intento de solución de la situación, el com-
ponente ético era, al menos, tan importante como el político. 76 Yeso es algo
que no deberemos perder de vista para intentar entender el cómo y el
porqué de lo que ocurrió.
Sin embargo, centrémonos ahora en las actuaciones concretas que con-
30 SOLÓN DE ATENAS

virtieron a Salón en un personaje conocido e influyente en Atenas, presu-


puesto básico para entender cómo pudo confiársele la solución del conflicto.

3.5.2. La importancia del episodio de Salamina

En buena parte de la tradición relativa a Solón se sitúa su intervención


en el episodio de Salamina como crucial a la hora de entender su prestigio
futuro 77 e, indudablemente, este éxito en el exterior fue ciertamente un pri-
mer paso importante en su carrera política, igual que les ocurrió a otros no-
tables estadistas griegos;78 al animar a la lucha a sus conciudadanos, aun
cuando sus motivos sigan siendo relativamente obscuros, Solón se situó en
primera línea de la popularidad.79
Sin duda, el flanco occidental del Ática debía de ser en esos años de fi-
nales del siglo VII una de las áreas más conflictivas del territorio ateniense.
En efecto, la polis ateniense era vecina por esa zona de Mégara, que se ha-
bía mostrado claramente partidaria del intento tiránico de Cilón merced al
parentesco que unía al noble ateniense con el a la sazón poderoso tirano de
la ciudad, Teágenes; por otro lado, y situada en el área fronteriza entre las
dos poleis, se encontraba la fértil llanura triasia, cuyo centro principal, Eleu-
sis, era sede de un importante culto a Deméter y Core ya desde el siglo VIII
a.e. Algunos autores han llegado a sugerir que también Eleusis habría sido
ocupada por Mégara y que sería de nuevo incorporada a la polis ática en es-
tos momentos, tras hacer un análisis diferente del usual de algunos de los
poemas de Solón (sobre todo, el frag. 24 D), combinado con una de las in-
formaciones que pone Heródoto en boca de Solón durante su encuentro
(apócrifo) con Creso;80 aunque esto no puede asegurarse, sí que parece cier-
to que hay una importante remodelación de toda el área sacra de Eleusis en
época de Solón, que acaso se relacione con la transformación de un ritual
tradicional en honor a Deméter en un culto de carácter misté rico, que mar-
cará a partir de ahora la especificidad del santuario eleusino.81 Es posible, in-
cluso, que la profunda reforma que sufre este santuario, así como la apari-
ción de ese culto mistérico que refuerza el vínculo de los atenienses con la
diosa de la tierra, con Deméter, estén en relación con la grave situación de
riesgo por la que atraviesa Atenas en esta vital área del Ática. 82
Por consiguiente, la frontera ático-megárea no era (y no lo sería nunca)
cómoda para ninguna de las dos poleis83 y, aunque en los siglos sucesivos se-
ría Mégara la que acabase por llevar la peor parte en esta conflictiva rela-
ción, en estos momentos de las postrimerías del siglo VII Mégara era una po-
tencia no despreciable,84 mientras que posiblemente no podía decirse lo
mismo de la maltrecha Atenas. En esta situación, la posesión de la isla de Sa-
lamina resultaba vital para ambas ciudades, en su intento recíproco de
garantizarse una cierta seguridad en el área. Ciertamente, la isla de Salami-
na cerraba el pequeño golfo en cuya cabecera se situaba Eleusis y estaba es-
tratégicamente situada frente al puerto de Mégara, Nisea, y frente a la costa
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.C. 31

,
ELEUSIS

MÉGARA
• •ATENAS
NISE:

• • oo.

[) o
~,--~--~----~~,
20 km

FIGURA 2. La costa ática, Mégara y Salamina.

ática, relativamente próxima a la zona usada por entonces por los atenienses
como puerto, Falero, y a aquélla donde con el paso del tiempo surgiría el fu-
turo puerto de Atenas, el Pi reo. Si Mégara controlaba Salamina, las comuni-
caciones de Atenas con Eleusis podían dificultarse considerablemente
en caso de hostilidad y, con ello, la posibilidad de acceso directo hasta el te-
rritorio megáreo; por el contrario, si era Atenas quien ejercía su autoridad
sobre la isla, el puerto de Nisea se hallaría permanentemente amenazado; en
todo caso, el control de Salamina era vital para que Atenas tuviese una bue-
na comunicación por mar con el área del istmo de Corinto y, en general, con
todo el Golfo Sarónico. 85
No se sabe con certeza cuándo ocupó Mégara la isla de Salamina, aun-
que posiblemente lo hiciese en algún momento del siglo VII, tal vez como
consecuencia de la reacción megárea al fiasco de Cilón;86 quizá Atenas no
había mostrado demasiado interés en la isla hasta entonces pero, indudable-
mente, una fuerza enemiga en ella, como decíamos anteriormente, podría
poner en serios peligros las comunicaciones entre Atenas y el importante
32 SOlÓN DE ATENAS

centro de Eleusis, prácticamente aislado del resto del Ática por el sistema
montañoso del Egáleo. A veces también se han aducido intereses comercia-
les para justificar el nuevo interés de Atenas por la isla,87 y quizá no haya que
descartarlos por completo pero a mí me parece que el principal motivo de
alarma hay que verlo en esta eventualidad de aislar a una parte importante
del territorio ático del resto del mismo; además, para los atenienses la isla era
suya o la consideraban suya, como muestran los propios fragmentos de So-
Ión (por ejemplo, el frag. 2 D).
No conocemos, pues, ni los detalles de la pérdida de la isla ni de los inten-
tos de recuperarla ni de cuánto tiempo duró la situación, pero es posible que
todo ello sean secuelas de la enemistad entre Atenas y Mégara tras el asunto
de Cilón y el asesinato de sus partidarios, apoyados por esta última;88 he-
mos de pensar que, como solía ser frecuente, debió de haber escaramuzas de
baja intensidad durante cierto tiempo, posiblemente seguidas de alguna
derrota más severa sufrida por los atenienses; sería como consecuencia de
ella por lo que Atenas habría desistido de su empeño frente a la entonces más
potente Mégara, aprobando incluso una ley que prohibiría plantear una nue-
va guerra por Salamina bajo pena de muerte (Plut., Sol., 8, 1; Polieno, Strat., 1,
20, 1; Diog. Laert., 1,46; Just., 11, 7); la ley en cuestión la mencionaría ya De-
móstenes (19, 252) pero no sería improbable que la misma no haya existido
nunca y que haya sido la lectura e interpretación posterior de los poemas de
Solón la que haya introducido muchos de los elementos presentes en la tra-
dición, como la referencia al heraldo que Solón hace, evidentemente, en
el frag. 2 D que pudo dar lugar a creer que existía esa prohibición por ley o la
referencia a la locura en el fragmento 9 D, que pudo introducir también este
otro tema. 89
El primer mérito de Solón en este asunto habría consistido, pues, en ha-
ber introducido de nuevo en el debate político el asunto de Salamina me-
diante la alocución pública de un poema que inflamaría los ánimos al aver-
gonzar y hacer responsables a los atenienses de haber abandonado a su
suerte a la isla90 y obligaría a derogar la ley anterior ya reiniciar la lucha por
Salamina. Los detalles sobre cómo obró Solón varían según las fuentes e in-
cluyen los ya mencionados tópicos, desde el de un Solón haciéndose pasar
por loco hasta Solón ocupando el puesto (y por ello la inmunidad) del he-
raldo y recitando una poesía en lugar de pronunciando un discurso, con lo
que burlaría la ley que prohibía tratar del tema de Salamina;91 en el comen-
tario a las fuentes pueden hallarse algunos de estos detalles.
No obstante, no es improbable que Solón aprovechase un momento de
debilidad en Mégara que hacia esos años, en torno al 600, habría sufrido un
fuerte revés frente a Samos, en pugna por la posesión de Perinto (Plut. Mor.
303E 9 - 304C 3), perdiendo unos veinte barcos y cayendo prisioneros unos
600 megáreos. Si bien estos prisioneros acabaron regresando a Mégara, el
golpe sufrido pudo haber sido aprovechado por Atenas para intentar reocu-
par la isla92 y Solón, posiblemente en connivencia con gentes próximas a él
(al menos puede pensarse a partir de lo que asegura Plutarco, Sol. 8,3) ha-
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 33

bría sido el encargado de volver a introducir esa cuestión. De Plutarco se


desprende que debió de haber una intensa campaña de agitación previa, atri-
buida a los jóvenes, que encontraron a un valedor en Salón, que tampoco po-
día soportar la deshonra (Plut., Sol., 8, 1). En la reconstrucción de Plutarco,
Salón aparece como un patriota que no puede mostrarse insensible a la pre-
sión ambiental y actúa espontánea y secretamente, mientras que los jóvenes
(que siempre suelen représentar a los elementos menos conservadores de
la sociedad) serían en buena medida los responsables de esa presión am-
biental. No obstante, poco después Plutarco se traiciona al reconocer que la
recitación pública de su poema Salarnina, de cien versos y que Solón se
aprendió de memoria (frag. 2 D), fue aplaudida por sus amigos (phi/oi) (Plut.
Sol., 8, 3) lo que sugiere que ya por entonces Salón tenía a su alrededor a una
serie de individuos, indudablemente descontentos, dispuestos a apoyarle pú-
blicamente en cuantas iniciativas tomara.
Es interesante plantearse a quién dirigió Salón su discurso; si aceptamos
la visión de Plutarco, lo habría pronunciado en el ágora, desde la tribuna (o,
más bien, desde la piedra) del heraldo y cuando se hubo reunido mucha gen-
te (Plut., Sol., 8). Algunos autores han pensado que esta noticia es anacróni-
ca puesto que en los años finales del siglo VII e iniciales del siglo VI la sobe-
ranía no radicaría en el pueblo, sino en los eupátridas, por lo que su discurso
se habría dirigido a ellos. 93 Sin duda esta idea responde a lo que debía de ser
la realidad de la época; no obstante, si pensamos que Salón, que está bus-
cando incrementar su popularidad, lo que quiere es mostrar su oposición a
un tipo de política determinado, el lugar más efectivo para que su mensaje
llegase a más gente era el ágora; los ocho versos conservados atribuidos al
poema muestran unas imágenes claramente exageradas, quizá con la inten-
ción de atraerse a un pueblo en general ya descontento; precisamente el que
eso no tuviese trascendencia política pero sí pudiese crear un estado de ten-
sión social, que en último término beneficiaba a Salón, debería hacer recon-
siderar la cuestión de a quién iba dirigido el poema. A ello hay que añadir
que, tal vez, en esa misma alocución Salón pudo hacer una oferta directa a
sus oyentes para proseguir la guerra.
En efecto, otro elemento de interés de toda la tradición deriva de la in-
formación que recoge también Plutarco en una de las dos versiones que da
de la guerra promovida por Salón, según la cual Atenas habría aprobado el
reclutamiento de un ejército compuesto de 500 voluntarios que, en caso de
tomar la isla, ejercerían el gobierno en la misma (Plut., Sol., 9, 2); esta medi-
da, promovida por el propio Salón se ha interpretado habitualmente como
una prueba de la situación de desesperación por la que atravesaba Atenas y
en la que sólo la promesa de un reparto de tierras y de una emancipación po-
lítica podría animar a la ciudadanía a participar en una guerra,94 Pero pare-
ce bastante claro también que un contingente de esta naturaleza, posible-
mente formado por partidarios suyos, podría convertirse, en caso de
necesidad, en un importante elemento de presión política. Es difícil saber
de dónde ha obtenido Plutarco esas informaciones que, en todo caso, se tra-
34 SOLÓN DE ATENAS

te de una o la otra versión, son claramente legendarias; no obstante, no po-


demos perder de vista que su poema Salamina se componía de cien versos y
que conservamos, en el mejor de los casos, tan sólo ocho, siendo posible que
en los versos que faltan, y que sin duda pudo conocer Plutarco, se diesen in-
formaciones sobre la situación de la isla, sobre los precedentes de la situa-
ción y, acaso, sobre alguna medida a tomar para recuperar Salamina,95
incluyendo quizá alguna referencia a 500 voluntarios. 96 Naturalmente, no in-
cidiremos en esta línea porque es indemostrable pero arroja, en todo caso,
algunos elementos más al debate.
Aunque la biografía de Plutarco insiste en el papel personal de Solón en
la reconquista de Salamina (Plut., Sol., 8-10), acompañado incluso del futuro
tirano Pisístrato,97 en otras fuentes la responsabilidad de la reconquista, y de
la conquista del puerto megáreo de Nisea se le asigna a este último; a los dos
se les atribuyen las mismas o parecidas estratagemas y los propios autores
modernos hacen valer argumentos a favor de la autoría de uno o de otro. Es
un viejo debate, por consiguiente, que no es mi propósito reabrir aquí;98 sim-
plemente mencionaré un par de datos para resituar la cuestión. Por el propio
Plutarco sabemos que en el cabo Esciradio, ya en la costa de Salamina y jus-
to enfrente de la costa ática, había un santuario de Enialio, dios eminente-
mente guerrero, que habría erigido Solón (Plut., Sol., 9, 6), posiblemente en
el lugar en que tuvo lugar el primer desembarco ateniense;99 sabemos tam-
bién que, a pesar de que haya habido combates, la guerra concluiría median-
te un arbitraje espartano, en el que Solón habría tenido también un papel re-
levante aportando argumentos para defender el carácter ateniense de
Salamina (Plut., Sol., 10; Ael., VH, 7, 19)100 Y habiendo recibido, incluso, un
oráculo del Apolo de Delfos que, se decantaba por Atenas declarando a Sa-
lamina tierra jonia (Plut., Sol., 11, 1).101 La vinculación que establece Solón
entre Atenas y Jonia es bien conocida por uno de sus poemas (frag. 4 O, vv.
1-3) y no hay que descartar que su propia expresión poética la haya apren-
dido en Jonia. 102
Por su parte, Pisístrato ocuparía más adelante, y antes de ser tirano, el
puerto de Nisea (Hdt., 1,59,4-5), éxito que le valió, cuando lo solicitó so pre-
texto de un atentado, que se le concediera una guardia personal, con la que
finalmente se hizo con el poder tiránico en Atenas. 103 En todo caso, parece-
ría que la ocupación de Nisea debería encuadrarse en la misma guerra que la
ocupación de Salamina aunque, no necesariamente, en el mismo momento lO4
y, de cualquier modo, debe ser anterior al arbitraje espartano que pondría fin
a la guerra (¿en los años 60 del siglo VI?);!05 eso podría excluir a Solón, a me-
nos que pensemos que, ya anciano, aportase argumentos en defensa del ca-
rácter ateniense de la isla ante los árbitros espartanos. Es probable que el ar-
bitraje fuese acordado tras la caída del puerto de Mégara en manos de
Pisístrato, cuya acción habría tenido lugar para evitar hostigamientos sobre
Salamina, por lo que esta acción debe ser considerada la última operación
militar de esta larga guerra. 106
Sin que podamos tener la certeza absoluta, pues, no habría que descartar
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.C. 35

que Salón no sólo animase e incitase, apoyado en sus partidarios, a la guerra


con Salamina, sino que su función sería mucho mayor, puesto que promove-
ría el reclutamiento de una fuerza de 500 voluntarios, a quienes se les conce-
derían derechos sobre la isla semejantes a aquéllos de los que gozaban quie-
nes iban a fundar una colonia, y quizá, incluso, ejerciese alguna función de
mando militar, tal y como recoge la tradición, teniendo la capacidad, incluso,
de erigir un santuario al viejo dios Enialio en el lugar elegido para el inicio de
la reconquista de la «ansiada Salamina» como la llama el propio Salón.
No hay nada en contra de que Salón pudiera haber sido, incluso, quien
dirigiese el ejército y este papel de mando y dirección de la campaña le es
concedido por todas las fuentes que lo sitúan a él al frente de la misma aun-
que sin atribuirle cargo oficial alguno, que en este momento debería de ha-
ber sido el de polemarca, lo que resulta en todo caso sorprendente. Ello pue-
de deberse, lisa y llanamente, a que toda esa tradición es una farsa por lo que
no hay noticias sobre ocupación de magistraturas por parte de Salón antes
del arcontado o bien a que no desempeñó realmente el cargo de polemarca
aunque quizá sí tuviese responsabilidades militares. El problema es determi-
nar cuáles y cómo se pudieron materializar éstas; en mi opinión y para in-
tentar conciliar el mando que podría haber ejercido y la ausencia de noticias
a un nombramiento oficial como po le marco, una posible solución podría ser
pensar que a Salón se le encomendaron en la empresa las operaciones de
apoyo naval; bien es cierto que no son muchos los recursos navales emplea-
dos en la conquista (una triacóntera y varios barcos de pescadores usados
como transporte de tropas) (Plut., Sol., 9, 3) pero, en todo caso, resultan de-
cisivos tanto en la ocupación de la isla como en evitar la reacción inmediata
de Mégara. No olvidemos que Salón tenía experiencia en los asuntos del mar
por haberse dedicado al comercio y que también por esos años Atenas esta-
ba empezando a utilizar flotas de guerra, como la que permitió la conquista
de Sigeo frente a los mitilenios en los últimos decenios del siglo VII (Hdt., V,
94-95).107 Naturalmente, y en comparación con la toma de Sigeo, el asunto de
Salamina era menor y con un cargo militar de segundo orden (quizá estrate-
gO)108 Solón pudo dirigir, al menos, la parte anfibia de la operación, que re-
sultó a la postre decisiva. 109
Por otro lado, y aunque también hay debate al respecto, su inmediato as-
censo político no se debería tan sólo a haber promovido una guerra victo-
riosa a la postre, al menos en cuanto a la reocupación de Salamina, sino
en haberla dirigido personalmente, que era lo que, ciertamente, proporciona-
ba gloria y popularidad suficiente. No hemos de olvidar tampoco que estamos
aún en un mundo aristocrático en el que la ética agonal es todavía primor-
dial; los que en esa sociedad tienen éxito son o' quienes vencen en competi-
ciones atléticas o quienes se destacan en guerras victoriosas o, mucho más
afortunados aún, los que destacan en ambas actividades. Solón no era Olim-
piónico y, a lo que parece, su familia había perdido lustre con el tiempo. Qui-
zá en nuestra época seduzca la idea del poder de la palabra sobre los hechos
y es, sin duda, sugerente pensar que fue la palabra de Salón la que transfor-
36 SOLÓN DE ATENAS

mó la realidad; no obstante, y sin negar por completo ese poder al discurso


de Solón, en la sociedad aristocrática de fines del siglo VII era mucho más
convincente una victoria real, ya en los Juegos ya en la guerra, sobre compe-
tidores y rivales igualmente reales. Sólo de ellos era el futuro, y si la acción
sin la palabra no dejaba huella, la palabra sin la acción no conseguía modi-
ficar la situación. Solón fue el teórico de la guerra contra Salamina pero fue
también el que se convirtió en el vencedor de la jornada; con astucia 110 y ca-
pitalizando el éxito obtenido, un futuro prometedor se abría ante él.
Como hemos indicado, la tradición posterior adornó enormemente los
relatos de la conquista de Salamina a mayor gloria de Solón y, eventualmen-
te de Pisístrato, lo que sugiere que posiblemente muchos de ellos procedan
de la época de la tiranía de éste último y que, incluso, al resaltar la colabo-
ración entre el tirano y el legislador, resultase favorecida la figura de aquél.
En relación con el éxito en Salamina hay que mencionar las tradiciones que
sitúan en la isla el lugar de nacimiento de Solón o el lugar de procedencia de
su familia (por ejemplo, Diod., IX, 1) e, incluso, las que situaban en Salami-
na el lugar en el que, esparcidas por toda la isla, reposaban sus cenizas (Plut.,
Sol., 32, 2 basándose en Aristóteles, frag. 392 Rose). En ambos casos se tra-
ta sin duda de tradiciones elaboradas a posteriori y, al menos, en el caso de
la segunda, palpablemente falsa, puesto que algunos autores indican el lugar
exacto en que se hallaba su tumba (Ael., v'H., 8, 16), junto a las puertas de
Atenas. Sin embargo, ya a fines del siglo v. a juzgar por unos versos de la co-
media de Cratino «Los Quirones» (recogidos en Diog. Laert., 1,62), el tópi-
co de que sus cenizas reposaban dispersas en Salamina ya estaba amplia-
mente extendido.
Todo esto lo que nos sugiere es que, a pesar de que su fama ulterior como
legislador haya en cierto modo eclipsado sus primeras actividades, su parti-
cipación directa en la toma de Salamina debió de resultar un acontecimien-
to de indudable importancia y magnitud no sólo en su época sino, natu-
ralmente, a partir del 480 cuando la victoria panhelénica en aguas de la
isla sobre los persas la convirtió en un lugar de fuerte carga simbólica para
Atenas.

3.5.3. La primera Guerra Sagrada

La llamada primera Guerra Sagrada es un episodio bastante obscuro de


la historia griega arcaica que habría tenido lugar (o, al menos, se habría ini-
ciado) también en torno al año 600 a.c., bien movida por el intento de los
habitantes de Crisa de incrementar su control sobre el santuario de Delfos
bien provocada por el deseo de otros estados griegos (que acabarían organi-
zando la Anfictionía délfica) de arrebatar ese control a los de Crisa en be-
neficio propio; como consecuencia de las dificultades que plantea el asunto,
una serie de autores se ha declarado claramente escéptica sobre la realidad
de tal guerra, I11 mientras que otros tratan de encontrar briznas de historici-
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 37

dad en fuentes que escriben mucho tiempo después ll2 y otros, por fin, inten-
tan buscar otro tipo de datos, por ejemplo arqueológicos y topográficos para
intentar mostrar, al menos, la existencia de las condiciones necesarias
para que dicha guerra pudiese haberse celebrado. ID Para nuestro propósito
nos interesa que, al menos desde el siglo IV a.e. surge la idea de que Solón
había jugado también un papel relevante en dicha guerra; sobre cuál pudo
haber sido este papel tampoco se ponen de acuerdo los autores antiguos, ya
que mientras que para Aristóteles en una obra perdida llamada «Catálogo
de los vencedores Píticos» (frag. 615 Rose) Soló n habría sido quien conven-
ció a los Anfictiones a declarar la guerra a los de Crisa (también en Esqui-
nes, 3,108 YPaus., X, 37, 6-7), para otros autores, como el desconocido Evan-
tes de Samos (ap. Plut., Sol., 11,2), Solón habría sido el general. No obstante,
Plutarco, buen conocedor de todo lo que se refiere al santuario délfico, ase-
gura que el estratego ateniense fue AIcmeón, hijo de Megacles, mientras que
Pausanias (X, 37, 6) asegura que quien dirigió las operaciones en su conjun-
to fue el tirano Clístenes de Sición;114 la intervención tesalia, sin duda decisi-
va en el planteamiento del conflicto a veces se pasa por alto,J15 pero se sabe
que el jefe del contingente tesalio fue Euríloco, de la familia de los Alévadas
(Schol. in Pynd. Pyth. b, 1). En todo caso, la guerra habría durado varios
años (diez según la tradición) y su final habría tenido lugar hacia el 591/590
a.e. (Marmor Parium, ep. 37), iniciándose en los años sucesivos los reorga-
nizados Juegos Píticos.11 6
Es bastante difícil pronunciarse al respecto de la posibilidad o no de par-
ticipación de Solón en el episodio; por una parte, es cierto que las fuentes del
siglo IV son las más antiguas que aluden a la participación de Solón en la pri-
mera Guerra Sagrada y que no parece haber referencias anteriores, lo que
permitiría pensar que esta información no es más que un añadido ulterior de
la tradición, aprovechando el evidente colorido délfico que tiñe toda la tra-
dición sobre Solón. 1I7 Sin embargo, es precisamente este barniz délfico, que
parece ser bastante antiguo ya que estaba claramente generalizado en la épo-
ca de Heródoto hasta el punto de ocultar parcialmente su realidad histórica,
el que sugiere que para el santuario de Apolo Solón fue un personaje rele-
vante tal vez, podría pensarse, por el recuerdo de pasados favores prestados
por el ateniense al mismo.
Sea como fuere, el argumento es prácticamente circular, lo que hace que,
de momento, suspendamos nuestro juicio al respecto, no sin antes apuntar
que, en todo caso, el contexto de la época en que presumiblemente tuvo lu-
gar la guerra encaja bastante bien con los intereses de los eupátridas ate-
nienses por abrirse camino en un mundo griego del que han estado bastante
aislados. Baste al respecto recordar cómo fue precisamente el hijo de ese
Alcmeón, Megacles, nieto por consiguiente del Megacles responsable de la
muerte de los partidarios de Cilón, quien acabó casándose con Agariste,
la hija del tirano Clístenes de Síción (Hdt., VI, 130), que aparece en algunas
tradiciones como encabezando la guerra contra los de Crisa. Igual que Cilón
anteriormente, también AIcmeón acabaría triunfando en los Juegos Olímpi-
38 SaLóN DE ATENAS

cos (posiblemente en los del 592 a.e.) aunque en una especialidad diferente
como era la carrera de caballos, siendo, según parece, el primer ateniense
que obtuvo la victoria en esta modalidad (Isoc., 16, 25).
En este mundo, pues, de poderosos clanes aristocráticos enfrentados, una
manera de obtener gloria, además de mediante la participación en las com-
peticiones atléticas, era a través de la guerra; las relaciones de los Alcmeóni-
das con el santuario de Delfos fueron excelentes durante el siglo V¡118 y qui-
zá también puedan remontarse a la participación de Clístenes de Sición y de
su futuro consuegro Alcmeón de Atenas, en esa guerra contra los de Crisa
que ulteriormente se conoció como primera Guerra Sagrada. El papel de Sa-
lón, en medio de estos poderosos aristócratas es difícil de percibir; no obs-
tante, es probable que el prestigio conseguido tras la reconquista de Salami-
na, en la que, no lo olvidemos, suele aparecer relacionado con Pisístrato
(seguramente anacrónico), rival declarado de los Alcmeónidas, le hubiese
dotado de cierto ascendiente en la escena política ateniense, hasta el punto
de que a pesar de que en las «Memorias» del santuario de Delfos a que alude
Plutarco (Sol., 11, 2), que debía de conocerlas bien, como estratego atenien-
se figuraba Alcmeón, la participación de Solón debía de darse por descar-
tada.
Sea como fuere, y por no alargarnos más sobre este punto, y aunque al
final no podamos determinar qué grado de participación tuvo Solón en la in-
tervención ateniense a favor de Deltas, es probable que la misma diese sus
frutos no demasiado después, justo en el momento en el que Solón iba a ini-
ciar su actividad política y legislativa. l19
4. LA OBRA DE SOLÓN

4.1. Los ÚLTIMOS PASOS HACIA EL ARCONTADO

A través de su incitación y participación en la campaña de Salamina, So-


Ión se ha convertido en un personaje importante y popular; su posible parti-
cipación en el asunto de la Guerra Sagrada, aparentemente muy beneficiosa
para Atenas, ya que tal vez implicó la apertura para Atenas del ámbito dél-
fico, l además de abrirle una proyección exterior, seguramente reforzó su im-
portancia interna. Y creo que no se ha destacado suficientemente que en
ambas empresas aparece relacionado con diferentes elementos de los eupá-
tridas atenienses. Así, mientras que en el asunto de Salamina se le relaciona
con Pisístrato, lo que sin duda es anacrónico, en el episodio de la guerra sa-
grada la relación se establece con el ámbito Alcmeónida.
Veamos con un poco más de detalle esta cuestión. La relación con Pisís-
trato en el caso de Salamina, tal y como apuntábamos anteriormente, y apar-
te de los vínculos familiares e incluso afectivos que pudieran unir a Solón con
el futuro tirano (sospechosos en todo caso),2 se establece, sobre todo, por el
hecho de que Pisístrato posiblemente concluyese la guerra iniciada o prose-
guida por Salón, al obligar a los megáreos a solicitar el arbitraje espartano
tras la captura del puerto de Nisea. En cierto modo, la guerra cuyo reinicio
es impulsado por Salón sería la misma que concluiría Pisístrato; de ahí la re-
lación que se establece entre ambos momentos de la misma, por más que po-
siblemente los dos episodios estuviesen separados por varios decenios. Sin
embargo, en la medida en que Pisístrato prosigue esta línea iniciada por Sa-
lón y también en la medida en que éste parece utilizar unos mecanismos que
se salían del cauce normal, como es el ofrecimiento del poder sobre la isla a
los quinientos voluntarios que acaso había conseguido reclutar, Salón mos-
traría una orientación próxima a las ideas que luego defendería Pisístrato y
que le elevarían al poder. Para los antiguos, Pisístrato se habría situado al
frente de los diacrios o hiperacrios (Hdt., 1, 59) que, según la visión algo de-
formante del siglo IV, eran los que se hallaban más cerca del demos (Arist.,
Ath. PoI., 13, 5: demotikotatoi) o ya, para el muy posterior Plutarco que con-
funde los términos, eran los más democráticos (Plut. Sol., 13,2: demokrati-
kotatoi).
Por otro lado, si aceptamos la relación que se establece en el asunto de
40 SOlÓN DE ATENAS

la primera Guerra Sagrada entre Clístenes de Sición, su futuro consuegro


Alcmeón y el propio Solón, éste se hallaría formando parte de unos ambien-
tes marcadamente diferentes, siempre dentro de los círculos aristocráticos,
de los que en su momento representaría Pisístrato; en el análisis que hace
Heródoto de la situación previa al ascenso de Pisístrato a la tiranía, Mega-
cles, el hijo de ese Alcmeón, está al frente de los páralos (Hdt., 1, 59), que as-
pirarían a una constitución moderada tanto en la visión de Aristóteles (Ath.
PoI., 13,4) como en la de Plutarco (Sol., 13,2). Independientemente de lo
arriesgado que es utilizar esa terminología propia del siglo IV para interpre-
tar la realidad de la Atenas de inicios del siglo VI, lo que parece seguro es que
los intereses más puramente aristocráticos (u oligárquicos) se hallaban re-
presentados por las gentes de la llanura ática, encabezados a la sazón por Li-
curgo (Hdt., 1, 59).
De este modo, y en tanto en cuanto podamos otorgar cierta verosimili-
tud a las noticias transmitidas acerca de las amistades políticas de Solón, po-
dríamos decir que éste se movía en los círculos de los aristócratas más mo-
derados, esto es, en torno a los Alcmeónidas, que se hallaban enfrentados a
los más claramente reaccionarios representados por la gente de la llanura.
Por ende, si aceptamos lo que nos dice Heródoto, que escribe más cerca de
los acontecimientos, en el sentido de que el tercero de los grupos en liza, el
de los diacrios o, como él le llama, los hiperacrios fue organizado por el pro-
pio Pisístrato con vistas a la conquista del poder (Hdt., 1, 59), podríamos con-
cluir que, puesto que en época de Salón ese tercer grupo aún no existía, o
bien no había encontrado aún a nadie que lo articulara o, más probable-
mente, que muchas de las gentes que posteriormente se integrarían en él, no
se hallaban por el momento en condiciones de hacerlo, al no disponer, ni tan
siquiera, de una libertad plena. Esto lo sugiere, además, Aristóteles (Ath.
Poi., 13,5), aunque da la impresión de que confunde un poco los términos. 3
Todo esto lo que sugiere es que Solón percibe una polarización en la so-
ciedad ática entre distintos intereses, algunos de ellos en vías de articulación
política en forma de facciones o grupos de presión, mientras que otros aún
no han encontrado medios de hacerlo, en parte por la situación socio-econó-
mica que la hectemoría y la privación (o suspensión) de los derechos de pro-
piedad sobre sus tierras provoca. En cualquier caso, la aproximación de
Solón al grupo de los Alcmeónidas por una parte, y la defensa de los intere-
ses de individuos que, más adelante, serán los sustentadores principales del
futuro tirano Pisístrato nos sitúan a Salón enfrentado a los intereses de la
aristocracia terrateniente del Ática, establecida en la llanura y seguramente
los principales beneficiarios de la institución del hectemorado. 4
El éxito de Salón en los no muchos años que median entre los asuntos de
Salamina y la primera Guerra Sagrada y su acceso al arcontado (594 a.e.) ha-
bría que relacionarlo, pues, en parte con el prestigio alcanzado a través de
sus actuaciones militares o de sus consejos al respecto pero también con el
desarrollo de lo que podríamos llamar (a pesar de que término como tal re-
sulte ciertamente anacrónico) un «programa político». Es una vieja idea que
lA OBRA DE SalóN 41

encontramos ya sugerida en Aristóteles (Ath. PoI., 5, 2) Yque ha tenido bas-


tante desarrollo ulterior, que Salón habría expuesto sus ideas para salvar a la
polis en sus poemas y que ello, a la postre, le habría llevado a asumir el po-
der que se le encomendó. 5 Aristóteles se refiere, concretamente, al frag. 4 D
Y a él se le puede añadir, seguramente, el poema que se suele conocer como
«Eunomía» (frag. 3 D). En ellos Salón haría un análisis de la situación, que
aparenta ser imparcial, pero en el que, si se analiza con detalle, hay clara-
mente una visión altamente parcial de la situación y unas propuestas de so-
lución que pasan por desmontar el poder de los más ricos, pero sin olvidar a
aquellos otros que, en contra también de toda justicia, se sitúan al frente del
pueblo para promover soluciones violentas.
Como muestra el análisis de éstos y otros poemas, especialmente aqué-
llos que parecen ser anteriores al inicio de su labor política, Salón es consi-
derablemente impreciso tanto en las medidas como en los mecanismos; sus
referencias se limitan a conceptos como Justicia (dike) o Buen Gobierno (eu-
nomia) que, aunque sin duda planteados en la Atenas de inicios del siglo VI
podían tener carácter, incluso, «revolucionario», no aportaban nada en cuan-
to a la metodología a seguir para llegar a su consecución. Salón no es todo lo
explícito que podría haber sid06 y es lícito preguntarnos por el porqué. En la
poesía lírica griega contemporánea a Salón encontramos los suficientes
ejemplos de alusiones directas y personales a los enemigos del poeta como
para no pensar que Salón no las ha introducido por tratarse de una imposi-
ción del género a través del que se expresa. Por consiguiente, si en los frag-
mentos 3 D Y4 D no encontramos alusiones directas a sus enemigos, a pesar
de que se reconoce su existencia, es porque Salón está siendo deliberada-
mente ambiguo. Y esa ambigüedad, de la que tendría que defenderse en los
años sucesivos, seguramente tiene también una intención política clara. Si es
acertada la reconstrucción que he propuesto páginas atrás de los grupos en
cuyo entorno se mueve Salón, no su posición, pero sí sus apoyos, pueden re-
sultar ambiguos.
Sin duda los círculos aristocráticos atenienses están ya en un proceso de
organización en torno a «programas» concretos, y en algunos casos esta or-
ganización pasa por atraerse a determinados elementos del demos, posible-
mente a aquéllos con una mayor capacidad de decisión y de apoyo. Muchos
de estos «jefes del pueblo» contra los que Salón arremete deben de estar mo-
viéndose en torno a unos grupos con los que Salón podría compartir ciertos
objetivos; sin embargo, su actividad tiende a desequilibrar la situación, pues-
to que se encuentran de frente a los círculos aristocráticos más duros, que
son quienes seguramente ejercen el poder y gestionan la administración de
las leyes dadas por Dracón. Y estos círculos seguramente están estrechando
su presión sobre esa otra parte del demos que estaría más del lado de círcu-
los como los Alcmeónidas y, sobre todo, sobre esa otra parte de la población
que está cayendo en el hectemorado, con lo que si bien aumenta su descon-
tento, pierden peso político al dejar de disponer libremente de sus tierras.
Es por ello por lo que Salón quizá no puede o no debe ser más explícito;
42 SOlÓN DE ATENAS

él no comparte, sin duda, la cerrada política del gobierno eupátrida, que se


ha visto en los últimos tiempos arrastrado a políticas que quizá no les favo-
recieran, como la relativa a Salamina, como la participación en la Guerra Sa-
grada o, incluso, como la expedición a Sigeo. Solón está más cerca de los Alc-
meónidas, que representan otro tipo de aristocracia, más abierta a los nuevos
cambios que está experimentando la Hélade, aunque posiblemente no com-
parte los métodos que emplean, y en los que el sacrilegio y el ventajismo a
cualquier precio parecen estar a la orden del día.
Solón debía de tener su propia idea de cómo manejar al demos y si po-
demos considerar como suya la idea de ofrecer tierras y poder a quienes par-
ticiparan en la reconquista de Salamina, ello nos daría una clave para inter-
pretar el pensamiento de Salón al respecto. Más que utilizar al demos como
carne de cañón en una lucha de desgaste que poco podría aportar a corto pla-
zo, Salón ofrece una solución directa: tierras a cambio del sacrificio personal.
Es cierto que Solón fue considerado por Aristóteles (Ath. PoI. 2,3) como el
primer «jefe del pueblo» pero, como se dijo en su lugar, es ya la teoría polí-
tica del siglo IV la responsable de esa calificación. En todo caso, es seguro que
Salón disponía de partidarios entre los círculos aristocráticos y si es cierto
que la poesía «Salamina» fue recitada públicamente en el ágora, el efec-
to que con la misma buscaba iba dirigido, precisamente, hacia el pueblo reu-
nido en un lugar abierto y no hacia los conciliábulos aristocráticos.
Por ello mismo, el mensaje de Salón debía ser ambiguo: por un lado, de-
bía atraerse a su lado a quienes compartiesen los principios que él enuncia-
ba en sus poemas, y que eran fácilmente asumibles por muchos. Por otro
lado, cuando denunciaba la situación, como no daba nombres y se mantenía
en el terreno de lo genérico, cualquiera podía fácilmente dejarse persuadir
de que la denuncia iba dirigida a otro, por más que en él se cumpliese aque-
llo contra lo que luchaba Salón. Pero Salón no podía enajenarse, de entrada,
determinados apoyos que iba a necesitar. Porque, y éste es otro asunto de in-
terés, yo estoy persuadido de que Solón también aspiró desde pronto a ejer-
cer el poder en Atenas, por más que en los principales autores antiguos que
tratan de su obra aparezca siempre aceptando un poder que otros le confían
(así por ejemplo, en Aristóteles, Ath. PoI., 5, 2 o en Plutarco, Sol., 14, 1), a
pesar de que en otros, como en Fanias de Éreso (citado por Plutarco, Sol., 14,
2) es Salón quien busca este poder. 7 En la visión de un Salón que no aspira
al poder por sí mismo, sino como medio de lograr el bien común y de recon-
ducir la situación, que tan grata será al pensamiento democrático del siglo IV
a.c., encajaba muy bien esta idea del Salón que es llamado para realizar esa
tarea. Sin embargo, no parece una idea demasiado real.
Que Salón se había preocupado no sólo por denunciar situaciones que a
él no le complacían, sino que también había puesto medios para resolverlas,
lo muestra palpablemente el episodio de Salamina; por otro lado, si durante
unos cuantos años hace público su malestar por la situación por la que atra-
viesa Atenas, es claro que tiene interés en que dicha situación se solucione y,
aun dióa más, en ser él mismo el que la resuelva. 8 Por otro lado, está la ac-
LA OBRA DE SaLóN 43

tuación política que tendrá cuando acceda al arcontado; independientemen-


te de que consideremos o no que durante su año de mandato promulgó tam-
bién su nueva legislación, asunto sobre el que volveremos en el lugar corres-
pondiente, no cabe duda de que en un año de mandato tuvo que realizar una
amplia e importante serie de reformas que, seguramente, no fueron fruto de
la improvisación sino más bien resultado de un profundo análisis previo para
diagnosticar los males que padecía Atenas y proponer un tratamiento satis-
factorio. Quizá pueda rastrearse en alguno de sus poemas previos al arcon-
tado alguna de estas medidas, pero tampoco es necesario; los poemas eran
un medio de atraer la atención, una forma de buscar apoyos, mediante un
diagnóstico, en esta ocasión genérico, de la situación de Atenas. Queda por
saber, sin embargo, si las medidas concretas que él pensaba poner en prácti-
ca en caso de tener la ocasión de hacerlo, eran conocidas. Mi opinión es que
no, que nadie sabía realmente qué iba a hacer Salón; sin embargo, su discur-
so era 10 suficientemente atractivo como para crear una adhesión a sus ideas
que, no hay por qué dudarlo, atraían a grupos variados de la población ate-
niense.
La ocasión de su acceso al arcontado no queda tampoco demasiado explí-
cita en muchos autores antiguos; así, por ejemplo, en la Constitución de los
Atenienses sólo se alude a la discordia existente en la ciudad, que es 10 que de-
termina que se elija a Solón para el cargo (Arist., Ath. Poi., 5,1-2). Plutarco,
sin embargo, sitúa de forma algo más precisa el contexto en que tuvo lugar
(Plut., Sol., 12). Da la impresión, si interpretamos su testimonio, de que el
asunto del sacrilegio cometido durante la represión del golpe de mano tiráni-
co de Cilón reaparecía de vez en cuando en la política ateniense lo que no se-
ría extraño dado lo relativamente reciente de los acontecimientos, y cuando
sabemos que posteriormente siguió apareciendo en bastantes ocasiones.9 Se
sitúe la presunta intervención de Alcmeón al frente de tropas atenienses en
apoyo a Delfos antes o después del arcontado de Solón,1O no cabe duda de que
tanto el personaje como el genos ll debían de gozar de una evidente populari-
dad antes de ese momento. Posiblemente por ello, los enemigos de Alcmeón,
que se contaban entre los círculos más cerrados de la aristocracia ateniense, y
entre los que parece haber habido también miembros del grupo que había
apoyado a Cilón, habían intentado contrarrestar ese creciente auge introdu-
ciendo la cuestión del sacrilegio.
A juzgar por lo que dice Plutarco, los enemigos de los Alcmeónidas ha-
bían hecho de esa cuestión el principal motivo de hostigamiento contra sus
adversarios y, posiblemente mediante este procedimiento distraían la aten-
ción de la cuestión de la tierra y otros asuntos candentes, impidiendo al tiem-
po que los Alcmeónidas capitalizasen los recientes éxitos obtenidos. Igual-
mente Plutarco nos presenta a Solón, a causa de su prestigio (doxa),
persuadiendo a los Alcmeónidas de que se sometiesen a juicio para aclarar
definitivamente el asunto; la decisión se le encomienda a un tribunal com-
puesto por «trescientos de los mejores»; a pesar de lo obscuro que resulta el
término, es bastante probable que sea una referencia al Areópago, cuya exis-
44 SOLÓN DE ATENAS

tencia antes de Solón parece segura, a pesar de que algunos autores antiguos
hacían al propio Solón su creador. 12
La intervención de Solón en todo este asunto es bastante problemática
puesto que, como hemos argumentado, parece que se hallaba bastante pró-
ximo a los Alcmeónidas, lo que justificaría también que atendiesen su con-
sejo de aceptar el juicio; es también probable que esta aceptación se debiese
a que pensaban disponer de apoyos suficientes en el Areópago para resultar
absueltos. Y, sin embargo, su condena y expulsión demuestra, o bien un error
de cálculo por parte de los Alcmeónidas, o bien que tenían certeza de dispo-
ner de más apoyos de los que, a la postre tuvieron. Y en toda esta cuestión
flota la sospecha sobre la actuación de Salón.
La intervención de Solón en la expulsión, directa o indirectamente, no
aparece mencionada ni en Heródoto (V, 71) ni en Tucídides (1, 126) que la
narran con cierto detalle, lo que nos priva de informaciones más próximas a
los hechos. Por ende, la parte conservada de la Constitución de los Atenien-
ses empieza justamente con la referencia a Mirón de Flíes, quien según Plu-
tarco (Sol., 12,4) llevó la acusación, habiéndose perdido todos los prolegó-
menos.J3 No obstante, el que utilice, al referirse a los jueces, la misma
expresión que Plutarco (aristinden) sugiere que tanto éste como Aristóteles
pueden estar usando la misma fuente y que, por consiguiente, quizá en el re-
lato aristotélico también hubiese jugado Salón algún papel relevante. Preci-
samente esta circunstancia hace que la participación soloniana en el asunto
no pueda certificarse. Sea como fuere, la desaparición de la vida política ate-
niense de una familia tan influyente no podía dejar de beneficiar a Salón, hu-
biese tenido él o no algo que ver en la decisión. Es posible que muchos de
los partidarios de los Alcmeónidas, descabezados, hubiesen vuelto sus lealta-
des hacia Salón, en quien podían reconocer a un valedor de sus intereses
frente a los que habían conseguido expulsar por sacrílegos a los Alcmeóni-
das. De cualquier modo, la ausencia de este genos allanaba el camino de Sa-
lón hacia el poder. 14
La situación de tensión que se vivía en la ciudad, después de la expulsión
de los sacrílegos, tanto vivos como muertos, requería medidas especiales en
el terreno religioso. La polis estaba impura por el sacrilegio cometido más de
treinta años atrás,15 y posiblemente por la exhumación de los cadáveres
de los Alcmeónidas y su expulsión más allá de las fronteras de Atenas;16 sin
duda para relajar la tensión se pensó en traer a alguien con carisma para pu-
rificar la ciudad y el elegido fue Epiménides de CretaP Su llegada a Atenas
en relación con el sacrilegio Alcmeónida la mencionan Aristóteles (Ath. Poi.,
1) y, con mucho más detalle, Plutarco (Sol., 12, 7). En la biografía que Dió-
genes Laercio realiza de este personaje asegura que estuvo en Atenas du-
rante la Olimpiada cuadragésimo sexta (596/5-593/2 a.e.) (Diog. Laert., 1,
110) para purificar la ciudad, abrumada por la peste; asegura también Dió-
genes que fue la Pitia quien ordenó esa purificación y que el encargado de ir
hasta Creta para traer al vidente fue Nicias, hijo de Nicérato. La noticia en sí
resulta problemática, puesto que el más famoso de los que conocemos con
LA OBRA DE SaLóN 45

este nombre es el destacado político ateniense del siglo v, responsable de la


Paz que llevó su nombre; este presunto anacronismo, junto con la impor-
tancia que da Diógenes a la peste, posiblemente equiparada con la que aso-
ló Atenas entre los años 430-429 a.c., sugiere que en la tradición de la puri-
ficación de Atenas ha habido contaminaciones propias de la lucha política
ateniense durante el periodo de la Guerra del Peloponeso. 18 En efecto, el re-
lato de Diógenes da dos versiones diferentes de la llegada del vidente cre-
tense; en una de ellas no hay ninguna referencia al sacrilegio cometido con
los Cilonianos y la situación de peste (taimas) es resuelta mediante el sacri-
ficio de unas cuantas ovejas. Añade, no obstante, otra versión según la cual
habría sido él quien indicaría que ese sacrilegio sería la causa de la peste, or-
denando la ejecución de dos jóvenes (auténticos pharmakai), llamados Cra-
tino y Ctesibio, seguramente AIcmeónidas (Diog. Laert., 1, 110-111).19
El relato de Plutarco sobre la actividad de Epiménides difiere en algunos
detalles de interés del que transmite Diógenes Laercio; Plutarco no indica
quién le hizo venir, pero se apresura a indicar que se hizo inmediatamente
amigo de Salón, y que le dio consejos de cara a su legislación. especialmen-
te con respecto a los funerales y a la libertad de que gozaban las mujeres ate-
nienses (Plut., Sal., 12, 8). No es éste el lugar para glosar la vida extraordi-
naria de Epiménides, vidente, chamán y hombre sabio, experto en ritos
catárticos y realizador, incluso, de milagros;2o sin embargo, su presencia en
Atenas debió de ser importante porque podemos interpretarla como un in-
tento por parte de los círculos más inmovilistas de la aristocracia ateniense
por zanjar, y hacerlo de modo definitivo, la agitación social y el conflicto po-
lítico larvado que vivía Atenas. 21
A pesar de que ni Heródoto ni Tucídides mencionan la presencia de este
importante personaje en Atenas,22 no cabe dudar ni de la realidad de la mis-
ma en la ciudad ni de que allí llevó a cabo una labor como la purificación, a
medio camino entre lo religioso y lo político; ni qué decir tiene que tanto la
orden de la Pitia como el llamamiento a este personaje, apuntan al gobierno
ateniense y, por ello mismo, el objetivo perseguido no podía ser otro que in-
tentar reafirmar el statu qua existente, resaltando, mediante la purificación la
polución que se extendía sobre los sacrílegos y reavivando, mediante la ex-
pulsión, los mecanismos previstos por la propia legislación sobre el homici-
dio promulgada por Dracón (IG, 13, 104)23 a instancias de esos mismos círcu-
los dirigentes aristocráticos. 24
Cuestión distinta es que los resultados de la presencia de Epiménides en
Atenas respondiesen por completo a las expectativas de aquéllos que le ha-
bían hecho llamar. Independientemente de lo cierta o no que sea la tradición
de la amistad entre el cretense y Salón, así como la de su influencia sobre la
futura legislación soloniana, la huella de Epiménides debió de ser amplia en
Atenas; a él se le atribuía la erección de numerosos altares anónimos por
todo el Ática, que coincidían con los lugares en los que había sacrificado a
las ovejas para purificar a la ciudad (Diog. Laert., 1, 110), así como la cons-
trucción del santuario a las Euménides (Diog. Laert., 1, 112), divinidades cla-
46 SOLÓN DE ATENAS

ramente relacionadas con el Areópago y sus poderes judiciales en casos de


homicidio;25 por fin, en autores más tardíos se le atribuye la construcción
de sendos altares a Insolencia (hybris) y Desvergüenza (anaideia) (Cic., Le-
yes, 2, 28; Clem. Alex., Protrept., 11, 26, 4), sobre cuyo posible significado vol-
veremos más adelante; recientemente, se ha sugerido incluso, que el propio
Epiménides podría estar detrás de la creación de los Misterios de Eleusis
que, como mencionábamos anteriormente, parecen sufrir un cambio impor-
tante, precisamente, entre fines del siglo VII e inicios del siglo VI. 26
Epiménides introduciría, quizá a pesar de quienes le llamaron, un nuevo
sentido ético en la vida ateniense que quizá coincidía con el que Solón se es-
taba encargando de mostrar a través de sus poemas; el propio rechazo a per-
cibir remuneración por su labor, a pesar de los desmesurados ofrecimientos
de sus anfitriones (Diog. Laert., 1, 111; Plut., Sol., 12, 12), por más que una
imagen tópica, nos introduce en una nueva moralidad, muy alejada de la que
practicaban los ensoberbecidos eupátridas atenienses.
Uno de los campos en los que Plutarco asegura que Solón siguió los con-
sejos del sabio cretense fue el relativo a los rituales funerarios, caracteriza-
dos pQr su gran desmesura (Plut., Sol., 12, 8), incluyendo todo tipo de auto-
flagelaciones, arrancamiento de cabellos y demás muestras de dolor,
especialmente por parte de las mujeres,27 y que Solón acabaría corrigiendo
en una de sus leyes (Dem., 43, 62). Este tipo de normas, en las que se mez-
clan aspectos religiosos con medidas limitadoras del lujo, o de su exhibición
pública, se interpretan normalmente como lesivas para los intereses de las
ampulosas aristocracias arcaicas cuyo comportamiento podía parecer (y, de
hecho lo era), humillante hacia todos aquéllos que no formaban parte de su
reducido núcleo. 28 Como veíamos anteriormente, la arqueología permite
constatar cómo precisamente en los años de tránsito entre el siglo VII y el VI
a.e. las necrópolis aristocráticas áticas alcanzan uno de sus momentos de ma-
yor auge y riqueza, prueba evidente de que, al menos la parte del ritual fu-
nerario que ha pervivido hasta nuestros días, debía de implicar considerables
gastos al tiempo que era ocasión de exhibición, de emulación y, cómo no, de
rivalidad, todas ellas sublimadas con ocasión del funeral del deudo fallecido;
en el Cerámico, los túmulos que cubrían las tumbas de familias enteras, he-
chos incluso con tierra traída de fuera, habían terminado por ocupar, ya a fi-
nes del siglo VII, el espacio disponible en un afán por superar al de la familia
vecina.
Aunque todo lo que se refiere a Epiménides resulta sumamente obscuro,
no sería sorprendente que un individuo que, en lugar de todas las riquezas
que le ofrecen los atenienses prefiere únicamente una rama del olivo sagra-
do de Atenea (Plut., Sol., 12, 12), se mostrase crítico con estas demostracio-
nes de insolencia (hybris) y de desvergüenza aristocrática, mientras el cora-
zón de Atenas, sus campesinos, sufrían bajo el poder de esos mismos
aristócratas; naturalmente, no sabemos si esto estaba en la mente de Epimé-
. nides, pero sí sabemos que Solón, en su Elegía a las Musas (frag. 1 D) ya ha-
bía reflexionado (o estaba haciéndolo) sobre estos asuntos y, por otro lado,
LA OBRA DE SaLóN 47

las referencias posteriores a la construcción de los altares a la Insolencia y a


la Desvergüenza debe de proceder de alguna información en la que se debía
de aludir a cómo Epiménides encontró ambos vicios tan arraigados en Ate-
nas que sólo faltaba en ella que hubiesen sido entronizadas como divinida-
des lo que él, siquiera metafóricamente, haría.
Por consiguiente, soy de la opinión de que Epiménides, llamado para in-
tentar apaciguar los ánimos en clave aristocrática, debió de mostrar pronto
su desagrado ante la situación que se encontró en Atenas; llegado para san-
cionar la expulsión de los Alcmeónidas, posiblemente no se limitó a realizar
las purificaciones requeridas sino que, libre de compromisos, pudo criticar la
situación, tal vez no en el plano político, pero sí en el religioso, aunque am-
bos estaban muy vinculados en la Atenas arcaica. Su discurso tendría sin
duda bastantes seguidores y uno de ellos sería, qué duda cabe, Salón que, a
su vez (aunque no puedan descartarse, incluso, influencias de Epiménides en
algunos de sus poemas), se hallaba empeñado en una empresa parecida. La
purificación realizada por Epiménides exigiría, probablemente, para consi-
derarse completada, un cambio de constitución o, al menos, un cambio de
rumbo; esa idea era defendida también por Salón, por lo que no es extraño
que la tradición posterior los convierta en amigos e, incluso, haga al vidente
cretense asesor de Salón en sus reformas legislativas.
La solución, no obstante, debía venir del terreno político y como ni la ex-
pulsión de los principales adversarios políticos del gobierno ateniense, ni la
purificación que siguió inmediatamente parecen haber detenido el estado de
malestar, la única solución que debió de parecer factible fue proponer para
asumir el arcontado y poderes extraordinarios a uno de los que habían esta-
do permanentemente insistiendo en la necesidad de los cambios, a cuyo al-
rededor pueden haberse agrupado algunos de los partidarios de los Alcmeó-
nidas exiliados, que seguramente contaba con el apoyo de buena parte de la
ciudadanía ateniense activa y de los que habían caído en la situación del hec-
temorado y que había recibido, muy probablemente, un espaldarazo simbó-
lico tras la actividad de Epiménides en la ciudad. Este personaje era Salón.

4.2. EL ARCONTADO DE SaLóN y SUS PODERES EXTRAORDINARIOS

Uno de los datos en los que concuerda la mayor parte de la tradición an-
tigua es el consenso que determinó la promoción de Salón al arcontado; es
tanto la visión de Aristóteles, que aseguraba que los dos grupos enfrentados
escogieron en común (koine) a Salón para que fuera arconte y «mediador»
o «árbitro» (diallaktes) (Ath. Poi., 5, 2) como la de Plutarco, aunque éste ase-
gura que fueron los atenienses más juiciosos los que pidieron a Salón que se
hiciera cargo de los asuntos públicos (Plut., Sol., ~4, 1). Curiosamente, cuan-
do Salón haga balance de su labor, que es seguramente la interpretación que
hay que dar al fragmento 24 D, él mismo se coloca como sujeto de la acción,
él mismo es el que asegura que «reunió» al pueblo, mostrando así algo que
48 SOLÓN DE ATENAS

ya apuntábamos anteriormente, como era la propia voluntad de Solón por


asumir una responsabilidad determinada más que dejarse llevar por los acon-
tecimientos. 29
La visión de Solón siendo propuesto por los grupos en liza, que proba-
blemente deriva de algunas de las imágenes que él mismo presenta en sus
poemas debe ser, por consiguiente, matizada. A pesar de ello es también
cierto que su acceso a la más alta magistratura ateniense de la época, el ar-
contado epónimo, que por aquel entonces no era un cargo colegiado sino
plenamente ejecutivo por derecho propio (según Arist., Ath. PoI., 3, 3) tuvo
que ser consecuencia de un consenso o, al menos, de un acuerdo, quizá no
todo lo explícito que requerían las circunstancias. Y acuerdo tuvo que haber
porque, muy posiblemente, Solón no era uno de los que componían los cír-
culos de poder tradicional de Atenas, sino que sus acciones previas le habían
situado, precisamente, entre los rivales y críticos de esos mismos círculos. No
obstante, tenía a su favor el ser miembro de una de las familias de más ran-
cio abolengo de Atenas, el haber mostrado unas posturas o unos modos qui-
zá menos radicales que los ya expulsados Alcmeónidas, y contar con el apo-
yo de los elementos menos extremos de la ciudadanía ática. Si la aristocracia
dirigente, que había apostado en un primer momento por la legislación dra-
coniana, más adelante por la política de dureza manifestada en la expulsión
de los Alcmeónidas y el intento de establecer la paz social mediante la puri-
ficación de Epiménides no había conseguido frenar el conflicto interno, qui-
zá era la hora de probar una vía nueva, que no era otra que colocar al que
parecía menos peligroso de sus adversarios en el poder, a fin de que su ac-
ción contentase a la mayor parte. Y era claro que sólo ellos podían hacer la
propuesta puesto que, antes de la reforma del arcontado que introducirá el
propio Solón, era el Areópago quien escogía a los más adecuados (según sus
criterios) y les asignaba el cargo concreto que habían de desempeñar duran-
te el año (Arist., Ath. PoI., 8, 2).30
Los círculos dirigentes pudieron pensar en Solón porque daría la impre-
sión de ser el único que aún parecía dispuesto a salvar lo que pudiera, sin
pérdidas demasiado grandes para ellos;3! además, quizá flotase en el am-
biente la idea de que los descontentos pudiesen intentar forzar una solución
violenta y establecer al mismo Solón en la tiranía. Con posterioridad a los
hechos, Solón rechazará, aparentemente por convicción moral, el haber con-
siderado tan siquiera esa alternativa, pero asegura, no obstante, que dicha
posibilidad le fue propuesta de forma insistente (frag. 23 D). El hecho a pri-
mera vista más sorprendente es, pues, que los más directamente amenazados
por una eventual tiranía sean los que ofrecen el poder al mejor colocado para
poder acceder a esta tiranía.
No es, sin embargo, un caso único en la historia de la Grecia arcaica y,
aunque en cada polis la situación presenta variables diferentes, en la ciudad
de Mitilene, por esos mismos años, se le ofrece un tipo de poder cuasi tiráni-
co, a Pítaco, que lo ejercerá por un espacio de diez años, promoviendo una
profunda transformación de la sociedad mitilenia (Arist., PoI., 1285 a); este
LA OBRA DE SOLÓN 49

Pítaco, sin embargo, se encontrará enfrente al poeta Alceo que no le ahorra-


rá críticas e insultos, en buena parte por haber sido desplazado de la lucha
por el poder, a partir sobre todo del cambio de alianzas del «árbitro» (aisim-
netes) Pítaco. 32 Que la relativa semejanza entre el tipo de poder ejercido por
Solón en Atenas y el que ejercería Pítaco en Mitilene fue ya percibida en la
Antigüedad lo muestra el relato de Plutarco, cuando asegura que los amigos
de Solón le ponían como ejemplo de las ventajas de asumir la tiranía ese mis-
mo caso (Plut., Sol., 14, 7), aunque parece claro que se trata de una noticia
inventada. 33
El desempeño del arcontado, sin embargo, no podía resolver todos los
problemas planteados; cada año se nombraba a un arconte epónimo (además
de los otros ocho arcontes) y nada había en ello de extraordinario; y todo el
mundo sabría que un arconte ordinario, por importantes que fueran sus po-
deres, que lo eran (según muestra Arist., Ath. PoI., 3, 3), no se convertía en
un legislador o en un reformador. La clave está seguramente en la expresión
que introduce Aristóteles cuando se refiere a su nombramiento: «a Solón le
hicieron de común acuerdo mediador y arconte y le confiaron la constitu-
ción» (Ath. PoI., 5, 2). Es bastante probable que en esta expresión haya un
eco del nombramiento formal recibido por Solón;34 se trataba, por consi-
guiente, no de un arcontado normal, sino de un arcontado «constituyente»,35
valga el anacronismo.
Cuando Solón se hace cargo de su magistratura en el verano del año 594
a.C. 36 Atenas se enfrenta a un momento decisivo; quienes le han nombrado,
posiblemente la facción más moderada y dialogante de los representados en
el Areópago, confiaban en que apaciguaría al demos, soliviantado tras los úl-
timos acontecimientos y sobre el que Solón tenía cierto ascendiente Y Por su
lado, los más moderados de sus partidarios, los campesinos libres, confiarían
en una reconducción moderada de la situación, que les garantizase la libre
disposición de sus tierras y que les alejase del peligro de pasar a convertirse
en hectémoros; los más radicales, entre quienes habría posiblemente bastan-
tes hectémoros, y que quizá le habían estado ofreciendo su apoyo incondi-
cional en caso de que hubiese decidido asaltar el poder por la fuerza, debían
de pensar que su nombramiento mostraba la debilidad de la aristocracia di-
rigente y que, por tanto, Solón podría poner en práctica un programa revo-
lucionario, que implicase además de la abolición de las deudas y de la escla-
vitud por deudas, un nuevo reparto de tierras a costa de las propiedades de
los aristócratas. Es posible que quienes esto pensaban se basasen en un aná-
lisis ciertamente parcial, aunque no privado de cierta base, de lo que el nue-
vo arconte había proclamado en sus poemas. Por supuesto, detrás de cada
uno de los grupos que, tanto desde el Areópago como desde el demos le apo-
yaban, había aristócratas, algunos de ellos caracterizados como «jefes del
pueblo» en los poemas de Solón y no es improbable que fuese la presión de
algunos de ellos en el propio Areópago la que promoviese el nombramiento
de Solón, sin duda con la oposición del ala más ferozmente radical de la aris-
tocracia, representada por los grandes propietarios que tenían sus tierras en
50 SOlÓN DE ATENAS

la llanura ática, y que eran los mayores beneficiarios de la ya insostenible si-


tuación social, política y económica.
Posiblemente ninguno de los nobles atenienses que estuvieron apoyando
su nombramient0 38 pensaba que iba a actuar imparcialmente sino que, por el
contrario, defendería los intereses particulares de cada uno; el pueblo,
por su parte, con escasa capacidad política, sería el instrumento de presión
utilizado por esos nobles en su lucha por el poder. Sin embargo, ese pueblo
también había podido escuchar y ver al propio Solón en acción y, de una par-
te de él al menos, él era su «jefe».39 La situación, por lo tanto, tenía su com-
plejidad, puesto que Solón también había participado en la lucha política y
tenía sus propios intereses; lo que le hacía verdaderamente atractivo (o peli-
groso, según desde donde se mirase) era que, además de sus propios parti-
darios, se había convertido en punto de referencia de otras facciones que, por
sí solas, y a menos que empleasen la fuerza, no tenían opción alguna de al-
canzar el poder. Es esta confluencia de intereses la que permite el arcontado
dotado de poderes extraordinarios de Solón y es esta misma convergencia la
que alimentó la idea del Solón elegido por un amplio consenso de los ciuda-
danos,40 en una época en la que el poder no estaba, precisamente, en sus ma-
nos.
Solón, pues, accede con una triple misión; por un lado, es mediador o ár-
bitro entre las facciones enfrentadas para establecer la concordia (ho-
monoia) entre ellas; por otro, se le confía el orden constitucional, acaso para
que lo adapte a esa concordia que espera establecer y, finalmente, es también
arconte. Es posible, y me apoyo aquí en una idea que apuntó Masaracchia en
los años 50, pero que creo que no desarrolló hasta sus últimas consecuen-
cias,41 que Solón hubiese podido haber realizado su labor reformadora sin
necesidad de haber sido nombrado arconte pero este cargo le convertía en el
garante del orden social y económico vigente no sólo desde el punto de vis-
ta político, sino también desde el religioso. En efecto, como arconte, Solón
tendría como sede de su función el Pritaneo, aunque él cambiaría eso (Ath.
PoI., 3, 5); pero el Pritaneo era la sede del fuego eterno y sagrado que sim-
bolizaba a Hestia, la diosa del hogar y era, por extensión, el símbolo mismo
de la vida de la pOliS;42 el vincularle, mediante su nombramiento como ar-
conte, al sistema de valores habitualmente asumido en la polis, con todas las
prevenciones y eventuales limitaciones mágico-religiosas que ello podía con-
llevar pudo ser un medio para tratar de evitar que sus otras dos atribuciones
le convirtiesen en un elemento incontrolado.
Dracón había realizado su legislación sin haber sido arconte (el arconte
era un tal Aristecmo, absolutamente desconocido por otro lado) (Arist., Ath.
Poi., 4, 1);43 sin embargo, nadie dudaba de las vinculaciones y de las lealta-
des de Dracón. En el caso de Solón, y después de la compleja situación que
hemos estado analizando, quizá no fuera extraño que quienes deseaban cam-
biar algo la situación pensasen que nombrándole arconte le mantendrían Ii-
. gado, siquiera por vínculos religiosos, a los esquemas legalmente estableci-
dos. Y es también posible, a juzgar por las justificaciones que hará Solón a
LA OBRA DE SOLÓN 51

posteriori de su actividad, que él percibiese que se había mantenido estricta-


mente leal a ese compromiso; del mismo modo, es seguro que parte de los
que habían confiado en él para el cargo no eran de la misma opinión.

4.3. LA SEISACHTHElA

Es difícil saber cómo se materializó la labor de Solón una vez que acce-
dió al arcontado y empezó a hacer uso de los poderes extraordinarios que se
le habían confiado, cómo puso en marcha sus reformas, qué medidas se adop-
taron primero y cuáles fueron después o si, por el contrario, todas ellas fue-
ron hechas públicas al tiempo. Otro problema, igualmente, es saber si sus
medidas de ordenación política fueron simultáneas a su labor legislativa o si,
por el contrario, y como sostienen algunos autores,44 ésta fue posterior. Ya
volveremos más adelante sobre estas cuestiones. Sin embargo, lo que parece
bastante probable es que la si saetía fue la primera medida que tomó, al me-
nos a juzgar por el testimonio de Plutarco (Sol., 15, 2). El nombre que se
le dio a esta «medida de choque», seguramente por el propio Solón, sisactía
(PluL, Sol., 15, 2),45 lo era en sentido figurado, ya que el término significaba
«descarga», aunque en la práctica parece haber sido algo más concreto.46 la
abolición de deudas y toda una serie de medidas relacionadas 47 que afecta-
ban directamente al orden social en vigor. 48 Veámoslas.
Si la situación de las tierras, de los deudores y de los hectémoros, se apro-
ximaba a la que hemos analizado en páginas anteriores, y si la situación en la
Atenas pre-soloniana era tan explosiva como parece, resulta evidente que
cualquiera que quisiera disponer de una cierta paz para poder poner en mar-
cha la labor mediadora y la reforma de la constitución necesitaba acabar con
uno de los primeros elementos de tensión que, además, podía ser empleado
como medio de presión en la lucha política cotidiana.
Una forma de evitarlo y, al tiempo, de mostrar que parte de los ideales
que había manifestado en sus poemas seguían presentes en él era tomar esta
decisión que, además, perjudicaría sobre todo a aquellos miembros de la aris-
tocracia que no habrían apoyado su nombramiento y de los que, en último
término, poco hubiera tenido que esperar hubiese hecho lo que hubiese he-
cho. Una abolición de las deudas era una medida totalmente revolucionaria,
más propia de un tirano que de un mediador nombrado legalmente; sin em-
bargo, los poderes de que gozaba, que posiblemente implicaban también la
garantía de inmunidad (presente y futura) por las decisiones que tomara,49
eran suficientes como para poder realizarlo. No obstante, y como no parece
que Solón haya sido un revolucionario, tampoco podemos descartar que el
propio Solón, y sus partidarios, enfocasen todo el conjunto de medidas que
se iban a tomar desde un punto de vista mucho más moderado, a saber, el re-
torno a la antigua situación en la que se devolvía a los propietarios de la tie-
rra la capacidad de disponer de ella, sin la presión que el sistema del hecte-
morado imponía sobre ellos. 50 Solón, pues, habría intentado en este terreno,
52 SOLÓN DE ATENAS

dar más la apariencia de una restauración que de una revolución. Pero, de


cualquier modo, no podemos perder de vista que, aunque formalmente, po-
día tratarse de una restitución de derechos hacía tiempo perdidos (yen sus
poemas, por ejemplo en el frag. 5 D hallamos seguramente un eco de estas
ideas) en la práctica la medida iba a resultar extraordinariamente revolucio-
naria.
En efecto, la abolición de las deudas significaba, lisa y llanamente, lo que
su nombre implica: que todos los tipos de deudas contraídas por los ciuda-
danos quedaban cancelados y, con ellos, todas las consecuencias que llevaban
implícitas, el secuestro de la tierra en unos casos, la privación de libertad en
otros. El arrancamiento de los mojones que marcaban esa servidumbre, al
que alude en uno de sus poemas (frag. 24 D), era la señal evidente de esa li-
beración de la tierra, por más que otros autores hayan dado interpretaciones
más o menos diferentes y, ocasionalmente, ingeniosas. 51 Junto a esta aboli-
ción, era necesario impedir que en lo sucesivo el sistema volviese a producir
un fenómeno similar, lo que se evitaba imposibilitando que los campesinos
atenienses volviesen a utilizar sus personas y las de sus familias como garan-
tía cuando aceptasen préstamos (Arist., Ath. PoI., 6,1; Plut., Sol., 15,2).52 Si
esto último tuvo lugar inmediatamente o poco después, es algo que no po-
demos saber con certeza. Yo creo que la consolidación del hectemorado y, en
general el agudizamiento del conflicto económico, fue una consecuencia de
la legislación de Dracón53 y, quizá, la prohibición de este mecanismo de en-
deudamiento formase parte de las nuevas leyes que, en su momento, pro-
mulgaría Solón. 54 Por último, también se relaciona con la sisactía la libera-
ción de todos aquéllos que habían sido vendidos como esclavos en el
extranjero desde hacía ya mucho tiempo cuanto de los que permanecían en
tal situación en el Ática (Plut., Sol., 15,6), así como la repatriación de aqué-
llos que se habían exiliado para no caer en tal situación; a esos hechos tam-
bién aludiría Salón en alguno de sus poemas (frag. 24 D).
Antes de entrar en las implicaciones de estas medidas, mencionaré el he-
cho de que ya algunos autores antiguos, como por ejemplo Androción, his-
toriador y conspicuo representante de la tradición moderada (o, incluso, filo-
oligárquica) en la historiografía ateniense del siglo IV y autor de una muy
afamada e influyente «Historia de Atenas» o «Átide»,55 intentaron mostrar
que la sisactía más que una abolición de deudas había sido simplemente una
reducción de los intereses, que dicho autor relaciona (de forma anacrónica
sin duda) con la presunta reducción del peso de las monedas que también ha-
bría llevado a cabo Solón. El propio Plutarco, que transmite esta noticia de
Androción, señala que su postura era minoritaria e iba en contra de la ma-
yor parte de los autores que habían tratado del tema (Plut., Sol., 15,3-5); en
líneas generales, hoy se acepta, con unos u otros matices, esta opinión y se
cree que, para el pensamiento moderado del siglo IV, la abolición de deudas
sonaba demasiado revolucionaria como para atribuirsela a «su» Solón, el pa-
radigma de la moderación y del término medio. 56 Si la visión de Androción
se debe a un deseo consciente de falsificar el pasado para convertir a Solón
lA OBRA DE SalóN 53

en un paradigma de la nueva democracia moderada del siglo IV o, por el con-


trario, lo que buscaba el autor era notoriedad introduciendo una nueva ver-
sión sobre el personaje Salón, original por lo que suponía de oposición a la
versión mayoritaria,57 es algo que no debe detenernos más aquí.
Otro argumento adicional en contra de la opinión de Androción viene
dado por la tradición, seguramente forjada en el siglo v, de que sus propios
amigos se beneficiaron de esta abolición de deudas, lo que indica que, antes
de la época de Androción, se interpretaba de forma generalizada su acción
como abolición de deudas. Por otro lado, también Plutarco transmite la idea,
en su opinión mayoritaria, de que la sisactía implicó la abolición, en general,
de todo tipo de contratos lo que parece, empero, anacrónico. 58
También mencionaré aquí, casi a título anecdótico, que una tradición, no
demasiado amplia, atribuía el origen de esta medida al faraón egipcio Boc-
choris (720-715 a.e.) que pasaba, en la tradición griega por haber sido un im-
portante legislador (Diod., 1, 94) y cuya obra habría conocido Salón durante
su estancia en Egipto (Diod., 1, 79).59
Estas medidas de Salón repercutían, en primer lugar, sobre la economía
de los acreedores, tanto de forma activa como pasiva. De forma activa por-
que quedaban privados de repente de los ingresos que anualmente percibían
de las tierras cuyos propietarios habían quedado bajo su autoridad, quedan-
do liquidada la deuda así como sus intereses. De forma pasiva porque esa si-
tuación de superioridad sobre un conjunto no desdeñable de campesinos áti-
cos reportaría indudables ahorros en las épocas en las que el trabajo del
campo exigía mano de obra adicional, parte de la cual sería proporcionada,
gratis o a bajo precio, por los hectémoros y sus familias. No sabemos las
reacciones inmediatas de los nobles atenienses afectados por estas medidas
pero esta disposición, sin duda, les obligaba a hacer un importante sacrificio
a cambio (y seguramente no era poco), de seguir disponiendo de los resortes
del poder, aunque compartiéndolos con otros ciudadanos, tan ricos como
ellos pero no de noble origen, como veremos más adelante.
No cabe duda de que la abolición de deudas debió de crear un fuerte ma-
lestar, a pesar de que con la medida se evitaba, al menos de momento, el
riesgo de una tiranía que pudiera causar muchos más daños a los aristócratas
y es bastante probable que esta sensación fuese todavía percibida por parte
de los círculos oligárquicos del siglo v, momento en el que debió de surgir la
leyenda, que recogen tanto Aristóteles (Ath. Poi., 6, 2) como Plutarco (501.,
15, 7-9) de que Salón contó sus planes a sus amigos, que se aprovecharon
para enriquecerse pidiendo préstamos, que sabían que no iban a devolver.
Dicha leyenda debió de ser pronto rebatida por los demócratas con varios ar-
gumentos, entre ellos que el propio Salón perdió también una gran suma de
dinero, que había prestado, puesto que a él también le afectó la norma que
él mismo había promulgado. El que Plutarco asegure que a esos amigos de
Salón enriquecidos se les llamó «Creocópidas» seguramente nos lleva al pe-
riodo de luchas faccionales que vive Atenas a partir del 415, y que alcanzan
un momento de especial virulencia tras la mutilación de los Hermes y el pro-
54 SaLóN DE ATENAS

ceso que se sigue contra los responsables, a los que se llamará Hermocópidas
(Tuc., VI, 27);60 igualmente nos llevan a ese momento los nombres que se
atribuye a esos presuntos amigos de Salón (Conón, Clinias, Hipónico), y que
aluden, clarísimamente a antepasados de algunos de los principales políticos
atenienses de fines del siglo v y principios del IV;61 el anacronismo queda pa-
tente al presuponer, en todo el relato, la existencia de una economía mone-
taria, no demostrable para la época de Solón. 62 En ésta, como en otras oca-
siones, Salón aparece utilizado como bandera o como diana en las luchas
políticas posteriores y los ecos de esta lucha, que poco o nada tienen que ver
con la figura del Salón histórico, han acabado formando parte de su leyenda.
Junto con la abolición de las deudas y la emancipación de los hectémo-
ros, se mencionaba la liberación de los esclavos, que en el caso de los que re-
sidían en el Ática, se haría también a costa de sus propietarios, sin que que-
de claro si el Estado pagaba alguna compensación a los mismos o si, por el
contrario, al convertirse en retroactiva la prohibición de la esclavitud por
deudas, se decretaba la ilegitimidad de ese esclavizamiento. Es bastante pro-
bable que ésta última sea la interpretación más plausible, pues difícilmente
habría dispuesto el Estado ateniense de recursos suficientes como para hacer
frente a esos gastos;63 además, esta medida vendría acompañada de una
amnistía general que afectaba a todos los que habían sido privados de sus de-
rechos, con excepción de los condenados por delitos de homicidio y tiranía y
que se hallaban exiliados (Plut., Sol., 19,4 = Frag. 70 Ruschenbusch).64
Más complicada es la cuestión de la repatriación de aquellos otros escla-
vos que habían sido trasladados fuera del Ática, tanto por lo que se refiere a
su localización cuanto, sobre todo, por el origen de los fondos que habría que
emplear; así, los diferentes autores han sugerido distintas posibilidades, des-
de que fue el Estado quien se hizo cargo de los gastos,65 hasta los que pien-
san que Salón obligó a sus antiguos propietarios a recuperarlos;66 es también
posible que esta idea de la repatriación, que Salón introduce en uno de sus
poemas (frag. 24 D, vv. 8-9) quizá como motivo propagandístico, pueda ha-
ber sido tomada al pie de la letra por autores como Plutarco (o sus fuentes).
Frente a los perjudicados se hallaban los beneficiados. 67 La sisactía pro-
vocó, súbitamente, la recuperación o la adquisición de los derechos ciudada-
nos de un número importante de individuos que los habían perdido o que no
habían disfrutado nunca de ellos como consecuencia de la situación previa y
es, igualmente, probable, que al tiempo se ampliase el alcance de la ciudada-
nía, como sugieren las medidas que inmediatamente adoptará para distri-
buirla en clases censitarias. No olvidemos que en el ordenamiento hasta en-
tonces vigente, el de Dracón, sólo tendrían consideración de ciudadanos
quienes dispusieran de armamento hoplítico (Arist., Ath. PoI., 4, 2). Según el
tamaño de sus tierras y el nivel de sus ingresos, los recién emancipados se-
rían incluidos en uno u otro grupo, con la ventaja de que, incluso, los que no
tenían tierra alguna o regresaban del exilio, así como algunos de los emi-
grantes de otros orígenes que llegaran, tendrían asegurada la ciudadanía. 68
Posiblemente esto supone una novedad importante en los criterios de admi-
LA OBRA DE SaLóN 55

sión a la ciudadanía en la polis griega, a saber, la posibilidad de que pudiese


haber ciudadanos sin poseer tíerras;69 aunque situados en el último y más
bajo nivel de la estructura censÍtaria que definirá, Salón debía de pensar que
era suficiente honor (time) para ellos el reconocerles su condición de ciuda-
danos, de la que hasta entonces no habían disfrutado. Con ello Salón tam-
bién otorgaba una nueva vinculación con la polis a aquéllos que, aunque li-
berados tras su sisactía, hubieran tenido dificultades para encontrar una
ubicación política dentro de un Estado de cuya estructura política (politeia)
no habían formado parte, en sentido estricto, hasta entonces. 70
Estas medidas y sus resultados permiten poder considerar a Salón como
el creador de la ciudadanía ateniense, al menos en el sentido que a partir de
entonces empezará a tener el término y que, siguiendo a Manville podríamos
definir como «ser miembro de la polis ateniense, con todo lo que ello impli-
caba: un estatus legal pero también aspectos más intangibles de la vida del
ciudadano que se hallaban vinculados a ese estatus. Era al tiempo un con-
junto de obligaciones formales y privilegios así como los comportamientos,
sentimientos y actitudes comunales relacionadas con ellos. Un ciudadano
ateniense, tal y como lo definiría un propio ateniense, era ser alguien que me-
techein tes poleos: alguien que 'participa de la polis'».71 Por supuesto en épo-
ca de Salón no está total y plenamente definido todo el trasfondo jurídico e
ideológico que caracterizará a la ciudadanía ateniense ulterior, pero eso no
impide que podamos considerarle como el creador o el introductor en Ate-
nas de ese concepto y, con él, de un sentido ya plenamente político en la ciu-
dad;72 en alguno de sus poemas, especialmente en el frag. 3 D, podemos ob-
servar el énfasis que realiza sobre el sentido de la comunidad y los peligros
que la acechan, tanto desde dentro como desde fueraJ3 Como ha visto Wal-
ter en su estudio del origen del concepto del ciudadano y de la ciudadanía en
el mundo griego arcaico, la introducción de la ciudadanía en Atenas, esto es,
la idea de la pertenencia a la comunidad constituyó un elemento básico de
paz interna en la ciudad. 74 A partir de Salón el conflicto social, que no deja-
rá de existir, será también, y será sobre todo, un conflicto político.
Puesto que a partir de ahora se prohibían los préstamos con garantía so-
bre las personas, pero no hubo ninguna mejora significativa de los medios de
producción ni de las condiciones de trabajo ni tampoco incremento alguno
en la superficie de las parcelas más pequeñas a fin de hacerlas viables a cor-
to o a medio plazo, la situación podría volver a complicarse y, posiblemen-
te, fue eso lo que acabaría ocurriendo, ya que sabemos que Pisístrato termi-
nará instaurando una tiranía en Atenas a partir del año 561 a.c., y uno de los
problemas que deberá resolver el tirano será el agrario (por ejemplo, Arist.,
Ath. Poi., 16, 1-5).15 No obstante, Salón no estaba dispuesto a propiciar un
reparto de tierras, a pesar de que eso debía de ser lo que algunos le deman-
daban y, en su lugar, debió de tomar otras medidas, que iban tanto en la di-
rección de fomentar nuevas actividades económicas cuanto en la de «libera-
lizar» la tierra, posiblemente relajando las condiciones para su posible
transmisión. Según la visión que he defendido páginas atrás, uno de los mo-
56 SOLÓN DE ATENAS

tivos de la existencia de la esclavitud por deudas y del hectemorado podía ser


el carácter inalienable de la tierra; el acreedor no podía tomar posesión de
ella, puesto que la misma formaba parte integrante de la comunidad familiar,
por lo que el único medio de cobrar la deuda era sometiendo a la condición
de hectémoro a sú titular con carácter perpetuo y, seguramente, hereditario.
Si la situación se mantenía inalterada, y puesto que los campesinos recién
emancipados necesitarían nuevamente del auxilio económico de sus vecinos
más favorecidos, pero ya no podrían ofrecerse como prenda del pago, ello
llevaría a un callejón sin salida. Ni el acreedor tendría garantía alguna de la
restitución de la deuda ni el deudor se vería apremiado a hacerlo. La única
posibilidad (y seguimos en una economía todavía premonetal) sería que el
acreedor pudiese tomar posesión efectiva de la tierra, quedando desafectada
del anterior propietario, el cual podría seguir trabajando en ella ya como
aparcero o como jornalero, pero sin perder su libertad personal, o podría
abandonarla definitivamente y buscarse otro medio de vida.
Creo, pues, que Solón debió de introducir algún mecanismo que permitie-
se esta transmisión, quizá más o menos camuflada76 y tal vez la ley que le atri-
buye Plutarco (Sol., 21, 3) acerca de la posibilidad, a partir de él, de reali-
zar testamento, antes muy restringida o irrealizable, pueda hablarnos de la
asunción por parte del Estado de atribuciones que hasta entonces habían que-
dado dentro del ámbito estrictamente familiar 77 y quizá éste pueda haber sido
un medio, entre otros, de facilitar la transmisión (al menos en algunos casos)
de la propiedad de la tierra;78 algunos autores, incluso, le atribuyen al propio
Solón la introducción de las hipotecas 79 en la que la garantía es la propia tie-
rra, y sobre las que disponemos de abundantes informaciones para el siglo IV
a.e. Que siguió habiendo problemas, sin embargo, lo muestra el descontento
latente que siguió a la reforma soloniana8o y que permitió, años después, el as-
censo de Pisístrato que parece haber tomado medidas de índole práctica para
resolver, entre otras cosas, la falta de liquidez de los pequeños campesinos, así
como la puesta en valor de tierras previamente incultas, medidas éstas que
probablemente no quedaban contempladas ni en la sisactía ni en la legislación
ulterior de Solón. 8!
De cualquier modo, y aunque las leyes solonianas no resolvieran todos
los problemas, sí parece que el tema haya preocupado al legislador; en efec-
to, da la impresión de que en su legislación quedan huellas de medidas dic-
tadas para proteger la agricultura, así como otras tendentes a evitar una ad-
quisición desmedida de tierra (por ejemplo, la ley mencionada en Arist., Poi.,
1266 b, 14-18),82 10 que seguramente hay que poner en relación con la súbita
disponibilidad de las mismas tras su liberalización; en todo caso, ello mues-
tra la intervención del Estado en asuntos que seguramente habían entrado
de lleno, hasta entonces, en la esfera privada. 83 Todo ello no muestra sino que
Atenas siguió siendo una polis sustancialmente agraria, sostenida por los va-
rios miles de propietarios que, liberados de la presión ejercida por el sistema
vigente hasta la época de Solón, se convirtieron en el núcleo de la nueva Ate-
nas;84 en conjunto, las pequeñas granjas debían de ocupar las dos terceras
LA OBRA DE SaLóN 57

partes del territorio del Ática y serían raras las propiedades que superasen
las cuarenta hectáreas.8s Seguramente, los viejos vínculos de reciprocidad
propios de las sociedades agrarias pronto se restablecieron86 y, con otros me-
canismos de compensación (posibilidad de vender partes de la propiedad, hi-
potecas, etc.) y sin la amenaza de la esclavitud o la servidumbre, el campesi-
no ático pudo salir adelante y constituir la base de la nueva ciudadanía. A
ello también contribuyeron las medidas que Salón habría impulsado de fo-
mentar la dedicación a las actividades artesanales de aquéllos que ya no pu-
diesen hallar en la tierra su medio de vida (Plut., Sol., 22, 1_3),87 sin que esa
dedicación a las actividades «banáusicas», generalmente mal vistas en el seno
de una cultura como la griega que hacía de la propiedad de la tierra uno de
los principales timbres de orgullo, les impidiese seguir siendo ciudadanos.
Las medidas de reforma del sistema de pesos y medidas irían también en este
sentido, aunque, como se ha apuntado anteriormente, no parece que las mis-
mas hayan tenido demasiado que ver, en sentido estricto, con la sisactía. 88
No obstante, el ya mencionado surgimiento, años después, de una tiranía
como la de Pisístrato implicaba que Salón no había acabado con todos los
desequilibrios ni con todos los motivos de descontento;89 sin embargo, había
dado un paso decisivo en su resolución.

4.4. LA LABOR POLÍTICA DE SaLóN. SUS REFORMAS

La sociedad ateniense recibió el súbito impacto de la sisactía soloniana,


una medida que posiblemente sorprendió a unos y a otros por lo inesperado
de la misma; mientras todavía los atenienses seguían discutiendo sobre los
detalles de la misma y se ponía en práctica su ejecución, Solón inició la re-
forma del Estado, actuando sobre prácticamente todos los niveles del mismo.
Es difícil conocer el orden exacto en el que sus disposiciones fueron dadas a
conocer y es muy posible que muchas de ellas lo fuesen de forma simultánea,
puesto que da la impresión de que obedecían a una profunda reflexión per-
sonal de Solón. En los siguientes apartados iremos analizando las innovacio-
nes que introducirá el arconte reformador dentro de la politeia ateniense.

4.4.1. La división de la ciudadanía según el censo; las magistraturas

4.4.1.1. La nueva ciudadanía ateniense

De todas las medidas políticas de Salón, sin duda la más importante, en


cuanto que va a servir de nueva base sobre la que construir el resto de la re-
forma, es la división de los ciudadanos atenienses en cuatro grupos aten-
diendo a criterios puramente económicos. Esta división censitaria tendría
una importancia fundamental desde el momento en el que vinculaba la par-
ticipación política de los individuos a una circunstancia contingente, como
58 SOLÓN DE ATENAS

podía ser la disponibilidad de mayores o menores ingresos económicos, fren-


te a la situación previa en la que el nacimiento y la sangre eran los criterios
únicos para el disfrute y el ejercicio de derechos políticos. Son, como es ha-
bitual, Aristóteles (Ath. Poi., 7, 2-4) Y Plutarco (Sol., 18, 1-3) quienes nos
proporcionan la mayor parte de las informaciones sobre esta importante mo-
dificación de las reglas del juego político en Atenas.
Ambos autores concuerdan, en general, en la descripción de la situación;
Salón habría dividido a la población en cuatro grupos (tele), cada uno de los
cuales recibiría o conservaría, según los casos, nombres que aludían a su si-
tuación. El primero de los grupos sería el de los pentacosiomedimnos (=los
de quinientos medimnos), que englobaría a quienes reuniesen. a partir de sus
propias tierras, quinientas medidas (metra) entre áridos y líquidos; el segun-
do estaría formado por los hippeis o caballeros, que eran los que obtenían
unos beneficios de trescientas medidas, lo que implicaría la disponibilidad de
tierras y recursos suficientes como para poder criar caballos; en el tercero se
englobaba a los zeugitas (=Ios que disponían de una yunta de bueyes)90 que
debían producir doscientas medidas y, por fin, los thetes, que retenían el vie-
jo nombre que los peones y los braceros tenían, al menos, desde la época ho-
mérica y de cuyo grupo o telas formaba parte todo aquél que quedaba por
debajo de los requisitos de los zeugitas.
Es posible que el nombre genérico que se asigna a cada grupo, telas, im-
plique también la base imponible con respecto a sus obligaciones fiscales con
el estado, si bien no conocemos demasiado bien cómo funcionaba la fiscali-
dad en la Atenas arcaicaYI La distribución de la población de acuerdo con la
producción agraria, que nuestras dos fuentes principales respetan en su des-
cripción, remontaría claramente a la época soloniana, como sugiere, por otro
lado, el nombre de la primera clase; las medidas a que aluden las fuentes son
bien el medimno, que se utiliza para los áridos y que equivale a unos 52 litros,
bien la metreta, usada para los líquidos (vino y aceite) y equivalente a unos
39 litros. 92
En su descripción, la Constitución de los Atenienses (7, 2) sugiere que
esa división había existido, al menos en líneas generales, previamente y, en
un pasaje anterior (Ath. PoI., 4, 1) posiblemente encontremos un preceden-
te de este sistema, en el que el único grupo que faltaría sería el de los penta-
cosiomedimnos. Esto ha hecho pensar ya desde antigu0 93 que posiblemente
Salón separase de entre la clase superior, los caballeros, a los individuos más
ricos, que recibirían el nombre, claramente novedoso, de pentacosiomedim-
nos; por otro lado, establecería de forma mucho más precisa (al menos en el
plano teórico) los límites entre cada uno de los grupos, dando contenido ju-
rídico y fijando unos niveles económicos más concretos a denominaciones
que previamente habrían tenido un carácter de referencia genérica. 94 No
puede descartarse tampoco que ya en época de Salón estas divisiones según
el censo tuviesen una clara traducción militar,95 representando el grupo de
los zeugitas el de aquéllos con la renta mínima para costearse el equipo ho-
plítico, mientras que los que no alcanzaban ni tan siquiera ese mínimo que-
lA OBRA DE SalóN 59

darían relegados al grupo de los thetes; la novedad era que ahora también
ellos quedaban incluidos en la polis, de la que habían estado excluidos hasta
entonces. 96
En ocasiones ha preocupado a los investigadores el hecho de que en este
esquema social introducido o regularizado por Salón no hubiese lugar para
los ricos comerciantes y los ricos artesanos, al estar el sistema basado en
los productos agrícolas 97 y se han buscado posibilidades alternativas, forzan-
do a veces los datos transmitidos por las fuentes, entre ellas pensar que el
propio Salón habría introducido equivalencias entre estas medidas agrarias
y otro tipo de valoraciones,98 incluyendo las monetarias99 e, incluso, el gana-
do,IOO opiniones que no tienen en cuenta el ambiente premonetal en el que
se desenvuelve la Atenas de los primeros años del siglo VI a.e.; sin embargo,
estas preocupaciones resultan un tanto anacrónicas y no corresponderían a
la situación del momento soloniano, en el que posiblemente pocos ciudada-
nos practicarían una actividad comercial desvinculada de la agricultura y, en
caso de hacerlo, quizá no estuviesen entre los más ricos.10 1 Posiblemente la
posterior utilización en el tiempo de valoraciones de carácter monetal apli-
cables a cada uno de los grupos censitarioslO2 puede ser, en ocasiones, la res-
ponsable de los intentos de retrotraer a la propia época de Salón estas mis-
mas equivalencias lo que, como hemos dicho anteriormente, resulta
completamente anacrónico.
También ha planteado problemas saber cómo se realizaba la valoración
de los ingresos y podemos pensar tanto en sistemas de autodeclaración, apo-
yados en el carácter público y abierto de una sociedad aún marcadamente ru-
ral en la que prácticamente todo el mundo sabía de qué disponía el vecino,I03
como en que otras normas dadas por Salón, tanto relativas a la disposición
de los cultivos en el campo cuanto las referidas a los pesos y medidas hubie-
sen podido servir para evaluar estos ingresos,I04 por no mencionar el papel
que asume el Areópago en la investigación de los recursos de cada ciudada-
no (Plut., Sol., 22,3). Otro tipo de problemas, en parte en relación con la va-
loración de los ingresos, deriva de la equiparación entre las medidas de ári-
dos y líquidos, sin añadir más precisiones, cuando ello presupone distintas
rentabilidades según el tipo de tierras y según el cultivo que cada una sopor-
ta. Esta equiparación se ha interpretado, posiblemente de forma acertada, en
relación con la protección y defensa del sector olivarero, cuya rentabilidad
por unidad de superficie es notablemente inferior a la que proporciona el ce-
real. 105
Los datos derivados de esta distribución de la población ateniense aten-
diendo a criterios económicos han permitido también la realización de algu-
nas valoraciones de carácter demográfico, aun cuando haya que empezar re-
saltando el carácter en todo caso parcial e hipotético de las mismas. Así, y
teniendo en cuenta tanto la superficie de tierra necesaria para producir un
medimno de cebada cuanto el número de ciudadanos de las dos primeras cla-
ses requeridos para el funcionamiento del sistema, quizá el número total de
propietarios de tierras a principios del siglo VI pudiera estar en torno a los
60 SOLÓN DE ATENAS

CUADRO QUE MUESTRA LOS REQUISITOS MíNIMOS DE PROPIEDAD


Y LA POTENCIALIDAD DE LAS MISMAS, SEGÚN LAS DIFERENTES CLASES
SOLONIANAS y SEGÚN EL TIPO DE CULTIVO (TRIGO O CEBADA)
(Según Foxhall, 1997) 130.
Clase Soloniana Trigo Cebada

Pentacosiomedimnos (500 500 x 40,28 = 20.140 kg. 500 x 33,55 = 16.775 kg.
medimnos) 20.140/200 = 100 personas 16.775/200 = 84 personas
por año por año
Entre 20 y 34 ha. Entre 17 y 28 ha.

Hippeis (300 medimnos) 300 x 40,28 = 12.084 kg. 300 x 33,55 = 10.065 kg.
12.084/200 = 60 personas 10.065/200 = 50 personas
por año por año
Entre 12 y 20 ha. Entre 10 y 17 ha.

Zeugitas (200 medimnos) 200 x 40,28 = 8.056 kg. 200 x 33,55 = 6.710 kg.
8.056 kg/200 = 40 6.710 kg./200 = 34
personas por año personas por año
Entre 8 y 13 ha. Entre 7 y 11 ha.

Thetes. Menos de 200


medimnos.

Observaciones:
1 medimno de trigo = 40,28 kg.
1 medimno de cebada = 33,55 kg.
Consumo medio «per capita» de cereal por persona y año, 200 kg.
Producción media de cereal por hectárea: 1.000 kg.

1.600 ó 1.700 (de ellos, unos mil serían zeugitas). El número de los thetes se-
ría más difícil de establecer, pero quizá anduviera en torno a los diez o doce
mil, a los que quizá pudiera añadirse un total de otros diez mil dedicados a
actividades diversas. Eso daría una cifra de entre veinte a veinticinco mil nú-
cleos familiares, que harían elevarse la población a unos ochenta o cien mil
habitantes. 106
Naturalmente, esta división de la población atendiendo a su nivel econó-
mico, más que un fin en sí mismo, era un medio de articular la vida política
sobre unas bases relativamente novedosas. Se trataba, ni más ni menos, que
de crear un nuevo marco que diese salida a las expectativas políticas de, al
menos, dos núcleos diferentes de la sociedad ateniense. I07
Uno de esos núcleos es, claramente, el de aquellos individuos que, como
el propio Salón y el grupo social al que pertenecía, poseían tanto unos re-
cursos económicos equiparables y, en muchas ocasiones, superiores a los de
la propia aristocracia eupátrida cuanto un prestigio derivado de su perte-
lA OBRA DE SalóN 61

nencia a linajes de rancio abolengo pero que habían resultado progresiva-


mente apartados del estrecho círculo de familias que, hasta entonces, había
monopolizado el poder. Los miembros de esos grupos y, como hemos podi-
do ver, el propio Salón entre ellos, se habían mostrado sumamente activos en
los años previos agitando a las masas desheredadas y creando facciones, más
o menos organizadas, con la finalidad básica de hacerse con el poder, em-
pleando para ello, si fuese necesario, la violencia e, incluso, el golpe de esta-
do de carácter tiránico.
Quizá la postura de Salón, aunque compartiendo el objetivo de acceder
al poder, hubiese sido más matizada, a juzgar por las reservas de índole mo-
ral que expresa en algunos de sus poemas, tanto previos como posteriores al
arcontado. No obstante, para modificar el statu quo vigente era necesario
cambiar el criterio de reclutamiento de los magistrados que gobernaban la
polis; en esto radicó la auténtica revolución que introdujo Solón en Atenas,
en sustituir el predominio absoluto de individuos y familias que accedían al
poder basándose únicamente en la pertenencia a unas cuantas familias, por
un criterio de índole más objetivable como podía ser la riqueza, especial-
mente la derivada de la tierra. Naturalmente, y como decíamos líneas atrás,
no hemos de pensar que en los inicios del siglo VI a.e. esto supusiese el asal-
to al poder por parte de individuos y familias cuya fortuna procediese del
desempeño del comercio y la artesanía a gran escala; esta imagen resulta ab-
solutamente anacrónica. Debemos pensar, más bien, en que la introducción
de la reforma censitaria de Solón restituyó a antiguas familias atenienses de-
rechos políticos de los que posiblemente habían gozado en épocas remotas y
de los que habían ido quedando separados como consecuencia de la acumu-
lación de los mismos en unos cuantos clanes que habían dejado fuera a sus
antiguos pares. La propia extracción familiar de Salón, vinculado a la antigua
familia real ateniense de los Códridas sugiere que esto pudo haber sido así.
Posiblemente para que su reforma no fuese tenida por demasiado revo-
lucionaria Salón estableció la primera de las clases, la de los pentacosiome-
dimnos, que desgajados de los hippeis, no supondría demasiado riesgo para
quienes hasta entonces ejercían el poder, ya que no hay que dudar de que no
demasiados elementos nuevos acabarían integrados en ese nuevo grupo que
era quien, en la práctica, tenía acceso a las magistraturas ejecutivas. lOS
El otro grupo social que se vio favorecido por la reforma censitaria de
Salón fue el de los zeugitas; es también harto probable que dicho grupo ya
existiese previamente a la actividad de Salón pero, sin embargo, como con-
secuencia de la misma su número y, consecuentemente, su peso político de-
bieron de aumentar ya que la abolición de las deudas y la emancipación de
los hectémoros y la consiguiente recuperación de los derechos de propiedad
y posesión de las tierras anteriormente esclavizadas tuvo que provocar un
crecimiento notable del número de zeugitas. 109 Por ende, y si no perdemos de
vista las necesidades militares que había mostrado Atenas en su enfrenta-
miento con Mégara, y que se recrudecerá en los años sucesivos, no podemos
dejar de pensar que, aunque sin duda muchos de los ciudadanos emancipa-
62 SalóN DE ATENAS

dos quedaron englobados en el grupo de los thetes, también una buena par-
te de ellos debieron de ser zeugitas. 110 En consecuencia, Atenas podía dispo-
ner ahora de un nutrido grupo de ciudadanos que, capaces de armarse como
hoplitas, reforzarían la hasta entonces débil posición internacional de Ate-
nas; las contrapartidas políticas inmediatas no fueron , sin duda, excesiva-
mente elevadas en un primer momento pero no podemos perder de vista que
fue la existencia de este reforzado grupo social uno de los factores que pro-
pició la futura tiranía de Pisístrato, que concluiría, en cierto modo, la labor
iniciada por Solón.
La adscripción a cualquiera de estos cuatro grupos era el reconocimien-
to del carácter ciudadano de quienes habían sido incluidos en los mismos;lll
posiblemente esto se articuló también, en el plano religioso, mediante algu-
nos cambios en algunos festivales y celebraciones tradicionales y mediante la
introducción de otros nuevos.ll 2 Así, por ejemplo, la posible introducción del
culto de Afrodita Pandemos (o «Afrodita de todo el demos») (Harpocr., s. v.
Pandemos Aphrodite) por Salón en un momento en el que está definiéndo-
se un nuevo marco ciudadano tendría bastante sentido ll3 y quizá también la
de Teseo, cuya leyenda e, incluso, funciones, muestran tantas semejanzas con
algunos de los hechos atribuidos a Solón;1l4 igualmente, la relevancia que
asume Apolo Patroos, en relación con las fratrías, una de las estructuras de
base sobre las que se cimenta la ciudadanía,lIs así como la reorganización
de festivales como las Genesia o las Oscoforias y las Esciroforias deben in-
terpretarse en función de la organización de este nuevo cuerpo cívico que
surge tras sus reformas; es significativo que algunas de esas fiestas remonten,
al menos en su etiología, al episodio de Salamina}16
La polis de Atenas, pues, contó a partir de Solón con una nueva (o re-
formada) ciudadanía y, posiblemente para evitar situaciones que debieron de
darse en los momentos previos al ascenso de Salón al arcontado, éste habría
introducido una ley que haría perder sus derechos cívicos (su time) a aque-
llos que, en caso de conflicto civil (stasis) no tomaran partido por uno u otro
bando (Arist, Ath. PoI. , 8, 5; Plut., Sol., 20,1),117 posiblemente para garanti-
zar el sentido de participación que todos los ciudadanos debían tener ante los
asuntos que afectaban a la comunidad en su conjunto ll 8 y como medio para
acabar con las presiones ejercidas hasta entonces por la aristocracia domi-
nante. ll9 El mismo sentido habría que dar a la posibilidad que tenía cual-
quiera de denunciar a quien hubiese cometido una ilegalidad, aunque no fue-
se él mismo el afectado (Plut., Sol. 18, 6), posibilidad que, mal empleada,
dará lugar a la terrible sicofancia del siglo v (mencionada como de origen so-
loniano, aunque en otro contexto, por Plut., Sol., 24, 2),120 si bien dentro de
la legislación soloniana tenía la función de garantizar una mayor posibilidad
de defensa al pueblo, además de incrementar el sentido de comunidad. l2l Por
fin , y en un mundo como el de la Atenas presoloniana, en el que la expresión
pública de aspectos estrictamente privados predominaba seguramente sobre
el concepto de comunidad, la introducción de normas de contención de los
comportamientos, especialmente destinadas a evitar la insolencia (hybris) de
lA OBRA DE SOlÓN 63

100 200
• Tumbas y pozos con materiales proto· áticos (s. VII a.C.)
• Pozos con materiales de Figuras Negras (1' mitad s. VI a.C.)

FIGURA 3. La ciudad de Atenas a inicios del siglo VI a.e.

los aristócratas en ámbitos en los que ésta solía manifestarse, como los ban-
quetes,122 los funerales 123 o, incluso, los matrimonios,124 pretendía avanzar, in-
dudablemente, en esta tarea de favorecer la solidaridad entre los diferentes
grupos sociales; cosa distinta es que, en último término, lo consiguiera o que
las normas promulgadas al respecto hayan sido tan completas como la tradi-
ción posterior sugiere. 125

4.4.1.2. Modificaciones urbanas en la ciudad de Atenas

En otro orden de cosas, y como complemento de lo hasta aquí dicho, pa-


rece que en la ciudad de-Atenas se empiezan a producir algunos cambios en
su aspecto físico, siquiera porque, a juzgar por lo que aseguran las fuentes, la
gente empieza a afluir a la misma (Plut., Sol. , 22,1);126 a pesar de que los res-
tos arqueológicos correspondientes a inicios del siglo VI a.e. no son dema-
siado numerosos, podemos detenernos, al menos, en dos entornos, la acró-
polis y el ágora.
64 SOLÓN DE ATENAS

Por lo que se refiere a la acrópolis, la misma había sido el centro cultual


de la ciudad al menos ya desde el siglo VIII y siguió desarrollándose con tal
finalidad durante el siglo VII, como sugieren los restos arqueológicos allí en-
contrados; según parece, a lo largo del primer cuarto del siglo VI tiene lugar
en la acrópolis la construcción de un templo decorado con terracotas arqui-
tectónicas que sugieren influencias muy directas del mundo argivo así como,
más o menos por las mismas fechas, el inicio de otro edificio sagrado, que pa-
rece que no fue nunca concluido y cuya cubrición se realizaba con tejas de
mármol; como han mostrado los estudios realizados, este sistema de cubri-
ción, que era una auténtica novedad en el mundo griego, surge en el ámbito
jonio insular, especialmente en Naxos, y se desarrolla rápidamente por todo
ese mundo jonio. 127 Aparte de la mayor inversión económica que ello impli-
ca (evaluada en al menos diez veces más que un tejado de tejas de cerámica),
sí que es interesante observar cómo esta clara vinculación al entorno jonio
encajaría bien en el ambiente de la época soloniana o inmediatamente post-
soloniana, en un momento en el que Atenas posiblemente está mostrando su
apertura a nuevos ámbitos políticos y económicos de la Hélade como son los
greco-orientales que, en ese momento, están en pleno auge. No hemos de
perder de vista que el propio Solón llega a llamar a Atenas en unos de sus
poemas (frag. 4 D) la «tierra más antigua de Jonia» y que en el episodio de
Salamina también hay alusiones a su carácter jonio.
Sea como fuere, pues, da la impresión de que en los años en los que So-
Ión está activo en Atenas o, en los inmediatamente posteriores, la ciudad em-
pieza a sufrir cambios tanto en su aspecto político, como en su aspecto físi-
co; la dedicación de nuevos edificios en la acrópolis por esos años sugiere
que la misma empieza a recibir una nueva función dentro de la nueva orga-
nización de la ciudad y ello se traduce en modificaciones en su aspecto cuyo
carácter, empero, se nos escapa. En todo caso, y aunque también sea objeto
de debate, alguna de las tradiciones relativas a la legislación de Solón, que
más adelante consideraremos, indica que el legislador depositó sus leyes, pre-
cisamente, en la acrópolis o, al menos, una de las versiones de la misma. 128 La
otra sería depositada en el ágora, sobre la que ahora volveremos.
La llamada «ágora vieja» de Atenas se hallaba justamente al pie de la
acrópolis, en su parte oriental como mostraron, sobre todo, hallazgos epigrá-
ficoS 129 y allí se hallaban algunos de los edificios de la administración tradi-
cional, como el Pritaneo (la sede del arconte epónimo) o el Bucolio (sede del
arconte basileus);130 por lo que se refiere al área al noroeste de la acrópolis,
donde se hallaría el ágora clásica, la misma se hallaba ocupada por residen-
cias privadas y cementerios familiares desde, al menos, el siglo VIII que sólo
a partir de fines del siglo VII parecen haberse ido clausurando, al menos en
parte. En esta área, especialmente en su parte occidental, al pie del Kolonos
Agoraios, que quizá acababa de pasar de manos privadas a públicas, surge a
principios del siglo VI un pequeño edificio rectangular, dividido en dos es-
tancias, que los excavadores denominaron «edificio C», y que tiene la parti-
cularidad de hallarse por debajo de lo que con el tiempo sería el Bouleute-
lA OBRA DE SOlÓN 65

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FIG URA 4. El área occidental del ágora con los edificios del siglo VI a.e. Sólo el edi-
ficio marcado como «C» correspondería a la época de Solón.

rio de la ciudad. Aunque algunos autores han sugerido identificar este edifi-
cio con la sede de la Boulé soloniana de los 400 131o, al menos, con algún edi-
ficio relacionado con la administración 132 otros, analizando sus restos y el
material asociado, proponen considerarlo un simple edificio particular. 133
Así, y aunque la interpretación de esos restos arqueológicos no es unánime,
parece posible sugerir que el impulso para la utilización de esa zona como la
nueva ágora puede coincidir con la época de Solón, puesto que ya a princi-
pios del siglo VI una parte al menos de la misma había pasado de manos pri-
vadas a públicas;134 de cualquier modo, lo cierto es que apenas nada queda
en la misma que corresponda a su época, ya que el gran auge del ágora co-
rrespondería a la época de Pisístrato y de sus hijos,135 grandes constructores
como muchos otros tiranos arcaicos,136 pero su posible inauguración durante
el mandato del legislador o, como consecuencia directa de su política, suge-
riría también la creación de un nuevo marco físico en el que tendrían lugar
tanto las reuniones de la asamblea cuanto la exhibición de una copia de sus
leyes y quizá un proyecto (que se iría desarrollando durante los decenios
posteriores) de trasladar· allí la sede de las distintas magistraturas y órganos
de gobierno de la pOliS. 137
66 SOlÓN DE ATENAS

4.4.1.3. Las magistraturas

Aristóteles (Ath. Po!., 7, 3) menciona las magistraturas a que podían op-


tar los diferentes grupos, aunque no dice, exactamente, cuál corresponde a
cada uno; no obstante, por informaciones también del mismo autor (Ath.
Po!., 47,1) sabemos que los tesoreros de Atenea sólo podían ser pentacosio-
medimnos; los nueve arcontes eran elegidos de entre éstos y los hippeis. 138
Los paletas, los once y los colacretas, encargados de las subastas de los bie-
nes confiscados, de la supervisión de la cárcel y, tal vez de recaudar los im-
puestos, respectivamente, posiblemente se repartiesen entre los hippeis y los
zeugitas, aunque quizá la última de las magistraturas, tal vez la menos pres-
tigiosa, correspondiese en exclusiva a los zeugitas.
Sin duda ninguna, la principal magistratura era el arcontado, término
que engloba a nueve cargos de contenido y función diferente, y cuya unifi-
cación y relativa uniformización correspondería también a Salón (Arist.,
Ath. Poi., 3, 5). Estos magistrados eran el basileus o rey, cargo que procede,
claramente, de la conversión en magistratura de la antigua realeza heredada
de los Siglos Obscuros; el polemarca, o jefe del ejército, el arconte propia-
mente dicho, también llamado arconte epónimo porque era el que daba su
nombre al año y los seis tesmotetas, encargados básicamente de funciones re-
copilatorias y judiciales, así como de fijar el derecho. 139 Hasta la época de Sa-
lón, que trasladó a todos los arcontes a la sede de los tesmotetas, o Thesmo-
theteion, cada arconte tenía su propia sede; Aristóteles no indica el porqué
de dicho traslado, pero quizá se trate de un paso decisivo hacia la colegiali-
dad de la magistratura, posiblemente inexistente antes de este momento. 140
El arconte basileus parece haber tenido como función básica el desem-
peño de funciones de carácter religioso y ritual de gran antigüedad en la po-
lis y el punto culminante de su mandato venía marcado por la celebración del
matrimonio sagrado o hieros gamos entre el dios Dioniso y la mujer del rey
o basilinna, durante las fiestas Antesterias. Posiblemente el propio arconte
basileus, caracterizado como el dios, se uniese con su esposa en el punto cul-
minante de esas fiestas, en el Bucolio, cerca del Pritaneo, donde había teni-
do su sede dicho arconte antes del traslado propiciado por Solón. 141
De todos los arcontes, por consiguiente, el más importante era el arcon-
te epónimo, cuyas atribuciones debían de ser, básicamente políticas, judicia-
les y jurisdiccionales, teniendo capacidad de dictar sentencias por sí mismo y
con plenos poderes ejecutivos (Arist. Ath. Poi., 3, 5). Posiblemente debido a
ese poder extraordinario de que disponía el arconte y que habría dado lugar
en los años anteriores a importantes problemas dentro de la lucha política en
el seno de la sociedad ateniense, Salón intentase limitarlo «reuniendo» a to-
dos los arcontes en una misma sede. En los conflictos que seguirán al arcon-
tado de Salón y que desembocarán en la instalación de la tiranía en Atenas
por obra de Pisístrato, la lucha por el arcontado se convertirá en uno de los
principales caballos de batalla entre los distintos grupos enfrentados, sur-
LA OBRA DE SOLÓN 67

giendo en alguna ocasión auténticos repartos de cuotas de poder entre esos


grupos. Ello sugiere que posiblemente Solón tuvo cierto éxito al intentar
convertir al arcontado en una magistratura atractiva a pesar de que la cole-
gialidad introducía ciertas limitaciones al ejercicio omnímodo del poder pero
otorgaba, en contrapartida, a los nueve seleccionados cada año, importantes
honores y privilegios en el futuro, al pasar a formar parte automáticamente
del Areópago. 142
No conocemos con detalle las funciones concretas de los arcontes en
época de Salón y es relativamente arriesgado utilizar las informaciones que
poseemos para otros periodos históricos posteriores, cuando estas funciones,
así como los mecanismos de selección y su peso dentro de la estructura de la
polis fueron variando considerablemente. 143 Según parece, también intervino
Solón en los mecanismos de selección de los magistrados, puesto que habría
introducido lo que podríamos traducir como «sorteo de entre los previa-
mente elegidos» (klerosis ek prokriton). Como explica Aristóteles, el proce-
dimiento consistía en que cada tribu elegía a diez aspirantes para los dife-
rentes arcontados, procediéndose acto seguido a realizar un sorteo entre
todos ellos para determinar quiénes iban a desempeñar las diferentes magis-
traturas (Arist., Ath. Pol., 8,1); sin embargo, algunos autores han rechazado
por anacrónico este sistema (que se introduciría en Atenas en el 487/6 a.e.)
y sugieren que era la ekklesia la que elegía directamente a los arcontes. l44 En
cualquier caso, y como ha mostrado Develin l45 el relato de Aristóteles es
bastante coherente y el sistema, que combinaba la elección con el sorteo, pri-
varía al Areópago de la capacidad que había tenido previamente de asignar
a cada electo a un arcontado determinado; además, el sorteo no es necesa-
riamente un procedimiento democrático como sugieren quienes rechazan su
existencia para la época de Salón siempre, naturalmente, que el mismo ten-
ga lugar entre individuos previamente seleccionados de entre los grupos ade-
cuados.
Es difícil apreciar con detalle, a falta de informaciones más precisas, cuá-
les fueron los resultados directos e indirectos de esta distribución censitaria
de Salón. Ante todo, no obstante, hemos de decir que las huellas que la mis-
ma dejó en la estructura política ateniense fueron sumamente duraderas ya
que, aunque con el paso del tiempo la evolución política ateniense introdujo
cambios, algunos de ellos radicales, en dicha estructura, la pertenencia a una
u otra clase seguía plenamente en vigor todavía en tiempos de Aristóteles
puesto que este autor certifica que todavía en sus tiempos la elección de los
Tesoreros de Atenea se seguía realizando como en la época de Salón, de
entre los pentacosiomedimnos (Arist., Ath. Po l. , 8,1; 47, 1) lo que indica que
aún en el siglo IV los ciudadanos seguían sabiendo a cuál de los grupos cen-
sitarios pertenecían, siguiesen teniendo éstos más o menos relevancia en la
vida política de la polis democrática del momento e, incluso, si creemos a
Aristóteles, independientemente del propio nivel económico del nombrado
para el cargo.
También parece fuera de dudas que los diferentes individuos podían pro-
68 SOLÓN DE ATENAS

mocionar de clase censitaria si sus condiciones económicas mejoraban; el


propio Aristóteles menciona la existencia de una estatua acompañada de una
inscripción de un individuo que de la clase de los thetes pasó a la de los hip-
peis (Arist., Ath. Poi., 7, 4)146 Y se conoce una inscripción fragmentaria en la
que un individuo hace una ofrenda a Atenea (Palas Tritogenia) por haber pa-
sado a la clase de los zeugitas seguramente desde los thetes (DAA, 372). A
pesar de que esta segunda inscripción es de la primera mitad del siglo v y, po-
siblemente, también la que menciona Aristóteles, no podemos descartar que
la promoción estuviese ya contemplada en la normativa soloniana. De ser
esto así, la reforma tenía también un profundo calado ya que podía poner fin,
aunque quizá no de modo inmediato, a las inquietudes de aquellos indivi-
duos que, hasta entonces, habían visto cómo las puertas del ascenso social,
que no económico, les habían sido cerradas.
Aunque tampoco tenemos datos directos para Atenas en este momento,
la introducción de un nuevo criterio para el ascenso social y la plena partici-
pación política, independiente ya del nacimiento podía abrir igualmente las
puertas para la búsqueda de nuevas alianzas dentro del cuerpo ciudadano.
En efecto, no siendo ya el nacimiento el criterio esencial para participar en
política se tendería a establecer alianzas, seguramente a partir de matrimo-
nios, entre miembros de la aristocracia eupátrida, quizá no siempre todo lo
solventes económicamente que su situación requería, con aquellos otros ele-
mentos sociales, no eupátridas, pero con patrimonio suficiente como para as-
pirar a la participación política. 147 Ello llevaría al establecimiento de una
nueva comunidad de intereses entre todos aquellos que, merced a la reforma
soloniana, eran susceptibles de participar en las más altas magistraturas de la
polis y, tras su periodo de mandato, continuar con un papel dirigente me-
diante su integración en el Areópago.
No es improbable que estas eventuales alianzas se pudiesen ver favore-
cidas por la merma económica que la sisactía y la emancipación de los hec-
témoros pudieron provocar en algunos de los eupátridas que más se habían
beneficiado del sistema. Es cierto, como decía antes, que no hay demasiados
indicios directos de que esto esté sucediendo en Atenas pero tenemos testi-
monios de algo bastante semejante en la vecina Mégara por esos mismos
años, cuando el poeta Teognis, desde una perspectiva muy marcadamente
aristocrática,148 se queja amargamente de cómo las nobles familias de Méga-
ra acaban emparentando con gentes de nivel inferior atendiendo básicamen-
te al dinero. Veamos uno de estos pasajes:

Buscamos, oh Cima, carneros, asnos y caballos de buena raza, y todo el


mundo quiere que se apareen con hembras de pura sangre; en cambio, a un
hombre noble (esthlos) no le importa casarse con una villana, hija de un villa-
no (kakos), con tal de que le lleve muchas riquezas; ni una mujer se niega a
ser la esposa de un hombre vil con tal que sea rico, sino que prefiere el acau-
dalado al hombre de bien. En efecto, los hombres son adoradores de la ri-
queza; el noble se casa con la hija del villano y el villano con la del noble: el
LA OBRA DE SOLÓN 69

dinero ha confundido las clases. Por ello no te extrañes, oh Polípaides, de que


decaiga la raza de nuestros ciudadanos: pues lo bueno se mezcla con lo malo
(Teognis, vv. 183-192).149

Por supuesto, no podemos establecer una relación estricta entre la situa-


ción que denuncia Teognis en Mégara y lo que ocurre en Atenas; sin em-
bargo, pocas dudas quedan de que la superación del marco político pre-so-
loniano y la introducción de un componente económico para marcar la
participación política debieron de producir un fenómeno semejante también
en Atenas. Del mismo modo que en Mégara los matrimonios mixtos son vis-
tos por Teognis como la ruina de la aristocracia,150 en Atenas la decadencia
del sistema eupátrida, impulsada por las medidas de Solón, debió de verse
fomentada por el desarrollo de prácticas similares que permitían acceder a
gentes nuevas, no nobles o de una nobleza secundaria, al grupo de los eupá-
tri das que, a su vez, podían ver reforzada su posición económica y, por ende,
el mantenimiento de sus privilegios políticos, merced a la solvencia econó-
mica aportada por aquéllos de origen no noble con quienes emparentaban.
Sin embargo, estas alianzas, a veces ciertamente forzadas, tampoco re-
solvieron todos los problemas; aunque no es éste el lugar de hablar con de-
talle del desarrollo ulterior del conflicto político y social en la Atenas poste-
rior a Solón, sí avanzaré que unos doce o catorce años después del arcontado
de Solón y tras un breve paréntesis cuasi-tiránico, se decidió elegir a diez en
lugar de a nueve arcontes, y de acuerdo con un reparto por cuotas entre los
principales elementos enfrentados; según Aristóteles, se procedió, pues, a
nombrar a cinco arcontes que procedían de los eupátridas, tres de los habi-
tantes del campo (agroikoi) y dos de entre los artesanos (demiourgoi)
(Arist., Ath. Poi. 13, 2).151 Como todos ellos tenían que ser forzosamente
pentacosiomedimnos o hippeis, sus nombres reflejan de algún modo la pro-
cedencia de los nuevos individuos que quedaron integrados en esa clase así
como los acuerdos, siquiera temporales, a que podían llegar para repartirse
el poder del Estado; igualmente, el episodio muestra la presión eupátrida
para conservar sus antiguos privilegios y la oposición que a ello ofrecen los
que se habían beneficiado de las reformas solonianas. 152 Como es sabido,
buena parte de ese conflicto político se solucionará parcialmente durante la
tiranía de Pisístrato, época en la que los mecanismos de integración de las di-
ferentes facciones e intereses del Ática también se intentarán resolver oca-
sionalmente mediante matrimonios mixtos (Arist., Ath. PoI., 14, 1).
En conclusión, mediante la división de la población en clases censitarias
y el establecimiento de la participación en el gobierno de la polis atendien-
do básicamente a ese criterio, Solón da un paso importante en el tránsito de
viejos modelos aristocráticos, ya ampliamente cuestionados y superados en
otras poleis griegas, como en Corinto, para introducir un esquema que podría
definirse como oligárquico en el sentido de que si bien seguirán siendo unos
pocos (oligoi) en quienes recaiga el control del Estado ya no será el naci-
miento y la superioridad innata que ello provoca el criterio esencial; igual-
70 SOLÓN DE ATENAS

mente, el sistema pasa también de ser una aristocracia o gobierno de los (a


sí mismos proclamados como) mejores para convertirse en una plutocracia,
en la que será la riqueza (ploutos) el criterio decisivo.
Para evitar los peligros que un gobierno de los más ricos podría traer
consigo, Solón utilizará, además de su propio ejemplo y de las enseñanzas
morales expuestas en sus poemas, la legislación que pondrá en marcha, jun-
to con otras medidas que promulgará dentro de su visión de la sociedad
como contraposición de equilibrios diversos; a algunas de ellas ya he aludi-
do, mientras que a otras me referiré más adelante (fomento de la inmigra-
ción, institucionalización de la asamblea del pueblo y de los tribunales, etc.).

4.4.2. El Areópago

A pesar de que Plutarco asegura que fue Solón quien instituyó el Con-
sejo del Areópago (Plut., Sol., 19, 1), el mismo autor da cuenta de informa-
ciones alternativas que sugerirían que ese órgano ya existía antes de su épo-
ca; el propio relato de Aristóteles parece reforzar esta idea (Ath. PoI., 3, 6).
La mayor parte de los estudiosos está de acuerdo en que el Areópago,
posiblemente heredero del antiguo consejo nobiliario que en épocas remotas
gobernaba y creaba y conservaba el derecho junto al rey,153 existía en Atenas
desde tiempo inmemorial y aunque algunos autores sugieren que sus funcio-
nes serían básicamente judiciales, centradas sobre todo en casos de homici-
dio,154 da la impresión de que ya tenía algún tipo de poder político. En mi
opinión, una de las principales novedades que introduciría Solón con rela-
ción al Areópago sería la de redefinir precisamente esas atribuciones de ca-
rácter político; ahí radicaría la existencia de la discrepancia que hemos men-
cionado antes acerca de quién instituyó este consejo.
Sin duda, en la tarea de reconvertir un viejo órgano de origen inmemo-
rial, con funciones judiciales (homicidio) y algunas tareas políticas en una
nueva institución que, sin abandonar esas tareas judiciales específicas, asu-
miese un nuevo papel en la nueva estructura política que Solón estaba cons-
truyendo, éste tuvo, ante todo, que intervenir decididamente en los mecanis-
mos de acceso al mismo. 155 En el Areópago pre-soloniano, compuesto según
algunas fuentes por 51 individuos (Filocoro, FGH 328 F 20), la cooptación
habría sido el sistema elegido para reclutar nuevos miembros (Arist., Ath.
PoI., 3, 6) Y caben pocas dudas de que los círculos eupátridas eran quienes se
hallaban únicamente representados en este órgano. La innovación de Solón
tendrá amplias consecuencias, puesto que, como asegura Plutarco, el único
requisito que a partir de su reforma tendrá valor será el haber desempeñado
el arcontado (Plut., Sol., 19, 1); como el acceso a las magistraturas superiores
estaba reservado a los individuos englobados en los nuevos grupos censita-
rios, pentacosiomedimnos y tal vez hippeis, cuyos miembros no siempre coin-
cidirían con los integrantes de la vieja aristocracia gentilicia, de lo que trata-
ba la medida soloniana era, precisamente, de abrir a los nuevos círculos
LA OBRA DE SOLÓN 71

dirigentes una institución que había sido hasta entonces uno de los reductos
de la aristocracia eupátrida. 156
Las funciones del Areópago reformado por Soló n son mencionadas por
Aristóteles (Ath. PoI., 8, 4) y, más sucintamente, por Plutarco (Sol., 19, 1-2)
Yse resumen, básicamente, en la supervisión y defensa de las leyes y en la vi-
gilancia de todo lo que ocurriese en la pOliS. 157 Esto le convertía en un órga-
no importante, y aunque el contenido preciso de las atribuciones que le asig-
nan las fuentes no deje de ser objeto de debate,158 da la impresión de que el
Areópago sirvió como uno de los órganos constitucionales que supervisaban
los comportamientos de los ciudadanos a fin de evitar los conflictos deriva-
dos de la confrontación política y, sobre todo, que entendía de cualquier sub-
versión o intento de realizar acciones ilegales tanto por parte de los magis-
trados como del pueblo reunido en asamblea;159 en este sentido, es razonable
aceptar como genuina la concesión por parte de Solón al Areópago de en-
tender de las denuncias de eisangelia o acusaciones de subvertir el orden vi-
gente mediante conspiraciones, seguramente tendentes a imponer un régi-
men tiránico (Arist., Ath. PoI., 8, 4).160 Es sugerente, además, la opinión de
Wallace, en el sentido de que posiblemente Solón se inspirase, en su reforma
de este órgano, en la Gerusía espartana. 161
De cualquier modo, y a pesar de las imprecisiones que permanecen acer-
ca de los poderes del Areópago soloniano e, incluso, más allá del debate de
si el mismo ganó o perdió poder tras la reforma,162 puede verse a este órga-
no como un elemento capital en el esquema reformista de Solón, haciendo
en cierto modo buena la imagen que transmite Plutarco (Sol., 19,2) de que
tanto el Areópago como la Boulé de los 400 podían interpretarse como las
dos anclas que sujetaban y reforzaban al Estado;163 ello, independientemen-
te de que pueda tratarse de un anacronismo, mostraría en todo caso que en
el esquema soloniano los dos órganos colectivos principales de la polis per-
sonificaban las nuevas dinámicas en que se estaba introduciendo Atenas y,
en todo caso, que se estaban dando pasos hacia una cada vez más clara deli-
mitación de funciones y competencias dentro de la estructura política ate-
niense,l64 como correspondía a una ciudad que acababa de modificar las con-
diciones de participación en la ciudadanía y en la vida pública.

4.4.3. La Boulé de los 400 y la Asamblea popular (ekklesia)

Si la actividad soloniana introduce importantes novedades en la función


del Areópago y lo convierte en un órgano de vigilancia y supervisión, con
evidentes poderes para reprimir comportamientos considerados problemáti-
cos o peligrosos, la función decisoria quedará encomendada a la Asamblea
popular (ekklesia), convenientemente moderada por un Consejo con funcio-
nes probuléuticas; no parece probable que la Asamblea pudiese discutir las
propuestas que se le presentaban y su funcionamiento en estos momentos se
asemejaría al de la Asamblea espartana, que escuchaba y aprobaba sin dis-
72 SOLÓN DE ATENAS

cusión O, como mucho, tendría una capacidad limitada para debatir las pro-
puestas presentadas por la Boulé. 165 La participación en la Asamblea parece
haber estado abierta a todos los ciudadanos, incluyendo los thetes (Arist.,
Ath. Poi., 7,2) que tenían en ella, y tal vez en los tribunales, la única posibili-
dad de participación real en el poder. 166 La existencia de una Asamblea de
todos los ciudadanos en Atenas, como en otras poleis griegas contemporá-
neas, parece fuera de duda, independientemente de cuáles fuesen sus fun-
ciones y sus competencias reales, así como la periodicidad de sus reuniones;
la propia Constitución de los Atenienses (Ath. PoI., 4, 3) alude a su existencia
antes de la época de Solón. Posiblemente la principal innovación que se in-
troduce en este momento deriva de la inclusión en la ciudadanía ateniense
tanto de los antiguos hectémoros emancipados como del resto de los indivi-
duos que cumpliesen los requisitos mínimos aunque no tuviesen capacidad
hoplítica. Desconocemos cuáles eran estos requisitos mínimos en época de
Solón, aunque seguramente el haber nacido libre, de padre ciudadano y, na-
turalmente, haber quedado englobado en los tele o distribución censitaria
eran suficientes para ser considerado ciudadano l67 y, por consiguiente, parti-
cipar, según el nivel de renta en el gobierno de la polis. Igualmente, es pro-
bable que Solón definiese explícitamente sus atribuciones, fuesen o no muy
diferentes de las que previamente poseía. 168
Por lo que se refiere a la Boulé, y a pesar de que tanto Aristóteles (Ath.
PoI., 8, 4) como Plutarco (Sol., 19, 1) aseguran que fue Solón quien introdu-
jo este nuevo consejo (el segundo consejo, como lo denomina Plutarco), los
debates en tomo a la realidad del mismo se han sucedido a lo largo del tiem-
po, negándose en ocasiones la existencia real de esta Boulé solo ni ana y con-
siderándose que se trataba de una invención posterior modelada sobre la
Boulé de los Quinientos que instituirá, ya a fines del siglo VI, Clístenes. 169
Otro argumento, que tiene cierto peso, se refiere al hecho de que los oligar-
cas atenienses que asumen el poder en el año 411 a.e. después de quebran-
tar la legalidad vigente, instauran como órgano principal de gobierno un
Consejo de los Cuatrocientos (Tuc., VIII, 67), cuyas reminiscencias con la
institución homónima atribuida a Solón son evidentes (Ath. PoI., 31, 1);170 a
partir de ahí, piensan quienes rechazan la realidad soloniana de esta Boulé,
habría surgido la idea de que Solón habría establecido ese consejo. 171 Por fin,
está el argumentum e si/entio puesto que, ciertamente, no hay ninguna refe-
rencia en nuestras fuentes al funcionamiento de este órgano antes de la crea-
ción de la Boulé de los Quinientos por Clístenes,172 si bien puede que en el
desarrollo de instituciones parecidas en otras poleis sea posible ver una in-
fluencia de la reforma soloniana. 173 En todo caso, y aunque también plantea
problemas, hay referencias a una disposición soloniana que obligaría a que el
primer día tras la celebración de los Misterios Eleusinos, la Boulé se reunie-
se, en vez de en su lugar habitual (el ágora) en el Eleusinio de Atenas (An-
dócides, De myst., 111);174 habida cuenta de la importante relación que tuvo
Solón con los rituales de Eleusis, esta noticia quizá pueda aportar alguna luz
adicional acerca de la realidad de la Boulé soloniana.
LA OBRA DE SOLÓN 73

De cualquier modo, y si se acepta que la Asamblea reformada instituida


por Solón contaría, como sabemos que ocurre en la Asamblea de la Atenas
democrática, con una mayoría de individuos pertenecientes a los grupos eco-
nómicamente inferiores, básicamente thetes,175 es difícil concebir que se le
confiase a este organismo la dirección de la vida política de una ciudad en la
que hasta entonces había monopolizado el poder la aristocracia eupátrida;
era necesario establecer un órgano que delimitase sus poderes, es decir, que
tuviese lo que los griegos llamaban funciones probuleúticas,176 esto es,
que discutiese con anticipación todos los asuntos que habían de someterse a
su aprobación por parte de la ekklesia y que impidiese la discusión de cual-
quier asunto que no hubiese sido incluido en la agenda preparada por la
Boulé; de esta manera se encauzaba adecuadamente al pueblo,177 evitando
tanto situaciones revolucionarias cuanto, sobre todo, que la vida política se
convirtiese en una pugna estéril entre los diferentes órganos del Estado, cuya
supervisión correspondía en último término al Areópago, pero cuya influen-
cia excesiva también se vería, en parte, contrarrestada por la propia Bouléps
Es difícil saber si, realmente, esta Boulé fue una creación totalmente ex novo
o si, por el contrario, Solón aprovecha alguna institución semejante existen-
te con anterioridad como pudiera ser el obscuro consejo de 401 miembros
que Aristóteles (Ath. PoI., 4, 3) atribuye a la época de Dracón. Este consejo
draconiano elegía a sus miembros por sorteo.
La Boulé soloniana constaba de cuatrocientos miembros elegidos a ra-
zón de cien de entre cada una de las cuatro tribus (phylai) en las que los grie-
gos de estirpe jonia se dividían (Argadeos, Geleontes, Egicoreos y Hopletes)
(Plut., Sol., 23, 5), y posiblemente mayores de treinta años. 179
Seguramente a medio camino entre las agrupaciones gentilicias y los dis-
tritos territoriales, cada una de esas tribus se subdividía a su vez en tres tri-
ties y doce naucrarías (Ath. Poi., 8, 2), igualmente preexistentes a Solón y
que habían sido las primeras articulaciones políticas del territorio ático en los
momentos de la formación de la polis. Probablemente estas últimas tenían
competencias de carácter fiscal y administrativo además de religiosas; al
frente de cada naucraría había un náucraro, y quizá por encima de ellos un
«prítano» (Hdt. V, 71);180 por su parte, al frente de cada tribu había un «rey»
o «jefe» de la tribu (phylobasileus).181 Cada una de estas tribus, por lo tanto,
nombraría, seguramente por sorteo, a cien individuos de entre sus miembros
para que formasen parte del Consejo de los Cuatrocientos. Es problemático
saber si en esta Boulé se incluía también a los thetes, aunque la ausencia de
referencias explícitas en nuestras fuentes al desempeño de más funciones
que participar en los tribunales y en la asamblea, sugeriría que no formaban
parte de ella;182 por otro lado, apenas conocemos nada del funcionamiento
interno de esa Boulé, pero es probable que no mostrase la complejidad de la
posterior Boulé de los 500 que crearía, a fines del siglo VI, Clístenes. 183
Por consiguiente, y recapitulando, creo que debemos aceptar la realidad
de la creación de esa Boulé por parte de Solón, indispensable si aceptamos
también la apertura de la Asamblea a aquellos grupos sociales, especial me n-
74 SOLÓN DE ATENAS

te los thetes que quizá no habían estado presentes con anterioridad; en esa
idea de la Eunomía soloniana, saldada con todo un complejo juego de equi-
librios, el dotar de poder al pueblo, pero dentro de los límites que el refor-
mador considera aceptables, no puede tener otra traducción práctica que la
institución de un órgano como la Boulé encargado, precisamente, de marcar
esos límites. Pero, al tiempo, y aunque sin duda un órgano probuleútico po-
día coartar las actividades de la Asamblea, su propia existencia garantizaría
un nuevo poder y un mayor peso a la reunión de los ciudadanos l84 siquiera
porque ello conducía a una institucionalización definitiva de la asamblea de
todos ellos, quizá al margen de los deseos y propósitos de aquéllos a quienes
no interesaba que la misma se consolidase. 18S

4.4.4. Los tribunales de justicia

Las fuentes antiguas son unánimes al atribuirle a Solón la apertura de los


tribunales de justicia (dikasteria) al demos (Arist., Ath. Poi., 7, 3; Plut., Sol.,
18,2). El problema radica aquí en definir qué parte del demos tiene, efecti-
vamente, acceso a este órgano y, por otro lado, en delimitar sus atribuciones
en el esquema soloniano. En ambos casos el peso de los tribunales popula-
res en la Atenas democrática de los siglos v y IV, donde se han convertido en
uno de los órganos más importantes y relevantes de todo el sistema políti-
CO,186 hace que la visión que tenemos de los tribunales instaurados por Solón
haya estado en ocasiones extraordinariamente desenfocada.
La remodelación del cuerpo ciudadano que es favorecida por la sisactía
obliga a un nuevo reparto de las cargas políticas y aunque las magistraturas
tradicionales quedarán fuera del alcance de los nuevos grupos rehabilitados
tras su primera reforma, Solón se vio en la obligación (siquiera moral) de dar
contenido político al nuevo cuerpo ciudadano que había contribuido a dise-
ñar. El esquema adoptado de agrupar a los ciudadanos según sus ingresos y
rentas establecía claramente los límites que cada grupo no debía sobrepasar;
las decisiones políticas quedaban reservadas a los individuos económica-
mente más importantes y aunque la asamblea de ciudadanos era (o seguía
siendo) el órgano último de decisión, al menos desde el punto de vista teóri-
co, la instauración del Consejo de los Cuatrocientos permitía encauzarla por
el camino que los más ricos de los ciudadanos quisiesen. En este estado de
cosas, Solón trató de hallar un mecanismo que introdujese un cierto equili-
brio sobre esa situación, creada y querida por él, que otorgaba el poder efec-
tivo sólo a un grupo selecto de ciudadanos; ese mecanismo era el tribunal de
justicia, que posiblemente recibió el nombre de Heliea. 187
El propio nombre, quizá derivado del lugar en que se reunía, parece su-
gerir que el tribunal se entendía como manifestación de la propia asamblea
popular;188 en efecto, en algunas ciudades griegas, especialmente en las do-
rias, este término es el nombre que reciben las asambleas populares 189 y es
probable que en Atenas haya pervivido esta denominación, que acabaría
LA OBRA DE SOLÓN 75

aplicándose al principal de los tribunales, entendido por consiguiente como


una parte especializada de esa asamblea o como una emanación de la mis-
ma. l90
Da la impresión de que la principal atribución del tribunal popular en la
época de Solón (si nola única) parece haber sido la resolución de apelacio-
nes (ephesis) contra las decisiones de los magistrados, como medio de evitar
los abusos en los que, posiblemente, hubiesen incurrido antes de la reforma
soloniana;191 es problemático saber, sin embargo, si ya en época de Solón te-
nía competencias sobre la rendición de cuentas de los magistrados (euthy-
nai), aunque parece más probable que esta atribución estuviese reservada al
Areópago y sólo en el siglo v pasase a los tribunales;192 igualmente, otros au-
tores atribuyen a los tribunales la interpretación de los pasajes obscuros de
las leyes que ulteriormente promulgaría Solón. 193 Con el paso del tiempo sus
atribuciones crecerían hasta convertirse, como veíamos anteriormente, en
uno de los órganos principales del sistema democrático ateniense de época
clásica y es, precisamente, por ello por lo que los autores posteriores consi-
deraron esta medida como la más democrática de las establecidas por Solón
(Arist., Ath. PoI., 9, 1);194 de cualquier modo, podemos estar seguros de que
ésa no fue la intención de Solón como el propio Aristóteles muestra en la Po-
lítica (1274 a 1_22).195
Es también objeto de debate saber si los thetes formaban o podían for-
mar parte de los tribunales; el testimonio de Aristóteles (Ath. PoI., 7, 3) ase-
gura taxativamente que sí lo hacían; a pesar de ello, los autores modernos
han dividido sus opiniones a favor o en contra de tal posibilidad. Una solu-
ción intermedia podría ser la que propuso De Sanctis, quien sugirió que aun-
que quizá no estuviesen formalmente excluidos, lo cierto sería que, hasta que
en época de Pericles se instituyese la remuneración por participar en los tri-
bunales, aquéllos que tuviesen menos recursos económicos y dependiesen de
jornales para sobrevivir, difícilmente podrían formar parte de ese órgano. 196
Si es cierto, como asegura también Aristóteles (PoI., 1274 a 4-5), que sus
miembros eran elegidos por sorteo ya en época de Solón tendríamos una
medida que, evidentemente contentaría a quienes más temor podían sentir
del poder de los magistrados pero, al tiempo, y puesto que los cargos eran
gratuitos, se mantendría a los más desfavorecidos fuera de los mecanis-
mos de control.
Desde mi punto de vista, resulta difícil aceptar que se promulgase una
medida en la que el engaño fuese tan patente, lo que nos lleva a pensar que,
o bien los thetes quedaron excluidos desde el principio o bien que, a pesar del
carácter no remunerado de esa función, los thetes pudieron participar oca-
sionalmente en la misma; sea como fuere, apenas disponemos de datos adi-
cionales en uno u en otro sentido.
La introducción de los tribunales de justicia, dikasteria o Heliea, mani-
festación del poder del demos, políticamente organizado a través de la asam-
blea, estaba destinada a tener un futuro esplendoroso en el ulterior sistema
democrático ateniense. En los albores del siglo VI era, simplemente, un me-
76 SOLÓN DE ATENAS

dio de otorgar una cuota de poder, ciertamente pequeña pero en todo caso
real, a aquellos individuos que, promovidos o restaurados en su condición de
ciudadanos, quedaban al margen de los principales órganos de decisión de la
poUs. Como su función principal parece haber sido la de resolver las apela-
ciones contra las decisiones de los magistrados, esta circunstancia establece-
ría, al menos en la intención del legislador, un cierto equilibrio. Por fin, y
aunque siga debatiéndose si los thetes podían o no participar en los tribuna-
les, en mi opinión lo que realmente le interesaba a Solón no era tanto la
participación de este grupo sino, sobre todo, la de quienes eran realmente
importantes dentro del demos, es decir, los zeugitas, que eran quienes cons-
tituían tanto la espina dorsal de la economía agrícola ática como el núcleo
del ejército hoplítico ateniense y cuyos derechos había pretendido restaurar
el arconte reformador.

4.4.5. Pesos y medidas; la cuestión de la moneda

Dentro del conjunto de reformas atribuidas a Solón, la cuestión de las


disposiciones relativas a los pesos y medidas y su relación con la moneda ar-
caica de Atenas ha sido una de las más debatidas. Plutarco conecta estas re-
formas con la abolición de las deudas y, basándose en el atidógrafo del siglo
IV Androción, sugiere que el objetivo de las mismas fue beneficiar a los po-
bres (Plut., Sol., 15,3-4); Aristóteles (Ath. Poi., 10) lo desvincula de la aboli-
ción de las deudas y no indica su fuente de información, pero buena parte de
la historiografía considera que la misma es también Androción, el informa-
dor de Plutarco y algunos autores han llegado, incluso, a sugerir que todo el
pasaje no es más que una invención del siglo IV a.C. 197 mientras que otros se
conforman con criticar a ambas fuentes por su ausencia de auténtica crítica
de las contradictorias informaciones con que se encontraron. 198
Uno de los factores que durante bastante tiempo ha contribuido a obs-
curecer el problema es la referencia que tanto Aristóteles como Plutarco ha-
cen a que, junto con la reforma de los pesos y medidas, también se produjo
una reforma de la moneda;199 sin embargo, hoy día se sabe con certeza que
las primeras monedas de Atenas (las llamadas Wappenmünzen) empezaron
a circular bastante tiempo después de la época de Solón, hacia mediados del
siglo VI a.e. posiblemente en tiempos de Pisístrato,2oo lo que hace que viejas
interpretaciones en las que se atribuía a Atenas una economía monetaria en
estos años dejen de tener sentido por anacrónicas. 201 Ya en apartados ante-
riores hemos alertado sobre los peligros de interpretar muchas de las medi-
das de Solón en clave monetaria y, en este caso, tal alerta es mucho más per-
tinente; posiblemente la confusión ha venido por la utilización de los mismos
términos (dracma, mina) tanto para pesos como para moneda. 202
Si bien, por lo tanto, la reforma monetaria soloniana hay que rechazarla,
básicamente porque en su época eran contadísimas las poleis que habían ini-
ciado sus acuñaciones, y la propia Atenas no lo haría hasta bastante tiempo
LA OBRA DE SaLóN 77

después, nos queda únicamente la cuestión de la reforma de los pesos y me-


didas, de la que no hay motivos sólidos para dudar,203 aunque posiblemente
no tuviese que ver directamente con la sisactía. 204 Combinando el testimonio
de Aristóteles y de Plutarco resulta que la reforma consistió en pasar de una
mina de 70 dracmas, no de 73 como (¿por error?205) dice Plutarco, a otra de
cien dracmas; se señala, asimismo, que la mina antigua, la de 70 dracmas, co-
rrespondía a la que había diseñado Fidón de Argos y Egina y que era más
pequeña, al menos, que la que se empleaba en el siglo IV. 206 También se ha
aceptado en líneas generales que con esta reforma Salón sacaba a Atenas de
la órbita económica egineta para aproximarla a la eubea. 207
Los motivos del cambio de patrón ponderal son difíciles de conocer con
detalle pero fueron seguramente beneficiosos para los diversos intereses de
los ciudadanos atenienses;208 no podemos perder de vista que con estas me-
didas Atenas se aproximaba al modelo ponderal utilizado en el Mediterrá-
neo oriental, y posiblemente en ello hubiese intereses comerciales,209 aun
cuando tampoco podemos olvidar que el propio Salón, en uno de sus poe-
mas, insiste en la relación de primacía que Atenas buscaría mantener con el
mundo jonio, tanto de Anatolia como de las islas, en cuanto que pretendida
metrópolis del mismo (frag. 4 D); quizá también en esta línea Atenas inten-
te participar en el gran comercio mediterráneo, centrado básicamente en la
plata,21O y en manos de las ciudades de la Grecia del Este (pero también de
Egina), como muestra la participación de las mismas en el emporio de Náu-
cratis en Egipto (Hdt., 11, 178-179), uno de los principales demandantes de
plata en estos momentos del inicio del siglo VI; por supuesto, tampoco pode-
mos perder de vista el comercio del cereal, que posiblemente estuviese en
buena medida en manos de jonios, básicamente milesios. 2I1 Otros autores su-
gieren, por fin, que el aligeramiento del patrón ponderal tendría que ver con
la reforma censitaria, tratando Salón con él de integrar en la ciudadanía ac-
tiva a un mayor número de individuos. 212
Sea como fuere, el establecimiento de equivalencias entre los sistemas
ponderales en uso (básicamente el egineta y el euboico-ático ),213 indepen-
dientemente del cambio de alineación de Atenas que supondría la modifica-
ción introducida por Salón sugiere, como ya vio Will, que Atenas se hallaba
«ante problemas nuevos planteados por la intensificación y la diferenciación
de los intercambios regionales» a los que Salón intenta dar respuesta;214 al-
gunos autores llegan, incluso, a sugerir que, más que introducir un sistema
nuevo, Salón se limitaría a legislar sobre el empleo de los patrones ya en uso,
siendo la leyenda posterior la que ampliaría la obra de Salón más allá de lo
que realmente hizo. 215
La historiografía sobre esta medida atribuida a Salón es, como mencio-
naba anteriormente, sumamente abundante y en ella los diferentes autores
han hecho gala de prodigiosos intentos de interpretar los escasos y contra-
dictorios datos aportados por nuestras dos fuentes principales; todo ello, sin
mencionar los malabarismos desplegados para hacer coincidir los testimo-
nios materiales de monedas atenienses con los datos procedentes de los re-
78 SOLÓN DE ATENAS

latos de las fuentes, condenados al fracaso desde el momento en que se de-


mostró que cuando Solón accedió al arcontado aún faltaban cerca de 50 años
para que se acuñasen las primeras monedas de Atenas. Del mismo modo,
también han sido muchos y muy variados los esfuerzos para interpretar su
(presunta) reforma de los pesos y medidas. En mi opinión, y por lo que res-
pecta a esta última, creo, como ya he dicho, que no hay motivos suficientes
para dudar de que Solón tomase alguna disposición con respecto a esta cues-
tión; asunto distinto es saber con exactitud en qué consistió tal disposición y
su sentido. Posiblemente, y en línea con algunas de las propuestas avanzadas
en párrafos anteriores, yo sería proclive a pensar que, al menos, Solón esta-
bleció una paridad entre la dracma egineta (o fidoniana) y la nueva dracma
ateniense (o euboica) tras un posible abandono del primero de los patrones
en beneficio del segundo.
Entre los motivos principales yo me inclinaría a relacionar ese cambio
con una modificación de la orientación no sólo comercial sino, diríamos, geo-
estratégica, de Atenas. Es posible que el gobierno eupátrida hubiese mante-
nido a Atenas en la ótbita del mundo de la Grecia central y del Peloponeso,
donde seguramente la aristocracia ática hallaba buenos puntos de referencia;
Solón, como ya hemos mencionado, muestra en sus poemas ya una nueva
vinculación al pujante mundo de la Grecia del Este, al que la Atenas aristo-
crática parece haber vuelto la espalda durante buena parte del siglo VII. Ese
mundo, también gobernado por rígidos regímenes aristocráticos, mostraba
sin embargo una mayor apertura a nuevas formas económicas en las que la
agricultura encuentra un interesante complemento en el comercio patroci-
nado y auspiciado por las poleis y por los santuarios. Solón conoce ese mun-
do y, como veremos en su momento, tras su labor política y legislativa em-
prende nuevos viajes a algunos de esos lugares. Una modificación de los
patrones ponderales (y pienso sobre todo en los de la plata)216 pudo servir,
pues, para abrir una nueva dirección a aquellos atenienses emprendedores
que, a imitación de los aristócratas de la Grecia del Este, podían encontrar
en la práctica del comercio un nuevo mecanismo de enriquecimiento que les
permitiera, merced a la reforma censitaria introducida por el propio Solón,
escalar posiciones dentro de la ciudad de Atenas. Ello presupone no ya un
interés de Solón por el comercio, lo que parece asegurado, sino una visión
económica de amplio alcance en él. Quizá alguna de las otras medidas que
parece haber tomado nos permitan corroborar esta posibilidad.

4.4.6. Medidas varias

Aquí mencionaré únicamente un par de medidas que adoptó Solón en su


legislación y que, de algún modo, enlazan con lo que he empezado a de-
sarrollar en el apartado anterior. En este sentido diré también que aunque ha-
bitualmente tendemos a separar, posiblemente en aras de una mejor inter-
pretación, lo que podríamos considerar medidas «políticas» de Solón de su
LA OBRA DE SaLóN 79

labor como legislador, ambas se hallan perfectamente integradas tanto por lo


que se refiere a su finalidad, cuanto porque las dos forman parte de una mis-
ma visión de los problemas y de los mecanismos para su resolución. Por ello,
sólo la integración de los poemas de Salón, junto con sus medidas políticas y
junto con su legislación puede permitir un conocimiento cabal del cómo y del
porqué de la actuación del legislador.
No obstante, insisto, desgajaré aquí del conjunto de su legislación un par
de medidas que permiten complementar lo que veníamos diciendo en el
apartado previo. Se trata, en efecto, de disposiciones que favorecen, por una
parte, la instalación de extranjeros en la ciudad y su posterior naturaliza-
ción siempre que se cumplan una serie de requisitos y, por otra, y en cierto
modo en relación con la anterior, medidas para favorecer el desarrollo de ac-
tividades alternativas a la agricultura. Posiblemente en relación con ella tam-
bién podamos poner otra relativa a la prohibición de exportaciones agrícolas
salvo el aceite.
La primera de las medidas la menciona Plutarco, quien asegura que So-
Ión sólo permitió otorgar la ciudadanía ateniense a quienes hubiesen sido
desterrados a perpetuidad de su patria y a quienes se instalasen en la ciudad
con toda su familia y se dedicasen a practicar un oficio (epi techne) (Plut.,
Sol., 24,4);217 a esta norma se la suele llamar, quizá exageradamente, «ley de
ciudadanía de Solón».218 No insistiré aquí de nuevo en el papel crucial que
tuvo Solón en la definición y en la consolidación de la ciudadanía atenien-
se 219 y en el carácter claramente restrictivo que esta norma que estamos co-
mentando tuvo para la emigración indiscriminada a Atenas,22o sino sobre
todo en el énfasis que la misma hace en la dedicación a tareas artesanales. Es
cierto que algunas normas de Salón intentan evitar la ociosidad de los ciu-
dadanos (por ejemplo, Plut., Sol., 22, 3), por lo que se entiende la preocupa-
ción por que los futuros ciudadanos no se encuentren desocupados; sin em-
bargo, el punto importante radica, precisamente, en el reconocimiento
explícito de que no se producirá ningún reparto de tierra que permita acce-
der a las mismas a los recién llegados. Por otro lado, es importante destacar,
a partir también de este testimonio, cómo da la impresión de que ciudadanía
y propiedad de la tierra dejan de ser conceptos inescindibles. Por fin, y es un
punto que puede relacionarse con lo que veíamos anteriormente a propósito
de la reforma de los pesos y medidas, la atracción de una emigración selecta
a Atenas, con la promesa de concesión de ciudadanía, hay que entenderla
desde un punto de vista de modernización de la polis.
Es evidente que la base económica de la ciudad siguió siendo durante
toda su historia, como por lo demás ocurre en todo el Mundo Antiguo, la
agricultura; pero es también cierto que la experiencia de Salón le había mos-
trado cómo la diversificación de las actividades económicas podía propor-
cionar interesantes soluciones al desigual reparto de la tierra. Salón era
consciente de que su sisactía había resuelto un problema crucial en la ciudad,
cual era el de la amenaza de la esclavitud y la servidumbre por deudas. Pero
él también sabía, y así se observa en algunos de sus poemas, claramente apo-
80 SaLóN DE ATENAS

logéticos (por ejemplo en el fragmento 5 D), que no todo el mundo había


acabado satisfecho con su labor. Sin embargo, y como no estaba dispuesto a
un nuevo reparto de la tierra (fragmento 23 D, vv. 19-21) Salón tenía que
buscar salidas dignas a aquellos ciudadanos cuyas esperanzas se habían visto
frustradas. Una de esas soluciones es la práctica de los oficios, de la artesa-
nía, seguramente no demasiado bien vista por el ciudadano de la polis grie-
ga, tradicionalmente vinculado a la tierra; es en este contexto en el que halla
pleno sentido otra referencia de Plutarco (Sol., 22, 3), según la cual Salón
«otorgó honorabilidad (axioma) a los oficios».
Naturalmente, para los ,extranjeros que posiblemente empiecen a acu-
dir a Atenas por estos años, esta opción era la única que les quedaba y es
posiblemente lo que quiere dejar claro la norma soloniana, evitando fútiles
esperanzas en un reparto futuro de tierras. Algún autor ha sugerido que
buena parte de los emigrantes que llegarían a Atenas en esos momentos
procederían de la Grecia del Este,221 lo que podría encajar bien con la mar-
cada orientación hacia este mundo que muestra la Atenas soloniana y al-
gún otro ha sugerido el fuerte componente de vinculación personal a Salón
de los nuevos admitidos en la ciudadanía, con los que podría contar para
poner en práctica sus objetivos políticos222 y ello a pesar de que la norma
soloniana sustraería a los particulares el derecho de acogida a los emigran-
tes para remitirlo al Estado. 223 Posiblemente ambos hechos sean, al menos
hasta cierto punto, ciertos pero tampoco podemos perder de vista que es
también bastante probable que el número de individuos o familias a quie-
nes afectaría esta medida tampoco sería considerablemente e1evado,224 lo
que reforzaría este carácter «selecto» que he sugerido para los beneficiarios
de la norma. Pero también es probable que en la tradición histórica poste-
rior este aumento de la población ciudadana (tanto por la emigración cuan-
to por la propia redefinición de los términos de la ciudadanía) se conside-
rase como el más significativo desde los tiempos remotos de la Guerra de
Troya, como sugeriría un pasaje de Tucídides (1, 2, 6), que quizá pueda apli-
carse a este momento. 225
La inclusión de esos emigrantes «selectos» en la ciudadanía ateniense,
con el compromiso de la dedicación a actividades artesanales, hay que verla,
pues, como un claro intento de modernización de la sociedad, mediante la
diversificación económica de la polis, que dotaría de medios de vida sufi-
cientes tanto a los nuevos ciudadanos como a los ya existentes. En efecto,
también Plutarco menciona otra medida soloniana cuyo objetivo era dirigir
a los ciudadanos a los oficios (pros tas technas) llegando incluso a eximir al
hijo de cuidar al padre en su vejez si éste no le había enseñado oficio alguno
(Plut. Sol., 22, 1).226 Plutarco asegura que esta norma obedecía a la afluencia
constante de gentes a la ciudad, implicando posiblemente la llegada de ex-
tranjeros cuanto, incluso, la afluencia constante a la ciudad (asty) de gentes
del campo lo que, de ser cierto, mostraría cómo la emancipación de los
pequeños campesinos posiblemente hubiese supuesto una merma en las con-
diciones de vida de los mismos, vinculada probablemente a la escasa cuantía
lA OBRA DE SalóN 81

de las tierras propias así como al endurecimiento de las condiciones de tra-


bajo en las tierras de los propietarios, grandes y pequeños, al sustituirse el sis-
tema de dependencia preexistente por el trabajo asalariado y, quizá, por el
trabajo de esclavos comprados.
La única opción que Solón contemplaba para esos desheredados era si-
milar a la que ofrecía a los emigrantes, la dedicación a los oficios. Hay, sin
embargo, también en el pasaje de Plutarco (Sol., 22,1), otra explicación, que
quizá forme parte de la propia justificación soloniana de la ley: «los que vi-
ven del mar no tienen por costumbre traer nada a quienes nada tienen para
dar a cambio». Es, no cabe duda, una referencia al comercio que, en este pa-
saje y seguramente en el propósito soloniano, aparece vinculado con la prác-
tica de actividades artesanales.
Así pues, Solón, que parece haber practicado el comercio en su juventud,
que toma una serie de disposiciones en cuanto a los pesos y medidas que se-
guramente tenían como finalidad establecer una determinada orientación
exterior a las actividades atenienses, promulga leyes que tratan de conven-
cer, incluso mediante amenazas, a los ciudadanos de que desempeñen activi-
dades artesanales como medio de conseguir atraer a los comerciantes que
por esos años pululan por el Mediterráneo oriental. Ese comercio, bien en-
tendido, debía ser sobre todo de productos manufacturados, a juzgar por otra
disposición que también transmite Plutarco: «De los productos del campo
sólo permitió la venta a los extranjeros del aceite, pero prohibió exportar los
demás», castigando con maldiciones y penas económicas a quienescontravi-
niesen la ley o al arconte que lo permitiera (Plut., Sol., 24, 1). Es harto pro-
bable que esta política tratase de evitar que los productores de cereales ob-
tuviesen unos beneficios superiores vendiendo su producto fuera de Atenas,
en detrimento de la propia población ática, que se podría ver privada de una
fuente principal de sustento y la existencia de la propia ley sugiere que ésa
debía de ser una práctica habitual en la época pre-soloniana. 227 Del mismo
modo, la exportación de aceite no provocaba un problema semejante, pues-
to que Atenas había sido excedentaria en ese producto, a juzgar por la abun-
dancia de las exportaciones áticas del mismo durante el siglo VIl. 228
Es cierto que, como veremos más adelante, en la legislación de Solón hay
gran número de leyes que tratan de beneficiar y mejorar la explotación y la
gestión agrícola del Ática, mientras que las que abordan problemas relativos
al comercio y a la artesanía son minoritarias. Sin embargo, no por ello estas
últimas dejan de tener interés, más bien al contrario. Atenas está saliendo de
un periodo en el que la acción concertada de los aristócratas eupátridas en el
terreno económico se ha centrado en la explotación a bajo costo de sus tie-
rras y en dar salida, en buena parte en el mercado exterior, a esos produc-
tos, logrando así unas pingües ganancias. Es, en todo caso, posible que dadas
las condiciones del Ática, los cereales no hubiesen sido el principal produc-
to exportable, papel que le correspondería al aceite; la norma de Solón, pues,
ratificaría ese hecho pero trataría de evitar que incluso esa parte, segura-
mente pequeña, de la producción de cereales y frutas, saliese de Atenas. So-
82 SOlÓN DE ATENAS

Ión intenta resolver así, a golpe de ley, las propias contradicciones que su ac-
ción ha creado: conduciendo hacia la artesanía a los thetes evitaba la satura-
ción de mano de obra en el campo ático con el consiguiente problema del
desempleo endémico; admitiendo sólo en la ciudadanía a aquellos extranje-
ros que acreditaran el conocimiento de un oficio, impedía por una parte que
el número de extranjeros aspirantes a la ciudadanía se desbordara y por otra
acababa con cualquier esperanza que los nuevos ciudadanos tuvieran de ac-
ceder a una parcela de tierra. Por otro lado, esa orientación hacia la artesa-
nía trataba de aprovechar la infraestructura comercial que existía en torno a
Atenas, tradicional exportadora de aceite, permitiendo a los barcos que re-
calaban en el puerto de la ciudad en busca del preciado aceite ático incluir
en sus cargamentos manufacturas elaboradas en Atenas, con el consiguiente
beneficio económico (no excesivo en todo caso) para esos individuos, ciuda-
danos o no, que habían seguido las consignas del legislador y habían orien-
tado sus vidas hacia la artesanía.
Visto esto, y antes de concluir este apartado, nos queda por formular un
par de preguntas: ¿sabemos si estas expectativas se cumplieron?, ¿funcionó
el sistema o no? Para responder a estas cuestiones podemos acudir a una se-
rie de testimonios, no demasiado explícitos en sí mismos, pero que quizá pue-
dan arrojar alguna luz al asunto.
Ya en un apartado anterior mencionábamos cómo durante el siglo VII las
ánforas áticas, llamadas en términos arqueológicos ánforas «SOS» habían co-
nocido una amplia difusión por todo el Mediterráneo, conteniendo en su in-
terior el preciado aceite ático; un buen ejemplo de esta difusión viene dado
por los hallazgos en necrópolis etruscas, donde se puede observar la apari-
ción de estas ánforas ya durante el segundo cuarto del siglo VII, alcanzando
unos máximos sorprendentes durante la segunda mitad del mismo siglo, lle-
gando a cifras no superadas posteriormente y constituyendo, en ese momen-
to, el principal tipo de ánfora griega importado en Etruria. Durante la pri-
mera mitad del siglo VI conocen un brusco descenso, coincidiendo con la
desaparición del tipo de las ánforas SOS y su sustitución por las llamadas
ánforas «a la brosse».229
Según ha visto Gras, ese brusco descenso sólo puede deberse a una crisis
en el olivar ático, en relación seguramente con la mala situación agrícola por
la que atraviesa Atenas, y a la que trata de poner remedio la reforma solo-
niana. 23o De ser así, esto apoya las informaciones de Plutarco que hemos es-
tado comentando, ya que certifican el momento de dificultad para la agricul-
tura en su conjunto, a la que no escapa tampoco el aceite, a pesar del interés
de Solón por evitar la decadencia del cultivo. La ley que impide exportar
cualquier producto de la tierra excepto el aceite (Plut., Sol. , 24, 1) es una me-
dida claramente proteccionista pero también trata de fomentar el cultivo del
olivar o, al menos, de impedir la tala de olivos; ciertamente, este proteccio-
nismo también puede observarse en otra ley que suele atribuirse a Solón, se-
gún la cual aquél que arrancase un olivo debería pagar una fuerte suma de
dinero al tesoro público (Dem. , 42, 71); a pesar del anacronismo que supone
LA OBRA DE SOLÓN 83

20
18
16
14
12 lID 675-650
10 .650-600
8 .600-550
6 11550-500
4
2
O
Veyes Cerveteri Vulci

FIGURA 5. Distribución de ánforas áticas arcaicas en necrópolis etruscas.

la evaluación monetaria que menciona Demóstenes, de corresponder a So-


Ión la medida, mostraría la fuerte tentación que habría existido ya en esos
momentos de liberar tierras para poder dedicarlas a otra actividad, y ello
quizá fuese más claro en las tierras de la diacría, las más aptas para el culti-
vo del olivo y en la que debían de hallarse los principales beneficiarios de la
liberación promovida por Solón, aunque insatisfechos por su labor (como
sugieren Arist., Ath. PoI., 13, 3-4 Y Plut., Sol., 29, 1)367. Por lo tanto, parece
que Solón pretende mantener al olivo como uno de los principales elemen-
tos de intercambio de Atenas aunque es seguramente consciente de que la
tendencia, al menos entre los pequeños propietarios, es la de desembarazar-
se de ellos para dedicar la tierra a otras actividades; para evitarlo, promulga
una ley que fomenta la exportación del aceite y otra que castiga la tala de oli-
vos. Pero, como muestra la decadencia de las exportaciones de ánforas olea-
rias áticas, así como el cambio tipológico que sufren, esta batalla se perdió.
Otro de los remedios que trata de imponer Solón consiste en el fomento
de la artesanía, como medio de proporcionar algún elemento adicional de in-
tercambio a los comerciantes que recalaban en el puerto ateniense; además,
a juzgar por las informaciones que hemos comentado, parte de esta artesa-
nía estaría también en manos de extranjeros, parte de los cuales acabarían
siendo convertidos en ciudadanos atenienses. Las actividades de los artesanos
estarían, como es fácil comprender, sumamente diversificadas, yendo desde
los trabajos de tipo textil hasta los vinculados con la metalurgia. Sin embargo,
por la propia naturaleza de los materiales empleados, ya sea por su carácter
perecedero cuanto por el valor intrínseco de los mismos, que obliga a su re-
ciclaje permanente, apenas disponemos de testimonios, fuera de la cerámica,
para apreciar el desarrollo de la artesanía ática a principios del siglo v!.
84 SOLÓN DE ATENAS

En efecto, la cerámica se convierte en uno de los principales indicado-


res. y ocasionalmente en el único, para observar este proceso que tiene lu-
gar en Atenas. Durante el siglo VII a.e. las cerámicas atenienses, en general
de buena calidad, apenas se habían difundido fuera del Ática, siendo Co-
rinto quien había protagonizado la mayor difusión de cerámicas griegas por
el Mediterráneo. Lo mismo ocurre con los introductores del estilo de figu-
ras negras, de influencia claramente corintia, en los últimos decenios del s.
VII. Sin embargo, y en palabras de Boardman, «los primeros años del siglo
VI ven un cambio considerable en la fortuna del barrio ateniense de los al-
fareros. Aparecen ahora nuevas formas y esquemas decorativos, y el ejem-
plo puesto en marcha por Corinto puede observarse tanto en el predomi-
nio de la decoración con frisos animales como en el hecho de que por
primera vez los vasos atenienses empiezan a competir en los mercados del
mundo griego y se encuentran desde el Mar Negro a Libia, desde España
a Siria».232
Hay en estos pintores de inicios del siglo VI importantes influencias co-
rintias no pudiéndose descartar la eventual presencia de algunos artesanos
emigrados desde la propia Corinto o que han pasado largas estancias traba-
jando en sus talleres cerámicos. Pintores como el Pintor de la Gorgona, SÓ-
filo, el Pintor del Cerámico, el Grupo de los Comastas con los Pintores KX y
KY, los diferentes pintores que pintaron las Ánforas de Cabeza de Caballo,
el Pintor de la Pantera, etc., florecen durante el primer cuarto del siglo VI
a.e. 233 y sus productos empiezan a aparecer en todas aquellas zonas frecuen-
tadas por el comercio griego: Corinto, la Magna Grecia y Sicilia, Etruria, la
Península Ibérica, Náucratis, el Mar Negro. 234 Del mismo modo, se introdu-
cen nuevos temas iconográficos y, en ellos, el banquete, el simposio, tienen
una amplia cabida, quizá en función de la nueva definición de la ciudadanía
ateniense. m En cierto modo, la espléndida crátera hallada en Vulci, y cono-
cida como «Vaso Franc;:ois», realizada hacia el 575 a.e., y con un riquísimo re-
pertorio decorativo y epigráfico, ha sido considerada como la cima de este
nuevo periodo en la historia de la cerámica ática que comienza a inicios del
siglo VI. 2J6 La existencia de ceramistas con nombres exóticos como Amasis o
Lydos, activos ya a mediados del siglo VI se ha interpretado también como re-
sultado de la política soloniana de atracción de extranjeros a la ciudad de
Atenas. 237
Centrándonos en nuestro país, conocemos, sobre todo en el caso de
Huelva, algunos restos de estas antiguas producciones áticas, como vasos
atribuibles al círculo del Pintor de la Gorgona o a Sófilo, un nutrido grupo
de vasos del Grupo de los Comastas, o un ánfora de cabeza de caballo,238
llegadas hasta aquí seguramente en manos de comerciantes de la Grecia del
Este, muy posiblemente foceos, que a partir de ahora empiezan a recalar en
Atenas como uno de los puntos de intercambio de sus amplias redes comer-
ciales de ámbito mediterráneo. Según avance el siglo VI el papel de Atenas
en estas rutas comerciales se irá reforzando, aunque aquÍ lo que nos interesa
es, ante todo, recalcar cómo en este caso encontramos una correlación bas-
lA OBRA DE SalóN 85

tante clara entre lo que indican las fuentes escritas y lo que el análisis de la
documentación arqueológica permite concluir.
Es seguro que la cerámica ática no fue sino una más de un conjunto de
nuevas actividades artesanales que surgieron en Atenas en los años iniciales
del siglo VI a.e. y cuyos productos serían objeto de intercambio por parte de
los comerciantes que seguían frecuentando el puerto ateniense; es imposible
evaluar qué porcentaje de la población se vio afectado positivamente por
esta nueva fuente de ingresos cuya apertura había propiciado la política di-
recta e indirecta llevada a cabo por Solón. 239 En cualquier caso, y aunque se-
guramente no fuese muy elevado dicho porcentaje, lo cierto es que Atenas
se convirtió en punto de referencia obligado para los numerosos comercian-
tes que unían los mercados cada vez más remotos que los griegos habían ido
abriendo por todo el Mediterráneo y el Mar Negro y ello aportó, sin duda,
unos ciertos niveles de bienestar en quienes habían aceptado la propuesta de
Salón y habían apostado por dedicarse a la artesanía; independientemente
de las aspiraciones a poseer tierras o a aumentar el tamaño de las que po-
seían que esos individuos pudieran seguir albergando, es indudable que, al
disponer de un medio de ganarse el sustento, y quizá en no pequeña medida,
se los podía considerar apartados de la lucha social y, en cierto modo, de la
política; y ello tenía tanto más mérito cuanto que dicha acción no se limitó
sólo a aquéllos que ya residían en el Ática sino que, además, Salón atrajo a
la ciudad a nuevos individuos, muchos de los cuales serían ya maestros en sus
profesiones respectivas. Ello no podía dejar de repercutir positivamente en
el proceso en el que ahora entra Atenas y que la irá convirtiendo, a lo largo
del siglo VI, en una de la poleis punteras de Grecia.

4.5. LAS lEYES DE SalóN

Salón fue, además de un político, un legislador, un nomothetes. Plutarco


lo asegura taxativamente cuanto afirma que «fue elegido arconte después de
Filómbroto, así como mediador y legislador» (Plut., Sol., 14,3) y Aristóteles
alude en varias ocasiones a su función de legislador (nomothesia) (Arist. Ath.
Poi., 10, 1; 11,2).240 Por ende, en uno de los fragmentos de los poemas de Sa-
lón él mismo asegura que «escribí leyes (thesmous ... egrapsa) igualmente
para el hombre del pueblo y para el noble, regulando para cada uno una jus-
ticia recta» (frag. 24 D, vv. 18-20),241 Las leyes escritas no eran una novedad
en Atenas, porque ya Dracón las había introducido en la ciudad (Arist., Ath.
PoI., 4, 1) aunque quizá se tratase más de fijar procedimientos que de intro-
ducir leyes substantivas;242 en todo caso, sí parece ser una novedad el carác-
ter secular (y no divino o inspirado) de esas legislaciones,243 así como la in-
troducción de la responsabilidad personaJ244 y la materialización de la justicia
o dike por medio de esas leyes. 245
Parece que una de las funciones principales que ejercen los legisladores
en el mundo griego es resolver los conflictos planteados en la pOliS,246 recu-
86 SOlÓN DE ATENAS

rriendo para ello al establecimiento de un «código», término que hay que en-
tender ante todo como la enumeración de casos posibles de comportamien-
tos considerados erróneos y la sanción atribuible a cada uno de ellos. Este
código sería confiado a la escritura, aun cuando sigue siendo dudosa la fun-
ción última de este procedimiento, que hay que considerar ciertamente in-
novador para el siglo VII e inicios del s. VI. 247 Es sugerente, a tal respecto, la
postura de Thomas, para quien «la inscripción monumental de una ley pre-
tendía no sólo fijarla públicamente mediante la escritura, sino conferirle pro-
tección divina y una monumentalidad que causase impresión, precisamente
en aquellos tipos de leyes que no tenían el respeto proporcionado por el
tiempo que, en cambio, tenían las leyes no escritas y las costumbres».248
En cualquier caso, Salón elige este camino y, como hemos visto, en sus
propios poemas alude al hecho, empleando explícitamente la palabra «escri-
bir» (frag. 24 D, vv. 18-20) y buscando, ante todo, su publicidad, esto es, mos-
trarlas al público y así, convertirlas en algo públic0249 avanzando de este
modo en la tarea de conformación del Estado ateniense. 25o Por ello, empeza-
remos nuestro análisis de las leyes solonianas dedicando un apartado al me-
dio empleado para lograr esta publicidad.

4.5.1. El problema del soporte físico de sus leyes. Axones y kyrbeis.


Importancia del mismo para la comprensión de la legislación

Las fuentes aluden a dos tipos de objetos en los que, presumiblemente,


se habrían inscrito las leyes solonianas. Por una parte, los axones y, por otra,
las kyrbeis. Los debates sobre qué eran unos y otros, sus relaciones y sus di-
ferencias y el porqué de la existencia de dos tipos de soporte han planteado,
desde siempre, intensos problemas a los investigadores. No entraré aquí en
el debate historiográfico al respecto,25l que aunque más mitigado en los últi-
mos años aún no ha cesado del todo, y asumiré, en líneas generales, las pro-
puestas que formularon Ruschenbusch y Stroud en sendos trabajos suma-
mente documentados, en los que se traza la que pudo ser la historia de estos
soportes. 252
Parece fuera de duda que la publicación original de la legislación solo-
niana tuvo lugar en los axones, posiblemente grandes vigas de madera, que
giraban sobre bastidores en los que se hallaban montadas; el procedimiento
es el mismo que había seguido Dracón en la publicación de sus leyes. Aun-
que no se conoce con certeza, posiblemente su número oscilase entre 16 y 21,
tal vez agrupados en conjuntos de tres axones, tratando, los que se disponían
en cada bastidor, de asuntos semejantes (derecho privado, derecho público,
derecho familiar, etc.). Las kyrbeis eran, sin duda, estelas de piedra o de
bronce, posiblemente de tres o cuatro lados y rematadas por una extremidad
piramidal, que recogían las mismas leyes solonianas, haciendo referencia al
núm,ero que les correspondía en los axones aunque ellos mismos no iban nu-
merados; aunque no hay demasiada certeza, es posible que las kyrbeis se ins-
LA OBRA DE SOLÓN 87

H"A'IAM ., •• p.O.... OIA?k ~~o;.IJ.I!; ~':,~


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1 I
FIGURA 6. Reconstrucción de un axon (izquierda) y una kyrbis (derecha).

cribieran entre finales del siglo VI e inicios del siglo V, seguramente antes del
480 a.e. Sobre la ubicación original de estos monumentos, mientras que
Stroud (siguiendo a Dídimo y a Anaxímenes de Lámpsaco [Pólux, VIII, 128;
Sud., O 104]) se inclina a pensar que ambos habrían estado originariamente
en la acrópolis, de donde serían bajados posiblemente en época de Efialtes
que colocaría los axones en el Pritaneo (donde todavía vio algunos restos
Plutarco [Sol., 25, 1]) Y las kyrbeis en la estoa real (donde los sitúa Aristóte-
les [Ath. Poi., 7, 1]),253 otros autores, como Robertson 254 piensan que nunca
se produjo tal traslado, sino que los axones habrían estado siempre en el vie-
jo Pritaneo, en el que se hallaba en el ágora vieja, al pie del lado oriental de
la acrópolis, mientras que las kyrbeis , claramente una copia de los anteriores,
habrían estado siempre en el ágora nueva, desde el momento en que la mis-
ma empezó a utilizarse, posiblemente en la propia época de Solón. 255 Mien-
tras que los axones, de madera y más frágiles, se hallarían en el interior del
Pritaneo y por lo tanto de más difícil acceso, las kyrbeis, más resistentes, es-
tarían a la vista de todos, lo que explicaría la mayor cantidad de referencias
a estas últimas como soporte de las leyes solonianas.
Aun cuando es posible que los axones y las kyrbeis no sufriesen cambio
88 SOLÓN DE ATENAS

alguno y aún se conservasen en el 403, a partir de ese año tiene lugar la gran
recopilación de la legislación ancestral de Atenas, iniciada tras la restaura-
ción de la democracia, durante el arcontado de Euclides y, a propuesta de Ti-
sameno (And., De Myst., 83_84).256 Desde ese momento los objetos en sí pa-
recen haber perdido actualidad, puesto que el derecho en vigor ya estaba
recogido en la mencionada recopilación. Desde entonces sólo algunos auto-
res, entre ellos Aristóteles, parecen haber visto y trabajado sobre los axones,
siendo su trabajo titulado «Sobre los axones de Solón», una de las fuentes
principales de los comentarios posteriores. 257 El estudio de Aristóteles pare-
ce garantizar que aquellos otros autores que utilizan sus escritos, así como los
de otros escritores que pudieron también haber visto los textos (Eratóstenes
entre ellos), transmiten leyes auténticas de Solón; hay sin embargo, muchas
otras noticias que derivarían de otras fuentes, que contendrían leyes falsas de
So Ión. Así, en los escritos de Diógenes Laercio y de Diodoro Sículo no hay
ninguna ley auténtica de Solón, mientras que Plutarco transmite tanto leyes
auténticas como leyes falsas. 258
Esto hace que deban rechazarse aquellas opiniones en exceso hipercríti-
cas que han negado que puedan utilizarse como testimonio fidedigno los
fragmentos de leyes atribuidas a Salón, ya que se trataría de falsificaciones
muy posteriores en el tiempo al propio legislador.259 Es cierto que éstas exis-
ten, en parte porque cualquier ley antigua era automáticamente atribuida
a Salón, en parte porque tras la conversión, sobre todo a partir del siglo IV
de Salón en el creador de la democracia, se reinterpretará sobre esa nueva
luz su figura y su obra,260 y en parte también porque en el uso que los ora-
dores hacen en sus discursos forenses de leyes solonianas no siempre hay un
respeto escrupuloso a su letra o a su espíritu, y sin duda en esos discursos
acaban por atribuirse a Solón leyes que, en puridad, son posteriores a su épo-
ca;261 además, los oradores ya no recurren a la publicación original, sino a la
recopilación del 403 a.e. Pero ello no quita validez al hecho de que, aunque
mutiladas y en muchas ocasiones privadas de contexto, han llegado hasta no-
sotros leyes auténticamente solonianas, que hay que separar de las que, a to-
das luces, son falsificaciones o mistificaciones posteriores, sin que tengamos
que entrar ahora a analizar ni el cuándo ni el porqué del surgimiento de las
mismas.
Sin duda ninguna, el estudio de Ruschenbusch sigue siendo el principal
instrumento de que disponemos para conocer lo que se ha conservado de la
legislación soloniana que, en conjunto, y según dicho trabajo, sumaría un to-
tal de 93 fragmentos recogidos en un amplio número de autores; el análisis
que sobre esos testimonios, sus fuentes y su transmisión lleva a cabo el men-
cionado autor, le lleva a rechazar otros 59 fragmentos como falsos, dudosos
o inutilizables. 262 A partir de los 93 fragmentos fiables podemos ver qué pun-
tos abordaba la legislación de So Ión.
lA OBRA DE SOlÓN 89

4.5.2. El contenido de la legislación soloniana

Naturalmente, no voy a entrar en el contenido concreto de todas las le-


yes cuyo origen soloniano puede aceptarse sin demasiados problemas, por lo
que me limitaré a insistir en los principales temas de carácter general que las
mismas abordan:

Delitos de derecho privado:


Homicidio, asesinato y lesiones corporales severas (fragmentos 1_22).263
Delitos contra la propiedad (frags. 23-25).
Delitos contra la moral (frags. 26-31).
Injurias verbales (frags. 32-33).
Daños y perjuicios causados por esclavos domésticos y cuadrúpedos
(frags. 34-35).
Obstrucción del derecho de refugio establecido por ley sagrada (frag.
36).

Delitos de derecho público:


Delitos de alta traición contra la comunidad (frag. 37).
Ley contra quienes evitan tomar partido por uno de los bandos durante
conflictos civiles (frag. 38).

Derecho procesal:
Limitación del poder permitido (frag. 39).
Apelación a los tribunales populares (ephesis) (frag. 40).
Sobre testigos y juramentos (frags. 41-42).
Votación judicial (?) (frag. 45).
Plazos en multas y castigos (?) (frag. 46).

Derecho familiar:
Prohibición de la boda entre hermanos (frag. 47).
Definición de hijos legítimos y ley sobre los esponsales (frag. 48).
Derecho sucesorio, testamentos (frags. 49-50).
Normas sobre la epikleros (heredera de los bienes de su padre) (frags. 51-
53).
Normas sobre la concesión de la manutención a los padres (frags. 54-57).
Adopción (frag. 58).
Indeterminado '(homogalaktes) (frag. 59).

Derechos de vecindad:
Determinación de límites y salientes (frags. 60-62).
Servidumbres de paso (frag. 63).
Derecho al estiércol durante el paso del ganado (?) (frag. 64).
90 SOLÓN DE ATENAS

Asuntos económicos:
Prohibición de exportación de productos del campo salvo el aceite (frag.
65).
Prohibición de la adquisición de tierras en cantidad ilimitada (frag. 66).
Sobre la sisactía (frag. 67).
Tipos de interés (frag. 68).
Prohibición de tomar a la persona como garante de un préstamo (frag.
69).
Amnistía a los exiliados por deudas (frag. 70).

Leyes suntuarias y otras:


Limitación de la dote (frag. 71).
Limitación del lujo en los funerales (frag. 72).
Prohibición de fabricar y comerciar con perfumes (frag. 73).
Sobre la pederastia (frag. 74).

Derecho constitucional; instituciones.


Concesión de ciudadanía (frag. 75).
Autonomía de las asociaciones (frag. 76).
Entrega de una declaración de renta ante el Areópago para crear las cua-
tro clases censitarias (frags. 77-88).
Naucrarías (frags. 79-80).

Cultos.
Normas sobre animales de sacrificio (frags. 81-82).
Calendario sacrificial (frags. 83-86).
Sobre la manutención pública en el Pritaneo (frags. 87-89).
Varios (frags. 90-92).

Ley sobre la protección de las leyes, contra su abolición y contra su mo-


dificación (frag. 93).

4.5.3. Significado de la legislación soloniana y de su labor reformadora

Es difícil pensar que Solón creó de la nada una legislación tan completa
y en tan solo un año de mandato y, sin embargo, yo estoy entre los que cir-
cunscriben la actividad política y legislativa de Solón a su año arcontal. No
obsante, parece que buena parte de sus leyes se refieren a problemas ge-
néricos, ejemplificados en una serie de casos concretos, por lo que creo que
la legislación soloniana no consistió tanto en el enunciado de grandes pro-
blemas generales cuanto en el tratamiento y la resolución de aquellas dis-
putas más concretas que se planteaban con frecuencia en la polis y que de-
bíande ser objeto de litigio con cierta asiduidad; y no lo olvidemos, una de
los objetivos principales del proceso judicial antiguo era, ante todo, escar-
LA OBRA DE SOLÓN 91

mentar al culpable. 264 Eso es probablemente lo que quiere decir Solón en su


poema (frag. 24 D, vv. 18-28) cuando habla de que con sus leyes ha traído una
«justicia recta» (eutheia dike). Ciertamente que en la legislación se tratará de
problemas como la relación entre el individuo y el Estado,265 sobre las ga-
rantías procesales o sobre los derechos de apelación, pero también se abor-
darán cuestiones más prosaicas, como el respeto a los límites de las propie-
dades o sobre la producción de perfumes. El pronunciamiento explícito de
Solón sobre esas cuestiones, atendiendo a la justicia, y la conversión de ese
pronunciamiento en una ley aceptada (más o menos voluntariamente) por
todos es el instrumento para resolver los problemas. Y lo es porque esa le-
gislación adopta la forma de un arbitraje; Solón ha sido nombrado árbitro o
mediador (diallaktes) además de arconte y legislador (Arist., Ath. Poi., 5). Al
situarse por encima de los grupos enfrentados y escribir sus leyes para am-
bos (para el hombre del pueblo y para el noble, como dice en su poesía), ad-
quiere la necesaria posición de equilibrio para que su arbitraje, su legisla-
ción, sea tenida como justa y aceptada.
No cabe duda de que para poder legislar Solón, además de su propio
diagnóstico de la situación, expresado repetidamente a través de sus poemas,
necesitaba conocer de forma mucho más precisa cuáles eran los principales
motivos de disputa concreta que se presentaban con más asiduidad. Precisa-
mente el haber sido nombrado arconte le ponía en situación de poder acce-
der a los que seguramente tenían la obligación de conocer, de primera mano,
esos detalles. Me refiero, concretamente, a esos magistrados que formaban
parte del arcontado, los seis tesmotetas, que suelen ser los grandes olvidados
de todo análisis de la constitución ateniense arcaica. Sus funciones, no del
todo claras, sobre todo para momentos tan antiguos, tenían que ver, sin duda
con las leyes y con los juicios. Aristóteles define, no sin anacronismos, su fun-
ción cuando dice que la misma consistía «en poner por escrito las leyes (thes-
mia) y conservarlas para juzgar los casos dudosos» (Arist. Ath. Poi., 3,4). Sin
duda, la referencia a la puesta por escrito es anacrónica, pero lo demás no
tiene por qué serlo; se sabe de la existencia, en otras ciudades griegas, de ma-
gistrados cuya función principal es conocer las normas que rigen la comuni-
dad, por supuesto orales, así como las sentencias dictadas en los juicios, para
que ese conocimiento pueda ser utilizado en juicios posteriores, no en forma
de jurisprudencia, pero sí como apoyo o auxilio. 266 Esos magistrados, en mu-
chas poleis llevan un nombre, mnemones, que indica que ese conocimiento se
le confiaba a la memoria y suelen ejercer un papel importante alIado de los
jueces, cuando no son ellos los que juzgan; posiblemente el papel inicial de
los tesmotetas en Atenas no fue muy diferente. 267
Parece, además, como apuntábamos anteriormente, que en la redefini-
ción del arcontado que realiza Solón, los tesmotetas pasan a jugar un papel
fundamental, puesto que es en su antigua sede, el Thesmotheteion donde van
a reunirse los diferentes arcontes, posiblemente para actuar conjunta y cole-
giadamente. Los conocimientos a que tenían acceso los tesmotetas, tanto de
las viejas normas prejurídicas (thesmia) cuanto de las sentencias adoptadas
92 SaLóN DE ATENAS

por los órganos judiciales, debieron de ser aprovechados por Salón para pul-
sar con más detalle la situación de la sociedad y poder conocer de primera
mano cuáles eran los principales asuntos que afectaban a la sociedad ate-
niense. 268 Por lo tanto, sus leyes (thesmoi), frente a las antiguas normas vi-
gentes hasta entonces (thesmia), son auténtico derecho positivo, puesto que
resuelven problemas reales y, mediante el arbitraje que imponen, intentan
traer la paz social, el buen orden (eunomía) que tanto había preconizado en
sus poemas.
Sin duda, en sus leyes también se recogerían los principios básicos que
había aplicado desde el momento de su acceso al poder, la sisactía, las leyes
sobre las deudas, etc. como medio de evitar eventuales vueltas atrás. Las
leyes quedaron protegidas de modificaciones durante cien años (Arist., Ath.
Poi., 7, 2; Plut., Sol. 25, 1), lo que equivalía a darles un valor perpetuo;269 la
garantía de su cumplimiento era el juramento, efectuado quizá en nombre de
todos los ciudadanos (Arist. Ath. PoI., 7, 1) por los arcontes (Arist., Ath. PoI.,
7, 1; Plut. Sol., 25, 3) y, de creer a Plutarco, por la Boulé (Plut. Sol., 25, 3).
Seguramente es el dios Apolo quien recibe el juramento.
La politeia o nueva estructura política del Estado, las leyes o nuevas nor-
mas de funcionamiento del mismo, se irían gestando durante el año de man-
dato de Solón; algunas de las decisiones tomadas en uno de los dos terre-
nos tendría inmediata traducción en el otro y viceversa porque Salón, como
si fuese el oikistes, el fundador de una nueva polis,270 quería dar un diseño
nuevo a la ciudad en el convencimiento (erróneo como no tardaría en de-
mostrarse) de que unas buenas leyes y una estructura política adecuada eran
suficientes para traer la paz social; por eso, la necesidad de que ambos as-
pectos, político y legislativo, vayan de la mano. Esto, y el indudable apoyo
que tendría por parte de aquéllos en quienes recaía la preservación de las
sentencias, los tesmotetas, hacen aceptable que Salón concluyese su legisla-
ción durante su año de mandato, frente a quienes consideran imprescindible
que haya necesitado más años y sugieren separar su arcontado de su labor le-
gislativa,m contra toda evidencia de las fuentes e, incluso, del propio Salón.
Su reforma fue, al menos viéndola a más de veinticinco siglos de distan-
cia, indudablemente voluntarista pero cabe plantearse al menos la duda de si
realmente sus contemporáneos la percibían así. Aunque en situaciones su-
mamente distintas, parece que, al menos desde un punto de vista teórico, el
mundo aristocrático griego del siglo VI a.e. parece empezar a pensar en los
arbitrajes como medio para resolver disputas en el seno de la polis que, ha-
bitualmente, se habían resuelto durante el siglo VII mediante el recurso a la
tiranía. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que la tiranía desaparezca del
escenario político griego pero sí que la mayor articulación y madurez de la
polis o, simplemente, la falta de salida mediante la violencia, puede aconse-
jar a veces esta solución. Ciertamente, y aunque partiendo siempre de con-
diciones distintas, mencionaré un caso en el que un arbitraje solucionó, al pa-
recer de forma permanente, problemas de índole política.
Es el caso de Mitilene, en la isla de Lesbos, más o menos por los mismos
lA OBRA DE SOlÓN 93

años en los que tiene lugar la actividad de Solón en Atenas. m La historia de


la Mitilene arcaica no es demasiado bien conocida y lo poco que sabemos de-
riva, en su mayor parte, de las informaciones que aportan sus dos famosos
poetas, Safo y Alceo;273 a partir de este último llegamos a conocer que en los
últimos decenios del siglo VII y primeros del VI se ha desatado una profunda
stasis en el seno de la aristocracia mitilenia, produciéndose golpes tiránicos,
con claros apoyos por parte de las diferentes facciones aristocráticas, y una
situación de guerra civil. Un momento decisivo parece tener lugar hacia el
590 a.e. cuando, según el testimonio de Alcea, uno de sus más acérrimos
enemigos, «al malnacido Pítaco de esta ciudad, desdichada y cansina, le han
nombrado tirano, después que todos lo elogiaron mucho» (Alcea, frag. 87
D). Quizá recibiera el cargo de aisimnetes o árbitro, como afirma Aristóteles
(PoI., 1285 a 29-b 3), que utiliza el ejemplo de Pítaco para introducir un tipo
especial de monarquía a la que él llama «tiranía electiva», aunque éste es un
tema aún no definitivamente resuelto. 274 Es también bastante seguro que Pí-
taco no emprendió ninguna amplia reforma social o política en Mitilene,
aunque sí promulgó algunas leyes que limitaban los privilegios y las exhibi-
ciones aristocráticas 275 y quizá tomase alguna medida relativa a la propiedad
de la tierra,271> pero lo que parece seguro es, por una parte, que el conflicto
civil acabó definitivamente en Mitilene, por otra, que su acceso al poder fue
consensuado por una parte importante de la comunidad (aristócratas y no) y,
por fin, que tras diez años de mandato, Pítaco abandonó voluntariamente el
poder y no tuvo ninguna tentación de volver a recuperarlo durante los otros
diez años que todavía vivió (Diog. Laert., 1, 75); incluso, es posible que al fi-
nal acabara considerándosele salvador y refundador de la polis. m
Sin duda, Pítaco fue y actuó como un tirano, en el sentido de que tuvo
unos poderes absolutos capaces, al menos, de evitar que partidarios recalci-
trantes de la guerra civil como Alcea tuvieran oportunidad de recuperar el
poder. Pero lo que me interesa destacar aquí es el innegable acuerdo que
propició su acceso al poder y el éxito que tuvo su gestión; seguramente cual-
quier paralelismo entre Salón y Pítaco, como el que viene a sugerir Plutarco
(Sol., 14, 7) es ficticio 278 pero el hecho interesante es que el caso de Mitilene
nos muestra, igual que en Atenas, cómo los círculos dirigentes estaban dis-
puestos a llegar a un acuerdo para otorgar plenos poderes a alguien que re-
solviese la situación de conflicto. Pítaco se mantuvo diez años en el poder y,
sin introducir cambios novedosos, restauró la paz; Solón recibió poderes ex-
traordinarios durante un año y, renunciando a seguir en el poder más tiem-
po, sin duda contra la opinión de muchos de sus partidarios, edificó una com-
pleja estructura política y legislativa. Los casos son, evidentemente,
diferentes pero ambos son fruto de un ambiente general semejante; quienes
apostaron por Pítaco en Mitilene y por Salón en Atenas estaban convenci-
dos de que la solución a los conflictos civiles vendría dada por sus acciones,
por más que, y quizá ahí radicase el problema, cada uno de los grupos en-
frentados pensase que esa solución iba a favorecer más sus intereses que los
del contrario.
94 SOLÓN DE ATENAS

Los casos de Atenas y Mitilene, curiosamente enfrentadas hacía poco


por la posesión de Sigeo (Hdt., V, 94-95) muestran, a pesar de sus diferen-
cias, cómo en algunas ciudades, atenazadas por decenios de conflicto, la vía
del arbitraje se iba abriendo paso y cómo quienes confiaban en él lo veían
como una de las últimas posibilidades de llegar a una solución duradera; sin
duda este espíritu es el que estuvo detrás de la elección de Solón y sin duda
es el que inspiró toda su labor reformadora y legislativa. 279 No obstante, y
mientras que en el caso mitilenio no parece haber habido más alteraciones,
a Atenas todavía le aguardaba casi un siglo de constante conflicto, que sólo
entraría en su recta final tras la nueva reforma impulsada por Clístenes ha-
cia el 510 a.e.; a pesar de ello, la obra de Solón marcó profundamente a la
polis ateniense y podemos estar seguros de que el peculiar desarrollo ulte-
rior de la ciudad no puede explicarse sin relación a las medidas que éste
tomó.

4.6. EL RECHAZO A LA TIRANÍA

En un pasaje de Plutarco al que hemos aludido en el apartado anterior


éste narra cómo los diferentes grupos enfrentados que se pusieron de acuer-
do para auparle al poder insistían en que asumiera la tiranía, a lo que Solón
se resistía; sus amigos le habrían puesto el ejemplo de un tal Timondas y
de Pítaco, como casos de individuos cuya virtud había dignificado el cargo, de
por sí malo (Plut., Sol., 14,4-8); aunque, como hemos dicho anteriormente,
este razonamiento sin duda es apócrifo, como posiblemente el ofrecimiento
que el propio oráculo de Delfos le hace llegar (Plut., Conv. Sept. Sap., 152
c),280 lo que sí resulta cierto es que Soló n alude explícitamente a su rechazo
a la tiranía en, al menos tres ocasiones en los fragmentos conservados de su
poesía e, implícitamente, seguramente en algunas otras. Veamos los motivos
que aduce.

4.6.1. Salón y su negativa a hacerse tirano

Las tres referencias a su rechazo a la tiranía se encuentran en tres frag-


mentos distintos de lo que pudiera ser un único poema, los «Tetrámetros» a
Foco (frag. 23 D); como se ve con más detalle en el apartado dedicado al aná-
lisis y comentario de dicho poema, los temas principales que aborda Solón
con respecto a la tiranía son:
Por un lado la ironía, al hacerse pasar por estúpido por no haber acepta-
do desempeñar la tiranía, aunque fuese sólo un día y a pesar de que ello hu-
biese podido costarle la vida (frag. 23 D, vv. 1-7); por otro lado, orgullo por
haber salvado a Atenas de la violencia inherente a la tiranía (frag. 23 D, vv.
8-12); por fin, y en un tono diferente y claramente defensivo, trata de de-
mostrar que las acusaciones que se le hacían de haber engañado a unos y a
LA OBRA DE SaLóN 95

otros son falsas y que nunca había dado motivos para que todos ellos pensa-
sen que iba a erigirse como tirano (frag. 23 D, vv. 13-21).
Este o estos poemas han sido escritos, no cabe duda, después de que Sa-
lón finalizase su labor política y forman parte de la amplia serie de fragmen-
tos conservados en los que justifica sus acciones pasadas y en el comentario
que realizo de este fragmento entro con más detalle en las diferentes impli-
caciones que el mismo presenta; en todo caso, y avanzando aquí algunas de
las observaciones que allí hago, al tiempo que es bastante probable que Sa-
lón no hubiese aspirado en ningún momento a la tiranía, es también posible
que su lenguaje y sus actitudes, antes de acceder al poder, hubiesen sido lo
suficientemente ambiguas como para que, tras finalizar su labor, se le repro-
chase no haber cumplido sus promesas. En efecto, Salón se está defendien-
do frente a aquéllos que confiaban en que se convertiría en tirano y no hay
motivos para pensar que esa confianza no se basaba en algún indicio, se-
guramente más por omisión que por acción, por parte de Salón.
Salón representa los intereses de los grupos nobles no eupátridas de Ate-
nas, de los medianos propietarios desplazados del poder político directo; sin
embargo, para que la aristocracia eupátrida se convenza de la necesidad de
contar con él y no veten su acceso al arcontado, Salón necesitaba crear un
ambiente social favorable a su persona entre el demos más desfavorecido, y
entre aquéllos que habían acabado perdiendo la libertad y la posesión de sus
tierras. Pero estos grupos sociales sin duda no se contentaban con promesas
de tibias reformas, máxime cuando otros individuos, que en Salón aparecen
identificados como «jefes del pueblo» (frag. 3 D, vv. 5-9; frag. 5 D, vv. 7-10)
están aprovechando los descontentos para, seguramente con amplias prome-
sas, crear una tensión suficiente para conseguir acabar con el orden vigente.
Es cierto que no hay indicios directos, en su obra, de que Salón haya pro-
metido más de lo que hizo; no obstante, la apelación a conceptos como «Eu-
nomía», y el diagnóstico de la situación que realiza, así como su papel en el
asunto de Salamina, donde debió de mostrarse la pésima situación por la que
atravesaba Atenas, podían hacer pensar a algunos que los objetivos buscados
sólo podían resolverse mediante la violencia.
Desde mi punto de vista, y aunque el propio concepto de tiranía va en
contra de lo que conocemos de Solón,281 éste sin embargo puede ser respon-
sable de no haber aclarado suficientemente, antes de acceder al arcontado,
que él no aspiraba a la tiranía; es probable que sus palabras fueran mal in-
terpretadas, pero es también posible que el único medio de forzar al gobier-
no aristocrático a buscar una solución menos mala que la que un golpe de es-
tado podía propiciar, era atraerse a alguien que, como Salón, disponía del
suficiente apoyo popular como para haber intentado, al menos, tomar el po-
der por la fuerza en caso de haber sido ése su deseo.
Sin embargo, Salón no parece haber tenido ese deseo; su postura es, per-
manentemente, la de árbitro y su acción política muestra también esa orien-
tación; su combinación de fuerza y justicia (por ejemplo, en el frag. 24 D, v.
16) es incompatible con la tiranía, que representa el paradigma de la fuerza
96 SalóN DE ATENAS

y la injusticia; el tirano no es árbitro, sino que ha tomado partido y por ello


sólo puede incitar a una parte de la comunidad contra la otra; la imagen la
expresa con claridad el propio Salón en el fragmento 25 D (v. 20) cuando
compara la tiranía con un aguijón; el tirano, que vulnera el orden vigente
para dar más poder, para aguijonear, a unos frente a otros, no es, ciertamen-
te, el ejemplo idóneo a seguir. Cuando Salón actúa había ya una larga tradi-
ción de tiranías en Grecia, incluyendo algunas todavía activas como la de Pe-
riandro en Corinto (quizá no del todo mal vista por parte de los nobles
atenienses), hasta la de Trasibulo en Mileto, quizá considerada como un
ejemplo a imitar por el populacho ático; independientemente del análisis que
los historiadores modernos puedan hacer de los regímenes tiránicos en Gre-
cia, en el que se sopesan sus ventajas y sus inconvenientes y, en todo caso, se
suele resaltar su importante papel en el proceso de desarrollo de la polis,282
para los contemporáneos como Salón sus rasgos esenciales eran la ilegitimi-
dad y la tremenda violencia que siempre se asociaba con los tiranos. Si la so-
ciedad ateniense estaba afectada por una situación de violencia, más o me-
nos contenida, introducir una tiranía habría inflamado los ánimos hasta
extremos imprevisibles. Es comprensible, por ello, que frente a quienes de-
seaban fervientemente producir un cambio violento en la situación, otra par-
te de los atenienses estuviese dispuesta a hacer cesiones para evitar el esta-
llido.
Salón supo, al menos según yo lo veo, manejar perfectamente los distin-
tos intereses enfrentados y supo también ver que dentro de la sociedad no
eupátrida había distintos enfoques y diferentes sensibilidades, en contra de
lo que debían de opinar los más recalcitrantes eupátridas; como se demostró
tras su acción política y legislativa, no todo el demos estaba a favor de la vio-
lencia y la autocracia y una parte sustancial del mismo (naturalmente la
mejor situada económicamente) debió de quedar satisfecha con los logros
conseguidos. Tal y como nos aseguran nuestras fuentes fueron, precisamen-
te, quienes quedaron descontentos con la labor soloniana, los que en su mo-
mento apoyarían a Pisístrato en su exitoso camino hacia la tiranía (Hdt., 1,
59; Arist., Ath. Poi., 13,3-4; Plut., Sol., 29, 1);283 sin embargo, cabe decir que,
aunque ciertamente su posición económica quizá no se hubiese visto dema-
siado favorecida como consecuencia de la acción de Salón, ya que éste se
negó a realizar un nuevo reparto de tierras, sin embargo es a Salón a quie-
nes esos grupos, que luego apoyarán la tiranía, deben su nacimiento político.
Serán ellos quienes, sobre todo, zaherirán a Salón, el cual se defenderá justi-
ficando, mediante sus poemas, su labor.

4.6.2. Sus vinculaciones con Pisístrato

En relación con su rechazo a la tiranía 284 los autores antiguos suelen alu-
dir a su beligerancia ante los primeros intentos de Pisístrato por dominar la
situación (Plut., Sol., 30, 2-3) Yes posible que alguno de sus poemas aluda ya
LA OBRA DE SaLóN 97

a la toma del poder por el tirano (por ejemplo, el fragmento 8 D), aunque
tampoco es estrictamente necesario. 285 Nuestras fuentes mencionan varias
anécdotas que tendrían como protagonista a Salón, en su oposición al tirano:
primero, intentó convencerle con palabras de que no aspirase a la tiranía
(Plut., Sol., 29, 4-5); luego, se opuso a que se le concediese a Pisístrato una
guardia (Arist., Ath. PoI., 14,2; Plut. Sol., 30, 1-4); después colgó sus armas
a la puerta de su casa haciendo ver que él ya había luchado bastante por su
ciudad y que era el turno de que otros hicieran lo mismo (Arist., Ath. Pol.,
14,2; Plut., Sol., 30, 7-8); se dedicó a criticar al tirano (Plut., Sol., 31, 1) y, se-
gún algunas tradiciones tardías, habría incluso huido a Corinto (Dio Chrys.,
Oro 37, 4) o habría iniciado sus viajes, precisamente por ese motivo (Diog.
Laert., 1, 50; Val. Max., V, 3 Ext. 3; Aul. Gel., NA, XVII, 21, 4). A pesar de
ello, el tirano le seguiría profesando afecto y acabaría nombrándole su con-
sejero, cargo que habría aceptado Salón al ver que Pisístrato mantuvo, de-
fendió y cumplió sus leyes (Plut., Sol., 31, 2_3).286
Como también veíamos anteriormente, algunos autores asociaban a Sa-
lón con Pisístrato ya desde el episodio de Salamina e, incluso, como se ha vis-
to, puede que hubiese entre ellos algún grado de parentesco. Da la impresión
de que buena parte de las noticias mencionadas deben de ser apócrifas, po-
siblemente extraídas en algunos casos de lecturas más o menos sesgadas de
sus poemas o directamente inventadas. 28? No obstante, sí que puede haber
algo de verdad en ellas, sobre todo su oposición a la tiranía, tanto en abs-
tracto, como forma de gobierno, como a la que personificaba Pisístr(j.to. La
tradición que hace del viejo legislador el consejero del tirano sin duda es un
invento posterior para dar cuenta del poder «suave» que ejercerá el tirano,
pero tampoco hay indicios para aceptarla.
Otro dato se desprende de las tradiciones mencionadas: después de su
regreso a Atenas tras sus diez años de viajes, a los que aludiré en un capítu-
lo posterior, Salón no parece haber gozado de demasiada popularidad, y pa-
rece haberse dedicado a escribir poemas (algunos de ellos autoexculpato-
rios) así como a su gran proyecto de componer un gran poema sobre la
Atlántida, que de haberlo concluido, como pone Platón en boca de Critias,
le habría acabado haciendo más famoso que a Homero o a Hesíodo (Platón,
Timeo, 21 c-d; Critias, 113 a; ef Plut., Sol., 31, 6).288 Cuando Pisístrato acce-
de a la tiranía (561 a.e.) hacía ya más de 30 años que Salón había promul-
gado su legislación y, naturalmente, su hora había pasado. 289 En esos treinta
años, una parte de los cuales el propio Salón ha estado ausente de la ciudad,
la situación se ha modificado y, aun con dificultades, la nueva estructura que
ha introducido Salón ha propiciado nuevos cambios. Los que apoyan (y los
que se oponen) a Pisístrato son, en su mayoría ya, los hijos de los que con-
fiaron en Salón; a partir de ese momento, Salón, seguramente ya considera-
do durante los últimos años de su vida una reliquia del pasado, va a sumer-
girse en el mundo de la leyenda y en el prestigio que le confiere su sabiduría,
y de esa especie de limbo no saldrá hasta fines del siglo v, cuando en esos
años tumultuosos sea «redescubierto» en su faceta de político y legislador.
98 SaLóN DE ATENAS

Quizá su fama como poeta hubiera seguido viva, al menos a juzgar por una
referencia en el Timeo de Platón, en el que Critias asegura que, cuando era
pequeño, los jóvenes solían recitar en las Apaturias poemas de Salón (Pla-
tón, Tim., 21 b).290
Fuese cual fuese realmente la actitud de Salón ante la tiranía de Pisís-
trato,291 da la impresión de que sobrevivió poco a la misma, lo que hace sos-
pechosas las tradiciones que le hacen consejero del tirano; Plutarco mencio-
na dos posibilidades para la fecha de su muerte, una que la sitúa al año
siguiente del ascenso de Pisístrato y que derivaría de Fanias de Éreso, mucho
más documentada, y otra más genérica, atribuida a Heraclides Póntico que
sitúa su muerte bastantes años después (Plut., Sol., 32, 2), Yque posiblemen-
te hay que relacionar con la prolongación (literaria) de la vida de Salón para
dar verosimilitud a las entrevistas, ficticias, que mantendría con personajes
destacados durante sus viajes, y a las que aludiremos más adelante.

4.7. CONCLUSIÓN

No podemos resumir en unas cuantas palabras la obra política y legisla-


tiva de Salón y reservo para un capítulo ulterior una valoración general de
su actividad; en cualquier caso, lo que resulta llamativo es cómo todo un pro-
grama político, sin duda no improvisado, modifica de manera tan radical la
situación de Atenas: sienta las bases de la ciudadanía ateniense, introducien-
do nuevos criterios de admisión; crea y (re-)organiza las principales institu-
ciones de la polis, establece un nuevo código de leyes. Y, posiblemente, de-
sarrolla al tiempo una amplia labor didáctica, que tal vez no fue bien
entendida del todo por sus contemporáneos, todavía inmersos en una dialéc-
tica distinta, en muchos aspectos aún pre- o protopolítica. Su actividad, y qui-
zá fuese el principal desengaño de Salón, no sólo no resolvió todos los pro-
blemas sino que creó otros nuevos; lo más que podemos decir en su favor es
que esos nuevos problemas se fueron situando, poco a poco, en un mar-
co plenamente político.
Con ello lo que quiero decir es que si hasta el arcontado de Salón el con-
flicto se planteaba entre quienes tenían privilegios y usaban los mismos para
someter a una situación de servidumbre a los que no lo tenían, a partir de Sa-
lón será un hecho irrebatible la pertenencia de unos y otros a una misma es-
tructura política, a una misma polis, cuyos órganos básicos ha diseñado Sa-
lón; consecuentemente, la lucha, el conflicto, se empezará a plantear en
términos políticos, esto es, acerca de cómo articular la participación en el po-
der, de cómo conseguir una mayor cohesión territorial o de cómo lograr ese
cierto equilibrio entre poderes que había sido uno de los mensajes principa-
les del legado de Salón. Ese papel de arbitraje, absolutamente necesario para
evitar que los deseos de los unos se impusieran injustamente sobre los de los
otros, tenía que haberlo desempeñado tanto la legislación soloniana como la
nueva constitución política; una vez promulgada su legislación, Salón quiso
LA OBRA DE SOLÓN 99

dejar el papel de árbitro y mediador que él había desempeñado a las leyes


que había escrito. Como mostrarían los hechos, Solón se equivocó en sus
apreciaciones y quizá más cuando decidió abandonar la ciudad para que su
persona no representara ningún factor de desequilibrio. Cuando años des-
pués regresó y Atenas estaba ya en el camino hacia la tiranía sus consejos y
avisos ya estaban desfasados; en el año 561 Pisístrato se convertía en tirano.
Al año siguiente, Solón moría (Ael., VH, 8, 16).292
Los tumultuosos años que siguieron a al arcontado de Solón demostra-
ron que las nuevas instituciones de Atenas aún necesitaban un periodo de ro-
daje para ser satisfactorias pero los diversos grupos que habían llegado a una
tregua en el 594 a.e. no estaban dispuestos a proseguirla. Sin embargo, la
nueva realidad que Solón había propiciado, otorgando privilegios a nuevos
grupos que hasta entonces habían carecido, incluso, de reconocimiento polí-
tico, así como las contenciones que Solón había establecido sobre la antigua
aristocracia eupátrida, iban a terminar dando un cierto resultado. Los nue-
vos ciudadanos, en buena medida antiguos hectémoros, no iban a regresar ja-
más a su estado de servidumbre; las deudas habían sido abolidas y nadie iba
a volver a restablecerlas; la garantía personal sobre los deudores ya era im-
pensable restaurarla; los admitidos al grupo de los pentacosiomedimnos,
pero que no eran eupátridas, tampoco iban a renunciar a sus aspiraciones a
ejercer la principal magistratura, el arcontado. Por todo ello, la situación des-
pués del arcontado de Solón es ya muy distinta a la que existía tan sólo un
año atrás y aunque las personas seguían siendo las mismas, el modo de rela-
cionarse entre ellas había, inexorablemente, cambiado. Los resultados que
logró Solón no fueron definitivos, a pesar de que él así lo creía, pero sí fue-
ron el inicio del desarrollo ulterior de la polis ateniense que acabaría convir-
tiéndola en el más importante sistema político democrático del mundo anti-
guo. Fueron sólo los propagandistas políticos de fines del siglo v y del siglo
IV quienes consideraron a Solón el «padre de la democracia» (por ejemplo,
Isoc., 7,16; Arist., PoI., 1274 a 1-3)293 pero su reforma estaba muy lejos de la
democracia, concepto que es difícilmente aplicable al siglo VI inicial, y es du-
doso que Solón hubiera considerado ese régimen como el mejor. 294 Fue, sin
duda (y seguramente sin saberlo o intuirlo), un precursor de ella pero fue,
sobre todo, el auténtico fundador de la polis de Atenas.
5. LOS VIAJES DE SOLÓN ANTES
y DESPUÉS DE SU ARCONTADO.
SU IMPORTANCIA EN RELACIÓN
CON LA LABOR LEGISLATIVA

Solón se nos presenta como un personaje viajero; tanto durante su ju-


ventud como ya durante su madurez, y después de su labor política, encon-
tramos a Solón fuera de su ciudad, en diversos puntos del Mediterráneo.!
Haremos rápida referencia a esta faceta del ateniense.

5.1. LA TRADICIÓN DE SU DEDICACIÓN AL COMERCIO

Solón aparece, en diversos autores, dedicado al comercio durante su ju-


ventud, en parte por las estrecheces económicas y en parte por afán de
aprendizaje (Plut., Sol., 2, 1). Los esfuerzos que realiza Plutarco para justifi-
car que Solón hubiese desempeñado esa actividad, tenida sin lugar a dudas
por deshonrosa, especialmente para alguien de buena familia, seguramente
es un indicio de lo correcto de la tradición, a pesar de las reservas manifes-
tadas por algunos autores. 2 No tenemos demasiados indicios de cuáles pu-
dieron ser los territorios visitados por el joven Solón y a veces esta tempra-
na actividad viajera es confundida, o reduplicada por algunos autores
antiguos, con la posterior al arcontado. No conocemos, pues, con exactitud
cuáles pudieron haber sido los destinos de Solón en su juventud, en un mo-
mento en el que el mundo griego está abriéndose paso, a marchas forzadas,
por el Mediterráneo y el Mar Negro, colonizando y descubriendo nuevas tie-
rras;3 no obstante, podemos suponerle interesado por el mundo de Asia Me-
nor, que parece conocer bien, y que en el último tercio del siglo VII estaba ini-
ciando un periodo de gran prosperidad; su relación con este mundo pudo
permitirle visitar Egipto, aunque no hay demasiados datos fiables de que hu-
biese estado allí antes de sus viajes de madurez. Probablemente el mundo de
Tracia y la Propóntide pudo también ser objeto de visitas por su parte, habi-
da cuenta de los intereses de Atenas en esa región ya durante el último cuar-
to del siglo VII, que se saldarán con la toma de Sigeo a los mitilenios, y que
LOS VIAJES DE SOLÓN ANTES y DESPUÉS DE SU ARCONTADO 101

MAR NEGRO

~~ o
~

100
, 200
, 300
, .
400 500 km
,

FIGURA 7. Mapa del Mediterráneo oriental mostrando los principales sitios mencio-
nados en el texto.

abrirá un largo periodo de conflictos, con suerte variable, por esa plaza;4 qui-
zá pudo atraerle también el mundo occidental, Sicilia, la Magna Grecia o
Etruria, donde las ánforas áticas de aceite «SOS» estaban experimentando
una distribución desconocida hasta entonces. 5 En cualquier caso, todo ello es
hipotético, ya que nuestras fuentes sólo aluden con detalle a sus viajes pos-
teriores; pero esos viajes y la dedicación al comercio, acaso dando salida a
productos por él mismo producidos, le van a convertir, qué duda cabe, en un
personaje con una mente más abierta, que puede haber conocido de prime-
ra mano las profundas transformaciones que el mundo griego está experi-
mentando en esos años finales del siglo VII, en el que junto con el reforza-
miento de sistemas rabiosamente aristocráticos, como los existentes en
muchas ciudades jonias del momento, surgirán también convulsiones provo-
cadas tanto por tensiones internas como por la presión que los lidios ejerce-
rán sobre ese mundo. Y esas convulsiones se saldaban, en ocasiones, con au-
102 SOLÓN DE ATENAS

ténticos baños de sangre y con el debilitamiento, en último término, de las


poleis.
Solón pudo haber conocido (tuvo que conocer) las luchas internas en Mi-
tilene, que arrasaban la ciudad; pudo haber asistido a los últimos estertores
del régimen de los aristócratas terratenientes de Samas, y la violencia que
acompañó a su caída6 y al establecimiento de la tiranía, seguramente en me-
dio de un baño de sangre, en Mileto (Hdt., V, 92). Y pudo conocer la caída y
la destrucción de la ciudad de Esmirna a manos de los lidios (Hdt., 11, 16),7
hecho que pudo influir en su visión acerca de cómo los dioses podían casti-
gar a una ciudad por sus males, que luego desarrollará en su poema Euno-
mía (frag. 3 D). En definitiva, y aunque no estemos seguros de los lugares
que visitó, el mundo de la Grecia del Este parece un candidato especialmen-
te idóneo y allí tuvo ocasión de ver y analizar las causas de los conflictos, sa-
cando de esa experiencia las consecuencias oportunas, que plasmó en su poe-
sía; una poesía, cuyo origen y cuyas técnicas estaban también en esa misma
tierra de Jonia.

5.2. Los VIAJES POSTERIORES AL ARCONTADO, ENTRE LA REALIDAD


Y LA FICCIÓN

La principal tradición del Solón viajero corresponde al momento inme-


diatamente posterior a la promulgación de sus leyes y, consecuentemente, a
la renuncia al poder que el cargo de arconte le proporcionaba. 8 Tanto Aris-
tóteles como Plutarco aseguran que fue, sobre todo, para evitar tener que es-
tar respondiendo de sus leyes y recibiendo propuestas y sugerencias de mo-
dificación, así como para no tener que servir de intérprete de las mismas por
lo que decidió formalizar su ausencia (apodemia) durante un periodo de diez
años, que dedicaría tanto al comercio (emporia) como a ver mundo (theoria)
(Arist., Ath. PoI., 11, 1; Plut., Sol., 25, 6).9 Como ya veíamos con anteriori-
dad, algunos autores introducirán otros motivos para su marcha, como el en-
frentamiento con Pisístrato, pero da la impresión de que son teorías que tie-
nen poco fundamento. El tema del legislador que parte del lugar en el que
ha realizado su labor es, empero, un tema bastante frecuente en las tradicio-
nes que conocemos acerca de los legisladores arcaicos y los lugares que visi-
ta Solón suelen aparecer también en esos relatos. 10

5.2.1. Egipto

El primer lugar al que acude Salón es Egipto; de su estancia allí, además


de otras informaciones que ahora mencionaré, parece proceder un verso en
el que se refiere a la boca Canóbica del Nilo (frag. 6 D). Esta región, a la que
alude Salón en su fragmento, corresponde al área en la que surgía el empo-
rio griego de Náucratis que, aunque quizá recibiera carta de naturaleza for-
LOS VIAJES DE SOLÓN ANTES y DESPUÉS DE SU ARCONTADO 103

mal durante el reinado del faraón Amasis (570-526 a.e.) (Hdt., 11, 178), exis-
tía ya para ese momento como atestiguan los hallazgos arqueológicos allí rea-
lizados y que remontan a la segunda mitad del siglo VII. l1
Desde Náucratis, posiblemente viajase hacia algunos de los principales
centros del Bajo Egipto, especialmente a Heliópolis y a la que era la capital
de la entonces reinante Dinastía XXVI, Sais, desde la que seguramente go-
bernaba el país Psamético 11 (595-589 a.e.). En esos centros se encontraría
con sacerdotes egipcios como Psenopis y Sonquis, con quienes hablaría de lo
divino y lo humano (Plut., Sol., 26,1; Is. et Os., 10; Plat., Tim., 21 e) y allí re-
cibiría los materiales principales para la historia de la Atlántida, tal y como
asegura, con más detalle, Platón en sus diálogos Timeo y Critias (Plat., Tim.
21e; Cril., 108 d, 110 b). Como ya dijimos anteriormente, con esos materiales
inició la composición de un poema sobre la Atlántida (Plat., Tim., 21 c; Cril.
113 a), que habría acabado de no haber seguido preocupado por la marcha
de la política en Atenas. 12
La presencia de Salón en Egipto no es extraña en una época en la que
cientos y miles de griegos iban a Egipto, bien a comerciar, bien a servir como
mercenarios en los ejércitos del faraón;!3 algunos, como Salón irían a comer-
ciar y a impregnarse de la sabiduría egipcia y, posiblemente por los mismos
años, otro filósofo y sabio, Tales de Mileto, realizó igualmente su viaje a
Egipto donde adquirió importantes conocimientos sobre las matemáticas y
sobre la naturaleza.
En Plutarco no hallamos ninguna referencia a que Salón entrase en con-
tacto con el faraón reinante ni, tan siquiera, a que lo intentase; no obstante,
Heródoto asegura que llegó a visitarle (Hdt., 1, 30) Yque, incluso, tomó para
su legislación una ley promulgada en Egipto por ese faraón (Hdt., 11, 177).
Platón también parece dar a entender que cuando Salón visitó el país el fa-
raón reinante era Amasis (Plat., Tim., 21 e). Sin embargo, es harto improba-
ble que Salón pudiera visitar a Amasis cuando éste reinaba sobre Egipto,
porque su subida al trono se sitúa bastantes años después (hacia el 570 a.e.)
de las fechas habitualmente admitidas para la estancia de Salón en Egipto;
además, y como ya se dijo anteriormente, sería difícil que hubiese tomado
una ley de Amasis para su legislación, cuando su viaje se sitúa después de ha-
berla promulgado. Igual que con la entrevista con Creso de Lidia, asimismo
ficticia, nos hallamos aquí ya ante la elaboración de la leyenda de Salón; en
el caso de Amasis, su vinculación a él se explica por el carácter de filohele-
no que los griegos atribuían a este faraón (Hdt., 11, 178).14
De cualquier modo, su estancia en Egipto debió de resuItarle provecho-
sa, tanto económicamente como desde el punto de vista del aprendizaje y,
sea cierto o no el relato que recoge Platón, al menos éste le atribuye al viejo
legislador la introducción en Occidente de un tema que, como el de la Atlán-
tida, ha producido, y seguirá haciéndolo, océanos de tinta.
104 SaLóN DE ATENAS

5.2.2. Chipre

La segunda etapa del recorrido de Salón fue la isla de Chipre; al menos


uno de los fragmentos de sus poemas se refiere a su estancia allí (frag. 7 D),
Yes utilizado por Plutarco para ilustrar su noticia (Plut., Sol., 26, 4 ).15 Allí fue
recibido por el rey de la ciudad de Solos, en el norte de la isla, Filocipro; se
trataría de un personaje histórico, como atestigua Heródoto (V, 113) al men-
cionarle como padre del rey Aristocipro, que murió en el año 497 luchando
contra los persas; hay, sin embargo, un lapso de tiempo demasiado largo (cer-
ca de cien años) entre el florecimiento de Aristocipro (inicios del siglo VI) y
la muerte de su hijo (inicios del siglo V).16
No se sabe qué hizo exactamente Solón en Chipre (además, tal vez, de
comerciar), pero las tradiciones helenísticas, sin duda por la semejanza del
nombre de Soló n con el de la ciudad de Solos, acabaron por convertirle en el
impulsor de la refundación de la ciudad en una llanura, lo que parece falso,
ya que la ciudad de Solos existía con ese nombre desde, al menos, los siglos
X-IX a.e. y su nombre aparece mencionado ya en textos asirios del siglo VII;I?
una tradición relativamente semejante, aunque centrada en la otra ciudad
griega que llevaba el nombre de Solos, la situada en la costa de Cilicia, obli-
gó también a llevar a Solón a esta costa. Tanto la tradición de la refundación
de la Solos de Chipre como la de la Solos de Cilicia son, demostrablemente,
falsas,18 aunque cada una procede de tradiciones de distinto origen y dife-
rente motivación. IY

5.2.3. Lidia

La presunta estancia de Salón en Lidia y, más concretamente, en la cor-


te de Creso, parece formar parte de la leyenda de Salón más que de la reali-
dad; aunque quizá fuese una tradición más antigua,20 es Heródoto quien re-
lata con todo detalle el encuentro entre el sabio y el rey, en el que éste
intenta por todos los medios que aquél reconozca su poder y su felicidad. 21
El sabio, mediante el uso de ejemplos, trataría de hacerle ver al rey que sólo
en el momento final de la vida se puede hacer el balance global de la misma,
no antes (Hdt., 1, 30-33), aunque el rey asiático no comprendería, sino en
el momento de su captura por Ciro, el auténtico sentido de las palabras de
Solón (Hdt., 1, 86);22 Plutarco cuenta una historia muy parecida (Plut., Sol.,
27), lo que sugiere que ha utilizado como fuente a Heródoto, aunque ador-
nándola con relatos posteriores, en muchos casos ya de época helenística; el
relato aparece, más o menos completo, en muchos otros autores, básicamen-
te con los rasgos habituales ya desde Heródoto, pero también con añadidos
que responden ya a más fuertes intereses moralistas. 23
El consenso habitual hoy día es que esa entrevista no pudo haber tenido
lugar, puesto que hay una importante diferencia de fechas entre el momen-
LOS VIAJES DE SaLóN ANTES y DESPUÉS DE SU ARCONTADO 105

to de ascenso al trono de Creso (561 a.e.) y la cronología atribuible a los diez


años que Salón estuvo fuera de Atenas, aunque hay autores que han inten-
tado mostrar que las cronologías tradicionalmente empleadas son erróneas. 24
Ya los antiguos se habían percatado de esas diferencias cronológicas y se-
guramente muchos autores habrían observado el carácter apócrifo de la en-
trevista; el ejemplo más claro nos lo brinda Plutarco que, aun reconociendo
que conoce esos reparos acepta su realidad basándose tanto en el hecho
de que cuenta con muchos partidarios cuanto, sobre todo, en que toda ella se
ajusta al carácter de Salón, dejando de lado cualquier análisis riguroso de la
cronología, que no parece importarle demasiado en este caso (Plut., Sol., 27,
1).
En todo el relato de Heródoto hay un fuerte componente délfico y da la
impresión de que Salón actúa como una especie de embajador del santua-
rio;25 quizá aún no haya terminado de surgir toda la tradición de los Siete Sa-
bios (al menos Heródoto no parece referirse a ella),26 pero en las historias
que, ya a lo largo del siglo VI debieron de circular con respecto a Salón, es-
pecialmente para acompañar y dar un trasfondo biográfico a sus poemas, la
creación del tema de la entrevista del sabio, del sophistes como le llama He-
ródoto (1, 29),27 Yel rey debió de significar un momento importante en el de-
sarrollo del personaje Salón, que ponía en la práctica, ante el paradigma del
lujo y la desmesura asiática, el propio Creso, el rechazo a la riqueza y al lujo
y su apuesta por la moderación que sus poemas rezumaban. 28
En el relato no hay, necesariamente, nada histórico; el Creso que apare-
ce es el Creso tópico, amante del lujo y de los placeres y dueño de inconta-
bles tesoros; el Salón que se entrevista con él, el sabio, no el político,29 repi-
te, con otras palabras, el mensaje que sus propios poemas transmiten 30 y
encarna la figura del sabio consejero, cuyos consejos, en caso de ser seguidos,
garantizan el éxito. 3I Ello sugiere que quienquiera que inventase la entrevis-
ta y, en todo caso Heródoto, conocía bien los poemas de Solón,32 hasta el
punto de poder recrear (o al menos intentarlo) su personalidad y conocía
también el trágico destino de Creso, condenado a ser quemado vivo en una
pira por orden de su vencedor, Ciro el Grande; para terminar de darle emo-
ción al relato, habría sido el recuerdo de Salón, en el momento de la muer-
te, el que habría acabado salvando la vida a Ciro, no sin la previa interven-
ción de Apolo, que reconoce el arrepentimiento del desafortunado lidio. El
carácter legendario del relato, creo, no admitirá demasiadas discusiones. 33

5.2.4. Otros

Otros viajes de Salón aparecen todavía más envueltos en la leyenda, no


tanto porque no pueda aceptarse su realidad, sino por las circunstancias que
los rodean. Así, por ejemplo, Plutarco menciona visitas a Corinto y Delfos,
lo que no tiene nada de extraño; sin embargo, aparecen relacionadas con la
pertenencia de Salón al grupo de los Siete Sabios (Plut., Sol., 4, 1), lo que
106 SOLÓN DE ATENAS

hace sospechoso el asunto. Lo mismo la estancia de Solón en Mileto para vi-


sitar a Tales (Plut., Sol., 6, 1) que algunos autores situaban durante su au-
sencia por diez años de Atenas (Tzetzes, Quil., 5, 359-362) está también en
relación con este carácter sapiencial de Salón, así como una genérica refe-
rencia a una estancia en Jonia quizá transmitida por Heraclides Póntico;34 no
obstante, una estancia en Jonia no es descartable en este momento y algunos
autores han sugerido, incluso, que pudo haber visitado al poeta Mimnermo
de Colofón, residente por aquel entonces en Esmirna, y con cuyos poemas
muestran los de Salón varias concomitancias (por ejemplo, el frag. 22 D).35

5.3. CONCLUSIÓN

Los viajes de Salón, tras su voluntaria retirada de la vida política ate-


niense durante diez años, cumplen una doble función, independientemente
de su realidad o no. Por un lado, acaban de convertir a Salón en un hombre
sabio, completando su formación, iniciada en los viajes juveniles; no en vano
uno de los versos de Salón (frag. 22 D, v. 7) alude a su continuo deseo de
aprender, incluso en la vejez. Por otro lado, marcan el tránsito entre su pe-
riodo de actividad pública y política y su periodo de cese de esa actividad. En
los dos casos, el viaje es un medio ideal para marcar esas transiciones.
No tenemos motivos para dudar de la realidad de, al menos, parte de
esos viajes y, a juzgar por sus poemas, no es improbable que durante los mis-
mos, en los que seguramente el comercio también jugó un papel no desde-
ñable, visitase como poco Egipto y Chipre. No sabemos con certeza qué
otros sitios visitó, pero no puede descartarse que, posiblemente como du-
rante su juventud, la tierra de Jonia estuviese entre sus destinos. Esos viajes,
forzados por la presión a que debió de ser sometido en la ciudad, tuvieron
como resultado, como ya decíamos anteriormente, una cierta consolidación,
aun entre dificultades, de la nueva estructura política y social de Atenas ori-
ginada a partir de su labor legisladora;36 a su regreso, sin embargo, Salón ya
no era la figura venerada que había sido antes. Rechazado y criticado por
unos y otros, pero todavía deseoso de hacer oír su voz, se dedica a justificar
su labor al tiempo que advierte de los riesgos que se avecinan; no obstante,
aunque respetado, su voz y su palabra ya no tienen el poder que antaño tu-
vieron. Mientras su vida se extingue, quizá con más de setenta años (frags. 19
D Y 22 D) Atenas entra en otra etapa de su historia.
6. RESULTADOS DE LA LABOR
DESOLÓN

Como hemos ido viendo, Solón realizó una tarea ingente aunque es po-
sible que sólo dos siglos después se hiciera auténtica justicia a su labor; sin
embargo, y aunque seguramente en vida le faltó ese reconocimiento, posi-
blemente por falta de perspectiva histórica, nosotros sí tenemos la suficiente
para realizar una valoración de su obra.!

6.1. INSATISFACCIÓN DE LAS PARTES

Ha quedado suficientemente claro, a partir del análisis efectuado, que


Solón no consiguió agradar a ninguno de los diferentes grupos que, antes de
su arcontado, se habían disputado el poder y que, tras el mismo, tuvieron que
buscar una nueva forma de organizarse. Solón, además, no sólo fue cons-
ciente de ese descontento sino que además se preguntó (quizá sinceramente)
por las causas del mismo. Si su ambigüedad había sido la responsable de ese
malestar con su acción política, Solón no parece dispuesto a aceptarlo. Él se
presenta, en sus poemas autoexculpatorios, como hombre de una sola pala-
bra e intenta convencer a su auditorio de que lo mismo que había prometi-
do hacer es lo que hizo. Sin embargo, un análisis de sus poemas, especial-
mente de aquéllos que parecen corresponder al momento anterior al
arcontado, muestran, ciertamente, una calculada ambigüedad; aunque se
diagnostican los males de la ciudad, no resulta del todo claro sobre quiénes
recaen directamente las culpas ni cuáles deberían ser las medidas para atajar
esos males. Sí hay, es verdad, un importante mensaje ético, pero que con sus
referencias directas a obras como la de Hesíodo y su concepto de justicia
(dike), pueden dar lugar a interpretaciones contradictorias, puesto que cada
facción puede arrogarse para sí el comportamiento justo y no es Solón de-
masiado explícito en su atribución de responsabilidades; por ende, no ha asu-
mido una posición de fuerza,2 y ha preferido que sean las leyes las que mar-
quen la pauta.
Por supuesto que Solón tenía su visión de dónde radicaba el problema y
qué medidas podían ser pertinentes para atajarlo, y en los poemas posterio-
108 SaLóN DE ATENAS

res al arcontado sus ideas quedan más claras. Salón es partidario, y sus re-
formas así lo muestran, de un sistema de gobierno de carácter oligárquico, en
el que sean los ciudadanos más pudientes quienes controlen las instituciones;
al tiempo, está en contra de la sumisión a la esclavitud y a la servidumbre
de los que queden fuera de ese círculo, porque seguramente es consciente de
que un cuerpo ciudadano fuerte y nutrido es una garantía para la supervi-
vencia de la polis. En su idea del equilibrio, cada uno de esos grupos debe co-
laborar, cada uno dentro de sus límites y posibilidades, en el bienestar co-
mún;3 ni los ricos deben oprimir a los pobres, convirtiéndolos en deudores ni
en esclavos, ni éstos deben aspirar a los bienes de aquéllos, contentándose
con lo que tienen o buscando nuevas formas de vida que no pongan en ries-
go el orden establecido.
Sin embargo, Salón sabe que esas ideas no podían ser expresadas tan di-
rectamente si es que pretendía (y yo no dudo de ello) convertirse en el que
resolviera el problema; no podía asustar a los eupátridas, que gobernaban
(valga la redundancia) precisamente porque eran eupátridas, y como círculo
aristocrático restringido que eran, se repartían el poder entre ellos. 4 Tampo-
co podía descartar cambios importantes que beneficiasen a los hectémoros,
pero seguramente jamás habló en público de repartir de nuevo la tierra,
como muchos pretenderían; a pesar de ello, no debió de desautorizar a aqué-
llos de entre los suyos que no negaban esa posibilidad ni debió de pronun-
ciarse nunca públicamente en contra de la misma. Fue esta indefinición so-
bre sus posiciones exactas la que le convirtió en el único «jefe del pueblo» en
quien podían confiar (relativamente) los eupátridas; ambos bandos debían
de pensar que, burlando al otro, establecería un sistema que les beneficiase
frente a los rivales. Al menos eso es lo que el propio Salón dice (frags. 23 D
y 24 D) y no parece posible que, una vez concluida su actividad política, haya
malinterpretado las críticas que se le hacían.
Es seguro (al menos yo lo creo así) que Salón fue plenamente cons-
ciente de que su labor iba a provocar descontentos; quizá, sin embargo,
pensase que también iba a encontrar apoyos y que éstos superarían a aqué-
llos. La realidad es que, si aceptamos el símil que él mismo utiliza una
vez concluida su labor él se ve como un lobo entre los perros (frag. 24 D,
vv. 26-27); este símil marca una clara diferencia con otros que él utiliza: un
guerrero empuñando un escudo entre dos bandos (frag. 5 D, v. 5) o un mo-
jón entre los dos bandos en tierra de nadie (frag. 25 D, vv. 8-9). Aquí está
él solo contra todos y posiblemente esto indique que Salón se ha dado
cuenta de que el descontento es generalizado y ni tan siquiera aquéllos de
los que pudiera haber esperado más comprensión, el grupo al que él mis-
mo pertenece, están satisfechos. 5 Pero de ahí radica también su satisfacción:
el haber impedido, en contra de los deseos de cada grupo, que unos se im-
pusieran a otros, o el haber rechazado la tiranía que por todas par-
tes le ofrecían, le sirve a Salón como la prueba suprema de lo acertado de
su labor. La insatisfacción generalizada es el indicio de que ha llegado
al equilibrio, al contrapeso entre poderes; los acuerdos a que han de llegar
RESULTADOS DE LA LABOR DE SOLÓN 109

para compartir el poder los principales representantes de los grupos en


conflicto unos doce o catorce años después de su arcontado (Arist., Ath.
PoI. 13, 2) nos sitúan en un marco político nuevo, aunque quizá los propios
atenienses no fuesen conscientes del mismo.

6.2. NUEVO ENFOQUE DE LA LUCHA POLÍTICA

Efectivamente, y también hemos ido apuntando algo en los capítulos an-


teriores al respecto, la actividad de Solón propicia unos cambios radicales en
la sociedad y en la política atenienses. En primer lugar, su obra política sien-
ta las bases de la ciudadanía ateniense durante el resto de la historia de la
ciudad; con su definición de la ciudadanía, que se liga al país mediante el de-
sarrollo de determinados festivales en honor a los dioses, se marca la nueva
identidad de los atenienses y la participación de todos ellos, si bien no de for-
ma igualitaria, en la polis. 6 Con la reforma y creación de instituciones se re-
gula esa participación y con las leyes se establece el marco en el que dirimir
las diferencias. Ninguno de esos aspectos parece haberse abolido en los años
sucesivos, por lo que hemos de pensar que se mantuvieron en vigor hasta, al
menos, la nueva reorganización que a fines del siglo VI realizará Clístenes
que, sin embargo, mantuvo todavía muchas de las instituciones solonianas.
Así pues, aunque el descontento con la labor de Solón a que aludía en el
apartado previo venía motivado por la insatisfacción de las partes, causada
por la no consecución de sus fines últimos, la nueva estructura posiblemente
hace replantearse esos mismos fines últimos. Por lo que sabemos, y a partir
de la reconstrucción que hacíamos de la situación de la Atenas pre-solonia-
na, asistíamos a un intento de asalto al poder en toda regla por parte de
aquellos grupos aristocráticos desplazados del mismo por la acción de un res-
tringido círculo de esa aristocracia, los eupátridas. Muchos de los que aspi-
raban al poder disponían ciertamente de recursos económicos importantes y
algunos, como el propio Salón, pertenecían a familias de gran nobleza y an-
tigüedad, pero al hallarse fuera del círculo eupátrida no podían aspirar a par-
ticipar en el poder. En su lucha, esos grupos utilizaban como elemento de
presión y de activismo a los elementos más desheredados del Ática, someti-
dos a situaciones de servidumbre y esclavitud, o susceptibles de serlo, como
consecuencia de la despiadada actitud de esos mismos eupátridas que apro-
vechaban su monopolio del poder y su control de los órganos judiciales, por
incipientes que ellos fueran, para perpetuar esa situación.
Posiblemente otros grupos se mantuviesen al margen, aunque eso bene-
ficiaba a los eupátridas, porque debían considerar que su situación económi-
ca, holgada, y su estatus político (serían ciudadanos) les diferenciaba de ese
populacho fuertemente manipulable que amenazaba con destruir a Atenas;
seguramente la ley soloniana que más tarde obligaría a todo ciudadano a to-
mar partido en un conflicto civil (el fragmento 38 de Ruschenbusch) trataría
de evitar en lo sucesivo esta pasividad cómplice.
110 SOLÓN DE ATENAS

Tras la acción de Solón, la lucha por el poder sigue presente, pero ahora
ya se ha ampliado y modificado el escenario; la lucha por el arcontado se
convierte en una de las metas principales, en parte por el gran poder que po-
see la magistratura y en parte porque el desempeño de la misma garantiza o
permite la entrada en el Areópago y, por consiguiente, el ejercicio de una in-
fluencia duradera y la capacidad de seguir interviniendo en política. Ya no se
plantea un cambio en el sistema, aunque la pugna de intereses impedirá en
dos ocasiones, durante los diez años siguientes al arcontado de Solón la elec-
ción de arcontes (Arist., Ath. Po!., 13, 1); incluso, cuando un tal Damasías,
unos diez o doce años después del arcontado de Solón, quiso convertirse en
tirano, 10 hizo desde su poder como arconte, cargo que no quiso abandonar
al expirar su mandato, manteniéndose en el mismo dos años y dos meses (c.
582-580) (Arist., Ath. Poi., 13,2);7 por lo que se refiere al sistema judicial es-
tablecido por Solón, y aunque no se conoce realmente si entró en funciona-
miento, posiblemente lo hiciera, a juzgar al menos por una referencia (cier-
tamente sospechosa) a cómo Pisístrato, siendo tirano, acudió ante el
Areópago a responder de una acusación de asesinato (Arist., Ath. PoI. 16,8;
Plut., Sol., 31, 3); por fin, ya hemos mencionado el acuerdo a que llegan las
distintas facciones atenienses, doce o catorce años después de Solón, de nom-
brar diez arcontes que proceden de los eupátridas, de los labradores y de los
artesanos (Arist., Ath. Poi., 13,2) y, cuando Pisístrato pide que se le conceda
una guardia personal de maceros, es la propia asamblea quien le otorga ese
privilegio (Arist., Ath. Poi., 14, 1).
Todo ello indica que el marco jurídico definido por Solón se mantiene,
a pesar de las dificultades y que la lucha política busca otros derroteros; se
utilizan los nuevos recursos que la constitución soloniana ha creado, la
ciudadanía empieza a ser consciente de sus derechos y parece desaparecer
el riesgo de ruptura del Estado. Naturalmente, y como es sabido, la situa-
ción desembocará en la tiranía de Pisístrato desde el 561 pero cuando se
produce el ascenso del mismo los ciudadanos atenienses se han ido reagru-
pando, de acuerdo con sus intereses, en distintos grupos más o menos or-
ganizados que pretenden influir en la dirección del gobierno, y que atien-
den tanto al nivel económico de los mismos cuanto a su lugar de residencia
y a sus inclinaciones políticas. 8 Pisístrato ejercerá, al menos durante su pri-
mera etapa, una política moderada, actuando, según Aristóteles, más como
un Particular que como un tirano (Arist., Ath. Poi., 14,2) Y observando y
haciendo cumplir las leyes de Salón (Plut., Sol., 31, 3). Independientemen-
tt~ del valor real que estas informaciones tengan, no hemos de perder de
VISta que la tradición griega fue siempre enemiga del régimen tiránico y de
los tiranos, por lo que el que a uno de ellos se le atribuya alguno de estos
hechos posiblemente sugiera alguna base rea1. 9 Sea como fuere, la Atenas
posterior a Salón es ya muy distinta de la anterior a él; los ciudadanos han
aprendido a dirimir de un modo más ordenado, más consensuado diríamos
hoy día, sus conflictos. Ya estamos lejos de la época en la que el gobierno
eupátrida podía prohibir hablar de un asunto bajo pena de muerte o de
RESULTADOS DE lA lABOR DE SalóN 111

aquella otra en la que un arconte podía quebrantar la sagrada obligación


de respetar la vida de los suplicantes para asesinar a sus oponentes políti-
cos. Atenas ha pasado de un estadio pre- o protopolítico a uno auténtica-
mente político, al menos si atendemos a la definición clásica de Aristóteles,
para quien la polis tiene como objetivo lograr el bien común (Arist., Poi.
1252 a).

6.3. ¿SalóN REVOLUCIONARIO O CONSERVADOR?

Quiero decir, en primer lugar, que posiblemente esta cuestión esté mal
planteada, desde el momento que aplica a los inicios del siglo VI conceptos
que acaso no sean del todo pertinentes; sin embargo nos servirá para enten-
dernos. 1O Antes que nada hay que decir que la apreciación que tenemos de la
obra de Salón se halla sumamente influida por lo que fue el juicio que el
mundo ateniense del final del siglo V y del siglo IV hizo de la misma.!! Para
este mundo, especialmente el de los demócratas moderados que ya desde fi-
nes del siglo Vtratan de evitar los excesos de la democracia radical y que des-
pués tienen que hacer frente a la reconstrucción de Atenas tras el final de la
Guerra del Peloponeso, Solón aparecerá como el paradigma al que acudir;
será el momento en el que se recopilarán sus leyes o, al menos, lo que se te-
nía como tales en aquella época y a partir de entonces los oradores harán un
uso exhaustivo de las mismas, aunque entre ellas habrá un alto porcentaje
que no corresponderán, ni en el espíritu ni en la forma a lo que dejó escrito
Salón. Salón se habrá convertido en el paladín de un régimen que daba unos
importantes derechos al demos pero que, al tiempo, huía de lo que se toma-
ba como causa de la crisis ateniense, los excesos desmedidos en que había in-
currido la democracia del siglo v.
Esta consideración de Salón como demócrata ya la encontramos perfec-
tamente desarrollada en ese mismo siglo IV como muestra el análisis (y la crí-
tica) de Aristóteles, que habla de sus medidas «más democráticas» (Ath. Poi.,
9, 1) Y que asegura que la constitución de Clístenes fue «más democráti-
ca» que la de Salón (Ath. PoI., 22,1);12 durante el siglo IV, pues, nadie duda-
ba en Atenas de que el régimen de que disfrutaban había nacido con Salón,
aunque para ello hubiera que haber reinterpretado los escasos datos que, en
aquel momento, debían de existir sobre el Solón real. 13
Pero si nos ajustamos a los hechos, a inicios del siglo VI el concepto de
democracia aún no existía y, como hemos intentado ir mostrando en las pá-
ginas previas, ni Salón se considera demócrata (difícilmente hubiera podi-
do hacerlo a inicios del siglo VI) ni sus medidas son democráticas. 14 Salón
pretende acabar con el conflicto político, económico y social, por el que
está atravesando Atenas y que puede poner en riesgo la propia supervi-
vencia de la polis; con su peculiar concepto del equilibrio trata de recon-
ducir la situación asignando deberes y posiciones a los distintos grupos so-
ciales y estableciendo unas normas que acaben por vincular a cada uno al
112 SOLÓN DE ATENAS

grupo al que se les ha adscrito y que permitan que las instituciones que él
establece actúen dentro del nuevo sistema para reforzarlo. Su posición ante
las necesidades de los más desfavorecidos es, cuanto menos, paternalista; él
es quien decide cuáles van a ser sus derechos y cuál va a ser el límite a los
mismos. Con respecto a los poderosos, no va a cuestionar, en el fondo, su
derecho al poder; simplemente va a matizar los criterios de admisión al
mismo y va a establecer unos frenos que impidan que este poder se desbo-
que o, al menos, que vaya más allá de lo que Solón considera deseable. En
sus poemas insiste en estos límites y en cómo obliga a cada uno a respe-
tarlos (frag. 5 D); pero en esto no había nada de democrático, sino más
bien todo lo contrario.
Por consiguiente, e intentando plantear ahora el problema en sus justos
términos, y no con las etiquetas engañosas de si Solón fue revolucionario o
conservador, podríamos decir que Solón es un individuo de su época, que
contempla el peligro de que un exceso de poder y arrogancia por parte de
quienes gobiernan pueda dar paso a un sistema tiránico que arrase la ciu-
dad, que introduzca la ejecución sistemática de los aristócratas y el exilio
de los supervivientes, que proceda a repartos generalizados de tierra y que,
en definitiva, acabe dando el poder a los kakoi, a los «malos». Solón re-
chaza ese escenario, que ya se había producido en otras ciudades.
Solón quiere hacer reflexionar a esos aristócratas que gobiernan sobre
lo conveniente de establecer un freno a las ambiciones desmedidas de al-
gunos de sus miembros y de realizar algunas concesiones a los más desfa-
vorecidos como medio de garantizarles su permanencia en el poder al tiem-
po que ve la necesidad de aumentar la base social de quienes pueden
acceder a ese poder; como contrapartida, garantiza el mantenimiento del
papel subalterno del demos, mediante una mejora de sus condiciones de
vida y mediante el acicate, para los más acomodados del mismo, de una
participación en los niveles inferiores de las magistraturas y, sobre todo,
reconociéndoles un papel en la defensa de la polis, al constituir el núcleo
del ejército ciudadano.
Con este esquema, en el que cada grupo tiene su puesto definido den-
tro de la polis, y en el que Solón, arrogándose el papel de árbitro, es el úni-
CO que puede decidir sobre cuál es ese puesto y cuál es la función de cada
grupo, pretende conseguir que sigan siendo «los mejores» los que gobier-
nen la ciudad. En su fracaso está, sin embargo, su éxito. Solón se equivocó
al pretender petrificar una sociedad en plena ebullición y los conflictos sur-
gieron inmediatamente después del final de su mandato; sin embargo, So-
Ión había introducido algunos cambios que se revelarían trascendentales,
e~tre ellos la creación de un sentido de comunidad política, de participa-
ción en un proyecto común, que era la polis ateniense. Todo el desarrollo
ulterior de Atenas está, necesariamente, modelado sobre la sociedad dise-
~ada por Solón y la peculiar evolución de esta polis sólo se explica a par-
tIr del punto de inflexión que supone su actividad política; por ello, cuando
los moderados de fines del siglo v recuperaron a Solón como el creador
RESULTADOS DE LA LABOR DE SaLóN 113

de la democracia quizá no estuvieran (aunque no lo sabían) tan equivoca-


dos.
Salón no fue un demócrata, entre otras cosas porque el concepto de de-
mocracia ni tan siquiera estaba inventado a principios del siglo VI pero con el
nuevo orden que promueve en Atenas sentará las bases de lo que, en su mo-
mento, será la democracia ateniense.
SEGUNDA PARTE
Tal y como planteábamos en la Introducción, en esta Segunda Parte va-
mos a analizar las principales fuentes directas e indirectas sobre las que se ci-
menta nuestro conocimiento sobre Salón. El objetivo que se persigue es,
ante todo, no perder de vista sobre qué materiales trabaja el Historiador de
la Antigüedad a la hora de abordar su reconstrucción del pasado; pero,
al tiempo, se trata también de que el lector pueda acceder al análisis de unos
materiales tan diversos y que aportan una imagen tan poliédrica de la figura
de Salón. De un lado, sus propios poemas, una novedad absoluta en el mun-
do griego del arcaísmo, por lo que suponen de reflexión personal de alguien
que tuvo la máxima responsabilidad en Atenas y cuyas palabras aún pode-
mos leer y sentir; de otro, los testimonios de autores posteriores que usando
esos poemas y otras informaciones fueron creando una visión de Salón utili-
zable, según fines e intereses determinados, en contextos que poco tenían
que ver con el que le tocó vivir al legislador.
Con esta visión múltiple, la del Salón visto por sí mismo y la del Salón
visto por la posteridad, espero que adquieran cierto sentido y cierta explica-
ción algunas de las dudas y de las incógnitas que he expresado en el discur-
so desarrollado durante la Primera Parte. Del mismo modo, el análisis de los
hechos, de la época y de las circunstancias históricas que vivió Salón, ex-
puestas en esa Primera Parte, deberían servir de contexto mínimo para po-
der apreciar al Salón polifacético al que aluden nuestras fuentes, empezando
por la fundamental que viene constituida por los propios poemas solonianos.
7. LAS FUENTES

7.1. INTRODUCCIÓN AL PROBLEMA DE LAS FUENTES

De entre los problemas principales que plantean las fuentes en torno a


Solón podemos mencionar, sobre todo, tres:

1°) Por un lado, el hecho de que los únicos testimonios seguros que se
refieren a Solón son sus propias composiciones poéticas las cuales, empero,
plantean una serie de problemas tanto por lo que se refiere a su finalidad úl-
tima cuanto al hecho de que sólo conservamos una pequeña parte de su pro-
ducción literaria e, incluso, en lo referido a la cronología relativa de los
fragmentos conservados. En efecto, Solón, además de su faceta de hombre
político aparece caracterizado como uno de los primeros poetas líricos de
Atenas (si no el primero), y formando parte de todo el ambiente conocido
como «el mundo de la lírica».l Este hecho tiene gran importancia a la hora
de poder penetrar en la figura histórica de Solón. Los fragmentos conserva-
dos de sus poemas son, por ello, una fuente de primera mano para penetrar
en el mundo ideológico que rodea la labor pública de Solón y como tal fue-
ron ya utilizados por los tratadistas antiguos. 2 Sus poemas debieron de ser
ampliamente conocidos hasta una época relativamente tardía, habida cuenta
de la gran cantidad de autores que se refieren a los mismos y que recogen pa-
sajes de ellos. 3 Pero aquí radica otro de los problemas al respecto: el de la
fragmentariedad de los pasajes. Con excepción tal vez de la «Elegía a las Mu-
sas» (frag. 1 D) no hay ningún poema completo conservado y, en muchas
ocasiones, la reconstrucción de las poesías no deja de ser problemática. De
este modo, si bien disponemos de las ideas originales de So Ión, no poseemos
todo el corpus de las mismas, sino una parte aparentemente mínima. Por otro
lado, nos hallamos con la existencia de informaciones en las fuentes que nos
hablan de Solón que, aparentemente, son poco mas que transliteraciones de
frases contenidas en esas poesías, aún íntegras cuando nuestro informador
de turno las toma.

2°) Hiato entre la época de Solón y los primeros testimonios conserva-


dos. Casi siempre que nos enfrentamos al estudio de cualquier parte de la
Historia de la Grecia arcaica nos encontramos con este grave problema, a sa-
120 SaLóN DE ATENAS

ber, el de la transmisión de las informaciones. En efecto, si pensamos que la


vida de Solón hay que situarla entre el último tercio del siglo VII y la prime-
ra parte del siglo VI y que los primeros testimonios que se refieren al mismo
corresponden a la mitad del.siglo v, hay un periodo de más de un siglo en el
que no hay datos escritos. Esto ha llevado a algunos autores a un profundo
escepticismo en cuanto a la credibilidad de las informaciones que se refieren
a Solón;4 para estos autores, las informaciones transmitidas son fruto de la
tradición oral y, por ello, difícilmente contrastables con la realidad. s Sin em-
bargo, como también se ha puesto de manifiesto en algunas ocasiones, apar-
te de la existencia de documentos con seguridad atribuibles a Solón (como
son sus leyes)6 hay que contar con la poesía. Si los historiadores actuales po-
demos extraer informaciones valiosas a partir del estudio, exégesis e inter-
pretación de las composiciones poéticas de Solón, del mismo modo, ya los
autores antiguos emplearon este sistema, con la ventaja de ellos sobre noso-
tros de que conservaban intacta la producción poética de este personaje.
También resulta de los estudios efectuados al respecto que la figura de Solón
no tuvo una trascendencia inmediata en la literatura ateniense posterior a su
época, lo que fue en detrimento de la consideración del personaje como de
importancia en el desarrollo político e institucional de la ciudad de Atenas y
que, por el contrario, de él se apropió otro ambiente, el vinculado al santua-
rio de Apolo en Delfos que, mediante la integración del mismo dentro de los
Siete Sabios contribuyó a darle una dimensión panhelénica algo que, poste-
riormente, contribuyó a su «recuperación» por parte de los políticos ate-
nienses desde el final del siglo v a.c., con lo que pasamos al punto siguiente.

3°) Utilización propagandística de la figura de Solón. Un último pro-


blema es el que deriva de la utilización que la historiografía griega y los po-
líticos griegos, especialmente a partir del siglo IV, (aunque también en el si-
glo V a.c.)1 harán de la figura de Solón para defender diferentes opciones
políticas, lo que hará que se reinterprete en uno u otro sentido, su vida y su
obra. En efecto, parece que coincidiendo con la gran conmoción que supone
para la política ateniense los años finales de la guerra del Peloponeso y la de-
rrota final de Atenas, así como las reacciones moderadas y oligárquicas que
culminan, respectivamente, con la Constitución de Terámenes y con los
Treinta Tiranos, se pretende restaurar la «constitución ancestral» o patrios
politeia. 8

El problema surge cuando se trata de establecer los límites de la misma


y cuando para ello se recurre, precisamente, a Solón por parte de los dos ban-
dos principales en litigio, esto es, los oligarcas y los demócratas moderados.
Pero, del mismo modo, los demócratas radicales utilizan a Solón como para-
digma y modelo al que remontarse. Así pues, la lucha política en la Atenas
del siglo IV va a estar marcada por estos conflictos y por la recurrencia, casi
obligada, a la figura de Solón; naturalmente, ni la historiografía del momen-
to, representada ante todo por los Atidógrafos, ni tampoco la oratoria, van a
LAS FUENTES 121

quedar al margen de la polémica, sino todo lo contrario: van a proporcionar


los argumentos a cada uno de los bandos litigantes que, apoyándose en So-
Ión, pretenderán imponer su propio modelo de estado. 9 Surge así la imagen
del Solón padre de la democracia ateniense. 10 Parece claro, por otro lado, que
ha sido la importancia y el prestigio del Solón «délfico» un factor importan-
te a la hora de recurrir a Solón, pero también, sin duda, la existencia de una
tradición viva en Atenas acerca del mismo. Todo ello naturalmente, contri-
buirá al cambiante aspecto de la imagen de Solón.
En palabras de Masaracchia, y considerando la transformación sufrida
desde la época de Heródoto hasta la de Aristóteles, «en aquella primera eta-
pa de su fortuna en la Antigüedad Solón era entonces y sólo el sabio que
llevaba por el mundo los principios éticos del dios de Delfos; su actividad po-
lítica era considerada y vista sólo marginal mente como una de las manifesta-
ciones de su sophie. El puesto ocupado por él en la historia constitucional de
Atenas no aparecía entonces ni preeminente ni importante. En el siglo IV, en
cambio, su significado en la historia ateniense se va poco a poco enrique-
ciendo y aumentando tanto que la influencia de este nuevo ordenamiento
afecta también a obras como la Átide de Androción, que no tenían carácter
claramente tendencioso».!!

7.2. Los POEMAS DE SOLÓN

7.2.1. Problemática de los poemas

De entre todas las fuentes referidas a Solón los poemas son, sin duda,
junto con las leyes, la única fuente primaria, por cuanto que se trata de com-
posiciones realizadas por el propio Solón para dar a conocer sus opiniones
de una forma viva y directa. Su importancia radica en que estas poesías te-
nían como marco natural la recitación, pública o privada y en el hecho de
que la poesía en la Grecia arcaica tiene aún un marcado carácter didáctico y
expositivo.!2 Sin embargo, un primer problema a tener en cuenta es, simple-
mente, una cuestión numérica; de los 5.000 versos que algunos autores cal-
culan que compuso Solón (Diog. Laert., 1, 61)!3 nos quedan, distribuidos en
unos más o menos treinta poemas, unos 300 versos,14 es decir, un 6% de su
producción total.!5
De alguna de las composiciones de Solón sabemos, positivamente, que
fue recitada públicamente (es el caso de la «Salamina», frag. 2 D) como
asegura Plutarco (Sol., 8, 2) siendo la misma la que movió a los atenienses a
volver a declarar la guerra a los megáreos por la posesión de la disputada isla
en torno al 600 a.e. De las restantes hemos de pensar que, igualmente, serían
difundidas a través de mecanismos de mayor o menor amplitud, como por
ejemplo, los simposio s o banquetes aristocráticos;!6 sin embargo, siempre he-
mos de tratar estos poemas con precaución porque se trata, precisamente de
poemas y no de discursos políticos. 17
122 SalóN DE ATENAS

No obstante, es algo generalmente admitido que mediante estos poemas


Solón dio a conocer, antes de su arcontado, sus opiniones acerca de la situa-
ción existente, posiblemente en obras como la Eunomía, frag. 3 D e, incluso,
en la Elegía a las Musas (frag. 1 D),18 así como de las soluciones posibles; en
otras de sus composiciones se justifica ante los descontentos por lo que ha
hecho (frag. 5 D; frag. 24 D) Y por lo que ha dejado de hacer, por ejemplo,
aceptar la tiranía (Tetrámetros a Foco, frag. 23 D). Es evidente que se trata,
en casi todos los casos, de composiciones polémicas, que expresan la propia
visión del poeta-estadista l9 y, como tales, testimonios de primerísima mano
para conocer la interpretación soloniana de su época sobre todo si tenemos
en cuenta que sus poesías acompañan a lo largo de toda la vida del autor el
curso de su pensamient020 y que posiblemente haya sido él mismo el respon-
sable de su puesta por escrito y conservación. 21
Pero, al mismo tiempo, el carácter apologético de estas composiciones
debe hacernos precavidos a la hora de enfrentarnos a su valoración. Salón
pretende acceder al poder; y si sus poemas le allanan el camino hemos de
pensar que han agradado a determinados grupos de presión dentro de la po-
lis ateniense, ya sea al demos ya (y como parece más probable) a parte de la
aristocracia, de quien dependería el nombramiento de los magistrados de en-
tre sus miembros. Por ello podríamos pensar que Salón dice a determinados
elementos aquello que quieren oír. La tendenciosidad de los mismos parece
a priori evidente, lo que hemos tratado de tener en cuenta al analizar la si-
tuación ateniense a inicios del siglo VI, tal y como la ve Salón. Por otro lado,
y por lo que se refiere a los poemas compuestos tras su arcontado, es mucho
más evidente aún la necesidad que siente el estadista de justificar su acción;
en este caso, sin embargo, esta justificación ya no parece dirigida solamente
a aquellos elementos que le apoyaron en su acceso a la suprema magistratu-
ra ateniense. Hay claros ecos del deterioro de la vida política, protagonizado
por el demos, aunque, eso sí, representado por sus hegemones, de cuyo ori-
gen aristocrático no cabría dudar. 22 En todo caso, posiblemente haya que
aceptar que estos hegemones tou demou también influyeron en su elección,
por lo que su exculpación también va dirigida a ellos en cuanto que fautores
y promotores de su carrera política.
Por lo mismo que decíamos anteriormente, el testimonio de estos poe-
mas solonianos debe ser cuidadosamente analizado antes de extraer conclu-
siones válidas, máxime si no perdemos de vista que la poesía no fue, ni mu-
cho menos, la principal ocupación de Solón23 aunque tampoco esto significa
que descuidase su práctica. Pero hay otro aspecto que me parece de un inte-
rés evidente. Si, como parece demostrado, Salón tiene necesidad de defen-
derse de los ataques que sus antiguos valedores le han hecho llegar de uno u
otro modo ¿no deberemos pensar que Salón se ha mostrado inmune a las
presiones que se han ejercido sobre el? Y si ello es cierto, ¿no deberemos
considerar sus poemas como un testimonio «objetivo» de la situación? El
problema, reconozcámoslo, es peliagudo. Si bien puede aceptarse este argu-
mento, sigue siendo peligroso confiar ciegamente en él, ya que también po-
LAS FUENTES 123

dríamos interpretar esta «independencia» de Salón desde otro punto de vis-


ta: el punto de vista del que, habiéndose comprometido con unos objetivos
determinados, cambia de idea y tiene que demostrar que esa idea no había
sido nunca suya. Ésa es la impresión que a mí me da la lectura de los
Tetrámetros a Foco (frag. 23 D.). El problema que subyace al poema es el del
cumplimiento o no por parte de Salón de sus compromisos. Salón afirma que
los ha cumplido con la ayuda de los dioses (v. 16), de lo que se desprende que
lo que se le achacaba por sus oponentes era, precisamente el no haberlo he-
cho. Aun cuando más adelante discutamos el asunto, lo cierto es que debe-
mos tomar los poemas de Salón con gran precaución,24 porque abundan en
él las contradicciones ya que, como vio Frankel, «Salón no construye un sis-
tema cerrado porque no es un auténtico filósofo».25
Por otro lado, ya hemos aludido anteriormente al uso que de Salón ha-
cen los diferentes grupos políticos que se enfrentan en la Atenas del siglo IV,
así como a la utilización que los autores de la época (tanto los Atidógrafos
como los oradores forenses) hacen de su figura y de su obra. No me cabe
duda alguna de que la gran disparidad de criterios existente, y el que el mis-
mo personaje pueda ser utilizado como bandera por facciones cuyos intere-
ses son radicalmente opuestos se debe, precisamente, a que la posición de
Salón, tal y como se manifiesta a través de su obra no quedó nunca lo sufi-
cientemente clara como para evitar esa serie de controversias que caracteri-
zan, ya desde que abandona el arcontado, su obra.
Bien es cierto que, en ocasiones, hay claras tergiversaciones de la obra de
Solón26 pero no lo es menos que las mismas son posibles por los aspectos
aparentemente contradictorios que ella presenta, al menos para el ateniense
que vive en el siglo IV, momento en el que las condiciones políticas son su-
mamente distintas a las del inicio del siglo VI, época en la que la obra de Sa-
lón tampoco gozó de un apoyo unánime. Pero si, además, pensamos que la
mayoría (por no decir la totalidad) de los datos que se conocían de forma fe-
haciente de la figura de Salón procedían de su propia obra, quedará mucho
más claro lo que pretendo decir que, en último término, no es, ni más ni me-
nos que debemos desconfiar de la poesía de Salón, del mismo modo que te-
nemos pleno derecho a dudar de otras fuentes posteriores. No querría yo,
pues, caer en el error de Ferrara que mientras que, por una parte muestra un
escepticismo casi absoluto a la hora de valorar la tradición sobre Salón, has-
ta el punto de rechazar validez a los datos que acerca de las leyes solonianas
se poseen, por otra adopta una postura de credulidad sin límites con respec-
to a la valoración de los poemas de Salón, como testimonio positivo de su
obra e ideas. 27
Desde el punto de vista métrico, podemos decir que los fragmentos de
Salón pueden agruparse en elegías (fragmentos 1 al 22), tetrámetros (frag-
mento 23), yambos (frags. 24 al 27) y hexámetros dactílicos (frags. 28-29),28
que la identificación de los mismos no siempre ha sido fácil, y que aún hay
disputas acerca de la pertenencia o no a Salón de determinados fragmentos.
Además, ocasionalmente se identifican posibles fragmentos solonianos que,
124 SaLóN DE ATENAS

han pasado desapercibidos, en obras posteriores que versan sobre la figura


de Solón. 29
Pasemos, pues, a considerar cada uno de esos fragmentos. Seguiremos
para ello, básicamente, la edición de Rodríguez Adrados,3o a quien remitimos
para todo el aparato crítico y erudito; para las referencias al contexto en el
que dichos fragmentos se han transmitido, además de las noticias que pro-
porciona el propio Adrados, son aconsejables también las ediciones más re-
cientes de West31 y de Gentili y Prato. 32 En cuanto a traducciones al caste-
llano, puede utilizarse la completa y bilingüe de Rodríguez Adrados,33 la
selección de García Gual, que recoge los fragmentos más importantes34 y
la virtualmente completa y también bilingüe de Ferraté. 35 Utilizaré la nume-
ración de Diehp6 en las referencias a los fragmentos.37

FRAGMENTO 1 D. Se trata de la composición llamada Elegía a las Musas,


también conocida como Elegía eis heauton (<<a sí mismo») que es una de las
más representativas de las composiciones del poeta, y en la que se halla con-
tenida buena parte de su pensamiento,38 que se complementa con el frag. 3
D o Eunomía. 39 A pesar de ser una de las composiciones de Salón más estu-
diada,40 aun queda por resolver una gran cantidad de cuestiones;41 en la Ele-
gía puede verse una serie de ideas básicas en esta composición que van mos-
trando una progresión del pensamiento del autor, siendo cada nueva etapa
una expansión, revisión o ilustración de una etapa anterior;42 a ello no son
ajenos los cambios en la perspectiva enunciativa, con calculados saltos entre
una postura neutra del narrador y narración en primera persona del plural,
mediante la que el poeta se involucra a sí mismo y a su audiencia en el rela-
tO. 43
En primer lugar, muestra el poema una invocación a las Musas, aquí pre-
sentadas como hijas de Mnemosine, un motivo tradicional del estilo épic0 44
y presente con relativa frecuencia en las composiciones de otros poetas. 45
Como se ha observado con frecuencia, las Musas no desempeñan aquí el mis-
mo papel que habían jugado con respecto a Hesíodo aun cuando es innega-
ble la relación que estos versos guardan con la poesía hesiódica;46 no obs-
tante ha sido objeto de debate si estas divinidades siguen desempeñando un
simple papel de tipo formal o si, por el contrario, tienen un sentido más pro-
fundo. Ello depende, en todo caso, de la interpretación que se dé a las peti-
ciones de Salón a las Musas, riqueza y consideración entre el resto de los
hombres; ciertamente, sobre la riqueza se continúa haciendo hincapié a lo
largo de toda la composición 47 y quizá aquí podamos encontrar el vínculo
con las Musas que, no obstante, no vuelven a aparecer de forma directa. 48
Sin embargo, otros autores han mostrado cómo realmente no puede ha-
blarse de «tema» de este poema, por cuanto que más bien parece que Salón
esté pasando de una idea a otra, como si estuviésemos asistiendo al propio
desarrollo de su pensamiento. 49 Esta petición, en la que solicita actuar según
un comportamiento determinado, dependiendo de si tiene que hacerlo fren-
te a amigos o a enemigos ha sido considerada por Eisenberger como la sín-
LAS FUENTES 125

tesis de la felicidad según las aspiraciones aristocráticas de la época, al tiem-


po que es un claro indicio del público al que iba dirigida la elegía. 50 Volvien-
do a la invocación, la misma da a la composición el aspecto formal de una
plegaria dirigida a las Musas que, en general, se considera limitada, como
mucho, a los primeros versos de la elegíaS! aunque hay quien opina que,
realmente, toda la composición se encuentra vinculada a ellas, en cuanto que
divinidades protectoras de la sabiduría, lo que explicaría la invocación a las
mismas, y no simplemente una genérica inspiración poética;52 lo que le pide
Solón a las Musas es felicidad (olbos) y fama (doxa), que pueden verse como
dos partes de una misma petición. 53
A continuación es posible observar la disposición que mueve a Solón,
puesto que ya en los vv. 5-6 se nos habla de los enemigos (echthroi), para los
que pretende ser terrible (deinos);54 también se nos habla de sus amigos, aun-
que de momento nos interesan más aquéllos, puesto que a continuación, su
referencia a las riquezas (chremata) obtenidas injustamente (adikos) se vin-
cula claramente con la mención anterior a sus enemigos que, obviamente,
son los que obtienen aquélla mediante esos procedimientos injustos (vv. 7-
8)55 de los que Solón claramente se desvincula. 56 Esta dicotomía aparece
como consecuencia de su actividad poética comprometida y quizá la petición
a las Musas indique que, mediante ella, pretende conservar su actual situa-
ción a pesar de que sus palabras le van a procurar enemigos. 57
Estos enemigos, por medio de la desmesura (hybris)58 y no ordenada-
mente (kata kosmon), sino mediante actos injustos obtienen esa riqueza que,
inmediatamente, les deparará la desgracia (ate) (vv. 9-13),59 término que se
convierte en Solón, poco a poco, en la materialización del castigo divino que
se avecina60 y cuya función será claramente purificadora, catártica;6! en efec-
to, y ante la situación descrita, el castigo de Zeus sigue indefectiblemente, y
puede manifestarse, incluso, en los más remotos descendientes de quienes
ejecutan tales acciones; ningún acto de este tipo quedará impune (vv. 17-
32).62 Así, no es tanto la garantía del castigo en cuanto tallo que puede ser-
vir de consuelo, sino la visión de un mundo donde todo se halla equilibrado,
y que encuentra un reflejo más o menos ideal en la polis. Es la amenaza del
castigo en la persona de los hijos de los culpables lo que piensa Solón que
puede detener las acciones injustas. 63 La riqueza, y sería el mensaje que quie-
re transmitir Solón, que se puede mantener de modo firme y seguro de prin-
cipio a fin es la que ha sido concedida por los dioses,64 es decir, la que ha sido
obtenida por procedimientos legítimos y justos,65 para algunos vinculados a
la posesión de la tierra. 66 Como ha sabido ver Allen, la ate es un proceso en
continuo desarrollo, como el fuego al que es comparada en el poema y como
la tormenta; como ella, el castigo de Zeus va creciendo hasta llegar al final al
máximo de su poder destructivoP
Tras este prolegómeno de clara amenaza hacia determinados individuos,
el poema cambia de énfasis,68 coincidiendo con un pasaje corrupto (v. 34)69 y
tras un catálogo de caracteres humanos (el cobarde, el pobre, el iluso, etc.)
(vv. 35-42)10 se explaya describiendo diferentes tipos de actividades que el
126 SOlÓN DE ATENAS

hombre, tanto el noble como el no noble (agathas te kakas te) se esfuerza por
realizar con la intención de enriquecerse: el comercio, el trabajo agrícola asa-
lariado, la artesanía, la poesía, la mántica, la medicina, (vv. 43-62), y aun
cuando cada una tiene sus riesgos y sus ventajas,?! acaba poniendo de mani-
fiesto un evidente pesimismo72 acerca de todo tipo de actividad humana, por
definición, condenada al fracaso,73 pues, en definitiva, todo es inútil: de lo
que los dioses entregan a los hombres (dara) no puede uno escaparse; es in-
evitable. Y, por ende, nunca se conoce el final de lo que se ha emprendido
(vv. 63-70). Ni tan siquiera mediante el trabajo puede el hombre ejecutar sus
esperanzas ni llegar a actuar justamente, puesto que desconoce el final, sólo
reservado a Zeus74 lo que puede determinar que llegue a sobrepasar ellími-
te permitido, pero que él desconoce, lesionando los derechos de los demás.7 5
La única manera de evitar la ruina es mediante la sabiduría.76
Finalmente, los últimos versos del poema concluyen afirmando que no
existe limite para la riqueza (plautas) hasta el punto de que los que más tie-
nen más quieren, sin que puedan verse saciados (vv. 70-73); sin embargo, hay
un cambio de perspectiva porque el poeta se incluye ahora también junto a
su público, buscando la identificación entre él y los comportamientos que
está denunciando.7 7 Como vio Nestle esto se relaciona con el inicio del poe-
ma: el hombre que no se contenta con lo que los dioses le entregan no co-
noce límites para sus ansias de poseer bienes. 78 Pero, y aquí vuelve a su idea
anterior, el infortunio, la desgracia (ate, nuevamente), es enviada por Zeus
para castigar a cualquiera de los que no han sabido hacer un buen uso de di-
chas riquezas (kerdea) (vv. 74-76);79 todo es producido y enviado por los dio-
ses y nada tiene lugar sin su consentimiento. 8o Es posible, como opinan algu-
nos autores, que en estos últimos versos Solón esté pensando sobre todo en
los ricos atenienses81 y el tono general del poema es de advertencia, em-
pleando para ello el recurso a dike que ya Hesíodo había popularizad082 pero
centrando más el énfasis en la colectividad que en el individuo, dando así un
paso más con respecto a Hesíodo. 83
Desde mi punto de vista, lo que Solón pretende mostrar en este poema
no es tanto una genérica admonición contra el afán desmedido de riquezas
de determinados individuos sino, ante todo, pretende poner en evidencia a
sus enemigos. ¿Quiénes son estos enemigos? Podemos responder que los
que se enriquecen con medios inicuos y a quienes les aguarda el inexorable
castigo de la divinidad en sus personas o en la de sus descendientes. Pero eso
no nos aclara excesivamente el problema. Sin embargo, en la elegía nos en-
contramos con un catálogo de actividades que realizan los hombres; hombres
que son agathai o kakai. Creo que el sentido que tienen aquí ambos térmi-
nos no es el de «afortunados» o «desdichados», respectivamente, como tra-
duce Adrados 84 o el «bueno» y el «ruin», como sostiene García Gual,85 sino
que, independientemente del sentido originario de ambas palabras, la con-
notación social me parece a mí evidente; prefiero entenderlos en su sentido
más social de los nobles y los que no son nobles.
Pero si observamos el catálogo de ocupaciones veremos que, en general,
LAS FUENTES 127

todas ellas, parecen propias, precisamente, de estos últimos, de los kakoi: la


agricultura asalariada, la artesanía, la mántica, la medicina86 y el comercio
con el fin de obtener ganancia (kerdos), es decir, un comercio de tipo no aris-
tocrático.87 En este sentido discrepo por completo de la opinión reciente de
Eisenberger para quien Solón no se está refiriendo al asalariado, artesano,
pequeño comerciante, etc. que trabaja para ganar su sustento diario, sino a
los grandes propietarios y grandes comerciantes que obtienen, como el pro-
pio Solón, grandes riquezas y que, naturalmente, forman parte de las capas
superiores de la sociedad.88 La exégesis realizada del texto parece estar
apuntando en dirección opuesta. Yo entiendo, pues, que el sentido que pre-
tende expresar Solón es, precisamente, que son los que no entran dentro de
esta categoría los que terminan por atraerse la cólera de Zeus, y son suscep-
tibles de recibir la ate o desgracia. Ellos serían los enemigos de Solón. y a
todo esto, no hay que olvidar que el propio Solón había ejercido previamen-
te el comercio, como nos informa Plutarco (Sol., 2, 1).89
¿Quiere esto decir que Solón se presenta como enemigo de la aristocra-
cia en conjunto? Seguramente, no es lícito afirmar algo así, sobre todo si,
como parece, este poema parece tener su lugar natural de enunciación en el
ámbito del simposio,9o institución claramente aristocrática; sí podemos decir,
sin embargo, que sus enemigos están en la aristocracia y, seguramente, tam-
bién podemos afirmar que Solón no cree tener enemigos entre los que no
forman parte de la misma. Estas actividades que menciona pueden permitir
(unas más que otras) obtener riquezas, pero no de forma injusta. Es el es-
fuerzo individual lo que juega, no la iniquidad; no obstante, para el hombre
no hay ninguna meta firme y segura en su camino hacia la riqueza, puesto
que los dioses lo tienen todo en sus manos, idea que Solón expresa siguien-
do la tradición de muchos otros poetas. 91
Es bastante probable que este poema sea anterior a su arcontado 92 y a su
obra legislativa, aunque los diferentes autores que han tocado el tema no se
han puesto totalmente de acuerdo;93 de ser así, como yo creo, me da la im-
presión de que· Solón está intentando orientarse, precisamente, como hege-
mon tou demou, como «jefe del pueblo» o jefe de una de las facciones en
conflicto,94 término al que el propio Solón aludirá en otro de los fragmentos
(frag. 3 D, v. 7) al que nos referiremos ulteriormente. A esta posible toma de
postura por parte de Solón ya hemos aludido al analizar la situación de la
Atenas pre-soloniana, así como la propia obra política de Solón y por ello
podemos decir que aquí, seguramente ya antes del inicio de su obra políti-
ca, Solón se apoya en unos «amigos» y se halla enfrentado a unos «enemi-
goS».95 Como ha visto recientemente Eisenberger en un interesante artículo
cuyos puntos de vista comparto en gran medida, en el poema en cuestión So-
Ión se dirige a sus iguales los aristócratas y, aunque no aparece ningún con-
ciudadano mencionado, y no hay referencias directas a Atenas y a la política,
la elegía es, claramente, un poema parenético con claras referencias políticas
y que va a ser dirigido a sus iguales, ya sea en un simposio o fuera de él.
Lo que Solón plantea es el respeto por parte de la aristocracia de los lí-
128 SaLóN DE ATENAS

mites de lo justo, su autocontención y, sobre todo, su respeto a los poderes


divinos, por cuanto que los dioses envían su ate, lo que puede traer como
consecuencia la destrucción del sistema de gobierno aristocrático vigente. 96

FRAGMENTO 2 D. SALAMINA. Se trata en este caso de la composición que ela-


boró Salón y que recitó públicamente para animar a los atenienses a recon-
quistar la isla. 97 Salón se presenta a sí mismo como heraldo (keryx) lo que ha
solido relacionarse con la prohibición existente de proponer ante las autori-
dades la cuestión de Salamina y el deseo de Salón de garantizarse algún tipo
de seguridad aun cuando, como ha visto Vox, parece como si Salón se fin-
giese no sólo extranjero sino enemigo en su patria98 y el poema asume, cla-
ramente, el tono de una arenga. 99 El tema que parece dominar es el de la ver-
güenza (aischos) por haber abandonado la lucha en torno a Salamina; una
vergüenza colectiva que debe verse contrarrestada por la gloria, también co-
lectiva, de su reconquista. 100 Ya hemos hablado en su lugar sobre el episodio
en cuestión y la importancia que, eventualmente, tuvo el mismo en la carre-
ra política de Salón. En todo caso, y a pesar de los escasos versos que posee-
mos de la elegía, el sentido de la misma parece bastante claro,101 tal y como
se argumentó en su lugar correspondiente.

FRAGMENTO 3 D. EUNOMÍA. 102 Aquí nos encontramos, sin duda alguna con
una de las principales poesías de Salón en la que más a las claras expresa los
que parecen ser sus ideales políticos y da la impresión de que conserva-
mos la composición completa. 103 Como vio Jaeger, en esta poesía, como en
ninguna otra puede observarse la íntima unidad entre el Salón estadista y el
pensador Solón. 104 Analicemos a continuación los principales aspectos que
presenta el poema. 105
En los vv. 1-4 106 nos hallamos con lo que podríamos considerar como una
especie de «acto de fe». Salón está seguro de que la protección que ejerce
Palas Atenea 107 sobre la ciudad (sobre «nuestra ciudad», como la llama)108 es
tan grande que ningún tipo de acción inicua (a las que todavía no ha aludi-
do, pero cuya introducción va preparando) va a determinar una eventual
destrucción de la ciudad por Zeus, dentro de una línea de pensamiento en la
cual la frontera que separa lo humano de lo divino se va distanciando y dife-
renciando lO9 aun cuando todavía participa de ideas claramente desarrolladas
en Homero (/l., VI, 448-449) acerca de lo inexorable de la acción divina. 11o
No obstante, en estos primeros versos se descarga a los dioses de la respon-
sabilidad de los males que afligen a la ciudad lll para, en los siguientes (vv. 5-
29) ir desgranando su diagnóstico. 112
He de insistir en ese sentido de coparticipación en algo común que Sa-
lón destaca al hablar de «nuestra ciudad», y situar estas palabras, de gran
emotividad, como las primeras del poema;1l3 de aquí se va a derivar lo que
viene después. Salón habla, aconseja, advierte y aporta soluciones porque es
partícipe o, al menos quiere serlo, de su ciudad, posiblemente frente a visio-
nes exclusivistas mantenidas por quienes ostentan el poder, y evitan esa par-
LAS FUENTES 129

ticipación a los demás;114 y, al tiempo, quiere también hacer que se sientan


partícipes de esa misma ciudad aquéllos que le escuchan, los destinatarios de
su poema, para algunos, sus propios compañeros de banquete. IIS
En efecto, y es el contrapunto a los primeros versos, parece como si al-
gunos de los ciudadanos (astoi) pretendiesen destruir la ciudad, sometidos
al deseo de amasar riquezas (chremata); de entre ellos destacan de manera
preeminente los jefes del pueblo (hegemones tou demou), de comportamien-
to inicuo (adikos naos), a los que predice muchos dolores (vv. 5-9).116 Son
ellos, igual que los que no siguen los procedimientos ordenados del banque-
te,117 los que, ejecutando acciones injustas, lIS se dedican a la rapiña (harpa-
ge) de bienes tanto da los templos (hieran) como del pueblo (demosion) I19 al
tiempo que «no son respetados los venerables cimientos de la Justicia» lo
que, con el tiempo, determinará que la misma acabe por vengarse (vv. 10-
16).120 Nuevamente nos hallamos aquí con la divinidad inexorable que, aun-
que aparentemente pasiva, aguardará tranquilamente su venganza. Como
afirma aquí Salón, ésta se producirá con el paso del tiempo, y la misma se
manifiesta, ante todo, en la discordia civil (stasis) y en el surgimiento de «par-
tidos» o grupos con determinados intereses (synodoi) que sólo gustan a los
perversos (adikoi) y provocan la esclavitud de la ciudad (vv. 17_22).121
El resultado de todo ello es la forzada marcha de muchos pobres a otros
países, esclavizados y humillados, con lo que la ciudad pierde a muchos de
sus ciudadanos (vv. 22-25). Pero es interesante constatar cómo esto es perci-
bido por Salón como un infortunio público (demosion kakon) que penetra
hasta el último rincón de la casa (oikos) de cada uno (vv. 26-29). Nestle ob-
servó cómo aquí se percibía un eco diferente al que presenta la Odisea, don-
de no se alude a comunidades, sino a individuos; la poesía de Salón se inser-
ta ya en una comunidad política, aunque el eco épico sea grande todavía 122 y
es a la comunidad en su conjunto a la que alcanza el castigo, no sólo a un de-
terminado grupo de individuos. 123 Hay aquí un nuevo énfasis en el sentido de
la comunidad y en la importancia que los ciudadanos tienen en la misma l24
y ello se percibe en esa poderosa evocación al infortunio público, que puede
triunfar sin que lo privado sirva de refugio para el mismo. 125 A continuación,
y también es un dato significativo, Salón se presenta ante los atenienses
como su instructor, impulsado por su propio thymos (su corazón o su alma)
a actuar como tal, retomando claramente el motivo épico del envío de un
dios como consejero a los hombres, pape! que asume aquí el propio Salón, y
que será de gran importancia para el desarrollo posterior de su obra. 126
Como han visto West y Henderson la audiencia de Salón posiblemente está
compuesta por la ciudadanía ateniense reunida en e! ágora. l27 Para Salón,
todo e! panorama anteriormente expuesto ha servido de ejemplo de a qué
males puede llevar e! desorden, el mal gobierno, la Disnomía 128 (vv. 30-31) a
la que, acto, seguido, opone a la Eunomía, el buen orden, el buen gobierno 129
una de cuyas primeras acciones, como el propio Salón afirma, será colocar
grilletes a los malvados (adikoi). Tras esto, Salón describe cómo todos los
motivos de discordia cesan, siguiendo una descripción en cierto modo para-
130 SOLÓN DE ATENAS

lela a la anteriormente realizada de los infortunios (vv. 32-38); como conclu-


sión, señala que la Eunomía convierte todas las cosas humanas en justas, pro-
porcionadas y sabias J30 introduciendo con ella una nueva moral en la ciu-
dad. J31
Esta poesía soloniana se ha considerado, y con razón, como muy impor-
tante a la hora de aclarar las ideas políticas y las intenciones de Solón;132 si
bien esto es cierto, yo propongo también una interpretación en cierto modo
distinta. Generalmente se ha tendido a hacer referencia a estos principios
más bien abstractos que nos encontramos en esta elegía, y en mi opinión no
de forma totalmente injustificada. Pero a mi me parece ver aquí una clara re-
ferencia, además de a esos principios de la stasis, de la Disnomía y de la pos-
terior Eunomía, a la acción concreta de unos individuos, los que él llama je-
fes del pueblo (hegemones tou demou), que son los causantes de todos los
males y a los que hay que eliminar, tal y como se pone de manifiesto tras la
implantación de la Eunomía. De esta manera, Solón afirma pretender evitar
la lucha civil y la guerra; pero, al mismo tiempo, ve cómo la llegada de la eu-
nomía determinará, además de la vuelta a la normalidad, el sometimiento de
esos individuos. Y mi pregunta es: ¿puede conseguirse esto sin necesidad de
enfrentamiento? Creo que la respuesta es negativa. Solón, hábilmente, re-
chaza cualquier forma de violencia a priori, pero no renuncia a ver a sus ene-
migos (que son los enemigos de la eunomía, obviamente), aherrojados. Él no
dice cómo va a lograrlo y traspasa esa competencia a la eunomía. Salón con-
sigue que en su poema no quede del todo clara la posición partidista que él
mismo asume. Rechaza los synodoi o conciliábulos de sus enemigos, como
causa de malestar interno; les acusa de destruir la ciudad o, al menos, de in-
tentarlo. Y es la eunomía la que solucionará los problemas. Una eunomía
que, en último término, llagará aunque Salón no sea explícito acerca del
cómo y del porqué de su venida. l33
Pero analizando el poema creo que también pueden averiguarse estos
detalles. En efecto, la disnomía es, en último término, consecuencia de las ini-
cuas acciones de esos jefes del pueblo que quebrantan la dike, la cual se ven-
gará sobre la ciudad toda. 134 Eunomía, por el contrario, reinará cuando se ha-
yan restituido los fundamentos violados de esa dike; es decir, cuando quien
tenga capacidad de decisión gobierne bajo la inspiración da esa Justicia pre-
viamente ultrajada. Éste será, obviamente, Salón. Y no pueden dejar de re-
cordarse a este respecto los versos de la Teogonía de Hesíodo, en los que la
Dike ultrajada va a buscar refugio ante su padre Zeus y los versos iniciales
de este poema en el que Zeus mismo se convierte en el que tiene en sus ma-
nos el destino de Atenas. l35 Del mismo modo, en Hesíodo hallamos una tem-
prana personificación de Eunomía (Teog., 901-903), en cuanto que guardia-
na del orden social; se trata de una condición del estado en la que los
ciudadanos obedecen la ley, no en la que las leyes son buenas. 136 Pero, al mis-
mo tiempo, y aunque tome de Hesíodo (y de Homero) ese concepto de dike,
Salón le da un contenido totalmente nuevo al hesiódico; para él sería una es-
pecie de «justicia inmanente de todo lo que ocurre»;13? hay además un cam-
LAS FUENTES 131

bio importante con respecto a Homero y Hesíodo y es que, frente a las ela-
boraciones teóricas de ambos, en Solón Eunomía se convierte en un progra-
ma político 138 y Disnomía muestra ya un claro referente a comportamientos
humanos, frente a la visión divina y distante de Hesíodo. 139 En Solón subya-
ce una visión de la polis como un organismo vivo, en el que cualquier des-
equilibrio produce una reacción indeseada, una enfermedad, que hay que sa-
nar restableciendo ese equilibrio, papel que desempeña la Eunomía. 140
Pero hay otro aspecto que también merece ser tenido en cuenta. La situa-
ción que está describiendo Solón en su poema es totalmente ficticia. No ha
ocurrido aún. Es lo que, previsiblemente puede ocurrir; los ejemplos en otras
ciudades no debían de ser escasos y Solón, que había viajado, sin duda lo sa-
bía. Es un poema ejemplificador; pretende que Atenas tome conciencia de la
situación que se avecina; pero tampoco puede pensarse que Solón esté ha-
blando de algo abstracto. Sus oyentes debían de saber perfectamente a quié-
nes se estaba refiriendo, a quiénes estaba acusando de destruir la ciudad y con-
tra quiénes tenía intención de actuar, arropado por el concepto de la eunomía,
cuyo representante sería él mismo. Como afirmó Linforth, no se trataba de un
lamento estéril, sino del ofrecimiento de una política constructiva. 141

FRAGMENTO 4 D. En este fragmento el tema sigue siendo el mismo; Atenas,


la tierra más antigua de Jonia, se halla en declive (vv. 1-3). Solón juega aquí
sabiamente con esta antítesis; por un lado, usando la perífrasis pone de ma-
nifiesto la grandeza de Atenas metrópolis de Jonia; por otro, frente a esta re-
afirmación del pasado glorioso, alude a la decadencia por la que atraviesa la
ciudad. Como afirma Vox, «Solón, de hecho, llora por la suerte de la propia
tierra como madre (y al tiempo quizá sobre la suerte de los propios conciu-
dadanos como hijos)>>.142
Las causas de los males son, como cabría de esperar, el amor a las rique-
zas y la arrogancia, aunque no sabemos exactamente de quién, al hallarse es-
tas palabras en medio de una laguna del texto. No obstante, a través de los
versos siguientes, sí podemos seguir la línea del pensamiento soloniano. Evi-
dentemente, se está dirigiendo a aquéllos que han alcanzado muchos bienes
hasta la saciedad; y es interesante cómo alude a los mismos: se dirige perso-
nalmente a ellos en forma directa: «vosotros ... que habéis llegado hasta la
saciedad (koros) de muchos bienes ... ». Y a ellos les dice que «nosotros no
nos someteremos» (vv. 8-9). Nuevamente, el empleo aquí del pronombre en
plural, con una contraposición «nosotros-vosotros». Acostumbrados al estilo
de Solón que, generalmente, se responsabiliza él solo de sus opiniones,
no deja de ser interesante el que nos lo encontremos aquí hablando en nom-
bre de otros, puesto que esto es lo que está haciendo Solón. Éste se está di-
rigiendo a ellos en concreto. Y aunque a nosotros nos resulte problemática
su identificación, parece claro que el oyente contemporáneo de Solón sabe
perfectamente a quiénes van dirigidas sus amenazas y advertencias. Y no
sólo eso; también queda claro quiénes son aquéllos en nombre de los cuales
está hablando.
132 SaLóN DE ATENAS

Es evidente que Salón no se encuentra sólo; que se anticipa a las inten-


ciones de sus oponentes, poniéndolas al descubierto y pasando al contraata-
que; les amenaza al tiempo que les asegura que ellos no obedecerán. ¿Quié-
nes son aquéllos que se engloban en el «nosotros» que emplea Salón? Sin
duda la solución se halla en los últimos versos de la elegía: Dice Salón que
hay muchos malos (kakoi) que son ricos (ploutousi), mientras que muchos
buenos (agathoi) son pobres. No me cabe la menor duda de que Salón ha es-
cogido con gran precisión los términos que emplea; hasta el punto de que se-
guramente juega claramente con sus significados y sus connotaciones. Salón
está contraponiendo los sentidos de agathoi y de kakoi, dándoles una con-
notación sustancialmente nueva. Los agathoi los nobles por antonomasia,
suelen ser también los ricos: los kakoi, el demos, suele ser pobre. Lo que Sa-
lón está haciendo aquí es describir la situación a la que se ha llegado, en la
que hay muchos de noble nacimiento (quizá como él mismo) que son pobres
y hay muchos otros de baja estirpe que se han enriquecido; sin embargo, la
virtud, la arete, patrimonio de los nobles, de los agathoi, no tiene por qué pa-
sar a los no nobles, a los kakoi, a pesar de su riqueza. 143 Es posible que esta
dicotomía entre dos grupos diferentes sea semejante, aunque quizá menos
elaborada, a la que observamos en los primeros versos del frag. 5 D (vv. 1-4),
ya posteriores a su arcontado.
La conclusión del poema, como no podía ser de otro modo, es que la vir-
tud (arete) permanece inconmovible por siempre, mientras que las riquezas
son inciertas e inseguras. l44 En efecto, creo que podemos ver aquí a Salón ha-
blando en nombre de un conjunto de individuos que se definen como virtuo-
sos porque no son ricos (a pesar de ser nobles); de ser esto así, podríamos ver
a Salón, al frente de su propia facción (en cuyo nombre habla), enfrentado a
otras facciones y grupos dentro de la ciudad; facciones que, si hemos de seguir
adelante en esta idea, están en manos de los nobles y ricos que obtienen sus ri-
quezas, casi por definición, de forma injusta e inicua. Pero el fin de éstos está
próximo; ellos no poseen la virtud, seguramente la única que «hace noble»
(agathos) al que la posee; tienen, sin embargo, la riqueza que no les capacita
para poseer la arete, sino todo lo contrario; la riqueza y la kakia son equipara-
das. Hay aquí una auténtica «sedición en las palabras» por retomar la expre-
sión de Loraux. 145 Salón trastoca en cierto modo el sentido usual de los térmi-
nos. ¿Podríamos ver aquí a Salón actuando demagógicamente para atraerse a
una parte de la población ateniense, claramente aquellos que no forman par-
te de la aristocracia dirigente y cuyo nivel económico es (relativamente) bajo?
Yo creo que sí y, en este poema, mostraría una vinculación semejante a la
presente en los analizados anteriormente. Parece claro que hay que situar
esta elegía, como las anteriores, en el periodo anterior al arcontado cuan-
do, podríamos decir, está buscando sus apoyos entre sus iguales y, quizá indi-
rectamente, en el demos al que, por otro lado, va a favorecer con sus prime-
ras medidas, entre ellas, la sisactía, como hemos visto en su lugar corres-
pondiente. 146
LAS FUENTES 133

FRAGMENTO 5 D. Éste es uno de los fragmentos más célebres de toda la pro-


ducción de Solón, en el que hace balance de cuál ha sido su obra y cómo ha
satisfecho, desde su punto de vista, las aspiraciones de los diferentes ele-
mentos de la sociedad ateniense. El fragmento se inicia con una clara dife-
renciación entre dos grupos sociales; en primer lugar, se alude al demos; en
segundo lugar, y mediante una perífrasis, a «los que tenían el poder y eran
apreciados por sus riquezas» (v. 1_4).147 Nos encontramos nuevamente aquí
ante los dos grupos en conflicto, y para los cuales el comportamiento solo-
niano, según su propio testimonio, ha sido diferente. Por lo que se refiere al
demos, ha recibido algo de Salón: geras; por lo que se refiere a los ricos y po-
derosos, evita que sufran injuria. Se establece, por consiguiente, una contra-
posición: al demos hay que darle algo; a los nobles hay que evitar que se les
quite nada. Lo problemático es saber cómo puede conseguirse lo uno sin lo
otro. En la praxis política griega, como es sabido, esto no suele ser fácil de
lograr. Quizá, empero, podamos tratar de ver qué es lo que concede y qué es
lo que mantiene.
Al pueblo le ha dado geras, tanto cuanto le basta, pero nada más: no les
ha dado (pero tampoco les ha quitado) time. El problema se halla, por con-
siguiente, en el significado concreto de eso que les ha dado y de aquello que
no les ha quitado. Geras, como ha sabido ver muy bien Carlier es una de las
principales prerrogativas de los reyes, que se concreta en una serie de privi-
legios, tal vez en último término conferidos por la divinidad (parte de honor
en el reparto de botines, banquetes reales, témenos, regalos y themistes, fun-
ciones religiosas, funciones diplomáticas, mando del ejército, etc.); pero tam-
bién la time es prerrogativa de los reyes. Carlier afirma que geras y time de-
signan aún en el mundo homérico a la realeza por metonimia;148 del mismo
modo, la sucesión de los reyes espartanos viene determinada por el mayor o
menor grado de time real que posea el virtual heredero l49 pero, al mismo
tiempo, estos mismos reyes espartanos, como los reyes homéricos, tienen una
serie de gerea que, como en la propia tradición de los poemas épicos se con-
sideran como un «regalo» del pueblo a sus reyes por la contraprestación de
servicios también eminentes. 15o
El caso espartano es significativo al respecto; en efecto, si seguimos la ar-
gumentación de Carlier, referida a la realeza en esta polis, veremos cómo la
time es algo que se posee y que capacita a su poseedor para reinar; los gerea,
por el contrario, son concesión del pueblo a estos diarcas. En cualquiera de
los casos, ambos conceptos suelen aplicarse con referencia a los reyes sobe-
ranos o a los aristócratas; no suelen aparecer como una característica del de-
mos. «Honor» y «estima», respectivamente, suelen ser las traducciones más
habituales para ambos términos, pero eso arroja poca luz sobre el problema
de qué es lo que ha hecho Salón por el demos a menos que apliquemos el pa-
ralelo espartano, al que ya hemos aludido, y que se refiere, ante todo, a la fi-
gura real. Salón, cuando asegura que ha entregado geras al demos, cuanta le
basta, posiblemente es consciente de estar hablando no un lenguaje regio
134 SOLÓN DE ATENAS

pero si homérico (que, como asegura Carlier, es muy semejante al aplicado a


los reyes espartanos); el geras es el tipo de honor que se les concede a los ba-
sileis homéricos. ¿No podríamos pensar aquí que Solón ha concedido, a su
vez, un honor equiparable al demos ateniense? Es problemática la cuestión
pero, precisamente la correlación «tanto ... cuanto le basta» posiblemente
incida en ese asunto. Para que el demos pueda ser respetado es necesario que
comparta algo del honor que le corresponde a los aristócratas, pero no de
una forma desmesurada, sino solamente cuanto es necesario; por ello, el re-
lacionar este concepto con las atribuciones, desiguales, dadas a cada una de
las cuatro subdivisiones censitarias (tele) que él ha establecido, no parece im-
probable. 151
La time, por su parte, es algo que puede considerarse como algo propio
e innato. Que la time del demos es, seguramente, «menor» por así decirlo,
que la de los aristócratas, no parece dudoso. Pero con relación a ella Solón
no ha tomado ninguna decisión según resulta del poema. Ha pensado que es
mucho más oportuno el mantenerla inalterada. 152 Si tanto ese geras como esa
time se concretan en hechos económicos, como ha sugerido algún autor, es
algo que, desde mi punto de vista, no queda excesivamente claro. 153 Por fin,
tampoco podemos perder de vista que la time también puede perderse (como
en Plut., Sol., 20, 1); es la llamada atimia, que suele interpretarse como la
pérdida de la condición de ciudadano y sus derechos inherentes, aunque su
sentido originario sería seguramente mucho más fuerte, implicando algo así
como quedar fuera de la ley,154lo que implicaba que cualquiera podía matar
al atimos sin tener que responder ante la ley por ello. 155
Mucho más claro queda, sin embargo lo que ha hecho por los nobles, de
los que, como ya hemos visto, Solón se ocupa de forma especial: «Me preo-
cupé», dice, «también de que éstos no recibieran ningún ultraje»; pero el sen-
tido del verbo que emplea, phrazo, indica claramente el matiz que Solón
quiere transmitir; tiene una preocupación defensiva: «protege», «fortifica»,
«defiende» a los nobles para evitar esos ultrajes. Hay, pues, un uso de un tér-
mino militar que adquiere su pleno sentido cuando, en los versos siguientes
(vv. 5-6) Solón se nos presenta en medio de los dos bandos en lucha, rodea-
do, podríamos decir, por ellos, y empuñando su poderoso escudo, no permi-
tiendo que unos venciesen a otros contra justicia. 156 El escudo que empuña
Solón no aparece definido como aspis, término habitual para el escudo ho-
plítico, sino como el viejo escudo que aparece ya en Homero el sakos, gene-
ralmente atribuido a Ayax el Salaminio.1 57
Vox ha subrayado también que la terminología que emplea recuerda ve-
ladamente la imagen de la esclavitud y que la propia imagen del escudo
muestra también la idea de la esclavitud a la que se opone; añade también
que «colocando un escudo en lugar del yugo entre ambos grupos, Solón los
ha protegido maternalmente, como verdadero y auténtico kourotrophos»,
equiparándose veladamente a la propia Deméter eleusina. 158
Tras una laguna, el poema sigue con una afirmación que, posiblemente,
sirve para explicar lo anterior. Vuelve nuevamente el tema de los jefes del
LAS FUENTES 135

pueblo, de los que ahora se dice que serán seguidos mucho mejor si son mo-
derados pero, al tiempo, firmes (es decir, si no se deja al pueblo demasiado
suelto pero tampoco se le fuerza demasiado). Se ve claramente cómo es a
ellos a quienes está confiado el cuidado del demos; el demos reflejará en su
comportamiento la actitud de sus jefes. El propio Aristóteles ha comprendi-
do así estos versos cuando afirma que se refieren a cómo hay que tratar a la
muchedumbre (plethos) (Ath. PoI., 12,2). Y, abundando en ello. añade Salón
que la saciedad (koros) da lugar a la desmesura (hybris), especialmente en
aquellos hombres cuya mente no está equilibrada (vv. 7_10).159 Hay aquí una
clara referencia a la responsabilidad que tienen los jefes del pueblo frente a
éste; son ellos los que tienen que saber dirigirle, evitando que caiga en la des-
mesura porque, como puede verse en el fragmento y por exclusión, son ellos
los que poseen una mente equilibrada. El demos, según lo que expresa Sa-
lón, no es capaz de discernir lo que le conviene; ésa es la función de los jefes
del pueblo. Para evitar la lucha entre ellos Salón adopta un aspecto de gue-
rrero, firme entre los dos bandos.
Al pueblo le entrega geras, pero es competencia de sus jefes el saber ad-
ministrarla convenientemente. Al partido opuesto, los que poseen el poder y
la riqueza, le defiende contra los embates del demos, dirigido por sus jefes. Y
el enfrentamiento se resuelve, al menos desde el punto de vista de Salón
aconsejando a los jefes del pueblo moderación en el uso que hagan del geras
entregado al pueblo; el demos no está del todo preparado para asumirlo. Sa-
lón ha hecho mucho por él al dárselo, pero es competencia de sus jefes el ad-
ministrarlo. Creo que la postura de Salón se nos presenta aquí de forma muy
clara. Él defiende, porque así lo dice, a los nobles y encarga a los jefes del de-
mos (seguramente también nobles y, por ello, con capacidad de discernir)
que aconsejen al pueblo cómo hacer uso de sus privilegios recibidos; y el
modo es no dejándolo demasiado suelto ni oprimiéndolo en exceso. De lo
que se trata es de llegar a un compromiso en el que el demos no dé rienda
suelta a sus deseos, lo que se consigue con una dirección sabia; una dirección
que corresponde, sin ninguna duda, a los jefes del pueblo cuyo origen aristo-
crático es claro. El último verso del fragmento en el que Salón se lamenta
de que en los asuntos importantes sea difícil agradar a todos no hace sino
abundar en las dificultades con las que tropieza en su labor y que, previa-
mente, le han llevado a adoptar la figura del guerrero separando a los ban-
dos en conflicto con su escudo. 160

FRAGMENTO 6 D. Este breve fragmento, en el que se alude a las bocas del


Nilo y a la costa de Canobo es uno de los testimonios que con más frecuen-
cia se han empleado para demostrar la visita de Salón a Egipto, y el propio
Plutarco (Sol., 26, 1) que es quien transmite el pasaje, asegura que Salón se
detuvo en esa región.

FRAGMENTO 7 D. Se trata aquí del final de una composición dirigida a Filo-


cipro, rey de Chipre, de la que se conservan tres dísticos. Generalmente se
136 SOLÓN DE ATENAS

vincula a la tradición de que Solón dirigió la fundación de la nueva ciudad de


Solos que, en recuerdo de su fundador, habría recibido ese nombre. Sobre la
cuestión de Solos ya hemos hablado en la Primera Parte; en el último dístico
del poema se aludiría a una fundación (oikismos) que, por el uso del demos-
trativo «esta» (tode) no puede ser otra que la propia Solos, en la que ha de-
seado a Filocipro que reine por siempre, así como a sus descendientes. Si es-
tos versos fueran auténticos mostrarían que, ciertamente, Solón ha
participado en la fundación de Solos, aunque algunos autores han insistido
en que se trata de un añadido posterior, precisamente para vincular al ate-
niense con ese hecho. 161 La exégesis del poema no permite entrar en más de-
talles a no ser el mencionar las reminiscencias homéricas de la despedida de
Solón y su deseo de regresar a su patria. 162

FRAGMENTO 10 D. En este fragmento y en los tres siguientes prefiero la or-


denación que de ellos hace Adrados, basándose en Héinn 163 porque parecen
estar refiriéndose a lo mismo: las advertencias contra el poder de un tirano.
Si el mismo es Pisístrato o no, es otro asunto aunque no podemos perder de
vista el hecho de que Diógenes Laercio asegura (1, 50) que esta elegía prue-
ba que ya Salón previó (prolegontos) la tiranía de PisístratoY>4 El fragmento
10 se inicia con la descripción de dos fenómenos meteorológicos: la furia de
la nieve y del granizo, que proceden de las nubes; el trueno que procede del
brillante relámpago. (vv. 1-2). En los dos versos siguientes se nos dice que el
Estado es destruido por los grandes hombres y que el demos, por su igno-
rancia, cae en la esclavitud de un solo gobernante (monarchos) (vv. 3_4).165
Es evidente que ambas proposiciones se hallan relacionadas y que tene-
mos aquí una transposición a la situación humana (política incluso) de lo que
pasa en el ambiente atmosférico. ¿Qué quiere decir todo esto? Puesto que
los términos de la comparación parecen claros, es posible relacionar la nube,
que produce la nieve y el granizo furiosos con los grandes hombres, respon-
sables de la destrucción del Estado. La nube, habitualmente beneficiosa, en
cuanto que productora de lluvia que riega los campos, puede volverse peli-
grosa cuando arroja de sí la nieve y el granizo. Del mismo modo, los grandes
hombres, sobre quienes descansa la responsabilidad del (buen) gobierno
pueden, ocasionalmente, llevar a la polis a la destrucción. Creo que queda
implícita, con la propia comparación, la reversibilidad de la situación; igual
que se sabe que la nube puede volver a producir lluvia beneficiosa, los gran-
des hombres pueden volver a desempeñar la función para la que han sido lla-
mados.
Del mismo modo ocurre con el segundo elemento a comparar; si se ad-
mite la relación previa, habrá que tratar de relacionar al relámpago y al true-
no con el demos y la tiranía. Igual que el relámpago, el rayo, es el que
produce el trueno, el demos es el que da vía libre a la tiranía. Aquí la com-
paración es de un tenor diferente; más bien, de causa-efecto. El relámpago y
el trueno son fenómenos también pasajeros, pero en el plano humano, no
obstante, no podemos aplicar un esquema igual al que hemos visto antes. El
LAS FUENTES 137

demos permanece y, hay que pensar, mientras que persista su ignorancia,


también lo hará la posibilidad de que exista un monarchos. La irreversibili-
dad del proceso queda patente en los versos siguientes (vv. 5-6) no puede
contenerse fácilmente a alguien excesivamente elevado; es muy difícil arro-
jar de su ilícito puesto a un tirano ya encumbrado.

FRAGMENTO 11 D. Vinculado por algunos editores con el anterior, a partir


sobre todo de la referencia, en este caso no más explícita, al mar embraveci-
do por los vientos pero que, en caso de no ser alterado es la más tranquila
de todas las cosas (la más justa, dikaiotate dice literalmente Salón), pudiera
muy bien tratarse, como ya sugiere Adrados, de una referencia al pueblo ate-
niense, al tiempo que señala este autor que la comparación de una asamblea
con el mar agitado por el viento ya está presente en Homero (/1., ll, 144)166
aun cuanto su amplitud semántica es mucho mayor. 167 Del mismo modo, la
referencia a la tormenta se relaciona con toda una serie de conceptos afines:
guerra, agitación, hombres malvados y se trataría, tal vez, de una respuesta
alegórica de Salón a la petición que muchos le habían hecho de asumir la
tiranía. 168 También es posible ver aquí una imagen del concepto de justicia de
Salón, en cuanto que observancia de unos límites y mantenimiento de un
equilibrio establecido. 169

FRAGMENTO 9 D. Igual que del anterior, de este fragmento sólo poseemos


dos versos en los que Salón, en primera persona, hace referencia.a la natu-
raleza de su locura (manie), que en poco tiempo les será revelada a los ciu-
dadanos, al hacerse pública (literalmente al ponerse en medio, es meson) la
verdad. El tema de la locura referido a Salón aparece en algunas ocasiones
en las fuentes que de él tratan y, como ha sugerido Freeman 170 es posible que
las referencias a la misma que hace Salón en sus poemas pueden haber sido
tomadas como base por autores más tardíos para aludir a la locura de Salón
en algunas ocasiones como, por ejemplo, en el episodio de Sala mina. En este
fragmento parece mucho más inminente la presencia de un tirano, posible-
mente Pisístrato, si tenemos en cuenta que ya Diógenes Laercio (1, 49) men-
ciona la circunstancia de que Salón compuso estos versos para contestar a
los partidarios de Pisístrato que en el Consejo (¿el Areópago?) le tacharon
de loco por advertir al pueblo contra la tiranía de aquél. l7l

FRAGMENTO 8 D. Por fin en este último fragmento de los cuatro que, pre-
suntamente, corresponden al mismo poema, parece evidente la referencia a
una tiranía ya establecida en Atenas. Retoma aquí Salón el tema ya enun-
ciado en el fragmento 3 D al dejar a los dioses en un segundo plano y no res-
ponsabilizarlos de los errores humanos. En efecto, el fragmento empieza
aconsejando (seguramente al demos) que no le echen la culpa a los dioses de
los desastres que han ocurrido, sino a su propia ineptitud (vv. 1-2), al tiempo
que les recuerda que han sido ellos mismos los que reforzaron a éstos (tou-
tous) dándoles el poder y entregándoles medios de actuación (rymata don-
138 SOLÓN DE ATENAS

tes), una referencia posiblemente a la guardia personal acordada a Pisístrato.


La consecuencia de ello es el sometimiento a una vergonzosa esclavitud (vv.
3-4). El problema es intentar explicar el toutous, en plural que aquí aparece.
Creo que sólo caben dos explicaciones posibles. O bien está hablando de «ti-
ranos» en general, o bien se está refiriendo, concretamente, a uno de ellos, a
Pisístrato y a todo su entorno por lo que tiene que emplear el plural.
Si bien por un lado pudiera pensarse que es la primera solución la que
pudiera parecer más correcta (el sentido general del fragmento quizá así lo
indicase), por otro lado, en los primeros versos da la situación como ya ocu-
rrida. Las desgracias ya han tenido lugar, y posiblemente también las lamen-
taciones de aquéllos que las están sufriendo. Es a ellos a quienes Salón diri-
ge su mensaje y sus reproches. Éstos se concretan en lo siguiente: por una
parte, reconoce la astucia individual de cada uno (utiliza el símil de la zo-
rra)172 pero les acusa de que cuando se hallan todos reunidos posean una
mente insustancial, puesto que se dejan engañar por el discurso de un hom-
bre adulador y lisonjero sin prestar atención a nada más (vv 5-8).173
Tenemos también aquí, nuevamente, una referencia al pensamiento frí-
volo e insustancial de estos individuos; ya en el frag. 5 D advertía de los pe-
ligros que podían acarrearle al Estado estos individuos en el caso de que
no fuesen convenientemente orientados por los jefes del pueblo. Como quie-
ra que sea, parece que los temores de Salón han terminado por cumplirse. A
partir de lo visto, pues, parece bastante posible relacionar, como se ha hecho,
estos cuatro fragmentos como formando parte de una sola composición, aun
cuando tampoco puede excluirse que pueda tratarse de más de una, depen-
diendo de la relación que pueda establecerse, en cada caso, con Pisístrato. 174
Sin duda el o los poemas completos debieron de jugar un papel importante
en la elaboración de las, en ocasiones contradictorias, tradiciones que tienen
como protagonistas a Salón y a Pisístrato. 175

FRAGMENTO 12 D. Este fragmento, del que sólo se conservan dos versos, y


del que falta un contexto claro, remite a los ideales aristocráticos de amor
homosexual y la pedofília;176 quizá correspondan, como se ha sugerido re-
cientemente, a poemas.de tinte erótico o, en general, ligeros que buena par-
te de autores posteriores pudieron llegar a conocer pero que, habitualmente,
no eran citados a propósito de Solón. 177

FRAGMENTO 13 D. Igual que el fragmento anterior, incide éste otro también


en los ideales aristocráticos, aunque en este caso centrados en los hijos (o en
los jóvenes amados),178 los caballos, los perros de caza y los huéspedes ex-
tranjeros; ideales todos ellos que también aparecen en los Poemas Homéri-
cos. Acerca de la posible intencionalidad de este fragmento y del anterior,
hablaremos a propósito del siguiente. No obstante ello, no estará de más
mencionar aquí el pasaje de Heródoto 1, 30, 4, en el que Salón, conversando
con Creso le pone como paradigma de felicidad a Tela del que, dice Salón,
tenía hijos hermosos y buenos, y de todos ellos vio, a su vez, nacer hijos que
LAS FUENTES 139

llegaron todos a mayores. Aunque el tono del fragmento soloniano no es


exactamente igual, si parece compartir, sin embargo, un mismo ideal. 179

FRAGMENTO 140. 180 Este fragmento, cuyo mensaje último viene a ser el de
la, inexorabilidad de la muerte, el tema del «carpe diem», y la inutilidad de las
riquezas en el Hades, ha sido generalmente interpretado en relación con la
situación social de la Atenas soloniana, sin duda por las referencias que So-
Ión hace en los primeros versos, en los que se refiere al que posee mucha pla-
ta, oro, campos de tierra fértil, caballos y mulas. A éste contrapone al que
sólo puede dedicarse a mantenerse vivo y disfrutar del amor. Sin duda es
lícito extraer de aquí lecturas sociales; habría, en efecto, gentes muy ricas,
con todos esos bienes que ha enumerado y otras muy pobres, cuya única pre-
ocupación es atender a su propia supervivencia.
Sin embargo, y en mi opinión, no parece imprescindible que tengamos
que vérnoslas aquí con ninguna composición con un mensaje social palpable,
a no ser por un hecho: el hecho de que la muerte a todos iguala. Pero no es
una visión pesimista la que está dando el poeta; me atrevería decir que todo
lo contrario. Y ello puede verse, ante todo, a partir del primer verso el que
tanto de unos como de otros se dice que tienen iguales riquezas (ploutoi). Es
decir, no parece existir una visión pesimista; ambos son ricos; pero dentro de
eso, quizá pueda afirmarse que los segundos son más ricos que los primeros
puesto que hay una ley inmutable, que impide que se entre en el Hades con
todas las riquezas materiales (chremata). Y aquí se utiliza, precisamente, esta
palabra chremata, riquezas materiales, frente a la empleada anteriormente
ploutos, que puede tener unas connotaciones más «morales» (bendición, fe-
licidad), quizá derivadas del propio origen de esa riqueza. 181 Ya en el verso 7
ha recapitulado lo que ha expuesto en los versos anteriores afirmando que
ésta es la ganancia de los mortales, refiriéndose, sin duda a lo último que ha
dicho, es decir, a la satisfacción de las necesidades vitales. Y ello viene co-
rroborado por la proposición siguiente, en la que alude a la imposibilidad de
ir al Hades acompañado de las riquezas, y que viene introducida por la con-
junción gar (en efecto), aclarando, por consiguiente, la frase anterior. Y aca-
ba el fragmento (vv. 8-10) incidiendo en la inutilidad de la riqueza que no
puede vencer a la muerte, a las enfermedades ni a la vejez. Como ha obser-
vado Ferrara aquí no le importa a Solón el origen mismo de la riqueza, o la
cantidad de la misma, irrelevantes al ser medidas por algo plenamente cono-
cido: la fragilidad del hombre. 182
¿Qué sentido puede tener este fragmento? Quizá el mismo dependa, en
último término, de la datación del mismo. Mi impresión es que debe ser un
poema de madurez, aunque sólo sea por la expresión que emplea en el últi-
mo verso en el que habla de la «horrenda vejez que sobreviene» y en el que
posiblemente haya que imaginar a un Solón que ve cómo la misma se va
acercando o ha llegado ya. Encaja también más el poema en un momento
posterior a su arcontado, cuando el estadista ya no insiste en los temas
que habían caracterizado el periodo previo al mismo y el inmediatamente
140 SalóN DE ATENAS

posterior, y que mostraban un claro espíritu combativo contra los que goza-
ban de riquezas excesivas, a los que amenazaba en la Elegía a las Musas con
el castigo divino, y que posiblemente le granjearon el favor del demos. Aho-
ra vemos ya a Salón en una postura diferente. Hay hombres muy ricos, con
campos, caballos, plata, oro, etc., y otros con la única preocupación de llenar
sus estómagos. Sintomáticamente es a éstos a quienes Salón les permite dis-
frutar del amor (de una joven o de un muchacho) durante la juventud (a la
que parece añorar el poeta), y ésta parece ser la única ganancia que se lleva
el hombre de esta vida; nada más vale ante el inexorable Hades y toda la pa-
rafernalia que le precede, las terribles enfermedades y la espantosa vejez. 183
El mensaje, pues, parece claro: Salón viene a decirle al pueblo llano que
no tiene por qué preocuparse de su suerte ni tan siquiera tratar de invertir el
orden social; el hombre debe conformarse con satisfacer sus necesidades na-
turales y disfrutar del amor. Eso es lo único que va a sacar en claro de esta
vida; es más, parece implícito que sólo los que no poseen elevadas riquezas
van a hallar estas satisfacciones. En este sentido, aunque con un espíritu muy
diferente, Salón estaría criticando a aquéllos que acumulaban grandes rique-
zas de manera injusta, y contra quienes había lanzado ataques importantes
en su juventud. En su cambio de actitud (o en la moderación de la misma)
quizá haya que ver, por un lado, el paso del tiempo sobre el propio Salón que
le ha hecho más reposado en sus ideas, pero también las duras críticas a las
que su labor es sometida, y el descontento generalizado por la misma, al ha-
ber defraudado las esperanzas de unos y otros. Aparece aquí una visión muy
parecida a la que nos da el Salón herodoteo, en el sentido de que aplaza has-
ta el final de la vida del hombre la valoración general acerca de si la misma
ha sido feliz o no. En este fragmento Salón, poniendo como telón de fondo
al Hades, viene a recalcar lo mismo que el Salón herodoteo le dice a Creso:
ni las riquezas, ni los hijos, ni nada en absoluto permiten afirmar, hasta que
se ha llegado al término de la vida humana, si un individuo ha sido feliz o no.
Hasta ese momento, todos son, en principio, iguales. Igual de ricos, afirma
Salón, quizá para no desanimar a aquéllos que más habían confiado en él y
que no han visto satisfechas sus esperanzas de, precisamente, cambiar de si-
tuación en esta vida. Salón les acalla hablándoles de la futilidad de las ri-
quezas materiales (chremata) que no pueden ser llevadas al Hades ni libran
de la muerte, la enfermedad o la vejez. Volviendo al paralelo herodoteo, Sa-
lón le habla a Creso de su conciudadano Tela (1, 30, 4), del que, además de
alabar sus hijos, y sus nietos, acaba diciendo, simplemente, que «vivió todo lo
bien que se puede entre nosotros». Veo claramente un mismo tipo de idea
general compartida por el fragmento soloniano y por el relato herodoteo. Po-
siblemente a contextos parecidos pueden referirse los fragmentos anterior-
mente considerados (los números 12 D Y 13 D) Y tal vez alguno de los si-
guientes (el 15 D sobre todo).

FRAGMENTO 15 D. En efecto, este fragmento, también muy breve, puesto


que se limita a dos versos, afirma que no hay ningún hombre feliz, sino que
LAS FUENTES 141

todos los mortales a quienes contempla el sol son desgraciados. Posiblemen-


te se alinea con lo que hemos dicho a propósito del fragmento anterior, y co-
rrespondería a la madurez del poeta. 1M

FRAGMENTO 16 D. Se alude aquí a la imposibilidad para el mortal de conce-


bir la magnitud de la inteligencia divina, la única que posee la medida de to-
das las cosas. Este fragmento, también reducido a dos versos, entronca bien
con la idea acerca del papel de la divinidad que posee Solón, y que se expresa
claramente en los poemas Eunomía y Elegía a las Musas. El fragmento si-
guiente también abunda en el mismo tema. 185

FRAGMENTO 17 D. En efecto, afirma Solón en este verso que el pensamien-


to de los dioses es totalmente desconocido para los hombres; igualmente se
ve aquí el reflejo de su postura de cara a la divinidad. Solón, no obstante, en
los poemas ya mencionados a propósito del fragmento anterior, muestra
cómo, a pesar de la afirmación que aquí realiza, es previsible el comporta-
miento de los dioses, especialmente ante aquéllos que desafían su autoridad.

FRAGMENTO 18 D. Este pequeño fragmento es interesante por varios moti-


vos. El primero de ellos, sin duda, es la referencia que aparece en el mismo
a (¿su sobrino?) Critias, presuntamente el hijo de su hermano (¿o pariente?)
Drópides (Platón, Timeo 20 E y Cármides 157 E; Diog. Laert., IlI, 1) y, por
lo tanto, al ambiente familiar del poeta. 186 Aconseja, pues, Solón al joven Cri-
tias, que preste oídos a su padre, puesto que, afirma, no confiará en un mal
guía. Quizá nos hallemos aquí ante una simple reconvención a un miembro
próximo y más joven de su familia, su propio sobrino; pero el hecho de que
Drópides, el pariente de Solón, aparezca caracterizado como guía de juicio
certero nos lleva nuevamente al tema que Solón ha desarrollado en poemas
anteriormente comentados, como es el fragmento 5 D. No parece arriesgado
sugerir que Solón cuenta con el apoyo y quizá con la ayuda de su propio her-
mano o pariente directo en su labor política; seguramente Drópides forma
parte de ese grupo de amigos a quienes se refieren algunas fuentes como es-
pecialmente beneficiados por Solón durante su actividad política o simple-
mente como próximos al legislador (cf. Plut., Sol., 8, 3; 15,7 aunque aquí se
menciona por sus nombres a los más íntimos de sus amigos, Conón, C1inias e
Hipónico), máxime si es cierto que Drópides fue arconte al año siguiente de
haberlo sido Solón. 18? Salvo esta hipótesis, poca información puede extraer-
se de este breve fragmento.

FRAGMENTO 19 D. En este fragmento de no muy alta calidad estilística,188


Solón nos describe el transcurso de la vida humana (y, más concretamente,
masculina),189 dividida en periodos de 7 años cada uno: la primera infancia,
la niñez, la pubertad, la adolescencia, la juventud, la madurez, la vejez. Cada
una de las etapas viene caracterizada, como ha visto Adrados, siguiendo a
otros autores, por un progreso físico pero también moral con respecto a la in-
142 SaLóN DE ATENAS

mediatamente anterior. l90 Es posible que se trate de un poema de madurez


de Salón; ahora sitúa aún el límite ideal de la vida humana al final del déci-
mo periodo de siete años, mientras que en el frag. 22 D parece colocarlo a
los ochenta. Además, hace gran hincapié en la situación entre el séptimo y
el octavo periodo (entre los 49 y los 63 años) en el que tanto la inteligencia
como la lengua están en su mejor etapa, por lo que seguramente se sitúa en
esa momento Solón. 191 El noveno periodo ya es visto como de cierta deca-
dencia y en el décimo no llega la muerte a destiempo, aunque es un periodo
que puede aprovecharse para la sabiduría;192 esta idea de una vida cumplida
encuentra, sin duda, un cierto eco en la actitud del Solón que, en el relato de
Heródoto, se entrevista con Creso y que da algunos ejemplos de «buenas
muertes» (Hdt., 1, 29-33).193
La adopción del número siete es posible que se deba a las creencias po-
pulares con relación a ese número e, incluso, puede que la división de la vida
en etapas de siete años sea, en sí, un tema popular, presente incluso en otras
culturas. 194 Por otro lado, hay una agrupación de las diez héptadas de Solón
en las tres etapas tradicionales da la vida, tal y como la ve, por ejemplo, He-
síodo, cuando asigna a la juventud hechos, a la edad mediana consejos y ser-
mones a la vejez (Hesíodo, frag. 220),195 así como una evidente idea de uni-
dad de toda la vida, pero dividida en una serie de etapas (cada periodo de
siete años) consideradas como partes de un proceso de desarrollo l96 y quizá,
en último término, vinculado con los diferentes papeles que desempeña el
individuo a lo largo de la vida en relación con la polís .197
Hay, dentro de este poema, un par de versos que llaman mi atención; me
refiero, en concreto, a 11-12; afirma en ellos Solón que durante el sexto pe-
riodo (entre los 35 y 42 años) se forma en su totalidad la mente (noos) del
hombre, por lo que ya no está dispuesto a llevar a cabo actos ilegítimos. 198
¿Hay aquí una experiencia personal del propio Solón o, más bien, una ob-
servación de carácter general dirigida a sus propios contemporáneos y a
aquéllos algo más jóvenes que han participado en los sucesos en torno a su
arcontado? Creo que la pregunta debe queda planteada, aun cuando el ha-
llar una respuesta a la misma no es, por el momento, posible; baste, como
mucho, apuntar que siglos después Aristóteles seguía considerando que, ge-
neralmente, los jóvenes y los ricos eran más proclives a cometer hybris por-
que de este modo mostraban su superioridad (Arist., Rhet., 1378 b 28-29). En
todo caso, lo que sí hay en el poema soloniano es un nuevo sentido de la vida
y de la capacidad que posee el hombre de encauzarla de modo adecuado,199
que es perfectamente coherente con su pensamiento político. 2OO

FRAGMENTO 20 D. Sobre el significado de este breve fragmento en el que


alude a los regalos de Afrodita, Dioniso y las Musas, apenas podemos decir
gran cosa; solamente que Plutarco (Sol., 31, 7) lo cita entre las máximas de
Solón durante su vejez. Quizá haya que ver en estos versos una añoranza
de la perdida juventud, a menos que admitamos la interpretación filosófica
que da Plutarco de los mismos en su Banquete de los Siete Sabios (156 B-D)
LAS FUENTES 143

y a la que aludiremos en su momento. En todo caso, su vinculación al mun-


do del simposio parece c1ara. 201

FRAGMENTO 21 D. Se trata da un verso, incompleto, en el que lo único que


se nos dice es que los aedos mienten mucho. Tampoco es posible observar
claramente el sentido del poema, a no ser la idea cada vez más generalizada
de lo no excesivamente real de los poemas épicos cantados por los aedos.z°2

FRAGMENTO 22 D. Según afirma Diógenes Laercio (1,60-61) este fragmen-


to es la réplica de Salón a un poema de Mimnermo (frag. 6 D), en el que el
colofonio desea que, sin enfermedades ni preocupaciones le alcance la muer-
te a los sesenta años. Aun cuando no conocemos el contexto en el que hay
que incluir el poema de Mimnermo, parece que entraría dentro de las preo-
cupaciones por la correcta duración de la vida humana, tema que, a juzgar
por el pasaje soloniano que ahora comentamos, así como por 10 dicho con re-
ferencia al fragmento 19 D, debía de interesar bastante a los líricos del inicio
del siglo VI. Frente a la opinión de Mimnermo y también frente a la propia
opinión expresada en el ya mencionado fragmento 19 D, aquí Solón eleva el
límite ideal de la vida humana a los ochenta años, indicio seguramente de
que él se hallaba ya por encima de la edad de sesenta años que fijaba Mim-
nermo en el poema mencionado. 203
Por lo que se refiere a los versos siguientes, 5 y 6, corresponderían a la
misma elegía según el testimonio de Plutarco (Comp. Sol. el Pub!.,l, 5) y en
ellos muestra el poeta el deseo de que su muerte se vea rodeada de los la-
mentos y las lágrimas habituales en los funerales griegos. 204 El último de
los versos atribuidos a este poema, en el que alude al continuo aprendizaje
al tiempo que va envejeciendo, es un proverbio que numerosos autores atri-
buyen a Salón, y que debió de gozar de bastante fama durante la Antigüe-
dad. 205 En todo caso, el poema se inserta dentro de un conjunto de fragmen-
tos solo ni anos (frag. 12 D; frag. 13 D; frag. 14 D; frag. 20 D), que tienen como
denominador común el cantar los placeres de la vida y de la juventud, den-
tro de una corriente de pensamiento que, posiblemente surgida en Jonia, y
ya presente en Homero, consideraba a la juventud como una dicha y a la ve-
jez como una desgracia, aunque en Salón, como muestra el último verso de
este poema, aparece esta última ya con una nueva valoración, más positiva;
la vejez como fuente de conocimiento y de experiencia. 206

FRAGMENTO 23 D. Con el fragmento 23 entramos en los tetrámetros solo-


ni anos. Este fragmento, en concreto. aparece dedicado a un tal Foco del que
no se posee ningún otro dato, pero presenta una serie de informaciones su-
mamente interesantes a la hora de valorar la actividad de Salón; valora-
ción que el propio Salón se encarga de realizar en este relativamente largo
fragmento cuyo análisis vamos a emprender. El poema empieza con una ex-
presión de ironía; el autor, hablando en tercera persona, afirma que no ha
nacido ni como un hombre de mente aguda ni avisado, puesto que no acep-
144 SOLÓN DE ATENAS

tólos bienes (esthla) que le ofrecían los dioses (vv. 1-2). De tal manera, la ti-
ranía, ofrecida por los dioses, asume la forma de un regalo inesperado y, por
lo tanto, insidioso en cuanto que establece, a su vez, la obligación del recep-
tor frente al donante; por ello, Solón la rechaza;207 esta referencia al ofreci-
miento divino puede relacionarse con la noticia que recoge Plutarco (Conv.
Sept. Sap., 152 C) de que el oráculo de Delfos le habría ofrecido, ciertamen-
te, la tiranía y es posible que la propia ironía soloniana haya estado en el ori-
gen de esa tradición.
A continuación, y como es relativamente frecuente en la poesía solonia-
na emplea un símil que, gráficamente, aclara lo dicho en los versos anterio-
res: dice, en efecto, que habiendo conseguido introducir a la pieza en su red
no supo cerrar la misma, faltándole valor e inteligencia (vv. 3-4). Es posible
que esté expresando aquí la opinión corriente en el «hombre de la calle»
de que actuó estúpidamente al no hacerse con la tiranía, lo que, naturalmen-
te, no está exento de ironía. 208 A partir de ahí empieza a hablar en primera
persona y parece claro el tono irónic0 209 que emplea al afirmar que en caso
de que hubiese poseído el poder (kratesas), se hubiese hecho con grandes ri-
quezas y hubiese ejercido la tiranía en Atenas aun por un solo día y no le hu-
biera importado ni que le desollaran después y que toda su estirpe fuese ex-
terminada (vv. 5-6).210 Es evidente que aquí Solón se nos presenta después de
haber ejercido su mandato arcontal y el fragmento se halla dentro de la línea
que muestra, por ejemplo, el número 5 D, el conjunto compuesto por 8 D, 9
D, 10 D, 11 D Y 12 D, ya comentados, y el 24 D. Parece evidente el rechazo a
la tiranía que manifiesta Solón, pero también las críticas que esta decisión de
no ejercerla provoca; no de otro modo pueden interpretarse los primeros
versos del poema y los posteriores a los que a continuación aludiremos. Se le
acusa, claramente, de haber obrado estúpidamente; es más, las propias pala-
bras de Solón parecen indicar que quienes así le hablan habían considerado
que eran los propios dioses los que le habían elegido a él para desempeñar
el ilegítimo cargo que él rehúsa. 211 Un cargo que, si seguimos su línea de pen-
samiento, le hubiera proporcionado el poder absoluto (kratos), y grandes ri-
quezas. En el tono irónico que parece caracterizar a estos siete versos tam-
bién encuentra su lugar una amarga referencia al ansia desmedida de poder:
al tirano, con tal de ser tirano un sólo día, no le importa ni morir después ni
que desaparezca toda su familia.2 12
En el siguiente grupo de versos (vv. 8-12), una vez recobrado el tono crí-
tico y exento de ironía, reflexiona sobre los perjuicios de la tiranía; para él,
el haberse resistido a ocuparla implica haber tenido consideración o clemen-
cia hacia su patria, al librarla de la tiranía y de la amarga violencia relacio-
nada con la misma, al tiempo que mediante ese rechazo ha conseguido, en
el terreno personal (y ético) no deshonrar su fama (kleos), lo que le produ-
ce la impresión de haber superado a todos los restantes hombres,m conser-
vando su reputación y su fama;214 quizá en ello radique su calidad de sabio
(sophOS),215 frente a la imagen de individuo de pocas luces con las que (iró-
nieamente) se caracteriza en los primeros versos del poema. Frente a esa pri-
LAS FUENTES 145

mera parte del poema, en estos versos 8-12 Solón da rienda suelta a la idea
que posee acerca de su propia valía y capacidad, para algunos teñida quizá
de un profundo sentimiento religioso. 216 No obstante, y es una interpretación
posible, ese hincapié en sus motivos puros y elevados puede indicar que tam-
bién en esa dirección se encaminaban los ataques que contra él lanzaron sus
oponentes. Si pretende dejar fuera de dudas su amor a la patria y su bondad,
al tiempo que resalta la preservación de su kleos, de su fama, al menos de la
visión que de la misma posee como fama imperecedera, pero con unas con-
notaciones diferentes de las tradicionales en la aristocracia, como ha mos-
trado VOX 217 es seguramente porque todos esos aspectos habían sido puestos
en tela de juicio por sus adversarios políticos.
¿Quiénes eran estos adversarios políticos? Veamos si podemos tratar de
identificarlos. El tercer grupo de versos que componen el fragmento, corres-
pondan a no a la misma composición,218 pueden darnos alguna pista al res-
pecto y, con ellos, entramos en una serie de cuestiones problemáticas acerca
de la propia orientalOión de Solón. Allí, en efecto, se alude a los que vinieron
a realizar rapiñas, los cuales se hallaban esperanzados creyendo obtener
grandes riquezas (vv. 13-14). El problema radica aquí en lo siguiente: en pri-
mer lugar, en quiénes son esos individuos que iban en busca de grandes ri-
quezas mediante la rapiña y el saqueo; en segundo lugar, si las esperanzas
que tenían eran o no fundadas. Acerca de la primera cuestión podemos de-
cir que se trata de los mismos que en el verso 21 son llamados kakoi (la gen-
te del pueblo, los «malos»), sin perjuicio de que más adelante profundicemos
en esta cuestión. Acerca de lo segundo, el problema es aún mayor. Es evi-
dente que Salón rechaza de plano la acusación que se le hace porque, de
hecho, se le está acusando de haber dado motivos a estos individuos para
que pensasen que podían hacerse ricos a costa de los pillajes. Y esto se re-
fuerza aún más en el verso siguiente (15), cuando Salón afirma que se enga-
ñaron al pensar que tras sus palabras moderadas daría rienda suelta a su am-
bición. Lo que de todo esto parece evidente es que ha habido una serie de
individuos claramente partidarios en un determinado momento de Salón,
que pensaron que éste empleó un lenguaje moderado que no era más que un
disfraz para, una vez conseguido el poder, afianzarse en el mismo mediante
la tiranía y beneficiar a sus partidarios, en cierto modo en la línea de Teognis
cuando aconsejaba engañar con dulces palabras al enemigo y, cuando estuvie-
se en poder de uno, castigarle sin contemplaciones (Teognis, vv. 363-364).219
No sabemos por el momento si Solón ha estado jugando un doble juego
o, por el contrario, si sus propósitos eran para él claros desde el principio.220
Pero sí podemos pensar que a Solón no se le ocultaba que sus partidarios es-
peraban de él un comportamiento como el que más adelante se niega a asu-
mir. Si esto es así, podemos decir con seguridad que Solón ha sabido jugar
hábilmente sus bazas. Tal vez sea cierto que él no ha expresado jamas en pú-
blico sus más ocultas intenciones que, quizá, incluso, no poseyese; pero no es
menos cierto que Salón debía de conocer lo que pensaban sus seguidores que
haría si alcanzaba el poder. En ese caso, tal vez la intención de Solón no fue-
146 SOLÓN DE ATENAS

se ejercer la violencia, pero tampoco ha desengañado a sus seguidores que


pensaban de ese modo; es más, seguramente, no ha querido hacerlo para
mantenerlos fieles a su persona. Hábilmente, al alcanzar el poder ha puesto
en práctica una política de moderación y. como había tenido la suficiente sa-
gacidad como para no comprometerse públicamente con posturas intransi-
gentes, callando (y, quizá por ello, tácitamente otorgando). sus antiguos par-
tidarios se consideran traicionados.
Salón, ante la publicidad que éstos dan de sus presuntas intenciones,
compone estos versos en los que, nuevamente haciendo gala de su habilidad.
niega todo lo que aquéllos le imputan. Para poder hacerlo, cuenta con sus in-
tervenciones públicas en las que, sin duda, no hay rastro alguno de que pro-
metiese nada de lo que sus antiguos partidarios le reclaman. Pero a mí no me
cabe duda de que cuando hay una serie de individuos que acusan a Salón de
no haber ejercido la tiranía, de no haberles permitido entregarse al pillaje,
de no haberse hecho ricos todos, es porque tenían la esperanza de poder lo-
grarlo. Sería absurdo pensar que si Salón no hubiera dado a determinados in-
dividuos fundadas esperanzas de un comportamiento en tal sentido, hubiese
recibido reproches en ese sentido y, por ello, hubiera tenido que protestar
públicamente de sus limpios motivos al asumir el poder. Y esta defensa de su
propia acción se vuelve, como no podía ser menos, en un ataque contra los
que, a su vez, le están atacando a él. 221
En los versos siguientes sigue con sus ataques a esos adversarios; les acu-
sa de haberse imaginado en el momento en que accedió al arcontado cosas
absurdas y de considerarle un enemigo por no haberlas cumplido (vv. 16-17),
aunque, según Salón sin razón puesto que, afirma haber llevado a término
todo lo que había dicho, con ayuda de los dioses (v. 18). Si tenemos en cuen-
ta lo que hemos venido diciendo, creo que puede comprenderse mejor lo que
Salón pretende. Acusa a sus enemigos de haberse imaginado cosas, y de cul-
parle sin motivos de no haber llevado a cabo lo que aquéllos se habían ima-
ginado que iba a realizar; y se apoya, precisamente, en lo que él había dicho.
Él nunca habría dado tales esperanzas a sus seguidores en sus discursos pú-
blicos. Se ha limitado a hacer lo que había dicho que haría. En todo caso, sigo
insistiendo, no veo por qué una serie de personas iban a depositar sus espe-
ranzas en Salón, como parece evidente por el ataque que éste les dedica, sin
que hubiese habido indicios en el comportamiento soloniano (y quizá tam-
bién en sus intervenciones públicas y, sobre todo privadas, por más que el po-
lítico intente convencer a su auditorio de lo contrario) de que tales esperan-
zas iban a ser satisfechas.
Los últimos tres versos del fragmento creo que son harto significativos
para intentar ver contra quiénes está lanzando Solón su ataque. Tras afirmar
la bondad de su comportamiento introduce dos oraciones de infinitivo, uni-
das por la correlación oude ... oude: «no me apetece», dice, «actuar median-
te la violencia de la tiranía ni que los nobles (esthloi) posean la misma pro-
porción de la fértil tierra patria que la gente del pueblo (kakoi)>> (vv. 19-21).
Es evidente que aquí la idea da la tiranía se relaciona con la isomoiria, con
LAS FUENTES 147

la igualdad en el reparto de la tierra. El ejercer la tiranía equivale a repar-


tir la tierra de forma igualitaria entre el demos, en detrimento de los nobles;
y a eso Solón no está dispuesto. Se ve así claramente, cuál es el sentido del
poema soloniano. Los que, según él, van en busca de rapiña y de riquezas son
los miembros (todos o algunos) del demos; ellos son los que han visto en So-
Ión al personaje adecuado para conseguir ese reparto de tierras que, desde el
punto de vista de la aristocracia (y, evidentemente, del mismo Solón) es vis-
to como un acto de rapiña y Aristóteles, cuando transcribe el pasaje en cues-
tión, afirma explícitamente, que el mismo va dirigido a los que quieren que
se reparta la tierra (Ath. Poi., 12).222 Sólo un poder tiránico puede llevar a
cabo una acción semejante; es lícito pensar que cuando Solón aparece aliado
con elementos del demos (y, como he intentado poner de manifiesto en el co-
mentario del fragmento 1 D esta orientación parece bastante clara) éstos
confían en que cuando Solón obtenga el poder atacará a aquéllos que se ha-
cen ricos con medios inicuos e"injustos.
Que Solón no haya hablado públicamente jamás de tiranía, al menos por
lo que sabemos, no implica que no hubiera considerado nunca tal opción,
pero probablemente tampoco ha dicho lo contrario. No hay por qué dudar
de que Solón pudiera tener motivos elevados y que los puso en práctica
cuando se alzó con el poder; pero eso no le exculpa de haber utilizado al de-
mos no con falsas promesas, es cierto, pero sí sin exponer a este respecto un
programa claro. 0, por mejor decir, quizá sí ha expuesto un programa claro
en sus intervenciones públicas pero no ha desengañado a sus seguidores del
demos cuando éstos pensaban que sus palabras moderadas eran una simple
fachada.
Si puedo emplear la expresión, Solón no ha «pecado» por acción, pero sí
por omisión. Ha sabido jugar muy bien sus bazas. Se ha apoyado en el demos
para acceder al poder; una vez en él ha llevado a cabo su reforma (de la que
aquél ha salido, en cierto modo beneficiado), pero no en el sentido que sus
partidarios esperaban por asentimiento tácito de su jefe, de su hegemon. 223
Éstos le critican tras su arcontado y él se defiende haciendo valer no lo que
pensaban que él podría hacer sino lo que realmente dijo que haría. Solón no
quiso realizar la ges anadasmos que algunos (o muchos) le reclamaban;224
como hemos visto, para él eso era actuar como un tirano, y no era ésa su
intención. Es más, como nos dice en los versos comentados, no le parece
acertado que los kakoi (es decir, el demos, aun cuando sus connotaciones ne-
gativas se refuercen por la referencia a la rapiña que ha realizado anterior-
mente), posean una misma porción de tierra (isomoiria) que los esthloi, los
nobles, las gentes de bien.
Solón no es partidario de la isomoiria, aunque algunos autores han pre-
ferido ver en el pasaje más que una alusión a este reparto de tierras una re-
ferencia a la división censitaria, que establecía diferencias en la participación
en el poder entre «dignos» e «indignos», con juicios de valor político y mo-
ral. 225 Esto, sin embargo, no tiene por qué ser contradictorio con lo que el
propio Solón ha manifestado en otras ocasiones (por ejemplo, en el ya men-
148 SOLÓN DE ATENAS

cionado fragmento 1 D). Puede reconocer el comportamiento injusto de los


nobles, y puede haber intentado acabar con él. Siempre, naturalmente, a su
manera. Pero eso no implica que vaya en contra de la nobleza en su conjun-
to ni que esté dispuesto a acabar con ella mediante un reparto isomoirico de
tierras. La acción de Solón se nos presenta, y valga el anacronismo, como una
especie de «despotismo ilustrado». Salón comprende la situación de los ka-
koi y va a tomar medidas para solucionarla; pero no va a hacerlo del modo
que ellos quieren, mediante la tiranía, sino a su propia manera, aplicando la
armonía entre los contrarios, que sería una característica de la polis de la Eu-
nomía. 226
Pero para realizar sus planes, esto es, para pasar del plano de las ideas,
expresadas en sus poemas, a las medidas que debe tomar como hombre po-
lítico, ha necesitado contar con el apoyo del demos, al que, seguramente, no
ha ocultado sus planes; Solón puede gloriarse de haber realizado lo que ha-
bía dicho que realizaría. Pero, sin embargo, todo el poema comentado nos
deja la impresión de que si bien Salón no miente, tampoco dice toda la ver-
dad. No dice, por ejemplo, que sabía cuáles eran las esperanzas que deter-
minados sectores del demos tenían puestas en él y que, aun sabiéndolas, no
se habla molestado nunca en desmentirlas. Naturalmente, fue esta ambigüe-
dad 227 la que le granjeó el apoyo de estos individuos y, tal vez, de los restan-
tes «jefes del pueblo», o jefes de facciones populares, seguramente de origen
aristocrático como el propio Solón, que serían los que presionarían para con·
cederle el desempeño del arcontado como paso previo en la idea de sus se-
guidores, hacia la tiranía que transformaría radicalmente la situación. m Pero
Solón no era de esta opinión, y, en esto parece que era sincero; la tiranía era
vista por él como el peor de los males que podía sobrevenirle a Atenas. En
el fragmento siguiente, como veremos, vuelve a incidir sobre alguno de los
temas que ha desarrollado en el presente.

FRAGMENTO 24 0. 229 Se inician aquí las composiciones yámbicas de Solón y,


en concreto, este fragmento se halla muy vinculado temáticamente con el an-
terior y Aristóteles (Ath. Poi., 12) que transcribe el poema, afirma que trata
de la abolición de deudas y de la liberación de los que antes eran esclavos,
mediante la sisactía. Es bastante probable que nos encontremos aquí con
una composición autónoma y completa230 y el estilo del poema es ya, frente
a composiciones anteriores, mucho más lineal y directo 231 y lleno de recursos
argumentativos en los que algún autor ha querido hallar algunos ecos de la
tradición de orador excelente atribuida a Solón.m La idea básica que im-
pregna todo el poema es la justicia, dike que se lee cinco veces en el mismo
y hay que destacar también el tono personal de la composición, conseguido
mediante el uso de la primera persona del singular y el empleo del pronom-
bre yo (ego).233
Empieza Salón el poema234 preguntándose acerca de qué es lo que aban-
donó antes de conseguirlo, de aquellas cosas para las que había reunido
(xynegagon) al pueblo (vv. 1-2). Aquí hay un dato interesante, que viene
LAS FUENTES 149

dado por la afirmación de Salón de haber reunido al pueblo; es evidente, por


ello, que, tal y como apuntaba en el comentario al fragmento anterior, Salón
consigue atraerse al demos pero también, sin duda, a los «jefes del pueblo» a
los que alude, por ejemplo, en los fragmentos 3 O Y5 O Y acerca de cuyo ca-
rácter aristocrático no hay por qué dudar. Salón aparece, pues, dotado del
apoyo del demos y de sus jefes, es decir, de una serie de aristócratas ate-
nienses. 235 Vuelve también, como en el fragmento anterior, a insistir en que
ha cumplido todo aquello para lo que accedió al poder, prueba evidente de
que estaba recibiendo ataques también en ese sentido.
Como testigo de lo que ha hecho pone a la Negra Tierra, la excelsa ma-
dre de los dioses olímpicos, de la que, afirma, en otro tiempo retiró [os mo-
jones (horoi) hincados por doquier (pollache); como consecuencia, la tierra,
que antes se hallaba esclavizada, ha pasado a ser libre (vv. 3_7).236 Aquí, y en
los versos siguientes, sobre los que ahora volveré, tenemos una de las pocas
referencias concretas que hace Solón a las medidas que ha tomado durante
su arcontado; aquí se nos habla de la retirada de los mojones (horoi) que «es-
clavizaban» a la tierra ateniense. m La interpretación de estos versos no sólo
no ha sido unánime, sino que además ha dado lugar a visiones contradicto-
rias; generalmente el pasaje se ha vinculado a la retirada de los horoi o mo-
jones que indicaban la dependencia de la tierra (y de sus dueños) y se ha to-
mado como la prueba material de la liberación de los hectémoros 238 e,
incIuso, hay quien ha desarrollado una teoría completa según la cual todo
este pasaje no tendría nada que ver con la sisactía, sino que aludiría a la li-
beración de Eleusis de manos de Mégara;239 una interpretación metafórica,
en el sentido de que esa imagen significaría el final de la stasis y la reunifica-
ción de la ciudad sería también posible.240
Tras esta alusión, sigue Solón enumerando alguna de las cosas que ha he-
cho. Es patente que quiere deshacer mediante la relación de sus acciones, los
ataques que se han realizado a su gestión. Así afirma que devolvió a la sa-
grada patria a muchos hombres vendidos, justa o injustamente y a los que ha-
bían huido obligados por su pobreza y que apenas hablaban ya la lengua áti-
ca de tantos lugares como habían recorrido. (vv. 8_12).241 Del mismo modo,
concede la libertad a quienes dentro de la propia Atenas sufrían la vergon-
zosa esclavitud, temiendo la presencia de sus amos (vv. 13-15). Una vez que
ha dado noticia de lo que ha hecho (y hemos de pensar que esto que Salón
ha expresado es lo que él mismo consideraba más importante) nos dice cómo
lo ha logrado, de qué medios ha dispuesto y de cuáles ha prescindido. Ha
usado, sobre todo, su poder, su autoridad, el «poder de su autoridad», en de-
finitiva (kratos), que sin duda hay que entender como legítimo, derivado de
su condición de arconte (a la que él, sin embargo, no alude explícitamen-
te),242 frente al también poder (kratos) pero en este caso ilegítimo del tirano,
a que se refería en el frag. 23 D (v. 5).
Dicha autoridad le ha permitido realizar las medidas ya mencionadas ar-
monizando (xynarmosas) la fuerza y la justicia, tal y como habla prometido
(vv. 15-17).243 No sorprende encontrarnos a Salón empleando la justicia
150 SOLÓN DE ATENAS

(dike), puesto que es un motivo al que alude en frecuentes ocasiones, como


hemos ido viendo. Más extraña es la referencia a la fuerza (bia) como medio
del que se ha servido; y es extraña porque en los fragmentos a que hemos
aludido Salón parece vincular este concepto a la tiranía. 244 Pero la fuerza que
ha empleado Salón, hay que entenderlo así, no es gratuita; tampoco es la
fuerza de la tiranía que, como veíamos en el fragmento anterior, era también
rechazada por Salón. Es la fuerza combinada, armonizada, junto con (ho-
mou) la justicia.245 Sin duda esa fuerza es legítima tanto por su vinculación
con el principio de la justicia, el propio Zeus,246 cuanto porque deriva del
kratos, de la autoridad del magistrado. 247 Prosigue, a continuación enume-
rando medidas por él tomadas; medidas que, sin embargo, son las más im-
portantes de todas, puesto que pretenden, una vez resueltos los males pre-
vios, que los mismos no vuelvan a repetirse. Las mismas se concretan en los
versos 18-20. Dice Salón: «Escribí leyes (thesmous ... egrapsa) igualmente
para el hombre del pueblo y para el noble, regulando para cada uno una jus-
ticia recta». En esta acción sitúa Salón la culminación de la labor política em-
prendida, en la promulgación de leyes, en su fijación por escrito. 248 No obs-
tante, y aunque también hablemos más adelante de las Leyes de Salón hay
un aspecto que parece poder destacarse de lo que afirma el legislador.
Esa igualdad ante las leyes escritas que Salón concede a unos y a otros
indica, sin duda, que garantizó para cada uno de los dos grupos en litigio una
justicia recta o quizá más específicamente, como ha sugerido Blaise, una sen-
tencia justa.249 Del mismo modo, la mención de cada uno de ellos, los kakoi
y los agathoi por separado, además de ser un medio para referirse a la socie-
dad en su conjunto, como suma de sus elementos principales, tal vez nos in-
dique que, efectivamente, elaboró leyes para ambos simultáneamente, o del
mismo modo (homoios) y que aunque posiblemente esas leyes eran las mis-
mas para todos25o hay un cierto matiz de especificidad como indicaría el dis-
tributivo hekastos; esto es cada uno tendría su parte, la parte que les corres-
ponde, en esas leyes, una parte que no tiene por qué ser la misma para todos.
No es, pues, una igualdad absoluta o global, del mismo modo que no hay (no
tiene por qué haber) una igualdad en el reparto de la tierra (isomoiria) (frag.
23 O, vv. 19-21) ni una igualdad en la participación política,251 ya que cada
ciudadano actúa en política de acuerdo con la clase o telos en la que ha que-
dado inscrito a partir de sus posición económica.
Vuelve ahora Salón, tras la mención a su labor legislativa a defender su
propia posición, frente a los ataques realizados contra él. 252 Y, como me
dio de defensa, hace ver la situación que podría haber padecido la ciudad en
caso de haber sido otro, y no él, el que hubiese asumido el poder. Poder al
que dándole la imagen de un aguijón o aguijada (kentron), aparece como un
medio no de realizar la justicia sino, simplemente, de incitar a las masas. Sa-
lón afirma que, si en vez de haber sido él, se hubiese hecho cargo de este po-
der-aguijón cualquier hombre de aviesas intenciones y amigo de las riquezas,
no habría contenido al demos (vv. 20-22). Nuevamente aparece aquí el tema
de la contención y de la sujeción del demos. Como ya había quedado de ma-
LAS FUENTES 151

nifiesto en el fragmento 5 D, al pueblo no se le debe dejar demasiado suelto;


hay que contenerl0253 y, como también se decía en el mismo pasaje, es a los
jefes del pueblo a quienes compete ejercer tal acción obrando con mente
equilibrada.
Solón, al presentar este caso, da a entender que él sí ha sabido conte-
ner al demos y, si apuramos el razonamiento, podríamos pensar que él mis-
mo se nos presenta (se presenta ante sus oyentes) como un auténtico jefe
del pueblo de mente equilibrada. Como ha observado García Novo, Solón
ha sabido mostrar sabiamente su pensamiento mediante una cuidada es-
tructura sintáctica: «su formulación positiva cierra anillo en torno a la ne-
gativa; la explicación de dike y bie se suceden en quiasmo: dike positiva,
dike negativa, bie negativa, bie positiva».254 Esto subraya, desde mi punto
de vista la idea de equilibrio que quiere presentar Solón. Este equilibrio se
manifiesta, como afirma en los versos 22-25, en no dejarse convencer por
lo que querían unos y otros y aquí aparece como auténtico árbitro o me-
diador (diallaktes);255 de haberse dejado llevar por las presiones recibidas,
afirma, la ciudad hubiera perdido a muchos de sus hombres. Por ello, Solón
asegura haber actuado como un lobo entre los perros, revolviéndose en to-
das direcciones (vv. 26-27).
Nuevamente utiliza Solón una imagen sumamente gráfica; anteriormen-
te, en el fragmento 5 D, le habíamos visto empuñar su escudo entre los dos
bandos, no dejando que uno venciese sobre el otro. Ahora los dos bandos
son representados como una jauría de perros que rodean a un lobo, el cual
tiene que defenderse de todOS. 256 Solón se nos presenta aquí como una figu-
ra totalmente aislada, del que todos son enemigos y, lógicamente, que no
puede esperar apoyo de nadie. Tal y como él mismo dice, no ha permitido de-
jarse convencer por ninguno de los dos bandos enfrentados; él ha realizado
su labor aislado, y aislado debe defenderse de ellos. 257 Surge aquí el tema del
descontento por la labor de Solón también por parte de los aristócratas los
cuales, según se parece, pretendían que Solón dejase la situación inalterada
lo cual, evidentemente no es el caso aquí. Solón ha liberado la tierra y a los
que en ella vivían; ha devuelto a la patria a los vendidos fuera de ella y a
los exiliados; ha liberado a los esclavos; ha escrito leyes que garantizan una
justicia recta para unos y otros. Y, dice, no ha permitido que unos triunfa-
sen sobre los otros. Es evidente que, en esta situación, las enemistades que
cosecharía serían cuantiosas.
Pero por otro lado, hemos estado viendo cómo la política de Solón, que
pretendía defender los derechos de los kakoi, se realiza a espaldas de los mis-
mos. ¿Hay que concluir que la acción de Solón es netamente pro-aristocráti-
ca? Seguramente no podemos decirlo con certeza absoluta. Ya hemos visto
en el fragmento 1 D cómo lanza sus ataques contra aquéllos que obtienen
desmesuradas riquezas por medios injustos; éste es un ataque contra deter-
minados aristócratas. Solón no compartiría esta actitud. Pero, como también
hemos podido comprobar, tampoco comparte las ideas del demos, centradas,
como parece evidente a partir del fragmento 23 D, en un reparto igualitario
152 SOLÓN DE ATENAS

de tierras. Por ende, la imagen del guerrero armado de escudo entre los dos
bandos y la del lobo entre los perros puede que nos estén indicando la inde-
pendencia de Solón. 258 Sin embargo, Solón es un hombre de su tiempo y, ade-
más, de origen aristocrático. Pretende situarse en el punto medio y, si bien,
deplora las malas acciones de sus iguales, no por ello admite las ideas de los
oponentes, el demos. Aunque es posible que en su acceso al arcontado haya
jugado con los deseos del demos, no desengañándolo de sus esperanzas, al
tiempo que no ha asustado excesivamente a los aristócratas con su mensaje
de moderación y de sometimiento a una norma, lo cierto es que a su llegada
al poder desarrolla «su» propia reforma. No la reforma que quería el demos
ni la «no-reforma» de la aristocracia; simplemente, la reforma que, de acuer-
do con sus ideas, le parecía necesaria. De ahí su hincapié en este fragmento
24 D a sus medidas positivas en favor del demos sobre todo, del mismo modo
que en el tantas veces mencionado frag. 5 D nos refiere, ante todo, lo que ha
hecho a favor de la aristocracia (especialmente, defenderla y protegerla de
sus fieros oponentes).
No es de extrañar, por todo ello, que su reforma no satisfaga a nadie; el
renunciar a la tiranía le impide cumplir las expectativas del demos; el no re-
nunciar a sus orígenes aristocráticos le impide realizar cambios fundamenta-
les en la sociedad ateniense, más allá de remediar las injusticias más san-
grantes. Seguramente Salón es profundamente coherente en su pensamiento,
aun cuando los medios de que se sirvió para alcanzar el poder y poner en
práctica sus ideas no siempre hablen todo lo bien que cabría esperar de su
sinceridad como hombre político. 259

FRAGMENTO 25 D. El presente fragmento muestra una estrecha vinculación


con el anterior. Aquí nuevamente Salón vuelve al tema de los reproches al
demos (ef Aristóteles, Ath. PoI., 12,5); reproches motivados por la declara-
ción del ex-arconte de que nunca podrían haber visto o, ni tan siquiera, so-
ñado, lo que en ese momento poseen (vv. 1-3). En el verso tercero parece
existir una laguna, como muestra el que dicho verso no se halle completo. 260
Esta laguna puede ser importante para entender el resto del poema. En ella
se debía de aludir a cómo Solón podía haber perjudicado al demos. Por ello,
en los versos 4-5 puede decir que todos aquellos más grandes y más podero-
sos por su fuerza le habrían dado parabienes y le habrían considerado como
amigo.
Está claro que aquí Salón está rechazando las ofertas que le han venido
del bando de los nobles para que utilizase el poder en beneficio de ellos, de
la misma manera que en el fragmento anterior había rechazado las ofertas
del demos. Los cuatro últimos versos, que también siguen a una laguna vuel-
ven sobre el tema de los peligros que hubieran acaecido a todos de haber
sido otro distinto al propio Solón el que hubiera asumido su cargo; y lo que
hubiera ocurrido es que no habría contenido al demos, idea que ya hemos co~
mentado y que encaja bien con el pensamiento de Solón. Emplea luego otro
de sus plásticos símiles; en este caso afirma que el eventual ostentador del
LAS FUENTES 153

cargo que él poseyó no habría cesado hasta haber extraído la crema tras ha-
ber batido la leche (vv. 6-7), dando a entender cómo se habría aprovechado
de unos (los ricos) en beneficio de otros. 2ó ! Por ello, es posible ver en esta se-
gunda parte del poema un nuevo ataque contra las pretensiones del demos,
representado por un tirano, frente a la aristocracia. 2ó2
El fragmento acaba con dos versos, el segundo de los cuales también es
fragmentario, en el que Solón vuelve a emplear una imagen del tipo de las ya
conocidas y comentadas anteriormente; afirma lo siguiente: «Yo permanecí
firme como un mojón en medio de ellos». Emplea, sin embargo, la palabra
metaichmios que significa el espacio intermedio entre dos ejércitos formados
y dispuestos para el combate. Es, pues, muy sugestivo el símil soloniano; él se
halla entre los dos contendientes a quienes presenta como prestos a un en-
frentamiento violento; pero él no está alineado en ninguno de los dos ban-
dos. Es un horas, un mojón, una piedra de término; igual que en el fragmen-
to 24 O y, antes, en el 5 O, Solón se desvincula de los grupos enfrentados,
pretendiendo actuar de forma independiente y, por ende, en beneficio de
ambos, a su manera en cada caso. 263 Como se ve, pues, este fragmento 25 O
forma parte también del grupo de composiciones que Solón realiza como jus-
tificación de su actividad política, y el motivo principal que él elabora en su
propaganda es el de su independencia de criterio, el no haberse dejado con-
vencer por unos o por otros, sino haber seguido su propio camino sin inter-
ferencias.

FRAGMENTO 26 D. En este fragmento se hace referencia a un banquete en el


que se consume una serie de productos comestibles (pasteles de sésamo, pan,
lentejas), todos los cuales son producidos por la negra tierra (vv. 1_5).264 Más
adelante se vuelve a aludir a otros productos, silfio, vinagre, granos de gra-
nada, sésamo. Seguramente se trata de referencias a la agricultura y, sobre
todo a la preparación de un banquete, posiblemente un banquete ordenado,
en contraste con el desorden en los banquetes a que Solón aludía en el frag-
mento 3 D.

FRAGMENTO 27 D. Este verso, transmitido como perteneciente a Solón tie-


ne todo el aspecto de haberlo sido como una máxima atribuida al legislador.
Su mensaje y su sentido es claro: «obedece a los magistrados, tanto en lo que
es justo como en lo que no lo es». Parece que si Solón pudo poner en mar-
cha su reforma fue debido a que, como arconte, todos los ciudadanos esta-
ban obligados a obedecerle. Al tiempo, todos sus ataques contra la tiranía, en
cuanto que cargo violento por definición, van en la misma línea de respeto a
la legalidad. Seguramente Solón ve preferible que un magistrado se compor-
te injustamente y aun así sea obedecido, a que, so pretexto de ese comporta-
miento injusto, se le prive de su cargo de forma ilegítima. Solón, habiendo
accedido al cargo de forma legal, aun tras haber atacado duramente en sus
primeros poemas la política de los poderosos aristócratas atenienses, va a res-
petar y va a intentar que se respete la legalidad de las magistraturas. No se-
154 SOLÓN DE ATENAS

ría tampoco extraño que esta máxima, que seguramente formaría parte de
alguna composición más larga, hubiese que situarla dentro de los conflic-
tos que años después del arcontado de Salón sufre Atenas, con momentos en
los que no pueden elegirse arcontes o hay magistrados que pretenden per-
manecer en el cargo ilegalmente. En cualquier caso, es una defensa más de la
legalidad frente a la ilegalidad que supone cualquier sistema de corte tiránico.

FRAGMENTO 28 D. Según Plutarco (Sol., 3, 5) este fragmento sería el que en-


cabezaría la recopilación de leyes soloniana que, según afirma el autor de
Queronea, algunos sostenían que habían sido promulgadas en verso. En
cualquier caso, lo cierto es que en el pasaje se alude a las leyes (thesmoi),
para las que se pide a Zeus Crónida una buena fortuna (tyche agathe) y re-
nombre y gloria (kydos). Es posible que esta gloria que se pretende tengan
las leyes sea la garantía de su cumplimiento y de su mantenimiento. 265

FRAGMENTO 29 D. Se trata de dos palabras, que pueden traducirse como


«pingüe alimentadora de jóvenes», y que, como supone Adrados, pueden re-
ferirse a la tierra, por oposición al mar;266 Woodhouse sugiere que de haber-
se conservado completo el poema podríamos haber podido llegar a entender
algo más de lo que Salón pensaba de su propia acción política. En todo caso,
sigue opinando Woodhouse que no es probable que se hayan perdido preci-
samente los versos en los que Salón trataría, eventualmente, de sus reformas,
al tiempo que afirma que en los siglos v Y IV a.e. no había en el mundo grie-
go ninguna tradición autorizada y auténtica, ni tan siquiera en los propios
fragmentos solonianos, acerca de los detalles de la reforma soloniana. Y de
éstos no se pueden extraer más informaciones no porque autores tardíos no
las hayan tomado, sino porque apenas había de donde tomarlas. Lo que sí
existe es una fuerte tradición popular, que persiste por la importancia del he-
cho que la ocasionó, como puede ser la sisactía. 267

7.3. LAS LEYES DE SOLÓN

Junto a los poemas de Solón hay otro tipo de testimonios que, induda-
blemente, corresponden al mismo. Se trata, naturalmente, de las leyes. Las
leyes, a diferencia de las poesías, son documentos públicos y oficiales pero no
por ello dejan de ser composiciones literarias, máxime si, como algunos pre-
tendían Salón había compuesto estas leyes en verso. Esto es lo que dice Plu-
tarco (Sol., 3, 5), aunque no atribuye esta idea a nadie en concreto (<<algunos
dicen ... »). Aquí no voy a hablar de los problemas que plantea la legislación
soloniana, puesto que ya he tenido ocasión de hacerlo en la Primera Parte;
simplemente, y como estamos en el apartado de las fuentes acerca de Salón,
creo que es necesario mencionar las leyes como una fuente más, que, junto
con las composiciones poéticas del propio Solón son, en último término, tex-
tos compuestos por el personaje cuya actividad estoy analizando. 268 Tampo-
LAS FUENTES 155

co voy a entrar aquí en la cuestión del soporte físico de las mismas (los fa-
mosos axones y kyrbeis), puesto que también he abordado su problemática
en capítulos previos. Simplemente, voy a exponer algunas observaciones que
me sugiere el «corpus» de leyes conservadas de Solón, y para cuyo análisis
admitiré, en general, el elenco que ha propuesto Ruschenbusch. 269
En efecto, y como ya se dijo, este estudioso ha individualizado un total
de 93 leyes atribuible s, con cierta seguridad, a Solón. Lo primero que puede
observarse a partir de la recopilación de este autor es que, en general, no he-
mos conservado las propias palabras de Solón o el texto de las leyes, sino
simples referencias por parte de los diferentes autores que se han limitado a
indicar de qué trataba cada una de esas leyes. Por otro lado, no hay en nin-
gún caso un tratamiento sistemático de la labor legislativa de Solón ni
ningún intento de reproducir textualmente su corpus legislativo. Las referen-
cias suelen ser aisladas y se hallan, como ocurre con las poesías, en función
de lo que quiere defender el autor en cuestión responsable de su cita pero, a
diferencia de los poemas, de los que se suelen transcribir algunos pasajes, no
suele ser éste el caso de las leyes. Además está la cuestión de las interpola-
ciones posteriores de las leyes de Solón, algo que no suele ser frecuente con
las poesías; las leyes, no hay que olvidarlo, permanecieron en uso durante, al
menos, doscientos años270 y ello permitió que se introdujeran interpolaciones
en momentos posteriores; algunas de ellas han podido ser detectadas, y los
pasajes en que aparecían, convenientemente criticados, han mostrado su fal-
sedad. En otros casos, aún sigue habiendo problemas, puesto que una co-
rrecta exégesis de la legislación implicaría un conocimiento perfecto de la si-
tuación de la Atenas del inicio del siglo VI, lo que no siempre es el caso.
Como ya veíamos anteriormente, había quienes pensaban que las leyes
de Solón se encontraban en verso; Plutarco era quien transmitía esta opinión
lo que, posiblemente, indica que o bien él no conoce personalmente las re-
dacción original de las leyes o que, si es que la conoce, en ella no aparece ras-
tro alguno de una composición versificada. Ello sin duda tiene su importan-
cia en la transmisión por parte de los autores posteriores de estas leyes; una
composición versificada es siempre mucho mejor acogida por cualquier au-
tor, debido a lo que de artístico pueda tener. Una ley en prosa, por el con-
trario, no tiene por qué ser transcrita al pie de la letra; basta con hacer refe-
rencia a su contenido. Éste ha sido el caso generalmente. Por todo ello, pues,
hemos de considerar las leyes de Solón como una fuente importante para co-
nocer no sólo su obra sino también su pensamiento y la situación de la Ate-
nas de su época, pero al tiempo hay que destacar el hecho de que las leyes
de Solón no permiten introducirnos, como lo hacen las poesías, en el propio
estilo compositivo soloniano e, incluso, en su propio vocabulario lo que, po-
siblemente, hubiera ayudado mucho más a la hora de interpretarlas y de em-
plearlas como fuente histórica, aunque sólo fuera por el hecho de que, aun
cuando pueda llegarse a la conclusión de que determinada leyes auténtica,
no siempre podemos estar seguros de que la forma en que ha sido transmiti-
da obedece al texto original procedente de Solón. 271
156 SOLÓN DE ATENAS

7.4. HERÓDOTO

Con Heródoto entramos ya en las fuentes indirectas referidas a Solón. El


testimonio de Heródoto es de los más antiguos de que disponemos acerca de
su figura. Antes de ver qué tipo de información proporciona el autor de Ha-
licarnaso, hay que decir que si bien no es mucho el espacio que Heródoto de-
dica a Solón las controversias acerca del llamado «Solón herodoteo» han
sido, y siguen siendo, un aspecto con mucha frecuencia tocado por los auto-
res actuales ya traten en concreto de la composición de las Historias de He-
ródoto, ya de la figura de Solón.

HERÓDOTO, 1, 29-33. Dentro del logos lidio, y ocupando un lugar preemi-


nente en él, se hallan los datos que este autor aporta en torno a la figura de
Creso de Lidia. Afirma Heródoto que a la corte de Sardes acudían todos los
sabios de Grecia llamados por el rey y, entre esos sabios, se hallaba Solón.
De este personaje afirma Heródoto que había dado leyes a los atenienses,
tras lo que se ausentó diez años, con el fin último de no verse obligado a de-
rogar alguna de esas leyes, ya que los atenienses no podían, al haber jurado
observarlas inalteradas durante diez años mientras que el propio Solón, así
se nos da a entender, no sólo podía haberlas transformado sino que, además,
parece que había sido presionado en tal sentido.272
Tras aludir a su visita previa a Amasis en Egipto, Heródoto centra su
atención en la realizada a la corte de Sardes. Hospedado en el palacio, He-
ródoto nos informa de que al tercer día de su estancia unos servidores llevan
al huésped, por orden del rey lidio, a contemplar los tesoros acumulados en
el palacio y todas las maravillas allá reunidas. Evidentemente, el afán del rey
era deslumbrar con sus riquezas al sabio legislador ateniense. Tras ello, se ce-
lebra, por fin, la entrevista entre ambos personajes. El rey, recordándole a
Salón sus viajes previos y la fama de su sabiduría, le pregunta si ha conocido
a alguien que sea el más feliz de los hombres. Como apunta Heródoto, Cre-
so pensaba que él sería el merecedor de esa distinción. La respuesta de Sa-
lón, sin embargo, señala como merecedor de tal galardón a un tal Tela, un
simple ciudadano ateniense, feliz con sus hijos y nietos y con una muerte glo-
riosa en defensa de su patria. Tras Tela, a instancias de Creso, Salón sitúa en
segundo lugar como más felices a Cleobis y Bitón de Argos, que transporta-
ron a su madre, la sacerdotisa de Hera, en carro al Hereo, tras lo cual se dur-
mieron y ya no volvieron a despertar. 273 Como era de esperar, a Creso no le
satisfacen tales respuestas y ya, directamente, interroga a Solón acerca de si
valora o no la felicidad que él posee, a lo que Salón responde recordando la
envidia de los dioses (con reminiscencias en los propios poemas solonia-
nos)274 y desarrollando un argumento que demuestra cómo Creso no puede
ser considerado el mas feliz de los hombres. 275
y en esta respuesta nos vamos a encontrar elementos que estaban ya
presente en sus poemas;276 por ejemplo, la referencia al límite de la vida hu-
LAS FUENTES 157

mana en setenta años, como decía en el fragmento 22 D. Estos setenta años


contienen un número de días determinado, y su mención le da la oportuni-
dad a Solón de mostrar sus conocimientos del calendario que, no en vano, y
como Plutarco afirma (Sol., 25, 4-5), también había sido objeto de atención
por parte del legislador. 277 El mensaje que Salón pretende transmitir es que
en tan gran número de días (en total, 26.250), no hay ninguno igual al otro y
que, además, no puede saberse si se ha poseído la felicidad hasta que ha
transcurrido el último de esos días porque el hombre es pura contingencia. 278
Alude, igualmente, a que hay hombres inmensamente ricos muy desdicha-
dos, mientras que hay otros que, aun con medios modestos, son felices. 279 En
esto pueden verse ecos también de sus poemas, concretamente del fragmen-
to 1 D donde vaticina el castigo divino a los que gozan de muchas riquezas,
en gran medida obtenidas mediante procedimientos inicuos. Además, y se-
guramente dentro de la misma idea, se halla la afirmación subsiguiente de
que al que no tiene grandes riquezas la buena fortuna (eutychie) le mantiene
alejado de la calamidad (ate) porque, en efecto, la riqueza es independiente
de la felicidad. 280
Como se había visto en los fragmentos 3 D Y 4 D, el exceso de riquezas
puede concitar la ira de los dioses y la persecución por parte de los mismos.
Pero, en último término, la felicidad no puede medirse hasta que se llega al
final de la vida; Solón distingue esto y le aconseja a Creso que, antes de ese
término, no se llame o/bios (feliz) (Salón alude a la felicidad en su frag. 1 D),
sino afortunado (eutyches), tras lo cual vuelve a insistir en el lapso de espera
que viene dado por la duración de la vida, y menciona el fin de la entrevista
entre ambos personajes. 281

HERÓDOTO 1, 86. En este pasaje Heródoto narra el episodio en el cual Cre-


so, vencido por Ciro, fue llevado a la pira para ser ejecutado, momento en el
que el lidio recuerda su entrevista con Salón y lo acertado del juicio expre-
sado por el ateniense. Además, recuerda una frase de Salón, «ninguno de los
mortales es feliz», la cual encaja bastante bien con lo expresado en el frag-
mento 15 D de este autor, aun cuando también se corresponde con las ideas
del propio Heródoto al respecto.

HERÓDOTO 11, 177. Dentro dellogos egipcio, Heródoto está narrando la his-
toria de Amasis y de su buen gobierno en Egipto, y le atribuye la promulga-
ción de una ley (nomos) según la cual todos los egipcios deberían declarar
anualmente ante el rey sus medios de vida, so pena de severos castigos, in-
cluyendo la muerte y, según afirma el de Halicarnaso, Solón tomó esta ley y
la estableció entre los atenienses y «aquéllos», dice, «la observaron para
siempre, teniéndola como ley sin tacha». Sin duda Heródoto tiene presente
la división censitaria promovida o favorecida por Solón, que implicaría un
cierto conocimiento de los bienes económicos de cada ciudadano así como la
ley sobre la ociosidad que promulgaría Solón (Plut., Sol., 22, 3). Por otro
lado, vuelve a insistir aquí en el conocimiento personal de Salón y Amasis al
158 SOlÓN DE ATENAS

que había aludido ya en 1, 29-33; no obstante, ésta, como otras referencias,


son claramente anacrónicas, puesto que, como el propio Heródoto reconoce
(1,29-30), los viajes de Solón fueron posteriores a su legislación, por lo que
difícilmente pudo incluir en ésta algo que aprendiera en Egipto. Ello, por no
mencionar la imposibilidad cronológica de que Solón pudiera conocer a
Amasis o al propio Creso, pues ambos iniciaron sus reinados después de la
fecha en que, presuntamente, Solón estuvo en sus respectivos países, y ello a
pesar de los diferentes intentos que algunos autores han realizado para sin-
cronizar todas estas actividades.

HERÓDOTO V, 113. Narrando la revuelta de Chipre contra los persas, Heró-


doto menciona la muerte, en el 497 a.c., del rey de Solos, Aristocipro, que,
añade, era hijo de aquel Filocipro al que el ateniense Solón, cuando estuvo
en Chipre, alabó en sus elegías más que a cualquier otro gobernante. Es evi-
dente, leyendo esto, que Heródoto conocía, al menos, los poemas solonianos
en los que se mencionaba a este personaje y, entre ellos, el fragmento 7 D, al
que ya hemos aludido anteriormente.

7.4.1. Consideraciones generales

Con este último pasaje se cierran los testimonios de Heródoto acerca de


la figura de Solón. Ha extrañado, generalmente, a los autores que se han de-
dicado previamente a su estudio la escasa importancia que el «padre de
la Historia» le dedica a este personaje. 282 No obstante, y como ha sabido
ver muy bien Ferrara, el casi absoluto silencio del autor de Halicarnaso hay
que explicarlo por su propia perspectiva histórica, así como por la relativa in-
diferencia hacia el personaje en cuanto que argumento de historia «político-
constitucional». Es el aspecto «délfico» y «sapiencial» el que a Heródoto le
interesa, frente a su caracterización como ateniense y como autor en su ciu-
dad de una determinada actividad política. Heródoto, al no ser ateniense, ca-
reció de aquel estímulo que impulsó a los posteriores historiadores y estu-
diosos constitucionales atenienses a intentar reconstruir, a partir de los pocos
testimonios ya disponibles la historia y la figura de ese personaje cuya im-
portancia, se demostró, había sido tanta y tan grande. 2B3 Tampoco hay que
perder de vista el hecho de que en la época en la que escribió Heródoto eran
las Guerras Médicas las que seguían siendo el centro de atención, no ha-
biendo apenas preocupación por nada de lo que hubiera ocurrido en el siglo
VI y, en todo caso, de buscarse una figura destacada de ese momento, todo el
mundo acudiría a Pisístrato, cuya leyenda se hallaba ya ampliamente de-
sarrollada. Esto se ve reafirmado, además, por el hecho de que Tucídides, en
su rápida reconstrucción de la historia de Atenas no menciona en ningún
momento a este personaje. 284
Sea como fuere, y como hemos tenido ocasión de mostrar en el breve co-
mentario precedente, Heródoto no desconocía la labor de Solón; habla de
LAS FUENTES 159

sus leyes, de sus poemas (que sin duda conoce) y de sus viajes, al tiempo que
alude a alguna de sus máximas y de sus ideas más características.28s Según
Masaracchia, «Heródoto tiene un conocimiento ciertamente de primera
mano de las ideas de Solón y de ciertos puntos fundamentales de la tradición
soloniana, pero se muestra ignorante del peso político tan determinante que
inmediatamente se le atribuyó: en su época no se había formado aún aque-
lla tradición que reconocía a Solón en la historia de Atenas la misma impor-
tancia decisiva que se daba a la constitución licurguea para Esparta».286
De tal manera, lo poco que Heródoto dice acerca del legislador atenien-
se nos muestra un buen conocimiento del personaje histórico, tal y como sue-
le ser habitual en este autor y una visión coherente del mismo y de sus
ideas;287 pero también parece bastante probable que se haya dejado influir
por los temas de la propaganda délfica y, cómo no, que haya introducido sus
propias concepciones acerca de la historia en las referencias a Solón, ante
todo en las referidas al diálogo con Creso y al destino del mismo. 28s Aunque
no todos los autores coinciden en ello, es posible que en este diálogo, Heró-
doto haya utilizado a Solón como portavoz de sus propias ideas acerca de las
causas de los acontecimientos históricos289 y para algunos estudiosos, el he-
cho de que el diálogo entre Solón y Creso esté al inicio de la obra indicaría
el papel programático que algunas de las ideas presentes en el mismo ten-
drán a lo largo de toda la Historia herodotea.2 90
Por último, otro aspecto referido al Solón herodoteo, y sobre todo al So-
·Ión que se entrevista con Creso, pero al que tampoco es ajeno el que apare-
ce como amigo del faraón Amasis, es la cuestión cronológica. En los últimos
tiempos ha sido, sobre todo, M. MiIler uno de los pocos autores que ha de-
fendido la posibilidad de entrevistas reales entre esos personajes, a partir del
análisis de las tradiciones cronológicas transmitidas. 291 Bien es cierto, igual-
mente, que en uno de sus primeros trabajos sobre esta cuestión en el que
analiza la elaboración de la lista canónica de arcontes en Atenas, introduce
esta autora una interesante hipótesis de trabajo según la cual la datación de
Solón no dependería de ningún testimonio seguro sino, simplemente, de una
serie de consideraciones apriorísticas por parte de los compiladores de la lis-
ta definitiva de arcontes que fue elaborada en el último tercio del siglo v a.e.
Por consiguiente, el arcontado de Solón habría sido situado en una época
más antigua que la que realmente le correspondería y ello obligaría a exten-
der en el tiempo la problemática historia ateniense arcaica anterior a la ti-
ranía. De tal manera, el arcontado de Solón, en lugar de en 594/3 habría te-
nido lugar a finales de la década de los 570 a.e., por lo que la entrevista con
Creso adquiriría verosimilitud. 292 La hipótesis que planteaba M. MiIler, y que
ha sido desarrollada por la misma autora en posteriores trabajos no deja de
ser sugerente; sin embargo, la crítica, en general, no ha aceptado sus teorías
y, por consiguiente, no se admite tampoco la historicidad de las entrevistas
de Solón y Creso y de Solón y Amasis, y se prefiere pensar bien en la apli-
cación de los temas de la propaganda délfica, bien en el propio desarrollo
de la tradición sobre la figura de Solón.
160 SOlóN DE ATENAS

Ya Linforth, en 1919, aunque hacía referencia a las objeciones cronoló-


gicas que impedían una entrevista entre Salón y Creso consideraba a las mis-
mas no absolutamente insuperables, pero da una serie de objeciones que ha-
cen inaceptable el relato y que son, en primer lugar, la ausencia de cualquier
medio conocido por el que pudiera haberse transmitido la historia; en se-
gundo lugar, su evidente carácter legendario y, por último, que forma parte,
precisamente, de la tradición de los Siete Sabios con su larga lista de entre-
vistas legendarias;293 no obstante, este último punto probablemente requirie-
ra más análisis porque da la impresión de que en época de Heródoto aún no
ha acabado de desarrollarse todo el cúmulo de leyendas pertinentes a esos
Siete Sabios. 294

7.5. ARISTÓTELES. LA ATHENAlON POLlTEIA y LA POLÍTICA

Las siguientes noticias de cierta consistencia después, cronológicamente,


de las transmitidas por Heródoto, son las que proporciona Aristóteles, tanto
en su monografía sobre el sistema político ateniense, la Athenaion Politeia,
cuanto en su obra de conjunto en la que reflexiona sobre los sistemas políti-
cos griegos, la Política. Ni qué decir tiene que es en la primera de ella donde
las informaciones que podemos obtener de Salón son mucho más numerosas
e importantes.

7.5.1. La Athenaion Politeia

Ya desde su descubrimiento en papiros conservados en Berlín (PEer.


5009) y, sobre todo en Londres (PLond. 131), y su publicación en 1891, esta
obra de Aristóteles o de su escuela, escrita entre los años 335 y 322 a.c., sus-
citó gran interés por su descripción de la historia constitucional ateniense. 295
Y, en ella, la figura y la obra de Salón reciben bastante atención. Es, en efec-
to, el primer testimonio, cronológicamente hablando, del que se conservan
datos suficientes como para hacernos una idea de la obra de Salón que, como
hemos visto, no se desprende necesariamente de lo que sus propios poe-
mas indican ni tampoco de las referencias de Heródoto. 296 Las fuentes que
emplea Aristóteles son variadas y pueden agruparse en los siguientes grupos:
los poemas, las leyes, inferencias aristotélicas a partir de costumbres que aún
sobrevivían en su época y un conjunto de tradiciones conflictivas, de las que
no se sabe si eran orales o se hallaban escritas, pero que obedecen a las
tendencias popular y oligárquica, respectivamente. Aun cuando éstas sean
las principales fuentes discernibles, parece claro que emplea a los Atidógra-
fas y, de entre ellos, a Androción, tal vez el primero en escribir un libro que
se refiriese íntegramente a Salón y a cuya obra quizá remitan todas (o al me-
nos buena parte) de las informaciones posteriores sobre ellegislador. 297
Igualmente Masaracchia insistió en la importancia de la fuente atidográ-
LAS FUENTES 161

fica moderada en su obra, aunque también valoró la incidencia de otra tra-


dición que veía en Solón al primer jefe del partido popular, acentuándose los
aspectos democráticos de su constitución. Solón, en esta fuente, estaría del
lado del pueblo, atribuyendo a los ricos la culpa de la crisis. 29R Rhodes, por su
parte, aun aceptando el uso de esas fuentes, incluyendo a Androción, tam-
poco descarta que usara todo tipo de información disponible. 299 No voy a en-
trar aquí en el detalle de toda la obra aristotélica, puesto que ocasión habrá
de hablar de las noticias concretas a que alude en su momento, pero sí haré
algunas observaciones acerca del contenido de cada uno de los capítulos que
se dedican en esta obra aristotélica a la figura del legislador. No entraré, por
ello, en un comentario extenso de cada capítulo, puesto que no es éste el lu-
gar de hacerlo. 3OO

CAP. 2. Describe en este capitulo la situación de los hectémoros y pelatai,


esclavizados por los ricos, de quienes era toda la tierra; asimismo, la existen-
cia de préstamos sobre las personas, lo que llega hasta Solón, del que dice
que fue el primero en convertirse en jefe del pueblo (prostates tou demou).
Como ya habíamos visto al comentar los fragmentos de los poemas solo ni a-
nos esto quedaba bastante claro a partir de los mismos pero hallamos aquí la
corroboración por parte de Aristóteles. 30l

CAP. 3. Referencia al hecho de que, en época de Solón, todos los arcontes


fueron reunidos en el Thesmotheteion, hecho que, presumiblemente, implica
el surgimiento de la colegialidad de esa magistratura.

CAP. 5. Tras haber aludido en los capítulos previos a la constitución ante-


rior, esto es, la de Dracón, Aristóteles inicia el capítulo 5 afirmando que los
muchos se hallaban esclavizados por los pocos, lo que provoca la aparición
de la stasis, que fue violenta y duradera, determinando que ambos bandos, de
común acuerdo (koine) eligiesen como arconte y mediador (diallaktes) a So-
Ión, que formaba parte de las "clases" medias según la visión aristotélica. 302
Observa ya el estagirita en este primer capítulo de los dedicados a Solón, y
tras analizar sus poesías, que para él «la causa de la stasis pertenece a los ri-
cos».

CAP. 6. En este capítulo se inicia la descripción de las medidas de Solón. La


primera de ellas, como afirma Aristóteles, consistió en la «liberación del pue-
blo» desde entonces y para siempre, lo cual, como también dice lo consiguió
mediante la prohibición de tomar préstamos con las personas como garan-
tía, mediante la promulgación de leyes (nomoi), y mediante la cancelación de
deudas públicas y privadas. A esto, como también dice Aristóteles se le lla-
mó «seisáchtheia» o descarga. También da cuenta de las calumnias que algu-
nos vierten contra Solón, acusándole de haber favorecido a sus amigos, y se
observa cómo frente a esta versión está la versión de los del (<<partido») del
demos, que exculpan a Solón de estos hechos. 303 Con relación a ello, men-
162 SaLóN DE ATENAS

ciona Aristóteles la renuncia de Salón a la tiranía, como un argumento más


de los «populares» contra las calumnias del partido opuesto. Posibilidades de
hacerse tirano que Aristóteles también reconoce, y para las que remite a los
propios poemas solonianos, y que le sirven también para rechazar las acusa-
ciones que se le habían hecho. Como hemos ido viendo a lo largo de la Pri-
mera Parte de este libro, la figura de Salón había adquirido ya gran impor-
tancia, desde el final del siglo v, como paradigma de la Atenas ancestral y su
figura era utilizada, con fines propagandísticos por las distintas facciones que
se enfrentan por alcanzar el poder en la Atenas del siglo IV, aun cuando ya
desde el siglo V empieza a usarse a Salón con estos fines. 304

CAP. 7. Alude aquí Aristóteles al establecimiento de una constitución y de


otras leyes que sustituirían a las draconianas, con excepción de las referidas
al homicidio, así como a la exhibición pública de las mismas y el juramento
que por ellas hacían los arcontes al asumir el cargo. Tras dar la noticia de que
«cerró» las leyes por cien años, describe la politeia soloniana: las clases cen-
sitarias y las magistraturas atribuidas a cada una de ellas para, acto seguido,
indicar los requerimientos económicos necesarios para formar parte de las
diferentes clases, así como una serie de detalles eruditos acerca del verdade-
ro significado de la clase de los hippeis. Sobre las distintas cuestiones que esa
división plantea ya hemos hablado ampliamente en la Primera Parte. 30S

CAP. 8. Siguiendo con la descripción de la politeia soloniana, Aristóteles


continúa describiendo el procedimiento de nombramiento de los nueve ar-
contes, que se realizaría por sorteo de entre los previamente elegidos (klero-
sis ek prokriton), frente al procedimiento anterior en el que el Areópago de-
signaba a los más adecuados. Mantuvo inalterado el número de tribus
(phylai) en cuatro, al frente de cada una de las cuales había un phylobasileus;
del mismo modo, mantuvo inalterada la subdivisión de la phyle en tres trities
y doce naucrarías, al frente de cada una de las cuales había un náucraro. 306
Le atribuye también Aristóteles la creación de un Consejo de los Cuatro-
cientos así como la atribución al Areópago de ser vigilante y guardián de las
leyes, sin arrebatarle el privilegio anterior de guardar la constitución ni el de
juzgar los principales asuntos de la ciudad, a lo que Salón le añade la facul-
tad de enjuiciar a los que se conjuraban para destruir al pueblo, mediante
la ley de la eisangelia. 307 También alude Aristóteles a la promulgación de una
ley dirigida contra aquellos a quienes en las frecuentes staseis no tomasen
partido, quedando sujetos a la atimia. 308

CAP. 9. Tras haber descrito los rasgos más sobresalientes del sistema insti-
tuido por Salón, pasa Aristóteles a reflexionar acerca de aquellas medidas
que le parecen más populares (ta demotikotata) de las tomadas por Salón y
afirma que éstas son: en primer lugar la supresión de los préstamos sujetos
a garantía personal; en segundo lugar, la posibilidad de reclamar frente a
cualquier perjuicio causado por un tercero y, por último, la posibilidad de
LAS FUENTES 163

apelación (ephesis) ante los tribunales. Alude, a continuación a lo oscuras


que resultaban las leyes al no haber sido escritas ni sencilla ni claramente, lo
que fue origen de muchas disputas. La explicación que da Aristóteles de este
hecho refleja también las diferentes posturas existentes en la Atenas de
su época, puesto que afirma que algunos creen que lo hizo así deliberada-
mente para que el demos fuese el dueño de los juicios (o del derecho a juzgar);
pero Aristóteles no sólo no está de acuerdo con esa interpretación (que debe
de corresponder a los oligarcas), sino que, afirma, que la causa hay que bus-
carla en que no es en (!bsoluto posible determinar siempre lo mejor, añadien-
do, por ende, que no es justo juzgar a partir sólo del resultado ulterior de sus
medidas, sino que hay que hacerlo a partir de todo el resto de su constitución. 309

CAP. 10. Sintetizando lo expuesto en el capítulo anterior, tras este pequeño


excurso, vuelve a afirmar que lo en él dicho es lo que parece más popular
(demotikon) en las leyes y, antes de la promulgación de las mismas, la aboli-
ción de las deudas (chreon apokope) y después de ello, el aumento de las me-
didas, los pesos y de la moneda, tras lo que pasa a describir su reforma en
este campo, que consiste en hacer que la mina pase de 70 dracmas (mina fi-
doniana) a 100, y a crear el talento de 63 minas, de 60 que había tenido an-
teriormente. 31O En la Primera Parte hemos tratado de estas reformas y el sig-
nificado que hay que darles.

CAP. 11. Tras describir su constitución, Aristóteles informa de que muchos


se le acercaban para consultarle sobre ella, y que para evitar reformarla, al
tiempo que para evitar hacerse odioso si permanecía en Atenas, decidió mar-
charse para dedicarse al comercio (emporia) y al conocimiento en general, a
ver mundo (theoria), yéndose a Egipto y prefiriendo que se cumpliese lo que
él había escrito y no las interpretaciones que él mismo pudiera haber dado.
La presente noticia coincide, en lo esencial, con la información transmitida
por Heródoto (1, 29-33), Y a la que hemos aludido con anterioridad, aunque
también hay algunas diferencias. 311 Significativamente, habla también Aris-
tóteles de las enemistades que le granjea su obra política y nos muestra cómo
él también, claramente, ha leído los poemas de Soló n y ha comprendido el
significado de los mismos; por un lado, los ilustres se habían enemistado con
él por la abolición de deudas y, por otro, ambos bandos le culpaban por lo in-
esperado de la situación alcanzada.
Explicando lo anterior, Aristóteles nos presenta las respectivas posicio-
nes de cada grupo y afirma, en efecto, que «el demos suponía que él haría
una redistribución de todas las cosas, mientras que los ilustres (gnorimoi)
(suponían) que retrocedería hasta el estadio anterior o que cambiaría poco».
Pero Solón (y parece como si estuviéramos leyendo alguno de sus poemas)
se opone a ambos y, en lugar de convertirse en tirano con el apoyo de cual-
quiera de los dos bandos, decidió hacerse odioso a los dos, salvar la patria y
hacer las mejores leyes. Como se recordará, esta idea se desprendía de frag-
mentos como los números 23 D Y24 D Yno parece caber duda alguna de que
164 SOLÓN DE ATENAS

Aristóteles está aquí utilizando como fuente básica las propias poesías de So-
lón. 3l2 Sin embargo, es interesante el hecho de que Aristóteles indica que po-
día haberse apoyado en cualquiera de los dos grupos en litigio para alcanzar
ese cargo. Tal y como ha dicho antes, esos dos bandos son el demos y los
nobles. ¿Puede pensarse que la aristocracia ateniense hubiera apostado por
un sistema tiránico? Yo, personalmente, no lo veo probable; tanto el episo-
dio de Cilón, en el siglo VII, como la posterior tiranía pisistrátida van a en-
contrar una fuerte oposición entre la aristocracia ateniense, en cuanto que
grupo social. Eso no quiere decir, sin embargo, que determinados individuos,
a título personal, y pertenecientes a esa nobleza, no se hubieran decantado
hacia esa forma de gobierno e, incluso, que estuvieran dispuestos a apoyar a
Solón de haber aspirado éste a la tiranía. Pero, tal y como argumentábamos
anteriormente, estos elementos, al menos en la caracterización de Solón, de-
ben de ser los «jefes del pueblo», acerca de cuyo carácter aristocrático, como
veníamos, no cabían dudas. No parece, pues, estrictamente cierta la aprecia-
ción de Aristóteles, basada en los poemas de Solón, al menos a partir de los
fragmentos de los mismos hoy conservados.

CAP. 12. En línea con el capítulo anterior, y para reforzar su argumenta-


ción, Aristóteles transcribe una serie de fragmentos del propio Solón. Se tra-
ta del fragmento 5 D, de algunos versos del fragmento 23 D, del fragmento
24 D y del fragmento 25 D.313

EL RESTO DE LA OBRA. En los capítulos siguientes alude a los sucesos poste-


riores a su exilio; el arcontado de Damasías (582-580 a.e.) y la creación de
bandos en la ciudad, y el inicio del auge de Pisístrato (cap. 13), la concesión
de la guardia personal por él solicitada con la oposición de Solón, así como
el nulo resultado que el viejo ex-arconte alcanza, junto con el episodio de la
deposición de sus propias armas a la puerta de su casa (cap. 14).314 En el ca-
pítulo 17, desmiente las noticias existentes acerca de los amores entre Solón
y Pisístrato, porque no hay una clara correspondencia de edades;315 en el ca-
pítulo 22 puede asegurar (posiblemente porque ésa era su propia opinión)
que la constitución de Clístenes fue más democrática que la de Solón que por
ende, había caído en desuso durante la tiranía;316 el capítulo 28 es sumamen-
te interesante, puesto que da Aristóteles el elenco de los «jefes del pueblo»
(prostatai tou demou) que siempre, antes de Cleón, habían sido ilustres.
La lista empieza, precisamente, por Solón, seguido por Pisístrato, ambos de
familia noble e ilustre (ton eugenon kai gnorimon), diferenciándolos así
de los demagogos posteriores.317
En el capítulo 29 nos hallamos ya en las luchas políticas que tienen como
escenario Atenas en los últimos momentos de la guerra del Peloponeso, con-
cretamente tras el desastre de la expedición de Sicilia, cuando Pitodoro y
Clitofonte proponen una constitución oligárquica. Y lo interesante es que
uno de sus artífices, Clitofonte, propone que se consulten las leyes tradicio-
nales (patrioi nomoi) que dio Clístenes que no eran democráticas, sino muy
LAS FUENTES 165

semejantes a la constitución de Solón. 318 Sin duda los ecos de la lucha políti-
ca en la Atenas del final del siglo v impregnan las fuentes de Aristóteles
.que, sin embargo, en el capitulo 22 le permiten asegurar al mismo estagirita
que la constitución de Clístenes era más democrática que la soloniana, todo
lo contrario de lo que aquí se afirma. La siguiente aparición de Solón en la
Athenaion Politeia tiene lugar en el capitulo 35, que narra el establecimiento
de los Treinta Tiranos; afirma Aristóteles que derogaron las leyes de Solón
que tenían por discutibles, al tiempo que suprimieron la decisión inapela-
ble de los jueces. En el capítulo 41, y como consecuencia de la restauración
de la democracia, Aristóteles aprovecha para decir que ésta disposición
constituía el undécimo de los cambios o transformaciones sufridas por Ate-
nas desde el inicio de su historia. De entre esos cambios, el tercero es el pro-
tagonizado por Solón, en el que tiene su origen la democracia, y que tiene lu-
gar, como afirma Aristóteles, tras la stasis. 3J9 Por último, y dentro de la
descripción de la constitución vigente en su época, afirma Aristóteles, a pro-
pósito del nombramiento de los tamiai o Tesoreros de Atenea, que son sor-
teados a razón de uno de cada tribu de entre los pentacosiomedimnos, de
acuerdo con la ley de Solón, aún en vigor (cap. 47).

7.5.1.1. Consideraciones generales

Con esta última noticia finalizan las informaciones acerca de Solón en la


Athenaion Politeia aristotélica. Uno de los problemas que más ha interesado
a los distintos estudiosos que se han ocupado del tema es el de las fuentes
que ha empleado este autor para su obra, especialmente en lo que se refiere
a Solón. En su edición de la obra aristotélica, Tovar señala el empleo por
parte del autor de varias fuentes, aun cuando sólo hay una mención concre-
ta a Heródoto; sin duda emplea a Tucídides, y se discute su eventual uso de
Jenofonte. Del mismo modo, se le considera deudor en muchos aspectos
de los Atidógrafos, especialmente de Androción. También parece detectarse,
por un lado, una fuente de tendencia democrática junto con otras dos de ten-
dencia oligárquica. Por fin, y como hemos advertido anteriormente, es indis-
cutible el empleo de las propias poesías de So Ión. En algunos casos segura-
mente emplea documentos oficiales y se han detectado falsificaciones de
documentos presuntamente oficiales. Las fuentes legales también se encuen-
tran utilizadas y, como señala Tovar, en la primera parte de la obra (hasta el
capítulo 41) el hacer uso de las historias locales, que no habían elaborado
ningún resumen de las leyes políticas atenienses, le obliga al estudio directo
y personal de los documentos legales a los que alude en su narración. 320 Así
pues, Aristóteles habría conocido de primera mano la legislación soloniana,
a algunas de cuyas disposiciones alude, como corresponde a la supervivencia
hasta su época de las mismas,321 hecho que permitió también al estatigirita
escribir su tratado «Sobre los axones de Solón».
Tampoco hay que olvidar, como ya hemos visto, que dichas leyes o, al
166 SaLÓN DE ATENAS

menos, alguna de ellas, estaban aún vigentes en su época, aun cuando aquí
hay que ser cautos, puesto que, como ya hemos mencionado, en épocas pos-
teriores se tienen por leyes de Salón algunas que, indudablemente, no lo
son. 322 En cualquier caso, la documentación de que se sirve Aristóteles es
bastante abundante y variada; sin embargo, tanto en el interés por el tema de
Salón cuanto en el tratamiento de su obra, parece haber estado influido por
la atidografía; lamentablemente, las obras de estos Atidógrafos no se han
conservado más que fragmentariamente, por lo que no insistiremos aquí en
la problemática que plantean, dejándolo para el apartado 7.9, dedicado
a «Otras fuentes y noticias»; allí aludiremos, entre otros, a Androción, de
quien parecen proceder muchos de los datos que transmiten Aristóteles y
Plutarco, entre otros. Sea, pues, por influencia de estas fuentes o sea también
por la propia postura de Aristóteles y de su escuela, la visión de Salón que
aparece en la Athenaion Politeia incide claramente en el papel del arconte le-
gislador como creador de una democracia moderada,323 aunque no deja de
haber alguna contradicción en este tratamiento, como ya hemos apuntado
anteriormente. 324

7.5.2. La Política de Aristóteles

Las referencias solonianas en esta obra aristotélica son menores, obvia-


mente, que las que aparecen en la Constitución de los Atenienses pero no
por ello deberemos dejar de tenerlas en cuenta. Noticias menores aparecen
también en otras composiciones aristotélicas, pero no haremos de ellas un
comentario pormenorizado. 325

POL., 1256 b, 31-38. Refiriéndose a los bienes y riquezas que deben ser
acumulados por ser necesarios para la casa o para la polis, Aristóteles criti-
ca una referencia soloniana (frag. 1 D, v. 71) según la cual no hay límite para
la adquisición de riqueza. El estagirita afirma, por el contrario, que sí hay un
límite, y que ocurre como en las restantes técnicas, de las que no existe nin-
guna en la que no haya un límite. Pero parece como si Aristóteles hubiera
mal interpretado el sentido del pasaje soloniano. A mi entender Salón lo que
pretendía dar a entender era la insaciabilidad de los que tenían riquezas,
que querían seguir acumulándolas. Aristóteles lo ha interpretado desde un
punto de vista más «económico», quizá frente a la visión ética de Salón.

POL., 1266 b, 14-18. En este caso alude Aristóteles a la actividad legislativa


de Salón en cuanto que afirma que éste (entre los antiguos) ya concedía un
papel trascendental para la consecución de la comunidad participativa de los
ciudadanos a la igualdad de la propiedad, como muestran sus leyes y, junto
con las mismas, menciona las leyes que existen entre otros y que prohiben la
adquisición ilimitada de tierra. Se alude, pues, aquí, a una ley soloniana que
'impediría la posesión de tierras de forma incontrolada idea que, en todo
LAS FUENTES 167

caso, también encontramos desarrollada en los propios poemas solonianos,


especialmente en el frag. 1 D, mencionado a propósito del pasaje anterior.

POL., 1273 b-1274 a, 1-22. Tras definir diferentes regímenes políticos pasa
Aristóteles a hablar de la labor de los legisladores y empieza por Solón. Eso
le va a permitir describir, en muy pocas palabras, las rasgos esenciales de la
constitución ateniense, en cuanto que establecida por Solón, pero mantenida
aún en sus propios días, al tiempo que reflexiona sobre la evolución del pro-
pio sistema soloniano. Así, y utilizando la terminología de su propia época,326
empieza diciendo que, para algunos Solón fue un legislador diligente, puesto
que acabó con una oligarquía bastante desmedida, libró al pueblo de la es-
clavitud y estable¡;ió la democracia tradicional (demokratian katastesai ten
patrion). Aparece ya aquí claramente definida la idea, no expresada de for-
ma tan directa en la Athenaion Politeia, de Solón como creador de la demo-
cracia ateniense; sin embargo, en el relato del filósofo la aclaración de «tra-
dicional» seguramente hay que interpretarla en oposición a su propia época,
en la que ya la democracia se habría degenerado. 327 Y ello queda claro a par-
tir de lo que sigue.
En efecto, continua Aristóteles, esa democracia se caracteriza por una
hábil mezcla constitucional: el Areópago representaría el elemento oligár-
quico, las magistraturas el aristocrático y los tribunales el democrático. Y
muestra también Aristóteles cómo Solón no actuó destruyendo las institu-
ciones ya existentes sino que trajo al demos a primer plano formando los tri-
bunales con todos ellos. Aun cuando la cuestión de la institución de los
tribunales por parte de Solón (al menos con todos los poderes que los mis-
mos alcanzarán en momentos ulteriores) ha sido puesta en tela de juicio, pro-
bablemente no haya que dudar de que Solón permitiese el acceso al demos a
estos órganos jurisdiccionales.
En todo caso, posiblemente esté plenamente justificada la alegación de
Solón en el fragmento 5 D cuando afirma haber entregado al pueblo cuanto
geras le corresponde, al tiempo que asegura haber defendido los derechos de
los aristócratas. Es conocido el hecho de que los poemas de Solón no suelen
hacer referencia a su propia labor legislativa pero de lo que no cabe duda es
de que en el pasaje de Aristóteles que estamos comentando se alude a sus
medidas legislativas referidas a la reforma de la politeia e, insisto, el espíritu
de la noticia aristotélica encaja muy bien con lo que puede desprenderse,
como hemos visto en su lugar, del fragmento soloniano. Pero Aristóteles, a
continuación, nos muestra cómo esa actividad de Solón ha suscitado críticas;
unas críticas, sin embargo, que parecen tener poco que ver con las que se de-
sarrollaron en su propia época, en la que el descontento se centró, sobre todo,
en su renuncia a hacerse con la tiranía. El motivo de queja para algunos es
haber acabado con las restantes instituciones del Estado haciendo al tribunal
dueño absoluto, aun siendo un órgano elegido por sorteo. Esto hizo al pue-
blo soberano y condujo hacia la democracia existente en época de Aristóte-
les. A ello también contribuyeron, como afirma Aristóteles, Efialtes, que dis-
168 SOLÓN DE ATENAS

minuyó el poder del Areópago y Pericles, que instituyó los pagos por servir
en los tribunales y los demás jefes del pueblo (demagogos) que conducen ha-
cia esa democracia contemporánea.
Pero este excurso le sirve a Aristóteles para exonerar de culpa a Salón,
frente a aquéllos (seguramente los más reaccionarios de los moderados o, in-
cluso, los oligarcas), que atribuían al legislador arcaico la situación presente.
En efecto, afirma Aristóteles que no parece que ésta haya ocurrido por vo-
luntad de Salón, sino sobre todo, por una desafortunada casualidad, que se
concreta en la intervención del demos en la victoria sobre los persas y el pro-
vecho que los demagogos sacaron de ella. Y, como prueba de que no era in-
tención de Salón dar un poder absoluto al demos, esboza Aristóteles lo esen-
cial de la politeia soloniana. Su explicación se inicia afirmando que Solón
parece que concedió al pueblo «el poder más imprescindible», consistente en
la simple elección de los magistrados. La mención de la necesidad (ananke)
en la concesión de este poder es justificada por Aristóteles por el hecho de
que si el demos no participase tan siquiera de esto, sería más bien esclavo y
enemigo. También aquí pueden hallarse ecos claros del fragmento 5 D solo-
ni ano; el populacho ha recibido lo necesario, lo que se merece, lo que le co-
rresponde en el reparto (aparchei, dice Salón en ese fragmento) yeso se tra-
duce en la capacidad de elegir a los magistrados.
Aristóteles, pues, procede a mencionar que todas las magistraturas se cu-
bren de entre los notables y los ricos, a saber, los pentacosiomedimnos, los
zeugitas y una tercera clase, la de los hippeis (el orden es del propio Aristó-
teles).328 Concluye afirmando que la cuarta clase, la de los thetes, no tuvo par-
ticipación en ningún cargo. Como hemos visto, pues, este pasaje aristotélico
resume en pocas líneas los principales rasgos de la politeia soloniana, dedi-
cándose, al tiempo, a rebatir a aquéllos que pretenden que Solón es el cau-
sante de los males de la democracia radical.
La visión de Aristóteles al respecto parece clara. Solón es el padre de la
democracia; una democracia sabia que reúne lo mejor de la oligarquía, lo
mejor de la aristocracia y lo mejor de la democracia en un acertado equili-
brio. Otorga al demos la capacidad de formar parte de los tribunales de
justicia; será una serie de desafortunadas casualidades las que determinan la
evolución ulterior de la democracia en ese mal desarrollo; y la prueba, viene
a concluir Aristóteles, es que repartió los cargos entre los ricos y los podero-
sos, dejando al demos la única atribución de elegirlos (y, más bien, por nece-
sidad), e impidiendo a los más pobres del mismo ejercer cargo efectivo algu-
no. Que la visión de Aristóteles, aun cuando se pueda hallar más o menos
influida por la incidencia de las polémicas contemporáneas sobre la mejor
forma de gobierno, se basa seguramente en la realidad puede mostrárnoslo
la ya observada semejanza de concepciones que se desprenden de la legis-
lación soloniana, tal y como la transmite Aristóteles, que debía de conocerla
de primera mano (no en vano compuso una obra llamada «Sobre los axo-
nes de Salón» )329 y los poemas de Salón que, según se admite comúnmente,
no hacen referencia explícita a la labor legislativa aun cuando, indudable-
LAS FUENTES 169

mente, ambas obras solonianas debían de mostrar una unidad de pensa-


miento evidente.

POL., 1281 b, 33-38. Dentro de su examen del gobierno democrático, Aris-


tóteles asegura que no es adecuado que la masa de los ciudadanos (es decir,
los que no son ricos ni tienen cualidades excepcionales) participe en las ma-
gistraturas supremas, pero afirma, sin embargo, que es peligroso mantener-
les sin ningún tipo de función. La solución a este dilema, como afirma Aris-
tóteles, es que participen de las deliberaciones y de los juicios. Como ejemplo
de lo que acaba de decir menciona el ejemplo de Salón y de algunos de
los otros legisladores que les otorgan a estos elementos las elecciones y las
rendiciones de cuentas de los magistrados, aunque no ejercen ese poder in-
dividualmente. Prosigue Aristóteles afirmando que entre todos llegan a ad-
quirir un buen discernimiento, especialmente gracias a su contacto con los
mejores. Nuevamente nos encontramos aquí con la cuestión de la concesión
por parte de Salón al demos de determinadas funciones dentro de su esque-
ma constitucional. Si bien la de la elección de los magistrados no tiene por
qué sorprendernos, en el capítulo 8 de la Athenaion Politeia matiza el proce-
dimiento seguido en Atenas, consistente en un sorteo de entre los previa-
mente elegidos por cada tribu. La participación del demos, pues, tampoco
implicaría una auténtica elección directa. Más problemática es la cuestión de
la rendición de cuentas de los magistrados. Posiblemente nos hallamos aquí
con un caso similar al analizado anteriormente, a saber, la polémica acerca
de que el demos ateniense, a inicios· del siglo VI, tuviese o no plena capacidad
para juzgar la gestión de los magistrados salientes.

POL., 1296 a, 18-22. Este último pasaje aristotélico que vamos a analizar es
sumamente interesante. Como es bien sabido, Aristóteles opina que un buen
factor de estabilidad dentro de los sistemas políticos es la abundancia de in-
dividuos pertenecientes a las clases medias (hoi mesoi) y añade que los me-
jores de entre los legisladores fueron ciudadanos de las clases medias. Y
como testimonio de ello sitúa a Salón, afirmando que ello es claro a partir de
su poesía, así como a Licurgo y Carondas. Como ha estudiado bastante bien
Masaracchia, Salón aparece ya aquí como un ciudadano mesos por condición
económica lo que le lleva a crear un sistema político mezcla de elementos oli-
gárquicos y democráticos. 33o Es interesante también, a mi juicio, que el argu-
mento que emplea Aristóteles para defender ese origen socioeconómico
de Salón, que no parece aceptable a la luz de las informaciones alternati-
vas de que disponemos, lo busque, y lo halle, en la propia poesía soloniana.
Tal y como hemos visto al analizar los fragmentos, es evidente que Salón se
presenta en muchas ocasiones en medio de los dos contendientes, separán-
dolos, como un guerrero con su escudo, o como un hito entre ambos o,
incluso, como un lobo acosado por perros. Seguramente imágenes de este
tipo han dejado su huella no ya sólo en el propio Aristóteles, sino en una
buena parte de la tradición literaria ateniense del siglo IV, precisamente
170 SOLÓN DE ATENAS

aquélla que apoya las pretensiones de los moderados que ven en Solón al au-
téntico «padre» de la democracia moderada ateniense, visión que el propio
Aristóteles comparte en cierto modo. 33 !

7.5.2.1. Consideraciones generales

Tras haber comentado los precedentes pasajes puede decirse que la vi-
sión que presenta la Política es, básicamente, similar a la que nos da la Athe-
naion Politeia aunque, por una parte, como es obvio, se trata de unas infor-
maciones más breves y, por otro, Aristóteles en su Po/[tica está teorizando a
partir de ejemplos prácticos. La figura de Solón no tiene, por consiguiente, la
relevancia de que goza en su obra menor, centrada exclusivamente en Ate-
nas. Este hecho, aunque determina una pérdida de profundidad en el trata-
miento de la vida y obra de Solón, permite, no obstante, ganar en 10 que se
refiere a la inserción de la actividad soloniana en el contexto más amplio del
mundo griego.
La labor de Solón obedeció a una serie de causas que se dieron en la
Atenas del inicio del siglo VI y, por ello, irrepetibles en otro momento y en
otro lugar; sin embargo, sus soluciones al problema planteado, aun cuando
también propias, pueden permitir la elaboración de un pensamiento político
que trascienda del marco de la polis ateniense. 332 Aristóteles supo verlo y con
él, aunque en cierto modo acaba la tradición de informaciones verídicas y
contrastables dentro de la biografía soloniana333 también se inicia la valora-
ción de Solón como figura de cuya actividad pueden extraerse sabias conse-
cuencias ya no sólo aplicables a su ciudad y a su momento histórico. De al-
guna manera, ya desde antes Solón había empezado a desempeñar ese papel,
como uno de los Siete Sabios; sin embargo, el estudio profundo que de su la-
bor legislativa, política e, incluso, artística, desarrolla Aristóteles y, antes que
él, la atidografía, va a superponer al «Solón Sabio» el «Solón Político».334 Ya
iremos viendo cómo ambos temas van a encontrar acogida entre los autores
posteriores.

7.6. DIODORO SÍCULO

7.6.1. Introducción

En opinión de Linforth gran parte de las noticias que transmite este au-
tor son de carácter legendario y de poco valor y, aunque no informa acerca
de sus fuentes sobre Solón parece que sus datos derivan, directa o indirecta-
mente, de Hermipo y de Éforo. 335 Las noticias que acerca de Solón transmi-
te Diodoro Sículo se hallan repartidas por toda su obra. Procederé, por con-
siguiente, a analizar las mismas, una por una, intentando extraer aque-
llos datos positivos que, eventualmente, puedan proporcionarnos.
LAS FUENTES 171

DIOD., 1, 69. Tras haber descrito los rasgos principales de la Historia de


Egipto desde los tiempos iniciales hasta la muerte de Amasis, Diodoro se va
a ocupar de describir las costumbres egipcias y, previamente, va a señalar que
las mismas causaron desde siempre gran admiración entre los griegos, de
modo tal que los más versados en los asuntos intelectuales visitaron siempre
Egipto a fin de conocer las leyes y las prácticas que fuesen más dignas de
mención. Entre los que visitaron Egipto, pues, se hallan, entre los más anti-
guos, Orfeo y el poeta Homero y entre los más recientes Pitágoras de Samos
y el legislador Solón. Retorna, pues, aquí, Diodoro el tema de la visita a
Egipto de Solón que había mencionado ya Heródoto (11, 177) Y que, según
algunos autores, puede deducirse del propio fragmento 6 D de Solón. De
cualquier modo, no nos informa en este pasaje Diodoro de la época en que
tuvo lugar tal viaje; pero es interesante, evidentemente, la función que de-
sempeña tal visita, prácticamente «obligada» para todo aquél que haya pre-
tendido descollar en las asuntos intelectuales; y Solón, evidentemente, forma
ya parte de ellos al mismo tiempo que Orfeo, Homero y Pitágoras de Samos.
Parece claro que aquí el tema del Solón histórico visitando Egipto, y el ya
menos histórico que presenta Heródoto, en cuanto que tomando prestadas
una serie de leyes de Amasis, ha dejado paso al Solón Sabio que, como tal,
visita Egipto para instruirse.

DIOD., 1, 77. Dentro aún de la descripción de las costumbres de Egipto,


menciona Diodoro la ley que tienen los egipcios según la cual todo el mun-
do debe realizar una declaración escrita de sus fuentes de ingresos, y aqué-
llos que hicieran una declaración falsa o se ganen la vida de modo ilegal
serían condenados a muerte. Añade Diodoro que Solón llevó esta ley a Ate-
nas tras su visita a Egipto. Como hemos visto, esta información ya la había
dado Heródoto (11,177); Plutarco, sin embargo, (Sol., 31, 5) menciona el he-
cho de que, según el testimonio de Teofrasto, se atribuye esta ley a Pisístra-
to, no a Solón. No obstante, la coincidencia en este caso, entre Heródoto y
Diodoro nos indica, seguramente, que éste depende, directa o indirectamen-
te, de aquél.

DIOD., 1, 79. En este capítulo que, como los anteriores, se refieren a Egip-
to, hallamos una información sorprendente. Describe Diodoro una ley egip-
cia que determinaba que los préstamos deberían ser pagados sólo mediante
las propiedades del deudor, sin que en ningún momento su persona pudiera
verse comprometida. Tras describir la ley afirma Diodoro que parece que So-
Ión transfirió también esta ley a Atenas, llamándola sisactía, liberando a to-
dos los ciudadanos de los préstamos apalabrados con las personas como
prenda. Por lo que yo sé, hasta ese momento no habíamos encontrado refe-
rencias a que la sisactía tuviera orígenes egipcios. Aristóteles, que dedica
atención al tema no lo menciona en su Athenaion Politeia (6, 1). Tampoco sa-
bemos si se trata de una invención de Diodoro o si ha tomado la noticia de
172 SOlÓN DE ATENAS

alguna de sus fuentes, pero lo que es evidente es que, una vez que Diodoro
ha admitido que los sabios griegos iban a Egipto a aprender sus leyes y sus
costumbres, y admite, como en el capítulo anteriormente comentado, que Sa-
lón se ha llevado consigo leyes egipcias a Atenas (aunque aquí cuenta con la
autoridad previa de Heródoto), no es excesivamente difícil para él (o para al-
guna de sus fuentes) dar el paso siguiente y hacer que Salón se haya llevado
también a Atenas desde Egipto la propia sisactía.

DIOD., 1,96-97. Seguimos aún dentro dellogos egipcio de Diodoro que, una
vez que ha enumerado las costumbres y rasgos principales de esta antigua
cultura de gran atractivo para los griegos, va a mencionar qué griegos,
que han alcanzado la fama por su conocimiento y por su cultura visitaron
Egipto antiguamente para aprender de sus leyes y de su cultura. (Obsérvese,
de paso, que la construcción que emplea Diodoro es prácticamente igual a la
que usó en 1,68, cuando inició el presente tema). Menciona a continuación
la lista de estas personalidades, entre los que se encuentran Orfeo, Museo,
Melampo, Dédalo, el poeta Homero, Licurgo de Esparta, Salón de Atenas,
Platón el filósofo, Pitágoras de Samas, Eudoxo de Cnido, Demócrito de Ab-
dera y Enópides de Quíos. Pero lo auténticamente interesante de ello no es
que atribuya la visita a Egipto de todos estos individuos sino, sobre todo, la
afirmación de que la información de tales visitas procede de los propios egip-
cios. En efecto, inicia la enumeración afirmando que los sacerdotes de los
egipcios cuentan esas visitas a partir de los registros escritos de sus libros sa-
grados y, tras dar la relación de nombres precedente, asegura que las prue-
bas de su visita hay que buscarlas en sus estatuas o lugares que llevan sus
nombres, así como en el hecho de que todas aquellas cosas por las que fue-
ron admirados entre los griegos procedían de Egipto.
Si bien esta segunda parte encaja más dentro de lo que suele ser habitual
en relatos de este tipo, la primera de ellas no deja de ser sorprendente. No
creo probable que Diodoro (o, incluso, alguna de sus fuentes) hayan consul-
tado personalmente los registros egipcios. Pero, aun cuando hubiera sido éste
el caso, es difícil creer que en los mismos se recogiese la visita de todos esos
individuos, especialmente de los que, evidentemente, no son «históricos»
en sentido estricto. Seguramente estamos aquí ante el intento de la historio-
grafía tardía de época helenística de dar una base sólida a las relaciones que,
a lo largo de los siglos precedentes, se han mantenido entre el mundo griego
y el egipcio. No podemos dudar de la realidad de visitas de griegos a Egipto:
Hecateo y Heródoto serían prueba evidente de ello, por no hablar de
los mercenarios al servicio de la dinastía Saíta o de los que visitaban y vivían
en Náucratis. La atracción por Egipto ha sido algo clarísimo l;l lo largo de
todo el arcaísmo y de la época clásica de Grecia. Pero mientras que en algu-
nos casos los testimonios son incontrovertibles, en otros no ocurre así. Ya ha-
bíamos visto algo de este problema a propósito del viaje a Egipto del propio
Salón, deducible, al menos por los testimonios que de él ahora poseemos, so-
lamente por el fragmento 6 D, sumamente breve por lo demás. Como tam-
LAS FUENTES 173

bién hemos visto, otras fuentes, como Heródoto, ya le sitúan en Egipto, reci-
biendo leyes de Amasis, tradición que retoma Diodoro. Platón, aludiendo a
Soló n a propósito del relato de la Atlántida, habría contribuido también a re-
forzar esa, vamos a llamarla, «leyenda» del viaje de Solón a Egipto. Diodo-
ro, por último (bien por su propia cuenta, bien bebiendo en otras fuentes) no
sólo retoma ese hecho, sino que llega a afirmar que las noticias de esos via-
jes se encuentran recogidas por los propios libros sagrados egipcios. Ni qué
decir tiene que la credibilidad que merece en este punto Diodoro es, real-
mente, poca.

DIOD., 1, 98. En los capítulos 96 y 97 Diodoro ha descrito qué es lo que


tomó cada uno de esos griegos que visitaron Egipto de ese país; este capitu-
lo 98 empieza con la afirmación de que Licurgo, Platón y Solón incorporaron
muchas de las costumbres egipcias en sus respectivas legislaciones.

DIOD., IX, 1. No es sino hasta el libro IX cuando vuelven a aparecer refe-


rencias a Solón en la obra de Diodoro; en los primeros capítulos de este li-
bro va a dar una serie de noticias acerca de este personaje. No obstante; hay
que tener en cuenta el carácter fragmentario con el que se ha conservado
este libro y el hecho de que los editores han intentado recomponer lo perdi-
do a partir de referencias indirectas. Empieza afirmando, como prácticamen-
te todos los autores que tratan del personaje que era hijo de Execéstides; sin
embargo, afirma que su familia procedía de Salamina en el Ática; segura-
mente Diodoro ha recibido ecos de la tradición que, a causa de la vinculación
de Solón con Salamina, le atribuía un nacimiento en ella. Tras alabar su edu-
cación y su cultura, acaba por decir que a causa de todo ello acabó por ser
considerado como uno de los Siete Sabios. La admiración y fama que causó
Solón no se debió sólo a su legislación sino también a sus conversaciones y
respuestas a ciudadanos particulares. Solón es asimismo responsable, según
Diodoro, de haber hecho que Atenas abandonase sus costumbres jónicas
afeminadas por otras más de acuerdo con el carácter viril, y el ejemplo de
ello lo encuentra Diodoro en la actuación de Harmodio y Aristogitón contra
los Pisistrátidas. Es curiosa esta relación negativa que Diodoro establece en-
tre Solón y Jonia, desmentida por lo que sabemos de su trayectoria, y que
debe de corresponder a épocas posteriores al propio Solón, cuando lo jonio
acabó adquiriendo connotaciones claramente peyorativas.

DIOD., IX, 2. Inicia aquí la exposición del lagos de Creso; la narración es


muy semejante a la herodotea, tanto en las cuestiones que formula Creso
cuanto en la respuesta soloniana, aun cuando el tratamiento general es mu-
cho más rápido aquí que en la obra del de Halicarnaso; del mismo modo, en
este mismo fragmento se trata del final del lagos esto es, de la frustrada eje-
cución del rey lidio por Ciro. Tras esta narración incluye otra noticia que no
tiene nada que ver con lo que ha estado diciendo, referida al poco valor para
la salvaguarda de la ciudad de boxeadores, corredores y otros atletas. 336
174 SOLÓN DE ATENAS

DIOD., IX, 3. Introduce, también de improviso, el tema del trípode de oro,


que se inserta, sin lugar a dudas, dentro del contexto de las tradiciones sobre
los Siete Sabios; da dos versiones del origen del trípode, que no nos deten-
drán aquí; el episodio acaba con la decisión de Solón de hacer entrega del trí-
pode a Apolo, que es el más sabio de todos. 337

DIOD., IX, 4. Salta ahora a los años finales de la vida de Salón, cuando Pi-
sístrato está encaminándose hacia la tiranía y nos muestra a Salón, armado,
presentándose en el ágora para persuadir a los ciudadanos a enfrentarse al
tirano; éstos le acusan de locura y de mostrar ya rasgos de senilidad. La re-
currencia más o menos frecuente al tema de la locura a propósito de Salón
posiblemente haya que relacionarla con las referencias a la misma que en-
contramos en algunos poemas solonianos (por ejemplo, el fragmento 23
D);338 por otro lado, la oposición a la tiranía de Pisístrato parecía deducirse
a partir de los fragmentos 8-11 D; por fin, está el tema de la deposición de
sus armas a la puerta de su casa que menciona Aristóteles (Ath. Pol., 14,2).
A partir de todo ello es posible que bien Diodoro, bien sus fuentes, ha-
yan elaborado el tema aquí recogido. La irrupción de Salón en el ágora pro-
cedería tal vez de la anterior comparecencia, en su juventud, para hablar de
Salamina; el tema de la presencia armada sería una reelaboración a partir de
la noticia ya mencionada. Acerca de la locura ya hemos hablado; la senilidad
se desprendería de su avanzada edad. El episodio concluye con una conver-
sación (sin duda apócrifa) entre Solón y Pisístrato, seguida del respeto que
éste muestra hacia el viejo legislador causado por la admiración que el tira-
no siente por el buen sentido de Salón. También aquí hay claros ecos de la
tradición sapiencial sobre Salón; no hay referencias, sin embargo, a cualquier
amistad o relación previa entre ambos personajes.

DIOD., IX, 5. Este breve capítulo, en el que se afirma que no puede consi-
derarse sabio al que se dedica a asuntos injustos e ilegales parece o haber
sido tomado directamente de alguno de sus poemas o ser una observación de
Diodoro o de sus fuentes tras la lectura de alguno de ellos; en la Elegía a las
Musas (frag. 1 D) puede haberse hallado la inspiración pertinente para tal
máxima.

DIOD., IX, 6-8. En esta parte de la obra de Diodoro, que se conserva frag-
mentaria, se alude a Misón, a quien el oráculo délfico consideraba el más sa-
bio, a cómo fue incluido entre los Siete Sabios en lugar de Periandro, que es-
tableció una dura tiranía y a cómo Salón visitó a este sabio, que vivía en el
Monte Eta, para comprobar su sabiduría, lo que hizo.

DIOD., IX, 17. Este fragmento, transmitido por Ulpiano (Sobre el Timócra-
tes de Demóstenes, 9, p. 905), da la noticia, atribuida a Diodoro, de que Sa-
lón vivió en Atenas en la «época de los tiranos», antes de las guerras Médi-
LAS FUENTES 175

cas, y que Dracón vivió 47 años antes. Como se ve, la precisión brilla por su
ausencia.

DIOD., IX, 20. Nuevamente aparece en este fragmento el tema de la oposi-


ción de Solón a la tiranía de Pisístrato, y vuelve a mencionarse la aparición
de Solón, armado, en el ágora. Como ya me he referido a esta cuestión an-
teriormente, no volveré a insistir aquí al respecto. Se alude, igualmente, a
cómo Solón, en el fragmento 6 D (que es aquí transcrito), anuncia la llegada
de la tiranía correspondiendo el 8 D (también transcrito) al momento pos-
terior al establecimiento de dicha tiranía. También se alude a la conversación
entre Solón y Pisístrato, ya mencionada antes, aunque aquí se añade que,
previamente a la misma, Pisístrato invitó a Solón a compartir con él las bon-
dades de la tiranía. Posiblemente esta noticia procede de las referencias que
también hallamos en algunos poemas (el ya mencionado fragmento 23 D, por
ejemplo), según las cuales a Solón se le ofreció la tiranía y la rechazó. Esta
información, por consiguiente, se vincularía con la exégesis de la poesía
soloniana más que con relatos transmitidos por otra vía. Del análisis de los
poemas, por otro lado, no se desprendía que esta renuncia a la tiranía tuvie-
se nada que ver con Pisístrato, sino que se vinculaba claramente con los re-
sultados de su gestión al frente del gobierno ateniense y con las peticiones
que los diferentes bandos enfrentados dentro de la ciudad le habían formu-
lado.

DIOD., IX, 26. Como consecuencia del fragmentario estado en que se halla
esta parte de la obra de Diodoro nos volvemos a encontrar aquí con la na-
rración de Creso; en este capítulo, simplemente, son mencionados los indivi-
duos que son llamados ante el rey lidio; entre ellos están Anacarsis, Biante y
Solón, así como el relato de su entrevista con Anacarsis.

DIOD., IX, 27. Como continuación del capítulo precedente se narra ahora
la entrevista entre Creso y Solón. El tono es más o menos parecido al de la
anterior referencia, con la diferencia de que el discurso de Solón se nos pre-
senta ahora en estilo directo. El relato, como ya se ha dicho, se asemeja bas-
tante al herodoteo aunque aquí se añade una referencia que no encontramos
en el mismo; en efecto, según la versión de Diodoro, Creso le pregunta a
Biante si la respuesta de Solón ha sido correcta, a lo que este otro sabio
asiente. Claramente se han introducido aquí temas propios de la tradición de
los Siete Sabios, en la que éstos aparecen con frecuencia actuando de forma
combinada.

DIOD., IX, 34. Tras la frustrada ejecución de Creso, se alude de pasada a la


respuesta de Solón en la conversación mantenida con él años atrás.

DIOD., XII, 18. Aquí hay una simple alusión a la ley que dictó Solón relati-
va a las epícleras, dentro del contexto de las leyes de Carondas.
176 SOLÓN DE ATENAS

DIOD., XV, 88. La breve referencia a Solón contenida en este capitulo es su-
mamente interesante para conocer qué ubicación cronológica se le asignaba
a Solón en el siglo I a.e. Una mención, también vaga, ya ha sido comentada
anteriormente. En este pasaje Diodoro se refiere a la muerte de Epaminon-
das, lo que le da pie para hacer una reflexión acerca de los hombres esclare-
cidos de la generación del estratego tebano; tras mencionar a Agesilao el es-
partano, de una época un poco anterior, se refiere a otros de un momento
aún más antiguo, en tiempos de las guerras médicas y persas y enumera a So-
Ión, Temístocles, Milcíades, Cimón, Mirónides, Pericles y otros en Atenas y
Gelón, hijo de Dinomenes, en Siracusa. Con excepción de Solón, todos los
demás hay que situarlos en el siglo v a.e., aunque en momentos diferentes
del mismo. Sin embargo, la ubicación de Solón en esta relación puede hacer
pensar que, al menos para Diodoro, no quedaba en absoluto clara la época
de Solón; el que encabece la lista puede hacer creer que se le considera el
más antiguo de todos pero, seguramente, en la mentalidad de Diodoro y de
su época, no sería mucho anterior a las Guerras Médicas, que son el jalón
cronológico empleado para situar a todos esos personajes. Si la época de So-
Ión no queda ya clara en Diodoro, es evidente que mucho menos el contex-
to histórico correspondiente al mismo.

DIOD., XVIII, 18. Narrando las consecuencias para Atenas del final de la
guerra Lamíaca y las medidas de Antípatro (322 a.e.) se refiere a la reforma
constitucional que el macedonio introduce en la ciudad; estas medidas tien-
den a acabar con el sistema democrático en Atenas, y contemplan el exilio
de 12.000 ciudadanos, que no poseían la cifra mínima de 2.000 dracmas, y su
envío a Tracia. Los ciudadanos restantes, en número de 9.000, ejercieron
el poder de acuerdo con las leyes de Solón. No sabemos si aquí, como es fre-
cuente en otros casos, la referencia a las leyes de Soló n hay que entenderla
como una alusión a la constitución ancestral o si, por el contrario, dicha men- '
ción hay que ponerla en relación con el censo mínimo requerido para per-
manecer en Atenas y poder ejercer cargos públicos. Tampoco sería extraño
que se dieran, paralelamente, ambos fenómenos.

DIOD., XIX, 1. Aludiendo a las leyes que en varias ciudades pero, sobre
todo, en Atenas, tratan del exilio de los personajes influyentes por miedo a
que se conviertan en tiranos (ostracismo), Diodoro da la curiosa noticia
de que en Atenas se recuerda, como si se tratara de una respuesta oracular
un dicho de Solón en el que se predecía la tiranía de Pisístrato. Se trata del
fragmento 10 D (vv. 3-4) que es, igualmente, transcrito.

DIOD., XXVI, 1. En este fragmento se nos conserva una reflexión sobre la


imposibilidad de satisfacer a todos, y la existencia de críticas a toda actividad
humana. Presenta un breve elenco de los personajes más célebres en cada de
una sus artes: Fidias en la fabricación de estatuas ebúrneas; Praxíteles en la
LAS FUENTES 177

escultura; Apeles y Parrasio en la pintura; Homero en la poesía; Demóstenes


en la oratoria y, entre los hombres de recto comportamiento, Aristides y So-
Ión. Sin embargo, todos ellos han tenido que hacer frente a críticas y a la de-
mostración de sus errores porque, en el fondo, eran humanos. A pesar de que
el empleo aquí de la figura de Solón es ya tópico (tan tópico como Homero
o como Demóstenes), es evidente que el conocimiento que la Antigüedad
posee de las poesías de Solón, especialmente de aquéllas en las que tiene que
hacer frente a las críticas que han surgido contra él, debió de generalizar la
idea, que se convertiría también en tópica, de las criticas a Solón.

7.6.2. Consideraciones generales

Con esta última referencia, acaban las noticias acerca de Solón en la Bi-
blioteca Histórica de Diodoro Sículo. Se observa, tras el análisis de las mis-
mas, que Diodoro recoge una serie de referencias de muy diversas proce-
dencias; por lo que se refiere al aspecto de la crítica de sus fuentes, no parece,
a juzgar por los datos que hemos visto, que haya demasiada. Junto a refe-
rencias que podemos considerar herodoteas, hay seguramente otras que pro-
ceden de los Atidógrafos y, sobre todo, están aquéllas que entran de lleno en
la tradición sobre los Siete Sabios, apartado en el que, incluso, pueden en-
globarse las noticias herodoteas, al menos como precursor de lo que será esa
tradición, al aportar temas que luego serán retomados ampliamente por los
creadores y desarrolladores del tema de los Siete Sabios. Realmente es este
último aspecto el que invade todas las noticias que da el siciliano; la figura
de Solón aparece como paradigma de justicia, de equidad, de sabiduría e, in-
cluso, su labor legislativa y política en Atenas, a la que tampoco hay excesi-
vas alusiones, parecen más consecuencia de este carácter sapiencial que de
las propias condiciones de Solón y de su época.
La mayor parte de las noticias solonianas, por otro lado, se hallan agru-
padas en los capítulos iniciales del libro IX; no obstante, el carácter frag-
mentario del mismo no permite tampoco conocer en profundidad las infor-
maciones de Diodoro pero, tal y como hemos visto, no desmienten la opinión
recién expresada. 339 Hay que tener presente, sin embargo, en esta valoración
de las informaciones de Diodoro que en su Historia esta figura no ocupa un
lugar preeminente; es uno más de los numerosísimos personajes tratados e,
incluso, no uno de los más importantes. La figura de Solón, para los escrito-
res del siglo 1 a.e. se ha convertido ya en un objeto de leyenda; en un tópico
obligado al hablar de la Historia de los antiguos griegos. La leyenda sapien-
cial, a la que se integra la tradición sobre su legislación, unida al conoci-
miento de sus poemas, posiblemente descontextualizados (baste ver cómo en
el propio Diodoro la cronología real de Solón es, sin lugar a dudas, comple-
tamente desconocida) es lo que queda de Solón en aquellos autores que rea-
lizan Historias Universales, lo que les obliga, debido a la amplitud del tema
y a la diversidad de fuentes, a no profundizar en exceso en sus personajes y
178 SOLÓN DE ATENAS

a hacer uso de los tópicos que los siglos anteriores habían ido generando. Ha-
bremos de esperar a Plutarco para volver a ver un cierto interés por la figu-
ra del Solón histórico.

7.7. PLUTARCO

Sin ninguna duda es Plutarco el autor que nos proporciona mayor nú-
mero de informaciones acerca de la vida y la obra de Solón, merced a la bio-
grafía del mismo que hace en su colección de Vidas Paralelas; igualmente, se
encuentran datos de cierto interés en sus obras de contenido moral, espe-
cialmente en el Banquete de los Siete Sabios. A continuación analizaremos
los elementos más destacables de ambas obras.

7.7.1. La Vita Solonis

Ésta es la obra, en efecto, en la que hallamos reunida gran cantidad de


noticias relativas a Solón. Sin duda las informaciones de que disponía Plu-
tarco para componer esta vida eran sumamente abundantes, y procederían
tanto del conocimiento de sus poemas y de sus leyes, cuanto del empleo de
numerosas obras precedentes; debió de ser compuesta entre el 97 y el 100
d.e. 340 Flaceliere señala entre estas fuentes a Androción, Aristóteles, Dai-
maco de Platea, Demetrio de Falero, Dídimo el Gramático, Esquines, Hera-
clides Póntico, Hereas de Mégara, Hermipo, Fanias de Éreso, Platón, Polize-
lo de Rodas, Teofrasto, y los Archivos de Delfos. Del mismo modo, abundan
en esta vida la cita de obras poéticas, del propio Solón cuanto de otros auto-
res, como son Hesíodo, Sófocles, Eurípides y Cratino. 341 En opinión de Lin-
forth hay poco en otros autores que no se halle también en Plutarco. La ma-
yoría de las noticias que transmite suelen ser demostrables, aunque hay
partes de carácter legendario. El gusto de Plutarco por la anécdota y su
preocupación por las implicaciones morales le restarían algo de su valor histó-
rico pero, concluye este autor, la imagen que se desprende de la obra de Plu-
tarco coincide con la procedente de los poemas. 342 Parece también claro que
las fuentes más 'empleadas, de entre las mencionadas, son, por un lado, Her-
mipo de Esmirna, que vivió hacia el 200 a.e. y escribió unas «Biografías de
Hombres Ilustres», una colección acrítica de datos tradicionales, cuyas fuen-
tes serían, entre otros, Androción, Heródoto y Teofrasto, y por otro lado, Dí-
dimo de Alejandría, que vive al inicio de la era cristiana y que compone,
entre otras obras, una sobre las leyes de Solón, pero tampoco hay que des-
deñar informaciones, más o menos puntuales procedentes del resto de fuen-
tes mencionadas;343 sin embargo, siempre hay que tener presente que Plutar-
co no es un historiador, al menos como entendemos hoy el término, sino que
le preocupa más caracterizar a sus personajes aunque ello suponga a veces
aceptar informaciones no verificadas o, claramente, falsas. 344 A continuación,
LAS FUENTES 179

me dedicaré a analizar aquellos aspectos que me parecen dignos de discusión


de la biografía plutarquea. 345

CAP. 1. En el capítulo 1 menciona la tradición, que toma de Dídimo, el cual,


a su vez, la toma de Filocles, según la cual el padre de Solón fue Euforión, aun-
que afirma que todos los restantes autores son unánimes al dar por padre de
Solón a Execéstides, un hombre de fortuna y poder medios, aun cuando pro-
cedía de una de las casas más distinguidas de Atenas, pues era de los Códridas.
Nuevamente aparece aquí el tema, que ya vimos desarrollado en Aristóteles,
de la medianía de la posición social de la familia de Solón, aun cuando ello no
se concilie muy bien con la pertenencia a los Códridas. La madre de Solón, se-
gún Heraclides Póntico era prima de la madre de Pisístrato, lo que le da pie a
Plutarco para mencionar la tradición del amor que mantuvieron ambos per-
sonajes, lo que explicaría también que la relación mutua que mantuvieron con
los años nunca se caracterizó por ser ni dura ni áspera. 346

CAP. 2. Retoma Plutarco el testimonio de Hermipo que asegura que el pa-


trimonio familiar de Solón se vio disminuido por la filantropía y las liberali-
dades de su padre, como correspondía a una familia habituada a acudir en ayu-
da de los demás. Está claro que ya Plutarco está empezando a situarnos al
personaje en el contexto que a él le interesa, destacando estas características,
ante todo el desinterés por el propio beneficio, frente a la ayuda que puede
prestar a los demás. Una imagen de un entorno familiar en el que el deseo de
ayudar a los demás es el que predomina permitirá explicar mejor, piensa se-
guramente Plutarco, la actividad pública posterior de Solón. Para tratar de sa-
lir de esta situación se dedica al comercio (emporia) aunque aquí Plutarco po-
siblemente mezcla temas diversos, como el relativo a los viajes juveniles y el
de los viajes de madurez, caracterizados en Aristóteles precisamente por esta
búsqueda del conocimiento, además de por la ganancia económica (Arist.,
Ath. Poi., 11, 1). Esta tradición parece vincularse en Plutarco más con la ca-
racterización de Solón como sabio, mientras que la que le hace emparas debe
de proceder de otros círculos diferentes, quizá más vinculados a intereses de-
mocráticos. 347 Naturalmente, en este contexto de Solón sabio no encaja bien
un comerciante que va en busca de riquezas (chremata) lo que, seguramente,
no dejaría en muy buen lugar su personalidad de sabio. Y, para justificar esta
última afirmación, alude a algunos de sus poemas; así, nos hallamos el frag-
mento 5 O (v. 7) para mostrar su preocupación por el aprendizaje, así como los
números 14 O (vv. 1 y 6) y 1 O (vv. 10-11) en los que muestra su despreocupa-
ción por las riquezas y, más aún, por las logradas mediante procedimientos in-
justos.
No obstante, Plutarco no considera incompatibles ambas actividades en
un buen ciudadano, el aprender al tiempo que se obtienen los medios sufi-
cientes de vida; y alude al concepto no deshonroso que tiene el trabajo para
Hesíodo (Erga, v. 311), así como a la importancia del comercio como medio
de entrar en contacto con otras culturas y de adquirir experiencia. Para co-
180 SOlÓN DE ATENAS

rroborar lo dicho, menciona que Tales, Hipócrates y Platón se dedicaron un


tiempo al comercio. Parece claro que Plutarco aplica su propia crítica a las
fuentes que está empleando; aun reconociendo el carácter sapiencial de Sa-
lón no por ello rechaza algo que, posiblemente, fuese una tradición amplia-
mente difundida, a saber la de los viajes juveniles de Salón. Del mismo
modo, numerosos autores modernos han defendido también estas activida-
des. Yo, por mi parte, no veo tampoco motivo para no hacerlo como he mos-
trado en su momento. Las causas habría que buscarlas o bien en los motivos
que expresa Plutarco, a saber la escasez del patrimonio familiar o, simple-
mente, con el fin de incrementar la propia hacienda y, al tiempo, adquirir ex-
periencia.
No habría que olvidar que, más allá de las visiones ocasionalmente ana-
crónicas de autores posteriores, la época de Solón corresponde a la Atenas
de los años finales del siglo VII, y a una sociedad aristocrática en la que el co-
mercio prexis es una actividad más vinculada a la economía del oikos. No se-
ría contradictorio, en este contexto, que Plutarco emplee la palabra emporia
que es la manera habitual, ya desde el arcaísmo, de llamar al comercio pro-
fesionalizado. 348 Tal vez sea mediante esta perspectiva como pudiera expli-
carse esta actividad juvenil soloniana. Un comercio prexis no implica, nece-
sariamente una ganancia, kerdos, al menos no como el comercio de tipo
emporie. Si Solón practica una actividad de este tipo se conciliarían ambas
opiniones. Por un lado, se estaría dedicando al comercio pero, por otro, no
iría necesariamente en busca de ganancia, 10 que es, desde el punto de vista
aristocrático, 10 más despreciable del comercio profesional. Por otro lado, tal
vez no sea casual que Plutarco traiga aquí a colación el testimonio de Hesío-
do ya rpencionado, el carácter no deshonroso del comercio y la importancia
que tienen las relaciones y la amistad con extranjeros, como característicos
de la actividad desarrollada por Solón. Así pues, en mi opinión, puede resol-
verse de este modo la aparente contradicción a que nos llevan nuestros in-
formadores.

CAP. 3. Plutarco parece haber compartido plenamente la idea de que Salón


se dedicó a las actividades comerciales, puesto que al inicio de este capítulo
afirma que su manera de expresarse libremente sobre aspectos poco filosófi-
cos (sensualidad, placeres, etc.) tal y como muestran sus poemas, se debe a la
impronta de la vida comercial. A pesar de ello, Solón se situaba entre los po-
bres más que entre los ricos y, como prueba, transcribe los vv. 9-12 del frag-
mento 4 D. Nuevamente esta idea, aunque más matizada aún; Salón se ha-
llaría no ya entre los de en medio sino entre los pobres. Sus poesías tendrían
como finalidad inicial simplemente proporcionarle entretenimiento, aunque
más adelante introduce en ellas elementos políticos. 349 Plutarco ha sido cer-
tero, sin embargo, al señalar la finalidad ulterior de sus poemas, empleados
para justificar sus acciones, al tiempo que, ocasionalmente, para exhortar,
amonestar e increpar a los atenienses. Es evidente que Plutarco no sólo co-
noce los poemas solonianos sino que, por lo general, los interpreta correcta-
LAS FUENTES 181

mente. El tono de muchos de los poemas solonianos es inconfundible aún


hoy día a pesar de que sólo conservemos fragmentos de los mismos. Es
problemático, sin embargo, saber si esta afirmación plutarquea procede de
alguna tradición anterior o si, por el contrario, deriva del propio conoci-
miento de la obra literaria del legislador.
Añade el autor de Queronea que corría la tradición de que Solón puso
también en verso sus leyes, citando el fragmento 28 D. Por último, cita los
fragmentos 8 D (vv. 1-2) y 9 D como prueba de la simplicidad de Salón en
las ciencias naturales. Estos fragmentos, sin embargo, y como hemos visto
en su lugar, tienen una función cIara, que es servir de comparación entre el
mundo de la naturaleza (y de los dioses) y el de los humanos. Parece, en mi
opinión, fuera de lugar, la observación de Plutarco que parece querer atri-
buir sólo a Tales el mérito de haber hecho avanzar la ciencia mediante la teo-
ría. No sabemos si es que Plutarco no entendió el significado del fragmento
en cuestión o si hace una observación, en cierto sentido, «banal».

CAP. 4. El capítulo 4 de la biografía plutarquea muestra un cIara matiz le-


gendario. En él vemos a Salón como parte del grupo de los Siete Sabios. In-
forma el autor de que los sabios se encontraron una vez en Delfos y otra en
Corinto. Precisamente, esta información será desarrollada en la otra obra
que comentaremos, el «Banquete de los Siete Sabios». Narra, asimismo, el
relato del trípode que pasó de mano en mano entre todos ellos porque nin-
guno se consideraba el más sabio, hasta que acabó depositado en Delfos.

CAP. 5. Narra, igualmente, dentro de este apartado dedicado al Salón «sa-


bio» las presuntas entrevistas con Anacarsis y Tales. Por lo que se refiere al
primero, se dice explícitamente que llegó mientras Salón se ocupaba de los
asuntos públicos y de la redacción de las leyes, y narra Plutarco cómo el es-
cita se burla de su labor, considerando las leyes semejantes a telas de araña,
que sujetan a los débiles, pero no a los fuertes. La respuesta que Plutarco
pone en boca de Salón parece compartir el espíritu que muestran los poemas
del legislador, puesto que afirma que ha ajustado las leyes a los intereses de
los ciudadanos de tal modo que hallen más ventajas en obedecerlas que en
no hacerlo. No obstante, reflexiona Plutarco, las observaciones de Anacarsis
se vieron cumplidas, pero no las de Salón. Como habíamos visto al comentar
los fragmentos solonianos, parecía como si a él le hubiesen sorprendido las
desfavorables reacciones de los grupos en lucha; y tanto más cuanto que él
pensaba que había cumplido sus promesas (frag. 24 D) Yque había·hecho por
cada uno de los bandos aquello que cada uno merecía (frag. 5 D). Es, pues,
posible, que esta noticia plutarquea proceda también de la colación de los
propios poemas solonianos y, del mismo modo, la noticia de la estancia de
Anacarsis en Atenas con Salón procedería de la tradición de los Siete Sabios.
Heródoto, por su parte, no menciona una eventual estancia del sabio escita
en Atenas, aunque sí en Esparta (Hdt., IV, 76-77).
182 SOlÓN DE ATENAS

CAP. 6. Dentro del mismo contexto hay que situar la estancia de Solón en
Mileto junto a Tales. Allí Solón es víctima de un engaño por parte del mile-
sio para que el ateniense comprenda el porqué de su celibato. Es interesan-
te que en el pasaje se nos hable del hijo de Solón del que, por otro lado, ape-
nas disponemos de más informaciones. El mérito del relato le corresponde,
como afirma Plutarco, a Hermipo de Esmirna quien, a su vez, lo toma del fa-
bulista Pateco. ,.

CAP. 7. Plutarco da a una serie de reflexiones sobre lo absurdo de renunciar


a lo necesario por miedo a perderlo, a propósito de lo tratado en el capítulo
anterior. Seguramente está expresando aquí sus propias ideas al respecto, al
tiempo que censura el comportamiento de Tales.

CAP. 8. Sin transición, pasa a tratar del tema de Salamina. Relata la larga
guerra previa entre Atenas y Mégara, y el decreto que impedía volver a ha-
cer proposiciones tendentes a reanudar la guerra. Es Solón el que indignado,
hace correr la voz de que se ha vuelto loc0 35o y un día, cubierto con un pili-
dion (gorro de enfermo para algunos y gorro de mensajero o heraldo para
otros)351 recita, en el lugar reservado en el ágora al heraldo su elegía a Sala-
mina de cien versos, cuyos dos primeros transcribe Plutarco (frag. 2 D). Es
Pisístrato el que exhorta a los ciudadanos a que obliguen a revocar el decre-
to y a reanudar la guerra, colocando a Solón al frente. Reaparece aquí nue-
vamente Pisístrato actuando ya en este momento, anterior indudablemente
al arcontado soloniano.
No parece probable, desde ningún punto de vista que por esos años el fu-
turo tirano hubiese iniciado ya su carrera política, si es que había, incluso, na-
cido; se trata de un tema claramente propagandístico, habida cuenta la exis-
tencia de tradiciones, de las que se hace eco el propio Plutarco en el capítulo
1, en las que se hallan los dos vinculados, además de por parentesco, por re-
laciones homosexuales. También hay que tener presente que Pisístrato, en su
momento, promoverá acciones bélicas contra Mégara, haciéndose con el
control del puerto de Nisea. 352 También ha sido objeto de discusión el papel
de Solón al frente de la expedición, afirmado par algunos y negado por otros;
sobre ello ya se habló en la Primera Parte. Quizá, sin embargo, pueda en-
tenderse el texto de Plutarco más en el sentido de que Solón alcanza en ese
momento su posición de prostates o hegemon del demos, con el que le vemos
ya actuar en sus poemas y al que alude el propio Aristóteles (Ath. Pol., 28,
2) empleando ese mismo término. A continuación, procede Plutarco a dar
dos versiones de la acción que lleva a la conquista de la isla; primero narra
la versión común, en la que participa Pisístrato, y en la que interviene un ele-
mento folclórico, consistente en un travestimiento por parte de los jóvenes
atenienses, consiguiendo la victoria mediante esta estratagema. 353

CAP. 9. Prosigue la narración de la conquista de Salamina, dando ahora otra


versión que, por exclusión, no es la popular, pero acerca de cuya autoría tam-
LAS FUENTES 183

poco somos informados. En esta versión interviene un oráculo délfico, así


como sendas dedicaciones nocturnas a dos héroes. Del mismo modo, la con-
quista la realizan quinientos jóvenes atenienses, a quienes se les garantiza la
propiedad de la isla en caso de conquistarla. Como prueba de la veracidad
de esta versión aporta Plutarco el testimonio de la conmemoración anual del
evento, así como un templo a Enialio consagrado por Solón. Parece que, in-
cluso, desde el punto de vista geográfico, esta versión es la más próxima a la
realidad. 354

CAP. 10. La guerra entre Mégara y Atenas prosigue y, finalmente, son ele-
gidos los lacedemonios para arbitrar une solución. Solón se apoya en los Poe-
mas Homéricos (JI., 11, 557-558), convenientemente alterados para la ocasión
por él mismo, tradición de la ya se hizo eco con anterioridad Estrabón (IX,
1, 10). Plutarco reconoce que para los atenienses esto es una banalidad, al
tiempo que relata los argumentos de Solón, que se retrotraen también al
epas concretamente a Fileo y Eurisaces, hijos de Ayax, que donaron la isla a
los Atenienses. 355 También emplea Solón, según Plutarco, el testimonio de
los rituales funerarios, diferentes en Salamina a los de Mégara, pero simila-
res a los atenienses, tanto en la orientación de los cadáveres, como en el nú-
mero de individuos que ocupa cada tumba, aunque esto lo rebate Héreas de
Mégara, cuyo testimonio también cita Plutarco. 356 Por último, emplea Solón
algunos oráculos de la Pitia que llaman «jonia» a Salamina. 357
Como se ve, la figura de Solón se halla muy vinculada a Salamina; o bien
dirige la acción bélica, o la inspira, o aduce las pruebas pertinentes durante
el arbitraje para garantizar su posesión por parte de los atenienses. Desde mi
punto de vista, al menos, parece como si los diferentes argumentos que da
Solón procedieran de diferentes tradiciones; en la primera de ellas el propio
Plutarco nos lo demuestra; la versión ateniense se refiere a los hijos de Ayax
y al origen del demo de los Filaidas, frente a la que tiene su base en los dos
versos mencionados de la Ilíada; posiblemente la referida a los oráculos dél-
ficos proceda de otra fuente y, por fin, la que se sirve de los rituales funera-
rios como argumento, de otra. Seguramente también las distintas tradiciones
surgen en momentos diferentes, siendo todas ellas atribuidas a Solón por su
vinculación (señalada por él mismo en su elegía Salamina) con la isla. De to-
das ellas, sin duda alguna, la más sorprendente, es la que recurre a la orien-
tación de las tumbas y al número de deposiciones que cada una de ellas con-
tiene, lo que muestra, ante todo, observación de primera mano. Que tal
observación corresponda a no a la época de Solón es otro asunto. Pero, en
todo caso, todas esas tradiciones muestran lo controvertida que fue siempre
la posesión de Salamina, hasta el punto de que llegaron a emplearse argu-
mentos como los mencionados, además de los más habituales que recurren al
mito o al epas.

CAP. 11. La conclusión natural del asunto de Salamina fue aumentar la


fama de Solón. Se convirtió, así nos lo dice Plutarco, en famoso y grande. Pa-
184 SOlÓN DE ATENAS

rece como si ahora Plutarco, después de habernos hablado previamente de la


fama de Solón, de su carácter de hombre sabio, de sus entrevistas con Ana-
carsis y Tales, etc., retornara a los orígenes. El asunto de Salamina le había
producido fama en Atenas y, posiblemente, el haberse situado como «jefe del
pueblo», tal y como sugería anteriormente. Pero el episodio que va a narrar
ahora le va a granjear fama «panhelénica». Se trata de la intervención de So-
Ión en la declaración de la primera Guerra Sagrada contra los de Cirra, he-
cho que, sobre la autoridad de Aristóteles, se le atribuye. También sobre la
intervención de Solón en este asunto debían de correr diferentes versiones,
en alguna de les cuales el propio Solón figuraría como estratego en la direc-
ción de la guerra, como en la de Evantes de Samos, cuya noticia le llega a
Plutarco por medio del ya varias veces mencionado Hermipo. Igualmen-
te, Plutarco emplea como testimonio al orador Esquines (3, 108), así como
los registros del templo délfico, que posiblemente el propio Plutarco había
podido consultar al ser sacerdote del santuario. 358

CAP. 12. Narra ahora Plutarco los problemas causados en Atenas como
consecuencia del enfrentamiento faccional producido tras el intento tiránico
de Cilón y el asesinato sacrílego de sus partidarios. La intervención de Solón,
nuevamente, es providencial. Es él quien, al decir de Plutarco, «se situó en el
medio», junto con los principales atenienses para persuadir a los descen-
dientes de Megacles de que se sometieran a juicio ante trescientos ciudada-
nos elegidos por sus cualidades (aristinden) y respondieran del sacrilegio de
sus antepasados. El lenguaje que emplea Plutarco parece estrechamente re-
lacionado con el que emplea el propio Solón; sin duda el autor de Queronea,
buen conocedor de la obra soloniana, ha aprovechado esta intervención de
Solón para presentarle de una manera que, como hemos visto, al propio So-
Ión le gustaba emplear situándose en medio de la situación, fuese cual fuese.
De ser cierta la noticia que transmite Plutarco, es interesante destacar
que aquí se nos presenta a Solón rodeado de los principales de los Atenien-
ses, en un asunto que, sin duda, afectaba a la comunidad en su conjunto, cual
podía ser la impureza ritual, la miasma. 359 Seguramente este hecho tiene lu-
gar también antes de su arcontado, puesto que en una ley (la octava del dé-
cimo tercer axon) (Plut., Sol., 19,4) se menciona la amnistía que promulga
Solón, que de alguna manera se hallaba en relación con este proceso. Por
otro lado, parece que es necesario admitir que este tribunal que juzga a los
Alcmeónidas debe ser el tribunal del Areópago, puesto que parece haber
sido el único capacitado para llevar a cabo tales juicios; igualmente, la noti-
cia ya mencionada de la amnistía soloniana, que no afectaba a los juzgados o
por el Areópago, a por el tribunal de los Efetas o por el Pritaneo, indicaría
que alguno de esos tres tribunales tuvo que juzgar a esos individuos;36o por
último, la referencia a la extracción de esos trescientos miembros, aristinden,
que ha sido puesta en relación con la referencia aristotélica a los areopagitas
como escogidos aristinden kai ploutinden (Ath. Poi., 3,1).361
Menciona también Plutarco la circunstancia de que los megáreos aprove-
LAS FUENTES 185

charon la coyuntura para expulsar de Nisea a los atenienses y recuperar Sala-


mina; se trata claramente de un hecho anterior al arcontado de Solón, puesto
que, necesariamente, el juicio a los Alcmeónidas tiene que ser anterior a la ley
de amnistía que quizá se promulgó teniéndolos en cuenta. Pero si esta pérdi-
da de Salamina es anterior al arcontado, ¿es anterior o es posterior a la elegía
«Salamina», que es la que marca el auténtico inicio de la vida política de So-
Ión? y si es anterior, ¿puede Solón haber actuado ya en el asunto del juicio de
los Alcmeónidas? Mi opinión al respecto es que la referencia a la intervención
de Solón en tal asunto debe ser tomada con mucha cautela. Por una parte, el
lenguaje que emplea Plutarco, que parece tomado de la propia fraseología so-
loniana; por otra, la imprecisión en el nombre del órgano que juzga a los AIc-
meónidas. Sin duda se trata del Areópago, pero como Plutarco asegura más
adelante que este órgano fue creado por Solón (Sol., 19, 1), el juicio de los Alc-
meónidas tienen que realizarlo, en su versión, esos imprecisos trescientos ciu-
dadanos elegidos por sus cualidades para no caer en una contradicción.
La acusación, en todo caso, no le correspondió a Solón sino, como dice
Plutarco, a Mirón de Flíes. 362 Así pues, si el sincronismo que establece Plu-
tarco es cierto, los sucesos que determinan la pérdida de Salamina por Ate-
nas y la intervención de Solón, son contemporánea y posterior, respectiva-
mente, al juicio de los Alcmeónidas. Si es el «affaire» de Salamina el que
sitúa en primer plano a Solón, la única deducción válida es que su inter-
vención en tal juicio debe ser tomada con suma cautela. 363
Volviendo al texto de Plutarco, nos dice que como consecuencia de los
sacrilegios y ante el estado de impureza de la ciudad, Solón hizo venir de
Creta a Epiménides de Festo, tenido por algunos como uno de los Siete Sa-
bios en sustitución de Periandro. Seguramente nos encontramos aquí
con otro tema de la propaganda délfica, vinculado al carácter sapiencial de
Solón. 364 Es Epiménides, según esta versión, el que le marca el camino du-
rante su actividad legislativa (nomothesia), limitando las manifestaciones de
duelo y dolor durante los funerales. Del mismo modo, purifica la ciudad y la
predispone a someterse a la justicia y a alcanzar la concordia (homonoia).
Aparece también aquí bastante claramente, por un lado, el carácter «délfico»
y sapiencial de la actividad de Epiménides y, por otro, el recurso a los pro-
pios testimonios solonianos, con su insistencia en el tema de la justicia y de
la homonoia, claramente vinculado al de la eunomía. El fin del capítulo
muestra cómo Epiménides, tras haber solicitado como recompensa por su
obra una rama de olivo, se marcha. Del relato de Plutarco se desprende que
la estancia de Epiménides en Atenas es relativamente breve; llega, realiza su
obra y se va. Sin embargo, esa obra coincide temporalmente con la nomo-
thesia soloniana; no obstante, como hemos visto, el asunto de los Alcmeóni-
das debería situarse antes del arcontado de Solón pero quizá después de la
conquista «soloniana» de Salamina. 365

CAP. 13. La expulsión de los Alcmeónidas, sin embargo, como afirma Solón,
no impidió que siguiera la stasis. Con relación a la misma, Plutarco inserta
186 SOLÓN DE ATENAS

una noticia que ha causado no pocos problemas a los investigadores dedica-


dos al tema, máxime cuando no se vuelve a referir a la información que aho-
ra proporciona a propósito de la actividad de Solón. Afirma el autor de Que-
ronea que el Ática se hallaba dividida en tantos partidos como regiones, y
enumera la montaña o Diacría, partidarios de la democracia; la llanura o Pe-
dion, partidarios de la oligarquía, y los de la costa o Paralia, que preferían un
gobierno moderado y mixto. El debate surge del hecho de que la mayor par-
te de las fuentes sitúan esta diversificación en un contexto posterior, concre-
tamente en los momentos anteriores a la ocupación del poder por parte de
Pisístrato, aparte del anacronismo que suponen las orientaciones políticas
de cada uno de esos grupos.
Si Plutarco se equivoca al introducir aquí esta información, o si por el
contrario, la situación que nos hallaremos en el Ática unos decenios des-
pués se daba ya en el inicio del siglo VI es algo que, en el estado actual de
nuestros conocimientos, no puede asegurarse. 366 Quizá la noticia esté fuera
de lugar, por cuanto que, a continuación, describe Plutarco la situación del
campesinado ático sin aludir para nada a las diferenciaciones regionales re-
cién establecidas. Este campesinado se encuentra en una situación desespe-
rada y la ciudad al borde de la tiranía. Todo el demos era deudor de los ri-
cos. La expresión es parecida a la que emplea Aristóteles (Ath. PoI., 5, 1)
cuando afirma que los muchos eran esclavos de los pocos. Alude a los cam-
pesinos que tenían que entregarles a los ricos la sexta parte de la tierra, lo
que les valía el nombre de hectémoros y thetes. Aristóteles, junto al térmi-
no de hectémoros emplea el de pelatai (Ath. PoI., 2, 1). Además, el aceptar
deudas con sus personas como garantía, les hacía susceptibles de ser some-
tidos a esclavitud y vendidos en el extranjero. Otros, igualmente, vendían a
sus hijos y se marchaban al exilio. Ante esta situación «los muchos» y los
más fuertes se reunieron, decidieron no tolerar la situación y pasar a la ac-
ción. Esta acción consistía, en primer lugar, tomar como jefe (prostates) a
un hombre honrado, para que liberase a los que no habían pagado su deu-
da en el plazo previsto, para que repartiese la tierra y transformase total-
mente la constitución.
Las causas de la crisis son claras para Plutarco. El empobrecimiento, en-
deudamiento y esclavizamiento del campesinado a manos de los ricos, que
determina la reacción de «los muchos y los más poderosos», que necesitan un
jefe, y que quieren, básicamente, que acabe la situación, que se produzca
un nuevo reparto de tierra (ges anadasmos) y que se transforme el régimen
político. La versión plutarquea, por ende, coincide, en sus líneas generales,
con el planteamiento aristotélico lo que probablemente hable en favor de
una fuente común, ya que Plutarco parece dar más detalles que Aristóteles,
lo que impediría que éste haya sido fuente directa de aquél. 367

CAP. 14. Ante el estado de cosas, los más juiciosos atenienses piensan en
Salón para hacerle entrega de los asuntos públicos y para que acabe con las
disensiones. La causa es que Salón no compartía las injusticias (adikia) de los
LAS FUENTES 187

ricos ni tenía las mismas necesidades que los pobres. Desde mi punto de vis-
ta esta opinión debe de proceder, directamente, de la lectura de algún poe-
ma soloniano como puede ser, por ejemplo, la Elegía a las Musas (frag. 1 D)
o la propia Eunomía (frag. 3 D). En ellas se expresa este tipo de ideales muy
claramente. Hay que observar también que no hay ninguna relación entre el
inicio de este capitulo y el precedente, puesto que el nombramiento de So-
Ión, aunque tiene como causa la situación de inestabilidad creada, no se vin-
cula con las intenciones y propósitos del demos, que se acaban de enumerar.
Sin embargo, Plutarco nos da otra versión que, posiblemente, satisfaga más
este requisito.
En efecto, la versión, atribuible a Fanias de Lesbos, adjudica a Solón el
engaño frente a los dos bandos, aunque es un engaño o una estratagema, po-
dríamos decir que positiva, puesto que la finalidad es la salvación de la polis.
El engaño consiste en prometer secretamente a los pobres el reparto de tie-
rras y a los ricos la consolidación de sus bienes. ¿De dónde procede esta otra
versión que, como hemos visto al comentar las poesías solonianas, parecía
poder desprenderse da su exégesis? Creo que una respuesta podría ser que
Fanias, o bien personalmente, o bien basándose en algún otro autor, ha leído
los poemas de Solón y ha llegado a esta conclusión. 368 El fragmento 5 D es
muy revelador al respecto; al pueblo le da tanto geras como le basta, pero
cuida, «fortifica», los intereses de los ricos. No habría que dudar, creo, del
testimonio de Fanias, puesto que la poesía soloniana, adecuadamente inter-
pretada, nos conduce a la misma conclusión. 369 La justificación que da Fanias,
de que actúa así movido por el bienestar del Estado no tiene que ocultar
el hecho de que el concepto de Eunomía soloniano, tal y como él mismo lo
expresa, es algo activo que, como él dice, terminará por poner grilletes y ca-
denas a los injustos (frag. 3 D, v. 33). Y él mismo se ve en ese poema como
el encargado de hacer triunfar esa Eunomía y, casi, como el que decide qué
es eunómico y qué es disnómico. Teniendo presentes estos conceptos que el
propio Solón había desarrollado, no debería sorprender demasiado ver al le-
gislador actuando, valga el anacronismo, «maquiavélicamente».37o
Acepta Solón, finalmente, el cargo de arconte, al que se añaden los de
diallaktes, o mediador y nomothetes o legislador; es de interés señalar que
Plutarco afirma que le aceptaron de buen grado los ricos, como rico que era
y los pobres como bueno. Por ende, la difusión de una de sus sentencias «la
igualdad no produce la guerra» reavivó más los anhelos de unos y otros,
centrando cada uno la esperanza de igualdad en diferentes cuestiones: los ri-
cos en su rango y su virtud; los pobres en su número. Es decir, hay aquí di-
ferentes conceptos de la igualdad, que para unos es la aritmética y para otros
la geométrica. 37l También es probable, como opinan algunos autores, que
este tipo de ideas correspondan más bien a las preocupaciones políticas del
siglo IV y no a la propia época de Solón como puede ocurrir también con la
comparación con Pítaco que aparece un poco más adelante en este mismo
capítulo. 372 Son los jefes de los dos bandos los que, consecuentemente pro-
ponen a Solón la tiranía. Incluso a muchos de los que se hallaban en medio
188 SaLóN DE ATENAS

no les repugnaba la idea de ser gobernados por el más justo y el más sabio.
También algunos afirman que hubo un oráculo délfico animándole a tomar
el timón; sus propios amigos intentaban convencerle alegando que él trans-
formaría cualquier tiranía en realeza legítima por su arete, poniendo como
ejemplo el caso del (contemporáneo) Pítaco de Mitilene. Como ha sospe-
chado algún autor, aquí hay nuevamente una reelaboración política del siglo
IV, época en la que se considera a Pítaco como un tirano virtuoso. 373 La res-
puesta de Solón sería el fragmento 23 D, que Plutarco dice que dirigió -a Foco
del que, como veíamos anteriormente, nada más se sabe aun cuando es posi-
ble que se trate de alguno de los amigos que le animan a hacerse tirano.
Parece evidente de todo esto que acabamos de ver que las pretensiones
de ambos grupos eran atraerse a su lado al arconte y presionarle para ocu-
par la tiranía; parece, igualmente, que gran parte de lo que podríamos llamar
la «opinión pública» ateniense, no vinculada incluso a ninguno de los dos
partidos en lucha, no hubiera visto con malos ojos que Solón se alzase con el
poder tiránico, posiblemente como mal menor; incluso, las presiones que su
propio circulo de amistades ejercían sobre él, debieron de ser considerables.
A todos ellos dirige Salón su respuesta en el fragmento 23 D. No obstante,
surge también la cuestión de la fuente de Plutarco para estos sucesos. Parece
aquí, igualmente, como si la fuente primaria hubiese sido, como en otras oca-
siones, la propia poesía soloniana en la que, como también hemos visto a
propósito del mencionado fragmento 23 D, parece haber alusiones muy di-
rectas a grupos de individuos muy concretos. Una exégesis en tal sentido po-
dría haber sido desarrollada perfectamente por la Atidografía del siglo IV a
partir solamente de las informaciones contenidas en el poema que conserva-
mos incompleto en el frag. 23 D pero que en aquella época se hallaba com-
pleto.

CAP. 15. Afirma Plutarco que durante el establecimiento de las leyes no se


mostró débil, ni cedió ante los poderosos, ni complació a los que le habían
elegido. Su legislación, sin embargo, es bastante respetuosa con la tradición
en algunos aspectos como hace ver Plutarco, aunque también hay ocasiones
donde tiene que introducir cambios que espera hacer cumplir con una mez-
cla de fuerza y justicia, tal y como afirma en el fragmento 24 D (v. 16). Dio,
como él mismo decía, las mejores leyes que pudiesen aceptar los atenien-
ses. 374 Y, acto seguido, aborda el tema de la sisactía, considerada como la pri-
mera medida que toma, y consistente en abolir las deudas e impedir que los
préstamos pudiesen volver a realizarse con garantías sobre las personas.
Esta opinión, sin embargo, es contestada por Androción, para quien no
se trató de una abolición de deudas, sino más bien de una reducción de los
intereses, lo que el mismo atidógrafo relaciona con el aumento de los pesos
y medidas y la reforma de la moneda. Elevando a cien dracmas la mina, que
hasta entonces tenía setenta y tres, disminuye la cantidad efectiva a devolver,
manteniendo intacto el valor nominal debido. No obstante, Plutarco señala
que la mayor parte de los autores coinciden en que se trató de una abolición
LAS FUENTES 189

de deudas, y con éstos están más de acuerdo los poemas. Como ha sabido ver
muy bien Masaracchia, Androción participa de la corriente moderada den-
tro de la Atidografía; desde el punto de vista de esta corriente, especialmen-
te a lo largo del siglo IV, la abolición de deudas era signo de extrema anar-
quía, lo que encajaba mal con la moderación soloniana. Por ello, Androción
falsea abiertamente un dato histórico incontestable por una exigencia de ten-
denciosidad política. 375
Como prueba de lo que ha realizado Salón, Plutarco trae algunos frag-
mentos de sus poemas: frag. 24 D (vv. 6-7), sobre la retirada de los haroi y la
liberación de la tierra; frag. 24 D (vv. 11-14), a propósito de la repatriación de
exiliados y liberación de individuos esclavizados. 376 Tras haber relatado esto,
sin embargo, cuenta cómo sus amigos, Conón, Clinias e Hipónico, que estaban
en el secreto de lo que iba a hacer Salón se aprovecharon de ello para enri-
quecerse endeudándose, con la esperanza de no tener que devolver lo presta-
do. Del mismo modo, narra cómo Salón perdió cinco talentos (o quince, según
Polizelo de Rodas) que había prestado, obedeciendo él primero la ley. Aris-
tóteles (Ath. Poi., 6, 2), también se había hecho eco de estas acusaciones,
aunque en el estagirita podía comprobarse cómo las mismas fueron realizadas
por el partido de los ricos, mientras que el partido de los populares las recha-
zaba.

CAP. 16. Como conclusión de la actividad legislativa soloniana, afirma Plu-


tarco que no satisfizo a ninguna de las dos partes; a los ricos, porque anuló las
deudas; pero sobre todo a los pobres por no haber repartido las tierras ni ha-
ber igualado las fortunas, como había hecho Licurgo en Esparta. Plutarco, sin
embargo, afirma que Licurgo fue descendiente de Heracles en undécimo gra-
do, que reinó largo tiempo en Esparta, que poseía amigos e influencia y que
empleó la fuerza más que la persuasión, mientras que Salón era un hombre del
pueblo (demotikas) y de condición media (mesas), no poseyendo más que la
sabiduría y la confianza de sus ciudadanos. Nuevamente la tradición de Salón
como ciudadano medio; sin embargo, mal se conforma esto con la noticia del
capítulo anterior según la cual Salón perdió cinco (o quince) talentos que ha-
bía prestado. Es, claramente, una caracterización artificiosa de la figura de Sa-
lón, que derivaría de la tradición democrática moderada. Como prueba del
descontento que suscitan sus medidas, transcribe Plutarco los versos 16-17 del
fragmento 23 D, aun cuando también hace lo propio con los versos 6-7
del fragmento 25 D, para mostrar cómo cualquier otro distinto de él hubiera
terminado por perjudicar al pueblo.
No obstante, los dos partidos dejaron de discutir y realizaron un sacrifi-
cio común, llamado seisachtheia, tras lo que se le confía a Salón modificar la
constitución. Realmente esta noticia no ha suscitado excesiva credibilidad;
la existencia de un sacrificio tal no parece probable aun cuando, reciente-
mente, Connor377 ha vuelto a revalorizar esta posibilidad. Por otro lado, sor-
prende la noticia de Plutarco cuando afirma que, tras ese sacrificio, se nom-
bró a Salón reformador de la constitución y legislador. Posiblemente nos
190 SalóN DE ATENAS

hallamos aquí con una tradición diferente de la que ha venido siguiendo Plu-
tarco hasta ahora, puesto que ya desde el capítulo 14 se nos está describien-
do la actividad de Salón como arconte, mediador y legislador, y ya se ha ha-
blado previamente de qué resultados y descontentos provoca su actuación.
Sin embargo, desde mi punto de vista parece demasiado artificioso el inicio
del párrafo 5 del presente capítulo, en el que Plutarco tiene que introducir
estas informaciones aludiendo a que pronto los atenienses reconocieron la
utilidad de las medidas tomadas; esto no encaja en absoluto con el espíritu
de los poemas solonianos, en los que, permanentemente, se alude a la ingra-
titud y a la conciencia de la validez y justicia de las propias medidas. Por
ende, la introducción del sacrificio de la sisactía, posiblemente ya una mala
interpretación del sentido de la medida, como paso previo al nombramiento
de Salón como legislador y reformador de la constitución, pueden ponernos
en la pista de que se trata de una tradición alternativa a la que hasta ese mo-
mento ha seguido Plutarco.

CAP. 17. Su primera medida consiste en abolir todas las leyes de Dracón,
excepto las relativas al homicidio, entreteniéndose Plutarco en narrar algu-
nas características de estas antiguas leyes.

CAP. 18. El paso siguiente consistió en, sin quitarles las magistraturas a los
ricos, permitir al demos, hasta entonces excluido, participar en la vida políti-
ca, para lo que tuvo que estimar las fortunas de los ciudadanos. Así, distri-
buye la población entre los que recogían 500 medidas de productos secos o
líquidos, o pentacosiomedimnos; los que recogían 300 o podían mantener un
caballo o hippeis; los que reunían 200 o zeugitas y todos los demás o thetes.
Estos últimos sólo tienen como derecho el participar en la ekklesia y en los
tribunales. La versión que da Plutarco es bastante parecida a la aristotélica
(Ath. PoI., 7-9); alude también Plutarco a la importancia ulterior que alcan-
zarán los tribunales en Atenas, hecho al que se refería también aristóteles
(Ath. PoI., 9,1), debido a la oscuridad en la redacción de las leyes, que harán
sumamente importantes a los tribunales para interpretarlas. No se hallan ya
en Plutarco los problemas que una visión de este tipo causaban en la época
de Aristóteles acerca de la verdadera lectura a dar a esta dificultad de inter-
pretación de las leyes solonianas. Como indicio de la satisfacción soloniana
por su legislación, cita Plutarco los seis primeros versos del fragmento 5 D.
Pero, a pesar de ello, y para proteger al demos de su debilidad, permite a
cualquiera perseguir al culpable de cualquier delito, como medio de involu-
crar a toda la ciudad en la defensa de la legalidad.

CAP. 19. Relata Plutarco cómo Salón crea el Areópago, a base de los ex-ar-
contes, pasando él mismo a formar parte de él. Igualmente, ante la arrogan-
cia que la abolición de deudas había producido en el demos, crea un segun-
do Consejo, con 400 miembros, cien de cada tribu, cuya función es
claramente probuléutica: deliberar sobre los asuntos antes de someterlos al
LAS FUENTES 191

pueblo, sin que nada sobre lo que este consejo no haya deliberado previa-
mente pueda llevarse a la asamblea. Anclado en estos dos consejos, el esta-
do estaría menos agitado. El Areópago quedaría como supervisor de todos
los asuntos y guardián de las leyes.
Se plantea, sin embargo, si el Areópago fue realmente o no una creación
de Solón; la mayoría de los autores piensan en este sentido, pero Plutar-
co transcribe la ley octava del décimo tercer axon, en la que se indulta de la
atimia a aquellos condenados antes del arcontado de Solón por asesinato, he-
ridas o tiranía, y juzgados por el Areópago, los Efetas o los arcontes-reyes y
que se hallasen en el exilio. No obstante, el propio Plutarco, aun reconocien-
do la contradicción que existe entre la noticia de la creación soloniana del
Areópago y la ley soloniana que menciona al Areópago actuando de supre-
mo tribunal, no llega a proponer ninguna solución satisfactoria. Lo más pro-
bable es que el Areópago, como tal, existiese desde época inmemorial (o
desde cuando fuese, pero antes de la época de Solón, como se desprendería
de lo ya dicho a propósito del capítulo 12) pero que Solón promoviese algún
tipo de modificación en su composición y en sus funciones, posiblemente de-
terminando qué criterios debían tenerse en cuenta para la adscripción de
nuevos miembros (introduciendo, quizás, a los ex-arcontes de forma expre-
sa) así como cuáles iban a ser sus funciones tras la codificación de la ley y la
creación de los tribunales populares, fuesen cuales fuesen sus exactas fun-
ciones. Esta transformación es la que habría determinado que gran parte de
los autores atribuyesen a Solón la creación de este consejo. Aristóteles (Ath.
Pol., 8, 2-4), parece dar por sentada la preexistencia de dicho órgano.

CAP. 20. Inicia ahora Plutarco una serie de referencias a las leyes de So-
lón;378 la ley sobre la no toma de partido en una stasis;379 leyes sobre las epí-
cleras, o herederas que han perdido a su tutor o kyrios; limitación de la dote
y, en general, leyes sobre el matrimonio. 380

CAP. 21. Leyes que prohiben hablar mal de los muertos e injuriar a los vi-
vos en los santuarios, tribunales, o juegos; leyes sobre los testamentos; leyes
sobre los viajes de las mujeres, y sobre sus duelos y sus fiestas, para reprimir
el desorden y la licencia; leyes sobre el lujo funerario.

CAP. 22. Plutarco alude a la masiva llegada de gentes a Atenas para gozar
de su seguridad, pero también a la infertilidad de gran parte del suelo; igual-
mente, los comerciantes no importaban nada para los que no tenían nada
que dar a cambio. Ante esta situación Solón dirigió a los ciudadanos hacia
las actividades artesanales (technai),381 dando una ley que liberase a un hijo
de alimentar a su padre si éste no le había hecho aprender un oficio. Com-
para Plutarco esta medida soloniana con la actitud de Licurgo, cuyo país, y la
existencia de hilotas, permitían que los ciudadanos no tuvieran que dedicar-
se a esas actividades «banáusicas»; afirma Plutarco el carácter realista de esta
medida de Solón así como la dignidad (axioma) de estas técnicas y alude a la
192 SOLÓN DE ATENAS

supervisión a realizar por el Areópago, del origen de las riquezas de ca-


da uno, y del castigo de los ociosos. Ésta es la medida que, según Heródoto
(11, 177) Y Diodoro (1, 77) había tomado el legislador de la costumbre egip-
cia introducida por Amasis. Plutarco, en el capítulo 31, 4, afirma, empe-
ro, que Teofrasto atribuye la ley sobre la ociosidad a Pisístrato, y no a Solón.
Igualmente, menciona Plutarco, sobre la autoridad de Heraclides Póntico,
una ley que dispensaba a los hijos de una cortesana de alimentar a sus pa-
dres. 382

CAP. 23. Se refiere aquí a algunas leyes que tratan de las mujeres; sobre el
adulterio, violación y prostitución; prohibición de vender a las hermanas o a
las hijas, salvo en algunos supuestos. 383 Cuestión de las equivalencias entre
productos naturales y metales: un medimno = una oveja = una dracma. 384 Re-
ferencia a los premios a dar por la ciudad a los vencedores de los juegos
Olímpicos e Ístmicos. 385 Tarifas sacrificiales. Leyes sobre el uso del agua y de
los pozos y sobre la disposición de los cultivos.

CAP. 24. Leyes tendentes a la exportación de aceite, pero impidiendo la sa-


lida de los demás productos, con grandes castigos para los contraventores; le-
yes sobre los daños causados por animales. Interesante cuestión es la relati-
va a las naturalizaciones. Afirma Plutarco que sólo serán hechos ciudadanos
aquéllos expulsados a perpetuidad de sus patrias respectivas o aquéllos que
lleguen a Atenas con sus familias para ejercer una actividad artesanal (epi
techne). Esto lo hizo, según continúa Plutarco, para atraer emigrantes a Ate-
nas. Referencias a la manutención pública. 386

CAP. 25. Plutarco informa del plazo que considera Solón que debe pasar an-
tes de que se aborde cualquier reforma de su legislación, y que se sitúa en
cien años. Menciona, igualmente, que fueron inscritas en axones de madera,
giratorios dentro de marcos rectangulares, de los que en su propia época aún
se conservaban algunos restos en el Pritaneo. Afirma que, según Aristóteles,
a esas piezas se les llama kyrbeis. Parece ya claro que en el siglo 11 d.C. (y ya
mucho antes, como se sabe), se había dejado de saber cuál era la diferencia
entre unos y otros. Éste parece ser el caso del propio Plutarco, puesto que
menciona la opinión de otros autores, a quienes no identifica, para los cuales
las kyrbeis contendrían las leyes religiosas y sacrificiales y los axones las res-
tantes disposiciones.
Se menciona, igualmente, el juramento del Areópago de mantener las le-
yes, y el de los tesmotetas, susceptibles de ser castigados con la erección en
Delfos de una estatua de oro de tamaño natural si transgreden esas leyes.
Éste es un aspecto sumamente interesante. El Areópago, guardián de las le-
yes, como muy bien nos dice Plutarco (cap. 19,2) Y como sabemos también
por Aristóteles (Ath. Poi., 8, 4), juró mantener las leyes. Ésta es la garantía
más evidente de que estas leyes solonianas fueron obedecidas, y es lo que ex-
plica las peticiones que se le realizan a Solón de que las modifique y a las que
LAS FUENTES 193

haré referencia acto seguido. Nadie sino él (acaso c;omo creador de las mis-
mas) estaba autorizado a introducir modificaciones. El Areópago vigilaría
atentamente cualquier transformación de las mismas. Alude también Plutar-
co a una reforma del calendario tendente a corregir los desajustes entre el ca-
lendario lunar y el solar. 387 Tras esta referencia, menciona Plutarco que todos
los días Salón recibía la visita de gentes que aprobaban o criticaban sus nor-
mas, y le aconsejaban introducir o quitar tales o cuales cosas en su texto;
igualmente, los que venían a que les aclarase lo que significaba cada disposi-
ción, o qué intención había puesto Salón al legislar sobre talo cual asunto.
A propósito de esto inserta Plutarco el v. 11 del fragmento 5 D, aludiendo a
la imposibilidad de contentar a todos, al tiempo que Salón rechaza las pre-
siones que se ejercen sobre él. Decide, por ello, abandonar Atenas por diez
años, so pretexto de dedicarse al comercio, para que, durante ese tiempo, los
atenienses se habituasen a sus leyes. 388 Información muy parecida es la que
da Heródoto (1, 29).

CAP. 26. Inicia aquí Plutarco la descripción de los viajes de Salón, empe-
zando por el viaje a Egipto, del que es prueba el fragmento 6 D, que trans-
cribe. Refiere sus contactos con dos filósofos egipcios Psenopis de Heliópo-
lis y Sonquis de Sais, de los que aprende la historia de la Atlántida, que al
decir de Platón puso en verso para que la conociesen los griegos. Posterior-
mente, alude a su estancia en Chipre, con Filocipro, narrando el episodio
de la refundación de su ciudad, que en su honor recibe el nombre de Solos.
Como muestra de ello, transcribe el fragmento 7 D, dirigido a Filocipro y
donde, a partir sobre todo de los dos últimos versos (posiblemente interpo-
lados como vimos en su momento) Plutarco alude al sinecismo en el que ha-
bría intervenido Salón.

CAP. 27. Se inicia aquí el relato de la entrevista entre Creso y Salón. Plu-
tarco empieza exponiendo las dudas de algunos autores que no ven posible
dicha entrevista a partir de la cronología; el de Queronea, sin embargo, da
una serie de interesantes argumentos en favor de la posibilidad de la misma:
numerosos testimonios; encaja con el carácter de Salón; desconfianza hacia
las cronologías y los cronógrafos, que no se han puesto de acuerdo. Tras re-
chazar con estos argumentos las opiniones de quienes niegan la entrevista, se
dispone a narrar la misma. 389 Creso se nos presenta rodeado de todas sus ri-
quezas e intentando impresionar a Salón el cual, por su parte, no sólo no se
deja impresionar, sino que desprecia su falta de gusto y su pequeñez de es-
píritu. Además, y a pesar de que Creso le enseñó todas sus riquezas, Salón
ya se había formado una clara idea del personaje. Sigue luego la pregunta de
Creso acerca del individuo más feliz y la respuesta de Salón señalando al ate-
niense Tela así como la nueva pregunta de Creso y la respuesta señalando
como los segundos más felices a Cleobis y Bitón. El episodio prosigue con la
consabida ira del rey lidio y la respuesta soloniana según la cual hay que es-
perar hasta el final de una vida para poder juzgar cuál ha sido la suerte que
194 SOLÓN DE ATENAS

los dioses han destinado al individuo en cuestión y discernir acerca de si ha


sido feliz o no. El relato plutarqueo sigue muy de cerca, indudablemente, la
narración de Heródoto 1, 30-33, posiblemente prototipo de todos los relatos
posteriores que tratan de la entrevista entre estos dos personajes.

CAP. 28. Aparece una entrevista, también apócrifa entre Esopo y Salón,
donde éste se reafirma en su postura. A continuación continúa Plutarco na-
rrando el destino de Creso y cómo la invocación a Solón acabó por salvarle
de la hoguera.

CAP. 29. Como preludio a la vuelta de Solón a Atenas narra Plutarco la si-
tuación en la ciudad, con la existencia de las tres facciones de los de la mon-
taña, la llanura y la costa y, aunque las leyes de Solón seguían siendo obede-
cidas, se deseaba un nuevo sistema con el que, según el de Queronea,
confiaba cada grupo alcanzar el poder sobre los demás. Salón regresa a Ate-
nas rodeado de respeto y honor y, debido a su edad, intentó conciliar a los
que se hallaban al frente de los grupos enfrentados, a la sazón Licurgo por la
llanura, Megaeles por la costa y Pisístrato por la montaña, aunque mostran-
do una especial atención hacia éste, con la esperanza de hacerle desistir de
sus planes. Aparte del hecho de que será Pisístrato el que terminará alzán-
dose con la tiranía, posiblemente no sea casual que la acción de Salón se cen-
tre sobre el líder de los elementos más desheredados de Atenas.
De lo que el propio texto de Plutarco afirma, tanto Licurgo como Mega-
eles, junto con Pisístrato, intentaban hacerse con el poder para someter a sus
adversarios. Sin embargo, mientras que el primero representaba a los oligarcas
y el segundo a los moderados, el tercero se hallaba al frente de los thetes, que en
su mayor parte, como dice al principio del capítulo, eran los que más odiaban a
los ricos. Vemos aquí cuál es la alineación que se atribuye a Salón, que puede
deberse a una lectura en elave partidista de algunos de sus primeros poemas (el
frag. 1 Do el3 D). Tras estas referencias, se intercala la noticia relativa a Tes-
pis, el creador de la tragedia ática (seguramente anacrónica), y a la crítica que
realiza Salón del arte escénico como enseñador del arte de la mentira. 390

CAP. 30. Pisístrato finge un atentado y Salón le recrimina; se discute la con-


cesión de la guardia y Plutarco afirma que Salón se opone con argumentos
iguales a aquéllos que escribió en sus poemas para, acto seguido, citar algu-
nos versos del fragmento 8 D. Pisístrato se hace con la tiranía y Solón recri-
mina duramente a los ciudadanos por su pasividad o por su apoyo al tirano
para, finalmente, depositar sus armas a la puerta de su casa, y renunciar a la
lucha política aun cuando continuará escribiendo poemas para avergonzar a
los atenienses por su comportamiento, como es el caso del fragmento 8 D, del
que ahora transcribe los cuatro primeros versos. 391

CAP. 31. Comportamiento de Pisístrato hacia Salón; le trata con honor y


amistad y Salón termina por hacerse consejero del tirano y aprobar muchos
LAS FUENTES 195

de sus actos. La causa era que Pisístrato guardó, observó e hizo guardar las
leyes de Solón, aun cuando promulgó algunas nuevas. 392 Viene a continua-
ción la referencia a la ley sobre la ociosidad que Teofrasto atribuye al tirano
y no a Solón, como habíamos visto anteriormente (cap. 22). En esta época se
dedica, según Plutarco, a componer el logos o el mito de la Atlántida, aun-
que lo abandonó más que por falta de tiempo, como decía Platón, por la ve-
jez; no obstante, consideraba que seguía aprendiendo según envejecía (frag.
22 D, v. 7), al tiempo que afirmaba amar las obras de Afrodita, las Musas y
Dioniso (frag. 20 D). Seguramente este fragmento es el que le ha servido a
Plutarco para expresar, en el capitulo 29. su opinión de que Solón, durante
su vejez, se daba también a la bebida y a la música.

CAP. 32. Menciona Plutarco cómo Platón prosigue, embellece e intenta aca-
bar el relato de la Atlántida, aun cuando no lo consigue. Acaba Plutarco por
transmitir dos testimonios contradictorios sobre el tiempo que sobrevivió So-
Ión a la tiranía de Pisístrato; bastante tiempo según Heraclides Póntico; me-
nos de dos años, según Fanias de Lesbos. Igualmente, se hace eco de la tra-
dición según la cual, tras la incineración de su cuerpo, se esparcieron sus
cenizas por la isla de Salamina, aunque Plutarco lo considera como algo to-
talmente improbable y fabuloso (mythodes), aun cuando repose sobre la au-
toridad de Aristóteles (frag. 392 Rose).

COMP. SOL. ET PUBL., 1. En la comparación entre el personaje romano que


hace pareja con Solón, Publícola, y aquél, Plutarco afirma que la definición de
hombre feliz que realiza el ateniense ante Creso convendría seguramente mu-
cho más a Publícola que al tal Telo, dedicándose a hacer encajar en el romano
los rasgos que habían caracterizado a Telo e insertando el fragmento 22 D (v.
5-6) como prueba de esa felicidad. Igualmente, emplea los versos 7-8 de la Ele-
gía a las Musas, totalmente descontextualizados, para aplicarlos a la bondad
de Publícola. Si Solón ha sido el más sabio, concluye, Publícola ha sido el más
feliz de los hombres, porque aquellos bienes que para Solón eran más consi-
derables y bellos, Publícola los ha poseído y conservado hasta su muerte. Se ve
aquí un claro ejemplo de cómo pueden ser utilizados los testimonios solonia-
nos. Plutarco, buen conocedor de la tradición en torno al legislador ateniense,
nos ha dado un ejemplo claro y certero de cómo puede descontextualizarse y
utilizarse una figura histórica en circunstancias que no tienen nada de tales.

COMP. SOL. ET PUBL., 2. Publícola también habría dado a los romanos mu-
chas de sus leyes siguiendo el ejemplo de Solón y su modelo; el odio a los ti-
ranos fue mayor en Publícola que en Solón. De Solón dice aquí Plutarco que
la situación le hubiera permitido hacerse tirano y que los ciudadanos lo hu-
biesen aceptado sin repugnancia, tema que ya desarrolló en el capítulo 14.
Publícola, por el contrario, revestido de una autoridad tiránica, supo demo-
cratizarla y como ejemplo pone los versos 7-8 del fragmento 5 D, como si fue-
sen aplicables a la actitud de Valerio Publícola.
196 SalóN DE ATENAS

COMP. SOL. ET PUBL., 3. Empieza el capítulo Plutarco afirmando que lo que


es propio de Salón es la abolición de las deudas, que sirvió para afirmar la li-
bertad de los ciudadanos. E introduce aquí el autor beocio una salvedad.
Mientras que una medida de este tipo suele provocar la stasís, con Salón ocu-
rre lo contrario: pone fin a la disensión. Es Salón el que, sin seguir a nadie,
abre el camino; transforma la constitución establecida; promulga sus leyes
y las deja escritas sin nadie que las defienda y se aleja de Atenas. Esto no es
del todo exacto, pues como vimos anteriormente (cap. 25) el Areópago ha-
bía jurado salvaguardar esas leyes. Sin embargo, tiene que permitirse esta li-
cencia para poder llevar a efecto la comparación con el romano.

COMP. SOL. ET PUBL., 4. Vuelve aquí al tema de la guerra de Salamina, aun-


que trae a colación el testimonio de Daimaco de Platea, según el cual el
papel de Salón no habría sido ni tan siquiera el que el propio Plutarco ha ex-
puesto (cap. 8-9); lo que quiere decir Plutarco es que, seguramente, no ha to-
mado parte directa en la lucha (por contraposición a Publícola que dirige él
mismo al ejército); tampoco nos informa de la versión concreta de este Dai-
maco.

7.7.1.1. Consideraciones generales

Con esta noticia finaliza el largo relato que realiza Plutarco a propósito
de Salón que, como decíamos anteriormente, es una de las principales fuen-
tes de que disponemos para estudiar al estadista ateniense. Sin volver de
nuevo sobre el problema de las fuentes de Salón, al cual ya se aludió con an-
terioridad, sí haré una serie de observaciones con relación al uso las fuentes
de información de Plutarco, especialmente por lo que se refiere a las que
no tienen un contenido puramente anecdótico o entran en el terreno de la
«fortuna» de Salón, positiva o negativa.

a) Fuentes generales: Por una parte, pueden detectarse varias tradicio-


nes en la narración de Plutarco. Tradiciones que, aun cuando no siempre per-
fectamente adscribibles sí nos muestran interesantes rasgos. Así, por ejem-
plo, la tradición sobre los Siete Sabios, el Salón sabio que, a causa de su
sabiduría, sabe salir airoso de cualquier situación que se le presenta. Tal tra-
dición es tan fuerte que hay episodios que no pueden dejar de ser incluidos
y, entre ellos, sin duda el más importante es el relativo a la entrevista con
Creso. Parece que Plutarco concede bastante crédito a todas las tradiciones
relativas a estos sabios, como demuestra su obra El Banquete de los Siete Sa-
bios que comentaré a continuación y, aparte de la entrevista con Creso, pa-
rece que buena parte de la biografía se halla impregnada por la influencia de
esta tradición como ha sabido ver Paladini. 393
LAS FUENTES 197

b) Fuentes específicas: Los poemas de Solón. Por otra parte, hay otra
fuente fundamental: las propias poesías de Solón, ya hayan sido emplea-
das directamente por Plutarco, como parece evidente,394 ya procedan del uso
que otros autores, anteriores al beocio, hayan hecho de las mismas en la ela-
boración de sus respectivas historias y Átides. 395 Ésta es una faceta suma-
mente interesante, por cuanto que afecta, entre otros aspectos, a la propia
esencia de la historiografía griega. En algunos casos es posible detectar cómo
determinados autores han establecido unos hechos a partir de los propios
testimonios solonianos. Una vez se ha establecido el hecho en cuestión y, en
cierto modo, olvidándose la fuente del mismo, se ha transmitido de autor en
autor dicho hecho, hasta que, en su momento, algún otro, previa exégesis de
la poesía soloniana ha llegado a conclusiones totalmente distintas a partir
siempre de la misma fuente primaria. Estas interpretaciones, como ya vio
Massaracchia proceden, en gran parte, de las diferentes orientaciones que
adoptó la lucha política en la Atenas clásica y del hecho de que los distintos
grupos en litigio no sólo veían a Solón como el prototipo de su propia pos-
tura sino, además, como el creador de determinadas medidas que justificaban
la misma; por consiguiente, la modificación de los hechos, para satisfacer esas
necesidades, estuvo a la orden del día y la fuente era siempre la misma, la
poesía soloniana, adornada de mayor o menor cantidad de tradición oral du-
dosamente verídica y de interpretaciones de autores anteriores, que reposa-
ban (sin que quizá muchos se hubiesen apercibido de ello) sobre la misma
fuente primaria. 396 No es casual, por todo ello, que la tradición sobre Solón
sea tan sumamente confusa y problemática.

c) Fuentes específicas: Las leyes de Solón. Por último, un tercer tipo de


documentación que parece haber empleado Plutarco se refiere a las leyes so-
lonianas; leyes que, en su versión original, es decir, en los axones de madera
apenas eran ya visibles en época de Plutarco, como él mismo se encarga de
afirmar (cap. 25,1); del mismo modo, es probable que tampoco en su época
se conserven ya las kyrbeis metálicas, por lo que identificaría axones y
kyrbeis. 397 De cualquier modo, y aun cuando la reunión y publicación de las
leyes de Dracón y Solón por obra de los anagrapheis entre 410 y 404 a.e.
(Lys., 30, 2-5)398 seguramente no existían ya en época de Plutarco lo cierto es
que éste ha tenido acceso a las mismas o, por lo menos, a lo que se tenía por
leyes de Solón, incluyendo seguramente las adiciones y añadidos correspon-
dientes, como muestra el conocimiento bastante amplio que tiene de las mis-
mas, así como la transcripción literal de la ley sobre los atimoi (cap. 19,4).
Con estas leyes delante y, posiblemente, también con referencias de otros au-
tores basadas en el estudio directo de esas leyes, ha podido completar sus in-
formaciones acerca de la vida y la obra de Solón, para terminar convirtiendo
al ateniense en un mito político. 399
198 SOLÓN DE ATENAS

7.7.2. El Banquete de los Siete Sabios

La otra obra de Plutarco en la que hay una cierta cantidad de información


acerca de Solón es el Banquete de los Siete Sabios. Aun cuando la existencia
de ese banquete, que tiene lugar en Corinto, siendo los comensales huéspedes
de su tirano Periandro, es ficticia hay, sin embargo, algunas informaciones que
son de cierto interés. En el banquete intervienen Tales, Biante, Pítaco, Solón,
Quilón, Cleóbulo y Anacarsis. 4OO Veamos cuáles son las principales informa-
ciones que esta pieza nos aporta para el conocimiento de Solón.

146 E. Se menciona a un tal Niloxeno de Náucratis, que había intimado con


Solón y Tales y su grupo en Egipto.

147 e. Tales considera a Solón como muy sabio al no aceptar la tiranía.

150 A. Se hace referencia a la presencia en el banquete de Esopo, que se


hallaba sentado junto a Solón y se dice del fabulista que había ido en misión
previamente a Delfos y a Corinto, enviado por Creso. Recuérdese que en
Sol., 28, 1, Plutarco también aludía a una entrevista, apócrifa, entre Esopo y
Solón y se sabe que, al menos, en una comedia perdida de Alexis, a caballo
entre el siglo IV y III a.e. ya existía una conversación entre ambos persona-
jes. 401 Seguramente por ello ambos aparecen juntos en el banquete.

151 E-F, 152 A. Quilón cede la palabra a Solón so pretexto de que es el más
anciano de todos y ocupa la posición de honor así como por haber alcanza-
do la mayor y más perfecta posición como legislador al haber hecho que los
atenienses aceptasen sus leyes. Más adelante, Solón afirma que un rey o ti-
rano obtendría la mayor reputación si supiera organizar a partir de un poder
personal un sistema democrático para sus ciudadanos. Aparece, pues aquí,
Solón, como legislador y como demócrata. Legislador que, además, consigue
que sus leyes sean obedecidas y aceptadas. La figura del Solón legislador es
tan antigua como su inclusión en el grupo de los sabios, como podemos cons-
tatar a partir de los testimonios de Heródoto, seguramente los más antiguos
(Hdt., 1,29). La figura del Solón demócrata, procedente seguramente de los
conflictos ideológicos del final del siglo v y del siglo IV hallaba su razón de
ser, ante todo, en los varios poemas solonianos en los que se atacaba el sis-
tema tiránico y en los que el propio poeta rehusaba aceptar ese cargo. Am-
bos elementos son integrados en la tradición sobre los Siete Sabios, posible-
mente el primero antes que el segundo; pero ya en época de Plutarco ambos
parecen formar parte plenamente de la misma.

152 e. También una idea de desprecio del poder personal se encuentra con-
tenida en este pasaje, en el que Solón, dirigiéndose a Esopo le indica que
cualquier gobernante sería más moderado y cualquier tirano más razonable
LAS FUENTES 199

si se les lograba convencer de que era mejor no gobernar que gobernar. 402 En
el fragmento 23 D (Tetrámetros a Foco) nos encontramos una serie de refle-
xiones de Salón acerca del poder personal que se le había ofrecido y que
pudo haber alcanzado de habérselo propuesto. Claramente esta reflexión so-
loniana, a pesar de ser apócrifa, encaja bien con lo que su poesía nos permi-
te deducir.

152 o. Nuevamente nos hallamos aquí a Salón defendiendo el sistema de-


mocrático en Atenas, en el que el gobernante supremo es la ley, y donde to-
dos pueden hablar de cualquier tema. Está claro que hay aquí nuevamente,
una atribución a Salón del sistema democrático ateniense. Ya hemos visto en
ocasiones cómo Aristóteles (Ath. Poi., 9, 1) Y el propio Plutarco (Sol., 18,3)
le atribuyen medidas en este sentido, especialmente por lo que se refiere a la
institución de los tribunales populares, aunque ambos hacen matizaciones
acerca de su verdadero sentido y de cómo del desarrollo posterior de la ins-
titución no habría que «culpar» a Salón. Sin embargo, aquí aparece Salón
como defensor de la democracia. Dentro del mismo pasaje hay una alusión
a una ley de Salón que prohibe que los esclavos403 tengan asuntos amorosos
y que se unjan como los atletas.

154 D-E. Dentro también de la defensa de la democracia, pone Plutarco


en boca de Salón una opinión según la cual todos los ciudadanos, se hayan
visto o no afectados por un delito, deberían actuar contra el criminal y fa-
cilitar su castigo. Esto, afirma, contribuye a que la ciudad funcione mejor y
a reforzar la democracia. Como informaba el propio Plutarco (Sol. 18, 6)
esta medida entraba dentro de las emitidas por Salón para proteger al de-
mos de su excesiva debilidad. Por ello, seguramente, se la tiene por medi-
da democrática.

155 B. Anacarsis, en uno de sus parlamentos, alude a la visita de Salón a


Creso y cómo éste hizo exhibición de todas sus riquezas, que no impresiona-
ron a Salón, que prefirió tratar de hallar la bondad dentro de Creso más que
en lo que le rodeaba. Nuevamente una interpretación del célebre pasaje, en
la que se contraponen las riquezas materiales con la riqueza interior.

155 C-o. A Solón se le atribuye el dicho según el cual el mejor lugar para
vivir es aquél en el que no se adquieren las riquezas injustamente, en el que
no hay sospechas en conservarlas y en el que no hay remordimientos en su
gasto. Aquí hay que ver un claro eco de sus propias palabras cuando afirma
que desea la riqueza, pero no poseerla injustamente, puesto que ello atraería
sobre él la cólera de los dioses y el castigo (frag. 1 D, vv. 7-8). Quizá poda-
mos ver aquí de dónde han surgido tantas sentencias, dichos, ideas, etc., atri-
buidas a Salón. Su propia poesía, aún no fragmentaria como hoy día, sería un
filón casi inagotable para extraer de allí toda esta serie de elementos que
configuran la imagen literaria del Solón sabio.
200 SOlÓN DE ATENAS

155 F. Plutarco insiste también en el hecho de que Solón bebía, empleando


como argumento el fragmento 20 D (ef también Sol., 29, 6).

156 B-D. Mnesífilo afirma que es opinión de Solón que la función de toda
actividad y capacidad humana y divina es lo que se logra más que el medio
de lograrlo y el fin más que aquellas cosas que llevan a ese fin. Hay aquí una
clara formulación de la preocupación esencial de Solón, seguramente dedu-
cida a partir de la lectura atenta de sus poemas. El pasaje, sin embargo, hay
que entenderlo en su contexto; y el mismo es la explicación del fragmento 20
D de Solón, en el que alude a las Musas, Afrodita y Dioniso. Plantea aquí
Plutarco, por boca de Mnesífilo una exégesis en sentido filosófico de cuál es
el sentido que para Solón tienen estas tres figuras y las artes relacionadas con
ellas; las Musas garantizan la exposición de las emociones de los que hacen
uso de canciones y melodías; Afrodita crea concordia y amistad entre hom-
bres y mujeres, porque a través de sus cuerpos se llega al alma; y en el caso
de aquéllos que no son especialmente íntimos Dioniso ablanda y relaja
sus caracteres con el vino, proporcionando los medios para iniciar amistades
mutuas. Es, seguramente, una manera de explicar este pasaje que, por otro
lado, debía de resultar algo desconcertante puesto en boca de Solón, habida
cuenta la imagen que de él se había formado. Está claro que tanto este pa-
saje como el anterior son un intento de situar el fragmento en cuestión den-
tro de un contexto de meditación filosófica en un momento en el que en un
Solón, ya anciano, sonarían extrañas estas invocaciones a divinidades como
Afrodita y Dioniso.

158 B-c' Alude aquí Cleodoro a la amistad entre Epiménides de Creta,


que pasó mucho tiempo en Atenas, y Solón. Plutarco, en Sol., 12, 7-12 alude
ya a la visita de este individuo a Atenas, y le hace responsable, en gran me-
dida, de le nomothesia soloniana, además de haber llevado a cabo purifica-
ciones de la ciudad. También veíamos, a propósito de ese otro pasaje plutar-
queo, cómo parecía que la estancia de Epiménides en Atenas había sido
relativamente corta; sin embargo, en este pasaje se alude al mucho tiempo
que pasó en Atenas. El tema del que se está discutiendo es la frugalidad y
Solón acaba afirmando que lo mejor es necesitar una mínima cantidad de co-
mida. Ideal, pues, de moderación soloniana, que también puede desprender-
se de su obra poética.

159 A-F, 160 A-c' Se trata de un largo parlamento de Solón en el que


abunda en el tema de la frugalidad. El hombre, para mantenerse puro, des-
de el punto de vista de la justicia, debe tratar de ser autosuficiente y no te-
ner necesidades; pero el hombre y los animales, a quienes dios ha hecho de
tal modo que tengan que causar males a los otros, han recibido en esa natl,l-
raleza el origen de su iniquidad. El hombre, así, es esclavo de su estómago.
Pero mientras que hay algunos que lo seguirán siendo siempre hay otros
LAS FUENTES 201

(ellos mismos, los Sabios) que, una vez liberados de tal esclavitud, pueden
dedicarse a otras actividades más nobles. Si alguien ve la comida necesaria,
como medio de realizar sacrificios a Deméter y eore, otro podría ver nece-
sarias las guerras para que hubiese fortificaciones, y para poder ofrecer sa-
crificios por haber matado a cientos de enemigos; y otro vería necesarias las
enfermedades, para que hubiese camas y sacrificios a Asclepio, y así sucesi-
vamente. La comida, pues, argumenta So Ión, no es algo que haya que consi-
derar agradable, sino que es algo necesario para obedecer los mandatos de
la naturaleza. El alma, que soporta al cuerpo con muchos problemas, libera-
da del mismo, viviría dedicada a sí misma y a la verdad, puesto que no habría
nada que la distrajera de eso. Tenemos aquí una imagen, pues, de un Solón
moderado en la comida y que ve la misma como una mera necesidad natu-
ral. Seguramente este ideal de moderación puede desprenderse de sus poe-
mas, pero parece hallarse aquí relacionado con ideas de otro tipo, posible-
mente de tipo platónico, que habría que atribuir ya a la elaboración de la
leyenda de los Siete Sabios. Este ideal de moderación, por lo demás, es tam-
bién propio de las doctrinas délficas, con todas las máximas que invitan a
practicar la misma (nada en demasía: meden agan).

162 B-F, 163 A. Solón interviene aquí contando una historia (logos) que
tiene como protagonista a Hesíodo, muerto por los hermanos de una mujer
locria, seducida por un amigo suyo milesio, que pensaban que él había sido
el encubridor. Arrojado al mar, un grupo de delfines vuelve a sacar el cadá-
ver a tierra, lo que determina la investigación de su muerte y el castigo a los
culpables. El motivo de contar esta historia es indicar la amistad que esos
animales muestran hacia los humanos, una vez que Esopo ha narrado el res-
cate de Arión por los delfines, y antes de que Pítaco cuente otra historia de
delfines. No hay aquí nada, aparentemente, que se relacione con los frag-
mentos poéticos conocidos de Solón y seguramente es una exaltación de la
figura de Apolo, a quien están dedicados esos animales.

7.7.2.1. Consideraciones generales

Acabado el análisis de las referencias solonianas en esta composición de


Plutarco, podemos destacar que el Solón que aparece en la misma apenas tie-
ne algo que ver con el Solón biografiado por el propio Plutarco. Si en la bio-
grafía demuestra el autor un profundo conocimiento de la vida, obra y tradi-
ción de su personaje, en este relato ese conocimiento apenas se deja sentir.
El Solón del Banquete de los Siete Sabios es uno más de este grupo y a él se
le atribuyen conversaciones y reacciones muy semejantes a las de los demás
comensales. Es el de más edad; ha sido legislador y poeta, pero no es un per-
sonaje reconocible mente histórico. Gran parte de las palabras puestas en su
boca en esta obra, muy bien pudieran haber estado en boca de cualquiera de
los otros comensales. Todos ellos son, en general, intercambiables y, por ello,
202 SOLÓN DE ATENAS

nos puede decir muy poco de la imagen del Solón histórico. Es, igualmente,
significativo, cómo Plutarco, que se interesó por la figura del Solón auténti-
co, haya contribuido de forma decisiva a la elaboración posterior de la tradi-
ción sapiencial de Solón, presente sin apenas paliativos en esta obra recién
comentada.

7.8. DIÓGENES LAERCIO

7.8.1. Introducción

Acerca de la vida de este autor es poco lo que se sabe, ni tan siquiera su


ubicación cronológica exacta, más allá de situarlo en el siglo III d.C., aunque
haya opiniones divergentes acerca de si en la primera o en la segunda mitad.
Dentro de su obra Vidas y obras de los Filósofos, dedica el libro 1 a los Siete
Sabios y, lógicamente, uno de sus capítulos, concretamente el 2, a Solón aun
cuando hay referencias al ateniense en otros lugares, como por ejemplo, en
1, 44, que se trata de una carta, apócrifa como todas las que se conservan en
esta obra, de Tales a Solón, pidiéndole que vaya a vivir con él a Mileto o,
de ir a Priene, donde habría sido invitado por Biante, él iría allí a reunirse
con él.
En opinión de Linforth la obra de Diógenes es una compilación poco crí-
tica referida a Solón y su obra, a la que se añaden algunos poemas, muchos di-
chos y apotegmas y algunas cartas espurias escritas por él a Periandro, Epi-
ménides, Pisístrato y Creso. De sus fuentes, la más importante sería Sosícra-
tes de Rodas, que viviría al principio de la era cristiana pero sus fuentes en ge-
neral, son las mismas que las que emplea Plutarco. 404 Procederemos, pues, a
analizar las noticias que nos transmite Diógenes en su obra acerca de la vida
y hecho$ de Solón.

1, 45. Empieza mencionando el nombre de su padre, Execéstides, y su na-


cimiento en Salamina, hecho que también le atribuía Diodoro (IX, 1) cuan-
do afirmaba que la familia de Solón procedía de Salamina. Tras esta noticia,
entra de lleno en materia afirmando que introdujo, en primer lugar, la sisac-
tía en Atenas; esto fue una liberación de las personas y de la riqueza; expli-
ca a continuación que los préstamos se hacían sobre las personas, lo que
llevó a muchos a la pobreza y a trabajar por un salario. Afirma, además, que
él renunció a una deuda de siete talentos, y animó a los demás a hacer lo mis-
mo. Plutarco (Sol., 15,9), menciona cinco talentos y trae también la opinión
de Polizelo de Rodas, según el cual habrían sido quince. Añade, por último,
que promulgó sus restantes leyes, que sería largo de enumerar, y las colocó
en los axones. Diógenes consigue, en pocas palabras, damos una imagen de
la primera actividad de Solón; las fuentes que emplea, aunque no las men-
ciona, apenas pueden ser otras que Plutarco y, quizá Aristóteles, o alguna de
las fuentes comunes a ambos.
LAS FUENTES 203

1, 46-48. Estos apartados parecen dedicados a las acciones de «política ex-


terior» de Solón. Empieza por el asunto de Salamina. Narra las pretensiones
atenienses y megáreas por su patria Salamina, las derrotas atenienses y la ley
que castigaba con la muerte a aquél que propusiese reanudar la guerra. So-
Ión se finge loco y aparece en el ágora llevando una guirnalda (stephane) y
haciendo leer su elegía por el heraldo (dia kerykos), lo que inflamó a los ate-
nienses que terminaron por vencer. Transcribe, a continuación, los pasajes
que más efecto causaron en la audiencia (frag. 2 D, vv. 4-6 Y 7-8). Curiosa-
mente, no incluye los dos primeros versos, en los que Salón se presenta como
heraldo y, seguramente, eso debe de deberse a que Diógenes no se los
atribuye al propio Solón sino, precisamente, al heraldo que, según él leyó el
poema.
Esta versión no coincide, en absoluto, con la presente en otros autores,
especialmente en Plutarco (Sol., 8, 2), donde Solón es el que recita la poesía
situado en el lugar reservado al heraldo en el ágora, en la que aparece lle-
vando no una guirnalda, sino un pilidion o gorro, quizá de enfermo. Lo inte-
resante de todo ello es que la versión de Diógenes muy bien pudiera proce-
der, tanto de la colación de versiones anteriores cuanto de una lectura
personal del poema, que le llevaría a esas conclusiones. Tras una breve refe-
rencia al consejo que hace a los atenienses de conquistar el Quersoneso Tra-
cio vuelve al asunto de Salamina, invocando el argumento de las tumbas di-
ferentes de unos y otros, ya conocido por Plutarco (Sol., 10,4-5), aunque con
alguna variación, sobre todo la relativa a que, en el relato de Diógenes, el
propio Solón habría excavado algunas tumbas para demostrar su argumento.
Añade, igualmente, que Salón introdujo un verso en la IHada que vinculaba
Salamina con Atenas. Plutarco también menciona que Solón se basaba en
sus pretensiones en la llíada (Sol., 10,2), pero añadía que los atenienses con-
sideraban esto como una banalidad, y afirmaba que Solón encontró sus ar-
gumentos en otro lugar. Parece claro que aquí Diógenes está haciendo uso
de la misma tradición que Plutarco pero mientras que éste la critica y la re-
chaza aquél la tiene por verdadera o, al menos, no muestra dudas con res-
pecto a ella.

1, 49. Alude aquí Diógenes a las posibilidades que tuvo Solón de hacerse
COn la tiranía puesto que el demos lo deseaba. No obstante, él rehúsa. Dió-
genes pone en relación esta renuncia a la tiranía con los intentos de Pisístra-
to, su pariente, y la pertinente oposición soloniana a sus designios. Introduce
aquí el episodio de su presencia, armado, en la ekklesia, y sus avisos contra
Pisístrato, así como la acusación de locura que contra él lanzan los partida-
rios de Pisístrato, que eran dueños del Consejo (¿el Areópago?) y a los que
contestaría con el fragmento 9 0. 405

1, 50. Como prueba de que Solón ya presagiaba la tiranía de Pisístrato


aduce Diógenes los cuatro primeros versos del fragmento 10 D. Tras la su-
204 SaLóN DE ATENAS

bida al poder, Salón deposita sus armas a su puerta, tal y como también
afirma Plutarco (Sol. 30, 7). A continuación viaja a Egipto, a Chipre y a Li-
dia, a la corte de Creso. Es evidente que aquí hay una enorme confusión y
una sucesión de acontecimientos que no hallan parangón en otras fuentes.
Tanto el viaje a Chipre como a Lidia y, quizá, algún otro viaje a Egipto, son
posteriores a su arcontado pero anteriores a la tiranía de Pisístrato. Dióge-
nes, claramente, los ha relacionado con ésta. De la entrevista con Creso
menciona sólo la pregunta del rey lidio y la respuesta de Salón, Tela el ate-
niense y Cleobis y Bitón; Diógenes, por lo demás, evita entrar en detalles,
añadiendo, tras la mención de estos nombres «y todas las cosas ya conoci-
das», dando a entender lo ampliamente conocido que era ya el episodio en
cuestión.

1, 51-52. Menciona, sin embargo, Diógenes, otra pregunta de Creso acerca


de las cosas más bellas y Salón responde alabando la belleza natural. Tras
abandonar Lidia, afirma Diógenes que vivió en Cilicia, donde fundó una ciu-
dad que llamó Solos, a partir de su propio nombre. Es evidente que aquí,
como tal vez en el caso de la Solos chipriota, se ha querido relacionar el nom-
bre de las mismas, con su eventual fundación por obra de Solón. En ambos
casos, pero especialmente en este último, no parece haber relación alguna.
Más increíble aún es la noticia según la cual habitaron allí algunos atenien-
ses cuya lengua se fue transformando debido a su permanencia en ambiente
extranjero, lo que dieron en llamar «hablar incorrectamente» o con solecis-
mos (soloikizein ).406
Igual que con la semejanza entre los nombres de Solos y de Salón, aquí
ha debido de producirse algo parecido, aun cuando tampoco puede descar-
tarse que podamos encontrarnos aquí ecos de lo que afirma en el fragmento
24 D (vv. 8-12), según el cual muchos atenienses, que habían marchado de la
patria, ya no hablaban apenas la lengua ática. No veo yo, pues, improbable,
que se haya producido una contaminación entre ambas noticias. Afirma Dió-
genes a continuación que cuando Salón fue informado de que Pisístrato se
había alzado con la tiranía, escribió a los atenienses una carta que no es otra
cosa que el fragmento 8 D. Parece evidente que aquí hay un error de Dióge-
nes. En efecto, Plutarco (Sol., 30, 8), menciona esta composición como uno
de los poemas que escribe Salón para avergonzar a los atenienses por ha-
berle concedido la tiranía a Pisístrato, pero queda claro a partir de su narra-
ción que el legislador ya había regresado a Atenas. Diodoro (IX, 20), trans-
cribe también este fragmento pero, correctamente, lo sitúa tras el regreso a
Atenas de Salón.

1, 53-54. Introduce aquí Diógenes una carta que habría enviado Pisístrato a
Salón. Aparte del evidente carácter apócrifo de esta carta, esto se acentúa
por el hecho de que la misma se data tras la marcha al exilio de Pisístrato. Ya
se trate del primero o del segundo, sin embargo, la fecha es ya demasiado tar-
día como para que Salón siguiese viviendo. En esa carta Pisístrato le dice a
LAS FUENTES 205

Solón que gobierna de acuerdo con sus leyes, y que se hallan mejor go-
bernados que en una democracia. Tampoco le critica por oponerse a sus de-
signios y le muestra su amistad y comprensión. Aunque apócrifa, la carta re-
coge la opinión habitual acerca de las relaciones entre Solón y PisÍstrato que
otras fuentes han transmitido.

1,55-57. Inicia ahora Diógenes la mención de una serie de dichos y de le-


yes solonianas; se refiere al límite idóneo establecido por Solón para la vida
humana en 70 años (frag. 19 D), aun cuando en el fragmento 22 D se inclina
decididamente por los ochenta. Entre sus leyes más bellas está la que decla-
ra atimos a aquél que no alimente a sus progenitores o la que decreta el mis-
mo castigo a quien dispendie su patrimonio; asimismo, es un delito no tener
ocupación, aunque según la autoridad de Lisias, esta ley puede ser draconia-
na siendo, según la misma fuente. soloniana aquélla según la cual los decla-
radamente disolutos no podían hablar en la ekk/esia. Menciona el estableci-
miento de recompensas para los vencedores en los Juegos Olímpicos e
Ístmicos, noticia que también menciona Diodoro (IX, 2), aun cuando Dióge-
nes no parece haber entendido correctamente su significado,407 y lo relacio-
na con las recompensas a los que han luchado por la patria. Se refiere tam-
bién a las leyes sobre los huérfanos,408 una ley relativa a los grabadores y otra
sobre el castigo a infligir a quien haya privado de su único ojo a un tuerto, y
que consistiría en la pérdida de sus dos ojos. Lo depositado no puede reti-
rarlo sino el que lo ha depositado, bajo pena de muerte; si un magistrado es
hallado ebrio, también recibirá la muerte. Alude, igualmente, al hecho de
que Soló n establece un orden en la recitación de los Poemas Homéricos. 409

1, 58-63. Sigue dando informaciones más o menos dispersas de la labor de


Solón; alude a sus intervenciones en el calendario así como a las reuniones
mensuales de los nueve arcontes para debatir, a partir de la autoridad de
Apolodoro. Posiblemente esta información tenga algo que ver con la que
transmite Aristóteles (Ath. Po/. , 3, 5) según el cual, en época de Solón, todos
los arcontes fueron reunidos en el Thesmotheteion, aunque el estagirita no da
mayor explicación de este hecho. Tal vez se estén refiriendo a lo mismo. Alu-
de Diógenes, igualmente, a que cuando surgió la stasis Solón no se alineó ni
con los de la ciudad, ni con los de la llanura ni con los de la costa, quizá re-
cogiendo la visión que ya daba Plutarco (So/. 13,2) sobre la existencia de ta-
les grupos antes incluso del arcontado de Solón.
Prosigue mencionando toda una serie de dichos atribuidos a Solón; de
todos ellos el único que parece tener cierto apoyo es aquél según el cual la
saciedad (koros) nace de la riqueza (ploutos) y la desmesura (hybris) de
la saciedad. Es evidente que el prototipo de este dicho hay que buscarlo en
el fragmento 5 D (vv. 7-10). Referencia a la adopción del mes lunar, así como
a la prohibición de las tragedias de Tespis, aunque el tratamiento de este
tema es distinto del que presenta Plutarco (501.,29, 7). También bajo la au-
toridad de Apolodoro se coloca una serie de consejos presuntamente solo-
206 SOLÓN DE ATENAS

ni anos, pero que parecen encajar más bien con máximas délficas. Menciona
también Diógenes la polémica entre Mimnermo y Salón a propósito del tér-
mino ideal de la vida humana. Se trata, como vimos, del fragmento 22 D de
Salón, que es la réplica de Salón a un poema de Mimnermo (frag. 6 O).
Recoge una canción atribuida a Salón, que sólo algunos editores han
aceptado como soloniana, pero no la mayor parte de ellos. 4lO Afirma Dióge-
nes que es el autor de las leyes que llevan su nombre, de discursos, de ele-
gías, de consejos dirigidos a sí mismo, del poema sobre Salamina y sobre la
constitución de Atenas, hasta un total de cinco mil líneas, sin contar yambos
y épodos. Alude a la inscripción en su estatua, en la que se alude a su naci-
miento salaminio. Su época de madurez física e intelectual (acme) tuvo lugar
hacia la 463 Olimpiada, en cuyo tercer año alcanzó el arcontado (594 a. C.),
haciendo entonces sus leyes. Su muerte la sitúa en Chipre a la edad de ochen-
ta años y tras ella se.ría una de sus últimas voluntades que sus cenizas fuesen
esparcidas por Salamina. El tema de los ochenta años está tomado, clara-
mente, del fragmento 22 O; su muerte en Chipre procedería, tal vez, de su
poema dedicado a Filocipro (frag. 7 O); la cuestión del esparcimiento de sus
cenizas en Salamina ya la mencionan Aristóteles (frag. 392 Rose) y Plutarco
(Sol., 32, 2), Y debió de ser un topos famoso, puesto que ya lo retoma el có-
mico Cratino en su obra «Los Quirones», como también afirma Diógenes, el
cual transcribe también algunos versos de su composición «Epigramas en va-
rios Metros», donde insiste, igualmente, en este tema. Por fin, le atribuye el
dicho délfico «nada en demasía» (meden agan).

1,64-67. Por último, y muy dentro de su estilo, termina Diógenes por inser-
tar cartas presuntamente enviadas por Salón a varios personajes ilustres, sa-
bios, filósofos y políticos.
- Carta a Periandro. Salón le aconseja que abandone la tiranía o que
refuerce su ejército mercenario de modo que no tenga así que expulsar a na-
die de la ciudad.
- Carta a Epiménides. Le dice que ni sus leyes ni la purificación que
aquél ha llevado a cabo en Atenas son beneficiosas, porque ninguno de los
dos aspectos son por si mismos beneficiosos, sino que lo son si los que diri-
gen a la multitud los emplean en la dirección que desean. Narra, a continua-
ción, sus enfrentamientos dialécticos con Pisístrato, tal y como conocemos a
partir, sobre todo, de Plutarco (Sol., 30-31).
- Carta a Pisístrato. Esta carta se la escribe, presuntamente, cuando se
halla fuera de Atenas y le indica que está seguro de que no recibirá daño y
que Pisístrato es el mejor tirano posible pero que él, que pudo haber sido ti-
rano, no tiene intención de regresar a Atenas.
- Carta a Creso. Le dice a Creso que si no estuviese deseoso de vivir en
democracia, se iría a vivir a su palacio, porque Pisístrato ha introducido una
violenta tiranía; no obstante, le hace patente su intención de visitarle.
LAS FUENTES 207

7.8.2. Consideraciones generales

Con esta serie de cartas apócrifas finalizan las noticias que Diógenes
Laercio da acerca de Solón. Se trata, en este caso, del último autor antiguo
que da informaciones cuantiosas acerca de esta figura. A partir de él, ya no
conservamos ninguna narración completa que haya tenido en Salón a uno de
sus personajes principales. No obstante, la obra de Diógenes es reveladora
de un hecho: la absoluta pérdida de la historicidad del personaje de Solón. Si
bien aparece fijada con cierto detalle la cronología soloniana, situándola en
la Olimpiada correspondiente, el resto de los detalles de su vida proceden,
por un lado, de fuentes anteriores, no siempre correctamente interpretadas,
de noticias extraídas de sus poesías y tomadas como reales, de referencias de
segunda mano acerca de sus leyes y de los tópicos vinculados con la leyenda
de los Siete Sabios, por no entrar en lo que de puramente inventado ha in-
troducido Diógenes. Salón es ya, claramente, un personaje casi mítico; autor
de unas leyes para los atenienses, de las que Diógenes sólo menciona aqué-
llas que más le llaman la atención; enemigo de la tiranía, aunque amigo
personal del tirano Pisístrato, es trastocado el orden de sucesión de los acon-
tecimientos para presentarle como exiliado político y corresponsal de Pisís-
trato, al que le narra experiencias que, según sabemos, aparecen contenidas
en sus poesías.
Relacionado con el hecho de ser enemigo de la tiranía está también su
condición de demócrata. Solón no es ya el precursor de la democracia; es
el introductor de la misma en Atenas. Casi mil años después de su época,
Solón seguía siendo recordado, sin embargo; y era recordado, ante todo,
como abolidor de deudas, legislador, sabio y enemigo de la tiranía. Sus poe-
mas, conservados al menos en parte, aún servían para ser interpretados de
acuerdo con los intereses del escritor del momento. Así pues, aunque pro-
fundamente deformado por siglos de elaboración del arquetipo soloniano,
la figura del legislador ateniense arcaico, aún podía seguir siendo reconoci-
da como sustancialmente veraz en sus aspectos esenciales, aunque muy fal-
seada en los que no lo eran tanto. El problema es que, si bien actualmente
podemos deslindar (o, al menos, intentarlo) al Salón histórico del Salón le-
gendario, la falta de crítica de autores como Diógenes y algunos de sus pre-
decesores impidió que ambos aspectos pudieran ser discernidos con clari-
dad a lo largo de buena parte de la Antigüedad. Es una «imagen» de Salón
la que el mundo antiguo conoce y no precisamente la «imagen» más exac-
ta, sino la que combina, en una medida no siempre visible, lo real con lo
ficticio, lo verdadero, con lo inventado, para servir a unos u otros fines, ya
sean políticos cuanto, simplemente, lúdicos o didácticos. Y el tratamiento
que de Solón presenta Diógenes Laercio es buena muestra de esto que es-
toy diciendo.
208 SaLóN DE ATENAS

7.9. OTRAS FUENTES Y NOTICIAS

Más allá de las referencias consideradas hasta ahora, que aportan abun-
dantes informaciones acerca de la vida y la obra de Salón, aparecen referen-
cias en otros autores que, por lo general, se han conservado en forma frag-
mentaria o que, aunque no sea ése el caso, dan informaciones o referencias
de pasada a este personaje. 411

7.9.1. Los comediógrafos

La comedia ateniense de los siglos v y IV es un género que se presta a múl-


tiples alusiones a personajes contemporáneos y del pasado; Salón aparece ya
mencionado en algún fragmento de uno de los más antiguos comediógrafos
conocidos, Cratino, que parece haber florecido a mediados del siglo v; de he-
cho, este autor resulta, hasta ahora, el primero en el que hallamos referencias
a Salón (frags. 228 y 274 Kock).412 Igualmente, también en Aristófanes apare-
cen un par de referencias a Salón; en una se alude a su inclinación hacia el de-
mos (Nub., 1187) y en la otra se menciona, incluso, una de sus leyes literal-
mente (Av., 1660-1663).413 Del mismo modo, también en la comedia
encontramos algunas referencias y alusiones;414 todo ello es buena prueba de
la popularidad de Salón durante los siglos en que tiene su auge esta impor-
tante manifestación literaria y cultural (grosso modo, siglos V-III a.e.).415

7.9.2. ¡sócrates y Androción

En Isócrates encontramos reflejadas las tendencias propias de la época


de la restauración democrática del 403 a.e. que convierten a Salón en el pa-
dre de la democracia ateniense, continuado por Clístenes, como asegura el
propio Isócrates en el Areopagítico (16) aun cuando también los grupos oli-
gárquicos moderados, encabezados por Terámenes habían recurrido a la fi-
gura de Salón como medio de dar un cierto toque de dignidad y de carisma
a sus propuestas de recuperar la constitución ancestral. 416 Sobre Androción
y la importancia de su obra en la tradición sobre Salón ya hemos insisti-
do con anterioridad; lamentablemente, el que su obra no se conserve más
que por referencias en otros autores dificulta en parte la percepción de su
postura en ocasiones, aun cuando en otras (como por ejemplo con respecto
a la sisactía) resulta bastante clara;417 Androción es, posiblemente, fuente co-
mún de varios pasajes de Aristóteles y Plutarco (en este último ya de forma
directa, ya indirecta)418 y parece haberse interesado, sobre todo, por los as-
pectos económicos de la labor soloniana. 419 En Isócrates, como en Andro-
ción podemos observar el inicio de la extraordinaria utilización política que
sufrirá Salón durante el siglo IV. 420
LAS FUENTES 209

7.9.3. Platón

En Platón, la figura de Solón muestra rasgos variados; por una parte, el


filósofo asume tradiciones procedentes del filón sapiencial desarrollado en
torno a los Siete Sabios pero, por otro lado, le tiene por gran legislador y
muestra hacia él gran concepto y estima;421 al mismo tiempo, es el glorioso
antepasado (cf Plut., Sol., 32, 1) que ya en la época de Platón ha adquirido
el carácter de sabio legislador, responsable de restaurar la armonía de la po-
lis. 422 Además, en la obra platónica Solón aparece muy vinculado con el tema
de la Atlántida (Tim., 21 c; Crit. 113 a; Plut., Sol., 31,6-32,1-2), ya que Cri-
tias (el joven) asegura que oyó la historia' de boca de su abuelo (Critias el vie-
jo) que, a su vez, la habría oído de su padre Drópides, pariente y amigo de
Solón.423 El propio Critias, al menos según el relato de Platón aseguraría que
él, cuando tan sólo tenía 10 años, habría cantado, junto con otros niños, los
poemas de Solón durante la fiesta de las Apaturias (Plat., Tim. 21 b).424 El
aura egiptizante de toda esta leyenda resalta tanto el papel de Solón como la
importancia del modelo político sobre el que teoriza Platón. 425

7.9.4. Demóstenes y Esquines

En Demóstenes y, en menor medida en Esquines, Solón es una figura recu-


rrente; su imagen es habitualmente positiva, encarnando de alguna manera lo
mejor que ha existido en la ley y el gobierno atenienses, representante del go-
bierno democrático ideal, igualmente alejado de la oligarquía y de la democra-
cia radical. 426 Sin embargo, el uso que ambos oradores hacen de Solón refleja
más bien los intereses del momento; brillantes polemistas ambos, no tienen re-
paros en atraerse a sus posiciones respectivas al viejo legislador y, como ha ob-
servado Masaracchia, ambos son un ejemplo extraordinario de cómo, sin preo-
cuparse por la verdad histórica, Solón fue utilizado con una clara finalidad de
propaganda política durante el siglo IV. 427 Especialmente en Demóstenes encon-
tramos bastantes referencias a leyes solonianas e, incluso, la transcripción (pre-
suntamente) literal de algunas de ellas; aunque no siempre podemos estar segu-
ros de su autenticidad,428 en estos oradores Solón ya es paradigma del legislador,
poeta y filósofo (Esquines, 3, 108,257) amigo del pueblo (demotikos: Dem. 18,6)
e, incluso, demócrata (Esquines, 3, 257), patriota (Dem. 19,252), preocupado
por mejorar las condiciones de vida de los atenienses (Dem. 24, 106,211) y por
la moralidad de los ciudadanos (Esquines, 1,6) y ejemplo a imitar.

7.9.5. Fanias, Heraclides Póntico, Hermipo

En los CÍrculos vinculados a Aristóteles, el interés por la figura de Solón,


que tanto había preocupado al maestro, debió de mantenerse durante bas-
210 SOLÓN DE ATENAS

tante tiempo. No obstante, se pueden observar los cambios que el paso del
tiempo va introduciendo, puesto que mientras que en Fanias todavía halla-
mos una clara preocupación por los datos cronológicos, en otros autores,
como Heraclides la figura de Solón se va diluyendo, dejando paso a las anéc-
dotas. Ello debe relacionarse con el final de la lucha política en Atenas, que
había caracterizado al siglo IV y que había hecho renacer el interés por el le-
gislador; según vamos entrando en el mundo helenístico, la preocupación es
otra; el desarrollo de la biografía, en este caso de la mano de Hermipo, dis-
cípulo de Calímaco y trabajando bajo las nuevas directrices de la erudición
alejandrina, termina por convertir a Solón en un personaje en el que lo anec-
dótico, lo sapiencial, su cosmopolitismo se convierten en los temas principa-
les de atención, como corresponde a esa nueva etapa. Hermipo es una de las
fuentes que utiliza Plutarco para su biografía y las noticias que el de Quero-
nea atribuye a este autor tienen una fuerte carga anecdótica, lo que quizá re-
vele algo de sus intereses biográficos. 429

7.9.6. Otros autores

Referencias más o menos aisladas a Solón encontramos en otras fuentes,


y en varias ocasiones insistiendo en alguna anécdota de su vida, especial-
mente sus estratagemas para hacerse con el control de Salamina: Justino, II,
7,2-12; Ael., v.H. VII, 19, Polieno, Strat. 1,20. Además, existen abundantes
referencias dispersas en algunos otros autores, así como numerosas noticias
de carácter entre anticuarístico, histórico y anecdótico en recopilaciones tar-
días como el Léxico de Hesiquio o la Suda. 43o

7.10. CONCLUSIÓN

7.10.1. Introducción

Después de haber analizado las principales fuentes de que disponemos


para el estudio de Solón, pueden establecerse una serie de conclusiones
de índole general que recojan algunos de los resultados obtenidos; ellos de-
ben ser tenidos en cuenta tanto en la reconstrucción del Salón histórico, y así
espero haberlo hecho en la Primera Parte del libro, cuanto en la formación
del personaje Salón, cuya historicidad es mucho más discutible, aunque sea
el que ha perdurado en el tiempo.

7.10.2. Importancia de los poemas

Seguramente la conclusión más importante es la reafirrnación de que la


fuente básica para el conocimiento de la vida y obra de Salón es la consti-
LAS FUENTES 211

tuida por sus composiciones poéticas y, en menor medida, por sus leyes. Pue-
de decirse que una buena parte de las informaciones acerca de Solón pro-
cede de la exégesis, directa o indirecta, de sus poesías. El análisis de las mis-
mas nos ha mostrado cómo en ellas se hallan apuntados o desarrollados
buena parte de los temas que encontramos tratados por autores posteriores;
si tenemos presente que, según informa Diógenes (1, 61), las líneas escritas
por Solón alcanzaron las cinco mil, sin contar yambos y épodos, y que con-
servamos, incluyendo todo tipo de composiciones poéticas un total de 290
versos, podremos hacemos una idea de la información que hemos perdido,
pero que fue accesible a los autores antiguos.

7.10.3. Las leyes

Las leyes, como también hemos dicho, constituyen otra fuente importan-
te para conocer la actividad soloniana. Con ellas, sin embargo, hay algunos
problemas más, puesto que su permanencia en vigor durante prácticamente
doscientos años antes del final del siglo v cuando fueron vueltas a escribir por
los anagrapheis (Lys., 30, 2-5), tras periodos de indudable actividad legislativa
como fueron la época de Pisístrato, la época de Clístenes y la democracia pe-
riclea, por no citar más que los más importantes, hizo que a Solón le fuesen
atribuidas, especialmente desde la ya mencionada recodificación gran núme-
ro de medidas que, indudablemente, no le corresponden a é1.43 I Aun admi-
tiendo que las kyrbeis metálicas en que fueron escritas tiempo después de su
publicación, si admitimos (y yo me inclino a ello) la hipótesis de Stroud432 fue-
ron visibles durante bastantes siglos, el interés por unos documentos escritos
con unos signos y en una lengua arcaicos, no debió de ser especialmente in-
tenso, lo que vendría demostrado por la gran cantidad de referencias a los axo-
nes y las kyrbeis que no parecen mostrar un conocimiento demasiado profun-
do de estos documentos. Además, con relación a las leyes, está todo el
problema de la patrios politeia o constitución ancestral, que llevó a añadir la
etiqueta de «soloniano» a todo aquello que pretendía gozar del privilegio de
la antigüedad y, por ende, de la legalidad. 433 Y, por si fuera poco, las leyes no
nos informan sobre el personaje Solón excesivamente, sino más bien acerca de
su labor legislativa; pero tampoco nos hablan ni de la constitucional ni, pro-
bablemente, del origen y mecanismo de medidas como la sisactía. Por ello, ha-
bitualmente, en autores que abordan la biografía de Solón las referencias a su
vida y obra, y las referencias a la legislación no suelen hallarse interrelaciona-
das, prueba evidente de que proceden de fuentes cualitativamente diferentes.

7.10.4. Tradiciones orales

Por último, otro aspecto, es el de la posible presencia de restos de tradi-


ciones orales en los autores que tratan de Solón. Ya Linforth, en su mono-
212 SalóN DE ATENAS

grafía de 1919 reconoce la existencia de una tradición oral de la que afirma


que, aunque no puede rechazarse como fuente histórica, sí debe ser tratada
con el juicio crítico más delicado. Para él hay dos tipos claros de fuentes; por
un lado, los escritos de Salón y, hasta donde sean auténticas, las leyes;
por otro, la tradición antigua, conservada a través de gran número de auto-
res y mezclada con la leyenda, la cual, por otro lado, reposa en gran medida
sobre los poemas, leyes dudosas, escuetos registros oficiales y una vaga tra-
dición popular. Según este autor, la única manera de admitir estos datos es
establecer la solidez de sus bases, lo que es harto difícil. Por todo ello, Lin-
forth viene a rechazar prácticamente todo aquello que no proceda de los
poemas y de los registros oficiales.434
Sin embargo, y es una de les cuestiones que yo formulo, ¿hasta qué pun-
to habría en los autores que nos han transmitido datos «históricos» sobre Sa-
lón y su obra datos procedentes de la tradición popular que no remonten a
los propios poemas solonianos? Yo creo que le respuesta ha de ser que no
deben de existir demasiadas informaciones que no se hallen basadas en los
poemas de Salón, a menos que se trate de invenciones o recreaciones de
los autores a partir de los datos de que disponen y de los objetivos concretos
de sus referencias a Salón. La tradición oral, de existir, apenas habría recor-
dado acontecimientos de época de Salón; posiblemente haya ocurrido, como
sugería Masaracchia, que la formación de la tradición que reconocía a Salón
como personaje decisivo en la historia de Atenas, parangonable a Licurgo de
Esparta, fuese relativamente tardía, no hallándose aún huellas de la misma
en Heródoto, al tiempo que sí se había desarrollado un interés por Salón
como sabio que, posteriormente, influirá en su fortuna posterior como hom-
bre políticO. 435
De haber sido así, podría explicarse el porqué de una ausencia de tradi-
ción oral y la recurrencia a la obra poética de Salón para reconstruir, a par-
tir de la misma, su vida y su obra, actividad que los Atidógrafos parecen ha-
ber desarrollado a gran escala. 436 De Salón, tras su época, habría quedado su
imagen de sabio, vinculada al santuario délfico. La tradición oral acerca de
su vida de haber existido, habría acabado por desaparecer en Atenas,437 que-
dando sólo los episodios básicos, tales como su legislación, que le valdrían un
puesto entre estos Siete Sabios. Pero todo detalle concreto habría acabado
desapareciendo con el tiempo. La prueba podemos hallarla en el relato he-
rodoteo, tal y como lo había interpretado Masaracchia. Cuando, a la sombra
de la fama délfica, hay que llenar de contenido al personaje Salón se acude
a sus poemas, único testimonio real del mismo. Las diferentes exégesis de es-
tos poemas, así como la mayor o menor habilidad de los exegetas, especial-
mente los Atidógrafos, serán responsables de la conformación de la imagen
soloniana. Cuando autores posteriores, como pueden ser Aristóteles o inclu-
so, Diodoro y Plutarco, aborden la biografía soloniana, harán uso de las
obras de sus predecesores como si de obras basadas en un conocimiento di-
. recto de fuentes inmediatas (tradiciones orales) se tratase, añadiendo sus
propias exégesis de los poemas solo ni anos para corregir o modificar las opi-
LAS FUENTES 213

niones transmitidas, sin percatarse en la mayoría de los casos de que estos


poemas han sido también la fuente empleada por aquéllos a quienes toman
por autoridades. De ahí los dobletes, malas interpretaciones e, incluso, esté-
riles discusiones que en muchas ocasiones desvían la atención de estos auto-
res. Cuando, por fin, autores como Diógenes y, antes que el, Diodoro Sículo,
introducen ya una amalgama prácticamente incontrolable de datos de diver-
sas procedencias, la imagen del «Solón auténtico», al menos del Solón que
puede aprehenderse a partir de una lectura crítica de sus poemas, acaba por
ocultarse nuevamente.
8. CONCLUSIÓN

Es llegado el momento de concluir el presente estudio y en este momen-


to es forzoso ser breve. No pretendo retornar aquí todos y cada uno de
los puntos que he ido apuntando a lo largo del mismo y simplemente querría
ahora decir algunas palabras para acabar de situar al personaje histórico en
su relación con el otro Solón, el Solón inventado o imaginado.
Como ya hemos visto, la fuente de información más próxima que tene-
mos sobre Solón son los fragmentos de sus poemas, que fueron objeto ya
de exégesis desde antiguo y que en los tiempos modernos han sido someti-
dos también a nuevas interpretaciones, a veces discordantes con las que los
propios antiguos (que conocían toda su obra) aportaron. Las leyes, al menos
en teoría también obra de Solón, plantean muchos más problemas de auten-
ticidad, corno hemos tenido ocasión de ver. No cabe duda de que los poemas
de Solón siguieron conociéndose y recitándose en Atenas y en Grecia mucho
después de que se hubiese perdido el recuerdo histórico de su autor y, como
suele ser habitual, los propios poemas sirvieron para ilustrar la vida del poe-
ta, a falta de otros testimonios más fiables. Unos poemas, que aludían a si-
tuaciones, como diríamos hoy, de «rabiosa actualidad» acabaron convirtién-
dose, cuando esa actualidad ya hacía mucho que era sombrío pasado, en
paradigma de grandes ideas, más abstractas que concretas como la justicia, la
moderación o el rechazo a la tiranía.
A más de un siglo de su muerte Solón ya se había convertido en el hom-
bre sabio que viajaba y se entrevistaba con lo más florido de los prínci-
pes bárbaros, con Amasis y con Creso, a los que daba lecciones de templan-
za y moderación; se trata, sin duda, de falsificaciones desde un punto de vis-
ta histórico pero que, sin embargo, captaban bastante bien las ideas princi-
pales del poeta como cualquiera que conociera sus versos podía comprobar.
Quizá a lo largo del siglo v, y en función de la reflexión sobre el pasado co-
mún de los griegos, y en función también de la elaboración de una identidad
helénica, distintas tradiciones acabaron dando lugar a la creación de los Sie-
te Sabios, esos individuos ya antiguos, y todos ellos dotados de una sabiduría
apolínea, que daban pruebas de su sensatez continuamente y que, individual
o colectivamente, marcaban el referente ético de lo que un griego debía ser.
En ese grupo Solón se convirtió en uno de los miembros imprescindibles y a
su leyenda se le añadieron muchos otros componentes adicionales.
CONCLUSIÓN 215

Dentro de la que había sido su ciudad. Atenas, las convulsiones políticas


por las que la misma atravesó durante los momentos más amargos de la Gue-
rra del Peloponeso, hicieron que algunos de sus ciudadanos pensaran que la
salvación de la misma estaba en volver a empezar de nuevo; el inicio sólo po-
día estar en alguien glorioso del pasado, en el viejo Solón, que ya estaba con-
virtiéndose en uno de los Siete Sabios. y que había promulgado unas leyes
que todavía se conservaban en su forma original. La publicación de esas le-
yes y la conversión automática del legislador en la fuente de todo el derecho
antiguo ático contribuyó, paradójicamente. a separar cada vez más al Solón
histórico del Solón inventado. Esta nueva popularidad de Solón hizo que los
escritores de historias locales de Atenas. los Atidógrafos, se fijaran de nuevo
en él y, para cubrir la ausencia de testimonios directos que hablaran de su fi-
gura, acudieron tanto a la exégesis de sus poemas y de sus leyes (auténticas
o no) cuanto a los diferentes temas legendarios que habían ido desarrollán-
dose con el tiempo; ahí encuentran hueco sus proezas en Salamina, su labor
política, interpretada a la luz de las circunstancias del siglo IV y poco respe-
tuosa con lo que (para nosotros) sería la realidad histórica, sus viajes, histó-
ricos o no, sus entrevistas, reales y ficticias, etc. Si a ello se le añaden los nue-
vos temas que arrastra consigo su inclusión en el grupo de los Siete Sabios,
tendremos ya a un Solón poco o nada histórico pero, al tiempo, sumamente
adecuado para los intereses de quienes contribuyen a su creación al ejempli-
ficar aquellas virtudes que se consideran indispensables para el hombre po-
lítico y para el buen ciudadano.
Es de lamentar que de las obras de los Atidógrafos sólo conozcamos
fragmentos, pero su peso en el desarrollo de la tradición soloniana fue in-
igualable. En las obras de Aristóteles. tanto en la Política como en la Consti-
tución de los Atenienses, se encuentran, como hemos visto, muchos de los te-
mas que los Atidógrafos abordaron y sobre los que el filósofo y sus discípulos
pudieron construir la que sería la principal imagen que perduraría. Desde
ese momento, Solón no dejará de estar presente, en sus distintas formas, en
la tradición posterior. Cuando Plutarco, a principios del siglo " d.C. com-
ponga su biografía de Solón, hará uso de los diferentes filones de tradición
que han llegado hasta él y en su obra encontramos desde la exégesis, propia
y ajena, de los poemas, hasta un compendio de leyes solonianas (buena par-
te de ellas falsas); encontramos al Solón miembro de los Siete Sabios, al So-
Ión viajero, al Solón político democrático; hallamos también una nómina im-
portante de autores, citados de primera o segunda mano por Plutarco, que
han dicho algo sobre el personaje. La biografía de Plutarco es, en algún
modo, la quintaesencia de lo que el mundo antiguo tuvo que decir acerca de
Solón.
Con Plutarco no se acaban, evidentemente, las aportaciones sobre Solón
y autores como Diógenes Laercio, ya en el siglo 111, sirven de paradigma de
la imagen, ya absolutamente legendaria, con la que Solón se dispone a entrar
en la Antigüedad tardía. No sorprende, por ello, ver cómo, a mediados del si-
glo IV d.C. un rico ciudadano de Emerita Augusta, nuestra Mérida, se hacía
216 SOlÓN DE ATENAS

colocar en una de las estancias de su céntrica mansión un mosaico en el que,


junto con un tema homérico se representa a los Siete Sabios en pleno, inclu-
yendo a nuestro Solón, celebrando su tradicional banquete y debatiendo so-
bre dicho tema homérico;1 en otros lugares del Imperio también hay mosai-
cos, pinturas2 y esculturas que representan a los Siete Sabios en conjunto o
individualmente, y que se extienden en el tiempo a lo largo de los cuatro pri-
meros siglos de nuestra era, aunque bastantes de ellas corresponden también
al siglo IV d.C. y no sorprende ya sea porque la iconografía cristiana asumió,
como en tantos otros casos, también ese tema,3 o ya fuera porque quienes
elegían ese motivo para decorar sus estancias estaban haciendo pública pro-
fesión de vinculación a una tradición pagana, entroncada con las más pro-
fundas raíces de la cultura grecorromana. 4 No extraña por ello que, también
durante el siglo IV, el escritor latino y cristiano (al menos de nombre), Auso-
nio, siga recreando el tema de los Siete Sabios en su Ludus Septem
Sapientium 5 y que tanto escritores paganos como algunos padres de la Igle-
sia sigan utilizando en sus diatribas opiniones de Solón, expresadas en sus
poemas, y le incluyan en sus narraciones históricas. 6
De 10 visto hasta aquí parecería que es difícil, si no imposible, recuperar
al Solón histórico ante el cúmulo de leyendas y tradiciones que se han su-
mado a su figura a 10 largo del tiempo. En las páginas que preceden hemos
intentado mostrar que esas dificultades, evidentes, no deben privarnos de in-
tentar situar a Solón en su contexto histórico. Una relectura de las fuentes,
especialmente de los poemas de Solón, nos permite recuperar el ambiente en
el que fueron compuestos y la situación a que aluden; a partir de ellos, las in-
formaciones de los otros escritores antiguos que trataron sobre él deben ser
objeto de una doble lectura. Por un lado, la que podríamos llamar lectura his-
tórica, es decir, la que nos muestra informaciones, datos y noticias que pue-
den concordar con 10 que sabemos de la situación de Atenas y de Grecia en
época de Solón y que no desentonan con 10 que sus poemas sugieren; por
otro lado, lo que podríamos llamar lectura cultural, esto es, cómo actúa Sa-
lón, no ya necesariamente el Solón histórico, sobre la época a la que corres-
ponde el autor y la obra analizada, es decir, qué función desempeña Solón
como figura arquetípica de un pasado que se quiere recuperar. Con esta do-
ble lectura despojamos al Solón literario de 10 añadido y nos quedamos con
el núcleo del Salón histórico; por lo menos, eso he pretendido.
El Solón que surge de estas páginas es, espero, el Solón histórico, al me-
nos hasta donde podemos \legar a aprehenderlo, situado en un momento
concreto y actuando en función de las circunstancias del mismo y también,
aunque marcando las diferencias con él, el Salón que no fue pero que, más
que el que fue, ejerció una influencia perdurable sobre el ideario de la cul-
tura griega antigua en tanto que ésta siguió estando viva.
NOTAS

Notas del capítulo 2

l. Ya Ziegler (1922, p. 194) insistió en este hecho: «Solón es uno de los más antiguos
griegos que conocemos, y además el más antiguo de los atenienses».
2. Estoy, en este sentido, en desacuerdo. como gran parte de los autores modernos,
con las interpretaciones de M. Miller referidas a la prolongación durante varios años de la
actividad del legislador: Miller (1968, pp. 62-81); Miller (1969, pp. 62-86); igualmente Hig-
nett (1952, pp. 316-321) se pronunció a favor de dos momentos distintos para la seisaeh-
theia y para la legislación. Por el contrario, sobre la confección de su legislación en el año
de su mandato, vid. Lehmann-Haupt (1912, p. 10) Y De Sanctis (1911, pp. 205-206); vid. en
último lugar Wallace (1983, pp. 81-95).
3. Cf. Wehrli (1973, pp. 193-208).
4. Según Lefkowitz (1961, p. 47), estas tradiciones parecen haberse formado en tor-
no al siglo v; ef Martina (1968, p. 106). Sin embargo, da la impresión de que Heródoto to-
davía no conoce a los Siete Sabios; vid., por ejemplo, entre la literatura reciente Brown
(1989, pp. 1-4). La referencia más antigua a una lista de Siete Sabios la tenemos en el Pro-
tágoras de Platón (343 a). Sobre algunos temas míticos que pueden haber servido para ex-
plicar su formación, vid. Snell (1971, pp. 14-15; pp. 30-31); sobre la posibilidad de que el
propio Platón inventara la leyenda, vid. Fehling (1985, pp. 9-19); contestado por Martin
(1993, pp. 108-128).
5. García Gual (1989); vid. un repaso reciente a las fuentes principales en Bollansee
(1999, pp. 65-75), que discute los argumentos de Fehling (1985).
6. Linforth (1919, pp. 21-26); en opinión de este autor, el tema de los Siete Sabios
puede haber surgido a partir de la recopilación de máximas atribuidas a ellos; vid. también
Freeman (1926, pp. 194-199), para un panorama general de la vinculación de Solón con los
Siete Sabios; ef Honn (1946, pp. 190-195) que desarrolla el tema de las enseñanzas que di-
manan de estos sabios.
7. Paladini (1956, pp. 377-411).
8. Ferrara (.1964, pp. 10-15; 23-37).
9. Linforth (1919, pp. 25-26); ef García Gual (1989, pp. 61-81).
10. Vid. Lefkowitz (1991, pp. 40-49).
11. Linforth (1919, p. 34) da un cuadro genealógico que vincularía a Platón con So-
Ión a través del presunto hermano de éste, Drópides. No obstante, el autor tampoco acep-
ta sin más este esquema del que, por otro lado, pocos datos poseemos; además, a las ge-
nealogías dadas por Platón y por Diógenes Laercio les faltan, al menos, dos generaciones.
Cf. Gilliard (1907, p. 152).
12. ef Gilliard (1907, p. 153); vid. también Freeman (1926, pp. 152-153). Sobre los
indicios epigráficos acerca de su arcontado, vid. Bradeen (1963, pp. 187-209) Y McGregor
(1974, pp. 31-34); sobre el procedimiento de elección de arcontes, antes y después de So-
218 SOLÓN DE ATENAS

Ión, vid. Develin (1979, pp. 455-466). Aunque consideraré la Athenaion Politeia como obra
aristotélica, no entro en el debate acerca de si la misma corresponde, ciertamente, al filó-
sofo de Estagira o, por el contrario, a uno o varios de sus discípulos; puede verse una dis-
cusión al respecto en Rhodes (1981, pp. 58-63), quien niega la autoría aristotélica, así como
otro completo análisis de Keaney (1992, pp. 3-14), que sí acepta como autor a Aristóteles,
y una cronología de la obra durante la segunda parte de los años 30 del s. IV a.e.
13. Gilliard (1907, pp. 153-154); Ferrara (1964, pp. 142-146) reconstruye el razona-
miento de Aristóteles, principal responsable de esta atribución, de la siguiente manera: So-
Ión afirma ser equidistante entre las dos partes, así que tiene su característica mesotes
(frag. 5 D); pero también dice que se opone a los ricos (frag. 4 D). La única condición eco-
nómico-social que permite la crítica de los ricos sin caer en la demagogia es la moderación.
Así, Solón surge como mesos poUtes en el pleno sentido económico-político de la expre-
sión. Eso es lo que le permite su acción de equilibrio, al tiempo que caracteriza su legisla-
ción y su reforma; Plutarco ya interpreta esto aludiendo a la prodigalidad del padre. Sobre
la posible relación de la interpretación aristotélica con las tradiciones sapienciales, vid.
Santoni (1979, pp. 966-967).
14. Cf Lehmann-Haupt (1912, p. 10); Linforth (1919, pp. 27-29 y pp. 265-266), con
una discusión de todos los datos disponibles, y Freeman (1926, pp. 153-155). Vid. también
Hammond (1940, pp. 71-93), que desglosa la sisactía de la nomothesia, situando la prime-
ra en 594/3 y la ejecución de la segunda en 592/1 a.e. Véase el trabajo de Wallace (1993,
pp. 61-95), en el que discute los datos a su disposición acerca de la imposibilidad de re-
chazar la fecha tradicional asignada a las reformas de Solón, en 594/3, coincidiendo con su
arcontado, frente a teorías que las sitúan en la década 580-570 a.e., representadas por una
serie de autores entre los que se hallan Hignett, Markianos, French, Miller, Plomner, Ca-
doux, Davies, Sealey y Sheppard entre otros. Como afirma Wallace, y recojo su opinión in
extenso por su evidente interés para definir el marco cronológico en el que nos movemos,
<<la cuestión de la redatación de la legislación de Solón al periodo 580-570, contra todas las
fuentes antiguas. depende de uno o más de los siguientes argumentos: primero, que en el
594 a.e. Solón era demasiado joven para ser nombrado nomothetes y diallaktes (pero no
demasiado joven como para ser nombrado arconte); segundo, que Solón reformó la mo-
neda de Atenas y Atenas no tenía moneda aún en 594; tercero, que es improbable un
intervalo de más de treinta años entre las reformas de Solón y la tiranía de Pisístrato; cuar-
to, que las fuentes antiguas no tenían buenas informaciones acerca de la fecha de las re-
formas de Solón; y quinto, que las visitas de Solón a Amasis, Filocipro y Creso deben con-
siderarse históricas, y deben datarse en un periodo de apodemia de diez años posterior
inmediatamente a su legislación. Ninguno de esos argumentos es convincente. El primero
es puramente subjetivo, y se basa en suposiciones sin fundamento acerca de la fecha de na-
cimiento de Solón; el segundo está viciado por el hecho de que Atenas probablemente no
tuvo moneda antes del c. 560, como muy pronto; el tercero es también subjetivo; por lo
que se refiere al cuarto, no podemos suponer que las fuentes no tenían información creí-
ble sobre la fecha de las reformas de Solón; y finalmente, ninguna de las visitas de Solón
es realmente histórica y ninguna tiene por qué datarse en la apodemia. No hay, por lo tan-
to, buenas razones para rechazar la tradición antigua de que la legislación de Solón fue
aprobada durante el transcurso de su arcontado. Esta tradición es, desde un punto de vis-
ta interno, perfectamente creíble; está bien atestiguada; y se halla confirmada por la evi-
dencia documental de los términos de la amnistía de Solón y las leyes sobre la herencia, y
los sucesos en torno a Damasías». Sobre algunos de estos puntos, que yo no siempre com-
parto. discutiremos en el lugar correspondiente.
15. Vid. acerca de todo esto Freeman (1926, pp. 158-178).
16. Freeman (1926, pp. 176-178), con un cuadro cronológico de las actividades de
Solón previas al arcontado; según esta autora, la conquista de Sigeo tendría lugar hacia el
610 a.e. Vid., sin embargo, la hipótesis de Sauge (2000, pp. 434-435) que relaciona el asun-
NOTAS 219

to de Salamina y el de Sigeo con la composición de la Ilíada, inspirada, según este autor,


por Solón.
17. Cf Linforth (1919, pp. 308-310), que ha recogido los testimonios al respecto. So-
bre la posible identificación de la tumba de Solón en el Cerámico con el llamado por los
arqueólogos «Túmulo G», aparentemente construido por el Estado y datable a mediados
del siglo VI, vid. Kübler (1973, pp. 172-193); Kübler (1976, pp. 5-15); no obstante, tampoco
puede asegurarse; cf Freytag (1975, pp. 49-81).

Notas del capítulo 3

1. Puede verse este panorama general en Domínguez Monedero (1991, pp. 187-269)
yen Id. (1999, pp. 13-285).
2. La división de la sociedad ateniense en eupátridas, geomoros y demiurgos se le
atribuía a Teseo (Plut., Thes., 25, 2); vid. sobre esos grupos Wüst (1959, p. 1-11). Por lo que
se refiere a los eupátridas, es ciertamente difícil conocer qué criterios existían para formar
parte de ese grupo; vid. Wade-Gery (1958, pp. 86-115); sin embargo, Sealey (1960, pp. 178-
180) sugiere que la idea de la existencia de los eupátridas corresponde a elaboraciones teó-
ricas posteriores; algunas matizaciones ulteriores en Sealey (1961, pp. 512-514).
3. Cf Ferrara (1960, pp. 36-37).
4. Vid. un panorama de la situación pre-clisténica en Ghinatti (1970, pp. 11-85).
5. Una rápida síntesis de los datos adquiridos puede verse en Muñoz Valle (1978, pp.
138-140); sobre la posible relación de estas instituciones con reformas de índole militar.
como las primitivas curias romanas, vid. Oliver (1972, pp. 99-107). Acerca de las posibles
actuaciones de Solón para debilitar su poder, vid. Talamo (1992, pp. 19-43).
6. Vid. Foxhall (1997, pp. 118-120), con referencias anteriores.
7. Bravo (1991-92, pp. 71-97) define al thes como «hombre libre que se coloca es-
pontáneamente al servicio de otro, por un periodo determinado, para obtener una recom-
pensa».
8. Puede verse un análisis de estos grupos, no siempre aceptable, empero, en Gilliard
(1907, pp. 93-143).
9. Freeman (1926, p. 14); esta autora, por otro lado, da gran importancia a la divi-
sión de la población ateniense en las cuatro tribus jonias junto a la que se hallaría también
la división de acuerdo con su modo de vida, con los grupos de los eupátridas, geomoros y
demiurgos, división que Plutarco (Thes., 25, 2) atribuye al propio Teseo (Ibid., 30).
10. Morris (1987) passim, y esp. 205-208.
11. Morris (1998; p. 30); vid. también sobre el «retraso» de Atenas durante el s. VII a.e.
Snodgrass (1980, p. 145), Osborne (1989, pp. 297-322), Whitley (1994, pp. 51-70).
12. Donlan (1970, pp. 388-389); vid. en último lugar Gouschin (1999, pp. 14-23).
13. Stein-Holkeskamp (1989, pp. 71-73).
14. Vlastos (1946, pp. 81-82).
15. Como ha observado Donlan (1970, pp. 389-390), es posible que para Soló n la po-
lis fuese, en cierto modo, la suma del demos y de sus hegemones.
16. Freeman (1926, p. 14) pensaba, posiblemente con razón, que uno de los proble-
mas que más le preocupaba a Solón, tal y como se expresa en sus poemas, era el de lograr
un reajuste de las condiciones económicas y sociales, más que buscar el sistema ideal de
gobierno, y mostrando siempre su rechazo por la tiranía; tiene también razón al negar que
Solón estuviese interesado en el establecimiento de la democracia, siendo su única preo-
cupación el concederle al pueblo tanta libertad como él pensaba que se merecía que, ob-
viamente. no era la que el pueblo creía merecer. Sobre esta idea del fracaso soloniano, vid.
también Rodríguez Adrados (1997, p. 64); matizaciones en Muñoz Valle (1978, pp. 143-
144). Interesante el panorama que presenta Forrest (1988; pp. 151-156).
220 SOLÓN DE ATENAS

17. Cf. las observaciones de Mele (1979) con relación al comercio prexis, posible-
mente muy próximo al que practicaban los eupátridas atenienses.
18. Era la opinión, por ejemplo, de Meyer (1937, pp. 593-595). Vid. una crítica a los
planteamientos monetaristas en Ganant (1982, pp. 111-124). En los últimos tiempos, sin
embargo, se vuelve a insistir en la importancia no de la moneda en sí, pero sí de la plata al
peso, como medio de pago de las deudas. Vid. en esta línea Kron (1998, pp. 225-232); cf.
Stanley (1998, pp. 19-45), Id. (1999), que también defiende el uso de la plata como medio
de pago de esta deuda y sugiere un origen oriental tanto para este pago como para el pro-
pio sistema del hectemorado.
19. Sobre estos contratiempos puede verse el análisis general de Ganant (1991); cf.
también Osborne (1987, pp. 27-52).
20. French (1956, pp. 11-25).
21. Este proceso, para algunos autores como French (1956, pp. 11-25), se vería agra-
vado por la baja productividad de las tierras; vid. también Lotze (1988, pp. 442-447).
22. O, incluso, como sugiere Mossé (1979-a, p. 91) como medio para obtener pro-
ductos exóticos de importación.
23. Finley (1984, pp. 176-181).
24. Vid., en este sentido, Lewis (1941, pp. 144-156). También Asheri (1969, pp. 5-
122); piensa que el hectemorado es una alternativa a la esclavitud personal.
25. Se acepta, generalmente, hoy día que ésta es la visión correcta sobre el signifi-
cado de hectémoros, frente a interpretaciones anteriores que sugerían que el hectémoro se
quedaba con la sexta parte de su producto y hacía entrega de las cinco sextas partes res-
tantes; vid. Gilliard (1907) y los trabajos de Von Fritz (1940-a, pp. 54-61), (1943, pp. 24-43),
en polémica con Woodhouse (1938, p. 160), ulteriormente apoyado por Thomson (1953,
pp. 840-850) y por Masaracchia (1958, pp. 106-108); Hemmerdinger (1984, pp. 165-166);
Biscardi (1989, pp. 75-97). Recientemente, Hanson (1995, p. 122) ha vuelto a sugerir que
los hectémoros entregaban las cinco sextas partes de su cosecha. Algunas hipótesis diver-
sas sobre por qué, precisamente, una sexta parte y no otra cantidad, en Thomson (1953,
pp. 840-850) o en Kirk (1977, pp. 369-370). Una rápida revisión a las hipótesis existentes
sobre los hectémoros en Sakellariou (1979, pp. 99-113).
26. En mi opinión, el vínculo que sometía al hectémoro era permanente, lo que pro-
bablemente ayuda a aumentar el descontento por la situación, aunque no creo, sin embar-
go, que el estatus personal de esos individuos sea servil (frente a, por ejemplo, Ando [1988,
323-331]). Discrepo así de otros autores que han pensado, más bien, en una relación tempo-
ral: vid. en este sentido, por ejemplo, Cataudena (1966, p. 234), que pensaba que esta situa-
ción tendría una duración máxima de seis años puesto que, en su opinión, la sexta parte a
que aludía el nombre no aludía a lo que debía aportar el hectémoro, sino a los plazos en que
debía abonar al acreedor su deuda. En todo caso, cf. la crítica a esta interpretación de WiII
(1969, pp. 104-116). También es sugerente la opinión de Gallant (1982, pp. 111-124), quien
defiende que el hectémoro sería un campesino libre, propietario de su tierra, pero obligado
por vínculos de reciprocidad a trabajar estacionalmente en las tierras de los ricos, a cambio
de la sexta parte de la cosecha que había contribuido a producir. No obstante, no hay nada,
a mi juicio, en la tradición sobre los hectémoros que permita sugerir esta posibilidad. Para
Descat (1990, pp. 91-94), la sexta parte (o hekte) formaba parte de las deudas públicas, que
algunos podían satisfacer, mientras que otros, los más pobres, tenían que endeudarse (deu-
das privadas) para poder satisfacer esta sexta parte; esta idea, en mi opinión, introduce un
sistema excesiva e innecesariamente complicado. Por fin, algunos autores sugieren que los
hectémoros no tenían tierras y vivían únicamente de la sexta parte de lo que producían en
las tierras de sus patronos; Murray (1993, pp. 191-193) insiste, más que en el aspecto econó-
mico, en el de sumisión social que la institución imponía sobre el hectémoro; en un sentido
parecido, y con un amplio estado de la cuestión, Ribeiro Ferreira (1990, pp. 37-53). Sobre el
problema de los hectémoros, vid. en último lugar Molina (1998, pp. 8-9).
NOTAS 221

27. Finley (1984-a, pp. 86-87). Sobre el simbolismo de los horoi, vid. Gernet (1955,
pp. 345-353).
28. Probablemente en la existencia de un limitadísimo abanico de posibilidades para
tratar al deudor, bien la esclavitud bien la reducción a la condición de hectémoro, inde-
pendientemente del monto total de lo debido radicase una de las principales injusticias del
sistema; cf. López Melero (1989, p. 30).
29. Cassola (1964, pp. 26-68); Cassola (1975, pp. 75-87); vid. también Link (1991,
pp. 19-25), aunque insiste, sobre todo, en la ocupación por los nobles de las «tierras de
nadie». También la teoría de Rihll (1991, pp. 101-127) asigna un papel fundamental en
el surgimiento de los hectémoros y de los problemas en Atenas a la ocupación de tierras
públicas.
30. Vid. en este línea, por ejemplo, Masaracchia (1958, pp. 106-108), cuya interpre-
tación resulta razonable, de no ser porque considera, erróneamente, que el hectémoro de-
bía pagar las 5/6 partes de su producto, en lugar de una sexta parte. Un debate sobre la
cuestión de la propiedad de la tierra lo hallamos en Hammond (1961, pp. 76-98), contes-
tado por French (1963, pp. 242-247). Un interesante panorama sobre la situación de la tie-
rra ática, con amplio análisis y crítica de las teorías precedentes, en Cassola (1964, pp. 26-
68); no obstante, debe matizarse el excesivo protagonismo que otorga a la ocupación por
parte de los poderosos de tierras públicas como detonante de la situación de conflicto en
Atenas; en una línea semejante, aunque beneficiada de los últimos avances en el conoci-
miento de las condiciones del campo en el mundo antiguo, Rihll (1991, pp. 101-127). Vi-
sión parecida, algo matizada, en Schils (1991, pp. 75-90).
31. Finley (1979, pp. 236-247); cf. Forrest (1988, pp. 127-129).
32. Vid. un resumen de las mismas en Ruschenbusch (1972, pp. 753-755), que se
muestra favorable a creer en la posibilidad de comprar y vender tierras ya antes de la épo-
ca de Solón. De cualquier modo, quizá tenga razón Cassola (1975, pp. 75-87) cuando pien-
sa que la inalienabilidad de la tierra quizá no fuera un fenómeno generalizado~ sino una
medida adoptada por poleis individuales en ocasiones determinadas; no obstante, no com-
parto su opinión de que la tierra ática era alienable.
33. Lévy (1975, pp. 88-91).
34. En este sistema, por consiguiente, el propio deudor se convierte en la garantía
de que mantendrá la tierra en cultivo; cf. Lotze (1958, pp. 1-12). Cf. Will (1965, pp. 62-65)
con una revisión de las diferentes alternativas propuestas para resolver la contradicción
entre la condición inalienable de la tierra y los medios de que podrían servirse los terrate-
nientes para hacerse con su control.
35. Vid. sobre la esclavitud de la tierra en cuanto que derivada de la posesión de la
misma por quienes no tienen derecho a ello, Cataudella (1966, pp. 36-39).
36. Hay, incluso, quien ha sugerido que antes del s. IV la palabra horos sólo indica un
mojón, y no una piedra que llevase inscrito el testimonio de una hipoteca; vid. en último
lugar Harris (1997, pp. 104-105). No obstante, Sauge (2000, pp. 614-614) ha mostrado con
buenos argumentos lo poco sólido de esa sugerencia.
37. Finley (1951); Fine (1951); Millett (1982, pp. 219-249).
38. Vid. por ejemplo, Woodhouse (1938, pp. 149-160). Recientemente, Bravo (1990,
pp. 41-51) ha aducido unos versos del corpus teognideo para reforzar el carácter de pie-
dras hipotecarias de esos horoi durante época arcaica.
39. Woodhouse (1938, pp. 43-50).
40. Sobre la situación jurídica de los hectémoros se ha escrito muchísimo, tanto en
el sentido de considerarlos poco menos que semejantes a los hilotas espartanos como
en el, a mi juicio más correcto, de considerarlos como individuos libres o, como mucho, se-
milibres; un rápido estado de la cuestión incluyendo los primeros planteamientos del de-
bate en Lotze (1958, pp. 1-12); también debe tenerse en cuenta Lotze (1959). Algunos in-
tentos de remontar su situación a época micénica (Biscardi [1984, pp. 199-214]) o la época
222 SOLÓN DE ATENAS

más confusa aún de los siglos Obscuros (Hammond [1961, pp. 76-98]) no parecen soste-
nerse mínimamente.
41. Así, por ejemplo, De Sanctis (1911, p. 194); ef Bravo (1991-92, pp. 71-97).
42. Bravo (1996, pp. 268-289).
43. Por ejemplo, para Woodhouse (1938, pp. 50-65), los thetes serían, genéricamen-
te, los que están dispuestos a trabajar por un sueldo, mientras que los pelatai serían un gru-
po, dentro de los thetes, que estarían vinculados a otra persona por una relación de de-
pendencia, posiblemente de un tipo semejante a la del cliente romano; ef también Mossé
(1994, p. 31), que piensa que la dependencia del pelates «era la que se podía establecer en-
tre dos 'vecinos' de los que uno era más rico o mejor nacido que el otro»; en un sentido
parecido, Bravo (1996, pp. 268-269), que traduce el término como «aquél cuya caracterís-
tica o función es la de estar aliado». Otros autores, sin embargo, consideran ambos tér-
minos intercambiables: Cassola (1964, pp. 26-68), Molina (1998, pp. 8-9).
44. Schils (1991, p. 80).
45. Así, por ejemplo, Freeman (1926, pp. 61-63).
46. Gras (1995, pp. 153-155).
47. Baccarin (1990, pp. 29-30).
48. Johnston y Jones (1978, pp. 103-141).
49. Gras (1987, pp. 46-47); Baccarin (1990, pp. 29-30).
50. En efecto, las ánforas «SOS» dejan de producirse hacia el 580, siendo sustituidas
por las llamadas ánforas «ti la brosse»; ef Gras (1987, p. 46).
51. Johnston y Jones (1978, pp. 103-141).
52. No entraré en detalle en esta cuestión pero podemos ver posturas variadas en
este sentido, desde las más rabiosamente «modernistas» en Gilliard (1907, pp. 75-89) has-
ta las algo más matizadas, pero igualmente defensoras del auge de la economía monetal de
Woodhouse (1938, pp. 136-144).
53. Carradice y Price (1988, pp. 20-28). Sobre los hallazgos más antiguos de mone-
das, vid. Bammer (1988, pp. 1-31): Le Rider (1991, pp. 71-88).
54. Stein-HOIkeskamp (1989, pp. 78-79).
55. Por ejemplo, Will (1965, pp. 69-71); también French (1957, pp. 238-246).
56. Esto es lo que sugiere, por ejemplo, la ley que promulgará Solón para impedir la
exportación de cualquier producto ático, excepto el aceite; vid. por ejemplo Descat (1993,
p.153).
57. Sobre el estilo de vida de las aristocracias arcaicas, puede verse Stein-Holkes-
kamp (1989, pp. 104-122).
58. Sobre estos túmulos pueden verse algunos panoramas generales, con la biblio-
grafía correspondiente, en Kurtz y Boardman (1971, pp. 79-84); Knigge (1988, pp. 27-28).
Morris (1987, pp. 71-96), sugiere que la relativa escasez de tumbas durante la segunda mi-
tad del siglo VII puede deberse a que sólo los miembros más destacados de la sociedad te-
nían derecho a recibir enterramiento formal; sobre los rituales funerarios previos a la épo-
ca de Solón, y la importancia que en ellos tenían los banquetes, vid. D'Onofrio (1993, pp.
143-171).
59. Sobre el golpe de Cilón, vid. en último lugar De Libero (1996, pp. 45-49).
60. Vid. una interpretación de las codificaciones arcaicas en este sentido en Eder
(1986, pp. 262-3(0).
61. Una rápida y, en general, aceptable síntesis puede verse en Muñoz Valle (1978-a,
pp. 40-62).
62. Como dice Rhodes (1981, p. 113), para la época presoloniana esta referencia es
al tiempo demasiado incluyente y demasiado excluyente.
63. Manville (1980, p. 217); Manville (1990, p. 124). Vid. también Welskopf (1965,
pp. 55-56) que establece una relación directa entre el surgimiento de la ciudadanía y la
prohibición de la esclavitud por deudas.
NOTAS 223

64. Vid. las interesantes reflexiones de Leduc (1995, pp. 51-68) acerca del concep-
to de ciudadanía en Atenas y su definitiva estructuración mediante el psephisma del
451/0.
65. Da la impresión, sin embargo, de que Aristóteles ha realizado una lectura «abu-
siva» del poema soloniano; vid. a tal respecto Rosivach (1992, pp. 153-157).
66. Finley (1986, pp. 144-145).
67. Brandt (1989, pp. 207-220).
68. De Sanctis (1911, p. 200); una rápida visión general del problema de la tierra en
la Grecia arcaica, en Domínguez Monedero (1999, pp. 121-132).
69. Will (1965, pp. 72-73).
70. Ferrara (1960, pp. 33-35).
71. Cf. en este sentido, Linforth (1919, pp. 47-52).
72. Masaracchia (1958, pp. 102-105).
73. Que el término hetairia aún no había alcanzado el sentido de «facción política»
que acabaría teniendo en el futuro, lo demuestra un texto de Gayo, comentando la ley ro-
mana de las XII Tablas, que equipara el término al latino sodalitas, colegio o corporación;
ef Sartori (1958, pp. 100-104) y Ciulei (1967, pp. 371-375); el pasaje básico en esta argu-
mentación aparece como el fragmento 76 a en la recopilación de Ruschenbusch (1966) y
en él Solón reconoce validez a los acuerdos de esas corporaciones siempre que no vayan
en contra de las leyes públicas (Gschnitzer [1987, pp. 112-113]); entre esas corporaciones
o heterías se menciona a los miembros de la misma localidad rural, a las fratrías, los que
participan en las mismas ceremonias religiosas, a los marinos, a los que forman parte de
grupos que comparten mesa en común, a los que comparten un mismo territorio funera-
rio, a los que participan en cultos comunes y a los que se ponen de acuerdo para obtener
alguna ganancia mediante la rapiña o mediante el comercio. Se trata de grupos tanto pú-
blicos como privados; sobre la distinción de ambas esferas en Grecia, vid. Hansen (1998,
pp. 86-91). Sobre la tradición (ficticia) de las relaciones entre la legislación de Solón y las
Leyes romanas de las XII Tablas, vid. Ciulei (1944, pp. 350-354); no obstante, no hay duda
de que en la legislación romana hay influencias griegas y, entre ellas, solonianas que segu-
ramente se han introducido en momentos posteriores: Delz (1966, pp. 69-83), con un aná-
lisis de las referencias que vinculan explícitamente algunas leyes solonianas con otras de
las XII Tablas; vid. también Ruschenbusch (1963, pp. 250-253), Crifo (1972, pp. 115-133);
Siewert (1978, pp. 331-344); Ducos (1978).
74. Sobre el carácter de lucha faccional entre aristócratas que ello implica, ef Raa-
flaub (1993, pp. 70-71).
75. Ellis y Stanton (1968, pp. 95-110).
76. Sobre el contenido ético de la obra soloniana, ef Stahl (1987, pp. 229-232).
77. Sin embargo, la referencia más antigua no aparece hasta Demóstenes (19, 251-
252), hacia el 353 a.e.; ef Piccirilli (1974, p. 411).
78. Meyer (1937, pp. 598-599).
79. Gilliard (1907, pp. 159-166); sobre los episodios militares de Solón, vid. Podlecki
(1969, pp. 79-81).
80. Van Effenterre (1977, pp. 91-130); L'Homme-Wery (1994, pp. 362-380); L'Hom-
me-Wery (1996-a) passim; L'Homme-Wery (2000, pp. 23-28).
81. Sobre Eleusis y sus cultos, vid. en general Mylonas (1961); sobre el cambio reli-
gioso, Sourvinou-Inwood (1997, pp. 136-141), con la bibliografía anterior; un panorama re-
ciente del santuario, donde también se sugiere el cambio religioso producido a principios
del siglo VI, en Clinton (1993, pp. 110-124).
82. Cf. Sourvinou-Inwood (1997, pp. 154-159).
83. Sobre las peculiaridades de esta frontera, que al menos desde fines del s. VI es-
taba marcada por una tierra de nadie, protegida por las diosas eleusinas y en la que esta-
ba prohibido cultivar y establecer asentamientos y plantar horoi, llamada hiera orgas, vid.
224 SOLÓN DE ATENAS

Daverio Rocchi (1988, pp. 186-194); un análisis más amplio en L'Homme-Wery (1996-a,
pp. 117-165), que sugiere que la creación de esta hiera orgas correspondería al propio So-
Ión.
84. Sobre la situación de Mégara en esos años, vid. Legon (1981, pp. 92-103).
85. French (1957, pp. 238-246).
86. Aratowsky (1953, p. 789); Legon (1981, p. 101). Una reconstrucción de los acon-
tecimientos, quizá demasiado compleja, habida cuenta de los testimonios que poseemos,
en Piccirilli (1978, pp. 1-13).
87. Woodhouse (1938, pp. 117-119).
88. Piccirilli (1978, pp. 6-9); ef L'Homme-Wery (1996-a, p. 319), que añade también
Eleusis al territorio perdido por Atenas.
89. Ya Freeman (1926, pp. 168-171) había observado estas inconsistencias en la tra-
dición; una interpretación, sin embargo, que acepta las informaciones de la tradición y las
interpreta como un medio de Solón para burlar una prohibición legal, y que aparece en
otros casos, en Mastrocinque (1984, pp. 25-34); Tedeschi (1982, pp. 44-45). Otros autores,
más hipercríticos, rechazan todo el episodio de la relación de Solón (y de Pisístrato) con
Salamina por ser difícil de verificar; vid. por ejemplo, Taylor (1993).
90. Esto lo demuestra la inclusión en su poema (frag. 2 D, v. 6) del término «Sala-
minaphetai», <<los abandonadores de Salamina», quizá ya acuñado con anterioridad, y que
recordaría la pérdida de la isla; ef L'Homme-Wery (1996-a, p. 52).
91. Gomollón (1994-95, p. 63); no deja de ser interesante que, quizá por ver prime-
ra, <<la poesía pudo utilizarse como un medio nuevo y directo, como una especie de diálo-
go entre sí mismo y sus conciudadanos en ocasiones cruciales», algo que en Atenas, con el
desarrollo de la tragedia, tendrá gran futuro; vid. Else (1965, pp. 40-41).
92. Ver, por ejemplo, en este sentido Legon (1981, pp. 120-125).
93. Freeman (1926, pp. 168-171).
94. En tal sentido, por ejemplo, Linforth (1919, pp. 39-45); también Freeman (1926,
p. 66). Aunque la tradición de los 500 voluntarios puede ser dudosa (vid. infra), no parece
que haya que desconfiar, empero, de la debilidad hoplítica de Atenas por esos años; vid.
en tal sentido L'Homme-Wery (1996-a, pp. 182-183).
95. Linforth (1919, pp. 39-45).
96. El problema se complica porque algunos autores sitúan el final de la guerra, tras
un arbitraje espartano (vid. infra), a fines del s. VI y relacionan esto con el envío de una
cleruquía ateniense a la isla, que se conoce gracias a la epigrafía (lG, PI), y suponen que
lo que Plutarco (o su fuente) hacen es adscribir a Solón un hecho histórico, como el envío
de una colonia a Salamina, que tuvo lugar 80 o 90 años después; vid. en este sentido
L'Homme-Wery (1996-a, p. 171). Una amplia discusión sobre esta colonia en Moggi (1981,
pp. 1-13).
97. Estas tempranas relaciones entre Solón y Pisístrato son bastante sospechosas y
pueden deberse a tradiciones muy posteriores; vid. al respecto las observaciones de De Li-
bero (1996, pp. 51-52); ef igualmente un análisis de algunos pasajes de Plutarco al respec-
to en Mühl (1956-a, pp. 315-323) y en Podlecki (1987, pp. 3-10).
98. Diversos autores han argumentado con más o menos detalle sus posturas a favor
o en contra de la participación directa de Solón en el asunto; entre los que se oponen pue-
de citarse De Sanctis (1911, pp. 263-264); a favor de la participación más o menos directa,
Linforth (1919, pp. 249-264). Una posición que desglosa las diversas versiones, atribuyen-
do a Solón y a Pisístrato, respectivamente, la participación que cada uno tuvo en Figueira
(1985, pp. 280-285).
99. Sin embargo, los problemas topográficos que se desprenden de la tradición no
son desdeñables, como ya puso de manifiesto Beattie (1960, pp. 21-43).
100. Entre ellos, observaciones sobre los diferentes rituales funerarios de Mégara y
Atenas y una cita (quizá inventada para la ocasión) de la Ilíada; vid. sobre estas cuestio-
NOTAS 225

nes, Wickersham (1991, pp. 16-31), esp. 30. Sobre el origen en Mégara de algunas de estas
tradiciones, vid. Piccirilli (1974, pp. 398-415).
101. El extraordinario uso de tradiciones míticas, por ambos bandos, para justificar
la posesión de la isla, así como el ambiguo esta tus de la isla ha sido analizado por Chris-
tensen (1993) y por Higbie (1997, pp. 278-307); vid. también un repaso de las diferentes
tradiciones en Aratowsky (1953, pp. 789-796).
102. Croiset (1903, p. 584); sobre los componentes lingüísticos jonios en sus poemas,
vid. Rodríguez Adrados (1953, pp. 138-142); Maquieira Rodríguez (1988, pp. 227-232).
103. De Libero (1996, pp. 52-54).
104. Piccirilli (1978-a, pp. 4-5).
105. Andrewes (1982, p. 373); tampoco puede descartarse un momento posterior
para ese arbitraje, entre 519 y 518 a.C, según algunos autores como Piccirilli (1978-a, p.
11); ef también, para una datación a fines del s. VI, L'Homme-Wery (1996-a, pp. 127; 224-
225); Figueira (1985, pp. 300-303) lo sitúa hacia el 510 a.C Empero, Andrewes (ibid.) con-
sidera esta posibilidad «extravagante».
106. Legon (1981, pp. 137-139). Cf también Masaracchia (1958, pp. 88-96), que se in-
clina a pensar que Solón representaría las primeras etapas de la guerra y Pisístrato las úl-
timas, mientras que Plutarco habría realizado la mezcla entre las diferentes tradiciones;
vid. también Figueira (1985, pp. 291-292).
107. ef Haas (1985, pp. 42-44); sobre la proyección exterior de Atenas que esto su-
pone, vid. Stahl (1987, pp. 211-218). Sobre la posible relación de los náucraros con los bar-
cos, vid. Ostwald (1995, pp. 368-379).
108. Sobre la existencia de estrategos antes de la reforma de Clístenes, mencionados
por el propio Aristóteles (Ath. PoI., 4), vid. las observaciones de Rhodes (1981, p. 264) Y
Develin (1989, p. 4), que sugiere que el estratego podía ser elegido por los propios hopli-
tas; sin embargo, Wheeler (1991) se muestra escéptico al respecto.
109. Esta vinculación de Solón con las técnicas del comercio y la marinería' es tanto
más sugerente cuanto que todo el episodio de la conquista de Salamina parece más una ac-
ción pirática que una batalla en toda regla; ef al respecto L'Homme-Wery (1996-a, pp. 178-
182).
110. Sobre la tradición de la astucia de Solón, vid. Ferrara (1964-a, pp. 55-70); sobre
la astucia de algunos otros "Sabios", especialmente los que han tenido responsabilidades
de gobierno (Pítaco, Quilón), vid. Cortina (1993-95, pp. 30-32).
111. Hay una amplísima bibliografía sobre tal cuestión, pero mencionaré de mo-
mento el trabajo de Robertson (1978, pp. 38-73).
112. Lehmann (1980, pp. 242-246).
113. Es la línea del interesante trabajo de Kase y Szemler (1984, pp. 107-116); vid.
también la opinión de Stahl (1987, p. 208), rotundamente favorable a la existencia de esa
guerra: «la guerra de la Anfictionía de Antela (culto a Deméter junto a las Termópilas)
bajo la dirección de los Tesalios contra la focidia Cirra, y su total destrucción así corno la
reorganización de la Anfictionía como délfica, debe considerarse corno un hecho auténti-
camente histórico».
114. En la reconstrucción de Forrest (1956, pp. 33-52) tanto Solón corno Clístenes
aparecerían perjudicados por la actitud hostil de Crisa; vid., sin embargo, los argumentos
que contra la intervención de Sición y de Atenas avanza Tausend (1986, pp. 53-57 Y57-61),
respectivamente.
115. Sordi (1953, pp. 320-346) minimiza esta intervención tesalia que sin embargo
reivindica Tausend (1986, pp. 61-66).
116. Lehmann (1980, pp. 242-243); ef sobre la importancia del establecimiento de
estos juegos Morgan (1990, p. 136).
117. Sobre el colorido délfico y sapiencial de esta tradición, en relación también con
las informaciones de Aristóteles, ef Santoni (1979, pp. 962-963).
226 SOLÓN DE ATENAS

118. Vid., por ejemplo, sobre el papel del santuario en la actividad de uno de los AIc-
méonidas más ilustres de época arcaica, Clístenes, Robinson (1994, pp. 363-369); sobre las
relaciones entre los Alcmeónidas y Delfos, vid. De la Coste-Messeliere (1946, pp. 271-287).
119. Algunos autores como Rodríguez Adrados (1997, p. 39) sugieren que la inter-
vención de Solón en la Guerra Sagrada sería unos años posterior al arcontado, lo que pro-
bablemente plantee más problemas de los que resuelve; una visión de conjunto de los he-
chos solonianos previos al arcontado puede hallarse en Oliva (1988, pp. 36-46).

Notas del capítulo 4

1. A pesar de que ya Cilón había contado con el apoyo délfico (Thc., 1, 126, 4), el
mismo parece vinculado a la participación de Mégara en su fallido golpe; la Guerra Sa-
grada, con la creación de la Anfictionía, marcaría un cambio importante en la orientación
del santuario que, como ha observado Margan (1990, pp. 135-136), se distancia ahora de
su ámbito regional para abrirse a intereses más amplios, manifestados en el origen de los
Juegos Píticos a finales de los años 90 o en los años 80 del s. VI.
2. Vid. al respecto De Libero (1996, pp. 51-52); Mühl (1956-a, pp. 315-323). Sobre la
visión de Aristóteles, opuesta a esas relaciones, vid. Santoni (1979, pp. 973-975).
3. Sobre el significado de estas divisiones territoriales, ef Hopper (1961, pp. 189-
219). ef Mossé (1964, pp. 401-413), que distingue entre los de la llanura y la costa, y que
representarían las facciones aristocráticas tradicionales, y los diacrios, que agruparía a to-
dos los descontentos. Vid. también Sealey (1960, pp. 163-165).
4. No podemos perder de vista tampoco que, años después, hacia el 546 a.c., Pisís-
trato acabará pactando, siquiera coyunturalmente, con Megacles el Alcmeónida, casándo-
se con su hija, aunque el matrimonio tuvo un desenlace problemático (Hdt., 1, 60-61); ef
Hoben (1997, pp. 157-163).
5. Por ejemplo, Meyer (1937, pp. 599-600). Dando un paso más, Hammond (1940,
pp. 71-83) llegó a sugerir que dichos poemas fueron compuestos en los meses que media-
ron entre su elección como arconte y su toma de posesión.
6. Ya Freeman (1926, p. 13) observó que, aun cuando valiosos para entender su
obra, los poemas no dan detalles concretos sobre las reformas planteadas y emprendidas.
7. Mühl (1955, pp. 349-354); ef Vox (1983-a, p. 305).
8. Al menos, es lo que parece desprenderse del análisis de sus poemas que presen-
tamos en su lugar correspondiente.
9. Por ejemplo, exilio durante la tiranía de Pisístrato: Hdl., 1, 64; V, 62 YVI, 123; ex-
pulsión de Clístenes por los espartanos: Hdl., V, 71-72; acusaciones de estar en conniven-
cia con los persas tras la batalla de Maratón: Hdl., VI, 115; intento espartano de dividir a
los atenienses, en vísperas de la Guerra del Peloponeso. exigiendo el exilio de Pericles:
Tuc. 1, 126-127. Vid. sobre alguna de estas cuestiones, Gillis (1969, pp. 133-145); Williams
(1980, pp. 106-110); Camp (1994, pp. 7-12).
10. Como ya se vió páginas atrás, el propio desarrollo de los acontecimientos (si es
que se acepta la realidad de la primera Guerra Sagrada) así como sus participantes es pro-
blemático; la intervención de Alcmeón como estratego ateniense, mencionada por Plutar-
co (Sol. 11,2), puede haber tenido lugar tanto antes como después del arcontado de So-
Ión, habida cuenta de la longitud de la guerra y, por lo tanto, antes o después de la expulsión
de los Alcmeónidas. No obstante, y como se verá en la Segunda Parte del libro, Plutarco
menciona la Guerra Sagrada ya Alcmeón como estratego ateniense en el capítulo 11, tras
narrar el episodio de Salamina (8-10) y antes de aludir a la expulsión de los Alcmeónidas
(capítulo 12), mientras que el inicio del arcontado de Solón es narrado en el 14.
11. Sobre la definición de los Alcmeónidas como «casa» o «familia», vid. las obser-
. vaciones de Dickie (1979, pp. 193-209).
NOTAS 227

12. Vid. la sensata discusión al respecto en Plutarco, Sol., 19,3-5; sobre el Areópa-
go, vid. Wallace (1989).
13. Esta referencia posiblemente está aludiendo a los vínculos de enemistad que se
perpetuaban generación tras generación entre círculos aristocráticos, en este caso, los Alc-
meón idas y los Licomidas, al que pertenecería este Mirón y, ya en el siglo v, Temístocles,
ostracizado por instigación de los Alcmeónidas; et Ferrara (1964-a, pp. 61-68).
14. A menos que pensemos, como sugiere Miller (1963, pp. 78-79) que el castigo re-
cayó sólo sobre los hijos del culpable del sacrilegio, entre ellos Alcmeón, el que habría
mandado o mandaría ulteriormente el contingente ateniense durante la primera Guerra
Sagrada, pero no sobre el resto de los descendientes.
15. Algunos autores, sin embargo, han intentado rebajar toda la cronología del epi-
sodio ciloniano para aproximarla a la fecha de la purificación; vid., así, Lévy (1978, pp. 513-
521), aunque sus propuestas no han tenido demasiado éxito; vid., sin embargo, Ruzé
(1997) entre quienes, recientemente, parecen aceptar esa rebaja en la cronología para si-
tuar el episodio ciloniano después del 598/7 a.e.
16. Sobre la impureza ritual o miasma, vid. Parker (1983, pp. 46-47); sobre la pre-
sencia de rituales expiatorios, vid. Ogden (1997, pp. 95-96).
17. Una semblanza de este personaje en García Gual (1989, pp. 159-181).
18. Esa es la opinión, por ejemplo de Jacoby, en el comentario al pasaje de Dióge-
nes (FGrHist 457, TI); sobre la existencia de un antepasado de Nicias que llevase su mis-
mo nombre en el siglo VI se muestra escéptico Davies (1971, p. 403); et también Sourvi-
nou-Inwood (1997, pp. 156-157). que piensa que la introducción de ese Nicias ficticio a
principios del s. VI sugiere que todavía a fines del s. v seguía vivo el conocimiento de la pu-
rificación llevada a cabo por Epiménides; por otro lado. la actualidad de la figura de So-
Ión a fines del s. v queda demostrada por las referencias que al mismo se hacen en algunas
comedias, por ejemplo, de Aristófanes y de Eúpolis; vid. al respecto Oliva (1973, pp. 34-
35). También se puede aceptar la historicidad de este personaje, como hace Develin (1989,
p.34).
19. Portulas (1993-95, p. 54).
20. Puede verse un estudio reciente sobre su figura en Strataridaki (1991, pp. 207-
223); vid. igualmente Portulas (1993-95, pp. 45-58).
21. Hammond (1940, pp. 71-83) opina, por el contrario, que fue el propio Solón
quien le hizo venir, aunque no parece probable.
22. Esta omisión fue interpretada por Jacoby (1949, p. 186) en el sentido de que nin-
guno de los autores tenía interés en mencionar una purificación en la que salían perjudi-
cados los Alcmeónidas, en cuyo entorno se movían ambos.
23. Acerca de la ley de Dracón sobre el homicidio, vid. Gagarin (1981), aunque qui-
zá sea más correcto hablar de la ley de Dracón sobre la "venganza de sangre" tal y como
ha tratado de demostrar Schmitz (2001, pp. 7-38).
24. Es interesante observar, como ha hecho recientemente Arnaoutoglou (1993, pp.
105-137), que en la legislación arcaica sobre el homicidio no hay referencias a la polución;
por consiguiente, posiblemente podamos ver las dos acciones, la purificación y la expulsión
como tendentes a cumplir fines distintos, desde el punto de vista político y religioso, res-
pectivamente.
25. Una valoración reciente de estas relaciones, a través de las tragedias del siglo v,
puede verse en Flashar (1997, pp. 99-111).
26. Sourvinou-Inwood (1997, pp. 157-159).
27. Parker (1996, p. 50); sobre el posible peligro social que podían plantear esos ri-
tuales protagonizados por mujeres, vid. Alexiou (1974, pp. 21-22); la idea ha sido tratada
con más detalle en Holst-Warhaft (1992) passim; un interesante caso de posible perviven-
cia de esas normas restrictivas de la participación de las mujeres en los funerales quizá
aparezca en la Antígona de Sófocles (Bennett y Tyrrell [1990, pp. 441-446]).
228 SOLÓN DE ATENAS

28. Cf. por ejemplo. Humphreys (1983. pp. 85-88) Y Murray (1990-a. pp. 139-145);
un trasfondo teórico y otros ejemplos pueden verse. respectivamente. en Ampolo (1984,
pp. 469-476); Ampolo (1984-a. pp. 71-102).
29. En esta referencia a cómo reunió al pueblo. algunos autores. como Andrewes
(1982, p. 387) han visto auténticas reuniones tumultuarias e informales, y un paso más en
la campaña que llevó a Solón al arcontado.
30. Sin embargo, el Areópago no sería el que elegiría a los arcontes, sino quien les
confiaba el cargo concreto a desempeñar; ef Develin (1979, pp. 460-461).
31. Gilliard (1907, pp. 167-171); vid. un repaso de las virtudes que adornaban a So-
Ión en Ehrenberg (1968. pp. 60-62).
32. Sobre la situación de Lesbos, la subida al poder de Pítaco y las críticas de Alceo,
pueden mencionarse, entre otros, los siguientes estudios: Aloni (1980-81, pp. 213-232);
Boruhovic (1981, pp. 247-259); Fileni (1983, pp. 29-35); Kurke (1994, pp. 67-92); vid. un pa-
norama general de Pítaco y sus predecesores en De Libero (1996, pp. 314-328).
33. Vid. Thiel (1938', pp. 204-210), que atribuye la invención a Fanias de Éreso; ef
McGlew (1993. pp. 94-96) Y Gouschin (1999, p. 22).
34. Hermon (1982. p. 37).
35. Ferrara (1960, p. 21); algunos autores, como Linforth (1919, pp. 46-47), han lle-
gado a hablar de una «dictadura plenipotenciaria».
36. Esta fecha, tradicionalmente admitida, ha sido cuestionada ocasionalmente por
algunos autores; pueden verse, principalmente, los trabajos de Miller (1963, pp. 58-94;
1968, pp. 62-81; Y 1969. pp. 62-86).
37. Un panorama. en general satisfactorio, de los intereses enfrentados en el mo-
mento en que Solón asume el arcontado lo encontramos en Linforth (1919, pp. 52-56).
38. Masaracchia (1958, pp. 133-137) ha situado en sus justos términos cómo son sólo
los aristócratas los que están capacitados para tomar iniciativas políticas.
39. Esta cuestión es siempre problemática, y no hay que descartar, al menos en su for-
mulación.la intervención de la propaganda política del siglo IV (Masaracchia [1958, p. 137]).
40. Véase, por ejemplo, el reciente trabajo de Rodríguez Adrados (1997, p. 35), que
empieza su análisis de Solón asegurando que «fue nombrado arconte el año 594 a.e. en
Atenas, por acuerdo de los ciudadanos».
41. Masaracchia (1958, p. 133).
42. Miller (1978, pp. 13-24); Merkelbach (1980, pp. 77-92). Cf también Rhodes
(1981, p. 105).
43. Rhodes (1981, p. 109); Develin (1989, p. 31).
44. Vid., por ejemplo, Hammond (1938, pp. 10-11); Hammond (1940, pp. 71-83) que
sugiere una actividad efectiva de, al menos, dos años y atribuye una serie de medidas a
cada periodo.
45. Ya Woodhouse (1938, p. 169) sugirió que el término era auténticamente solo-
niano; argumentos adicionales a favor de ello en Luján Martínez (1995, pp. 303-307).
46. De hecho, algunos autores aseguran, a mi juicio erróneamente, que el nombre
«oficial» de esta medida fue, simplemente, ehreon apokope, «cancelación de las deudas»
(Freeman [1926, pp. 85-89]).
47. Sobre la posibilidad de que este nombre de seisaehtheia correspondiese, más
bien, a un festival (a partir de Plut., Sol., 16,5) las opiniones de los estudiosos están divi-
didas. Entre quienes aceptan esa posibilidad están, entre otros, De Sanctis (1911, pp. 206-
208); Hammond (1940, pp. 71-83); Hermon (1982, p. 38). Entre quienes la rechazan puede
mencionarse a Linforth (1919, pp. 269-273).
48. Die Goyanes (1978, pp. 11-13).
49. Cerca estaba el caso de la expulsión de los Alcmeónidas, a quienes no valió el
.hecho de que Megacles, el responsable del sacrilegio, actuase en contra de los partidarios
del tirano desde la posición oficial que le brindaba su cargo de arconte (Plut., Sol., 12, 1).
NOTAS 229

50. Cf Masaracchia (1958, pp. 137-147).


51. Por ejemplo, Cataudella (1966, p. 83), que piensa que lo que hizo Solón, más que
arrancar los horoi fue, por el contrario, reimplantarlos.
52. Algunos autores hacen hincapié, sobre todo, en esta última cuestión, suponien-
do que más que una abolición de las deudas lo que hubo fue una prohibición de las ga-
rantías personales en los préstamos, así como la declaración de nulidad de todas aquellas
operaciones en las que la garantía era la persona del deudor. Con ello, el resultado sería
el mismo, pero el procedimiento no aparecería tan radical: ef en tal sentido, por ejemplo,
De Sanctis (1911, pp. 206-208).
53. Sobre el papel de Dracón como iniciador de la crisis ya se pronunció Hopper
(1966, p. 141); vid. también Forrest (1988, p. 134).
54. Ver también en esta línea Freeman (1926, pp. 85-89); Ehrenberg, (1968, pp. 62-
63); ef también Hammond (1961, pp. 76-98).
55. Hardin8 (1976, pp. 186-200); Ruschenbusch (1958, pp. 398-424); Rhodes (1990,
pp. 77-81).
56. Gilliard (1907, pp. 189-202; 212); Mühl (1953. pp. 214-223); Masaracchia (1958,
p. 47); Harding (1974, pp. 282-289); Harding (1994, pp. 129-133).
57. En esta línea, por ejemplo, Harding (1974, pp. 282-289); sobre la importancia de
Clidemo, que publicó su Átide hacia el 355, en la conversión de Solón en el padre de la de-
mocracia, vid. Ruschenbusch (1994, pp. 370-371). Un panorama de las distintas opiniones
de los antiguos sobre quién fue el fundador de la democracia en Hansen (1994, pp. 28-32).
58. Esta es la opinión, que comparto, de Mühl (1953, pp. 214-223).
59. Vid. sobre esta cuestión Lehmann-Haupt (1912, pp. 35-36).
60. Woodhouse (1938, pp. 182-190).
61. A saber, Conón, Alcibiades y Calias, respectivamente; ef Rhodes (1981, pp. 128-
129); vid. también Mühl (1953, pp. 215-216). Davies (1971, pp. 12,255,506) no cree en la
historicidad de esos individuos. Sobre la vigencia de Solón en esos años nos informan las
menciones que algunas comedias de la época hacen de él; ef Oliva (1973, pp. 34-35). So-
bre los ambientes oligárquicos a fines del s. v, Lewis (1993, pp. 207-211).
62. Bum (1960, p. 293). Una interpretación diferente, basada en una (arriesgada)
equiparación entre «Creocópidas» y «Cecrópidas», en L'Homme-Wery (1996-a, pp. 188-
191).
63. De opinión contraria es, sin embargo, Gschnitzer (1987, p. 108).
64. Sigue siendo problemático a quiénes benefició y a quiénes no esta ley; quizá en-
tre los beneficiados estén los Alcmeónidas, aunque es una cuestión que, en mi opinión. no
está definitivamente resuelta. Cito las leyes de Solón a partir de la numeración que les ha
dado en su estudio Ruschenbusch (1966, pp. 70-103).
65. Por ejemplo, Honn (1948, pp. 73-77), que lo apunta como mera posibilidad aun-
que sin aceptarla, o Meyer (1937, pp. 602-604), que sugiere las minas de Laurio o, incluso,
la venta de propiedades para obtener los fondos. Bum (1960, p. 293) avanza que pudieron
utilizarse los tesosos de los templos.
66. Por ejemplo, Linforth (1919, pp. 62-66); en el mismo sentido, aunque con argu-
mentos mucho más elaborados, que dependen de su visión de cómo funcionaba la gestión
de las deudas antes de Solón. Woodhouse (1938, pp. 168-178; 180-182).
67. Cf Molina (1998, p. 10), que recalca cómo las consecuencias de la abolición de deu-
das fueron diferentes para los distintos grupos que habían estado afectados por las mismas.
68. Es probable que muchos de estos exiliados, a quienes ahora se les reconocía la
ciudadanía ateniense fuesen de origen ateniense; ef en tal sentido L'Homme-Wery (1996-a,
p.246).
69. En la Atenas clásica el porcentaje de ciudadanos sin tierras, o con pocas tierras,
osciló entre un tercio o un cuarto de la población ciudadana, y la mitad; vid. Link (1991.
pp. 13-14).
230 SOLÓN DE ATENAS

70. Sobre la cuestión de la ciudadanía en la Atenas de Salón, pueden verse, de en-


tre la numerosa bibliografía existente, los trabajos de Sealey (1983, pp. 97-129); Manville
(1990, pp. 124-156); Sancho Rocher (1991, pp. 59-86); Walter (1993).
71. Manville (1990, p. 7).
72. Sobre cómo en el mundo griego esas concepciones políticas habían estado ya la-
tentes, al menos desde los Poemas Homéricos y Hesíodo, vid. Raaflaub (1989, pp. 1-32).
73. Vid., por ejemplo, Stahl (1992, pp. 385-408) quien considera este poema como la
partida de nacimiento del estado ciudadano.
74. Walter (1993, pp. 192-200).
75. Una visión general de los problemas agrarios que ha de resolver Pisístrato en
Link (1991, pp. 34-41).
76. Sobre la posibilidad de que, efectivamente, la tierra haya dejado de ser inaliena-
ble, vid. ya, por ejemplo, Gilliard (1907, pp. 176-178).
77. Vid. sobre esta ley los estudios de Gernet (1920, pp. 123-168; 249-290) y Gernet
(1955, pp. 121-149); Cataudella (1972, pp. 50-66). La ley se halla recogida como fragmen-
to 49 b de Ruschenbusch; vid. además Ruschenbusch (1962, pp. 307-311); ef las observa-
ciones de Samuel (1963, pp. 232-233).
78. Posiblemente con algún límite, para evitar transferencias indeseadas, como las
que podían tener lugar con las dotes; ef Piccirilli (1978, pp. 321-324). Igualmente, las dis-
posiciones con respecto a la epíclera tratan de evitar la dispersión del oikos; vid. Rus-
chenbusch (1990, pp. 15-20); también, sobre la importancia del oikos en la concepción so-
cial y económica soloniana, vid. Spahn (1980, pp. 549-553); ef también sobre la estructura
y organización de los oikoi aristocráticos Stahl (1987, pp. 77-86).
79. Woodhouse (1938, pp. 204-206).
80. Masaracchia (1958, pp. 181-186).
81. Cf Cassola (1964, pp. 26-68).
82. Freeman (1926, pp. 63-64); ef Gschnitzer (1987, p. 109).
83. Cf Samuel (1963, pp. 233-234).
84. Vid. las observaciones de Hanson (1995, pp. 111-112).
85. Hanson (1995, pp. 122-123).
86. Vid. sobre ellos Gallant (1991, pp. 185-187).
87. WiII (1965, p. 78).
88. HiII (1897, pp. 284-292); Oliva (1971, pp. 103-122).
89. De hecho, podemos decir, con McGlew (1993, p. 121), que Salón «preparó» el
camino a la tiranía.
90. Otra interpretación avanzada para los zeugitas es que significaría individuo in-
cluido en una falange hoplítica; vid. un estado de la discusión en Whitehead (1981, pp. 282-
286), que se decanta por esta última posibilidad, y también admite una interpretación en
clave militar para los hippeis.
91. Algunos apuntes al respecto en Descat (1990, pp. 85-100), que incluiría entre las
formas de imposición arcaicas la sexta parte, hekte, que habrían de pagar los hectémoros;
vid. también la interpretación en un sentido parecido de los hectémoros y de la seisaeh-
theia que realiza Harris (1997, pp. 103-112).
92. Sobre el problema de las equivalencias, con algunos ejemplos, vid. Horsmann
(2000, pp. 268-276), quien también sugiere qué Salón pudo haber introducido una valora-
ción en plata (a partir de Plut. Sol. 23), expresada en dracmas, entendida como medida de
peso y no como moneda acuñada.
93. Por ejemplo, Busolt (1893, pp. 365-366); no todos los autores, sin embargo, están
de acuerdo con la preexistencia de, al menos, tres de esos grupos: WiII (1965, pp. 90-94).
94. De Sanctis (1911, pp. 229-235); Sealey (1960, p. 162).
95. Meyer (1937, pp. 604-608), aunque hay que rechazar las reducciones monetaris-
tas que introduce este autor y que son, a todas luces, anacrónicas; vid. también French
NOTAS 231

(1961, pp. 510-512); Whitehead (1981, pp. 282-286). No todos los autores, sin embargo, es-
tán de acuerdo en el carácter militar de la reforma; vid. a tal respecto, con la bibliografía
previa, Hansen (1991, pp. 43-46).
96. ef Bodeus (1972, p. 483), aunque el resto de sus observaciones, relativas a la
pervivencia de la ideología trifuncional indoeuropea en la Atenas de los siglos VII y VI de-
ben tomarse con precaución.
97. Linforth (1919, pp. 77-82); ef Finley (1986, pp. 26-27).
98. Honn (1948, pp. 95-97).
99. Así, por ejemplo, Wilcken (1928, pp. 236-238), que sugería aceptar la equivalen-
cia entre el medimno, una oveja y una dracma, a partir de Plut., Sol., 23, 3; contestado por
Thiel (1950, pp. 1-11) Y por Van den Oudenrijn (1952, pp. 19-27). También partidario de
una evaluación monetaria se muestra Waters (1960, pp. 181-190).
100. Thiel (1950, pp. 1-11), por ejemplo, acepta que el ganado, sobre todo ovino,
pudo servir también de base para la evaluación de la riqueza; a ello se opone Van den
Oudenrijn (1952, pp. 19-27) que observa, razonablemente, que las ovejas no son tanto un
ingreso anual cuanto un capital.
101. Vid. en este sentido las acertadas observaciones de Thiel (1950, p. 3): «Hablar
de la Atenas soloniana en términos de ricos industriales y comerciantes, de una poderosa
clase de príncipes del comercio y la industria, con grandes capitales en bienes muebles, im-
plica cometer un anacronismo perverso y ridículo: el Ática de la época de Salón era una
comunidad substancialmente agraria»; ef también Masaracchia (1958, pp. 154-156).
102. Cf Cavaignac (1908, pp. 36-46); Will (1965, p. 94). No todos los autores acep-
tan tampoco un paso mecánico de un sistema a otro; vid., por ejemplo, Williams (1983, pp.
241-245); ef Van den Oudenrijn (1952, pp. 19-27). También Andrewes (1982, p. 385).
103. Ehrenberg (1968, pp. 63-65); vid., por ejemplo, los cálculos que hace Burn
(1960, pp. 297-298), sobre la base de la cantidad de personas que podría mantener una tierra
determinada, datos que serían de dominio público. Como, naturalmente, el zeugita po-
dría mantener menos y el pentacosiomedimno más, y el caballero se hallaba entre medias,
ése podría haber sido un buen medio y, además, público para establecer, al menos en una
primera aproximación, los distintos niveles de renta. Un cuadro mucho más preciso en
Foxhall (1997, p. 130).
104. Chrimes (1932, pp. 2-4).
105. Thiel (1950, pp. 6-11).
106. Cata ud ella (1966, pp. 49-63; 221-227). En su valoración, llega a interpretar de
modo diferente al canónico los límites de los diferentes grupos censitarios y, aunque justi-
fica su opción, no parece haber tenido demasido éxito su propuesta. Otros autores, sin em-
bargo, muestran su escepticismo ante estas valoraciones; ef Skydsgaard (1988, pp. 50-54).
107. Vid. una comparación entre los procedimientos y los resultados de la división
censitaria de la población en el caso ateniense y en el romano en Mossé (1987-89, pp. 165-
174).
108. Las informaciones sobre los medios de vida y vínculos territoriales de estos in-
dividuos no son demasiado conocidas para el s. VI, y hay que esperar al auge de la epigra-
fía ática en el s. v para poder tener más informaciones al respecto; vid. Thompson (1970,
pp. 437-451).
109. Si, tras su emancipación, muchos o algunos antiguos hectémoros se convirtie-
ron en zeugitas, ello hablaría a favor de la fuerza y las presiones que podrían haber des-
plegado antes de la actividad de Solón; ello también permitiría entender mejor el peso eco-
nómico y numérico de los hectémoros que, en muchos casos, no serían «pobres» en sentido
estricto; ef Schils (1991, pp. 75-90) que, sin embargo, interpreta a los hectémoros como
agricultores que se habían apropiado de tierras comunales y de los templos.
110. Así, por ejemplo, Rodríguez Adrados (1997, p. 41).
111. Manville (1980, p. 217).
232 SOLÓN DE ATENAS

112. La religiosidad de Solón quedaría reflejada plenamente en las referencias a dio-


ses concretos presentes en sus poemas; vid. al respecto Aguilar (1994, pp. 69-76); sobre So-
Ión en Plutarco, vid. también Aguilar (1992, pp. 147-150).
113. Shapiro (1996, pp. 130-131); sobre la errónea interpretación posterior de este
culto, vid. Rosivach (1995, pp. 2-3).
114. Shapiro (1996, pp. 127-133); vid. también Valdés Guía (1997, pp. 369-388). Sin
embargo, Luce (1998, pp. 3-31) vincula más a este personaje con la situación de Atenas du-
rante el siglo VII.
115. Costello (1938, pp. 171-179); Lambert (1993).
116. Sobre alguno de estos festivales puede verse el trabajo clásico de Jacoby (1944,
pp. 65-75) Ylos más recientes de Valdés Guía (1994, pp. 45-61); Valdés Guía (1995, pp. 19-
32). Mucho más detallado, Valdés Guía (1998). Sobre Apolo Patroo, vid. Hedrick (1988,
pp. 185-210) Y De Schutter (1987, pp. 103-129); sobre algunos de los elementos míticos y
rituales vinculados a Salamina, vid. Ferguson (1938, pp. 1-74); Guarducci (1948, pp. 223-
237); en último lugar, Osborne (1994, pp. 143-160) Y Lambert (1997, pp. 85-106).
117. Otras referencias en Plut., Mor. 550 c; Mor. 823 f, donde Plutarco muestra su ex-
trañeza ante la misma; autores posteriores van añadiendo más detalles, en buena parte fic-
ticios; corresponde esta ley al Fragmento 38 de Ruschenbusch.
118. Indicios indirectos de la autenticidad de esta ley han sido analizados, entre
otros, por Vlastos (1946, p. 72); Goldstein (1972, pp. 538-545); Piccirilli (1976, pp. 739-761);
Develin (1977, pp. 507-508); la relación de esta ley con la formación de un nuevo concep-
to de ciudadanía ateniense ha sido subrayada por Manville (1980, pp. 213-221). Otros au-
tores, sin embargo, rechazan la autenticidad de la misma y la consideran como una falsifi-
cación surgida a fines del siglo v entre los círculos demócratas moderados, encabezados
por Terámenes; vid. al respecto David (1984, pp. 129-138); también a este momento, aun-
que con menos precisiones, la atribuye Pecorella Longo (1988, pp. 374-379) Y a un mo-
mento posterior, también imprecisamente, Von Fritz (1977, pp. 245-247).
119. Bers (1975, pp. 493-498).
120. Un análisis del desarrollo de la sicofancia en Atenas, con la bibliografía previa,
en Osborne (1990, pp. 83-102).
121. En derecho griego este procedimiento era llamado graphe, y se oponía al pro-
ceso privado o dike; sobre su introducción por Solón, vid. Gagarin (1986, pp. 68-69); sobre
el concepto soloniano de solidaridad social, que veía como amenaza para toda la comuni-
dad cualquier acto de injusticia, incluso privado, vid. Vlastos (1946, pp. 70-71).
122. Sobre la tradición de la introducción por Solón de un procedimiento específico
para acabar con las muestras de desmesura social (la llamada graphe hybreos), puede ver-
se Fisher (1992, pp. 76-82); ef también Murray (1990-a, pp. 139-145) Y Fisher (1990, pp.
123-138).
123. Cf Ampolo (1984, pp. 71-102); Ampolo (1984-a, pp. 469-476); Humphreys
(1983, pp. 79-130; 153).
124. Sobre la relación entre la contención del lujo funerario y los cambios en los pro-
cedimientos matrimoniales (especialmente los relativos a la dote) en Atenas, sin duda con-
secuencia de la labor de So Ión, vid. De Polignac (1996, pp. 204-205).
125. Según sugiere Cordano (1980, pp. 186-197) tras estudiar representaciones pin-
tadas de funerales áticos del siglo VI, el auténtico paso a funerales menos suntuosos ten-
dría lugar hacia el último tercio del s. VI y si Solón dio alguna norma al respecto, la misma
se vería completada por normas sucesivas. Tampoco las excavaciones en el Cerámico de
Atenas muestran un inmediato cambio en los ritos funerarios de las grandes familias ate-
nienses: Knigge (1988, p. 29); Morris (1992-93, pp. 37-38).
126. Cf Léveque (1978, p. 529).
127. Glowacki (1998, pp. 79-88), con la bibliografía anterior.
128. Vid. Shear (1994, pp. 240-241), que considera la presencia de las leyes en la
NOTAS 233

acrópolis puramente coyuntural y correspondiendo al periodo posterior a la destrucción


persa y antes de la finalización de las reconstrucciones de los edificios públicos del ágora.
129. Dontas (1983, pp. 48-63); una de las pocas referencias literarias al ágora vieja
se encuentra en un gramático ateniense del s. 11 a.e. llamado Apolodoro (FGrHist 244, F
113).
130. Robertson (1986, pp. 147-176); Shear (1994, pp. 225-228), con un estado de la
cuestión; ef Luce (1998, pp. 3-31).
131. Thompson (1976) 67; Camp (1992, pp. 38-39); vid. un estado de la cuestión, fa-
vorable a su vinculación con la Boulé de los 400 en L'Homme-Wery (1996-a, pp. 261-299).
132. Stahl (1987, p. 237) ha sugerido, por ejemplo, que podía tratarse de la sede del
arconte epónimo.
133. Shear (1994, p. 229). Vid. un breve estado de la cuestión, con rechazo del ca-
rácter particular del edificio, en Angiolillo (1997, pp. 11-13; 213).
134. Shear (1978, p. 4); Camp (1992, pp. 37-38). Un ritmo algo diferente es sugerido
por Baurain-Rebillard (1998, pp. 125-136), para quien ya en esa zona al pie del kolonos
agoraios habría habido un área dedicada a banquetes aristocráticos durante la primera mi-
tad del siglo VII (el edificio A), sacralizada por la existencia de una necrópolis de época geo-
métrica adyacente a la zona; el edificio habría sido abandonado a mediados del siglo VII
pero, sin duda, sus ruinas y, tal vez, su recuerdo, debieron de perdurar hasta bien entrado
el siglo VI.
135. Shear (1978, pp. 1-19); Camp (1994, pp. 7-12); Camp (1992, pp. 39-48). Panora-
mas recientes de la actividad de los Pisistrátidas en Boersma (1970) yen Angiolillo (1997).
136. Domínguez Monedero (1997, pp. 81-125).
137. El proceso ha sido bien estudiado por Shear (1994, pp. 225-248).
138. Hansen (1991, pp. 43-46).
139. Burn (1960, p. 24); Ruzé (1988, pp. 86-89).
140. Rhodes (1981, p. 106) no ve sospechosa la noticia; vid., sin embargo, una expli-
cación alternativa, basada en un análisis topográfico y arqueológico, en Shear (1994, pp.
239-241). Sobre las modificaciones que las magistraturas aristocráticas están sufriendo en
el mundo griego contemporáneo, vid. Stein-H6Ikeskamp (1989, pp. 96-99).
141. Parke (1977, pp. 110-113); Parker (1996, pp. 7-8).
142. ef Stahl (1987, p. 177) sobre ese atractivo de que debió de gozar el arcontado
tras la reforma soloniana.
143. Sobre el funcionamiento en época clásica de estas magistraturas puede verse
Stockton (1990, pp. 109-111); Hansen (1991, pp. 225-245).
144. Vid. en este sentido Hignett (1952, pp. 321-326), que sugiere que Solón mantu-
vo la elección de los arcontes por la ekklesia, como posiblemente ocurriese anteriormen-
te, reservando tal vez al Areópago el nombramiento de las magistraturas menores; una
elección directa de los magistrados por la asamblea es también defendida por Burn (1960.
p.299).
145. Develin (1979, pp. 455-468); vid. ya Rhodes (1981, pp. 146-148).
146. No obstante, hay algún problema acerca del significado del testimonio de Aris-
tóteles como señala Rhodes (1981, pp. 143-145), pero este autor se decanta por aceptarlo.
147. Esa posibilidad podría haber sido introducida en Atenas mediante la abolición
de la pherne o dote consistente en la tierra que aportaba la novia al matrimonio y que su-
brayaría la pertenencia de las dos familias contrayentes al círculo eupátrida. Su abolición
habría permitido la realización de matrimonios heterogéneos. Vid. sobre una interpreta-
ción de la pherne en este sentido Leduc (1991, pp. 299-301) Y los comentarios de De Po-
lignac (1996, pp. 204-205).
148. La diferencia de apreciación entre Teognis y Solón, aunque utilicen un lengua-
je muy semejante, ha sido muy bien observada por Gentili (1996, pp. 137-138).
149. Un análisis de este poema en Adkins (1985, pp. 142-145); igualmente, Stein-
234 SOlÓN DE ATENAS

Holkeskamp (1997, pp. 29-30) ve en este poema la aparición de nuevos métodos para ac-
ceder a la nobleza mediante la riqueza, y no ya mediante el nacimiento.
150. Donlan (1985, pp. 238-239).
151. Rhodes (1981, pp. 182-184); ef Figueira (1984, pp. 954-959).
152. Lévéque (1978, pp. 525-526); Develin (1979, pp. 464-465).
153. Así, ya Busolt (1893, p. 321).
154. Wallace (1989, pp. 3-47).
155. Hignett (1952, pp. 82-83).
156. Wallace (1989, pp. 52-53).
157. De Sanctis (1911, pp. 249-250); Hignett (1952, pp. 89-91).
158. Esta imprecisión la hallamos en las interpretaciones de autores de diferentes
periodos; baste para ilustrarlo los análisis de Gilliard (1907, pp. 277-282) y de Wallace
(1989, pp. 47-69), para comprobar la gran cantidad de puntos obscuros que subsisten en el
análisis de los poderes concretos otorgados por Solón al Areópago. Vid. también De
Bruyn (1995, pp. 14-49).
159. Un estudio de las atribuciones del Areópago en asuntos públicos, en De Bruyn
(1995, esp. 14-49).
160. Naturalmente, la información de Aristóteles es anacrónica al interpretar el pro-
ceso de eisangelia al estilo de como se hacía en el siglo IV, seguramente como consecuen-
cia de la propaganda de ese momento, que había malinterpretado esta reforma soloniana;
ef en tal sentido Ostwald (1955, pp. 104-105); Carawan (1987, pp. 181-182). El debate, sin
embargo, es amplio y junto con autores que defienden la realidad de la eisangelia en épo-
ca de Solón, como Bonner y Smith (1930, pp. 169-170,294-300) o Rhodes (1972, pp. 162-
163), Rhodes (1979, pp. 103-114), hay otros, como Hansen (1975), Hansen (1980, pp. 89-
95), que rechazan esa posibilidad.
161. Wallace (1989, p. 68).
162. Freeman (1926, pp. 76-78).
163. Vid. sobre esta imagen, la posibilidad de que correspondan al pensamiento de
Solón y la realidad del consejo de los 400, a partir de la misma, Kahrstedt (1940, pp. 1-8);
ef Stahelin (1933, pp. 343-345) Y Wade-Gery (1933, p. 24).
164. Masaracchia (1958, pp. 175-179).
165. Ostwald (1969, pp. 156-157); vid., sin embargo, Ruzé (1997, pp. 159-161), que
acepta la existencia de isegoria o capacidad de cualquier individuo de dirigirse a la asam-
blea (ef Lewis [1971, pp. 129-140]) en la Esparta arcaica; por ende, algunos autores sugie-
ren, a partir de testimonios de Esquines (3, 2-4) Y Demóstenes (22, 30) que también en la
asamblea post-soloniana cualquier ciudadano podía hablar en ella; un matiz importante
vendría dado de aceptarse el mencionado testimonio de Esquines que atribuye a Solón
una ley que permitiría tomar la palabra en primer lugar a los ciudadanos mayores de cin-
cuenta años; vid. al respecto Kapparis (1998, pp. 255-259).
166. A la sombra del estudio de Hignett (1952) muchos autores rechazan como in-
vención del s. IV la participación de los thetes en la ekklesia, creo que sin buenos argumen-
tos; naturalmente, suelen también rechazar la realidad de la Boulé de los 400; ef, por ejem-
plo, López Melero (1989, pp. 19-20).
167. Manville (1990, pp. 133-147).
168. Vid. en tal sentido Ryan (1994, pp. 130-131); ya Rhodes (1981) había sugerido
que estas medidas implicaban una institucionalización de esta Asamblea y de sus reunio-
nes.
169. Esta opinión la encontramos ya en Busolt (1893, pp. 321); vid. también, con ma-
tizaciones, Gilliard (1907, pp. 282-285); igualmente, De Sanctis (1911, p. 251). Más recien-
temente, ha vuelto sobre esta opinión Ruschenbusch (1994, pp. 370-371). Puede verse, no
obstante, el análisis de conjunto de Rhodes (1972, esp. 209), que acepta la historicidad de
la Boulé soloniana. En último lugar, puede verse Doenges (1996, pp. 391-396) que resume
NOTAS 235

los principales argumentos avanzados contra la realidad de esa Boulé, unos más admisi-
bles que otros, y sugiere que fue Clístenes, antes de crear la Boulé de los 500, quien habría
introducido, provisionalmente, una de 400; en el mismo sentido ya se había pronunciado
Zambelli (1975, pp. 103-134). En mi opinión, eso plantea más problemas que los que pre-
tende resolver.
170. Hignett (1952, pp. 93-94); Hansen (1989, pp. 88-89).
171. Vid., sin embargo, la explicación de Rhodes (1972, pp. 208-209) sobre ese epi-
sodio.
172. Ehrenberg (1968, p. 66); más recientemente, Ruzé (1997, pp. 358-368) ha vuelto a
retomar la discusión sobre el consejo soloniano para rechazar la posibilidad de su existencia.
173. Sería el caso, por ejemplo, de Quíos, cuya constitución del segundo cuarto del
s. VI se ha considerado derivada de la constitución soloniana de Atenas; vid. en este senti-
do Andrewes (1954, p. 22); Ostwald (1969, p. 162); Just (1969, pp. 191-205); Muñoz Valle
(1976, pp. 217-220). Los principales argumentos en contra fueron propuestos por la influ-
yente obra de Hignett (1952, pp. 95-%) y han sido retomados en parte por Ruzé (1997, pp.
358-368). Sobre la constitución de Quíos interpretada como «democrática», vid. Robinson
(1997, pp. 90-101).
174. Referencias en Rhodes (1972, pp. 35; 130-131); las relaciones y duplicaciones
entre el ritual eleusino y algunos rituales atenienses ha sido subrayada por Simms (1975,
pp. 269-279) y ampliada por él mismo en Simms (1980); cf. también L'Homme-Wery (1996-a,
pp. 56,101-102). Las excavaciones llevadas a cabo en el E1eusinio de Atenas muestran que
en la zona en la que surgirían las construcciones de Pisístrato ya se celebraban cultos a
Deméter desde al menos el s. VII a.e.; vid. Miles (1998, pp. 19-23).
175. Algunos autores, sin embargo, con un optimismo desmedido, llegaron a pensar
que la mayoría de la población debió de quedar incluida dentro de las tres primeras cla-
ses: Linforth (1919, p. 82).
176. Rhodes (1972, p. 205).
177. Masaracchia (1958, pp. 158-163); Doenges (1996, p. 395), que es uno de los úl-
timos en rechazar la existencia de esta Boulé soloniana, considera que sería redundante en
la Atenas de inicios del s. VI, habida cuenta del carácter únicamente consultivo de la Asam-
blea. Sin embargo, estableciendo un filtro adicional a la misma, cualquier posibilidad de
que en ella se manifestasen tensiones se verían radicalmente cortadas; vid., por ejemplo,
Holladay (1977, p. 51).
178. Rhodes (1972, p. 223); Forrest (1988, pp. 142-143).
179. Rhodes (1972, p. 195).
180. Sobre estas obscuras instituciones, que se vieron involucradas de algún modo
en la represión del golpe de Cilón, vid. Jordan (1970, pp. 153-175); Billigmeier y Dusing
(1981, pp. 11-16); Lambert (1986, pp. 105-112); Jordan (1992, pp. 60-79).
181. Una rápida visión de estas instituciones arcaicas, en Andrewes (1982, pp. 365-
367); sobre el entronque de las tribus con la patés desde el origen de ésta, vid. Roussel
(1976); vid. también Murray (1990, pp. 12-13). Sobre los phytabasileis, vid. Carlier (1984,
pp. 353-359).
182. Vid., por ejemplo, Freeman (1926, pp. 78-79). Bum (1960, p. 299) sugiere que
sólo formaban parte de ella los caballeros y los zeugitas.
183. Rhodes (1972, pp. 18-19).
184. Cf. Raaflaub (1993, p. 71).
185. Wade-Gery (1933, p. 23); Forrest (1988, pp. 146-147).
186. Hansen (1991, pp. 178-224); sobre la aproximación de Aristóteles al problema,
vid. Keaney (1963, pp. 121-123).
187. Bonner y Smith (1930, pp. 154-155).
188. De Sanctis (1911, pp. 252-256).
189. Hansen (1981-82, p. 29).
236 SOLÓN DE ATENAS

190. Hignett (1952, pp. 97-98); Masaracchia (1958, pp. 167-174); Ehrenberg (1968,
p.67).
191. Ya en este sentido Busolt (1893, p. 365); ef también Gilliard (1907, pp. 285-
290). Sobre el sentido de la ephesis dentro del derecho griego arcaico, vid. Gagarin (1986,
pp. 73, 90-91); sobre la posibilidad de que esta atribución no sea realmente soloniana, sino
que corresponda a la visión del s. IV, vid. Ruschenbusch (1965, pp. 381-384) Y Ryan (1994,
pp. 133-134). Sin embargo, el decreto de Quíos del segundo cuarto del s. VI sugiere, al me-
nos, que procedimientos similares parecen haber estado vigentes en otras poleis del mo-
mento, si es que la norma quiota no está inspirada en la ateniense; vid. Just (1969, pp. 191-
205) y, en último lugar, Robinson (1997, pp. 90-101).
192. Contra el ejercicio por parte del Areópago soloniano de la euthtyna se pronun-
cia, sin embargo, Wallace (1989, pp. 53-55). Vid., sin embargo, la interpretación de Masa-
racchia (1958, pp. 167-174), que sugiere que el término que emplea Aristóteles (Poi., 1274a,
17) para referirse a las prerrogativas del tribunal, euthynein, que en el lenguaje político de
época clásica alude a la rendición de cuentas de los magistrados salientes, pudo haber alu-
dido, a inicios del siglo VI, simplemente a la decisión sobre las apelaciones; el asunto es am-
pliamente discutido por Carawan (1987, pp. 167-208), quien sugiere que sería el paso de
las euthynai al demos lo que constituiría el núcleo de la reforma de Efialtes hacia el 462
a.e.; vid. también Cawkwell (1988, pp. 1-12). Sobre la posibilidad de alguna responsabili-
dad del demos en las euthynai en época de Solón, vid. Ryan (1994, p. 133).
193. Honn (1948, pp. 97-99).
194. Cf el análisis de Keaney (1963, pp. 120-121), Y sus observaciones sobre el mé-
todo de trabajo de Aristóteles.
195. Freeman (1926, pp. 80-81).
196. De Sanctis (1911, pp. 252-256).
197. Ya Von Wilamowitz-Moellendorff (1893, pp. 41-44); Gilliard (1907, pp. 242-
244); Lehmann-Haupt (1912, pp. 287-296).
198. Büsing (1982, pp. 1-45).
199. La relación de Solón con la moneda no era, en absoluto, cuestionada en el si-
glo IV como muestra, por ejemplo, la anécdota e, incluso, el dicho que Demóstenes atribu-
ye al legislador acerca de la comparación entre las leyes malas y la falsa moneda (Dem. 24,
212-214).
200. Wallace (1962, pp. 23-42); Kraay (1956, pp. 43-68); Kraay (1975, pp. 145-160);
Rhodes (1975, pp. 1-11); Horsmann (2000, pp. 259-277).
201. Freeman (1926, pp. 91-109); Milne (1930, pp. 179-185); Milne (1938, pp. 96-97);
Jongkees (1944, pp. 81-117); Jongkees (1952, pp. 28-56); Cahn (1946, pp. 133-143); Miller
(1971, pp. 25-47). Naturalmente, eso no quiere decir que cuando se introduzca la moneda
en Atenas no se utilicen los patrones que ya habían sido definidos por Solón, aunque hay
quien prefiere rebajar ese cambio de patrón a los momentos iniciales de la moneda y, por
lo tanto, desvincularlo de Solón, aunque la reforma sería, en espíritu, «soloniana»; vid. en
este sentido AlfOldi (1987, pp. 9-17). Sobre los anacronismos existentes en la tradición
acerca de los pesos y medidas, vid. Van Driesche (1999, pp. 87-90).
202. Kraft (1959-60, p. 15); ef también Kraft (1969, pp. 7-24).
203. Cahn (1975, pp. 81-89); vid., sin embargo, la visión hipercrítica de Crawford
(1972, pp. 5-8).
204. Oliva (1971, pp. 103-122.) No obstante, algunos autores siguen estableciendo
una relación de estas medidas con la sisactía; vid., entre otros, Milne (1943, pp. 1-3); Flach
(1973, pp. 13-27); más probable, aun cuando todavía dudosa, puede ser su eventual rela-
ción con la reforma censitaria: Horsmann (2000, pp. 259-277).
205. Un intento de interpretar la discrepancia a partir de diferentes patrones, profa-
nos y sagrados, fue avanzado por Reifler (1964, p. 202); otros autores, sin embargo, acep-
tan que se trata de un error en la transmisión: Chambers (1973, pp. 8-9).
NOTAS 237

206. Chambers (1973, pp. 3-4); la dracma clásica ateniense pesaba 4,5 gr., la mina
450 gr., la estátera 900 gr. y el talento equivalía a 60 minas (unos 27 kg.). Sobre las leyes
monetarias griegas vid. Picard (1997, pp. 213-227).
207. Gilliard (1907, pp. 245-246); Noyen (1957, pp. 136-141); vid. las relaciones que
establece Figueira (1993) entre esta salida de la órbita egineta y el resto de la labor políti-
ca soloniana, especialmente la referida a la liberación de los hectémoros.
208. Ésa es la impresión general que extrae Fischer (1973, pp. 1-14) del análisis de
las medidas solonianas en este terreno.
209. Gilliard (1907, pp. 247-250); cf. también, en último lugar, Molina (1998, pp. 5-
18).
210. La vinculación de la reforma soloniana con el comercio de la plata fue ya apun-
tada por Milne (1945, pp. 230-245), aunque otros aspectos de su reconstrucción, en los que
la moneda juega un papel importante, son absolutamente cuestionables. Por su parte, An-
drewes (1982, p. 382) sugiere, convincentemente, que Solón modificó las unidades en las
que se pesaba la plata no acuñada; la plata también ha sido puesta en relación con la si-
tuación previa a la reforma soloniana y, por consiguiente, con los resultados de la misma
por Kroll (1998, pp. 225-232) y por Stanley (1998, pp. 19-45); [d. (1999), cap. VI D.
211. Tausend (1989, pp. 1-9).
212. Creatini (1984, pp. 127-132).
213. La coexistencia y perduración de esos patrones, y algún otro, ha sido demos-
trada, todavía a fines del siglo VI, por Beltov (1985-86, pp. 125-151).
214. Will (1965, p. 84).
215. Rhodes (1975, pp. 1-11); Rhodes (1977, p. 152).
216. La plata es mencionada por el propio Solón en uno de sus poemas (Frag. 14 D,
v. 1) como uno de los elementos que configuran las riquezas (chremata) de una parte de
los atenienses; sobre la interpretación a dar a esta referencia, remito al comentario co-
rrespondiente a este pasaje.
217. Esta ley aparece con el número F 75 en el catálogo de Ruschenbusch (1966) y
parece tratarse de una ley auténtica, aunque Plutarco no la transmite literalmente. Vid.
Sea ley (1983, p. 112) YGschnitzer (1987, p. 110).
218. Pagliara (1964-65, pp. 5-19).
219. Vid., por ejemplo, Manville (1990, pp. 124-156).
220. Manville (1990, p. 134); cf. Sancho Rocher (1991, pp. 68-69). Algunos autores
piensan que muchos de estos inmigrantes marcarían el inicio de los metecos atenienses; cf.
Whitehead (1977, pp. 141-143).
221. Hann (1948, pp. 90-91).
222. Peremans (1972, p. 124).
223. Sea ley (1983, pp. 113-114).
224. Sancho Rocher (1991, pp. 68-69).
225. Sancho Rocher (1991, pp. 68-69).
226. Weeber (1973, pp. 30-32) ha relacionado esta ley con la nueva concepción de la
polis que surge de la actuación soloniana; sus implicaciones económicas son claras como
ha visto Gschnitzer (1987, p. 111).
227. Burn (1960, pp. 294-295); Link (1991, pp. 31-34); Descat (1993, p. 153).
228. Johnston y Jones (1978, pp. 103-141).
229. Vid. Boitani (1985, pp. 23-26); a partir de esos datos se constata que entre el 650
y el 580 a.e. aparecen en Etruria 39 ánforas SOS, mientras que sólo aparecen 15 ánforas
«ti la brosse» durante todo el s. VI; cf. Gras (1987, p. 46).
230. Gras (1987, pp. 46-47).
231. Baccarin (1990, p. 31); Stahl (1987, p. 70) sugiere, sin embargo, que fueron los
habitantes de la costa o para lía los principales beneficiados por la actividad soloniana.
232. Boardman (1974, p. 17); Snodgrass (1980, p. 145).
238 SOlÓN DE ATENAS

233. Boardman (1974, pp. 17-29).


234. Rosati (1989, pp. 33-82).
235. Isler-Kerenyi (1993, pp. 3-10).
236. No me detendré en el análisis de esta pieza, cuya bibliografía es ingente; sobre
el vaso puede verse Boardman (1974, pp. 33-34); sobre sus epígrafes Wachter (1991, pp. 86-
113); una de las últimas interpretaciones, con estado de la cuestión en Isler-Kerenyi (1997,
pp. 523-539). Es básico el conjunto de análisis realizados sobre el vaso, acompañados de
un exhaustivo estudio fotográfico en VV. AA. (1981).
237. Rosati (1973-74, pp. 184-189); vid. también sobre la presencia de emigrantes en
la producción cerámica, aunque con matices, Arafat y Morgan (1989, pp. 325-326).
238. Un panorama global de las importaciones de cerámicas arcaicas en Huelva en
Cabrera Bonet (1988-89, pp. 41-1(0).
239. Rosati (1973-74, pp. 183-189); en un trabajo antiguo Boardman (1978, p. 24) lle-
gó a sugerir, incluso, relaciones familiares entre Solón y alguno de los pintores de media-
dos del siglo VI.
240. No hay por qué dudar, como ha ocurrido en ocasiones, de que todas esas acti-
vidades las llevó a cabo durante el periodo de su mandato como arconte; no obstante, ha
habido tradicionalmente corrientes de opinión que han tratado de separar en el tiempo el
desempeño del arcontado de su labor legislativa. Sobre esta última línea de argumentación
vid. Sea ley (1979, pp. 238-241).
241. Solón utiliza siempre la palabra thesmos, que parece ser la corriente para «ley»
en su época; sólo posteriormente se introducirá la palabra nomos y, retrospectivamente,
también las leyes de Dracón y Soló n recibirán este nombre; una discusión de estos con-
ceptos en Ostwald (1969) passim.
242. Sobre la única de las leyes draconianas que se conserva, la referida al homici-
dio, vid. Stroud (1968); Gagarin (1981); sobre la convivencia entre leyes escritas y leyes no
escritas que, aparentemente, presupone esta ley, vid. Thomas (1995, p. 71); acerca del uso,
ya al menos desde Solón tanto de leyes substantivas como de leyes procedimentales, de-
pendiendo básicamente de la naturaleza de la cosa legislada, vid. Carey (1998, pp. 93-109).
243. Garner (1987, pp. 39-40).
244. Cosi (1987, pp. 430-442).
245. Nagy (1982, p. 117).
246. Holkeskamp (1992, p. 93); cf. Piccirilli (1984, pp. 1031-1036); sobre las leyendas
referidas a los legisladores, en ocasiones con muchos puntos en común, como si obedecie-
ran a un patrón, vid. Szegedy-Maszak (1978, pp. 199-209).
247. Camassa (1988, pp. 130-155).
248. Thomas (1995, p. 74). Sin embargo, todavía en el s. IV a.e. Platón seguía du-
dando de la validez de las leyes escritas como instrumento de transmisión de la sabiduría,
citando explícitamente a Solón (Plat., Fedro 278 b 7-d 1); vid. sobre esta cuestión Arrig-
hetti (1990, pp. 351-361).
249. Sobre las implicaciones para la sociedad y para las propias leyes de la publici-
dad de las mismas, vid. HOIkeskamp (1992, pp. 100-102); una visión más optimista que la
habitual sobre la extensión de la alfabetización en la Atenas de inicios del s. VI en Frost
(1987, pp. 51-58).
250. Vid. en este sentido Stahl (1987, pp. 190-197).
251. Este debate se resume, por ende, en la introducción del trabajo de Ruschen-
busch (1966, pp. 1-22).
252. Ruschenbusch (1966); Stroud (1979). Aunque sumamente coherente la recons-
trucción del primero, creo que en ella hay un error fundamental, subsanado por Stroud, ya
que Ruschenbush considera (acertadamente en mi opinión) al axon como cada una de las
vigas de madera en las que se inscribieron las leyes mientras que considera, erróneamen-
te, que las kyrbeis serían los bastidores en los que se agruparían los axones (Ruschenbusch
NOTAS 239

[1966, pp. 23-24]). Es preferible la reconstrucción de Stroud que es la que, en líneas gene-
rales, sigo en el texto. Sobre el posible significado de kyrbis e hipótesis sobre el porqué de
ese nombre, en Hansen (1975, pp. 39-45) YWyatt (1975, pp. 46-47).
253. Stroud (1979, pp. 41-44).
254. Robertson (1986, pp. 147-176).
255. O, incluso, después, como sugiere Shear (1994, pp. 240-241).
256. Sobre las diferentes recopilaciones de leyes atenienses a fines del s. v, vid. Rus-
chenbusch (1956, pp. 123-128); más recientemente, Clinton (1982, pp. 22-37); Robertson
(1990, pp. 43-75) Y Rhodes (1991, pp. 87-100).
257. Ruschenbusch (1966, pp. 50-52).
258. Ruschenbusch (1966, pp. 42-47).
259. Por ejemplo, GiIliard (1907, pp. 32-58); también, aunque dejando abierta algu-
na posibilidad, Linforth (1919, pp. 276-286).
260. Vid. un amplio análisis del uso de Solón durante el s. IV en Ruschenbusch (1958,
pp. 398-424); también Hansen (1989, pp. 71-99) YThomas (1994, pp. 119-134).
261. Ehrenberg (1968, pp. 68-71); Finley (1979-a, pp. 53-54); el Garner (1987, pp.
137-140). Sobre la valoración de las leyes solonianas en el s. IV, puede verse también Tho-
mas (1994, pp. 119-134).
262. Ruschenbusch (1966, pp. 57-58; 70-126). También un buen análisis de las leyes
de So Ión, aunque incluye algunas de las que Ruschenbusch considera falsas, sigue siendo
el de Freeman (1926, pp. 113-143).
263. Las referencias a los fragmentos de la legislación soloniana corresponden,
como se indicó ya con anterioridad, a la numeración de Ruschenbusch (1966).
264. Ruschenbusch (1988, pp. 369-374).
265. Hay una auténtica regulación de esa relación, como muestran las leyes sobre el
lujo funerario o las relativas a la moral sexual y al adulterio, que se integran en el terreno
de aquello que, por sus diferentes implicaciones, afecta a la colectividad; vid. Samuel
(1963, pp. 234-235) y, sobre las leyes sobre el adulterio, Kapparis (1995, pp. 97-122); Kap-
paris (1996, pp. 63-77).
266. Cf Gagarin (1981-a, pp. 71-77).
267. Thomas (1995, pp. 66-71); las semejanzas entre los mnemones de otras ciudades
griegas y los tesmotetas atenienses ha sido subrayada, además de por esta autora, por otros
estudiosos como Ruzé (1988, pp. 86-89).
268. Cf L'Homme-Wery (1996-a, p. 247); también pudo haber utilizado Solón otras
codificaciones de leyes ya existentes, como la de Zaleuco, como sugiere Ruschenbusch
(1994, pp. 356-357).
269. Piccirilli (1977-a, p. 27).
270. Sobre la imagen del legislador, a medio camino entre el tirano y el fundador,
vid. las apreciaciones de McGlew (1993, p. 109).
271. Un buen ejemplo de esta tendencia lo muestran, especialmente, los trabajos de
Miller (1963, p. 85); Miller (1968, pp. 62-81).
272. Junto al de Mitilene, otro caso con ciertas similitudes, es el de Mileto, donde ac-
túa el aisimnetes Epímenes; vid. Cortina (1993-95, pp. 13-14).
273. Page (1955); Mazzarino (1953, pp. 37-78); Aloni (1983, pp. 21-35).
274. Romer (1982, pp. 25-46).
275. Andrewes (1974, pp. 97-98).
276. Mossé (1969, pp. 14-15).
277. Kurke (1994, pp. 202-203).
278. Thiel (1938, pp. 204-210); una caracterización general de Pítaco, resaltando al-
gunos puntos comunes con otros "Sabios", entre ellos Solón, en Cortina (1993-95, pp. 9-44).
279. Vid. Raaflaub (1996, pp. 1067-1071).
280. Cf Forrest (1956, pp. 48-49).
240 SOLÓN DE ATENAS

281. Vid. en este sentido, por ejemplo, Linforth (1919, pp. 57,59); Thiel (1946, pp. 71,
81). Carawan (1993, pp. 305,319), por su parte, sugiere que la ley contra la tiranía que
transmite Aristóteles (Ath. PoI., 16, 10), correspondería al propio Solón.
282. Domínguez Monedero (1991, pp. 169,181).
283. Hopper (1961, p. 195); Holladay (1977, pp. 40,56).
284. Como ha visto Paladini (1956, pp. 377,411), tampoco hay que dejar de lado que
esa tradición de oposición a la tiranía pueda estar motivada por su inclusión en el grupo
de los Siete Sabios, que muestra un rechazo notorio hacia este régimen, aunque, al menos,
durante los inicios de tal tradición tampoco todos los tiranos estaban mal vistos, como
muestra la presencia en la nómina de sabios del tirano Periandro de Corinto. En todo caso,
y como ha visto Keaney (1992, pp. 106,109), Aristóteles quiere dejar muy clara la oposi,
ción entre ambos personajes.
285. Aunque, como ya vio De Sanctis (1911, p. 269), no es tampoco necesario pen,
sar directamente en Pisístrato, porque los años previos a su subida al poder debieron de
ser pródigos en intentos de ese tipo, de los que conocemos únicamente el de Damasías
que, nombrado arconte, no abandonó el poder hasta que fue expulsado violentamente
(Arist., Ath. PoI., 13, 2). Una revisión reciente de las presuntas referencias a Pisístrato en
los fragmentos solonianos, en Rihll (1989, pp. 277,286).
286. Cf Stahl (1987, pp. 190,200).
287. Linforth (1919, pp. 303,306).
288. Arrighetti (1991, pp. 13,34); Tulli (1994, pp. 95,107); Morgan (1998, pp. 108,114).
289. Masaracchia (1958, pp. 190,192).
290. Es curiosa esta recitación de los poemas de Solón en la fiesta de las Apaturias
por cuanto que Solón puede haber sido uno de los primeros atenienses en reivindicar una
primacía de Atenas sobre Jonia y, en el relato de Heródoto, es precisamente la celebración
de las Apaturias uno de los signos de la identidad jonia; ef Hdt., 1, 147,2.
291. Es sugestiva la opinión de Freeman (1926, pp. 187,194), para quien esta rela,
ción significaba la reacción del hombre que había rechazado la tiranía frente al hombre
que la consiguió.
292. En todo caso, y si Solón vio el éxito de Pisístrato en 561, sin duda ninguna ya
no vivió para ver el primer retorno del tirano; ef Rihll (1989, pp. 277,278).
293. Pero, sin embargo, todavía Heródoto (VI, 131, 1) considera a Clístenes como
el creador de la democracia y no menciona ni tan siquiera a Solón sobre esta cues'
tión.
294. Sin embargo, recientemente algún autor le ha seguido considerando, sin dar de,
masiadas explicaciones, fundador de la democracia ateniense: Murray (1993, p. 184). Vid.
una discusión reciente en Robinson (1997, pp. 39-45).

Notas del capítulo 5

1. Un repaso general a estos viajes en Alessandri (1989, pp. 191,224); los viajes de
Solón se hallarían dentro de la tradición del filósofo viajero, con una clara función de
aprendizaje; vid. Montiglio (2000, pp. 88,89).
2. Rhodes (1981, pp. 123,124; 170). Sugiere este autor que la vinculación al comer,
cio tiene que deberse a la consideración de Solón como mesas, por lo que tendría que ha,
ber sido comerciante.
3. Una visión general de este mundo, en Reeker (1971, pp. 96,100).
4. Isaac (1986, pp. 162,163).
5. Johnston y Jones (1978, pp. 103,141).
6. Shipley (1987, pp. 49,51).
7. Cook (1958,59, pp. 9,34); Cook (1985, pp. 25,28).
NOTAS 241

8. Reeker (1971, p. 102) sugiere un lapso de un par de años entre el final de su man-
dato y el inicio de sus viajes.
9. Sobre las complejas implicaciones del término theoria aplicado a las actividades
de Solón, vid. Ker (2000, pp. 304-329); también este autor ha observado (2000, p. 321) que
la cifra de diez años que Solón estuvo ausente puede considerarse como un precedente
(real o simbólico) del posterior ostracismo ateniense; ef también Giner Soria (1971, pp.
411-416). La relación entre el ostracismo, una secularización del pharmakos, y el pensa-
miento de Solón, tal y como se observa en alguno de sus yambos (por ejemplo, frag. 25 D,
vv. 9-10), ha sido puesta de manifiesto por Torné Teixidó (1993-95, p. 73).
10. Cf Szegedy-Maszak (1978, pp. 199-209).
11. La bibliografía sobre Náucratis es sumamente abundante; me limitaré a mencio-
nar dos trabajos recientes que abordan algunos de los problemas de ese emporio griego en
Egipto: Sullivan (1996, pp. 177-195); Bowden (1996, pp. 17-37). Vid. en último lugar el
completo análisis de Moller (2000).
12. Vid. una revisión de la tradición, así como la posible presencia de elementos de
origen egipcio en la misma en Griffiths (1985, pp. 3-28). Sobre el papel que juega la Atlán-
tida en la elaboración del pensamiento político de Platón, vid. Tulli (1994, pp. 95-107); so-
bre la relación de la Atlántida con los mitos atenienses de autoctonía, vid. García Iglesias
(1974, pp. 7-24). La función de la adscripción a Salón de la leyenda ha sido analizada en
último lugar por Morgan (1998, pp. 108-114).
13. Un panorama general sobre las relaciones de los griegos con Egipto en Austin
(1970); sobre algunos personajes griegos que estuvieron en Egipto, vid. Domínguez Mo-
nedero (1991-a, pp. 79-88).
14. Sobre la figura del faraón Ahmosis (H), el Amasis de los griegos y sus relacio-
nes con éstos, puede verse Cook (1937, pp. 227-237); Tozzi (1980, pp. 2085-2099).
15. Alessandri (1977-80, pp. 169-193).
16. Vid., sin embargo, los cálculos de Holladay (1977, p. 54), que hacen plausible el
episodio.
17. Vid. una discusión, a la luz de los hallazgos arqueológicos, en Karageorghis
(1973, pp. 145-149).
18. Sykutris (1928, pp. 439-443); Gallo (1976, pp. 29-36); Reeker (1971, pp. 102-104);
sobre la pervivencia del tema todavía en el género utópico del siglo XVII, vid., por ejemplo,
Komor (1969, pp. 65-73).
19. Irwin (2000, pp. 192-193).
20. Miller (1963, pp. 89-90).
21. Sobre el uso de la entrevista como base de cualquier futuro tratamiento en la li-
teratura griega del tema de la vida feliz, vid. Sage (1985).
22. Uno de los principales temas que deja a la vista el relato es la persistencia de
Creso en el error; ef Stahl (1975, pp. 1-36). Sobre el desarrollo de algunos de los temas
apuntados por Heródoto por autores posteriores, como Jenofonte, vid. Lefevre (1971, pp.
283-296); Sage (1991, pp. 61-79).
23. Una visión general de estos otros relatos en Oliva (1975, pp. 175-181).
24. Miller (1963, pp. 58-94); Miller (1968, pp. 62-81); Markianos (1974, pp. 1-20).
25. Es en este aspecto donde puede verse la más clara diferencia entre el Salón
que muestran sus poemas y el Salón herodoteo, como ha observado Chiasson (1986,
p.261).
26. Miller (1963, pp. 91-92); Brown (1989, pp. 1-4).
27. Brown (1989, pp. 1-4).
28. Regenbogen (1930, pp. 1-20); sobre el fuerte contenido ético del relato, quizá
más propio de una mentalidad del siglo v como la de Heródoto, vid. King (1997).
29. Oliva (1973, p. 33); sobre la vinculación de los Siete Sabios con Creso, vid. Snell
(1971, pp. 44-61).
242 SOLÓN DE ATENAS

30. Chiasson (1986, pp. 249-262).


31. Lattimore (1939, pp. 24-35); vid. el desarrollo del tema del consejo en la obra de
Heródoto. empezando por el caso de Solón, en Shapiro (1992).
32. Chiasson (1986, pp. 249-262).
33. Ya Oliva (1975, p. 175), por ejemplo, lo consideraba la más antigua novela grie-
ga conocida.
34. Linforth (1919, pp. 297-301); Lapini (1996).
35. Reeker (1971, p. 104).
36. Sobre la necesariedad de la ausencia de Solón. que hasta entonces había estado
en el medio para que sus leyes, que ahora pasaban a ocupar ese "medio", actuaran, vid.
Ker (2000. pp. 323-324).

Notas del capítulo 6

1. Sería imposible dar, tan siquiera, somera cuenta de las principales interpretacio-
nes que se han dado sobre la labor de Solón; en parte, tal trabajo fue realizado por Masa-
racchia (1958, pp. 195-200) sobre los más importantes de sus predecesores; yo he expresa-
do mi propia visión sobre esta labor en Domínguez Monedero (1991, pp. 195-197) e Id.
(1999, pp. 177-178).
2. Para De Sanctis (1911, p. 258), lo que le ha faltado a Solón es, precisamente. un
poder fuerte y centralizado para imponer sus normas, pero eso sólo podía proporcionarlo
un tirano y a Solón no le ha interesado esa solución.
3. Vid. en Schmitt-Pantel (1998, pp. 410-413) una interpretación de este equilibrio
entendido como el existente entre los dos ámbitos en los que se desenvuelve la vida de la
ciudad, el público y el privado; así el objetivo de Solón habría sido "la constitución de un
espacio de mediación que permita el funcionamiento de la vida política".
4. Como ha subrayado Ferrara (1964, pp. 135-141). Solón pretende que los nobles si-
gan ejerciendo el poder, pero que lo hagan con sabiduría y renunciando a la lucha perma-
nente por el predominio.
5. Sobre la posibilidad de que ésta haya sido una imagen que el propio Solón haya
cultivado adrede, vid. McGlew (1993, pp. 102-103).
6. «Participar en la polis», metechein tes poleos, es la fórmula habitual en griego para
referirse a la ciudadanía; cf. Sancho Rocher (1991. pp. 59-86); vid. una interpretación en
este sentido de algunos poemas de Solón en Darbo-Peschanski (1996, pp. 714-720).
7. Sobre la breve tiranía de Damasías, vid. De Libero (1996, pp. 49-50); Develin
(1979, pp. 464-465) interpreta el episodio dentro de la lucha faccional que estaba teniendo
lugar en Atenas por esos años.
8. Sobre la importancia de los vínculos de vecindad en el periodo entre Solón y Pi-
sístrato, vid. Finley (1986, pp. 66-67); vid. sobre la cuestión de la «llanura», la «costa» y la
«montaña» las discusiones de Hopper (1961, pp. 189-219) y de Kluwe (1972, pp. 101-124).
El ascenso de Pisístrato en función de estas divisiones ha sido abordado por Stahl (1987,
pp. 56-105).
9. Sobre las tradiciones relativas al «buen tirano», vid. Domínguez Monedero (1997,
pp. 329-346).
10. Vid. un planteamiento reciente de esta cuestión en Blaise (1995, p. 24); también
Raaflaub (1996, p. 1069) y Mitchell (1997, pp. 137, 141), que consideran a Solón conserva-
dor; por su parte, Forrest (1988, p. 151) supera esa división y considera a Solón «constitu-
cionalista».
11. Cf. Markianos (1980, pp. 255-266).
12. Cf. Finley (1986, p. 142); Ducat (1992, p. 48).
13. Mossé (1979, pp. 425-437).
NOTAS 243

14. Sin embargo, Robinson (1997) defiende el surgimiento, ya para el siglo VI, de los
primeros regímenes democráticos en Grecia.

Notas del capítulo 7

1. Bum (1960); Rodríguez Adrados (1981).


2. Cf Lefkowitz (1981, pp. 40-48).
3. Todos los testimonios antiguos fueron recogidos por Martina (1968).
4. Por ejemplo, Linforth (1919, pp. 4-6).
5. Vid. una visión general de las informaciones acerca de la vida de Solón en Von
Leutsch (1872, pp. 129-135). No obstante, para algunos autores las tradiciones orales
pueden haber conservado tradiciones sustancialmente verdaderas, como muestra, por
ejemplo Cortina (1993-95, pp. 9-44) a propósito de otro personaje, Pítaco, con el que So-
Ión presenta interesantes paralelismos.
6. Sobre las Leyes de Solón, pueden verse, entre otros, los trabajos de Andrewes
(1974-a, pp. 21-28); Stroud (1979) y, sobre todo, Ruschenbusch (1966), que recoge todos los
fragmentos de las mismas. Vid. además el trabajo de Martina (1968), que reúne todos los tes-
timonios acerca de Solón, incluyendo las leyes.
7. Cf Vox (1984, pp. 117-120).
8. Honn (1946, pp. 160-166); sobre los distintos usos del término patrios politeia, se-
gún quien lo utilize, vid. las observaciones de Bibauw (1965, pp. 464-483); nuestra visión
del periodo, en Domínguez Monedero y Pascual González (1999, pp. 277-308); el también
Pascual González (1997, pp. 214-215).
9. Sobre las distintas tendencias observables en los Atidógrafos, vid. Von Fritz
(1940, pp. 91-126), reaccionando frente a la visión unitaria que existía en su época sobre la
afiliación política de los mismos, propugnada básicamente por Von Wilamowitz-Moellen-
dorff (1893). Vid. un reciente estado de la cuestión en Rhodes (1990, pp. 73-81).
10. Markianos (1980, pp. 255-266); Mossé (1979, pp. 425-437).
11. Vid. Masaracchia (1958, p. 57); el también las reflexiones que el personaje de So-
Ión le sugieren aFerrara (1964, pp. 11-12); en último lugar. una rápida y buena síntesis so-
bre la tradición acerca de Solón en Ruschenbusch (1994, pp. 351-380).
12. el al respecto las interesantes observaciones de Henderson (1982, pp. 24-25)
acerca de los modos y formas de exposición de los poemas solonianos; sobre su carácter
didáctico, Frankel (1993, p. 213).
13. HiUer (1878, pp. 518-529).
14. Hommel (1964, pp. 237-238).
15. Los problemas que presenta el conocimiento de un sistema de pensamiento
completo sólo a partir de fragmentos empleados con fines, a veces, críticos, han sido pues-
tos de manifiesto, para el caso de los filósofos presocráticos, por Osborne (1987). Segura-
mente muchas de sus conclusiones pueden aplicarse también a nuestro caso.
16. West (1974) 12-13; Melissano (1994, pp. 49-58).
17. el las observaciones que a este respecto realiza Loraux (1988, pp. 110-112; 124).
Igualmente, Anhalt (1993).
18. Vid. Linforth (1919, pp. 121-124); el CataudeUa (1966, pp. 25-28); sobre la ads-
cripción de unos poemas u otros a los momentos anteriores o posteriores al arcontado, vid.
Ferrara (1964, p. 50).
19. Cf Gundert (1942, p. 146).
20. el Henderson (1982, pp. 21-33), donde presenta un estado de la cuestión acer-
ca de las distintas opiniones que han circulado acerca de la función de la poesía soloniana;
sobre la introducción en la poesía lírica arcaica de contenidos que podríamos llamar «filo-
sóficos», vid. Müller (1975, pp. 128-136).
244 SOLÓN DE ATENAS

21. Cf Linforth (1919, pp. 9-10).


22. Ferrara (1954, pp. 334-344); Donlan (1970, p. 388); Gouschin (1999, pp. 14-23).
23. Cf Henderson (1982, p. 22), que cita a Platón, Tim., 21c y a Plutarco, Sol., 3.
24. Puede verse sobre la cuestión de las promesas de Solón, el artículo de David
(1985, pp. 7-22).
25. Friinkel (1993, p. 227).
26. Masaracchia (1958, p. 47) ha analizado el problema con relación, por ejemplo, a
la sisactía y la interpretación tergiversada que le da Androción.
27. Ferrara (1964, pp. 12-14).
28. «Estadísticas» relativas a los poemas pueden verse en Adkins (1985, pp. 107-
108).
29. Vid. por ejemplo, Den Boer (1966, pp. 46-47) (contestado por Martina [1972,
pp. 41-45]); Hansen (1991, pp. 206-207); Luján Martínez (1995, pp. 303-307).
30. Rodríguez Adrados (1956, pp. 169-204).
31. West (1972).
32. Gentili y Prato (1988).
33. Rodríguez Adrados (1956, pp. 169-204).
34. García Gual (1980, pp. 39-47).
35. Ferraté (1968, pp. 68-93).
36. Diehl (1949).
37. Un rápido comentario a los poemas solonianos puede verse en Aly (1927, pp.
952-955); Oliva (1988, pp. 71-78).
38. Sobre cuestiones de establecimiento del texto soloniano vid. Linder (1858, pp.
449-507). Acerca del esquema compositivo de la Elegía, vid. Von Leutsch (1872, pp. 151-
171); vid. también, aunque en un sentido diferente, puesto que niega en parte las particio-
nes que del poema hace el anterior, basándose en las obras de Weil, Hense (1874, pp. 305-
314); Von Wilamowitz-Moellendorff (1913, pp. 257-275); detalles puntuales acerca del
texto en Van Leeuwen (1904, pp. 259-260); Linforth (1919, pp. 105-114); Friinkel (1927, p.
256), quien opina que los versos 39 y siguientes de este poema corresponderían a una can-
ción de bebida más antigua que el poema soloniano, al que ve improbable su pertenencia.
No obstante, todos los editores admiten estos versos como formando parte integrante de
la composición. Lo que sí parece probable es el aspecto general de esta composición, en
su conjunto, como obra para ser recitada en algún simposio, como es frecuente en buena
parte de la lírica griega. Vid. Spira (1981, p. 186), que cita ejemplos procedentes de Cali-
no, Teognis, Ion y JenÓfanes. También se ha hecho referencia en ocasiones a la gran hete-
rogeneidad que presenta la composición, con inconsecuencias y contradicciones internas.
C! a este respecto Lattimore (1947, pp. 161-162); una visión reciente, con estado de la
cuestión en Spira (1981, pp. 177-196). Un estudio de conjunto, que se hace eco del estado
de la cuestión previo en Massa Positano (1947); vid. también Nesselrath (1992, pp. 91-104).
39. Una lectura conjunta de ambos poemas en Fiirber (1949, pp. 214-228); igual-
mente, Manuwald (1989, p. 25), que considera a esta elegía como una especie de culmina-
ción de la Eunomía.
40. Maurach (1983, pp. 16-33); ef el exhaustivo repertorio bibliográfico recogido
hasta su día por Christes (1986, pp. 17-19).
41. Vid., por ejemplo, todas las que formula Alt (1979, pp. 389-390).
42. Lattimore (1947, p. 162).
43. Cf en este sentido el análisis de Loeffler (1993, pp. 23-36).
44. Cf Preime (1945, p. 59).
45. Cf Von Leutsch (1872, p. 152).
46. Cf Eisenberger (1984, p. 11).
47. Von Wilamowitz-Moellendorff (1913, pp. 263-264); también Büchner (1959, p.
168) piensa que la riqueza es uno de los temas principales del poema y relega a las Musas
NOTAS 245

a un papel simplemente formal; vid. sin embargo. una crítica a esta opinión en Massa Po-
sitano (1947, pp. 16-17).
48. Masaracchia (1956, pp. 95-96); no obstante, también se ha propuesto una relación
más estrecha y de origen muy antiguo, tanto en Hesíodo como en Solón, entre las Musas y
la justicia, en la que actuarían como patronas de las leyes; vid. Roth (1976, pp. 331-338).
49. Cf Lattimore (1947, p. 170); vid., sin embargo, Allen (1949, pp. 50-65), para
quien hay un tema claro a lo largo de toda la composición, cual es la sabiduría y los mo-
dos de conservarla, evitando así la comisión de actos injustos por ignorancia, que atraen la
cólera de los dioses; Eisenberger (1984, p. 12) por su parte, piensa que el tema principal es
que el final -telos- se halla determinado sólo por los dioses.
50. Cf Eisenberger (1984, p. 10).
51. Cf. Lattimore (1947, pp. 162-163).
52. AlIen (1949, pp. 50-65). Según este autor, Salón dirigió su petición de éxito a las
Musas porque la sabiduría que las mismas simbolizan es el único medio seguro de lograr
ese éxito; ef Spira (1981, p. 188). Por fin. Vox (1983, pp. 515-522) llega a sugerir que este
poema no es otra cosa que una reproducción o reflejo del propio canto de las Musas Olím-
picas. En otro orden de cosas, no deja de ser sugerente la hipótesis de Henderson (1982,
p. 26) para quien la referencia explícita a Mnemosine como madre de las musas como pri-
mera palabra del poema puede relacionarse con la importancia del factor mnemotécnico
en la poesía arcaica griega.
53. Matthiessen (1994, pp. 385-388). Sobre el concepto de felicidad en Solón, com-
partido y ampliado por Aristóteles, vid. Irwin (1985, pp. 89-124).
54. En opinión de Von Leutsch (1872, p. 153), en estos tres primeros dísticos se ha-
lla contenido el mensaje principal del poema, el tema del mismo.
55. La riqueza, en cuanto tal, no es objeto de crítica por Solón, por cuanto que la
misma es un elemento necesario del éxito según todo el pensamiento griego; su línea de
pensamiento se dirige tanto a su adquisición cuanto, sobre todo, a su conservación. Vid.
AlIen (1949, pp. 52-53). Sin embargo, Solón sí distingue entre felicidad (olbos) y riqueza
(ehremata): Masaracchia (1956, pp. 97-98; 113).
56. Alt (1979, p. 391); otros poetas, como Arquíloco, también se habían mostrado
agresivos hacia una parte de la comunidad; el Vox (1983, pp. 517-518).
57. Gentili (1996, pp. 336-337).
58. Podemos aceptar la definición que da Fisher (1992, p. 74) en estos poemas solo-
nianos de la hybris: «Comportamiento intencional, que se encuentra especialmente entre
los ricos, y que se muestra tanto cuando se intenta obtener más riqueza como cuando se
está dentro de un consumo excesivo, que es ilegal, injusto y ofensivo para las víctimas, la
sociedad y los dioses».
59. Büchner (1959, pp. 180-181); sobre la ate como leitmotiv ya de los Poemas Ho-
méricos, vid. Gundert (1942, p. 147); también Müller (1956, pp. 1-15); para Roisman (1984,
pp. 21-27), ate tiene en Solón el mismo significado que en los Poemas Homéricos, menos
en este pasaje, cuya novedad es que, en lugar de como causa inicial de hybris aparece como
su resultado. Una revisión de los pasajes de autores griegos arcaicos que presentan ese tér-
mino y sus relaciones con otros (hybris, koros, etc.) en Doyle (1985, esp. cap. 3), revisado
y matizado por Schmiel (1989-90, pp. 343-346).
60. Hommel (1964, pp. 245-246).
61. Flor de Oliveira (1981-82, pp. 82-83), que subraya la relación entre la purifica-
ción y las Musas.
62. Vid. sobre la creencia de Solón en el indefectible castigo divino Lattimore (1947,
pp. 174-175); Masaracchia (1956, pp. 105-108).
63. Cf Massa Positano (1947, pp. 38-42).
64. Cf Von Leutsch (1872, pp. 153-154); vid. también Eisenberger (1984, p. 11); Nes-
selrath (1992, pp. 95-96).
246 SOLÓN DE ATENAS

65. Cf AlIen (1949, p. 53).


66. Vid. la diferencia que establece Gentili (1996, p. 337) entre ploutos (vv. 9-10), ri-
queza inmobiliaria y kerdos (v. 44) riqueza fruto de actividades comerciales y mercantiles,
a su vez, respectivamente, justa e injusta, en buena parte a partir de las ideas de Mele
(1979).
67. Vid. AlIen (1949, p. 53).
68. Matthiessen (1'994, pp. 390-391) ha sugerido que hay, entre el verso 32 y el 33,
una clara cesura en el poema, pero rechaza, frente a otros autores, que la segunda parte
no sea soloniana o que el cambio se deba a que se han mezclado poemas de la primera eta-
pa de Solón y de la época de madurez; para él, el cambio radica más en una mutación de
perspectiva, pasándose de unos argumentos más teológicos a otros más humanos; una re-
visión de las interpretaciones sobre la relación entre ambas partes del poema puede verse
en Christes (1986, pp. 3-5).
69. Vid. un panorama general sobre las posibles restituciones de este problemático
texto en Massa Positano (1950, pp. 89-94); una de las más recientes restituciones, em-
pleando posibles relaciones con el Agamenón de Esquilo, en Potscher (1987, pp. 55-86);
vid. además, Id. (1999, pp. 264-266).
70. Posiblemente Solón toma o utiliza un catálogo ya elaborado; el Erbse (1995,
p.252).
71. Büchner (1959, pp. 174-178).
72. Sobre el pesimismo que, en general, impregna todo el poema, Büchner (1959, pp.
186-189).
73. Sobre este conjunto de versos y su paralelo en otros autores, como Teognis, vid.
Reinhard (1916, pp. 128-135); recientemente, Skiadas (1985, pp. 153-155) ha vuelto a ana-
lizar estos versos, reafirmándose en esta opinión y mostrando ulteriores paralelos con el
resto de los líricos. Las relaciones de las poesías solonianas en general, y de ésta en parti-
cular con las pertenecientes a Teognis son evidentes aun cuando Solón da una nue~a orien-
tación a un tipo de contenidos semejante: Von Wilamowitz-Moellendorff (1913, pp. 268-
271). Posiblemente ello sea debido también, si creemos a Lattimore (1947, p. 171), a la
propia manera que tiene el autor de expresar sus ideas, que se caracterizará, paradójica-
mente, por la ausencia de un método o forma de hacerlo.
74. Ésta sería la idea básica de la segunda parte del poema según Christes (1986, p. 7).
75. Vid. sobre el ideal de equilibrio de Solón, que afecta también al equilibrio social
en la polis, Massa Positano (1947, pp. 26; 36); por su parte, Potscher (1999, p. 270) ha su-
brayado que aquí se observa la misma idea que Heródoto (1, 32, 1) pone en boca de su So-
Ión en el episodio con Creso.
76. Cf sobre esta cuestión AlIen (1949, pp. 56-57; 61).
77. Loeffler (1993, pp. 29-30).
78. Nestle (1942, p. 132).
79. Cf Gundert (1942, pp. 144-145); Büchner (1959, pp. 168-169); sobre el significa-
do de estos últimos versos, que pueden verse como recapitulación y resumen de lo que ya
ha venido defendiendo, vid. AlIen (1949, p. 51); para este autor, igualmente, este último
grupo de versos muestran cómo el hombre termina por caer en ate, a menos que los dio-
ses le den el conocimiento suficiente para escapar a la ignorancia de lo que le tiene pre-
visto el Destino (AlIen [1949, p. 57]); el también Hamilton (1977, pp. 185-188) Y Eisen-
berger (1984, p. 17).
80. Alt (1979, pp. 403-404). Todas estas interpretaciones presuponen la adscripción
a Solón de todo el poema; esta idea fue atacada en tiempos por varios autores, entre ellos
Perrotta (1924, pp. 251-260), que defendió que el poema, desde el verso 11, no era autén-
ticamente soloniano, o Maddalena (1943, pp. 1-12), que sugería que los versos solonianos
llegarían hasta el 62; sin embargo, éstas y otras propuestas similares no han tenido dema-
siado eco en la crítica.
NOTAS 247

81. Ferrara (1964, pp. 57-59).


82. Gagarin (1974, pp. 190-192); Matthiessen (1994, pp. 401-407).
83. Masaracchia (1956, pp. 128-129).
84. Rodríguez Adrados (1956, p. 185).
85. García Gual (1980, p. 41); cf. Massa Positano (1947, pp. 48-49), donde revisa las
principales traducciones que se han propuesto.
86. Sobre el papel del médico en el poema, quizá aludiendo al papel de la Fortuna
(tyche), vid. Noussia (1999, pp. 9-20).
87. Cf. Mele (1979)
88. Vid. Eisenberger (1984, p. 12); también Massa Positano (1947, pp. 69-70), que de-
fiende una postura más acorde con la realidad.
89. Sobre la vinculación de este pasaje con la actividad como comerciante de Solón,
vid. Von Wilamowitz-Moellendorff (1913, pp. 266-267).
90. Tedeschi (1982, pp. 33-46); Loeffler (1993, pp. 31-35).
91. Cf. Von Leutsch (1872, p. 168).
92. Cf. Cataudella (1966, p. 25).
93. Vid. una discusión del tema en Spira (1981, pp. 188-189), donde este autor su-
braya cómo la asignación cronológica de esta poesía dentro de la vida y obra de Solón es
puramente subjetiva.
94. Croiset (1903, p. 587).
95. Discrepo, por todo ello, de la opinión de Honn (1948, pp. 62-63), según el cual
cuando Solón escribió esta elegía aún no tenía ninguna intención política, sino que se li-
mitaba a exponer sus ideas sobre la marcha del mundo.
96. Eisenberger (1984, pp. 18-20); vid., en Loeffler (1993, pp. 35-36) una perspectiva
distinta, que yo no comparto, en la que según la autora no hay referencias directas al en-
torno socio-político inmediato. Sobre el aprovechamiento del mensaje soloniano por au-
tores posteriores, vid. Cavallini (1989, pp. 424-429). .
97. Preime (1945, pp. 55-57).
98. Vox (1964-a, pp. 18-48), donde subraya la vinculación y caracterización odiseica
de Solón en esta autopresentación.
99. Frlinkel (1993, p. 212).
100. L'Homme-Wéry (2000, pp. 22-23).
101. Cf. Gilliard (1907, pp. 157-158).
102. Preime (1945, pp. 57-58).
103. Cf. Jaeger (1926, pp. 9-13).
104. Jaeger (1926, p. 13); vid., sin embargo, el juicio negativo de Adkins (1985, pp.
123-125), que considera que no hay aquí ningún tipo de teoría política sino que más bien
se trata de «una obra de retórica, dedicada por completo a persuadir mediante un lengua-
je emotivo».
105. Para Ferrara (1964, p. 65), la elegía puede dividirse, desde el punto de vista del
pensamiento del autor, en tres partes: la ciudad está bajo la proiección de Atenea y por
ello no será destruida por la voluntad de Zeus y de los otros dioses: vv. 1-4; pero está en
gran peligro por el desorden moral, político, social y económico en el que yace (vv. 5-29);
la salvación puede estar sólo en la instauración del dominio de la Eunomía (vv. 30-39). Re-
cientemente, Maharam (1994, pp. 303-304) ha resumido el poema en el conflicto entre la
sabiduría, que conduce a la Eunomía, sinónimo de Libertad, y la ignorancia, que conduce
a la esclavitud; igualmente, ha resumido (pp. 322-357) las diferentes posturas previas con
respecto a este poema.
106. Se trata, sin duda, de los primeros versos del poema, a pesar de la presencia de
la partícula de que en este caso no parece remitir a ningún verso anterior; vid. al respecto
Ziegler (1954, pp. 383).
107. La diosa aparece acompaña de numerosos epítetos, posiblemente imitando fór-
248 SOLÓN DE ATENAS

mulas homéricas de invocación, pero también aportando, tal vez, explicaciones necesarias
para la correcta comprensión del poema; vid. Rodríguez Alonso (1976, pp. 507-510).
108. Sobre los prototipos de la imagen de la divinidad que coloca sus manos sobre
una ciudad para protegerla, vid. Massa Positano (1950, pp. 94-95); sobre la función del
«nuestro» en el discurso soloniano, vid. Melissano (1994, pp. 50-51).
109. Nestle (1942, p. 130).
110. Cf Ziegler (1954, p. 383); sobre la acumulación de referencias yecos de tipo ho-
mérico en los primeros versos de esta poesía, vid. Henderson (1982, p. 27).
111. Cf Ferrara (1964, pp. 66-68);firankel (1962, pp. 213-214).
112. Stahl (1992, pp. 388-399).
113. Cf Adkins (1985, pp. 111-112).
114. Sobre los dos modelos actuantes, vid. Melissano (1994, pp. 52-54), donde mues-
tra que Solón se vincula al mundo aristocrático, al mundo de los esthtoi.
115. Argumentos a favor de una ejecución dentro del ámbito del simposio aristo-
crático de esta elegía, en Tedeschi (1982, pp. 33-39); sin embargo, parece haber argumen-
tos, como se indica más adelante, para una recitación de carácter más amplio.
116. Sobre el empleo de un esquema de antítesis y paralelismos en los versos 1-4 y
5-8: seguridad bajo los dioses, destrucción por los ciudadanos; locura y orgullo de los ciu-
dadanos, injusticia y arrogancia de los jefes, procedimiento típico del pensamiento de tipo
arcaico y de transmisión oral, vid. Henderson (1982. p. 27), que sigue parcialmente a Fran-
ke!. Skiadas con su análisis sintáctico ha mostrado cómo los hegemones de comporta-
miento inicuo y los astoi, es decir, el demos, con su arrogancia van a conducir a la ciudad
al desastre, una idea que también puede rastrearse en Teognis (vv. 41-42). Cf. Skiadas
(1985, p. 155).
117. Stahl (1992, p. 389); cf. también Anhalt (1993, cap. 2).
118. Otra referencia a acciones injustas se encuentra en el frag. 1 D, v. 12 y ello ha
llevado a algunos autores, como Alt (1979, pp. 395-396) a considerar este fragmento 3 D
anterior al 1 D. puesto que la referencia en el 1 D presupondría lo ya dicho en el 3 D.
119. Sobre la posible alusión aquí a la existencia de tierras públicas, que serían un
factor importante para explicar la crisis, vid. Cassola (1964, pp. 26-68); sobre el origen del
término y su aplicación a estas tierras públicas o, mejor, comunales, vid. Fouchard (1998.
p.60).
120. Han sido bastante divergentes las interpretaciones dadas a este término de je-
fes del pueblo; para unos, serían «nobles, jefes del estado, del país», sinónimo, en cierto
modo, de los basilees de Homero, vid. Gilliard (1907. pp. 63-64); para otros como Ferrara
(1964. p. 63), se trata, más bien de una clase política, responsables del gobierno y de la paz
ciudadana; por fin, algunos como Jaeger (1926, p. 14) creen que el término se está refi-
riendo a la clase dirigente de la antigua nobleza; sobre el aspecto del quebrantamiento del
orden y el desprecio a dike, de resonancias hesiódicas, vid. Stahl (1992, pp. 388-391).
121. Acerca de una posible relación de estos grupos con la leyenda de la avaricia de
los amigos de Solón, vid. Diels (1888, pp. 279-288); stasis y potemos son dos términos que,
según Ziegler (1963, p. 650), se muestran ambivalentes, refiriéndose tanto al hecho en sí
de la discordia, cuanto al daimon que personifica la misma. cf. también sobre stasis como
ruptura del buen orden o Eunomía, Vlastos (1946, p. 69); Ferrara (1964, p. 73) sintetiza el
sentido de esta parte del poema de la siguiente manera: <<la ciudad, devorada por las in-
trigas y por las facciones, ha llegado a un estado de servidumbre tiránica que produce es-
cisión y guerra»; abundando sobre la equiparación entre esclavitud y tiranía, Stahl (1992,
pp. 392-393). Sobre la ambivalencia del concepto de «esclavitud», dependiendo de quién
escuchase el poema, vid. Adkins (1985, pp. 118-119). Una interpretación radicalmente di-
ferente, en clave de la guerra entre Mégara y Atenas, en L'Homme-Wery (1996, pp. 195-
216); esta autora también percibe ecos del agos ciloniano, especialmente en los versos 17-
19: L'Homme-Wery (1999, p. 127).
NOTAS 249

122. Nestle (1942, pp. 133-134); subraya este autor cómo ni tan siquiera en la Odi-
sea juega un papel importante la veneración común de determinados dioses, elemento que
sí tendrá ya relevancia en la Atenas del siglo VI formando parte de la política religiosa de
Pisístra too
123. Cf Gundert (1942, p. 145); Halberstadt (1955, p. 202).
124. Stahl (1992, pp. 399-401); ef también una visión semejante en Spahn (1980, pp.
545-548), que incide también en el simbolismo del oikos presente en estos versos.
125. Raaflaub (1996, p. 1069).
126. Cf Jaeger (1926, p. 20); ef Ostwald (1969, pp. 68-69).
127. Cf West (1974, p. 12); Henderson (1982, p. 29); este aspecto público determina
que Demóstenes la haya utilizado como argumento básico en su discurso «Sobre la emba-
jada fraudulenta» y ello ha permitido que el poema nos haya llegado básicamente com-
pleto: Rowe (1972, pp. 441-449).
128. Disnomía hay que entenderla como el conjunto de normas que no se inspiran
en la justicia; ef Gigante (1956, p. 41) y, frente a Eunomía, que es prerrogativa de los dio-
ses, Disnomía es obra de los hombres; vid. Ameduri (1970-71, pp. 15-16).
129. Cf Gundert (1942, p. 144). Sobre Eunomía, entendida como la norma (nómos)
que está de acuerdo con la justicia, vid. Gigante (1956, pp. 47-49).
130. En opinión de Andrewes (1938, p. 90), además de este contraste entre ilegali-
dad y observancia de las leyes. es posible que el poema de Solón se refiera también, de for-
ma más concreta, a la oposición entre la vieja legislación draconiana y la suya propia; en
un sentido parecido, aunque sin el motivo draconiano, Ferrara (1964, pp. 78-79) ha visto
cómo la acción de Solón representa la actividad de una fuerza concreta: «El buen gobier-
no (suyo y de los suyos) será una victoria contra el mal gobierno (de los otros), una mo-
dificación radical de las costumbres políticas y de la disposición de los ciudadanos». La eu-
nomía no sólo propone un orden, sino que destruye el desorden existente.
131. Stahl (1992, pp. 398-399).
132. Honn (1948, p. 66) ha considerado la elegía como el «programa del reforma-
dOD>.
133. Es posible, a este respecto, que tenga razón Andrewes (1938, p. 91) cuando afir-
ma que la eunomía se refiere, en todas las épocas, más a un modo de comportamiento de-
terminado de los ciudadanos que a un tipo concreto de constitución, lo que queda espe-
cialmente claro a propósito de la constitución espartana de Licurgo.
134. Éste es el sentido arcaico de dike, «el poder más o menos divino de la Ley que
... acarrea la ruina de toda la ciudad, no sólo de quien la viola»: Gagarin (1974, p. 191).
135. Sobre el papel fundamental de Zeus en la religiosidad soloniana. vid. Aguilar
(1994, pp. 69-76).
136. Cf Andrewes (1938. pp. 89-102).
137. Vid. Jaeger (1926, pp. 22-23).
138. Ostwald (1969, pp. 64-69).
139. Manuwald (1989, pp. 8-9).
140. Cf Rexine (1958, pp. 18-19).
141. Linforth (1919, pp. 113-114).
142. Cf Vox (1984-a, pp. 49-57) donde vincula todo ello con la iniciación eleusina:
«aludiendo al conocimiento típico y al dolor empático del iniciado, en realidad Solón alu-
dirá a una fe en el renacimiento de la propia ciudad»; sería, también según dicho autor,
dentro del marco de la iniciación en los misterios eleusinos donde se daría la proclamación
de Solón como feliz (o/bias); sobre ese mismo concepto y la "felicidad de los iniciados"
también reflexionó Léveque (1982, pp. 113-126). En cualquier caso, el concepto soloniano
de la felicidad, basada más en los dones espirituales que en los materiales, puede haber
sido uno de los rasgos del pensamiento de Solón; vid. sobre tal cuestión Dupluoy (1999,
pp. 7-9).
250 SOLÓN DE ATENAS

143. Cf. Mitchell (1997, pp. 142-144) que ve, correctamente, relaciones entre este
mensaje y el que Teognis expresa en algunos de sus poemas (vv. 319-322; 441-446; 53-60).
144. Cf Honn (1948, pp. 67-68).
145. Loraux (1986, pp. 95-134).
146. Vid. sobre la cronología previa al arcontado de este poema Vox (1984-a, p. 49);
una fecha posterior al mismo se sugiere en Ferrara (1964, p. 80).
147. Skiadas (1985, p. 156) ha propuesto recientemente leer en el verso 4 tous o
tousd(e), en lugar del tois(i) transmitido por los manuscritos, lo que cambia algo el senti-
do de la frase.
148. Carlier (1984, pp. 141-173).
149. Carlier (1984, pp. 242-247); sobre la sucesión real espartana ver las importantes
matizaciones de García Iglesias (1990, pp. 39-51).
150. Carlier (1984, pp. 255-256).
151. Cf por ejemplo Murray (1990, pp. 140-141); Murray (1993, pp. 193-194).
152. Según ha visto Sakellariou (1993, pp. 589-601), entre lo que le otorga al pueblo
y lo que le niega, se halla el concepto de justicia de Solón.
153. Cataudella (1966, p. 32); es interesante también la opinión de Vox (1984-a, pp.
60-63) según la cual Solón aquí se asemeja a Zeus, perfeccionando incluso el comporta-
miento del dios. Además, ha tenido en sus manos el poder que habitualmente le corres-
ponde a un dios, puesto que sólo para un dios es normal «tomar» o «conceder».
154. Swoboda (1905, p. 5); vid. un tratamiento general en Hansen (1976); vid. tam-
bién Rainer (1986, pp. 89-114); cf Manville (1980, pp. 213-215).
155. Piccirilli (1976, pp. 741-742).
156. Sobre esta caracterización como guerrero, pero armado de la sabiduría, vid.
Gomollón (1993-95, p. 65).
157. Cf, por ejemplo, Van Effenterre (1977, p. 115), que subraya de este modo la
evocación sala minia que realiza Solón; sobre la terminología de las armas, vid. Lazenby y
Whitehead (1996, pp. 27-33).
158. Cf Vox (1994-a, pp. 62-68).
159. Murray (1990, pp. 139-145) ha establecido una relación muy interesante entre
esta hybris y determinados tipos de comportamientos aristocráticos con ocasión de la ce-
lebración de banquetes o symposia. Sobre el nuevo significado que hybris empieza a asu-
mir con Solón, con un más marcado componente anti-ético, vid. Hooker (1975, p. 131); so-
bre un cierto cambio de énfasis entre la visión soloniana de la hybris entre sus primeros
poemas y los posteriores al arcontado, vid. Fisher (1992, pp. 74-76); cf también las obser-
vaciones de Santoni (1981, pp. 61-75).
160. En opinión de Vox (1984-a, pp. 153-156), Ya propósito de este verso, «desmin-
tiéndose parcialmente, Solón respondía así emblemáticamente a las varias presiones ejer-
cidas sobre él para que realizase aclaraciones, enmiendas o integraciones del texto de la
ley, ya redactado y, puede decirse con certeza, confiado a la publicación escrita» y ello en-
tra dentro del topos, ya tocado por Teognis, de que la prerrogativa de agradar a todos es
algo negado a las obras escritas. ya sean legislativas o poéticas.
161. Sykutris (1928, pp. 439-443); Von Wilamowitz-Moellendorff (1929, pp. 459-
460).
162. Ziegler (1954, p. 386).
163. Rodríguez Adrados (1956, pp. 193-194); cf Honn (1948, pp. 124-127); el orden
es 10-11-9-8.
164. Una interpretación distinta, que considera que el poema pudo haberse com-
puesto, más bien, ante los extraordinarios poderes recibidos por Dracón, en Rihll (1989,
pp. 282-283); el mismo autor sugiere que los fragmentos 10 D,9 D Y 8 D corresponden a
la juventud de Solón y no a su madurez y, por lo tanto, no tendrían nada que ver con Pi-
sístrato (ibid. 277-286).
NOTAS 251

165. La relación entre la falta de sabiduría del demos y el surgimiento de la tiranía


ha sido resaltada por Maharam (1994, p. 398); se trata de una de la primeras apariciones
en griego del término monarehos; ef Rihll (1989, pp. 282-283).
166. Rodríguez Adrados (1956, p. 194); sobre el origen de la metáfora en el reper-
torio poético, pero su transformación en metáfora política. vid. Gentili (1996, pp. 96-97).
167. Lomiento (1987, pp. 119-120).
168. Maharam (1994, p. 416).
169. ef al respecto ABen (1949, p. 63); esta idea del equilibrio en relación con dike
también la ha defendido Gentili (1975, p. 159-162); sobre el uso posterior de esta imagen
vid. elay (1972, pp. 59-66).
170. Freeman (1926, p. 171).
171. En todo caso, según Rihll (1989, pp. 281-282), el contexto que establece Dióge-
nes Laercio tampoco sería demasiado relevante; este autor prefiere considerar el frag-
mento, más bien, un poema de juventud, a partir sobre todo del tema de la locura. Sobre
la referencia al Consejo como aludiendo al Areópago. ef Rhodes (1981, pp. 154-155).
172. Gentili (1996, p. 97); una interpretación opuesta, que resalta la estupidez del
demos a propósito de la comparación en Gottesman (1998, pp. 19-25).
173. La mayoría de los autores admite la lectura ehaunos (insustancial, frívolo) del
verso 6; ef N auck (1850, pp. 575-576); sin embargo, hay autores como Hadley (1903, p. 209)
que prefieren una lectura ehenos (relativo a los gansos), con lo que la frase habría que en-
tenderla en el sentido de que la multitud se comporta como una bandada de gansos. No obs-
tante, no parece haber motivo para preferir esta lectura apoyada según Hadley en Tucídi-
des III, 38, 3,4, a la que transmite la tradición manuscrita que, además, encaja perfectamente
con el pensamiento soloniano. Sobre la transmisión del texto vid. Opelt (1978, pp. 197-203).
174. Así, por ejemplo, RihB (1989, pp. 278-281) rechaza que este fragmento se rela-
cione con Pisístrato.
175. Acerca de la ausencia de enemistad entre Solón y Pisístrato, a partir del testi-
monio del primero, vid. Von Leutsch (1872, pp. 139-143).
176. Sobre este dístico, vid. Ziegler (1963, pp. 657-658); la interpretación de Roth
(1993, pp. 97-101) refuerza más el sentido erótico del poema.
177. Aguilar (1991, pp. 18-19).
178. Esta interpretación en clave erótica fue avanzada por Skiadas (1966, pp. 373-
376).
179. ef Frankel (1993, p. 221).
180. Sobre el fragmento, vid. Ziegler (1963, pp. 658-659).
181. Cf en tal sentido Gentili (1996, p. 337).
182. ef Ferrara (1964. pp. 52-53). No comparto, sin embargo, plenamente la afir-
mación del autor en el sentido de que «buscar referencias concretas a la realidad histórica
del mundo aristocrático dominante en Atenas (del que Solón mismo formaba parte) es
aquí bastante superfluo».
183. Vid., sin embargo, Ferrara (1964, p. 54), que sitúa este poema antes de la Eu-
nomía del que sería, según él, el presupuesto.
184. Rodríguez Adrados (1956, p. 196) sobre otros paralelos de este pesimismo grie-
go en otros líricos como Baq uílides y Teognis.
185. Sobre la relación de este fragmento con el verso 1173 de Teognis. vid. Gladigow
(1967, pp. 404-433).
186. Sobre este Critias, antepasado del Critias que aparece en el diálogo platónico
Timeo, y quizá distinto del miembro de los Treinta Tiranos del mismo nombre, vid. La-
barbe (1989-90, pp. 240-255).
187. Cadoux (1948, p. 99); Develin (1989, p. 38).
188. Steinhagen (1966, pp. 263-264), con las principales valoraciones anteriores so-
bre esta escasa calidad.
252 SOLÓN DE ATENAS

189. Musti (1990, p. 20) ha observado con razón que no se dice nada de la mujer y
que los ritmos biológicos y éticos expresados en el poema son únicamente masculinos.
190. Cf. Rodríguez Adrados (1956, p. 197).
191. Cf. Rihll (1989, p. 284).
192. Cf. Musti (1990, p. 22).
193. Cf. Humphreys (1983, p. 145).
194. Steinhagen (1966, pp. 267-268). Es también curioso observar cómo en un epí-
grafe de Berezan (Mar Negro) de fines del s. VI, que contiene posiblemente un oráculo de
Apolo Didimeo, se utiliza también el número 7 y sus múltiplos 70, 700 Y 7.000, segura-
mente con una idea de progresión tanto temporal como ética; cf. Rusyayeva (1986, pp. 25-
64); Burkert (1990, pp. 155-160).
195. Schadewalt (1933, p. 299).
196. Steinhagen (1966, pp. 269-270).
197. Adkins (1985, pp. 125-132).
198. Musti (1990, pp. 11-12) ha observado una cesura, entre los versos 10 y 11, entre
las dos partes del poema, que coincide con la referencia al quinto septenio, más o menos
la mitad de la vida; así, mientras que en la primera parte se aludiría al crecimiento del
cuerpo, en la segunda el tema sería el crecimiento de la mente; cf. ya Steinhagen (1966,
pp. 273-274).
199. Schadewalt (1933, pp. 300-302).
200. Falkner (1990-91, pp. 1-15).
201. Tedeschi (1982, p. 39).
202. Cf. Rodríguez Adrados (1956. p. 198).
203. El poema posiblemente puede datarse entre el 580 y el 570 a.e.; sobre el sin-
cronismo entre Solón y Mimnermo, mayor aquél que éste, vid. Diels (1902, pp. 480-483) Y
Dihle (1962, pp. 257-275). Cf. también Schadewalt (1933, p. 284) Y Tuomi (1986). Sobre la
posibilidad de que ambos se encontraran durante los viajes de Solón, vid. Reeker (1971,
p. 104).
204. Cf. Kurtz y Boardman (1971). Sobre el eco en Cicerón de esta expresión, vid.
Crusius (1895, p. 559).
205. Rodríguez Adrados (1956, p. 199).
206. Cf. Schadewalt (1933, pp. 282-302).
207. Cf Vox (1984-a, pp. 88-91): "Solón actúa precisamente como Prometeo: ha te-
nido de hecho presente y puesto en práctica el consejo del astuto Promete o (el Pre-viden-
te) de no aceptar regalos divinos porque pueden revelarse posteriormente perniciosos».
208. Cf Shorey (1911, pp. 216-218). que observa perfectamente esta ironía de que
aquí hace gala So Ión, y señala cómo otros autores no la han percibido. Vid. sin embargo,
Vox (1984-a, pp. 96-98), que aduce testimonios que muestran cómo el poder de los tiranos
y, en general, el poder absoluto, era presentado, en la jerga política arcaica, como una red.
209. También puede aceptarse que, además de, o junto a la ironía, Solón hace gala
de lo que Else (1965, pp. 41-43) llama <<imaginación dramática».
210. Es probable que Solón esté aquí parafraseando la ley tradicional (patrios) que
existía en Atenas y que declaraba atimos a todo aquél que intentara instaurar una tiranía
ya toda su estirpe (Arist., Ath. PoI., 16, 10). Sobre la posible adscripción al propio Solón
de esa ley, vid. Carawan (1993, pp. 305-319); de ser cierta esta hipótesis, Solón podría es-
tar haciendo ver lo absurdo de las aspiraciones de quienes deseaban que se convirtiera en
tirano.
211. Esto demostraría una ambivalencia, dentro de la sociedad ateniense, de cara a
la tiranía, considerada negativa por unos, entre ellos Solón, pero altamente positiva por
otros; vid. en este sentido De Libero (1996, pp. 30-32).
212. Sobre la posible alusión implícita en esos versos al final de la tiranía de Antile-
onte de Calcis, vid. Lloyd-Jones (1975, p. 197).
NOTAS 253

213. Vox (1984-a. pp. 70-81) ha destacado, a propósito de este fragmento, cómo lo
que afirma Solón haber hecho ha sido preservar los medios de vida de su patria, la tierra.
y aduce al respecto que, precisamente, uno de los privilegios monárquicos era el derecho
de consumir los bienes de la comunidad. Por último, la idea de que con su acción cree ven-
cer mejor a todos los hombres parece tener modelos épicos en las acciones de Néstor u
Odiseo. Su victoria lo es en una competición pública de justicia, una victoria intelectual, lo
que le lleva a afirmar. consecuentemente, que no se avergüenza de haber perdido su kleos
tradicional: «Heredero y, al mismo tiempo, contestador de la ideología heroica, Solón en
realidad se plantea la misma alternativa clásica que se le había planteado como ejemplo al
prototipo de los héroes. Aquiles: si preferir una fama inmortal (kleos) al precio de una
muerte precoz, o bien una vida larga mediante un salvador regreso a la patria (nostos»>.
Pero su solución se asemeja no a la de Aquiles, sino a la de Odiseo. «Solón pierde el k/eos
voluntariamente a costa de conservar sabiamente la vida (¡el noos y el nostos!) y así ob-
tendrá un nuevo y supremo kleos». «Solón, en suma, como se ha visto. rehusando la tira-
nía y la fuerza implacable ha rechazado la negación misma de la vida, es decir. la muerte
prematura, aun cuando plena de riqueza y de gloria. Ha rechazado la ideología aristocrá-
tica de la muerte».
214. Como ha visto Frankel (1993, p. 216), frente a la ausencia de la idea de con-
ciencia sí existe, sin embargo, la reputación; su victoria, tal y como la ve Solón, le da una
proyección universal, sobre todos los hombres, mientras que la tiranía le habría llevado a
un dominio parcial, limitado a un territorio concreto. Vid. en este sentido Sauge (2000,
p.464).
215. Gomollón (1993-95, pp. 64-65).
216. Maddalena (1942, pp. 182-192).
217. Vox (1984-a, pp. 80-81).
218. el las reservas al respecto de Rodríguez Adrados (1956, p. 200).
219. Cf Frankel (1993, p. 217).
220. La mayor parte de los autores se decantan por aceptar la honestidad absoluta
de Solón en todo momento; vid., por ejemplo, Muñoz Valle (1972, pp. 50-51).
221. Para Vox (1984-a, pp. 139-140) «precisamente la insistencia con la que Solón
afirma haber honrado la palabra dada no puede dejar de ser sospechosa, y recuerda la en-
gañosa habilidad de figuras, conocidas por el respeto de la letra, pero no del espíritu de un
propósito» tales como Autólico u Odiseo. Ello se relaciona con la doblez soloniana, que
mencionan los antiguos cuando hablan de la ambigüedad semántica al dar a la sisactía ese
nombre, o cuando subrayaban la oscuridad intencional en la letra de sus leyes; para el mis-
mo autor los populares «al inicio han pensado que su comportamiento era doble, que su
suavidad era sólo aparente y que en el momento oportuno habría sacado fuera las uñas
manifestando sus verdaderas intenciones, bastante más amargas; cuando posteriormente
se han dado cuenta de que su comportamiento no había cambiado, han vuelto a la reali-
dad y le han considerado un enemigo» (Ibid., 147); el David (1985, pp. 7-22), que relacio-
na todo ello con el tema de la propaganda electoral en Solón.
222. Sin embargo, Rosivach (1992, pp. 153-157) muestra que, aunque es el pasaje
soloniano el que permite esa interpretación, Aristóteles no ha interpretado correctamen-
te el mismo.
223. En opinión de David (1985, p. 21), «la autoidentificación pública con los pobres
y los oprimidos, unida a tonos demagógicos (aunque moralistas), el uso de la persuasión
oracular, la pretensión de gozar de una extraordinaria popularidad, la manipulación de es-
lóganes ambiguos cuidadosamente calculados para levantar expectativas apropiadas de
clases sociales antagonistas, programas elusivos de acción, muy probablemente respalda-
dos por promesas secretas -todo ello eran ingredientes tácticos de lo que puede conside-
rarse como la primera campaña electoral conocida por nosotros en la historia política. La
estrategia propagandística usada por Solón no pretendía sólo asegurar su elección a la po-
254 SOlÓN DE ATENAS

sición extraordinaria de diallaktes kai archon, sino también preparar el camino para me-
didas políticas que, ciertamente habrían fracasado si hubieran sido desveladas totalmente
con anterioridad». Vid. ya sobre la interpretación «electoral» de la poesía de Solón Croi-
set (1903, p. 589).
224. Cataudella (1966, p. 35).
225. Cf. Ferrara (1964, pp. 126-127).
226. L'Homme-Wery (1996, pp. 150-151); es posible, incluso, que los miembros del
pueblo, los kakoi, hubiesen interpretado la proclamación soloniana de Eunomía como re-
ferencia a la isomoiría; vid. en este sentido L'Homme-Wery (1996-a, pp. 215-216).
227. Cf. L'Homme-Wery (1996, pp. 151-153).
228. En este sentido, Ferrara (1964, pp. 120-123) observa que el discurso de Solón
no puede tener como objeto polémico a los campesinos áticos como clase social y movi-
miento político, sino que sólo puede dirigirse a los demagogos y potentes, a los «jefes del
pueblo» que no habían comprendido la lección de los males pasados y huían de los debe-
res asignados por Solón a la aristocracia. No es, pues, un ataque, a la avidez de la plebe,
sino a aquellos elementos de la clase superior, a quienes corresponde por naturaleza la he-
gemonía, que no conciben y ejecutan su propia función política. Es precisamente la estul-
ticia de éstos la que preocupa al legislador y es a éstos a quienes rechaza su ofrecimiento
de apoyarle para hacerse con la tiranía.
229. Un estudio reciente del poema, su texto, transmisión, traducción y análisis, en
Fernández Delgado (1999, pp. 19-44).
230. Vid., sin embargo, Luján Martínez (1995, pp. 303-307) que sugiere que faltaría
algún verso al inicio, que Aristóteles habría citado indirectamente; tampoco Fernández
Delgado (1999, pp. 24-25, 42) cree que el poema esté completo, sugiriendo que le faltarían
unos once versos.
231. Vid. Friinkel (1993, p. 218), que lo ha comparado a un parlamento de la trage-
dia clásica; en un sentido similar, acentuado además por el uso del yambo, que en su opi-
nión habría que ver como un precedente del metro luego empleado en la tragedia ática,
vid. Else (1965, pp. 44-46, 61-63).
232. Magurano (1992, pp. 191-212); sin embargo, es razonable pensar que, como
buena parte de la poesía arcaica, el poema les fuese recitado a sus correligionarios dentro
del marco del symposion; cf. Fernández Delgado (1999).
233. Vid. García Novo (1979-80, pp. 210-213). Sobre el uso del «yo» en Salón, vid.
las observaciones de WilI (1958, pp. 301-311).
234. Sobre la estructura del poema en tres partes: exordio, vv. 1-2; prueba, vv. 3-15
y método, vv. 15-27, vid. García Novo (1979-80, pp. 200-201).
235. En opinión de Vox (1984-a, pp. 111-112), sin embargo, se refiere a la unificación
en asamblea de variados componentes del cuerpo cívico, algunos de los cuales se hallaban
antes dispersos; se trataría, en su opinión, de una refundación de Atenas: «En una época
en la que se hacían amplias celebraciones poéticas de migraciones coloniales, remotas y
contemporáneas en los versos de Arquíloco y Mimnermo, Salón ha querido celebrar su
propia y anormal empresa: la de no haber fundado una nueva ciudad, colonia de Atenas,
sino la de haber refundado la propia metrópolis en crisis». Sobre la idea de una asamblea
política, evocada por la expresión soloniana, vid. también Ruzé (1997, pp. 352-354).
236. Sobre el doblete que establece aquí Salón con relación a ge, que puede ser tan-
to Ge, la madre de los dioses olímpicos, cuanto ge, la tierra sobre la que viven los ate-
nienses, es decir, entre lo concreto y lo abstracto, vid. Ziegler (1963, pp. 648-649); sobre la
contraposición esclavitud-libertad, tanto de la tierra como de los hombres, vid. García
Novo (1979-80, pp. 205-207); sobre la relación que existe entre la retirada de los horoi y
los actos habituales en una fundación colonial, que empieza en una situación «prepolíti-
ca», vid. Vox (1984-a, p. 114). La referencia a la tierra también puede aludir a la nueva
prosperidad, que la ausencia de discordia puede traer a la ciudad y que se manifiesta en el
NOTAS 255

crecimiento de las cosechas; vid. sobre esta intepretación Blaise (1995, p. 32). Por fin, so-
bre la posible relación de la concepción soloniana de la Madre tierra con la gran diosa ma-
dre anatolia, vid. L'Homme-Wery (2000, pp. 28-37).
237. Maharam (1994, pp. 490-492) ha mostrado también cómo Solón se está refi-
riendo, además de a la diosa Gea, a la tierra de cultivo, indicando además cómo se ha pro-
ducido un cambio de concepto con respecto a la terminología homérica equiparable.
238. Vid., un buen y reciente resumen de la cuestión en Sauge (2000, pp. 614-615),
quien señala la metáfora implícita en los versos solonianos y cómo, por metonimia, la ser-
vidumbre de la tierra implica la de los encargados de su cultivo; sobre el claro significado
jurídico del término empleado para mencionar la retirada de los horoi: horous aneilon, vid.
Woodhouse (1938, pp. 109-110). Algunos autores, sin embargo, han defendido una opinión
sustancialmente opuesta a la habitual como, por ejemplo, Cataudella (1966, pp. 36-39), que
sugiere que lo que Solón habría hecho no sería tanto retirar los horoi cuanto implantarlos.
239. Van Effenterre (1977, pp. 91-130); L'Homme-Wery (1994, pp. 362-380);
L'Homme-Wery (1996-a). Sin embargo, Maharam (1994, p. 463), reivindica la interpreta-
ción que se ha dado tradicionalmente a esos versos de Solón.
240. Harris (1997, pp. 105-106). Ya French (1984, pp. 1-12) había avanzado una hi-
pótesis similar, pero centrando el conflicto, sobre todo, en el asunto del exilio y posterior
regreso de los Alcmeónidas.
241. Para Maharam (1994, p. 464) en este punto se halla el elirnax del poema; sobre
el uso de este argumento lingüístico como una prueba más de la situación que requiere so-
lución, vid. Rudberg (1952, pp. 1-7).
242. Cf. Ferrara (1964, pp. 102-103).
243. Sobre la oposición que representan ambos términos, fuerza y justicia, ya al me-
nos desde Hesíodo, vid. Vox (1983-a, pp. 307-309); la oposición tradicional entre los dos
términos ha sido justamente resaltada también por López Melero (1988, pp. 61-81).
244. Blaise (1995, pp. 28-29).
245. Cf. Jaeger (1957, pp. 378-385), acerca de la conveniencia de mantener la lectu-
ra horno u en el verso 16, que serviría como un reforzamiento adverbial del sentido de la
frase, además de disponer de una mayor fuerza en la tradición manuscrita, frente a la lec-
tura nornou que, aun sin variar excesivamente el sentido de la frase, no es, en absoluto, ne-
cesaria, además de contar con una tradición menos importante; sobre la conveniencia de
mantener hornou y acerca del uso que hace Solón de fuerza y Justicia, vid. también las ob-
servaciones de García Novo (1979-80, pp. 199-213). Igualmente, Ferrara (1964, pp. 92-100),
que destaca cómo en este pasaje se concentra la clave del discurso político soloniano, aun-
que su exégesis se basa en la aceptación de la lectura nornou. También Stier (1928, pp. 230-
231) Y Gigante (1956, pp. 28-49) prefieren leer en lugar de hornou (<<junto»), nornou (<<de
la ley»), lo que les lleva a interpretar la frase en un sentido diferente. Por fin Fernández
Delgado (1999, p. 24) aduce los papiros, además del propio sentido general del poema para
preferir la lectura hornou. Sobre el concepto de armonía en Solon, vid. L'Homme-Wery
(1996, pp. 145-154).
246. Blaise (1995, p.29).
247. Como ha observado también Vox (1984-a, pp. 131-138), en el comportamiento
de Solón hay una novedad importante, por cuanto que bie y dike son alternativas general-
mente irreductibles.
248. Sauge (2000, p. 461).
249. Blaise (1995, p. 30).
250. Una opinión según la cual Solón garantiza leyes iguales para todos los ciuda-
danos en Hammond (1961, pp. 76-98).
251. Como ha visto L'Homme-Wery (1996, p. 151), para Salón la igualdad en el re-
parto de la tierra no es el medio para llegar a la ciudad de los iguales u hornoioi; ef tam-
bién L'Homme-Wery (1996-a, pp. 237-239).
256 SOLÓN DE ATENAS

252. Es el relato de lo que «pudo haber hecho», por emplear la expresión de García
Novo (1979-80, p. 207).
253. En el sentido de frenar sus instintos que, generalmente, conducen a la avidez y
a la venganza: vid. Sánchez de la Torre (1988, p. 88).
254. García Novo (1979-80, p. 208).
255. Cj Maharam (1994, p. 467).
256. Vox (1984-a, p. 127) afirma, siguiendo a West y a Nagy, que «la imagen comba-
tiva del lobo debía de pertenecer a la tipología característica de la poesía polémica, sobre
todo del yambo, y ser por consiguiente un símbolo deformante; y esta autocaracterización
soloniana figura precisamente en la apología yámbica. Cf Vox (1983-a, p. 306). Sobre las
peculiaridades del uso del yambo en Solón, vid. Torné Teixidó (1993-95, pp. 69-75).
257. Algunas implicaciones del uso del símil del lobo en Blaise (1995, pp. 33-37); so-
bre el componente de astucia que también representa este animal, vid. Fernández Delga-
do (1999, pp. 40-41). Igualmente, es interesante la interpretación de Anhalt (1993, cap. 3),
que ve en esta imagen la identificación de Solón con un pharmakos o «chivo expiatorio»
que intenta unificar a la ciudad haciéndola coincidir en su oposición a él; esta caracteriza-
ción ha sido puesta en relación con el exilio de Solón por Torné Teixidó (1993-95, p. 73).
258. Vox (1984-a, p. 130) ya ha visto esto como la táctica del guerrero, que se fía no
sólo de la fuerza, sino también de la astucia; equiparándose al lobo se refiere a sus dotes
de oblicuidad y de ambigüedad. Por su parte, Maharam (1994, pp. 461-462) relaciona la vi-
sión del lobo con la idea de la libertad que él reivindica para todos los ciudadanos y, por
consiguiente, para la polis; igualmente, recoge los precedentes homéricos de esa imagen
(Ibid. 499-505).
259. Como ha visto Ferrara (1964, p. 104), la lección de Solón era que «ni el noble
en cuanto tal, ni el tirano, ambos ignorantes de la compleja realidad ética y religiosa sobre
las que se basan los destinos de la ciudad y el bienestar de los ciudadanos, están en condi-
ciones de gobernar realmente. Para gobernar, es necesario darse cuenta de lo que impor-
ta un ordenamiento civil bien hecho, leyes elaboradas adecuadamente, una justicia hones-
ta. Es necesario ser virtuoso, equilibrado, profundo en las cosas humanas y en las divinas,
inteligente, astuto y fuerte. Se debe ser dúctil e intransigente, provisto de verdadera arete,
ser sabio, saber imitar a Solón».
260. Cf Rodríguez Adrados (1956, p. 203).
261. Algunas interpretaciones sobre el símil que emplea Solón en Stinton (1976, pp.
159-160).
262. Cf Vox (1994-a, pp. 120-121) para quien «esta imagen del tirano-demagogo que
descrema la leche-pueblo, aun cuando expresada de forma oscura, es una referencia ulte-
rior al motivo polémico de la voracidad bestial del tirano», que se ejerce contra el demos,
y no específicamente contra la aristocracia, por lo que interpreta el pasaje con el sentido
de que «otro habría agitado al pueblo para quitarle la grasa».
263. Cf también sobre esta imagen soloniana Cataudella (1966, pp. 80-82); vid. tam-
bién el artículo de Loraux (1984, pp. 199-214). donde analiza el pasaje solo ni ano, así como
el sentido de su transmisión por Aristóteles, dentro de la idea de este autor acerca de la
necesaria existencia de las «clases medias» en la ciudad para evitar la guerra civil o stasis;
y aquí la evocación del metaichmios no deja de tener pleno sentido. Por su parte, Stinton
(1976, pp. 161-162) considera que Solón quiere enfatizar aquí la protección que en el con-
flicto ha brindado a los nobles, a los esthloi.
264. Tanto Van Effenterre (1977, p. 112) como L'Homme-Wery (1996-a, pp. 122-
123) han creído ver en este fragmento referencias a la tierra de Eleusis (presuntamente)
reconquistada por Solón, según la teoría que defienden ambos autores.
265. La multiplicidad de lecturas que tiene el término de kydos ha sido puesta de re-
lieve por Kurke (1993, pp. 131-163).
266. Rodríguez Adrados (1956, p. 204).
NOTAS 257

267. Woodhouse (1938, pp. 9-16).


268. Linforth (1919, p. 111), sin embargo, opinaba que habría tan poco que pudiera
reconocerse como genuinamente soloniano que sería imposible entrar en el detalle de las
mismas.
269. Cf Ruschenbusch (1966); también se puede encontrar un elenco de las leyes,
junto con otros testimonios, en Martina (1968), aunque es menos crítico en su selección
que el anterior.
270. Cf Ruschenbusch (1966, pp. 1-2).
271. Vid. unas observaciones interesantes a propósito del empleo a hacer de las le-
yes en Gilliard (1907, pp. 57-58); igualmente, el análisis de Ruschenbusch (1966, pp. 23-52)
sobre su transmisión.
272. Acerca del carácter necesariamente de hombre político del sabio del siglo VI
a.c., vid. Gilliard (1907, p. 24); sobre la cifra de diez años de observancia inalterada de las
leyes, posiblemente una deducción del propio Heródoto (frente a los 100 años) que la ma-
yor parte de la fuentes transmiten, vid. Piccirilli (1977, pp. 23-30).
273. Weber (1927, pp. 154-166); Lloyd (1987, pp. 22-28); sobre los ecos de la gloria
o kydas aristocrático que se encuentran detrás de esta historia, vid. Kurke (1993, pp. 153-
155).
274. Nawratil (1940, pp. 125-126).
275. En efecto, aunque las riquezas puedan ayudar, no hay nada que compense de
los beneficios de que puede disfrutar un hombre modesto, como la salud y la bendición
de los hijos; y ello es tanto más claro en el caso de Creso, y el triste destino de sus dos hi-
jos (Hdt., 1, 34-45). Sobre esta interpretación vid. Stahl (1975, pp. 5-6); sobre Solón como
espectador, que realmente no está viendo el tesoro, sino el final que va a suceder, vid. Tra-
vis (2000, pp. 353-356); igualmente, sobre el diferente significado que la idea de observar
(theoria) tiene para Solón y para Creso, vid. Ker (2000, pp. 311-315).
276. Chiasson (1986, pp. 249-262).
277. Sobre las relaciones de Solón con el calendario, vid. Soubiran (1978, pp. 9-20).
278. Sobre el posible trasfondo délfico de esta idea, vid. Lefevre (1971, p. 289).
279. Por supuesto, se trata de tipos distintos de felicidad y, uno de los mensajes del
relato es el rechazo de la ecuación riqueza=felicidad; cf. Krischer (1964, pp. 174-177). So-
bre el concepto de felicidad en este diálogo, cf. Schneeweiss (1975, pp. 161-187).
280. Audiat (1940, p. 4).
281. Sobre el carácter temporal de euthichia y el mucho más permanente de albos
en Solón, vid. Dupluoy (1999, pp. 3-5); sin embargo, la concepción de albos es diferente en
Creso y Solón (ibid. 5-9).
282. Para decirlo con palabras de Markianos (1974, p. 1), «Solón no entraba dentro
de los intereses de Heródoto».
283. Cf Ferrara (1964, pp. 29-31); vid. también Masaracchia (1958, p. 17); con res-
pecto a la entrevista con Creso, Gilliard sugiere que la fuente de Heródoto pudiera ser de
origen lidio; cf Gilliard (1907, p. 23), pero ello no parece probable.
284. Cf Gilliard (1907, pp. 25-26). En palabras de este autor, «debemos concluir que
en el siglo v el nombre de Solón no era conocido más que por historietas sin gran impor-
tancia, como aquélla de la que nos habla Heródoto y que, a los ojos de los más compe-
tentes entre los políticos y los historiadores, no jugó un gran papel en la historia del desa-
rrollo de Atenas». Una visión muy distinta en Szegedy-Maszak (1993, pp. 201-214), que
defiende que, aunque no lo mencione explícitamente, Tucídides ha podido utilizar a Solón
como paradigma explicativo de la situación política del siglo v en Atenas.
285. Nawratil (1942, pp. 1-8); Miller (1963, pp. 88-89); Piccirilli (1977, pp. 23-30).
286. Vid. Masaracchia (1958, pp. 4, 17), donde afirma que «no puede, pues, dudarse,
de que Heródoto tuviese un buen conocimiento de primera mano de la poesía de Solón y
que haya empleado abundantemente ese conocimiento en la construcción del episodio del
258 SOlÓN DE ATENAS

encuentro del sabio ateniense con Creso»; ef al respecto Linforth (1919, pp. 25-26; 117),
donde afirma que «Heródoto pone en la boca de Solón un discurso que suena como una
paráfrasis de las opiniones filosóficas de Solón. Debe de haber tomado directamente de
los poemas las ideas de las que se compone el discurso».
287. Audiat (1940, pp. 7-8); Markianos (1974, pp. 1-2); Chiasson (1986, pp. 249-262).
288. Vid. Masaracchia (1958, pp. 12-15).
289. De Sanctis (1936, p. 4); ef en tal sentido, con una crítica de la bibliografía pre-
cedente, Shapiro (1996, pp. 348-364).
290. Shapiro (1996, pp. 348-364).
291. MilIer (1963, pp. 58-94). Vid. también Markianos (1974, pp. 1-20) que analiza
las tradiciones cronológicas orientales transmitidas por Heródoto y critica la cronología
elaborada para Solón en el siglo IV basada en el cómputo arcontal y, en su opinión, menos
fiable.
292. Miller (1959, pp. 29-52). La hipótesis empleada se basa, sobre todo, en la utili-
zación de las listas anuales de efebos atenienses, en las que se da la circunstancia de que
cada contingente anual (helikia) se halla bajo la protección de un héroe diferente y en que
el número de héroes es 42, por lo que el ciclo se reinicia cada 42 años. A partir de ahí, Mi-
Iler supone que para la fijación de la fecha de Solón se han contado dos ciclos completos
a partir de la época de Clístenes, por considerarse que Solón reestructuró, o incluso creó,
el sistema de las helikiai, dentro de la reorganización del ejército cívico. Ello también le
permite a la autora modificar la cronología admitida para los sucesos previos a la subida
al poder de Pisístrato.
293. Cf Linforth (1919, pp. 24-25).
294. Brown (1989, pp. 1-4).
295. Como ya se mencionó en la primera parte del libro, no entro en el tema de la
autoría concreta de la Athenaion Politeia, aunque asumo, siquiera a efectos de cita, la au-
toría aristotélica.
296. Sobre las informaciones que da Aristóteles acerca de la sociedad ateniense y
Solón, sigue siendo muy ilustrativo el libro de Von Wilamowtz-Moellendorf (1893).
297. Linforth (1919, pp. 18-20); ef Adcock (1912, pp. 1-16).
298. Masaracchia (1958, pp. 48-54).
299. Rhodes (1981, pp. 20-23).
300. Toda esta primera parte de la obra ha sido comentada exhaustivamente por
Rhodes (1981, pp. 84-179).
301. Woodhouse (1938, pp. 17-24) hizo un análisis de este párrafo, y concluía que
Aristóteles había mezclado la situación de los deudores y de los hectémoros, cuando se tra-
taba de dos cosas distintas; aunque ha transmitido parcialmente el malestar que la situa-
ción planteaba, ha confundido dos tipos de circunstancias: la situación de descontento ge-
neral causada por la legislación sobre deudas, y la irritación de un grupo especial, los
hectémoros, debido a las restricciones de su status particular. Aristóteles introduce a
los hectémoros, término ya obsoleto en su época, y tiene que explicar quiénes son, aunque
no lo consigue por cuanto que no dispone más que de fragmentos incoherentes de tradi-
ciones, entre las que se hallaría el sólido núcleo, de poca utilidad, de los versos de Solón.
Además, no había una tradición oral viva. Sin embargo, sí hay una serie de informaciones
que pueden extraerse, a pesar de sus defectos, de este pasaje: en primer lugar, que había
en el Ática, en tiempos de Solón, un conjunto de individuos llamados hectémoros, vincu-
lados a la agricultura y a la tierra, y en una relación de dependencia de los ricos; en se-
gundo lugar, que su nombre derivaba de algún aspecto de las condiciones en las que tra-
bajaban; tercero, que sus condiciones generales eran bastante malas y su relación con los
ricos era de gran dureza; cuarto, que la legislación sobre las deudas implicaba el someti-
miento de la persona del deudor y de su familia. Todo esto, transmitido por Aristóteles sin
que él mismo hubiese llegado a comprender muy bien de qué se trataba. Vid. también un
NOTAS 259

panorama de los análisis realizados sobre el pasaje aristotélico en Rhodes (1981, pp. 90-
97); por su parte, Keaney (1992, p. SI) considera que esta información aristotélica, que
aparece en la primera referencia explícita a Solón, se debe al deseo del autor de mostrar
de parte de quién se encuentra el legislador desde una perspectiva moral.
302. Sobre la tradición de su vinculación a las clases medias, vid. Rhodes (1981,
pp. 123-124).
303. Sobre la posibilidad de que toda la historia sea una invención tardía, vid.
Rhodes (1981, pp. 128-130).
304. Vid. por ejemplo, el análisis de Vox (1984, pp. 117-120) en este sentido a pro-
pósito del ditirambo 19 Snell-Maehler de Baquílides, en función anti-temistoclea y pro-ci-
moniana, y el frag. 727, vv. 4-10 Page de TImocreonte de Rodas, claramente anti-temisto-
cleo, y que presenta una clara paráfrasis del fragmento 24 D, vv. 8-15.
305. Puede verse, no obstante, el comentario de Rhodes (1981, pp. 130-146).
306. Sobre la posible relación de este cargo con los barcos, junto con una reflexión
acerca de lo público y privado en la Atenas presoloniana, vid. Ostwald (1995, pp. 368-379).
307. Sobre los anacronismos en la letra del texto de Aristóteles, vid. Ostwald (1955,
pp. 104-105).
308. Sobre la alimia. entendida por Aristóteles como pérdida de los derechos ciuda-
danos, pero seguramente implicando en la propia época de Solón la consideración del
afectado como un fuera de la ley, y susceptible por ello de recibir la muerte sin que el ase-
sino tuviese que responder de ese hecho, ya hemos hablado en la primera parte.
309. Cf Keaney (1963, pp. 120-121).
310. Interpretaciones de este controvertido pasaje en Kraft (1959-60, pp. 21-46);
Kraay (1968, pp. 1-9); Chambers (1973, pp. 1-16); Rhodes (1981, pp. 164-168).
311. Estas diferencias podrían deberse a la existencia de tradiciones diferentes sobre
Solón (al menos tres) que harían hincapié en sus actividades económicas, políticas e inte-
lectuales, respectivamente; vid. sobre esta cuestión Keaney (1992, pp. 56-58).
312. Rosivach (1992, pp. 153-157), aunque subraya que es una interpretación que no
se desprende de los mencionados pasajes, que mostrarían, más bien, una visión opuesta a
repartir tierra alguna.
313. el Rosivach (1992, pp. 153-157); un comentario reciente con análisis estilístico
y de fuentes de los capítulos 11-12 de la Athenaion Politeia en Aguilar (1999, pp. 261-274).
314. Vid., sin embargo, otra interpretación de este episodio en Hemmerdinger
(1984, p. 167), que lo situaría en 594, marcando así su papel de mediador.
315. Piccirilli (1974, p. 411); el sobre la postura de Aristóteles con respecto a las re-
laciones entre Solón y Pisístrato Santoni (1979, pp. 972-977); el también Keaney (1992, pp.
106-109).
316. Esto se relaciona con la revisión histórica del pasado democrático de Atenas
que tiene lugar en la ciudad desde fines del s. v; el Rhodes (1981, pp. 260-261); con esa re-
ferencia, posiblemente Aristóteles quiera reconocer la contribución de Solón al desarrollo
de la democracia, pero reafirmando al tiempo la visión del s. v, que hacía a Clístenes su
creador; vid. sobre esta interpretación Keaney (1992, p. 26).
317. La contraposición entre estos individuos ilustres y la masa está siempre pre-
sente en Aristóteles; el Rhodes (1981, pp. 345-348); una de las más antiguas listas de pros-
tatai tou demou la encontramos en Isoc. 15,230-236, Yempieza también por Solón; en Pla-
tón (Resp. 565 d), sin embargo, se relaciona la tiranía con esta figura del prostates del
demos.
318. Rhodes (1981, pp. 376-377), que considera esa observación del propio Clito-
fonte.
319. Este apartado constituiría una especie de sumario y conclusión, elaborada por
el propio Aristóteles, de la primera parte de la obra, en la que se ha visto cómo el demos
fue ganando poder poco a poco; vid. Rhodes (1981, p. 493); como ha sugerido Keaney
260 SOlÓN DE ATENAS

(1992) passim, y xi, la principal tesis de Aristóteles en esta obra es que el pueblo ha gana-
do poder apropiándose de atribuciones que originariamente estaban en manos de otros ór-
ganos.
320. Tovar (1970, pp. 31-35); sobre las fuentes de Aristóteles y su uso, puede verse
también Gilliard (1907, pp. 19-22).
321. Cf al respecto, entre otros, Andrewes (1974-a, pp. 21-28); Ruschenbusch
(1966); Stroud (1979).
322. Cf, por ejemplo, Ruschenbusch (1966, pp. 1-2; 103-126).
323. Leduc (1998, pp. 415-422).
324. Mossé (1996, pp. 1332-1333) relaciona estas contradicciones con lo acalorado
del debate político del siglo IV al que la Athenaion Politeia no consigue sustraerse.
325. Vid. una visión de conjunto en Santoni (1979, pp. 959-984).
326. French (1984. pp. 1-2).
327. Ferriolo (1978, pp. 67-68). Sobre la oposición entre democracia moderada y ra-
dical en Aristóteles, vid. Braun (1983, pp. 4-39); cf las precisiones de Lintott (1992, pp.
114-128) acerca de que el modelo que más le satisfacía a Aristóteles era, precisamente, el
de lo que podría llamarse «democracia soloniana».
328. Hay, sin embargo, alguna contradicción entre las informaciones de la Polftica y
las de la Athenaion Politeia con relación a la elección de los magistrados, que según Rho-
des (1981, pp. 146-148) habría que resolver a favor de esta última.
329. Cf Ruschenbusch (1966, pp. 40-42).
330. Masaracchia (1958, p. 69).
331. Lintott (1992, pp. 114-128).
332. El peso que asume Solón en el conjunto de la Política de Aristóteles ha sido ya
destacado, por ejemplo, por Santoni (1979, pp. 961-962), que señala cómo, además, Aris-
tóteles incluye en ésta y otras obras otras noticias que no aparecen en la Athenaion Poli-
teia.
333. Masaracchia (1956, p. 69); en opinión de este autor, Solón aparece como «hom-
bre político, moderado, hostil a los ricos, pero alejado de las degeneraciones democráticas,
mesos por condición económica, promotor de una forma de estado intermedia entre la oli-
garquía y la democracia en el plano ideológico».
334. Cf Santoni (1979, pp. 963-967).
335. Cf Linforth (1919, pp. 17-18).
336. Ver sobre la correcta interpretación a dar a esta noticia, que puede contrastar-
se con otras referencias en el mismo tenor, Kyle (1984, pp. 91-105); cf Weiler (1983. pp.
573-582).
337. Cf Snell (1971, pp. 114-119).
338. Cf sobre esta cuestión las observaciones de Mastrocinque (1984, pp. 25-34).
339. Sobre la posibilidad de que Éforo haya sido una de las fuentes empleadas por
Diodoro en su libro IX, vid. Mühl (1956, pp. 203-205).
340. Cf Piccirilli (1977, pp. 999-1004), con todo el debate precedente.
341. GiIliard (1907, pp. 17-18).
342. Cf. Linforth (1919, pp. 16); vid. sobre el uso directo y amplio de los propios poe-
mas de Solón por Plutarco Bowie (1997, pp. 99-108).
343. Cf Linforth (1919, pp. 16-17); Von der Mühll (1942, pp. 89-102); Piccirilli (1977,
pp. 999-1016).
344. Vid. las observaciones generales de Ruschenbusch (1994, pp. 375-377); un estu-
dio de conjunto reciente de la biografía en Hadavas (1995).
345. Para una buena introducción al texto de Plutarco, así como una excelente tra-
ducción al castellano, profusa y oportunamente anotada, remito a la elaborada por A. Pé-
rez Jiménez, Vidas Paralelas l/, en la Biblioteca Clásica Gredos, n° 215, Madrid, 1996.
346. Cf. Von Leutsch (1872, pp. 143-144).
NOTAS 261

347. Mossé (1996, p. 1334).


348. Mele (1979); vid. un estado de la cuestión del debate suscitado por estas pro-
puestas en Alonso Troncoso (1994, pp. 68-95).
349. Aguilar (1991, pp. 18-21).
350. Sobre los posibles vínculos épicos de la locura de Solón (por ejemplo, el tema
de la locura de Ulises). vid. Vox (1984-a, pp. 41-48).
351. Flaceliere (1947, pp. 235-247); el también Mastrocinque (1984, pp. 25-34).
352. Cf por ejemplo, Freeman (1926, p. 171).
353. Sobre los problemas que plantean ambas versiones, vid. Figueira (1985, pp. 280-
285).
354. Beattie (1960, pp. 21-43). Vid., sin embargo, Freeman (1926, pp. 171-176), que
piensa que poco de verdad puede extraerse de ambas versiones fuera del hecho de que Sa-
lamina fue capturada en buena medida por los esfuerzos de Solón.
355. Sobre la posibilidad de que Solón haya impulsado la fijación por escrito de la
Iliada, vid. Sauge (2000, pp. 472-475).
356. Piccirílli (1974, pp. 387-398).
357. Vid. Freeman (1926, pp. 174-176), que duda de la veracidad de todo este rela-
to, considerándolo todo él como invención posterior. Un análisis reciente sobre los argu-
mentos que menciona Plutarco como empleados, alternativamente, por Solón para de-
mostrar el carácter ateniense de Salamina, en Higbie (1997, pp. 278-307).
358. Puede verse sobre este asunto Freeman (1926, pp. 158-160) que sugiere que la
guerra se inició durante el arcontado de Solón, y que Atenas tomó parte en la misma por
sugerencia del mismo, nombrando como general al recién amnistiado A1cmeón. La cam-
paña sería poco importante y el propio Solón no habría tomado parte en la misma al estar
ocupado con la legislación. La guerra acabaría hacia el 591 o 590 a.e.; en todo caso, en la
primera parte del libro se ha debatido con más extensión acerca de este problelila.
359. Cf. Parker (1983).
360. Cf sobre estos órganos Hignett (1952, pp. 305-311).
361. Cataudella (1966, pp. 211-213); sobre la historia del Areópago puede verse tam-
bién WaIlace (1989).
362. Sobre el anacronismo que supone el demótico de este individuo, vid. Gilliard
(1907, p. 69) y Freeman (1926, pp. 162-163).
363. Vid., sin embargo, la interpretación de Freeman (1926, pp. 162-165), para quien
no hay por qué negar la intervención de Solón en el asunto, aunque parte de la base de
que al inicio de su arcontado, y con motivo de la primera Guerra Sagrada, él mismo in-
cluiría dentro de la ley de amnistía a los A\cmeónidas, entre los que se hallaba el nom-
brado general ateniense para las operaciones. A\cmeón. La fecha del juicio, por otro lado,
la sitúa esta autora más o menos una generación después del intento ciloniano, hacia 610-
600, y unos cuantos años antes de la ley de amnistía y antes de la captura de Salamina.
364. Cf Masaracchia (1956, pp. 98-99).
365. No hay por qué negar, sin embargo, ni la historicidad de Epiménides ni su even-
tual visita a Atenas en época de Solón, ni tan siquiera su intervención para purificar Ate-
nas. Cf Gílliard (1907, pp. 69-71); también Freeman (1926, pp. 165-168).
366. Algunos autores han considerado esto, simplemente, un error de Plutarco: vid.
por ejemplo Mitchell (1997, p. 137).
367. Woodhouse (1938, pp. 25-30) hace un interesante análisis de este pasaje que le
permite afirmar que en el mismo hay una clara distinción entre los hectémoros y la masa
general de deudores; fuesen o no fuesen las deudas la causa del status del hectémoro, una
vez establecida la relación entre éste y su superior, la misma se mantenía como algo espe-
cial y peculiar de esa clase, y no hallaba necesariamente su razón de ser en una perma-
nente obligación de tipo deudor. El deudor puro y simple, por otro lado, recibe otro tra-
tamiento diferente: o era mantenido en Ática en condición de servidumbre o vendido en
262 SOlÓN DE ATENAS

el extranjero. No habría, pues, una equiparación entre deudores y hectémoros, y destaca,


frente a lo que yo sugería anteriormente, la gran diferencia existente entre el texto de
Aristóteles y el de Plutarco. Ambos sí están de acuerdo, sin embargo, en que el descon-
tento de los hectémoros procede, precisamente, de su status, y no tanto en tener que pa-
gar un sexto de su cosecha. Para ambos también la existencia de esta clase se vincula con
la situación general de la época, que tiende al endeudamiento de buena parte de la po-
blación; ambos hechos son síntoma de una revolución incipiente, y tienen una clara base
económica y agraria. Las leyes sobre las deudas y la responsabilidad personal favorecían
a los dueños de la tierra, que tenían bajosu control la principal fuente de riqueza, la pro-
pia tierra, y a un conjunto de individuos, los hectémoros, cultivadores de por vida de sus
propiedades. Ni Plutarco, ni Aristóteles, y posiblemente ni el propio Solón, tienen nada
más que decir sobre 10 que ocurre con estos individuos.
368. Eso encajaría con la visión que da de Fanias, por ejemplo, Keaney (1992, p. 11):
«La visión de Fanias representa una escritura revisionista, por no decir sensacionalista, de
la Historia»; ef también Cooper (1995, pp. 323-335). Otra visión, en clave de historiogra-
fía peripatética y de creación de la leyenda de Solón, en Mühl (1955, pp. 349-354).
369. Vid. en contra Thiel (1936, pp. 207-208), que cita bibliografía anterior para «de-
mostrar» el carácter de falsario de este individuo, amigo de Teofrasto y perteneciente a la
escuela peripatética, así como discípulo de Aristóteles; para Thiel posiblemente haya que
atribuir también a este autor las falsas anécdotas que aparecen en el capítulo, a saber, la
frase soloniana de que la igualdad no provoca la guerra y la referente a la comparación
que los amigos de Solón establecen entre la por ellos deseada ocupación de la tiranía por
parte de él con la situación del tirano Pítaco de Mitilene.
370. Para una interpretación que supone que Plutarco o Fanias han utilizado los pro-
pios poemas de Solón, aunque pensando que 10 que éste está haciendo es un comentario
sarcástico con relación a la tiranía, vid. Den Boer (1966, pp. 46-47).
371. McOlew (1993, pp. 97-98).
372. Cf Kloosterman (1935, pp. 174-180); vid. además Thiel (1938, p. 204).
373. Cf. Thiel (1938, pp. 206-207); vid. también Thiel (1946, pp. 71-81). Sobre el tema
del «buen tirano», vid. Domínguez Monedero (1997-a, pp. 329-346).
374. Sobre ecos posteriores de esta misma idea, vid. Binder (1979, pp. 51-56).
375. Vid. Masaracchia (1958, p. 47).
376. Una posible variante textual en Plutarco y una interpretación diferente del tex-
to en Corcella (1988, pp. 165-169).
377. Connor (1987, pp. 40-50).
378. Sobre las fuentes de Plutarco para las leyes privadas, posiblemente Dídimo, vid.
Adcock (1914, pp. 38-40).
379. Bleicken (1986, pp. 9-18).
380. Una valoración de estas leyes en Leduc (1991, pp. 300-307); ef Hoben (1997,
pp. 157-163).
381. Cf. Oras (1987, pp. 48-49), a propósito de las transformaciones en Atenas en
este momento, tal y como aparecen detectadas a partir del análisis del material anfórico
ático.
382. Sobre las novedades que implica, dentro de una norma de derecho tradicional,
la ley de Solón, vid. Alonso Troncoso (1991, pp. 29-51); sobre algunos ecos de estas leyes
en autores posteriores, vid. Barigazzi (1978, pp. 207-218).
383. Sissa (1984, pp. 1124-1125).
384. Referencias a estas equivalencias, dentro del contexto de la reforma de los pe-
sos y medidas de Solón, aceptando básicamente su historicidad, pero considerando a la
dracma una medida de peso, no una moneda, en Horsmann (2000, pp. 259-277).
385. Weiler (1983, pp. 573-582).
386. Sobre esta última medida, vid. Talamo (1992, pp. 19-43).
NOTAS 263

387. Cf. Soubiran (1978, pp. 9-20).


388. Ker (2000, pp. 317-322) ha analizado estas tradiciones y ha puesto en relación
la theoria soloniana con la figura del theoros oracular, lo que le ha llevado a la conclusión
de que la partida de Solón es un aspecto que forma parte plenamente de su propia obra
legislativa.
389. Sobre el problema cronológico, cf. Fehling (1985, pp. 91-93).
390. Cf sobre Tespis, y toda la relación entre Solón y Pisístrato, Von Leutsch (1872,
pp. 139-144); sobre las relaciones de Solón con la tragedia, Kolleritsch (1968, pp. 1-9).
391. Mühl (1956-a, pp. 315-320) apunta a Fanias de Éreso como la fuente que ha em-
pleado Plutarco en este pasaje.
392. La razón para Plutarco posiblemente haya que buscarla, efectivamente, en las
estrechas relaciones que, según él mismo menciona, previamente, habían mantenido am-
bos individuos. Cf Von Leutsch (1872, p. 144). Sobre la posible fuente empleada por Plu-
tarco, Heraclides Póntico, vid. Mühl (1956-a, pp. 320-321).
393. Paladini (1956, pp. 377-411).
394. Cf. Aguilar (1991, pp. 11-21), que contabiliza 31 citas directas de los poemas de
Solón por parte de Plutarco, algunas de ellas repetidas.
395. Acerca del uso por parte de Plutarco de los poemas de Solón, Gilliard pensaba
que estas referencias no las ha empleado de primera mano, sino a partir de extractos de
época alejandrina o de Hermipo, puesto que en época de Plutarco los poemas se hallarían
ya en fragmentos. Cf Gilliard (1907).
396. Masaracchia (1958, pp. 5-77).
397. Cf Stroud (1979, p. 34).
398. Finley (1979-a, pp. 52-54); sobre algunos restos epigráficos de esa recopilación,
vid. Oliver (1935, pp. 5-32); Clinton (1982, pp. 22-37); Robertson (1990, pp. 43-75); Rho-
des (1991, pp. 87-100).
399. Pérez Jiménez (1991, pp. 687-696); Vela Tejada (1999, pp. 683-696).
400. Acerca de las tradiciones sobre este banquete, vid. Snell (1971, pp. 62-67); so-
bre aspectos relativos a su autenticidad, así como acerca de la principal bibliografía y es-
tado de la cuestión, remito a la breve introducción de C. Morales Otal y J. García López
en su traducción española, Plutarco, Obras Morales y de Costumbres (Moralia), 11 (Bi-
blioteca Clásica Gredos, 98), Madrid, 1986, pp. 209-216.
401. Sanchis L10pis (1996, pp. 81-93).
402. Puppini (1991, pp. 185-206).
403. Sobre el incremento de los «esclavos-mercancía» en Atenas como consecuen-
cia en parte de la política soloniana, vid. Léveque (1978, pp. 530-531); cf. también Mactoux
(1988, pp. 331-354).
404. Cf Linforth (1919, pp. 15-16).
405. Sobre la credibilidad de este fragmento y la problemática del carácter demo-
crático de Solón vid. Von Leutsch (1872-a, p. 262).
406. Vid. sobre Solón y el solecismo el reciente análisis de Irwin (1999, pp. 187-193).
407. Cf Kyle (1984, pp. 91-105); Weiler (1983, pp. 573-582).
408. Jolowicz (1947, pp. 82-90).
409. Para Sauge (2000, pp. 468-475) esto implicaría, junto con otros testimonios que
aduce, que Solón habría impulsado la fijación por escrito de la llíada.
410. Se trata del fragmento 42 Bergk, que sin embargo no aceptan como soloniano
ni Diehl, ni Gentili-Prato, ni West ni Adrados.
411. Vid. Freeman (1926, pp. 219-225), con las principales referencias a Solón en la
literatura antigua, y Martina (1968).
412. Linforth (1919, p. 13); Oliva (1973, pp. 26-27).
413. Oliva (1973, pp. 27-28).
414. Masaracchia (1958, pp. 24-25).
264 SOLÓN DE ATENAS

415. Las referencias han sido recogidas y analizadas por Oliva (1973, pp. 25-33); Oli-
va (1973-a, pp. 34-35); cf. también Sanchis Llopis (1996, pp. 81-93).
416. ef, por ejemplo, el análisis que lleva a cabo Keaney (1992, pp. 133-148 (cap.
14]) de la Athenaion Politeia para mostrar que, al referirse a Terámenes hay una clara alu-
sión a Solón, en cuanto que ambos son opuestos a la tiranía y a la degradación moral de
quienes la practican; además, Aristóteles defiende a ambos contra los ataques que se les
hicieron (lbid. 59).
417. Masaracchia (1958, p. 47); vid. también Harding (1974, pp. 282-289).
418. Adcock (1912, pp. 1-16).
419. Keaney (1963, pp. 124-125).
420. Masaracchia (1958, pp. 39-47).
421. Gilliard (1907, p. 26); Arrighetti (1990, pp. 351-361); vid. sin embargo Finley
(1979-a, pp. 74-76).
422. Masaracchia (1958, pp. 58-64).
423. Es difícil valorar la realidad de esta historia, sobre todo por el hecho de que
Critias no escribió acerca de la misma; ef en tal sentido West (1972, p. 144). Igualmente,
Oliva (1973, pp. 36-37). A favor de la realidad de la tradición platónica y, por ello, de la re-
cepción por parte de Solón de informaciones egipcias que aludirían a la época micénica,
vid. el sugerente trabajo de Zangger (1993, pp. 77-87).
424. Henderson (1982, p. 25); sobre los problemas de identificación de los diferen-
tes Critias que aparecen en los relatos platónicos, vid. Tulli (1994, p. 95).
425. Müller (1997, pp. 205-206).
426. Linforth (1919, p. 14); cf. Ruschenbusch (1958, pp. 398-424).
427. Masaracchia (1958, pp. 55-57).
428. Vid. el análisis pormenorizado acerca de la autenticidad de cada una de las le-
yes atribuidas a Solón de Ruschenbusch (1966, pp. 70-126).
429. Masaracchia (1958, pp. 70-74).
430. Un panorama general acerca de las tradiciones y la pervivencia de la figura de
Solón, en Oliva (1973, pp. 31-65); por supuesto, sigue siendo básica, por la recogida prác-
ticamente exhaustiva de testimonios, la obra de Martina (1968).
431. Finley (1979-a, pp. 52-54); Rhodes (1991, pp. 87-100).
432. Stroud (1979).
433. Sobre la visión de la «constitución» de Solón en el s. IV, vid. Ruschenbusch
(1958, pp. 398-424); sobre la reflexión política del momento, vid. Pascual González (1997,
pp. 214-219).
434. Vro. Linforth (1919, pp. 3-6).
435. Masaracchia (1958, p. 4).
436. Vid., sin embargo, una discusión sobre las fuentes de los atidógrafos en Von
Fritz (1940, pp. 91-126).
437. Al,1tores antiguos, sin embargo, dan por sentada la existencia de auténticas
crónicas, básicamente de tradición oral, que habrían existido todavía durante el s. IV para
ser utilizadas por los Atidógrafos y por Aristóteles; vid. a tal respecto, por ejemplo, Von
Stem (1913, pp. 426-441) que aplica esta idea al estudio de las relaciones entre Solón y
Pisístrato; como se argumenta en otro lugar de este libro, la cuestión de las tradiciones
orales es sumamente problemática y no ex~ivamente fácilmente de admitir para el caso
de Solón.

Notas del capítulo 8

1. Quet (1987, pp. 47-55); Álvarez Martínez (1988, pp. 99-120).


- 2. Entre las pinturas destaca una de Ostia con temas burlescos e irreverentes: Calza
NOTAS 265

(1940, pp. 99-108); ef Snell (1971, pp. 140-143). Al pie de la imagen de Solón figura la si-
guiente leyenda: ut bene eaearet uentrem palpauit Solon.
3. Vid. un panorama general en Álvarez Martínez (1988, pp. 99-120), con la biblio-
grafía anterior y los prototipos del mosaico emeritense; de entre ella, merecen destacarse
los análisis de Elderkin (1935. pp. 94-104); Elderkin (1937, pp. 223-226); Brommer (1973,
pp. 663-670) Y de Von Heintze (1977, pp. 437-443).
4. Quet (1987, p. 53). Un caso, mucho más tardío, podemos verlo en la vajilla de pla-
ta de Lámpsaco, del siglo VI d.C., con máximas atribuidas a los Siete Sabios, entre ellos So-
Ión: Baratte (1992, pp. 5-20).
5. Snell (1971, pp. 145-161).
6. Morelli (1963, pp. 182-196); Ugenti (1983, pp. 259-265); Snell (1971, pp. 162-173);
sobre la figura de Solón en el mundo tardorromano, vid. Oliva (1973, pp. 58-60); Opelt
(1980, pp. 24-35).
BIBLIOGRAFÍA
Las siglas y abreviaturas empleadas en esta bibliografía se corresponden
siempre con las utilizadas por el Anné Philologique.

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Strat. Eneas Táctico, Stratagemata
Tim. Platón, Timeo
Tue. Thcídides
ÍNDICE

1. INTRODUCCIÓN • 7

PRIMERA PARTE

2. BREVES APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE SOLÓN • 11


2.1. La personalidad de Solón . 11
2.2. Solón como uno de los Siete Sabios 11
2.3. Otros datos biográficos. 12

3. ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. ASPECTOS SOCIALES Y POLíTI-


COS 14
3.1. Introducción. 14
3.2. Visión general de los grupos sociales atenienses. 14
3.3. La visión de Solón, expresada en sus poemas 16
3.4. El problema de los hectémoros y las deudas. 19
3.4.1. El problema de la tierra . 19
3.4.2. Las restantes actividades económicas. Comercio y
moneda (¿ ?). 24
3.5. El planteamiento general del conflicto y el ascenso político
~~~. ~
3.5.1. Visión general del conflicto y sus orígenes 26
3.5.2. La importancia del episodio de Salamina 30
3.5.3. La primera Guerra Sagrada 36

4. LA OBRA DE SOLÓN. 39
4.1. Los últimos pasos hacia el arcontado. 39
4.2. El arcontado de Solón y sus poderes extraordinarios 47
4.3. La seisachtheia . 51
4.4. La labor política de Solón. Sus reformas. 57
4.4.1. La división de la ciudadanía según el censo; las ma-
gistraturas . 57
4.4.1.1. La nueva ciudadanía ateniense 57
300 SOLÓN DE ATENAS

4.4.1.2. Modificaciones urbanas en la ciudad de


Atenas 63
4.4.1.3. Las magistraturas 66
4.4.2. El Areópago 70
4.4.3. La Boulé de los 400 y la Asamblea popular (ekk/e-
sía) 71
4.4.4. Los tribunales de justicia . 74
4.4.5. Pesos y medidas; la cuestión de la moneda . 76
4.4.6. Medidas varias . 78
4.5. Las leyes de Solón 85
4.5.1. El problema del soporte físico de sus leyes. Axones
y kyrbeis. Importancia del mismo para la compren-
sión de la legislación 86
4.5.2. El contenido de la legislación soloniana . 89
4.5.3. Significado de la legislación soloniana y de su labor
reformadora. 90
4.6. El rechazo a la tiranía . 94
4.6.1. Solón y su negativa a hacerse tirano . 94
4.6.2. Sus vinculaciones con Pisístrato 96
4.7. Conclusión 98

5. Los VIAJES DE SOLÓN ANTES y DESPUÉS DE SU ARCONTADO. SU IM-


PORTANCIA EN RELACIÓN CON LA LABOR LEGISLATIVA. 100
5.1. La tradición de su dedicación al comercio 100
5.2. Los viajes posteriores al arcontado, entre la realidad y la
ficción 102
5.2.1. Egipto 102
5.2.2. Chipre 104
5.2.3. Lidia. 104
5.2.4. Otros. 105
5.3. Conclusión 106

6. RESULTADOS DE LA LABOR DE SOLÓN . 107


6.1. Insatisfacción de las partes. 107
6.2. Nuevo enfoque de la lucha política 109
6.3. ¿Solón revolucionario o conservador? 111

SEGUNDA PARTE

7. LAS FUENTES 119


7.1. Introducción al problema de las fuentes. 119
7.2. Los poemas de Solón . 121
7.2.1. Problemática de los poemas . 121
íNDICE 301

7.3. Las Leyes de Solón . 154


7.4. Heródoto. 156
7.4.1. Consideraciones generales 158
7.5. Aristóteles. La Athenaion Politeia y la Política 160
7.5.1. La Athenaion Politeia . 160
7.5.1.1. Consideraciones generales. 165
7.5.2. La Política de Aristóteles. 166
7.5.2.1. Consideraciones generales. 170
7.6. Diodoro Sículo . 170
7.6.1. Introducción . 170
7.6.2. Consideraciones generales 177
7.7. Plutarco. 178
7.7.1. La Vita Solonis . 178
7.7.1.1. Consideraciones generales. 196
7.7.2. El Banquete de los Siete Sabios . 198
7.7.2.1. Consideraciones generales. 201
7.8. Diógenes Laercio . 202
7.8.1. Introducción 202
7.8.2. Consideraciones generales 207
7.9. Otras fuentes y noticias. 208
7.9.1. Los comediógrafos. 208
7.9.2. Isócrates y Androción . 208
7.9.3. Platón 209
7.9.4. Demóstenes y Esquines 209
7.9.5. Fanias, Heraclides Póntico, Hermipo. 210
7.9.6. Otros autores 210
7.10. Conclusión . 210
7.10.1. Introducción. 210
7.10.2. Importancia de los poemas 210
7.10.3. Las leyes. 211
7.10.4. Tradiciones orales 211

8. CONCLUSIÓN 214

NOTAS 217

BIBLIOGRAFÍA 266

LISTA DE ABREVIATURAS EMPLEADAS 297


Este libro,

publicado por EDITORIAL ClúnCA,

se acabó de imprimir

en los talleres de A & M Gráfic

el 29 de diciembre de 2001
na de las figuras históricas más atractivas de la Grecia Arcaica es, sin duda,
D la de Solón. Miembro de una de las familias más distinguidas de Atenas,
dedicó buena parte de su vida a limitar los excesos de los aristócratas, a intro-
ducir una serie de reformas para garantizar los derechos y obligaciones de sus
conciudadanos y a elaborar una legislación para impedir que los poderosos
pudiesen cometer en el futuro los desmanes que habían llevado a la ciudad de
Atenas al borde del desastre. Solón se nos presenta, además, con voz propia,
puesto que a su importante labor política y legislativa se añade su condición
de primer poeta ateniense del que tenemos noticia.
La historia de Solón es la de un hombre a quien, a pesar de habérsele ofreci-
do explicíta e implícitamente el poder absoluto, la tiranía, sabe renunciar a
ella tanto por responsabilidad moral cuanto por ahorrar sufrimientos a su
patria y es también la del individuo que tiene que sobrellevar, una vez que
abandona la política, la incomprensión que sus mectidas provocaron en sus
contemporáneos. No obstante, la posteridad le recompensó elevándole a la
categoría de Sabio y, al integrarlo dentro del grupo de los Siete Sabios, le con-
virtió en paradigma de moderación, de mesura y de justicia; con ello, su figu-
ra se proyectó más allá de su propio periodo histórico, sirviendo como ejem-
plo y modelo durante los siglos venideros.
Este libro, que nos ofrece una visión integral de Solón, como político activo
en la Atenas de su tiempo y como intelectual preocupado por los males de la
sociedad, constituye un modelo de historia total conseguido a partir del estu-
dio específico de una personalidad histórica de extraordinario interés.

Adolfo J. Domínguez Monedero, doctor en Historia Antigua por la


Universidad Complutense de Madrid, es en la actualidad profesor de Historia
Antigua en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha centrado su actividad en
el estudio de la colonización griega, en la que es reconocido especialista, así
como, en general, en la Historia de la Grecia antigua y también en el desarro-
llo histórico de las culturas protohistóricas de la Península Ibérica. Fruto de
sus investigaciones son sus numerosos articulas sobre dichos temas, así como
su participación en Congresos y Reuniones de estudio especializadas, tanto en
España como en el extranjero. Entre sus libros destacan La colonización grie·
ga en Sicifia: griegos, indígenas y púnicos en la Sicilia arcaica (Oxford,
1989), La polis y la expansi6n colonial griega (siglos VIIl- VI) (Madrid, 1991)
y Las griegos en la Penlnsula Ibérica (Madrid, 1996). También es co-editor
del libro Arte y Poder en el Mundo Antiguo (Madrid, 1997) y co-autor de
Esparta y Atenas en el siglo Va.e. (Madrid, 1999), y de Historia del Mundo
clásico a través de sus Textos. l. Grecia (Madrid, 1999).

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