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Dominguez Solon de Atenas
Dominguez Solon de Atenas
Domínguez Monedero
SOlÓN
DE ATENAS
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SOLÓN DE ATENAS
CRÍTICA/ARQUEOLOGÍA
Director: DOMINGO PLÁCIDO
ADOLFO 1. DOMÍNGUEZ MONEDERO
SOLÓN DE ATENAS
CRÍTICA
BARCELONA
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las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribu-
ción de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
Salón es uno de los primeros atenienses (por no decir el primero) del que
sabemos algo más que su nombre y algún dato aislado;! quizá por ello su fi-
gura, podemos avanzarlo desde ahora mismo, atrajo la atención de los ate-
nienses y, en general, de los griegos desde el mismo momento de llevar
a cabo su actividad política. Un individuo que alcanza el máximo poder po-
lítico y legislativo en la ciudad de Atenas, que lleva a cabo una intensa obra
en el periodo de su arcontad02 y cuyas leyes se convierten en la base del sis-
tema jurídico y legislativo ateniense, no podía por menos que desempeñar un
papel importante de cara a la posteridad. A ello se añadiría la idea de mo-
deración que se desprende de sus poemas, aunque acerca de este aspecto
tendremos ocasión de hablar en detalle con posterioridad, así como sus via-
jes y el encuentro (ficticio en muchos casos) con algunas de las personalida-
des más famosas del momento.
594 a.C14 De su vida antes de ese momento se sabe que, aparte de una serie
de viajes juveniles, en el periodo entre los mismos y su acceso al arcontado
participa en la primera Guerra Sagrada, en el conflicto entre los Cilonianos
y los Alcmeónidas, en la purificación de Atenas por Epiménides de Creta y
en la captura de Salamina 15 y aunque algunos autores modernos sugieren
que también pudo haber participado en la toma de Sigeo, no hay ningún tes-
timonio directo que vincule a Salón a este hecho que, en todo caso, tuvo lu-
gar pocos años antes de su acceso al arcontado. 16 Hay también varias tradi-
ciones controvertidas acerca del destino de sus restos tras su muerte y que
incluyen desde su incineración y el esparcimiento de sus cenizas por Salami-
na o por Chipre, o la de que fue enterrado a expensas públicas junto a la mu-
ralla de Atenas, a la derecha según se entraba (Ael., V.H., 8, 16).17 Todavía
en el siglo II d.C se conservaba una estatua de bronce de Salón en el ágora
de Atenas, delante de la estoa pintada (Dem., 26, 23; Paus., 1, 16, 1) Y en el
ágora de Salamina había otra estatua suya, quizá erigida a principios del si-
glo IV a.C (Dem., 19,251; Esquines, 1,25).
3. ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI a.C.
ASPECTOS SOCIALES Y POLÍTICOS
3.1. INTRODUCCIÓN
---._-----~ - - - - .---
FIGURA 1. Túmulo aristocrático ateniense, de mediados del siglo VI, en tiempos con-
siderado como la tumba de Salón.
dor. Cuando los recursos del deudor eran insuficientes para satisfacer la cre-
ciente deuda y cuando los servicios ofrecidos resultaban también insuficien-
tes, el acreedor podría proceder contra la familia del deudor y, tras someter-
lo a esclavitud y venderlo (frecuentemente en el extranjero), intentar
recuperar parte de la inversión efectuada. 22 Ello queda claramente y unáni-
memente expresado en nuestras fuentes principales (por ejemplo, Aristóte-
les, Ath. Poi., 2, 3 YPlut., Sol., 13,3-5) cuando aseguran que los préstamos se
tomaban únicamente a partir de garantías personales, esto es, pudiendo to-
mar el acreedor a la persona del deudor como garantía del pago de la deuda,
y ejecutando esa garantía del mejor modo que le pareciera, lo que solía im-
plicar, por consiguiente, su eventual esclavizamiento y ulterior venta. 23
Cuando la cuantía de la deuda y los intereses acumulados alcanzaban un
monto tal que hacía en la práctica imposible su restitución, y seguramente
previa declaración legal en tal sentido, el acreedor asumiría tanto la tutela
efectiva de la tierra del deudor, ya que seguramente no su propiedad, cuan-
to una parte del producto anual de la misma que, posiblemente fijado tam-
bién por el uso, debía de rondar la sexta parte del mismo; es probable que
mediante este mecanismo el deudor escapase al procedimiento, más penoso
y, a medio plazo más lesivo para los intereses del acreedor, del esclaviza-
miento. 24 Perdida, pues, la esperanza de recuperar lo prestado y sus intere-
ses, el deudor, atado a su tierra, pasaba a ser un dependiente del acreedor; el
deudor, que pasará a llamarse «hectémoro» (<<el de la sexta parte» )25 tendría
obligación de por vida de seguir aportando en concepto de «cuota» o «ren-
ta» (misthosis: Arist., Ath. Poi., 2, 2) ese porcentaje de su producto sin espe-
ranza alguna de verse liberado jamás de ese vínculo que, centrado sobre la
tierra e, indirectamente sobre su propietario, servía de prenda de la perpe-
tuidad de la obligación y de la perduración de la misma generación tras ge-
neración, indefinidamente. 26 Para marcar la obligación que pesaba sobre esa
tierra y sobre su dueño, unos mojones o horai hacían patente el vínculoP
Ello no implica, naturalmente, que la esclavitud por deudas desapareciese, si
bien es probable que el acreedor decidiese según las propias circunstancias
del caso qué posibilidad, de entre las que se le ofrecían, adoptar en cada oca-
sión. 28
Probablemente, en su afán por ocupar más tierras los aristócratas eupá-
tridas no tuviesen reparo también en instalarse en tierras públicas (sagradas
y comunales) y algunos autores han hecho de esta posibilidad la causa últi-
ma y casi única de la difícil situación por la que atraviesa la parte más débil
de la población ateniense, interpretando en consecuencia todas las referen-
cias que hallamos en Salón y en el resto de las fuentes. 29 Desde mi punto de
vista, sin embargo, el principal problema que afecta a Atenas no es otro que
el del endeudamiento y el del surgimiento de medios que hiciesen rentable a
la aristocracia dirigente el mantenimiento del sistema; naturalmente que si,
además, se estaba dando una apropiación de tierras públicas (lo que tampo-
co está totalmente probado pero no es descartable), las posibilidades del pe-
queño campesino de complementar sus ingresos con otras actividades que
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 21
moros y por lo tanto de propiedades variadas, que podía tratar como si fue-
ran propias, podía tener la tentación de modificar los cultivos existentes en
las mismas. Hay una clara tendencia en el Ática dirigida al fomento del cul-
tivo del olivo, en detrimento de otros productos, debido a la fácil salida co-
mercial que este producto tenía, especialmente en unos años como los fina-
les del siglo VII en que las condiciones del Mediterráneo debían de hacer
atractiva, por lucrativa, la actividad económica46 y debido también a las ex-
celentes condiciones naturales del Ática para el desarrollo del 0livar. 47 El
propio Solón, como indican nuestras fuentes, se dedicó al comercio y aunque
no sea en absoluto un hecho relacionable directamente, varios siglos después
Platón que también se dedicó, al menos ocasionalmente al comercio, se pagó
su viaje a Egipto con la venta allí de aceite; en todo caso, Plutarco incluye
ambas referencias en el mismo apartado de su biografía de Solón (Plul., Sol.,
2,2).
Atenas fue una gran productora de aceite durante el siglo VII; la amplia
difusión de las ánforas oleícolas atenienses durante el siglo VII (las conocidas
como ánforas «SOS» )48 muestra el importante papel que ha jugado Atenas
durante ese siglo en la exportación de ese producto;49 y, como se sabe, esa
apuesta por el desarrollo del olivar, tendente a convertirse en un monoculti-
vo y favorecer a los ricos propietarios atenienses, es fomentada por el con-
trol que ejercen, de Jacto, sobre buena parte de las tierras del Ática y es po-
sible gracias a la disponibilidad de abundante mano de obra barata,
requerida durante la época de la recolección, transporte y elaboración del
aceite. Es, pues, posible encontrar una cierta lógica en la política seguida por
los ricos propietarios de tierras dispuestos a perpetuar el sistema del hecte-
morado porque con ello podían seguir ampliando las tierras dedicadas al oli-
vo y, así, sus propios beneficios.
Pero esa apuesta masiva por el olivar era, en sí misma, arriesgada porque
podía poner en peligro el abastecimiento en cereal de la ciudad; quizá no sea
casual que a partir de los primeros decenios del siglo VI, esto es, después de
la actividad política de Solón las exportaciones áticas de aceite empiecen un
lento declive e, incluso, se modifique el tipo de ánfora utilizada para su trans-
porte50 y que la disposición que tomará Solón durante su mandato, y que
prohibiría cualquier exportación ateniense, con excepción del aceite (Plul.,
Sol., 24, 1) posiblemente podamos tomarla como una medida marcadamen-
te proteccionista de ese producto y, consecuentemente, de los intereses de los
terratenientes áticos que podrían haber visto mermados sus beneficios una
vez que perdieron el control de las tierras de los hectémoros, los cuales pu-
dieron hacer revertir sus tierras recién recuperadas a otros usos más tradi-
cionales.
24 SaLóN DE ATENAS
dentro del marco de una economía campesina cuyo ideal era (y lo seguiría
siendo siempre) el autoabastecimiento.
En esta visión de un comercio estrechamente vinculado a las necesidades
de la economía personal, los productos que eran objeto de intercambio se-
guramente eran, sobre todo, artículos manufacturados o metales, preciosos o
no, que marcarían en último término el nivel de riqueza y, por ello, de poder
de sus propietarios. A pesar de que a veces se ha sugerido,55 yo no sé hasta
qué punto los terratenientes áticos se dedicarían a importar cereales, posi-
blemente deficitario en el Ática; en sus tierras, en las propias y en las por
ellos controladas, el cereal crecía sin duda ninguna y quizá en el origen del
problema se hallaba también, precisamente, la venta en el extranjero de par-
te de ese cereal, en detrimento de las propias necesidades del consumidor
ático. 56
Posiblemente los hectémoros pudieran también cultivar el cereal necesa-
rio para, al menos, complementar su dieta, y en cuanto a los asalariados, sus
pagos, que casi con seguridad se realizaban en especie, incluirían tam-
bién productos alimenticios. Así, sin negar la posibilidad de que a Atenas pudie-
se llegar grano importado, yo no creo que la aristocracia terrateniente tuvie-
se una política expresa en tal sentido. Los aristócratas eran individuos pro-
fundamente involucrados en una dinámica competitiva en la que superar a
sus iguales era un requisito indispensable para reforzar la propia arete; y esta
superación implicaba desde vestir y adornarse de la forma más vistosa posi-
ble hasta ofrecer banquetes y symposia memorables;57 todo esto no ha deja-
do demasiadas huellas pero este deseo aristocrático de sobresalir podemos
observarlo, por ejemplo, en el terreno de los rituales funerarios. Precisamen-
te, según vamos avanzando en el siglo VII observamos el afán de las grandes
familias áticas de competir con sus iguales en el aspecto externo de las tum-
bas en las que entierran a sus miembros; buena parte de los mayores túmu-
los funerarios de los cementerios de Atenas corresponden a los decenios
finales del siglo VII. Se trata de enormes túmulos de entre 6 y 10 m. de diá-
metro y más de un metro de altura, frecuentemente rematados por estelas o,
incluso, por esculturas que pugnaban por el poco espacio disponible y que
muestran, palpablemente, ,ese afán por la excelencia individual que tan caro
era a las aristocracias arcaicas; al tiempo, las ceremonias que acompañaban
tales enterramientos, y en la que los banquetes posiblemente jugaban un pa-
pel fundamental, son también prueba de esa ampulosidad. 58
Todo ello nos habla de unos aristócratas quizá no demasiado preocupa-
dos por las cuestiones económicas, al menos en un plano teórico, sino bus-
cando tan sólo incrementar sus beneficios como medio de mantener e incre-
mentar su nivel de vida y hacer exhibición del mismo en el marco de la
sociedad aristocrática; en este sentido, tanto la práctica del comercio como
la acumulación de tierras eran medios para lograr estos fines. Es difícil decir si
ha existido o no una planificación económica en estas actividades, puesto que
lo único que conocemos (o, al menos, intuimos) son los resultados de las mis-
mas, que pueden resumirse en la búsqueda de nuevos medios de fortuna con
26 SOLÓN DE ATENAS
cierto modo anacrónico para fines del s. VII, y el propio Aristóteles contribu-
ye a ese anacronismo por el uso que hace de las palabras; aun cuando hay
opiniones divergentes, parece que será Solón quien, como consecuencia de
sus reformas, establezca formalmente la ciudadanía en Atenas,63 aun cuando
todavía con diferencias con respecto a la ciudadanía de época clásica que
surge tras las reformas de Clístenes y acaba definiéndose tras la llamada ley
de ciudadanía de Pericles del 451/0 a.C.;64 no obstante, emplearemos habi-
tualmente los términos «ciudadano» y «ciudadanía» durante nuestra exposi-
ción a fin de evitar perífrasis innecesarias, para referimos a aquellos indivi-
duos que gozan de derechos dentro de la polis ateniense, por contraposición
a los que no disfrutan de ellos. En los apartados ulteriores espero que vayan
quedando claros cuáles son esos derechos y cómo se ejercen.
Volviendo al hilo de la argumentación, es probable que el mencionado
otorgamiento de la ciudadanía a quienes dispusieran de armamento hoplíti-
co fuese visto como una concesión revolucionaria por parte de los círculos di-
rigentes áticos pero sería lo máximo a lo que los mismos estaban dispuestos
a llegar para tratar de garantizarse una cierta paz social; sin embargo, y aun
cuando no disponemos de estimaciones demográficas que nos permitan co-
nocer a cuántos individuos benefició esta medida, lo cierto es que al consa-
grarse definitivamente la situación de los hectémoros, muchos de los que teó-
ricamente podían beneficiarse de ese acceso a la ciudadanía lo tenían cada
vez más difícil puesto que una parte no negligible de su renta iba a parar a
su respectivo acreedor al tiempo que, posiblemente, la situación de su tierra
«esclavizada» quizá les descalificase para convertirse en ciudadanos de ple-
no derecho, al ser poco más que clientes y, por lo tanto, no disponer plena-
mente de sus personas.
Además, si pensamos que la situación va empeorando en los poco más de
veinte años que van desde la época de la legislación de Dracón hasta el ini-
cio de la actividad política de Salón, no resulta arriesgado suponer que mu-
chos a quienes se les había reconocido el derecho a la ciudadanía mediante
las medidas del primero habrían ido perdiendo esa cualificación como con-
secuencia del progresivo endeudamiento. Desde mi punto de vista, puede
que estos individuos, que posiblemente hubiesen acabado accediendo a la
ciudadanía tras la obra de Dracón, al verse privados no sólo de la libre dis-
posición de sus tierras sino, por ello mismo, de sus derechos cívicos, pudiesen
haber ejercido una fuerte presión social que acaso otros grupos sociales (los
pelatai y/o thetes) no hubiesen podido ejercer dado que, ciertamente, nunca
habían tenido derechos auténticamente reconocidos.
Da la impresión de que, aparte de otras reivindicaciones, sobre las que
más adelante volveremos, una de las principales debía de ser el reparto de
tierras (ges anadasmos); esta idea la encontramos expresada tanto en Aris-
tóteles (Ath. Poi., 11, 2) como en Plutarco (Sol., 13, 6; 16, 1) Y según el pri-
mero de ellos el propio Solón se pronunciaría sobre su postura al respecto en
uno de sus poemas (frag. 23 0).65 Sin entrar en detalle en ejemplos, el re-
o parto de tierra era, como es fácil de entender en una sociedad que basaba en
28 SaLóN DE ATENAS
,
ELEUSIS
MÉGARA
• •ATENAS
NISE:
• • oo.
[) o
~,--~--~----~~,
20 km
ática, relativamente próxima a la zona usada por entonces por los atenienses
como puerto, Falero, y a aquélla donde con el paso del tiempo surgiría el fu-
turo puerto de Atenas, el Pi reo. Si Mégara controlaba Salamina, las comuni-
caciones de Atenas con Eleusis podían dificultarse considerablemente
en caso de hostilidad y, con ello, la posibilidad de acceso directo hasta el te-
rritorio megáreo; por el contrario, si era Atenas quien ejercía su autoridad
sobre la isla, el puerto de Nisea se hallaría permanentemente amenazado; en
todo caso, el control de Salamina era vital para que Atenas tuviese una bue-
na comunicación por mar con el área del istmo de Corinto y, en general, con
todo el Golfo Sarónico. 85
No se sabe con certeza cuándo ocupó Mégara la isla de Salamina, aun-
que posiblemente lo hiciese en algún momento del siglo VII, tal vez como
consecuencia de la reacción megárea al fiasco de Cilón;86 quizá Atenas no
había mostrado demasiado interés en la isla hasta entonces pero, indudable-
mente, una fuerza enemiga en ella, como decíamos anteriormente, podría
poner en serios peligros las comunicaciones entre Atenas y el importante
32 SOlÓN DE ATENAS
centro de Eleusis, prácticamente aislado del resto del Ática por el sistema
montañoso del Egáleo. A veces también se han aducido intereses comercia-
les para justificar el nuevo interés de Atenas por la isla,87 y quizá no haya que
descartarlos por completo pero a mí me parece que el principal motivo de
alarma hay que verlo en esta eventualidad de aislar a una parte importante
del territorio ático del resto del mismo; además, para los atenienses la isla era
suya o la consideraban suya, como muestran los propios fragmentos de So-
Ión (por ejemplo, el frag. 2 D).
No conocemos, pues, ni los detalles de la pérdida de la isla ni de los inten-
tos de recuperarla ni de cuánto tiempo duró la situación, pero es posible que
todo ello sean secuelas de la enemistad entre Atenas y Mégara tras el asunto
de Cilón y el asesinato de sus partidarios, apoyados por esta última;88 he-
mos de pensar que, como solía ser frecuente, debió de haber escaramuzas de
baja intensidad durante cierto tiempo, posiblemente seguidas de alguna
derrota más severa sufrida por los atenienses; sería como consecuencia de
ella por lo que Atenas habría desistido de su empeño frente a la entonces más
potente Mégara, aprobando incluso una ley que prohibiría plantear una nue-
va guerra por Salamina bajo pena de muerte (Plut., Sol., 8, 1; Polieno, Strat., 1,
20, 1; Diog. Laert., 1,46; Just., 11, 7); la ley en cuestión la mencionaría ya De-
móstenes (19, 252) pero no sería improbable que la misma no haya existido
nunca y que haya sido la lectura e interpretación posterior de los poemas de
Solón la que haya introducido muchos de los elementos presentes en la tra-
dición, como la referencia al heraldo que Solón hace, evidentemente, en
el frag. 2 D que pudo dar lugar a creer que existía esa prohibición por ley o la
referencia a la locura en el fragmento 9 D, que pudo introducir también este
otro tema. 89
El primer mérito de Solón en este asunto habría consistido, pues, en ha-
ber introducido de nuevo en el debate político el asunto de Salamina me-
diante la alocución pública de un poema que inflamaría los ánimos al aver-
gonzar y hacer responsables a los atenienses de haber abandonado a su
suerte a la isla90 y obligaría a derogar la ley anterior ya reiniciar la lucha por
Salamina. Los detalles sobre cómo obró Solón varían según las fuentes e in-
cluyen los ya mencionados tópicos, desde el de un Solón haciéndose pasar
por loco hasta Solón ocupando el puesto (y por ello la inmunidad) del he-
raldo y recitando una poesía en lugar de pronunciando un discurso, con lo
que burlaría la ley que prohibía tratar del tema de Salamina;91 en el comen-
tario a las fuentes pueden hallarse algunos de estos detalles.
No obstante, no es improbable que Solón aprovechase un momento de
debilidad en Mégara que hacia esos años, en torno al 600, habría sufrido un
fuerte revés frente a Samos, en pugna por la posesión de Perinto (Plut. Mor.
303E 9 - 304C 3), perdiendo unos veinte barcos y cayendo prisioneros unos
600 megáreos. Si bien estos prisioneros acabaron regresando a Mégara, el
golpe sufrido pudo haber sido aprovechado por Atenas para intentar reocu-
par la isla92 y Solón, posiblemente en connivencia con gentes próximas a él
(al menos puede pensarse a partir de lo que asegura Plutarco, Sol. 8,3) ha-
ATENAS A INICIOS DEL SIGLO VI A.e. 33
dad en fuentes que escriben mucho tiempo después ll2 y otros, por fin, inten-
tan buscar otro tipo de datos, por ejemplo arqueológicos y topográficos para
intentar mostrar, al menos, la existencia de las condiciones necesarias
para que dicha guerra pudiese haberse celebrado. ID Para nuestro propósito
nos interesa que, al menos desde el siglo IV a.e. surge la idea de que Solón
había jugado también un papel relevante en dicha guerra; sobre cuál pudo
haber sido este papel tampoco se ponen de acuerdo los autores antiguos, ya
que mientras que para Aristóteles en una obra perdida llamada «Catálogo
de los vencedores Píticos» (frag. 615 Rose) Soló n habría sido quien conven-
ció a los Anfictiones a declarar la guerra a los de Crisa (también en Esqui-
nes, 3,108 YPaus., X, 37, 6-7), para otros autores, como el desconocido Evan-
tes de Samos (ap. Plut., Sol., 11,2), Solón habría sido el general. No obstante,
Plutarco, buen conocedor de todo lo que se refiere al santuario délfico, ase-
gura que el estratego ateniense fue AIcmeón, hijo de Megacles, mientras que
Pausanias (X, 37, 6) asegura que quien dirigió las operaciones en su conjun-
to fue el tirano Clístenes de Sición;114 la intervención tesalia, sin duda decisi-
va en el planteamiento del conflicto a veces se pasa por alto,J15 pero se sabe
que el jefe del contingente tesalio fue Euríloco, de la familia de los Alévadas
(Schol. in Pynd. Pyth. b, 1). En todo caso, la guerra habría durado varios
años (diez según la tradición) y su final habría tenido lugar hacia el 591/590
a.e. (Marmor Parium, ep. 37), iniciándose en los años sucesivos los reorga-
nizados Juegos Píticos.11 6
Es bastante difícil pronunciarse al respecto de la posibilidad o no de par-
ticipación de Solón en el episodio; por una parte, es cierto que las fuentes del
siglo IV son las más antiguas que aluden a la participación de Solón en la pri-
mera Guerra Sagrada y que no parece haber referencias anteriores, lo que
permitiría pensar que esta información no es más que un añadido ulterior de
la tradición, aprovechando el evidente colorido délfico que tiñe toda la tra-
dición sobre Solón. 1I7 Sin embargo, es precisamente este barniz délfico, que
parece ser bastante antiguo ya que estaba claramente generalizado en la épo-
ca de Heródoto hasta el punto de ocultar parcialmente su realidad histórica,
el que sugiere que para el santuario de Apolo Solón fue un personaje rele-
vante tal vez, podría pensarse, por el recuerdo de pasados favores prestados
por el ateniense al mismo.
Sea como fuere, el argumento es prácticamente circular, lo que hace que,
de momento, suspendamos nuestro juicio al respecto, no sin antes apuntar
que, en todo caso, el contexto de la época en que presumiblemente tuvo lu-
gar la guerra encaja bastante bien con los intereses de los eupátridas ate-
nienses por abrirse camino en un mundo griego del que han estado bastante
aislados. Baste al respecto recordar cómo fue precisamente el hijo de ese
Alcmeón, Megacles, nieto por consiguiente del Megacles responsable de la
muerte de los partidarios de Cilón, quien acabó casándose con Agariste,
la hija del tirano Clístenes de Síción (Hdt., VI, 130), que aparece en algunas
tradiciones como encabezando la guerra contra los de Crisa. Igual que Cilón
anteriormente, también AIcmeón acabaría triunfando en los Juegos Olímpi-
38 SaLóN DE ATENAS
cos (posiblemente en los del 592 a.e.) aunque en una especialidad diferente
como era la carrera de caballos, siendo, según parece, el primer ateniense
que obtuvo la victoria en esta modalidad (Isoc., 16, 25).
En este mundo, pues, de poderosos clanes aristocráticos enfrentados, una
manera de obtener gloria, además de mediante la participación en las com-
peticiones atléticas, era a través de la guerra; las relaciones de los Alcmeóni-
das con el santuario de Delfos fueron excelentes durante el siglo V¡118 y qui-
zá también puedan remontarse a la participación de Clístenes de Sición y de
su futuro consuegro Alcmeón de Atenas, en esa guerra contra los de Crisa
que ulteriormente se conoció como primera Guerra Sagrada. El papel de Sa-
lón, en medio de estos poderosos aristócratas es difícil de percibir; no obs-
tante, es probable que el prestigio conseguido tras la reconquista de Salami-
na, en la que, no lo olvidemos, suele aparecer relacionado con Pisístrato
(seguramente anacrónico), rival declarado de los Alcmeónidas, le hubiese
dotado de cierto ascendiente en la escena política ateniense, hasta el punto
de que a pesar de que en las «Memorias» del santuario de Delfos a que alude
Plutarco (Sol., 11, 2), que debía de conocerlas bien, como estratego atenien-
se figuraba Alcmeón, la participación de Solón debía de darse por descar-
tada.
Sea como fuere, y por no alargarnos más sobre este punto, y aunque al
final no podamos determinar qué grado de participación tuvo Solón en la in-
tervención ateniense a favor de Deltas, es probable que la misma diese sus
frutos no demasiado después, justo en el momento en el que Solón iba a ini-
ciar su actividad política y legislativa. l19
4. LA OBRA DE SOLÓN
tencia antes de Solón parece segura, a pesar de que algunos autores antiguos
hacían al propio Solón su creador. 12
La intervención de Solón en todo este asunto es bastante problemática
puesto que, como hemos argumentado, parece que se hallaba bastante pró-
ximo a los Alcmeónidas, lo que justificaría también que atendiesen su con-
sejo de aceptar el juicio; es también probable que esta aceptación se debiese
a que pensaban disponer de apoyos suficientes en el Areópago para resultar
absueltos. Y, sin embargo, su condena y expulsión demuestra, o bien un error
de cálculo por parte de los Alcmeónidas, o bien que tenían certeza de dispo-
ner de más apoyos de los que, a la postre tuvieron. Y en toda esta cuestión
flota la sospecha sobre la actuación de Salón.
La intervención de Solón en la expulsión, directa o indirectamente, no
aparece mencionada ni en Heródoto (V, 71) ni en Tucídides (1, 126) que la
narran con cierto detalle, lo que nos priva de informaciones más próximas a
los hechos. Por ende, la parte conservada de la Constitución de los Atenien-
ses empieza justamente con la referencia a Mirón de Flíes, quien según Plu-
tarco (Sol., 12,4) llevó la acusación, habiéndose perdido todos los prolegó-
menos.J3 No obstante, el que utilice, al referirse a los jueces, la misma
expresión que Plutarco (aristinden) sugiere que tanto éste como Aristóteles
pueden estar usando la misma fuente y que, por consiguiente, quizá en el re-
lato aristotélico también hubiese jugado Salón algún papel relevante. Preci-
samente esta circunstancia hace que la participación soloniana en el asunto
no pueda certificarse. Sea como fuere, la desaparición de la vida política ate-
niense de una familia tan influyente no podía dejar de beneficiar a Salón, hu-
biese tenido él o no algo que ver en la decisión. Es posible que muchos de
los partidarios de los Alcmeónidas, descabezados, hubiesen vuelto sus lealta-
des hacia Salón, en quien podían reconocer a un valedor de sus intereses
frente a los que habían conseguido expulsar por sacrílegos a los Alcmeóni-
das. De cualquier modo, la ausencia de este genos allanaba el camino de Sa-
lón hacia el poder. 14
La situación de tensión que se vivía en la ciudad, después de la expulsión
de los sacrílegos, tanto vivos como muertos, requería medidas especiales en
el terreno religioso. La polis estaba impura por el sacrilegio cometido más de
treinta años atrás,15 y posiblemente por la exhumación de los cadáveres
de los Alcmeónidas y su expulsión más allá de las fronteras de Atenas;16 sin
duda para relajar la tensión se pensó en traer a alguien con carisma para pu-
rificar la ciudad y el elegido fue Epiménides de CretaP Su llegada a Atenas
en relación con el sacrilegio Alcmeónida la mencionan Aristóteles (Ath. Poi.,
1) y, con mucho más detalle, Plutarco (Sol., 12, 7). En la biografía que Dió-
genes Laercio realiza de este personaje asegura que estuvo en Atenas du-
rante la Olimpiada cuadragésimo sexta (596/5-593/2 a.e.) (Diog. Laert., 1,
110) para purificar la ciudad, abrumada por la peste; asegura también Dió-
genes que fue la Pitia quien ordenó esa purificación y que el encargado de ir
hasta Creta para traer al vidente fue Nicias, hijo de Nicérato. La noticia en sí
resulta problemática, puesto que el más famoso de los que conocemos con
LA OBRA DE SaLóN 45
Uno de los datos en los que concuerda la mayor parte de la tradición an-
tigua es el consenso que determinó la promoción de Salón al arcontado; es
tanto la visión de Aristóteles, que aseguraba que los dos grupos enfrentados
escogieron en común (koine) a Salón para que fuera arconte y «mediador»
o «árbitro» (diallaktes) (Ath. Poi., 5, 2) como la de Plutarco, aunque éste ase-
gura que fueron los atenienses más juiciosos los que pidieron a Salón que se
hiciera cargo de los asuntos públicos (Plut., Sol., ~4, 1). Curiosamente, cuan-
do Salón haga balance de su labor, que es seguramente la interpretación que
hay que dar al fragmento 24 D, él mismo se coloca como sujeto de la acción,
él mismo es el que asegura que «reunió» al pueblo, mostrando así algo que
48 SOLÓN DE ATENAS
4.3. LA SEISACHTHElA
Es difícil saber cómo se materializó la labor de Solón una vez que acce-
dió al arcontado y empezó a hacer uso de los poderes extraordinarios que se
le habían confiado, cómo puso en marcha sus reformas, qué medidas se adop-
taron primero y cuáles fueron después o si, por el contrario, todas ellas fue-
ron hechas públicas al tiempo. Otro problema, igualmente, es saber si sus
medidas de ordenación política fueron simultáneas a su labor legislativa o si,
por el contrario, y como sostienen algunos autores,44 ésta fue posterior. Ya
volveremos más adelante sobre estas cuestiones. Sin embargo, lo que parece
bastante probable es que la si saetía fue la primera medida que tomó, al me-
nos a juzgar por el testimonio de Plutarco (Sol., 15, 2). El nombre que se
le dio a esta «medida de choque», seguramente por el propio Solón, sisactía
(PluL, Sol., 15, 2),45 lo era en sentido figurado, ya que el término significaba
«descarga», aunque en la práctica parece haber sido algo más concreto.46 la
abolición de deudas y toda una serie de medidas relacionadas 47 que afecta-
ban directamente al orden social en vigor. 48 Veámoslas.
Si la situación de las tierras, de los deudores y de los hectémoros, se apro-
ximaba a la que hemos analizado en páginas anteriores, y si la situación en la
Atenas pre-soloniana era tan explosiva como parece, resulta evidente que
cualquiera que quisiera disponer de una cierta paz para poder poner en mar-
cha la labor mediadora y la reforma de la constitución necesitaba acabar con
uno de los primeros elementos de tensión que, además, podía ser empleado
como medio de presión en la lucha política cotidiana.
Una forma de evitarlo y, al tiempo, de mostrar que parte de los ideales
que había manifestado en sus poemas seguían presentes en él era tomar esta
decisión que, además, perjudicaría sobre todo a aquellos miembros de la aris-
tocracia que no habrían apoyado su nombramiento y de los que, en último
término, poco hubiera tenido que esperar hubiese hecho lo que hubiese he-
cho. Una abolición de las deudas era una medida totalmente revolucionaria,
más propia de un tirano que de un mediador nombrado legalmente; sin em-
bargo, los poderes de que gozaba, que posiblemente implicaban también la
garantía de inmunidad (presente y futura) por las decisiones que tomara,49
eran suficientes como para poder realizarlo. No obstante, y como no parece
que Solón haya sido un revolucionario, tampoco podemos descartar que el
propio Solón, y sus partidarios, enfocasen todo el conjunto de medidas que
se iban a tomar desde un punto de vista mucho más moderado, a saber, el re-
torno a la antigua situación en la que se devolvía a los propietarios de la tie-
rra la capacidad de disponer de ella, sin la presión que el sistema del hecte-
morado imponía sobre ellos. 50 Solón, pues, habría intentado en este terreno,
52 SOLÓN DE ATENAS
ceso que se sigue contra los responsables, a los que se llamará Hermocópidas
(Tuc., VI, 27);60 igualmente nos llevan a ese momento los nombres que se
atribuye a esos presuntos amigos de Salón (Conón, Clinias, Hipónico), y que
aluden, clarísimamente a antepasados de algunos de los principales políticos
atenienses de fines del siglo v y principios del IV;61 el anacronismo queda pa-
tente al presuponer, en todo el relato, la existencia de una economía mone-
taria, no demostrable para la época de Solón. 62 En ésta, como en otras oca-
siones, Salón aparece utilizado como bandera o como diana en las luchas
políticas posteriores y los ecos de esta lucha, que poco o nada tienen que ver
con la figura del Salón histórico, han acabado formando parte de su leyenda.
Junto con la abolición de las deudas y la emancipación de los hectémo-
ros, se mencionaba la liberación de los esclavos, que en el caso de los que re-
sidían en el Ática, se haría también a costa de sus propietarios, sin que que-
de claro si el Estado pagaba alguna compensación a los mismos o si, por el
contrario, al convertirse en retroactiva la prohibición de la esclavitud por
deudas, se decretaba la ilegitimidad de ese esclavizamiento. Es bastante pro-
bable que ésta última sea la interpretación más plausible, pues difícilmente
habría dispuesto el Estado ateniense de recursos suficientes como para hacer
frente a esos gastos;63 además, esta medida vendría acompañada de una
amnistía general que afectaba a todos los que habían sido privados de sus de-
rechos, con excepción de los condenados por delitos de homicidio y tiranía y
que se hallaban exiliados (Plut., Sol., 19,4 = Frag. 70 Ruschenbusch).64
Más complicada es la cuestión de la repatriación de aquellos otros escla-
vos que habían sido trasladados fuera del Ática, tanto por lo que se refiere a
su localización cuanto, sobre todo, por el origen de los fondos que habría que
emplear; así, los diferentes autores han sugerido distintas posibilidades, des-
de que fue el Estado quien se hizo cargo de los gastos,65 hasta los que pien-
san que Salón obligó a sus antiguos propietarios a recuperarlos;66 es también
posible que esta idea de la repatriación, que Salón introduce en uno de sus
poemas (frag. 24 D, vv. 8-9) quizá como motivo propagandístico, pueda ha-
ber sido tomada al pie de la letra por autores como Plutarco (o sus fuentes).
Frente a los perjudicados se hallaban los beneficiados. 67 La sisactía pro-
vocó, súbitamente, la recuperación o la adquisición de los derechos ciudada-
nos de un número importante de individuos que los habían perdido o que no
habían disfrutado nunca de ellos como consecuencia de la situación previa y
es, igualmente, probable, que al tiempo se ampliase el alcance de la ciudada-
nía, como sugieren las medidas que inmediatamente adoptará para distri-
buirla en clases censitarias. No olvidemos que en el ordenamiento hasta en-
tonces vigente, el de Dracón, sólo tendrían consideración de ciudadanos
quienes dispusieran de armamento hoplítico (Arist., Ath. PoI., 4, 2). Según el
tamaño de sus tierras y el nivel de sus ingresos, los recién emancipados se-
rían incluidos en uno u otro grupo, con la ventaja de que, incluso, los que no
tenían tierra alguna o regresaban del exilio, así como algunos de los emi-
grantes de otros orígenes que llegaran, tendrían asegurada la ciudadanía. 68
Posiblemente esto supone una novedad importante en los criterios de admi-
LA OBRA DE SaLóN 55
partes del territorio del Ática y serían raras las propiedades que superasen
las cuarenta hectáreas.8s Seguramente, los viejos vínculos de reciprocidad
propios de las sociedades agrarias pronto se restablecieron86 y, con otros me-
canismos de compensación (posibilidad de vender partes de la propiedad, hi-
potecas, etc.) y sin la amenaza de la esclavitud o la servidumbre, el campesi-
no ático pudo salir adelante y constituir la base de la nueva ciudadanía. A
ello también contribuyeron las medidas que Salón habría impulsado de fo-
mentar la dedicación a las actividades artesanales de aquéllos que ya no pu-
diesen hallar en la tierra su medio de vida (Plut., Sol., 22, 1_3),87 sin que esa
dedicación a las actividades «banáusicas», generalmente mal vistas en el seno
de una cultura como la griega que hacía de la propiedad de la tierra uno de
los principales timbres de orgullo, les impidiese seguir siendo ciudadanos.
Las medidas de reforma del sistema de pesos y medidas irían también en este
sentido, aunque, como se ha apuntado anteriormente, no parece que las mis-
mas hayan tenido demasiado que ver, en sentido estricto, con la sisactía. 88
No obstante, el ya mencionado surgimiento, años después, de una tiranía
como la de Pisístrato implicaba que Salón no había acabado con todos los
desequilibrios ni con todos los motivos de descontento;89 sin embargo, había
dado un paso decisivo en su resolución.
darían relegados al grupo de los thetes; la novedad era que ahora también
ellos quedaban incluidos en la polis, de la que habían estado excluidos hasta
entonces. 96
En ocasiones ha preocupado a los investigadores el hecho de que en este
esquema social introducido o regularizado por Salón no hubiese lugar para
los ricos comerciantes y los ricos artesanos, al estar el sistema basado en
los productos agrícolas 97 y se han buscado posibilidades alternativas, forzan-
do a veces los datos transmitidos por las fuentes, entre ellas pensar que el
propio Salón habría introducido equivalencias entre estas medidas agrarias
y otro tipo de valoraciones,98 incluyendo las monetarias99 e, incluso, el gana-
do,IOO opiniones que no tienen en cuenta el ambiente premonetal en el que
se desenvuelve la Atenas de los primeros años del siglo VI a.e.; sin embargo,
estas preocupaciones resultan un tanto anacrónicas y no corresponderían a
la situación del momento soloniano, en el que posiblemente pocos ciudada-
nos practicarían una actividad comercial desvinculada de la agricultura y, en
caso de hacerlo, quizá no estuviesen entre los más ricos.10 1 Posiblemente la
posterior utilización en el tiempo de valoraciones de carácter monetal apli-
cables a cada uno de los grupos censitarioslO2 puede ser, en ocasiones, la res-
ponsable de los intentos de retrotraer a la propia época de Salón estas mis-
mas equivalencias lo que, como hemos dicho anteriormente, resulta
completamente anacrónico.
También ha planteado problemas saber cómo se realizaba la valoración
de los ingresos y podemos pensar tanto en sistemas de autodeclaración, apo-
yados en el carácter público y abierto de una sociedad aún marcadamente ru-
ral en la que prácticamente todo el mundo sabía de qué disponía el vecino,I03
como en que otras normas dadas por Salón, tanto relativas a la disposición
de los cultivos en el campo cuanto las referidas a los pesos y medidas hubie-
sen podido servir para evaluar estos ingresos,I04 por no mencionar el papel
que asume el Areópago en la investigación de los recursos de cada ciudada-
no (Plut., Sol., 22,3). Otro tipo de problemas, en parte en relación con la va-
loración de los ingresos, deriva de la equiparación entre las medidas de ári-
dos y líquidos, sin añadir más precisiones, cuando ello presupone distintas
rentabilidades según el tipo de tierras y según el cultivo que cada una sopor-
ta. Esta equiparación se ha interpretado, posiblemente de forma acertada, en
relación con la protección y defensa del sector olivarero, cuya rentabilidad
por unidad de superficie es notablemente inferior a la que proporciona el ce-
real. 105
Los datos derivados de esta distribución de la población ateniense aten-
diendo a criterios económicos han permitido también la realización de algu-
nas valoraciones de carácter demográfico, aun cuando haya que empezar re-
saltando el carácter en todo caso parcial e hipotético de las mismas. Así, y
teniendo en cuenta tanto la superficie de tierra necesaria para producir un
medimno de cebada cuanto el número de ciudadanos de las dos primeras cla-
ses requeridos para el funcionamiento del sistema, quizá el número total de
propietarios de tierras a principios del siglo VI pudiera estar en torno a los
60 SOLÓN DE ATENAS
Pentacosiomedimnos (500 500 x 40,28 = 20.140 kg. 500 x 33,55 = 16.775 kg.
medimnos) 20.140/200 = 100 personas 16.775/200 = 84 personas
por año por año
Entre 20 y 34 ha. Entre 17 y 28 ha.
Hippeis (300 medimnos) 300 x 40,28 = 12.084 kg. 300 x 33,55 = 10.065 kg.
12.084/200 = 60 personas 10.065/200 = 50 personas
por año por año
Entre 12 y 20 ha. Entre 10 y 17 ha.
Zeugitas (200 medimnos) 200 x 40,28 = 8.056 kg. 200 x 33,55 = 6.710 kg.
8.056 kg/200 = 40 6.710 kg./200 = 34
personas por año personas por año
Entre 8 y 13 ha. Entre 7 y 11 ha.
Observaciones:
1 medimno de trigo = 40,28 kg.
1 medimno de cebada = 33,55 kg.
Consumo medio «per capita» de cereal por persona y año, 200 kg.
Producción media de cereal por hectárea: 1.000 kg.
1.600 ó 1.700 (de ellos, unos mil serían zeugitas). El número de los thetes se-
ría más difícil de establecer, pero quizá anduviera en torno a los diez o doce
mil, a los que quizá pudiera añadirse un total de otros diez mil dedicados a
actividades diversas. Eso daría una cifra de entre veinte a veinticinco mil nú-
cleos familiares, que harían elevarse la población a unos ochenta o cien mil
habitantes. 106
Naturalmente, esta división de la población atendiendo a su nivel econó-
mico, más que un fin en sí mismo, era un medio de articular la vida política
sobre unas bases relativamente novedosas. Se trataba, ni más ni menos, que
de crear un nuevo marco que diese salida a las expectativas políticas de, al
menos, dos núcleos diferentes de la sociedad ateniense. I07
Uno de esos núcleos es, claramente, el de aquellos individuos que, como
el propio Salón y el grupo social al que pertenecía, poseían tanto unos re-
cursos económicos equiparables y, en muchas ocasiones, superiores a los de
la propia aristocracia eupátrida cuanto un prestigio derivado de su perte-
lA OBRA DE SalóN 61
dos quedaron englobados en el grupo de los thetes, también una buena par-
te de ellos debieron de ser zeugitas. 110 En consecuencia, Atenas podía dispo-
ner ahora de un nutrido grupo de ciudadanos que, capaces de armarse como
hoplitas, reforzarían la hasta entonces débil posición internacional de Ate-
nas; las contrapartidas políticas inmediatas no fueron , sin duda, excesiva-
mente elevadas en un primer momento pero no podemos perder de vista que
fue la existencia de este reforzado grupo social uno de los factores que pro-
pició la futura tiranía de Pisístrato, que concluiría, en cierto modo, la labor
iniciada por Solón.
La adscripción a cualquiera de estos cuatro grupos era el reconocimien-
to del carácter ciudadano de quienes habían sido incluidos en los mismos;lll
posiblemente esto se articuló también, en el plano religioso, mediante algu-
nos cambios en algunos festivales y celebraciones tradicionales y mediante la
introducción de otros nuevos.ll 2 Así, por ejemplo, la posible introducción del
culto de Afrodita Pandemos (o «Afrodita de todo el demos») (Harpocr., s. v.
Pandemos Aphrodite) por Salón en un momento en el que está definiéndo-
se un nuevo marco ciudadano tendría bastante sentido ll3 y quizá también la
de Teseo, cuya leyenda e, incluso, funciones, muestran tantas semejanzas con
algunos de los hechos atribuidos a Solón;1l4 igualmente, la relevancia que
asume Apolo Patroos, en relación con las fratrías, una de las estructuras de
base sobre las que se cimenta la ciudadanía,lIs así como la reorganización
de festivales como las Genesia o las Oscoforias y las Esciroforias deben in-
terpretarse en función de la organización de este nuevo cuerpo cívico que
surge tras sus reformas; es significativo que algunas de esas fiestas remonten,
al menos en su etiología, al episodio de Salamina}16
La polis de Atenas, pues, contó a partir de Solón con una nueva (o re-
formada) ciudadanía y, posiblemente para evitar situaciones que debieron de
darse en los momentos previos al ascenso de Salón al arcontado, éste habría
introducido una ley que haría perder sus derechos cívicos (su time) a aque-
llos que, en caso de conflicto civil (stasis) no tomaran partido por uno u otro
bando (Arist, Ath. PoI. , 8, 5; Plut., Sol., 20,1),117 posiblemente para garanti-
zar el sentido de participación que todos los ciudadanos debían tener ante los
asuntos que afectaban a la comunidad en su conjunto ll 8 y como medio para
acabar con las presiones ejercidas hasta entonces por la aristocracia domi-
nante. ll9 El mismo sentido habría que dar a la posibilidad que tenía cual-
quiera de denunciar a quien hubiese cometido una ilegalidad, aunque no fue-
se él mismo el afectado (Plut., Sol. 18, 6), posibilidad que, mal empleada,
dará lugar a la terrible sicofancia del siglo v (mencionada como de origen so-
loniano, aunque en otro contexto, por Plut., Sol., 24, 2),120 si bien dentro de
la legislación soloniana tenía la función de garantizar una mayor posibilidad
de defensa al pueblo, además de incrementar el sentido de comunidad. l2l Por
fin , y en un mundo como el de la Atenas presoloniana, en el que la expresión
pública de aspectos estrictamente privados predominaba seguramente sobre
el concepto de comunidad, la introducción de normas de contención de los
comportamientos, especialmente destinadas a evitar la insolencia (hybris) de
lA OBRA DE SOlÓN 63
100 200
• Tumbas y pozos con materiales proto· áticos (s. VII a.C.)
• Pozos con materiales de Figuras Negras (1' mitad s. VI a.C.)
los aristócratas en ámbitos en los que ésta solía manifestarse, como los ban-
quetes,122 los funerales 123 o, incluso, los matrimonios,124 pretendía avanzar, in-
dudablemente, en esta tarea de favorecer la solidaridad entre los diferentes
grupos sociales; cosa distinta es que, en último término, lo consiguiera o que
las normas promulgadas al respecto hayan sido tan completas como la tradi-
ción posterior sugiere. 125
f'~~, .",
_---.,;¡¡' "::ii.:r)~
~1\ 1) 1-: I.I~_________
D EI. AGORA _ _ _ _ _ _ _ _ - p li
FIG URA 4. El área occidental del ágora con los edificios del siglo VI a.e. Sólo el edi-
ficio marcado como «C» correspondería a la época de Solón.
rio de la ciudad. Aunque algunos autores han sugerido identificar este edifi-
cio con la sede de la Boulé soloniana de los 400 131o, al menos, con algún edi-
ficio relacionado con la administración 132 otros, analizando sus restos y el
material asociado, proponen considerarlo un simple edificio particular. 133
Así, y aunque la interpretación de esos restos arqueológicos no es unánime,
parece posible sugerir que el impulso para la utilización de esa zona como la
nueva ágora puede coincidir con la época de Solón, puesto que ya a princi-
pios del siglo VI una parte al menos de la misma había pasado de manos pri-
vadas a públicas;134 de cualquier modo, lo cierto es que apenas nada queda
en la misma que corresponda a su época, ya que el gran auge del ágora co-
rrespondería a la época de Pisístrato y de sus hijos,135 grandes constructores
como muchos otros tiranos arcaicos,136 pero su posible inauguración durante
el mandato del legislador o, como consecuencia directa de su política, suge-
riría también la creación de un nuevo marco físico en el que tendrían lugar
tanto las reuniones de la asamblea cuanto la exhibición de una copia de sus
leyes y quizá un proyecto (que se iría desarrollando durante los decenios
posteriores) de trasladar· allí la sede de las distintas magistraturas y órganos
de gobierno de la pOliS. 137
66 SOlÓN DE ATENAS
4.4.2. El Areópago
A pesar de que Plutarco asegura que fue Solón quien instituyó el Con-
sejo del Areópago (Plut., Sol., 19, 1), el mismo autor da cuenta de informa-
ciones alternativas que sugerirían que ese órgano ya existía antes de su épo-
ca; el propio relato de Aristóteles parece reforzar esta idea (Ath. PoI., 3, 6).
La mayor parte de los estudiosos está de acuerdo en que el Areópago,
posiblemente heredero del antiguo consejo nobiliario que en épocas remotas
gobernaba y creaba y conservaba el derecho junto al rey,153 existía en Atenas
desde tiempo inmemorial y aunque algunos autores sugieren que sus funcio-
nes serían básicamente judiciales, centradas sobre todo en casos de homici-
dio,154 da la impresión de que ya tenía algún tipo de poder político. En mi
opinión, una de las principales novedades que introduciría Solón con rela-
ción al Areópago sería la de redefinir precisamente esas atribuciones de ca-
rácter político; ahí radicaría la existencia de la discrepancia que hemos men-
cionado antes acerca de quién instituyó este consejo.
Sin duda, en la tarea de reconvertir un viejo órgano de origen inmemo-
rial, con funciones judiciales (homicidio) y algunas tareas políticas en una
nueva institución que, sin abandonar esas tareas judiciales específicas, asu-
miese un nuevo papel en la nueva estructura política que Solón estaba cons-
truyendo, éste tuvo, ante todo, que intervenir decididamente en los mecanis-
mos de acceso al mismo. 155 En el Areópago pre-soloniano, compuesto según
algunas fuentes por 51 individuos (Filocoro, FGH 328 F 20), la cooptación
habría sido el sistema elegido para reclutar nuevos miembros (Arist., Ath.
PoI., 3, 6) Y caben pocas dudas de que los círculos eupátridas eran quienes se
hallaban únicamente representados en este órgano. La innovación de Solón
tendrá amplias consecuencias, puesto que, como asegura Plutarco, el único
requisito que a partir de su reforma tendrá valor será el haber desempeñado
el arcontado (Plut., Sol., 19, 1); como el acceso a las magistraturas superiores
estaba reservado a los individuos englobados en los nuevos grupos censita-
rios, pentacosiomedimnos y tal vez hippeis, cuyos miembros no siempre coin-
cidirían con los integrantes de la vieja aristocracia gentilicia, de lo que trata-
ba la medida soloniana era, precisamente, de abrir a los nuevos círculos
LA OBRA DE SOLÓN 71
dirigentes una institución que había sido hasta entonces uno de los reductos
de la aristocracia eupátrida. 156
Las funciones del Areópago reformado por Soló n son mencionadas por
Aristóteles (Ath. PoI., 8, 4) y, más sucintamente, por Plutarco (Sol., 19, 1-2)
Yse resumen, básicamente, en la supervisión y defensa de las leyes y en la vi-
gilancia de todo lo que ocurriese en la pOliS. 157 Esto le convertía en un órga-
no importante, y aunque el contenido preciso de las atribuciones que le asig-
nan las fuentes no deje de ser objeto de debate,158 da la impresión de que el
Areópago sirvió como uno de los órganos constitucionales que supervisaban
los comportamientos de los ciudadanos a fin de evitar los conflictos deriva-
dos de la confrontación política y, sobre todo, que entendía de cualquier sub-
versión o intento de realizar acciones ilegales tanto por parte de los magis-
trados como del pueblo reunido en asamblea;159 en este sentido, es razonable
aceptar como genuina la concesión por parte de Solón al Areópago de en-
tender de las denuncias de eisangelia o acusaciones de subvertir el orden vi-
gente mediante conspiraciones, seguramente tendentes a imponer un régi-
men tiránico (Arist., Ath. PoI., 8, 4).160 Es sugerente, además, la opinión de
Wallace, en el sentido de que posiblemente Solón se inspirase, en su reforma
de este órgano, en la Gerusía espartana. 161
De cualquier modo, y a pesar de las imprecisiones que permanecen acer-
ca de los poderes del Areópago soloniano e, incluso, más allá del debate de
si el mismo ganó o perdió poder tras la reforma,162 puede verse a este órga-
no como un elemento capital en el esquema reformista de Solón, haciendo
en cierto modo buena la imagen que transmite Plutarco (Sol., 19,2) de que
tanto el Areópago como la Boulé de los 400 podían interpretarse como las
dos anclas que sujetaban y reforzaban al Estado;163 ello, independientemen-
te de que pueda tratarse de un anacronismo, mostraría en todo caso que en
el esquema soloniano los dos órganos colectivos principales de la polis per-
sonificaban las nuevas dinámicas en que se estaba introduciendo Atenas y,
en todo caso, que se estaban dando pasos hacia una cada vez más clara deli-
mitación de funciones y competencias dentro de la estructura política ate-
niense,l64 como correspondía a una ciudad que acababa de modificar las con-
diciones de participación en la ciudadanía y en la vida pública.
cusión O, como mucho, tendría una capacidad limitada para debatir las pro-
puestas presentadas por la Boulé. 165 La participación en la Asamblea parece
haber estado abierta a todos los ciudadanos, incluyendo los thetes (Arist.,
Ath. Poi., 7,2) que tenían en ella, y tal vez en los tribunales, la única posibili-
dad de participación real en el poder. 166 La existencia de una Asamblea de
todos los ciudadanos en Atenas, como en otras poleis griegas contemporá-
neas, parece fuera de duda, independientemente de cuáles fuesen sus fun-
ciones y sus competencias reales, así como la periodicidad de sus reuniones;
la propia Constitución de los Atenienses (Ath. PoI., 4, 3) alude a su existencia
antes de la época de Solón. Posiblemente la principal innovación que se in-
troduce en este momento deriva de la inclusión en la ciudadanía ateniense
tanto de los antiguos hectémoros emancipados como del resto de los indivi-
duos que cumpliesen los requisitos mínimos aunque no tuviesen capacidad
hoplítica. Desconocemos cuáles eran estos requisitos mínimos en época de
Solón, aunque seguramente el haber nacido libre, de padre ciudadano y, na-
turalmente, haber quedado englobado en los tele o distribución censitaria
eran suficientes para ser considerado ciudadano l67 y, por consiguiente, parti-
cipar, según el nivel de renta en el gobierno de la polis. Igualmente, es pro-
bable que Solón definiese explícitamente sus atribuciones, fuesen o no muy
diferentes de las que previamente poseía. 168
Por lo que se refiere a la Boulé, y a pesar de que tanto Aristóteles (Ath.
PoI., 8, 4) como Plutarco (Sol., 19, 1) aseguran que fue Solón quien introdu-
jo este nuevo consejo (el segundo consejo, como lo denomina Plutarco), los
debates en tomo a la realidad del mismo se han sucedido a lo largo del tiem-
po, negándose en ocasiones la existencia real de esta Boulé solo ni ana y con-
siderándose que se trataba de una invención posterior modelada sobre la
Boulé de los Quinientos que instituirá, ya a fines del siglo VI, Clístenes. 169
Otro argumento, que tiene cierto peso, se refiere al hecho de que los oligar-
cas atenienses que asumen el poder en el año 411 a.e. después de quebran-
tar la legalidad vigente, instauran como órgano principal de gobierno un
Consejo de los Cuatrocientos (Tuc., VIII, 67), cuyas reminiscencias con la
institución homónima atribuida a Solón son evidentes (Ath. PoI., 31, 1);170 a
partir de ahí, piensan quienes rechazan la realidad soloniana de esta Boulé,
habría surgido la idea de que Solón habría establecido ese consejo. 171 Por fin,
está el argumentum e si/entio puesto que, ciertamente, no hay ninguna refe-
rencia en nuestras fuentes al funcionamiento de este órgano antes de la crea-
ción de la Boulé de los Quinientos por Clístenes,172 si bien puede que en el
desarrollo de instituciones parecidas en otras poleis sea posible ver una in-
fluencia de la reforma soloniana. 173 En todo caso, y aunque también plantea
problemas, hay referencias a una disposición soloniana que obligaría a que el
primer día tras la celebración de los Misterios Eleusinos, la Boulé se reunie-
se, en vez de en su lugar habitual (el ágora) en el Eleusinio de Atenas (An-
dócides, De myst., 111);174 habida cuenta de la importante relación que tuvo
Solón con los rituales de Eleusis, esta noticia quizá pueda aportar alguna luz
adicional acerca de la realidad de la Boulé soloniana.
LA OBRA DE SOLÓN 73
te los thetes que quizá no habían estado presentes con anterioridad; en esa
idea de la Eunomía soloniana, saldada con todo un complejo juego de equi-
librios, el dotar de poder al pueblo, pero dentro de los límites que el refor-
mador considera aceptables, no puede tener otra traducción práctica que la
institución de un órgano como la Boulé encargado, precisamente, de marcar
esos límites. Pero, al tiempo, y aunque sin duda un órgano probuleútico po-
día coartar las actividades de la Asamblea, su propia existencia garantizaría
un nuevo poder y un mayor peso a la reunión de los ciudadanos l84 siquiera
porque ello conducía a una institucionalización definitiva de la asamblea de
todos ellos, quizá al margen de los deseos y propósitos de aquéllos a quienes
no interesaba que la misma se consolidase. 18S
dio de otorgar una cuota de poder, ciertamente pequeña pero en todo caso
real, a aquellos individuos que, promovidos o restaurados en su condición de
ciudadanos, quedaban al margen de los principales órganos de decisión de la
poUs. Como su función principal parece haber sido la de resolver las apela-
ciones contra las decisiones de los magistrados, esta circunstancia establece-
ría, al menos en la intención del legislador, un cierto equilibrio. Por fin, y
aunque siga debatiéndose si los thetes podían o no participar en los tribuna-
les, en mi opinión lo que realmente le interesaba a Solón no era tanto la
participación de este grupo sino, sobre todo, la de quienes eran realmente
importantes dentro del demos, es decir, los zeugitas, que eran quienes cons-
tituían tanto la espina dorsal de la economía agrícola ática como el núcleo
del ejército hoplítico ateniense y cuyos derechos había pretendido restaurar
el arconte reformador.
Ión intenta resolver así, a golpe de ley, las propias contradicciones que su ac-
ción ha creado: conduciendo hacia la artesanía a los thetes evitaba la satura-
ción de mano de obra en el campo ático con el consiguiente problema del
desempleo endémico; admitiendo sólo en la ciudadanía a aquellos extranje-
ros que acreditaran el conocimiento de un oficio, impedía por una parte que
el número de extranjeros aspirantes a la ciudadanía se desbordara y por otra
acababa con cualquier esperanza que los nuevos ciudadanos tuvieran de ac-
ceder a una parcela de tierra. Por otro lado, esa orientación hacia la artesa-
nía trataba de aprovechar la infraestructura comercial que existía en torno a
Atenas, tradicional exportadora de aceite, permitiendo a los barcos que re-
calaban en el puerto de la ciudad en busca del preciado aceite ático incluir
en sus cargamentos manufacturas elaboradas en Atenas, con el consiguiente
beneficio económico (no excesivo en todo caso) para esos individuos, ciuda-
danos o no, que habían seguido las consignas del legislador y habían orien-
tado sus vidas hacia la artesanía.
Visto esto, y antes de concluir este apartado, nos queda por formular un
par de preguntas: ¿sabemos si estas expectativas se cumplieron?, ¿funcionó
el sistema o no? Para responder a estas cuestiones podemos acudir a una se-
rie de testimonios, no demasiado explícitos en sí mismos, pero que quizá pue-
dan arrojar alguna luz al asunto.
Ya en un apartado anterior mencionábamos cómo durante el siglo VII las
ánforas áticas, llamadas en términos arqueológicos ánforas «SOS» habían co-
nocido una amplia difusión por todo el Mediterráneo, conteniendo en su in-
terior el preciado aceite ático; un buen ejemplo de esta difusión viene dado
por los hallazgos en necrópolis etruscas, donde se puede observar la apari-
ción de estas ánforas ya durante el segundo cuarto del siglo VII, alcanzando
unos máximos sorprendentes durante la segunda mitad del mismo siglo, lle-
gando a cifras no superadas posteriormente y constituyendo, en ese momen-
to, el principal tipo de ánfora griega importado en Etruria. Durante la pri-
mera mitad del siglo VI conocen un brusco descenso, coincidiendo con la
desaparición del tipo de las ánforas SOS y su sustitución por las llamadas
ánforas «a la brosse».229
Según ha visto Gras, ese brusco descenso sólo puede deberse a una crisis
en el olivar ático, en relación seguramente con la mala situación agrícola por
la que atraviesa Atenas, y a la que trata de poner remedio la reforma solo-
niana. 23o De ser así, esto apoya las informaciones de Plutarco que hemos es-
tado comentando, ya que certifican el momento de dificultad para la agricul-
tura en su conjunto, a la que no escapa tampoco el aceite, a pesar del interés
de Solón por evitar la decadencia del cultivo. La ley que impide exportar
cualquier producto de la tierra excepto el aceite (Plut., Sol. , 24, 1) es una me-
dida claramente proteccionista pero también trata de fomentar el cultivo del
olivar o, al menos, de impedir la tala de olivos; ciertamente, este proteccio-
nismo también puede observarse en otra ley que suele atribuirse a Solón, se-
gún la cual aquél que arrancase un olivo debería pagar una fuerte suma de
dinero al tesoro público (Dem. , 42, 71); a pesar del anacronismo que supone
LA OBRA DE SOLÓN 83
20
18
16
14
12 lID 675-650
10 .650-600
8 .600-550
6 11550-500
4
2
O
Veyes Cerveteri Vulci
tante clara entre lo que indican las fuentes escritas y lo que el análisis de la
documentación arqueológica permite concluir.
Es seguro que la cerámica ática no fue sino una más de un conjunto de
nuevas actividades artesanales que surgieron en Atenas en los años iniciales
del siglo VI a.e. y cuyos productos serían objeto de intercambio por parte de
los comerciantes que seguían frecuentando el puerto ateniense; es imposible
evaluar qué porcentaje de la población se vio afectado positivamente por
esta nueva fuente de ingresos cuya apertura había propiciado la política di-
recta e indirecta llevada a cabo por Solón. 239 En cualquier caso, y aunque se-
guramente no fuese muy elevado dicho porcentaje, lo cierto es que Atenas
se convirtió en punto de referencia obligado para los numerosos comercian-
tes que unían los mercados cada vez más remotos que los griegos habían ido
abriendo por todo el Mediterráneo y el Mar Negro y ello aportó, sin duda,
unos ciertos niveles de bienestar en quienes habían aceptado la propuesta de
Salón y habían apostado por dedicarse a la artesanía; independientemente
de las aspiraciones a poseer tierras o a aumentar el tamaño de las que po-
seían que esos individuos pudieran seguir albergando, es indudable que, al
disponer de un medio de ganarse el sustento, y quizá en no pequeña medida,
se los podía considerar apartados de la lucha social y, en cierto modo, de la
política; y ello tenía tanto más mérito cuanto que dicha acción no se limitó
sólo a aquéllos que ya residían en el Ática sino que, además, Salón atrajo a
la ciudad a nuevos individuos, muchos de los cuales serían ya maestros en sus
profesiones respectivas. Ello no podía dejar de repercutir positivamente en
el proceso en el que ahora entra Atenas y que la irá convirtiendo, a lo largo
del siglo VI, en una de la poleis punteras de Grecia.
rriendo para ello al establecimiento de un «código», término que hay que en-
tender ante todo como la enumeración de casos posibles de comportamien-
tos considerados erróneos y la sanción atribuible a cada uno de ellos. Este
código sería confiado a la escritura, aun cuando sigue siendo dudosa la fun-
ción última de este procedimiento, que hay que considerar ciertamente in-
novador para el siglo VII e inicios del s. VI. 247 Es sugerente, a tal respecto, la
postura de Thomas, para quien «la inscripción monumental de una ley pre-
tendía no sólo fijarla públicamente mediante la escritura, sino conferirle pro-
tección divina y una monumentalidad que causase impresión, precisamente
en aquellos tipos de leyes que no tenían el respeto proporcionado por el
tiempo que, en cambio, tenían las leyes no escritas y las costumbres».248
En cualquier caso, Salón elige este camino y, como hemos visto, en sus
propios poemas alude al hecho, empleando explícitamente la palabra «escri-
bir» (frag. 24 D, vv. 18-20) y buscando, ante todo, su publicidad, esto es, mos-
trarlas al público y así, convertirlas en algo públic0249 avanzando de este
modo en la tarea de conformación del Estado ateniense. 25o Por ello, empeza-
remos nuestro análisis de las leyes solonianas dedicando un apartado al me-
dio empleado para lograr esta publicidad.
~ 1=
1 I
FIGURA 6. Reconstrucción de un axon (izquierda) y una kyrbis (derecha).
cribieran entre finales del siglo VI e inicios del siglo V, seguramente antes del
480 a.e. Sobre la ubicación original de estos monumentos, mientras que
Stroud (siguiendo a Dídimo y a Anaxímenes de Lámpsaco [Pólux, VIII, 128;
Sud., O 104]) se inclina a pensar que ambos habrían estado originariamente
en la acrópolis, de donde serían bajados posiblemente en época de Efialtes
que colocaría los axones en el Pritaneo (donde todavía vio algunos restos
Plutarco [Sol., 25, 1]) Y las kyrbeis en la estoa real (donde los sitúa Aristóte-
les [Ath. Poi., 7, 1]),253 otros autores, como Robertson 254 piensan que nunca
se produjo tal traslado, sino que los axones habrían estado siempre en el vie-
jo Pritaneo, en el que se hallaba en el ágora vieja, al pie del lado oriental de
la acrópolis, mientras que las kyrbeis , claramente una copia de los anteriores,
habrían estado siempre en el ágora nueva, desde el momento en que la mis-
ma empezó a utilizarse, posiblemente en la propia época de Solón. 255 Mien-
tras que los axones, de madera y más frágiles, se hallarían en el interior del
Pritaneo y por lo tanto de más difícil acceso, las kyrbeis, más resistentes, es-
tarían a la vista de todos, lo que explicaría la mayor cantidad de referencias
a estas últimas como soporte de las leyes solonianas.
Aun cuando es posible que los axones y las kyrbeis no sufriesen cambio
88 SOLÓN DE ATENAS
alguno y aún se conservasen en el 403, a partir de ese año tiene lugar la gran
recopilación de la legislación ancestral de Atenas, iniciada tras la restaura-
ción de la democracia, durante el arcontado de Euclides y, a propuesta de Ti-
sameno (And., De Myst., 83_84).256 Desde ese momento los objetos en sí pa-
recen haber perdido actualidad, puesto que el derecho en vigor ya estaba
recogido en la mencionada recopilación. Desde entonces sólo algunos auto-
res, entre ellos Aristóteles, parecen haber visto y trabajado sobre los axones,
siendo su trabajo titulado «Sobre los axones de Solón», una de las fuentes
principales de los comentarios posteriores. 257 El estudio de Aristóteles pare-
ce garantizar que aquellos otros autores que utilizan sus escritos, así como los
de otros escritores que pudieron también haber visto los textos (Eratóstenes
entre ellos), transmiten leyes auténticas de Solón; hay sin embargo, muchas
otras noticias que derivarían de otras fuentes, que contendrían leyes falsas de
So Ión. Así, en los escritos de Diógenes Laercio y de Diodoro Sículo no hay
ninguna ley auténtica de Solón, mientras que Plutarco transmite tanto leyes
auténticas como leyes falsas. 258
Esto hace que deban rechazarse aquellas opiniones en exceso hipercríti-
cas que han negado que puedan utilizarse como testimonio fidedigno los
fragmentos de leyes atribuidas a Salón, ya que se trataría de falsificaciones
muy posteriores en el tiempo al propio legislador.259 Es cierto que éstas exis-
ten, en parte porque cualquier ley antigua era automáticamente atribuida
a Salón, en parte porque tras la conversión, sobre todo a partir del siglo IV
de Salón en el creador de la democracia, se reinterpretará sobre esa nueva
luz su figura y su obra,260 y en parte también porque en el uso que los ora-
dores hacen en sus discursos forenses de leyes solonianas no siempre hay un
respeto escrupuloso a su letra o a su espíritu, y sin duda en esos discursos
acaban por atribuirse a Solón leyes que, en puridad, son posteriores a su épo-
ca;261 además, los oradores ya no recurren a la publicación original, sino a la
recopilación del 403 a.e. Pero ello no quita validez al hecho de que, aunque
mutiladas y en muchas ocasiones privadas de contexto, han llegado hasta no-
sotros leyes auténticamente solonianas, que hay que separar de las que, a to-
das luces, son falsificaciones o mistificaciones posteriores, sin que tengamos
que entrar ahora a analizar ni el cuándo ni el porqué del surgimiento de las
mismas.
Sin duda ninguna, el estudio de Ruschenbusch sigue siendo el principal
instrumento de que disponemos para conocer lo que se ha conservado de la
legislación soloniana que, en conjunto, y según dicho trabajo, sumaría un to-
tal de 93 fragmentos recogidos en un amplio número de autores; el análisis
que sobre esos testimonios, sus fuentes y su transmisión lleva a cabo el men-
cionado autor, le lleva a rechazar otros 59 fragmentos como falsos, dudosos
o inutilizables. 262 A partir de los 93 fragmentos fiables podemos ver qué pun-
tos abordaba la legislación de So Ión.
lA OBRA DE SOlÓN 89
Derecho procesal:
Limitación del poder permitido (frag. 39).
Apelación a los tribunales populares (ephesis) (frag. 40).
Sobre testigos y juramentos (frags. 41-42).
Votación judicial (?) (frag. 45).
Plazos en multas y castigos (?) (frag. 46).
Derecho familiar:
Prohibición de la boda entre hermanos (frag. 47).
Definición de hijos legítimos y ley sobre los esponsales (frag. 48).
Derecho sucesorio, testamentos (frags. 49-50).
Normas sobre la epikleros (heredera de los bienes de su padre) (frags. 51-
53).
Normas sobre la concesión de la manutención a los padres (frags. 54-57).
Adopción (frag. 58).
Indeterminado '(homogalaktes) (frag. 59).
Derechos de vecindad:
Determinación de límites y salientes (frags. 60-62).
Servidumbres de paso (frag. 63).
Derecho al estiércol durante el paso del ganado (?) (frag. 64).
90 SOLÓN DE ATENAS
Asuntos económicos:
Prohibición de exportación de productos del campo salvo el aceite (frag.
65).
Prohibición de la adquisición de tierras en cantidad ilimitada (frag. 66).
Sobre la sisactía (frag. 67).
Tipos de interés (frag. 68).
Prohibición de tomar a la persona como garante de un préstamo (frag.
69).
Amnistía a los exiliados por deudas (frag. 70).
Cultos.
Normas sobre animales de sacrificio (frags. 81-82).
Calendario sacrificial (frags. 83-86).
Sobre la manutención pública en el Pritaneo (frags. 87-89).
Varios (frags. 90-92).
Es difícil pensar que Solón creó de la nada una legislación tan completa
y en tan solo un año de mandato y, sin embargo, yo estoy entre los que cir-
cunscriben la actividad política y legislativa de Solón a su año arcontal. No
obsante, parece que buena parte de sus leyes se refieren a problemas ge-
néricos, ejemplificados en una serie de casos concretos, por lo que creo que
la legislación soloniana no consistió tanto en el enunciado de grandes pro-
blemas generales cuanto en el tratamiento y la resolución de aquellas dis-
putas más concretas que se planteaban con frecuencia en la polis y que de-
bíande ser objeto de litigio con cierta asiduidad; y no lo olvidemos, una de
los objetivos principales del proceso judicial antiguo era, ante todo, escar-
LA OBRA DE SOLÓN 91
por los órganos judiciales, debieron de ser aprovechados por Salón para pul-
sar con más detalle la situación de la sociedad y poder conocer de primera
mano cuáles eran los principales asuntos que afectaban a la sociedad ate-
niense. 268 Por lo tanto, sus leyes (thesmoi), frente a las antiguas normas vi-
gentes hasta entonces (thesmia), son auténtico derecho positivo, puesto que
resuelven problemas reales y, mediante el arbitraje que imponen, intentan
traer la paz social, el buen orden (eunomía) que tanto había preconizado en
sus poemas.
Sin duda, en sus leyes también se recogerían los principios básicos que
había aplicado desde el momento de su acceso al poder, la sisactía, las leyes
sobre las deudas, etc. como medio de evitar eventuales vueltas atrás. Las
leyes quedaron protegidas de modificaciones durante cien años (Arist., Ath.
Poi., 7, 2; Plut., Sol. 25, 1), lo que equivalía a darles un valor perpetuo;269 la
garantía de su cumplimiento era el juramento, efectuado quizá en nombre de
todos los ciudadanos (Arist. Ath. PoI., 7, 1) por los arcontes (Arist., Ath. PoI.,
7, 1; Plut. Sol., 25, 3) y, de creer a Plutarco, por la Boulé (Plut. Sol., 25, 3).
Seguramente es el dios Apolo quien recibe el juramento.
La politeia o nueva estructura política del Estado, las leyes o nuevas nor-
mas de funcionamiento del mismo, se irían gestando durante el año de man-
dato de Solón; algunas de las decisiones tomadas en uno de los dos terre-
nos tendría inmediata traducción en el otro y viceversa porque Salón, como
si fuese el oikistes, el fundador de una nueva polis,270 quería dar un diseño
nuevo a la ciudad en el convencimiento (erróneo como no tardaría en de-
mostrarse) de que unas buenas leyes y una estructura política adecuada eran
suficientes para traer la paz social; por eso, la necesidad de que ambos as-
pectos, político y legislativo, vayan de la mano. Esto, y el indudable apoyo
que tendría por parte de aquéllos en quienes recaía la preservación de las
sentencias, los tesmotetas, hacen aceptable que Salón concluyese su legisla-
ción durante su año de mandato, frente a quienes consideran imprescindible
que haya necesitado más años y sugieren separar su arcontado de su labor le-
gislativa,m contra toda evidencia de las fuentes e, incluso, del propio Salón.
Su reforma fue, al menos viéndola a más de veinticinco siglos de distan-
cia, indudablemente voluntarista pero cabe plantearse al menos la duda de si
realmente sus contemporáneos la percibían así. Aunque en situaciones su-
mamente distintas, parece que, al menos desde un punto de vista teórico, el
mundo aristocrático griego del siglo VI a.e. parece empezar a pensar en los
arbitrajes como medio para resolver disputas en el seno de la polis que, ha-
bitualmente, se habían resuelto durante el siglo VII mediante el recurso a la
tiranía. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que la tiranía desaparezca del
escenario político griego pero sí que la mayor articulación y madurez de la
polis o, simplemente, la falta de salida mediante la violencia, puede aconse-
jar a veces esta solución. Ciertamente, y aunque partiendo siempre de con-
diciones distintas, mencionaré un caso en el que un arbitraje solucionó, al pa-
recer de forma permanente, problemas de índole política.
Es el caso de Mitilene, en la isla de Lesbos, más o menos por los mismos
lA OBRA DE SOlÓN 93
otros son falsas y que nunca había dado motivos para que todos ellos pensa-
sen que iba a erigirse como tirano (frag. 23 D, vv. 13-21).
Este o estos poemas han sido escritos, no cabe duda, después de que Sa-
lón finalizase su labor política y forman parte de la amplia serie de fragmen-
tos conservados en los que justifica sus acciones pasadas y en el comentario
que realizo de este fragmento entro con más detalle en las diferentes impli-
caciones que el mismo presenta; en todo caso, y avanzando aquí algunas de
las observaciones que allí hago, al tiempo que es bastante probable que Sa-
lón no hubiese aspirado en ningún momento a la tiranía, es también posible
que su lenguaje y sus actitudes, antes de acceder al poder, hubiesen sido lo
suficientemente ambiguas como para que, tras finalizar su labor, se le repro-
chase no haber cumplido sus promesas. En efecto, Salón se está defendien-
do frente a aquéllos que confiaban en que se convertiría en tirano y no hay
motivos para pensar que esa confianza no se basaba en algún indicio, se-
guramente más por omisión que por acción, por parte de Salón.
Salón representa los intereses de los grupos nobles no eupátridas de Ate-
nas, de los medianos propietarios desplazados del poder político directo; sin
embargo, para que la aristocracia eupátrida se convenza de la necesidad de
contar con él y no veten su acceso al arcontado, Salón necesitaba crear un
ambiente social favorable a su persona entre el demos más desfavorecido, y
entre aquéllos que habían acabado perdiendo la libertad y la posesión de sus
tierras. Pero estos grupos sociales sin duda no se contentaban con promesas
de tibias reformas, máxime cuando otros individuos, que en Salón aparecen
identificados como «jefes del pueblo» (frag. 3 D, vv. 5-9; frag. 5 D, vv. 7-10)
están aprovechando los descontentos para, seguramente con amplias prome-
sas, crear una tensión suficiente para conseguir acabar con el orden vigente.
Es cierto que no hay indicios directos, en su obra, de que Salón haya pro-
metido más de lo que hizo; no obstante, la apelación a conceptos como «Eu-
nomía», y el diagnóstico de la situación que realiza, así como su papel en el
asunto de Salamina, donde debió de mostrarse la pésima situación por la que
atravesaba Atenas, podían hacer pensar a algunos que los objetivos buscados
sólo podían resolverse mediante la violencia.
Desde mi punto de vista, y aunque el propio concepto de tiranía va en
contra de lo que conocemos de Solón,281 éste sin embargo puede ser respon-
sable de no haber aclarado suficientemente, antes de acceder al arcontado,
que él no aspiraba a la tiranía; es probable que sus palabras fueran mal in-
terpretadas, pero es también posible que el único medio de forzar al gobier-
no aristocrático a buscar una solución menos mala que la que un golpe de es-
tado podía propiciar, era atraerse a alguien que, como Salón, disponía del
suficiente apoyo popular como para haber intentado, al menos, tomar el po-
der por la fuerza en caso de haber sido ése su deseo.
Sin embargo, Salón no parece haber tenido ese deseo; su postura es, per-
manentemente, la de árbitro y su acción política muestra también esa orien-
tación; su combinación de fuerza y justicia (por ejemplo, en el frag. 24 D, v.
16) es incompatible con la tiranía, que representa el paradigma de la fuerza
96 SalóN DE ATENAS
En relación con su rechazo a la tiranía 284 los autores antiguos suelen alu-
dir a su beligerancia ante los primeros intentos de Pisístrato por dominar la
situación (Plut., Sol., 30, 2-3) Yes posible que alguno de sus poemas aluda ya
LA OBRA DE SaLóN 97
a la toma del poder por el tirano (por ejemplo, el fragmento 8 D), aunque
tampoco es estrictamente necesario. 285 Nuestras fuentes mencionan varias
anécdotas que tendrían como protagonista a Salón, en su oposición al tirano:
primero, intentó convencerle con palabras de que no aspirase a la tiranía
(Plut., Sol., 29, 4-5); luego, se opuso a que se le concediese a Pisístrato una
guardia (Arist., Ath. PoI., 14,2; Plut. Sol., 30, 1-4); después colgó sus armas
a la puerta de su casa haciendo ver que él ya había luchado bastante por su
ciudad y que era el turno de que otros hicieran lo mismo (Arist., Ath. Pol.,
14,2; Plut., Sol., 30, 7-8); se dedicó a criticar al tirano (Plut., Sol., 31, 1) y, se-
gún algunas tradiciones tardías, habría incluso huido a Corinto (Dio Chrys.,
Oro 37, 4) o habría iniciado sus viajes, precisamente por ese motivo (Diog.
Laert., 1, 50; Val. Max., V, 3 Ext. 3; Aul. Gel., NA, XVII, 21, 4). A pesar de
ello, el tirano le seguiría profesando afecto y acabaría nombrándole su con-
sejero, cargo que habría aceptado Salón al ver que Pisístrato mantuvo, de-
fendió y cumplió sus leyes (Plut., Sol., 31, 2_3).286
Como también veíamos anteriormente, algunos autores asociaban a Sa-
lón con Pisístrato ya desde el episodio de Salamina e, incluso, como se ha vis-
to, puede que hubiese entre ellos algún grado de parentesco. Da la impresión
de que buena parte de las noticias mencionadas deben de ser apócrifas, po-
siblemente extraídas en algunos casos de lecturas más o menos sesgadas de
sus poemas o directamente inventadas. 28? No obstante, sí que puede haber
algo de verdad en ellas, sobre todo su oposición a la tiranía, tanto en abs-
tracto, como forma de gobierno, como a la que personificaba Pisístr(j.to. La
tradición que hace del viejo legislador el consejero del tirano sin duda es un
invento posterior para dar cuenta del poder «suave» que ejercerá el tirano,
pero tampoco hay indicios para aceptarla.
Otro dato se desprende de las tradiciones mencionadas: después de su
regreso a Atenas tras sus diez años de viajes, a los que aludiré en un capítu-
lo posterior, Salón no parece haber gozado de demasiada popularidad, y pa-
rece haberse dedicado a escribir poemas (algunos de ellos autoexculpato-
rios) así como a su gran proyecto de componer un gran poema sobre la
Atlántida, que de haberlo concluido, como pone Platón en boca de Critias,
le habría acabado haciendo más famoso que a Homero o a Hesíodo (Platón,
Timeo, 21 c-d; Critias, 113 a; ef Plut., Sol., 31, 6).288 Cuando Pisístrato acce-
de a la tiranía (561 a.e.) hacía ya más de 30 años que Salón había promul-
gado su legislación y, naturalmente, su hora había pasado. 289 En esos treinta
años, una parte de los cuales el propio Salón ha estado ausente de la ciudad,
la situación se ha modificado y, aun con dificultades, la nueva estructura que
ha introducido Salón ha propiciado nuevos cambios. Los que apoyan (y los
que se oponen) a Pisístrato son, en su mayoría ya, los hijos de los que con-
fiaron en Salón; a partir de ese momento, Salón, seguramente ya considera-
do durante los últimos años de su vida una reliquia del pasado, va a sumer-
girse en el mundo de la leyenda y en el prestigio que le confiere su sabiduría,
y de esa especie de limbo no saldrá hasta fines del siglo v, cuando en esos
años tumultuosos sea «redescubierto» en su faceta de político y legislador.
98 SaLóN DE ATENAS
Quizá su fama como poeta hubiera seguido viva, al menos a juzgar por una
referencia en el Timeo de Platón, en el que Critias asegura que, cuando era
pequeño, los jóvenes solían recitar en las Apaturias poemas de Salón (Pla-
tón, Tim., 21 b).290
Fuese cual fuese realmente la actitud de Salón ante la tiranía de Pisís-
trato,291 da la impresión de que sobrevivió poco a la misma, lo que hace sos-
pechosas las tradiciones que le hacen consejero del tirano; Plutarco mencio-
na dos posibilidades para la fecha de su muerte, una que la sitúa al año
siguiente del ascenso de Pisístrato y que derivaría de Fanias de Éreso, mucho
más documentada, y otra más genérica, atribuida a Heraclides Póntico que
sitúa su muerte bastantes años después (Plut., Sol., 32, 2), Yque posiblemen-
te hay que relacionar con la prolongación (literaria) de la vida de Salón para
dar verosimilitud a las entrevistas, ficticias, que mantendría con personajes
destacados durante sus viajes, y a las que aludiremos más adelante.
4.7. CONCLUSIÓN
MAR NEGRO
~~ o
~
100
, 200
, 300
, .
400 500 km
,
FIGURA 7. Mapa del Mediterráneo oriental mostrando los principales sitios mencio-
nados en el texto.
abrirá un largo periodo de conflictos, con suerte variable, por esa plaza;4 qui-
zá pudo atraerle también el mundo occidental, Sicilia, la Magna Grecia o
Etruria, donde las ánforas áticas de aceite «SOS» estaban experimentando
una distribución desconocida hasta entonces. 5 En cualquier caso, todo ello es
hipotético, ya que nuestras fuentes sólo aluden con detalle a sus viajes pos-
teriores; pero esos viajes y la dedicación al comercio, acaso dando salida a
productos por él mismo producidos, le van a convertir, qué duda cabe, en un
personaje con una mente más abierta, que puede haber conocido de prime-
ra mano las profundas transformaciones que el mundo griego está experi-
mentando en esos años finales del siglo VII, en el que junto con el reforza-
miento de sistemas rabiosamente aristocráticos, como los existentes en
muchas ciudades jonias del momento, surgirán también convulsiones provo-
cadas tanto por tensiones internas como por la presión que los lidios ejerce-
rán sobre ese mundo. Y esas convulsiones se saldaban, en ocasiones, con au-
102 SOLÓN DE ATENAS
5.2.1. Egipto
mal durante el reinado del faraón Amasis (570-526 a.e.) (Hdt., 11, 178), exis-
tía ya para ese momento como atestiguan los hallazgos arqueológicos allí rea-
lizados y que remontan a la segunda mitad del siglo VII. l1
Desde Náucratis, posiblemente viajase hacia algunos de los principales
centros del Bajo Egipto, especialmente a Heliópolis y a la que era la capital
de la entonces reinante Dinastía XXVI, Sais, desde la que seguramente go-
bernaba el país Psamético 11 (595-589 a.e.). En esos centros se encontraría
con sacerdotes egipcios como Psenopis y Sonquis, con quienes hablaría de lo
divino y lo humano (Plut., Sol., 26,1; Is. et Os., 10; Plat., Tim., 21 e) y allí re-
cibiría los materiales principales para la historia de la Atlántida, tal y como
asegura, con más detalle, Platón en sus diálogos Timeo y Critias (Plat., Tim.
21e; Cril., 108 d, 110 b). Como ya dijimos anteriormente, con esos materiales
inició la composición de un poema sobre la Atlántida (Plat., Tim., 21 c; Cril.
113 a), que habría acabado de no haber seguido preocupado por la marcha
de la política en Atenas. 12
La presencia de Salón en Egipto no es extraña en una época en la que
cientos y miles de griegos iban a Egipto, bien a comerciar, bien a servir como
mercenarios en los ejércitos del faraón;!3 algunos, como Salón irían a comer-
ciar y a impregnarse de la sabiduría egipcia y, posiblemente por los mismos
años, otro filósofo y sabio, Tales de Mileto, realizó igualmente su viaje a
Egipto donde adquirió importantes conocimientos sobre las matemáticas y
sobre la naturaleza.
En Plutarco no hallamos ninguna referencia a que Salón entrase en con-
tacto con el faraón reinante ni, tan siquiera, a que lo intentase; no obstante,
Heródoto asegura que llegó a visitarle (Hdt., 1, 30) Yque, incluso, tomó para
su legislación una ley promulgada en Egipto por ese faraón (Hdt., 11, 177).
Platón también parece dar a entender que cuando Salón visitó el país el fa-
raón reinante era Amasis (Plat., Tim., 21 e). Sin embargo, es harto improba-
ble que Salón pudiera visitar a Amasis cuando éste reinaba sobre Egipto,
porque su subida al trono se sitúa bastantes años después (hacia el 570 a.e.)
de las fechas habitualmente admitidas para la estancia de Salón en Egipto;
además, y como ya se dijo anteriormente, sería difícil que hubiese tomado
una ley de Amasis para su legislación, cuando su viaje se sitúa después de ha-
berla promulgado. Igual que con la entrevista con Creso de Lidia, asimismo
ficticia, nos hallamos aquí ya ante la elaboración de la leyenda de Salón; en
el caso de Amasis, su vinculación a él se explica por el carácter de filohele-
no que los griegos atribuían a este faraón (Hdt., 11, 178).14
De cualquier modo, su estancia en Egipto debió de resuItarle provecho-
sa, tanto económicamente como desde el punto de vista del aprendizaje y,
sea cierto o no el relato que recoge Platón, al menos éste le atribuye al viejo
legislador la introducción en Occidente de un tema que, como el de la Atlán-
tida, ha producido, y seguirá haciéndolo, océanos de tinta.
104 SaLóN DE ATENAS
5.2.2. Chipre
5.2.3. Lidia
5.2.4. Otros
5.3. CONCLUSIÓN
Como hemos ido viendo, Solón realizó una tarea ingente aunque es po-
sible que sólo dos siglos después se hiciera auténtica justicia a su labor; sin
embargo, y aunque seguramente en vida le faltó ese reconocimiento, posi-
blemente por falta de perspectiva histórica, nosotros sí tenemos la suficiente
para realizar una valoración de su obra.!
res al arcontado sus ideas quedan más claras. Salón es partidario, y sus re-
formas así lo muestran, de un sistema de gobierno de carácter oligárquico, en
el que sean los ciudadanos más pudientes quienes controlen las instituciones;
al tiempo, está en contra de la sumisión a la esclavitud y a la servidumbre
de los que queden fuera de ese círculo, porque seguramente es consciente de
que un cuerpo ciudadano fuerte y nutrido es una garantía para la supervi-
vencia de la polis. En su idea del equilibrio, cada uno de esos grupos debe co-
laborar, cada uno dentro de sus límites y posibilidades, en el bienestar co-
mún;3 ni los ricos deben oprimir a los pobres, convirtiéndolos en deudores ni
en esclavos, ni éstos deben aspirar a los bienes de aquéllos, contentándose
con lo que tienen o buscando nuevas formas de vida que no pongan en ries-
go el orden establecido.
Sin embargo, Salón sabe que esas ideas no podían ser expresadas tan di-
rectamente si es que pretendía (y yo no dudo de ello) convertirse en el que
resolviera el problema; no podía asustar a los eupátridas, que gobernaban
(valga la redundancia) precisamente porque eran eupátridas, y como círculo
aristocrático restringido que eran, se repartían el poder entre ellos. 4 Tampo-
co podía descartar cambios importantes que beneficiasen a los hectémoros,
pero seguramente jamás habló en público de repartir de nuevo la tierra,
como muchos pretenderían; a pesar de ello, no debió de desautorizar a aqué-
llos de entre los suyos que no negaban esa posibilidad ni debió de pronun-
ciarse nunca públicamente en contra de la misma. Fue esta indefinición so-
bre sus posiciones exactas la que le convirtió en el único «jefe del pueblo» en
quien podían confiar (relativamente) los eupátridas; ambos bandos debían
de pensar que, burlando al otro, establecería un sistema que les beneficiase
frente a los rivales. Al menos eso es lo que el propio Salón dice (frags. 23 D
y 24 D) y no parece posible que, una vez concluida su actividad política, haya
malinterpretado las críticas que se le hacían.
Es seguro (al menos yo lo creo así) que Salón fue plenamente cons-
ciente de que su labor iba a provocar descontentos; quizá, sin embargo,
pensase que también iba a encontrar apoyos y que éstos superarían a aqué-
llos. La realidad es que, si aceptamos el símil que él mismo utiliza una
vez concluida su labor él se ve como un lobo entre los perros (frag. 24 D,
vv. 26-27); este símil marca una clara diferencia con otros que él utiliza: un
guerrero empuñando un escudo entre dos bandos (frag. 5 D, v. 5) o un mo-
jón entre los dos bandos en tierra de nadie (frag. 25 D, vv. 8-9). Aquí está
él solo contra todos y posiblemente esto indique que Salón se ha dado
cuenta de que el descontento es generalizado y ni tan siquiera aquéllos de
los que pudiera haber esperado más comprensión, el grupo al que él mis-
mo pertenece, están satisfechos. 5 Pero de ahí radica también su satisfacción:
el haber impedido, en contra de los deseos de cada grupo, que unos se im-
pusieran a otros, o el haber rechazado la tiranía que por todas par-
tes le ofrecían, le sirve a Salón como la prueba suprema de lo acertado de
su labor. La insatisfacción generalizada es el indicio de que ha llegado
al equilibrio, al contrapeso entre poderes; los acuerdos a que han de llegar
RESULTADOS DE LA LABOR DE SOLÓN 109
Tras la acción de Solón, la lucha por el poder sigue presente, pero ahora
ya se ha ampliado y modificado el escenario; la lucha por el arcontado se
convierte en una de las metas principales, en parte por el gran poder que po-
see la magistratura y en parte porque el desempeño de la misma garantiza o
permite la entrada en el Areópago y, por consiguiente, el ejercicio de una in-
fluencia duradera y la capacidad de seguir interviniendo en política. Ya no se
plantea un cambio en el sistema, aunque la pugna de intereses impedirá en
dos ocasiones, durante los diez años siguientes al arcontado de Solón la elec-
ción de arcontes (Arist., Ath. Po!., 13, 1); incluso, cuando un tal Damasías,
unos diez o doce años después del arcontado de Solón, quiso convertirse en
tirano, 10 hizo desde su poder como arconte, cargo que no quiso abandonar
al expirar su mandato, manteniéndose en el mismo dos años y dos meses (c.
582-580) (Arist., Ath. Poi., 13,2);7 por lo que se refiere al sistema judicial es-
tablecido por Solón, y aunque no se conoce realmente si entró en funciona-
miento, posiblemente lo hiciera, a juzgar al menos por una referencia (cier-
tamente sospechosa) a cómo Pisístrato, siendo tirano, acudió ante el
Areópago a responder de una acusación de asesinato (Arist., Ath. PoI. 16,8;
Plut., Sol., 31, 3); por fin, ya hemos mencionado el acuerdo a que llegan las
distintas facciones atenienses, doce o catorce años después de Solón, de nom-
brar diez arcontes que proceden de los eupátridas, de los labradores y de los
artesanos (Arist., Ath. Poi., 13,2) y, cuando Pisístrato pide que se le conceda
una guardia personal de maceros, es la propia asamblea quien le otorga ese
privilegio (Arist., Ath. Poi., 14, 1).
Todo ello indica que el marco jurídico definido por Solón se mantiene,
a pesar de las dificultades y que la lucha política busca otros derroteros; se
utilizan los nuevos recursos que la constitución soloniana ha creado, la
ciudadanía empieza a ser consciente de sus derechos y parece desaparecer
el riesgo de ruptura del Estado. Naturalmente, y como es sabido, la situa-
ción desembocará en la tiranía de Pisístrato desde el 561 pero cuando se
produce el ascenso del mismo los ciudadanos atenienses se han ido reagru-
pando, de acuerdo con sus intereses, en distintos grupos más o menos or-
ganizados que pretenden influir en la dirección del gobierno, y que atien-
den tanto al nivel económico de los mismos cuanto a su lugar de residencia
y a sus inclinaciones políticas. 8 Pisístrato ejercerá, al menos durante su pri-
mera etapa, una política moderada, actuando, según Aristóteles, más como
un Particular que como un tirano (Arist., Ath. Poi., 14,2) Y observando y
haciendo cumplir las leyes de Salón (Plut., Sol., 31, 3). Independientemen-
tt~ del valor real que estas informaciones tengan, no hemos de perder de
VISta que la tradición griega fue siempre enemiga del régimen tiránico y de
los tiranos, por lo que el que a uno de ellos se le atribuya alguno de estos
hechos posiblemente sugiera alguna base rea1. 9 Sea como fuere, la Atenas
posterior a Salón es ya muy distinta de la anterior a él; los ciudadanos han
aprendido a dirimir de un modo más ordenado, más consensuado diríamos
hoy día, sus conflictos. Ya estamos lejos de la época en la que el gobierno
eupátrida podía prohibir hablar de un asunto bajo pena de muerte o de
RESULTADOS DE lA lABOR DE SalóN 111
Quiero decir, en primer lugar, que posiblemente esta cuestión esté mal
planteada, desde el momento que aplica a los inicios del siglo VI conceptos
que acaso no sean del todo pertinentes; sin embargo nos servirá para enten-
dernos. 1O Antes que nada hay que decir que la apreciación que tenemos de la
obra de Salón se halla sumamente influida por lo que fue el juicio que el
mundo ateniense del final del siglo V y del siglo IV hizo de la misma.!! Para
este mundo, especialmente el de los demócratas moderados que ya desde fi-
nes del siglo Vtratan de evitar los excesos de la democracia radical y que des-
pués tienen que hacer frente a la reconstrucción de Atenas tras el final de la
Guerra del Peloponeso, Solón aparecerá como el paradigma al que acudir;
será el momento en el que se recopilarán sus leyes o, al menos, lo que se te-
nía como tales en aquella época y a partir de entonces los oradores harán un
uso exhaustivo de las mismas, aunque entre ellas habrá un alto porcentaje
que no corresponderán, ni en el espíritu ni en la forma a lo que dejó escrito
Salón. Salón se habrá convertido en el paladín de un régimen que daba unos
importantes derechos al demos pero que, al tiempo, huía de lo que se toma-
ba como causa de la crisis ateniense, los excesos desmedidos en que había in-
currido la democracia del siglo v.
Esta consideración de Salón como demócrata ya la encontramos perfec-
tamente desarrollada en ese mismo siglo IV como muestra el análisis (y la crí-
tica) de Aristóteles, que habla de sus medidas «más democráticas» (Ath. Poi.,
9, 1) Y que asegura que la constitución de Clístenes fue «más democráti-
ca» que la de Salón (Ath. PoI., 22,1);12 durante el siglo IV, pues, nadie duda-
ba en Atenas de que el régimen de que disfrutaban había nacido con Salón,
aunque para ello hubiera que haber reinterpretado los escasos datos que, en
aquel momento, debían de existir sobre el Solón real. 13
Pero si nos ajustamos a los hechos, a inicios del siglo VI el concepto de
democracia aún no existía y, como hemos intentado ir mostrando en las pá-
ginas previas, ni Salón se considera demócrata (difícilmente hubiera podi-
do hacerlo a inicios del siglo VI) ni sus medidas son democráticas. 14 Salón
pretende acabar con el conflicto político, económico y social, por el que
está atravesando Atenas y que puede poner en riesgo la propia supervi-
vencia de la polis; con su peculiar concepto del equilibrio trata de recon-
ducir la situación asignando deberes y posiciones a los distintos grupos so-
ciales y estableciendo unas normas que acaben por vincular a cada uno al
112 SOLÓN DE ATENAS
grupo al que se les ha adscrito y que permitan que las instituciones que él
establece actúen dentro del nuevo sistema para reforzarlo. Su posición ante
las necesidades de los más desfavorecidos es, cuanto menos, paternalista; él
es quien decide cuáles van a ser sus derechos y cuál va a ser el límite a los
mismos. Con respecto a los poderosos, no va a cuestionar, en el fondo, su
derecho al poder; simplemente va a matizar los criterios de admisión al
mismo y va a establecer unos frenos que impidan que este poder se desbo-
que o, al menos, que vaya más allá de lo que Solón considera deseable. En
sus poemas insiste en estos límites y en cómo obliga a cada uno a respe-
tarlos (frag. 5 D); pero en esto no había nada de democrático, sino más
bien todo lo contrario.
Por consiguiente, e intentando plantear ahora el problema en sus justos
términos, y no con las etiquetas engañosas de si Solón fue revolucionario o
conservador, podríamos decir que Solón es un individuo de su época, que
contempla el peligro de que un exceso de poder y arrogancia por parte de
quienes gobiernan pueda dar paso a un sistema tiránico que arrase la ciu-
dad, que introduzca la ejecución sistemática de los aristócratas y el exilio
de los supervivientes, que proceda a repartos generalizados de tierra y que,
en definitiva, acabe dando el poder a los kakoi, a los «malos». Solón re-
chaza ese escenario, que ya se había producido en otras ciudades.
Solón quiere hacer reflexionar a esos aristócratas que gobiernan sobre
lo conveniente de establecer un freno a las ambiciones desmedidas de al-
gunos de sus miembros y de realizar algunas concesiones a los más desfa-
vorecidos como medio de garantizarles su permanencia en el poder al tiem-
po que ve la necesidad de aumentar la base social de quienes pueden
acceder a ese poder; como contrapartida, garantiza el mantenimiento del
papel subalterno del demos, mediante una mejora de sus condiciones de
vida y mediante el acicate, para los más acomodados del mismo, de una
participación en los niveles inferiores de las magistraturas y, sobre todo,
reconociéndoles un papel en la defensa de la polis, al constituir el núcleo
del ejército ciudadano.
Con este esquema, en el que cada grupo tiene su puesto definido den-
tro de la polis, y en el que Solón, arrogándose el papel de árbitro, es el úni-
CO que puede decidir sobre cuál es ese puesto y cuál es la función de cada
grupo, pretende conseguir que sigan siendo «los mejores» los que gobier-
nen la ciudad. En su fracaso está, sin embargo, su éxito. Solón se equivocó
al pretender petrificar una sociedad en plena ebullición y los conflictos sur-
gieron inmediatamente después del final de su mandato; sin embargo, So-
Ión había introducido algunos cambios que se revelarían trascendentales,
e~tre ellos la creación de un sentido de comunidad política, de participa-
ción en un proyecto común, que era la polis ateniense. Todo el desarrollo
ulterior de Atenas está, necesariamente, modelado sobre la sociedad dise-
~ada por Solón y la peculiar evolución de esta polis sólo se explica a par-
tIr del punto de inflexión que supone su actividad política; por ello, cuando
los moderados de fines del siglo v recuperaron a Solón como el creador
RESULTADOS DE LA LABOR DE SaLóN 113
1°) Por un lado, el hecho de que los únicos testimonios seguros que se
refieren a Solón son sus propias composiciones poéticas las cuales, empero,
plantean una serie de problemas tanto por lo que se refiere a su finalidad úl-
tima cuanto al hecho de que sólo conservamos una pequeña parte de su pro-
ducción literaria e, incluso, en lo referido a la cronología relativa de los
fragmentos conservados. En efecto, Solón, además de su faceta de hombre
político aparece caracterizado como uno de los primeros poetas líricos de
Atenas (si no el primero), y formando parte de todo el ambiente conocido
como «el mundo de la lírica».l Este hecho tiene gran importancia a la hora
de poder penetrar en la figura histórica de Solón. Los fragmentos conserva-
dos de sus poemas son, por ello, una fuente de primera mano para penetrar
en el mundo ideológico que rodea la labor pública de Solón y como tal fue-
ron ya utilizados por los tratadistas antiguos. 2 Sus poemas debieron de ser
ampliamente conocidos hasta una época relativamente tardía, habida cuenta
de la gran cantidad de autores que se refieren a los mismos y que recogen pa-
sajes de ellos. 3 Pero aquí radica otro de los problemas al respecto: el de la
fragmentariedad de los pasajes. Con excepción tal vez de la «Elegía a las Mu-
sas» (frag. 1 D) no hay ningún poema completo conservado y, en muchas
ocasiones, la reconstrucción de las poesías no deja de ser problemática. De
este modo, si bien disponemos de las ideas originales de So Ión, no poseemos
todo el corpus de las mismas, sino una parte aparentemente mínima. Por otro
lado, nos hallamos con la existencia de informaciones en las fuentes que nos
hablan de Solón que, aparentemente, son poco mas que transliteraciones de
frases contenidas en esas poesías, aún íntegras cuando nuestro informador
de turno las toma.
De entre todas las fuentes referidas a Solón los poemas son, sin duda,
junto con las leyes, la única fuente primaria, por cuanto que se trata de com-
posiciones realizadas por el propio Solón para dar a conocer sus opiniones
de una forma viva y directa. Su importancia radica en que estas poesías te-
nían como marco natural la recitación, pública o privada y en el hecho de
que la poesía en la Grecia arcaica tiene aún un marcado carácter didáctico y
expositivo.!2 Sin embargo, un primer problema a tener en cuenta es, simple-
mente, una cuestión numérica; de los 5.000 versos que algunos autores cal-
culan que compuso Solón (Diog. Laert., 1, 61)!3 nos quedan, distribuidos en
unos más o menos treinta poemas, unos 300 versos,14 es decir, un 6% de su
producción total.!5
De alguna de las composiciones de Solón sabemos, positivamente, que
fue recitada públicamente (es el caso de la «Salamina», frag. 2 D) como
asegura Plutarco (Sol., 8, 2) siendo la misma la que movió a los atenienses a
volver a declarar la guerra a los megáreos por la posesión de la disputada isla
en torno al 600 a.e. De las restantes hemos de pensar que, igualmente, serían
difundidas a través de mecanismos de mayor o menor amplitud, como por
ejemplo, los simposio s o banquetes aristocráticos;!6 sin embargo, siempre he-
mos de tratar estos poemas con precaución porque se trata, precisamente de
poemas y no de discursos políticos. 17
122 SalóN DE ATENAS
hombre, tanto el noble como el no noble (agathas te kakas te) se esfuerza por
realizar con la intención de enriquecerse: el comercio, el trabajo agrícola asa-
lariado, la artesanía, la poesía, la mántica, la medicina, (vv. 43-62), y aun
cuando cada una tiene sus riesgos y sus ventajas,?! acaba poniendo de mani-
fiesto un evidente pesimismo72 acerca de todo tipo de actividad humana, por
definición, condenada al fracaso,73 pues, en definitiva, todo es inútil: de lo
que los dioses entregan a los hombres (dara) no puede uno escaparse; es in-
evitable. Y, por ende, nunca se conoce el final de lo que se ha emprendido
(vv. 63-70). Ni tan siquiera mediante el trabajo puede el hombre ejecutar sus
esperanzas ni llegar a actuar justamente, puesto que desconoce el final, sólo
reservado a Zeus74 lo que puede determinar que llegue a sobrepasar ellími-
te permitido, pero que él desconoce, lesionando los derechos de los demás.7 5
La única manera de evitar la ruina es mediante la sabiduría.76
Finalmente, los últimos versos del poema concluyen afirmando que no
existe limite para la riqueza (plautas) hasta el punto de que los que más tie-
nen más quieren, sin que puedan verse saciados (vv. 70-73); sin embargo, hay
un cambio de perspectiva porque el poeta se incluye ahora también junto a
su público, buscando la identificación entre él y los comportamientos que
está denunciando.7 7 Como vio Nestle esto se relaciona con el inicio del poe-
ma: el hombre que no se contenta con lo que los dioses le entregan no co-
noce límites para sus ansias de poseer bienes. 78 Pero, y aquí vuelve a su idea
anterior, el infortunio, la desgracia (ate, nuevamente), es enviada por Zeus
para castigar a cualquiera de los que no han sabido hacer un buen uso de di-
chas riquezas (kerdea) (vv. 74-76);79 todo es producido y enviado por los dio-
ses y nada tiene lugar sin su consentimiento. 8o Es posible, como opinan algu-
nos autores, que en estos últimos versos Solón esté pensando sobre todo en
los ricos atenienses81 y el tono general del poema es de advertencia, em-
pleando para ello el recurso a dike que ya Hesíodo había popularizad082 pero
centrando más el énfasis en la colectividad que en el individuo, dando así un
paso más con respecto a Hesíodo. 83
Desde mi punto de vista, lo que Solón pretende mostrar en este poema
no es tanto una genérica admonición contra el afán desmedido de riquezas
de determinados individuos sino, ante todo, pretende poner en evidencia a
sus enemigos. ¿Quiénes son estos enemigos? Podemos responder que los
que se enriquecen con medios inicuos y a quienes les aguarda el inexorable
castigo de la divinidad en sus personas o en la de sus descendientes. Pero eso
no nos aclara excesivamente el problema. Sin embargo, en la elegía nos en-
contramos con un catálogo de actividades que realizan los hombres; hombres
que son agathai o kakai. Creo que el sentido que tienen aquí ambos térmi-
nos no es el de «afortunados» o «desdichados», respectivamente, como tra-
duce Adrados 84 o el «bueno» y el «ruin», como sostiene García Gual,85 sino
que, independientemente del sentido originario de ambas palabras, la con-
notación social me parece a mí evidente; prefiero entenderlos en su sentido
más social de los nobles y los que no son nobles.
Pero si observamos el catálogo de ocupaciones veremos que, en general,
LAS FUENTES 127
FRAGMENTO 3 D. EUNOMÍA. 102 Aquí nos encontramos, sin duda alguna con
una de las principales poesías de Salón en la que más a las claras expresa los
que parecen ser sus ideales políticos y da la impresión de que conserva-
mos la composición completa. 103 Como vio Jaeger, en esta poesía, como en
ninguna otra puede observarse la íntima unidad entre el Salón estadista y el
pensador Solón. 104 Analicemos a continuación los principales aspectos que
presenta el poema. 105
En los vv. 1-4 106 nos hallamos con lo que podríamos considerar como una
especie de «acto de fe». Salón está seguro de que la protección que ejerce
Palas Atenea 107 sobre la ciudad (sobre «nuestra ciudad», como la llama)108 es
tan grande que ningún tipo de acción inicua (a las que todavía no ha aludi-
do, pero cuya introducción va preparando) va a determinar una eventual
destrucción de la ciudad por Zeus, dentro de una línea de pensamiento en la
cual la frontera que separa lo humano de lo divino se va distanciando y dife-
renciando lO9 aun cuando todavía participa de ideas claramente desarrolladas
en Homero (/l., VI, 448-449) acerca de lo inexorable de la acción divina. 11o
No obstante, en estos primeros versos se descarga a los dioses de la respon-
sabilidad de los males que afligen a la ciudad lll para, en los siguientes (vv. 5-
29) ir desgranando su diagnóstico. 112
He de insistir en ese sentido de coparticipación en algo común que Sa-
lón destaca al hablar de «nuestra ciudad», y situar estas palabras, de gran
emotividad, como las primeras del poema;1l3 de aquí se va a derivar lo que
viene después. Salón habla, aconseja, advierte y aporta soluciones porque es
partícipe o, al menos quiere serlo, de su ciudad, posiblemente frente a visio-
nes exclusivistas mantenidas por quienes ostentan el poder, y evitan esa par-
LAS FUENTES 129
bio importante con respecto a Homero y Hesíodo y es que, frente a las ela-
boraciones teóricas de ambos, en Solón Eunomía se convierte en un progra-
ma político 138 y Disnomía muestra ya un claro referente a comportamientos
humanos, frente a la visión divina y distante de Hesíodo. 139 En Solón subya-
ce una visión de la polis como un organismo vivo, en el que cualquier des-
equilibrio produce una reacción indeseada, una enfermedad, que hay que sa-
nar restableciendo ese equilibrio, papel que desempeña la Eunomía. 140
Pero hay otro aspecto que también merece ser tenido en cuenta. La situa-
ción que está describiendo Solón en su poema es totalmente ficticia. No ha
ocurrido aún. Es lo que, previsiblemente puede ocurrir; los ejemplos en otras
ciudades no debían de ser escasos y Solón, que había viajado, sin duda lo sa-
bía. Es un poema ejemplificador; pretende que Atenas tome conciencia de la
situación que se avecina; pero tampoco puede pensarse que Solón esté ha-
blando de algo abstracto. Sus oyentes debían de saber perfectamente a quié-
nes se estaba refiriendo, a quiénes estaba acusando de destruir la ciudad y con-
tra quiénes tenía intención de actuar, arropado por el concepto de la eunomía,
cuyo representante sería él mismo. Como afirmó Linforth, no se trataba de un
lamento estéril, sino del ofrecimiento de una política constructiva. 141
pueblo, de los que ahora se dice que serán seguidos mucho mejor si son mo-
derados pero, al tiempo, firmes (es decir, si no se deja al pueblo demasiado
suelto pero tampoco se le fuerza demasiado). Se ve claramente cómo es a
ellos a quienes está confiado el cuidado del demos; el demos reflejará en su
comportamiento la actitud de sus jefes. El propio Aristóteles ha comprendi-
do así estos versos cuando afirma que se refieren a cómo hay que tratar a la
muchedumbre (plethos) (Ath. PoI., 12,2). Y, abundando en ello. añade Salón
que la saciedad (koros) da lugar a la desmesura (hybris), especialmente en
aquellos hombres cuya mente no está equilibrada (vv. 7_10).159 Hay aquí una
clara referencia a la responsabilidad que tienen los jefes del pueblo frente a
éste; son ellos los que tienen que saber dirigirle, evitando que caiga en la des-
mesura porque, como puede verse en el fragmento y por exclusión, son ellos
los que poseen una mente equilibrada. El demos, según lo que expresa Sa-
lón, no es capaz de discernir lo que le conviene; ésa es la función de los jefes
del pueblo. Para evitar la lucha entre ellos Salón adopta un aspecto de gue-
rrero, firme entre los dos bandos.
Al pueblo le entrega geras, pero es competencia de sus jefes el saber ad-
ministrarla convenientemente. Al partido opuesto, los que poseen el poder y
la riqueza, le defiende contra los embates del demos, dirigido por sus jefes. Y
el enfrentamiento se resuelve, al menos desde el punto de vista de Salón
aconsejando a los jefes del pueblo moderación en el uso que hagan del geras
entregado al pueblo; el demos no está del todo preparado para asumirlo. Sa-
lón ha hecho mucho por él al dárselo, pero es competencia de sus jefes el ad-
ministrarlo. Creo que la postura de Salón se nos presenta aquí de forma muy
clara. Él defiende, porque así lo dice, a los nobles y encarga a los jefes del de-
mos (seguramente también nobles y, por ello, con capacidad de discernir)
que aconsejen al pueblo cómo hacer uso de sus privilegios recibidos; y el
modo es no dejándolo demasiado suelto ni oprimiéndolo en exceso. De lo
que se trata es de llegar a un compromiso en el que el demos no dé rienda
suelta a sus deseos, lo que se consigue con una dirección sabia; una dirección
que corresponde, sin ninguna duda, a los jefes del pueblo cuyo origen aristo-
crático es claro. El último verso del fragmento en el que Salón se lamenta
de que en los asuntos importantes sea difícil agradar a todos no hace sino
abundar en las dificultades con las que tropieza en su labor y que, previa-
mente, le han llevado a adoptar la figura del guerrero separando a los ban-
dos en conflicto con su escudo. 160
FRAGMENTO 8 D. Por fin en este último fragmento de los cuatro que, pre-
suntamente, corresponden al mismo poema, parece evidente la referencia a
una tiranía ya establecida en Atenas. Retoma aquí Salón el tema ya enun-
ciado en el fragmento 3 D al dejar a los dioses en un segundo plano y no res-
ponsabilizarlos de los errores humanos. En efecto, el fragmento empieza
aconsejando (seguramente al demos) que no le echen la culpa a los dioses de
los desastres que han ocurrido, sino a su propia ineptitud (vv. 1-2), al tiempo
que les recuerda que han sido ellos mismos los que reforzaron a éstos (tou-
tous) dándoles el poder y entregándoles medios de actuación (rymata don-
138 SOLÓN DE ATENAS
FRAGMENTO 140. 180 Este fragmento, cuyo mensaje último viene a ser el de
la, inexorabilidad de la muerte, el tema del «carpe diem», y la inutilidad de las
riquezas en el Hades, ha sido generalmente interpretado en relación con la
situación social de la Atenas soloniana, sin duda por las referencias que So-
Ión hace en los primeros versos, en los que se refiere al que posee mucha pla-
ta, oro, campos de tierra fértil, caballos y mulas. A éste contrapone al que
sólo puede dedicarse a mantenerse vivo y disfrutar del amor. Sin duda es
lícito extraer de aquí lecturas sociales; habría, en efecto, gentes muy ricas,
con todos esos bienes que ha enumerado y otras muy pobres, cuya única pre-
ocupación es atender a su propia supervivencia.
Sin embargo, y en mi opinión, no parece imprescindible que tengamos
que vérnoslas aquí con ninguna composición con un mensaje social palpable,
a no ser por un hecho: el hecho de que la muerte a todos iguala. Pero no es
una visión pesimista la que está dando el poeta; me atrevería decir que todo
lo contrario. Y ello puede verse, ante todo, a partir del primer verso el que
tanto de unos como de otros se dice que tienen iguales riquezas (ploutoi). Es
decir, no parece existir una visión pesimista; ambos son ricos; pero dentro de
eso, quizá pueda afirmarse que los segundos son más ricos que los primeros
puesto que hay una ley inmutable, que impide que se entre en el Hades con
todas las riquezas materiales (chremata). Y aquí se utiliza, precisamente, esta
palabra chremata, riquezas materiales, frente a la empleada anteriormente
ploutos, que puede tener unas connotaciones más «morales» (bendición, fe-
licidad), quizá derivadas del propio origen de esa riqueza. 181 Ya en el verso 7
ha recapitulado lo que ha expuesto en los versos anteriores afirmando que
ésta es la ganancia de los mortales, refiriéndose, sin duda a lo último que ha
dicho, es decir, a la satisfacción de las necesidades vitales. Y ello viene co-
rroborado por la proposición siguiente, en la que alude a la imposibilidad de
ir al Hades acompañado de las riquezas, y que viene introducida por la con-
junción gar (en efecto), aclarando, por consiguiente, la frase anterior. Y aca-
ba el fragmento (vv. 8-10) incidiendo en la inutilidad de la riqueza que no
puede vencer a la muerte, a las enfermedades ni a la vejez. Como ha obser-
vado Ferrara aquí no le importa a Solón el origen mismo de la riqueza, o la
cantidad de la misma, irrelevantes al ser medidas por algo plenamente cono-
cido: la fragilidad del hombre. 182
¿Qué sentido puede tener este fragmento? Quizá el mismo dependa, en
último término, de la datación del mismo. Mi impresión es que debe ser un
poema de madurez, aunque sólo sea por la expresión que emplea en el últi-
mo verso en el que habla de la «horrenda vejez que sobreviene» y en el que
posiblemente haya que imaginar a un Solón que ve cómo la misma se va
acercando o ha llegado ya. Encaja también más el poema en un momento
posterior a su arcontado, cuando el estadista ya no insiste en los temas
que habían caracterizado el periodo previo al mismo y el inmediatamente
140 SalóN DE ATENAS
posterior, y que mostraban un claro espíritu combativo contra los que goza-
ban de riquezas excesivas, a los que amenazaba en la Elegía a las Musas con
el castigo divino, y que posiblemente le granjearon el favor del demos. Aho-
ra vemos ya a Salón en una postura diferente. Hay hombres muy ricos, con
campos, caballos, plata, oro, etc., y otros con la única preocupación de llenar
sus estómagos. Sintomáticamente es a éstos a quienes Salón les permite dis-
frutar del amor (de una joven o de un muchacho) durante la juventud (a la
que parece añorar el poeta), y ésta parece ser la única ganancia que se lleva
el hombre de esta vida; nada más vale ante el inexorable Hades y toda la pa-
rafernalia que le precede, las terribles enfermedades y la espantosa vejez. 183
El mensaje, pues, parece claro: Salón viene a decirle al pueblo llano que
no tiene por qué preocuparse de su suerte ni tan siquiera tratar de invertir el
orden social; el hombre debe conformarse con satisfacer sus necesidades na-
turales y disfrutar del amor. Eso es lo único que va a sacar en claro de esta
vida; es más, parece implícito que sólo los que no poseen elevadas riquezas
van a hallar estas satisfacciones. En este sentido, aunque con un espíritu muy
diferente, Salón estaría criticando a aquéllos que acumulaban grandes rique-
zas de manera injusta, y contra quienes había lanzado ataques importantes
en su juventud. En su cambio de actitud (o en la moderación de la misma)
quizá haya que ver, por un lado, el paso del tiempo sobre el propio Salón que
le ha hecho más reposado en sus ideas, pero también las duras críticas a las
que su labor es sometida, y el descontento generalizado por la misma, al ha-
ber defraudado las esperanzas de unos y otros. Aparece aquí una visión muy
parecida a la que nos da el Salón herodoteo, en el sentido de que aplaza has-
ta el final de la vida del hombre la valoración general acerca de si la misma
ha sido feliz o no. En este fragmento Salón, poniendo como telón de fondo
al Hades, viene a recalcar lo mismo que el Salón herodoteo le dice a Creso:
ni las riquezas, ni los hijos, ni nada en absoluto permiten afirmar, hasta que
se ha llegado al término de la vida humana, si un individuo ha sido feliz o no.
Hasta ese momento, todos son, en principio, iguales. Igual de ricos, afirma
Salón, quizá para no desanimar a aquéllos que más habían confiado en él y
que no han visto satisfechas sus esperanzas de, precisamente, cambiar de si-
tuación en esta vida. Salón les acalla hablándoles de la futilidad de las ri-
quezas materiales (chremata) que no pueden ser llevadas al Hades ni libran
de la muerte, la enfermedad o la vejez. Volviendo al paralelo herodoteo, Sa-
lón le habla a Creso de su conciudadano Tela (1, 30, 4), del que, además de
alabar sus hijos, y sus nietos, acaba diciendo, simplemente, que «vivió todo lo
bien que se puede entre nosotros». Veo claramente un mismo tipo de idea
general compartida por el fragmento soloniano y por el relato herodoteo. Po-
siblemente a contextos parecidos pueden referirse los fragmentos anterior-
mente considerados (los números 12 D Y 13 D) Y tal vez alguno de los si-
guientes (el 15 D sobre todo).
tólos bienes (esthla) que le ofrecían los dioses (vv. 1-2). De tal manera, la ti-
ranía, ofrecida por los dioses, asume la forma de un regalo inesperado y, por
lo tanto, insidioso en cuanto que establece, a su vez, la obligación del recep-
tor frente al donante; por ello, Solón la rechaza;207 esta referencia al ofreci-
miento divino puede relacionarse con la noticia que recoge Plutarco (Conv.
Sept. Sap., 152 C) de que el oráculo de Delfos le habría ofrecido, ciertamen-
te, la tiranía y es posible que la propia ironía soloniana haya estado en el ori-
gen de esa tradición.
A continuación, y como es relativamente frecuente en la poesía solonia-
na emplea un símil que, gráficamente, aclara lo dicho en los versos anterio-
res: dice, en efecto, que habiendo conseguido introducir a la pieza en su red
no supo cerrar la misma, faltándole valor e inteligencia (vv. 3-4). Es posible
que esté expresando aquí la opinión corriente en el «hombre de la calle»
de que actuó estúpidamente al no hacerse con la tiranía, lo que, naturalmen-
te, no está exento de ironía. 208 A partir de ahí empieza a hablar en primera
persona y parece claro el tono irónic0 209 que emplea al afirmar que en caso
de que hubiese poseído el poder (kratesas), se hubiese hecho con grandes ri-
quezas y hubiese ejercido la tiranía en Atenas aun por un solo día y no le hu-
biera importado ni que le desollaran después y que toda su estirpe fuese ex-
terminada (vv. 5-6).210 Es evidente que aquí Solón se nos presenta después de
haber ejercido su mandato arcontal y el fragmento se halla dentro de la línea
que muestra, por ejemplo, el número 5 D, el conjunto compuesto por 8 D, 9
D, 10 D, 11 D Y 12 D, ya comentados, y el 24 D. Parece evidente el rechazo a
la tiranía que manifiesta Solón, pero también las críticas que esta decisión de
no ejercerla provoca; no de otro modo pueden interpretarse los primeros
versos del poema y los posteriores a los que a continuación aludiremos. Se le
acusa, claramente, de haber obrado estúpidamente; es más, las propias pala-
bras de Solón parecen indicar que quienes así le hablan habían considerado
que eran los propios dioses los que le habían elegido a él para desempeñar
el ilegítimo cargo que él rehúsa. 211 Un cargo que, si seguimos su línea de pen-
samiento, le hubiera proporcionado el poder absoluto (kratos), y grandes ri-
quezas. En el tono irónico que parece caracterizar a estos siete versos tam-
bién encuentra su lugar una amarga referencia al ansia desmedida de poder:
al tirano, con tal de ser tirano un sólo día, no le importa ni morir después ni
que desaparezca toda su familia.2 12
En el siguiente grupo de versos (vv. 8-12), una vez recobrado el tono crí-
tico y exento de ironía, reflexiona sobre los perjuicios de la tiranía; para él,
el haberse resistido a ocuparla implica haber tenido consideración o clemen-
cia hacia su patria, al librarla de la tiranía y de la amarga violencia relacio-
nada con la misma, al tiempo que mediante ese rechazo ha conseguido, en
el terreno personal (y ético) no deshonrar su fama (kleos), lo que le produ-
ce la impresión de haber superado a todos los restantes hombres,m conser-
vando su reputación y su fama;214 quizá en ello radique su calidad de sabio
(sophOS),215 frente a la imagen de individuo de pocas luces con las que (iró-
nieamente) se caracteriza en los primeros versos del poema. Frente a esa pri-
LAS FUENTES 145
mera parte del poema, en estos versos 8-12 Solón da rienda suelta a la idea
que posee acerca de su propia valía y capacidad, para algunos teñida quizá
de un profundo sentimiento religioso. 216 No obstante, y es una interpretación
posible, ese hincapié en sus motivos puros y elevados puede indicar que tam-
bién en esa dirección se encaminaban los ataques que contra él lanzaron sus
oponentes. Si pretende dejar fuera de dudas su amor a la patria y su bondad,
al tiempo que resalta la preservación de su kleos, de su fama, al menos de la
visión que de la misma posee como fama imperecedera, pero con unas con-
notaciones diferentes de las tradicionales en la aristocracia, como ha mos-
trado VOX 217 es seguramente porque todos esos aspectos habían sido puestos
en tela de juicio por sus adversarios políticos.
¿Quiénes eran estos adversarios políticos? Veamos si podemos tratar de
identificarlos. El tercer grupo de versos que componen el fragmento, corres-
pondan a no a la misma composición,218 pueden darnos alguna pista al res-
pecto y, con ellos, entramos en una serie de cuestiones problemáticas acerca
de la propia orientalOión de Solón. Allí, en efecto, se alude a los que vinieron
a realizar rapiñas, los cuales se hallaban esperanzados creyendo obtener
grandes riquezas (vv. 13-14). El problema radica aquí en lo siguiente: en pri-
mer lugar, en quiénes son esos individuos que iban en busca de grandes ri-
quezas mediante la rapiña y el saqueo; en segundo lugar, si las esperanzas
que tenían eran o no fundadas. Acerca de la primera cuestión podemos de-
cir que se trata de los mismos que en el verso 21 son llamados kakoi (la gen-
te del pueblo, los «malos»), sin perjuicio de que más adelante profundicemos
en esta cuestión. Acerca de lo segundo, el problema es aún mayor. Es evi-
dente que Salón rechaza de plano la acusación que se le hace porque, de
hecho, se le está acusando de haber dado motivos a estos individuos para
que pensasen que podían hacerse ricos a costa de los pillajes. Y esto se re-
fuerza aún más en el verso siguiente (15), cuando Salón afirma que se enga-
ñaron al pensar que tras sus palabras moderadas daría rienda suelta a su am-
bición. Lo que de todo esto parece evidente es que ha habido una serie de
individuos claramente partidarios en un determinado momento de Salón,
que pensaron que éste empleó un lenguaje moderado que no era más que un
disfraz para, una vez conseguido el poder, afianzarse en el mismo mediante
la tiranía y beneficiar a sus partidarios, en cierto modo en la línea de Teognis
cuando aconsejaba engañar con dulces palabras al enemigo y, cuando estuvie-
se en poder de uno, castigarle sin contemplaciones (Teognis, vv. 363-364).219
No sabemos por el momento si Solón ha estado jugando un doble juego
o, por el contrario, si sus propósitos eran para él claros desde el principio.220
Pero sí podemos pensar que a Solón no se le ocultaba que sus partidarios es-
peraban de él un comportamiento como el que más adelante se niega a asu-
mir. Si esto es así, podemos decir con seguridad que Solón ha sabido jugar
hábilmente sus bazas. Tal vez sea cierto que él no ha expresado jamas en pú-
blico sus más ocultas intenciones que, quizá, incluso, no poseyese; pero no es
menos cierto que Salón debía de conocer lo que pensaban sus seguidores que
haría si alcanzaba el poder. En ese caso, tal vez la intención de Solón no fue-
146 SOLÓN DE ATENAS
de tierras. Por ende, la imagen del guerrero armado de escudo entre los dos
bandos y la del lobo entre los perros puede que nos estén indicando la inde-
pendencia de Solón. 258 Sin embargo, Solón es un hombre de su tiempo y, ade-
más, de origen aristocrático. Pretende situarse en el punto medio y, si bien,
deplora las malas acciones de sus iguales, no por ello admite las ideas de los
oponentes, el demos. Aunque es posible que en su acceso al arcontado haya
jugado con los deseos del demos, no desengañándolo de sus esperanzas, al
tiempo que no ha asustado excesivamente a los aristócratas con su mensaje
de moderación y de sometimiento a una norma, lo cierto es que a su llegada
al poder desarrolla «su» propia reforma. No la reforma que quería el demos
ni la «no-reforma» de la aristocracia; simplemente, la reforma que, de acuer-
do con sus ideas, le parecía necesaria. De ahí su hincapié en este fragmento
24 D a sus medidas positivas en favor del demos sobre todo, del mismo modo
que en el tantas veces mencionado frag. 5 D nos refiere, ante todo, lo que ha
hecho a favor de la aristocracia (especialmente, defenderla y protegerla de
sus fieros oponentes).
No es de extrañar, por todo ello, que su reforma no satisfaga a nadie; el
renunciar a la tiranía le impide cumplir las expectativas del demos; el no re-
nunciar a sus orígenes aristocráticos le impide realizar cambios fundamenta-
les en la sociedad ateniense, más allá de remediar las injusticias más san-
grantes. Seguramente Salón es profundamente coherente en su pensamiento,
aun cuando los medios de que se sirvió para alcanzar el poder y poner en
práctica sus ideas no siempre hablen todo lo bien que cabría esperar de su
sinceridad como hombre político. 259
cargo que él poseyó no habría cesado hasta haber extraído la crema tras ha-
ber batido la leche (vv. 6-7), dando a entender cómo se habría aprovechado
de unos (los ricos) en beneficio de otros. 2ó ! Por ello, es posible ver en esta se-
gunda parte del poema un nuevo ataque contra las pretensiones del demos,
representado por un tirano, frente a la aristocracia. 2ó2
El fragmento acaba con dos versos, el segundo de los cuales también es
fragmentario, en el que Solón vuelve a emplear una imagen del tipo de las ya
conocidas y comentadas anteriormente; afirma lo siguiente: «Yo permanecí
firme como un mojón en medio de ellos». Emplea, sin embargo, la palabra
metaichmios que significa el espacio intermedio entre dos ejércitos formados
y dispuestos para el combate. Es, pues, muy sugestivo el símil soloniano; él se
halla entre los dos contendientes a quienes presenta como prestos a un en-
frentamiento violento; pero él no está alineado en ninguno de los dos ban-
dos. Es un horas, un mojón, una piedra de término; igual que en el fragmen-
to 24 O y, antes, en el 5 O, Solón se desvincula de los grupos enfrentados,
pretendiendo actuar de forma independiente y, por ende, en beneficio de
ambos, a su manera en cada caso. 263 Como se ve, pues, este fragmento 25 O
forma parte también del grupo de composiciones que Solón realiza como jus-
tificación de su actividad política, y el motivo principal que él elabora en su
propaganda es el de su independencia de criterio, el no haberse dejado con-
vencer por unos o por otros, sino haber seguido su propio camino sin inter-
ferencias.
ría tampoco extraño que esta máxima, que seguramente formaría parte de
alguna composición más larga, hubiese que situarla dentro de los conflic-
tos que años después del arcontado de Salón sufre Atenas, con momentos en
los que no pueden elegirse arcontes o hay magistrados que pretenden per-
manecer en el cargo ilegalmente. En cualquier caso, es una defensa más de la
legalidad frente a la ilegalidad que supone cualquier sistema de corte tiránico.
Junto a los poemas de Solón hay otro tipo de testimonios que, induda-
blemente, corresponden al mismo. Se trata, naturalmente, de las leyes. Las
leyes, a diferencia de las poesías, son documentos públicos y oficiales pero no
por ello dejan de ser composiciones literarias, máxime si, como algunos pre-
tendían Salón había compuesto estas leyes en verso. Esto es lo que dice Plu-
tarco (Sol., 3, 5), aunque no atribuye esta idea a nadie en concreto (<<algunos
dicen ... »). Aquí no voy a hablar de los problemas que plantea la legislación
soloniana, puesto que ya he tenido ocasión de hacerlo en la Primera Parte;
simplemente, y como estamos en el apartado de las fuentes acerca de Salón,
creo que es necesario mencionar las leyes como una fuente más, que, junto
con las composiciones poéticas del propio Solón son, en último término, tex-
tos compuestos por el personaje cuya actividad estoy analizando. 268 Tampo-
LAS FUENTES 155
co voy a entrar aquí en la cuestión del soporte físico de las mismas (los fa-
mosos axones y kyrbeis), puesto que también he abordado su problemática
en capítulos previos. Simplemente, voy a exponer algunas observaciones que
me sugiere el «corpus» de leyes conservadas de Solón, y para cuyo análisis
admitiré, en general, el elenco que ha propuesto Ruschenbusch. 269
En efecto, y como ya se dijo, este estudioso ha individualizado un total
de 93 leyes atribuible s, con cierta seguridad, a Solón. Lo primero que puede
observarse a partir de la recopilación de este autor es que, en general, no he-
mos conservado las propias palabras de Solón o el texto de las leyes, sino
simples referencias por parte de los diferentes autores que se han limitado a
indicar de qué trataba cada una de esas leyes. Por otro lado, no hay en nin-
gún caso un tratamiento sistemático de la labor legislativa de Solón ni
ningún intento de reproducir textualmente su corpus legislativo. Las referen-
cias suelen ser aisladas y se hallan, como ocurre con las poesías, en función
de lo que quiere defender el autor en cuestión responsable de su cita pero, a
diferencia de los poemas, de los que se suelen transcribir algunos pasajes, no
suele ser éste el caso de las leyes. Además está la cuestión de las interpola-
ciones posteriores de las leyes de Solón, algo que no suele ser frecuente con
las poesías; las leyes, no hay que olvidarlo, permanecieron en uso durante, al
menos, doscientos años270 y ello permitió que se introdujeran interpolaciones
en momentos posteriores; algunas de ellas han podido ser detectadas, y los
pasajes en que aparecían, convenientemente criticados, han mostrado su fal-
sedad. En otros casos, aún sigue habiendo problemas, puesto que una co-
rrecta exégesis de la legislación implicaría un conocimiento perfecto de la si-
tuación de la Atenas del inicio del siglo VI, lo que no siempre es el caso.
Como ya veíamos anteriormente, había quienes pensaban que las leyes
de Solón se encontraban en verso; Plutarco era quien transmitía esta opinión
lo que, posiblemente, indica que o bien él no conoce personalmente las re-
dacción original de las leyes o que, si es que la conoce, en ella no aparece ras-
tro alguno de una composición versificada. Ello sin duda tiene su importan-
cia en la transmisión por parte de los autores posteriores de estas leyes; una
composición versificada es siempre mucho mejor acogida por cualquier au-
tor, debido a lo que de artístico pueda tener. Una ley en prosa, por el con-
trario, no tiene por qué ser transcrita al pie de la letra; basta con hacer refe-
rencia a su contenido. Éste ha sido el caso generalmente. Por todo ello, pues,
hemos de considerar las leyes de Solón como una fuente importante para co-
nocer no sólo su obra sino también su pensamiento y la situación de la Ate-
nas de su época, pero al tiempo hay que destacar el hecho de que las leyes
de Solón no permiten introducirnos, como lo hacen las poesías, en el propio
estilo compositivo soloniano e, incluso, en su propio vocabulario lo que, po-
siblemente, hubiera ayudado mucho más a la hora de interpretarlas y de em-
plearlas como fuente histórica, aunque sólo fuera por el hecho de que, aun
cuando pueda llegarse a la conclusión de que determinada leyes auténtica,
no siempre podemos estar seguros de que la forma en que ha sido transmiti-
da obedece al texto original procedente de Solón. 271
156 SOLÓN DE ATENAS
7.4. HERÓDOTO
HERÓDOTO 11, 177. Dentro dellogos egipcio, Heródoto está narrando la his-
toria de Amasis y de su buen gobierno en Egipto, y le atribuye la promulga-
ción de una ley (nomos) según la cual todos los egipcios deberían declarar
anualmente ante el rey sus medios de vida, so pena de severos castigos, in-
cluyendo la muerte y, según afirma el de Halicarnaso, Solón tomó esta ley y
la estableció entre los atenienses y «aquéllos», dice, «la observaron para
siempre, teniéndola como ley sin tacha». Sin duda Heródoto tiene presente
la división censitaria promovida o favorecida por Solón, que implicaría un
cierto conocimiento de los bienes económicos de cada ciudadano así como la
ley sobre la ociosidad que promulgaría Solón (Plut., Sol., 22, 3). Por otro
lado, vuelve a insistir aquí en el conocimiento personal de Salón y Amasis al
158 SOlÓN DE ATENAS
sus leyes, de sus poemas (que sin duda conoce) y de sus viajes, al tiempo que
alude a alguna de sus máximas y de sus ideas más características.28s Según
Masaracchia, «Heródoto tiene un conocimiento ciertamente de primera
mano de las ideas de Solón y de ciertos puntos fundamentales de la tradición
soloniana, pero se muestra ignorante del peso político tan determinante que
inmediatamente se le atribuyó: en su época no se había formado aún aque-
lla tradición que reconocía a Solón en la historia de Atenas la misma impor-
tancia decisiva que se daba a la constitución licurguea para Esparta».286
De tal manera, lo poco que Heródoto dice acerca del legislador atenien-
se nos muestra un buen conocimiento del personaje histórico, tal y como sue-
le ser habitual en este autor y una visión coherente del mismo y de sus
ideas;287 pero también parece bastante probable que se haya dejado influir
por los temas de la propaganda délfica y, cómo no, que haya introducido sus
propias concepciones acerca de la historia en las referencias a Solón, ante
todo en las referidas al diálogo con Creso y al destino del mismo. 28s Aunque
no todos los autores coinciden en ello, es posible que en este diálogo, Heró-
doto haya utilizado a Solón como portavoz de sus propias ideas acerca de las
causas de los acontecimientos históricos289 y para algunos estudiosos, el he-
cho de que el diálogo entre Solón y Creso esté al inicio de la obra indicaría
el papel programático que algunas de las ideas presentes en el mismo ten-
drán a lo largo de toda la Historia herodotea.2 90
Por último, otro aspecto referido al Solón herodoteo, y sobre todo al So-
·Ión que se entrevista con Creso, pero al que tampoco es ajeno el que apare-
ce como amigo del faraón Amasis, es la cuestión cronológica. En los últimos
tiempos ha sido, sobre todo, M. MiIler uno de los pocos autores que ha de-
fendido la posibilidad de entrevistas reales entre esos personajes, a partir del
análisis de las tradiciones cronológicas transmitidas. 291 Bien es cierto, igual-
mente, que en uno de sus primeros trabajos sobre esta cuestión en el que
analiza la elaboración de la lista canónica de arcontes en Atenas, introduce
esta autora una interesante hipótesis de trabajo según la cual la datación de
Solón no dependería de ningún testimonio seguro sino, simplemente, de una
serie de consideraciones apriorísticas por parte de los compiladores de la lis-
ta definitiva de arcontes que fue elaborada en el último tercio del siglo v a.e.
Por consiguiente, el arcontado de Solón habría sido situado en una época
más antigua que la que realmente le correspondería y ello obligaría a exten-
der en el tiempo la problemática historia ateniense arcaica anterior a la ti-
ranía. De tal manera, el arcontado de Solón, en lugar de en 594/3 habría te-
nido lugar a finales de la década de los 570 a.e., por lo que la entrevista con
Creso adquiriría verosimilitud. 292 La hipótesis que planteaba M. MiIler, y que
ha sido desarrollada por la misma autora en posteriores trabajos no deja de
ser sugerente; sin embargo, la crítica, en general, no ha aceptado sus teorías
y, por consiguiente, no se admite tampoco la historicidad de las entrevistas
de Solón y Creso y de Solón y Amasis, y se prefiere pensar bien en la apli-
cación de los temas de la propaganda délfica, bien en el propio desarrollo
de la tradición sobre la figura de Solón.
160 SOlóN DE ATENAS
CAP. 9. Tras haber descrito los rasgos más sobresalientes del sistema insti-
tuido por Salón, pasa Aristóteles a reflexionar acerca de aquellas medidas
que le parecen más populares (ta demotikotata) de las tomadas por Salón y
afirma que éstas son: en primer lugar la supresión de los préstamos sujetos
a garantía personal; en segundo lugar, la posibilidad de reclamar frente a
cualquier perjuicio causado por un tercero y, por último, la posibilidad de
LAS FUENTES 163
Aristóteles está aquí utilizando como fuente básica las propias poesías de So-
lón. 3l2 Sin embargo, es interesante el hecho de que Aristóteles indica que po-
día haberse apoyado en cualquiera de los dos grupos en litigio para alcanzar
ese cargo. Tal y como ha dicho antes, esos dos bandos son el demos y los
nobles. ¿Puede pensarse que la aristocracia ateniense hubiera apostado por
un sistema tiránico? Yo, personalmente, no lo veo probable; tanto el episo-
dio de Cilón, en el siglo VII, como la posterior tiranía pisistrátida van a en-
contrar una fuerte oposición entre la aristocracia ateniense, en cuanto que
grupo social. Eso no quiere decir, sin embargo, que determinados individuos,
a título personal, y pertenecientes a esa nobleza, no se hubieran decantado
hacia esa forma de gobierno e, incluso, que estuvieran dispuestos a apoyar a
Solón de haber aspirado éste a la tiranía. Pero, tal y como argumentábamos
anteriormente, estos elementos, al menos en la caracterización de Solón, de-
ben de ser los «jefes del pueblo», acerca de cuyo carácter aristocrático, como
veníamos, no cabían dudas. No parece, pues, estrictamente cierta la aprecia-
ción de Aristóteles, basada en los poemas de Solón, al menos a partir de los
fragmentos de los mismos hoy conservados.
semejantes a la constitución de Solón. 318 Sin duda los ecos de la lucha políti-
ca en la Atenas del final del siglo v impregnan las fuentes de Aristóteles
.que, sin embargo, en el capitulo 22 le permiten asegurar al mismo estagirita
que la constitución de Clístenes era más democrática que la soloniana, todo
lo contrario de lo que aquí se afirma. La siguiente aparición de Solón en la
Athenaion Politeia tiene lugar en el capitulo 35, que narra el establecimiento
de los Treinta Tiranos; afirma Aristóteles que derogaron las leyes de Solón
que tenían por discutibles, al tiempo que suprimieron la decisión inapela-
ble de los jueces. En el capítulo 41, y como consecuencia de la restauración
de la democracia, Aristóteles aprovecha para decir que ésta disposición
constituía el undécimo de los cambios o transformaciones sufridas por Ate-
nas desde el inicio de su historia. De entre esos cambios, el tercero es el pro-
tagonizado por Solón, en el que tiene su origen la democracia, y que tiene lu-
gar, como afirma Aristóteles, tras la stasis. 3J9 Por último, y dentro de la
descripción de la constitución vigente en su época, afirma Aristóteles, a pro-
pósito del nombramiento de los tamiai o Tesoreros de Atenea, que son sor-
teados a razón de uno de cada tribu de entre los pentacosiomedimnos, de
acuerdo con la ley de Solón, aún en vigor (cap. 47).
menos, alguna de ellas, estaban aún vigentes en su época, aun cuando aquí
hay que ser cautos, puesto que, como ya hemos mencionado, en épocas pos-
teriores se tienen por leyes de Salón algunas que, indudablemente, no lo
son. 322 En cualquier caso, la documentación de que se sirve Aristóteles es
bastante abundante y variada; sin embargo, tanto en el interés por el tema de
Salón cuanto en el tratamiento de su obra, parece haber estado influido por
la atidografía; lamentablemente, las obras de estos Atidógrafos no se han
conservado más que fragmentariamente, por lo que no insistiremos aquí en
la problemática que plantean, dejándolo para el apartado 7.9, dedicado
a «Otras fuentes y noticias»; allí aludiremos, entre otros, a Androción, de
quien parecen proceder muchos de los datos que transmiten Aristóteles y
Plutarco, entre otros. Sea, pues, por influencia de estas fuentes o sea también
por la propia postura de Aristóteles y de su escuela, la visión de Salón que
aparece en la Athenaion Politeia incide claramente en el papel del arconte le-
gislador como creador de una democracia moderada,323 aunque no deja de
haber alguna contradicción en este tratamiento, como ya hemos apuntado
anteriormente. 324
POL., 1256 b, 31-38. Refiriéndose a los bienes y riquezas que deben ser
acumulados por ser necesarios para la casa o para la polis, Aristóteles criti-
ca una referencia soloniana (frag. 1 D, v. 71) según la cual no hay límite para
la adquisición de riqueza. El estagirita afirma, por el contrario, que sí hay un
límite, y que ocurre como en las restantes técnicas, de las que no existe nin-
guna en la que no haya un límite. Pero parece como si Aristóteles hubiera
mal interpretado el sentido del pasaje soloniano. A mi entender Salón lo que
pretendía dar a entender era la insaciabilidad de los que tenían riquezas,
que querían seguir acumulándolas. Aristóteles lo ha interpretado desde un
punto de vista más «económico», quizá frente a la visión ética de Salón.
POL., 1273 b-1274 a, 1-22. Tras definir diferentes regímenes políticos pasa
Aristóteles a hablar de la labor de los legisladores y empieza por Solón. Eso
le va a permitir describir, en muy pocas palabras, las rasgos esenciales de la
constitución ateniense, en cuanto que establecida por Solón, pero mantenida
aún en sus propios días, al tiempo que reflexiona sobre la evolución del pro-
pio sistema soloniano. Así, y utilizando la terminología de su propia época,326
empieza diciendo que, para algunos Solón fue un legislador diligente, puesto
que acabó con una oligarquía bastante desmedida, libró al pueblo de la es-
clavitud y estable¡;ió la democracia tradicional (demokratian katastesai ten
patrion). Aparece ya aquí claramente definida la idea, no expresada de for-
ma tan directa en la Athenaion Politeia, de Solón como creador de la demo-
cracia ateniense; sin embargo, en el relato del filósofo la aclaración de «tra-
dicional» seguramente hay que interpretarla en oposición a su propia época,
en la que ya la democracia se habría degenerado. 327 Y ello queda claro a par-
tir de lo que sigue.
En efecto, continua Aristóteles, esa democracia se caracteriza por una
hábil mezcla constitucional: el Areópago representaría el elemento oligár-
quico, las magistraturas el aristocrático y los tribunales el democrático. Y
muestra también Aristóteles cómo Solón no actuó destruyendo las institu-
ciones ya existentes sino que trajo al demos a primer plano formando los tri-
bunales con todos ellos. Aun cuando la cuestión de la institución de los
tribunales por parte de Solón (al menos con todos los poderes que los mis-
mos alcanzarán en momentos ulteriores) ha sido puesta en tela de juicio, pro-
bablemente no haya que dudar de que Solón permitiese el acceso al demos a
estos órganos jurisdiccionales.
En todo caso, posiblemente esté plenamente justificada la alegación de
Solón en el fragmento 5 D cuando afirma haber entregado al pueblo cuanto
geras le corresponde, al tiempo que asegura haber defendido los derechos de
los aristócratas. Es conocido el hecho de que los poemas de Solón no suelen
hacer referencia a su propia labor legislativa pero de lo que no cabe duda es
de que en el pasaje de Aristóteles que estamos comentando se alude a sus
medidas legislativas referidas a la reforma de la politeia e, insisto, el espíritu
de la noticia aristotélica encaja muy bien con lo que puede desprenderse,
como hemos visto en su lugar, del fragmento soloniano. Pero Aristóteles, a
continuación, nos muestra cómo esa actividad de Solón ha suscitado críticas;
unas críticas, sin embargo, que parecen tener poco que ver con las que se de-
sarrollaron en su propia época, en la que el descontento se centró, sobre todo,
en su renuncia a hacerse con la tiranía. El motivo de queja para algunos es
haber acabado con las restantes instituciones del Estado haciendo al tribunal
dueño absoluto, aun siendo un órgano elegido por sorteo. Esto hizo al pue-
blo soberano y condujo hacia la democracia existente en época de Aristóte-
les. A ello también contribuyeron, como afirma Aristóteles, Efialtes, que dis-
168 SOLÓN DE ATENAS
minuyó el poder del Areópago y Pericles, que instituyó los pagos por servir
en los tribunales y los demás jefes del pueblo (demagogos) que conducen ha-
cia esa democracia contemporánea.
Pero este excurso le sirve a Aristóteles para exonerar de culpa a Salón,
frente a aquéllos (seguramente los más reaccionarios de los moderados o, in-
cluso, los oligarcas), que atribuían al legislador arcaico la situación presente.
En efecto, afirma Aristóteles que no parece que ésta haya ocurrido por vo-
luntad de Salón, sino sobre todo, por una desafortunada casualidad, que se
concreta en la intervención del demos en la victoria sobre los persas y el pro-
vecho que los demagogos sacaron de ella. Y, como prueba de que no era in-
tención de Salón dar un poder absoluto al demos, esboza Aristóteles lo esen-
cial de la politeia soloniana. Su explicación se inicia afirmando que Solón
parece que concedió al pueblo «el poder más imprescindible», consistente en
la simple elección de los magistrados. La mención de la necesidad (ananke)
en la concesión de este poder es justificada por Aristóteles por el hecho de
que si el demos no participase tan siquiera de esto, sería más bien esclavo y
enemigo. También aquí pueden hallarse ecos claros del fragmento 5 D solo-
ni ano; el populacho ha recibido lo necesario, lo que se merece, lo que le co-
rresponde en el reparto (aparchei, dice Salón en ese fragmento) yeso se tra-
duce en la capacidad de elegir a los magistrados.
Aristóteles, pues, procede a mencionar que todas las magistraturas se cu-
bren de entre los notables y los ricos, a saber, los pentacosiomedimnos, los
zeugitas y una tercera clase, la de los hippeis (el orden es del propio Aristó-
teles).328 Concluye afirmando que la cuarta clase, la de los thetes, no tuvo par-
ticipación en ningún cargo. Como hemos visto, pues, este pasaje aristotélico
resume en pocas líneas los principales rasgos de la politeia soloniana, dedi-
cándose, al tiempo, a rebatir a aquéllos que pretenden que Solón es el cau-
sante de los males de la democracia radical.
La visión de Aristóteles al respecto parece clara. Solón es el padre de la
democracia; una democracia sabia que reúne lo mejor de la oligarquía, lo
mejor de la aristocracia y lo mejor de la democracia en un acertado equili-
brio. Otorga al demos la capacidad de formar parte de los tribunales de
justicia; será una serie de desafortunadas casualidades las que determinan la
evolución ulterior de la democracia en ese mal desarrollo; y la prueba, viene
a concluir Aristóteles, es que repartió los cargos entre los ricos y los podero-
sos, dejando al demos la única atribución de elegirlos (y, más bien, por nece-
sidad), e impidiendo a los más pobres del mismo ejercer cargo efectivo algu-
no. Que la visión de Aristóteles, aun cuando se pueda hallar más o menos
influida por la incidencia de las polémicas contemporáneas sobre la mejor
forma de gobierno, se basa seguramente en la realidad puede mostrárnoslo
la ya observada semejanza de concepciones que se desprenden de la legis-
lación soloniana, tal y como la transmite Aristóteles, que debía de conocerla
de primera mano (no en vano compuso una obra llamada «Sobre los axo-
nes de Salón» )329 y los poemas de Salón que, según se admite comúnmente,
no hacen referencia explícita a la labor legislativa aun cuando, indudable-
LAS FUENTES 169
POL., 1296 a, 18-22. Este último pasaje aristotélico que vamos a analizar es
sumamente interesante. Como es bien sabido, Aristóteles opina que un buen
factor de estabilidad dentro de los sistemas políticos es la abundancia de in-
dividuos pertenecientes a las clases medias (hoi mesoi) y añade que los me-
jores de entre los legisladores fueron ciudadanos de las clases medias. Y
como testimonio de ello sitúa a Salón, afirmando que ello es claro a partir de
su poesía, así como a Licurgo y Carondas. Como ha estudiado bastante bien
Masaracchia, Salón aparece ya aquí como un ciudadano mesos por condición
económica lo que le lleva a crear un sistema político mezcla de elementos oli-
gárquicos y democráticos. 33o Es interesante también, a mi juicio, que el argu-
mento que emplea Aristóteles para defender ese origen socioeconómico
de Salón, que no parece aceptable a la luz de las informaciones alternati-
vas de que disponemos, lo busque, y lo halle, en la propia poesía soloniana.
Tal y como hemos visto al analizar los fragmentos, es evidente que Salón se
presenta en muchas ocasiones en medio de los dos contendientes, separán-
dolos, como un guerrero con su escudo, o como un hito entre ambos o,
incluso, como un lobo acosado por perros. Seguramente imágenes de este
tipo han dejado su huella no ya sólo en el propio Aristóteles, sino en una
buena parte de la tradición literaria ateniense del siglo IV, precisamente
170 SOLÓN DE ATENAS
aquélla que apoya las pretensiones de los moderados que ven en Solón al au-
téntico «padre» de la democracia moderada ateniense, visión que el propio
Aristóteles comparte en cierto modo. 33 !
Tras haber comentado los precedentes pasajes puede decirse que la vi-
sión que presenta la Política es, básicamente, similar a la que nos da la Athe-
naion Politeia aunque, por una parte, como es obvio, se trata de unas infor-
maciones más breves y, por otro, Aristóteles en su Po/[tica está teorizando a
partir de ejemplos prácticos. La figura de Solón no tiene, por consiguiente, la
relevancia de que goza en su obra menor, centrada exclusivamente en Ate-
nas. Este hecho, aunque determina una pérdida de profundidad en el trata-
miento de la vida y obra de Solón, permite, no obstante, ganar en 10 que se
refiere a la inserción de la actividad soloniana en el contexto más amplio del
mundo griego.
La labor de Solón obedeció a una serie de causas que se dieron en la
Atenas del inicio del siglo VI y, por ello, irrepetibles en otro momento y en
otro lugar; sin embargo, sus soluciones al problema planteado, aun cuando
también propias, pueden permitir la elaboración de un pensamiento político
que trascienda del marco de la polis ateniense. 332 Aristóteles supo verlo y con
él, aunque en cierto modo acaba la tradición de informaciones verídicas y
contrastables dentro de la biografía soloniana333 también se inicia la valora-
ción de Solón como figura de cuya actividad pueden extraerse sabias conse-
cuencias ya no sólo aplicables a su ciudad y a su momento histórico. De al-
guna manera, ya desde antes Solón había empezado a desempeñar ese papel,
como uno de los Siete Sabios; sin embargo, el estudio profundo que de su la-
bor legislativa, política e, incluso, artística, desarrolla Aristóteles y, antes que
él, la atidografía, va a superponer al «Solón Sabio» el «Solón Político».334 Ya
iremos viendo cómo ambos temas van a encontrar acogida entre los autores
posteriores.
7.6.1. Introducción
En opinión de Linforth gran parte de las noticias que transmite este au-
tor son de carácter legendario y de poco valor y, aunque no informa acerca
de sus fuentes sobre Solón parece que sus datos derivan, directa o indirecta-
mente, de Hermipo y de Éforo. 335 Las noticias que acerca de Solón transmi-
te Diodoro Sículo se hallan repartidas por toda su obra. Procederé, por con-
siguiente, a analizar las mismas, una por una, intentando extraer aque-
llos datos positivos que, eventualmente, puedan proporcionarnos.
LAS FUENTES 171
DIOD., 1, 79. En este capítulo que, como los anteriores, se refieren a Egip-
to, hallamos una información sorprendente. Describe Diodoro una ley egip-
cia que determinaba que los préstamos deberían ser pagados sólo mediante
las propiedades del deudor, sin que en ningún momento su persona pudiera
verse comprometida. Tras describir la ley afirma Diodoro que parece que So-
Ión transfirió también esta ley a Atenas, llamándola sisactía, liberando a to-
dos los ciudadanos de los préstamos apalabrados con las personas como
prenda. Por lo que yo sé, hasta ese momento no habíamos encontrado refe-
rencias a que la sisactía tuviera orígenes egipcios. Aristóteles, que dedica
atención al tema no lo menciona en su Athenaion Politeia (6, 1). Tampoco sa-
bemos si se trata de una invención de Diodoro o si ha tomado la noticia de
172 SOlÓN DE ATENAS
alguna de sus fuentes, pero lo que es evidente es que, una vez que Diodoro
ha admitido que los sabios griegos iban a Egipto a aprender sus leyes y sus
costumbres, y admite, como en el capítulo anteriormente comentado, que Sa-
lón se ha llevado consigo leyes egipcias a Atenas (aunque aquí cuenta con la
autoridad previa de Heródoto), no es excesivamente difícil para él (o para al-
guna de sus fuentes) dar el paso siguiente y hacer que Salón se haya llevado
también a Atenas desde Egipto la propia sisactía.
DIOD., 1,96-97. Seguimos aún dentro dellogos egipcio de Diodoro que, una
vez que ha enumerado las costumbres y rasgos principales de esta antigua
cultura de gran atractivo para los griegos, va a mencionar qué griegos,
que han alcanzado la fama por su conocimiento y por su cultura visitaron
Egipto antiguamente para aprender de sus leyes y de su cultura. (Obsérvese,
de paso, que la construcción que emplea Diodoro es prácticamente igual a la
que usó en 1,68, cuando inició el presente tema). Menciona a continuación
la lista de estas personalidades, entre los que se encuentran Orfeo, Museo,
Melampo, Dédalo, el poeta Homero, Licurgo de Esparta, Salón de Atenas,
Platón el filósofo, Pitágoras de Samas, Eudoxo de Cnido, Demócrito de Ab-
dera y Enópides de Quíos. Pero lo auténticamente interesante de ello no es
que atribuya la visita a Egipto de todos estos individuos sino, sobre todo, la
afirmación de que la información de tales visitas procede de los propios egip-
cios. En efecto, inicia la enumeración afirmando que los sacerdotes de los
egipcios cuentan esas visitas a partir de los registros escritos de sus libros sa-
grados y, tras dar la relación de nombres precedente, asegura que las prue-
bas de su visita hay que buscarlas en sus estatuas o lugares que llevan sus
nombres, así como en el hecho de que todas aquellas cosas por las que fue-
ron admirados entre los griegos procedían de Egipto.
Si bien esta segunda parte encaja más dentro de lo que suele ser habitual
en relatos de este tipo, la primera de ellas no deja de ser sorprendente. No
creo probable que Diodoro (o, incluso, alguna de sus fuentes) hayan consul-
tado personalmente los registros egipcios. Pero, aun cuando hubiera sido éste
el caso, es difícil creer que en los mismos se recogiese la visita de todos esos
individuos, especialmente de los que, evidentemente, no son «históricos»
en sentido estricto. Seguramente estamos aquí ante el intento de la historio-
grafía tardía de época helenística de dar una base sólida a las relaciones que,
a lo largo de los siglos precedentes, se han mantenido entre el mundo griego
y el egipcio. No podemos dudar de la realidad de visitas de griegos a Egipto:
Hecateo y Heródoto serían prueba evidente de ello, por no hablar de
los mercenarios al servicio de la dinastía Saíta o de los que visitaban y vivían
en Náucratis. La atracción por Egipto ha sido algo clarísimo l;l lo largo de
todo el arcaísmo y de la época clásica de Grecia. Pero mientras que en algu-
nos casos los testimonios son incontrovertibles, en otros no ocurre así. Ya ha-
bíamos visto algo de este problema a propósito del viaje a Egipto del propio
Salón, deducible, al menos por los testimonios que de él ahora poseemos, so-
lamente por el fragmento 6 D, sumamente breve por lo demás. Como tam-
LAS FUENTES 173
bién hemos visto, otras fuentes, como Heródoto, ya le sitúan en Egipto, reci-
biendo leyes de Amasis, tradición que retoma Diodoro. Platón, aludiendo a
Soló n a propósito del relato de la Atlántida, habría contribuido también a re-
forzar esa, vamos a llamarla, «leyenda» del viaje de Solón a Egipto. Diodo-
ro, por último (bien por su propia cuenta, bien bebiendo en otras fuentes) no
sólo retoma ese hecho, sino que llega a afirmar que las noticias de esos via-
jes se encuentran recogidas por los propios libros sagrados egipcios. Ni qué
decir tiene que la credibilidad que merece en este punto Diodoro es, real-
mente, poca.
DIOD., IX, 4. Salta ahora a los años finales de la vida de Salón, cuando Pi-
sístrato está encaminándose hacia la tiranía y nos muestra a Salón, armado,
presentándose en el ágora para persuadir a los ciudadanos a enfrentarse al
tirano; éstos le acusan de locura y de mostrar ya rasgos de senilidad. La re-
currencia más o menos frecuente al tema de la locura a propósito de Salón
posiblemente haya que relacionarla con las referencias a la misma que en-
contramos en algunos poemas solonianos (por ejemplo, el fragmento 23
D);338 por otro lado, la oposición a la tiranía de Pisístrato parecía deducirse
a partir de los fragmentos 8-11 D; por fin, está el tema de la deposición de
sus armas a la puerta de su casa que menciona Aristóteles (Ath. Pol., 14,2).
A partir de todo ello es posible que bien Diodoro, bien sus fuentes, ha-
yan elaborado el tema aquí recogido. La irrupción de Salón en el ágora pro-
cedería tal vez de la anterior comparecencia, en su juventud, para hablar de
Salamina; el tema de la presencia armada sería una reelaboración a partir de
la noticia ya mencionada. Acerca de la locura ya hemos hablado; la senilidad
se desprendería de su avanzada edad. El episodio concluye con una conver-
sación (sin duda apócrifa) entre Solón y Pisístrato, seguida del respeto que
éste muestra hacia el viejo legislador causado por la admiración que el tira-
no siente por el buen sentido de Salón. También aquí hay claros ecos de la
tradición sapiencial sobre Salón; no hay referencias, sin embargo, a cualquier
amistad o relación previa entre ambos personajes.
DIOD., IX, 5. Este breve capítulo, en el que se afirma que no puede consi-
derarse sabio al que se dedica a asuntos injustos e ilegales parece o haber
sido tomado directamente de alguno de sus poemas o ser una observación de
Diodoro o de sus fuentes tras la lectura de alguno de ellos; en la Elegía a las
Musas (frag. 1 D) puede haberse hallado la inspiración pertinente para tal
máxima.
DIOD., IX, 6-8. En esta parte de la obra de Diodoro, que se conserva frag-
mentaria, se alude a Misón, a quien el oráculo délfico consideraba el más sa-
bio, a cómo fue incluido entre los Siete Sabios en lugar de Periandro, que es-
tableció una dura tiranía y a cómo Salón visitó a este sabio, que vivía en el
Monte Eta, para comprobar su sabiduría, lo que hizo.
DIOD., IX, 17. Este fragmento, transmitido por Ulpiano (Sobre el Timócra-
tes de Demóstenes, 9, p. 905), da la noticia, atribuida a Diodoro, de que Sa-
lón vivió en Atenas en la «época de los tiranos», antes de las guerras Médi-
LAS FUENTES 175
cas, y que Dracón vivió 47 años antes. Como se ve, la precisión brilla por su
ausencia.
DIOD., IX, 26. Como consecuencia del fragmentario estado en que se halla
esta parte de la obra de Diodoro nos volvemos a encontrar aquí con la na-
rración de Creso; en este capítulo, simplemente, son mencionados los indivi-
duos que son llamados ante el rey lidio; entre ellos están Anacarsis, Biante y
Solón, así como el relato de su entrevista con Anacarsis.
DIOD., IX, 27. Como continuación del capítulo precedente se narra ahora
la entrevista entre Creso y Solón. El tono es más o menos parecido al de la
anterior referencia, con la diferencia de que el discurso de Solón se nos pre-
senta ahora en estilo directo. El relato, como ya se ha dicho, se asemeja bas-
tante al herodoteo aunque aquí se añade una referencia que no encontramos
en el mismo; en efecto, según la versión de Diodoro, Creso le pregunta a
Biante si la respuesta de Solón ha sido correcta, a lo que este otro sabio
asiente. Claramente se han introducido aquí temas propios de la tradición de
los Siete Sabios, en la que éstos aparecen con frecuencia actuando de forma
combinada.
DIOD., XII, 18. Aquí hay una simple alusión a la ley que dictó Solón relati-
va a las epícleras, dentro del contexto de las leyes de Carondas.
176 SOLÓN DE ATENAS
DIOD., XV, 88. La breve referencia a Solón contenida en este capitulo es su-
mamente interesante para conocer qué ubicación cronológica se le asignaba
a Solón en el siglo I a.e. Una mención, también vaga, ya ha sido comentada
anteriormente. En este pasaje Diodoro se refiere a la muerte de Epaminon-
das, lo que le da pie para hacer una reflexión acerca de los hombres esclare-
cidos de la generación del estratego tebano; tras mencionar a Agesilao el es-
partano, de una época un poco anterior, se refiere a otros de un momento
aún más antiguo, en tiempos de las guerras médicas y persas y enumera a So-
Ión, Temístocles, Milcíades, Cimón, Mirónides, Pericles y otros en Atenas y
Gelón, hijo de Dinomenes, en Siracusa. Con excepción de Solón, todos los
demás hay que situarlos en el siglo v a.e., aunque en momentos diferentes
del mismo. Sin embargo, la ubicación de Solón en esta relación puede hacer
pensar que, al menos para Diodoro, no quedaba en absoluto clara la época
de Solón; el que encabece la lista puede hacer creer que se le considera el
más antiguo de todos pero, seguramente, en la mentalidad de Diodoro y de
su época, no sería mucho anterior a las Guerras Médicas, que son el jalón
cronológico empleado para situar a todos esos personajes. Si la época de So-
Ión no queda ya clara en Diodoro, es evidente que mucho menos el contex-
to histórico correspondiente al mismo.
DIOD., XVIII, 18. Narrando las consecuencias para Atenas del final de la
guerra Lamíaca y las medidas de Antípatro (322 a.e.) se refiere a la reforma
constitucional que el macedonio introduce en la ciudad; estas medidas tien-
den a acabar con el sistema democrático en Atenas, y contemplan el exilio
de 12.000 ciudadanos, que no poseían la cifra mínima de 2.000 dracmas, y su
envío a Tracia. Los ciudadanos restantes, en número de 9.000, ejercieron
el poder de acuerdo con las leyes de Solón. No sabemos si aquí, como es fre-
cuente en otros casos, la referencia a las leyes de Soló n hay que entenderla
como una alusión a la constitución ancestral o si, por el contrario, dicha men- '
ción hay que ponerla en relación con el censo mínimo requerido para per-
manecer en Atenas y poder ejercer cargos públicos. Tampoco sería extraño
que se dieran, paralelamente, ambos fenómenos.
DIOD., XIX, 1. Aludiendo a las leyes que en varias ciudades pero, sobre
todo, en Atenas, tratan del exilio de los personajes influyentes por miedo a
que se conviertan en tiranos (ostracismo), Diodoro da la curiosa noticia
de que en Atenas se recuerda, como si se tratara de una respuesta oracular
un dicho de Solón en el que se predecía la tiranía de Pisístrato. Se trata del
fragmento 10 D (vv. 3-4) que es, igualmente, transcrito.
Con esta última referencia, acaban las noticias acerca de Solón en la Bi-
blioteca Histórica de Diodoro Sículo. Se observa, tras el análisis de las mis-
mas, que Diodoro recoge una serie de referencias de muy diversas proce-
dencias; por lo que se refiere al aspecto de la crítica de sus fuentes, no parece,
a juzgar por los datos que hemos visto, que haya demasiada. Junto a refe-
rencias que podemos considerar herodoteas, hay seguramente otras que pro-
ceden de los Atidógrafos y, sobre todo, están aquéllas que entran de lleno en
la tradición sobre los Siete Sabios, apartado en el que, incluso, pueden en-
globarse las noticias herodoteas, al menos como precursor de lo que será esa
tradición, al aportar temas que luego serán retomados ampliamente por los
creadores y desarrolladores del tema de los Siete Sabios. Realmente es este
último aspecto el que invade todas las noticias que da el siciliano; la figura
de Solón aparece como paradigma de justicia, de equidad, de sabiduría e, in-
cluso, su labor legislativa y política en Atenas, a la que tampoco hay excesi-
vas alusiones, parecen más consecuencia de este carácter sapiencial que de
las propias condiciones de Solón y de su época.
La mayor parte de las noticias solonianas, por otro lado, se hallan agru-
padas en los capítulos iniciales del libro IX; no obstante, el carácter frag-
mentario del mismo no permite tampoco conocer en profundidad las infor-
maciones de Diodoro pero, tal y como hemos visto, no desmienten la opinión
recién expresada. 339 Hay que tener presente, sin embargo, en esta valoración
de las informaciones de Diodoro que en su Historia esta figura no ocupa un
lugar preeminente; es uno más de los numerosísimos personajes tratados e,
incluso, no uno de los más importantes. La figura de Solón, para los escrito-
res del siglo 1 a.e. se ha convertido ya en un objeto de leyenda; en un tópico
obligado al hablar de la Historia de los antiguos griegos. La leyenda sapien-
cial, a la que se integra la tradición sobre su legislación, unida al conoci-
miento de sus poemas, posiblemente descontextualizados (baste ver cómo en
el propio Diodoro la cronología real de Solón es, sin lugar a dudas, comple-
tamente desconocida) es lo que queda de Solón en aquellos autores que rea-
lizan Historias Universales, lo que les obliga, debido a la amplitud del tema
y a la diversidad de fuentes, a no profundizar en exceso en sus personajes y
178 SOLÓN DE ATENAS
a hacer uso de los tópicos que los siglos anteriores habían ido generando. Ha-
bremos de esperar a Plutarco para volver a ver un cierto interés por la figu-
ra del Solón histórico.
7.7. PLUTARCO
Sin ninguna duda es Plutarco el autor que nos proporciona mayor nú-
mero de informaciones acerca de la vida y la obra de Solón, merced a la bio-
grafía del mismo que hace en su colección de Vidas Paralelas; igualmente, se
encuentran datos de cierto interés en sus obras de contenido moral, espe-
cialmente en el Banquete de los Siete Sabios. A continuación analizaremos
los elementos más destacables de ambas obras.
CAP. 6. Dentro del mismo contexto hay que situar la estancia de Solón en
Mileto junto a Tales. Allí Solón es víctima de un engaño por parte del mile-
sio para que el ateniense comprenda el porqué de su celibato. Es interesan-
te que en el pasaje se nos hable del hijo de Solón del que, por otro lado, ape-
nas disponemos de más informaciones. El mérito del relato le corresponde,
como afirma Plutarco, a Hermipo de Esmirna quien, a su vez, lo toma del fa-
bulista Pateco. ,.
CAP. 8. Sin transición, pasa a tratar del tema de Salamina. Relata la larga
guerra previa entre Atenas y Mégara, y el decreto que impedía volver a ha-
cer proposiciones tendentes a reanudar la guerra. Es Solón el que indignado,
hace correr la voz de que se ha vuelto loc0 35o y un día, cubierto con un pili-
dion (gorro de enfermo para algunos y gorro de mensajero o heraldo para
otros)351 recita, en el lugar reservado en el ágora al heraldo su elegía a Sala-
mina de cien versos, cuyos dos primeros transcribe Plutarco (frag. 2 D). Es
Pisístrato el que exhorta a los ciudadanos a que obliguen a revocar el decre-
to y a reanudar la guerra, colocando a Solón al frente. Reaparece aquí nue-
vamente Pisístrato actuando ya en este momento, anterior indudablemente
al arcontado soloniano.
No parece probable, desde ningún punto de vista que por esos años el fu-
turo tirano hubiese iniciado ya su carrera política, si es que había, incluso, na-
cido; se trata de un tema claramente propagandístico, habida cuenta la exis-
tencia de tradiciones, de las que se hace eco el propio Plutarco en el capítulo
1, en las que se hallan los dos vinculados, además de por parentesco, por re-
laciones homosexuales. También hay que tener presente que Pisístrato, en su
momento, promoverá acciones bélicas contra Mégara, haciéndose con el
control del puerto de Nisea. 352 También ha sido objeto de discusión el papel
de Solón al frente de la expedición, afirmado par algunos y negado por otros;
sobre ello ya se habló en la Primera Parte. Quizá, sin embargo, pueda en-
tenderse el texto de Plutarco más en el sentido de que Solón alcanza en ese
momento su posición de prostates o hegemon del demos, con el que le vemos
ya actuar en sus poemas y al que alude el propio Aristóteles (Ath. Pol., 28,
2) empleando ese mismo término. A continuación, procede Plutarco a dar
dos versiones de la acción que lleva a la conquista de la isla; primero narra
la versión común, en la que participa Pisístrato, y en la que interviene un ele-
mento folclórico, consistente en un travestimiento por parte de los jóvenes
atenienses, consiguiendo la victoria mediante esta estratagema. 353
CAP. 10. La guerra entre Mégara y Atenas prosigue y, finalmente, son ele-
gidos los lacedemonios para arbitrar une solución. Solón se apoya en los Poe-
mas Homéricos (JI., 11, 557-558), convenientemente alterados para la ocasión
por él mismo, tradición de la ya se hizo eco con anterioridad Estrabón (IX,
1, 10). Plutarco reconoce que para los atenienses esto es una banalidad, al
tiempo que relata los argumentos de Solón, que se retrotraen también al
epas concretamente a Fileo y Eurisaces, hijos de Ayax, que donaron la isla a
los Atenienses. 355 También emplea Solón, según Plutarco, el testimonio de
los rituales funerarios, diferentes en Salamina a los de Mégara, pero simila-
res a los atenienses, tanto en la orientación de los cadáveres, como en el nú-
mero de individuos que ocupa cada tumba, aunque esto lo rebate Héreas de
Mégara, cuyo testimonio también cita Plutarco. 356 Por último, emplea Solón
algunos oráculos de la Pitia que llaman «jonia» a Salamina. 357
Como se ve, la figura de Solón se halla muy vinculada a Salamina; o bien
dirige la acción bélica, o la inspira, o aduce las pruebas pertinentes durante
el arbitraje para garantizar su posesión por parte de los atenienses. Desde mi
punto de vista, al menos, parece como si los diferentes argumentos que da
Solón procedieran de diferentes tradiciones; en la primera de ellas el propio
Plutarco nos lo demuestra; la versión ateniense se refiere a los hijos de Ayax
y al origen del demo de los Filaidas, frente a la que tiene su base en los dos
versos mencionados de la Ilíada; posiblemente la referida a los oráculos dél-
ficos proceda de otra fuente y, por fin, la que se sirve de los rituales funera-
rios como argumento, de otra. Seguramente también las distintas tradiciones
surgen en momentos diferentes, siendo todas ellas atribuidas a Solón por su
vinculación (señalada por él mismo en su elegía Salamina) con la isla. De to-
das ellas, sin duda alguna, la más sorprendente, es la que recurre a la orien-
tación de las tumbas y al número de deposiciones que cada una de ellas con-
tiene, lo que muestra, ante todo, observación de primera mano. Que tal
observación corresponda a no a la época de Solón es otro asunto. Pero, en
todo caso, todas esas tradiciones muestran lo controvertida que fue siempre
la posesión de Salamina, hasta el punto de que llegaron a emplearse argu-
mentos como los mencionados, además de los más habituales que recurren al
mito o al epas.
CAP. 12. Narra ahora Plutarco los problemas causados en Atenas como
consecuencia del enfrentamiento faccional producido tras el intento tiránico
de Cilón y el asesinato sacrílego de sus partidarios. La intervención de Solón,
nuevamente, es providencial. Es él quien, al decir de Plutarco, «se situó en el
medio», junto con los principales atenienses para persuadir a los descen-
dientes de Megacles de que se sometieran a juicio ante trescientos ciudada-
nos elegidos por sus cualidades (aristinden) y respondieran del sacrilegio de
sus antepasados. El lenguaje que emplea Plutarco parece estrechamente re-
lacionado con el que emplea el propio Solón; sin duda el autor de Queronea,
buen conocedor de la obra soloniana, ha aprovechado esta intervención de
Solón para presentarle de una manera que, como hemos visto, al propio So-
Ión le gustaba emplear situándose en medio de la situación, fuese cual fuese.
De ser cierta la noticia que transmite Plutarco, es interesante destacar
que aquí se nos presenta a Solón rodeado de los principales de los Atenien-
ses, en un asunto que, sin duda, afectaba a la comunidad en su conjunto, cual
podía ser la impureza ritual, la miasma. 359 Seguramente este hecho tiene lu-
gar también antes de su arcontado, puesto que en una ley (la octava del dé-
cimo tercer axon) (Plut., Sol., 19,4) se menciona la amnistía que promulga
Solón, que de alguna manera se hallaba en relación con este proceso. Por
otro lado, parece que es necesario admitir que este tribunal que juzga a los
Alcmeónidas debe ser el tribunal del Areópago, puesto que parece haber
sido el único capacitado para llevar a cabo tales juicios; igualmente, la noti-
cia ya mencionada de la amnistía soloniana, que no afectaba a los juzgados o
por el Areópago, a por el tribunal de los Efetas o por el Pritaneo, indicaría
que alguno de esos tres tribunales tuvo que juzgar a esos individuos;36o por
último, la referencia a la extracción de esos trescientos miembros, aristinden,
que ha sido puesta en relación con la referencia aristotélica a los areopagitas
como escogidos aristinden kai ploutinden (Ath. Poi., 3,1).361
Menciona también Plutarco la circunstancia de que los megáreos aprove-
LAS FUENTES 185
CAP. 13. La expulsión de los Alcmeónidas, sin embargo, como afirma Solón,
no impidió que siguiera la stasis. Con relación a la misma, Plutarco inserta
186 SOLÓN DE ATENAS
CAP. 14. Ante el estado de cosas, los más juiciosos atenienses piensan en
Salón para hacerle entrega de los asuntos públicos y para que acabe con las
disensiones. La causa es que Salón no compartía las injusticias (adikia) de los
LAS FUENTES 187
ricos ni tenía las mismas necesidades que los pobres. Desde mi punto de vis-
ta esta opinión debe de proceder, directamente, de la lectura de algún poe-
ma soloniano como puede ser, por ejemplo, la Elegía a las Musas (frag. 1 D)
o la propia Eunomía (frag. 3 D). En ellas se expresa este tipo de ideales muy
claramente. Hay que observar también que no hay ninguna relación entre el
inicio de este capitulo y el precedente, puesto que el nombramiento de So-
Ión, aunque tiene como causa la situación de inestabilidad creada, no se vin-
cula con las intenciones y propósitos del demos, que se acaban de enumerar.
Sin embargo, Plutarco nos da otra versión que, posiblemente, satisfaga más
este requisito.
En efecto, la versión, atribuible a Fanias de Lesbos, adjudica a Solón el
engaño frente a los dos bandos, aunque es un engaño o una estratagema, po-
dríamos decir que positiva, puesto que la finalidad es la salvación de la polis.
El engaño consiste en prometer secretamente a los pobres el reparto de tie-
rras y a los ricos la consolidación de sus bienes. ¿De dónde procede esta otra
versión que, como hemos visto al comentar las poesías solonianas, parecía
poder desprenderse da su exégesis? Creo que una respuesta podría ser que
Fanias, o bien personalmente, o bien basándose en algún otro autor, ha leído
los poemas de Solón y ha llegado a esta conclusión. 368 El fragmento 5 D es
muy revelador al respecto; al pueblo le da tanto geras como le basta, pero
cuida, «fortifica», los intereses de los ricos. No habría que dudar, creo, del
testimonio de Fanias, puesto que la poesía soloniana, adecuadamente inter-
pretada, nos conduce a la misma conclusión. 369 La justificación que da Fanias,
de que actúa así movido por el bienestar del Estado no tiene que ocultar
el hecho de que el concepto de Eunomía soloniano, tal y como él mismo lo
expresa, es algo activo que, como él dice, terminará por poner grilletes y ca-
denas a los injustos (frag. 3 D, v. 33). Y él mismo se ve en ese poema como
el encargado de hacer triunfar esa Eunomía y, casi, como el que decide qué
es eunómico y qué es disnómico. Teniendo presentes estos conceptos que el
propio Solón había desarrollado, no debería sorprender demasiado ver al le-
gislador actuando, valga el anacronismo, «maquiavélicamente».37o
Acepta Solón, finalmente, el cargo de arconte, al que se añaden los de
diallaktes, o mediador y nomothetes o legislador; es de interés señalar que
Plutarco afirma que le aceptaron de buen grado los ricos, como rico que era
y los pobres como bueno. Por ende, la difusión de una de sus sentencias «la
igualdad no produce la guerra» reavivó más los anhelos de unos y otros,
centrando cada uno la esperanza de igualdad en diferentes cuestiones: los ri-
cos en su rango y su virtud; los pobres en su número. Es decir, hay aquí di-
ferentes conceptos de la igualdad, que para unos es la aritmética y para otros
la geométrica. 37l También es probable, como opinan algunos autores, que
este tipo de ideas correspondan más bien a las preocupaciones políticas del
siglo IV y no a la propia época de Solón como puede ocurrir también con la
comparación con Pítaco que aparece un poco más adelante en este mismo
capítulo. 372 Son los jefes de los dos bandos los que, consecuentemente pro-
ponen a Solón la tiranía. Incluso a muchos de los que se hallaban en medio
188 SaLóN DE ATENAS
no les repugnaba la idea de ser gobernados por el más justo y el más sabio.
También algunos afirman que hubo un oráculo délfico animándole a tomar
el timón; sus propios amigos intentaban convencerle alegando que él trans-
formaría cualquier tiranía en realeza legítima por su arete, poniendo como
ejemplo el caso del (contemporáneo) Pítaco de Mitilene. Como ha sospe-
chado algún autor, aquí hay nuevamente una reelaboración política del siglo
IV, época en la que se considera a Pítaco como un tirano virtuoso. 373 La res-
puesta de Solón sería el fragmento 23 D, que Plutarco dice que dirigió -a Foco
del que, como veíamos anteriormente, nada más se sabe aun cuando es posi-
ble que se trate de alguno de los amigos que le animan a hacerse tirano.
Parece evidente de todo esto que acabamos de ver que las pretensiones
de ambos grupos eran atraerse a su lado al arconte y presionarle para ocu-
par la tiranía; parece, igualmente, que gran parte de lo que podríamos llamar
la «opinión pública» ateniense, no vinculada incluso a ninguno de los dos
partidos en lucha, no hubiera visto con malos ojos que Solón se alzase con el
poder tiránico, posiblemente como mal menor; incluso, las presiones que su
propio circulo de amistades ejercían sobre él, debieron de ser considerables.
A todos ellos dirige Salón su respuesta en el fragmento 23 D. No obstante,
surge también la cuestión de la fuente de Plutarco para estos sucesos. Parece
aquí, igualmente, como si la fuente primaria hubiese sido, como en otras oca-
siones, la propia poesía soloniana en la que, como también hemos visto a
propósito del mencionado fragmento 23 D, parece haber alusiones muy di-
rectas a grupos de individuos muy concretos. Una exégesis en tal sentido po-
dría haber sido desarrollada perfectamente por la Atidografía del siglo IV a
partir solamente de las informaciones contenidas en el poema que conserva-
mos incompleto en el frag. 23 D pero que en aquella época se hallaba com-
pleto.
de deudas, y con éstos están más de acuerdo los poemas. Como ha sabido ver
muy bien Masaracchia, Androción participa de la corriente moderada den-
tro de la Atidografía; desde el punto de vista de esta corriente, especialmen-
te a lo largo del siglo IV, la abolición de deudas era signo de extrema anar-
quía, lo que encajaba mal con la moderación soloniana. Por ello, Androción
falsea abiertamente un dato histórico incontestable por una exigencia de ten-
denciosidad política. 375
Como prueba de lo que ha realizado Salón, Plutarco trae algunos frag-
mentos de sus poemas: frag. 24 D (vv. 6-7), sobre la retirada de los haroi y la
liberación de la tierra; frag. 24 D (vv. 11-14), a propósito de la repatriación de
exiliados y liberación de individuos esclavizados. 376 Tras haber relatado esto,
sin embargo, cuenta cómo sus amigos, Conón, Clinias e Hipónico, que estaban
en el secreto de lo que iba a hacer Salón se aprovecharon de ello para enri-
quecerse endeudándose, con la esperanza de no tener que devolver lo presta-
do. Del mismo modo, narra cómo Salón perdió cinco talentos (o quince, según
Polizelo de Rodas) que había prestado, obedeciendo él primero la ley. Aris-
tóteles (Ath. Poi., 6, 2), también se había hecho eco de estas acusaciones,
aunque en el estagirita podía comprobarse cómo las mismas fueron realizadas
por el partido de los ricos, mientras que el partido de los populares las recha-
zaba.
hallamos aquí con una tradición diferente de la que ha venido siguiendo Plu-
tarco hasta ahora, puesto que ya desde el capítulo 14 se nos está describien-
do la actividad de Salón como arconte, mediador y legislador, y ya se ha ha-
blado previamente de qué resultados y descontentos provoca su actuación.
Sin embargo, desde mi punto de vista parece demasiado artificioso el inicio
del párrafo 5 del presente capítulo, en el que Plutarco tiene que introducir
estas informaciones aludiendo a que pronto los atenienses reconocieron la
utilidad de las medidas tomadas; esto no encaja en absoluto con el espíritu
de los poemas solonianos, en los que, permanentemente, se alude a la ingra-
titud y a la conciencia de la validez y justicia de las propias medidas. Por
ende, la introducción del sacrificio de la sisactía, posiblemente ya una mala
interpretación del sentido de la medida, como paso previo al nombramiento
de Salón como legislador y reformador de la constitución, pueden ponernos
en la pista de que se trata de una tradición alternativa a la que hasta ese mo-
mento ha seguido Plutarco.
CAP. 17. Su primera medida consiste en abolir todas las leyes de Dracón,
excepto las relativas al homicidio, entreteniéndose Plutarco en narrar algu-
nas características de estas antiguas leyes.
CAP. 18. El paso siguiente consistió en, sin quitarles las magistraturas a los
ricos, permitir al demos, hasta entonces excluido, participar en la vida políti-
ca, para lo que tuvo que estimar las fortunas de los ciudadanos. Así, distri-
buye la población entre los que recogían 500 medidas de productos secos o
líquidos, o pentacosiomedimnos; los que recogían 300 o podían mantener un
caballo o hippeis; los que reunían 200 o zeugitas y todos los demás o thetes.
Estos últimos sólo tienen como derecho el participar en la ekklesia y en los
tribunales. La versión que da Plutarco es bastante parecida a la aristotélica
(Ath. PoI., 7-9); alude también Plutarco a la importancia ulterior que alcan-
zarán los tribunales en Atenas, hecho al que se refería también aristóteles
(Ath. PoI., 9,1), debido a la oscuridad en la redacción de las leyes, que harán
sumamente importantes a los tribunales para interpretarlas. No se hallan ya
en Plutarco los problemas que una visión de este tipo causaban en la época
de Aristóteles acerca de la verdadera lectura a dar a esta dificultad de inter-
pretación de las leyes solonianas. Como indicio de la satisfacción soloniana
por su legislación, cita Plutarco los seis primeros versos del fragmento 5 D.
Pero, a pesar de ello, y para proteger al demos de su debilidad, permite a
cualquiera perseguir al culpable de cualquier delito, como medio de involu-
crar a toda la ciudad en la defensa de la legalidad.
CAP. 19. Relata Plutarco cómo Salón crea el Areópago, a base de los ex-ar-
contes, pasando él mismo a formar parte de él. Igualmente, ante la arrogan-
cia que la abolición de deudas había producido en el demos, crea un segun-
do Consejo, con 400 miembros, cien de cada tribu, cuya función es
claramente probuléutica: deliberar sobre los asuntos antes de someterlos al
LAS FUENTES 191
pueblo, sin que nada sobre lo que este consejo no haya deliberado previa-
mente pueda llevarse a la asamblea. Anclado en estos dos consejos, el esta-
do estaría menos agitado. El Areópago quedaría como supervisor de todos
los asuntos y guardián de las leyes.
Se plantea, sin embargo, si el Areópago fue realmente o no una creación
de Solón; la mayoría de los autores piensan en este sentido, pero Plutar-
co transcribe la ley octava del décimo tercer axon, en la que se indulta de la
atimia a aquellos condenados antes del arcontado de Solón por asesinato, he-
ridas o tiranía, y juzgados por el Areópago, los Efetas o los arcontes-reyes y
que se hallasen en el exilio. No obstante, el propio Plutarco, aun reconocien-
do la contradicción que existe entre la noticia de la creación soloniana del
Areópago y la ley soloniana que menciona al Areópago actuando de supre-
mo tribunal, no llega a proponer ninguna solución satisfactoria. Lo más pro-
bable es que el Areópago, como tal, existiese desde época inmemorial (o
desde cuando fuese, pero antes de la época de Solón, como se desprendería
de lo ya dicho a propósito del capítulo 12) pero que Solón promoviese algún
tipo de modificación en su composición y en sus funciones, posiblemente de-
terminando qué criterios debían tenerse en cuenta para la adscripción de
nuevos miembros (introduciendo, quizás, a los ex-arcontes de forma expre-
sa) así como cuáles iban a ser sus funciones tras la codificación de la ley y la
creación de los tribunales populares, fuesen cuales fuesen sus exactas fun-
ciones. Esta transformación es la que habría determinado que gran parte de
los autores atribuyesen a Solón la creación de este consejo. Aristóteles (Ath.
Pol., 8, 2-4), parece dar por sentada la preexistencia de dicho órgano.
CAP. 20. Inicia ahora Plutarco una serie de referencias a las leyes de So-
lón;378 la ley sobre la no toma de partido en una stasis;379 leyes sobre las epí-
cleras, o herederas que han perdido a su tutor o kyrios; limitación de la dote
y, en general, leyes sobre el matrimonio. 380
CAP. 21. Leyes que prohiben hablar mal de los muertos e injuriar a los vi-
vos en los santuarios, tribunales, o juegos; leyes sobre los testamentos; leyes
sobre los viajes de las mujeres, y sobre sus duelos y sus fiestas, para reprimir
el desorden y la licencia; leyes sobre el lujo funerario.
CAP. 22. Plutarco alude a la masiva llegada de gentes a Atenas para gozar
de su seguridad, pero también a la infertilidad de gran parte del suelo; igual-
mente, los comerciantes no importaban nada para los que no tenían nada
que dar a cambio. Ante esta situación Solón dirigió a los ciudadanos hacia
las actividades artesanales (technai),381 dando una ley que liberase a un hijo
de alimentar a su padre si éste no le había hecho aprender un oficio. Com-
para Plutarco esta medida soloniana con la actitud de Licurgo, cuyo país, y la
existencia de hilotas, permitían que los ciudadanos no tuvieran que dedicar-
se a esas actividades «banáusicas»; afirma Plutarco el carácter realista de esta
medida de Solón así como la dignidad (axioma) de estas técnicas y alude a la
192 SOLÓN DE ATENAS
CAP. 23. Se refiere aquí a algunas leyes que tratan de las mujeres; sobre el
adulterio, violación y prostitución; prohibición de vender a las hermanas o a
las hijas, salvo en algunos supuestos. 383 Cuestión de las equivalencias entre
productos naturales y metales: un medimno = una oveja = una dracma. 384 Re-
ferencia a los premios a dar por la ciudad a los vencedores de los juegos
Olímpicos e Ístmicos. 385 Tarifas sacrificiales. Leyes sobre el uso del agua y de
los pozos y sobre la disposición de los cultivos.
CAP. 25. Plutarco informa del plazo que considera Solón que debe pasar an-
tes de que se aborde cualquier reforma de su legislación, y que se sitúa en
cien años. Menciona, igualmente, que fueron inscritas en axones de madera,
giratorios dentro de marcos rectangulares, de los que en su propia época aún
se conservaban algunos restos en el Pritaneo. Afirma que, según Aristóteles,
a esas piezas se les llama kyrbeis. Parece ya claro que en el siglo 11 d.C. (y ya
mucho antes, como se sabe), se había dejado de saber cuál era la diferencia
entre unos y otros. Éste parece ser el caso del propio Plutarco, puesto que
menciona la opinión de otros autores, a quienes no identifica, para los cuales
las kyrbeis contendrían las leyes religiosas y sacrificiales y los axones las res-
tantes disposiciones.
Se menciona, igualmente, el juramento del Areópago de mantener las le-
yes, y el de los tesmotetas, susceptibles de ser castigados con la erección en
Delfos de una estatua de oro de tamaño natural si transgreden esas leyes.
Éste es un aspecto sumamente interesante. El Areópago, guardián de las le-
yes, como muy bien nos dice Plutarco (cap. 19,2) Y como sabemos también
por Aristóteles (Ath. Poi., 8, 4), juró mantener las leyes. Ésta es la garantía
más evidente de que estas leyes solonianas fueron obedecidas, y es lo que ex-
plica las peticiones que se le realizan a Solón de que las modifique y a las que
LAS FUENTES 193
haré referencia acto seguido. Nadie sino él (acaso c;omo creador de las mis-
mas) estaba autorizado a introducir modificaciones. El Areópago vigilaría
atentamente cualquier transformación de las mismas. Alude también Plutar-
co a una reforma del calendario tendente a corregir los desajustes entre el ca-
lendario lunar y el solar. 387 Tras esta referencia, menciona Plutarco que todos
los días Salón recibía la visita de gentes que aprobaban o criticaban sus nor-
mas, y le aconsejaban introducir o quitar tales o cuales cosas en su texto;
igualmente, los que venían a que les aclarase lo que significaba cada disposi-
ción, o qué intención había puesto Salón al legislar sobre talo cual asunto.
A propósito de esto inserta Plutarco el v. 11 del fragmento 5 D, aludiendo a
la imposibilidad de contentar a todos, al tiempo que Salón rechaza las pre-
siones que se ejercen sobre él. Decide, por ello, abandonar Atenas por diez
años, so pretexto de dedicarse al comercio, para que, durante ese tiempo, los
atenienses se habituasen a sus leyes. 388 Información muy parecida es la que
da Heródoto (1, 29).
CAP. 26. Inicia aquí Plutarco la descripción de los viajes de Salón, empe-
zando por el viaje a Egipto, del que es prueba el fragmento 6 D, que trans-
cribe. Refiere sus contactos con dos filósofos egipcios Psenopis de Heliópo-
lis y Sonquis de Sais, de los que aprende la historia de la Atlántida, que al
decir de Platón puso en verso para que la conociesen los griegos. Posterior-
mente, alude a su estancia en Chipre, con Filocipro, narrando el episodio
de la refundación de su ciudad, que en su honor recibe el nombre de Solos.
Como muestra de ello, transcribe el fragmento 7 D, dirigido a Filocipro y
donde, a partir sobre todo de los dos últimos versos (posiblemente interpo-
lados como vimos en su momento) Plutarco alude al sinecismo en el que ha-
bría intervenido Salón.
CAP. 27. Se inicia aquí el relato de la entrevista entre Creso y Salón. Plu-
tarco empieza exponiendo las dudas de algunos autores que no ven posible
dicha entrevista a partir de la cronología; el de Queronea, sin embargo, da
una serie de interesantes argumentos en favor de la posibilidad de la misma:
numerosos testimonios; encaja con el carácter de Salón; desconfianza hacia
las cronologías y los cronógrafos, que no se han puesto de acuerdo. Tras re-
chazar con estos argumentos las opiniones de quienes niegan la entrevista, se
dispone a narrar la misma. 389 Creso se nos presenta rodeado de todas sus ri-
quezas e intentando impresionar a Salón el cual, por su parte, no sólo no se
deja impresionar, sino que desprecia su falta de gusto y su pequeñez de es-
píritu. Además, y a pesar de que Creso le enseñó todas sus riquezas, Salón
ya se había formado una clara idea del personaje. Sigue luego la pregunta de
Creso acerca del individuo más feliz y la respuesta de Salón señalando al ate-
niense Tela así como la nueva pregunta de Creso y la respuesta señalando
como los segundos más felices a Cleobis y Bitón. El episodio prosigue con la
consabida ira del rey lidio y la respuesta soloniana según la cual hay que es-
perar hasta el final de una vida para poder juzgar cuál ha sido la suerte que
194 SOLÓN DE ATENAS
CAP. 28. Aparece una entrevista, también apócrifa entre Esopo y Salón,
donde éste se reafirma en su postura. A continuación continúa Plutarco na-
rrando el destino de Creso y cómo la invocación a Solón acabó por salvarle
de la hoguera.
CAP. 29. Como preludio a la vuelta de Solón a Atenas narra Plutarco la si-
tuación en la ciudad, con la existencia de las tres facciones de los de la mon-
taña, la llanura y la costa y, aunque las leyes de Solón seguían siendo obede-
cidas, se deseaba un nuevo sistema con el que, según el de Queronea,
confiaba cada grupo alcanzar el poder sobre los demás. Salón regresa a Ate-
nas rodeado de respeto y honor y, debido a su edad, intentó conciliar a los
que se hallaban al frente de los grupos enfrentados, a la sazón Licurgo por la
llanura, Megaeles por la costa y Pisístrato por la montaña, aunque mostran-
do una especial atención hacia éste, con la esperanza de hacerle desistir de
sus planes. Aparte del hecho de que será Pisístrato el que terminará alzán-
dose con la tiranía, posiblemente no sea casual que la acción de Salón se cen-
tre sobre el líder de los elementos más desheredados de Atenas.
De lo que el propio texto de Plutarco afirma, tanto Licurgo como Mega-
eles, junto con Pisístrato, intentaban hacerse con el poder para someter a sus
adversarios. Sin embargo, mientras que el primero representaba a los oligarcas
y el segundo a los moderados, el tercero se hallaba al frente de los thetes, que en
su mayor parte, como dice al principio del capítulo, eran los que más odiaban a
los ricos. Vemos aquí cuál es la alineación que se atribuye a Salón, que puede
deberse a una lectura en elave partidista de algunos de sus primeros poemas (el
frag. 1 Do el3 D). Tras estas referencias, se intercala la noticia relativa a Tes-
pis, el creador de la tragedia ática (seguramente anacrónica), y a la crítica que
realiza Salón del arte escénico como enseñador del arte de la mentira. 390
de sus actos. La causa era que Pisístrato guardó, observó e hizo guardar las
leyes de Solón, aun cuando promulgó algunas nuevas. 392 Viene a continua-
ción la referencia a la ley sobre la ociosidad que Teofrasto atribuye al tirano
y no a Solón, como habíamos visto anteriormente (cap. 22). En esta época se
dedica, según Plutarco, a componer el logos o el mito de la Atlántida, aun-
que lo abandonó más que por falta de tiempo, como decía Platón, por la ve-
jez; no obstante, consideraba que seguía aprendiendo según envejecía (frag.
22 D, v. 7), al tiempo que afirmaba amar las obras de Afrodita, las Musas y
Dioniso (frag. 20 D). Seguramente este fragmento es el que le ha servido a
Plutarco para expresar, en el capitulo 29. su opinión de que Solón, durante
su vejez, se daba también a la bebida y a la música.
CAP. 32. Menciona Plutarco cómo Platón prosigue, embellece e intenta aca-
bar el relato de la Atlántida, aun cuando no lo consigue. Acaba Plutarco por
transmitir dos testimonios contradictorios sobre el tiempo que sobrevivió So-
Ión a la tiranía de Pisístrato; bastante tiempo según Heraclides Póntico; me-
nos de dos años, según Fanias de Lesbos. Igualmente, se hace eco de la tra-
dición según la cual, tras la incineración de su cuerpo, se esparcieron sus
cenizas por la isla de Salamina, aunque Plutarco lo considera como algo to-
talmente improbable y fabuloso (mythodes), aun cuando repose sobre la au-
toridad de Aristóteles (frag. 392 Rose).
COMP. SOL. ET PUBL., 2. Publícola también habría dado a los romanos mu-
chas de sus leyes siguiendo el ejemplo de Solón y su modelo; el odio a los ti-
ranos fue mayor en Publícola que en Solón. De Solón dice aquí Plutarco que
la situación le hubiera permitido hacerse tirano y que los ciudadanos lo hu-
biesen aceptado sin repugnancia, tema que ya desarrolló en el capítulo 14.
Publícola, por el contrario, revestido de una autoridad tiránica, supo demo-
cratizarla y como ejemplo pone los versos 7-8 del fragmento 5 D, como si fue-
sen aplicables a la actitud de Valerio Publícola.
196 SalóN DE ATENAS
Con esta noticia finaliza el largo relato que realiza Plutarco a propósito
de Salón que, como decíamos anteriormente, es una de las principales fuen-
tes de que disponemos para estudiar al estadista ateniense. Sin volver de
nuevo sobre el problema de las fuentes de Salón, al cual ya se aludió con an-
terioridad, sí haré una serie de observaciones con relación al uso las fuentes
de información de Plutarco, especialmente por lo que se refiere a las que
no tienen un contenido puramente anecdótico o entran en el terreno de la
«fortuna» de Salón, positiva o negativa.
b) Fuentes específicas: Los poemas de Solón. Por otra parte, hay otra
fuente fundamental: las propias poesías de Solón, ya hayan sido emplea-
das directamente por Plutarco, como parece evidente,394 ya procedan del uso
que otros autores, anteriores al beocio, hayan hecho de las mismas en la ela-
boración de sus respectivas historias y Átides. 395 Ésta es una faceta suma-
mente interesante, por cuanto que afecta, entre otros aspectos, a la propia
esencia de la historiografía griega. En algunos casos es posible detectar cómo
determinados autores han establecido unos hechos a partir de los propios
testimonios solonianos. Una vez se ha establecido el hecho en cuestión y, en
cierto modo, olvidándose la fuente del mismo, se ha transmitido de autor en
autor dicho hecho, hasta que, en su momento, algún otro, previa exégesis de
la poesía soloniana ha llegado a conclusiones totalmente distintas a partir
siempre de la misma fuente primaria. Estas interpretaciones, como ya vio
Massaracchia proceden, en gran parte, de las diferentes orientaciones que
adoptó la lucha política en la Atenas clásica y del hecho de que los distintos
grupos en litigio no sólo veían a Solón como el prototipo de su propia pos-
tura sino, además, como el creador de determinadas medidas que justificaban
la misma; por consiguiente, la modificación de los hechos, para satisfacer esas
necesidades, estuvo a la orden del día y la fuente era siempre la misma, la
poesía soloniana, adornada de mayor o menor cantidad de tradición oral du-
dosamente verídica y de interpretaciones de autores anteriores, que reposa-
ban (sin que quizá muchos se hubiesen apercibido de ello) sobre la misma
fuente primaria. 396 No es casual, por todo ello, que la tradición sobre Solón
sea tan sumamente confusa y problemática.
151 E-F, 152 A. Quilón cede la palabra a Solón so pretexto de que es el más
anciano de todos y ocupa la posición de honor así como por haber alcanza-
do la mayor y más perfecta posición como legislador al haber hecho que los
atenienses aceptasen sus leyes. Más adelante, Solón afirma que un rey o ti-
rano obtendría la mayor reputación si supiera organizar a partir de un poder
personal un sistema democrático para sus ciudadanos. Aparece, pues aquí,
Solón, como legislador y como demócrata. Legislador que, además, consigue
que sus leyes sean obedecidas y aceptadas. La figura del Solón legislador es
tan antigua como su inclusión en el grupo de los sabios, como podemos cons-
tatar a partir de los testimonios de Heródoto, seguramente los más antiguos
(Hdt., 1,29). La figura del Solón demócrata, procedente seguramente de los
conflictos ideológicos del final del siglo v y del siglo IV hallaba su razón de
ser, ante todo, en los varios poemas solonianos en los que se atacaba el sis-
tema tiránico y en los que el propio poeta rehusaba aceptar ese cargo. Am-
bos elementos son integrados en la tradición sobre los Siete Sabios, posible-
mente el primero antes que el segundo; pero ya en época de Plutarco ambos
parecen formar parte plenamente de la misma.
152 e. También una idea de desprecio del poder personal se encuentra con-
tenida en este pasaje, en el que Solón, dirigiéndose a Esopo le indica que
cualquier gobernante sería más moderado y cualquier tirano más razonable
LAS FUENTES 199
si se les lograba convencer de que era mejor no gobernar que gobernar. 402 En
el fragmento 23 D (Tetrámetros a Foco) nos encontramos una serie de refle-
xiones de Salón acerca del poder personal que se le había ofrecido y que
pudo haber alcanzado de habérselo propuesto. Claramente esta reflexión so-
loniana, a pesar de ser apócrifa, encaja bien con lo que su poesía nos permi-
te deducir.
155 C-o. A Solón se le atribuye el dicho según el cual el mejor lugar para
vivir es aquél en el que no se adquieren las riquezas injustamente, en el que
no hay sospechas en conservarlas y en el que no hay remordimientos en su
gasto. Aquí hay que ver un claro eco de sus propias palabras cuando afirma
que desea la riqueza, pero no poseerla injustamente, puesto que ello atraería
sobre él la cólera de los dioses y el castigo (frag. 1 D, vv. 7-8). Quizá poda-
mos ver aquí de dónde han surgido tantas sentencias, dichos, ideas, etc., atri-
buidas a Salón. Su propia poesía, aún no fragmentaria como hoy día, sería un
filón casi inagotable para extraer de allí toda esta serie de elementos que
configuran la imagen literaria del Solón sabio.
200 SOlÓN DE ATENAS
156 B-D. Mnesífilo afirma que es opinión de Solón que la función de toda
actividad y capacidad humana y divina es lo que se logra más que el medio
de lograrlo y el fin más que aquellas cosas que llevan a ese fin. Hay aquí una
clara formulación de la preocupación esencial de Solón, seguramente dedu-
cida a partir de la lectura atenta de sus poemas. El pasaje, sin embargo, hay
que entenderlo en su contexto; y el mismo es la explicación del fragmento 20
D de Solón, en el que alude a las Musas, Afrodita y Dioniso. Plantea aquí
Plutarco, por boca de Mnesífilo una exégesis en sentido filosófico de cuál es
el sentido que para Solón tienen estas tres figuras y las artes relacionadas con
ellas; las Musas garantizan la exposición de las emociones de los que hacen
uso de canciones y melodías; Afrodita crea concordia y amistad entre hom-
bres y mujeres, porque a través de sus cuerpos se llega al alma; y en el caso
de aquéllos que no son especialmente íntimos Dioniso ablanda y relaja
sus caracteres con el vino, proporcionando los medios para iniciar amistades
mutuas. Es, seguramente, una manera de explicar este pasaje que, por otro
lado, debía de resultar algo desconcertante puesto en boca de Solón, habida
cuenta la imagen que de él se había formado. Está claro que tanto este pa-
saje como el anterior son un intento de situar el fragmento en cuestión den-
tro de un contexto de meditación filosófica en un momento en el que en un
Solón, ya anciano, sonarían extrañas estas invocaciones a divinidades como
Afrodita y Dioniso.
(ellos mismos, los Sabios) que, una vez liberados de tal esclavitud, pueden
dedicarse a otras actividades más nobles. Si alguien ve la comida necesaria,
como medio de realizar sacrificios a Deméter y eore, otro podría ver nece-
sarias las guerras para que hubiese fortificaciones, y para poder ofrecer sa-
crificios por haber matado a cientos de enemigos; y otro vería necesarias las
enfermedades, para que hubiese camas y sacrificios a Asclepio, y así sucesi-
vamente. La comida, pues, argumenta So Ión, no es algo que haya que consi-
derar agradable, sino que es algo necesario para obedecer los mandatos de
la naturaleza. El alma, que soporta al cuerpo con muchos problemas, libera-
da del mismo, viviría dedicada a sí misma y a la verdad, puesto que no habría
nada que la distrajera de eso. Tenemos aquí una imagen, pues, de un Solón
moderado en la comida y que ve la misma como una mera necesidad natu-
ral. Seguramente este ideal de moderación puede desprenderse de sus poe-
mas, pero parece hallarse aquí relacionado con ideas de otro tipo, posible-
mente de tipo platónico, que habría que atribuir ya a la elaboración de la
leyenda de los Siete Sabios. Este ideal de moderación, por lo demás, es tam-
bién propio de las doctrinas délficas, con todas las máximas que invitan a
practicar la misma (nada en demasía: meden agan).
162 B-F, 163 A. Solón interviene aquí contando una historia (logos) que
tiene como protagonista a Hesíodo, muerto por los hermanos de una mujer
locria, seducida por un amigo suyo milesio, que pensaban que él había sido
el encubridor. Arrojado al mar, un grupo de delfines vuelve a sacar el cadá-
ver a tierra, lo que determina la investigación de su muerte y el castigo a los
culpables. El motivo de contar esta historia es indicar la amistad que esos
animales muestran hacia los humanos, una vez que Esopo ha narrado el res-
cate de Arión por los delfines, y antes de que Pítaco cuente otra historia de
delfines. No hay aquí nada, aparentemente, que se relacione con los frag-
mentos poéticos conocidos de Solón y seguramente es una exaltación de la
figura de Apolo, a quien están dedicados esos animales.
nos puede decir muy poco de la imagen del Solón histórico. Es, igualmente,
significativo, cómo Plutarco, que se interesó por la figura del Solón auténti-
co, haya contribuido de forma decisiva a la elaboración posterior de la tradi-
ción sapiencial de Solón, presente sin apenas paliativos en esta obra recién
comentada.
7.8.1. Introducción
1, 49. Alude aquí Diógenes a las posibilidades que tuvo Solón de hacerse
COn la tiranía puesto que el demos lo deseaba. No obstante, él rehúsa. Dió-
genes pone en relación esta renuncia a la tiranía con los intentos de Pisístra-
to, su pariente, y la pertinente oposición soloniana a sus designios. Introduce
aquí el episodio de su presencia, armado, en la ekklesia, y sus avisos contra
Pisístrato, así como la acusación de locura que contra él lanzan los partida-
rios de Pisístrato, que eran dueños del Consejo (¿el Areópago?) y a los que
contestaría con el fragmento 9 0. 405
bida al poder, Salón deposita sus armas a su puerta, tal y como también
afirma Plutarco (Sol. 30, 7). A continuación viaja a Egipto, a Chipre y a Li-
dia, a la corte de Creso. Es evidente que aquí hay una enorme confusión y
una sucesión de acontecimientos que no hallan parangón en otras fuentes.
Tanto el viaje a Chipre como a Lidia y, quizá, algún otro viaje a Egipto, son
posteriores a su arcontado pero anteriores a la tiranía de Pisístrato. Dióge-
nes, claramente, los ha relacionado con ésta. De la entrevista con Creso
menciona sólo la pregunta del rey lidio y la respuesta de Salón, Tela el ate-
niense y Cleobis y Bitón; Diógenes, por lo demás, evita entrar en detalles,
añadiendo, tras la mención de estos nombres «y todas las cosas ya conoci-
das», dando a entender lo ampliamente conocido que era ya el episodio en
cuestión.
1, 53-54. Introduce aquí Diógenes una carta que habría enviado Pisístrato a
Salón. Aparte del evidente carácter apócrifo de esta carta, esto se acentúa
por el hecho de que la misma se data tras la marcha al exilio de Pisístrato. Ya
se trate del primero o del segundo, sin embargo, la fecha es ya demasiado tar-
día como para que Salón siguiese viviendo. En esa carta Pisístrato le dice a
LAS FUENTES 205
Solón que gobierna de acuerdo con sus leyes, y que se hallan mejor go-
bernados que en una democracia. Tampoco le critica por oponerse a sus de-
signios y le muestra su amistad y comprensión. Aunque apócrifa, la carta re-
coge la opinión habitual acerca de las relaciones entre Solón y PisÍstrato que
otras fuentes han transmitido.
ni anos, pero que parecen encajar más bien con máximas délficas. Menciona
también Diógenes la polémica entre Mimnermo y Salón a propósito del tér-
mino ideal de la vida humana. Se trata, como vimos, del fragmento 22 D de
Salón, que es la réplica de Salón a un poema de Mimnermo (frag. 6 O).
Recoge una canción atribuida a Salón, que sólo algunos editores han
aceptado como soloniana, pero no la mayor parte de ellos. 4lO Afirma Dióge-
nes que es el autor de las leyes que llevan su nombre, de discursos, de ele-
gías, de consejos dirigidos a sí mismo, del poema sobre Salamina y sobre la
constitución de Atenas, hasta un total de cinco mil líneas, sin contar yambos
y épodos. Alude a la inscripción en su estatua, en la que se alude a su naci-
miento salaminio. Su época de madurez física e intelectual (acme) tuvo lugar
hacia la 463 Olimpiada, en cuyo tercer año alcanzó el arcontado (594 a. C.),
haciendo entonces sus leyes. Su muerte la sitúa en Chipre a la edad de ochen-
ta años y tras ella se.ría una de sus últimas voluntades que sus cenizas fuesen
esparcidas por Salamina. El tema de los ochenta años está tomado, clara-
mente, del fragmento 22 O; su muerte en Chipre procedería, tal vez, de su
poema dedicado a Filocipro (frag. 7 O); la cuestión del esparcimiento de sus
cenizas en Salamina ya la mencionan Aristóteles (frag. 392 Rose) y Plutarco
(Sol., 32, 2), Y debió de ser un topos famoso, puesto que ya lo retoma el có-
mico Cratino en su obra «Los Quirones», como también afirma Diógenes, el
cual transcribe también algunos versos de su composición «Epigramas en va-
rios Metros», donde insiste, igualmente, en este tema. Por fin, le atribuye el
dicho délfico «nada en demasía» (meden agan).
1,64-67. Por último, y muy dentro de su estilo, termina Diógenes por inser-
tar cartas presuntamente enviadas por Salón a varios personajes ilustres, sa-
bios, filósofos y políticos.
- Carta a Periandro. Salón le aconseja que abandone la tiranía o que
refuerce su ejército mercenario de modo que no tenga así que expulsar a na-
die de la ciudad.
- Carta a Epiménides. Le dice que ni sus leyes ni la purificación que
aquél ha llevado a cabo en Atenas son beneficiosas, porque ninguno de los
dos aspectos son por si mismos beneficiosos, sino que lo son si los que diri-
gen a la multitud los emplean en la dirección que desean. Narra, a continua-
ción, sus enfrentamientos dialécticos con Pisístrato, tal y como conocemos a
partir, sobre todo, de Plutarco (Sol., 30-31).
- Carta a Pisístrato. Esta carta se la escribe, presuntamente, cuando se
halla fuera de Atenas y le indica que está seguro de que no recibirá daño y
que Pisístrato es el mejor tirano posible pero que él, que pudo haber sido ti-
rano, no tiene intención de regresar a Atenas.
- Carta a Creso. Le dice a Creso que si no estuviese deseoso de vivir en
democracia, se iría a vivir a su palacio, porque Pisístrato ha introducido una
violenta tiranía; no obstante, le hace patente su intención de visitarle.
LAS FUENTES 207
Con esta serie de cartas apócrifas finalizan las noticias que Diógenes
Laercio da acerca de Solón. Se trata, en este caso, del último autor antiguo
que da informaciones cuantiosas acerca de esta figura. A partir de él, ya no
conservamos ninguna narración completa que haya tenido en Salón a uno de
sus personajes principales. No obstante, la obra de Diógenes es reveladora
de un hecho: la absoluta pérdida de la historicidad del personaje de Solón. Si
bien aparece fijada con cierto detalle la cronología soloniana, situándola en
la Olimpiada correspondiente, el resto de los detalles de su vida proceden,
por un lado, de fuentes anteriores, no siempre correctamente interpretadas,
de noticias extraídas de sus poesías y tomadas como reales, de referencias de
segunda mano acerca de sus leyes y de los tópicos vinculados con la leyenda
de los Siete Sabios, por no entrar en lo que de puramente inventado ha in-
troducido Diógenes. Salón es ya, claramente, un personaje casi mítico; autor
de unas leyes para los atenienses, de las que Diógenes sólo menciona aqué-
llas que más le llaman la atención; enemigo de la tiranía, aunque amigo
personal del tirano Pisístrato, es trastocado el orden de sucesión de los acon-
tecimientos para presentarle como exiliado político y corresponsal de Pisís-
trato, al que le narra experiencias que, según sabemos, aparecen contenidas
en sus poesías.
Relacionado con el hecho de ser enemigo de la tiranía está también su
condición de demócrata. Solón no es ya el precursor de la democracia; es
el introductor de la misma en Atenas. Casi mil años después de su época,
Solón seguía siendo recordado, sin embargo; y era recordado, ante todo,
como abolidor de deudas, legislador, sabio y enemigo de la tiranía. Sus poe-
mas, conservados al menos en parte, aún servían para ser interpretados de
acuerdo con los intereses del escritor del momento. Así pues, aunque pro-
fundamente deformado por siglos de elaboración del arquetipo soloniano,
la figura del legislador ateniense arcaico, aún podía seguir siendo reconoci-
da como sustancialmente veraz en sus aspectos esenciales, aunque muy fal-
seada en los que no lo eran tanto. El problema es que, si bien actualmente
podemos deslindar (o, al menos, intentarlo) al Salón histórico del Salón le-
gendario, la falta de crítica de autores como Diógenes y algunos de sus pre-
decesores impidió que ambos aspectos pudieran ser discernidos con clari-
dad a lo largo de buena parte de la Antigüedad. Es una «imagen» de Salón
la que el mundo antiguo conoce y no precisamente la «imagen» más exac-
ta, sino la que combina, en una medida no siempre visible, lo real con lo
ficticio, lo verdadero, con lo inventado, para servir a unos u otros fines, ya
sean políticos cuanto, simplemente, lúdicos o didácticos. Y el tratamiento
que de Solón presenta Diógenes Laercio es buena muestra de esto que es-
toy diciendo.
208 SaLóN DE ATENAS
Más allá de las referencias consideradas hasta ahora, que aportan abun-
dantes informaciones acerca de la vida y la obra de Salón, aparecen referen-
cias en otros autores que, por lo general, se han conservado en forma frag-
mentaria o que, aunque no sea ése el caso, dan informaciones o referencias
de pasada a este personaje. 411
7.9.3. Platón
tante tiempo. No obstante, se pueden observar los cambios que el paso del
tiempo va introduciendo, puesto que mientras que en Fanias todavía halla-
mos una clara preocupación por los datos cronológicos, en otros autores,
como Heraclides la figura de Solón se va diluyendo, dejando paso a las anéc-
dotas. Ello debe relacionarse con el final de la lucha política en Atenas, que
había caracterizado al siglo IV y que había hecho renacer el interés por el le-
gislador; según vamos entrando en el mundo helenístico, la preocupación es
otra; el desarrollo de la biografía, en este caso de la mano de Hermipo, dis-
cípulo de Calímaco y trabajando bajo las nuevas directrices de la erudición
alejandrina, termina por convertir a Solón en un personaje en el que lo anec-
dótico, lo sapiencial, su cosmopolitismo se convierten en los temas principa-
les de atención, como corresponde a esa nueva etapa. Hermipo es una de las
fuentes que utiliza Plutarco para su biografía y las noticias que el de Quero-
nea atribuye a este autor tienen una fuerte carga anecdótica, lo que quizá re-
vele algo de sus intereses biográficos. 429
7.10. CONCLUSIÓN
7.10.1. Introducción
tuida por sus composiciones poéticas y, en menor medida, por sus leyes. Pue-
de decirse que una buena parte de las informaciones acerca de Solón pro-
cede de la exégesis, directa o indirecta, de sus poesías. El análisis de las mis-
mas nos ha mostrado cómo en ellas se hallan apuntados o desarrollados
buena parte de los temas que encontramos tratados por autores posteriores;
si tenemos presente que, según informa Diógenes (1, 61), las líneas escritas
por Solón alcanzaron las cinco mil, sin contar yambos y épodos, y que con-
servamos, incluyendo todo tipo de composiciones poéticas un total de 290
versos, podremos hacemos una idea de la información que hemos perdido,
pero que fue accesible a los autores antiguos.
Las leyes, como también hemos dicho, constituyen otra fuente importan-
te para conocer la actividad soloniana. Con ellas, sin embargo, hay algunos
problemas más, puesto que su permanencia en vigor durante prácticamente
doscientos años antes del final del siglo v cuando fueron vueltas a escribir por
los anagrapheis (Lys., 30, 2-5), tras periodos de indudable actividad legislativa
como fueron la época de Pisístrato, la época de Clístenes y la democracia pe-
riclea, por no citar más que los más importantes, hizo que a Solón le fuesen
atribuidas, especialmente desde la ya mencionada recodificación gran núme-
ro de medidas que, indudablemente, no le corresponden a é1.43 I Aun admi-
tiendo que las kyrbeis metálicas en que fueron escritas tiempo después de su
publicación, si admitimos (y yo me inclino a ello) la hipótesis de Stroud432 fue-
ron visibles durante bastantes siglos, el interés por unos documentos escritos
con unos signos y en una lengua arcaicos, no debió de ser especialmente in-
tenso, lo que vendría demostrado por la gran cantidad de referencias a los axo-
nes y las kyrbeis que no parecen mostrar un conocimiento demasiado profun-
do de estos documentos. Además, con relación a las leyes, está todo el
problema de la patrios politeia o constitución ancestral, que llevó a añadir la
etiqueta de «soloniano» a todo aquello que pretendía gozar del privilegio de
la antigüedad y, por ende, de la legalidad. 433 Y, por si fuera poco, las leyes no
nos informan sobre el personaje Solón excesivamente, sino más bien acerca de
su labor legislativa; pero tampoco nos hablan ni de la constitucional ni, pro-
bablemente, del origen y mecanismo de medidas como la sisactía. Por ello, ha-
bitualmente, en autores que abordan la biografía de Solón las referencias a su
vida y obra, y las referencias a la legislación no suelen hallarse interrelaciona-
das, prueba evidente de que proceden de fuentes cualitativamente diferentes.
l. Ya Ziegler (1922, p. 194) insistió en este hecho: «Solón es uno de los más antiguos
griegos que conocemos, y además el más antiguo de los atenienses».
2. Estoy, en este sentido, en desacuerdo. como gran parte de los autores modernos,
con las interpretaciones de M. Miller referidas a la prolongación durante varios años de la
actividad del legislador: Miller (1968, pp. 62-81); Miller (1969, pp. 62-86); igualmente Hig-
nett (1952, pp. 316-321) se pronunció a favor de dos momentos distintos para la seisaeh-
theia y para la legislación. Por el contrario, sobre la confección de su legislación en el año
de su mandato, vid. Lehmann-Haupt (1912, p. 10) Y De Sanctis (1911, pp. 205-206); vid. en
último lugar Wallace (1983, pp. 81-95).
3. Cf. Wehrli (1973, pp. 193-208).
4. Según Lefkowitz (1961, p. 47), estas tradiciones parecen haberse formado en tor-
no al siglo v; ef Martina (1968, p. 106). Sin embargo, da la impresión de que Heródoto to-
davía no conoce a los Siete Sabios; vid., por ejemplo, entre la literatura reciente Brown
(1989, pp. 1-4). La referencia más antigua a una lista de Siete Sabios la tenemos en el Pro-
tágoras de Platón (343 a). Sobre algunos temas míticos que pueden haber servido para ex-
plicar su formación, vid. Snell (1971, pp. 14-15; pp. 30-31); sobre la posibilidad de que el
propio Platón inventara la leyenda, vid. Fehling (1985, pp. 9-19); contestado por Martin
(1993, pp. 108-128).
5. García Gual (1989); vid. un repaso reciente a las fuentes principales en Bollansee
(1999, pp. 65-75), que discute los argumentos de Fehling (1985).
6. Linforth (1919, pp. 21-26); en opinión de este autor, el tema de los Siete Sabios
puede haber surgido a partir de la recopilación de máximas atribuidas a ellos; vid. también
Freeman (1926, pp. 194-199), para un panorama general de la vinculación de Solón con los
Siete Sabios; ef Honn (1946, pp. 190-195) que desarrolla el tema de las enseñanzas que di-
manan de estos sabios.
7. Paladini (1956, pp. 377-411).
8. Ferrara (.1964, pp. 10-15; 23-37).
9. Linforth (1919, pp. 25-26); ef García Gual (1989, pp. 61-81).
10. Vid. Lefkowitz (1991, pp. 40-49).
11. Linforth (1919, p. 34) da un cuadro genealógico que vincularía a Platón con So-
Ión a través del presunto hermano de éste, Drópides. No obstante, el autor tampoco acep-
ta sin más este esquema del que, por otro lado, pocos datos poseemos; además, a las ge-
nealogías dadas por Platón y por Diógenes Laercio les faltan, al menos, dos generaciones.
Cf. Gilliard (1907, p. 152).
12. ef Gilliard (1907, p. 153); vid. también Freeman (1926, pp. 152-153). Sobre los
indicios epigráficos acerca de su arcontado, vid. Bradeen (1963, pp. 187-209) Y McGregor
(1974, pp. 31-34); sobre el procedimiento de elección de arcontes, antes y después de So-
218 SOLÓN DE ATENAS
Ión, vid. Develin (1979, pp. 455-466). Aunque consideraré la Athenaion Politeia como obra
aristotélica, no entro en el debate acerca de si la misma corresponde, ciertamente, al filó-
sofo de Estagira o, por el contrario, a uno o varios de sus discípulos; puede verse una dis-
cusión al respecto en Rhodes (1981, pp. 58-63), quien niega la autoría aristotélica, así como
otro completo análisis de Keaney (1992, pp. 3-14), que sí acepta como autor a Aristóteles,
y una cronología de la obra durante la segunda parte de los años 30 del s. IV a.e.
13. Gilliard (1907, pp. 153-154); Ferrara (1964, pp. 142-146) reconstruye el razona-
miento de Aristóteles, principal responsable de esta atribución, de la siguiente manera: So-
Ión afirma ser equidistante entre las dos partes, así que tiene su característica mesotes
(frag. 5 D); pero también dice que se opone a los ricos (frag. 4 D). La única condición eco-
nómico-social que permite la crítica de los ricos sin caer en la demagogia es la moderación.
Así, Solón surge como mesos poUtes en el pleno sentido económico-político de la expre-
sión. Eso es lo que le permite su acción de equilibrio, al tiempo que caracteriza su legisla-
ción y su reforma; Plutarco ya interpreta esto aludiendo a la prodigalidad del padre. Sobre
la posible relación de la interpretación aristotélica con las tradiciones sapienciales, vid.
Santoni (1979, pp. 966-967).
14. Cf Lehmann-Haupt (1912, p. 10); Linforth (1919, pp. 27-29 y pp. 265-266), con
una discusión de todos los datos disponibles, y Freeman (1926, pp. 153-155). Vid. también
Hammond (1940, pp. 71-93), que desglosa la sisactía de la nomothesia, situando la prime-
ra en 594/3 y la ejecución de la segunda en 592/1 a.e. Véase el trabajo de Wallace (1993,
pp. 61-95), en el que discute los datos a su disposición acerca de la imposibilidad de re-
chazar la fecha tradicional asignada a las reformas de Solón, en 594/3, coincidiendo con su
arcontado, frente a teorías que las sitúan en la década 580-570 a.e., representadas por una
serie de autores entre los que se hallan Hignett, Markianos, French, Miller, Plomner, Ca-
doux, Davies, Sealey y Sheppard entre otros. Como afirma Wallace, y recojo su opinión in
extenso por su evidente interés para definir el marco cronológico en el que nos movemos,
<<la cuestión de la redatación de la legislación de Solón al periodo 580-570, contra todas las
fuentes antiguas. depende de uno o más de los siguientes argumentos: primero, que en el
594 a.e. Solón era demasiado joven para ser nombrado nomothetes y diallaktes (pero no
demasiado joven como para ser nombrado arconte); segundo, que Solón reformó la mo-
neda de Atenas y Atenas no tenía moneda aún en 594; tercero, que es improbable un
intervalo de más de treinta años entre las reformas de Solón y la tiranía de Pisístrato; cuar-
to, que las fuentes antiguas no tenían buenas informaciones acerca de la fecha de las re-
formas de Solón; y quinto, que las visitas de Solón a Amasis, Filocipro y Creso deben con-
siderarse históricas, y deben datarse en un periodo de apodemia de diez años posterior
inmediatamente a su legislación. Ninguno de esos argumentos es convincente. El primero
es puramente subjetivo, y se basa en suposiciones sin fundamento acerca de la fecha de na-
cimiento de Solón; el segundo está viciado por el hecho de que Atenas probablemente no
tuvo moneda antes del c. 560, como muy pronto; el tercero es también subjetivo; por lo
que se refiere al cuarto, no podemos suponer que las fuentes no tenían información creí-
ble sobre la fecha de las reformas de Solón; y finalmente, ninguna de las visitas de Solón
es realmente histórica y ninguna tiene por qué datarse en la apodemia. No hay, por lo tan-
to, buenas razones para rechazar la tradición antigua de que la legislación de Solón fue
aprobada durante el transcurso de su arcontado. Esta tradición es, desde un punto de vis-
ta interno, perfectamente creíble; está bien atestiguada; y se halla confirmada por la evi-
dencia documental de los términos de la amnistía de Solón y las leyes sobre la herencia, y
los sucesos en torno a Damasías». Sobre algunos de estos puntos, que yo no siempre com-
parto. discutiremos en el lugar correspondiente.
15. Vid. acerca de todo esto Freeman (1926, pp. 158-178).
16. Freeman (1926, pp. 176-178), con un cuadro cronológico de las actividades de
Solón previas al arcontado; según esta autora, la conquista de Sigeo tendría lugar hacia el
610 a.e. Vid., sin embargo, la hipótesis de Sauge (2000, pp. 434-435) que relaciona el asun-
NOTAS 219
1. Puede verse este panorama general en Domínguez Monedero (1991, pp. 187-269)
yen Id. (1999, pp. 13-285).
2. La división de la sociedad ateniense en eupátridas, geomoros y demiurgos se le
atribuía a Teseo (Plut., Thes., 25, 2); vid. sobre esos grupos Wüst (1959, p. 1-11). Por lo que
se refiere a los eupátridas, es ciertamente difícil conocer qué criterios existían para formar
parte de ese grupo; vid. Wade-Gery (1958, pp. 86-115); sin embargo, Sealey (1960, pp. 178-
180) sugiere que la idea de la existencia de los eupátridas corresponde a elaboraciones teó-
ricas posteriores; algunas matizaciones ulteriores en Sealey (1961, pp. 512-514).
3. Cf Ferrara (1960, pp. 36-37).
4. Vid. un panorama de la situación pre-clisténica en Ghinatti (1970, pp. 11-85).
5. Una rápida síntesis de los datos adquiridos puede verse en Muñoz Valle (1978, pp.
138-140); sobre la posible relación de estas instituciones con reformas de índole militar.
como las primitivas curias romanas, vid. Oliver (1972, pp. 99-107). Acerca de las posibles
actuaciones de Solón para debilitar su poder, vid. Talamo (1992, pp. 19-43).
6. Vid. Foxhall (1997, pp. 118-120), con referencias anteriores.
7. Bravo (1991-92, pp. 71-97) define al thes como «hombre libre que se coloca es-
pontáneamente al servicio de otro, por un periodo determinado, para obtener una recom-
pensa».
8. Puede verse un análisis de estos grupos, no siempre aceptable, empero, en Gilliard
(1907, pp. 93-143).
9. Freeman (1926, p. 14); esta autora, por otro lado, da gran importancia a la divi-
sión de la población ateniense en las cuatro tribus jonias junto a la que se hallaría también
la división de acuerdo con su modo de vida, con los grupos de los eupátridas, geomoros y
demiurgos, división que Plutarco (Thes., 25, 2) atribuye al propio Teseo (Ibid., 30).
10. Morris (1987) passim, y esp. 205-208.
11. Morris (1998; p. 30); vid. también sobre el «retraso» de Atenas durante el s. VII a.e.
Snodgrass (1980, p. 145), Osborne (1989, pp. 297-322), Whitley (1994, pp. 51-70).
12. Donlan (1970, pp. 388-389); vid. en último lugar Gouschin (1999, pp. 14-23).
13. Stein-Holkeskamp (1989, pp. 71-73).
14. Vlastos (1946, pp. 81-82).
15. Como ha observado Donlan (1970, pp. 389-390), es posible que para Soló n la po-
lis fuese, en cierto modo, la suma del demos y de sus hegemones.
16. Freeman (1926, p. 14) pensaba, posiblemente con razón, que uno de los proble-
mas que más le preocupaba a Solón, tal y como se expresa en sus poemas, era el de lograr
un reajuste de las condiciones económicas y sociales, más que buscar el sistema ideal de
gobierno, y mostrando siempre su rechazo por la tiranía; tiene también razón al negar que
Solón estuviese interesado en el establecimiento de la democracia, siendo su única preo-
cupación el concederle al pueblo tanta libertad como él pensaba que se merecía que, ob-
viamente. no era la que el pueblo creía merecer. Sobre esta idea del fracaso soloniano, vid.
también Rodríguez Adrados (1997, p. 64); matizaciones en Muñoz Valle (1978, pp. 143-
144). Interesante el panorama que presenta Forrest (1988; pp. 151-156).
220 SOLÓN DE ATENAS
17. Cf. las observaciones de Mele (1979) con relación al comercio prexis, posible-
mente muy próximo al que practicaban los eupátridas atenienses.
18. Era la opinión, por ejemplo, de Meyer (1937, pp. 593-595). Vid. una crítica a los
planteamientos monetaristas en Ganant (1982, pp. 111-124). En los últimos tiempos, sin
embargo, se vuelve a insistir en la importancia no de la moneda en sí, pero sí de la plata al
peso, como medio de pago de las deudas. Vid. en esta línea Kron (1998, pp. 225-232); cf.
Stanley (1998, pp. 19-45), Id. (1999), que también defiende el uso de la plata como medio
de pago de esta deuda y sugiere un origen oriental tanto para este pago como para el pro-
pio sistema del hectemorado.
19. Sobre estos contratiempos puede verse el análisis general de Ganant (1991); cf.
también Osborne (1987, pp. 27-52).
20. French (1956, pp. 11-25).
21. Este proceso, para algunos autores como French (1956, pp. 11-25), se vería agra-
vado por la baja productividad de las tierras; vid. también Lotze (1988, pp. 442-447).
22. O, incluso, como sugiere Mossé (1979-a, p. 91) como medio para obtener pro-
ductos exóticos de importación.
23. Finley (1984, pp. 176-181).
24. Vid., en este sentido, Lewis (1941, pp. 144-156). También Asheri (1969, pp. 5-
122); piensa que el hectemorado es una alternativa a la esclavitud personal.
25. Se acepta, generalmente, hoy día que ésta es la visión correcta sobre el signifi-
cado de hectémoros, frente a interpretaciones anteriores que sugerían que el hectémoro se
quedaba con la sexta parte de su producto y hacía entrega de las cinco sextas partes res-
tantes; vid. Gilliard (1907) y los trabajos de Von Fritz (1940-a, pp. 54-61), (1943, pp. 24-43),
en polémica con Woodhouse (1938, p. 160), ulteriormente apoyado por Thomson (1953,
pp. 840-850) y por Masaracchia (1958, pp. 106-108); Hemmerdinger (1984, pp. 165-166);
Biscardi (1989, pp. 75-97). Recientemente, Hanson (1995, p. 122) ha vuelto a sugerir que
los hectémoros entregaban las cinco sextas partes de su cosecha. Algunas hipótesis diver-
sas sobre por qué, precisamente, una sexta parte y no otra cantidad, en Thomson (1953,
pp. 840-850) o en Kirk (1977, pp. 369-370). Una rápida revisión a las hipótesis existentes
sobre los hectémoros en Sakellariou (1979, pp. 99-113).
26. En mi opinión, el vínculo que sometía al hectémoro era permanente, lo que pro-
bablemente ayuda a aumentar el descontento por la situación, aunque no creo, sin embar-
go, que el estatus personal de esos individuos sea servil (frente a, por ejemplo, Ando [1988,
323-331]). Discrepo así de otros autores que han pensado, más bien, en una relación tempo-
ral: vid. en este sentido, por ejemplo, Cataudena (1966, p. 234), que pensaba que esta situa-
ción tendría una duración máxima de seis años puesto que, en su opinión, la sexta parte a
que aludía el nombre no aludía a lo que debía aportar el hectémoro, sino a los plazos en que
debía abonar al acreedor su deuda. En todo caso, cf. la crítica a esta interpretación de WiII
(1969, pp. 104-116). También es sugerente la opinión de Gallant (1982, pp. 111-124), quien
defiende que el hectémoro sería un campesino libre, propietario de su tierra, pero obligado
por vínculos de reciprocidad a trabajar estacionalmente en las tierras de los ricos, a cambio
de la sexta parte de la cosecha que había contribuido a producir. No obstante, no hay nada,
a mi juicio, en la tradición sobre los hectémoros que permita sugerir esta posibilidad. Para
Descat (1990, pp. 91-94), la sexta parte (o hekte) formaba parte de las deudas públicas, que
algunos podían satisfacer, mientras que otros, los más pobres, tenían que endeudarse (deu-
das privadas) para poder satisfacer esta sexta parte; esta idea, en mi opinión, introduce un
sistema excesiva e innecesariamente complicado. Por fin, algunos autores sugieren que los
hectémoros no tenían tierras y vivían únicamente de la sexta parte de lo que producían en
las tierras de sus patronos; Murray (1993, pp. 191-193) insiste, más que en el aspecto econó-
mico, en el de sumisión social que la institución imponía sobre el hectémoro; en un sentido
parecido, y con un amplio estado de la cuestión, Ribeiro Ferreira (1990, pp. 37-53). Sobre el
problema de los hectémoros, vid. en último lugar Molina (1998, pp. 8-9).
NOTAS 221
27. Finley (1984-a, pp. 86-87). Sobre el simbolismo de los horoi, vid. Gernet (1955,
pp. 345-353).
28. Probablemente en la existencia de un limitadísimo abanico de posibilidades para
tratar al deudor, bien la esclavitud bien la reducción a la condición de hectémoro, inde-
pendientemente del monto total de lo debido radicase una de las principales injusticias del
sistema; cf. López Melero (1989, p. 30).
29. Cassola (1964, pp. 26-68); Cassola (1975, pp. 75-87); vid. también Link (1991,
pp. 19-25), aunque insiste, sobre todo, en la ocupación por los nobles de las «tierras de
nadie». También la teoría de Rihll (1991, pp. 101-127) asigna un papel fundamental en
el surgimiento de los hectémoros y de los problemas en Atenas a la ocupación de tierras
públicas.
30. Vid. en este línea, por ejemplo, Masaracchia (1958, pp. 106-108), cuya interpre-
tación resulta razonable, de no ser porque considera, erróneamente, que el hectémoro de-
bía pagar las 5/6 partes de su producto, en lugar de una sexta parte. Un debate sobre la
cuestión de la propiedad de la tierra lo hallamos en Hammond (1961, pp. 76-98), contes-
tado por French (1963, pp. 242-247). Un interesante panorama sobre la situación de la tie-
rra ática, con amplio análisis y crítica de las teorías precedentes, en Cassola (1964, pp. 26-
68); no obstante, debe matizarse el excesivo protagonismo que otorga a la ocupación por
parte de los poderosos de tierras públicas como detonante de la situación de conflicto en
Atenas; en una línea semejante, aunque beneficiada de los últimos avances en el conoci-
miento de las condiciones del campo en el mundo antiguo, Rihll (1991, pp. 101-127). Vi-
sión parecida, algo matizada, en Schils (1991, pp. 75-90).
31. Finley (1979, pp. 236-247); cf. Forrest (1988, pp. 127-129).
32. Vid. un resumen de las mismas en Ruschenbusch (1972, pp. 753-755), que se
muestra favorable a creer en la posibilidad de comprar y vender tierras ya antes de la épo-
ca de Solón. De cualquier modo, quizá tenga razón Cassola (1975, pp. 75-87) cuando pien-
sa que la inalienabilidad de la tierra quizá no fuera un fenómeno generalizado~ sino una
medida adoptada por poleis individuales en ocasiones determinadas; no obstante, no com-
parto su opinión de que la tierra ática era alienable.
33. Lévy (1975, pp. 88-91).
34. En este sistema, por consiguiente, el propio deudor se convierte en la garantía
de que mantendrá la tierra en cultivo; cf. Lotze (1958, pp. 1-12). Cf. Will (1965, pp. 62-65)
con una revisión de las diferentes alternativas propuestas para resolver la contradicción
entre la condición inalienable de la tierra y los medios de que podrían servirse los terrate-
nientes para hacerse con su control.
35. Vid. sobre la esclavitud de la tierra en cuanto que derivada de la posesión de la
misma por quienes no tienen derecho a ello, Cataudella (1966, pp. 36-39).
36. Hay, incluso, quien ha sugerido que antes del s. IV la palabra horos sólo indica un
mojón, y no una piedra que llevase inscrito el testimonio de una hipoteca; vid. en último
lugar Harris (1997, pp. 104-105). No obstante, Sauge (2000, pp. 614-614) ha mostrado con
buenos argumentos lo poco sólido de esa sugerencia.
37. Finley (1951); Fine (1951); Millett (1982, pp. 219-249).
38. Vid. por ejemplo, Woodhouse (1938, pp. 149-160). Recientemente, Bravo (1990,
pp. 41-51) ha aducido unos versos del corpus teognideo para reforzar el carácter de pie-
dras hipotecarias de esos horoi durante época arcaica.
39. Woodhouse (1938, pp. 43-50).
40. Sobre la situación jurídica de los hectémoros se ha escrito muchísimo, tanto en
el sentido de considerarlos poco menos que semejantes a los hilotas espartanos como
en el, a mi juicio más correcto, de considerarlos como individuos libres o, como mucho, se-
milibres; un rápido estado de la cuestión incluyendo los primeros planteamientos del de-
bate en Lotze (1958, pp. 1-12); también debe tenerse en cuenta Lotze (1959). Algunos in-
tentos de remontar su situación a época micénica (Biscardi [1984, pp. 199-214]) o la época
222 SOLÓN DE ATENAS
más confusa aún de los siglos Obscuros (Hammond [1961, pp. 76-98]) no parecen soste-
nerse mínimamente.
41. Así, por ejemplo, De Sanctis (1911, p. 194); ef Bravo (1991-92, pp. 71-97).
42. Bravo (1996, pp. 268-289).
43. Por ejemplo, para Woodhouse (1938, pp. 50-65), los thetes serían, genéricamen-
te, los que están dispuestos a trabajar por un sueldo, mientras que los pelatai serían un gru-
po, dentro de los thetes, que estarían vinculados a otra persona por una relación de de-
pendencia, posiblemente de un tipo semejante a la del cliente romano; ef también Mossé
(1994, p. 31), que piensa que la dependencia del pelates «era la que se podía establecer en-
tre dos 'vecinos' de los que uno era más rico o mejor nacido que el otro»; en un sentido
parecido, Bravo (1996, pp. 268-269), que traduce el término como «aquél cuya caracterís-
tica o función es la de estar aliado». Otros autores, sin embargo, consideran ambos tér-
minos intercambiables: Cassola (1964, pp. 26-68), Molina (1998, pp. 8-9).
44. Schils (1991, p. 80).
45. Así, por ejemplo, Freeman (1926, pp. 61-63).
46. Gras (1995, pp. 153-155).
47. Baccarin (1990, pp. 29-30).
48. Johnston y Jones (1978, pp. 103-141).
49. Gras (1987, pp. 46-47); Baccarin (1990, pp. 29-30).
50. En efecto, las ánforas «SOS» dejan de producirse hacia el 580, siendo sustituidas
por las llamadas ánforas «ti la brosse»; ef Gras (1987, p. 46).
51. Johnston y Jones (1978, pp. 103-141).
52. No entraré en detalle en esta cuestión pero podemos ver posturas variadas en
este sentido, desde las más rabiosamente «modernistas» en Gilliard (1907, pp. 75-89) has-
ta las algo más matizadas, pero igualmente defensoras del auge de la economía monetal de
Woodhouse (1938, pp. 136-144).
53. Carradice y Price (1988, pp. 20-28). Sobre los hallazgos más antiguos de mone-
das, vid. Bammer (1988, pp. 1-31): Le Rider (1991, pp. 71-88).
54. Stein-HOIkeskamp (1989, pp. 78-79).
55. Por ejemplo, Will (1965, pp. 69-71); también French (1957, pp. 238-246).
56. Esto es lo que sugiere, por ejemplo, la ley que promulgará Solón para impedir la
exportación de cualquier producto ático, excepto el aceite; vid. por ejemplo Descat (1993,
p.153).
57. Sobre el estilo de vida de las aristocracias arcaicas, puede verse Stein-Holkes-
kamp (1989, pp. 104-122).
58. Sobre estos túmulos pueden verse algunos panoramas generales, con la biblio-
grafía correspondiente, en Kurtz y Boardman (1971, pp. 79-84); Knigge (1988, pp. 27-28).
Morris (1987, pp. 71-96), sugiere que la relativa escasez de tumbas durante la segunda mi-
tad del siglo VII puede deberse a que sólo los miembros más destacados de la sociedad te-
nían derecho a recibir enterramiento formal; sobre los rituales funerarios previos a la épo-
ca de Solón, y la importancia que en ellos tenían los banquetes, vid. D'Onofrio (1993, pp.
143-171).
59. Sobre el golpe de Cilón, vid. en último lugar De Libero (1996, pp. 45-49).
60. Vid. una interpretación de las codificaciones arcaicas en este sentido en Eder
(1986, pp. 262-3(0).
61. Una rápida y, en general, aceptable síntesis puede verse en Muñoz Valle (1978-a,
pp. 40-62).
62. Como dice Rhodes (1981, p. 113), para la época presoloniana esta referencia es
al tiempo demasiado incluyente y demasiado excluyente.
63. Manville (1980, p. 217); Manville (1990, p. 124). Vid. también Welskopf (1965,
pp. 55-56) que establece una relación directa entre el surgimiento de la ciudadanía y la
prohibición de la esclavitud por deudas.
NOTAS 223
64. Vid. las interesantes reflexiones de Leduc (1995, pp. 51-68) acerca del concep-
to de ciudadanía en Atenas y su definitiva estructuración mediante el psephisma del
451/0.
65. Da la impresión, sin embargo, de que Aristóteles ha realizado una lectura «abu-
siva» del poema soloniano; vid. a tal respecto Rosivach (1992, pp. 153-157).
66. Finley (1986, pp. 144-145).
67. Brandt (1989, pp. 207-220).
68. De Sanctis (1911, p. 200); una rápida visión general del problema de la tierra en
la Grecia arcaica, en Domínguez Monedero (1999, pp. 121-132).
69. Will (1965, pp. 72-73).
70. Ferrara (1960, pp. 33-35).
71. Cf. en este sentido, Linforth (1919, pp. 47-52).
72. Masaracchia (1958, pp. 102-105).
73. Que el término hetairia aún no había alcanzado el sentido de «facción política»
que acabaría teniendo en el futuro, lo demuestra un texto de Gayo, comentando la ley ro-
mana de las XII Tablas, que equipara el término al latino sodalitas, colegio o corporación;
ef Sartori (1958, pp. 100-104) y Ciulei (1967, pp. 371-375); el pasaje básico en esta argu-
mentación aparece como el fragmento 76 a en la recopilación de Ruschenbusch (1966) y
en él Solón reconoce validez a los acuerdos de esas corporaciones siempre que no vayan
en contra de las leyes públicas (Gschnitzer [1987, pp. 112-113]); entre esas corporaciones
o heterías se menciona a los miembros de la misma localidad rural, a las fratrías, los que
participan en las mismas ceremonias religiosas, a los marinos, a los que forman parte de
grupos que comparten mesa en común, a los que comparten un mismo territorio funera-
rio, a los que participan en cultos comunes y a los que se ponen de acuerdo para obtener
alguna ganancia mediante la rapiña o mediante el comercio. Se trata de grupos tanto pú-
blicos como privados; sobre la distinción de ambas esferas en Grecia, vid. Hansen (1998,
pp. 86-91). Sobre la tradición (ficticia) de las relaciones entre la legislación de Solón y las
Leyes romanas de las XII Tablas, vid. Ciulei (1944, pp. 350-354); no obstante, no hay duda
de que en la legislación romana hay influencias griegas y, entre ellas, solonianas que segu-
ramente se han introducido en momentos posteriores: Delz (1966, pp. 69-83), con un aná-
lisis de las referencias que vinculan explícitamente algunas leyes solonianas con otras de
las XII Tablas; vid. también Ruschenbusch (1963, pp. 250-253), Crifo (1972, pp. 115-133);
Siewert (1978, pp. 331-344); Ducos (1978).
74. Sobre el carácter de lucha faccional entre aristócratas que ello implica, ef Raa-
flaub (1993, pp. 70-71).
75. Ellis y Stanton (1968, pp. 95-110).
76. Sobre el contenido ético de la obra soloniana, ef Stahl (1987, pp. 229-232).
77. Sin embargo, la referencia más antigua no aparece hasta Demóstenes (19, 251-
252), hacia el 353 a.e.; ef Piccirilli (1974, p. 411).
78. Meyer (1937, pp. 598-599).
79. Gilliard (1907, pp. 159-166); sobre los episodios militares de Solón, vid. Podlecki
(1969, pp. 79-81).
80. Van Effenterre (1977, pp. 91-130); L'Homme-Wery (1994, pp. 362-380); L'Hom-
me-Wery (1996-a) passim; L'Homme-Wery (2000, pp. 23-28).
81. Sobre Eleusis y sus cultos, vid. en general Mylonas (1961); sobre el cambio reli-
gioso, Sourvinou-Inwood (1997, pp. 136-141), con la bibliografía anterior; un panorama re-
ciente del santuario, donde también se sugiere el cambio religioso producido a principios
del siglo VI, en Clinton (1993, pp. 110-124).
82. Cf. Sourvinou-Inwood (1997, pp. 154-159).
83. Sobre las peculiaridades de esta frontera, que al menos desde fines del s. VI es-
taba marcada por una tierra de nadie, protegida por las diosas eleusinas y en la que esta-
ba prohibido cultivar y establecer asentamientos y plantar horoi, llamada hiera orgas, vid.
224 SOLÓN DE ATENAS
Daverio Rocchi (1988, pp. 186-194); un análisis más amplio en L'Homme-Wery (1996-a,
pp. 117-165), que sugiere que la creación de esta hiera orgas correspondería al propio So-
Ión.
84. Sobre la situación de Mégara en esos años, vid. Legon (1981, pp. 92-103).
85. French (1957, pp. 238-246).
86. Aratowsky (1953, p. 789); Legon (1981, p. 101). Una reconstrucción de los acon-
tecimientos, quizá demasiado compleja, habida cuenta de los testimonios que poseemos,
en Piccirilli (1978, pp. 1-13).
87. Woodhouse (1938, pp. 117-119).
88. Piccirilli (1978, pp. 6-9); ef L'Homme-Wery (1996-a, p. 319), que añade también
Eleusis al territorio perdido por Atenas.
89. Ya Freeman (1926, pp. 168-171) había observado estas inconsistencias en la tra-
dición; una interpretación, sin embargo, que acepta las informaciones de la tradición y las
interpreta como un medio de Solón para burlar una prohibición legal, y que aparece en
otros casos, en Mastrocinque (1984, pp. 25-34); Tedeschi (1982, pp. 44-45). Otros autores,
más hipercríticos, rechazan todo el episodio de la relación de Solón (y de Pisístrato) con
Salamina por ser difícil de verificar; vid. por ejemplo, Taylor (1993).
90. Esto lo demuestra la inclusión en su poema (frag. 2 D, v. 6) del término «Sala-
minaphetai», <<los abandonadores de Salamina», quizá ya acuñado con anterioridad, y que
recordaría la pérdida de la isla; ef L'Homme-Wery (1996-a, p. 52).
91. Gomollón (1994-95, p. 63); no deja de ser interesante que, quizá por ver prime-
ra, <<la poesía pudo utilizarse como un medio nuevo y directo, como una especie de diálo-
go entre sí mismo y sus conciudadanos en ocasiones cruciales», algo que en Atenas, con el
desarrollo de la tragedia, tendrá gran futuro; vid. Else (1965, pp. 40-41).
92. Ver, por ejemplo, en este sentido Legon (1981, pp. 120-125).
93. Freeman (1926, pp. 168-171).
94. En tal sentido, por ejemplo, Linforth (1919, pp. 39-45); también Freeman (1926,
p. 66). Aunque la tradición de los 500 voluntarios puede ser dudosa (vid. infra), no parece
que haya que desconfiar, empero, de la debilidad hoplítica de Atenas por esos años; vid.
en tal sentido L'Homme-Wery (1996-a, pp. 182-183).
95. Linforth (1919, pp. 39-45).
96. El problema se complica porque algunos autores sitúan el final de la guerra, tras
un arbitraje espartano (vid. infra), a fines del s. VI y relacionan esto con el envío de una
cleruquía ateniense a la isla, que se conoce gracias a la epigrafía (lG, PI), y suponen que
lo que Plutarco (o su fuente) hacen es adscribir a Solón un hecho histórico, como el envío
de una colonia a Salamina, que tuvo lugar 80 o 90 años después; vid. en este sentido
L'Homme-Wery (1996-a, p. 171). Una amplia discusión sobre esta colonia en Moggi (1981,
pp. 1-13).
97. Estas tempranas relaciones entre Solón y Pisístrato son bastante sospechosas y
pueden deberse a tradiciones muy posteriores; vid. al respecto las observaciones de De Li-
bero (1996, pp. 51-52); ef igualmente un análisis de algunos pasajes de Plutarco al respec-
to en Mühl (1956-a, pp. 315-323) y en Podlecki (1987, pp. 3-10).
98. Diversos autores han argumentado con más o menos detalle sus posturas a favor
o en contra de la participación directa de Solón en el asunto; entre los que se oponen pue-
de citarse De Sanctis (1911, pp. 263-264); a favor de la participación más o menos directa,
Linforth (1919, pp. 249-264). Una posición que desglosa las diversas versiones, atribuyen-
do a Solón y a Pisístrato, respectivamente, la participación que cada uno tuvo en Figueira
(1985, pp. 280-285).
99. Sin embargo, los problemas topográficos que se desprenden de la tradición no
son desdeñables, como ya puso de manifiesto Beattie (1960, pp. 21-43).
100. Entre ellos, observaciones sobre los diferentes rituales funerarios de Mégara y
Atenas y una cita (quizá inventada para la ocasión) de la Ilíada; vid. sobre estas cuestio-
NOTAS 225
nes, Wickersham (1991, pp. 16-31), esp. 30. Sobre el origen en Mégara de algunas de estas
tradiciones, vid. Piccirilli (1974, pp. 398-415).
101. El extraordinario uso de tradiciones míticas, por ambos bandos, para justificar
la posesión de la isla, así como el ambiguo esta tus de la isla ha sido analizado por Chris-
tensen (1993) y por Higbie (1997, pp. 278-307); vid. también un repaso de las diferentes
tradiciones en Aratowsky (1953, pp. 789-796).
102. Croiset (1903, p. 584); sobre los componentes lingüísticos jonios en sus poemas,
vid. Rodríguez Adrados (1953, pp. 138-142); Maquieira Rodríguez (1988, pp. 227-232).
103. De Libero (1996, pp. 52-54).
104. Piccirilli (1978-a, pp. 4-5).
105. Andrewes (1982, p. 373); tampoco puede descartarse un momento posterior
para ese arbitraje, entre 519 y 518 a.C, según algunos autores como Piccirilli (1978-a, p.
11); ef también, para una datación a fines del s. VI, L'Homme-Wery (1996-a, pp. 127; 224-
225); Figueira (1985, pp. 300-303) lo sitúa hacia el 510 a.C Empero, Andrewes (ibid.) con-
sidera esta posibilidad «extravagante».
106. Legon (1981, pp. 137-139). Cf también Masaracchia (1958, pp. 88-96), que se in-
clina a pensar que Solón representaría las primeras etapas de la guerra y Pisístrato las úl-
timas, mientras que Plutarco habría realizado la mezcla entre las diferentes tradiciones;
vid. también Figueira (1985, pp. 291-292).
107. ef Haas (1985, pp. 42-44); sobre la proyección exterior de Atenas que esto su-
pone, vid. Stahl (1987, pp. 211-218). Sobre la posible relación de los náucraros con los bar-
cos, vid. Ostwald (1995, pp. 368-379).
108. Sobre la existencia de estrategos antes de la reforma de Clístenes, mencionados
por el propio Aristóteles (Ath. PoI., 4), vid. las observaciones de Rhodes (1981, p. 264) Y
Develin (1989, p. 4), que sugiere que el estratego podía ser elegido por los propios hopli-
tas; sin embargo, Wheeler (1991) se muestra escéptico al respecto.
109. Esta vinculación de Solón con las técnicas del comercio y la marinería' es tanto
más sugerente cuanto que todo el episodio de la conquista de Salamina parece más una ac-
ción pirática que una batalla en toda regla; ef al respecto L'Homme-Wery (1996-a, pp. 178-
182).
110. Sobre la tradición de la astucia de Solón, vid. Ferrara (1964-a, pp. 55-70); sobre
la astucia de algunos otros "Sabios", especialmente los que han tenido responsabilidades
de gobierno (Pítaco, Quilón), vid. Cortina (1993-95, pp. 30-32).
111. Hay una amplísima bibliografía sobre tal cuestión, pero mencionaré de mo-
mento el trabajo de Robertson (1978, pp. 38-73).
112. Lehmann (1980, pp. 242-246).
113. Es la línea del interesante trabajo de Kase y Szemler (1984, pp. 107-116); vid.
también la opinión de Stahl (1987, p. 208), rotundamente favorable a la existencia de esa
guerra: «la guerra de la Anfictionía de Antela (culto a Deméter junto a las Termópilas)
bajo la dirección de los Tesalios contra la focidia Cirra, y su total destrucción así corno la
reorganización de la Anfictionía como délfica, debe considerarse corno un hecho auténti-
camente histórico».
114. En la reconstrucción de Forrest (1956, pp. 33-52) tanto Solón corno Clístenes
aparecerían perjudicados por la actitud hostil de Crisa; vid., sin embargo, los argumentos
que contra la intervención de Sición y de Atenas avanza Tausend (1986, pp. 53-57 Y57-61),
respectivamente.
115. Sordi (1953, pp. 320-346) minimiza esta intervención tesalia que sin embargo
reivindica Tausend (1986, pp. 61-66).
116. Lehmann (1980, pp. 242-243); ef sobre la importancia del establecimiento de
estos juegos Morgan (1990, p. 136).
117. Sobre el colorido délfico y sapiencial de esta tradición, en relación también con
las informaciones de Aristóteles, ef Santoni (1979, pp. 962-963).
226 SOLÓN DE ATENAS
118. Vid., por ejemplo, sobre el papel del santuario en la actividad de uno de los AIc-
méonidas más ilustres de época arcaica, Clístenes, Robinson (1994, pp. 363-369); sobre las
relaciones entre los Alcmeónidas y Delfos, vid. De la Coste-Messeliere (1946, pp. 271-287).
119. Algunos autores como Rodríguez Adrados (1997, p. 39) sugieren que la inter-
vención de Solón en la Guerra Sagrada sería unos años posterior al arcontado, lo que pro-
bablemente plantee más problemas de los que resuelve; una visión de conjunto de los he-
chos solonianos previos al arcontado puede hallarse en Oliva (1988, pp. 36-46).
1. A pesar de que ya Cilón había contado con el apoyo délfico (Thc., 1, 126, 4), el
mismo parece vinculado a la participación de Mégara en su fallido golpe; la Guerra Sa-
grada, con la creación de la Anfictionía, marcaría un cambio importante en la orientación
del santuario que, como ha observado Margan (1990, pp. 135-136), se distancia ahora de
su ámbito regional para abrirse a intereses más amplios, manifestados en el origen de los
Juegos Píticos a finales de los años 90 o en los años 80 del s. VI.
2. Vid. al respecto De Libero (1996, pp. 51-52); Mühl (1956-a, pp. 315-323). Sobre la
visión de Aristóteles, opuesta a esas relaciones, vid. Santoni (1979, pp. 973-975).
3. Sobre el significado de estas divisiones territoriales, ef Hopper (1961, pp. 189-
219). ef Mossé (1964, pp. 401-413), que distingue entre los de la llanura y la costa, y que
representarían las facciones aristocráticas tradicionales, y los diacrios, que agruparía a to-
dos los descontentos. Vid. también Sealey (1960, pp. 163-165).
4. No podemos perder de vista tampoco que, años después, hacia el 546 a.c., Pisís-
trato acabará pactando, siquiera coyunturalmente, con Megacles el Alcmeónida, casándo-
se con su hija, aunque el matrimonio tuvo un desenlace problemático (Hdt., 1, 60-61); ef
Hoben (1997, pp. 157-163).
5. Por ejemplo, Meyer (1937, pp. 599-600). Dando un paso más, Hammond (1940,
pp. 71-83) llegó a sugerir que dichos poemas fueron compuestos en los meses que media-
ron entre su elección como arconte y su toma de posesión.
6. Ya Freeman (1926, p. 13) observó que, aun cuando valiosos para entender su
obra, los poemas no dan detalles concretos sobre las reformas planteadas y emprendidas.
7. Mühl (1955, pp. 349-354); ef Vox (1983-a, p. 305).
8. Al menos, es lo que parece desprenderse del análisis de sus poemas que presen-
tamos en su lugar correspondiente.
9. Por ejemplo, exilio durante la tiranía de Pisístrato: Hdl., 1, 64; V, 62 YVI, 123; ex-
pulsión de Clístenes por los espartanos: Hdl., V, 71-72; acusaciones de estar en conniven-
cia con los persas tras la batalla de Maratón: Hdl., VI, 115; intento espartano de dividir a
los atenienses, en vísperas de la Guerra del Peloponeso. exigiendo el exilio de Pericles:
Tuc. 1, 126-127. Vid. sobre alguna de estas cuestiones, Gillis (1969, pp. 133-145); Williams
(1980, pp. 106-110); Camp (1994, pp. 7-12).
10. Como ya se vió páginas atrás, el propio desarrollo de los acontecimientos (si es
que se acepta la realidad de la primera Guerra Sagrada) así como sus participantes es pro-
blemático; la intervención de Alcmeón como estratego ateniense, mencionada por Plutar-
co (Sol. 11,2), puede haber tenido lugar tanto antes como después del arcontado de So-
Ión, habida cuenta de la longitud de la guerra y, por lo tanto, antes o después de la expulsión
de los Alcmeónidas. No obstante, y como se verá en la Segunda Parte del libro, Plutarco
menciona la Guerra Sagrada ya Alcmeón como estratego ateniense en el capítulo 11, tras
narrar el episodio de Salamina (8-10) y antes de aludir a la expulsión de los Alcmeónidas
(capítulo 12), mientras que el inicio del arcontado de Solón es narrado en el 14.
11. Sobre la definición de los Alcmeónidas como «casa» o «familia», vid. las obser-
. vaciones de Dickie (1979, pp. 193-209).
NOTAS 227
12. Vid. la sensata discusión al respecto en Plutarco, Sol., 19,3-5; sobre el Areópa-
go, vid. Wallace (1989).
13. Esta referencia posiblemente está aludiendo a los vínculos de enemistad que se
perpetuaban generación tras generación entre círculos aristocráticos, en este caso, los Alc-
meón idas y los Licomidas, al que pertenecería este Mirón y, ya en el siglo v, Temístocles,
ostracizado por instigación de los Alcmeónidas; et Ferrara (1964-a, pp. 61-68).
14. A menos que pensemos, como sugiere Miller (1963, pp. 78-79) que el castigo re-
cayó sólo sobre los hijos del culpable del sacrilegio, entre ellos Alcmeón, el que habría
mandado o mandaría ulteriormente el contingente ateniense durante la primera Guerra
Sagrada, pero no sobre el resto de los descendientes.
15. Algunos autores, sin embargo, han intentado rebajar toda la cronología del epi-
sodio ciloniano para aproximarla a la fecha de la purificación; vid., así, Lévy (1978, pp. 513-
521), aunque sus propuestas no han tenido demasiado éxito; vid., sin embargo, Ruzé
(1997) entre quienes, recientemente, parecen aceptar esa rebaja en la cronología para si-
tuar el episodio ciloniano después del 598/7 a.e.
16. Sobre la impureza ritual o miasma, vid. Parker (1983, pp. 46-47); sobre la pre-
sencia de rituales expiatorios, vid. Ogden (1997, pp. 95-96).
17. Una semblanza de este personaje en García Gual (1989, pp. 159-181).
18. Esa es la opinión, por ejemplo de Jacoby, en el comentario al pasaje de Dióge-
nes (FGrHist 457, TI); sobre la existencia de un antepasado de Nicias que llevase su mis-
mo nombre en el siglo VI se muestra escéptico Davies (1971, p. 403); et también Sourvi-
nou-Inwood (1997, pp. 156-157). que piensa que la introducción de ese Nicias ficticio a
principios del s. VI sugiere que todavía a fines del s. v seguía vivo el conocimiento de la pu-
rificación llevada a cabo por Epiménides; por otro lado. la actualidad de la figura de So-
Ión a fines del s. v queda demostrada por las referencias que al mismo se hacen en algunas
comedias, por ejemplo, de Aristófanes y de Eúpolis; vid. al respecto Oliva (1973, pp. 34-
35). También se puede aceptar la historicidad de este personaje, como hace Develin (1989,
p.34).
19. Portulas (1993-95, p. 54).
20. Puede verse un estudio reciente sobre su figura en Strataridaki (1991, pp. 207-
223); vid. igualmente Portulas (1993-95, pp. 45-58).
21. Hammond (1940, pp. 71-83) opina, por el contrario, que fue el propio Solón
quien le hizo venir, aunque no parece probable.
22. Esta omisión fue interpretada por Jacoby (1949, p. 186) en el sentido de que nin-
guno de los autores tenía interés en mencionar una purificación en la que salían perjudi-
cados los Alcmeónidas, en cuyo entorno se movían ambos.
23. Acerca de la ley de Dracón sobre el homicidio, vid. Gagarin (1981), aunque qui-
zá sea más correcto hablar de la ley de Dracón sobre la "venganza de sangre" tal y como
ha tratado de demostrar Schmitz (2001, pp. 7-38).
24. Es interesante observar, como ha hecho recientemente Arnaoutoglou (1993, pp.
105-137), que en la legislación arcaica sobre el homicidio no hay referencias a la polución;
por consiguiente, posiblemente podamos ver las dos acciones, la purificación y la expulsión
como tendentes a cumplir fines distintos, desde el punto de vista político y religioso, res-
pectivamente.
25. Una valoración reciente de estas relaciones, a través de las tragedias del siglo v,
puede verse en Flashar (1997, pp. 99-111).
26. Sourvinou-Inwood (1997, pp. 157-159).
27. Parker (1996, p. 50); sobre el posible peligro social que podían plantear esos ri-
tuales protagonizados por mujeres, vid. Alexiou (1974, pp. 21-22); la idea ha sido tratada
con más detalle en Holst-Warhaft (1992) passim; un interesante caso de posible perviven-
cia de esas normas restrictivas de la participación de las mujeres en los funerales quizá
aparezca en la Antígona de Sófocles (Bennett y Tyrrell [1990, pp. 441-446]).
228 SOLÓN DE ATENAS
28. Cf. por ejemplo. Humphreys (1983. pp. 85-88) Y Murray (1990-a. pp. 139-145);
un trasfondo teórico y otros ejemplos pueden verse. respectivamente. en Ampolo (1984,
pp. 469-476); Ampolo (1984-a. pp. 71-102).
29. En esta referencia a cómo reunió al pueblo. algunos autores. como Andrewes
(1982, p. 387) han visto auténticas reuniones tumultuarias e informales, y un paso más en
la campaña que llevó a Solón al arcontado.
30. Sin embargo, el Areópago no sería el que elegiría a los arcontes, sino quien les
confiaba el cargo concreto a desempeñar; ef Develin (1979, pp. 460-461).
31. Gilliard (1907, pp. 167-171); vid. un repaso de las virtudes que adornaban a So-
Ión en Ehrenberg (1968. pp. 60-62).
32. Sobre la situación de Lesbos, la subida al poder de Pítaco y las críticas de Alceo,
pueden mencionarse, entre otros, los siguientes estudios: Aloni (1980-81, pp. 213-232);
Boruhovic (1981, pp. 247-259); Fileni (1983, pp. 29-35); Kurke (1994, pp. 67-92); vid. un pa-
norama general de Pítaco y sus predecesores en De Libero (1996, pp. 314-328).
33. Vid. Thiel (1938', pp. 204-210), que atribuye la invención a Fanias de Éreso; ef
McGlew (1993. pp. 94-96) Y Gouschin (1999, p. 22).
34. Hermon (1982. p. 37).
35. Ferrara (1960, p. 21); algunos autores, como Linforth (1919, pp. 46-47), han lle-
gado a hablar de una «dictadura plenipotenciaria».
36. Esta fecha, tradicionalmente admitida, ha sido cuestionada ocasionalmente por
algunos autores; pueden verse, principalmente, los trabajos de Miller (1963, pp. 58-94;
1968, pp. 62-81; Y 1969. pp. 62-86).
37. Un panorama. en general satisfactorio, de los intereses enfrentados en el mo-
mento en que Solón asume el arcontado lo encontramos en Linforth (1919, pp. 52-56).
38. Masaracchia (1958, pp. 133-137) ha situado en sus justos términos cómo son sólo
los aristócratas los que están capacitados para tomar iniciativas políticas.
39. Esta cuestión es siempre problemática, y no hay que descartar, al menos en su for-
mulación.la intervención de la propaganda política del siglo IV (Masaracchia [1958, p. 137]).
40. Véase, por ejemplo, el reciente trabajo de Rodríguez Adrados (1997, p. 35), que
empieza su análisis de Solón asegurando que «fue nombrado arconte el año 594 a.e. en
Atenas, por acuerdo de los ciudadanos».
41. Masaracchia (1958, p. 133).
42. Miller (1978, pp. 13-24); Merkelbach (1980, pp. 77-92). Cf también Rhodes
(1981, p. 105).
43. Rhodes (1981, p. 109); Develin (1989, p. 31).
44. Vid., por ejemplo, Hammond (1938, pp. 10-11); Hammond (1940, pp. 71-83) que
sugiere una actividad efectiva de, al menos, dos años y atribuye una serie de medidas a
cada periodo.
45. Ya Woodhouse (1938, p. 169) sugirió que el término era auténticamente solo-
niano; argumentos adicionales a favor de ello en Luján Martínez (1995, pp. 303-307).
46. De hecho, algunos autores aseguran, a mi juicio erróneamente, que el nombre
«oficial» de esta medida fue, simplemente, ehreon apokope, «cancelación de las deudas»
(Freeman [1926, pp. 85-89]).
47. Sobre la posibilidad de que este nombre de seisaehtheia correspondiese, más
bien, a un festival (a partir de Plut., Sol., 16,5) las opiniones de los estudiosos están divi-
didas. Entre quienes aceptan esa posibilidad están, entre otros, De Sanctis (1911, pp. 206-
208); Hammond (1940, pp. 71-83); Hermon (1982, p. 38). Entre quienes la rechazan puede
mencionarse a Linforth (1919, pp. 269-273).
48. Die Goyanes (1978, pp. 11-13).
49. Cerca estaba el caso de la expulsión de los Alcmeónidas, a quienes no valió el
.hecho de que Megacles, el responsable del sacrilegio, actuase en contra de los partidarios
del tirano desde la posición oficial que le brindaba su cargo de arconte (Plut., Sol., 12, 1).
NOTAS 229
(1961, pp. 510-512); Whitehead (1981, pp. 282-286). No todos los autores, sin embargo, es-
tán de acuerdo en el carácter militar de la reforma; vid. a tal respecto, con la bibliografía
previa, Hansen (1991, pp. 43-46).
96. ef Bodeus (1972, p. 483), aunque el resto de sus observaciones, relativas a la
pervivencia de la ideología trifuncional indoeuropea en la Atenas de los siglos VII y VI de-
ben tomarse con precaución.
97. Linforth (1919, pp. 77-82); ef Finley (1986, pp. 26-27).
98. Honn (1948, pp. 95-97).
99. Así, por ejemplo, Wilcken (1928, pp. 236-238), que sugería aceptar la equivalen-
cia entre el medimno, una oveja y una dracma, a partir de Plut., Sol., 23, 3; contestado por
Thiel (1950, pp. 1-11) Y por Van den Oudenrijn (1952, pp. 19-27). También partidario de
una evaluación monetaria se muestra Waters (1960, pp. 181-190).
100. Thiel (1950, pp. 1-11), por ejemplo, acepta que el ganado, sobre todo ovino,
pudo servir también de base para la evaluación de la riqueza; a ello se opone Van den
Oudenrijn (1952, pp. 19-27) que observa, razonablemente, que las ovejas no son tanto un
ingreso anual cuanto un capital.
101. Vid. en este sentido las acertadas observaciones de Thiel (1950, p. 3): «Hablar
de la Atenas soloniana en términos de ricos industriales y comerciantes, de una poderosa
clase de príncipes del comercio y la industria, con grandes capitales en bienes muebles, im-
plica cometer un anacronismo perverso y ridículo: el Ática de la época de Salón era una
comunidad substancialmente agraria»; ef también Masaracchia (1958, pp. 154-156).
102. Cf Cavaignac (1908, pp. 36-46); Will (1965, p. 94). No todos los autores acep-
tan tampoco un paso mecánico de un sistema a otro; vid., por ejemplo, Williams (1983, pp.
241-245); ef Van den Oudenrijn (1952, pp. 19-27). También Andrewes (1982, p. 385).
103. Ehrenberg (1968, pp. 63-65); vid., por ejemplo, los cálculos que hace Burn
(1960, pp. 297-298), sobre la base de la cantidad de personas que podría mantener una tierra
determinada, datos que serían de dominio público. Como, naturalmente, el zeugita po-
dría mantener menos y el pentacosiomedimno más, y el caballero se hallaba entre medias,
ése podría haber sido un buen medio y, además, público para establecer, al menos en una
primera aproximación, los distintos niveles de renta. Un cuadro mucho más preciso en
Foxhall (1997, p. 130).
104. Chrimes (1932, pp. 2-4).
105. Thiel (1950, pp. 6-11).
106. Cata ud ella (1966, pp. 49-63; 221-227). En su valoración, llega a interpretar de
modo diferente al canónico los límites de los diferentes grupos censitarios y, aunque justi-
fica su opción, no parece haber tenido demasido éxito su propuesta. Otros autores, sin em-
bargo, muestran su escepticismo ante estas valoraciones; ef Skydsgaard (1988, pp. 50-54).
107. Vid. una comparación entre los procedimientos y los resultados de la división
censitaria de la población en el caso ateniense y en el romano en Mossé (1987-89, pp. 165-
174).
108. Las informaciones sobre los medios de vida y vínculos territoriales de estos in-
dividuos no son demasiado conocidas para el s. VI, y hay que esperar al auge de la epigra-
fía ática en el s. v para poder tener más informaciones al respecto; vid. Thompson (1970,
pp. 437-451).
109. Si, tras su emancipación, muchos o algunos antiguos hectémoros se convirtie-
ron en zeugitas, ello hablaría a favor de la fuerza y las presiones que podrían haber des-
plegado antes de la actividad de Solón; ello también permitiría entender mejor el peso eco-
nómico y numérico de los hectémoros que, en muchos casos, no serían «pobres» en sentido
estricto; ef Schils (1991, pp. 75-90) que, sin embargo, interpreta a los hectémoros como
agricultores que se habían apropiado de tierras comunales y de los templos.
110. Así, por ejemplo, Rodríguez Adrados (1997, p. 41).
111. Manville (1980, p. 217).
232 SOLÓN DE ATENAS
Holkeskamp (1997, pp. 29-30) ve en este poema la aparición de nuevos métodos para ac-
ceder a la nobleza mediante la riqueza, y no ya mediante el nacimiento.
150. Donlan (1985, pp. 238-239).
151. Rhodes (1981, pp. 182-184); ef Figueira (1984, pp. 954-959).
152. Lévéque (1978, pp. 525-526); Develin (1979, pp. 464-465).
153. Así, ya Busolt (1893, p. 321).
154. Wallace (1989, pp. 3-47).
155. Hignett (1952, pp. 82-83).
156. Wallace (1989, pp. 52-53).
157. De Sanctis (1911, pp. 249-250); Hignett (1952, pp. 89-91).
158. Esta imprecisión la hallamos en las interpretaciones de autores de diferentes
periodos; baste para ilustrarlo los análisis de Gilliard (1907, pp. 277-282) y de Wallace
(1989, pp. 47-69), para comprobar la gran cantidad de puntos obscuros que subsisten en el
análisis de los poderes concretos otorgados por Solón al Areópago. Vid. también De
Bruyn (1995, pp. 14-49).
159. Un estudio de las atribuciones del Areópago en asuntos públicos, en De Bruyn
(1995, esp. 14-49).
160. Naturalmente, la información de Aristóteles es anacrónica al interpretar el pro-
ceso de eisangelia al estilo de como se hacía en el siglo IV, seguramente como consecuen-
cia de la propaganda de ese momento, que había malinterpretado esta reforma soloniana;
ef en tal sentido Ostwald (1955, pp. 104-105); Carawan (1987, pp. 181-182). El debate, sin
embargo, es amplio y junto con autores que defienden la realidad de la eisangelia en épo-
ca de Solón, como Bonner y Smith (1930, pp. 169-170,294-300) o Rhodes (1972, pp. 162-
163), Rhodes (1979, pp. 103-114), hay otros, como Hansen (1975), Hansen (1980, pp. 89-
95), que rechazan esa posibilidad.
161. Wallace (1989, p. 68).
162. Freeman (1926, pp. 76-78).
163. Vid. sobre esta imagen, la posibilidad de que correspondan al pensamiento de
Solón y la realidad del consejo de los 400, a partir de la misma, Kahrstedt (1940, pp. 1-8);
ef Stahelin (1933, pp. 343-345) Y Wade-Gery (1933, p. 24).
164. Masaracchia (1958, pp. 175-179).
165. Ostwald (1969, pp. 156-157); vid., sin embargo, Ruzé (1997, pp. 159-161), que
acepta la existencia de isegoria o capacidad de cualquier individuo de dirigirse a la asam-
blea (ef Lewis [1971, pp. 129-140]) en la Esparta arcaica; por ende, algunos autores sugie-
ren, a partir de testimonios de Esquines (3, 2-4) Y Demóstenes (22, 30) que también en la
asamblea post-soloniana cualquier ciudadano podía hablar en ella; un matiz importante
vendría dado de aceptarse el mencionado testimonio de Esquines que atribuye a Solón
una ley que permitiría tomar la palabra en primer lugar a los ciudadanos mayores de cin-
cuenta años; vid. al respecto Kapparis (1998, pp. 255-259).
166. A la sombra del estudio de Hignett (1952) muchos autores rechazan como in-
vención del s. IV la participación de los thetes en la ekklesia, creo que sin buenos argumen-
tos; naturalmente, suelen también rechazar la realidad de la Boulé de los 400; ef, por ejem-
plo, López Melero (1989, pp. 19-20).
167. Manville (1990, pp. 133-147).
168. Vid. en tal sentido Ryan (1994, pp. 130-131); ya Rhodes (1981) había sugerido
que estas medidas implicaban una institucionalización de esta Asamblea y de sus reunio-
nes.
169. Esta opinión la encontramos ya en Busolt (1893, pp. 321); vid. también, con ma-
tizaciones, Gilliard (1907, pp. 282-285); igualmente, De Sanctis (1911, p. 251). Más recien-
temente, ha vuelto sobre esta opinión Ruschenbusch (1994, pp. 370-371). Puede verse, no
obstante, el análisis de conjunto de Rhodes (1972, esp. 209), que acepta la historicidad de
la Boulé soloniana. En último lugar, puede verse Doenges (1996, pp. 391-396) que resume
NOTAS 235
los principales argumentos avanzados contra la realidad de esa Boulé, unos más admisi-
bles que otros, y sugiere que fue Clístenes, antes de crear la Boulé de los 500, quien habría
introducido, provisionalmente, una de 400; en el mismo sentido ya se había pronunciado
Zambelli (1975, pp. 103-134). En mi opinión, eso plantea más problemas que los que pre-
tende resolver.
170. Hignett (1952, pp. 93-94); Hansen (1989, pp. 88-89).
171. Vid., sin embargo, la explicación de Rhodes (1972, pp. 208-209) sobre ese epi-
sodio.
172. Ehrenberg (1968, p. 66); más recientemente, Ruzé (1997, pp. 358-368) ha vuelto a
retomar la discusión sobre el consejo soloniano para rechazar la posibilidad de su existencia.
173. Sería el caso, por ejemplo, de Quíos, cuya constitución del segundo cuarto del
s. VI se ha considerado derivada de la constitución soloniana de Atenas; vid. en este senti-
do Andrewes (1954, p. 22); Ostwald (1969, p. 162); Just (1969, pp. 191-205); Muñoz Valle
(1976, pp. 217-220). Los principales argumentos en contra fueron propuestos por la influ-
yente obra de Hignett (1952, pp. 95-%) y han sido retomados en parte por Ruzé (1997, pp.
358-368). Sobre la constitución de Quíos interpretada como «democrática», vid. Robinson
(1997, pp. 90-101).
174. Referencias en Rhodes (1972, pp. 35; 130-131); las relaciones y duplicaciones
entre el ritual eleusino y algunos rituales atenienses ha sido subrayada por Simms (1975,
pp. 269-279) y ampliada por él mismo en Simms (1980); cf. también L'Homme-Wery (1996-a,
pp. 56,101-102). Las excavaciones llevadas a cabo en el E1eusinio de Atenas muestran que
en la zona en la que surgirían las construcciones de Pisístrato ya se celebraban cultos a
Deméter desde al menos el s. VII a.e.; vid. Miles (1998, pp. 19-23).
175. Algunos autores, sin embargo, con un optimismo desmedido, llegaron a pensar
que la mayoría de la población debió de quedar incluida dentro de las tres primeras cla-
ses: Linforth (1919, p. 82).
176. Rhodes (1972, p. 205).
177. Masaracchia (1958, pp. 158-163); Doenges (1996, p. 395), que es uno de los úl-
timos en rechazar la existencia de esta Boulé soloniana, considera que sería redundante en
la Atenas de inicios del s. VI, habida cuenta del carácter únicamente consultivo de la Asam-
blea. Sin embargo, estableciendo un filtro adicional a la misma, cualquier posibilidad de
que en ella se manifestasen tensiones se verían radicalmente cortadas; vid., por ejemplo,
Holladay (1977, p. 51).
178. Rhodes (1972, p. 223); Forrest (1988, pp. 142-143).
179. Rhodes (1972, p. 195).
180. Sobre estas obscuras instituciones, que se vieron involucradas de algún modo
en la represión del golpe de Cilón, vid. Jordan (1970, pp. 153-175); Billigmeier y Dusing
(1981, pp. 11-16); Lambert (1986, pp. 105-112); Jordan (1992, pp. 60-79).
181. Una rápida visión de estas instituciones arcaicas, en Andrewes (1982, pp. 365-
367); sobre el entronque de las tribus con la patés desde el origen de ésta, vid. Roussel
(1976); vid. también Murray (1990, pp. 12-13). Sobre los phytabasileis, vid. Carlier (1984,
pp. 353-359).
182. Vid., por ejemplo, Freeman (1926, pp. 78-79). Bum (1960, p. 299) sugiere que
sólo formaban parte de ella los caballeros y los zeugitas.
183. Rhodes (1972, pp. 18-19).
184. Cf. Raaflaub (1993, p. 71).
185. Wade-Gery (1933, p. 23); Forrest (1988, pp. 146-147).
186. Hansen (1991, pp. 178-224); sobre la aproximación de Aristóteles al problema,
vid. Keaney (1963, pp. 121-123).
187. Bonner y Smith (1930, pp. 154-155).
188. De Sanctis (1911, pp. 252-256).
189. Hansen (1981-82, p. 29).
236 SOLÓN DE ATENAS
190. Hignett (1952, pp. 97-98); Masaracchia (1958, pp. 167-174); Ehrenberg (1968,
p.67).
191. Ya en este sentido Busolt (1893, p. 365); ef también Gilliard (1907, pp. 285-
290). Sobre el sentido de la ephesis dentro del derecho griego arcaico, vid. Gagarin (1986,
pp. 73, 90-91); sobre la posibilidad de que esta atribución no sea realmente soloniana, sino
que corresponda a la visión del s. IV, vid. Ruschenbusch (1965, pp. 381-384) Y Ryan (1994,
pp. 133-134). Sin embargo, el decreto de Quíos del segundo cuarto del s. VI sugiere, al me-
nos, que procedimientos similares parecen haber estado vigentes en otras poleis del mo-
mento, si es que la norma quiota no está inspirada en la ateniense; vid. Just (1969, pp. 191-
205) y, en último lugar, Robinson (1997, pp. 90-101).
192. Contra el ejercicio por parte del Areópago soloniano de la euthtyna se pronun-
cia, sin embargo, Wallace (1989, pp. 53-55). Vid., sin embargo, la interpretación de Masa-
racchia (1958, pp. 167-174), que sugiere que el término que emplea Aristóteles (Poi., 1274a,
17) para referirse a las prerrogativas del tribunal, euthynein, que en el lenguaje político de
época clásica alude a la rendición de cuentas de los magistrados salientes, pudo haber alu-
dido, a inicios del siglo VI, simplemente a la decisión sobre las apelaciones; el asunto es am-
pliamente discutido por Carawan (1987, pp. 167-208), quien sugiere que sería el paso de
las euthynai al demos lo que constituiría el núcleo de la reforma de Efialtes hacia el 462
a.e.; vid. también Cawkwell (1988, pp. 1-12). Sobre la posibilidad de alguna responsabili-
dad del demos en las euthynai en época de Solón, vid. Ryan (1994, p. 133).
193. Honn (1948, pp. 97-99).
194. Cf el análisis de Keaney (1963, pp. 120-121), Y sus observaciones sobre el mé-
todo de trabajo de Aristóteles.
195. Freeman (1926, pp. 80-81).
196. De Sanctis (1911, pp. 252-256).
197. Ya Von Wilamowitz-Moellendorff (1893, pp. 41-44); Gilliard (1907, pp. 242-
244); Lehmann-Haupt (1912, pp. 287-296).
198. Büsing (1982, pp. 1-45).
199. La relación de Solón con la moneda no era, en absoluto, cuestionada en el si-
glo IV como muestra, por ejemplo, la anécdota e, incluso, el dicho que Demóstenes atribu-
ye al legislador acerca de la comparación entre las leyes malas y la falsa moneda (Dem. 24,
212-214).
200. Wallace (1962, pp. 23-42); Kraay (1956, pp. 43-68); Kraay (1975, pp. 145-160);
Rhodes (1975, pp. 1-11); Horsmann (2000, pp. 259-277).
201. Freeman (1926, pp. 91-109); Milne (1930, pp. 179-185); Milne (1938, pp. 96-97);
Jongkees (1944, pp. 81-117); Jongkees (1952, pp. 28-56); Cahn (1946, pp. 133-143); Miller
(1971, pp. 25-47). Naturalmente, eso no quiere decir que cuando se introduzca la moneda
en Atenas no se utilicen los patrones que ya habían sido definidos por Solón, aunque hay
quien prefiere rebajar ese cambio de patrón a los momentos iniciales de la moneda y, por
lo tanto, desvincularlo de Solón, aunque la reforma sería, en espíritu, «soloniana»; vid. en
este sentido AlfOldi (1987, pp. 9-17). Sobre los anacronismos existentes en la tradición
acerca de los pesos y medidas, vid. Van Driesche (1999, pp. 87-90).
202. Kraft (1959-60, p. 15); ef también Kraft (1969, pp. 7-24).
203. Cahn (1975, pp. 81-89); vid., sin embargo, la visión hipercrítica de Crawford
(1972, pp. 5-8).
204. Oliva (1971, pp. 103-122.) No obstante, algunos autores siguen estableciendo
una relación de estas medidas con la sisactía; vid., entre otros, Milne (1943, pp. 1-3); Flach
(1973, pp. 13-27); más probable, aun cuando todavía dudosa, puede ser su eventual rela-
ción con la reforma censitaria: Horsmann (2000, pp. 259-277).
205. Un intento de interpretar la discrepancia a partir de diferentes patrones, profa-
nos y sagrados, fue avanzado por Reifler (1964, p. 202); otros autores, sin embargo, acep-
tan que se trata de un error en la transmisión: Chambers (1973, pp. 8-9).
NOTAS 237
206. Chambers (1973, pp. 3-4); la dracma clásica ateniense pesaba 4,5 gr., la mina
450 gr., la estátera 900 gr. y el talento equivalía a 60 minas (unos 27 kg.). Sobre las leyes
monetarias griegas vid. Picard (1997, pp. 213-227).
207. Gilliard (1907, pp. 245-246); Noyen (1957, pp. 136-141); vid. las relaciones que
establece Figueira (1993) entre esta salida de la órbita egineta y el resto de la labor políti-
ca soloniana, especialmente la referida a la liberación de los hectémoros.
208. Ésa es la impresión general que extrae Fischer (1973, pp. 1-14) del análisis de
las medidas solonianas en este terreno.
209. Gilliard (1907, pp. 247-250); cf. también, en último lugar, Molina (1998, pp. 5-
18).
210. La vinculación de la reforma soloniana con el comercio de la plata fue ya apun-
tada por Milne (1945, pp. 230-245), aunque otros aspectos de su reconstrucción, en los que
la moneda juega un papel importante, son absolutamente cuestionables. Por su parte, An-
drewes (1982, p. 382) sugiere, convincentemente, que Solón modificó las unidades en las
que se pesaba la plata no acuñada; la plata también ha sido puesta en relación con la si-
tuación previa a la reforma soloniana y, por consiguiente, con los resultados de la misma
por Kroll (1998, pp. 225-232) y por Stanley (1998, pp. 19-45); [d. (1999), cap. VI D.
211. Tausend (1989, pp. 1-9).
212. Creatini (1984, pp. 127-132).
213. La coexistencia y perduración de esos patrones, y algún otro, ha sido demos-
trada, todavía a fines del siglo VI, por Beltov (1985-86, pp. 125-151).
214. Will (1965, p. 84).
215. Rhodes (1975, pp. 1-11); Rhodes (1977, p. 152).
216. La plata es mencionada por el propio Solón en uno de sus poemas (Frag. 14 D,
v. 1) como uno de los elementos que configuran las riquezas (chremata) de una parte de
los atenienses; sobre la interpretación a dar a esta referencia, remito al comentario co-
rrespondiente a este pasaje.
217. Esta ley aparece con el número F 75 en el catálogo de Ruschenbusch (1966) y
parece tratarse de una ley auténtica, aunque Plutarco no la transmite literalmente. Vid.
Sea ley (1983, p. 112) YGschnitzer (1987, p. 110).
218. Pagliara (1964-65, pp. 5-19).
219. Vid., por ejemplo, Manville (1990, pp. 124-156).
220. Manville (1990, p. 134); cf. Sancho Rocher (1991, pp. 68-69). Algunos autores
piensan que muchos de estos inmigrantes marcarían el inicio de los metecos atenienses; cf.
Whitehead (1977, pp. 141-143).
221. Hann (1948, pp. 90-91).
222. Peremans (1972, p. 124).
223. Sea ley (1983, pp. 113-114).
224. Sancho Rocher (1991, pp. 68-69).
225. Sancho Rocher (1991, pp. 68-69).
226. Weeber (1973, pp. 30-32) ha relacionado esta ley con la nueva concepción de la
polis que surge de la actuación soloniana; sus implicaciones económicas son claras como
ha visto Gschnitzer (1987, p. 111).
227. Burn (1960, pp. 294-295); Link (1991, pp. 31-34); Descat (1993, p. 153).
228. Johnston y Jones (1978, pp. 103-141).
229. Vid. Boitani (1985, pp. 23-26); a partir de esos datos se constata que entre el 650
y el 580 a.e. aparecen en Etruria 39 ánforas SOS, mientras que sólo aparecen 15 ánforas
«ti la brosse» durante todo el s. VI; cf. Gras (1987, p. 46).
230. Gras (1987, pp. 46-47).
231. Baccarin (1990, p. 31); Stahl (1987, p. 70) sugiere, sin embargo, que fueron los
habitantes de la costa o para lía los principales beneficiados por la actividad soloniana.
232. Boardman (1974, p. 17); Snodgrass (1980, p. 145).
238 SOlÓN DE ATENAS
[1966, pp. 23-24]). Es preferible la reconstrucción de Stroud que es la que, en líneas gene-
rales, sigo en el texto. Sobre el posible significado de kyrbis e hipótesis sobre el porqué de
ese nombre, en Hansen (1975, pp. 39-45) YWyatt (1975, pp. 46-47).
253. Stroud (1979, pp. 41-44).
254. Robertson (1986, pp. 147-176).
255. O, incluso, después, como sugiere Shear (1994, pp. 240-241).
256. Sobre las diferentes recopilaciones de leyes atenienses a fines del s. v, vid. Rus-
chenbusch (1956, pp. 123-128); más recientemente, Clinton (1982, pp. 22-37); Robertson
(1990, pp. 43-75) Y Rhodes (1991, pp. 87-100).
257. Ruschenbusch (1966, pp. 50-52).
258. Ruschenbusch (1966, pp. 42-47).
259. Por ejemplo, GiIliard (1907, pp. 32-58); también, aunque dejando abierta algu-
na posibilidad, Linforth (1919, pp. 276-286).
260. Vid. un amplio análisis del uso de Solón durante el s. IV en Ruschenbusch (1958,
pp. 398-424); también Hansen (1989, pp. 71-99) YThomas (1994, pp. 119-134).
261. Ehrenberg (1968, pp. 68-71); Finley (1979-a, pp. 53-54); el Garner (1987, pp.
137-140). Sobre la valoración de las leyes solonianas en el s. IV, puede verse también Tho-
mas (1994, pp. 119-134).
262. Ruschenbusch (1966, pp. 57-58; 70-126). También un buen análisis de las leyes
de So Ión, aunque incluye algunas de las que Ruschenbusch considera falsas, sigue siendo
el de Freeman (1926, pp. 113-143).
263. Las referencias a los fragmentos de la legislación soloniana corresponden,
como se indicó ya con anterioridad, a la numeración de Ruschenbusch (1966).
264. Ruschenbusch (1988, pp. 369-374).
265. Hay una auténtica regulación de esa relación, como muestran las leyes sobre el
lujo funerario o las relativas a la moral sexual y al adulterio, que se integran en el terreno
de aquello que, por sus diferentes implicaciones, afecta a la colectividad; vid. Samuel
(1963, pp. 234-235) y, sobre las leyes sobre el adulterio, Kapparis (1995, pp. 97-122); Kap-
paris (1996, pp. 63-77).
266. Cf Gagarin (1981-a, pp. 71-77).
267. Thomas (1995, pp. 66-71); las semejanzas entre los mnemones de otras ciudades
griegas y los tesmotetas atenienses ha sido subrayada, además de por esta autora, por otros
estudiosos como Ruzé (1988, pp. 86-89).
268. Cf L'Homme-Wery (1996-a, p. 247); también pudo haber utilizado Solón otras
codificaciones de leyes ya existentes, como la de Zaleuco, como sugiere Ruschenbusch
(1994, pp. 356-357).
269. Piccirilli (1977-a, p. 27).
270. Sobre la imagen del legislador, a medio camino entre el tirano y el fundador,
vid. las apreciaciones de McGlew (1993, p. 109).
271. Un buen ejemplo de esta tendencia lo muestran, especialmente, los trabajos de
Miller (1963, p. 85); Miller (1968, pp. 62-81).
272. Junto al de Mitilene, otro caso con ciertas similitudes, es el de Mileto, donde ac-
túa el aisimnetes Epímenes; vid. Cortina (1993-95, pp. 13-14).
273. Page (1955); Mazzarino (1953, pp. 37-78); Aloni (1983, pp. 21-35).
274. Romer (1982, pp. 25-46).
275. Andrewes (1974, pp. 97-98).
276. Mossé (1969, pp. 14-15).
277. Kurke (1994, pp. 202-203).
278. Thiel (1938, pp. 204-210); una caracterización general de Pítaco, resaltando al-
gunos puntos comunes con otros "Sabios", entre ellos Solón, en Cortina (1993-95, pp. 9-44).
279. Vid. Raaflaub (1996, pp. 1067-1071).
280. Cf Forrest (1956, pp. 48-49).
240 SOLÓN DE ATENAS
281. Vid. en este sentido, por ejemplo, Linforth (1919, pp. 57,59); Thiel (1946, pp. 71,
81). Carawan (1993, pp. 305,319), por su parte, sugiere que la ley contra la tiranía que
transmite Aristóteles (Ath. PoI., 16, 10), correspondería al propio Solón.
282. Domínguez Monedero (1991, pp. 169,181).
283. Hopper (1961, p. 195); Holladay (1977, pp. 40,56).
284. Como ha visto Paladini (1956, pp. 377,411), tampoco hay que dejar de lado que
esa tradición de oposición a la tiranía pueda estar motivada por su inclusión en el grupo
de los Siete Sabios, que muestra un rechazo notorio hacia este régimen, aunque, al menos,
durante los inicios de tal tradición tampoco todos los tiranos estaban mal vistos, como
muestra la presencia en la nómina de sabios del tirano Periandro de Corinto. En todo caso,
y como ha visto Keaney (1992, pp. 106,109), Aristóteles quiere dejar muy clara la oposi,
ción entre ambos personajes.
285. Aunque, como ya vio De Sanctis (1911, p. 269), no es tampoco necesario pen,
sar directamente en Pisístrato, porque los años previos a su subida al poder debieron de
ser pródigos en intentos de ese tipo, de los que conocemos únicamente el de Damasías
que, nombrado arconte, no abandonó el poder hasta que fue expulsado violentamente
(Arist., Ath. PoI., 13, 2). Una revisión reciente de las presuntas referencias a Pisístrato en
los fragmentos solonianos, en Rihll (1989, pp. 277,286).
286. Cf Stahl (1987, pp. 190,200).
287. Linforth (1919, pp. 303,306).
288. Arrighetti (1991, pp. 13,34); Tulli (1994, pp. 95,107); Morgan (1998, pp. 108,114).
289. Masaracchia (1958, pp. 190,192).
290. Es curiosa esta recitación de los poemas de Solón en la fiesta de las Apaturias
por cuanto que Solón puede haber sido uno de los primeros atenienses en reivindicar una
primacía de Atenas sobre Jonia y, en el relato de Heródoto, es precisamente la celebración
de las Apaturias uno de los signos de la identidad jonia; ef Hdt., 1, 147,2.
291. Es sugestiva la opinión de Freeman (1926, pp. 187,194), para quien esta rela,
ción significaba la reacción del hombre que había rechazado la tiranía frente al hombre
que la consiguió.
292. En todo caso, y si Solón vio el éxito de Pisístrato en 561, sin duda ninguna ya
no vivió para ver el primer retorno del tirano; ef Rihll (1989, pp. 277,278).
293. Pero, sin embargo, todavía Heródoto (VI, 131, 1) considera a Clístenes como
el creador de la democracia y no menciona ni tan siquiera a Solón sobre esta cues'
tión.
294. Sin embargo, recientemente algún autor le ha seguido considerando, sin dar de,
masiadas explicaciones, fundador de la democracia ateniense: Murray (1993, p. 184). Vid.
una discusión reciente en Robinson (1997, pp. 39-45).
1. Un repaso general a estos viajes en Alessandri (1989, pp. 191,224); los viajes de
Solón se hallarían dentro de la tradición del filósofo viajero, con una clara función de
aprendizaje; vid. Montiglio (2000, pp. 88,89).
2. Rhodes (1981, pp. 123,124; 170). Sugiere este autor que la vinculación al comer,
cio tiene que deberse a la consideración de Solón como mesas, por lo que tendría que ha,
ber sido comerciante.
3. Una visión general de este mundo, en Reeker (1971, pp. 96,100).
4. Isaac (1986, pp. 162,163).
5. Johnston y Jones (1978, pp. 103,141).
6. Shipley (1987, pp. 49,51).
7. Cook (1958,59, pp. 9,34); Cook (1985, pp. 25,28).
NOTAS 241
8. Reeker (1971, p. 102) sugiere un lapso de un par de años entre el final de su man-
dato y el inicio de sus viajes.
9. Sobre las complejas implicaciones del término theoria aplicado a las actividades
de Solón, vid. Ker (2000, pp. 304-329); también este autor ha observado (2000, p. 321) que
la cifra de diez años que Solón estuvo ausente puede considerarse como un precedente
(real o simbólico) del posterior ostracismo ateniense; ef también Giner Soria (1971, pp.
411-416). La relación entre el ostracismo, una secularización del pharmakos, y el pensa-
miento de Solón, tal y como se observa en alguno de sus yambos (por ejemplo, frag. 25 D,
vv. 9-10), ha sido puesta de manifiesto por Torné Teixidó (1993-95, p. 73).
10. Cf Szegedy-Maszak (1978, pp. 199-209).
11. La bibliografía sobre Náucratis es sumamente abundante; me limitaré a mencio-
nar dos trabajos recientes que abordan algunos de los problemas de ese emporio griego en
Egipto: Sullivan (1996, pp. 177-195); Bowden (1996, pp. 17-37). Vid. en último lugar el
completo análisis de Moller (2000).
12. Vid. una revisión de la tradición, así como la posible presencia de elementos de
origen egipcio en la misma en Griffiths (1985, pp. 3-28). Sobre el papel que juega la Atlán-
tida en la elaboración del pensamiento político de Platón, vid. Tulli (1994, pp. 95-107); so-
bre la relación de la Atlántida con los mitos atenienses de autoctonía, vid. García Iglesias
(1974, pp. 7-24). La función de la adscripción a Salón de la leyenda ha sido analizada en
último lugar por Morgan (1998, pp. 108-114).
13. Un panorama general sobre las relaciones de los griegos con Egipto en Austin
(1970); sobre algunos personajes griegos que estuvieron en Egipto, vid. Domínguez Mo-
nedero (1991-a, pp. 79-88).
14. Sobre la figura del faraón Ahmosis (H), el Amasis de los griegos y sus relacio-
nes con éstos, puede verse Cook (1937, pp. 227-237); Tozzi (1980, pp. 2085-2099).
15. Alessandri (1977-80, pp. 169-193).
16. Vid., sin embargo, los cálculos de Holladay (1977, p. 54), que hacen plausible el
episodio.
17. Vid. una discusión, a la luz de los hallazgos arqueológicos, en Karageorghis
(1973, pp. 145-149).
18. Sykutris (1928, pp. 439-443); Gallo (1976, pp. 29-36); Reeker (1971, pp. 102-104);
sobre la pervivencia del tema todavía en el género utópico del siglo XVII, vid., por ejemplo,
Komor (1969, pp. 65-73).
19. Irwin (2000, pp. 192-193).
20. Miller (1963, pp. 89-90).
21. Sobre el uso de la entrevista como base de cualquier futuro tratamiento en la li-
teratura griega del tema de la vida feliz, vid. Sage (1985).
22. Uno de los principales temas que deja a la vista el relato es la persistencia de
Creso en el error; ef Stahl (1975, pp. 1-36). Sobre el desarrollo de algunos de los temas
apuntados por Heródoto por autores posteriores, como Jenofonte, vid. Lefevre (1971, pp.
283-296); Sage (1991, pp. 61-79).
23. Una visión general de estos otros relatos en Oliva (1975, pp. 175-181).
24. Miller (1963, pp. 58-94); Miller (1968, pp. 62-81); Markianos (1974, pp. 1-20).
25. Es en este aspecto donde puede verse la más clara diferencia entre el Salón
que muestran sus poemas y el Salón herodoteo, como ha observado Chiasson (1986,
p.261).
26. Miller (1963, pp. 91-92); Brown (1989, pp. 1-4).
27. Brown (1989, pp. 1-4).
28. Regenbogen (1930, pp. 1-20); sobre el fuerte contenido ético del relato, quizá
más propio de una mentalidad del siglo v como la de Heródoto, vid. King (1997).
29. Oliva (1973, p. 33); sobre la vinculación de los Siete Sabios con Creso, vid. Snell
(1971, pp. 44-61).
242 SOLÓN DE ATENAS
1. Sería imposible dar, tan siquiera, somera cuenta de las principales interpretacio-
nes que se han dado sobre la labor de Solón; en parte, tal trabajo fue realizado por Masa-
racchia (1958, pp. 195-200) sobre los más importantes de sus predecesores; yo he expresa-
do mi propia visión sobre esta labor en Domínguez Monedero (1991, pp. 195-197) e Id.
(1999, pp. 177-178).
2. Para De Sanctis (1911, p. 258), lo que le ha faltado a Solón es, precisamente. un
poder fuerte y centralizado para imponer sus normas, pero eso sólo podía proporcionarlo
un tirano y a Solón no le ha interesado esa solución.
3. Vid. en Schmitt-Pantel (1998, pp. 410-413) una interpretación de este equilibrio
entendido como el existente entre los dos ámbitos en los que se desenvuelve la vida de la
ciudad, el público y el privado; así el objetivo de Solón habría sido "la constitución de un
espacio de mediación que permita el funcionamiento de la vida política".
4. Como ha subrayado Ferrara (1964, pp. 135-141). Solón pretende que los nobles si-
gan ejerciendo el poder, pero que lo hagan con sabiduría y renunciando a la lucha perma-
nente por el predominio.
5. Sobre la posibilidad de que ésta haya sido una imagen que el propio Solón haya
cultivado adrede, vid. McGlew (1993, pp. 102-103).
6. «Participar en la polis», metechein tes poleos, es la fórmula habitual en griego para
referirse a la ciudadanía; cf. Sancho Rocher (1991. pp. 59-86); vid. una interpretación en
este sentido de algunos poemas de Solón en Darbo-Peschanski (1996, pp. 714-720).
7. Sobre la breve tiranía de Damasías, vid. De Libero (1996, pp. 49-50); Develin
(1979, pp. 464-465) interpreta el episodio dentro de la lucha faccional que estaba teniendo
lugar en Atenas por esos años.
8. Sobre la importancia de los vínculos de vecindad en el periodo entre Solón y Pi-
sístrato, vid. Finley (1986, pp. 66-67); vid. sobre la cuestión de la «llanura», la «costa» y la
«montaña» las discusiones de Hopper (1961, pp. 189-219) y de Kluwe (1972, pp. 101-124).
El ascenso de Pisístrato en función de estas divisiones ha sido abordado por Stahl (1987,
pp. 56-105).
9. Sobre las tradiciones relativas al «buen tirano», vid. Domínguez Monedero (1997,
pp. 329-346).
10. Vid. un planteamiento reciente de esta cuestión en Blaise (1995, p. 24); también
Raaflaub (1996, p. 1069) y Mitchell (1997, pp. 137, 141), que consideran a Solón conserva-
dor; por su parte, Forrest (1988, p. 151) supera esa división y considera a Solón «constitu-
cionalista».
11. Cf. Markianos (1980, pp. 255-266).
12. Cf. Finley (1986, p. 142); Ducat (1992, p. 48).
13. Mossé (1979, pp. 425-437).
NOTAS 243
14. Sin embargo, Robinson (1997) defiende el surgimiento, ya para el siglo VI, de los
primeros regímenes democráticos en Grecia.
a un papel simplemente formal; vid. sin embargo. una crítica a esta opinión en Massa Po-
sitano (1947, pp. 16-17).
48. Masaracchia (1956, pp. 95-96); no obstante, también se ha propuesto una relación
más estrecha y de origen muy antiguo, tanto en Hesíodo como en Solón, entre las Musas y
la justicia, en la que actuarían como patronas de las leyes; vid. Roth (1976, pp. 331-338).
49. Cf Lattimore (1947, p. 170); vid., sin embargo, Allen (1949, pp. 50-65), para
quien hay un tema claro a lo largo de toda la composición, cual es la sabiduría y los mo-
dos de conservarla, evitando así la comisión de actos injustos por ignorancia, que atraen la
cólera de los dioses; Eisenberger (1984, p. 12) por su parte, piensa que el tema principal es
que el final -telos- se halla determinado sólo por los dioses.
50. Cf Eisenberger (1984, p. 10).
51. Cf. Lattimore (1947, pp. 162-163).
52. AlIen (1949, pp. 50-65). Según este autor, Salón dirigió su petición de éxito a las
Musas porque la sabiduría que las mismas simbolizan es el único medio seguro de lograr
ese éxito; ef Spira (1981, p. 188). Por fin. Vox (1983, pp. 515-522) llega a sugerir que este
poema no es otra cosa que una reproducción o reflejo del propio canto de las Musas Olím-
picas. En otro orden de cosas, no deja de ser sugerente la hipótesis de Henderson (1982,
p. 26) para quien la referencia explícita a Mnemosine como madre de las musas como pri-
mera palabra del poema puede relacionarse con la importancia del factor mnemotécnico
en la poesía arcaica griega.
53. Matthiessen (1994, pp. 385-388). Sobre el concepto de felicidad en Solón, com-
partido y ampliado por Aristóteles, vid. Irwin (1985, pp. 89-124).
54. En opinión de Von Leutsch (1872, p. 153), en estos tres primeros dísticos se ha-
lla contenido el mensaje principal del poema, el tema del mismo.
55. La riqueza, en cuanto tal, no es objeto de crítica por Solón, por cuanto que la
misma es un elemento necesario del éxito según todo el pensamiento griego; su línea de
pensamiento se dirige tanto a su adquisición cuanto, sobre todo, a su conservación. Vid.
AlIen (1949, pp. 52-53). Sin embargo, Solón sí distingue entre felicidad (olbos) y riqueza
(ehremata): Masaracchia (1956, pp. 97-98; 113).
56. Alt (1979, p. 391); otros poetas, como Arquíloco, también se habían mostrado
agresivos hacia una parte de la comunidad; el Vox (1983, pp. 517-518).
57. Gentili (1996, pp. 336-337).
58. Podemos aceptar la definición que da Fisher (1992, p. 74) en estos poemas solo-
nianos de la hybris: «Comportamiento intencional, que se encuentra especialmente entre
los ricos, y que se muestra tanto cuando se intenta obtener más riqueza como cuando se
está dentro de un consumo excesivo, que es ilegal, injusto y ofensivo para las víctimas, la
sociedad y los dioses».
59. Büchner (1959, pp. 180-181); sobre la ate como leitmotiv ya de los Poemas Ho-
méricos, vid. Gundert (1942, p. 147); también Müller (1956, pp. 1-15); para Roisman (1984,
pp. 21-27), ate tiene en Solón el mismo significado que en los Poemas Homéricos, menos
en este pasaje, cuya novedad es que, en lugar de como causa inicial de hybris aparece como
su resultado. Una revisión de los pasajes de autores griegos arcaicos que presentan ese tér-
mino y sus relaciones con otros (hybris, koros, etc.) en Doyle (1985, esp. cap. 3), revisado
y matizado por Schmiel (1989-90, pp. 343-346).
60. Hommel (1964, pp. 245-246).
61. Flor de Oliveira (1981-82, pp. 82-83), que subraya la relación entre la purifica-
ción y las Musas.
62. Vid. sobre la creencia de Solón en el indefectible castigo divino Lattimore (1947,
pp. 174-175); Masaracchia (1956, pp. 105-108).
63. Cf Massa Positano (1947, pp. 38-42).
64. Cf Von Leutsch (1872, pp. 153-154); vid. también Eisenberger (1984, p. 11); Nes-
selrath (1992, pp. 95-96).
246 SOLÓN DE ATENAS
mulas homéricas de invocación, pero también aportando, tal vez, explicaciones necesarias
para la correcta comprensión del poema; vid. Rodríguez Alonso (1976, pp. 507-510).
108. Sobre los prototipos de la imagen de la divinidad que coloca sus manos sobre
una ciudad para protegerla, vid. Massa Positano (1950, pp. 94-95); sobre la función del
«nuestro» en el discurso soloniano, vid. Melissano (1994, pp. 50-51).
109. Nestle (1942, p. 130).
110. Cf Ziegler (1954, p. 383); sobre la acumulación de referencias yecos de tipo ho-
mérico en los primeros versos de esta poesía, vid. Henderson (1982, p. 27).
111. Cf Ferrara (1964, pp. 66-68);firankel (1962, pp. 213-214).
112. Stahl (1992, pp. 388-399).
113. Cf Adkins (1985, pp. 111-112).
114. Sobre los dos modelos actuantes, vid. Melissano (1994, pp. 52-54), donde mues-
tra que Solón se vincula al mundo aristocrático, al mundo de los esthtoi.
115. Argumentos a favor de una ejecución dentro del ámbito del simposio aristo-
crático de esta elegía, en Tedeschi (1982, pp. 33-39); sin embargo, parece haber argumen-
tos, como se indica más adelante, para una recitación de carácter más amplio.
116. Sobre el empleo de un esquema de antítesis y paralelismos en los versos 1-4 y
5-8: seguridad bajo los dioses, destrucción por los ciudadanos; locura y orgullo de los ciu-
dadanos, injusticia y arrogancia de los jefes, procedimiento típico del pensamiento de tipo
arcaico y de transmisión oral, vid. Henderson (1982. p. 27), que sigue parcialmente a Fran-
ke!. Skiadas con su análisis sintáctico ha mostrado cómo los hegemones de comporta-
miento inicuo y los astoi, es decir, el demos, con su arrogancia van a conducir a la ciudad
al desastre, una idea que también puede rastrearse en Teognis (vv. 41-42). Cf. Skiadas
(1985, p. 155).
117. Stahl (1992, p. 389); cf. también Anhalt (1993, cap. 2).
118. Otra referencia a acciones injustas se encuentra en el frag. 1 D, v. 12 y ello ha
llevado a algunos autores, como Alt (1979, pp. 395-396) a considerar este fragmento 3 D
anterior al 1 D. puesto que la referencia en el 1 D presupondría lo ya dicho en el 3 D.
119. Sobre la posible alusión aquí a la existencia de tierras públicas, que serían un
factor importante para explicar la crisis, vid. Cassola (1964, pp. 26-68); sobre el origen del
término y su aplicación a estas tierras públicas o, mejor, comunales, vid. Fouchard (1998.
p.60).
120. Han sido bastante divergentes las interpretaciones dadas a este término de je-
fes del pueblo; para unos, serían «nobles, jefes del estado, del país», sinónimo, en cierto
modo, de los basilees de Homero, vid. Gilliard (1907. pp. 63-64); para otros como Ferrara
(1964. p. 63), se trata, más bien de una clase política, responsables del gobierno y de la paz
ciudadana; por fin, algunos como Jaeger (1926, p. 14) creen que el término se está refi-
riendo a la clase dirigente de la antigua nobleza; sobre el aspecto del quebrantamiento del
orden y el desprecio a dike, de resonancias hesiódicas, vid. Stahl (1992, pp. 388-391).
121. Acerca de una posible relación de estos grupos con la leyenda de la avaricia de
los amigos de Solón, vid. Diels (1888, pp. 279-288); stasis y potemos son dos términos que,
según Ziegler (1963, p. 650), se muestran ambivalentes, refiriéndose tanto al hecho en sí
de la discordia, cuanto al daimon que personifica la misma. cf. también sobre stasis como
ruptura del buen orden o Eunomía, Vlastos (1946, p. 69); Ferrara (1964, p. 73) sintetiza el
sentido de esta parte del poema de la siguiente manera: <<la ciudad, devorada por las in-
trigas y por las facciones, ha llegado a un estado de servidumbre tiránica que produce es-
cisión y guerra»; abundando sobre la equiparación entre esclavitud y tiranía, Stahl (1992,
pp. 392-393). Sobre la ambivalencia del concepto de «esclavitud», dependiendo de quién
escuchase el poema, vid. Adkins (1985, pp. 118-119). Una interpretación radicalmente di-
ferente, en clave de la guerra entre Mégara y Atenas, en L'Homme-Wery (1996, pp. 195-
216); esta autora también percibe ecos del agos ciloniano, especialmente en los versos 17-
19: L'Homme-Wery (1999, p. 127).
NOTAS 249
122. Nestle (1942, pp. 133-134); subraya este autor cómo ni tan siquiera en la Odi-
sea juega un papel importante la veneración común de determinados dioses, elemento que
sí tendrá ya relevancia en la Atenas del siglo VI formando parte de la política religiosa de
Pisístra too
123. Cf Gundert (1942, p. 145); Halberstadt (1955, p. 202).
124. Stahl (1992, pp. 399-401); ef también una visión semejante en Spahn (1980, pp.
545-548), que incide también en el simbolismo del oikos presente en estos versos.
125. Raaflaub (1996, p. 1069).
126. Cf Jaeger (1926, p. 20); ef Ostwald (1969, pp. 68-69).
127. Cf West (1974, p. 12); Henderson (1982, p. 29); este aspecto público determina
que Demóstenes la haya utilizado como argumento básico en su discurso «Sobre la emba-
jada fraudulenta» y ello ha permitido que el poema nos haya llegado básicamente com-
pleto: Rowe (1972, pp. 441-449).
128. Disnomía hay que entenderla como el conjunto de normas que no se inspiran
en la justicia; ef Gigante (1956, p. 41) y, frente a Eunomía, que es prerrogativa de los dio-
ses, Disnomía es obra de los hombres; vid. Ameduri (1970-71, pp. 15-16).
129. Cf Gundert (1942, p. 144). Sobre Eunomía, entendida como la norma (nómos)
que está de acuerdo con la justicia, vid. Gigante (1956, pp. 47-49).
130. En opinión de Andrewes (1938, p. 90), además de este contraste entre ilegali-
dad y observancia de las leyes. es posible que el poema de Solón se refiera también, de for-
ma más concreta, a la oposición entre la vieja legislación draconiana y la suya propia; en
un sentido parecido, aunque sin el motivo draconiano, Ferrara (1964, pp. 78-79) ha visto
cómo la acción de Solón representa la actividad de una fuerza concreta: «El buen gobier-
no (suyo y de los suyos) será una victoria contra el mal gobierno (de los otros), una mo-
dificación radical de las costumbres políticas y de la disposición de los ciudadanos». La eu-
nomía no sólo propone un orden, sino que destruye el desorden existente.
131. Stahl (1992, pp. 398-399).
132. Honn (1948, p. 66) ha considerado la elegía como el «programa del reforma-
dOD>.
133. Es posible, a este respecto, que tenga razón Andrewes (1938, p. 91) cuando afir-
ma que la eunomía se refiere, en todas las épocas, más a un modo de comportamiento de-
terminado de los ciudadanos que a un tipo concreto de constitución, lo que queda espe-
cialmente claro a propósito de la constitución espartana de Licurgo.
134. Éste es el sentido arcaico de dike, «el poder más o menos divino de la Ley que
... acarrea la ruina de toda la ciudad, no sólo de quien la viola»: Gagarin (1974, p. 191).
135. Sobre el papel fundamental de Zeus en la religiosidad soloniana. vid. Aguilar
(1994, pp. 69-76).
136. Cf Andrewes (1938. pp. 89-102).
137. Vid. Jaeger (1926, pp. 22-23).
138. Ostwald (1969, pp. 64-69).
139. Manuwald (1989, pp. 8-9).
140. Cf Rexine (1958, pp. 18-19).
141. Linforth (1919, pp. 113-114).
142. Cf Vox (1984-a, pp. 49-57) donde vincula todo ello con la iniciación eleusina:
«aludiendo al conocimiento típico y al dolor empático del iniciado, en realidad Solón alu-
dirá a una fe en el renacimiento de la propia ciudad»; sería, también según dicho autor,
dentro del marco de la iniciación en los misterios eleusinos donde se daría la proclamación
de Solón como feliz (o/bias); sobre ese mismo concepto y la "felicidad de los iniciados"
también reflexionó Léveque (1982, pp. 113-126). En cualquier caso, el concepto soloniano
de la felicidad, basada más en los dones espirituales que en los materiales, puede haber
sido uno de los rasgos del pensamiento de Solón; vid. sobre tal cuestión Dupluoy (1999,
pp. 7-9).
250 SOLÓN DE ATENAS
143. Cf. Mitchell (1997, pp. 142-144) que ve, correctamente, relaciones entre este
mensaje y el que Teognis expresa en algunos de sus poemas (vv. 319-322; 441-446; 53-60).
144. Cf Honn (1948, pp. 67-68).
145. Loraux (1986, pp. 95-134).
146. Vid. sobre la cronología previa al arcontado de este poema Vox (1984-a, p. 49);
una fecha posterior al mismo se sugiere en Ferrara (1964, p. 80).
147. Skiadas (1985, p. 156) ha propuesto recientemente leer en el verso 4 tous o
tousd(e), en lugar del tois(i) transmitido por los manuscritos, lo que cambia algo el senti-
do de la frase.
148. Carlier (1984, pp. 141-173).
149. Carlier (1984, pp. 242-247); sobre la sucesión real espartana ver las importantes
matizaciones de García Iglesias (1990, pp. 39-51).
150. Carlier (1984, pp. 255-256).
151. Cf por ejemplo Murray (1990, pp. 140-141); Murray (1993, pp. 193-194).
152. Según ha visto Sakellariou (1993, pp. 589-601), entre lo que le otorga al pueblo
y lo que le niega, se halla el concepto de justicia de Solón.
153. Cataudella (1966, p. 32); es interesante también la opinión de Vox (1984-a, pp.
60-63) según la cual Solón aquí se asemeja a Zeus, perfeccionando incluso el comporta-
miento del dios. Además, ha tenido en sus manos el poder que habitualmente le corres-
ponde a un dios, puesto que sólo para un dios es normal «tomar» o «conceder».
154. Swoboda (1905, p. 5); vid. un tratamiento general en Hansen (1976); vid. tam-
bién Rainer (1986, pp. 89-114); cf Manville (1980, pp. 213-215).
155. Piccirilli (1976, pp. 741-742).
156. Sobre esta caracterización como guerrero, pero armado de la sabiduría, vid.
Gomollón (1993-95, p. 65).
157. Cf, por ejemplo, Van Effenterre (1977, p. 115), que subraya de este modo la
evocación sala minia que realiza Solón; sobre la terminología de las armas, vid. Lazenby y
Whitehead (1996, pp. 27-33).
158. Cf Vox (1994-a, pp. 62-68).
159. Murray (1990, pp. 139-145) ha establecido una relación muy interesante entre
esta hybris y determinados tipos de comportamientos aristocráticos con ocasión de la ce-
lebración de banquetes o symposia. Sobre el nuevo significado que hybris empieza a asu-
mir con Solón, con un más marcado componente anti-ético, vid. Hooker (1975, p. 131); so-
bre un cierto cambio de énfasis entre la visión soloniana de la hybris entre sus primeros
poemas y los posteriores al arcontado, vid. Fisher (1992, pp. 74-76); cf también las obser-
vaciones de Santoni (1981, pp. 61-75).
160. En opinión de Vox (1984-a, pp. 153-156), Ya propósito de este verso, «desmin-
tiéndose parcialmente, Solón respondía así emblemáticamente a las varias presiones ejer-
cidas sobre él para que realizase aclaraciones, enmiendas o integraciones del texto de la
ley, ya redactado y, puede decirse con certeza, confiado a la publicación escrita» y ello en-
tra dentro del topos, ya tocado por Teognis, de que la prerrogativa de agradar a todos es
algo negado a las obras escritas. ya sean legislativas o poéticas.
161. Sykutris (1928, pp. 439-443); Von Wilamowitz-Moellendorff (1929, pp. 459-
460).
162. Ziegler (1954, p. 386).
163. Rodríguez Adrados (1956, pp. 193-194); cf Honn (1948, pp. 124-127); el orden
es 10-11-9-8.
164. Una interpretación distinta, que considera que el poema pudo haberse com-
puesto, más bien, ante los extraordinarios poderes recibidos por Dracón, en Rihll (1989,
pp. 282-283); el mismo autor sugiere que los fragmentos 10 D,9 D Y 8 D corresponden a
la juventud de Solón y no a su madurez y, por lo tanto, no tendrían nada que ver con Pi-
sístrato (ibid. 277-286).
NOTAS 251
189. Musti (1990, p. 20) ha observado con razón que no se dice nada de la mujer y
que los ritmos biológicos y éticos expresados en el poema son únicamente masculinos.
190. Cf. Rodríguez Adrados (1956, p. 197).
191. Cf. Rihll (1989, p. 284).
192. Cf. Musti (1990, p. 22).
193. Cf. Humphreys (1983, p. 145).
194. Steinhagen (1966, pp. 267-268). Es también curioso observar cómo en un epí-
grafe de Berezan (Mar Negro) de fines del s. VI, que contiene posiblemente un oráculo de
Apolo Didimeo, se utiliza también el número 7 y sus múltiplos 70, 700 Y 7.000, segura-
mente con una idea de progresión tanto temporal como ética; cf. Rusyayeva (1986, pp. 25-
64); Burkert (1990, pp. 155-160).
195. Schadewalt (1933, p. 299).
196. Steinhagen (1966, pp. 269-270).
197. Adkins (1985, pp. 125-132).
198. Musti (1990, pp. 11-12) ha observado una cesura, entre los versos 10 y 11, entre
las dos partes del poema, que coincide con la referencia al quinto septenio, más o menos
la mitad de la vida; así, mientras que en la primera parte se aludiría al crecimiento del
cuerpo, en la segunda el tema sería el crecimiento de la mente; cf. ya Steinhagen (1966,
pp. 273-274).
199. Schadewalt (1933, pp. 300-302).
200. Falkner (1990-91, pp. 1-15).
201. Tedeschi (1982, p. 39).
202. Cf. Rodríguez Adrados (1956. p. 198).
203. El poema posiblemente puede datarse entre el 580 y el 570 a.e.; sobre el sin-
cronismo entre Solón y Mimnermo, mayor aquél que éste, vid. Diels (1902, pp. 480-483) Y
Dihle (1962, pp. 257-275). Cf. también Schadewalt (1933, p. 284) Y Tuomi (1986). Sobre la
posibilidad de que ambos se encontraran durante los viajes de Solón, vid. Reeker (1971,
p. 104).
204. Cf. Kurtz y Boardman (1971). Sobre el eco en Cicerón de esta expresión, vid.
Crusius (1895, p. 559).
205. Rodríguez Adrados (1956, p. 199).
206. Cf. Schadewalt (1933, pp. 282-302).
207. Cf Vox (1984-a, pp. 88-91): "Solón actúa precisamente como Prometeo: ha te-
nido de hecho presente y puesto en práctica el consejo del astuto Promete o (el Pre-viden-
te) de no aceptar regalos divinos porque pueden revelarse posteriormente perniciosos».
208. Cf Shorey (1911, pp. 216-218). que observa perfectamente esta ironía de que
aquí hace gala So Ión, y señala cómo otros autores no la han percibido. Vid. sin embargo,
Vox (1984-a, pp. 96-98), que aduce testimonios que muestran cómo el poder de los tiranos
y, en general, el poder absoluto, era presentado, en la jerga política arcaica, como una red.
209. También puede aceptarse que, además de, o junto a la ironía, Solón hace gala
de lo que Else (1965, pp. 41-43) llama <<imaginación dramática».
210. Es probable que Solón esté aquí parafraseando la ley tradicional (patrios) que
existía en Atenas y que declaraba atimos a todo aquél que intentara instaurar una tiranía
ya toda su estirpe (Arist., Ath. PoI., 16, 10). Sobre la posible adscripción al propio Solón
de esa ley, vid. Carawan (1993, pp. 305-319); de ser cierta esta hipótesis, Solón podría es-
tar haciendo ver lo absurdo de las aspiraciones de quienes deseaban que se convirtiera en
tirano.
211. Esto demostraría una ambivalencia, dentro de la sociedad ateniense, de cara a
la tiranía, considerada negativa por unos, entre ellos Solón, pero altamente positiva por
otros; vid. en este sentido De Libero (1996, pp. 30-32).
212. Sobre la posible alusión implícita en esos versos al final de la tiranía de Antile-
onte de Calcis, vid. Lloyd-Jones (1975, p. 197).
NOTAS 253
213. Vox (1984-a. pp. 70-81) ha destacado, a propósito de este fragmento, cómo lo
que afirma Solón haber hecho ha sido preservar los medios de vida de su patria, la tierra.
y aduce al respecto que, precisamente, uno de los privilegios monárquicos era el derecho
de consumir los bienes de la comunidad. Por último, la idea de que con su acción cree ven-
cer mejor a todos los hombres parece tener modelos épicos en las acciones de Néstor u
Odiseo. Su victoria lo es en una competición pública de justicia, una victoria intelectual, lo
que le lleva a afirmar. consecuentemente, que no se avergüenza de haber perdido su kleos
tradicional: «Heredero y, al mismo tiempo, contestador de la ideología heroica, Solón en
realidad se plantea la misma alternativa clásica que se le había planteado como ejemplo al
prototipo de los héroes. Aquiles: si preferir una fama inmortal (kleos) al precio de una
muerte precoz, o bien una vida larga mediante un salvador regreso a la patria (nostos»>.
Pero su solución se asemeja no a la de Aquiles, sino a la de Odiseo. «Solón pierde el k/eos
voluntariamente a costa de conservar sabiamente la vida (¡el noos y el nostos!) y así ob-
tendrá un nuevo y supremo kleos». «Solón, en suma, como se ha visto. rehusando la tira-
nía y la fuerza implacable ha rechazado la negación misma de la vida, es decir. la muerte
prematura, aun cuando plena de riqueza y de gloria. Ha rechazado la ideología aristocrá-
tica de la muerte».
214. Como ha visto Frankel (1993, p. 216), frente a la ausencia de la idea de con-
ciencia sí existe, sin embargo, la reputación; su victoria, tal y como la ve Solón, le da una
proyección universal, sobre todos los hombres, mientras que la tiranía le habría llevado a
un dominio parcial, limitado a un territorio concreto. Vid. en este sentido Sauge (2000,
p.464).
215. Gomollón (1993-95, pp. 64-65).
216. Maddalena (1942, pp. 182-192).
217. Vox (1984-a, pp. 80-81).
218. el las reservas al respecto de Rodríguez Adrados (1956, p. 200).
219. Cf Frankel (1993, p. 217).
220. La mayor parte de los autores se decantan por aceptar la honestidad absoluta
de Solón en todo momento; vid., por ejemplo, Muñoz Valle (1972, pp. 50-51).
221. Para Vox (1984-a, pp. 139-140) «precisamente la insistencia con la que Solón
afirma haber honrado la palabra dada no puede dejar de ser sospechosa, y recuerda la en-
gañosa habilidad de figuras, conocidas por el respeto de la letra, pero no del espíritu de un
propósito» tales como Autólico u Odiseo. Ello se relaciona con la doblez soloniana, que
mencionan los antiguos cuando hablan de la ambigüedad semántica al dar a la sisactía ese
nombre, o cuando subrayaban la oscuridad intencional en la letra de sus leyes; para el mis-
mo autor los populares «al inicio han pensado que su comportamiento era doble, que su
suavidad era sólo aparente y que en el momento oportuno habría sacado fuera las uñas
manifestando sus verdaderas intenciones, bastante más amargas; cuando posteriormente
se han dado cuenta de que su comportamiento no había cambiado, han vuelto a la reali-
dad y le han considerado un enemigo» (Ibid., 147); el David (1985, pp. 7-22), que relacio-
na todo ello con el tema de la propaganda electoral en Solón.
222. Sin embargo, Rosivach (1992, pp. 153-157) muestra que, aunque es el pasaje
soloniano el que permite esa interpretación, Aristóteles no ha interpretado correctamen-
te el mismo.
223. En opinión de David (1985, p. 21), «la autoidentificación pública con los pobres
y los oprimidos, unida a tonos demagógicos (aunque moralistas), el uso de la persuasión
oracular, la pretensión de gozar de una extraordinaria popularidad, la manipulación de es-
lóganes ambiguos cuidadosamente calculados para levantar expectativas apropiadas de
clases sociales antagonistas, programas elusivos de acción, muy probablemente respalda-
dos por promesas secretas -todo ello eran ingredientes tácticos de lo que puede conside-
rarse como la primera campaña electoral conocida por nosotros en la historia política. La
estrategia propagandística usada por Solón no pretendía sólo asegurar su elección a la po-
254 SOlÓN DE ATENAS
sición extraordinaria de diallaktes kai archon, sino también preparar el camino para me-
didas políticas que, ciertamente habrían fracasado si hubieran sido desveladas totalmente
con anterioridad». Vid. ya sobre la interpretación «electoral» de la poesía de Solón Croi-
set (1903, p. 589).
224. Cataudella (1966, p. 35).
225. Cf. Ferrara (1964, pp. 126-127).
226. L'Homme-Wery (1996, pp. 150-151); es posible, incluso, que los miembros del
pueblo, los kakoi, hubiesen interpretado la proclamación soloniana de Eunomía como re-
ferencia a la isomoiría; vid. en este sentido L'Homme-Wery (1996-a, pp. 215-216).
227. Cf. L'Homme-Wery (1996, pp. 151-153).
228. En este sentido, Ferrara (1964, pp. 120-123) observa que el discurso de Solón
no puede tener como objeto polémico a los campesinos áticos como clase social y movi-
miento político, sino que sólo puede dirigirse a los demagogos y potentes, a los «jefes del
pueblo» que no habían comprendido la lección de los males pasados y huían de los debe-
res asignados por Solón a la aristocracia. No es, pues, un ataque, a la avidez de la plebe,
sino a aquellos elementos de la clase superior, a quienes corresponde por naturaleza la he-
gemonía, que no conciben y ejecutan su propia función política. Es precisamente la estul-
ticia de éstos la que preocupa al legislador y es a éstos a quienes rechaza su ofrecimiento
de apoyarle para hacerse con la tiranía.
229. Un estudio reciente del poema, su texto, transmisión, traducción y análisis, en
Fernández Delgado (1999, pp. 19-44).
230. Vid., sin embargo, Luján Martínez (1995, pp. 303-307) que sugiere que faltaría
algún verso al inicio, que Aristóteles habría citado indirectamente; tampoco Fernández
Delgado (1999, pp. 24-25, 42) cree que el poema esté completo, sugiriendo que le faltarían
unos once versos.
231. Vid. Friinkel (1993, p. 218), que lo ha comparado a un parlamento de la trage-
dia clásica; en un sentido similar, acentuado además por el uso del yambo, que en su opi-
nión habría que ver como un precedente del metro luego empleado en la tragedia ática,
vid. Else (1965, pp. 44-46, 61-63).
232. Magurano (1992, pp. 191-212); sin embargo, es razonable pensar que, como
buena parte de la poesía arcaica, el poema les fuese recitado a sus correligionarios dentro
del marco del symposion; cf. Fernández Delgado (1999).
233. Vid. García Novo (1979-80, pp. 210-213). Sobre el uso del «yo» en Salón, vid.
las observaciones de WilI (1958, pp. 301-311).
234. Sobre la estructura del poema en tres partes: exordio, vv. 1-2; prueba, vv. 3-15
y método, vv. 15-27, vid. García Novo (1979-80, pp. 200-201).
235. En opinión de Vox (1984-a, pp. 111-112), sin embargo, se refiere a la unificación
en asamblea de variados componentes del cuerpo cívico, algunos de los cuales se hallaban
antes dispersos; se trataría, en su opinión, de una refundación de Atenas: «En una época
en la que se hacían amplias celebraciones poéticas de migraciones coloniales, remotas y
contemporáneas en los versos de Arquíloco y Mimnermo, Salón ha querido celebrar su
propia y anormal empresa: la de no haber fundado una nueva ciudad, colonia de Atenas,
sino la de haber refundado la propia metrópolis en crisis». Sobre la idea de una asamblea
política, evocada por la expresión soloniana, vid. también Ruzé (1997, pp. 352-354).
236. Sobre el doblete que establece aquí Salón con relación a ge, que puede ser tan-
to Ge, la madre de los dioses olímpicos, cuanto ge, la tierra sobre la que viven los ate-
nienses, es decir, entre lo concreto y lo abstracto, vid. Ziegler (1963, pp. 648-649); sobre la
contraposición esclavitud-libertad, tanto de la tierra como de los hombres, vid. García
Novo (1979-80, pp. 205-207); sobre la relación que existe entre la retirada de los horoi y
los actos habituales en una fundación colonial, que empieza en una situación «prepolíti-
ca», vid. Vox (1984-a, p. 114). La referencia a la tierra también puede aludir a la nueva
prosperidad, que la ausencia de discordia puede traer a la ciudad y que se manifiesta en el
NOTAS 255
crecimiento de las cosechas; vid. sobre esta intepretación Blaise (1995, p. 32). Por fin, so-
bre la posible relación de la concepción soloniana de la Madre tierra con la gran diosa ma-
dre anatolia, vid. L'Homme-Wery (2000, pp. 28-37).
237. Maharam (1994, pp. 490-492) ha mostrado también cómo Solón se está refi-
riendo, además de a la diosa Gea, a la tierra de cultivo, indicando además cómo se ha pro-
ducido un cambio de concepto con respecto a la terminología homérica equiparable.
238. Vid., un buen y reciente resumen de la cuestión en Sauge (2000, pp. 614-615),
quien señala la metáfora implícita en los versos solonianos y cómo, por metonimia, la ser-
vidumbre de la tierra implica la de los encargados de su cultivo; sobre el claro significado
jurídico del término empleado para mencionar la retirada de los horoi: horous aneilon, vid.
Woodhouse (1938, pp. 109-110). Algunos autores, sin embargo, han defendido una opinión
sustancialmente opuesta a la habitual como, por ejemplo, Cataudella (1966, pp. 36-39), que
sugiere que lo que Solón habría hecho no sería tanto retirar los horoi cuanto implantarlos.
239. Van Effenterre (1977, pp. 91-130); L'Homme-Wery (1994, pp. 362-380);
L'Homme-Wery (1996-a). Sin embargo, Maharam (1994, p. 463), reivindica la interpreta-
ción que se ha dado tradicionalmente a esos versos de Solón.
240. Harris (1997, pp. 105-106). Ya French (1984, pp. 1-12) había avanzado una hi-
pótesis similar, pero centrando el conflicto, sobre todo, en el asunto del exilio y posterior
regreso de los Alcmeónidas.
241. Para Maharam (1994, p. 464) en este punto se halla el elirnax del poema; sobre
el uso de este argumento lingüístico como una prueba más de la situación que requiere so-
lución, vid. Rudberg (1952, pp. 1-7).
242. Cf. Ferrara (1964, pp. 102-103).
243. Sobre la oposición que representan ambos términos, fuerza y justicia, ya al me-
nos desde Hesíodo, vid. Vox (1983-a, pp. 307-309); la oposición tradicional entre los dos
términos ha sido justamente resaltada también por López Melero (1988, pp. 61-81).
244. Blaise (1995, pp. 28-29).
245. Cf. Jaeger (1957, pp. 378-385), acerca de la conveniencia de mantener la lectu-
ra horno u en el verso 16, que serviría como un reforzamiento adverbial del sentido de la
frase, además de disponer de una mayor fuerza en la tradición manuscrita, frente a la lec-
tura nornou que, aun sin variar excesivamente el sentido de la frase, no es, en absoluto, ne-
cesaria, además de contar con una tradición menos importante; sobre la conveniencia de
mantener hornou y acerca del uso que hace Solón de fuerza y Justicia, vid. también las ob-
servaciones de García Novo (1979-80, pp. 199-213). Igualmente, Ferrara (1964, pp. 92-100),
que destaca cómo en este pasaje se concentra la clave del discurso político soloniano, aun-
que su exégesis se basa en la aceptación de la lectura nornou. También Stier (1928, pp. 230-
231) Y Gigante (1956, pp. 28-49) prefieren leer en lugar de hornou (<<junto»), nornou (<<de
la ley»), lo que les lleva a interpretar la frase en un sentido diferente. Por fin Fernández
Delgado (1999, p. 24) aduce los papiros, además del propio sentido general del poema para
preferir la lectura hornou. Sobre el concepto de armonía en Solon, vid. L'Homme-Wery
(1996, pp. 145-154).
246. Blaise (1995, p.29).
247. Como ha observado también Vox (1984-a, pp. 131-138), en el comportamiento
de Solón hay una novedad importante, por cuanto que bie y dike son alternativas general-
mente irreductibles.
248. Sauge (2000, p. 461).
249. Blaise (1995, p. 30).
250. Una opinión según la cual Solón garantiza leyes iguales para todos los ciuda-
danos en Hammond (1961, pp. 76-98).
251. Como ha visto L'Homme-Wery (1996, p. 151), para Salón la igualdad en el re-
parto de la tierra no es el medio para llegar a la ciudad de los iguales u hornoioi; ef tam-
bién L'Homme-Wery (1996-a, pp. 237-239).
256 SOLÓN DE ATENAS
252. Es el relato de lo que «pudo haber hecho», por emplear la expresión de García
Novo (1979-80, p. 207).
253. En el sentido de frenar sus instintos que, generalmente, conducen a la avidez y
a la venganza: vid. Sánchez de la Torre (1988, p. 88).
254. García Novo (1979-80, p. 208).
255. Cj Maharam (1994, p. 467).
256. Vox (1984-a, p. 127) afirma, siguiendo a West y a Nagy, que «la imagen comba-
tiva del lobo debía de pertenecer a la tipología característica de la poesía polémica, sobre
todo del yambo, y ser por consiguiente un símbolo deformante; y esta autocaracterización
soloniana figura precisamente en la apología yámbica. Cf Vox (1983-a, p. 306). Sobre las
peculiaridades del uso del yambo en Solón, vid. Torné Teixidó (1993-95, pp. 69-75).
257. Algunas implicaciones del uso del símil del lobo en Blaise (1995, pp. 33-37); so-
bre el componente de astucia que también representa este animal, vid. Fernández Delga-
do (1999, pp. 40-41). Igualmente, es interesante la interpretación de Anhalt (1993, cap. 3),
que ve en esta imagen la identificación de Solón con un pharmakos o «chivo expiatorio»
que intenta unificar a la ciudad haciéndola coincidir en su oposición a él; esta caracteriza-
ción ha sido puesta en relación con el exilio de Solón por Torné Teixidó (1993-95, p. 73).
258. Vox (1984-a, p. 130) ya ha visto esto como la táctica del guerrero, que se fía no
sólo de la fuerza, sino también de la astucia; equiparándose al lobo se refiere a sus dotes
de oblicuidad y de ambigüedad. Por su parte, Maharam (1994, pp. 461-462) relaciona la vi-
sión del lobo con la idea de la libertad que él reivindica para todos los ciudadanos y, por
consiguiente, para la polis; igualmente, recoge los precedentes homéricos de esa imagen
(Ibid. 499-505).
259. Como ha visto Ferrara (1964, p. 104), la lección de Solón era que «ni el noble
en cuanto tal, ni el tirano, ambos ignorantes de la compleja realidad ética y religiosa sobre
las que se basan los destinos de la ciudad y el bienestar de los ciudadanos, están en condi-
ciones de gobernar realmente. Para gobernar, es necesario darse cuenta de lo que impor-
ta un ordenamiento civil bien hecho, leyes elaboradas adecuadamente, una justicia hones-
ta. Es necesario ser virtuoso, equilibrado, profundo en las cosas humanas y en las divinas,
inteligente, astuto y fuerte. Se debe ser dúctil e intransigente, provisto de verdadera arete,
ser sabio, saber imitar a Solón».
260. Cf Rodríguez Adrados (1956, p. 203).
261. Algunas interpretaciones sobre el símil que emplea Solón en Stinton (1976, pp.
159-160).
262. Cf Vox (1994-a, pp. 120-121) para quien «esta imagen del tirano-demagogo que
descrema la leche-pueblo, aun cuando expresada de forma oscura, es una referencia ulte-
rior al motivo polémico de la voracidad bestial del tirano», que se ejerce contra el demos,
y no específicamente contra la aristocracia, por lo que interpreta el pasaje con el sentido
de que «otro habría agitado al pueblo para quitarle la grasa».
263. Cf también sobre esta imagen soloniana Cataudella (1966, pp. 80-82); vid. tam-
bién el artículo de Loraux (1984, pp. 199-214). donde analiza el pasaje solo ni ano, así como
el sentido de su transmisión por Aristóteles, dentro de la idea de este autor acerca de la
necesaria existencia de las «clases medias» en la ciudad para evitar la guerra civil o stasis;
y aquí la evocación del metaichmios no deja de tener pleno sentido. Por su parte, Stinton
(1976, pp. 161-162) considera que Solón quiere enfatizar aquí la protección que en el con-
flicto ha brindado a los nobles, a los esthloi.
264. Tanto Van Effenterre (1977, p. 112) como L'Homme-Wery (1996-a, pp. 122-
123) han creído ver en este fragmento referencias a la tierra de Eleusis (presuntamente)
reconquistada por Solón, según la teoría que defienden ambos autores.
265. La multiplicidad de lecturas que tiene el término de kydos ha sido puesta de re-
lieve por Kurke (1993, pp. 131-163).
266. Rodríguez Adrados (1956, p. 204).
NOTAS 257
encuentro del sabio ateniense con Creso»; ef al respecto Linforth (1919, pp. 25-26; 117),
donde afirma que «Heródoto pone en la boca de Solón un discurso que suena como una
paráfrasis de las opiniones filosóficas de Solón. Debe de haber tomado directamente de
los poemas las ideas de las que se compone el discurso».
287. Audiat (1940, pp. 7-8); Markianos (1974, pp. 1-2); Chiasson (1986, pp. 249-262).
288. Vid. Masaracchia (1958, pp. 12-15).
289. De Sanctis (1936, p. 4); ef en tal sentido, con una crítica de la bibliografía pre-
cedente, Shapiro (1996, pp. 348-364).
290. Shapiro (1996, pp. 348-364).
291. MilIer (1963, pp. 58-94). Vid. también Markianos (1974, pp. 1-20) que analiza
las tradiciones cronológicas orientales transmitidas por Heródoto y critica la cronología
elaborada para Solón en el siglo IV basada en el cómputo arcontal y, en su opinión, menos
fiable.
292. Miller (1959, pp. 29-52). La hipótesis empleada se basa, sobre todo, en la utili-
zación de las listas anuales de efebos atenienses, en las que se da la circunstancia de que
cada contingente anual (helikia) se halla bajo la protección de un héroe diferente y en que
el número de héroes es 42, por lo que el ciclo se reinicia cada 42 años. A partir de ahí, Mi-
Iler supone que para la fijación de la fecha de Solón se han contado dos ciclos completos
a partir de la época de Clístenes, por considerarse que Solón reestructuró, o incluso creó,
el sistema de las helikiai, dentro de la reorganización del ejército cívico. Ello también le
permite a la autora modificar la cronología admitida para los sucesos previos a la subida
al poder de Pisístrato.
293. Cf Linforth (1919, pp. 24-25).
294. Brown (1989, pp. 1-4).
295. Como ya se mencionó en la primera parte del libro, no entro en el tema de la
autoría concreta de la Athenaion Politeia, aunque asumo, siquiera a efectos de cita, la au-
toría aristotélica.
296. Sobre las informaciones que da Aristóteles acerca de la sociedad ateniense y
Solón, sigue siendo muy ilustrativo el libro de Von Wilamowtz-Moellendorf (1893).
297. Linforth (1919, pp. 18-20); ef Adcock (1912, pp. 1-16).
298. Masaracchia (1958, pp. 48-54).
299. Rhodes (1981, pp. 20-23).
300. Toda esta primera parte de la obra ha sido comentada exhaustivamente por
Rhodes (1981, pp. 84-179).
301. Woodhouse (1938, pp. 17-24) hizo un análisis de este párrafo, y concluía que
Aristóteles había mezclado la situación de los deudores y de los hectémoros, cuando se tra-
taba de dos cosas distintas; aunque ha transmitido parcialmente el malestar que la situa-
ción planteaba, ha confundido dos tipos de circunstancias: la situación de descontento ge-
neral causada por la legislación sobre deudas, y la irritación de un grupo especial, los
hectémoros, debido a las restricciones de su status particular. Aristóteles introduce a
los hectémoros, término ya obsoleto en su época, y tiene que explicar quiénes son, aunque
no lo consigue por cuanto que no dispone más que de fragmentos incoherentes de tradi-
ciones, entre las que se hallaría el sólido núcleo, de poca utilidad, de los versos de Solón.
Además, no había una tradición oral viva. Sin embargo, sí hay una serie de informaciones
que pueden extraerse, a pesar de sus defectos, de este pasaje: en primer lugar, que había
en el Ática, en tiempos de Solón, un conjunto de individuos llamados hectémoros, vincu-
lados a la agricultura y a la tierra, y en una relación de dependencia de los ricos; en se-
gundo lugar, que su nombre derivaba de algún aspecto de las condiciones en las que tra-
bajaban; tercero, que sus condiciones generales eran bastante malas y su relación con los
ricos era de gran dureza; cuarto, que la legislación sobre las deudas implicaba el someti-
miento de la persona del deudor y de su familia. Todo esto, transmitido por Aristóteles sin
que él mismo hubiese llegado a comprender muy bien de qué se trataba. Vid. también un
NOTAS 259
panorama de los análisis realizados sobre el pasaje aristotélico en Rhodes (1981, pp. 90-
97); por su parte, Keaney (1992, p. SI) considera que esta información aristotélica, que
aparece en la primera referencia explícita a Solón, se debe al deseo del autor de mostrar
de parte de quién se encuentra el legislador desde una perspectiva moral.
302. Sobre la tradición de su vinculación a las clases medias, vid. Rhodes (1981,
pp. 123-124).
303. Sobre la posibilidad de que toda la historia sea una invención tardía, vid.
Rhodes (1981, pp. 128-130).
304. Vid. por ejemplo, el análisis de Vox (1984, pp. 117-120) en este sentido a pro-
pósito del ditirambo 19 Snell-Maehler de Baquílides, en función anti-temistoclea y pro-ci-
moniana, y el frag. 727, vv. 4-10 Page de TImocreonte de Rodas, claramente anti-temisto-
cleo, y que presenta una clara paráfrasis del fragmento 24 D, vv. 8-15.
305. Puede verse, no obstante, el comentario de Rhodes (1981, pp. 130-146).
306. Sobre la posible relación de este cargo con los barcos, junto con una reflexión
acerca de lo público y privado en la Atenas presoloniana, vid. Ostwald (1995, pp. 368-379).
307. Sobre los anacronismos en la letra del texto de Aristóteles, vid. Ostwald (1955,
pp. 104-105).
308. Sobre la alimia. entendida por Aristóteles como pérdida de los derechos ciuda-
danos, pero seguramente implicando en la propia época de Solón la consideración del
afectado como un fuera de la ley, y susceptible por ello de recibir la muerte sin que el ase-
sino tuviese que responder de ese hecho, ya hemos hablado en la primera parte.
309. Cf Keaney (1963, pp. 120-121).
310. Interpretaciones de este controvertido pasaje en Kraft (1959-60, pp. 21-46);
Kraay (1968, pp. 1-9); Chambers (1973, pp. 1-16); Rhodes (1981, pp. 164-168).
311. Estas diferencias podrían deberse a la existencia de tradiciones diferentes sobre
Solón (al menos tres) que harían hincapié en sus actividades económicas, políticas e inte-
lectuales, respectivamente; vid. sobre esta cuestión Keaney (1992, pp. 56-58).
312. Rosivach (1992, pp. 153-157), aunque subraya que es una interpretación que no
se desprende de los mencionados pasajes, que mostrarían, más bien, una visión opuesta a
repartir tierra alguna.
313. el Rosivach (1992, pp. 153-157); un comentario reciente con análisis estilístico
y de fuentes de los capítulos 11-12 de la Athenaion Politeia en Aguilar (1999, pp. 261-274).
314. Vid., sin embargo, otra interpretación de este episodio en Hemmerdinger
(1984, p. 167), que lo situaría en 594, marcando así su papel de mediador.
315. Piccirilli (1974, p. 411); el sobre la postura de Aristóteles con respecto a las re-
laciones entre Solón y Pisístrato Santoni (1979, pp. 972-977); el también Keaney (1992, pp.
106-109).
316. Esto se relaciona con la revisión histórica del pasado democrático de Atenas
que tiene lugar en la ciudad desde fines del s. v; el Rhodes (1981, pp. 260-261); con esa re-
ferencia, posiblemente Aristóteles quiera reconocer la contribución de Solón al desarrollo
de la democracia, pero reafirmando al tiempo la visión del s. v, que hacía a Clístenes su
creador; vid. sobre esta interpretación Keaney (1992, p. 26).
317. La contraposición entre estos individuos ilustres y la masa está siempre pre-
sente en Aristóteles; el Rhodes (1981, pp. 345-348); una de las más antiguas listas de pros-
tatai tou demou la encontramos en Isoc. 15,230-236, Yempieza también por Solón; en Pla-
tón (Resp. 565 d), sin embargo, se relaciona la tiranía con esta figura del prostates del
demos.
318. Rhodes (1981, pp. 376-377), que considera esa observación del propio Clito-
fonte.
319. Este apartado constituiría una especie de sumario y conclusión, elaborada por
el propio Aristóteles, de la primera parte de la obra, en la que se ha visto cómo el demos
fue ganando poder poco a poco; vid. Rhodes (1981, p. 493); como ha sugerido Keaney
260 SOlÓN DE ATENAS
(1992) passim, y xi, la principal tesis de Aristóteles en esta obra es que el pueblo ha gana-
do poder apropiándose de atribuciones que originariamente estaban en manos de otros ór-
ganos.
320. Tovar (1970, pp. 31-35); sobre las fuentes de Aristóteles y su uso, puede verse
también Gilliard (1907, pp. 19-22).
321. Cf al respecto, entre otros, Andrewes (1974-a, pp. 21-28); Ruschenbusch
(1966); Stroud (1979).
322. Cf, por ejemplo, Ruschenbusch (1966, pp. 1-2; 103-126).
323. Leduc (1998, pp. 415-422).
324. Mossé (1996, pp. 1332-1333) relaciona estas contradicciones con lo acalorado
del debate político del siglo IV al que la Athenaion Politeia no consigue sustraerse.
325. Vid. una visión de conjunto en Santoni (1979, pp. 959-984).
326. French (1984. pp. 1-2).
327. Ferriolo (1978, pp. 67-68). Sobre la oposición entre democracia moderada y ra-
dical en Aristóteles, vid. Braun (1983, pp. 4-39); cf las precisiones de Lintott (1992, pp.
114-128) acerca de que el modelo que más le satisfacía a Aristóteles era, precisamente, el
de lo que podría llamarse «democracia soloniana».
328. Hay, sin embargo, alguna contradicción entre las informaciones de la Polftica y
las de la Athenaion Politeia con relación a la elección de los magistrados, que según Rho-
des (1981, pp. 146-148) habría que resolver a favor de esta última.
329. Cf Ruschenbusch (1966, pp. 40-42).
330. Masaracchia (1958, p. 69).
331. Lintott (1992, pp. 114-128).
332. El peso que asume Solón en el conjunto de la Política de Aristóteles ha sido ya
destacado, por ejemplo, por Santoni (1979, pp. 961-962), que señala cómo, además, Aris-
tóteles incluye en ésta y otras obras otras noticias que no aparecen en la Athenaion Poli-
teia.
333. Masaracchia (1956, p. 69); en opinión de este autor, Solón aparece como «hom-
bre político, moderado, hostil a los ricos, pero alejado de las degeneraciones democráticas,
mesos por condición económica, promotor de una forma de estado intermedia entre la oli-
garquía y la democracia en el plano ideológico».
334. Cf Santoni (1979, pp. 963-967).
335. Cf Linforth (1919, pp. 17-18).
336. Ver sobre la correcta interpretación a dar a esta noticia, que puede contrastar-
se con otras referencias en el mismo tenor, Kyle (1984, pp. 91-105); cf Weiler (1983. pp.
573-582).
337. Cf Snell (1971, pp. 114-119).
338. Cf sobre esta cuestión las observaciones de Mastrocinque (1984, pp. 25-34).
339. Sobre la posibilidad de que Éforo haya sido una de las fuentes empleadas por
Diodoro en su libro IX, vid. Mühl (1956, pp. 203-205).
340. Cf Piccirilli (1977, pp. 999-1004), con todo el debate precedente.
341. GiIliard (1907, pp. 17-18).
342. Cf. Linforth (1919, pp. 16); vid. sobre el uso directo y amplio de los propios poe-
mas de Solón por Plutarco Bowie (1997, pp. 99-108).
343. Cf Linforth (1919, pp. 16-17); Von der Mühll (1942, pp. 89-102); Piccirilli (1977,
pp. 999-1016).
344. Vid. las observaciones generales de Ruschenbusch (1994, pp. 375-377); un estu-
dio de conjunto reciente de la biografía en Hadavas (1995).
345. Para una buena introducción al texto de Plutarco, así como una excelente tra-
ducción al castellano, profusa y oportunamente anotada, remito a la elaborada por A. Pé-
rez Jiménez, Vidas Paralelas l/, en la Biblioteca Clásica Gredos, n° 215, Madrid, 1996.
346. Cf. Von Leutsch (1872, pp. 143-144).
NOTAS 261
415. Las referencias han sido recogidas y analizadas por Oliva (1973, pp. 25-33); Oli-
va (1973-a, pp. 34-35); cf. también Sanchis Llopis (1996, pp. 81-93).
416. ef, por ejemplo, el análisis que lleva a cabo Keaney (1992, pp. 133-148 (cap.
14]) de la Athenaion Politeia para mostrar que, al referirse a Terámenes hay una clara alu-
sión a Solón, en cuanto que ambos son opuestos a la tiranía y a la degradación moral de
quienes la practican; además, Aristóteles defiende a ambos contra los ataques que se les
hicieron (lbid. 59).
417. Masaracchia (1958, p. 47); vid. también Harding (1974, pp. 282-289).
418. Adcock (1912, pp. 1-16).
419. Keaney (1963, pp. 124-125).
420. Masaracchia (1958, pp. 39-47).
421. Gilliard (1907, p. 26); Arrighetti (1990, pp. 351-361); vid. sin embargo Finley
(1979-a, pp. 74-76).
422. Masaracchia (1958, pp. 58-64).
423. Es difícil valorar la realidad de esta historia, sobre todo por el hecho de que
Critias no escribió acerca de la misma; ef en tal sentido West (1972, p. 144). Igualmente,
Oliva (1973, pp. 36-37). A favor de la realidad de la tradición platónica y, por ello, de la re-
cepción por parte de Solón de informaciones egipcias que aludirían a la época micénica,
vid. el sugerente trabajo de Zangger (1993, pp. 77-87).
424. Henderson (1982, p. 25); sobre los problemas de identificación de los diferen-
tes Critias que aparecen en los relatos platónicos, vid. Tulli (1994, p. 95).
425. Müller (1997, pp. 205-206).
426. Linforth (1919, p. 14); cf. Ruschenbusch (1958, pp. 398-424).
427. Masaracchia (1958, pp. 55-57).
428. Vid. el análisis pormenorizado acerca de la autenticidad de cada una de las le-
yes atribuidas a Solón de Ruschenbusch (1966, pp. 70-126).
429. Masaracchia (1958, pp. 70-74).
430. Un panorama general acerca de las tradiciones y la pervivencia de la figura de
Solón, en Oliva (1973, pp. 31-65); por supuesto, sigue siendo básica, por la recogida prác-
ticamente exhaustiva de testimonios, la obra de Martina (1968).
431. Finley (1979-a, pp. 52-54); Rhodes (1991, pp. 87-100).
432. Stroud (1979).
433. Sobre la visión de la «constitución» de Solón en el s. IV, vid. Ruschenbusch
(1958, pp. 398-424); sobre la reflexión política del momento, vid. Pascual González (1997,
pp. 214-219).
434. Vro. Linforth (1919, pp. 3-6).
435. Masaracchia (1958, p. 4).
436. Vid., sin embargo, una discusión sobre las fuentes de los atidógrafos en Von
Fritz (1940, pp. 91-126).
437. Al,1tores antiguos, sin embargo, dan por sentada la existencia de auténticas
crónicas, básicamente de tradición oral, que habrían existido todavía durante el s. IV para
ser utilizadas por los Atidógrafos y por Aristóteles; vid. a tal respecto, por ejemplo, Von
Stem (1913, pp. 426-441) que aplica esta idea al estudio de las relaciones entre Solón y
Pisístrato; como se argumenta en otro lugar de este libro, la cuestión de las tradiciones
orales es sumamente problemática y no ex~ivamente fácilmente de admitir para el caso
de Solón.
(1940, pp. 99-108); ef Snell (1971, pp. 140-143). Al pie de la imagen de Solón figura la si-
guiente leyenda: ut bene eaearet uentrem palpauit Solon.
3. Vid. un panorama general en Álvarez Martínez (1988, pp. 99-120), con la biblio-
grafía anterior y los prototipos del mosaico emeritense; de entre ella, merecen destacarse
los análisis de Elderkin (1935. pp. 94-104); Elderkin (1937, pp. 223-226); Brommer (1973,
pp. 663-670) Y de Von Heintze (1977, pp. 437-443).
4. Quet (1987, p. 53). Un caso, mucho más tardío, podemos verlo en la vajilla de pla-
ta de Lámpsaco, del siglo VI d.C., con máximas atribuidas a los Siete Sabios, entre ellos So-
Ión: Baratte (1992, pp. 5-20).
5. Snell (1971, pp. 145-161).
6. Morelli (1963, pp. 182-196); Ugenti (1983, pp. 259-265); Snell (1971, pp. 162-173);
sobre la figura de Solón en el mundo tardorromano, vid. Oliva (1973, pp. 58-60); Opelt
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LISTA DE ABREVIATURAS EMPLEADAS
Ael. Eliano
Arist. Aristóteles
Ath. Poi. Aristóteles, Constitución de los atenienses (Athenaion Politeia)
Cie. Cicerón
Clem. Alex. Clemente de Alejandría
Crit. Platón, Critias
DAA A. E. Raubitschek, Dedieations from the Athenian Aeropolis,
Cambridge (Mass.), 1949
Dem. Demóstenes
Diod. Diodoro Sículo
Diog. Laert. Diógenes Laercio
FGH Die Fragmente der Grieehiseher Historiker
Harpoer. Harpocración
Hdt. Heródoto
Il. Ilíada
Leyes Platón, Las leyes
Lys. Lisias
Mor. Plutarco, Obras morales (Moralia)
p. lond. Papyrus londinensis XXX
Pauso Pausanias
Pher. Ferécides de Atenas
Plato Platón
Protrept. Clemente de Alejandría, Protreptieum
Rep. Platón, República
Sehol. Escolios o comentarios sobre un autor latino
Sol. Plutarco, Vida de Solón
Strat. Eneas Táctico, Stratagemata
Tim. Platón, Timeo
Tue. Thcídides
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN • 7
PRIMERA PARTE
4. LA OBRA DE SOLÓN. 39
4.1. Los últimos pasos hacia el arcontado. 39
4.2. El arcontado de Solón y sus poderes extraordinarios 47
4.3. La seisachtheia . 51
4.4. La labor política de Solón. Sus reformas. 57
4.4.1. La división de la ciudadanía según el censo; las ma-
gistraturas . 57
4.4.1.1. La nueva ciudadanía ateniense 57
300 SOLÓN DE ATENAS
SEGUNDA PARTE
8. CONCLUSIÓN 214
NOTAS 217
BIBLIOGRAFÍA 266
se acabó de imprimir
el 29 de diciembre de 2001
na de las figuras históricas más atractivas de la Grecia Arcaica es, sin duda,
D la de Solón. Miembro de una de las familias más distinguidas de Atenas,
dedicó buena parte de su vida a limitar los excesos de los aristócratas, a intro-
ducir una serie de reformas para garantizar los derechos y obligaciones de sus
conciudadanos y a elaborar una legislación para impedir que los poderosos
pudiesen cometer en el futuro los desmanes que habían llevado a la ciudad de
Atenas al borde del desastre. Solón se nos presenta, además, con voz propia,
puesto que a su importante labor política y legislativa se añade su condición
de primer poeta ateniense del que tenemos noticia.
La historia de Solón es la de un hombre a quien, a pesar de habérsele ofreci-
do explicíta e implícitamente el poder absoluto, la tiranía, sabe renunciar a
ella tanto por responsabilidad moral cuanto por ahorrar sufrimientos a su
patria y es también la del individuo que tiene que sobrellevar, una vez que
abandona la política, la incomprensión que sus mectidas provocaron en sus
contemporáneos. No obstante, la posteridad le recompensó elevándole a la
categoría de Sabio y, al integrarlo dentro del grupo de los Siete Sabios, le con-
virtió en paradigma de moderación, de mesura y de justicia; con ello, su figu-
ra se proyectó más allá de su propio periodo histórico, sirviendo como ejem-
plo y modelo durante los siglos venideros.
Este libro, que nos ofrece una visión integral de Solón, como político activo
en la Atenas de su tiempo y como intelectual preocupado por los males de la
sociedad, constituye un modelo de historia total conseguido a partir del estu-
dio específico de una personalidad histórica de extraordinario interés.