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3.

SUETONIO

ISABEL MORENO

3.1. VIDA

De Suetonio, como de Nepote, pocas noticias seguras pueden ofrecerse sobre su


vida. Se discute la fecha de su nacimiento, que las diferentes interpretaciones de las
referencias del propio Suetonio y de las cartas de Plinio, que lo protegió decididamen-
te, hacen oscilar entre el 62 Y 77, aunque se tiende a fijarla en torno a los años 69-71.
También su patria; probablemente nació en Hipona, lo que le convertiría en el pri-
mero de una importante lista de autores procedentes de Afuca, pero no han queda-
do totalmente descartadas Ostia y la tradicional Roma. De familia perteneciente al or-
den ecuestre, recibió una esmerada educación ligada a los estudios gramaticales y re-
tóricos, recibida quizá con más probabilidad en las escuelas de su tierra natal que en
las romanas. Su padre, Suetonio Leto, tribuno ecuestre de la XIII legión, tomó parte
en la batalla de Bedriaco (O 10.1), Y de él proceden algunos de los datos que transmi-
te en la vida de Otón y, sin duda, su admiración por la conducta del Emperador en
sus últimos momentos. Testigo en Roma durante su adolescencia de alguno de los
censurables actos de Domiciano (Dom. 12), así como de la presunta reaparición del
redivivo Nerón (N 57), amigo de Plinio, con quien estuvo en Bitinia, que lo deno-
mina scholasticus y le insta a publicar su obra -quizá el DVI-, abandonó la aboga-
cía por un presagio, lo que demuestra su sincera creencia en tales signos a los que
prestará gran atención en las vidas de los Césares; su carrera se vincula con la admi-
nistración donde fue sucesivamente secretario a studiis, es decir, encargado de prepa-
rar la documentación necesaria para la política imperial (entre 114-115); a bibliothecis,
puesto del que dependía la organización y supervisión de las bibliotecas imperiales y
sus miembros (entre 116-117); y, finalmente, bajo Adriano, ab epistulis, por el que te-
nía a su cargo el despacho de la correspondencia imperial, cada vez más numerosa e
importante (117 o 118-119). Ligado, sin embargo, a la figura de Septicio Claro, Pre-
fecto del Pretorio, parece que cayó con él, según una información poco clara de la
siempre nebulosa Historia Augusta (H 11 3), «por una excesiva familiaridad con
la Emperatriz Sabina» durante una visita de Adriano a Britania, en lo que pudo haber
sido una auténtica conjura palaciega o, quizá, una simple sustitución burocrática.
A partir de este momento (122) su vida nos es desconocida. Sin duda, debió dedicar-
se a escribir, si juzgamos por el amplio número de títulos que la tradición nos ha
transmitido, adscribibles al género erudito, anticuario y enciclopédico, allexicográfi-

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co y al biográfico; una serie de obras que contribuyen a incluir a Suetonio entre los
polígrafos antiguos y que podrían extender la duración de su vida hasta el decenio
comprendido entre el 130-140.

3.2. OBRAS

De todas ellas sólo se nos ha conservado casi completa la Vida de los doce Césares y
la de los Gramáticos y Rétores, perteneciente a la serie tradicionalmente denominada
De Viris IOustribus, perdida en su mayoría. Pero del catálogo que ofrece el Suda y las
referencias de varios autores (Gelio, Ausonio, Prisciano, Servio, Macrobio, etc.) cono-
cemos con más o menos seguridad varios títulos que algunos autores han clasificado
en cuatro apartados -obras lexicográficas, anticuarias, biográficas y varias-, y otros
han reunido en dos amplias enciclopedias, una de carácter histórico-anticuario bajo
el hipotético nombre de Roma, y otra naturalística titulada Pratum, que incluiría el De
naturis deorum (Sobre la naturaleza de los dioses, quizá el libro IX); el De animantium na-
tura (Sobre la naturaleza de los animales) y De rebus variis (Sobre hechos varios); el De vitiis
corporalibus (Sobre los difectos corporales), tema especialmente atractivo para Suetonio,
como se advierte también en las notas atribuidas a los diferentes Césares y tan popu-
lar en la Edad Media como los Caracteres de Teofrasto; y el De institutione ifficiorum
(Sobre la institución de los cargos públicos, quizá el IV), título conservado por Prisciano,
sobre las reformas que realizara Adriano en la administración y palacio. Pueden citar-
se, además, de la relación del Suda diversos tratados: Sobre los juegos griegos y Sobre los
espectáculos y juegos de los Romanos; Sobre el año romano; Sobre Roma y sus costumbres; So-
bre las abreviaturas y correcciones de los libros; una obra en defensa del De republica de Ci-
cerón y quizá otra cuyo título latino podría ser De propinquitate, tal vez sobre los tér-
minos del parentesco; otra dedicada a los vestidos, calzados y otros adornos; también
una, escrita en griego, prueba de su conocimiento de esta lengua que se percibe igual-
mente en los Césares, sobre el original tema de los insultos, Sobre términos injuriosos y
blasfemos; otro Sobre las cortesanas insignes, las más famosas de Grecia, especialmente
aquéllas cuyos amantes fueron hombres destacados en la política, la cultura o la mi-
tología; y Sobre los reyes, tres libros sobre los reyes de Europa, Asia y Libia.
Por lo que respecta al Catalogus virorum iOustrium -mejor que el más conocido
De Viris IOustribus-, compuesto sobre el 113 y la primera serie biográfica dedicada ex-
clusivamente a hombres de letras tras el De poetis de Varrón, contenía, según nuestras
noticias procedentes de Jerónimo, de escolios o ediciones de autores como Virgilio,
Horacio o Plinio el Viejo, etc., libros sobre filósofos, oradores (quince a partir de Ci-
cerón), historiadores (desde Salustio hasta Plinio el Viejo, con Nepote, Livio, Feneste-
la y Asconio Pediano), poetas (desde L. Andronico hasta Lucano), y gramáticos y ré-
tares, cada uno de ellos precedido de un proemio, doble en el caso de los dos últi-
mos; pero sólo la transmisión independiente de éstos, quizá debida a su composición
posterior una vez publicado el bloque anterior, nos ha permitido contar con ellos,
aunque incompletos; de hecho, la diferencia cronológica entre los últimos autores
mencionados de los primeros y los de los dos conservados sugiere o bien que Sueto-
nio decidió no aludir a los autores más recientes, como en el caso de los Césares, o
que esta sección se compuso después. Eran, según el índice, XVI biografias de rétores
de las que poseemos cinco. Su novedad es doble; en primer lugar, aporta una infor-
mación de personalidades sustancialmente secundarias dentro de la tradición greco-

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romana, para lo cual debió recoger su material en un notable esfuerzo de búsqueda
en sus fuentes literarias, importantes y conocidas, pero también en obras oscuras y tal
vez eruditas, testimonios orales u oficiales y recurriendo a observaciones propias
-por ello, o por su propia conciencia de originalidad frente a la tradicional impor-
tancia de los poetas, Suetonio se ha mantenido en una discreta brevedad. La segun-
da, que la disposición con que estructuró su relato, subdividiendo en escuelas diver-
sas a sus personajes, le permite ofrecer un coherente estudio de la evolución de los
estudios gramático-escolásticos de Roma y un atinado juicio sobre las distintas co-
rrientes a las que debían adscribirse. Incluso se ha advertido una percepción de la
perspectiva histórica al mostrar el ascenso social de los maestros de retórica y gramá-
tica de la que la Vida de los doce Césares carece, en parte por su articulación en rúbri-
cas. De la serie restante las referencias más completas que poseemos tienen por desti-
natarios a Terencio y Virgilio -retocadas e interpretadas por Donato--, Horacio y
Persio; las de Lucano y Tibulo son simples fragmentos. Del De oratoribus queda la
también sucinta de Pasieno Crispo, segundo esposo de Agripina la Joven. La de Pli-
nio el Viejo, por su parte, resto de los historiadores, ofrece la peculiaridad de dar una
versión de su muerte sustancialmente distinta de la que transmite su sobrino en su fa-
mosa epístola. Curiosa es, de acuerdo con la información de Jerónimo, la inclusión
entre los filósofos de Varrón que no aparece, como podía esperarse, entre los gramá-
ticos; tampoco la de Asconio Pediano que, junto con Plinio, cerraba la serie de los
historiadores.

3.3. LA <<VIDA DE LOS DOCE CÉSARES»

En cambio, las doce biografias imperiales se nos han conservado casi completas,
salvo el prólogo general, con el título y la dedicatoria a Septicio Claro y los primeros
capítulos de la vida de César; la discusión sobre su título es menos importante que la
que afecta al orden en que éstas fueron compuestas y si la serie fue en realidad doble
o triple. Las opiniones difieren dada la desproporción y las diferencias de composi-
ción, documentación y materia, incluso lengua y estilo, entre todas ellas: por una par-
te, las de César y Augusto, los dos únicos que habrían conocido la República y cuya
longitud se debería al interés del autor por el periodo de las guerras civiles; por otra,
éstas y la dinastía Julio-Claudia frente a las seis restantes, las seis primeras en conjun-
to frente a los Emperadores de la guerra civil con los Flavios. No hay unanimidad en
las apreciaciones: se ha apuntado que la serie de Galba hasta Domiciano, con una
menor recurrencia a fuentes literarias, habría sido añadida después; también lo con-
trario: primero, bajo Trajano, habría aparecido esta segunda parte, quizá ligada
al DVI; concretando más, quizá el comienzo absoluto fuera la dinastía Flavia. Luego,
las primeras, más completas y mejor realizadas. Con todo, la opinión más generaliza-
da es que Suetonio las compuso tal y como las leemos; lo cierto es que la de Augus-
to pasa por ser la más perfecta dentro de su esquema y que es en ella donde se en-
cuentra el pasaje programático que ha dado nombre a su forma de organizar la bio-
grafia: tras la introducción con los datos familiares y después de precisar su tiempo de
gobierno, compartido y absoluto, Suetonio advierte que continuará el relato de su
vida no ateniéndose a la cronología, sino agrupando las noticias en varios epígrafes,
per species, para facilitar su exposición y comprensión (A 9). Habría renunciado así, en
parte al menos, a la estructura per tempora en beneficio de una ordenación eidológica

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y analítica --que a veces anticipa y otras no- concediendo importancia especial a
esta categoría donde la relación y oposición entre vicios y virtudes del personaje mar-
ca su Imagen.
En esto, justamente, se ha situado su originalidad; buen conocedor de la denomi-
nada biografía alejandrina, de corte erudito, si bien poco interesada en la dramatiza-
ción y el cuidado literario del texto, y con un procedimiento de descripción y carac-
terización directa del personaje, Suetonio habría aplicado a la biografía imperial el
procedimiento de la de los artistas y literatos. Pero esto es reducir en exceso su apor-
tación al género, tanto en el aspecto formal como en el siempre conflictivo problema
de la relación que la biografía mantuvo con la historia en Roma.
De hecho, en la biografía la acción exterior debe subordinarse a la individual; la
cronología, cuando es el eje del relato, se limita a la del personaje central, del que im-
portan sus hazañas y cargos desempeñados, sus cualidades y sus vicios; su personali-
dad. No se requiere la rigurosidad de su presunta antítesis; se permite la selección y
manipulación de datos en beneficio de la censura o alabanza del personaje; de su ca-
racterización. y, en esencia, éste es el carácter de la obra suetoniana. En principio,
Suetonio recoge sistemáticamente los principales pasos vitales del Príncipe: antece-
dentes y orígenes familiares, nacimiento, cursus honorum y res gestae, presagios sobre su
ascenso al poder, carácter, retrato, costumbres privadas y públicas, prodigios que pre-
ludian la muerte, muerte, testamento y honores póstumos. A él le importan los em-
peradores, su modo de vida, sus hábitos y, muy especialmente, sus defectos, pero
también sus cualidades humanas; no su política, sobre todo la exterior que práctica-
mente ignora, ni las guerras: cuando se alude a las provincias o a los conflictos se hace
en función del personaje, como muestra la comparación entre el detenido interés que
dedica en la vida de César a sus costumbres personales y el mínimo con que trata la
guerra civil. No siempre es cuidadoso con sus fuentes, aunque se detecten los testimo-
nios de Cicerón (César), las cartas de Augusto (Tiberio) y M. Antonio (Augusto), Sé-
neca (muerte de Tiberio), y otras anónimas, pero oficiales, como los fasti y acta publi-
ca; frente a ello, hay múltiples imprecisiones y en ocasiones no las identifica; toma de
ellas no lo sustancial sino lo que le interesa, que, con frecuencia, es lo más anecdóti-
co o escandaloso; las abrevia sin más consideración que la que le impone su curiosi-
dad y prescinde de algunas importantes. Tiene fallos cronológicos, cuando alude a la
cronología que es en contadas ocasiones; y no concede a los temas colaterales el ri-
gor ni la extensión que su importancia demanda, sino la que le dicta su interés carac-
terizante. Todo ello sitúa la obra suetoniana en unas estrechas coordenadas. Sin em-
bargo, por otra parte, la serie trasciende los simples límites atribuidos a la biografía.
Ya en alguno de los datos que aporta supera la simple nota psicológica para ofrecer
una visión político-histórica: los epígrafes de obras públicas, legislación, reformas, ad-
ministración de justicia o provincial--curiosamente malos emperadores fueron exce-
lentes gobernantes de provincias (Galba)-, el cuidado por el orden o el buen abaste-
cimiento de Roma, incluso espectáculos o viajes de los Emperadores y su vida en Pa-
lacio, ofrecen una buena recreación de la vida política y el ambiente de la época,
apenas entrevisto en otros autores. Hay notas de variada índole que aluden a realida-
des tan diversas como la geografía, etnografía y topografía; también la cultura, a tra-
vés de las aficiones de los emperadores, el arte y la religión tradicional con el proble-
ma de las minorías, la judía y la cristiana. Pero, más allá de lo concreto, en la forma
de planificar la serie, disponer el material y realizar cada vida, lo que se ha detectado
puede, incluso, aproximarse a una concepción moderna de la Historia: su búsqueda

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de documentos inéditos que escapan de la simple tradición de la fuente literaria con
sus múltiples citas de procedencia oficial-su interés por el documento preciso y ob-
jetivo contrasta con la «interpretación» tacitiana de ellos-; su respeto por testimo-
nios orales; su neutralidad, su estilo sin pretensiones, pero con un vocabulario rico y
repleto de tecnicismos de todo tipo. Todo ello convierte el texto en un documento
informativo, bastante aséptico, que pretende ofrecer datos sin valorarlos éticamente,
casi como podría transmitirlos un científico o un periodista. Con todo, su pretensión
de imparcialidad deja traslucir sus simpatías y antipatías personales y políticas: el elo-
gio de los Flavios como salvadores de Roma -a despecho de la avaricia, matizada,
de Vespasiano y la crueldad de Domiciano--, la necedad de un Claudio, sin rigor po-
lítico ni fuerza de voluntad, dominado por sus libertos y esposas capaces de humillar-
le y llevarle a la muerte, o la oposición entre las dos etapas cronológicas de Augusto
y Tiberio: aquél comienza como un joven arrogante y termina como un benévolo an-
ciano, éste acaba en Capri una vida disoluta no presagiada por sus años de juventud.
Lo cierto, sin embargo, es que, dentro de su esquema reiterativo, de sus epígrafes
muchas veces gacetilleros y de los banales datos, privados y públicos, que en ocasio-
nes aporta, la biografia suetoniana ofrece, gracias a la cuidada selección y disposición
de su material, una cuidada línea estructural que sirve de leitmotiv caracterizante para
el emperador en cuestión; jugando con habilidad con la planificación y elección de
sus noticias, «yuxtaponiendo y oponiendo» vicios y virtudes, Suetonio dibuja cada fi-
gura imperial para fijar sutilmente la imagen que pretende sugerir. Más allá de los tó-
picos biográficos -a los que paga su deuda-, la clave para entender el propósito y
la categoría de la obra suetoniana está en la importancia que concede a determinadas
rúbricas y a ciertas características públicas y privadas del emperador. Es en la forma
de seleccionar su material y en su disposición, en la organización y gradación de su
información, donde muestra su destreza para esbozar esas «estructuras profundas»
que informan sus vidas. Pero esa labor encuentra su pleno sentido si, más que fruto
de un aislado interés personal, se la analiza a la luz de su «configuración» de un ideal
del gobernante que en esos momentos ya había quedado dibujado, como muestra el
Panegírico de Plinio. Más todavía si se advierte que su «creación» de ese arquetipo
-no tanto conclusión a la que el lector llega cuanto prefiguración a la que Suetonio
le induce con una determinada disposición analítica- se debe a una gran originali-
dad en la elaboración estructural y una profunda romanidad; no sólo en la selección
del cánon de sus virtudes -no las griegas, sino las más específicamente romanas y
adecuadas al momento político de clemencia, liberalidad y civismo-- y la condena
de sus opuestos vicios -crueldad, avaricia y lascivia, y, en general, el abuso de po-
der-, sino muy especialmente en el tratamiento de esos tradicionales epígrafes que
él convierte en capítulos fundamentales dentro de la estructura de cada vida. En este
sentido destacan cuatro, sobre todo; en primer lugar, los dedicados al linaje y los an-
tepasados, donde su pericia radica en ajustar el tono y la disposición de esas notas tan
propias de los antiguos elogios y de la retratística romana a la imagen concreta de
cada emperador, dentro de una concepción dinástica del poder que percibe aguda-
mente y un penetrante sentido de la periodización que supera los límites exigidos al
género biográfico; en segundo término, el bloque de los cargos desempeñados y ho-
nores obtenidos -res gestae / cursus honorum-, donde incorpora también la específi-
ca concepción de la vida política romana, convirtiendo el paulatino ascenso hacia la
cima del poder en el eje de la biografia en tomo al cual se disponen los diferentes blo-
ques y epígrafes, sin olvidar, especialmente, el de la muerte; tercero, las características

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fisicas, donde, a despecho de cierta indefinición en algunos de los tópicos del retrato,
Suetonio, que parece conocer las teorías fisiognomistas, se nos presenta muy moder-
no al defender la influencia de 10 fis«:o sobre lo moral, sobre todo en el caso de los
defectos -de ahí que, con frecuencia, estos capítulos se engarcen con el epígrafe de-
dicado a las enfermedades-; por último, los presagios que prefiguran la obtención
del poder y la muerte; un minucioso respeto por todo tipo de portentos, que mues-
tra no sólo, o no tanto, sus creencias -se muestra notablemente escéptico frente a
las deificaciones- o las de los propios emperadores que apenas se advierten, cuanto
el tono supersticioso de un momento histórico que empieza a acudir al esoterismo
mistérico o al más vulgar ritual mágico para suplir la falta de seguridad subyacente
tras el aparentemente triunfante siglo de oro antonino. Junto a todo ello los grandes
temas que le permiten trascender los límites del puro género biográfico: la libertad, el
principado y su relación; los problemas de los órdenes sociales, el senado y el ecues-
tre, la plebe, el ejército y los pretorianos, y, muy especialmente también, el papel de
los libertos. En general, la administración pública y la economía.
En otros aspectos, sin embargo, Suetonio se mantiene dentro de la más clásica tra-
dición. El género siempre había PQseído una base ética y una finalidad didáctica que
las vidas nepotianas ejemplifican modélicamente, sin interés alguno por encuadrar al
personaje en su ambiente socio-político. Suetonio, pese a su novedad, no puede li-
brarse del peso de esa tradición que en él se decanta por su ángulo más negativo.
Frente a los escasos tiranos nepotianos que nos han llegado, en estas vidas hay un
!riunfo casi monótono y agobiante de la maldad. Entre las negras pinturas de sus
«monstruos» -el término es la base de la divisio de la vida de Calígula (22.1 )-,_ape-
nas destacan las escasas notas positivas que definen a algún que otro Emperador,
como el honesto administrador público que fue Vespasiano o el extraño Tito, cuyo
panegírico en la segunda parte de su breve vida supone la inversión de todos los de-
fectos apuntados en la primera; sobre todo su pasión por la hermosa Berenice, que,
en el hecho de ser alejada de palacio, ejemplifica el cambio de su conducta y el triun-
fo de la romanidad del ya Emperador frente al siempre decadente Oriente. El carác-
ter en Suetonio, como en toda la Antigüedad, es un algo fijado que sólo se manifies-
ta en toda su rotundidad cuando la ocasión lo permite. En este sentido la aparente
asepsia suetoniana no existe en absoluto. Es cierto que no juzga directamente y que
ofrece rasgos buenos y censurables de los Césares, actitudes personales ambiguas y di-
ferentes y opiniones contrarias o contradictorias sobre ellos; pero la concepción dra-
mática por medio de la cual orquesta la caracterización de cada personaje insinúa el
valor que debe concedérsele. Se nos presenta muy actual al subrayar el valor de la he-
rencia en la fijación del carácter; sin embargo, ya desde ese epígrafe se prefigura el re-
sultado político del futuro César. Ofrece múltiples datos que contribuyen a recrear el
entorno en que se mueven sus figuras, lo que además de una novedad constituye un
importante acercamiento al ámbito histórico, pero ello ayuda también a crear esa at-
mósfera sutil que envuelve la recreación individual; sobre todo, resulta determinante
el juicio final sobre el príncipe, que contribuyen a potenciar sus alusiones a la reac-
ción pública tras su muerte, como en los casos de César, Nerón o Vitelio. Hay un fir-
me juicio moral tras la aparente neutralidad de su exposición. De hecho, en esa con-
figuración del gobernante ideal que subyace en el conjunto de su relato se advierte,
además de su relación con Plinio, su dependencia de las Res Gestae de Augusto. Au-
gusto había creado una imagen de sí mismo que el pueblo hizo suya, y los juicios so-
bre la liberalidad, clemencia, afabilidad... de los Césares, en su individualidad y suce-

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sión, le penniten sugerir al lector, dentro de esa presentación analítica que facilita su
tarea, tanto la imagen positiva cuanto, con más frecuencia, la negativa de ese cuadro
tiránico en que se han convertido los Julio-Claudias y Domiciano_
El estilo ayuda a mantener ese aparente tono objetivo que preside el relato, tan
distinto de la dramatización tacitiana; alejado de retoricismos efectistas -similares
temas, similares técnicas-, el periodo carece de la expresión sentenciosa y de la mul-
tiplicidad de cláusulas subordinadas que posee el de un historiador preocupado por
el ornato literario: es claro, pero con frecuencia su propia concisión y el abundante
uso de tecnicismos lo convierte en denso y sugestivo; obligado a resumir expresiva-
mente la multiplicidad del material disponible, Suetonio debe insinuar o evocar más
que recrear artísticamente el hecho; pasajes como la muerte de Vitelio, si se leen los
paralelos de Tácito, ilustran sin dificultad la diferencia entre el planteamiento del bió-
grafo y el del historiador_ No obstante, en otros casos Suetonio es capaz de organizar
su narración con todos los recursos dramáticos que el género histórico requiere: pla-
nificación escenográfica, clímax ascendente, minuciosidad en los ponnenores, domi-
nio de las distintas figuras que actúan de contrapunto y utilización de elementos tra-
dicionales, como la laudatio -sutilmente condensada en frases pronunciadas por el
propio Emperador-, son algunas de las notas que se advierten en el extenso relato
de la muerte de Nerón. Una técnica «limitada» que obtiene sus mejores logros en las
impresiones y en la segunda lectura del texto.
La biografia de Suetonio posee una intuición superior a la de la obra de muchos
historiadores. Advirtió con claridad el fin de una concepción historiográfica como la
analística, anacrónicamente enraizada en una época republicana ya muerta, que para
subsistir debe ser adecuadamente modificada con la complejidad de la obra tacitiana,
con sus frecuentes cambios de escenario y su inteligente, aunque tendencioso, análi-
sis psicológico; fue el primero en encontrar la nueva fonna natural de redactar la his-
toria: la historia dinástica, la de los diferentes emperadores. Y lo hizo con una pene-
tración aguda advirtiendo que el inicio de la nueva etapa no podía fijarse con Augus-
to, sino con César. Alejado de la perspectiva griega, profundo conocedor de la
idiosincrasia romana, con su alma de burócrata y libre de la influencia senatorial que
domina otras parcelas de la Historiografia del momento y de los siglos posteriores,
Suetonio ofrece un mosaico pesimista de unas personalidades y un momento histó-
rico tras el que puede encontrarse una leve oposición entre el pasado y el presente,
tampoco glorioso, en el que escribe. Incluso aunque su obra, técnicamente no histó-
rica sino propia de un gramático que domina el género erudito-anticuario, sólo tuvie-
ra valor como entretenimiento, éste no debe ser despreciado; pero la dramática y pe-
simista concepción vital e histórica de la serie le confiere un valor superior al de ha-
ber sabido proponer organizadamente un esquema narrativo destinado a convertirse
en el modelo de toda una historiografla posterior. De hecho, la novedad de Suetonio
está en su habilidad para adaptar ese tradicional esquema a una caracterización espe-
cífica de cada emperador, dentro de una concepción dinástica del poder que percibe
agudamente y un penetrante sentido de la periodización que supera los límites exigi-
dos al género biográfico.

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BIBUOGRAFÍA

EDICIONES

Sólo las ediciones que contienen todas las vidas; para las anteriores a 1988, incluidas las de
vidas aisladas, cfr. GALAND-HAuYN, P., «Bibliographie suétonienne: (Les Vies des XII Césars)
1950-1988», ANRW II 33.5, 3587-3589).
De Vita Caesarum libri, ed. M. Ihm, Stuttgart, Teubner, 1958; Vitae Caesarum, ed. D. Serra,
Pisa, 1975; Vitae Caesarum, ed. J. C. Rolfe, Cambridge-Londres, 1979 (1913 1); Vida de los Doce
Césares, ed. y trad. M. Bassols de Climent, Barcelona, Alma Mater, 1964-1970; Le vite dei dodi-
ci Cesari (HI), ed. G. Vitali, Bolonia, 1986; Vida de los XII Césares, I-H, introd. gral. A Ramírez
de Verger, trad. R! M: Agudo Cubas, Madrid, Gredos, 1992.

ESTUDIOS

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lIES 4 (1976), 245-253; «The composition ofSuetonius' Caesares again»,jIES 1 (1973),257-263;
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Césars» de Suétone, París, 1977; COUISSIN,]., «Suétone physiognomoniste dans les Vies des XII
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