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personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y
corregir los capítulos del libro.
Es una traducción de fans para fans, les pedimos que sean discretos y no comenten
con la autora si saben que el libro aún no está disponible en el idioma.
Les invitamos a que sigan a los autores en las redes sociales y que en cuanto esté el
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¡Disfruten de su lectura!
¡Saludos de unas chicas que tienen un millón de cosas que hacer y sin embargo
siguen metiéndose en más y más proyectos!
TRADUCCIÓN
°Bleu
°Elke
°Nicte
°Kerah
CORRECCIÓN
°Bleu
°Elke
°Nicte
°Kerah
REVISIÓN FINAL
°Matlyn y °Bleu
SINOPSIS Diecisiete
Dieciocho
MAPA
Diecinueve
DEDICATORIA
Veinte
Parte I: Despertar Veintiuno
Uno
Veintidós
Dos
Veintitrés
Tres
Veinticuatro
Cuatro
Veinticinco
Cinco
Veintiséis
Seis
Veintisiete
Siete
Veintiocho
Ocho
Veintinueve
Nueve
Treinta
Diez
Treintaiuno
Cuarenta y ocho
¿Por qué los lectores están entusiasmados con la serie The Sand Maiden?
Es una fusión única y original de los mitos del Hombre de Arena y Morfeo,
con los que todos hemos crecido.
Gracias.
Nana y Buenas Noches de Johannes Brahms
Cierra los ojos ahora y descansa, que estas horas sean bendecidas.
Los ángeles de la guarda están cerca, así que duerme sin miedo.
Me levanté para sentarme justo cuando un rugido me hizo sentir una ola
de terror.
—¡Inútil!
Soltó otro aullido agónico.
¿Por qué? No la necesitaba para tejer los sueños de Kovis. ¡Estaba muy
despierto!
Entrecerré los ojos, pero esos nuevos ojos no la vieron. Sentí que me había
convertido en su próximo proyecto, uniendo de alguna manera cada parte de mí
a... ¿mi príncipe? ¿Se suponía que esto debía ocurrir? Sentí que algo hacía clic,
que encajaba en su sitio y mis partes recuperaron el movimiento.
—¡Por fin!
¿Qué he hecho?
—Es el Príncipe Kovis para los que son como tú. Muestra algo de respeto.
No te acercarás a él. Parece que ya has hecho bastante.
—¡Deja
de mirar, Billige! ¡Trae una manta! —ladró el Sargento Ceño. A
juzgar por la profundidad de las arrugas que marcaban la cara del hombre, su
ceño parecía ser una condición permanente.
—Lo tengo —dijo el segundo guardia. Una cálida sonrisa adornó sus labios
y se alejó corriendo. Deseé que no lo hiciera.
Lo hice callar y miré a Kovis. ¡Cuánta sangre! Y su nariz aún chorreaba. Por
favor, ponte bien. Por favor, que estés bien, mi Rayo de Sueño. Tenía que estarlo.
Otro gemido. Cerré los ojos, apreté las manos y respiré entre la angustia.
Mi desesperación creció.
—Déjame
tocarlo. Por favor. Necesito tocarlo —Forcé mis miembros
descoordinados hacia la cama.
—¡Apoya sus almohadas! —El sanador rodeó el lado opuesto de la cama, tiró
su bolsa al suelo, agarró los hombros de Kovis y tiró de él hacia delante.
1
Traducido del inglés seria ‘’Siniestro’’ y es el apodo que ella le da al sargento
—Como si fuera a embestir de repente —El hombre sólo frunció más el
ceño.
—Señorita —El amable guardia regresó y me colocó una manta de fina tela
sobre los hombros.
—Gracias —La suavidad se sentía bien contra mi piel fría. Pero fue su
aroma el que me calentó... aire fresco justo después de una tormenta con un toque
de hoja perenne. Masculino. Kovis.
—Mi príncipe, tome, beba esto. Debería hacer que su cabeza se sienta mejor.
—¿Barro? —La voz de Kovis salió débil y nasal con el trapo, pero forzó una
sonrisa mientras tomaba un sorbo tentativo.
—¡Ahora!
Sabía que tenía que tocar a Kovis. Velma y yo lo habíamos discutido
largamente. Pero estos guardias no lo sabían.
Mis ojos volvieron a mirar a mi captor con el ceño fruncido. Recogí mis
miembros desgarbados y los acomodé bajo la manta. Me balanceé, pero no
ocurrió nada mientras luchaba por levantarme. Lo intenté de nuevo con el
mismo resultado.
—¿Por qué sigue gimiendo cada vez que él lo hace? —Preguntó Creepy.
—¡Allard, llévala!
—No hace falta que se disculpe por estar enferma. Se va a poner bien,
señorita —respondió Allard, pensando que había hablado con él.
¡Los poderes de Kovis no han vibrado! Y toda esa sangre. No había esperado
nada de eso. ¿Qué había hecho? Mi respiración se agitó al pensar en ello mientras
Allard me llevaba en brazos. No podía recuperar el aliento.
—Va a estar bien, señorita —Allard tragó con fuerza, como si rogara que
fuera cierto.
Pero eso era todo. No podía, no sin sacrificar la mente de Kovis a él, para
hacer los dioses sabían qué. Tensé la mandíbula. Padre vio mi insolencia. Error
número tres.
Volamos por un pasillo tras otro, con la furia de Padre nunca muy lejos.
—Sé que lo tienes, pero es la única manera de que estés a salvo —Me ahogué
en las lágrimas—. Sé valiente. Es mejor renunciar a la inmortalidad y hacer una
vida por ti misma.
Velma me miró a los ojos mientras una lágrima resbalaba también por su
mejilla.
Velma me sujetó por los hombros y cerró los ojos. Lo siguiente que supe
fue que había aterrizado con un ruido sordo en el suelo de Kovis.
—No pasa nada. Va a estar bien —La voz de Allard se entrecortó mientras
intentaba calmarla.
¿Cómo había sucedido esto? ¿Cómo podía mi propio padre odiarme así? ¡Él
era mi padre! Dejé correr mis recuerdos. Había sido un ser hermoso, con unas
alas enormes y dignas de presumir, en aquella época. Solía llevar una bolsa de
opio para inducir el sueño. "Herramienta del oficio". Solía bromear.
—¡Padre!
Me daba un abrazo.
—¿Quieres ayudarme
—¡Oh, sí!
Había sido así durante eones. Entonces algo cambió. Mis pensamientos se
desplazaron a un recuerdo más reciente.
Yo había sonreído.
—Gracias, padre. Está bien. Te haré entrar —Un latido después le había
dado acceso.
—Sí. Ha sido profundamente herido por su padre, así como por una mujer
a la que amaba. Sus hermanos son los que le dan la fuerza para seguir adelante.
—¿No debería?
—Muy bien entonces —Hice lo mío y le dejé entrar para ver los recuerdos
de Kovis.
Seguía pidiendo acceso, una y otra vez. Lo hacía con tanta amabilidad que
no podía rechazarlo. Me había convertido en su hija favorita, entre tantas. Estaba
encantada.
—Y lo eres.
—Es cierto. Ella podría, pero basándose en todo lo que has hecho para
ayudar a tu humano, a todos los humanos en realidad, eres una dura competencia.
Y yo no cambio a mi favorita sin motivo. Sigue haciendo lo que estás haciendo
y seguirás siendo mi favorita. Sin duda.
Exhalé.
Y continuó diciendo—: Quiero contarte a qué nos lleva todo nuestro trabajo.
No se lo he dicho a nadie más. Quería mantenerlo en secreto para todos menos
para mi favorita. —Me había guiñado un ojo—. ¿Te gustaría escuchar mi plan?
Había aplaudido.
—Oh, sí.
—Como sabes, las yeguas salvajes han asolado a los humanos. Quiero
liberarlos de las pesadillas que causan estas bestias. El problema es que la mente
de ningún humano es lo suficientemente fuerte como para ahuyentar a una
yegua salvaje. Yo necesito unir sus mentes para que, colectivamente, sean capaces
de superar esta amenaza.
—Pero necesitaré más de tu ayuda con tu humano para hacer esto realidad,
mi dulce niña.
—Lo entiendo.
—Sí, padre.
—Esa es mi chica.
Cuanto más pensaba en ello, más me sentía como una herramienta. Al cabo
de una noche, tras varios intentos fallidos, me di cuenta de que mi padre no
quería librar a los humanos de las yeguas. Quería convertirlos en seres
descerebrados que hicieran su voluntad sin rechistar. Quería que el Reino de los
Despiertos sirviera al Reino de Sueños. Si tenía éxito, no sólo el Reino de los
Despierto sería destruido, sino que el resto del Reino de los Sueños también
caería. Tenía la esperanza de que padre hubiera pasado página. Pero esto iba más
allá de la yegua más salvaje que jamás había visto.
Ella lo había visto. Lo sabía. Velma conspiró para sacarme del Reino de los
Sueños.
—Te rastreará a cualquier lugar que vayas en el Reino de los Sueños. Tienes
que escapar al Reino de los Despiertos. Es el único lugar seguro.
Entramos en una sala con un gran tapiz que representa a un hombre sentado
en una mesa, machacando algo en un mortero con una maja.
—Ella ha estado así. Tiene espasmos al mismo tiempo que el príncipe —dijo
Allard.
—Puedes irte.
Haylan volvió a entrar corriendo.
Asentí con la cabeza, agarrando mi manta con una mano y el recipiente con
la otra.
El sargento frunció el ceño, pero hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta
y el trío salió.
Bien.
El recipiente había estado vacío, así que no entendí qué magia había hecho
que mi respiración se calmara de alguna manera, pero unos latidos después
respiré tranquilamente.
—Gracias.
—Para eso estamos aquí. Soy Haylan. Esta es la maestra Lorica —dijo la
aprendiz, tomando de nuevo el recipiente—. ¿Cómo te llamas?
—No sé qué crees que le has hecho al príncipe, pero Jathan, sin duda, tiene
las cosas bien hechas con él. Tú eres la que me interesa. Así que Alissandra...
La cabeza me latía con fuerza. Kovis seguía sufriendo. Y todo era culpa mía.
—Su cabeza, para ver si hay alguna contusión que pueda indicar un
traumatismo.
—¿Por qué?
—Definitivamente.
Me aferré a la manta con más fuerza mientras la aprendiz movía las manos
por mi pelo, palpando cada mella y bulto de mi cuero cabelludo. Gemí cuando
sus dedos tocaron la parte posterior de mi cabeza: había conectado con la pared
después de haber mordido a Padre. La marca se había transferido de algún modo
a mi nuevo cuerpo. No lo entendía.
—Sí, sanadora.
—Nunca he visto nada como esto. Nada tiene sentido. Sus canales son
completamente desordenados —dijo Lorica—. Está en mal estado. Si no la
tratamos ahora, perderá su magia.
—Necesito interrogarla.
—Mi príncipe, ella está en condición crítica. Sus preguntas tendrán que
esperar.
No pude entender qué más se dijo en el alboroto, pero varios latidos después
Lorica volvió a la habitación.
—Sí.
Respiró profundamente.
—Tus canales son una historia diferente. No voy a dar una capa de miel a
esto. Están severamente dañados. Si no te hubieran traído cuando lo hicieron,
probablemente habrías perdido tu magia, pero creo que aún podemos salvarla.
Otro para los espasmos. Otro para ayudar a despejar mis canales —aún no
entendía cómo creaban la magia, pero no iba a preguntar—. Tres más para...
olvidé qué. Todos tenían un sabor terrible.
Cerró los ojos y sentí un pinchazo. Se movió por mi brazo, siguiendo sus
manos. Por el pecho, por el otro brazo y más allá, mientras recorría mi cuerpo.
Me dio sueño. Haylan seguía limpiando las gotas de sudor de la frente de su
maestra.
—¡Mi príncipe! ¡No puede entrar ahí! —Oí a otra sanadora fuera de mi puerta
objetar parte del camino, y me aferré a la manta, medio despierta—. Está
durmiendo, mi príncipe —Palabras insistentes.
Él miró fijamente.
—No lo sé.
Giró la cabeza.
—Dos soles. Eso es todo lo que tienes. Y mis hombres permanecerán fuera
de esa puerta —Volviéndose hacia mí, dijo—: Te sugiero que tengas algunas
respuestas la próxima vez que hable contigo —Salió furioso.
Mi cuerpo se estremeció. ¿Qué me estaba pasando? Lo había atacado. Si esto
era magia, no lo quería.
—Pero yo…
Había encontrado consuelo en el olor de Kovis y odiaba dejarlo ir. Pero ella
tenía razón. Yo apestaba.
Bajé las piernas de la mesa y ellas se pusieron de pie, una a cada lado,
mientras yo intentaba la hazaña. Y me cogieron cuando mis piernas se
desplomaron.
—Este es el baño de las sanadoras. Como es tarde, deberías tenerlo todo para
ti —dijo Haylan.
Myla bostezó.
—Lo siento —Se abanicó con una mano—. Se me pasó la hora de dormir.
Este turno nocturno es siempre el más difícil para mí.
Mi racionalización casi funcionó, pero no pude evitar sacar los brazos para
cubrirme mientras retiraban la manta. Ninguno de las dos reaccionó. Al menos
éramos mujeres. Me ayudaron a meter las piernas en el agua caliente, haciéndome
sisear.
—Se enfriará rápidamente. Disfruta del calor mientras dure —dijo Haylan.
—No. Gracias.
Desde que llegué, me aparté los mechones rubios de la cara. Pero ahora, los
sumergí en el agua humeante. Pasé una mano por las hebras y lo sentí. Diferente.
Pero agradable.
Levanté la mano y moví los dedos, luego estudié mi brazo: unos pelos
rubios y finos se erigían en protuberancias que recorrían toda su blancura
lechosa.
Miré los dos montículos que sobresalían de mi pecho y luego pasé los dedos
por ellos.
Huh. No había ombligo. Pero supongo que tenía sentido teniendo en cuenta
cómo había llegado.
Piernas, no del todo flacas, pero tampoco gordas. Moví mis arrugados dedos
de los pies haciendo ondular el agua.
Había pensado que mi cuerpo era defectuoso antes, pero parecía decente.
Podría haberlo hecho mucho peor. Pero una sensación de vacío llenaba la boca
de mi estómago. El color del pelo. Mi altura. Mi nuevo cuerpo no era el tipo
habitual de Kovis. Luché contra la creciente preocupación, tratando de alejarla
sin éxito. No había tenido nada que ver con mi aspecto.
—Deja que te ayudemos, que te tratemos como a una princesa esta noche —
dijo Myla, riéndose.
—Nada.
El par me enjabonó, enjuagó y repitió hasta que cada parte de mí olía tan
dulce como el jabón. Me miraron de forma interrogativa cuando se dieron cuenta
de que no tenía ombligo, pero no hicieron ningún comentario. Luego me sacaron
del baño, me secaron con una toalla y me ayudaron a ponerme la sedosa ropa
que habían traído.
—Gracias.
—Jathan dijo que te diera esta sala de recuperación. Es más cómoda que la
sala de tratamiento —explicó Haylan, mientras me sentaban en la suave cama.
—Esto es perfecto —asentí, mientras el fuego crepitante de la chimenea me
calentaba. Los dedos de mis pies se clavaron en la suave alfombra.
—Esto te ayudará a dormir —Hice una mueca. Las pociones tenían un sabor
asqueroso—. Es la única manera de que te cures. Si no lo haces, nos harán
entregarte a esos guardias.
Kovis. Mi Rayo de Sueño. Ansiaba verlo, saber que estaba bien. Saber que
no le había hecho daño... permanentemente. Cómo rezaba para que eso fuera
cierto. Intenté imaginármelo en su cama —con ropa de cama limpia, por
supuesto— durmiendo plácidamente.
Sabía lo unidos que estaban estos hermanos, así que la presencia de Rasa no
me sorprendió, pero ¿cómo había llegado hasta allí? Respiré profundamente y la
razón se reafirmó. Me tranquilicé: esto debe ser normal para los humanos.
Miré hacia abajo, o más bien Kovis miró hacia abajo, y noté su camisa de
dormir.
Una pena tapar esa esculpida obra maestra de la masculinidad. Sentí vértigo.
Me emocioné al ver mi Rayo de Sueño. Al menos supuse que lo veía en el
presente.
Kovis se frotó la frente con un movimiento circular con sus dos primeros
dedos. Me encontré imitándolo.
—¿Qué es? —insistió Rasa, arrugando la frente a los pies de la cama.
Rasa se detuvo junto a Kovis y le puso una mano a cada lado de la cabeza.
—Yo soy el que descansa. No tú, hermano. Ahora ve a averiguar qué pasa
con esa chica.
Mi estómago se tensó.
—Un placer.
—¿Cómo está?
El hombre hizo una pausa.
—Por favor.
—Los espasmos del príncipe han cesado por fin y le he dado un tónico para
el dolor de cabeza que aún le aqueja. Está descansando cómodamente.
—Estoy aliviada.
—Lo que me interesa saber es cómo está usted, jovencita. Túmbate, por
favor. —Lo hice y Jathan cerró los ojos y luego pasó sus manos por todo mi
cuerpo.
—Sí, Jathan.
Se acercaron.
—Bueno, esto es una mejora. Esta vez no me has enviado una planta volando
—El intento de humor del príncipe se quedó en nada. Se aclaró la garganta y
señaló mi cama—. ¿Te importa?
—Parece que hemos empezado con mal pie. ¿Qué te parece si empezamos
de nuevo?
—Lo intentaré.
—Yo… —Miré a Jathan, pero tenía la cabeza inclinada. ¿Rezando por mí?
Había explotado la última vez que había dado esta respuesta, pero era la
verdad, y siempre lo sería.
—¿Qué? No.
—Si no es para hacerle daño, ¿por qué dejarte en las habitaciones del
príncipe?
Mi estómago se tensó al saber que no era del todo cierto. Sabía exactamente
por qué había acabado en la habitación de Kovis. No podía decírselo.
Inhalé bruscamente.
—Sí. Me tiró contra una pared y luego me persiguió —Hice un círculo más
rápido con mis dedos contra mi frente.
—Intentemos una pregunta diferente. ¿Por qué estabas desnuda cuando mis
hombres te encontraron?
—¿Tu padre...?
—En casa.
—Um... —No conocía ninguna ciudad del Imperio Altairn. Nunca había
estudiado su geografía.
—Lemnos —susurré.
—Um... arriba.
—¿Arriba... como en el norte de? —Asentí con la cabeza—. ¿Al norte de...?
—Um, a ti.
Asentí con los ojos muy abiertos. Recé para que existiera un lugar así.
—Lo es.
Jathan me entregó un vaso del agua más maravillosa que jamás había
probado. Uf. Fuera del fuego.
—La parte norte de Agua está a un número considerable de millas de aquí.
Entonces, ¿cómo llegaste desde tu casa a la habitación del príncipe?
De vuelta al fuego.
—Así es.
—Se necesitarían casi quince días para viajar hasta aquí, desde allí. Entonces,
¿cómo te las arreglaste para estar en la habitación del príncipe anoche? —Las
palabras estrangularon mi argumento. Mi corazón se aceleró—. ¡Ahora dime la
verdad! —Kennan golpeó las sábanas con un puño, apenas rozando mi rodilla.
—¡No! —Grité.
—No mentía cuando dije que mi padre vino a por mí anoche. Tenía un
cuchillo. Planeaba hacerme daño. Gravemente. Pude verlo en sus ojos. Corrí y
escapé por poco. Mi hermana me encontró y me ayudó. No sé cómo lo hizo, pero
me envió aquí. Así es como terminé en la habitación del Príncipe Kovis.
Respiré profundamente.
Por los dioses, no era una buena persona. Padre tenía razón.
—¿Cuatro soles?
KOVIS
Cada vez era más difícil no gruñir a todos los que me decían eso. Como si
señalar las ojeras cada vez más marcadas fuera a provocar el sueño que me
faltaba. Ojalá.
—Gracias por venir con tan poco tiempo. Los otros no pudieron venir —
dijo Kennan—. Un mensajero llegó al amanecer, informando que Zaphyr sufrió
ataques rebeldes coordinados hace tres atardeceres.
—Dijo que los rebeldes lograron cortar las seis anclas de la ciudad flotante.
—¿Qué? ¿Cómo? —El general Caldwell alzó la voz y golpeó su bastón
contra el suelo. Podía estar canoso y envejecido, pero aún tenía una excelente
cabeza para la estrategia.
—No lo sé. Apenas logró bajar antes de que empezara a derivar. Pero se
pone peor, dos desaceleradores también fueron dañados.
A pesar de todo el poder que nos dio el Cañón, engendró una plétora de
tornados mortales. Un brillante hechicero había inventado una forma de
eliminar el viento del embudo de una tormenta, denominándolo desacelerador.
—¿Hace tres noches? —Era una posibilidad remota, pero tuve que
preguntar—: ¿Crees que este ataque está relacionado con la llegada de la chica?
—¿Se está ablandando con la damisela? —El General Caldwell forzó una
risa, frotando la cabeza plateada de su bastón.
—En efecto —La cicatriz del Coronel Ranulf se movió mientras sonreía—.
Por lo que tengo entendido, has sucumbido a las súplicas de Jathan para que no
se haga un interrogatorio riguroso hasta que se curen los canales de la chica. Qué
simpatía —Kennan se movió a mi lado.
Me había dado cuenta hace poco de que sólo enfrentarse a la desgracia ante
los demás miembros le haría cambiar. Era necesario que ocurriera. Por su bien,
así como por el del imperio.
—Lo próximo que sabrás es que Jathan detallará nuestra estrategia para
aplastar a estos rebeldes, dulce palabras y pociones —se burló el Coronel Tybalt.
Golpeó la mesa, aflojando un mechón castaño.
Me giré.
—Ya que parece que les gustan nuestros desaceleradores, podría sugerir que
se envíen tropas de la Inquisición de forma encubierta a Tierra y Agua. Son las
únicas provincias que los rebeldes aún no han atacado. Es una apuesta segura que
lo harán. Tal vez podamos adelantarnos a ellos o, mejor aún, encontrar su base
de operaciones.
No pude soportarlo.
—Tenemos que saber qué sabe esa chica —Forcé una sonrisa y enarqué las
cejas.
Me quedé con la boca abierta. Era la primera vez que Jathan me acusaba.
—¡Mi príncipe!
—¡Pero, mi príncipe!
No era mi intención.
—Por favor, mi príncipe. ¿Es necesaria tanta rudeza? Le dije que sus canales
aún no están bien —protestó Jathan.
—Yo... no puedo.
Me retorcí.
Se rio.
Sin duda, Kennan había elegido a estos dos matones para hacer esta
experiencia lo más horrible posible. Mi instinto rara vez se equivocaba. Esto era
un ejercicio para hacerme confesar algo. Sus preguntas hasta este momento se
habían centrado en mi llegada, pero tenía que haber algo más.
—Sí, mi príncipe.
El otro guardia movió las cejas mientras lo observaba. ¿Dónde estaba Allard
cuando lo necesitaba?
Mi ira se encendió, pero la contuve. Por el momento. Mejor la ira que las
lágrimas. Podía hacer algo con la ira. Tenía que ser un acto. Toda ella. Era lo único
que tenía sentido. Pero, aun así, permitir...
—¡Sí, señor! —Los ojos de Feo se iluminaron, y dio un paso hacia mí.
Me temblaron los brazos y apreté las manos antes de que esos animales se
dieran cuenta. No es que no pudieran oler mi terror.
¡Ja! sonreí.
—Supongo que tendré que empezar de nuevo —Feo se burló de mí con una
sonrisa forzada y lo hizo.
Se tomó su tiempo para bajar. Cada vez que intentaba apartarme, la sonrisa
de Feo se ensanchaba y Creepy me empujaba hacia delante. Más cerca.
Casi me dan arcadas antes de que el terror terminara por fin. Recé para que
terminaran.
Pero cuando Kennan volvió a apartar la mirada, supe que había algo más.
Creepy soltó mis brazos, pero una de sus manos se aferró a mi hombro. Se inclinó
hacia delante, encontró el dobladillo inferior de mi bata y pasó lentamente su
mano por mi trasero desnudo y por el resto de mi espalda, por debajo de mi pelo.
Apenas pude contener un grito. Cuando por fin llegó a la parte superior de la
prenda, apretó la tela en mi cuello.
—Brazos atrás o esto va a doler —Una burla.
Las llamas de Kennan habían sido brillantes, pero mi ira ardía más.
—Lo siento —se rio, viendo cómo el pelo rubio caía al suelo junto con mi
bata.
—Eres mejor que esto, Kennan —Se movió antes de volverse rígido una
vez más.
—Ese es el Príncipe Kennan para los que son como tú —ladró Terrowin.
Se acabó el silencio.
Terrowin se burló de mi repetido uso del nombre de pila del príncipe, pero
se abstuvo de hacer comentarios.
No me inmuté.
Feo se tomó su tiempo para recuperar una bolsa de arpillera rayada con
aberturas para los brazos y la cabeza. Me la lanzó. La dejé caer al suelo.
Levanté la barbilla.
Kennan había vuelto a desviar la mirada hacia la pared cuando mis ojos
salieron del agujero del cuello.
Terrowin sacó unas esposas blancas y brillantes que palpitaban, y mis ojos
se agrandaron.
—Manos fuera.
—¡Caminaré!
—Como quieras —El guardia encendió una llama, una en cada mano para
iluminar mejor nuestro camino. Otro portador de fuego.
Unos pocos compartieron miradas de compasión. A esos, los miré a los ojos.
Sólo vi a dos mujeres, que me devolvieron la mirada vacía.
—¿Por qué? ¿Te estoy alejando de una cita robada? —Le contesté.
Terrowin se rio.
Perdí la cuenta del número de veces que canté la nana antes de que los
gritos se convirtieran en débiles sollozos y finalmente se detuvieran. ¿Cuántas
veces podría soportar eso? Mi estómago vacío se apretó. Podría ser yo.
¡No! No me permitiría pensarlo.
Respiré por la boca mientras me ponía en cuclillas sobre el orinal casi lleno
que perfumaba la celda, teniendo mucho cuidado de que mi piel no entrara en
contacto. No quería examinarla de cerca.
Sin duda, los hombres habían sido retenidos aquí a juzgar por el anillo de
oscuridad alrededor de su base.
Una vez hecho esto, me abracé y me froté los brazos lo mejor que pude a
pesar de las restrictivas esposas.
¿En qué estaba pensando? Se suponía que venir me sacaría de esa horrible
situación. Lo había hecho. Sí, y me dejó en medio de una igualmente aborrecible.
¿Volvería a ver a Kovis? Mi Rayo de Sueño. Él había sido la única razón por la
que arriesgué un futuro en el Reino de los Despiertos. Y vaya que había
malinterpretado a Kennan.
Ah.
No está en temporada. ¿Cómo sabían que eran mis favoritos? Crují y roí,
luego terminé lo último del agua tibia, persiguiendo el pan rancio que casi me
había roto un diente, mientras el tipo regresaba.
El guardia frunció el ceño, luego tomó la bandeja vacía y dio un paso atrás.
—¡Espera!
Lo único que seguía siendo una constante era la rudeza del guardia y su
pregunta—: ¿Estás dispuesta decir la verdad?
Kennan se acercaba cada vez que les decía que hablaría, pero
inevitablemente se alejaba cuando volvía a contar mi historia, que él consideraba
"un cuento de fantasía".
Después de mi segunda comida, empecé a inventar ficción con la esperanza
de engañarlo, pero él descubrió mi estrategia. Se convirtió en un juego entre
nosotros. Al menos eso era lo que me decía a mí misma. Sentí que su frustración
aumentaba. Estoy segura de que el hecho de que no hubiera conseguido que yo,
una mujer, me rompiera, no hizo más que herir aún más su ego masculino.
Después de mi cuarta comida, descubrí que pasar las manos por el montón
de arena sobre el que descansaba me calmaba; la revelación debía ser que los
dioses se apiadaban de mí. No sabía por qué, pero no iba a cuestionarlo. Empecé
a limpiar las partes oscuras —sangre seca, deduje— y decidí no insistir en ello.
Había comido cinco veces y tenía suficiente arena limpia para jugar. Hice
formas y luego les di vida. Imaginaba lo que quería y, de alguna manera, la arena
se unía a esa forma. Me costó mucha concentración, pero lo celebré cuando una
mariposa alzó el vuelo y rodeó la celda.
Me había preguntado cómo podía hacer esto con las manos atadas como
estaban.
Después de mi sexta comida, añadí un dragón de fuego que agitaba sus alas
en vuelo, un piñón que revoloteaba, un lobo que corría por la celda y un altairn.
Suspiré cuando su ala golpeó una de las paredes y se desintegró en un montón
una vez más.
Cierra los ojos ahora y descansa, que estas horas sean bendecidas.
Hasta que el cielo brille con el amanecer, cuando te despiertes con un
bostezo.
Los ángeles de la guarda están cerca, así que duerme sin miedo.
—El príncipe dijo que deberíamos usar un poco más de persuasión —añadió
Leofrick.
Oh dioses. Oh dioses.
Juntos, me alcanzaron.
Me moví entre ellos lo suficiente como para alcanzar las llaves del cinturón
de Leofrick. En cuanto las sostuve, me alejé lo más posible del par. Mis muñecas
estaban en carne viva y sangraban por el constante roce del brazalete, pero en
un santiamén me lo quité.
Siguieron durmiendo.
Abrí la puerta un poco. Silencio. Entorné los ojos para ver la luz de los
braseros que cubrían el pasillo, pero no esperé a que mis ojos se adaptaran. Me
colé por la puerta y la cerré tras de mí. Y salí corriendo, sabiendo que en cuanto
me vieran mis compañeros darían la alarma. No me decepcionaron.
¡Duérmete!
Giré y regresé por donde había venido. Las llaves tintinearon en el anillo
que empuñaba. Me metí en un pasillo que se bifurcaba a la derecha. No
importaba que no supiera a dónde iba.
Otra izquierda.
Jadeé.
Una derecha.
Otra izquierda.
Grité cuando uno de los guardias saltó y me agarró del talón. Tropecé y mi
frente golpeó el duro suelo.
Di una patada y mi pie conectó con la mano del guardia, justo cuando todo
el peso del otro me inmovilizó, dejándome sin aliento. La decepción más absoluta
me aplastó.
—Parece que a la damisela no le gusta que la utilice como cojín. Una pena
—bromeó Quinn.
Dain se rio.
—¿Se supone que tenemos que creerte? ¿Como si supieras decir la verdad?
Ciertamente no has sido liberal con ella —Quinn se burló, mientras me esposaba.
Al menos se habían llevado las llaves para que esos brutos no pudieran
abrir mi puerta cuando se despertaran. Sabía que estarían furiosos y buscarían
venganza.
—Veo que has estado ocupada. Atacando a mis guardias —No había humor
en esos ojos marrones.
—He sido más que paciente con tus fantasiosas historias. Muchos dirían que
demasiado paciente. Ahora, o me dices qué estabas haciendo en la habitación del
Príncipe Kovis o...
—¡Suficiente! —El grito de Kennan hizo que todos los guardias, incluidos
los dos que estaban junto a la silla, se congelaran—. El dolor tiene una forma de
enderezar una historia.
—Hastings. Warwick.
—Esto debería ser normal. Así es como llegaste. Oh, espera, tiene que estar
cubierta de arena —dijo Warwick.
—¡No! —Luché con todas mis fuerzas, clavando mis uñas en el brazo de
Hastings. Él maldijo y dio un paso atrás. Me desplomé, rodeé con las piernas uno
de los soportes viscosos de la silla y me agarré—. ¡No! Por favor. ¡Te he dicho la
verdad!
Me ataron los codos a los brazos con púas de la silla y luego me apretaron
las ataduras alrededor de la cintura.
—¿Cómo has entrado en las habitaciones del Príncipe Kovis sin que nadie
se diera cuenta? —Kennan planteó la pregunta con calma.
Llevaba más de una noche con los nervios de punta y sin ser yo mismo.
Había sentido una mezcla de angustia, ansiedad, miedo, indignidad,
autodesprecio. Iba y venía.
Me dirigí al foso.
Le lancé otra lanza de hielo, pero la derritió justo antes de que le rozara el
hombro.
Un grito.
Se echó el flequillo hacia atrás y sonrió mientras lanzaba una roca fundida.
¡Un lamento!
¡Aullido!
¡Grito!
Mi estómago se revolvió.
—¿Oír qué? —Pero Favian había seguido con una daga, y se clavó en mi
hombro. Sonrió desde el otro lado de la fosa.
—¡Gritos!
—No oigo nada, mi príncipe. ¿Se sientes mal? Quizás deberíamos parar.
—No es tan grave —Apreté los dientes mientras extraía la cuchilla y retenía
el flujo de sangre con una toalla.
—¡Usted fue el que me rogó que luchara contra usted! —me recordó.
¡Lamento!
Esa chica. Tenía que ser ella. ¿Pero cómo la estaba escuchando?
Podría ser peligrosa. Reduje la velocidad de mis pasos mientras intentaba
razonar conmigo mismo. Pero no podía soportar oírla sufrir un latido más. La
había escuchado antes y había decidido ignorarla, pero esto... esto... Pura agonía.
¡Aullido!
A la izquierda.
¡Grito!
Izquierda. A la derecha.
—¡Kennan! ¡Para!
Mi grito llegó a mi hermano antes que yo, pues cuando entré corriendo en
la habitación, me miró con el ceño fruncido. Pero al ver mi desnudez y la sangre
que corría por mi brazo, sus ojos se transformaron.
—¿Qué te ha pasado?
—¿Acabas de...?
—¡Entonces libérala!
Suspiré.
—¡Aquí dentro! Ha perdido mucha sangre por lo que parece —me dijo una
sanadora que aún no conocía en cuanto me vio.
—Sé que te duele. Lo siento —se disculpó Haylan, sin entender mi profundo
dolor.
Un arco iris de colores colgaba como una cortina que ondulaba con la suave
brisa.
—¿Por qué dices que te odia? Aunque la pregunta más importante es,
¿importa?
Esperaba que no preguntara. Me mordí el labio con más fuerza y no
respondí. No podía. Al igual que Kennan, era imposible que me creyera y no
quería perder su amistad. Haylan no presionó. Tenía un don para percibir cuándo
algo le causaba molestia y permitir que se revelara en el momento adecuado.
Una de las muchas cosas que me gustaban de ella.
—¿Eso crees?
—Me siento honrada. Yo también te considero una amiga. Sólo quiero dejar
de verte aquí. ¿Está claro? Hay mejores formas de pasar el tiempo juntas —
Haylan sonrió.
—Volverá a crecer.
—Al menos ahora es todo de una sola longitud —Intenté ser positiva. Ella
tenía razón. Tenía que ver el lado bueno.
El par nos dejó pasar, aunque sus ceños severos nos dijeron lo que realmente
pensaban. Giramos a la derecha y pasamos por las otras dos salas de tratamiento,
que estaban vacías. En el final del corto pasillo, Haylan abrió una puerta y me
quedé boquiabierta cuando salimos.
El sol calentaba mis brazos, mis manos, mi cara. No pude evitar reírme.
¡Cuántas plantas hermosas!
Haylan sonrió.
Nos cruzamos con otro par de sanadoras, aprendices de sus túnicas, que
recogían una variedad de hojas y flores.
—Para usar en pociones —dijo Haylan—. Tengo algunas hierbas que necesito
recoger también. Dijiste que la arena te calmó y te devolvió a... —No terminó la
frase—. Pensé en dejarte explorar. Estaré por allí si me necesitas —Señaló un
lugar no muy lejano.
Cierra los ojos ahora y descansa, que estas horas sean bendecidas.
Los ángeles de la guarda están cerca, así que duerme sin miedo.
La había sentido. No. "Sentir" era una palabra demasiado tímida para eso.
Había sufrido el interrogatorio de Kennan junto a ella. Mi corazón se aceleró y
mis manos temblaron incluso al recordar.
Me había dolido mucho la noche que la vi por primera vez. Me esforcé por
recordar. ¿Qué había dicho?
Pero ella había dicho más. "¿Qué te he hecho? No sabía que te haría daño".
Se consideraba responsable del dolor de esa noche. Pero ella nunca me había
tocado.
¿De qué había escapado? Ella había suplicado: "Déjame tocar a Kovis. Por
favor. Necesito tocarlo". Me llamó por mi nombre. ¿Quién era ella? Sólo mi
familia me llamaba Kovis. Los miembros de la realeza ni siquiera usaban
nombres de pila. Los plebeyos nunca lo harían, no si valoraran sus vidas.
Me llevé los dedos a la frente y empecé a hacer círculos. Tantas preguntas
y ninguna respuesta. ¿Era una rebelde como sospechaba Kennan? Mi instinto me
decía que no.
—¡Entren! —Mi tono fue más duro de lo que pretendía cuando los dos
entraron.
—Hermano.
—Mi príncipe.
Kennan tenía razón. Era mi culpa que no supiéramos más sobre ella o sobre
cualquier implicación que pudiera tener en las actividades de los rebeldes. Pero
aun así no quería hablar de ello.
—Sus canales aún son inestables, así que, si debes proceder, tendrás que usar
un enfoque suave —Su tono comunicaba mucho.
Kennan levantó las manos. Exhaló con fuerza antes de preguntar—: ¿Qué
te ha pasado exactamente? Estabas en un buen estado —Eché la cabeza hacia atrás
y miré al techo—. Kovis. Hermano. Mírame.
Volví a cerrar los ojos. Mis hermanos compartían la misma oscuridad que
yo. Que parecía que esta chica compartía. Pero nunca hablábamos de ello. Y yo
no iba a empezar. No con Jathan aquí. Me ceñiría al tema en cuestión.
—¿Algo más?
—Sí. Sus gritos... —Mis ojos se agrandaron—. ¡Podría haber sido yo en esa
silla!
—Un vínculo.
—Se sabe poco sobre los vínculos, cómo se forman o mucho más —
respondió Jathan—. Pero explicaría muchas cosas.
—No. No. No quise decir eso —Jathan agitó las manos, con la cara
sonrosada—. Para responder a su pregunta, no he oído hablar de un vínculo que
perjudique a ninguna de las partes. Todos los que he leído se han formado en el
seno de relaciones que ya eran estrechas. Nadie entiende todavía qué causó
ninguno de ellos, ni por qué.
—Ja. Ja.
—No diré que lo entiendo porque no lo hago. Hacemos lo mismo con todos
los presos, según las normas. Si tienes un plan mejor para hacerla hablar,
oigámoslo.
Jathan asintió.
—La vieja expresión '’se cazan más moscas con miel que con vinagre'’. ¿Qué
tal si cambiamos nuestro enfoque? Usar la gentileza en su lugar. Sé que me tiene
aprecio.
—Lo que sea que funcione, hermano. Lo que sea que funcione.
Acababa de regresar de bañarme, como se había convertido en mi ritual al
atardecer, así que no tuve que esperar por la ayuda. Llamaron a la puerta. Todas
las sanadoras llamaban y entraban directamente. Así que cuando nadie lo hizo,
arrugué el ceño.
—¡No puedo! ¡No! Por favor. ¿Puedes darme algo de tiempo para
recomponerme?
Hulda, una burbujeante aprendiz pelirroja que conocí cuando volví a las
suites de los curanderos, escuchó y se hizo cargo. Pequeña como yo, ordenó a
alguien que trajera un vestido informal de su habitación de arriba. Para cuando
llegó el vestido, ya me había secado y trenzado el pelo. Aunque el vestido me
quedaba más bajo que a ella, no se comparaba con la bata. Al menos me sentía
presentable.
—Cálmate, Ali —dijo cuando vio cómo me temblaban las manos—. No sabes
lo que quiere.
—El Príncipe Kovis pidió que yo, solo, la escoltara —Allard informó a los
guardias que acechaban frente a mi puerta cuando empezaron a seguirme.
—No tengo intención de hacerle daño, señorita —dijo, una vez que nos
alejamos del oído.
—Así es, pero soy parte de la guardia personal del Príncipe Kovis, elegida
por el propio príncipe.
Nos detuvimos ante unas puertas. Las de Kovis, supuse. Esperaba ser
suficiente. No tenía nada más que ofrecer.
—Pase.
Lo oí antes de verlo, su poder onduló por la habitación. Y con dos pasos
más, el hombre más hermoso que jamás había visto, mi Rayo de Sueño, se puso
delante de mí.
Se puso rígido.
Se me cortó la respiración.
—Levántate. Por favor —Kovis se relajó una vez más. Sus ojos empezaron
a bailar cuando se fijó en mi vestido prestado, mis mechones dorados y mis puños
apretados, parecía que un agarre de muerte era la única forma de controlar esos
malditos apéndices.
—Allard, esta noche cenaré aquí —Me miró con las cejas fruncidas—. Con
una invitada —Inhalé bruscamente.
—Lo siento.
Por el rabillo del ojo, vi a Kovis inclinar la cabeza. Dio otro paso lento hacia
adelante.
Otro paso. Me sentí como una presa, congelada y sin poder evitarlo, aunque
lo intentara. Lo cual no hice. Había querido beber en su presencia desde antes de
poder recordar. Pero el terror absoluto se apoderó de mí. Por fin. Estar tan cerca
de él. En carne y hueso.
Intenté calmarme mientras entraban los sirvientes, que traían bandejas con
platos que olían maravilloso. Pusieron la mesa que estaba cerca de la pared más
lejana con dos cubiertos, uno en cada extremo.
Junté las manos en mi regazo y esperé a que Kovis empezara, pero no tenía
prisa. Eché una mirada furtiva a Allard. Estaba de pie no muy lejos, inmóvil,
aparentemente desinteresado.
—¿Quieres un poco?
—Sí, por favor.
—¿Qué crees exactamente que me has hecho? —Me volví a mi plato y seguí
empujando la comida—. ¿Qué hacías en mi habitación? ¿Y por qué estabas
desnuda, cubierta de arena?
Los ojos de Kovis se abrieron de par en par ante mi desliz, pero no comentó
nada.
—¿De dónde?
Kovis se llevó dos dedos a la frente y empezó a hacer círculos con ellos.
Sólo podía imaginar lo que pensaba.
—¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene la arena de las esquinas
de tus ojos cuando te despiertas? —le pregunté.
—Sí.
—Ha habido noches en las que no he podido dormir, incluso antes de que
vinieras. ¿Qué pasó entonces? ¿Abandonabas tus obligaciones?
—¿Él qué?
Sacudí la cabeza.
—Me dijo que era inteligente, hermosa, valiente, capaz. Me dijo que era
especial, y que, si podía hacer lo que él soñaba hacer, sería su hija favorita.
—Estamos vinculados.
—¿Es por eso que sentí tu dolor cuando vine? Algo se bloqueó en mi
interior y entonces empecé a sentir tu dolor. Sentí como si mi cabeza se hubiera
partido en dos.
Bajé la mirada.
—Un poco.
Sonrió a medias.
—¿Sólo ‘’un poco’’? Parece que estabas más preocupada que eso. ¿Estoy en
lo cierto?
Le eché un vistazo.
Aunque no dijo nada durante varios latidos, pude percibir que revivía el
horror de mis recuerdos. Había tenido razón. Podía identificarse con él.
Fruncí el ceño.
—Sí.
—Si estos ataques son de él, tenemos que detenerlo —Kovis me apretó
suavemente la mano y me encontré con sus ojos—. ¿Podrías al menos
considerarlo?
—Gracias.
Me alegré de que no pudiera ver mis rodillas temblando bajo la mesa. ¡Dilo!
¡Dilo! me dije a mí misma. Cerré los ojos.
Lo había incomodado. ¡Padre tenía razón! Era una estúpida. Dierna había
herido a Kovis. Lo sabía. También sabía que no lo había superado.
—¡Lo siento! Debería haber recordado.
—¿Cada uno de ellos?, ¿desde que nací? —Su tono subió. Asentí con la
cabeza. Se movió, aparentemente para considerar todo lo que yo podría haber
visto, lo que podría haber revelado sin saberlo—. ¿Mis sueños de la infancia?
Volví a asentir.
—¿Mis sueños de joven adulto? Muchos son oscuros. ¿No te han asustado?
Sacudí la cabeza.
—En todo caso, me dieron valor. Me mostraron que no estoy sola. Tenemos
mucho en común.
—¿Sería... sería tan malo si... quiero hacerlo? —Kovis sonrió con rigidez.
—No creo que me ataque —Kovis forzó una sonrisa y yo reprimí una risa
nerviosa.
—Estaré fuera.
—Ven aquí —La voz de Kovis se agitó, más aguda que de costumbre. Tan
lindo. Pero tan incómodo. Lo entendí. Había pasado por tanto. Sabía que sólo
quería dormir, pero ¿podría ser algo más que eso?
Un sentimiento de esperanza surgió en mi pecho. Se estaba exponiendo.
Así. Conmigo. Unas cálidas sensaciones bailaron con las mariposas de mi
estómago.
—¿Estás seguro? —Le pregunté. Me miró a los ojos, pero no dijo nada más.
Se quedó allí, congelado—. Tú eres el príncipe. Podrías decirme que no.
Eliminé el único paso que nos separaba con el corazón acelerado. El olor
del aire fresco justo después de una tormenta, mezclado con un aroma
amaderado, especiado y masculino, me recibió. Igual que su manta. Lo absorbí,
armándome de valor.
La tensión llenó los ojos de Kovis cuando puse mis manos en su pecho
firme y musculoso. Tan duro. Tan fuerte. Tal como lo había imaginado. Kovis
observaba cada uno de mis movimientos, con las manos a los lados. Apenas
respiraba. Llevé una mano a su cincelada mejilla. Se estremeció, pero se recuperó
y se inclinó hacia delante.
Murmuré mi placer.
Mis labios acariciaron los suyos. Pero él seguía congelado. Dierna había
hecho más daño de lo que me había dado cuenta.
Oh, no.
—¿Hacer? ¿Qué?
—Eso —Señaló con la cabeza una franja de tierra que había salpicado la
alfombra cercana. Una planta yacía de lado.
Debía de estar perdida en el beso. No había oído nada. Mis ojos se abrieron
de par en par.
—¿Lo hice?
—No.
—La sanadora Lorica lo convenció de que eran mis canales dañados los que
reaccionaban mal. Si fue cosa mía, supongo que dejé que mis emociones se
escaparan.
Sonrió.
Kovis sonrió.
—Le he dicho a Kennan una y otra vez que tiene que sustituir a algunos de
sus hombres —gruñó—. No están bajo mi mando, o los habría convertido en
ejemplos hace tiempo. Por eso elijo a los míos. Pero no es asunto tuyo —Soltó un
suspiro antes de volver a centrarse.
—¿Afinidades?
—Magia. Dones. Las afinidades son habilidades innatas para ejercer el poder
según la voluntad de un hechicero. Acabas de mostrarme una afinidad de Aire.
Aire. Había visto a Kovis hacer algo con el viento en sus sueños. ¿Pensaba
que yo también la tenía?
—¿Estás diciendo que has sido dotada de forma única por el Cañón? Es una
afirmación muy atrevida.
—No tengo ni idea. Como dije, soy del Reino de los Sueños. Allí no tenía
magia. No sé qué afinidades puedo tener. Acabo de recibir este cuerpo. Todavía
me estoy acostumbrando a él, probándolo.
—Algunos dirían que soy un bicho raro. Otros prefieren decir que estoy
bendecido de forma única por el Cañón. Pero sí, soy el hechicero más poderoso
del imperio —El origen de su zumbido. Rebosaba de poder. Lo sentí, incluso
entonces—. Acompáñame mañana mientras entreno. Veamos qué más puedes
hacer.
—¿Qué pasa?
Inhaló bruscamente.
—No soy una lectora de mentes —le aseguré—. Y nunca te mentiría —Se
frotó la frente.
Su expresión se suavizó.
—Tengo que decir que todavía tengo dudas sobre todo lo que has
compartido, pero pareces honesta. Y eso es refrescante. No hay muchos que me
cuenten todo lo que tienen. Muy pocos son auténticos a mi alrededor. Suelen
tener su propia agenda y quieren manipularme para sus fines —Su cuerpo volvió
a ponerse rígido al decirlo. Pero un bostezo, un latido después, lo relajó una vez
más—. Quise decir lo que dije. Si curas mi insomnio, te creeré. Todo. Y ahora
mismo, parece que tu tratamiento podría estar funcionando.
Mis mejillas se calentaron una vez más. ¿Acaso mi cuerpo no sabía cómo
afrontarlo de otra manera? Hice una mueca.
—No quería.
—Sí. Una dosis demasiado grande. No creo que eso sea posible ahora mismo.
—Muy bien.
Su boca se aflojó.
Volví los ojos muy abiertos hacia él—: ¡Lo siento! No quería...
—Lo hago.
—De acuerdo entonces. Ven a verme mañana por la noche. Quiero ver si
puedes hacer que me duerma con sólo un pensamiento.
Oh. Eso. Asentí adormecida. ¿Todo esto era para utilizarme? Pero él dijo
que odiaba que la gente lo manipulara.
Dejando eso de lado, había sido una noche increíble. Descubrir que
compartíamos un vínculo especial. Mi Rayo de Sueño y yo. ¿Los dioses lo habían
planeado como una señal?
—¿Aguantar qué?
—Jathan me pidió que viniera a buscarte. Dado que has curado al príncipe
de su insomnio, es obvio que eres una sanadora y tienes afinidades de Tierra y
Madera, como el resto de nosotros. ¿Por qué no me lo dijiste?
Ella realmente chilló. Haylan nunca actuaba así. Hulda, sí. Haylan, nunca.
Al menos desde que yo llegué. Ella sonrió. Fruncí el ceño. ¿Cómo podía Kovis
suponer que yo era una sanadora? Dijo que yo tenía magia de aire, pero ¿tierra
y madera también? Parecía un gran salto. ¿Y se decidió por un aprendizaje para
mí? ¿No tenía otra opción? Todo es demasiado familiar, como en casa. Nada había
cambiado.
—¿Qué pasa?
—Pensé que te había llevado a sus habitaciones para... Ahora que lo pienso,
¿por qué te ordenó ir a sus habitaciones?
—Sí, lo sé.
—No lo sé.
—Si te interrogó sobre un ataque rebelde, ¿cómo te las arreglaste para curar
su insomnio?
Sentí que tenía preguntas, sólo que no las había expresado. Todavía.
—Ya veo.
—Jathan quiere hablar contigo, pero dijo que primero debía mostrarte tu
nueva habitación, ya que ahora eres una aprendiz.
No discutí.
—Es la más pequeña que tenemos. Hulda siempre tiene que subir el
dobladillo cuando recibe una nueva. Ella puede enseñarte cómo.
—No he visto a mucha gente con el pelo tan claro, y mucho menos tan
ondulado. Eres muy bonita —comentó Haylan entregándome el último pasador.
Y lo era. Su pelo castaño oscuro, liso como una flecha, su cara redonda,
radiante como la mayoría de los soles, sus curvas de mujer, suaves y abundantes.
Su mirada, una de belleza y gracia. Pero lo que más me atrajo fue su calidez.
La alteración de las suites de los sanadores había sido culpa mía. Abrí la
boca para disculparme, pero Swete, siempre tan dulce, metió la mano.
—Gracias.
Swete se inclinó y me dio un fuerte apretón. La noticia se extendió
rápidamente por todo el lugar, al menos entre los sanadores: mi visita a Kovis,
así como mi aprendizaje.
—Parece que podrás pasar más tiempo en ese jardín que tanto te gusta —
Sonreí al oír eso.
—Esta es la Sala Común. Todo el mundo está trabajando ahora, pero verás
que todos están aquí por la noche. Estudiamos, hablamos y jugamos a juegos de
mesa. Es divertido.
—Es muy bonito —Abajo se extendía una ciudad. Parecía no tener fin en
todas las direcciones, el verde era el color preferido con una plétora de árboles
en flor.
A una buena distancia más allá del lado más lejano de la ciudad, no del todo
en el horizonte, el suelo se abrió en un enorme golfo, corriendo de lado a lado.
—¿Qué es eso?
—Eso es el Cañón, la fuente del poder de todos. Deberías verlo por la noche.
Está iluminado con todos los colores de las afinidades. Es hermoso.
—Gracias.
—Los aposentos de Jathan están al final del pasillo. Mi habitación está ahí —
Señaló.
—Sí, señora.
Aplaudí.
Haylan abrió mi puerta. Una cama, un escritorio con un espejo, una silla y
un armario. El escritorio hacía las veces de mesa de maquillaje. La habitación era
del tamaño de mi armario en casa.
—¡Me encanta!
—Gracias.
—¡Lleva dos soles dando a luz! ¡El bebé no viene! —gimió el hombre—. La
partera nos ha enviado aquí.
—¡Mi vestido! Eso fue lo que hizo, ¿no? No pudo resistirse a tus encantos
con mi vestido. Seductora —Me guiñó un ojo.
Si lo supiera. Me reí.
—¿Así que tus canales están curados? —Preguntó Hulda—. ¿Pero por qué
no nos dijiste que tenías tierra y a madera?
—Ella no lo sabía. Se manifiesta tarde, como yo —informó Haylan a Hulda.
—Dieciséis.
—Dieciocho.
Sonreí.
Nos reímos.
Haylan asintió.
—Hace que la vida sea divertida —Observamos hasta que la figura de Hulda
desapareció—. Bueno, ¿qué tal si vas a reunirte con Jathan? Luego te pondré a
mezclar algunas pociones.
Haylan se rio.
Todo.
Ella sabía lo que padre nos había hecho. ¿Cómo era posible? Nunca
habíamos hablado de ello. Yo había tratado de olvidar. Creo que todos lo
habíamos hecho.
Me reí. Ella y esa maldita afinidad con el Aire. Pasó por encima de mis
defensas normales. ¿Cómo? Había sido un completo idiota. No tenía ni idea de
quién era realmente. ¿Cómo había permitido que me besara? ¡Y yo le devolví el
beso! Pero ella había actuado tan inocente y familiar. Ella carecía de la pretensión
de todos los criados en la corte. Era auténtica. Incluso vulnerable.
—¡Maldición! —Si lo que decía era cierto, sobre su padre, podría ser la
primera pista sólida que habíamos conseguido sobre esos rebeldes.
¿Cómo podía considerar esto una pista sólida? ¿Acaso nuestra falta de
progreso con estos ataques me tenía tan desesperado?
Todo.
—¡Hermano! Pareces descansado. Necesitas una silla nueva. Esta cruje cada
vez que me siento en ella.
—Suenas como una vieja cascarrabias —Se llevó una mano al pecho y subió
el tono de voz—: Quizá no deberías inclinarte así —Se rio.
Sacudí la cabeza.
—No estaba de mal humor. Estar de mal humor es algo reservado a los
viejos señores y a los niños cansados.
—La chica mencionó algo. No estoy seguro de que sea algo. Quiero entender
más antes de decirlo, en lugar de desviar tu investigación. Probablemente no sea
nada.
—Sin embargo, tomaste una acción bastante decisiva. ¿Por qué tanta
evasión? ¿Qué es lo que no me cuentas?
—Es hermosa. ¿El interrogatorio fue más allá de las preguntas? —Me eché
hacia atrás—. Vamos, soy tu gemelo. Te conozco tan bien como tú mismo. Tal
vez mejor. Y sé que mi hermano no actúa así si no pasa nada.
—¿Por qué siempre vas allí? Esto sí puedo decirlo, ella no estuvo
involucrada en ese complot.
—¿Y cómo lo sabes? ¿A través de tus astutas y taimadas preguntas? No.
Espera. Lo sé. No pudo resistirse —Kennan movió las cejas—, a tus poderes. El
hechicero más poderoso del imperio la abrumó con sus poderes.
Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza, luego levanté las manos.
Fruncí el ceño.
—Bien. Les diré a mis hombres que sólo saben que ella no es nuestra autora
—Sonrió—. Creo que te gusta.
—Vete —gruñí.
—Como solías decir, cuanto mayores son los poderes, mayor es la pasión —
Enarcó las cejas—. Y quizás, otras partes. Aunque somos idénticos.
—¡Fuera!
—Interesante —Sonreí.
—¿Buscas a alguien?
Él inclinó la cabeza.
Me puse la bata de sanadora, no tenía nada más que ponerme. Esperaba que
estuviera bien. El hombre me condujo a través de varias puertas y salimos a la
luz del sol.
Tres filas de gradas de madera rodeaban cada foso, excepto la más pequeña,
que no tenía ninguna. La plataforma de observación, supuse. Seguí a mi guía
hacia la derecha, hacia uno de los tres grandes óvalos.
Y le oí.
Todavía un poco enfadada con Kovis por no haberme dado la palabra antes,
pensaba hablar con él de ello, pero estaba claro que no era el momento ni el
lugar. Su zumbido. Tan familiar. Se intensificó cuando llegamos a unas escaleras
que bajaban.
Kovis esquivó una lanza de hielo que lanzó uno de sus oponentes. El
hombre carecía de arte pectoral. Kovis devolvió con una descarga de cientos de
pequeñas agujas de hielo.
Era la primera vez que veía el tatuaje completo de Kovis: un torbellino con
alas de altairn. El agua brotaba de la nube embudo y, donde tocaba el suelo, dejaba
un rastro de hielo agrietado. Tan hermoso. Tan llamativo. Me reí para mis
adentros.
—Él... ¡esa ola! ¡Recogió todo ese vapor del aire! Increíble —Kovis se puso de
pie, con los ojos bailando, las manos en las caderas, jadeando.
Kovis se acercó a cada oponente, los agarró por el antebrazo y los ayudó a
levantarse. Les dio una palmada en la espalda y sonrió. La tinta de su tatuaje había
cambiado a gris.
—Ali. Me alegra ver que tienes tanta curiosidad por tus poderes como yo.
—Te lo contaré, pero en otro momento. Por ahora, vamos a buscarte algo
para cambiarte. Ven.
Lo seguí.
Lo seguí al interior y atravesé una sala con armas de todo tipo apoyadas en
las paredes o colgadas de ellas. Los hechiceros estaban sentados puliendo armas.
—La herrería. Donde los magos del metal fabrican y reparan las armas —
explicó Kovis, abriendo otra puerta—. Muy bien. Vuelvan al trabajo —dijo por
encima del hombro. Los sonidos de las risas nos siguieron.
—Mmm, por el lazo —El tono de Kovis subió, luego bajó mientras daba una
vuelta mirando de arriba a abajo. Su tatuaje había cambiado a naranja. Se rio y
me ardió la cara.
Me abaniqué con la mano.
Kovis sonrió.
Nos dirigimos a la fosa más pequeña y nos detuvimos en las escaleras. Dos
hechiceros, de afinidades metal y agua, a juzgar por la espada y el spray que se
intercambiaban en el duelo de abajo.
La pareja tomó sus cosas y subió los escalones. Bajamos. El tatuaje de Kovis
había cambiado a verde. ¿Qué significaba todo eso? No saberlo comenzó a
molestarme.
—Anoche dormí profundo por primera vez en mucho tiempo. Así que
realmente eres mi Doncella de Arena.
—Lo entiendo.
Kovis se rio.
¡Maldita sea!
—La pregunta es: ¿tienes algún poder adicional que aún no se haya
manifestado?
Me reí.
—Bien. Extiende las manos, con las palmas hacia arriba, así, y concéntrate
en dirigir esa brisa entre los dedos.
—Esfuérzate más.
—¿Lo tienes?
Lo hice.
2
Oniro hijo de Hipnos (el sueño) y la carite Pasitea, que personificaban los sueños
el aire que conducía al monstruo. Tan repentinamente como empezó el
torbellino, se apagó, y me desplomé.
Las únicas palabras que pude escupir. No miré hacia atrás. No podía
alejarme de él lo suficientemente rápido. Salí del área de entrenamiento. Ya
buscaría mi bata más tarde. Necesitaba estar sola hasta que me enfriara.
Un silencio absoluto cubrió los fosos. Nadie se movía.
—¡Oh, Dios! ¡No digas más! Espere ahí, mi príncipe. —Desapareció de la vista.
La tormenta me había lijado los pantalones. Afortunadamente mi magia de aire
se había mezclado con sus vientos y librado a nuestros cuerpos de la mayor parte
del daño. Sólo rezumaba sangre en algunos lugares. Los sanadores me curarían
en poco tiempo.
Una fina bruma seguía nublando el aire. Había arena por todas partes:
cubría las cubiertas de observación y se había derrumbado, y medio enterraba la
tienda de mando donde se registraban las idas y venidas de cada hechicero del
entrenamiento en la Fosa. La mayoría de los piñones que volaban por el
perímetro superior de la zona habían desaparecido. Una brisa empujó los jirones
de los pocos que aún colgaban. También había lijado la llamativa decoración de
las paredes que nunca me había gustado.
Sus poderes. Ella era increíble. Me había sorprendido. Sentí una ráfaga de
poder cuando estalló su tormenta. Si algo de eso se derramó en nuestro vínculo,
no lo sabía. Lo que sí sabía era que ella era mi igual, al menos en aire. Su poder
se había resistido a mostrarse y yo lo había sabido. Ella sería una fuerza. Como
yo.
Nunca entendí por qué, pero los poderes más fuertes son los que más se
resisten a ser descubiertos. Mis poderes habían sido casi imposibles de revelar.
Mi padre me había amenazado con...
Sacudí el recuerdo.
Pero, aunque seguía molesta con él, subí a duras penas los innumerables
tramos de escaleras mientras se acercaba la hora de acostarse. ¿Por qué seguía
acudiendo a él? ¿Qué era lo que me pasaba?
—¡Entre!
Después de cerrar la puerta, dio varios pasos lentos hacia mí. A diferencia
de la noche anterior, estos pasos carecían de alegría. Se detuvo a una distancia
cómoda, con las manos en los costados, aparentemente esperando que yo
levantara la vista y me encontrara con su mirada. Y así fue. Se lo merecía. Ya
juzgaría lo que dijera, después.
—No quería hacerte daño, sólo entender tus afinidades. Fue un error por
mi parte utilizar un recuerdo doloroso. Yo habría reaccionado de forma similar.
Resoplé.
Se acercó a un sofá azul marino y a dos sillas mullidas ante una fría
chimenea. El manto llevaba el emblema de Altairn. Por supuesto que sí. Lo seguí.
Kovis me indicó que me sentara.
—Donde quieras.
Elegí el sofá que parecía cómodo. Me pregunté dónde elegiría él. Se sentó
en una de las sillas.
—¿De verdad?
Asintió.
—¿Desarmarte?
—Te deslizaste más allá de mis defensas habituales. ¿De verdad crees que
dejo que las mujeres me besen después de conocernos, especialmente después
de...? —Frunció el ceño.
—Dierna.
—Sí.
Me tensé.
Se sacudió.
—No. Está bien. Realmente has visto todos mis sueños y pesadillas.
—Lo he hecho.
—Eso es increíble.
—Debo confesar que hace tiempo que siento algo por ti.
—Lo intuía. ¿Las personas de arena suelen desarrollar sentimientos por sus
encargados?
—Es muy competitivo. Cada Reino de los Sueños trata de quitarle territorio
a los demás.
—Sí. Mi padre es el rey del Reino de los Sueños más poderoso. Tiene
hambre de poder y es despiadado. Hará cualquier cosa, a cualquier persona, a
cualquier costo para obtener más. Me da miedo —Me estremecí.
—Lo sé.
—Lo soy.
—Así que por eso actúas tan familiarmente conmigo, sin usar mi título.
—¡Sí!
—Gracias.
—¿Eres inmortal?
—Lo era.
Kovis sonrió.
—Ya veo.
—Mi escape ha expuesto una debilidad. Hay algunos reyes y reinas del
Reino de los Sueños amables y generosos. Espero que vean los defectos de padre
y eso los envalentone para tomar el nuevo territorio antes de que él pueda. Si
me encuentra y me arrastra de vuelta, el poder probablemente no cambiará para
mejor.
—¿Perdón?
—Mi padre no sabe cómo me veo y huelo como humano. Así que enviará
a una de sus yeguas a cazarme, probablemente ya lo ha hecho. La yegua está
buscando a alguien sin el olor de la arena de los sueños.
—Dormiste, no soñaste.
Kovis lo pensó.
—Sí, supongo que tienes razón. Quizá por eso me siento tan descansado. Mi
mente suele estar...
—Exactamente.
—Necesito tocarte.
—Oh. Ya veo.
—No estoy segura. Sabré que la yegua está cerca cuando la gente de por
aquí empiece a tener pesadillas.
—¿Qué?
—‘’Lo siento’’. Deja de decir eso. No hay nada que puedas hacer para arreglar
una situación si sólo dices ‘’lo siento’’. Es te hace parecer poco sincera. Guárdalo
para las disculpas sinceras, cuando lo sientas de verdad.
Abrí y cerré la boca como un pez fuera del agua. ¿Lo decía tan a menudo?
Me sentí escarmentada.
Kovis cambió de tema—: Has dormido a ese guardia con sólo pensarlo. Me
gustaría que lo probaras conmigo.
¿Pero qué había hecho? Cerré los ojos y pensé en el par de guardias que
entraban en mi celda con una intención maliciosa en sus ojos. Mi corazón latió
más rápido.
Kovis se sentó y balanceó sus piernas sobre el lado de la cama. Lo poco que
podía ver de su tatuaje seguía siendo gris.
Kovis se levantó y acortó la distancia entre nosotros, luego tomó mis manos.
Con una voz sedosa, preguntó—: ¿Te atreves a desnudarte?
—¿Perdón?
—No se puede usar muy a menudo. Pero jugaré, si tú juegas —Se me apretó
el pecho. ¿A qué estaba accediendo?
Me quedé con la boca abierta y mis ojos se abrieron de par en par. Por el
vínculo, grité: ¡Arrogante!
Se rio.
—¿Tu respuesta?
—He pensado en tocarte... más veces de las que puedo contar y anoche fue...
increíble.
—¿Lo fue ahora? —Asentí con la cabeza, sintiéndome como una tonta.
—¿Qué parte?
Cerré los ojos. Se sentía como una confesión, ante los dioses.
Hice una pausa, queriendo detenerme. ¡Oh, diablos! Podría contarle todo.
—Sin embargo, tus labios son todo lo contrario: suaves y picantes. ¿Cómo
puede haber tales contrastes? Mi pecho y mis labios son iguales, suaves y blandos
—Me asomé. Tenía que ver su reacción.
El hambre llenó sus ojos mientras miraba entre mi pecho y mis labios.
—¿Te ha sorprendido?
—Como te dije, acabo de recibir este cuerpo hace unos pocos soles. Dijiste
que no se juzgaría mi respuesta. ¿En qué estás pensando? —Indagué.
Me duele el corazón por él. ¿Podría superarla alguna vez? La noche anterior
debió ser difícil.
‘’Hacía años que no me sentía tan vivo” Es lo que había dicho a pesar de lo
congelado que había estado. Había luchado contra ella.
Y había ganado.
Lucha.
Cubrió mis manos con las suyas, mientras se inclinaba hacia delante.
Resístete a ella.
—Bueno, entonces, supongo que es la hora de dormir para mí. ¿Estarás bien
para volver a tu habitación? —desparramó. Traté de ocultar mi decepción.
Tiempo. Necesitaba tiempo.
En cualquier momento.
La gente aquí trabajaba cuando había luz y dormía cuando estaba oscuro.
Todavía no me había adaptado. Y echaba de menos mis alas; los músculos de la
espalda se tensaban sin que lo supiera. Pero incluso mientras lo pensaba, sabía
que era yo quien debía adaptarse. Llevaría tiempo.
Cómo deseaba que Velma estuviera aquí. Cualquiera de mis hermanas para
caminar conmigo. Alcé la barbilla y empecé a caminar por la fila más cercana.
Me dije que no querían ser desagradables.
¿Por qué los sanadores tenían que sentarse en el fondo?
Susurros. Una chica se inclinó hacia otra y levantó una mano para ocultar
sus palabras mientras yo pasaba. Minuto cien. Tal vez exageré. No lo parecía. No
sabían qué pensar de mí. Sí, era un bicho raro. Y el centro de su atención. Todo
por mí misma. Porque había hecho algo diferente. Nunca me había sentido tan
sola. Sabía cómo debía sentirse Kovis. Toda su vida. Quería apresurarme, pero
no me lo permití. En su lugar, tarareé en silencio. Una nana. Calmando mis pasos.
Esa era Hulda. Por lo que a ella le importaba, todo el lugar podía ir al
inframundo. Sus abrazos eran casi tan buenos como los de Velma. Casi.
—¿Qué es verdad?
Carac continuó—: Mi amigo, Althalos, estaba allí. Lo vio todo —Se rio.
—Sí, he oído que el príncipe tuvo que envolverse con una toalla —dijo
Arabella.
Me llevé una mano a la boca. Me había enfadado tanto que no había mirado
hacia atrás. No había dicho nada al respecto anoche. Seguramente lo habría hecho.
—De todos modos, ¿qué hacías entrenando con el príncipe Kovis? —
preguntó Rulf.
—¿Pero por qué iba a trabajar él mismo contigo? Sin ánimo de ofender —
preguntó Hulda.
La voz de Hulda se elevó. Asentí con la cabeza. Pero mis mejillas… las
pequeñas delatadoras.
—¡Espera! ¿Estás diciendo que tienes tres afinidades? —No había esperado
que Haylan soltara la pregunta.
—Todos los sanadores tienen tierra y madera, y está claro que tú eres una
sanadora —Haylan ató cabos. Siguió un silencio absoluto. Sabía lo que vendría
después. La boca de Haylan se movió para formar las palabras—. Sólo ha habido
otro hechicero con tres afinidades.
—Si Ali quisiera que lo supiéramos, nos lo diría. Ahora déjenla en paz —
Haylan había superado el shock de la deducción y retomó su papel protector.
Yo sabía, por el brillo de sus ojos, que no era nada de eso. Le lancé a Haylan
una mirada de agradecimiento. Hulda y los demás percibieron claramente algo
jugoso, pero la mirada de muerte de Haylan mantuvo a raya sus preguntas. Por
el momento.
—Te diré lo que pasa ahora —dijo Haylan—. Le mostramos a Ali el resto de
la zona de sanadores para que pueda desarrollar lo mejor posible sus afinidades
conocidas.
—Sí, mi príncipe —No había visto a este guardia antes. Me miró de arriba
abajo con curiosidad, no con lascivia, y supe que debía ser parte de la guardia
personal de Kovis. Estaba claro que había oído hablar de la fosa. Pero cuando no
dudó en obedecer, supe que le habían dicho que yo no representaba ninguna
amenaza.
Me preocupé por mi túnica mientras entraba, con una mano agarrando una
ofrenda de paz detrás de mí. Los recuerdos de mi diatriba de la noche anterior
se hicieron sentir cuando me detuve varios pasos adentro. La puerta se cerró tras
de mí.
Vestía una camisa gris y pantalones negros. Caliente. Caliente. Caliente. ¿Su
poder retumbaba más fuerte? ¿La ropa podía hacer eso? Su pelo estaba mojado
por el baño. Sabía que si me acercaba lo suficiente olería su jabón. Todo un poco
masculino.
—Las recogí del jardín de los sanadores. La prímula se usa para tratar el
síndrome premenstrual, el dolor de pecho y los sofocos —Deja de balbucear.
Kovis se rio.
Kovis atesoraba recuerdos como éste, de lo que podría haber sido una vida
familiar normal. Permanecí en silencio, alentando su ensoñación. Pero
finalmente volvió a centrarse en mí.
—Suena bien.
—Sí.
Se hizo el silencio y me mordí el labio. Este sol había sido difícil. Me había
despertado sintiendo nostalgia. Pero habiendo resuelto esa cuestión, al menos con
cierta satisfacción, la culpa me había atormentado desde entonces. Había estado
tan enfadada con Kovis que no me había dado cuenta de que había perdido los
pantalones con mis vientos. Podría haber resultado gravemente herido y yo no
había pensado en su bienestar ni siquiera de pasada.
Rompí el silencio.
—Sí. Y parece que estás disfrutando de las artes curativas. Me alegro —Bajé
los hombros—. ¿Qué pasa? ¿No eres feliz? Puedo cambiarlo si no lo estás.
—Sí, pero al crecer, nunca pude opinar sobre casi nada. Mi padre y mi
abuela decidían prácticamente todo por mí. Me hacía sentir... impotente.
—Así es.
Kovis sonrió.
—O eso crees. Dijiste que no tenías magia en el Reino de los Sueños. Pero
desde que llegaste, la tienes con tu nuevo cuerpo.
—Eso es cierto.
No podía ver más allá de lo que sabía, lo que definía lo que era posible para
él. Pero cuanto más reflexionaba y contemplaba, más seguro estaba de que mis
talentos eran Otros. No eran malos, sólo diferentes, y anhelaba que él los
reconociera y me aceptara, por mí. ¿Cómo podía ayudarle a entenderlo?
—Pero si ese es el caso —dije—, ¿por qué, cuando la maestra Lorica demostró
cómo sentir el poder de las plantas, no pude sentir nada? Pero mi planta empezó
a crecer de repente, ante nuestros ojos. Ella no supo qué hacer, sólo sacudió la
cabeza y dijo que yo tenía un talento inusual. Y luego, cuando el maestro Alainor
trató de enseñarme a sentir la enfermedad, no pude sentir nada, pero el paciente
empezó a reírse y dijo que le hice cosquillas. Ni siquiera lo había tocado. Lo
mismo ocurrió con otros dos pacientes. Alainor dijo que nunca había visto algo
así.
Kovis sonrió.
—Dijiste que nunca habías oído que alguien pusiera a otro a dormir con sólo
un pensamiento. Y no te enfades, pero los moratones que me hizo mi padre en
el Reino de los Sueños, de alguna manera se transfirieron a este cuerpo. No sé
cómo. Pero todo esto me hace sentir diferente a todos.
—No estoy segura de si es eso o tal vez tengo miedo de quedar atrapada en
una caja de expectativas. ¿Y si tengo otros talentos que la gente de aquí no
manifiesta? Si me definen sólo por sus afinidades, yo... todos... podrían perderse.
Al final, dijo—: Todavía hay que pensar más —Se rio para sí mismo—. Nada
en ti es sencillo, Ali —Hice una mueca. Pero al menos lo había hecho reflexionar.
—Nunca la conocí. Murió al darnos a luz a Kennan y a mí. Por lo que otros
han dicho, mi padre la amaba con todo su corazón y nunca fue el mismo después
de eso. Se rindió a la Oscuridad. Dejó de luchar contra ella y permitió que lo
abrumara.
—No lo hacías —Kovis frunció el ceño ante la implicación—. ¿En qué puedo
ayudarte, hermana?
—Sí, es cierto —dije. Rasa era una fuerza. Tenía que defenderme si quería
respetarme. Resistí el impulso de moverme.
Rasa me ignoró.
—¿Y qué pasa si lo es? —Me defendió—. Eso no descarta sus poderes.
—¡Kovis, eres el hechicero más poderoso que ha conocido este imperio! ¡No
diluyas la fuerza de las afinidades de nuestro linaje bendecido por los dioses!
—Espero por tu bien que estés equivocado. Espera a que el Consejo se entere
de ella. Intentarán utilizarla en su beneficio, no me cabe duda.
—El Consejo se enterará, Kovis. No quiero que te hagan daño. Otra vez.
Sabía que Rasa había sido sanadora. Probablemente podía percibir los
sentimientos de Kovis. Me sonrojé. ¿Era posible? ¿Había hablado ella de lo que
él no se había dado cuenta?
—No hay nada como airear los trapos sucios de la realeza —Se aclaró la
garganta.
Pero no tocaría esa conversación por nada del mundo. No sabía si podría
soportar su respuesta. Coquetear era una cosa. ¿Pero tener realmente
sentimientos por mí?
—Ese consejo del que habló —Kovis se pasó una mano por el pelo.
Él sonrió.
—Suena fascinante.
—A veces, sí. Pero puede dar miedo si una yegua anda suelta.
—¿Una pesadilla?
—Se está haciendo tarde, ¿hacemos mi tratamiento bajo las luces esta noche?
¿Era eso todo lo que realmente significaba para él? ¿O puede que Rasa tenga
razón? Mi mente lo meditó. Cerré la brecha entre nosotros y él se volvió para
mirarme. Puse mis manos en su pecho firme y luego inhalé profundo.
Relájate.
—Dijiste que te habías divertido con los sanadores. —Asentí con la cabeza.
—Como dijiste, puede que descubras que tienes talentos no descubiertos que
pueden ayudar a muchos más. Tienes que descubrirlo.
—No.
—Lo pensaré.
Sólo habían pasado tres soles. ¿Qué esperaba? Entonces, ¿por qué la
decepción? ¿A quién quería engañar? Sabía exactamente por qué me sentía
decepcionada. Oh, Kovis. Lo amaba tanto.
¿Fue lo que dijo Rasa lo que lo había congelado? Rodeé el primer tramo.
¿O Dierna?
Rodeé el segundo.
¿Era yo sólo una herramienta para él? Si todo lo que hacía era facilitar su
sueño... Tragué con fuerza. La devastación amenazaba con invadirme.
Y el tercero.
Y el cuarto.
Algo no me parecía bien en ellos, pero no sabía qué. Sólo era mi instinto.
Volví al rellano y empecé a silbar una nana, anunciando mi presencia. Los
hombres empezaron a recoger sus cargas con premura, y sus torpes pasos pronto
se desvanecieron. Esperé un par de latidos por si había más actividad, pero al no
oír nada, respiré aliviada. Pasé por las cocinas y entré en el ala de los sanadores,
y luego subí las escaleras circulares hasta el tercer piso. Volvieron mis
pensamientos anteriores. Había estado luchando contra un amor perdido. Pero
una hermana se sumó a la guerra. Quería gritar.
—Está claro que alguien tiene que serlo. Estaría perdida sin mí.
Me reí.
—¿Todavía? Pensé que lo habías curado con tu receta secreta familiar —Me
tensé. Hulda sonrió.
—No te conformas con nada menos que lo mejor, ¿verdad? —Hulda se rio.
—Basta —resopló Haylan.
—Es muy dulce. Y guapo. ¡Whoo! Caliente —Se abanicó—. Él sabe cómo
tratar a una chica.
—También nos hemos estado ‘’conociendo’’, como ustedes dos —Ella enarcó
las cejas—. O. No —Se rio y se dio una palmada en la rodilla.
Me sonrojé.
—¡No la animes!
—¿Es eso lo que crees? ¿Que el amor nos encuentra a cada uno? —pregunté.
—Lo creo. Mis padres llevan veinticinco años casados y están tan
enamorados ahora como nunca los he visto. Papá la toma de la mano, la besa
apasionadamente hasta que se le enroscan los dedos de los pies y le susurra dulces
palabras al oído —Se rio—. A veces es vergonzoso verlos. Creen que es un gran
juego para ver si pueden despejar la habitación, ya sabes lo que quiero decir. Papá
principalmente, pero mamá se ríe con él. El amor definitivamente los encontró,
una pareja de enamorados para estar seguros.
—¿Y qué pasó? —Tenía que saber cómo habían conectado finalmente.
—Al parecer, sus padres le presionaron para que tomara a esta chica como
esposa. ‘’Perfectamente buena’’, la llamaban. Pero papá dijo que no le parecía bien.
Rompió la relación.
—Lo estaba. Pero papá se levantó y fue a pedirle a otra chica de la que se
había encaprichado que se casara con él.
—¿Así de rápido?
Hulda asintió.
—Bueno, mamá escribió una nota a papá. Algo así como: ‘’Me gustas como
algo más que un amigo’’. Y lo invitó al Baile del Rayo.
—¡No! —Haylan se tapó la boca con una mano—. ¿Ella? ¿Se lo pidió? —Me
quedé con la boca abierta.
—Se casaron ese Solsticio de Invierno, con la tormenta eléctrica como telón
de fondo.
—Parece que el rayo sí que cayó, encendió sus pasiones —bromeó Haylan.
Hulda se rio, pero cuando no lo hice Haylan se inclinó hacia mí—. El Cañón arroja
su desbordamiento de energía en una tormenta de rayos cada Solsticio de
Invierno. Todos los hechiceros sentimos que su poder nos llena las venas. Eso sí
que es un subidón —Se rio.
Hulda miró entre Haylan y yo. Pero antes de que pudiera cuestionar por
qué nuestra amiga explicaba lo que probablemente era de conocimiento común,
Haylan preguntó—: ¿Y tú, Ali? ¿Cuál es la historia de tus padres?
Oh, hombre. Mis padres. Qué decirles. ¿Que fui una bastarda? No. Les
contaría la historia de mis abuelos.
—Al parecer, papá había hecho algo por ellos antes y no había ido muy
bien, así que se lo debían —Levanté una mano—. Pero eligió a mamá. Dice que
ya la quería entonces. Pero lo suyo no se parece en nada a las historias que tienen
ustedes.
—¡Oh, para! Te dije que no es así —Mis protestas cayeron en saco roto. Pero
al final, accedí a unirme a ellas a pesar de saber que me abría a más burlas.
Me reuní con Hulda, Haylan, Myla y Arabella después del desayuno,
mientras el sol se elevaba en el cielo. Pasamos por debajo del rastrillo de la puerta
y salimos al cálido aire primaveral. Un ejército de árboles que bordeaban el
camino en suave pendiente estaba adornado con flores de color rosa claro. Inhalé
profundo, bebiendo el aroma a miel y mantequilla. Lo encontré embriagador.
—No podría estar más de acuerdo —dijo Hulda, echando la cabeza hacia
atrás y abriendo los brazos, dando vueltas.
Cuando dejamos atrás los árboles, vislumbré la ciudad. Las montañas que
nos rodeaban parecían manos que ahuecaban un tesoro, tan impresionantemente
hermosas como la vista desde el balcón de Kovis. Agarré las manos de Hulda y,
juntas, giramos. Haylan sonrió al ver que seguíamos adelante hasta que la
agarramos a ella y a Arabella y volvimos a girar. Capturamos a Myla para que
diera una vuelta más.
Un poco mareada y, radiante como una tonta, empecé a cantar una nana.
Todas las chicas me miraron, sus expresiones decían que debía estar loca,
pero no me importó.
Pasamos por las casas de los miembros ricos del consejo a la derecha, según
Arabella, cuando empezamos la tercera estrofa.
Nos quedamos observando hasta que los cristales de hielo apagaron la llama.
Sacudí la cabeza, todavía maravillada.
—Muy bien —El hechicero del agua movió la cabeza y pronto nos alejamos
de la orilla.
Lo que habían sido unos pocos taxis acuáticos pronto se convirtió en más
de una docena a medida que la calle acuática se ensanchaba. El gentío en tierra
se hizo más denso cuando pasamos por una serie de cafés con mesas llenas que
se extendían por el camino. La gente charlaba con un café. Varios disfrutaron de
un desayuno tardío. Los olores más increíbles —canela, nuez moscada, pasteles—
mi nariz los saboreó todos. Se me escapó un ‘Umm’.
Arabella se rio.
Haylan soltó una risita. Tuvo el buen tino de taparse la boca, pero no antes
de eliminar cualquier duda sobre lo que Hulda pudiera querer decir.
Traidora.
A continuación, nos encontramos con un mago del agua que hacía uso de
su arte, haciendo aparecer una fuente donde no existía, y luego formando una
variedad de animales en sus tentáculos de agua. Más adelante, un cuentacuentos,
según Myla, se dedicó a narrar historias. A juzgar por la atención del público,
debía de ser bueno. Y más allá, una hechicera de fuego calcinó un lienzo,
marcando su interpretación del edificio teatral de Veritas en negros y grises. La
gente que pasaba por allí echaba dinero en un sombrero que había junto a sus
pies.
—Tenemos que llevarte a una obra de teatro uno de estos soles —declaró
Haylan. Mi cara se iluminó.
Arrugué la frente.
—Lo que Hulda quiere decir es que Madam Catherine no es una hechicera
—explicó Haylan.
—Creía que...
—Sin embargo, Madam Catherine bien podría ser una hechicera cuando se
trata de la confección de vestidos —comentó Hulda—. Es brillante. Todas las
concejalas y las esposas de los concejales acuden a ella. Al menos eso es lo que
afirma Arabella. Y no tengo razones para dudar.
—Suena cara.
—No te preocupes. Los sanadores tenemos una relación con ella desde que
salvamos la vida de su hijo hace tiempo.
Catherine prometió que su creación terminada sería una que cierto príncipe
‘’disfrutaría’’. Casi me pierden con eso. No quería saber cómo Madam Catherine
sabría esa información escandalosa y me faltaba el valor para preguntar. Pero la
emoción me llenó cuando salimos de la tienda con la promesa de que todo estaría
entregado para el final de la próxima noche. Había superado algunas de mis
inhibiciones. Ya veríamos lo que pasaba entre cierta persona y yo, como
resultado.
—Tú también necesitas unos zapatos —dijo Hulda. Se había portado muy
bien ayudándome a gastar dinero. Me reí.
—¿Qué es eso?
Kovis salió de una de las fosas, secándose el sudor con una toalla. Parecía
que acababa de terminar un combate. Me vio y me hizo un gesto para que me
acercara.
—Y por eso, creo que lo mejor es que otra persona trabaje contigo —Intenté
no sentirme decepcionada. Realmente lo hice. Pero fracasé.
Jadeé.
—¡Ah! —El grito se elevó desde una fosa cercano donde dos hechiceros se
enfrentaban.
No me interesaba su jocosidad.
—Bueno, entonces, te dejo con ello —Kovis se excusó y fue a unirse al par
de hechiceros que combatían cerca.
Quería rogarle que se quedara. Pero eso habría sido humillante. Tendría que
madurar. Pero no tenía que agradarme. O Kovis. Porque no me agradaba, ni un
poco.
Fruncí el ceño.
—Tu libro necesita ser reescrito. ¡Me sacaste de las suites de los sanadores!
—¡Porque no quisiste cooperar! ¡No sabía quién eras, cómo habías entrado
en las habitaciones de mi hermano, ni lo que planeabas hacerle! ¡Es el príncipe
heredero, por piedad! A la luz del ataque rebelde a Aire, ¡necesitaba respuestas!
—Me miró fijamente, con fuego en los ojos.
Yo le devolví la mirada.
El sol se había puesto, y con él, la temperatura bajó. Me froté los brazos
para entrar en calor. Una plétora de antorchas se encendió por sí sola, mientras
bajábamos las escaleras hacia el foso.
Miré a mi alrededor.
—Ah, claro.
—No mucho.
—Creo que primero tenemos que descubrir todo lo que puedes hacer para
saber cuál es la mejor manera de trabajar contigo. Tienes una buena relación con
el viento. Esa tormenta de arena y... —Se frotó el lado de la cabeza donde le había
golpeado con la maceta, y sonrió— ¿Algo más?
Me quedaría callada.
—Quiero que intentes mezclarte con todos los poderes que te lance. Mezclar
en lugar de bloquear.
—Exactamente.
Nos separamos, dirigiéndonos cada uno al vértice de nuestro lado del óvalo.
—Empezaré con el fuego. Cuando te lance una llama, intenta mezclarte con
ella.
—Pero ¿cómo?
—¡Pero me quemará!
—¿Y si no lo soy?
Sabía que me iba a quemar. Pero cuando se apagó, me llevé una mano a la
boca. Kennan aplaudió. Un bulto de cristal alto e irregular se encontraba en el
centro de la fosa. Me acerqué para inspeccionar. Desigual. Claro. Sólido.
—No lo sé.
Y así lo hicimos.
Asentí, jadeando.
Seguí a Kennan por las escaleras y hacia el foso ocupado. Miré a Kovis justo
cuando enviaba una lanza de hielo a uno de sus compañeros.
El par sonrió.
Justo cuando Koal se soltó, giré y cambié la arena en una especie de tubo, y
me encontré con su torrente, atrapando el agua. La arena húmeda cayó al suelo.
Koal redirigió su flujo, pero mi tubo de arena lo siguió y lo atrapó también. Cada
vez caía más arena húmeda. Se formó un estanque para cuando Koal cortó su
torrente.
—¡Ah! ¿Qué es esto? ¡Me rindo! ¡Sácame de aquí! —El grito llegó poco
después. La niebla se despejó rápidamente, y todos nos reímos al ver a un Koal
ceñudo, metido hasta las rodillas en las arenas movedizas.
Koal perdió un zapato mientras lo sacaban, lo que nos hizo reír aún más.
No tenía ganas de ir a buscarlo, aunque se lo pedí entre risas.
—Lo hacen. Los sanadores son siempre una combinación de los dos. Pero
hay hechiceros que manejan sólo tierra o sólo madera, o tierra con otra afinidad,
y así sucesivamente. Pueden ser muy eficaces en el combate. Sabemos que los
tienes, sólo tenemos que ver cuán fuertes son para ti.
—Oh.
—¿Quién dice que no puedo ser imparcial? —Los tres levantaron las cejas.
Alto. Kovis levantó los brazos en señal de rendición—. De acuerdo, bien —Sonrió
ampliamente. Me encantaba esa mirada suya.
Pero cuando Kennan y los otros dos se dirigieron de nuevo a las escaleras,
me quedé helada. Era el hechicero más fuerte que el imperio había conocido. Mi
corazón se aceleró. Y él lo sabía. Su sonrisa lo confirmó.
—¿Lista? —preguntó.
Kovis congeló el agua que saturaba la arena y dio un paso hacia mí. Luego
otro.
—¡Hermano!
Kennan y los demás bajaron corriendo las escaleras, con los ojos muy
abiertos.
—¡Hermano!
No me moví. No podía.
—¡Lo siento!
—Cedric, señora.
¡Ah! El enamorado de Hulda. Muy bonito. Pero no tan apuesto como Kovis.
Sabía que no lo había matado porque lo percibía a través del vínculo. ¡Kovis!
¡Despierta! Lo intenté, una y otra vez. Pero no respondió.
Me estremecí y me pasé las manos por los brazos con la piel de gallina,
tratando de calmar mi mente agitada y de infundir calor a mis miembros. No
había actividad ni sonidos procedentes de la fosa. Este desconocimiento me
volvía loca. Me mordí el labio, luego di un paso atrás y me apoyé en el escritorio.
Me aseguré de no perturbar la pila de papeles.
Se había vuelto a poner la camiseta, pero aún llevaba los pantalones naranjas
de repuesto.
—¿Qué?
—Lo he dormido.
Los ojos de Kennan contenían una intensidad que me puso de los nervios.
—¿Tú? —Asentí con la cabeza, haciendo una mueca de dolor. Observé cómo
su mente unía las piezas—. ¿Como mis guardias?
—Sí. Iban a hacerme daño. No entiendo qué pasó. Sólo deseaba que se
durmieran, y lo hicieron.
Arrugó la frente.
—¡Es el hechicero más poderoso del imperio! No sabía lo que me iba a hacer.
Me quedé helada —Una pequeña sonrisa asomó por un lado de su boca.
Desvió la mirada.
—Seguro que sí, a no ser que seas un príncipe —Enarcó las cejas.
—¿Qué es?
—Nada.
—No lo sé. De forma diferente —Me dio un vuelco el corazón—. Pero sigues
sin responder a mi pregunta.
Kennan asintió.
—Sí, mi príncipe.
—Enseguida, mi príncipe.
La vid estaría ocupada. Primero Kovis y luego Kennan. Hice mis rondas. O
eso es lo que pensaban. Me reí para mis adentros. Dejé que hablaran. ¿Quién dijo
que los hombres no podían ser excelentes cotillas?
Kovis nunca había soñado con ellas, habría recordado. Libros, cuadros,
caballetes e instrumentos musicales abarrotaban casi todas las superficies.
No quise sentarme.
—¿Puedo?
—Por favor.
—Tienes un tatuaje.
Me resistí, pero no pude negarlo. Tal vez equivocado, pero Kennan era un
buen hombre. Lo vi.
Me acerqué. Qué detalle: las plumas del altairn eran llamas. Las flechas
atravesaban sus alas y la sangre corría por ellas. El cuerpo fundido del ave tenía
más heridas. Vulnerable. Rompible. Pero el pájaro era un luchador. La ferocidad
y el celo plasmados en sus ojos me lo decían. Se impondría.
—Sus ojos son tan expresivos. Y sus garras... son absolutamente hermosas
—dije, pasando un dedo por ellas.
No se inmutó.
—Gracias.
—Pasión.
—¿Y el negativo?
Sonrió.
Sonreí.
—Lo siento.
—No lo sientas. Hace una eternidad que nadie se interesa por mis placeres.
Tomó el laúd y tocó cada una de sus cuerdas varias veces, afinándolas. Una
vez satisfecho, cerró los ojos y comenzó a rasguear. Las notas se sucedieron
lentamente al principio, luego más rápido y con mayor pasión a medida que la
canción estallaba.
Las notas me llenaron el alma, nutriéndola, restaurándola. Mis hermanas
solían tocar instrumentos de cuerda, y la obra de Kennan las acercó a mí. Una
lágrima se soltó cuando terminó. Y me la enjugué.
—Mi falta de ambición política volvió loco a mi padre. Era mi único poder.
—En privado.
Sonrió.
—Tú y Kovis son idénticos físicamente, bueno, excepto por los ojos, pero
no se parecen en nada, no en lo que importa.
—¿Tienes hermanas?
—Vaya, una gran familia —Una punzada golpeó mi corazón—. Los echas de
menos.
—Lo hago —Exhalé. No podía hablar de ellos. Me pondría a llorar. Tenía
que cambiar de tema—. Bueno, se hace tarde. Gracias por la cena y por compartir
conmigo.
—De nada, Ali. Espero que veas que no soy el monstruo que creías —Sonreí
y miré nuestras manos—. Vuelve a entrenar conmigo —Me soltó y me acompañó
hasta la puerta.
Kennan se quedó en la puerta. Sentí sus ojos sobre mí hasta que me volví
hacia las escaleras.
Kovis me recibió en la puerta la noche siguiente. Sus ojos azules se clavaron
en los míos.
¡Oh, dioses! ¿En qué problema me había metido? El terror hizo que los
temblores recorrieran mi cuerpo. El pensamiento racional huyó.
Se rio.
—No lo sé. Tal vez —Moví las cejas. Yo también podía jugar.
—Bueno, definitivamente voy a tener que hablar con ese hermano mío.
¿Qué más dijo?
—Sí, quizás demasiado bien —Me reí mientras él ponía los ojos en blanco.
—Kennan me contó cómo fue, o quizás más correctamente, cómo fui yo.
Puedo decirte que estaba fuera. No tenía ni idea de lo que había pasado. Recuerdo
que me dirigí hacia ti y lo siguiente fue que me desperté en mi cama sintiéndome
muy descansado.
—Me imaginé que no tenía ninguna posibilidad contra el hechicero más
poderoso del imperio. Me entró el pánico.
—Sin arena, no hay energía. Más arena, más energía —Kovis inclinó la
cabeza hacia adelante y hacia atrás, considerando.
Me reí.
—Ni por asomo —Se rio con un tono profundo y seductor, y sentí un
cosquilleo en todo el cuerpo...
Me has pillado. Me descubriste. Sí, se lo digo a todas las chicas que tienen
cinco afinidades.
Me puse nerviosa.
—¿Y?
—Y creo que tienes que entrenar mucho para poder usarlas con eficacia. Si
juntas algunas o todas —sacudió la cabeza— Ali, serás imparable.
—¿Debería preocuparme?
—¿Preocupado?
—Soy tu Doncella de Arena, Kovis. Mi poder está reservado para ti, y sólo
para ti. Hablando de eso, ven aquí mi príncipe, déjame hacer mi magia contigo
—Me reí mientras me levantaba, curvando el dedo índice de forma sugerente.
Me vino a la mente algo que dijo Madame Catherine. Con los hombres, se
trata de acción, no de palabras. Él necesita experimentar el amor de una mujer
para dejar caer sus muros. Empecé a sonrojarme, pero me contuve. Sí, necesitaba
experimentar.
Me coloqué entre sus pies y miré hacia la profundidad de sus ojos azules.
Aquellos centros de color avellana me hicieron palpitar el corazón. El aroma de
los árboles de hoja perenne y de la lluvia primaveral llenó mi nariz.
Le rocé las manos que colgaban sin fuerza a los lados mientras subía las
mías. Me concentré. En él. En sus pensamientos.
Mi oscuridad la alejó.
Empezando por su oreja, presioné mis labios contra su mandíbula sin afeitar
y seguí el rastro. Lentamente. Con ternura. Besando. Lamiendo. Casi gemí.
Mi lengua dio vueltas. Lentamente. Otra vez. Otra vez. Otra vez. Y
finalmente, muy ligeramente, nuestros labios se encontraron. Tiernamente.
Uniéndonos. Encajaron. Pertenecieron juntos. Tan suave. Tan sensuales. No pude
contener un gemido.
Tan bueno. Tan bien. Si tan sólo él pudiera ver eso. Finalmente me retiré y
nuestros ojos se encontraron.
Dio un paso atrás y delineó sus labios con un dedo. Miró los míos.
—Quizá tus amigos tengan un bálsamo para eso —Forzó una sonrisa.
No podía.
—Lo he hecho —dije—. Padre, se está acercando. Esa yegua —me llevé las
manos a la cara—. Me va a matar —chillé.
Mi voz vaciló.
—Lo sé. Lo sé —Cerró la brecha entre nosotros, rodeándome con sus brazos,
la primera vez que iniciaba el afecto.
Los dioses deberían haber gritado. Tal vez Madame Catherine había tenido
razón.
Quería saborear este momento. Estar sólo él y yo. Olvidar a todos. Pero no
quiso. Más que el hombre herido de pie ante mí, era el príncipe heredero.
Siempre tendría asuntos de estado pesando sobre él.
No sacaría el tema si hubieran encontrado a otro autor detrás de los ataques
rebeldes.
Deslizó sus manos hacia mis hombros y se encontró con mis ojos. Eché de
menos la comodidad de sus brazos en el instante en que se movió. No respondió.
—¿Vas a jugar?
—Casi me muero.
Había visto sus pesadillas, pero esta no estaba entre ellas. Tenía que ser uno
de esos recuerdos sellados en ese rincón negro y trasero de su mente, donde ni
siquiera yo podía penetrar.
—Habíamos tenido riñas durante dos buenas lunas. Pero ese sol, no
sabíamos que habían recibido refuerzos. Nos emboscaron en las estribaciones.
Suspiró.
—Se cargaron a casi todos los hombres con los que luché. Mi poder se agotó
cuando otra patrulla nos atacó. Me encontré de espaldas, mirando una hoja. Clavé
los ojos en mi enemigo. Se rio del miedo que vio. Lo sabía. Y entonces se burló
y gritó: ¡Cobarde! al tiempo que me empujaba. Sabía que estaba acabado. Pero
entonces se desplomó en el suelo. El único hombre que quedaba de nuestras
tropas había lanzado su daga. Me salvó la vida.
Kovis exhaló con fuerza y se pasó una mano por el pelo. El agarre de su
otra mano se apretó en mi hombro, como si sólo yo lo mantuviera vertical. Se
quedó mirando la pared durante varios latidos.
Me sentí triste por haberle hecho recordar aquello. Pero, ¿de qué otra forma
podía hacerle entender? Sacudí la cabeza. Pero el hecho de revivir aquellos
horrendos sucesos no había influido en la decisión de Kovis de pedirme ayuda.
Lo vi en sus ojos.
—¿Te la doy?
—Has pasado por muchas cosas. Te prometí que te creería. Y lo hago. Pero
creer no resuelve el problema de derrotar a tu padre. Hubo otro ataque, este en
Agua, hace una noche.
—Oh —Era una persona tan horrible. Sólo trató de salvaguardar el imperio
y su familia.
Estoy seguro de que sintió mi angustia a través del vínculo, pero siguió
adelante.
El ejemplo de Kovis siempre me había dado valor. ¿Podría hacerlo una vez
más?
Aparentemente Kovis había escuchado mis pensamientos, porque
susurró—: Déjame ayudarte, Ali. Como tú me has ayudado a mí.
Tragué saliva. Cómo podía decir que no cuando él ya había llegado tan lejos.
—¿Cómo?
Se puso rígido. Comprendió que tendría que dormir con él, toda la noche,
si quería soñar.
Dio un paso atrás, se llevó una mano a la frente y rodeó la punta de dos
dedos.
—Yo...
Las cejas de Allard se levantaron cuando salí. Sus ojos se detuvieron en mis
labios hinchados. La verdad. Sin duda una primicia para la vid.
¡Uf!
Comenzaron a dar vueltas, con las espadas en alto, sin dejar de mirar a su
oponente. El hombre de ojos azules y avellana, bien cincelado, resultó ser una
distracción para mí.
Cuando quieras, Ali querida. Tres palabras bajaron por el lazo. Las dos
últimas retumbaron en mi cabeza. ¿Había querido decir eso?
Sí. Lo siento. Estoy en ello. ¡Op! ¡Perdón! ¡Ah! No quise decir "lo siento". Ah,
no importa.
Kennan cerró un ojo, como si le hubiera entrado algo. Pero continuó dando
vueltas.
¡Le di en el pie!
—No tendrá nada que ver con que cierto príncipe se haya quedado dormido
en medio de un combate, ¿verdad? —Guiñó un ojo.
—Serías una buena actriz, Ali —Las dos nos echamos a reír—. En realidad,
he venido a buscarte. Necesito mezclar más elixir de pesadilla. Pensé que podría
enseñarte mientras lo hago.
—Sí. Pero ha habido una racha de quejas de pesadillas severas, rozando los
terrores nocturnos.
Palidecí.
Sacudí la cabeza.
—Necesito irme.
Había subido corriendo cuatro tramos de escaleras sólo para que Cedric me
dijera que Kovis estaría reunido hasta el atardecer.
¡No, pero Haylan dijo que la gente del castillo está sufriendo pesadillas en
gran número! ¡Está aquí!
Quiero saberlo todo, Alí, pero voy a reunirme con el Consejo. Tu padre no
puede encontrarte mientras brilla el sol, cuando nadie está durmiendo, ¿verdad?
Tenía razón. No hay necesidad de entrar en pánico. Eso estará bien. Gracias.
Volví a ayudar a Haylan hasta que las sombras del sol se hicieron largas.
Traté de concentrarme en otra cosa —Kovis llamándome "Ali querida"
encabezaba mi lista de temas distraíbles. ¿Había sido un desliz? ¿Había sido su
intención? ¿Qué significaba? Mi táctica funcionó y mantuve la calma.
Aquella tarde entré en la puerta de Kovis y él se dirigió hacia mí, con los
ojos llenos de preocupación. Me miró de arriba abajo para comprobar si tenía
alguna herida, supuse. Satisfecho cuando no encontró ninguna, dijo.
—Cuéntamelo todo.
—No, no cuantificó.
—No lo sé.
—Así que sólo sabe que mezcló algunos recientemente —Asentí con la
cabeza.
—No lo sé. Probablemente no, ya que es una aprendiz como yo, pero es
difícil de decir.
Exhalé. Los hechos no apoyaban mis temores. Esperaba que no fuera nada.
Y hasta que no tuviera pruebas, trataría de mantener la calma.
Kovis continuó.
—Yo solía reaccionar, como tú, y perdía mucho tiempo y energía sólo para
descubrir que lo que fuera, no era realmente un problema. Ahora espero las
pruebas. Hace que mi vida sea más tranquila.
Sonrió.
Él enarcó las cejas. Y así lo hice. El beso no fue ni de lejos tan apasionado
como el de la noche anterior, pero serviría.
Salí de sus habitaciones tranquila y con una sonrisa en la cara, que por
supuesto Bryce interpretó como algo totalmente distinto. Pero dejaría que los
guardias se divirtieran. Me sentía agotada. Es curioso cómo la preocupación por
la lucha puede hacer eso. Me dormí casi inmediatamente.
—¡Deja de llorar!
Se convirtió en un gemido.
Miré a través del enrejado. La furia me llenó. La tenía en el suelo. Otra vez.
Su bata de sanadora estaba abierta de par en par, con su camisa levantada. La
había dejado al descubierto. Sus dedos exploraron todos los lugares equivocados.
Pero no la había tomado. Todavía no.
—¡Detente! ¡Para!
Me agarró.
—Eres una buena para nada... —sus palabras se arrastraron. Había estado en
sus tazas—. ¡La has matado!
Sabía cuál era nuestro destino y luché con más fuerza. Hasta que se detuvo.
No pude enderezarme lo suficientemente rápido. Su pie conectó con mi espalda
y un dolor agudo subió por mi columna vertebral. Dejé de luchar, no pude
después de eso, mientras él tiraba de mí más allá del estanque, deteniéndose en
La Caja. Abrió la pequeña puerta de un tirón.
Me agarró del brazo y me empujó hacia la pequeña caja. Apoyé las manos
en la abertura y mantuve las rodillas juntas mientras él ponía su bota en mi
trasero y empujaba. No podía dejar que me metiera dentro. No otra vez. Mis
brazos temblaron. Tensé el culo, preparándome. Me dio una patada. Otra vez.
Otra vez. Otra vez.
Ya había visto las imágenes. No la mía. Esa noche había empeorado para él.
La pesadilla se apoderó de él. Jadeo. Había sabido que la yegua estaba cerca.
¡Debería haberle avisado! ¡Debería haberlo hecho!
Pasé por delante de las salas de tratamiento, pasé por delante de las cocinas
y giré a la izquierda en la escalera de servicio. Los dos sanadores que me vieron
me miraron de forma extraña. No me importó. No había tiempo para
explicaciones.
¡Kovis! ¡Despierta!
¡Kovis!
¡Despierta!
Giré a la izquierda y corrí por el pasillo que conectaba las suites de los
príncipes.
Sólo pude suponer que se trataba del difunto emperador, de pie junto a
Kovis, con la furia que desprendía el gobernante en oleadas. La yegua había
adoptado su forma. La cosa me olería si me acercaba demasiado. Me mataría.
—¡Ulric! despiértalo —El guardia miró entre el príncipe y yo, con los ojos
muy abiertos—. ¡Ulric! ¡Ahora! —no vio ni olió a la yegua.
Bailé de un pie a otro, con los puños en la boca. No podía quedarme ahí
parado. Tenía que hacer algo.
¿Pero qué?
La yegua me olería y sabría que me faltaba arena para soñar, ¡como Kovis!
Me froté las manos y luego las subí y bajé por los brazos.
¡Espera! ¿Y si...? Tenía que intentarlo. Esa cosa mataría a Kovis. ¿Y si venía
a por mí? ¡Malditas sean las consecuencias!
Corrí hacia el baño de mi príncipe, rezando para que su ropa colgara por
allí. Divisé una puerta abierta en el lado opuesto. ¡Sí!
—¡Ay! ¡Kovis! ¡Me estás haciendo daño! Despierta —Luché por soltar sus
manos mientras se cernía sobre mí.
El agarre de Kovis se hizo más fuerte. ¡Aire! Necesitaba aire. Agarré las
muñecas de Kovis y tiré, pero no pude aflojarle. Puse mis pies en su pecho y
empujé tan fuerte como pude.
—Casi...
—Pero no lo hiciste.
El odio a sí mismo llenó sus ojos. Esto le perseguiría, como tantas cosas, si
no intervenía.
—Kovis, no es tu culpa.
—Pensé... que eras mi padre. Quería matarte. Casi lo hice —Llevó su otra
mano a mi cuello, sus dedos tocando muy ligeramente.
Le levanté la barbilla.
Buscó en mi cara.
—Pero yo...
—No —Le corté—. Toda tu vida has intentado salvar a otros y has acabado
siendo castigado. Deja que esta vez te salve de ti mismo. Déjalo. Por favor.
Me miró a los ojos. Pasaron varios latidos antes de que dijera—: Lo intentaré.
El hombre dudó.
—¿Llamo a Jathan?
—No. Gracias. Estoy bien. No tengo dudas de que esta sanadora me revisará.
A fondo. —Le aseguró Kovis. Una comisura de la boca se levantó.
—Sí, mi príncipe.
—No.
—¿Quieres ver?
—Si insistes —Se deslizó fuera de la cama y se dirigió hacia su baño. Mis
ojos no pudieron evitar observar el par de torneados y musculosos.
Se echó a reír.
—¿Puedo? —preguntó.
—Es tu...
—Y lo volvería hacerlo.
Me cogió la mano.
—Gracias.
—Tu pesadilla llegó por el lazo. Sabía que era tuya. Las he visto todas. ¿Has
hablado alguna vez de...? Tengo que asumir que tus hermanos también tienen
pesadillas.
Kovis soltó mi mano. Se inclinó hacia delante, con los codos sobre las
rodillas y la cara entre las manos. Sacudió la cabeza.
—Te dije que padre me está cazando. Está buscando a alguien sin el aroma
de la arena de los sueños, pero esa no es toda la historia. Es peor.
—Ahora que ha encontrado a alguien sin el olor, sabrá que está cerca. Hará
que esa yegua te persiga hasta que me encuentre.
Cuando los abrió de nuevo, dijo—: Has sido muy abierta y sincera conmigo.
Para el poco tiempo que llevamos conociéndonos, me parece extraordinario.
Siento que lo que veo es lo que recibo. No buscas mi posición ni mi riqueza. No
intentas manipularme. Eres auténtica. No tienes ni idea de lo refrescante que eres
—Sacudió la cabeza antes de continuar—. Quiero contarte toda la historia de
Dierna. Estoy seguro de que he soñado partes de ella, pero quiero que conozcas
la totalidad.
¿Por qué otra razón una doncella perseguiría a un príncipe? Podría darle
un título. Le habría dado el mundo para que fuera mi luz.
—Que te besara.
Apretó la mandíbula.
—Estoy triste por ti, Kovis. Has soportado mucho. Sabes que siento algo por
ti, pero eres un príncipe. Yo no soy nadie en realidad. Tu hermana lo dejó muy
claro.
—No eres nadie. Manejas cinco afinidades que conocemos, además de la
capacidad de hacer dormir a una persona. Eres la hechicera más poderosa que
este Imperio conocerá pronto y controlas mi sueño, el sueño de un hechicero
bastante poderoso por derecho propio. Eso no es ser un don nadie.
Sonreí ante el uso de su apodo. Pero no era una solución a cómo me veía la
emperatriz.
—Como mi hermana.
—No tienes idea de lo difícil que es. Pero todavía no estoy bien. Y estoy
seguro de que habrá muchos otros obstáculos, pero estoy dispuesto a intentarlo.
¿Lo estás tú?
Respiré tranquilamente.
—Lo estoy. Lucharé contigo, Kovis. Por nosotros —No tenía ni idea de lo
dispuesta que estaba.
Sonrió.
Me reí. Deja que convierta una situación mala en algo bueno. Pero tenía
razón. Yo era la única manera de llegar a papá. La idea me asustaba mucho, pero
si nos permitía construir un futuro juntos...
Protege tus ojos, Señorita Modestia. Y con eso, Kovis se despojó de la camisa
y los pantalones, arrojándolos al suelo. Miró hacia arriba para ver si yo miraba.
Me pilló.
Pero sus respiraciones finalmente fueron más largas, más lentas, y su pulgar
se aquietó. Yo seguía mirando al techo. Parecía que mis mariposas habían
montado una fiesta. Pasaría mucho tiempo antes de dormir. ¿Soñaría? Había
hilado innumerables sueños para otros. ¿Podría?
—Ali.
—¿Hum?
Al sostener su mano, había liberado su mente. Sin ataduras, podía soñar con
cualquier cosa, buena o mala. No había sido una pesadilla. Sólo un mal sueño.
Sacudí el hombro de Kovis hasta que se despertó. El sueño no fue fácil para
ninguno de los dos, después de eso.
¿Las mariposas nunca duermen? Parecía que no, a tenor de lo que pronto
sintió mi estómago.
—Mi sueño era más tranquilo sin sueños —murmuró al abrir los ojos un
rato después.
—Será mejor que me vaya antes de que alguien sepa que he pasado la noche
en tu cama.
No insistas en ello, Kovis. Tal vez puedas mostrarme cómo hacerlo. Nadie
es perfecto, repliqué.
Te ayudaré, si me dejas.
Jathan había intentado que le contara exactamente lo que hacía por Kovis
cada noche, en varias ocasiones. Estoy segura de que esperaba que los sanadores
pudieran utilizarlo en otros pacientes. Pero yo había permanecido imprecisa, y
percibí una creciente frustración.
Así que, entre eso y las marcas en mi cuello, estaba más que perturbado.
Sólo mi insistencia en que Kovis no había tenido mala intención le impidió
enfrentarse al príncipe. Advirtió que, si volvía a ocurrir, nada le impediría actuar.
—¿Todavía te duele?
—Sólo un poco.
Miró al suelo.
—Esfuérzate más —Mi voz sonó fría, como era mi intención, y le sacó de
su melancolía.
Como si se pusiera una máscara, endureció su rostro.
—No estoy seguro de saber cómo. Esta es la única manera que conozco de
afrontarlo.
—Trabajaremos en eso.
—Me gustaría.
—Me parece justo. Veamos cómo van tus habilidades, empezando por esto
—Kovis buscó en su bolsillo y sacó una pequeña vela, luego la hizo flotar y la
puso en la arena cerca de mis pies.
—No lo sé.
—Espera, déjame probar una cosa más. —Mi voz vaciló. Había funcionado
para encender una tormenta de arena.
Nunca había tenido éxito con el agua, pero dejé de lado mi frustración,
cuadré los hombros y respiré profundamente. Cerré los ojos y volví a extender
las manos como si dibujara sus sueños. Sentí un hilo de humedad en el aire e
imaginé una fuente surgiendo en el centro del pozo. Lo siguiente que recuerdo
es que el agua me roció la cara y las manos. Me tapé los ojos. Quería bailar. Mi
fuente, más bien géiser, llovía, convirtiendo la arena en un pantano. La lluvia me
empapó el pelo, la ropa, todo. Nunca había manejado el agua ni de lejos, por
mucho que Kennan me hiciera probar.
—¡Woohoo!
—¿Yo qué?
Kovis mató mi fuente con un pensamiento y volvió los ojos hacia mí. Se
acercó y me agarró por los hombros. Intenté retroceder, pero me mantuvo firme.
Miró a su alrededor y luego, en un fuerte susurro, acusó—: ¡Me has robado el
poder! ¿Te lo ha enseñado Kennan? —su tatuaje se transformó en azul: distante,
antipático.
—Lo niegas.
Kovis debió sentir mi emoción por nuestro vínculo, porque me soltó, dio
un paso atrás y se llevó dos dedos a la frente.
Me enfurecí en silencio.
—¿Qué está pasando? ¿Es el vínculo? Dijiste que podías manejar el fuego
cuando Kennan estaba aquí —Asentí con la cabeza—. Pero ahora no podrías.
—¿Eh? ¿Podría ser? —se quedó perplejo durante varios latidos más antes de
decir—: Esgrime Hielo por mí.
—Inténtalo.
Puse los ojos en blanco y me giré hacia el centro del pozo. También podría
congelar toda esta agua. Estiré los brazos y volví a imaginarme dibujando los
sueños de Kovis, el movimiento se sentía familiar, reconfortante, y calmó mis
nervios. Un latido después, abrí los ojos para ver el pantano de arena en el que
estábamos, congelado. Intenté levantar un pie y pivotar, pero me encontré
firmemente atascado. Me retorcí a tiempo para ver cómo una de las comisuras
de la boca de Kovis se levantaba.
—Lo has vuelto a hacer. Te he sentido. Has utilizado mi poder para congelar
el agua.
—¿En serio?
—Así es. Intenté todo tipo de cosas, pero a falta de empalarme con su espada,
no podía mezclarme con él, y mucho menos blandirlo. Bromeó diciendo que no
podía ser todopoderosa con las siete. Nos centramos en los otros.
—Podría ser tu técnica. Tienes que mezclarte con la magia del Metal antes
de que se forme el arma.
—Oh.
—Parece que posees una afinidad Simulous. Sólo he oído a los eruditos
debatir la posibilidad, pero nunca nadie ha aprovechado el poder de otros
hechiceros, al menos que yo sepa. Asombroso —Sacudió la cabeza.
Me reí.
Ali querida. Mis oídos captaron el apelativo una vez más. La segunda vez
que lo usaba. Y después de la noche anterior, sonaba aún mejor.
—Hablo en serio.
—Sé que lo haces. ¿Y qué pasa con mi cuerpo? —intenté rechazar el calor
creciente.
—Llegaste completamente crecida. ¿Es eso lo que te dio poderes nunca antes
vistos?
Acarició mi mejilla.
—Tal vez. Pero sí, daré lo mejor de mí para entrenarte, Ali. No hay duda —
Sus hombros se relajaron—. Una cosa por fin tiene sentido.
—¿Qué es?
—Pero eso es sólo tú. Eso no es una afinidad. Cualquier otro, y mi toque no
les afecta. —Pensé por un instante—. Sería horrible si lo hiciera.
Se rio, sin duda imaginando.
—Difícilmente. La acojo con agrado. Eres más poderosa que yo, de lejos —
Parecía aliviado.
—De acuerdo.
Puse los pies en escuadra con los hombros y volví a extender la mano,
sintiendo cualquier brisa. Nada. Vamos, me quejé para mis adentros. Me costó
concentrarme, pero por fin sentí la más mínima agitación. Cerré los ojos. Con la
arena empapada como estaba, la sentía pesada, lenta. Me concentré y, fiel a mi
estilo, sentí los primeros granos acariciando mis manos. Le pedí al viento que se
fortaleciera. Obedeció y más granos rozaron mis palmas. Abrí los ojos y abrí los
brazos. La arena se arremolinó en una columna a nuestro alrededor, creciendo
más y más alto a medida que la deseaba. Más alta. En nuestro pequeño mundo,
sólo Kovis y yo. La sensación de poder en bruto me llenó.
El poder corrió por mis venas. Rugí cuando liberé a mi último sujeto. Los
miles de millones de rocas, minerales y cristales cayeron en forma de lluvia y
volvieron a depositarse en el suelo de la fosa.
Pasé la mano por la zona con una floritura3 deseando que el material se
redistribuyera uniformemente. Al hacerlo, cubrí accidentalmente los pies
descalzos de Kovis. Una sonrisa eclipsó su rostro mientras miraba desde sus pies
a mis ojos. Hacía mucho tiempo que no lo veía sonreír sólo en sus sueños más
jóvenes. Recordaría esto.
—Sí, Ali querida, lo hiciste. Pero no lo suficiente como para crear todo esto.
Aprovechaste nuestros poderes y los hiciste más grandes.
3
Adornos en forma innecesaria, en exceso o en redundancia
—Pero, mi príncipe, acabamos de llegar. Seguramente no querrá
decepcionar a su Consejo.
Sin inmutarse, una mujer excesivamente vestida con una pluma de pavo
real que sobresalía de su bonete contraatacó desde el lado del señor—: Oh, mi
príncipe, sabes que no debes tratar de ocultarnos las cosas. Seguro que no
necesitas que te lo recuerden —Se dirigió a Kovis.
—Pues que muestre su talento —ladró una voz grave desde el final de la
fila de siete observadores —todos ellos demasiados vestidos—.
El público miró con desdén, pero a Kovis no le importó. Sin decir nada
más, se dirigió a las escaleras.
—Sígueme —susurró.
Llegamos a los vestuarios y Kovis se volvió hacia mí con una mirada feroz.
Mi mente vagó hacia la razón por la que había pasado la noche anterior con
Kovis. Padre. ¿Funcionaría nuestra estrategia? ¿O volvería la yegua? Si lo hacía,
ambos estaríamos allí, ambos estaríamos en peligro. La cosa tendría a padre sobre
nosotros en un abrir y cerrar de ojos. Me llevé una mano a la boca, imaginando
las sombrías posibilidades. Imaginando nuestros cuerpos sin vida.
Ese vestido. Me sonrojé con sólo mirarlo colgado. Parecía tan inocente. Pero
sabía que era cualquier cosa menos eso. Un lobo con piel de cordero, más bien.
¿Estaba preparada para ello?
Pero la tela sedosa y el encaje me llamaban. Pasé mi mano por encima. Otra
vez. Tendría marcas de desgaste sin haber sido usado nunca si no me detenía. Es
tan hermoso. Me había obsesionado con él en la intimidad de mi habitación desde
que llegó. Haylan y Hulda me habían rogado para verlo, pero me había negado
cada vez.
Le pedí a Kovis que se abrirse. ¿Tal vez debería ponérmelo yo para abrirse?
Había sido tan modesto anoche. Me sorprendió. Todos mis instintos me llevaban
a cubrirme. Ni siquiera me había quitado la bata.
Quería tener más intimidad con él. Madame Catherine me había enseñado
que los hombres respondían a la acción. Y él lo hizo, a mi apasionado beso.
¿Animaría esto nuestra relación?
Luego, por mi pelo. Me senté en mi escritorio que hacía las veces de tocador
y cogí el cepillo. Lo pasé por mis mechones mojados y enmarañados y decidí
trenzar todo lo que pudiera para que no estorbara. Mientras me cepillaba, un
recuerdo de uno de los sueños de Kovis pasó por mi mente.
¡Suficiente! Me detuve.
Me miré por última vez en el espejo. Tan lista como nunca lo estaría.
Necesitaba relajarme.
Me crucé con Haylan, que volvía a su habitación tras un baño a juzgar por
lo que llevaba. Me dirigió una mirada de precaución, a mi cuello, como había
estado haciendo todo el sol.
—¿Vas a ir con el pelo mojado? —nunca había hecho eso. ¡Mierda! Ella se
dio cuenta.
Me encogí de hombros.
—¿No debería?
Levantó una ceja, pero no dijo nada más. Sentí sus ojos en mi espalda
durante todo el camino por el pasillo. No le había dicho a ella ni a nadie más
dónde iba a pasar la noche. ¿Para qué invitar a preguntas?
Me reí para mis adentros. ¡Espera a que no vuelva a salir esta noche!
El pelo de Kovis estaba mojado como el mío. Sin duda, olía de maravilla.
Pensaba averiguarlo. Se acercó a mí y se detuvo al alcance de la mano.
—Hace varias noches, dijiste que tenías que tocarme para que soñara.
—Lo hice.
—Ya que me vas a tocar toda la noche, ¿todavía tenemos que besarnos? —
las palabras salieron como un ronroneo.
—¿No quieres? —casi me atraganté con una mariposa. Levantó una ceja.
Me mordí el labio.
—Técnicamente, no —No iba a mentir. Mis mariposas se callaron. La hora
de la verdad.
—Quiero lo que tú quieres, Ali querida. ¿Y qué es eso? —Me agarró por los
antebrazos, su agarre era suave. Mis mariposas volvieron a volar.
—¿Para mí?
—Ya veo. ¿Pero es eso lo que tú quieres? —asentí con la cabeza, temiendo
decir más.
Kovis sonrió.
—Me viste anoche —Sonrió—. Olvidé que todo esto es nuevo para ti.
¿Disfrutas de la vista?
Dudo que pueda ponerme más roja. Podría combustionar en el acto. Le oí
reírse por el lazo.
¡Príncipe arrogante!
Retiró las mantas, observándome. Juré que lo hizo tan lentamente como era
humanamente posible. Finalmente se metió dentro, todavía sonriendo.
Me dirigí al otro lado de la cama y me quité los zapatos. Aparté las sábanas.
¿Qué hago? ¿Qué hago? ¡Qué incómodo!
—Cámbiate en mi baño.
—Hay una bata extra en la parte trasera de la puerta si quieres usarla —dijo
desde la otra habitación.
—Estuviste anoche.
—Lo sé, pero nunca me desvestí. Además, fue una emergencia. Pensé que
me necesitabas.
—Lo hice y ahora, al parecer, nos necesitamos mutuamente si queremos
burlar a tu padre.
Se rio.
Kovis gruñó y se movió. ¿Me había oído? Su respiración volvió a ser lenta
y constante. Dejé que el sueño me reclamara.
—Puede que hayamos engañado a la yegua —Esperé en voz alta—. Así que
paso uno, listo.
Sonreí al verlo.
Debería haberme emocionado. Quería ver más de mí. Pero desvié la mirada.
Empujé hacia atrás las mangas demasiado largas de la bata, recogí la tela
sobrante y me dirigí hacia su baño. Debía de ser una imagen bastante cómica. Al
llegar a la seguridad, me despojé de la bata y me miré en el espejo. Todavía no
estaba preparada para más intimidad. Pero no me decepcionaría. Él tampoco
estaba preparado. Llegaríamos a ese punto. Juntos.
—Buenos días.
Ulric sonrió.
Treinta y cuatro
Esto nunca haría dormir a nadie. Yo podría bailar. Me uní a los aplausos.
Pero nuestra alegría se detuvo cuando Hulda entró corriendo por la puerta
agitando un sobre. Saltó alrededor de las mesas.
—¡Tengo una carta de casa! —sus ojos verdes bailaban y su larga melena
pelirroja se agitaba.
—¡Oh! ¡Mamá dice que papá acaba de conseguir cortar a Rojo! —saltó del
taburete, lanzó los puños al aire e hizo un baile.
—¿Rojo? —pregunté.
—Un diamante rojo. Son las piedras más raras y valiosas. Todo el mundo
bromea con papá porque lleva tanto tiempo trabajando en él que prácticamente
se ha convertido en un miembro de la familia. Le han puesto un apodo.
—¡Dos años!
Vaya.
—El valor de una piedra depende del corte. Un tallador de gemas tiene que
decidir qué corte será el mejor para una determinada piedra en bruto para ocultar
sus imperfecciones y crear el mayor valor. Algunas piedras, como ésta, tardan
años en ser estudiadas y cortadas correctamente, incluso para un hechicero tan
dotado como papá. Mamá cuenta el tiempo que le llevó cortar un zafiro en forma
de lágrima. ¡Tres años! Él lo convirtió en un anillo y puso pequeños diamantes
alrededor de la piedra. Dijo que era absolutamente impresionante. El último
emperador lo compró para su emperatriz. Todavía no había nacido. El rojo fue
su proyecto más grande desde entonces. Se venderá por una buena suma —Hulda
aplaudió con locura.
Volvió a su carta. Todos los demás volvieron al trabajo. Un latido más tarde,
jadeó.
—¡Oh, no! Mamá dice que los rebeldes han atacado una de las minas. Jarin,
uno de mis hermanos, quedó atrapado en la lucha. Había estado comprando
piedras preciosas en ese momento —Se agarró al hombro de Myla—. Gravemente
herido —Sus ojos se agrandaron—. Mamá es una sanadora. Ella lo curó. Se está
recuperando, pero puede que nunca camine sin cojera.
Hulda se llevó una mano a la boca. ¡Otro ataque rebelde!
Este ataque, sólo una confirmación más de los grandes planes de padre. Él
sacaría todas las paradas, trabajando para aplastar la economía del Imperio de
Altairn, y ponerlo de rodillas con el fin de conquistarlo. Había eliminado
objetivos económicos estratégicos en cada una de las provincias de Elementis. Y
el número de víctimas aumentó.
Kovis me había mostrado un mapa del imperio marcado con todos los
lugares de ataque. No podía recordar todos los detalles, pero había deducido que
Padre se acercaba más y más a Veritas con cada uno de ellos. Estuve de acuerdo
basándome en la progresión que había esbozado. Hulda había dicho que
Mantellum estaba a sólo cinco soles de distancia, el ataque más cercano.
Sospeché que padre había estafado a suficiente Gente de la Arena para que
le ayudara a explotar sus cargos. Había intentado que yo lo hiciera. Me había
negado. ¿Pero cuántos otros no se habían enfrentado a él?
Pero lo que también había quedado muy claro para mí, es que ni siquiera
sacrificándome y regresando al Reino del Sueño podría satisfacer la insaciable
sed de poder de padre. Quería a todo el Reino de los Despiertos. Y no tenía ni
idea de cómo empezar a pensar en detenerlo.
—Una noche llegaste a mi habitación vestida con... poca cosa —movió las
cejas.
Sentí mi cara caliente. Sólo las sábanas nos separaban cuando se acostó a mi
lado. Deseé poder desterrarlas con un pensamiento.
Yo le devolví la sonrisa.
—¿Te ha gustado?
Kovis se rio.
—Habías tenido malos sueños. Por fin descubrí cómo tejerlos de nuevo.
Pensé en plantar uno que te dejara sin aliento —Solté una risita, y mi cara se
calentó aún más. Admitir mi fantasía equivalía a decirle lo que quería, o deseaba,
hacer con él—. Me alegro de que te haya gustado.
Su cuerpo se puso rígido, sus ojos se abrieron de par en par y su voz fue
dura.
Me senté, atónita. Nunca había previsto esa reacción. No había querido darle
sólo un sueño feliz. No, quería que fuera memorable. Y lo había conseguido.
El vapor habría salido de mis oídos si hubiera tenido la magia del agua.
Pensé que lo conocía, que lo creía mejor que esto. Se había llamado a sí mismo el
tonto. ¡Ja! Me miré en el espejo sobre su mesa de comedor.
Estúpida de mí. Había querido darle un gran sueño. Tendría que haber
dejado las cosas claras. Apreté la mandíbula e intenté alisarme el cabello. Se negó
a cooperar.
¡Maldita sea!
No había salido de su baño antes de que me fuera. Hice todo lo posible por
restablecer un poco de orden en mi aspecto, pero Allard me echó una mirada y
preguntó—: ¿Estás bien?
No me lo creí.
Me cambié, cené y me bañé con una nube de lluvia sobre mí. Hulda no
pudo hacerme reír, aunque lo intentó. Finalmente me envolvió en un abrazo,
rindiéndose a mi estado de ánimo. Su calor me recordó lo que había perdido.
Cómo echaba de menos a Velma.
Kovis estaba recostado en una silla frente a la chimenea, con los pies
apoyados en la pequeña mesa. Su pelo mojado, perfecto, como siempre. Su ropa,
impecable. Sin embargo, a diferencia del fuego, su mirada carecía de la calidez
habitual. La tinta de su tatuaje se había vuelto negro como el azabache.
Nada.
—Pero pensé...
Ninguna respuesta.
Humph.
Treinta y seis
Pero sabía que defender mis acciones sólo reforzaría el muro entre
nosotros, así que intenté ver las cosas desde su perspectiva. A medida que lo
hacía, iba comprendiendo poco a poco. Había intentado influir en él, empujarlo,
para que superara su congelación y compartiera un poco más de intimidad. Había
sido divertido. Pero tenía razón, lo había manipulado. No hasta el extremo de
Dierna, pero aun así lo había hecho.
Había jurado luchar por nosotros. Pensé que lo había dicho en serio en ese
momento. Ciertamente lo había hecho. Pero, ¿lo había hecho realmente?
Kovis se comportó tan frío conmigo como siempre, a pesar de que me había
disculpado. Se encerraba en sí mismo y sólo hablaba cuando era necesario.
Todavía sostenía mi mano cada noche, pero siempre apartaba la cara. El silencio
entre nosotros llenaba incluso nuestro vínculo. Me sentía muy sola.
Subí a la planta que albergaba las suites reales, como atraída por una cuerda
invisible. Dudaba que estuviera allí. No cerca de la puesta de sol. El vestíbulo
tenía obras de arte expuestas por todas partes, pero nunca me había parado a
apreciarlas. Estudié un cuadro con una versión joven del difunto emperador, con
su brazo rodeando los hombros de una mujer. La madre de Kovis, supuse.
Mientras que la visión de él me producía repulsión, la mujer desprendía un aire
regio. Joven, pero segura de sí misma, el mundo se inclinaba a sus pies. Ella no
tenía ni idea de que su vida se vería truncada, pero qué hijos tan increíbles dejó
como legado.
Volví a bajar dos pisos, pero me encontré con Kennan al subir, conversando
con un hombre al que no reconocí. Kennan oyó mis pasos y levantó la vista. Mi
angustia debió de manifestarse porque frunció el ceño y se excusó de su
conversación. El hombre se dio la vuelta y volvió a bajar.
—¿Estás bien?
—¿Podemos hablar?
—Mi príncipe —un guardia que no había visto antes nos saludó y alcanzó
el pomo de la puerta.
—Lamento oír que está siendo tan estúpido —respondió cuando terminé.
Lo sabía. Me encontré con sus ojos y abrí la boca, pero no supe cómo
responder. Nadie más que Kovis aceptaba mi verdadera identidad. Bajé la mirada
a las flores que tenía en mi regazo.
Pero Kennan seguía esperando una respuesta. Cerré los ojos, sabiendo que
lo molestaría con lo que dijera a continuación.
—¿Otra vez?
—Oh, Ali, no sé qué decir. Aquí pensé... —él negó con la cabeza.
4
Es un instrumento de cuerda similar al arpa de mano
—Lo sé. Es todo un cuento. Para ser justos, Kovis tardó en aceptarlo del todo.
—Me has demostrado que eres un buen hombre por dentro, así que sí,
perdono tu escepticismo y tu excesiva búsqueda de la verdad —Se desplomó en
el sofá mientras yo continuaba—. Pero no puedo perdonar la forma en que lo
hiciste. Hay que quemar ese libro de reglas y sustituir a muchos de tus guardias.
—Ese maldito libro es la razón por la que odio recibir nuevos prisioneros.
He intentado hacerlo de diferentes maneras, pero no responden a la gentileza. Y
cuando no consigo que confiesen.... —abrió las palmas de las manos,
suplicándome que lo entendiera.
—Kennan, entiendo que estás en una situación difícil, pero ambos sabemos
que lo que he experimentado no puede continuar. Puedes decir que es efectivo,
pero no es humano, y lo sabes. La forma en que reaccionaste durante mi
tratamiento me lo dice. Te está matando lentamente.
—No sé qué más has probado, pero seguro que tiene que haber otras formas.
¿Has solicitado ideas de ese Consejo Asesor que Kovis mencionó?
Asintió.
—Si recuerdas, dudé, pero cuando vi tu arte, tu música, tu tatuaje, supe que
tenías un buen corazón, a pesar de tus acciones.
—Si yo hubiera sido tú, no sé si hubiera podido ver más allá de todo eso.
—Sí que me probaste —dije con ligereza.
—Lo soy.
Me sonrojé.
—No.
Kennan se rio.
—Lo está. Pero imagina lo loco que sonaría si te dijera lo que acabo de hacer.
Pensarías que...
—Loco. Desquiciado.
—Exactamente.
Se inclinó hacia delante y me miró fijamente a los ojos, luego subió las
manos y me acarició suavemente la cara.
Kennan cerró los ojos y luego el estrecho espacio entre nuestros labios,
rozando suavemente los suyos contra los míos. Me sobresalté, pero rápidamente
caí en el beso. Lo profundizó y pasó su lengua por mi labio inferior. Sus labios.
Tan suaves como los de Kovis.
—Lo siento. No debería haberlo hecho —Se pasó una mano por el pelo, pero
ni sus palabras ni el gesto se correspondía con su media sonrisa.
—Debería irme.
Me aclaré la garganta.
Fendrel asintió cuando me fui. Kennan había tenido razón en una cosa.
Había permitido que el mal humor y las inseguridades de mi príncipe me
hicieran cuestionarme a mí misma. Me comprometí a ponerle fin.
Treinta y siete
KOVIS
Tomé la mano de Ali, con los brazos extendidos sobre la cama. A pesar de
que su tacto me inducía a dormir, el sueño no me había invadido. Mi mente se
agitaba como en los últimos atardeceres, reflexionando sobre lo que me había
hecho. Sabía que Dierna me había traicionado. Sin embargo, me había
manipulado de todos modos. Antes había percibido las emociones de Ali, pero
no me había molestado en investigar. No quería saber qué la había excitado.
Como lo haría un amante. Pero incluso mientras lo pensaba, sentí que mi corazón
se aceleraba.
Salté de la cama y cogí mi bata de donde Ali la había dejado a su lado. Abrí
la puerta de golpe. El guardia tropezó con sus palabras: Rasa estaba gritando y
no podían despertarla.
El guardia de la puerta, con los ojos muy abiertos, exhaló cuando pasé
corriendo. Kennan entró a toda velocidad detrás de mí.
—¡Rasa! —grité.
Aunque había sido testigo de las fechorías de mi padre, nunca fue más fácil.
Sentí que la bilis me subía a la garganta. Una mirada a los ojos huecos de Kennan
me dijo que compartíamos el horror.
Más gemidos. Rasa movía la cabeza de un lado a otro, con su pelo ceniza
oscuro cubriendo su rostro contorsionado. Intenté apartarlo a pesar de su
agitación y le froté la mejilla. Kennan le sacudió el hombro, pero Rasa siguió
soñando. Esto no estaba funcionando. Teníamos que despertarla.
Kennan levantó una ceja. Sabía lo que Rasa sentía por Ali.
—¿Qué pasa?
—¡Quiero ayudar, pero no puedo entrar ahí! ¡La yegua! Ha vuelto a tomar
la forma de tu padre, y está... —Ali no pudo terminar el pensamiento. Pero por
el asco que llevaba escrito en la cara, lo supe. Se me revolvió el estómago.
—¿Quieres que le haga lo que te hice a ti? —Sabía que eso era lo que diría.
Pero no me importaba. Mi hermana necesitaba ayuda.
—¿Así que está bien hacerlo si tu hermana está sufriendo, pero no si sólo
quiero compartir mi felicidad y mi agradecimiento?
—No te vayas. Por favor —Como príncipe heredero, podía ordenarle que
me ayudara, pero no quería hacerlo. Le rogaría si tuviera que hacerlo.
Ali esperó fuera mientras yo volvía con Rasa. Ella se agitó y casi me golpeó
en la cabeza cuando volví a subir a su cama. Pero la agarré del brazo e hice lo
que Ali sugirió.
—¡Ay! ¿Por qué has hecho eso? ¿Qué estás haciendo aquí? —exigió Rasa un
instante después, jadeando mientras me empujaba.
Ali se asomó a la puerta. Como era de esperar, Rasa frunció el ceño mientras
su respiración se estabilizaba. Antes de que mi hermana tuviera la oportunidad
de decir algo que sin duda lamentaría, le expliqué lo que había pasado.
—¿Vamos?
Ella asintió una vez y se dirigió a la puerta, sin esperar a que la siguiera.
—Le llevaré una poción para dormir cada noche, a partir de ahora —Sus
palabras fueron cortadas.
—Gracias —Esperé varios latidos antes de preguntar—: ¿Por qué crees que
la yegua la atacó?
Sacudí la cabeza.
Me pasé una ligera mano por el estómago. Uf. Me sentía tan asquerosa. Me
sujeté el abdomen. Eso hizo que me sintiera un poco mejor. Cuando me levanté,
sentí algo húmedo allí abajo. Al echar las sábanas hacia atrás, grité.
¡Este cuerpo era defectuoso! Ya lo había pensado antes, ¡pero no dejaba lugar
a dudas! Corrí al cuarto de baño de Kovis y me senté en el inodoro, levantando
mi turno.
Intenté respirar profundo. Tenía que haber una explicación. Una espesa
mancha de sangre roja y brillante fluyó en el recipiente debajo de mí. ¿De dónde
había salido todo eso?
Nada tenía sentido. Conocía los cuidados básicos de una herida. Antes de
vendarla, tenía que limpiarla a fondo.
Todavía goteaba.
Necesitaba vestirme.
Finalmente llegué al primer piso y pasé a paso de tortuga por las puertas
del comedor. Cuando llegué al escritorio circular que marcaba el comienzo de
las suites y salas de tratamiento de los sanadores, vi a Haylan.
Haylan se giró.
—¿Decirme qué?
—Vamos. Te ayudaré.
—No morirás por ello —Trató de tranquilizarme—. Dura tres o cuatro soles.
Puede parecer mucha sangre, pero en realidad no es tanta.
Exhalé.
—Todas las mujeres suelen experimentarlo una vez por luna hasta que
llegan a cierta edad.
—¿Cincuenta? ¿Y qué pasa con todo este exceso de sangre después de los
cincuenta?
Haylan se rio.
—¿Cómo es eso?
Ella se río.
—Deja que te enseñe cómo funciona esto.
—Oh, no me mires así. Nos hemos visto desnudas. —Asintió con la cabeza,
indicando que debía hacer lo mismo.
De algún modo, desvestirse ante ella me resultaba más incómodo que estar
completamente desnuda mientras me bañaba. No es de extrañar que fuera tan
tímida con Kovis, como si eso volviera a ocurrir. Dejé de lado la tristeza.
—Vale, cambia la toalla por el trapo. —Lo hice, y ella procedió a mostrarme
cómo enganchar el trapo en el cinturón.
Sonrió.
Me froté el abdomen.
Volvió enseguida.
—¿Prímula? ¿Es por esto por lo que la madre de Kovis olía como la flor?
Se río.
—¿Qué? ¿Cómo?
—La pareja de Hulda es uno de los guardias personales del Príncipe Kovis,
¿recuerdas? Las noticias así corren como la pólvora.
Hizo una pausa, se aclaró la garganta y dijo—: He querido sugerir algo, pero
no he encontrado el momento adecuado, teniendo en cuenta lo delicado del
asunto. Probablemente deberías empezar a tomar un anticonceptivo.
Sí, dice mucho. Ella no tenía ni idea. Deseaba que las cosas fueran como ella
creía.
—Ahora, a juzgar por tu mal humor los últimos atardeceres, supongo que
él es la causa de ello. Toda relación tiene sus retos, pero el compromiso suele
ayudar a solucionar las cosas. —Se rio—. Escúchame, sonando como una experta.
Esperó a ver si decía algo más, pero opté por permanecer en silencio.
—Casi, pero no. Como esta es la estación más calurosa, los hechiceros del
fuego siempre son los anfitriones de las fiestas de esta noche.
Y tenía razón. Casi al pie de la colina, justo por encima de los espesos
árboles, me giré y me quedé con la boca abierta. Miles de pequeños puntos de
luz se extendían por toda la colina que acabábamos de bajar. Formaban la figura
de un altairn. Pero los artistas no se habían limitado a perfilar un pájaro en vuelo.
—¡El pájaro tiene una sombra! Las llamas. Algunas parecen más tenues que
otras. ¿Cómo lo han hecho?
Swete se rio.
—Eso es parte del encanto de estos diseños. De alguna manera hacen que
una simple llama haga más. Es un secreto muy bien guardado entre los
portadores de fuego.
—Pero ¿cómo es posible cambiar la intensidad con la que arde una llama?
—Insistí. Nunca había visto nada parecido.
Al parecer, los portadores del fuego tenían más hazañas que esa "simple"
exhibición. Un portador del fuego transformó su llama en una linterna y luego
añadió una vela de hielo. ¡Pero la vela no se derritió! Pasamos a ver varias
exhibiciones más sorprendentes. No tenía ni idea de que el fuego pudiera
manipularse de tantas maneras.
—Me alegro de verte aquí. —Kennan me saludó y luego miró a mis amigas,
que se quedaron congeladas, sin palabras.
—Resulta que ese hermano mío está en otro de sus estados de ánimo y no
tiene ganas de celebrar. Por cierto, nunca te agradecí lo que hiciste por la
emperatriz.
—No fue nada. —En voz baja, refunfuñé—: No parece que lo haya
apreciado.
Mis amigas habían estado escuchando y, a juzgar por sus ojos muy abiertos
y sus bocas abiertas, se maravillaban de la conversación tanto como de mi soltura
con el príncipe.
Hulda soltó—: ¡Eh, vamos a ver a ese hechicero que hizo flores de fuego!
Hasta luego, Ali.
Antes de que pudiera decir nada, agarró a Haylan del brazo y la arrastró.
Las demás la siguieron, sonriendo. Haylan miró hacia atrás y se encogió de
hombros, pero sus ojos bailaron.
¡Traidoras!
—Ah. Bueno, ya que parece que te han abandonado, déjame ser un buen
anfitrión y hacerte pasar un rato divertido. ¿Tienes sed?
Kennan sonrió.
—¿Qué es?
—Espera y verás.
Después de pasear por los caminos atascados entre los puestos de comida,
Kennan se detuvo frente a una plaza acordonada. La gente se apiñaba en torno a
islas de mesas altas, repartidas al azar. La fila se llenaba de gente que se acercaba
a tomar una taza de bebida de color rojizo. Cuando terminaban, se giraban y
exhalaban. De sus bocas salía una llama. Exhalaban fuego como dragones.
—¿Cómo no se queman?
—¿Quieres uno?
—¡Sí!
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se dicen que es un ritual religioso o ceremonia que consiste en rociar una bebida en ofrenda a
un dios en especial
El asistente nos dio preferencia al príncipe y a mí, y pronto tomé un sorbo
del brebaje.
—¿Estás bien?
Kennan negó con la cabeza mientras daba un trago al suyo, y luego se pasó
una mano por la frente húmeda.
Incliné la cabeza hacia atrás y bebí de un trago el resto, como los otros que
estaban cerca de nosotros. Kennan levantó las cejas.
Una llama amarilla y naranja salió disparada de mí. Parecía que el calor de
mi paleta la había alimentado. Cerré la boca, cortando su aire, y luego repetí.
Cuando nuestro silencio mutuo se hizo largo, Kennan dijo—: Tengo que
decir que tu historia fue...
Sonrió.
—Es mejor mantener una sorpresa. Pero como sabrás, la realeza tiene sus
privilegios. Acompáñame.
Pasamos por delante de los artistas callejeros que habían ido más allá de los
límites del Distrito de los Artistas para las festividades de la noche, alrededor de
los puestos que vendían aromáticas y, sin duda, sabrosos bocados, y a través de
carpas que exhibían baratijas para marcar la celebración. Los taxis acuáticos
transportaban a los juerguistas por el canal a nuestra izquierda.
Parecía que el edificio del Consejo, con su habitual despliegue de las siete
afinidades, se había atenuado por la noche, ya que se mantenía como un centinela
oscuro a nuestro paso. Finalmente, rodeamos un edificio contiguo y subimos por
unas escaleras que subían por el lateral hasta el tejado. Nada menos que cien
malditos escalones, por lo que parecía.
Me había entrenado, pero aún respiraba con dificultad —no, jadeaba como
un perro hiperventilado, más bien— cuando llegamos al rellano. No había subido
desde la planta baja del castillo hasta las suites reales, y eso se notaba. La
respiración de Kennan, junto con sus dos sombras, seguía siendo uniforme.
Presumidos.
El edificio daba a la colina donde aún ardía la imagen del Altairn. El edificio
del Consejo se inclinó ante nosotros.
—Esta es la primera Noche de San Juan de Alí, y sus amigas parecen haberla
abandonado, así que le he enseñado los alrededores.
Estudié cada movimiento de Kovis con el rabillo del ojo. Nuestros besos
habían cesado, nuestro apretón de manos rozaba la incomodidad. Todavía no se
había disculpado por su doble moral en nombre de Rasa ni por la distancia que
seguía imponiendo entre nosotros. Estaba claro que no me había perdonado por
mi transgresión... por haberle dado dulces sueños en lugar de los apestosos que
solía tener.
—Aww —Me quejé, yo sola, sin saber lo que iba a pasar a continuación.
Miró a Kovis y luego me dedicó una media sonrisa empática. Sabía que me
dolía. Que luchaba.
Sacudió la cabeza una sola vez, y supe que sabía que no había nada que
hacer al respecto. No hasta que Kovis decidiera entrar en razón. La única
pregunta que quedaba era cuánto tiempo podría ser eso.
Un portador de fuego encendió un barril. Volví a concentrarme. Haylan
me había hablado de esta parte de la noche, pero con todas las festividades, lo
había olvidado. El hechicero esperó a que las llamas brotaran de ambos extremos
antes de soltarlo para que rodara por la empinada colina. Se unieron más
portadores de fuego hasta que innumerables de ellos se precipitaron ladera abajo.
La multitud lanzó un rugido. Los barriles en llamas destacaban sobre la colina
negra. Y comprendí el simbolismo de la renovación que mencionó Kennan, pero
que Haylan había explicado: en un crisol, el fuego quemaba las impurezas, o lo
que era efímero, y dejaba sólo lo que tenía un valor verdadero y duradero.
Se oyó otro rugido, señalando el final del saludo. Kennan chocó las copas
conmigo con entusiasmo. Kovis lo imitó, pero sin entusiasmo. En cuanto a Rasa,
bueno, Rasa estaba siendo Rasa.
Nosotros, junto con las dos sombras de Kennan, nos dirigimos de nuevo a
la montaña de escaleras, descendiendo mucho más fácilmente. Una vez que
llegamos al suelo, Kennan se volvió hacia mí y me dijo—: Has aguantado bien.
Siéntete orgullosa de ti misma.
Sonrió.
—Digamos que tenía curiosidad por ver cómo te iba. —Fruncí el ceño,
provocando una risa—. Te pareces a Rasa cuando haces eso. —Arrugué la cara
con más fiereza, si es que eso era posible, y Kennan rugió—. Y ahora pareces una
rana —me pellizcó la nariz.
Kennan sonrió.
—Sí, pero es doloroso. Tengo que decir que estás logrando lo que Rasa y yo
no pudimos. —Kennan dejó caer los hombros, sin miedo a revelar lo que sentía.
Le reforzaría a Kennan que sólo éramos amigos. Sabía que no haría nada
que perjudicara su relación con Kovis. No me perseguiría. No a menos que yo le
diera una razón para hacerlo. Suspiré en silencio. Esta era mi historia, y me
ceñiría a ella sin importar que pudiera ver agujeros en ella.
Subimos, subimos y subimos por las escaleras circulares, hasta que por fin
llegamos al pasillo que separaba las habitaciones de los dos príncipes. Intenté
ocultar mi jadeo, aunque Kennan lo notó.
—¿Qué?
Allard nos saludó. Vigilaba las habitaciones vacías de ambos príncipes. Nos
detuvimos frente a la puerta de Kovis, la de Kennan justo enfrente.
Así que esta sería una típica sesión del Consejo, parecía.
Su papada se agitó como lo había hecho la noche en que había visto a Ali
comandar un ciclón de arena en la fosa.
La tribuna empezó a zumbar. Varios me miraron con los ojos muy abiertos,
comprendiendo exactamente lo que implicaba: que los dos estábamos
vinculados. Rasa y Kennan tuvieron el buen sentido de no reaccionar mientras
observábamos desde nuestras posiciones elevadas. Nos sentamos justo debajo de
la imponente escultura mural de un altairn que marcaba la cabecera de la cámara.
La luz iluminaba la madera de haya sobre la que colgaba el adorno. El efecto
creaba un resplandor detrás de nosotros y nos hacía parecer dioses, un
recordatorio visible del poder que ejercíamos entre los tres.
Las voces de los miembros del Consejo se alzaron alrededor de la gran mesa
circular en la que estaban sentados. En la tribuna de más allá se escucharon gritos
de júbilo. Beecham hizo un buen trabajo para suscitarlos. Se volvió para
compartir todo lo que había desenterrado. Había oído hablar de su investigación.
Había hablado con todos y cada uno de los que habían estado en contacto con
ella, tanto si les había asustado como si no.
A Ali le encantaban las plantas y, al parecer, desde que las cuidaba, varias
habían crecido a un ritmo nunca visto. Había resultado útil cuando un paciente
había necesitado desesperadamente una poción que requería una planta de
crecimiento particularmente lento.
Qué cosa por la que ser culpable. Pero su punto no podía ser más claro. Ali
era poderosa. Y diferente.
—Lord Beecham, ese interrogatorio no tenía nada que ver con el tema que
tanto parece preocuparle en estos momentos, es decir, sus poderes.
—¿Y qué quieres que haga? —preguntó Rasa—. Ella está recibiendo
entrenamiento bajo la supervisión de los dos príncipes, así como del Maestro
Jathan. ¿Qué mejor educación se puede esperar?
Varios representantes sonrieron, sin importarles que ella los llamara. Otros
se miraron entre sí. Unos pocos a sus manos. Tomé nota mentalmente de cuáles
eran, y no me gustaron los números.
—¿Qué significa eso? —No sonaba bien. Una sensación de vacío me llenó
la boca del estómago.
—No entiendo.
—Las provincias que conquistamos son todas no mágicas. Sus líderes son
salvajes y sólo entienden el poder. Para mantenerlos a raya, Elementis tiene que
mostrarles regularmente lo poderosos que son los hechiceros. Esa demostración
se hace en forma de una competición bianual llamada Los Noventa y Ocho.
Me mordí el labio.
—A veces ni siquiera eso. Muchas veces el ganador muere por sus heridas.
—¿Están equivocados?
—No.
Me había quedado solo con las plantas podridas. Y mis pensamientos. Como
había planeado. No estaba de humor para conversar. Las palabras de Kovis me
perseguían y consumían. Intenté tararear para calmarme, pero no pude. Hundir
las manos en el suelo arenoso ayudó un poco, pero no lo suficiente.
—Siento que te veas atrapada en medio de esto. ¿Quieres hablar? —eso fue
lo que dijo.
Cómo extrañaba a Velma. Ella había sido la única razón por la que no me
había quebrado por el abuso de Padre. Ansiaba desahogar mis problemas con
ella y que me hiciera entrar en razón. Mis emociones se dispararon y debieron
activar nuestro vínculo porque sentí que algo se agitaba en mi cabeza, pero Kovis
permaneció en silencio.
En el rincón más alejado del jardín, donde limpiaba las malas hierbas, no
pude ver lo que había sucedido. Me levanté como un rayo y me sacudí el polvo
mientras corría hacia el lugar de donde provenía el sonido.
Uno de los dos hechiceros extendió una mano e hizo bailar una llama en
su palma. Aunque no lo dijo, la amenaza era clara: si me resistía, me encontraría
con algo más desagradable.
—Parece que hemos atrapado a una pequeña sanadora. —Su fornido líder
bromeó desde el otro lado del camino—. Nos será útil.
Hice caer mi tacón sobre la parte superior del pie de mi captor con toda la
fuerza que pude reunir.
—¿Qué pasa, Dest? ¿El mosquito tiene dientes? —bromeó el matón de pelo
castaño. Sus ojos bailaban, pero tenían un aspecto extraño. Nublados. En ese
instante, mi memoria le dio sentido a esa molestia anterior. El pelirrojo había sido
uno de los hombres que cargaban largas cajas en el castillo la noche en que me
encontré con ellos. Había estado oscuro, pero me fijé en su singular color de pelo.
Notó mis ojos muy abiertos y se rió—: Te acuerdas de mí. Nos hemos estado
preparando para esto delante de las narices de la corona.
El portador del fuego me miró con ojos muy abiertos. Oh, sí.
—¡Falk! —el portador del fuego gritó por su compañero que se retorcía
consumido por las llamas.
El aire se volvió rancio cuando la carne se encontró con las llamas. Mi
primera muerte. El pensamiento fue registrado, pero no me hirió. Había tratado
de dañarme, incluso de matarme. No sentí ninguna pena.
Fuego y Aire.
¡Espera! Tenía un arma más. En el caos, no había sacado la daga que tenía en
el brazo. Sin pensarlo, tiré de la hoja y grité al lanzarla contra él. Fallé por
completo. Nunca había lanzado una daga; ¿qué había esperado?
Cuando llegué al Reino de los Despiertos, sabía que una existencia mortal
significaba un final. Pero nunca imaginé que llegaría tan pronto. Esperaba que
Kovis y yo pudiéramos construir un futuro juntos. ¿Era este realmente todo el
tiempo que teníamos?
Me derrumbé.
Risas. Gritos confusos. Fue todo lo que oí cuando el gris me hizo recobrar
la conciencia. Luego, más dolor punzante mientras alguien arrancaba lo que me
había empalado. Me agarré al suelo. Me esforcé por mover las piernas. Pero no
pude. El dolor. Mi única compañía. Luché contra la oscuridad. Mis poderes.
Agotados. Drenados. Quería más tiempo. Pero no me quedaba nada. Habían
ganado. Me rendí a la oscuridad.
¡Tenía que encontrar a Ali!
Había oído sus gritos, sentía su agonía a través de nuestro vínculo. Hasta
que todo se quedó en silencio. Demasiado silencioso. Entré en pánico. Ignoré las
súplicas de Allard y Cedric de que me pusiera a cubierto. Recé a los dioses, al
Cañón, a cualquiera que me escuchara. No podía estar muerta.
¡Háblame, Ali!
Pero, sin embargo, suplicó. Una daga se clavó en la pared un instante antes
de que pasara, pero seguí adelante.
En el caos, nadie nos prestó atención. Divisé a una de las amigas de Ali,
aunque no recordaba su nombre.
—¿Has visto a Ali? —le rogué a la pelirroja, agarrándola del brazo para
detenerla.
Ella captó el pánico en mis ojos. Los suyos se agrandaron y se quedó con la
boca abierta.
—¡No! ¡Estaba desyerbando antes! —se movió como si fuera a correr a los
jardines, pero la detuve.
Señaló una puerta que colgaba de una de las bisagras y me puse en marcha.
Sorpresa.
Como una daga clavada en mi corazón. Cadby me era leal. ¿Por qué iba a
atacar? Todo se sentía al revés. No podía ser un rebelde. Sus ojos. Parecían
nublados. ¿Qué le había pasado? Nada tenía sentido. Cadby lanzó la hoja. Apenas
me recuperé de la conmoción a tiempo de apartarla con una ráfaga.
Cadby me lanzó una daga de hielo. Me mezclé con ella y seguí corriendo.
¿Dónde estaba ella? El silencio del jardín era estrepitoso.
—¡Ali!
—¡Ahí dentro! —se dirigió a una sala de tratamiento. Me giré y le seguí los
pasos.
—Sus poderes están casi agotados —dijo Jathan mientras movía las manos
por encima de su cuerpo—. Pero no es inesperado después de la batalla que
parece haber librado. Sus canales no parecen haber sido dañados.
Aceptaría cualquier buena noticia. Exhalé. Se veía tan pequeña. Tan pálida.
Le aparté el pelo de la cara.
La aprendiz tomó dos vendas y las puso a cada lado del brazo de Alí. Luego
me miró a mí. A pesar de mi posición, no dudó. Lo agradecí.
Otra de las amigas de Ali, Haylan creo que se llama, volvió con Myla. Como
era de esperar, los ojos de Haylan se abrieron de par en par, pero reprimió la
emoción y le cedí mi puesto mientras se ponía a trabajar para ayudar a Myla.
Todos ayudamos.
—Rápido —ladró.
Colocamos a Ali boca abajo. No esperé a que me dijeran qué hacer. Cogí
más vendas de donde Myla las había sacado antes y las puse en las manos de
Jathan, que esperaba, mientras las dos aprendices reanudaban sus atenciones.
—Esta daga tenía veneno. Por eso no coagula. ¿El arma seguía ahí?
Necesitamos saber de qué tipo.
—¡Cedric! ¡Registra el área y mira si puedes encontrar una daga que pueda
haber sido usada en su espalda!
Él movió la cabeza.
Me giré para ver a los tres sanadores rodeando a Ali, con las manos casi
tocando su espalda, con los ojos cerrados en señal de concentración.
—Gracias —grazné.
El maestro inhaló.
—Seré sincero, eso estuvo cerca. Pero su corazón vuelve a latir. Ha perdido
mucha sangre. Y quién sabe qué le está haciendo el veneno.
—Mi príncipe —dijo Cedric, asomándose. Asentí y entró. Tenía dos dagas
en la mano—. Las encontré con Cadby.
El ataque había sido sofocado a juzgar por la falta de caos en la puerta. Los
sanadores habían limpiado a Ali y la habían trasladado a una sala de recuperación,
donde me senté en una silla a su lado, sosteniendo su mano.
Puse mis labios en una línea y cerré los ojos, manteniendo a duras penas la
compostura. No hablaría de su estado, no pronunciaría una pista sobre el
resultado... Apretó cuando me senté de nuevo, y luego acercó una silla para él.
Volví a tomar la mano de Ali y continué acariciándola.
Había alejado a los demás para que no pudieran ver mi verdadero yo. Me
asustaba mucho estar expuesto y vulnerable. Ali ya entendía el infierno por el
que habíamos pasado mi familia y yo. Y no nos juzgó. De hecho, nos respetó,
dijo que le habíamos dado esperanza en su infierno.
Ella me había dado una salida para hablar de nuevo, más fuerte que mi
oscuridad.
Ella había hecho mucho por mí, a pesar de mí. ¿Y qué había hecho yo a
cambio? No nada, pero tampoco mucho. Cuando el Consejo reveló sus intrigas,
hablé con los miembros del Consejo que podrían ser influenciados. Un comienzo
lamentable en relación con todo lo que había hecho. Sabía que no era una
competencia, pero, aun así.
—La amo —No podía creer que hubiera dicho esas palabras. Se me
escaparon. Pero lo sabía, tan seguro como que era príncipe heredero.
Sentí que la humedad salía de mis ojos. Ella me había ayudado a sentir de
nuevo.
Kennan me miró.
—Creo que sí. —Me limpié la humedad que resbalaba por mis mejillas—.
Significa que me abriré a que me lastimen. A arriesgarme a que me rompan el
corazón otra vez.
Kennan asintió.
—¿Algún cambio?
Había sido una noche muy larga. Me había mantenido en vigilia, sin
permitirme dormir por si Ali necesitaba algo. A pesar de probar un remedio
diferente, el color de Ali se había vuelto fantasmal.
Tragué saliva.
No era cuestión de darle más sangre. Nuestra magia fluía a través de nuestra
sangre, la única de cada hechicero. Los hombros de Jathan se desplomaron.
Levanté la vista.
Vamos, Ali.
Puso a prueba mi paciencia. Pero envié más y más aire dentro de ella, muy
lentamente.
—Creo que es suficiente por ahora —dijo finalmente Jathan—. Vamos a ver
cómo responde.
Y así lo hicimos.
La observé. Le tomé la mano. Creo que nunca había sentido por otra
persona lo que sentí en ese momento. Tal vez la euforia por su progreso me
estimuló, pero en esos preciosos latidos, mis temores a ser vulnerable con ella de
nuevo se desvanecieron. Ansiaba compartir todo mi ser con ella.
Kovis,
Rasa.
—Huelen la debilidad —Solté una risa macabra—. No creas que la vid del
castillo no reaccionará.
Había intentado leer, pero mi mente daba vueltas a lo que Kennan me había
compartido. ¿Tenía razón? Maldito sea por dar vida a mis insensatas esperanzas.
Había rumiado lo que había insinuado, pero no me había permitido creer que las
cosas pudieran haber cambiado entre Kovis y yo. Había intentado ignorar las
mariposas. Sirenas volubles.
—Débil y dolorida, pero Jathan dice que estaré bien. Dijo que tengo que
hacer que me cambien las vendas con regularidad hasta que mis heridas estén
completamente curadas, pero aparte de eso, pensó que preferiría tus habitaciones
a una sala de recuperación. Kennan estaba allí cuando me desperté.
—Él me lo dijo.
—Dijo que le habías hecho una promesa, ya que tenías que irte.
—Lo hice. Dijo que te trajo aquí después de que Jathan te diera el alta a tres
soles de reposo.
Kovis suspiró.
—Sí, hay un rumor que circula en ese sentido, sin duda iniciado por algunos
de los miembros del Consejo. Llevo toda la tarde defendiéndote.
—¿Y?
—No puedo decirles muy bien que tu padre está detrás de los ataques.
Imagina lo que pasaría. Así que es mi palabra contra la suya de que eres inocente.
—Se pasó una mano por el pelo revuelto, empeorándolo—. Ali, por favor, confía
en mí cuando te digo que estoy haciendo todo lo que está en mi mano para
desacreditar sus argumentos.
—Lo hago. Sé que te esfuerzas al máximo. Bryce me dijo que hiciste una
especie de magia y lograste retrasar la votación.
—Sí.
Kennan había pasado casi toda la tarde conmigo, me di cuenta. Mucho para
un príncipe que seguro que tenía otros asuntos que atender con una investigación
sobre el ataque y los esfuerzos de recuperación en marcha. No había pensado
nada en ese momento, pero entonces no podía leer su mente. ¿Todavía albergaba
esperanzas secretas? Había dejado clara mi posición.
—¿Por qué Kennan no tenía que estar en la reunión del Consejo? —redirigí
mis vacilantes pensamientos.
—Habría mandado a buscarlo si no pudiera retrasar la votación. Mira, estoy
cansado. No quiero seguir hablando de Kennan ni del Consejo. —Exhaló con
fuerza—. Quiero hablar de nosotros. —Su sonrisa salió de su escondite y se me
cortó la respiración. Se volvió hacia Allard, que fingió no escuchar—. Puedes
irte.
La puerta ni siquiera se había cerrado con un clic cuando Kovis volvió sus
ojos hambrientos hacia mí. La luz revelaba unas ojeras.
—No has dormido. Kennan dijo que te quedaste conmigo toda la noche.
—Lo hice. Ali, te debo una disculpa. —Sus palabras salieron a borbotones.
—Lo sé. He sido un estúpido. Casi te pierdo. Si hubiera... —Kovis negó con
la cabeza.
—¿Si hubieras...?
—Nunca he visto un pelo tan ondulado y rubio. —Forzó una risa, y luego
llevó una mano a mis mechones. Se tomó su tiempo para recorrerlos—. Y unos
ojos violetas increíbles. Eres impresionante.
Suspiró.
—Sí.
—No, en absoluto. Pero admitir que has desbordado mis seguras y cómodas
paredes no es fácil. Me has empujado a un territorio desconocido e incómodo. —
Me miró fijamente a los ojos—. Ali, tengo miedo.
—¿De mí?
Sacudió la cabeza.
Asentí.
—Definitivamente.
Acarició mi cara.
—¿Puedo besarte?
Hice una pausa mientras miraba esos profundos charcos de azul y avellana.
—Dijiste que la gente solía tomar todas las decisiones y nunca te consultaba.
He decidido que es hora de cambiar. —Su voz se entrecortó.
Mi corazón se aceleró.
—Puedo parar.
Pasé mis dedos por sus mechones oscuros, empeorando aún más el
desorden.
—Este sol ha sido difícil para los dos, ¿nos vamos a la cama?
Kovis sonrió.
—Deja que me bañe. Será rápido —me besó una vez más antes de separarse.
Puse los ojos en blanco, pero no pude reprimir una sonrisa de vértigo.
Kovis salió de su baño con nada más que una sonrisa traviesa y una toalla
envuelta alrededor de sus caderas.
Se rio.
—Uh huh. —Intenté parecer aburrida, pero todo mi cuerpo era cualquier
cosa menos eso.
—¿Te gustaría dormir... más cerca... esta noche? —La voz de Kovis vaciló.
Tan dulce. Tanto poder y a la vez miedo de lo que diría. Asentí lentamente. El
alivio se reflejó en sus palabras—. Entonces ven aquí. —Sus ojos brillaron cuando
se fijaron en los míos. Acarició la cama a su lado.
—¿Estás seguro?
—Mejor no.
—Oh.
Subió las piernas para acurrucarme el trasero y me rodeó con los brazos,
apoyando una palma sobre mi abdomen. Me acurruqué en el capullo que había
creado, apoyando la cabeza en su brazo.
—Muy bien.
—Gracias.
Kovis se agarró el pelo y se paseó ante mí. Nunca lo había visto tan alterado.
—¡Está dejando que te utilicen! ¡De todas las personas! Ella sabe lo que es ser
utilizada.
—¿Qué ha pasado?
—¿Qué iba a hacer yo? ¡Eso es lo que ella dijo! —Kovis sacudió la cabeza—.
Como te culparon del atentado, pensó que votar en contra de la moción crearía
disturbios civiles.
Una broma de mal gusto. Toda la situación. ¿Cómo había pensado que
podría vencer a los dioses escapando al Reino de los Despiertos? Me habían
dejado engañarme a mí misma. Pensar que me había liberado. La broma era para
mí. Sólo que no me había dado cuenta. El Cañón y los dioses a los que había
cabreado se estaban vengando. Siempre ganaban. Al parecer, Padre tenía una
influencia considerable, y se habían puesto de su lado.
Kovis me atrajo hacia sí, tragándome en un abrazo.
—Lo siento mucho, Ali. He fallado. Rasa no lo admitiría, pero creo que
espera que ganes por razones egoístas. Como campeona de la corona, puede
exigir, entre otras cosas, que tu premio sea el fin de Los Noventa y Ocho.
—¿Puede?
—Ella sabe que nos hiciste dormir a Kennan y a mí. Supongo que piensa
que puedes hacer lo mismo a lo largo de la competición antes de derramar sangre,
al menos dentro de tus rondas.
—¡Claro que no! Pero te está utilizando. Eso es lo que me molesta. —La
amargura se extendió por sus palabras.
—Yo también. —Sus brazos se apretaron como si dijera que lucharía contra
los propios destinos antes de dejar que me arrastraran.
—¿Crees que puedo ganar? —salió un susurro.
—¿Cuándo es?
—En total.
—El lado bueno es que, una vez que ganes, silenciarás al Consejo. Si vuelven
a intentar algo así, se arriesgarán a la ira del pueblo al que representan. Nos
aseguraremos de ello. Están jugando su única mano.
Asentí con la cabeza. Sabía que tenía razón. Tendría que creer
honestamente, en el fondo, que podía ganar.
Yo amaba a Kovis, más allá de las palabras. Anhelaba un futuro con él. Pero
¿podría unirme al derramamiento de sangre para lograrlo? Mi estómago se
revolvió. Sabía la respuesta. Entendía la posición de Kovis. Había pasado por su
propio infierno personal últimamente y me había confesado su amor. Era feroz,
apasionado, comprometido.
Suspiró.
—Tú, Ali querida, puedes ser mi salvación en algo más que asuntos del
corazón. Gracias por no doblegarte a lo que yo quiero. Te quiero aún más por
ello. Estoy acostumbrado a salirme con la mía. Llámame infeliz. Por mucho que
quiera que luches por nosotros, tienes razón, ves esto como sacrificar vidas por
nuestra felicidad. No puedes unirte a eso, y no deberías.
Yo le tomé la cara.
Sonrió.
Asentí con la cabeza. Esta era una causa por la que valía la pena luchar, algo
a lo que podía unirme. Me sostendría en los tiempos difíciles que se avecinaban.
Fruncí el ceño.
—Pensé que habías dicho que las nuevas provincias sólo entienden de
poder. Seguramente no les importa el honor y la dignidad. —Kovis levantó una
mano.
—Okaaay.
—Como es en Eslor, puedo suponer que las multitudes del estadio serán
principalmente guerreros, más que hechiceros. No reaccionarán amablemente
cuando se enteren de lo que te ha pasado, de cómo has acabado siendo una
competidora en ese campo en contra de tu voluntad, y sobre todo de por qué. El
Consejo no tiene ni idea de lo que acaban de desencadenar. Nos encargaremos de
ello. —El rostro de Kovis era de piedra, sus ojos duros.
—Pero si gano, ¿qué pasará entonces? ¿No es eso lo que quiere Rasa?
—¿De verdad crees que permitirán que Los Noventa y Ocho, una
competición regida por sus reglas y su código de conducta termine sólo porque
Rasa aborrece el derramamiento de sangre? No temen a la muerte. Para ellos es
una consecuencia necesaria. Sólo cuando mi padre instituyó Los Noventa y Ocho,
los líderes de las nuevas provincias finalmente lo respetaron, dejaron de luchar
contra nuestras fuerzas y prometieron su lealtad. Rasa no entiende eso.
Kovis me condujo a través de una sala con armas de todo tipo alineadas en
las paredes. Varios soldados, tanto hombres como mujeres, se pusieron las pieles
de combate. El sonido de los martillazos se escuchaba desde una puerta a la que
nos acercamos como la primera vez que estuve allí. La herrería. Giramos un poco
más allá y entramos en otra sala. Abundaban los estantes de pieles de combate.
Kovis observó los indicadores y luego se dirigió a una fila con tallas más
pequeñas que parecían ajustarse a mi pequeño cuerpo.
—Cada mago tiene un juego de pieles hecho a medida, pero guardamos más
por si acaso. —Se detuvo ante uno, sobre el que un marcador indicaba ‘’Juvenil’’.
Me pasé una mano por el brazo mientras Kovis decía—: No son bonitos,
pero los apreciarás. Evitan que el cuero te roce la piel.
Debía saber que había despertado mis emociones, pero no hizo ningún
comentario, y no sentí nada a través del vínculo.
Aguafiestas.
—No te preocupes. Esta noche te tomarán las medidas para tus propios
cueros —dijo. Sólo pude asentir. No podía hacer esto. Me moriría.
—¿Lista?
—Esa es mi Ali. Ahora vamos, veamos qué clase de monstruo puedo hacer
de ti. Tus competidores se van a mojar.
—Antes de trabajar con las armas, quiero evaluar tu estado físico. —tomó
dos almohadillas y las deslizó sobre sus guanteletes, luego se detuvo a mi lado.
—Quiero que pruebes algunas patadas. Ponte con el pie izquierdo delante y
coloca el derecho cómodamente detrás y a un lado. Así.
Me moví, imitando.
—Sube la pierna de atrás hasta que la rodilla esté cerca del pecho. Así.
Comprueba.
—Y paso.
Comprueba.
Si hubiera sabido lo que Kovis quería decir con eso, habría tenido el buen
sentido de temblar.
La verdad es que cada ejercicio que hacíamos, todos ellos con dificultad, me
hacían ver lo poco preparada que estaba para el reto que me esperaba. Una luna
y media. Eso es todo lo que teníamos. No había manera.
Risas.
La mañana me había agotado físicamente y, a medida que los rayos del sol
se hacían más largos, el agotamiento mental me abrumaba. Había dado todo lo
que tenía. Al igual que Kovis. Había cumplido su promesa, lo mejor para lo mejor.
Pero no estaba segura de que mi mejor esfuerzo fuera suficiente.
Llegamos a las escaleras que suben a las suites reales. Cinco pisos para subir.
Me aferré al pasamanos. Intenté subir el primer escalón. Realmente lo hice. Pero
cada uno de los músculos de mi cuerpo gritaba. No pude hacerlo. Estaba muy
dolorida. Sin decir una palabra, Kovis me tomó en sus brazos y ascendimos.
Tan ligera. Me sentí como un pájaro volando. La gente con la que nos
cruzamos sonrió y me deseó lo mejor. Se habían enterado. El castillo había
recogido el rumor que Kovis había iniciado. Para cuando terminara con el
Consejo, sabrían que estaban fuera de su alcance.
Seguramente había cosas coquetas que podía decir, pero mi cerebro apenas
podía formar una frase coherente. Asentí con la cabeza.
—Podrías ahogarte.
Sí, eso no sería divertido. No me tendrías para torturarme.
Kovis sonrió. Deberías ver lo que hacemos pasar a las tropas. Buscó el botón
superior de mi chaqueta y me miró a los ojos. Volvió a pedirme permiso. Asentí
con la cabeza.
Se rio.
—Considéralo un incentivo.
Sonreí.
Me desplacé a un lado de la cama alta y dejé que mis pies colgaran mientras
me estiraba.
Una prímula con una nota adjunta adornaba la mesita de noche. Junto a ella,
una lata. La abrí y olfateé. Y casi me dio una arcada. Oveja húmeda con un toque
de menta—lanolina. Para los músculos doloridos.
Ali,
Tu amiga, Haylan
—Te habría comprado los mejores perfumes, cualquier cosa que deseara tu
corazón, si me lo hubieras pedido.
—Sí.
Nos pusimos el traje. El olor de mis cueros prestados combinado con la oda
de ovejas mojadas, oh, chico. Maloliente, era un eufemismo.
—Lo mejor para lo mejor. —Me burlé de Kovis, al ver su nariz respingona.
Su única respuesta fue—: Si vas a hablar mal, dame cincuenta saltos de taco.
—No.
—No te perderé, Ali. —Salió un gruñido—. Me mata ser tan duro contigo,
pero me temo que... —sacudió la cabeza—. Sé lo que te costará estar preparada.
Estoy luchando por el equilibrio adecuado.
Mi estómago se tensó. Kennan me había ofrecido consuelo. Había repartido
dolor.
—Sé que me quieres. También sé que estás haciendo lo que crees que es
mejor para prepararme. Quiero ganar. Tú, haciendo esto, es la única manera en
que lo haré. Tenemos que salvar el Reino de los Despiertos.
Había sido ingenua al pensar que el sufrimiento era sólo mío. Él también
sufría. Sólo que de forma diferente.
Aunque estaba agotada, me sentía sin aliento con cada botón que soltaba.
Mis pezones se agitaron cuando me quitó la chaqueta. Supe que se había dado
cuenta porque oí cómo se aceleraban sus latidos a través del vínculo, pero no
hizo ningún comentario. Me quité los pantalones antes de pensar en ellos, y mis
mejillas se calentaron.
—Gracias —susurré.
Su risa me hizo entrar en calor. ¿Le añado hielo para que sea un cumplido
completo?
—¿Cómo te sientes?
—Estás haciendo buenos progresos, Ali. —Sus gruesas manos eran tan
cálidas que al instante desterraron el frío que me quedaba mientras empezaban
a trabajar en los extremos de mis hombros—. Si sigues a este ritmo, estarás lista
para empezar a trabajar con la cuchilla en la próxima noche.
Ohh. Mmm.
Sí, Ali querida. Lo soy. Es bueno que te des cuenta. Se rio y sentí que sus
labios rozaban mi mejilla y luego mi oreja, dejando un rastro de besos a su paso.
Ahora duerme. Siguió con sus atenciones.
Así pasaron los siguientes quince días y más. Despertar, desayunar, vomitar
el desayuno, agotarme físicamente, comer el almuerzo, agotarme mentalmente,
cenar, lavarme, enjuagar, masajear y repetir.
Seguí progresando y retomamos el trabajo con las dagas. Como ocurre con
toda nueva habilidad, no podía esperar que la dominara al atardecer, pero eso no
significaba que la frustración no apareciera nunca. Sentía la presión de la
competición que se avecinaba. Kovis me decía que debía ser humana conmigo
misma. Insistió en que sólo podía aprender hasta cierto punto, dijo que la
frustración sólo ralentizaba mi ritmo.
Miré fijamente a ese maldito objetivo. A veces, juraba que la cosa se movía
entre el momento en que alineaba mi lanzamiento y después de soltar la daga.
Seguramente mi puntería no podía ser la culpable.
Kovis se detuvo detrás de mí, me rodeó con sus brazos y me atrajo hacia él.
Me hundí en su abrazo. La dulzura de Kovis contrastaba notablemente con los
rigores del entrenamiento que recibían los soldados a sus órdenes, y varios de
ellos siempre levantaban una comisura de la boca cuando hacía algo así.
No les hagas caso. Sólo están celosos, dijo por nuestro vinculo.
Se aclaró la garganta.
Le devolví la sonrisa.
El Pops era un artilugio inventado por un hechicero del metal. Sostenía una
versión más pequeña del blanco con el que había estado practicando, y se movía
erráticamente. Se suponía que debía simular a una persona y su forma de
moverse. Kovis había intentado explicar cómo funcionaba, pero su explicación
sonaba a otro idioma.
—¿Cómo voy a acertar eso si sólo acierto esto, una vez cada tres intentos?
—Sígueme la corriente.
Sacudí la cabeza.
—Bien.
Dos soldados prepararon los Pops a las distancias especificadas, y luego nos
entregaron veinte dagas a cada uno.
—No hay límite de tiempo. Trata de sentir. —Eso fue todo lo que dijo
cuando empezamos.
Hay que tirar para ganar, dijo mientras su quinta hoja daba en el blanco.
Sentir. Había dicho que sintiera. Las afinidades de tierra podían sentir la
posición de una cosa con respecto a otra.
Miré a Kovis. Él asintió una vez. Mientras otra de sus espadas daba en el
blanco.
Así que sabía que dos soldados afines a tierra entrenaban cerca. Extendí la
mano y extraje una pequeña hebra de su magia. Siguieron luchando, sin darse
cuenta.
Siente.
Tierra no era una de las magias más fáciles para mí, pero miré hacia el
objetivo en movimiento y cerré los ojos. Sí. Lo sentí. Mientras se movía y
cambiaba, el Pops tenía su propio ritmo, por muy errático que fuera. Llevé el
brazo hacia atrás, percibiendo su posición actual. Lo llevé hacia delante y solté la
hoja mientras anticipaba su siguiente movimiento. Observé cómo mi daga se
lanzaba hacia el objetivo. Tenía suficiente distancia. Vamos. Vamos.
Presumido.
Sonrió.
¡Rey pomposo!
Puse los ojos en blanco y volví a la tarea que tenía entre manos.
Me di la vuelta.
—No tengo miedo. Creo que ambos ganaremos. —Enarqué las cejas.
—Parece que tienes un camino que recorrer con esta. No hay mucho
tiempo. —Se burló de mí.
Destrian se burló—: Y yo que pensaba que estabas bien maduro. Sabes que
digo la verdad.
—Me parece justo. Que tengas una buena tarde, príncipe. —El guerrero me
miró de arriba a abajo, provocando un escalofrío en mi cuerpo. Me recordaba a
los guardias de la prisión.
Kovis se encontró con sus ojos y le dedicó una larga mirada antes de que
siguiéramos adelante. Nunca me alegré tanto de oír cómo se cerraba la puerta de
las instalaciones de entrenamiento de armas tras nosotros.
—No me ha dicho nada que no supiera ya —dije, intentando que las palabras
del hombre no me afectaran.
Kovis me dio un beso en la mejilla. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que
te quiero?
Incliné la cabeza.
Fruncí el ceño.
—¿Tengo que bañarme? —me reí. Kovis había seguido bañándome cada
noche. Creo que era su manera de aliviar su propia ansiedad por lo mucho que
me presionaba. No me importaba. Había crecido mimada.
Pasamos por varios restaurantes más antes de que se detuviera en una mesa
con un cartel de reservado encima, sacara una silla y me indicara que me sentara.
El lugar era pintoresco, con no más de una docena de mesas. El olor de algo
picante me hizo cosquillas en la nariz.
Ladeé la cabeza.
Él sonrió.
—Creo que puedes ganar, y dejaremos todo esto atrás. Tenemos planes
mucho más grandes que Los Noventa y Ocho.
Sentí que se me humedecía la comisura de los ojos, así que asentí, y luego
tragué con fuerza.
No podía dejar de ver el cartel del escaparate. Miré a Kovis. Movió las cejas
y me animó a avanzar hacia el salón. Mi corazón se aceleró.
—Así que la lencería también. No puedo tenerte usando ropa interior raída
y sentirte bonita. —Los ojos de la mujer bailaron y una sonrisa se dibujó en su
rostro. Ella no tenía ni idea de que yo no había estado aquí el tiempo suficiente
para poseer tal cosa.
—Millicent. Thea. Rose. —Dio una palmada y tres de las chicas que me
habían atendido antes aparecieron desde el fondo de la tienda.
Volviéndose, me sonrió.
—Ha indicado que lo que decidas tiene que estar listo mañana, así que estos
sólo requerirán unos pocos ajustes si te gusta alguno.
Kovis asintió y estiró los brazos sobre el respaldo del sofá, acomodándose.
—¿Lista? —preguntó Catherine una vez que Rose hubo ajustado la corta
cola.
El siguiente vestido era de encaje azul real, los colores de Altairn. El forro
azul cubría sólo lo mínimo. Aunque el corpiño llegaba hasta el cuello, la mujer
había añadido una inserción transparente para que pareciera que el escote se
hundía. Una capa, del mismo encaje azul, caía desde los hombros y se arrastraba
por detrás. Me hacía sentir sexy. Pero también regia. La idea me asustó por un
instante al darme cuenta por primera vez, que si las cosas iban como yo esperaba,
ése podría ser mi papel una vez más.
Me probé otros dos vestidos relucientes, el primero, las faldas negras eran
voluminosas, pero no demasiado, y acentuadas con piedras. Me hacía sentirme
femenina. El otro era de seda azul real, pero la falda tenía tanto volumen que me
parecía que iba a tragarme entera.
De nuevo, Kovis reaccionó con mesura. Me moría por saber lo que pensaba.
Pero nuestro vínculo era silencioso. No renunciaba a nada.
Pero nunca habíamos hecho nada parecido a lo que había visto hacer con
Dierna en su sueño. Aunque definitivamente estaba abierta a ello.
Le había llamado así una vez. Y había jurado no volver a hacerlo. Pero
parecía encajar conmigo. Se me puso la piel de gallina en los brazos. Él quería
ver.
Llevaba un corpiño de seda, sin tirantes, con copas de encaje rosa pastel sin
forro. Un panel de encaje, de tres dedos de ancho, acentuaba un lado hasta la
parte inferior, que no estaba muy lejos. La seda fluía al igual que en el último
vestido, hasta la parte superior del muslo por delante y un palmo más abajo por
detrás. Juré que estaría pensando en esto todo el tiempo que lo llevara.
Moví la cabeza y tragué saliva. Esto requería más valor del que necesitaba
para Los Noventa y Ocho.
Kovis estaba de pie cuando salí. No sonrió, no hizo una mueca, sólo me
miró de arriba a abajo, con los ojos llenos de anhelo. Oí su respiración
entrecortada.
Se me cortó la respiración.
Kovis me dio desayuno: dos tiras de tocino, una galleta y un trozo de queso.
¿Por qué no podía desayunar en su tienda, como las tres últimas mañanas desde
que salimos de Veritas?
Nuestro viaje duraría quince días, y sabía que mis nervios podrían
quebrarme antes de llegar a Flumen. Ambos lo sabíamos. Así que, como parte
del programa "Lo Mejor para Mejor", Kovis había asumido la tarea de vigilar y
redirigir cuando mis emociones se apoderaban de mí, una tarea parecida a la de
pastorear liebres. Pobre hombre.
Sacúdelo.
Pero tenía razón: Fiona no se había portado mal ni una sola vez. De manera
lamentable, no era precisamente bajita, no por lo menos para mí, y Kovis tuvo
que subirme a la silla de montar y bajarme de nuevo, ya que no podía alcanzar
el estribo y los tacos de montaje eran escasos.
Kovis, que había estado charlando con Jathan, se detuvo a mitad de la frase.
Había llegado a apreciar las ganas de vivir de Hulda y su habilidad para
distraerme de mis preocupaciones.
No pude ver a Jathan. Se había echado hacia atrás. Pero no me cabía duda
de que se había reído, a juzgar por el temblor que de repente asaltó la mano con
la que llevaba las riendas.
Balbuceé.
—¿Quién?
¿Cómo había soportado Cedric a esta mujer? Casi sentía pena por él, pero
no podía. Estaba claro que la apoyaba, ya que seguían siendo pareja. Sin duda, la
vid ya ardía, haciendo llegar la noticia a un guardia en particular que iba en la
comitiva de Rasa.
Haylan, bendita sea, inició una conversación sobre lo hermosos que eran
los árboles y sobre si sus hojas se tornarían en bonitos tonos amarillos y dorados
cuando llegara el frío.
Bromeé.
—Sólo quieres agotarme para que sea incapaz de contrarrestar tus avances.
—¿Es así? —Sonrió a mi lado.
—¿Es un reto?
Me encogí de hombros.
—Tal vez.
—Resulta que rara vez mantiene los ojos abiertos durante la cena. Cualquier
avance que haga será respondido con sonidos de sueño.
—Mi promesa anterior sigue en pie... para cuando te hayas bañado y estés
en condiciones de hacerlo.
7
Señora Apestosa
Comadrejas. Una segunda ronda de evaluaciones tenía lugar cada noche
durante la cena si Kovis tenía asuntos de la corona que atender. El escrutinio
constante me agotaba.
Kovis se inclinó y en voz baja dijo—: ¿Ves eso? —señaló con la cabeza a
cuatro soldados que cabalgaban delante de nosotros. Arrugué la frente.
—Creen que manejas las siete afinidades. Te has convertido en una diosa
para ellos. —Sonrió—. No me he molestado en aclararlos.
Me reí.
Gracias.
Puedes estarlo cuando se trata de ver el apoyo que tienes. No somos sólo tú
y yo, Ali. Y antes de que terminemos, tendrás mucho más. El Consejo trata de
intimidar y robar tu confianza, pero tenemos más números de nuestro lado. Ellos
creen en ti. Sólo tienes que creer en ti, querida Ali.
Me llevé una mano al pecho. Kovis había encontrado una vez más la forma
de calmar mis nervios.
No te merezco.
Me eché a reír, atrayendo las miradas extrañas de los que montaban cerca.
—Sinceramente, ustedes dos son como los amantes del Cañón. —Hulda puso
los ojos en blanco.
Kovis sonrió, luego tomó mi mano entre las suyas y se la llevó a los labios.
Hulda volvió a poner los ojos en blanco para dar efecto, pero yo capté su
sonrisa.
No estaba tan sola como me había sentido. Y por las abundantes sonrisas de
Kovis hacia mi lado, supe que sentía cierto alivio. Me aferré a ese conocimiento
incluso cuando el sol se puso.
—Veo que has solicitado a todos los soldados de estas filas que te ayuden
en tu causa perdida. —La papada del hombre se agitó.
—Seguro que te das cuenta de que todos tus oponentes tienen más años de
experiencia. Puede que los tengas engañados con una elegante demostración de
poder en los entrenamientos, pero eso es todo lo que tienes. Cuando entres en la
arena, verás rápidamente...
Mis vientos desviaron la primera ronda, pero sabía que habría más. Las filas
del frente que protegían a los miembros del consejo se redujeron mientras
muchos se dirigían hacia atrás para proteger a la emperatriz. Pero a pesar de lo
que Lord Beecham y varios otros habían hecho, no los condenaría a todos.
Hice un gesto a mis guardias y juntos nos lanzamos hacia adelante. Derribé
la siguiente lluvia de proyectiles, y luego dirigí vientos feroces hacia los árboles.
Los aullidos y los lamentos de los enemigos que caían me animaron a seguir
avanzando. Si el suelo no rompía los huesos, se encontrarían con nosotros.
Arranqué la magia de fuego del primer mago que apareció del bosque. Su
poder era fuerte y añadirlo al mío hizo que me mareara. El shock se registró en
sus ojos nublados cuando no surgieron llamas de las yemas de sus dedos. Un
latido de corazón antes de cortarlo. Dirigí su magia hacia los siguientes enemigos
que surgieron de los árboles. El hedor de la carne quemada llenó mis fosas
nasales. Mis guardias y yo avanzamos rápidamente antes de que me dieran
nauseas.
Había estado en una zona. Lo único que había importado era defender a los
indefensos entre nuestras filas. Tiré de Fiona para que se detuviera y mi furia
disminuyó. Ambas respiramos con dificultad. Mis ojos iban de un lado a otro.
Allard se rió.
En cuanto mis pies tocaron el suelo, salí disparada, saltando por encima y
alrededor de los caídos. Me abalancé sobre Hulda, y luego envolví a cada uno de
mis amigas en abrazos, y ellas a mí. Kovis había desmontado y estaba de pie,
sujetando las riendas de Alshain y Fiona, esperando pacientemente hasta que
terminara mi reunión y me secara los ojos. Mi príncipe. Esperó. Por mí.
Siempre
Con la tranquilidad de que todos mis seres queridos habían salido ilesos, me
arrojé a los brazos de Kovis. Me plantó un beso en la parte superior de la cabeza.
—¿Por qué no me dijiste que esto era todo lo que se necesitaba para que
creyeras en ti misma?
Me eché a reír.
—Los guerreros no son tan tontos como para intentar otra emboscada. Y lo
que es más importante, demostramos que no nos dejamos intimidar.
Desde mis hazañas anteriores, casi todo el mundo con el que me cruzaba
movía la cabeza, con los ojos muy abiertos. Los miembros del Consejo fueron la
excepción. Noté que algunos me miraban mientras cenaba entre Hulda y Haylan
en un tronco cerca de la hoguera. Kovis estaba fuera comandado. Ulric rondaba
por detrás.
Una Lady Cedany muy vestida se acercó, con una sonrisa que no llegaba a
sus ojos. Es curioso que incluso en cueros pueda parecer demasiado vestida. Tal
vez fuera la falta de manchas en ellos o su crujido lo que delataba lo aficionada
que era al combate. Sólo necesitaba acentos de plumas.
La concejala frunció el ceño ante Ulric y luego dio dos pasos antes de
encontrarse con mis ojos.
Dos podían jugar a este juego. Su débil y pequeño juguete se había hecho
fuerte. Hulda resopló antes de que la mujer estuviera lo suficientemente lejos, y
le di un golpe.
—Ay. ¿Qué?
—Lo que Ella quiere decir es que nos hemos enterado de lo que has hecho
antes y te hemos preparado un pastel de miel y pasas. —La mujer extendió sus
manos ahuecadas, mostrando el dulce manjar.
Me llevé una mano a la boca. Era el gesto más dulce que alguien había
hecho nunca.
—¿Cómo se llaman?
Me reí.
Está claro que los que estaban alrededor de la hoguera también estaban
dispuestos a celebrarlo, porque estallaron los aplausos. Rápidamente aparecieron
todo tipo de tambores improvisados. Suponía que estos disciplinados soldados lo
tenían claro. No defraudaron, ya que varios se pusieron a tocar la melodía.
Algunos incluso empezaron a bailar alrededor del fuego, aunque a juzgar por
muchos de sus torpes movimientos, parecían estar sufriendo, más que bailando.
Una soldado que estaba cerca de mí señaló y aulló con sus amigos al ver lo que
sucedía.
Miré a Kovis, pero él había educado sus rasgos. Probé el vínculo. Nada.
¡Idiota!
Una oleada de risas surgió de los oyentes. Ella no había sido la única.
—Como mi campeona, creo que serás una fuerza a tener en cuenta. Te deseo
mucho éxito. —Inclinó la cabeza.
No estaba tan segura. Pero ella sonrió. Por primera vez, a mí. Me obligué a
mantener la boca cerrada.
Inclinó la cabeza.
Sonrió.
—Que puedo cumplir. Conozco a mi propia hermana. Una vez que te vio
en acción, no pudo evitar respetarte. Ese es el primer paso.
Puede que sea ingenua en lo que respecta a los guerreros, pero ella ha estado
lo suficientemente cerca del combate como para respetar el talento cuando lo ve.
—Muy apreciado.
Atravesamos una carretera asfaltada de seis en seis. Kovis dijo que era uno
de los regalos que el antiguo emperador había hecho a los territorios que se
sometían voluntariamente. Al parecer, la corona pagaba el mantenimiento
regular, ya que no vi ni un bache ni una piedra agrietada. Las montañas se
alzaban a la derecha en la distancia.
Por una vez. No. No movió las cejas ni hizo ningún otro gesto para indicar
que bromeaba. Las mariposas se lanzaron. Estaba claro que había estado pensando
en... otras cosas.
Pero a medida que avanzábamos, cada vez era más difícil mantener la
moderación. No fui la única a juzgar por los que cerraron la boca de golpe. Más
de una vez. Más nuevo que Veritas, de lejos. Limpio y reluciente. Bien
mantenido. Casas de estuco pintadas de blanco se alineaban a ambos lados de
nuestro camino. Las puertas y ventanas estaban acentuadas por rocas de varios
colores, sin duda levantadas por los volcanes lejanos. Los edificios de una y dos
plantas sustituyeron a las casas a medida que avanzábamos. Algunos ofrecían
alojamiento y entretenimiento, otros eran lugares de trabajo de artesanos. En
todas partes la gente observaba nuestra llegada con una mezcla de expresiones.
Las posturas, las poses y los juegos continuaron durante varios latidos, y
ambas partes se jugaron el pellejo. Al final, La monarca Formig nos observó.
Cada uno de nuestros soldados, cada hechicero, cada viajero, seguía sentado
con la postura recta. Todos los caballos estaban congelados, incluso los que ya no
llevaban miembros del consejo —los soldados los mantenían en su sitio desde sus
propias monturas. Ninguno se inmutó durante su silencioso pero minucioso
examen. La contrapartida de Formig a la jugada de Rasa. No dejó ninguna duda
de que se había ganado cada parte de su poder. La multitud se agitó, sintiendo la
tensión.
Pero ella sólo pudo olfatear el aire y arrugar la nariz cuando terminó. Su
evaluación de nuestro hedor. Esperado. No un defecto.
Dos monarcas miraron con mala cara, no contentos con la débil respuesta
de su compañera, supuse. Ella ni siquiera había intentado inventarse un defecto.
Parecía que Rasa había ganado este primer asalto.¿O no? La mujer esbozó una
sonrisa de satisfacción, lo que me provocó una sensación de inquietud en la boca
del estómago. ¿Estaba esta monarca preparándonos para un duro despertar?
Los soldados se apartaron para dejarnos pasar. Varios movieron las cejas,
sin perderse la afirmación explícita de Kovis y sin duda imaginando ciertas
actividades que podríamos realizar.
—A medida que pasa el tiempo, Ali querida, temo que no podré resistirme
a tus artimañas.
Se me revolvió el estómago.
—En realidad, Rasa me está esperando, así que no tenemos el tiempo que
me llevará asegurarme de que sabes exactamente lo que pienso de cada parte de
ti. Te garantizo que no te dormirás.
—¿No lo sé ya?
Se me secó la boca.
Sus ojos contenían anhelo, pero me besó la nariz y dio un paso atrás.
—Bien. Entonces supongo que tendré que bañarme sola. Nos turnaremos,
solos, en la bañera hundida.
—Quiero que Allard esté contigo siempre que yo no esté. —Insistió Kovis
cuando le dije que pensaba ir a buscar a mis amigas en su ausencia.
Fruncí el ceño.
Kovis se rió.
Se marchó poco después. Fui en busca de mis amigas, nunca más feliz de
tener a Allard a mi lado.
Había llegado al ring para mi primer combate. Exhalé.
Casi me sentía más segura entre los competidores que afuera, donde las
amenazas no eran ni claras ni explícitas. Casi. Quizás los guerreros tenían razón.
Había una honestidad, una autenticidad que no existía en ningún otro lugar. Nada
de política. Sin falsos halagos. Sólo poder en bruto. Ellos lucharon por el honor
y la dignidad. Yo luché por el Reino de los Despiertos.
¿Fama? ¿Dinero?
Miré a cada uno de mis competidores de arriba a abajo, y ellos a mí. Siete
de nosotros. Uno por afinidad para esta ronda. Sólo cuatro de nosotros
avanzarían.
Quienquiera que haya acordado eso debió haber pasado por lo mismo.
El sol estaba a medio camino de su pico. No hacía demasiado calor. No
demasiado brillante. Nuestro campo, una de las cuatro zonas de práctica. Los
espectadores abarrotaban las laderas de hierba que descendían hasta la pista de
arena donde yo me encontraba.
¿”Mi oferta” sigue siendo un incentivo? ronroneó Kovis, seguido con una
risita.
Un latido después
—¡Por el Cañón!
—¿Qué?
—No están muertos. Están dormidos —dijo Rasa mientras se ponía de pie.
Su seguridad silenció la cacofonía. Había oído hablar de mi poder, pero nunca lo
había experimentado.
Kovis aún no se había levantado. Lo hizo entonces, con una sonrisa en los
labios. Lord Beecham, Lady Cedany, y varios otros hostiles le lanzaron miradas
antipáticas mientras bajaba los escalones hacia el campo.
Tus amigos, Hulda y Haylan, han estado “dejando que algunas cosas se
desprendan” junto con muchos de los soldados más entusiastas.
Le sonreí.
Lo que hiciste, por supuesto. Nadie ha detectado tu afinidad, Ali. Una vez
que se despierten los testigos, la vid se encenderá con la noticia. Los impactamos
y los asombramos.
—Si.
Nos dirigimos a la plaza, pasamos por debajo del enorme arco de entrada,
junto a varios pilares imponentes, y subimos un alto tramo de escaleras. El gran
tamaño del edificio, la piedra rugosa, los colores oscuros, todos los aspectos, me
asombraron. Me temblaban las piernas. No había duda de que estábamos en una
provincia guerrera.
¡Mierda!
Me giré.
El suelo de la arena.
Peor. Piedra.
Está bien. No será una tan fácil, pero eres muy poderosa. Y estás preparada.
Asentí con la cabeza. Sólo tenía que convencer a mis nervios de eso.
Mi hazaña en la primera ronda no fue recibida con alegría por los oficiales
de la competición. Tuvieron que reorganizar los encuentros de la segunda ronda,
en el lado de los hechiceros de la competición— que deberían haber sido cuatro
encuentros de siete hechiceros cada uno, eliminando a dos en cada encuentro,
tuvo que cambiarse a cinco encuentros, de cinco hechiceros cada uno, eliminando
a dos en cada encuentro.
Me guiñó un ojo.
Pero no estaba segura de qué hacer con eso. Kovis me aseguró que no me
preocupara.
Parece que alguien sabe cómo causar revuelo por sí sola, envió Kovis.
Si, maestro.
Tragué con fuerza, sabiendo que sería cualquier cosa menos eso, y rechacé
más pensamientos ruinosos que harían que me mataran, seguro. Finalmente, la
jueza se dirigió a un lado del campo.
Por una vez, Kovis no hizo ninguna sugerencia a través de nuestro vínculo.
El sonido ni siquiera había hecho eco antes de que una ráfaga de agua, un
muro de fuego y una lluvia de dagas de hielo se lanzaran hacia mí. Construí un
tornado protector a mi alrededor, justo antes de que el trío chocara.
Mi defensa resistió.
El estadio se arremolinó.
Lucha. Lucha.
Me estabilicé y dirigí su llama hacia los otros dos magos que habían atacado
primero, agua y hielo. El agua se mezcló con mi llama y el vapor se elevó donde
nuestros poderes chocaron. Pero mi fuego besó a hielo antes de que pudiera
levantar un muro, su aire era demasiado lento. Su grito de agonía fue el último.
Se me aclaró la cabeza y lancé una ráfaga de viento contra la espada que lanzó
un mago de metal. La redirigí y la estrellé contra otro hielo que había intentado
congelar el agua en la que me encontraba, cortesía de otro de sus compañeros.
Solté una espada de mi propia fabricación, gracias a ese primer mago, contra un
hechicero de fuego. La sorpresa iluminó su rostro. Tierra era su afinidad
principal, y completamente inútil.
Aspiré aire.
Sólo uno. Alguien ha matado a ese mago de fuego al que le has quitado el
poder.
Quemaduras y cortes en las manos y el cuello, según Jathan, pero nada que
no pudieran arreglar antes de la batalla final. Pero el zumbido. Tan fuerte. Haylan
me sostuvo el brazo mientras intentaba ponerme de pie, pero mis piernas
tuvieron un espasmo y me caí.
—Lo mismo que antes, pero al revés. Sí, creo que sí.
No había estado despierta cuando Kovis me infundió su magia la última
vez, pero me lo había contado todo. Y aunque no había compartido conmigo la
agitación emocional por la que había pasado, lo había percibido.
—No lo tomes todo. Será demasiado, incluso para ti. Toma sólo lo suficiente
para que su cuerpo se asiente con él. —dijo Jathan.
Apenas los oí por encima del zumbido. Intenté sujetar mis extremidades
temblorosas mientras Kovis se quitaba la capa, y luego la parte superior de sus
cueros. Se sentó, en camiseta, y volvió a tomar mi mano entre las suyas.
Tardó un rato, y la camisa de Kovis estaba empapada para cuando mis oídos
dejaron de pitar, pero finalmente me sentí normal de nuevo, poderosa pero
normal.
—Esa es la pregunta para ti. —Kovis dejó escapar una pequeña sonrisa—.
Pero sí, estoy bien. Apestoso y mojado. Pero mejor que nunca
Ninguno de los otros once catres tenía ocupantes, prueba de que las heridas
sufridas en rondas anteriores habían quedado sin tratamiento. La idea me hizo
reflexionar. Demasiado cerca. Aquel combate había estado demasiado cerca.
Número uno, de los seis hechiceros restantes, un mago de hielo tenía a tierra
como su principal, por lo que sería más fácil de caer. Mi estómago se mareó ante
el pensamiento— contar con su vida como algo que se puede aprovechar. Sacudí
la cabeza.
—Gracias...
Bajé el brazo.
—¿Esperabas hacerlo? —Kovis se rió, y luego negó con la cabeza—. Oh, no.
Lo sé. Has atrapado a los dos hechiceros más poderosos juntos, y aún buscas
respuestas a tu pregunta.
Mi cara se calentó.
—Una pena.
Se aclaró la garganta.
—Haylan dijo que te vendría bien una muda de camiseta. Allard me ayudó
a recuperarla.
—¿Estás segura de que no buscas consejo? —dijo Kovis, enarcando las cejas.
Hulda lanzó un grito y apartó los ojos que habían estado recorriendo la
camiseta húmeda que aún tenía pegada.
Te amo, respondí.
Esa es mi dama.
Marson continuó.
—¡Le tienes miedo! —Gritó otro miembro del consejo. Lo había visto pero
nunca lo había oído.
—¿Lista?
—Lo estoy.
Dolor punzante.
Agonía palpitante.
El metal se jactó.
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roca sedimentaria compuesta principalmente de caliza y arcillas
—Han renunciado, honorables tontos. Ahora, veamos de qué están hechos
realmente.
Rugí mientras mis vientos lo agarraban, luego le abrí la boca y forcé el agua
que, almacenada, por su garganta. No le di tiempo para bloquearse. Se aferró a
las manos invisibles que sostenían sus mandíbulas, luego se dejó caer y se retorció
hasta que le llené los pulmones y el exceso salió a borbotones.
La multitud enloqueció.
¡Ali!
A pesar de la agonía, me puse de pie sobre este último enemigo y miré sus
ojos vacíos, pero nublados. Y por fin recordé. ¡Padre! Por eso estos dos no se
habían dormido. ¡Los había poseído! ¡Y él estaba aquí!
¡Ali!
Jathan y dos asistentes con una camilla aparecieron a mi lado. Vi cómo otros
comisarios levantaban a mis competidores dormidos en palés y los sacaban del
campo. Se perderían el balón.
Exhalé, agotada.
Todas las bromas y chistes que había hecho sobre esta noche inundaron mi
mente, y mi corazón se aceleró. ¿Hablabas enserio sobre los “planes” para
después? Moví las cejas, como él había hecho tantas veces.
Se me cortó la respiración.
—Son preciosos.
—¿Cuándo...?
—La tarde en que arreglé una prueba con Madame Catherine. Te habías
quedado dormida. Ella y el joyero permanecieron abiertos para mí.
—Tenía fe en ti.
¿Quieres parar?
—Sí, tenemos que hacerlo. Nos vemos allí. —dijo Haylan. Agarró el brazo
de Hulda y la arrastró fuera de nuestras habitaciones.
Llevaba un abrigo hasta el suelo, azul real y sin mangas, acentuado con el
emblema de Altairn. El color hacía juego con los zafiros ovalados de la fina
corona de oro que llevaba en la cabeza.
—Tú...
Sonrió.
Se encogió de hombros.
Sus ojos siguieron todos mis movimientos. Sentí que mis mejillas se
calentaban y me obligué a dar un paso atrás. Era necesario, antes de soltar el nudo
que sujetaba su cinturón por encima de la túnica y los pantalones negros.
Le apreté el brazo.
—¡Campeona!
—¡Increíble!
—¡Les demostró!
Cuando los aplausos por fin disminuyeron, volví a coger el brazo de Kovis.
Rasa se acercó con sus guardias. Una corona adornaba su cabeza y sus faldas
de brocado de marfil se agitaban. Sin duda, tenía estilo. Kovis y yo nos
inclinamos. Mi cuerpo se tensó como siempre lo hacía cerca de ella.
—Gracias, Emperatriz.
La sonrisa que me dio se encontró con sus ojos. Lo decía en serio. Había
dado la talla. Mis hombros se relajaron un poco. Pero su gracia se desvaneció
cuando sus ojos se movieron entre mi gargantilla y la corona de Kovis.
Mi estómago se tensó.
—Lo sé. Nadie será nunca lo suficientemente bueno para sus hermanos.
Tenía que ser una mujer muy fuerte, y estaba deseando observarla más esta
noche. Lord Beecham, como representante del Consejo, se sentaría a su izquierda.
Me alegré de no tener que soportarlo esta noche. Sin duda, Formig le mantendría
en su sitio, si no le bajaba unos cuantos peldaños. Me reí para mis adentros.
Definitivamente podía verla haciéndole eso a la víbora.
Continuó explicando.
Sólo pude asentir cuando la Monarca Fromig subió al podio. Con toda la
reflexiva conversación, no la había observado. Maldición.
—Como comienzo, pido que nos tomemos varios latidos para reconocer a
los competidores que lucharon valientemente.
Se hizo un silencio. Somnus había salvado a veintiuno de pagar el precio
final, pero el imperio había perdido aún setenta y seis de sus mejores hechiceros
y más de sus guerreros. Un desperdicio. Una sensación de falta de sentido me
llenó. Si me detuviera allí, me pondría del lado de Rasa.
Pero la conversación que acababa de tener con Kett no se iba a callar. Había
defendido apasionadamente a Los Noventa y Ocho, creía que era necesario
ayudar a los brujos a entender e incluso apreciar la cultura guerrera. El Imperio
había extendido inicialmente los brazos abiertos a los guerreros, vertiendo
recursos para construir infraestructuras, pero la acogida no se había extendido a
su cultura. Él y otros líderes guerreros pensaban que sólo se podría conseguir
una paz duradera si los hechiceros trataban de entenderlos, en lugar de hacerlos
pasar por bárbaros incivilizados.
Cada cultura tenía prácticas únicas. Elementis tenía la nuestra; ellos tenían
la suya. Si los hechiceros miraban por encima del hombro lo que consideraban
brutalidad, sin tratar de entender las orgullosas tradiciones que había detrás,
invitábamos a la revuelta. Y no me cabe duda de que las provincias guerreras
tenían el poder suficiente para cumplir con cualquier amenaza que pudieran
hacer.
Así que cuando Rasa subió al podio, empecé a hacer rebotar mi rodilla.
Lord Beecham me miró de arriba abajo con ira en los ojos mientras me
acercaba. No se iba a echar atrás en esta pelea a pesar de mi victoria. Bastardo
hambriento de poder. Traté de ignorarlo.
—Gracias, Emperatriz.
—Felicidades, Ali.
¿El campeón nunca había sido suyo? Me preparé, temiendo lo que venía a
continuación.
Había tenido razón, Rasa podría haber declarado el fin, pero nunca tendría
éxito. Mi única pregunta, ¿qué harían los guerreros en respuesta? Miré al
Monarca Kett. Se limitó a negar con la cabeza y se excusó.
Kovis me arrinconó contra la pared más cercana, colocó sus manos a ambos
lados de mi cabeza y se inclinó hacia delante, sonriendo.
Sus labios se estrellaron contra los míos, el beso reclamando. Oh, cómo
había anhelado esto. Las perlas que Hulda y Haylan habían entretejido en mi
cabello, pronto encontraron el suelo cuando él enredó sus dedos en mis
mechones, liberándolos de sus ataduras. Aun así, apretó su beso como un hombre
privado de agua que finalmente bebe hasta saciarse.
Demasiados pensamientos.
Alcé mis manos y acuné su rostro mientras ambos nos aferrábamos a ese
beso. El uno al otro. Al final, lo rompió y dirigió su atención a mi cuello,
girándome mientras lo hacía.
Para él.
Había visto los sueños de Kovis sobre las hazañas sexuales, pero aún no
había experimentado... bueno, la mitad de lo que tenían esas mujeres. Oh, madre,
cada vez que me había bañado, había gemido o estado a punto de hacerlo a pesar
de mi cansancio, pero nunca había gritado. Nunca había entendido el placer que
le hacía a uno gritar. ¿Cuánto más se podía sentir? Especulé que lo averiguaría.
Me senté.
—¿Necesitaremos esto?
Se lo eché al abrigo.
Había visto su pecho esculpido todas las noches, pero dudaba que me
cansara de él. Pasé las palmas de las manos por los músculos hasta llegar a la parte
superior de sus pantalones.
Me reí.
—No sabía que estabas contando. ¿Es culpa mía que los príncipes lleven
más ropa?
—Y lo rechacé.
—¿Puedo?
Pues hazlo.
Cruel dama.
¿Señoritas?
Dejando una mano en su lugar, su otra comenzó a vagar. Hacia abajo. Hacia
abajo. Mi núcleo se encendía cuanto más se acercaba. Mis caderas y mis piernas
se agitaron con anticipación.
Sus ojos, charcos de deseo fundido, bebían la vista mientras seguía subiendo
la tela. Sentí el calor de su aliento en mis señoritas cuando, como un tesoro
largamente buscado, finalmente las descubrió.
Me agarró de los muslos y me arrastró a los pies de la cama hasta que mis
rodillas se doblaron sobre el borde. Se arrodilló y me abrió las piernas. Mi
corazón latía con fuerza. El centro de donde yo ardía para él. Tan abierto. Tan
expuesto. Tan vulnerable. El calor en mi núcleo ardía cada vez más. Temí que
pudiera combustionar.
Otra ola me arrastró hacia abajo. Otra vez. Y otra vez. No quería salir a
respirar. Sea lo que sea, no quería que terminara. Pero finalmente disminuyó.
Las olas disminuyeron. La corriente encontró su escape. Y llegué a la orilla más
dichosa. Jadeé, con el brazo puesto sobre la frente, mientras la paz, la calma y la
serenidad me abrumaban por completo.
—Quiero decir... —Me miró a los ojos—. Quiero que tu primera experiencia
sea increíble.
—Por eso esas chicas, en tus sueños, gritaban —Fue lo primero que mi
cerebro registró.
—YO... YO...
—Es uno de los gritos más bonitos que he oído nunca. Hiciste que las
cortinas se agitaran, y los cuadros sonaran también.
Me sonrojé.
—Por favor. Concédeme una licencia artística. Veo una escultura de forma
libre. La cabeza de Lord Beecham, encogida, deformada.
Le di un manotazo.
—Eso es terrible.
Me senté. Cuando llego a mí, me di cuenta de que sólo la banda era blanca,
escarchada. La parte superior era transparente: una piedra de hielo. La cogí y me
la coloqué en el dedo, luego la examiné. Kovis había grabado tres pequeñas
prímulas en su frente.
—Me encanta. Eres muy bueno. Ojalá durara para siempre. —Seguí
admirando su trabajo mientras la primera gota se formaba entre mis dedos—.
Ojalá esta noche pudiera durar para siempre.
Mi mente dio vueltas y recordé. ¡El padre de Hulda había creado este anillo!
Para la difunta emperatriz. ¿Se lo había ofrecido a Dierna?
Había sido inmortal, así que ‘’para siempre’’ tenía sentido, y no podía pensar
en nada que me gustara más. Tan perfecto, este latido del corazón desnudo ante
el otro. Desnudando nuestras almas. Sin ocultar nada. Qué mejor imagen que ésta,
para el futuro que esperaba compartir con él.
—Príncipe Kovis Rhys Aldrick Desmond Griffin Darren Altairn —los ojos
de Kovis se abrieron de par en par— el hechicero más poderoso y príncipe
heredero del Imperio de Altairn, te he amado desde que naciste. Pero mis
sentimientos por ti florecieron y crecieron, más allá de cualquier carga que
hubiera tenido antes. El amor que sentía por ti antes de venir se ha profundizado,
ha madurado. Todavía estoy aprendiendo lo que significa amarte
completamente, pero pienso pasar el resto de mi vida mortal haciendo
precisamente eso. Mi Rayo de Sueño, mi amigo, mi amante, sería un honor ser
tu esposa, ahora y siempre. —Me deslicé sobre sus rodillas, en sus brazos—. Ya
sabes mi nombre completo. —Sonreí—. Soy tu Doncella de Arena.
Deslizó el anillo de su madre en mi dedo y lo selló con un beso.
Luego me dio placer una y otra vez. No podía pensar. Apenas podía
respirar.
Kovis seguía durmiendo. Me solté de sus brazos y sonreí al zafiro que
adornaba mi dedo. Un símbolo de nuestro amor. El anillo de su madre. Sabía que
apreciaba las historias de ella. Por eso me lo regaló. Mi corazón se calentó de
nuevo al pensarlo. Yo sería su novia. Él sería mi novio. Mío.
El guardia sonrió.
—Muy bien.
Virginidad.
Ya está. Pasé a la página. Leí—: La virginidad es un pliegue de membrana
mucosa que cierra parcialmente el orificio externo de la vagina en una virgen.
¿Eh?
¿Insertarse? Había visto a Kovis hacer algo así, pero el decoro siempre me
impedía mirar con demasiada atención. ¿Dónde se había ‘’introducido’’
exactamente? ¿Y por qué Kovis no quería hacerlo conmigo?
—¿Kovis? —Parecía medio dormido. ¿Qué le había poseído para venir a por
mí?
Pero jadeé al darme cuenta de que sus ojos, esos estanques azules, se habían
nublado. El terror me llenó. Completo y absoluto. Ahogué la bilis.
Él sonrió.
¡No!
Me miró.
Necesitaba pensar.
Tenía que escapar, pero mis pies no me llevaban. Kennan. ¡Tenía que salvar
a Kennan! Abrí la boca para gritar.
No pude apartar la mirada. Ansiaba ver más, todo lo que sentía por mí. Su
hija. Mi corazón se aceleró ante lo que contemplaba. Tanto amor. Puro. Sin
adulterar. Amor como el que sentí de él cuando era pequeña. Amor por mí.
¿Había cambiado? ¿Realmente quería empezar de nuevo? Mi padre. Él era mi
padre. Quería creerle. Lo que dijo. Ansiaba que fuera verdad. Todos merecemos
una segunda oportunidad. Él era mi padre. Había cometido errores. Grandes
errores. Pero había mantenido la esperanza de que me amaría de nuevo. Que me
daría la bienvenida de nuevo. Y lo hizo. Pero un sentimiento persistente en la
boca del estómago, una voz de la razón, se opuso.
Ignorando el arrebato de Kovis, Kennan dijo—: Así es, Alissandra. Ven aquí.
Toma mi mano.
Me sentí como en un trance mientras daba un paso hacia Padre. Sabía que
no me recibiría. A pesar de su ilimitado amor por mí, me haría caminar hacia él
—para demostrar mi compromiso. Siempre había sido así. Para cimentar una
decisión en mi propia mente, me sostuvo.
—¡Ali, despierta!
—Alissandra, así es. Eso es buena chica. Sé que quieres obedecer. Cumplir
conmigo.
—Eso es, mi niña bonita. Sólo unos pasos más. —Extendió su mano.
—¡Ali, no!
Siempre era sólo yo. Sólo yo. Mi anhelo. Mi más profundo deseo. Mis pasos
vacilaron. El control de mi padre sobre mi mente vaciló, y la niebla que había
inducido, se quemó.
¿Kovis?
Él me estabilizó.
—Ven, Alissandra. —La voz de Padre adoptó ese tono de advertencia que
se produjo justo antes de que lo hiciera enojar.
Kovis.
—Alissandra.
La ternura había abandonado la voz de Padre.
Kovis me cogió la cara con las manos justo cuando una fuerte ráfaga nos
azotó a los dos, y Padre me agarró.
—¡No podemos salvarlo ahora mismo! ¡Yeguas! ¡Kovis! ¡Por todos lados!
¡Corre!
Sólo el fuego podía hacer caer a las yeguas y yo me sentía mareada tal y
como estaba. Pero podía funcionar.
Kovis dudó. Lo agarré de la mano y nos hice girar mientras una yegua se
lanzaba sobre él. La hice estallar en llamas justo antes de que mordiera la pierna
de Kovis. Su pelaje se incendió y estalló. Me agarré con fuerza y tiré de Kovis.
Más fuerte. No lo perdería. No después de todo lo que habíamos pasado. Nunca.
Encontraríamos una manera de liberar a Kennan. Lo haríamos.
Protegí a Kennan con mis vientos, y luego solté el infierno. Los aullidos
nos siguieron. Percibí la agitación de Kovis, pero apreté su mano con más fuerza.
No teníamos elección. Sacrificarnos no liberaría a Kennan.
Pasamos corriendo entre gente dormida. Al menos rezaba para que eso
fuera lo que estaban haciendo.
Teníamos que darnos prisa. Casi había agotado el fuego de Kennan y más
yeguas estarían sobre nosotros en un instante.
Al final, Kovis dirigió nuestras monturas hacia la orilla más lejana. Sus
cabezas se balanceaban y sus fosas nasales se agitaban mientras buscaban un lugar
en el lecho del río, y finalmente lo consiguieron cuando nos acercamos a un
recodo.
El agua caía en cascada del pelaje de Alshain cuando Kovis lo detuvo cerca
de la orilla y le permitió recuperar el aliento. El pelaje de Fiona imitó al de
Alshain, sus costados se movieron como fuelles cuando me detuve.
—Por ahora, a las aguas termales al pie de las montañas Tuliv. Está en el
límite del imperio, y los grupos de búsqueda no esperarán que vayamos allí. Y
donde los grupos de búsqueda no siguen, tu padre tampoco debería. Lo
resolveremos a partir de ahí. —Su voz era áspera.
Comprendía que no podíamos volver, no con las cosas como estaban, pero
sus palabras se sentían como un mazo clavando un clavo en un ataúd. Sabía que
lo buscarían. Era el príncipe heredero. Supuso que Padre aprovecharía los
esfuerzos de búsqueda para localizarnos. Un hombre inteligente. Pero me sentía
como una fugitiva.
Me sentía entumecida. Por el agua, sí, pero más por lo que pasó. Padre casi
me había capturado. Sólo Kovis, haciendo resonar su amor por nuestro vínculo,
había roto el hechizo. Me estremecí. Había sido una estratagema. Todo el asunto.
No había sido el amor de Padre lo que había visto.
Sólo una lucha, o algo peor, habría hecho que ella divulgara nuestra
ubicación. Cuando se trataba de terquedad, crecía en nuestros genes. De alguna
manera, lo sabía. Salvar a Kennan se reduciría a salvar a Alfreda.
No. No era una tontería. Madre y Padre habían sido los primeros en
mostrarme amor. Habían dado forma a todo lo que yo llamaba ‘amor’’. Mi mente
zumbaba con preguntas que no sabía si tenían respuesta. ¿Siquiera sabía lo que
era el amor? Mi mente siguió divagando.
Tal vez era yo. Tal vez yo no era digna de amor. Tal vez Padre sólo me
mostraba lo que yo merecía.
Ella me había dado abrazos y consuelo. Pero mira cómo había resultado.
Todavía no sabía si ella tenía que hacer el último sacrificio por mí a manos de
Padre. La angustia llenó mi corazón. Yo. Yo la había puesto en esa situación.
—No sé qué te hizo tu padre para que dudes de que eres digna de mi amor.
Te aseguro que nunca he conocido a nadie más digno. —Sus penetrantes ojos y
el silencio puntuaron su declaración. Y entonces sus labios se estrellaron contra
los míos. No hubo nada suave en ello. Profundizó el beso como si la fuerza de
su pasión fuera a convencerme. Al final, se apartó y me acarició la mejilla—
¿Recuerdas lo que te dije, que una vez que me comprometo a amar a alguien, no
retengo nada? Lo doy todo.
—Siento haber sido duro, pero me mata oír que piensas eso de ti misma. No
es tu culpa que tu padre haya poseído a Kennan. En realidad, es un movimiento
estratégico brillante.
—¿Qué?
—Toma a la única persona que significa algo para ambos y la utiliza como
pieza de juego.
Kovis asintió.
—No será fácil —dije. Sólo podía imaginar lo que padre había tramado.
Kovis se rió.
—De tal jinete, tal caballo. Tal vez debamos continuar antes de que me dé
una colleja. —Con otro rápido movimiento, me dejó caer de nuevo en la silla de
montar. Inmediatamente eché de menos la sensación de sus brazos a mi
alrededor. Todavía me hormigueaban los labios.
Resoplé.
—Qué humilde.
Todavía me gustaría.
Me rompí. Me sonrojé.
Las sombras del sol se alargaron, y cuando nos acercamos a una agrupación
de árboles, Kovis dijo—: Oigo agua. Acampemos.
Seguimos nuestros oídos hasta las orillas de un arroyo. No estaba cerca del
que habíamos vadeado9 antes, pero era digno de ese nombre. Regaba media
docena de sauces que crecían en sus orillas. Los pececillos correteaban por los
bajíos.
—A los dos nos vendría bien un baño y lavar nuestras ropas. ¿Nos bañamos
mientras se cocinan? —Pregunté.
9
vadear: capacidad de un vehículo terrestre de trasladarse por cauces de agua
No había olvidado lo que había aprendido de aquella guía de referencia del
sanador, y estaba dispuesta a explorar ‘’desgarrar’’ mi virginidad. Había visto su
hombría. No tenía ninguna duda de que lo haría. Lo haría mío. Completamente.
Me sonrojé al pensar en ello y cogí la pastilla de jabón de mi alforja.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó Kovis, con la picardía bailando en sus ojos
cuando llegamos a la orilla.
Siguió con un beso y quién sabía qué más, a menos que yo redirigiera sus
esfuerzos. Ardiente. Eso es lo que era. Él tomaría la iniciativa, si yo no lo hacía.
Movió las manos. Hacia abajo. Hasta el dobladillo. Luego recogió la tela,
tocando ligeramente mi piel hasta arriba y sobre mi cabeza.
Así lo hizo, pero lo que no anticipé fue a él chupando mis pechos tan rápido
como se acercó. Otro gemido. Salió de mí. No pude evitarlo. Pero no, tenía que
seguir con mi plan.
Moví un dedo.
Se rió.
Me reí. No me arrepentí. Le hice extender los brazos por completo una vez
más y le levanté la camiseta interior.
—No he terminado.
Se rió
—Muy bien.
Pasé las palmas de las manos por su musculoso pecho, arrastrando besos
por detrás, y luego tracé su tatuaje de color rojo brillante con los dedos. La parte
delantera de su pantalón se movió. Le llamé la atención.
—Bueno, creo que esa serpiente necesita ser soltada. —Dejé caer mis manos
a la parte superior de sus polainas, pero como la noche anterior, las capturó y
negó con la cabeza.
—¿Por qué?
Se rió.
—Mi Ali. —Pasó una mano por mi mejilla—. Eres realmente increíble.
Miré a mi alrededor.
—¿Vas a esperar hasta que algún funcionario anuncie que nos amamos?
Puede que tarde un poco. —Dejé que mi nuevo y viejo anillo brillara bajo el sol
moribundo, su belleza y refinamiento tan en desacuerdo con nuestro entorno.
Una imagen de nosotros, en contra de lo que enfrentamos—. Kovis, no puedo
imaginar mi vida sin ti. Y a menos que tú puedas, diría que estamos atrapados el
uno con el otro.
Acaricié su mejilla.
Tomé sus manos entre las mías. Me dejó bajarlas para que colgaran a sus
lados. Le di un suave beso en los labios y luego busqué la parte superior de sus
polainas. Esta vez no se resistió, y los desabroché.
Me reí.
—Ya está, no ha sido tan malo, ¿verdad? —Otro gemido. Mientras tocaba la
punta húmeda. Otro, al sentir su longitud. Tan larga. Tan gruesa. ¿Cómo iba a
caber eso dentro de mí?
—¿Qué? ¿No lo decía tu guía de referencia? —Se quitó las polainas hasta el
final y abandonó los calcetines en el banco de hierba.
Me tumbó y buscó los botones de mis polainas. Respiré cuando sus dedos
hicieron algo más que desabrocharlos. Bajó hasta mis pies, agarró la parte inferior
de cada pierna de mi ropa interior y tiró. Mis mallas salieron volando y, con un
movimiento más, los calcetines también se separaron. Me quedé desnuda. Me
levantó y se dirigió al arroyo.
Mujer cruel.
¿Cruel?
Me acarició los pechos durante varios latidos antes de alinear su punta, tal
como decía el libro.
Atrapé su mirada.
—Estoy bien. —Respiré profundo y solté una risa dolorosa—. ¿Estás seguro
de que todo encajará?
Exhalé.
—Más. Todo. —Jadeé. Rodeé con mis piernas su musculoso trasero y lo atraje
hacia mí. Ansiaba sostener cada parte de él, en toda su gloria. Saborearlo.
Una esquina de su boca se elevó.
—Qué impaciente.
Siguió avanzando, luego se retiró, luego empujó. Una y otra vez mientras
su hombría me llenaba.
—¿Un embudo?
Se rió.
—¿No lo sabías?
Me reí.
—Y yo te amo, Kovis.
—Bueno, querida, creo que hemos perdido la razón por la que vinimos aquí.
—¿Para bañarnos?
Nos sentamos los dos envueltos en la única manta que había rebuscado, con
nuestra ropa colgada secándose cerca del fuego. El rostro de Kovis aún mantenía
una sonrisa de satisfacción mientras me lamía la deliciosa grasa de los dedos. El
faisán se había dado un festín en su vida, no como nosotros esta noche.
—¿Qué?
Bastardo arrogante.
¿Qué?
Un bastardo.
Se rió.
Sabíamos que no sería fácil. En absoluto. Pero parecía que el destino nos
había destinado a la tarea.
—¡Por el Cañón!
—Sí. Y...
—El Cañón nos regala nuestros poderes. Pero creo que los dioses lo crearon.
Y Ambien es uno de ellos. Ali, nunca dijiste que él...
—Sí, pero…
Retomé la nana que le había tarareado a Kovis desde su más tierna edad,
acallando sus furiosos pensamientos. El fuego crepitaba y los insectos chirriaban,
haciendo una pausa.
Así que, mientras compartíamos esta mañana la cena familiar de quince días
—una tradición iniciada, e insistida, por Mema, el nombre con el que nos
referíamos cariñosamente a Abuela para mantener a nuestra numerosa familia
unida—, se me apretó el estómago cuando el abuelo forzó una sonrisa a su novia
y luego dio una palmada en el brazo Padre y se levantó de la mesa principal que
estaba perpendicular a las dos en las que cenábamos mis hermanos y yo. Algo
pasaba.
El sol enviaba una suave luz a través de los ventanales que cubrían una de
las paredes del comedor, pintando el blanco crudo con un cálido tono rosado.
Nuestra charla fácil se acalló y reboté las miradas entre mis hermanos, que
llevaban los ceños fruncidos. Varios se mordieron el labio. Mema controló su
expresión y no reveló nada. Fuera lo que fuera, no podía ser bueno.
Abuelo, el dios del sueño, cubrió un bostezo, paradójico, por cierto, y luego
se aclaró la garganta.
Me llevé una mano a la boca. Padre. Cómo deseaba verlo más a menudo. Y
si estuviera más cerca, ¿podría venir también Madre? Ella afirmaba que su
trabajo en la entrega de mensajes le impedía venir, pero yo lo cuestionaba.
Miré a mis hermanos. Dirían que estaba siendo el sol y el arcoíris de nuevo
si expresaba mis esperanzas. Tal vez fuera ingenua, pero si pudiéramos tener a
nuestra familia unida... Inspiré profundo y solté despacio, ignorando el escalofrío
que me recorrió la espalda al levantar la mano.
—Lo haré.
Sólo el silencio me recibió. ¿Dónde estaba? La última vez que había pasado
esto... No podía pensarlo. No lo haría.
***
Mis hermanas habían hecho todo lo posible por consolarme, pero justo
después del amanecer, cuando un mayordomo hizo pasar a un oficial
uniformado a la sala de estar, se me revolvió el estómago. Un inquisidor.
Investigan los sucesos inusuales o sospechosos. Sólo los había visto cuando había
ocurrido algo malo.
El hombre plegó sus alas negras al detenerse. Nunca era una buena señal.
Levanté una mano donde me senté en uno de los varios divanes, Velma,
mi hermana mayor, a mi izquierda, Wynnfrith, mi compañero de cuarto, a mi
derecha.
¿Qué podría haber pasado? Nunca nos lo dijeron. Tal vez nunca se
enteraron ellos mismos. Dudaba de que saber hubiera aliviado mi dolor, pero el
no saber siempre hacía que se sintiera mucho más sin sentido, especialmente
cuando mi cargo había sido tan joven.
Respiré hondo intentando dejar de llorar y me pasé una manga por las
mejillas. Velma y Wynnfrith se apartaron, pero ambas mantuvieron una mano
consoladora sobre mí.
Pero como resultado, no pude evitar encariñarme con cada persona que se
me confió, sin importar las consecuencias. Si eso significaba que me sentía así de
vez en cuando, era un pequeño precio para pagar por el significado y la sensación
de plenitud que obtenía.
*****
No es que nunca haya perdido una carga de sueño joven. Lo había hecho.
Pero yo misma había sido más joven y las preguntas sobre el significado no me
habían atormentado. No así: ¿En qué podría haberse convertido Drake algún día?
¿Cuáles habían sido los propósitos de los Antiguos para él? ¿Cómo podría
haberse cumplido tan pronto? ¿Se habían cumplido? ¿O algo había interferido?
¿Era eso posible? Estas y otras preguntas no me permitían resolverlas, y mucho
menos ganar un cierre. Drake me había cambiado, no era diferente a cada uno
de mis cargos anteriores. Y por ello, una parte de él, como ellos, viviría
eternamente en mí.
—Sí, por favor, sí, estoy lista —Nunca había tenido un gemelo. Aparté mi
desesperación cuando la novedad me despertó.
Acercaba mis alas mientras mordía una magdalena de fresa recién salida
del horno, intentando demostrar lo "preparada" que estaba. Mis hermanas,
sentadas alrededor de la mesa, continuaban con sus conversaciones, pero sus ojos
brillantes dirigidos a mí, sus sonrisas y sus risas detrás de las manos dibujadas me
decían que no sólo me habían oído, sino que estaban emocionadas por mí.
—Muy bien, cuando hable con tu padre más tarde, te sugeriré para el otro.
—Gracias, Mema —Me comí otra magdalena y una fruta de burbujas para
subrayar mi afirmación.
Me envolvió en un abrazo.
—Lo sé. Nunca hemos pastoreado gemelos. Estoy tan feliz. Podremos
hacerlo juntas —Apreté su mano.
—¿Alguna vez has sabido que niegue algo que Mema le pida? —preguntó
Wynnfrith, arquenad una ceja.
Sol y arcoíris. Sabía lo que estaba pensando y puse los ojos en blanco.
—Gracias por cuidar de mí, hermana mayor, te quiero por ello, pero estoy
de acuerdo con Wynnfrith.
Me imaginé dando un paso tras otro con cuidado, abriéndome paso por el
hilo oscuro. Cuando llegué al final, encontré las hebras por las que fluían sus
pensamientos y espolvoreé arena sobre ellas. No demasiado. Era poca.
Una vez que se instaló en el sueño, me aferré a los hilos. Sus pensamientos
empezaron a fluir en turbias imágenes grises: Algo le acariciaba el costado, una
sensación placentera, probablemente la mano de su madre. Agarré el
pensamiento y lo tejí en un sueño. Sonidos. Agradable. Calmante. También los
hilvané y los añadí a los demás. Seguí captando las sensaciones mientras dormía,
hasta que algo le pinchó el costado, el pie de su hermano sin duda, y se despertó.
Cierra los ojos ahora y descansa, que estas horas sean bendecidas.
Los ángeles de la guarda están cerca, así que duerme sin miedo.
—Me alegro mucho de que nos tengamos la una a la otra esta vez. Esta etapa
siempre es una alegria.
Alfreda se rio.
Fruncí el ceño.
—¿Crees que mamá se sentía así con nosotras cuando estábamos dentro de
ella?
Fruncí el ceño.
—El trabajo es más importante para mamá que para nosotros. Y aunque
Padre está jubilado, todavía no pasa más tiempo con nosotros.
—Nos tenemos la una a la otra —Ella sonrió—. Soy un poco parcial, pero
creo que todos mis hermanos son muy especiales.
Le apreté la mano.
*****
Todavía reflexionaba sobre lo que había dicho Alfreda, lunas más tarde,
pero la alegría borró mi melancolía después de dormir a mi cargo y empezar a
controlar sus pensamientos.
—¡Han nacido! Está agitando los brazos libremente —le dije a mi hermana
cuando entró en el salón.
Chilló, se tumbó en el sofá a mi lado y cerró los ojos. Yo también cerré los
míos y me puse a trabajar.
Las voces, las personas que hablaban a mi cargo y sobre él, poblaban sus
pensamientos. Me maravillaba la letanía de nombres que se dirigían a él: Príncipe
Kovis Rhys Aldrick Desmond Altairn. Por Dios. ¿Podrían añadir más? Más largo
que cualquiera de mis cargos anteriores. Pero lo habían llamado Kovis.
—¿Qué es?
Alfreda se rio.
Esa ‘’atracción’’ sin duda durará toda su vida si mis anteriores cargos
masculinos son una indicación.
Una dulce voz dijo—: Hemos traído a sus hijos, Emperador. Si me permite,
son unos pequeños encantadores.
Vive en el pintoresco Austin, Texas, con su marido. Sus dos hijos han
volado del gallinero. Uno de ellos ha llegado a Microsoft y el otro a las Fuerzas
Aéreas.