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¡Saludos de unas chicas que tienen un millón de cosas que hacer y sin embargo
siguen metiéndose en más y más proyectos!
TRADUCCIÓN
°Bleu

°Elke

°Nicte

°Kerah

CORRECCIÓN

°Bleu

°Elke

°Nicte

°Kerah

REVISIÓN FINAL

°Matlyn y °Bleu
SINOPSIS Diecisiete

Dieciocho
MAPA
Diecinueve
DEDICATORIA
Veinte
Parte I: Despertar Veintiuno
Uno
Veintidós
Dos
Veintitrés
Tres
Veinticuatro
Cuatro
Veinticinco
Cinco
Veintiséis
Seis
Veintisiete
Siete
Veintiocho
Ocho
Veintinueve
Nueve
Treinta
Diez
Treintaiuno

Parte II: REM Treinta y dos

Once Treinta y tres

Doce Treinta y cuatro

Trece Treinta y cinco

Catorce Treinta y seis

Quince Treinta y siete

Dieciséis Treinta y ocho


Treinta y nueve Cincuenta y seis

Cuarenta Cincuenta y siete

Cuarenta y uno Cincuenta y ocho

Cuarenta y dos Cincuenta y nueve

Cuarenta y tres Sesenta

Cuarenta y cuatro Sesenta y uno

Cuarenta y cinc Sesenta y uno

Cuarenta y seis Sesenta y dos

Parte III: Pesadilla Sesenta y tres

Cuarenta y siete Sesenta y cuatro

Cuarenta y ocho

Cuarenta y nueve Rock—A—Bye Baby


Cincuenta ADELANTO DE ROCK—
Cincuenta y uno A—BYE BABY
Cincuenta y dos PROLOGO

Cincuenta y tres UNO

Cincuenta y cuatro DOS

Cincuenta y cinco SOBRE LA AUTORA


¿Hasta dónde se verá obligada a llegar la tejedora de sueños Ali para
proteger a su amor cuando Morfeo se vuelva rebelde?

La Doncella de Arena Alissandra ha estado tejiendo sueños humanos


durante gran parte de su existencia inmortal, ayudando a sus protegidos a
resolver lo que les preocupa mientras duermen. Pero su idílica vida da un vuelco
cuando descubre que su padre, el dios de los sueños, planea explotar a los
humanos, haciendo que existan sólo para cumplir sus órdenes.

Obligada a elegir entre la única vida que ha conocido o la protección de su


actual cargo, el príncipe heredero, se desprende de la inmortalidad y huye del
Reino de los Sueños. Pero el dios de los sueños no es el único peligro para ella y
el Reino de los Despiertos

El príncipe Kovis Altairn, el hechicero más poderoso del Imperio Altairn,


no sabe nada del Reino de los Sueños y mucho menos de su doncella de la arena.
Así que cuando Ali es descubierta desnuda en su dormitorio, es acusada de ser
una espía. Ahora ella debe convencerlo de sus intenciones... así como del peligro
que corren todos... antes de que sea demasiado tarde.

La Doncella de Arena es un relato de fantasía de cuatro libros sobre dioses


y mortales que es una fusión única y original de los mitos Griegos e Ingleses. Si
te gustó el dinamismo de Una corte de Espinas y Rosas de Sarah J. Maas, el
sentimiento y la intriga de Elise Kova y la mitología griega de Amanda Bouchet,
te encantará este libro.

¿Por qué los lectores están entusiasmados con la serie The Sand Maiden?

Es un concepto de libro de fantasía refrescante, fuera de los habituales


brujos, hechiceros, hadas, vampiros, hombres lobo y sirenas.

Es una fusión única y original de los mitos del Hombre de Arena y Morfeo,
con los que todos hemos crecido.

Sus rápidos e imprevisibles giros te dejarán sin aliento.

ADVERTENCIA: Este libro empoderará a quienes dicen #MeToo pero


contiene contenido maduro que incluye abuso sexual. Recomendado para
mayores de 18 años.
Para las Doncellas de Arena. Los Hombres de Arena. Los Tejedores de
sueños. Los que ven con la vista del sueño. Que pastorean nuestros sueños de
principio a fin.

Algunos prefieren ignorarlos, hacer como si no existieran, tomar


melatonina, Ambien o Lunesta porque su realidad se lo prohíbe. Pero ustedes
son humildes, desinteresados y comprenden nuestra fragilidad.

Porque lo que está fuera de la vista no está fuera de la mente. Y creamos o


no, cada noche de nuestras vidas ustedes, Ciudadanos de Sueño, pilotean nuestro
curso a través de pensamientos que necesitan refinamiento, problemas que
necesitan soluciones, preocupaciones que piden acción, cosas que deberíamos o
no deberíamos haber dicho. Y una vez terminados los asuntos, convierten
nuestros sueños en dulces, salseados, sensuales y más. Ustedes, Doncellas y
Hombres de Arena, cambian radicalmente cada uno de nuestros mundos.

Gracias.
Nana y Buenas Noches de Johannes Brahms

Alemania Reino de los Despiertos

Nana, y buenas noches, en los cielos brillan las estrellas.

Que los rayos plateados de la luna te traigan dulces sueños.

Cierra los ojos ahora y descansa, que estas horas sean bendecidas.

Hasta que el cielo brille con el amanecer,

cuando te despiertes con un bostezo.

Nana, y buenas noches, eres la delicia de tu madre.

Te protegeré del daño, y despertarás en mis brazos.

Dormilón, cierra los ojos, porque estoy a tu lado.

Los ángeles de la guarda están cerca, así que duerme sin miedo.

Nana, y buenas noches, con rosas en la cama.

Lirios sobre la cabeza, acuéstate en tu cama.

Nana, y buenas noches, eres la delicia de tu madre.

Te protegeré del daño, y despertarás en mis brazos.

Nana, y duerme bien, mi querido dormilón.

Sobre sábanas blancas como la crema, con la cabeza llena de sueños.

Dormilón, cierra los ojos, estoy a tu lado.

Acuéstate ahora y descansa, que tu sueño sea bendecido.


Me quejé al chocar con el suelo de madera, que tampoco sentía empatía por
mi situación. Me sacudí.

Vivía. Eso era lo único que importaba.

—¡Lo logré! ¡Funcionó! ¡Velma!

Me levanté para sentarme justo cuando un rugido me hizo sentir una ola
de terror.

Me giré sobre mi asiento y, en un arco iris de luz tenue, vi a Kovis


levantarse de golpe y agarrarse la cabeza. Las sábanas cayeron hacia atrás, dejando
al descubierto su esculpido y tatuado pecho, cuya tinta brillaba en rojo fuego,
evidente incluso en las sombras. Otro bramido salió de su boca abierta. La sangre
empezó a brotar de su nariz.

Jadeé. ¡Su poder! ¿Dónde estaba su sonido? Mi centro se apretó ante la


ausencia del sonido. ¡Dioses, no! Había estado ahí durante años, constante,
ondulante.

Había tenido muchos cargos de sueños en mi existencia inmortal, pero


ninguno como él. Ni siquiera cerca. Ninguno que haya vibrado. Había tejido sus
sueños desde antes de que naciera. Y me había enamorado del sonido desde que
lo escuché por primera vez. Se había hecho más fuerte a medida que su poder
se manifestaba y se sumaba a su seducción. ¡Pero no podía oírlo!

—¡No! Lo siento. Lo siento mucho, mi Rayo de Sueño. ¿Qué te he hecho?

Nuestros ojos se conectaron.

—¿Quién...? —Una sola palabra, todo lo que pudo decir.

Esos ojos, piscinas de azul brillante rodeando centros de color avellana.


Podría perderme en ellos. No. No. Volví a centrarme.

Me esforcé por alcanzarlo. Nunca había tenido un cuerpo humano y estas


nuevas extremidades...

—¡Inútil!
Soltó otro aullido agónico.

—No sabía que te haría daño. ¡Tenía que salir de allí!

A pesar de su falta de cooperación, ordené a mis miembros que obedecieran


y me acerqué a la cama.

Pero una mano invisible me detuvo.

—Déjame. Ir —Luché mientras me agarraba el pecho, luego me


inmovilizaba el cuello y la cabeza, los brazos y luego las piernas.

No podía moverme. ¡Maldita sea!

¿Era la Tejedora de sueños? ¿Me había seguido?

¿Por qué? No la necesitaba para tejer los sueños de Kovis. ¡Estaba muy
despierto!

Entrecerré los ojos, pero esos nuevos ojos no la vieron. Sentí que me había
convertido en su próximo proyecto, uniendo de alguna manera cada parte de mí
a... ¿mi príncipe? ¿Se suponía que esto debía ocurrir? Sentí que algo hacía clic,
que encajaba en su sitio y mis partes recuperaron el movimiento.

—¡Por fin!

No tenía ni idea de lo que acababa de ocurrir, pero un rayo de pura agonía


me atravesó la cabeza y grité, imitando a Kovis; sentía la cabeza como si me la
hubieran partido en dos. ¡Su dolor! Sentí su dolor.

Ardor insondable. Angustia. Agonía. Me derrumbé. Mi centro se apretó y


un sabor repugnante golpeó la parte posterior de mi garganta justo antes de que
el líquido saliera de mí. Volví a tener espasmos. Y otra vez. Cuando finalmente
se detuvo, yo estaba amordazada. ¡El hedor!

Abrumador. Me pasé un brazo por la boca, arrastrando algunos de mis


largos cabellos dorados por los restos.

¡Defectuoso! ¡Había conseguido un cuerpo defectuoso!

Y entonces Kovis tuvo una arcada.

¿Qué he hecho?

La puerta de enfrente se abrió de golpe y entraron tres guardias


uniformados con las armas desenfundadas.
—¡Alto! —exigió el primero.

—¿Cómo has entrado aquí? —preguntó el segundo.


El tercero movió la cabeza, señalando a los demás. Sin duda, para explorar
la habitación en busca de más intrusos. Mientras tanto, mantenía su arma en mi
garganta y fruncía el ceño. Hasta que sus ojos vieron mi Rayo de Sueño.

—¡Mierda! ¡Príncipe Kovis! ¡Bennett, trae a Jathan! ¡Despierta al Príncipe


Kennan!

—¡Oowww! —Kovis y yo soltamos juntos.


Dolor. Mucho dolor. Se me enroscaron los dedos de las manos y de los pies.

—¡Sí, Sargento! —El primer guardia se apresuró a salir.


Otro se acercó de golpe.

La oscuridad mordisqueó mi conciencia. Ojalá hubiera estado fuera. Me


habría perdido lo que vino después.

El recién llegado echó la cabeza hacia atrás.

—¡Oye, está desnuda! Y cubierta de arena.

—¿De verdad? No me había dado cuenta —La respuesta del sargento


goteaba de sarcasmo.

—Todo despejado, Sargento —informó el otro guardia, uniéndose a ellos.

Tres guardias. Seis ojos me recorrieron.

Me tragué mi repugnancia, deseando cubrirme. Sus ojos curiosos no


importaban. Tenía que intentar llegar hasta él. Mi centro amenazaba con otra
revuelta, pero tragué con fuerza, levanté la barbilla y me esforcé por levantarme.

—Déjeme tocarlo. Por favor. Necesito tocar a Kovis.

El sargento se interpuso en mi camino, evitando mi malestar.

—Es el Príncipe Kovis para los que son como tú. Muestra algo de respeto.
No te acercarás a él. Parece que ya has hecho bastante.

Kovis gimió y yo me hice eco.

Conteniendo el dolor, miré a mis captores.


El recién llegado se lamió los labios, sus ojos ávidos de ver cada bulto y
cada grieta de mí. Un escalofrío sacudió mi cuerpo, el frío de la habitación no
fue el culpable.

—¡Deja
de mirar, Billige! ¡Trae una manta! —ladró el Sargento Ceño. A
juzgar por la profundidad de las arrugas que marcaban la cara del hombre, su
ceño parecía ser una condición permanente.

—Lo tengo —dijo el segundo guardia. Una cálida sonrisa adornó sus labios
y se alejó corriendo. Deseé que no lo hiciera.

Su compañero —Creepy1, lo llamaría yo—, sonrió bajo una barba desaliñada


mientras sus ojos seguían festejando.

Lo hice callar y miré a Kovis. ¡Cuánta sangre! Y su nariz aún chorreaba. Por
favor, ponte bien. Por favor, que estés bien, mi Rayo de Sueño. Tenía que estarlo.

Otro gemido. Cerré los ojos, apreté las manos y respiré entre la angustia.

Mi desesperación creció.

—Déjame
tocarlo. Por favor. Necesito tocarlo —Forcé mis miembros
descoordinados hacia la cama.

—No escuchas muy bien —El sargento bajó la punta de su espada,


obligándome a parar.

Kovis volvió a gemir.

Apretando los dientes, mordí mi tormento.

—¡Jathan! —El sargento, con el ceño fruncido, pareció aliviado cuando un


hombre de mediana edad, vestido con túnica verde cazador, entró corriendo por
la puerta.

El recién llegado echó un vistazo a Kovis y se puso a trabajar.

—¡Apoya sus almohadas! —El sanador rodeó el lado opuesto de la cama, tiró
su bolsa al suelo, agarró los hombros de Kovis y tiró de él hacia delante.

Creepy fue detrás y luego hizo lo que se le indicó.

El sargento siguió presionándome con la punta de su espada.

No pude contener mi sarcasmo.

1
Traducido del inglés seria ‘’Siniestro’’ y es el apodo que ella le da al sargento
—Como si fuera a embestir de repente —El hombre sólo frunció más el
ceño.

La siguiente oleada de dolor se apoderó de él. Kovis apretó la mandíbula.


Juntos respiramos a través de ella.

El sanador rebuscó en su bolsa. Al cabo de un instante, acercó un paño a la


nariz del príncipe, que seguía goteando.

—¿Quién? ¿Cómo...? —Kovis gritó, cuando nuestros ojos se encontraron


de nuevo.

El sanador siguió la mirada del príncipe y se fijó en mí, pero volvió a


centrarse en su paciente.

—Señorita —El amable guardia regresó y me colocó una manta de fina tela
sobre los hombros.

—Gracias —La suavidad se sentía bien contra mi piel fría. Pero fue su
aroma el que me calentó... aire fresco justo después de una tormenta con un toque
de hoja perenne. Masculino. Kovis.

Cerré los ojos e inhalé, saboreando su olor.

Con mi príncipe apoyado contra un ejército de almohadas y sosteniendo el


trapo ensangrentado, suspiré. La sangre seca pintaba su pecho. La tinta de su
tatuaje se había atenuado hasta convertirse en naranja; sí, su tatuaje cambiaba de
color, aunque nunca había sabido qué significaban todos los colores. Recé para
que el nuevo tono significara que su estado había mejorado.

Mi corazón se rompió. Nunca le haría daño a Kovis. Si lo hubiera sabido...


Pero ¿qué habría hecho diferente? No lo sabía. No tenía otra opción.

Al rebuscar más, el hombre sacó un frasco de líquido marrón.

—¡Tráiganme agua! Ahora.

Creepy obedeció y Jathan mezcló el contenido del frasco.

—Mi príncipe, tome, beba esto. Debería hacer que su cabeza se sienta mejor.

—¿Barro? —La voz de Kovis salió débil y nasal con el trapo, pero forzó una
sonrisa mientras tomaba un sorbo tentativo.

—No es barro, mi príncipe.

Kovis frunció el ceño.


—Sabe peor.

—Por favor, mi príncipe.

—¡Ponte de pie! —ordenó el sargento, mientras Kovis inclinaba la cabeza


hacia atrás y bebía la poción.

Me sobresaltó. Había estado concentrada en mi Rayo de Sueño.

—¡Ahora!
Sabía que tenía que tocar a Kovis. Velma y yo lo habíamos discutido
largamente. Pero estos guardias no lo sabían.

Y seguir discutiendo el punto no le ayudaría. Me iría en silencio y esperaría


que otra solución apareciera. Ya había hecho suficiente daño por una noche.

Mis ojos volvieron a mirar a mi captor con el ceño fruncido. Recogí mis
miembros desgarbados y los acomodé bajo la manta. Me balanceé, pero no
ocurrió nada mientras luchaba por levantarme. Lo intenté de nuevo con el
mismo resultado.

El ceño del sargento se frunció, si es que eso era posible.

—Señor, está herida —protestó el amable guardia.

—¿Y qué? —intervino Creepy—. ¡Ella atacó al príncipe! Se merece la


cárcel. —Se movió para golpearme.

—¡Ya basta! —intervino el Sargento Ceño.

—Llévenla a nuestros aposentos. Alguien la revisará —interrumpió Jathan.

Creepy movió las cejas ante eso. Disfrutaría "revisándome". No tenía


ninguna duda.

Kovis cerró los ojos, apretó la mandíbula y se llevó un puño a la frente


cuando la siguiente oleada de dolor lo inundó. Gemí por los dos.

—¿Por qué sigue gimiendo cada vez que él lo hace? —Preguntó Creepy.

Ya había tenido suficiente con este tipo.

—Porque. Duele. Duele —Me quejé cuando el dolor se calmó.

—¡Vayan! ¡Llévenla a mis aposentos! —El sanador se había cansado de las


tonterías.
—¡Bien! Pero la estamos vigilando —insistió Creepy, recibiendo un
asentimiento de Ceño.

El sargento enfundó su espada, se inclinó hacia mí y arrugó la nariz. El


residuo de mis arcadas en mi pelo y en otras partes, lo golpeó. No pudo
enderezarse lo suficientemente rápido.

—¡Allard, llévala!

—Sí, sargento —El chico bueno tenía un nombre. Me sonrió.

Este pobre hombre. No lo merecía.

Jadeé cuando Allard me levantó. No por el dolor. Había estado demasiado


baja para ver toda la sangre y el vómito que manchaba las cubiertas de Kovis.

Todo era culpa mía.

Allard me envolvió con la cubierta.

El príncipe gimió y yo me hice eco, apretando la manta con todas mis


fuerzas hasta que el dolor remitió.

—Lo siento mucho —le susurré a mi Rayo de Sueño.

—No hace falta que se disculpe por estar enferma. Se va a poner bien,
señorita —respondió Allard, pensando que había hablado con él.

Los cuatro nos dirigimos a la puerta.

Kovis tenía que estar bien. Él era todo lo que me quedaba.


Dos

¡Los poderes de Kovis no han vibrado! Y toda esa sangre. No había esperado
nada de eso. ¿Qué había hecho? Mi respiración se agitó al pensar en ello mientras
Allard me llevaba en brazos. No podía recuperar el aliento.

—Va a estar bien, señorita —Allard tragó con fuerza, como si rogara que
fuera cierto.

Un escalofrío me recorrió la columna y empecé a temblar mientras mi


mente repetía los latidos del corazón justo antes de llegar del Reino de los Sueños:

Mi padre estaba de muy mal humor al atardecer y yo no había podido


evitarlo. Error número uno.

—Alissandra —Su voz había sido fría.

Todavía me producía un escalofrío. Debería haberlo sabido. Error número


dos.

—Vas a cooperar. Esta es mi última advertencia.

Pero eso era todo. No podía, no sin sacrificar la mente de Kovis a él, para
hacer los dioses sabían qué. Tensé la mandíbula. Padre vio mi insolencia. Error
número tres.

Jadeé y seguí luchando por respirar. Mi cuerpo convulsionó al recordar a


mi padre abalanzándose sobre mí, agarrándome, apretando mis brazos hasta que
creí que se romperían. Su rostro se había arrugado en un feo gruñido mientras
me sacudía. Cuando se frustró por mis gemidos, me apretó la cara contra su gordo
pecho, casi asfixiándome. Había arañado y sacado sangre. Aire. Necesitaba aire.
Agité mis alas. Eso sólo avivó su ira.

Gimoteé y me retorcí en los brazos de Allard mientras aquel sonido


característico —Padre sacando un cuchillo de su funda— volvía a resonar en mi
memoria.

—Está bien, señorita. De verdad —Allard trató de tranquilizarme.

Mi padre había capturado una de mis alas y la había inmovilizado con su


vara. Por el rabillo del ojo, vi cómo levantaba la espada. ¡Me iba a destrozar! ¡Mis
alas! ¡Dioses! ¡Deténganlo! Pero los dioses me ignoraron.
Mi respiración se agitó con el recuerdo y la negrura mordisqueó los bordes
de mi visión.

Ceño retumbó—: ¡Deprisa, antes de que se nos muera!

Allard aceleró sus pasos.

El pezón de mi padre. Había luchado para alcanzarlo. Cuando me esforcé


lo suficiente, abrí la boca y apreté esa cosa asquerosa y bulbosa a través de su
túnica, y me aferré a ella.

Casi pierdo un diente cuando me empujó a través del pasillo y contra la


pared. Me derrumbé en el suelo, con las estrellas nadando en mi visión. ¡Corre!
Supe instintivamente que esa sería mi única oportunidad porque, con mi suerte,
si me atrapaba, haría algo peor que matarme. Me condenaría al mismísimo Hades.

Me levanté a duras penas, dando pasos tambaleantes mientras mi cabeza se


despejaba.

Gritó obscenidades mientras cuidaba su pecho sangrante.

Salí corriendo por la puerta.

—Rápido, sígueme —Mi hermana me agarró de la mano mientras me


lanzaba por el pasillo, sus ojos no dejaban de buscar enemigos.

—¡Alissandra! —El grito de mi padre hizo temblar las paredes detrás de


nosotros.

Volamos por un pasillo tras otro, con la furia de Padre nunca muy lejos.

Velma finalmente revoloteó en una pequeña alcoba, jadeando.

—Ali, ya hemos hablado de esto.

Asentí con la cabeza, temblando.

—Es hora de que te vayas, hermanita —Le costó recuperar el aliento.

—Tengo miedo —había gritado.

—Sé que lo tienes, pero es la única manera de que estés a salvo —Me ahogué
en las lágrimas—. Sé valiente. Es mejor renunciar a la inmortalidad y hacer una
vida por ti misma.

La abracé. Si su plan funcionaba, no volveríamos a vernos. Si no lo hacía,


moriría en la transición.
—Te quiero —Las lágrimas rompieron el dique tras el que las había
mantenido.

Velma me miró a los ojos mientras una lágrima resbalaba también por su
mejilla.

—Y yo a ti. Cuídate y ten una vida larga y feliz.


Padre bramó, demasiado cerca.

Velma me sujetó por los hombros y cerró los ojos. Lo siguiente que supe
fue que había aterrizado con un ruido sordo en el suelo de Kovis.

Tragué, tratando de frenar mi respiración. Lo había conseguido.

—No pasa nada. Va a estar bien —La voz de Allard se entrecortó mientras
intentaba calmarla.

Los ojos de Ceño y Creepy se abrieron.

¿Cómo había sucedido esto? ¿Cómo podía mi propio padre odiarme así? ¡Él
era mi padre! Dejé correr mis recuerdos. Había sido un ser hermoso, con unas
alas enormes y dignas de presumir, en aquella época. Solía llevar una bolsa de
opio para inducir el sueño. "Herramienta del oficio". Solía bromear.

Me encantaban mis primeros recuerdos de él.

—¡Padre!

Me daba un abrazo.

—Ah, mi dulce hija. Eres inteligente y tan hermosa —Yo me quedaba


boquiabierta.

—¿Quieres ayudarme

—¡Oh, sí!

Mi padre siempre se reía de mi entusiasmo.

Había sido así durante eones. Entonces algo cambió. Mis pensamientos se
desplazaron a un recuerdo más reciente.

—He estado pensando en formas de ayudar a nuestros humanos. Me


gustaría intentar algo —dijo.

—¿Qué necesitas que haga?


—Ayúdame a asomarme a la mente de tu humano y ver lo que más ama.

—Oh, puedo decirte eso.

—No, necesito acceder a su mente yo mismo. Y sé que puedes concederme


eso porque eres muy capaz.

Yo había sonreído.

—Gracias, padre. Está bien. Te haré entrar —Un latido después le había
dado acceso.

Padre había mirado en la mente de Kovis.

—Su hermana y su hermano. Son los que más aprecia.


Me sonrió.

—Sí. Ha sido profundamente herido por su padre, así como por una mujer
a la que amaba. Sus hermanos son los que le dan la fuerza para seguir adelante.

A la noche siguiente, Padre había preguntado—: Así que, preciosa, has


demostrado ser muy capaz, ¿te apuntas a otro reto?

—Claro. Ayudará a nuestros humanos.

Papá me había mirado a los ojos con amor.

—Tan inteligente —Saboreé su elogio.

—Necesito ver qué le costaría a tu humano traicionar lo que más ama.

—No quiero hacerle daño.

—Oh, no lo hará. Sólo necesito acceder a sus recuerdos —Arrugué la frente.

—Sé que te preocupas por tu humano.

—¿No debería?

—Por supuesto. Prometo no causarle dolor, mi dulce niña —Padre me había


guiñado un ojo.

—Muy bien entonces —Hice lo mío y le dejé entrar para ver los recuerdos
de Kovis.

Cuando Padre se fue, me elogió—: ¡Bien hecho, mi brillante hija! Y mira,


ningún daño para él. Tienes tan buen corazón.
Yo había sonreído.

Seguía pidiendo acceso, una y otra vez. Lo hacía con tanta amabilidad que
no podía rechazarlo. Me había convertido en su hija favorita, entre tantas. Estaba
encantada.

Mis recuerdos se trasladaron a la noche en que oí hablar a padre y a Ailith.


Padre sostenía su barbilla y le sonrió a los ojos. Ailith apartó la mirada, pero
estaba claro que se había quedado embelesada.

—Me daría un gran placer, Padre.

—Muy bien, mi dulce hija. Podrías convertirte rápidamente en mi favorita,


¿sabes?

—Gracias, padre —dijo ella.

Había reprimido un grito ahogado.

La siguiente vez que lo vi, frunció el ceño.

—¿Qué pasa, dulce niña?

—Dijiste que era tu hija favorita.

—Y lo eres.

—Pero te he oído decir a Ailith que podría convertirse en tu favorita.

—Es cierto. Ella podría, pero basándose en todo lo que has hecho para
ayudar a tu humano, a todos los humanos en realidad, eres una dura competencia.
Y yo no cambio a mi favorita sin motivo. Sigue haciendo lo que estás haciendo
y seguirás siendo mi favorita. Sin duda.

Exhalé.

Y continuó diciendo—: Quiero contarte a qué nos lleva todo nuestro trabajo.
No se lo he dicho a nadie más. Quería mantenerlo en secreto para todos menos
para mi favorita. —Me había guiñado un ojo—. ¿Te gustaría escuchar mi plan?

Había aplaudido.

—Oh, sí.

—Como sabes, las yeguas salvajes han asolado a los humanos. Quiero
liberarlos de las pesadillas que causan estas bestias. El problema es que la mente
de ningún humano es lo suficientemente fuerte como para ahuyentar a una
yegua salvaje. Yo necesito unir sus mentes para que, colectivamente, sean capaces
de superar esta amenaza.

—¡Oh, eso es maravilloso! —Sus palabras me habían devuelto la fe en él.

—Pero necesitaré más de tu ayuda con tu humano para hacer esto realidad,
mi dulce niña.

—Por supuesto, haré lo que necesites.

Mi padre me dirigió una mirada de adoración y me pasó una mano por la


mejilla.

—Tan inteligente, además de hermosa —Continuó—. No sé cuál es la mejor


manera de unir las mentes humanas, así que tendré que probar varios
experimentos.

—Lo entiendo.

Mis recuerdos se dirigieron a la noche en que padre, a través de mí, había


conseguido que Kovis levantara un brazo mientras dormía. Lo habíamos
celebrado, los dos solos.

Pero se me revolvió el estómago al recordar la noche siguiente. Papá me


había pedido que facilitara que Kovis se cortara con un cuchillo mientras dormía.
No. Me pareció mal.

—Eso es mucho más complicado —Yo había evitado el problema—.


Levantar un brazo es una cosa. Cortarse, no lo sé.

—Necesito que lo intentes. Eres mi hija favorita y disfruta de todos los


beneficios que conlleva.

—Sí, padre.

—Esa es mi chica.

Cuanto más pensaba en ello, más me sentía como una herramienta. Al cabo
de una noche, tras varios intentos fallidos, me di cuenta de que mi padre no
quería librar a los humanos de las yeguas. Quería convertirlos en seres
descerebrados que hicieran su voluntad sin rechistar. Quería que el Reino de los
Despiertos sirviera al Reino de Sueños. Si tenía éxito, no sólo el Reino de los
Despierto sería destruido, sino que el resto del Reino de los Sueños también
caería. Tenía la esperanza de que padre hubiera pasado página. Pero esto iba más
allá de la yegua más salvaje que jamás había visto.

Y había visto muchas.


Empecé a trabajar contra él. Había trazado mi línea en la arena. Protegería
a Kovis, a todo el Reino de los Despiertos, si se daba el caso.

Mis recuerdos se dirigieron a la noche en que mi padre se dio cuenta de


que había descubierto su plan. Nunca lo olvidaría. Se había aferrado a mi mente.
Y sentí como si arrastrara afiladas garras por la superficie. El dolor me dejó
jadeando.

Desde esa noche, me obligó a ayudarlo. Al ser más fuerte, manipulaba mi


mente a la fuerza. Gritaba en agonía, haciendo todo lo posible para bloquearlo.
Para proteger a Kovis.

Empezó a maldecirme y a negarme afecto. Incluso me dio el tratamiento


del silencio: se alejaba sin responder cuando le hacía una pregunta. Pero no me
hizo cambiar de opinión. Así que se volvió más vulgar: perra loca, puta y la peor,
me había llamado. Y cuando mis lágrimas me traicionaban, me decía que era
demasiado sensible. Me reprendía delante de mis hermanos. Traté de evitarlo.

Pero no había escapatoria. Y el abuso sólo empeoró. Empecé a creer sus


mentiras: que yo no era más que un pedazo de mierda sin valor. Me estaba
destrozando. Lenta, pero seguramente.

Finalmente, no pude soportarlo más, y le di acceso ilimitado a la mente de


Kovis. Pero nunca le permití manipular los pensamientos de mi Rayo de Sueño.
No importaba el dolor que infligiera.

Creo que me habría roto por completo si Velma no hubiera intervenido.


Ella siempre había sido nuestra protectora.

Ella lo había visto. Lo sabía. Velma conspiró para sacarme del Reino de los
Sueños.

Velma. Su conversación llenó mi mente.

—Te rastreará a cualquier lugar que vayas en el Reino de los Sueños. Tienes
que escapar al Reino de los Despiertos. Es el único lugar seguro.

—¡Pero nunca se ha hecho! —argumenté.

—Creo que conozco una manera.

—¿Tú crees? Podría morir.

En ese momento, Velma me miró con dureza y mi estómago se hundió.


Moriría a manos de mi padre si no me iba.
Más allá del malestar. Un dolor insoportable. Me sacó de mis reflexiones y
me hizo gemir al sentir otro de los espasmos de Kovis. Apreté la mandíbula. La
frecuencia y la gravedad habían disminuido, pero aún jadeaba mientras me
aferraba a la manta hasta que el dolor se desvanecía.

Pero el aliento se me escapaba.

Y entonces sentí un susurro demasiado familiar en mi mente. Mi estómago


se tensó.

No. Padre no pudo haberme seguido. ¿Podría?


Tres

—¡No puede respirar! —exclamó Allard al encontrarse con una mujer de


túnica verde.

—Por aquí —me indicó.

Entramos en una sala con un gran tapiz que representa a un hombre sentado
en una mesa, machacando algo en un mortero con una maja.

El sargento me miró fijamente mientras decía—: La encontramos en los


aposentos del Príncipe Kovis. Le causó todo tipo de dolor. Jathan nos dijo que la
hiciéramos revisar.

Mi respiración se aceleró y, de nuevo, la oscuridad mordisqueó los bordes


de mi visión.

—¡No quería hacerle daño! —Las palabras salieron entre jadeos.

—Ella tampoco podía soportarlo —informó Allard a la mujer.

Un dolor punzante resonó en todo lo que conectaba al príncipe y a mí.


Cerré los ojos, jadeé y gemí.

—Ella ha estado así. Tiene espasmos al mismo tiempo que el príncipe —dijo
Allard.

El sanador lo miró extrañado, como si esto no fuera normal. ¿No lo era?

Un instante después, una doncella se unió a nosotros. Su túnica tenía mangas


de tres cuartos, a diferencia de las mangas completas de la primera y de la
sanadora de arriba.

—Pónganla en la mesa —La primera mujer. No era una tontería. Seguí


luchando por el aire.

—Haylan, consigue una nave.

La doncella giró y volvió a salir corriendo.

—¿Algo más que añadir? —la sanadora me frotó la espalda en círculos.

—No, señora —Allard negó con la cabeza.

—Puedes irte.
Haylan volvió a entrar corriendo.

—Ya, ya, ya. Cálmate —Colocó el recipiente vacío sobre mi nariz y mi


boca—. Respira en él.

Asentí con la cabeza, agarrando mi manta con una mano y el recipiente con
la otra.

—No la vamos a dejar —informó el sargento—. Es una prisionera.

—Esperarás fuera —El tono de la sanadora no dejaba lugar a discusiones.

El sargento frunció el ceño, pero hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta
y el trío salió.

Bien.

El recipiente había estado vacío, así que no entendí qué magia había hecho
que mi respiración se calmara de alguna manera, pero unos latidos después
respiré tranquilamente.

—Gracias.

—Para eso estamos aquí. Soy Haylan. Esta es la maestra Lorica —dijo la
aprendiz, tomando de nuevo el recipiente—. ¿Cómo te llamas?

—Alissandra. Los amigos me llaman Ali —Me agarré la cabeza mientras


otro dolor punzante me atravesaba.

—¿Dónde te duele? —preguntó Lorica.

Sacudí la cabeza, incapaz de formar palabras hasta que se calmó. Cuando lo


hizo, gemí—: No quería hacerle daño.

—No sé qué crees que le has hecho al príncipe, pero Jathan, sin duda, tiene
las cosas bien hechas con él. Tú eres la que me interesa. Así que Alissandra...

—Ali. Por favor, llámame Ali.

—Bien. Ali. Vamos a echarte un vistazo.

La cabeza me latía con fuerza. Kovis seguía sufriendo. Y todo era culpa mía.

—Así que te duele la cabeza y no puedes caminar.

Asentí con la cabeza, observando la expresión de empatía que Haylan


dirigía hacia mí.
Lorica se volvió hacia Haylan y le preguntó—: ¿Por dónde deberíamos
empezar nuestra revisión?

—Su cabeza, para ver si hay alguna contusión que pueda indicar un
traumatismo.

—¿Por qué?

—Los traumatismos pueden causar hemorragias internas que pueden


provocar más daños si no se detectan, especialmente en la cabeza. Busca siempre
primero las lesiones en la cabeza.

—Muy bien. ¿Quieres hacer una primera pasada?

—Definitivamente.

Lorica hizo avanzar a Haylan con la cabeza.

Me aferré a la manta con más fuerza mientras la aprendiz movía las manos
por mi pelo, palpando cada mella y bulto de mi cuero cabelludo. Gemí cuando
sus dedos tocaron la parte posterior de mi cabeza: había conectado con la pared
después de haber mordido a Padre. La marca se había transferido de algún modo
a mi nuevo cuerpo. No lo entendía.

Antes de terminar su inspección, tuve otro espasmo. Ella detuvo su revisión


hasta que se calmó.

—¿Tus hallazgos? —preguntó la maestra.

—Tiene hematomas en la parte posterior de la cabeza, pero nada que pueda


causar estas convulsiones. Todo lo demás es normal.

Lorica repitió el examen, haciéndome sisear cuando palpó mi hematoma.


Eso sólo sirvió para agravar aún más el martilleo en mi cabeza.

—Estoy de acuerdo. Su cráneo está ileso. Cuando terminemos, prepara un


tónico de manzanilla, perifollo y albahaca. Debería aliviar sus síntomas.

—Sí, sanadora.

—Te golpeaste la cabeza muy fuerte, Ali. ¿Qué ha pasado? —preguntó


Lorica.

Me mordí el labio y sacudí la cabeza, haciendo lo posible por contener las


lágrimas. El maltrato de padre me dolía más que el dolor físico. Había planeado
destrozar mis alas.
—Estás a salvo aquí —animó Haylan.

Se me escapó una lágrima y respiré con dificultad.

Haylan y Lorica intercambiaron una mirada y, tras un largo silencio, la


sanadora dijo—: Dadas las circunstancias, tenemos que examinarte a ti entera, Ali,
no sólo a tus piernas.

No lo entendía, pero parecían buena gente. Sólo habían ofrecido ayuda


hasta ese momento. Me aferré a mi manta, inhalando el olor de Kovis una vez
más antes de entregarla. Me estremecí y estiré los brazos para cubrirme.

—¡Está cubierta de arena! —exclamó Haylan al exponer mi desnudez. Luego,


volviéndose hacia mí, preguntó—: ¿Por qué?

¿Cómo iba a explicar mi historia? No sabía por dónde empezar. Nunca me


creerían. Opté por permanecer en silencio.

—Recuéstate —dijo Haylan cuando comenzaron la inspección.

Sabía que no encontrarían nada, pero no me opuse. No valía la pena luchar.

Me revisaron y pincharon cada parte de mí, llegando a ser muy personales


a veces. No entendí lo que les preocupaba, pero mejor eso que responder a sus
preguntas. Tendría que trabajar en mi historia, pero no tenía energía en ese
momento.

Terminaron su revisión. Encontraron moretones en la cabeza y los brazos


—debido a la rudeza de Padre—, pero aparte de eso, nada inusual.

Parecían aliviadas. Pero sus expresiones cambiaron al mirar mis "canales"


—los conductos de la magia, los llamaban los sanadores—. No tenía ni idea de lo
que eso significaba. La parte mágica, sí, la entendía.

Bueno, en realidad no. ¿Pero los canales?

La magia es lo que hacía vibrar a Kovis. La culpa me apretó el pecho. No


podía pensar en eso. Pero ellos pensaban que yo también tenía magia. ¿Cómo?
¿Qué había pasado exactamente en mi transición al Reino de los Despiertos?
¿Todos los humanos tienen canales? Había tejido un sueño para Kovis la vez que
derribó a diez guardias con sólo mover las manos. ¿Podría yo también hacerlo?
Pero la gente no podía ir por ahí volando a los demás.

¿Podrían hacer cosas diferentes con esta magia?

¿Qué era posible? Mi imaginación se disparó mientras el par me examinaba.


Se excusaron una vez que terminaron y las escuché hablar con los guardias.

—¿Qué le ha pasado? ¿Qué le has hecho? —acusó Lorica.

—¡Nada! La encontramos en los aposentos del príncipe y la trajimos


directamente aquí. No la hemos tocado —Era Sargento Ceño.

—Nunca he visto nada como esto. Nada tiene sentido. Sus canales son
completamente desordenados —dijo Lorica—. Está en mal estado. Si no la
tratamos ahora, perderá su magia.

O quizás no tendría magia.

—¡Príncipe Kennan! Me alegro de que nos haya encontrado —saludó el


sargento.

—¿Dónde está? —preguntó el hermano gemelo de Kovis. Reconocí su voz


de los sueños de mi príncipe. No sonaba feliz.

—La hemos examinado —informó Lorica al príncipe.

—Necesito interrogarla.

—Mi príncipe, ella está en condición crítica. Sus preguntas tendrán que
esperar.

—¿Cuánto tiempo? —Su voz era cortante.

—No puedo decirlo. Por favor, podría perder su magia si no empezamos el


tratamiento inmediatamente.

—No voy a esperar mucho. ¡Ella ha atacado a mi hermano!

¿Atacado? ¿Pensó que yo había atacado a Kovis? Se me hizo un nudo en la


garganta.

No pude entender qué más se dijo en el alboroto, pero varios latidos después
Lorica volvió a la habitación.

—Seguramente lo has oído por casualidad.

—Sí.

—Esa no es tu preocupación en este momento. Ponerte bien lo es —Era fácil


para ella decirlo—. Déjame darte mis conclusiones. Parece que has tenido un
encuentro desagradable. Como he dicho, tienes moretones en la cabeza y los
brazos, pero no encuentro nada malo en las piernas. Te sugiero que hagas
ejercicio para tonificar los músculos, ya que dices que no te duelen y que no hay
hormigueo ni entumecimiento.

Respiró profundamente.

—Tus canales son una historia diferente. No voy a dar una capa de miel a
esto. Están severamente dañados. Si no te hubieran traído cuando lo hicieron,
probablemente habrías perdido tu magia, pero creo que aún podemos salvarla.

Asentí, sin saber qué decir.

Haylan trajo varios viales y comenzó a administrarlos, uno para mi dolor


de cabeza.

Otro para los espasmos. Otro para ayudar a despejar mis canales —aún no
entendía cómo creaban la magia, pero no iba a preguntar—. Tres más para...
olvidé qué. Todos tenían un sabor terrible.

Seguía oyendo al Príncipe Kennan enfurecido al otro lado de la puerta. Me


habían devuelto la manta y me aferré a ella, intentando distraerme con el olor
de Kovis mientras se me revolvía el estómago. ¿En qué problema me había
metido?

—¿Sanadora Lorica? —Dijo Haylan, tiempo después—. Las pociones


deberían haber tenido tiempo de funcionar. Puede empezar.

—Gracias —La sanadora volvió a mi lado y extendió las palmas abiertas—.


Esto no te dolerá, pero puede que sientas un cosquilleo —Sus manos se posaron
justo por encima de la manta en mi hombro.

Cerró los ojos y sentí un pinchazo. Se movió por mi brazo, siguiendo sus
manos. Por el pecho, por el otro brazo y más allá, mientras recorría mi cuerpo.
Me dio sueño. Haylan seguía limpiando las gotas de sudor de la frente de su
maestra.

—¡Mi príncipe! ¡No puede entrar ahí! —Oí a otra sanadora fuera de mi puerta
objetar parte del camino, y me aferré a la manta, medio despierta—. Está
durmiendo, mi príncipe —Palabras insistentes.

Me despertaron. Debí quedarme dormida mientras la Maestra Lorica


trabajaba porque no la vi salir.

Inhalé el olor a hoja perenne y a lluvia fresca que me envolvía mientras mi


príncipe entraba. Hablando de magia. Había deseado que estuviera bien y ahí
estaba. Pero cuando vi sus ojos, de color marrón rojizo como el té que se ha
dejado reposar demasiado tiempo, me desinflé. No era mi príncipe. Y como esa
bebida cuando se deja reposar un tiempo, sus ojos no tenían calor.
Hice una mueca de dolor.

—¡Mi príncipe! —Una sanadora le pisó los talones—. No puede…

La gran maceta que estaba en la estantería del rincón más alejado se


precipitó por la habitación con una fuerte ráfaga de viento y se estrelló contra
su nuca. Se derrumbó en el suelo mientras la arena y la suciedad, desprendidas
de la maceta rota, se arremolinaban y lo golpeaban.

Me senté y el viento se calmó.

¿Lo había hecho? ¿Pero cómo?

La sanadora que había perseguido al príncipe se inclinó sobre él cuando se


despertó.

—Mi príncipe. ¿Está bien?

Sus fosas nasales se expandieron mientras me asimilaba y luego se levantó


de golpe.

—¿Mi hermano no fue suficiente? ¿También me atacarías a mí?

—¡Por favor! —suplicó la sanadora.

Haylan se acercó a mi lado.

—Mi príncipe, como mencionó la sanadora Lorica, sus canales están


dañados. Estoy segura de que no quería... —Kennan frunció el ceño—. Aquí,
déjeme atender sus heridas —Haylan se acercó al príncipe, pero éste la apartó
mientras se acercaba a mí como si fuera una presa.

—Más tarde. Ya he esperado bastante. Tiene algunas preguntas que


responder y las responderá. Ahora.

Me acobardé y amasé la manta. No había tenido tiempo de inventar una


historia creíble.

—Me has hecho daño —Kennan se frotó la cabeza. La sangre también


rezumaba del dorso de su mano.

—¡No era mi intención!

Él miró fijamente.

—¿Cómo has entrado en las habitaciones del Príncipe Kovis?

—No estoy segura.


—No estás segura —Una declaración—. ¿No estás segura? —Su voz se elevó
junto con su temperamento—. ¿Me crees débil? Debes haberte escabullido de mis
guardias. ¿Cómo lo has conseguido? Por cierto, ya se han ocupado de ellos.

—No lo sé.

—¿Estaban dormidos en su puesto?

—No he visto a tus guardias.

—¿Hasta qué te arrestaron? —Asentí lentamente.

Kennan resopló y negó con la cabeza.

—Negando todo y cualquier conocimiento. Te das cuenta de que al final


llegaremos al fondo de esto, tanto si decides cooperar como si no.

Me pareció oírle gruñir.

—Como parece que necesitamos una pregunta un poco más simple... —


Escuché un control apenas velado en su voz— Incluso tú deberías ser capaz de
responder a esto. ¿Por qué estabas desnuda cuando mis hombres te encontraron?

—No lo sé —Odié cómo me temblaba la voz.

—¿Por qué te has tomado la molestia de desnudarte y revolcarte en la


arena? Todavía estás cubierta de ella. ¿Por qué?

Hice una mueca y se levantó un remolino de arena suelta de la maceta rota.

Giró la cabeza.

—¿Me atacarías de nuevo?

—¡No! —No lo entendí. Sentí que se me salían las lágrimas.

Pero no podía llorar.

Lorica se apresuró a entrar.

—¡Mi príncipe! No se encuentra bien. Sus canales pueden actuar de forma


errática. Dele tiempo para que descanse. Curarse.

Kennan frunció el ceño.

—Dos soles. Eso es todo lo que tienes. Y mis hombres permanecerán fuera
de esa puerta —Volviéndose hacia mí, dijo—: Te sugiero que tengas algunas
respuestas la próxima vez que hable contigo —Salió furioso.
Mi cuerpo se estremeció. ¿Qué me estaba pasando? Lo había atacado. Si esto
era magia, no lo quería.

¿A quién más podría perjudicar?

—Es un buen truco —Lorica guiñó un ojo.

Volví los ojos muy abiertos hacia ella.

—Pero yo…

—Oh, no te preocupes. Su ladrido es peor que su mordida.

Era fácil para ella decirlo. No buscó respuestas en ella.


Cuatro

—Estás asquerosa, cubierta de arena y metiéndola por todas partes —dijo la


sanadora Lorica y luego olfateó—. Necesitas un baño.

Amasé la manta y me acobardé, pero no tanto como con Kennan.

Había encontrado consuelo en el olor de Kovis y odiaba dejarlo ir. Pero ella
tenía razón. Yo apestaba.

—Sumergirte en agua caliente también podría aliviar tu dolor de cabeza —


dijo Myla, la sanadora que había intentado detener a Kennan. Se había presentado
después de que él se fuera.

A juzgar por sus ropas, ella y Haylan eran compañeras.

El par se fue a preparar un baño para mí, pero regresaron pronto.

—¿Puedes caminar? Averigüémoslo —preguntó Haylan.

Bajé las piernas de la mesa y ellas se pusieron de pie, una a cada lado,
mientras yo intentaba la hazaña. Y me cogieron cuando mis piernas se
desplomaron.

—Trabajaremos en ello —me aseguró Myla.

Me agarré a la manta mientras me impulsaban hacia delante por los codos.

Los guardias protestaron cuando aparecimos, exigiendo que nos


acompañaran.

—¿De verdad creen que está en condiciones de correr? —Myla frunció el


ceño.

—¿Supongo que piensas mirar mientras se baña? —añadió Haylan, haciendo


que mi cara se calentara.

El guardia levantó una ceja.

—Bien. Pero las haremos responsables si pasa algo.

—Bien —Haylan estuvo de acuerdo.

Habíamos subido dos tramos de escaleras circulares y pasado una docena


de puertas por un pasillo cuando entramos en una amplia habitación. Las paredes
y el suelo estaban cubiertos de azulejos iridiscentes. Brillaban y cambiaban con
la escasa luz mientras nos acercábamos a una de las docenas de bañeras con patas
que se alineaban en una pared. Una hilera de lavabos, con espejos encima, se
alineaba en otra, mientras que una serie de puertas se alzaba contra la más lejana.

—Este es el baño de las sanadoras. Como es tarde, deberías tenerlo todo para
ti —dijo Haylan.

Myla bostezó.

—Lo siento —Se abanicó con una mano—. Se me pasó la hora de dormir.
Este turno nocturno es siempre el más difícil para mí.

Me pusieron en el borde de una bañera. Mi estómago se agitó al saber lo


que venía a continuación. Por primera vez. Haylan ya me había visto desnuda.

¿Qué era una persona más?

Mi racionalización casi funcionó, pero no pude evitar sacar los brazos para
cubrirme mientras retiraban la manta. Ninguno de las dos reaccionó. Al menos
éramos mujeres. Me ayudaron a meter las piernas en el agua caliente, haciéndome
sisear.

—Se enfriará rápidamente. Disfruta del calor mientras dure —dijo Haylan.

—¿Quieres ayuda para lavarte? —preguntó Myla.

—No. Gracias.

—El jabón está ahí. Aquí hay un trapo. Volveremos en un rato.

La puerta se cerró y yo me metí en el agua.

—¡Caliente! ¡Caliente! —Soporté la incomodidad inicial y pronto me relajé.


Pero mis pensamientos no lo hicieron. Sólo entonces me di cuenta de que ya no
convulsionaba. Pero había herido a Kovis. Suspiré, incapaz de perdonarme. Me
merecía todo lo que tenía.

Mi mente masticó ese pensamiento durante algún tiempo hasta que el


pánico me abrumó. Padre se pondría furioso. Descubriría lo que había hecho y
vendría a por mí. Tenía que esconderme. ¿Pero dónde? Rezaba para que no se
enterara de la participación de Velma. Ya la echaba de menos. Suspiré.

Flexioné los músculos de la espalda. No había peso. Cómo echaba de menos


mis alas. Imaginé que volvía a desplegarlas. Pero, no.

Había dejado atrás esa vida... para siempre.


Tenía que haber un lado positivo. Sólo tenía que conjurar uno. Me pasé una
mano por los brazos y por la cara, y luego por las piernas. Piel suave.

Me pellizqué la parte inferior de un brazo.

—¡Ay! —No lo volvería a hacer.

Desde que llegué, me aparté los mechones rubios de la cara. Pero ahora, los
sumergí en el agua humeante. Pasé una mano por las hebras y lo sentí. Diferente.
Pero agradable.

Levanté la mano y moví los dedos, luego estudié mi brazo: unos pelos
rubios y finos se erigían en protuberancias que recorrían toda su blancura
lechosa.

Miré los dos montículos que sobresalían de mi pecho y luego pasé los dedos
por ellos.

Esponjoso. Un cosquilleo me recorrió cuando rocé una punta rosada. Los


pechos, igual que antes. Placer, pasión, lujuria... las sensaciones me punzaron en
el fondo de mi mente.

A Kovis le gustaban los pechos. Sentirlos. Hacían que su corazón se


acelerara. En toda mi existencia, nunca había conocido a un hombre. ¿Cómo
podían estos montículos blandos provocar tal respuesta?

Continué con mi propia revisión.

Huh. No había ombligo. Pero supongo que tenía sentido teniendo en cuenta
cómo había llegado.

Una mancha de pelo rubio y enjuto brotó justo encima de donde


empezaban mis piernas. Qué raro. ¿Por qué?

Piernas, no del todo flacas, pero tampoco gordas. Moví mis arrugados dedos
de los pies haciendo ondular el agua.

Había pensado que mi cuerpo era defectuoso antes, pero parecía decente.
Podría haberlo hecho mucho peor. Pero una sensación de vacío llenaba la boca
de mi estómago. El color del pelo. Mi altura. Mi nuevo cuerpo no era el tipo
habitual de Kovis. Luché contra la creciente preocupación, tratando de alejarla
sin éxito. No había tenido nada que ver con mi aspecto.

Mi Rayo de Sueño. Quería que me quisiera. Respiré profundamente. ¿A


quién quería engañar? Querer no captaba ni la mitad. Ansiaba que Kovis sintiera
por mí lo que yo sentía por él. De repente se me secó la boca. ¿Estaba tan mal?
Había renunciado a tanto, pero Kovis valía la pena. No dejaría que padre lo
tuviera. No lo abandonaría. Haría lo que tuviera que hacer.

Las voces llegaron hasta mí y me estremecí al darme cuenta de que el agua


se había enfriado. El par de sanadoras había regresado y yo no había empezado
a lavarme.

—¿Todo bien? —preguntó Haylan, al ver mi falta de progreso.

—Deja que te ayudemos, que te tratemos como a una princesa esta noche —
dijo Myla, riéndose.

—Pero, yo... —Me detuve.

—¿Tú qué? —preguntó Myla.

—Nada.

El par me enjabonó, enjuagó y repitió hasta que cada parte de mí olía tan
dulce como el jabón. Me miraron de forma interrogativa cuando se dieron cuenta
de que no tenía ombligo, pero no hicieron ningún comentario. Luego me sacaron
del baño, me secaron con una toalla y me ayudaron a ponerme la sedosa ropa
que habían traído.

—Son para dormir, no para ganar concursos de belleza —Myla se rio.

Tanto el top como el pantalón colgaban holgadamente. No eran la manta de


Kovis, pero su suavidad me acurrucaba, como los brazos de Velma tantas veces.

—¿Bien? —Preguntó Haylan.

Asentí con la cabeza.

—Gracias.

Volvieron sobre sus pasos, llevándome de vuelta a las suites de los


sanadores. Habían colocado dos nuevos guardias fuera de la habitación en la que
entramos. Se me revolvió el estómago. Se asegurarían de que no olvidara mi
intrusión.

Intenté dejarlo de lado y centrarme en la habitación más hogareña con una


pequeña cama arropada junto a una ventana. La persiana estaba bajada.

—Jathan dijo que te diera esta sala de recuperación. Es más cómoda que la
sala de tratamiento —explicó Haylan, mientras me sentaban en la suave cama.
—Esto es perfecto —asentí, mientras el fuego crepitante de la chimenea me
calentaba. Los dedos de mis pies se clavaron en la suave alfombra.

Haylan me entregó otro frasco.

—Esto te ayudará a dormir —Hice una mueca. Las pociones tenían un sabor
asqueroso—. Es la única manera de que te cures. Si no lo haces, nos harán
entregarte a esos guardias.

—¿No lo harán eventualmente, de todos modos?

El par intercambió una mirada. Respuesta suficiente. Arrugué la cara


mientras me tomaba la poción.

—Duerme y cúrate —Sus palabras de despedida mientras la oscuridad me


reclamaba.
Cinco

Me desperté con voces silenciosas fuera de mi puerta, y me costó un suspiro


recordar que no eran mis hermanas haciendo ruido, mientras intentaban no
hacer ruido.

Mi situación se precipitó y me abracé a mí misma, luego tragué con fuerza,


deseando que las lágrimas que pedían caer volvieran a bajar. No hubo suerte. Las
aparté con el dorso de una mano y volví a cerrar los ojos, sin querer que nadie
supiera que me había despertado.

Kovis. Mi Rayo de Sueño. Ansiaba verlo, saber que estaba bien. Saber que
no le había hecho daño... permanentemente. Cómo rezaba para que eso fuera
cierto. Intenté imaginármelo en su cama —con ropa de cama limpia, por
supuesto— durmiendo plácidamente.

Solté un gemido cuando me encontré de repente sentada, apoyada contra


un ejército de almohadas, con las mantas metidas hasta la cintura. ¿Qué? ¿Dónde
estaba yo? Mis ojos vieron a Kennan hablando con Rasa.

¿Estaba en su cabeza? ¿Cómo?

Y entonces lo oí. El zumbido que adoraba.

Su poder había vuelto. Me llevé una mano a la boca.

Sabía lo unidos que estaban estos hermanos, así que la presencia de Rasa no
me sorprendió, pero ¿cómo había llegado hasta allí? Respiré profundamente y la
razón se reafirmó. Me tranquilicé: esto debe ser normal para los humanos.

Miré hacia abajo, o más bien Kovis miró hacia abajo, y noté su camisa de
dormir.

Una pena tapar esa esculpida obra maestra de la masculinidad. Sentí vértigo.
Me emocioné al ver mi Rayo de Sueño. Al menos supuse que lo veía en el
presente.

Los frascos vacíos se encontraban en la mesa junto a su cama.

—¿Pasa algo? —preguntó Kennan, mirando a su hermano desde la silla junto


a la cama.

Kovis se frotó la frente con un movimiento circular con sus dos primeros
dedos. Me encontré imitándolo.
—¿Qué es? —insistió Rasa, arrugando la frente a los pies de la cama.

Kovis puso los ojos en blanco, mareándome en el proceso.

—No lo sé —Se encogió de hombros—. Nada, supongo.

Rasa se detuvo junto a Kovis y le puso una mano a cada lado de la cabeza.

Un latido después dijo—: Siento... algo. Hmm, no estoy segura.

—Deja que los profesionales hagan su trabajo, hermana —dijo Kennan—.


Eras una sanadora con talento, pero céntrate en la emperatriz. Deja la detección
a Jathan. Parece que tiene las cosas bien controladas.

—Estoy de acuerdo —dijo Kovis—. No es nada. Y mi dolor de cabeza


desaparecerá pronto.

—Espero que cumplas las órdenes de Jathan de descansar —advirtió Rasa.

Kovis frunció el ceño.

—Eres mi hermana, no mi sanadora —Rasa frunció el ceño—. Bien,


Emperatriz Rasa. Descansaré.

—¿Traigo la tabla de Manlari? ¿Golpearte un par de veces mientras estás


en el suelo? —bromeó Kennan.

—Yo soy el que descansa. No tú, hermano. Ahora ve a averiguar qué pasa
con esa chica.

Mi estómago se tensó.

—Buenos días, Ali.

Me sacudí y exhalé inmediatamente. Haylan había terminado


efectivamente mi interludio con el príncipe. Ella y Jathan se detuvieron junto a
mi cama. Sabía quién era, pero nunca nos habíamos conocido oficialmente.

—Ali, me gustaría que conocieras a Jathan. Es el jefe de los sanadores. Jathan,


esta es Ali.

—Un placer.

—Te reconozco. Trataste al príncipe.

—Sí, lo hice. Haylan me ha hablado de ti.

—¿Cómo está?
El hombre hizo una pausa.

—No tengo la costumbre de discutir la salud de la familia real con otros.

—Por favor.

Debí parecer preocupada, desesperada, no sé qué. Pero Jathan accedió.

—Los espasmos del príncipe han cesado por fin y le he dado un tónico para
el dolor de cabeza que aún le aqueja. Está descansando cómodamente.

Lo había visto, tal como era. Sonreí.

—Estoy aliviada.

—Lo que me interesa saber es cómo está usted, jovencita. Túmbate, por
favor. —Lo hice y Jathan cerró los ojos y luego pasó sus manos por todo mi
cuerpo.

—Está sintiendo la salud de tus canales —susurró Haylan.

—Haciendo algunos progresos, pero no los suficientes. Haylan, probemos


una mezcla de poleo y azafrán.

—Sí, Jathan.

Había desayunado y atragantado tres pociones más de mal sabor cuando la


voz elevada de Kennan irrumpió en mi habitación—: ¡Necesito respuestas de ella!

—Pero, mi príncipe... —Jathan. Su voz permaneció tranquila, y no pude


escuchar lo que dijo—, pero no debe causar su coacción.

Se acercaron.

—Bien, pero si no obtengo respuestas, no dudaré en quitarte la custodia.

—Lo entiendo. Como he dicho, si no fuera una situación tan grave, se la


entregaría ahora, pero lo es. Como sanador, hice un juramento para ayudar a los
enfermos, nunca para hacerles daño. Mi príncipe, con todo el respeto, sé lo que
pasará si ella se va con usted. Por favor, no me hagas traicionar mi juramento.

Me froté un brazo y me mordí el labio cuando Jathan y el príncipe entraron


en mi habitación: ojos rojos. Siempre podía esperar.

—El príncipe necesita algunas respuestas. Sin duda lo has escuchado. No


quiero tener que entregarte a él, pero no tendré otra opción si... Por favor,
coopera plenamente —dijo Jathan.
Asentí con la cabeza.

—Bueno, esto es una mejora. Esta vez no me has enviado una planta volando
—El intento de humor del príncipe se quedó en nada. Se aclaró la garganta y
señaló mi cama—. ¿Te importa?

Si hubiera sido su hermano, mi corazón habría palpitado para que se sentara


conmigo. Tal como estaba, se aceleró al máximo. Me sudaron las manos.

Kennan estaba en forma y era robusto, como Kovis, y la cama se movió


cuando se sentó en el borde. Levantó las comisuras de la boca mientras me
miraba.

—Parece que hemos empezado con mal pie. ¿Qué te parece si empezamos
de nuevo?

Una rama de olivo. Alentador.

—Seguro que puedes responder a las preguntas sobre ti misma.

—Lo intentaré.

Jathan asintió, de pie a los pies de mi cama.

—Fuiste encontrada desnuda, desarmada y cubierta de arena en la


habitación del Príncipe Kovis. ¿Cómo entraste sin ser detectada?

Respiré hondo y me llevé los dos primeros dedos a la frente y empecé a


hacer círculos con ellos.

Kennan echó la cabeza hacia atrás, reconociendo el inusual amaneramiento


de su hermano. No hizo ningún comentario, sólo arrugó la frente y esperó mi
respuesta.

—Yo… —Miré a Jathan, pero tenía la cabeza inclinada. ¿Rezando por mí?

—¿Tú...? —El príncipe me animó a continuar.

Había explotado la última vez que había dado esta respuesta, pero era la
verdad, y siempre lo sería.

—Honestamente no lo sé. No sé cómo llegué allí.

Kennan inhaló, buscando la paciencia.

—¿Estás diciendo que alguien te llevó allí y se fue?

—Parece que sí.


—Así que tenías un cómplice.

—¿Qué? No.

—Cuando te pregunté si habías tenido la intención de dañar al Príncipe


Kovis, protestaste. ¿Aún mantienes tu historia?

—Sí. Por supuesto. Nunca le haría daño.

—Si no es para hacerle daño, ¿por qué dejarte en las habitaciones del
príncipe?

—No tengo ni idea.

Mi estómago se tensó al saber que no era del todo cierto. Sabía exactamente
por qué había acabado en la habitación de Kovis. No podía decírselo.

—¿Qué es lo último que recuerdas?

Inhalé bruscamente.

—Mi padre estaba de muy mal humor anoche y empezó a perseguirme.


Tenía un cuchillo e iba a... —Destrozar mis alas. No podía decir eso.

Kennan inclinó la cabeza, claramente no era la respuesta que esperaba.

—¿Tu padre te golpeó? Los sanadores dicen que tienes un hematoma en la


nuca y en los brazos.

—Sí. Me tiró contra una pared y luego me persiguió —Hice un círculo más
rápido con mis dedos contra mi frente.

Como no me explayé más, Kennan respiró profundo.

—Intentemos una pregunta diferente. ¿Por qué estabas desnuda cuando mis
hombres te encontraron?

Acababa de estrenar cuerpo y nunca había llevado ropa aquí. No podía


decirle eso.

—No lo sé. No es que tenga la costumbre de desnudarme —Mis mejillas se


sonrojaron.

Como si estuviera acercándose a su presa, las preguntas de Kennan se


convirtieron en fuego rápido.

—Estabas cubierta de arena, incluso sentada en un montón. ¿Por qué?


Abrí y cerré la boca, como un pez.

—¿Tu padre...?

—Me ha tirado, pero no me ha tocado, no así —gruñí, repugnante.

—¿Dónde te atacó tu padre?

—En casa.

—¿Y dónde está eso?

Mis ojos rebotaron entre Kennan y Jathan.

—Um... —No conocía ninguna ciudad del Imperio Altairn. Nunca había
estudiado su geografía.

—Es una pregunta bastante simple.

—Lemnos —susurré.

—¿Lemnos? Nunca he oído hablar de ella. Y créeme cuando te digo que


mis tutores me han hecho estudiar. ¿Dónde está?

—Um... arriba.

—¿Arriba... como en el norte de? —Asentí con la cabeza—. ¿Al norte de...?

—¿Agua, Ali? —Jathan ofreció.

—¿Agua? Sí. Por favor.

Kennan frunció el ceño mirando al sanador.

—¿Le estabas respondiendo a él o a mí?

—Um, a ti.

—Así que Lemnos está al norte del territorio de Agua.

Asentí con los ojos muy abiertos. Recé para que existiera un lugar así.

—Interesante. Me disculpo por no recordar su ciudad. Debe ser bastante


pequeña.

—Lo es.

Jathan me entregó un vaso del agua más maravillosa que jamás había
probado. Uf. Fuera del fuego.
—La parte norte de Agua está a un número considerable de millas de aquí.
Entonces, ¿cómo llegaste desde tu casa a la habitación del príncipe?

De vuelta al fuego.

—No lo sé. No me acuerdo.

—Sorpresa. Sorpresa —Kennan se frotó la barbilla, y una sonrisa creció


lentamente.

Esto no puede ser bueno. No puede ser.

—Corrígeme si me equivoco, pero dijiste que tu padre estaba de mal humor


anoche.

—Así es.

—Se necesitarían casi quince días para viajar hasta aquí, desde allí. Entonces,
¿cómo te las arreglaste para estar en la habitación del príncipe anoche? —Las
palabras estrangularon mi argumento. Mi corazón se aceleró—. ¡Ahora dime la
verdad! —Kennan golpeó las sábanas con un puño, apenas rozando mi rodilla.

Gemí, reviviendo los abusos de padre.

Las náuseas se acumulaban en mi estómago. Quería correr, pero nunca


escaparía. Atrapada, como con padre.

Los ojos de Kennan me atravesaron.

—¿Quieres que te ponga bajo custodia?

¡Una amenaza, como padre!

—¡No! —Grité.

—¡Por favor, mi príncipe! —protestó Jathan. Sus ojos me suplicaban.

—¡Entonces dime la verdad! ¡Toda la verdad! —retumbó. Su mirada me


rompió. Como padre.

—¡Bien, de acuerdo! Bien —Agité los brazos en señal de rendición, cualquier


cosa para que parara. Mi corazón latía tan fuerte que sólo podía oír el flujo de
sangre.

—Ali, respira profundo —me animó Jathan, recibiendo un ceño fruncido de


Kennan.
Volví a frotarme la frente con los dos dedos, tratando de ordenar mis
pensamientos. Kennan mordió un comentario, me di cuenta.

—No mentía cuando dije que mi padre vino a por mí anoche. Tenía un
cuchillo. Planeaba hacerme daño. Gravemente. Pude verlo en sus ojos. Corrí y
escapé por poco. Mi hermana me encontró y me ayudó. No sé cómo lo hizo, pero
me envió aquí. Así es como terminé en la habitación del Príncipe Kovis.

—¿Qué quieres decir con que te envió aquí?

Kennan se había calmado y había vuelto a un tono más racional.

Respiré profundamente.

—Soy del Reino de los Sueños.

Las cejas de Kennan se alzaron.

—Soy la Doncella de Arena de Kovis —Una vena en su cuello se abultó—.


Ella sabía que el Reino de los Despiertos era el único lugar en el que estaría
realmente a salvo.

—¡Suficiente! ¡Ya he oído suficiente! —Se levantó como un rayo.

¡Sabía que no me iba a creer!

Jathan se arrodilló ante Kennan.

—¡Mi príncipe! Por favor. No se la lleve. Si no recibe tratamiento, perderá


su magia. Ella no le hizo daño a su hermano. Se lo ruego, no lo haga.

El príncipe apretó ambas manos y la mandíbula.

Me merecía esto, cualquier dolor y sufrimiento que me esperara. Había


herido a Kovis y pagaría el precio.

Por los dioses, no era una buena persona. Padre tenía razón.

—¿Cuánto tiempo? —El príncipe forzó las palabras.

—Si responde como espero, cuatro soles.

—¿Cuatro soles?

Jathan levantó las manos.

—Es mi mejor estimación.


—Ni uno más —Volviéndose hacia mí, Kennan me señaló con un dedo—.
No he terminado contigo. Descubriré la verdad —Me estremecí cuando se dio la
vuelta y salió.

Miré a Jathan. No tenía palabras.


Seis

KOVIS

—Mi príncipe, no se ofenda, pero se ve como una mierda.


El Coronel Ranulf me dio una palmadita en el hombro. Este hombre curtido
en mil batallas supervisaba el entrenamiento de mis tropas y consideraba la
cicatriz que iba desde su ojo hasta la barbilla como una más de sus medallas.

—Lo sé. Llevo demasiado tiempo sin dormir.

Cada vez era más difícil no gruñir a todos los que me decían eso. Como si
señalar las ojeras cada vez más marcadas fuera a provocar el sueño que me
faltaba. Ojalá.

Habían pasado tres noches desde que apareció aquella chica.

Ya había sufrido bastantes heridas, pero nunca había experimentado una


agonía semejante. En mi creciente desesperación por encontrar el sueño,
reflexioné sobre si ella había desterrado el mío. Jathan me siguió la corriente,
considerando respetuosamente mi teoría, pero se abstuvo de hacer comentarios.

Me uní a los demás, conteniendo un bostezo.

El consejo asesor de Kennan estaba formado por los más brillantes


pensadores estratégicos y tácticos del imperio. Nos distribuimos alrededor de la
mesa, con un mapa del Imperio Altairn ante nosotros. Los marcadores señalaban
las características de nuestras siete provincias mágicas: Hielo, Aire, Agua, Tierra,
Madera, Metal y Fuego. Aunque cada hechicero manejaba su propia combinación
de poderes, el Cañón, la fuente de nuestra fuerza, los atravesaba y estaban bajo
ataque. Lo habían estado durante demasiado tiempo.

—Gracias por venir con tan poco tiempo. Los otros no pudieron venir —
dijo Kennan—. Un mensajero llegó al amanecer, informando que Zaphyr sufrió
ataques rebeldes coordinados hace tres atardeceres.

Zaphyr era la capital de la provincia de Aire y estaba a una noche de


distancia. Ese mensajero tuvo que haber batido un récord para llegar hasta aquí.

—¿Qué más dijo? —Le pregunté.

—Dijo que los rebeldes lograron cortar las seis anclas de la ciudad flotante.
—¿Qué? ¿Cómo? —El general Caldwell alzó la voz y golpeó su bastón
contra el suelo. Podía estar canoso y envejecido, pero aún tenía una excelente
cabeza para la estrategia.

—No lo sé. Apenas logró bajar antes de que empezara a derivar. Pero se
pone peor, dos desaceleradores también fueron dañados.

—¿Cuántos tenían? —preguntó el Coronel Tybalt, pasándose una mano por


el pelo castaño. Se encargaba de todo lo relacionado con la logística. Ya sean
suministros, caballos o armas, había demostrado ser un experto en facilitar las
necesidades de nuestras tropas.

—Un total de tres —respondió Kennan.

—¡Mierda! —Un improperio colectivo.

A pesar de todo el poder que nos dio el Cañón, engendró una plétora de
tornados mortales. Un brillante hechicero había inventado una forma de
eliminar el viento del embudo de una tormenta, denominándolo desacelerador.

La situación era grave. Si un tornado se desataba antes de que se reanclara


Zaphyr, quién sabía cuántos podrían morir.

—¿Hace tres noches? —Era una posibilidad remota, pero tuve que
preguntar—: ¿Crees que este ataque está relacionado con la llegada de la chica?

—Es difícil de decir. Todavía no le he sacado respuestas satisfactorias.

—¿Se está ablandando con la damisela? —El General Caldwell forzó una
risa, frotando la cabeza plateada de su bastón.

—En efecto —La cicatriz del Coronel Ranulf se movió mientras sonreía—.
Por lo que tengo entendido, has sucumbido a las súplicas de Jathan para que no
se haga un interrogatorio riguroso hasta que se curen los canales de la chica. Qué
simpatía —Kennan se movió a mi lado.

Me quedé callado. Estaba de acuerdo con ellos. Apenas me había callado


cuando mi hermano me dijo lo mismo.

Kennan había desempeñado su papel de Comandante de la Guardia y la


Inquisición durante cuatro años. Rasa lo nombró así cuando asumió el trono tras
la muerte de su padre. Pensó que eso le daría confianza, entre otras cosas. Había
apoyado de todo corazón la medida.

Para ser justos, Kennan había hecho un brillante trabajo organizando la


guardia del castillo y tenía cabeza para la deducción, resolviendo algunos casos
muy difíciles.
Sin embargo, no le había gustado la parte de inquisición de su papel. La
personalidad de Kennan —músico, artista, erudito— lo describía mucho mejor
que como interrogador, aunque él lo negara.

Como su hermano, sin saberlo, le había hecho un pequeño favor a Kennan


en estas reuniones de estrategia. Normalmente desviaba los comentarios de los
demás en este punto. Odiaba que lo vieran fracasar, pero estaba aprendiendo.

Se había enfrentado a mi frustración en varias ocasiones, pero nada había


cambiado.

Me había dado cuenta hace poco de que sólo enfrentarse a la desgracia ante
los demás miembros le haría cambiar. Era necesario que ocurriera. Por su bien,
así como por el del imperio.

—Con el tiempo, aprenderás a no tener un corazón tan tierno —dijo el


Coronel Merek, ajustándose las gafas. El hombre entrenó a los inquisidores de
Kennan.

Kennan se puso rígido.

—Lo próximo que sabrás es que Jathan detallará nuestra estrategia para
aplastar a estos rebeldes, dulce palabras y pociones —se burló el Coronel Tybalt.
Golpeó la mesa, aflojando un mechón castaño.

Estaba claro que a Kennan no le gustaba su broma, pero ¿había entendido


su punto de vista? No estaba seguro.

—Con el debido respeto, si ya han terminado de hacer bromas... —Kennan


señaló el mapa que teníamos delante y luego añadió dos estatuas rojas más en la
provincia de Aire.

Cadwell intervino—: ¿Pensaba que los rebeldes se habían centrado en los


desaceleradores con qué, siete ataques en las últimas dos lunas? Pero después de
este informe... cortando las anclas de Aire... —Arrugó la frente y siguió frotando
la parte superior de su bastón.

—¿Cuál es su mayor objetivo?

Observé el mapa. En el último año, los insurgentes habían quemado varias


de las antiguas casas de los árboles de Madera y fundido partes del histórico
palacio de Hielo. Hace tres lunas destruyeron dos de las minas de piedras
preciosas de Tierra y antes envenenaron los canales de Agua.

—Tácticas de guerrilla —Tybalt reflexionó, apartando el mechón perdido—


. Pero su ritmo se está acelerando.
Tenía razón. Los rebeldes estaban aprendiendo, volviéndose más hábiles.
Eso o...

—¿Es un grupo o varios, lo sabemos?

—Es difícil de decir ya que nadie ha reclamado la responsabilidad —


respondió Kennan.

—Alguien querrá atribuirse el mérito en algún momento. Siempre lo hacen


—opinó Ranulf, mientras se trazaba distraídamente la cicatriz.

—¿Alguien ha sido detenido? —preguntó Merek. Volvió a subirse las gafas


a la nariz.

Kennan negó con la cabeza.

Tantas preguntas y ninguna respuesta. Me llevé los dedos a la frente y me


masajeé la frente.

—Tanto la Emperatriz como el Consejo exigen que se actúe —dijo Kennan.

Me giré.

—¿Qué sugieres que hagamos

—Ya que parece que les gustan nuestros desaceleradores, podría sugerir que
se envíen tropas de la Inquisición de forma encubierta a Tierra y Agua. Son las
únicas provincias que los rebeldes aún no han atacado. Es una apuesta segura que
lo harán. Tal vez podamos adelantarnos a ellos o, mejor aún, encontrar su base
de operaciones.

Las cabezas se movieron alrededor de la mesa.

—Bien, entonces los pondré en marcha. ¿Algo más?

La chica. Necesitaba interrogar a la chica.

Kennan examinó la habitación.

No pude soportarlo.

—Tenemos que saber qué sabe esa chica —Forcé una sonrisa y enarqué las
cejas.

—Si no has podido sacarle ninguna información, tal vez la interrogue yo


mismo. Es una cosita —Kennan frunció el ceño.
Caldwell y Ranulf asintieron, casi imperceptible. Sabían que yo lo incitaba.
Intenté incitarle a la acción preservando su dignidad.

Todos estábamos comprometidos con su éxito.

Kennan se defendió—: Pienso interrogar a la chica en un sol. Le di a Jathan


mi palabra de que esperaría hasta entonces. Daré un informe completo una vez
que lo haga. Pero en base a esta nueva información, estoy de acuerdo, podría ser
más que una coincidencia.

Lo miré fijamente. Sabía que no me había satisfecho, pero no se echó atrás.

No me importaba que no le gustara esta parte de su posición. Necesitábamos


respuestas. Estos rebeldes se habían vuelto más agresivos. Y nosotros habíamos
permanecido pasivos. Necesitábamos responder. Con decisión.
Siete

Los últimos tres soles habían consistido principalmente en preguntar por el


bienestar de Kovis y en que los sanadores examinaran mis canales mágicos.
Aunque todavía no entendía del todo los "canales" o lo que hacían, los sanadores
parecían serios en sus esfuerzos, así que acaté sus atenciones. Bebí más pociones
de mal gusto, practiqué el paseo con Myla y Haylan, me preocupé por si mi
padre me encontraba y me reprendí por haber dañado mi Rayo de Sueño.
Repetitivo. Previsible. Tal vez eso era lo que me gustaba...

La previsibilidad por primera vez, en tanto tiempo. Y nadie actuando de


forma precipitada o beligerante, bueno, aparte de Kennan. Pero tendría que
esperarlo.

Al final entendería que dije la verdad. Al menos esperaba que lo hiciera.


Parecía mucho más razonable que padre. Y yo había apostado mis esperanzas en
que esta gente fuera razonable. No, no había previsto herir a Kovis en el proceso
de venir o ser acusadoa de quién sabe qué, pero superaría este pequeño obstáculo.
Esto no era nada comparado de lo que había escapado.

Jathan entró en mi habitación y las comisuras de su boca se curvaron


cuando le pregunté—: ¿Cómo está el Príncipe Kovis?

—Aunque su dolor de cabeza ha desaparecido, no puede dormir a pesar de


todas las pociones que he probado.

Sí. Exactamente como Velma y yo anticipamos.

—¿Qué le has hecho?

Me quedé con la boca abierta. Era la primera vez que Jathan me acusaba.

—No lo sé. No quise hacerle daño. Tienes que creerme.

Me miró a los ojos.

—Lo sé, Ali. Pero creer en ti y arreglar su problema...

Ambos miramos hacia el pasillo cuando nos llegaron voces alzadas.

—¡Mi príncipe!

Unos ojos rojizos y una mandíbula apretada entraron en la habitación,


seguidos por dos guardias, a uno de los cuales reconocí, pero deseé no haberlo
hecho. Creepy.
—Príncipe Kennan, no había... —Jathan saludó.

—Has tenido cuatro soles. La quiero.

—No está preparada. Sus canales no están respondiendo al tratamiento.

—¡No me importa! He sido más que paciente, en contra de mi mejor juicio.


Has tenido tu oportunidad, ¡ahora dame la mía! ¡Necesito información! Y con ella
disfrutando de comodidades, ha demostrado que no está dispuesta a divulgar la
verdad. Es hora de que un poco de incomodidad le suelte la lengua.

—¡Pero, mi príncipe!

Kennan ignoró al sanador y puso a sus hombres en acción.

—Ella viene con nosotros.

Los dos guardias me agarraron y me sacaron de la cama. Me quejé de la


aspereza. Una planta salió disparada de donde se encontraba en la cómoda y
golpeó a Creepy.

No era mi intención.

—¡Ay! —ladró, frotándose la cabeza.

¡Ja! Se lo merecía, gran bufón.

—¿Ves ahí? Todavía nos está atacando —protestó Kennan.

—Por favor, mi príncipe. ¿Es necesaria tanta rudeza? Le dije que sus canales
aún no están bien —protestó Jathan.

Capté la mirada del sanador mientras los guardias continuaban con su


manoseo y comprendí su mensaje tácito. Lo intenté. Lo siento.

Entonces dije—: Gracias por todo.

—¡Camina! —Ordenó Creepy.

Conseguí ponerme en pie y dar un paso, pero el tumulto desterró los


progresos que había hecho con Haylan y Myla. Mis piernas se doblaron y me
derrumbé.

—Yo... no puedo.

—¡Llévenla! —Kennan ordenó.


Creepy me abrazó y me miró con desprecio, recorriendo sus ojos de arriba
a abajo, de la cabeza al dedo del pie, como antes. Aunque me había bañado la
noche anterior, de repente me sentí sucia. Me moví, pero me resultó imposible
ajustarme la bata para cubrirme en sus brazos.

—¡Oye! —objeté cuando me pellizcó el trasero desnudo.

Sus dedos recorrieron mi trasero, buscando. Luego comenzó a rodear mis


partes íntimas.

Me retorcí.

Se rio.

Sin duda, Kennan había elegido a estos dos matones para hacer esta
experiencia lo más horrible posible. Mi instinto rara vez se equivocaba. Esto era
un ejercicio para hacerme confesar algo. Sus preguntas hasta este momento se
habían centrado en mi llegada, pero tenía que haber algo más.

—Suficiente —Kennan se quejó—. Vamos.

—Sí, mi príncipe.

La cara gris pimienta de Creepy, desaliñada, y los dientes que le faltaban


me hicieron apartar la mirada, pero el hedor de su aliento era inevitable y casi
me hizo tener arcadas. Respiré por la boca.

El otro guardia movió las cejas mientras lo observaba. ¿Dónde estaba Allard
cuando lo necesitaba?

Kennan lideró el camino.

Tras recorrer un montón de pasillos y escaleras, Feo, como había decidido


llamar al segundo guardia, abrió una puerta de madera tosca con bisagras que
protestaban.

Nos encontramos con otros dos guardias al entrar en una habitación en


penumbra, y el príncipe ordenó—: Bájala, Borin.

El par de nuevos guardias saludó y se hizo eco—: Comandante.


¿Comandante?

—Terrowin. Leofrick. Descanse.

Creepy me dejó en el suelo, pero no antes de poner sus manos en lugares


inapropiados bajo el pretexto de ser gentil. Gentil, mi ojo. El nuevo par de
guardias sonrió. Sabía que Kennan lo sabía, pero dejó que el tipo se saliera con la
suya sin rechistar.

Había visto a Kennan en suficientes sueños de Kovis, así que su ira no me


había sorprendido, pero esto... permitirse tales libertades. Lo había juzgado como
un hombre recto que trataba a las mujeres con respeto. Pero esto. No conocía a
este Kennan.

Mi ira se encendió, pero la contuve. Por el momento. Mejor la ira que las
lágrimas. Podía hacer algo con la ira. Tenía que ser un acto. Toda ella. Era lo único
que tenía sentido. Pero, aun así, permitir...

Las llamas aparecieron en las manos de Kennan, encendiendo más velas en


el espacio. Su magia. Lo había visto usarla en los sueños de Kovis.

—Estaré encantado de poner en práctica mi afinidad con esta prisionera, mi


príncipe —ofreció Creepy.

¿Su afinidad? ¿Estos matones también eran hechiceros?

El miedo me invadió. El príncipe captó mis ojos muy abiertos. Se me apretó


el estómago.

Kennan negó con la cabeza.

—Eso no será necesario, en este momento —Los cuatro guardias miraron a


su líder con ansiosa expectación.

No puede ser bueno.

—Rulf —Asintió a Feo, apretando la mandíbula.

Algo cruzó los ojos de Kennan, pero huyó en un instante. ¿Culpa?

—¡Sí, señor! —Los ojos de Feo se iluminaron, y dio un paso hacia mí.

Terrowin suspiró. Leofrick sonrió.

Me temblaron los brazos y apreté las manos antes de que esos animales se
dieran cuenta. No es que no pudieran oler mi terror.

Feo era enorme y retrocedí a trompicones cuando se detuvo a menos de


cuatro palmos de distancia. Pero Creepy me atrapó por detrás y me obligó a
ponerme de pie. La sensación de sus manos de vicio en mis brazos me produjo
un escalofrío. Feo agarró la parte delantera de mi ligera bata con sus patas del
tamaño de un oso y arrancó los cierres, sonriendo mientras me dejaba al
descubierto...
Estaba desnuda por debajo. Empezando por el cuello, por debajo de la tela
que me cubría, pasó lentamente sus manos por mi frente. La repugnancia me
invadió.

Intenté agacharme, cualquier cosa para alejarme, pero el agarre de Feo me


impedía el movimiento. Ahogué un grito y agarré la carne bajo el brazo de Feo
y apreté.

El bruto se echó hacia atrás y me gritó una multitud de maldiciones.

¡Ja! sonreí.

Los otros guardias se rieron.

—Ella lucha —Leofrick sonrió.

—¡Termina! —Kennan ordenó.

Espeluznante me agarró de las muñecas y tiró de ellas hacia atrás. Feo se


frotó el moratón antes de volver a dar un paso adelante. Sabía que pagaría por
mis acciones, pero había valido la pena.

—Supongo que tendré que empezar de nuevo —Feo se burló de mí con una
sonrisa forzada y lo hizo.

Se tomó su tiempo para bajar. Cada vez que intentaba apartarme, la sonrisa
de Feo se ensanchaba y Creepy me empujaba hacia delante. Más cerca.

Miedo. Odio. Pánico. Me llenaron, luego se desbordaron y todo mi cuerpo


empezó a temblar. Sentí que las lágrimas brotaban. Pero no me servirían de nada,
sólo centrarían mi atención donde no serviría de nada. En mí. Me las tragué y
transformé mi ira en un infierno.

Los cuatro guardias sonrieron. El rostro de Kennan permaneció


inexpresivo.

¿Hacían esto a todos los prisioneros o sólo a las mujeres?

Casi me dan arcadas antes de que el terror terminara por fin. Recé para que
terminaran.

Pero cuando Kennan volvió a apartar la mirada, supe que había algo más.
Creepy soltó mis brazos, pero una de sus manos se aferró a mi hombro. Se inclinó
hacia delante, encontró el dobladillo inferior de mi bata y pasó lentamente su
mano por mi trasero desnudo y por el resto de mi espalda, por debajo de mi pelo.
Apenas pude contener un grito. Cuando por fin llegó a la parte superior de la
prenda, apretó la tela en mi cuello.
—Brazos atrás o esto va a doler —Una burla.

Las llamas de Kennan habían sido brillantes, pero mi ira ardía más.

Creepy me arrancó la bata, llevándose una mechon de pelo.

—Lo siento —se rio, viendo cómo el pelo rubio caía al suelo junto con mi
bata.

Me negué a darles la satisfacción de frotarme la nuca, a pesar de su


palpitación.

Una vez más, cada parte de mí estaba expuesta. Y a estos animales.

Feo sonrió y volvió a acercarse a mis pechos.

Todo es parte de su acto para intimidar. Tenía que serlo. ¡Cerdo!

Levanté las manos para cubrirme.

Los otros dos guardias se rieron y miraron con ojos hambrientos.

—Espero que todos se ahoguen en sus babas.

Los guardias resoplaron ante mi comentario, pero la cabeza de Kennan giró


y nuestras miradas se cruzaron.

—Eres mejor que esto, Kennan —Se movió antes de volverse rígido una
vez más.

—Ese es el Príncipe Kennan para los que son como tú —ladró Terrowin.

Pero no habían terminado. Kennan desvió la mirada y esperó a dar su


siguiente orden, dando a los cuatro tiempo para ojear cada parte de mí de las
formas más repugnantes. Se me erizó la piel.

Se acabó el silencio.

—Como si desviar la mirada hiciera que esto estuviera bien, Kennan.

Terrowin se burló de mi repetido uso del nombre de pila del príncipe, pero
se abstuvo de hacer comentarios.

Los ojos de Kennan se agrandaron, pero apretó la mandíbula y permaneció


en silencio.

—Da la vuelta para nosotros —exigió Feo un instante después.


—Sí, queremos apreciar toda tu belleza —Añadió Creepy.

—Um. Um. Um —comentó Leofrick, como si me hubiera convertido en un


sabroso aperitivo.

No me inmuté.

—Suficiente. Cúbranla —ordenó finalmente el príncipe.

¿Había oído disgusto en su tono o me lo había imaginado?

Feo se tomó su tiempo para recuperar una bolsa de arpillera rayada con
aberturas para los brazos y la cabeza. Me la lanzó. La dejé caer al suelo.

—Póntelo —ordenó Kennan.

Levanté la barbilla.

—Aun así, es una luchadora —Terrowin le dio un codazo a Leofrick—. A


ver cuánto dura eso —Recogí la bolsa. Bastardos.

Kennan había vuelto a desviar la mirada hacia la pared cuando mis ojos
salieron del agujero del cuello.

—Eres un cobarde —Miré fijamente al príncipe una vez que me había


cubierto.

—Espósenla —respondió Kennan. Su voz no era tan autoritaria como antes.

Bien. Debería sentirse culpable. Había consentido esto.

Terrowin sacó unas esposas blancas y brillantes que palpitaban, y mis ojos
se agrandaron.

—Manos fuera.

—Estas esposas anulan tus poderes mágicos —Kennan explicó—. Se


asegurarán de que no intentes atacar a mis hombres.

—Como si eso fuera probable —le espeté.

—Cuida tu lengua. Te estás dirigiendo al príncipe —reprendió Leofrick,


moviéndose para golpearme.

—¡Alto! Aunque aprecio que defiendas mi honor, no dejes que nada de lo


que diga la prisionera te afecte —Las facciones de Kennan permanecieron
pétreas.
—¿Su señoría? —Grité—. ¿Crees que tienes honor? ¿Después de esto?

Kennan no respondió, sino que se dirigió a sus hombres y dijo—: Pónganla


en aislamiento. Cuatro soles. Si no empieza a hablar, usaremos persuasión
adicional.

—Entendido, mi príncipe —respondieron los guardias al unísono e hicieron


un saludo. Kennan se dio la vuelta y salió a grandes zancadas, seguido por Feo y
Creepy.

Leofrick y Terrowin intercambiaron un mensaje tácito. A juzgar por sus


guiños, no quería saberlo.

Terrowin se acercó y se inclinó como si fuera a recogerme.

—¡Caminaré!

—Como quieras —El guardia encendió una llama, una en cada mano para
iluminar mejor nuestro camino. Otro portador de fuego.

Cada paso era lento, mis ojos vagaban constantemente, comprobando la


posición del par. No es que a nadie le importe si deciden atacarme. Comprendí
plenamente lo que ansiaban. No importaba. Lucharía hasta mi último aliento.

Tuve que detenerme varias veces y llamé la atención de los compañeros de


prisión. La mayoría de ellos se quejaban y miraban, hambrientos de ver al sexo
débil después de una larga estancia en este pozo negro. Deseé que las llamas de
Terrowin no iluminaran tan bien las cosas, porque ver sus gestos me producía
repulsión. Me alejé de las manos que nos agarraban, alegrándome de las barras
de metal que nos separaban, e hice todo lo posible por ignorarlas.

No fueron esposados. ¿Por qué no?

Unos pocos compartieron miradas de compasión. A esos, los miré a los ojos.
Sólo vi a dos mujeres, que me devolvieron la mirada vacía.

—Acelera el paso, ¿quieres? —Terrowin se impacientó.

—¿Por qué? ¿Te estoy alejando de una cita robada? —Le contesté.

Leofrick dio un codazo a Terrowin y sonrió.

Al final, llegamos a una puerta bien alejada de las demás. Me estremecí.


Intenté convencerme de que era sólo el frío mientras la llama de Terrowin
iluminaba el espacio. A diferencia de las otras, ésta no tenía barrotes en el frente.
Más bien, las paredes sólidas encerraban la celda por todos los lados. Ni siquiera
una ventana. Me froté los brazos, sintiendo claustrofobia. Y con razón. Tenía tal
vez la altura de un hombre para vagar en cualquier dirección.

Sólo un montón de arena en una esquina y un orinal, decoraban mi nuevo


alojamiento.

—Adentro —ladró Terrowin y me empujó con una bota en el trasero.

Me caí al suelo arenoso.

—¿Habitación o gritos? —preguntó Leofrick a Terrowin.

—Si me das la primicia, apuesto, grita —respondió Terrowin.

—¿Qué? —Temí preguntar.

—Oh, sólo estamos haciendo apuestas sobre si decidirás hablar porque tu


alojamiento te vuelve loca o por los gritos de otros prisioneros que están siendo...
interrogados, digamos, al lado —Leofrick sacó las palabras.

Terrowin se rio.

El golpe de la puerta resonó en mí y exhalé. Al menos no me siguieron


dentro.

Dejé que las lágrimas salieran.


Ocho

No sé cuánto tiempo lloré, pero un grito espeluznante me despertó. Le


siguió una larga serie de gritos igualmente agónicos. Me tapé los oídos con las
manos, pero los gritos se filtraron. Me puse a cantar una nana para calmarme. Se
la había cantado a Kovis innumerables veces.

Duerme, hijo mío, y que la paz te acompañe,

Durante toda la noche

El sueño de medianoche te rodea,

Durante toda la noche

Suave las horas de somnolencia se arrastran,

La colina y el valle durmiendo

Yo, la protectora de mis seres queridos, estoy protegiendo,

Durante toda la noche

Aumenté el volumen mientras los aullidos se intensificaban.

Esto es lo que habían querido decir.

Mientras la luna vigila

Durante toda la noche

Mientras el mundo cansado duerme

Durante toda la noche

Sobre tu espíritu robando suavemente

Visiones de deleite que revelan

Respira un sentimiento puro y sagrado

Durante toda la noche.

Perdí la cuenta del número de veces que canté la nana antes de que los
gritos se convirtieran en débiles sollozos y finalmente se detuvieran. ¿Cuántas
veces podría soportar eso? Mi estómago vacío se apretó. Podría ser yo.
¡No! No me permitiría pensarlo.

La luz había huido de la celda con esos... me negaba a llamarlos hombres...


monstruos, mejor.

Sólo el brillo antinatural de mis esposas permitía ver algo, ya que


proyectaba sombras espeluznantes que giraban en contorsiones erráticas a lo
largo de las ásperas paredes de piedra mientras me movía.

Respiré por la boca mientras me ponía en cuclillas sobre el orinal casi lleno
que perfumaba la celda, teniendo mucho cuidado de que mi piel no entrara en
contacto. No quería examinarla de cerca.

Sin duda, los hombres habían sido retenidos aquí a juzgar por el anillo de
oscuridad alrededor de su base.

Una vez hecho esto, me abracé y me froté los brazos lo mejor que pude a
pesar de las restrictivas esposas.

Entre ellos y mi cubierta de arpillera, mi piel se resquebrajaba en algunos


puntos y sangraba en otros. Me dirigí, en seis pasos, hacia el montón de arena en
el que supuse que iba a dormir y me desplomé. Decidí ignorar las manchas
oscuras en la arena. No quería saberlo. Me castañeteaban los dientes por el frío.

Me lo merecía. Le había hecho daño.

¿En qué estaba pensando? Se suponía que venir me sacaría de esa horrible
situación. Lo había hecho. Sí, y me dejó en medio de una igualmente aborrecible.
¿Volvería a ver a Kovis? Mi Rayo de Sueño. Él había sido la única razón por la
que arriesgué un futuro en el Reino de los Despiertos. Y vaya que había
malinterpretado a Kennan.

No sé cuánto tiempo me compadecí de mí misma. Quería revolcarme más


tiempo, pero volvieron a surgir los pensamientos de que padre me encontraría
y se me apretó la garganta.

Un rato después, las llaves sonaron en la cerradura y me tensé.

Un guardia que no reconocí entró llevando una bandeja. Sus músculos


llenaban gran parte del espacio.

—El almuerzo está servido.

Me encontré con sus ojos, desde mi montón de arena.

Como si leyera mis pensamientos, añadió—: Te sugiero que comas o estaré


encantado de hacértelo tragar a la fuerza —Su sonrisa no llegó a sus ojos.
Asentí con la cabeza y lo tomé.

—Volveré pronto —Salió por la puerta y la cerró.

Intenté fingir que estaba en casa.

Ah.

Panecillos de arándanos recién salidos del horno. Y fruta de burbujas.


¿Cómo se las arreglaron para conseguirla?

No está en temporada. ¿Cómo sabían que eran mis favoritos? Crují y roí,
luego terminé lo último del agua tibia, persiguiendo el pan rancio que casi me
había roto un diente, mientras el tipo regresaba.

—Necesito darle un mensaje al Príncipe Kovis.

El guardia frunció el ceño, luego tomó la bandeja vacía y dio un paso atrás.

—¡Espera! Por favor. ¿Puedes ayudarme a darle un mensaje?

Hizo una pausa.

—¿Lista para hablar?

—Claro, pero es lo que ya le he dicho al Príncipe Kennan —El bruto dio un


portazo.

—¡Espera!

Sólo el traqueteo de las llaves desvaneciéndose, respondió a mi petición.

Los lamentos dolorosos habían interrumpido el silencio cinco veces hasta


ese momento. Recordé cada una de ellas. Los sonidos me arrancaron un trozo de
alma. ¿Qué había hecho esta gente para merecer semejante trato? Menos mal que
no podía soñar. Las yeguas no tendrían más que diversión. Sólo el canto de esas
nanas familiares me ayudó a superarlo.

Perdí la noción del tiempo en la oscuridad. Me alimentaban con las mismas


raciones rancias y escasas a intervalos irregulares —al menos no había deducido
un horario.

Lo único que seguía siendo una constante era la rudeza del guardia y su
pregunta—: ¿Estás dispuesta decir la verdad?

Kennan se acercaba cada vez que les decía que hablaría, pero
inevitablemente se alejaba cuando volvía a contar mi historia, que él consideraba
"un cuento de fantasía".
Después de mi segunda comida, empecé a inventar ficción con la esperanza
de engañarlo, pero él descubrió mi estrategia. Se convirtió en un juego entre
nosotros. Al menos eso era lo que me decía a mí misma. Sentí que su frustración
aumentaba. Estoy segura de que el hecho de que no hubiera conseguido que yo,
una mujer, me rompiera, no hizo más que herir aún más su ego masculino.

Me dije todo esto para no quebrarme. Sinceramente, no sabía cuánto tiempo


podría aguantar.

Después de mi tercera comida, para distraerme, empecé a practicar mi


caminata y finalmente me dediqué a pasear por mi celda, fortaleciendo las
piernas. Me planteé volver a visitar la mente de Kovis, pero el miedo me lo
impedía. No tenía ni idea de cómo volver y no quería quedarme atrapada allí.

Pero no pude controlar la avalancha de recuerdos de mi vida como ser de


arena. Intenté rechazar los malos y abrazar los buenos, con un éxito marginal.
Cómo echaba de menos a Velma, a mi familia, a todos menos a padre. Los
destellos del pasado empeoraban el dolor de mi corazón. Nunca podría volver.
Quería rendirme y rogar a la oscuridad que me reclamara. Pero se negó.

Después de mi cuarta comida, descubrí que pasar las manos por el montón
de arena sobre el que descansaba me calmaba; la revelación debía ser que los
dioses se apiadaban de mí. No sabía por qué, pero no iba a cuestionarlo. Empecé
a limpiar las partes oscuras —sangre seca, deduje— y decidí no insistir en ello.

Había comido cinco veces y tenía suficiente arena limpia para jugar. Hice
formas y luego les di vida. Imaginaba lo que quería y, de alguna manera, la arena
se unía a esa forma. Me costó mucha concentración, pero lo celebré cuando una
mariposa alzó el vuelo y rodeó la celda.

Me había preguntado cómo podía hacer esto con las manos atadas como
estaban.

Seguramente esto tenía que ser magia.

Después de mi sexta comida, añadí un dragón de fuego que agitaba sus alas
en vuelo, un piñón que revoloteaba, un lobo que corría por la celda y un altairn.
Suspiré cuando su ala golpeó una de las paredes y se desintegró en un montón
una vez más.

Pero siempre canté.

Nana, y buenas noches, en los cielos brillan las estrellas.

Que los rayos plateados de la luna te traigan dulces sueños.

Cierra los ojos ahora y descansa, que estas horas sean bendecidas.
Hasta que el cielo brille con el amanecer, cuando te despiertes con un
bostezo.

Nana, y buenas noches, eres la delicia de tu madre.

Te protegeré del daño, y despertarás en mis brazos.

Dormilón, cierra los ojos, porque estoy a tu lado.

Los ángeles de la guarda están cerca, así que duerme sin miedo.

Canción de cuna, y buenas noches, con rosas en la cama.

Lirios sobre la cabeza, acuéstate en tu cama.

Nana, y buenas noches, eres la delicia de tu madre.

Te protegeré del daño, y despertarás en mis brazos.

Canción de cuna, y duerme bien, mi querida dormilona.

Sobre sábanas blancas como la nata, con la cabeza llena de sueños.

Dormilona, cierra los ojos, estoy a tu lado.

Acuéstate ahora y descansa, que tu sueño sea bendito.

Mi ánimo se levantó, al menos un poco, hasta que Leofrick entró en mi


celda, sin bandeja en la mano. Debería haber traído mi octava comida.

Terrowin se apretó detrás de él haciendo el espacio demasiado estrecho, y


cerró la puerta. Ambos tenían ojos hambrientos.
Nueve

Me apreté todo lo que pude en la esquina, haciendo reír a mis guardias.

—Parece que no has cooperado —dijo Terrowin.

—El príncipe dijo que deberíamos usar un poco más de persuasión —añadió
Leofrick.

Oh dioses. Oh dioses.

Los dos compartieron una sonrisa.

—Quizás deberíamos registrarla. He de asegurarnos de que está desarmada


—sugirió Terrowin.

Leofrick soltó una carcajada.

—Sí. No queremos que ataque a nadie, ¿verdad?

Todos los músculos de mi cuerpo se crisparon.

Juntos, me alcanzaron.

El instinto se puso en marcha. ¡Duérmanse!

Grité mientras caían hacia mí. Luego me di cuenta. No se movieron.

Los empujé y me levanté. Todavía no había nada.

¿Podría ser? Oh, por favor.

Pateé el pie de Terrowin. No hubo respuesta. Mi corazón dio un vuelco


cuando Leofrick soltó un fuerte ronquido.

¡Los puse a dormir! ¿Cómo?

Me moví entre ellos lo suficiente como para alcanzar las llaves del cinturón
de Leofrick. En cuanto las sostuve, me alejé lo más posible del par. Mis muñecas
estaban en carne viva y sangraban por el constante roce del brazalete, pero en
un santiamén me lo quité.

Siguieron durmiendo.

Abrí la puerta un poco. Silencio. Entorné los ojos para ver la luz de los
braseros que cubrían el pasillo, pero no esperé a que mis ojos se adaptaran. Me
colé por la puerta y la cerré tras de mí. Y salí corriendo, sabiendo que en cuanto
me vieran mis compañeros darían la alarma. No me decepcionaron.

Y dos guardias uniformados aparecieron al final del pasillo. Me detuve en


seco tratando de no entrar en pánico.

¡Bloquearon la única salida!

En cuanto me vieron, el par corrió hacia mí.

¡Duérmete!

El sueño no los reclamó. ¿Por qué?

Giré y regresé por donde había venido. Las llaves tintinearon en el anillo
que empuñaba. Me metí en un pasillo que se bifurcaba a la derecha. No
importaba que no supiera a dónde iba.

Sus pasos se fueron acercando.

Tomé la siguiente a la izquierda, buscando algún escondite. ¡Nada!

Otra izquierda.

Jadeé.

Casi sobre mí.

Una derecha.

Otra izquierda.

Grité cuando uno de los guardias saltó y me agarró del talón. Tropecé y mi
frente golpeó el duro suelo.

Di una patada y mi pie conectó con la mano del guardia, justo cuando todo
el peso del otro me inmovilizó, dejándome sin aliento. La decepción más absoluta
me aplastó.

Los dos guardias jadeaban tras la carrera. El que estaba encima de mí me


arrebató el llavero. Seguro que sabía que su posición me impedía recuperar el
aliento.

—Bueno, mira lo que tenemos aquí, Dain —A diferencia de la mayoría de


los guardias, este par parecía joven y arreglado.

Me esforcé debajo de él.


—Efectivamente, Quinn, ¿crees que ha salido a dar un paseo?

Quinn se movió, pero no se levantó.

—Definitivamente se dirigía a algún lugar a toda prisa.

—Demasiada prisa si me lo preguntas —respondió Dain.

—Sal. Fuera. De mí —Logré una protesta susurrada.

—Parece que a la damisela no le gusta que la utilice como cojín. Una pena
—bromeó Quinn.

Dain se levantó y le ofreció a Quinn una mano, tirando de él hacia arriba.


Resonó la vibración de un arma al ser desenvainada, y la punta de la espada de
Quinn me pinchó en el cuello antes de que pudiera levantarme. Dain sacó otra
espada, de la nada. Había visto los sueños de Kovis en los que Kennan y él se
enfrentaban, así que no debería haberme sorprendido, pero aun así me quedé
con la boca abierta.

Ver a un hechicero del metal conjurar un arma, en persona, de la nada, me


sorprendió.

Toda charla inane se evaporó cuando Quinn ladró—: ¡De pie!

Me levanté lentamente y fruncí el ceño mientras me ajustaba la arpillera.


Luego levanté la barbilla, cruzando los brazos.

Dain se rio.

—Vamos a ver cuánto tiempo sigues así.

—¡Camina! —ordenó Quinn.

Se tomaron su tiempo para llevarme de vuelta a mi celda, maximizando los


comentarios que mis compañeros de prisión tenían a bien hacer.

Dain abrió la puerta, la empujó y entró.

Leofrick dejó escapar otro fuerte ronquido.

—¿Qué les has hecho? —Preguntó Quinn.

—Los pongo a dormir.

Quinn recuperó las esposas del suelo. Sonreía ampliamente.

—No funcionan conmigo —Los dos intercambiaron miradas amplias.


Dain pateó las piernas de su compañero.

—Están fuera de combate.

Les sirvió bien. Sólo deseaba saber cómo lo había hecho.

—Planeaban hacerme daño.

—¿Se supone que tenemos que creerte? ¿Como si supieras decir la verdad?
Ciertamente no has sido liberal con ella —Quinn se burló, mientras me esposaba.

Dain sacó a la pareja dormida y la dejó en el pasillo antes de empujarme de


nuevo a la oscuridad y cerrar la puerta.

Al menos se habían llevado las llaves para que esos brutos no pudieran
abrir mi puerta cuando se despertaran. Sabía que estarían furiosos y buscarían
venganza.

Me desplomé sobre mi montón de arena y me masajeé las muñecas


alrededor de las esposas donde no rezumaban sangre. ¿Por qué mi petición de
inducir el sueño había funcionado la primera vez, pero no la segunda? Las voces
del exterior de mi puerta detuvieron mis contemplaciones poco después. Una
llave sonó en la cerradura y la puerta se abrió de golpe.

—¡Ya basta! ¡Tráiganla! —El ladrido de Kennan onduló alrededor de mi


celda.

Entrecerré los ojos cuando Quinn se acercó y me apuntó con su espada.

—¡Muévete! —Dain había esperado fuera. Se unió a nosotros.

Kennan ya estaba a varios pasos del pasillo.

La punta de la espada de Quinn me obligó a alcanzarlo. Perdí de vista al


príncipe cuando entró en una habitación dos abajo de la mía. Mis ojos se
desorbitaron cuando lo vi de nuevo. No a él. En lo que había detrás de él. Una
silla.

Oh dioses. Oh dioses. ¡No!

Se giró para mirarme y frunció el ceño.

—Veo que has estado ocupada. Atacando a mis guardias —No había humor
en esos ojos marrones.

—Iban a hacerme daño —Chillé, encogiéndome hacia atrás. Odiaba mi voz.

La punta de la espada de Quinn, me obligó a quedarme quieta.


Kennan ignoró mi comentario y continuó.

—He sido más que paciente con tus fantasiosas historias. Muchos dirían que
demasiado paciente. Ahora, o me dices qué estabas haciendo en la habitación del
Príncipe Kovis o...

—¡Pero lo he hecho! Muchas veces. No me escucha.

—¡Suficiente! —El grito de Kennan hizo que todos los guardias, incluidos
los dos que estaban junto a la silla, se congelaran—. El dolor tiene una forma de
enderezar una historia.

La sangre cubrió las púas que recubrían el respaldo y el asiento, y se deslizó


por sus piernas. Del último ocupante. Esto es lo que había estado escuchando. Mi
respiración se aceleró.

—Por favor. Te diré lo que quieras.

Pero Kennan me ignoró.

—Hastings. Warwick.

El par de guardias junto a la silla se acercaron y me agarraron de los brazos,


luego me arrastraron hacia adelante.

Mi lucha contra su fuerza abrumadora fue inútil. Se detuvieron justo


delante del aparato de tortura, como si me pidieran que lo estudiara. Me di la
vuelta y fruncí el ceño ante el príncipe.

—¡Quiero la verdad! —Kennan abrió los brazos.

Un maremoto de recuerdos —Padre atando y torturando mi mente— se


abatió sobre mí y empecé a temblar. No pude controlarlo; mis piernas casi se
rindieron.

—¡Desnuden a la prisionera! —Kennan ordenó.

Las manos carnosas de Hastings y Warwick me sujetaron, una en cada


antebrazo, justo antes de que un dolor abrasador me quemara los hombros y la
espalda. Dain quemó la bolsa de arpillera con fuego que iluminó sus manos. Otro
portador de fuego.

Me costó mucho no gritar.

Un hedor pútrido llenó la habitación y el peso de mi pelo se desprendió.


Los guardias me soltaron los hombros y Dain me arrancó la tela de un tirón.
Con la espalda agonizando, me estremecí como una hoja al viento mientras
subía los brazos para cubrirme. Casi me derrumbé.

—Esto debería ser normal. Así es como llegaste. Oh, espera, tiene que estar
cubierta de arena —dijo Warwick.

—Ya no eres tan peleona, ¿verdad? —Se burló Quinn.

—¡Pónganla en la silla! —Kennan ordenó.

—¡No! —Luché con todas mis fuerzas, clavando mis uñas en el brazo de
Hastings. Él maldijo y dio un paso atrás. Me desplomé, rodeé con las piernas uno
de los soportes viscosos de la silla y me agarré—. ¡No! Por favor. ¡Te he dicho la
verdad!

—Tal vez la verdad de los trastornados —respondió Kennan—. ¡Vas a


confesar, de una manera u otra!

Hastings y Warwick volvieron a agarrarme de los brazos y me apartaron


de la pata de la silla, y luego me hicieron girar.

El dolor de la quemadura en la espalda me embotó la vista, pero no lo


suficiente como para evitar ver a Kennan, con los pies abiertos y los brazos
cruzados. Le envié la mirada más repugnante que pude mientras me arrojaban a
la silla de púas.

Más agonía iluminó mi espalda, mis brazos y mi trasero.

Grité. No quería hacerlo. No tenía otra opción.

—¡Manténganla esposada! —Kennan ordenó.

Me ataron los codos a los brazos con púas de la silla y luego me apretaron
las ataduras alrededor de la cintura.

Aún no satisfechos, colocaron pesos en mi regazo.

Grité cuando las púas se clavaron en mi carne.

—¿Cómo has entrado en las habitaciones del Príncipe Kovis sin que nadie
se diera cuenta? —Kennan planteó la pregunta con calma.

Sólo pude gritar en respuesta.

—¿Eres una rebelde? Apenas escuché la nueva pregunta.

—¿Qué papel jugaste en el ataque a Aire la noche que llegaste?


—¿Quién es tu líder
KOVIS

Llevaba más de una noche con los nervios de punta y sin ser yo mismo.
Había sentido una mezcla de angustia, ansiedad, miedo, indignidad,
autodesprecio. Iba y venía.

Aunque estos sentimientos podrían haber sido fácilmente míos, de alguna


manera sabía que no lo eran. No esta vez.

Mis terrores nunca se habían expresado así. Empecé a sospechar de esa


chica. Algo había cambiado desde que ella llegó, pero no podía dar con el dedo.
Por supuesto, yo tampoco había dormido, a pesar de todo lo que Jathan intentó.

Mi temperamento se acentuó y alimentó mi frustración ante la situación.


Antes me había desahogado con dos de mis hombres. Necesitaban una
corrección, pero no de la forma en que yo la había servido. Necesitaba liberar
mi furia creciente antes de arrancarles la cabeza a todos.

Me dirigí al foso.

Favian se había mostrado receloso cuando me acerqué a él para entrenar,


pero, por obligación, aceptó. Aunque se lo tomó con calma.

Le lancé otra lanza de hielo, pero la derritió justo antes de que le rozara el
hombro.

Un grito.

Fruncí el ceño y exploré la zona.

¿De dónde había salido? Nadie más reaccionó. Sacudí la cabeza. Me


concentré y dirigí una nube de embudo húmeda hacia él. ¡Golpe directo!

Se echó el flequillo hacia atrás y sonrió mientras lanzaba una roca fundida.

¡Un lamento!

Mis músculos se crisparon. ¿Qué fue eso?

Volví a escudriñar y luché contra la nube de malestar. Tenía que estar


alucinando, con mi falta de sueño. Bloqueé con otra ráfaga enviando a Favian a
patinar por el foso sobre su trasero, pero no antes de que lanzara una daga por
encima del hombro.

¡Aullido!

Mi corazón se aceleró, y no por el ejercicio. ¿Qué estaba pasando? No hay


nadie aquí...

Me agaché. Demasiado lento. Mi vacilación le dio tiempo a Favian para


enviar la espada que acababa de conjurar, hacia mí.

¡Grito!

Mi estómago se revolvió.

—¿No has oído eso? —Esquivé la espada.

—¿Oír qué? —Pero Favian había seguido con una daga, y se clavó en mi
hombro. Sonrió desde el otro lado de la fosa.

—¡Gritos!

Favian arrugó el ceño.

—No oigo nada, mi príncipe. ¿Se sientes mal? Quizás deberíamos parar.

—Tengo que irme le dije.

Otro grito. Los pies me picaban para moverse.

—Sí. Vaya. Hagan que le miren esa herida —aceptó Favian.

—No es tan grave —Apreté los dientes mientras extraía la cuchilla y retenía
el flujo de sangre con una toalla.

—Acabo de vencer al hechicero más poderoso del imperio —Favian forzó


una broma, pero la preocupación delineó su rostro.

—No dejes que se te suba a la cabeza. Pruébame cuando sea yo mismo.

—¡Usted fue el que me rogó que luchara contra usted! —me recordó.

Sujeté la toalla contra mi herida y, sin querer alarmar a nadie, mantuve mi


ritmo a una zancada rápida para salir de los fosos.

¡Lamento!

Esa chica. Tenía que ser ella. ¿Pero cómo la estaba escuchando?
Podría ser peligrosa. Reduje la velocidad de mis pasos mientras intentaba
razonar conmigo mismo. Pero no podía soportar oírla sufrir un latido más. La
había escuchado antes y había decidido ignorarla, pero esto... esto... Pura agonía.

¡Nunca le haría daño! ¡Adoro a Kovis! En tono alto. Suplicante. ¿Cómo la he


oído?

Otro chillido. ¡Definitivamente ella! Kennan finalmente debe estar


interrogándola.

Mi corazón se aceleró. Otro grito destrozó cualquier duda que quedara.


Tenía que detener esto. Salí corriendo, ignorando a todos los que me llamaban y
a los guardias que me seguían obstinadamente, viendo que la sangre corría por
mi brazo. A través de los pasillos. Bajando escaleras. Por las esquinas. Abrí la
puerta de madera de la prisión y pasé por delante de los dos guardias.

—¡Mi príncipe! —El par se unió a los que me seguían.

¡Aullido!

¡Parar! ¡Kennan tenía que parar!

Corrí por un pasillo, con gritos en mi hombro sangrante y mi estado de


desnudez, acompañándome.

A la izquierda.

¡Grito!

Izquierda. A la derecha.

—¡Kennan! ¡Para!

Mi grito llegó a mi hermano antes que yo, pues cuando entré corriendo en
la habitación, me miró con el ceño fruncido. Pero al ver mi desnudez y la sangre
que corría por mi brazo, sus ojos se transformaron.

—¿Qué te ha pasado?

Los que me seguían chirriaron hasta detenerse detrás de mí.

—¡Olvídate de mí! —Mi pecho se agitó. Apreté la toalla contra mi herida—.


¡Tienes que parar!

La sangre cubría a la muchacha desnuda, enredando su cabello, y fluía


libremente por sus piernas y espalda. Volvió los ojos rasgados hacia mí antes de
desplomarse hacia adelante.
Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

Kennan les devolvió el saludo a sus guardias y yo me acerqué a ella.

—Te sentí. Te he oído. ¿Cómo?

—¿Lo hiciste? —gimió ella.

Kennan y yo intercambiamos una mirada interrogativa.

—¡No podría soportarlo!

Gracias a los dioses. Que Dios te bendiga.

Volví los ojos muy abiertos hacia la chica al escucharla de nuevo.

—¿Acabas de...?

Su cabeza se echó hacia atrás.

—¿Has oído mi...?

—Llévala con Jathan —exigí.

Cerró los ojos

—¡No puedes hablar en serio, hermano! Todavía no sabemos...

—¿Qué ha descubierto su interrogatorio?

—Nada, hasta ahora, pero…

—¡Entonces libérala!

Kennan me miró largamente. Como mi gemelo, pude escuchar sus palabras


no pronunciadas.

—Tú eres el que me reprendió por no sacarle ninguna información, ¿y


ahora me dices que deje de interrogarla?

Suspiré.

—Lo sé. Lo sé. Lo siento, hermano.

Kennan indicó con la cabeza a sus hombres que retiraran a la chica de la


silla.

—Tranquila —le advertí cuando chilló, a pesar de la delicadeza de los


guardias.
Se derrumbó en el suelo en el momento en que la liberaron, con la sangre
fresca rezumando de una miríada de heridas.

Me dolía el cuerpo, como si hubiera sido yo.

—¡Cúbrela! Y quiero que tus hombres de mayor confianza la lleven a los


sanadores —Fruncí el ceño ante sus guardias.

La chica llamó mi atención cuando me di la vuelta para irme, pero no dije


nada.

¿Qué me había pasado? Sacudí la cabeza, sin saber qué hacer.


Twinkle, Twinkle, Little Star Por Jane Taylor

Reino de los Despiertos de Essex

Brilla, brilla, pequeña estrella,

Cómo me pregunto qué estas.

Por encima del mundo tan alto, Como un diamante en el cielo.

Brilla, brilla, pequeña estrella,

¡Cómo me pregunto qué estas!

Cuando el sol abrasador se va,

Cuando nada brilla sobre él,

Entonces muestras tu pequeña luz, Twinkle, twinkle, toda la noche.

Brilla, brilla, pequeña estrella,

¡Cómo me pregunto qué estas!

Luego el viajero en la oscuridad,

Gracias por tu pequeña chispa; Él no podría ver qué camino tomar, Si no


brillaras así.

Brilla, brilla, pequeña estrella,

¡Cómo me pregunto qué estas!


Envuelta en una manta empapada de sangre, miré a Warwick que me
llevaba en brazos. No era como que pudiera defenderme si él decidía hacer algo
indebido. Me estremecí. Hastings y Dain nos flanqueaban y no dejaban de
mirarme. El corazón se me aceleró, aunque percibí curiosidad, más que hambre,
en sus ojos. No podíamos llegar lo suficientemente rápido.

—¡Aquí dentro! Ha perdido mucha sangre por lo que parece —me dijo una
sanadora que aún no conocía en cuanto me vio.

Mi cuerpo comenzó a convulsionar como si fuera una orden.

—¿Qué le han hecho? —gruñó la sanadora.

Los guardias al menos tuvieron la decencia de parecer culpables.

—El príncipe Kovis la salvó de más interrogatorios, por ahora —respondió


Warwick.

La sanadora frunció el ceño y envió al trío a la calle.

Haylan entró corriendo y sus ojos se agrandaron al verme.

—¡Sanadora Alainor! Acabo de enterarme. Ayudé a tratarla antes. ¿Puedo


ayudar? —Bendita seas, Haylan.

La mujer mayor asintió y el par se puso a trabajar.

Mi mente se puso a pensar. La mirada de Kovis cuando se fue. Me odiaba.


Como debería. Le había causado dolor. ¿Qué haría yo si nunca le agradaba? Me
quejé, incapaz de soportar la idea. Había apostado todo. No había vuelta atrás.

—Sé que te duele. Lo siento —se disculpó Haylan, sin entender mi profundo
dolor.

Bañada, vendada y con pociones al atardecer, Haylan me engatusó para que


comiera "al menos un poco". Pero la comida me daba náuseas. Mi futuro. Me
daba asco pensar en ello. Pero mi cerebro no se concentraba en otra cosa. ¿Por
qué hizo que Kennan se detuviera? Incluso después de haberle hecho daño. Pero
su mirada al irse. Mi plan había sido defectuoso desde el principio; simplemente
no lo había sabido.
Cuando mis pensamientos furiosos me convirtieron en una mal
conversadora, Haylan me dio las buenas noches con instrucciones para dormir.

Pero la inquietud me acosaba. Tenía que levantarme. Tenía que moverme.

Me dolía, pero insistí y me deslicé fuera de la cama, acercándome a la


ventana. Me pusieron de nuevo en la misma sala de recuperación. Levanté la
persiana y jadeé al contemplar el cielo nocturno.

Un arco iris de colores colgaba como una cortina que ondulaba con la suave
brisa.

Verdes, morados, rojos, turquesas, amarillos y azules contra el negro. Las


estrellas pintaban un telón de fondo impresionante. Me llevé una mano al pecho,
boquiabierta, intentando absorber la belleza.

Los colores bailaron. Lentamente. Libremente. Magníficamente. No podía


tener suficiente.

No sé cuánto tiempo dejé que me embelesara. Pero mis pensamientos


furiosos no pudieron competir con esto, y la nueva calma me llevó a dormir.

Al amanecer siguiente, Haylan me cambió las vendas y me dio otra poción


de sabor horrible para mis canales, y luego preguntó—: Ahora que te estás
recuperando, ¿qué te parece si hacemos algo con tu pelo? Hacerte sentir como
una princesa.

Había intentado animarme, pero no podía. Entre los pensamientos


atormentados que volvían con el sol y los guardias que se encontraban frente a
mi puerta, la felicidad y yo seguiríamos enemistados. Sí, a pesar del rescate de
Kovis, los hombres uniformados seguían vigilándome.

Me mordí el labio mientras Haylan me cepillaba el pelo largo. Su peine se


enganchó en las puntas encrespadas que las llamas de Dain habían creado. Mi
respiración se aceleró.

—Hey. Hey. Mírame. Nadie va a hacerte más daño. El príncipe detuvo el


interrogatorio. Ya no te interrogarán —Me dio una palmadita en el hombro.

Mi respiración se calmó y tragué saliva.

Hablamos mientras ella trabajaba.

—No lo culpo por odiarme —Le había contado la experiencia.

—¿Por qué dices que te odia? Aunque la pregunta más importante es,
¿importa?
Esperaba que no preguntara. Me mordí el labio con más fuerza y no
respondí. No podía. Al igual que Kennan, era imposible que me creyera y no
quería perder su amistad. Haylan no presionó. Tenía un don para percibir cuándo
algo le causaba molestia y permitir que se revelara en el momento adecuado.
Una de las muchas cosas que me gustaban de ella.

—Mira, no conozco bien al príncipe así que no sé sus motivos, pero te ha


salvado. Creo que las acciones revelan el corazón.

Cogió las tijeras y empezó a recortar.

Ya había malinterpretado acciones antes, como las de Kennan. Qué


equivocada había estado con él.

—¿Eso crees?

—Sus acciones ciertamente no me dicen '’odio'’. Pero entonces, ¿quién soy


yo?

—Eres mi primera amiga, aquí. Tu opinión significa mucho.

—Me siento honrada. Yo también te considero una amiga. Sólo quiero dejar
de verte aquí. ¿Está claro? Hay mejores formas de pasar el tiempo juntas —
Haylan sonrió.

—No podría estar más de acuerdo.

—Aquí estamos —Haylan me dio un espejo, y yo estudié mis mechones más


cortos, luego fruncí el ceño.

—Volverá a crecer.

—Pero hasta que lo haga, me recordará a...

—Sólo si decides dejarlo —Mi amiga asintió con fuerza.

—Al menos ahora es todo de una sola longitud —Intenté ser positiva. Ella
tenía razón. Tenía que ver el lado bueno.

—Eres hermosa, sin importar el largo de tu cabello —Me envolvió en un


abrazo que no sabía que necesitaba. Me aferré a ella durante lo que
probablemente fue demasiado tiempo, pero no me importó. Ella no me apartó.

—Oye, hay algo que quiero mostrarte. Y te sacará de esta habitación.

Me puse una bata por encima de mi vendaje y me puse unas pantuflas.

Haylan levantó las manos hacia los guardias de la puerta.


—Prometo traerla de vuelta.

El par nos dejó pasar, aunque sus ceños severos nos dijeron lo que realmente
pensaban. Giramos a la derecha y pasamos por las otras dos salas de tratamiento,
que estaban vacías. En el final del corto pasillo, Haylan abrió una puerta y me
quedé boquiabierta cuando salimos.

El sol calentaba mis brazos, mis manos, mi cara. No pude evitar reírme.
¡Cuántas plantas hermosas!

—¡Me encanta! —Me giré, con los brazos abiertos.

Haylan sonrió.

—Bienvenida al jardín de los sanadores.


Corrí a la primera cama y pasé las manos por las hojas mientras Haylan se
reía. Me explicó los diferentes usos de cada planta mientras yo olfateaba las flores
que perfumaban nuestro camino. A las abejas no les gustó especialmente que lo
hiciera, pero ninguna tomó represalias.

Nos cruzamos con otro par de sanadoras, aprendices de sus túnicas, que
recogían una variedad de hojas y flores.

—Para usar en pociones —dijo Haylan—. Tengo algunas hierbas que necesito
recoger también. Dijiste que la arena te calmó y te devolvió a... —No terminó la
frase—. Pensé en dejarte explorar. Estaré por allí si me necesitas —Señaló un
lugar no muy lejano.

—¡Oh, gracias, Haylan! —Le di un abrazo y luego empecé a deambular entre


las camas bien cuidadas. Pero mis pies pedían sentir la tierra. Así que me senté
al lado del camino y me quité las pantuflas, y luego hundí los dedos de los pies
en la tierra.

Paz. Calma. Respiré profundamente, dejando que me llenaran.

Una canción brotó de mis labios.

Nana, y buenas noches, en los cielos brillan las estrellas.

Que los rayos plateados de la luna te traigan dulces sueños.

Cierra los ojos ahora y descansa, que estas horas sean bendecidas.

Hasta que el cielo brille con el amanecer, cuando te despiertes con un


bostezo.
Nana, y buenas noches, eres la delicia de tu madre.

Te protegeré del daño, y despertarás en mis brazos.

Dormilón, cierra los ojos, porque estoy a tu lado.

Los ángeles de la guarda están cerca, así que duerme sin miedo.

Canción de cuna, y buenas noches, con rosas en la cama.

Lirios sobre la cabeza, acuéstate en tu cama.

Nana, y buenas noches, eres la delicia de tu madre.

Te protegeré del daño, y despertarás en mis brazos.

Mis pensamientos también se relajaron. Tal vez ella tenía razón.

Kovis me había rescatado, no eran las acciones de alguien que me odiaba.


Mi corazón se sentía más ligero que desde que había llegado. Tal vez el futuro
que esperaba todavía podría ser.
Todavía no había dormido. Y haría daño a la primera persona o cosa que
se me cruzara.

Sólo los pensamientos sobre esa chica atemperaban mi creciente


frustración. Ella consumía mis cavilaciones y se había convertido en una especie
de curiosidad para mí.

La había sentido. No. "Sentir" era una palabra demasiado tímida para eso.
Había sufrido el interrogatorio de Kennan junto a ella. Mi corazón se aceleró y
mis manos temblaron incluso al recordar.

No había sido capaz de detener la tortura lo suficientemente rápido. Respiré


profundamente.

Entonces... ella había dicho palabras... directamente en mi mente. ¿Cómo era


posible? Mi angustia, ansiedad, miedo, indignidad y autodesprecio se habían
intensificado desde la noche en que ella llegó. Ella tenía que ser la causa. ¿Pero
cómo? ¿Cómo podía una persona sentir a otra... así?

Me había dolido mucho la noche que la vi por primera vez. Me esforcé por
recordar. ¿Qué había dicho?

Algo así como: "Lo siento, mi Rayo de Sueño". Se me apretó el pecho. Un


término cariñoso. ¿Por qué? Sólo se llama así a alguien si se le conoce bien y se
tienen sentimientos. Sacudí la cabeza.

Pero ella había dicho más. "¿Qué te he hecho? No sabía que te haría daño".
Se consideraba responsable del dolor de esa noche. Pero ella nunca me había
tocado.

Luego añadió: "¡Tenía que salir de allí!".

Mi estómago se tensó. Una afirmación tan siniestra.

¿De qué había escapado? Ella había suplicado: "Déjame tocar a Kovis. Por
favor. Necesito tocarlo". Me llamó por mi nombre. ¿Quién era ella? Sólo mi
familia me llamaba Kovis. Los miembros de la realeza ni siquiera usaban
nombres de pila. Los plebeyos nunca lo harían, no si valoraran sus vidas.
Me llevé los dedos a la frente y empecé a hacer círculos. Tantas preguntas
y ninguna respuesta. ¿Era una rebelde como sospechaba Kennan? Mi instinto me
decía que no.

Definitivamente hay oscuridad en ella, pero no animosidad o venganza que


haría que una persona atacara. Tampoco percibí la ambición que la haría
perseguir ciegamente un ideal, como una rebelde. El idealismo era lo que los
alimentaba.

Unos golpes interrumpieron mis cavilaciones.

—¡Entren! —Mi tono fue más duro de lo que pretendía cuando los dos
entraron.

—Hermano.

—Mi príncipe.

Kennan se sentó en una de las sillas de enfrente y apoyó los pies en mi


escritorio, sin que le afectara la mordacidad de mi saludo. Agradecí la reverencia
de Jathan con una inclinación de cabeza, y él ocupó la otra silla.

—Hemos estado discutiendo sobre esa chica —empezó Kennan. A juzgar


por el ceño fruncido de la cara del sanador, supuse "discutiendo" no transmitía la
conversación.

—¡Tenemos que hacerla hablar! Pero ya que interrumpiste mi


interrogatorio...

—Jathan, ¿está en condiciones? —Pregunté, con la esperanza de


entretenerla.

Kennan tenía razón. Era mi culpa que no supiéramos más sobre ella o sobre
cualquier implicación que pudiera tener en las actividades de los rebeldes. Pero
aun así no quería hablar de ello.

—Sus canales aún son inestables, así que, si debes proceder, tendrás que usar
un enfoque suave —Su tono comunicaba mucho.

Kennan levantó las manos. Exhaló con fuerza antes de preguntar—: ¿Qué
te ha pasado exactamente? Estabas en un buen estado —Eché la cabeza hacia atrás
y miré al techo—. Kovis. Hermano. Mírame.

Me encontré lentamente con sus ojos.


—Has estado actuando de forma extraña desde que me detuviste. Cada vez
que saco el tema de interrogarla más, me frustras. Es algo más que la falta de
sueño. ¿Qué está pasando?

Volví a cerrar los ojos. Mis hermanos compartían la misma oscuridad que
yo. Que parecía que esta chica compartía. Pero nunca hablábamos de ello. Y yo
no iba a empezar. No con Jathan aquí. Me ceñiría al tema en cuestión.

Respiré profundo, recordando todo lo que había sentido, y me estremecí.


Luego, empezando por el primer grito que había sentido, les expliqué todo. El
surco en la frente de Jathan se hizo más profundo cuanto más compartía.

—¿Qué descubriste de tu interrogatorio antes de que lo detuviera? —


Pregunté finalmente.

—Nada de valor, eso es seguro. Parece delicada, pero es dura. Se aferró a su


historia. Lo que sea que esté ocultando debe ser...

—¿Cómo sabes que está ocultando algo? —Pregunté.

—Entrañas —Kennan se sentó—. Sospecho que los rebeldes tienen a su


familia como rehén. Si ella falla en su misión, ellos saldrán perjudicados. No
dejaba de decir que tenía que "salir de allí", pero cuando presioné todo lo que
obtuve fueron historias fantásticas, como que la habían entrenado si la
interrogábamos.

—¿Por qué la entrenarían? —Pregunté.

—¡No lo sé! Añádelo a la lista —Kennan agitó los brazos animadamente.

—A mí también me dijo algo en ese sentido: '’Tenía que salir de allí'’

—¿Qué? ¿Cuándo? —Los ojos de Kennan se encontraron con los míos.

—Antes de que tus hombres llegaran.

—¿Por qué no me lo dijiste antes

—Tenía mucho dolor, si lo recuerdas. Y casi no me di cuenta. Volvió como


he reflexionado.

—¿Algo más?

—No —No iba a contarle lo de que me llamaba "Rayo de Sueño", ni su


disculpa. Ella nunca me había tocado. Y en cuanto a su uso de mi nombre, eso
no parecía importante.
—Más preguntas. Necesitamos respuestas —Kennan se puso de pie y
comenzó a pasearse—. Si alguna vez vamos a atrapar a los rebeldes, tienes que
dejarme interrogarla más.

—No de esa manera. Absolutamente no.

Jathan me llamó la atención y un silencioso agradecimiento pasó entre


nosotros.

—Así que sentiste sus emociones y ella te habló directamente, en tu mente.

—Sí. Sus gritos... —Mis ojos se agrandaron—. ¡Podría haber sido yo en esa
silla!

—¡Esto es una locura! —Kennan explotó—. Nadie siente a otra persona.

Jathan apretó los dedos.

—Hay una manera —Kennan y yo nos encontramos con su mirada.

—Un vínculo.

—¿Un qué? —Kennan y yo nos hicimos eco.

—Un vínculo. Es similar al de ustedes dos. Al ser gemelos, sienten los


pensamientos del otro. No tiene que explicar las cosas, simplemente saben lo que
el otro está pensando. Sólo he leído los pocos casos documentados de personas
que comparten un vínculo, pero lo que describe suena como uno.

—¿Cómo? Ella nunca me tocó —cuestioné.

—¿Cuándo? —preguntó Kennan.

—Se sabe poco sobre los vínculos, cómo se forman o mucho más —
respondió Jathan—. Pero explicaría muchas cosas.

—¿Es peligroso? —pregunté.

—Los casos que he leído eran todos de amantes.

—¿Kovis y esta chica? —La voz de Kennan se elevó.

—¡No somos amantes! Nunca la he visto antes.

—No. No. No quise decir eso —Jathan agitó las manos, con la cara
sonrosada—. Para responder a su pregunta, no he oído hablar de un vínculo que
perjudique a ninguna de las partes. Todos los que he leído se han formado en el
seno de relaciones que ya eran estrechas. Nadie entiende todavía qué causó
ninguno de ellos, ni por qué.

Los tres lanzamos miradas de ping—pong, ninguno dispuesto a especular


sobre "ya está cerca". Un hecho molesto, al parecer. Aunque la chica me había
dado... me atrevo a decir que una pista. Un término de cariño. Y había gritado
que me quería cuando Kennan la interrogó, pero nunca la había visto. No tenía
ningún sentido.

—¡Espera! ¿Te acuerdas de hace unos cuantos soles? —dije, recordando.


Kennan ladeó la cabeza, sin seguirme—. En mi cabeza. Sentí algo.

—Oh, sí. Y Rasa también sintió algo.

—Sí. ¿Era ella?

—Es difícil de decir. De nuevo, se sabe poco sobre los vínculos.

Se me hizo un nudo en la garganta y gruñí—: ¿Puede leer mis


pensamientos? —Jathan abrió la boca, pero levanté una mano—. No importa. Lo
sé, se sabe poco.

—Así es, mi príncipe —Pero el sanador parecía complacido—. Me gustaría


registrar sus experiencias, con su permiso, por supuesto.

—¿Voy a convertirme en un sujeto de estudio? —Fruncí el ceño.

—Sólo si lo deseas, mi príncipe. Por el bien de la ciencia.

—Odio tener que aguar tu entusiasmo —interrumpió Kennan—. Pero


incluso si Kovis y esta chica están vinculados de algún modo, eso sigue sin
responder a las preguntas centrales de —levantó la mano y empezó a contar—,
cómo pasó por encima de mis guardias sin ser detectada, qué planeaba hacerle, si
es una rebelde, si estuvo involucrada en el ataque a Aire, de qué está escapando
o por qué.

Lo intenté, pero no pude ocultar un bostezo.

—¿Te mantenemos despierto? —bromeó Kennan.

—Ojalá. Si tú fueras la causa, ya estaría profundamente dormido hace


tiempo.

—Ja. Ja.

—Lo hemos intentado todo, mi príncipe —Jathan hizo una mueca—. Me ha


dejado perplejo.
Sí, Jathan lo había intentado todo con mi insomnio. Pero no lo habíamos
intentado todo con esta chica.

—Kennan, no te ofendas, pero tu enfoque no funciona.

—Bueno, ciertamente jugaste un papel en frustrarme —Se aclaró la garganta


dramáticamente.

—Esa no era mi intención, no podía aguantar más.

—No diré que lo entiendo porque no lo hago. Hacemos lo mismo con todos
los presos, según las normas. Si tienes un plan mejor para hacerla hablar,
oigámoslo.

Jathan asintió.

—Preferiblemente un método que no dañe la curación de sus canales.

—La vieja expresión '’se cazan más moscas con miel que con vinagre'’. ¿Qué
tal si cambiamos nuestro enfoque? Usar la gentileza en su lugar. Sé que me tiene
aprecio.

Kennan abrió la boca, pero continué antes de que pudiera preguntar.

—No importa cómo lo sé.

Kennan puso los ojos en blanco.

—Lo que sea que funcione, hermano. Lo que sea que funcione.
Acababa de regresar de bañarme, como se había convertido en mi ritual al
atardecer, así que no tuve que esperar por la ayuda. Llamaron a la puerta. Todas
las sanadoras llamaban y entraban directamente. Así que cuando nadie lo hizo,
arrugué el ceño.

—¿Entre? —Gracias a los dioses todavía llevaba mi bata.

Allard apareció. Se me cortó la respiración y me abracé a mí misma. ¿Y


ahora qué? Aunque no lo consideraba responsable de lo que había sucedido en
la prisión, ver el uniforme me ponía de los nervios. No me había tratado como
sus compañeros de guardia. Pero, aun así, donde estaba uno...

Se llevó las manos a la espalda y dijo—: Perdóneme, señorita, pero el


Príncipe Kovis la ha convocado.

Me quedé con la boca abierta y mis pensamientos estallaron. ¡Mi príncipe!


¡Quería verme! ¡Pero yo estaba hecha un desastre! No tenía nada que ponerme.
No había sabido nada de él desde que me salvó, no es que debiera. ¿Pero quería
hacerlo? ¿En persona?

Se me encogieron los dedos de los pies.

Allard interrumpió mi pánico.

—El príncipe está al tanto de su situación. No hace falta que se disfrace.


Venga como está.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¡No puedo! ¡No! Por favor. ¿Puedes darme algo de tiempo para
recomponerme?

—Por supuesto, señorita. Esperaré fuera —¡Qué hombre tan agradable! Mi


valoración inicial había sido correcta, nada que ver con sus vulgares y
malhumorados compatriotas.

Hulda, una burbujeante aprendiz pelirroja que conocí cuando volví a las
suites de los curanderos, escuchó y se hizo cargo. Pequeña como yo, ordenó a
alguien que trajera un vestido informal de su habitación de arriba. Para cuando
llegó el vestido, ya me había secado y trenzado el pelo. Aunque el vestido me
quedaba más bajo que a ella, no se comparaba con la bata. Al menos me sentía
presentable.

—Cálmate, Ali —dijo cuando vio cómo me temblaban las manos—. No sabes
lo que quiere.

Tenía razón. Pero mi mente persistía en inventar toda clase de


maquinaciones, a pesar de que él me había salvado. Entre eso y los deseos de mi
corazón relacionados con él, mis piernas temblaban para cuando ella me declaró
apta para los ojos del príncipe.

—El Príncipe Kovis pidió que yo, solo, la escoltara —Allard informó a los
guardias que acechaban frente a mi puerta cuando empezaron a seguirme.

Me encogí de hombros. ¿Me ‘’quitaría de encima’’ en un pasillo oscuro?


Pero había sido un tipo tan amable.

—No tengo intención de hacerle daño, señorita —dijo, una vez que nos
alejamos del oído.

—Llevas el mismo uniforme.

—Así es, pero soy parte de la guardia personal del Príncipe Kovis, elegida
por el propio príncipe.

También lo fueron Creepy y el sargento Ceño.

Al ver que seguía frunciendo el ceño, añadió—: Los guardias de palacio


complementan nuestras filas por la noche, ya que sólo somos unos pocos.

—Así que esos otros...

—Guardias de palacio, no la guardia personal del príncipe.

Lo medité durante un instante y sentí que se me aliviaba el calambre en el


estómago.

—¿Por qué me mandó llamar el príncipe?

—Tendrá que preguntárselo a él.

Me mordí el labio mientras subíamos otro tramo de las escaleras circulares.


Me había dolido cuando Allard me llevó de Kovis a los sanadores aquella
primera noche. Todos los cuadros que adornaban las paredes habían sido un
borrón. Si no hubiera estado tan nerviosa, habría disfrutado contemplándolos
mientras subíamos; el castillo era realmente hermoso.
Sin embargo, me esforcé por calmar mi respiración agitada. No quería que
la primera impresión de Kovis sobre mí fuera... no sabía qué. ¿Menos que
perfecta?

Como si eso fuera a ocurrir. Apreté la mandíbula y volví a hurgar en el


encaje que adornaba la parte delantera del vestido.

Deja de hacer eso. La corrección de mi abuela resonó en mi mente.

Intenté ocultar mi agitada respiración. Habíamos subido cinco pisos y


empezábamos a subir otro más.

¿Y si no le gustaba? Esperaba que Haylan tuviera razón: sus acciones no


eran las de alguien que me odiaba. Rogué a los dioses que así fuera.

Nos detuvimos ante unas puertas. Las de Kovis, supuse. Esperaba ser
suficiente. No tenía nada más que ofrecer.

—Dirígete a él como Príncipe Kovis y haz una reverencia cuando entres —


instruyó Allard antes de llamar a la puerta.

—Pase.
Lo oí antes de verlo, su poder onduló por la habitación. Y con dos pasos
más, el hombre más hermoso que jamás había visto, mi Rayo de Sueño, se puso
delante de mí.

Se puso rígido.

Se me cortó la respiración.

Todo en él irradiaba poder, refinamiento y facilidad. Su tatuaje, de color


beige en ese momento, contrastaba con su piel bronceada por el sol y asomaba
por donde colgaban los dos botones superiores de su fina camisa blanca. Un
mechón de su pelo castaño oscuro, muy poco habitual, le caía sobre la frente.
Una sombra, un sol en crecimiento, acentuaba su cincelada mandíbula. Sus ojos.
Me perdería en esas piscinas como soles. Las ojeras estropeaban su belleza,
formando bolsas debajo. Era mi culpa.

Con una mano en la espalda, Allard me obligó a inclinarme.

—Levántate. Por favor —Kovis se relajó una vez más. Sus ojos empezaron
a bailar cuando se fijó en mi vestido prestado, mis mechones dorados y mis puños
apretados, parecía que un agarre de muerte era la única forma de controlar esos
malditos apéndices.

Me moví cuando dio un paso lento hacia mí.

¡No te muerdas el labio! me reprendí a mí misma. Y luego otra. ¡No te


muevas!

Kovis abrió la boca como si fuera a decir algo, pero se detuvo.

—Allard, esta noche cenaré aquí —Me miró con las cejas fruncidas—. Con
una invitada —Inhalé bruscamente.

—Sí, mi príncipe —respondió Allard. Otro guardia lo sustituyó al salir.

Kovis siguió mirándome de arriba abajo, sin decir nada. A diferencia de


aquellos guardias, su estudio me provocó más excitación que repulsión. Me sentí
como una mosca en una tela de araña y no pude evitar moverme. ¿Intentaba
intimidarme? Hacía un buen trabajo, pero no podía permitirlo. Levanté la
barbilla, pero sus ojos, mucho más hermosos en persona. Y sus centros de color
avellana. Lo intenté, pero no conseguí calmar mi respiración.
Me quedé clavada en mi sitio mientras él daba otro paso hacia mí.

—Te limpiaste bien. Eres muy hermosa —Su voz, un ronroneo.

—Gracias —Sentí que mis mejillas se calentaban, provocando una sonrisa


en los labios de Kovis.

—No te dirigiste a mí cuando te inclinaste hace un momento.

El corte de su vestimenta mostraba lo impresionante que era y un


cosquilleo surgió en mi estómago.

—Lo siento.

Dio otro paso hacia mí y me pregunté si podía oír cómo se aceleraba mi


corazón.

—Me llamaste por mi nombre de pila. Aquella noche —dijo.

Desvié la mirada hacia el suelo.

—Lo siento. Fue inapropiado por mi parte.

Por el rabillo del ojo, vi a Kovis inclinar la cabeza. Dio otro paso lento hacia
adelante.

—Nadie más que mi familia ha hecho eso.

—Lo siento —Me retorcí las manos.

Otro paso. Me sentí como una presa, congelada y sin poder evitarlo, aunque
lo intentara. Lo cual no hice. Había querido beber en su presencia desde antes de
poder recordar. Pero el terror absoluto se apoderó de mí. Por fin. Estar tan cerca
de él. En carne y hueso.

El cosquilleo de mi estómago aumentó.

—Mi nombre salió de tu lengua, como si fuera familiar.

Kovis se puso delante de mí con una mano en la espalda. Colocó un dedo


bajo mi barbilla y levantó mi cara hasta que nuestros ojos se encontraron.

—¿Y me llamaste tu ‘’Rayo de Sueño’’?

Me ardía la cara. Quería hacer un agujero en el suelo, pero la mano de Kovis


lo hizo imposible.

—Es un término cariñoso —chillé mirando a cualquier parte menos a él.


Kovis sonrió.

—Sí, conozco la naturaleza del término. Pero ¿por qué?

Pensé que me iba a quemar en el acto. Un golpe en la puerta resultó ser mi


salvador. Los dioses aún se preocupaban por mí. Kovis no se movió, pero lo oí
claramente reírse a través de lo que nos unía. Jadeé y me llevé una mano a la
boca abierta.

Me guiñó un ojo y luego ordenó—: ¡Entren!

Intenté calmarme mientras entraban los sirvientes, que traían bandejas con
platos que olían maravilloso. Pusieron la mesa que estaba cerca de la pared más
lejana con dos cubiertos, uno en cada extremo.

—No, Emeline, me gustaría sentarme más cerca de la dama —Señaló con la


cabeza el lugar a la derecha de la cabecera.

El cosquilleo de mi estómago comenzó de nuevo y respirar profundamente


no hizo nada para calmarlo. El tatuaje de Kovis había cambiado a naranja. ¿Qué
significaba? Observamos cómo movían los cubiertos. Una vez que terminaron,
todos se retiraron, excepto Allard.

Kovis se dirigió a la cabecera de la mesa y retiró la silla.

—Milady —Mis ojos se agrandaron.

—¿La cabeza? No podría.

—Por favor, insisto.

Asentí, pero me sentí mal cuando se sentó a mi derecha.

Junté las manos en mi regazo y esperé a que Kovis empezara, pero no tenía
prisa. Eché una mirada furtiva a Allard. Estaba de pie no muy lejos, inmóvil,
aparentemente desinteresado.

—No te hará daño —Las palabras de Kovis me sobresaltaron y una comisura


de su boca se elevó.

Asentí con la cabeza.

—Ha sido muy amable conmigo.

Kovis finalmente alcanzó el tenedor de servir en uno de los platos.

—¿Quieres un poco?
—Sí, por favor.

Me sirvió a mí y luego a él mismo una porción de lo que los sirvientes


habían indicado que era cordero en algún tipo de glaseado. Añadió más platillos
a mi plato, y yo correspondí con los que estaban a mi alcance, todo más suculento
que lo que había estado cenando. No me sorprendió.

Kovis hurgó mientras yo empujaba la comida alrededor de mi plato.

Le robé otra mirada a Allard antes de decir—: Nunca te haría daño


intencionadamente, pero lo hice y lo siento mucho —Allard se movió.

Kovis dejó de comer y me miró.

—¿Qué crees exactamente que me has hecho? —Me volví a mi plato y seguí
empujando la comida—. ¿Qué hacías en mi habitación? ¿Y por qué estabas
desnuda, cubierta de arena?

Sabía que las preguntas saldrían a la superficie. No podían, no. Respiré


profundo.

—Probablemente no me vas a creer, Kenn… tu hermano y esos soldados no


lo hicieron.

Los ojos de Kovis se abrieron de par en par ante mi desliz, pero no comentó
nada.

—Pruébame —Tomó un sorbo de su vino.

Sentí como si escudriñara en mi alma.

—Mi hermana, Velma, me ayudó a escapar de mi padre. Llegué la otra


noche —Hice una pausa, sabiendo que lo que venía a continuación
probablemente lo haría estallar—. Tomar este cuerpo humano es lo que te causó
tanto dolor. Todavía me estoy acostumbrando a él.

—¿Qué? —Kovis dejó el tenedor.

—Soy tu Doncella de Arena —Frunció el ceño, claramente sin entender—.


Cada humano tiene un ser de arena. Facilitamos su sueño.

—¿De qué estás hablando? —Su tono subió.

Agité los brazos.

—Sabía que no me creerías —El ceño de Allard se frunció, pero no se movió.

—No. No. Por favor. Explícate.


Levantó las manos en señal de rendición, así que continué—: Vine del Reino
de los Sueños.

—¿De dónde?

—Hay un Reino de los Despiertos y un Reino de los Sueños. Tú vives en el


Reino de los Despiertos. Yo vivía en el Reino de los Sueños hasta que llegué aquí.
El Reino de los Sueños es una realidad diferente a la que se accede cuando se
sueña.

Kovis se llevó dos dedos a la frente y empezó a hacer círculos con ellos.
Sólo podía imaginar lo que pensaba.

—¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene la arena de las esquinas
de tus ojos cuando te despiertas? —le pregunté.

—No puedo decir que haya pensado en ello.

—Es el resultado de que te saque de tus sueños, para que te despiertes


descansado. Si los sueños se interrumpen de repente, no sueles sentirte
descansado, si te has dado cuenta.

Kovis sacudió la cabeza.

—¿Dices que eres mi Doncella de Arena? Bien, entonces si se supone que


facilitas mi sueño, debes saber que no he dormido en...

—Desde que llegué.

Sus ojos salieron de su plato, para encontrarse con los míos.

—Sí.

—Desde que llegué, ya no puedo realizar mis tareas como antes.

Me miró con mesura, asimilando lo que había dicho. Al final preguntó—:


¿Dices que no volveré a dormir?

—¡No! Creo que sé cómo solucionar tu problema. Deja que te lo explique —


Pero antes de que pudiera hacerlo, una sonrisa se dibujó en su cara. Yo conocía
esa sonrisa. No me creía y pretendía exponerme.

—Ha habido noches en las que no he podido dormir, incluso antes de que
vinieras. ¿Qué pasó entonces? ¿Abandonabas tus obligaciones?

—¡Nunca abandoné mis obligaciones! —Nunca te abandoné. Mi respuesta


salió con demasiada fuerza.
—¿Entonces qué?

Recogí mi tenedor y empujé la comida alrededor de mi plato un poco más.


Realmente no quería entrar en esto.

Kovis se acercó a mí y me tomó la mano.

Pero tal vez, si lo supiera, basándose en su historia, seguramente lo


entendería. Me encontré con sus ojos.

—Esas noches... mi padre...

—¿Él qué?

Sacudí la cabeza.

—¿Qué es? Dímelo —Su broma dio paso a la seriedad.

—Mi padre... Me sedujo con dulces palabras.

—¿Qué te hizo? —La mandíbula de Kovis se tensó.

Respiré hondo, no estaba preparada para compartir esa parte de mi alma,


aún en carne viva por el dolor. Pero ¿cómo podía negarme? Mis palabras salieron
en un susurro.

—Me dijo que era inteligente, hermosa, valiente, capaz. Me dijo que era
especial, y que, si podía hacer lo que él soñaba hacer, sería su hija favorita.

—Espera —Kovis se puso de pie y comenzó a pasearse, frotándose la


frente—. He visto tu memoria. Es débil. Tenía mucho dolor, pero lo recuerdo. Te
diste cuenta de que él quería manipular las mentes humanas y hacer que el Reino
de los Despiertos le sirviera.

—¡Eso es! ¿Pero cómo lo viste?

—Te enfrentaste a él. Y él te torturó. ¡Por el Cañón!

—¿Cómo viste mi memoria?

Kovis se pasó las manos por el pelo.

—Estamos vinculados.

—¿Vinculados? ¿Qué significa eso?

—Sentimos emociones fuertes en el otro y, aparentemente, podemos ver lo


que las causa.
—¿Eso no es normal?

—¿Normal? Difícilmente. Jathan lo dedujo cuando le conté lo que he estado


experimentando contigo.

Me quedé sin aliento.

—¿Es por eso que sentí tu dolor cuando vine? Algo se bloqueó en mi
interior y entonces empecé a sentir tu dolor. Sentí como si mi cabeza se hubiera
partido en dos.

—Dímelo a mí —Hizo una pausa y susurró—. Es por lo que vine corriendo


cuando Kennan te interrogó. Tu angustia me abrumó.

Sacudió la cabeza como si quisiera despejar el recuerdo. Me llevé una mano


a la boca. Así que eso era lo que había provocado. Me había unido a mi Rayo de
Sueño. Esa conexión. No es normal. Es especial. Un cosquilleo se reavivó en mi
estómago. Estudié sus movimientos tratando de deducir lo que sentía al respecto,
pero no pude leerlo.

—¿Sólo sentimos emociones fuertes? —pregunté.

—¿Por qué lo preguntas?

—La mañana después de venir, te vi sentado en la cama y ninguno de los


dos tenía emociones fuertes.

—¿Me viste? ¿Qué quieres decir?

—Estaba preocupada por ti y mis pensamientos me atrajeron hacia ti. Fue


como si me uniera a tu cabeza y mirara a través de tus ojos. Hablabas con tu
hermano y tu hermana. El príncipe Kennan preguntó si podía vencerte en una
partida de Manlari.

Los ojos de Kovis se abrieron de par en par, recordando.

—¿Cuántas de mis conversaciones has escuchado?

—¡Sólo esa! De verdad. No sé cómo ocurrió. Simplemente pensé en ti y


estaba allí.

Kovis volvió a sentarse y se pasó una mano por el pelo.

—¿Qué tan preocupada estabas por mí?

Bajé la mirada.

—Un poco.
Sonrió a medias.

—¿Sólo ‘’un poco’’? Parece que estabas más preocupada que eso. ¿Estoy en
lo cierto?

Le eché un vistazo.

—Sí. ¿Es eso malo?

—No, en absoluto. Me alegro de que alguien que no sea mi familia se


preocupe por mí —Pareció procesar el pensamiento y el silencio incómodo se
prolongó. Al final, Kovis continuó—: Volviendo a tu padre. Lo bloqueaste y él
te torturó cuando lo descubrió.

Asentí con la cabeza.

Aunque no dijo nada durante varios latidos, pude percibir que revivía el
horror de mis recuerdos. Había tenido razón. Podía identificarse con él.

—¿Qué pasaría si tuviera éxito?

—Perderías el sentido de la autoconciencia y la identidad. Dormirías


siempre y sólo te preocuparías por lo que mi padre te ordenara, sin importar las
circunstancias, o el coste para ti.

—Y tú lo impediste. Por tu cuenta y riesgo —Asentí con la cabeza. Quería


creerme. Lo intuía. Pero las dudas nublaron sus ojos—. Creo que mi hermano te
dijo que sufrimos un ataque rebelde en una de nuestras provincias la noche que
llegaste.

Fruncí el ceño.

—Sí.

—Puedes entender, entonces, por qué levantaste sospechas.

—Suena como algo que haría mi padre.

Kovis hizo una doble toma ante mi comentario fuera de lugar.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo? No estamos en el Reino de los Sueños.

—No lo sé. Pero es su estilo. Tácticas de guerrilla. Las ha utilizado en


ocasiones para conseguir parte del territorio que controla.

—En el caso de que sea él, tendrás que demostrarlo.

Respiré hondo y solté el aire lentamente.


—Pero no puedo. La única forma de demostrarlo sería contactar con el
Reino de los Sueños. Y si lo hago, mi padre sabrá dónde estoy y me arrastrará
de vuelta. Me matará.

Kovis frunció el ceño.

—¿Mataría a su propia hija?

Dejé escapar un resoplido.

—Por supuesto. Supongo que ya ha empezado a buscarme para hacer


precisamente eso.

—Si estos ataques son de él, tenemos que detenerlo —Kovis me apretó
suavemente la mano y me encontré con sus ojos—. ¿Podrías al menos
considerarlo?

Mi respiración se volvió agitada. No tenía ni idea de lo que había


preguntado. Todo lo que pude hacer fue asentir.

—Gracias.

Tuve que cambiar de tema.

—Antes te he dicho que puedo ayudarte a dormir. Sé que mi historia puede


parecer descabellada. Pero si consigo ayudarte a dormir, ¿creerás todo lo que te
he contado?

Sus ojos cansados se iluminaron ante la posibilidad.

—Por supuesto. Si puedes arreglar mi insomnio, creeré con gusto. Todo.


—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Kovis

Mis ojos se dirigieron a sus labios.

—No estoy segura, pero...

—Me acabas de asegurar que sabes cómo curarme.

—Creo que si sólo... —Muerdo mi labio— te tocara, podrás dormir.

—¿Sólo necesitas tocarme? —Kovis frunció el ceño.

Asentí con la cabeza. Sacudió la suya.

—Eso no es en absoluto lo que esperaba que dijeras. Todos los malditos


sanadores me hacen tragar pociones de mal gusto —Exhaló con fuerza—. Bueno,
a estas alturas, probaré cualquier cosa.

Mi padre me había vuelto demasiado sensible y lo sabía, pero por la forma


en que Kovis lo dijo, reaccioné.

—¡No crees ni una palabra de lo que he dicho!

Levantó las manos.

—Comprenderás que sea un poco escéptico —Se aclaró la garganta—.


Entonces, ¿hay una forma determinada en la que necesitas tocarme?

Me alegré de que no pudiera ver mis rodillas temblando bajo la mesa. ¡Dilo!
¡Dilo! me dije a mí misma. Cerré los ojos.

—Me gustaría besarte —Mis ojos se abrieron de golpe, sorprendida de


haberlo hecho. Me tapé la boca, con el fuego quemando mis mejillas—. Quiero
decir... creo que necesito besarte.

Kovis se puso rígido, pero forzó una risa.

—Un poco atrevido, ¿no?

Lo había incomodado. ¡Padre tenía razón! Era una estúpida. Dierna había
herido a Kovis. Lo sabía. También sabía que no lo había superado.
—¡Lo siento! Debería haber recordado.

Estúpida. Estúpida. Estúpida.

—¿Deberías haberlo recordado?

—Como tu Doncella de Arena. He visto todos tus sueños.

Kovis se sacudió hacia atrás.

—¿Qué quieres decir?

—Justo lo que he dicho

—¿Cada uno de ellos?, ¿desde que nací? —Su tono subió. Asentí con la
cabeza. Se movió, aparentemente para considerar todo lo que yo podría haber
visto, lo que podría haber revelado sin saberlo—. ¿Mis sueños de la infancia?

Asentí con la cabeza.

Arrugó la cara y sus mejillas se sonrosaron—: ¿Mis sueños de adolescencia?

Volví a asentir.

—¿Mis sueños de joven adulto? Muchos son oscuros. ¿No te han asustado?

Sacudí la cabeza.

—En todo caso, me dieron valor. Me mostraron que no estoy sola. Tenemos
mucho en común.

—Lamento saber que compartimos la oscuridad —Permaneció en silencio


durante un latido—. ¿Así que alguien conoce cada detalle de los sueños de todos
los humanos?

—Sí. Pero no es que lo compartamos —Tragó saliva.

—No se oculta nada.

—No si lo has soñado.

—Bueno, esto es incómodo —Exhaló.

No quería empeorar la situación, así que me quedé callada. Finalmente,


como si se pusiera una máscara, vi la mirada juguetona de antes, resurgir en sus
ojos.

—Dijiste que necesitabas besarme.


Oh, Dios.

—¿Lo necesitas o lo quieres?

—¿Sería... sería tan malo si... quiero hacerlo? —Kovis sonrió con rigidez.

—No, no lo sería. Refrescantemente honesto, para estar seguro.

Me sentí mareada. No me había rechazado.

Kovis se dirigió a su guardia.

—Allard, has jurado guardar el secreto. Si escucho algún susurro de esto en


algún lugar, sabré de dónde viene.

Los ojos del hombre se abrieron de par en par.

—¡Nunca lo haría! Tiene mi palabra, mi príncipe.

Kovis me miró y sus hombros se tensaron.

—Allard, por favor, déjanos.

De repente me sentí mareada. ¿Solos? ¿Juntos? ¿Por un beso? ¿Con mi


Rayo de Sueño?

—Pero, mi príncipe —objetó Allard.

—No creo que me ataque —Kovis forzó una sonrisa y yo reprimí una risa
nerviosa.

Allard hizo una pausa.

—Estaré fuera.

—Es un buen hombre —dijo Kovis cuando se cerró la puerta. Se levantó,


me ayudó a levantarme de la silla y se volvió—. Ya que estás aquí, mi Doncella
de Arena, ¿hay alguien que vaya a saber lo que ocurre a continuación, aunque
sueñe?

Sacudí la cabeza y un ejército de mariposas voló en mi estómago. No podía


soñar, pero esto tenía que ser uno. Mi fantasía. Estaba sucediendo.

—Ven aquí —La voz de Kovis se agitó, más aguda que de costumbre. Tan
lindo. Pero tan incómodo. Lo entendí. Había pasado por tanto. Sabía que sólo
quería dormir, pero ¿podría ser algo más que eso?
Un sentimiento de esperanza surgió en mi pecho. Se estaba exponiendo.
Así. Conmigo. Unas cálidas sensaciones bailaron con las mariposas de mi
estómago.

—¿Estás seguro? —Le pregunté. Me miró a los ojos, pero no dijo nada más.
Se quedó allí, congelado—. Tú eres el príncipe. Podrías decirme que no.

Me amonesté a mí misma, ¡cállate y bésalo! Es lo que siempre has querido.

Él permaneció en silencio. Tenso.

Eliminé el único paso que nos separaba con el corazón acelerado. El olor
del aire fresco justo después de una tormenta, mezclado con un aroma
amaderado, especiado y masculino, me recibió. Igual que su manta. Lo absorbí,
armándome de valor.

La tensión llenó los ojos de Kovis cuando puse mis manos en su pecho
firme y musculoso. Tan duro. Tan fuerte. Tal como lo había imaginado. Kovis
observaba cada uno de mis movimientos, con las manos a los lados. Apenas
respiraba. Llevé una mano a su cincelada mejilla. Se estremeció, pero se recuperó
y se inclinó hacia delante.

Me levanté de puntillas y ahuequé su otra mejilla, luego cerré los ojos y me


incliné. Tan suave. Sus labios eran tan suaves.

Murmuré mi placer.

Mis labios acariciaron los suyos. Pero él seguía congelado. Dierna había
hecho más daño de lo que me había dado cuenta.

Lo convertí en piedra, por así decirlo.

Me pareció una eternidad, pero finalmente puso sus manos en mi cintura.


La piel me cosquilleó. Sus hombros se relajaron y me devolvió el beso, más
rutinario que otra cosa. No esperaba pasión. Pero fue un comienzo.

Frunció el ceño y rompió el beso, mirando detrás de mí.

Oh, no.

—¿Hiciste eso? —preguntó.

—¿Hacer? ¿Qué?

—Eso —Señaló con la cabeza una franja de tierra que había salpicado la
alfombra cercana. Una planta yacía de lado.
Debía de estar perdida en el beso. No había oído nada. Mis ojos se abrieron
de par en par.

—¿Lo hice?

Una cálida sonrisa surgió en sus labios. Me encantaba esa sonrisa.

Mis mejillas se calentaron.

—¿Eres una hechicera del aire?

—No lo sé. Golpeé a tu hermano en la cabeza con una maceta cuando me


asustó. Salió volando hacia él. No pude evitarlo. ¿No te lo dijo?

Hizo una mueca de dolor.

—No.

—Sí. No le fue bien.

—Seguro que sí.

—La sanadora Lorica lo convenció de que eran mis canales dañados los que
reaccionaban mal. Si fue cosa mía, supongo que dejé que mis emociones se
escaparan.

Sonrió.

—¿Tan bueno fue el beso? —Me sonrojé intensamente—. Dijiste que me


conocías, íntimamente —Enarcó las cejas—. Parece que te estoy conociendo
íntimamente, también —¿Era posible que mi cara estuviera más roja? Parecía
decidido a averiguarlo. Sonrió de forma juguetona—. ¿Qué? ¿Te estoy
incomodando?

Me mordí el labio. No recordaba haber recogido un mechón de mi pelo,


pero me encontré jugando con él. A la abuela le daría un ataque. Las señoritas
correctas no jugaban con su pelo. Mis dedos tantearon cuando me lo pasé por
detrás de la oreja.

Kovis sonrió.

—¿Qué más sabes hacer?

—Puedo hacer que la gente se duerma con un pensamiento.

Kovis me miró extrañado.

—¿Dormir a la gente con un pensamiento?


Le conté lo que había sucedido con los dos guardias en la cárcel. Su enfado
aumentó a lo largo de mi relato, no hacia mí. Con ellos.

—Le he dicho a Kennan una y otra vez que tiene que sustituir a algunos de
sus hombres —gruñó—. No están bajo mi mando, o los habría convertido en
ejemplos hace tiempo. Por eso elijo a los míos. Pero no es asunto tuyo —Soltó un
suspiro antes de volver a centrarse.

—Dormir a sus guardias es lo que hizo que tu hermano me interrogara en


esa silla.

—Bien por ti por defenderte, aunque no deberías haber necesitado hacerlo


—Sacudió la cabeza.

—Me sorprendí a mí misma. Llevaba esas esposas blancas. Eso y los


sanadores dijeron que mis canales estaban dañados. Así que no esperaba... No
tenía poderes como este en el Reino de los Sueños.

—Aquí tampoco tenemos poderes así —Fue mi turno de fruncir el ceño—.


El Cañón nos da afinidades de Hielo, Aire, Agua, Tierra, Madera, Metal y Fuego.

—¿Afinidades?

—Magia. Dones. Las afinidades son habilidades innatas para ejercer el poder
según la voluntad de un hechicero. Acabas de mostrarme una afinidad de Aire.

Aire. Había visto a Kovis hacer algo con el viento en sus sueños. ¿Pensaba
que yo también la tenía?

—Nunca he oído hablar de la capacidad de dormir a alguien con un


pensamiento, pero tal vez sea...

—Tal vez no sea nada de eso.

—¿Estás diciendo que has sido dotada de forma única por el Cañón? Es una
afirmación muy atrevida.

—No tengo ni idea. Como dije, soy del Reino de los Sueños. Allí no tenía
magia. No sé qué afinidades puedo tener. Acabo de recibir este cuerpo. Todavía
me estoy acostumbrando a él, probándolo.

Kovis sonrió y negó con la cabeza.

—Muy bien. Esperaremos a ver qué poderes manifiestas. Algunos


hechiceros sólo pueden manejar una afinidad. Los más poderosos pueden
manejar más. Yo tengo Aire, Agua y Hielo. Tres es lo máximo que alguien ha
tenido.
—¿Cuántos hechiceros pueden manejar tres?

—Sólo ha habido uno.

—¿Eso te convierte en…?

—Algunos dirían que soy un bicho raro. Otros prefieren decir que estoy
bendecido de forma única por el Cañón. Pero sí, soy el hechicero más poderoso
del imperio —El origen de su zumbido. Rebosaba de poder. Lo sentí, incluso
entonces—. Acompáñame mañana mientras entreno. Veamos qué más puedes
hacer.

Asentí con la cabeza.

Notó mis hombros caídos.

—¿Qué pasa?

—A pesar de ser el hechicero más poderoso, tu poder no te ha salvado de


todo lo que te ha pasado. Estás tan roto como yo —Dio un paso atrás—. Sé cómo
Dierna aplastó tu corazón. Lloré por ti, pero no pude arreglarlo.

Se llevó una mano al pecho.

—También sé lo que tu padre le hizo a tu hermana —Me miró a los ojos—.


Y cómo los castigó a ti y a tu hermano cuando intentaron salvarla. Casi me mata
verte revivir cada detalle doloroso y sentir tu impotencia para salvar a cualquiera
de ellos.

Inhaló bruscamente.

—Nadie sabe nada de eso —Sus palabras salieron como un susurro.

—Como he dicho, he visto todos tus sueños.

—O bien has sondeado de alguna manera la mente de mis hermanos o estás


diciendo la verdad sobre ser de... este reino de los sueños —Sacudió la cabeza.

—No soy una lectora de mentes —le aseguré—. Y nunca te mentiría —Se
frotó la frente.

—Estamos igual de rotos. ¿Es eso posible?

—Me temo que sí.

Su expresión se suavizó.
—Tengo que decir que todavía tengo dudas sobre todo lo que has
compartido, pero pareces honesta. Y eso es refrescante. No hay muchos que me
cuenten todo lo que tienen. Muy pocos son auténticos a mi alrededor. Suelen
tener su propia agenda y quieren manipularme para sus fines —Su cuerpo volvió
a ponerse rígido al decirlo. Pero un bostezo, un latido después, lo relajó una vez
más—. Quise decir lo que dije. Si curas mi insomnio, te creeré. Todo. Y ahora
mismo, parece que tu tratamiento podría estar funcionando.

Sabía que se dormiría. Me atreví a esperar que cumpliera su palabra.

—Dime, si puedes hacer que la gente se duerma con sólo un pensamiento,


¿por qué no hiciste eso en lugar de besarme?

Mis mejillas se calentaron una vez más. ¿Acaso mi cuerpo no sabía cómo
afrontarlo de otra manera? Hice una mueca.

—No quería.

Como una burla, Kovis respondió—: Inténtalo.

—Pero ya te he besado. No querría darte una dosis demasiado grande de


sueño.

Kovis volvió a bostezar.

—Sí. Una dosis demasiado grande. No creo que eso sea posible ahora mismo.

—Podría intentarlo en otro momento.

—Muy bien.

—Bueno, será mejor que me vaya —dije.

Su boca se aflojó.

—¿Me informas de que te vas?

Volví los ojos muy abiertos hacia él—: ¡Lo siento! No quería...

No miró de reojo ni expandió las fosas nasales.

—Lo he notado antes. Eres bastante despreocupada conmigo.

Aspiré un poco de aire.

—No quería insultarte.


¿Qué había hecho? ¿Había arruinado toda la velada? El estómago se me
subió a la garganta. Pero Kovis sonrió.

—Como si realmente me conocieras de toda la vida.

Tragué. Con fuerza.

—Lo hago.

Me miró fijamente durante varios latidos, como si tratara de asimilar todo


lo que le había dicho.

Finalmente preguntó—: Entonces, ¿con qué frecuencia tendrás que


‘’tratarme’’?

—Todas las noches.

—De acuerdo entonces. Ven a verme mañana por la noche. Quiero ver si
puedes hacer que me duerma con sólo un pensamiento.

—¿No te ha gustado mi beso?

—A pesar de mi rigidez —se aclaró la garganta— sí me gustó. Mucho. Sólo


tengo curiosidad —Arrastré los pies—. Por favor, piensa en lo que te pedí que
hicieras por mí.

Oh. Eso. Asentí adormecida. ¿Todo esto era para utilizarme? Pero él dijo
que odiaba que la gente lo manipulara.

Kovis se acercó a la puerta y asomó la cabeza.

—Allard, por favor, acompaña a la dama de vuelta a las suites de los


sanadores —Me detuvo al pasar—. Gracias por esta noche.

Forcé una sonrisa. Me puso una mano en el brazo.

—Ven a buscarme al patio de entrenamiento mañana. Vamos a ver qué más


puedes hacer.

—Lo haré. Buenas noches, mi príncipe.

—Buenas noches, Ali.


Encontrar el sueño resultó difícil. Mi cuerpo se estremecía mientras mi
mente repetía aquel beso. Todavía podía sentir sus labios. Tan suaves. Y mi
cintura sabía exactamente dónde había puesto sus manos. Intenté bloquear la
preocupación de si quería utilizarme, sobre todo teniendo en cuenta su
declaración de que aborrecía a la gente que lo hacía. Los acusaba de manipular,
¿no es así?

Dejando eso de lado, había sido una noche increíble. Descubrir que
compartíamos un vínculo especial. Mi Rayo de Sueño y yo. ¿Los dioses lo habían
planeado como una señal?

El calor irradiaba por mi cuerpo.

Cuando llegué a sus habitaciones, Kovis había dicho que compartíamos un


vínculo. ¿Qué podía hacer yo con él? Sonreí mientras mi cerebro inventaba...
No. El sentido común me detuvo antes de actuar. Conocía a Kovis íntimamente,
pero era la primera vez que pasaba tiempo conmigo. Tenía que tomármelo con
calma. La moderación nunca me llevaría por el mal camino.

¿Había disfrutado de la noche tanto como yo? Me dio las gracias en la


puerta. Pero ¿por qué, exactamente? Cuanto más contemplaba, más me
cuestionaba.

Debí de haberme quedado dormida, porque me despertó un golpe en la


puerta y Haylan entró a toda prisa, radiante. Arrojó una bata verde de sanadora
a los pies de mi cama y prácticamente saltó sobre mí, envolviéndome en un
abrazo.

—¿Qué? —Me limpié el sueño de los ojos, luchando por incorporarme.

—Siento haberte despertado, pero no podía aguantar más.

—¿Aguantar qué?

—Jathan me pidió que viniera a buscarte. Dado que has curado al príncipe
de su insomnio, es obvio que eres una sanadora y tienes afinidades de Tierra y
Madera, como el resto de nosotros. ¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Lo hice? ¿Lo soy? ¿Lo hago? No lo sabía.

Me dio una palmadita en el brazo.


—Te manifiestas tarde, igual que yo. No te preocupes.

—¿El Príncipe Kovis durmió?

—Eso es lo que dijo Jathan. Y por qué el príncipe te nombró aprendiz de


sanador —chilló.

Ella realmente chilló. Haylan nunca actuaba así. Hulda, sí. Haylan, nunca.
Al menos desde que yo llegué. Ella sonrió. Fruncí el ceño. ¿Cómo podía Kovis
suponer que yo era una sanadora? Dijo que yo tenía magia de aire, pero ¿tierra
y madera también? Parecía un gran salto. ¿Y se decidió por un aprendizaje para
mí? ¿No tenía otra opción? Todo es demasiado familiar, como en casa. Nada había
cambiado.

—¿Qué pasa?

—Anoche no mencionó la posibilidad —Por supuesto, aún no había


dormido.

—Pensé que te había llevado a sus habitaciones para... Ahora que lo pienso,
¿por qué te ordenó ir a sus habitaciones?

—Para interrogarme más. Al parecer, el Príncipe Kennan sigue pensando


que estoy relacionada con un ataque rebelde en Aire la noche que llegué. Cree
que soy peligrosa.

—¿Tú? ¿Peligrosa? ¿Una rebelde? —Ella se rio.

—Sí, lo sé.

—Aun así, es interesante que el Príncipe Kovis se involucre. Ese es el


dominio del Príncipe Kennan.

—No lo sé.

—Si te interrogó sobre un ataque rebelde, ¿cómo te las arreglaste para curar
su insomnio?

Todavía no estaba completamente despierta, pero mis mejillas se calentaron.


Parecía que mi cuerpo no conocía otra respuesta a las preguntas relacionadas con
mi Rayo de Sueño.

Era algo irritante.

Haylan me dirigió una mirada interrogativa.


—Nos pusimos a hablar y le mostré un viejo remedio familiar. La verdad
es que es muy agradable.

—¿Muy agradable? Tiene fama de ser muy cerrado —Haylan arrugó la


frente.

Sentí que tenía preguntas, sólo que no las había expresado. Todavía.

Desvié la mirada hacia mis mantas hasta que finalmente continuó—: El


príncipe convocó a Jathan a primera hora. Decidió que merecías entrenamiento.
Hicieras lo que hicieras, lo impresionaste. Qué honor que el príncipe en persona
haga el nombramiento. Eso es inaudito.

—Ya veo.

Haylan frunció el ceño ante mi continua falta de entusiasmo.

—Si no quieres ser Sanadora, probablemente podrías apelar a Jathan.

—No, no. Está bien.

—Bueno, egoístamente, estoy encantada de que estés aprendiendo con


nosotros.

—Eso estará bien —Puse una mano en el brazo de Haylan.

—Oh, ven aquí —Mi amiga me envolvió en otro abrazo—. Felicidades.


Estoy deseando ver todo lo que puedes hacer.

Forcé una sonrisa. Tanto para ella como para mí.

—Jathan quiere hablar contigo, pero dijo que primero debía mostrarte tu
nueva habitación, ya que ahora eres una aprendiz.

—¿Mi nueva habitación?

—No crees que te dejaríamos en una sala de recuperación, ¿verdad? No son


precisamente hogareñas.

No discutí.

Haylan cogió la bata verde y la levantó.

—Es la más pequeña que tenemos. Hulda siempre tiene que subir el
dobladillo cuando recibe una nueva. Ella puede enseñarte cómo.

Asentí con la cabeza y me puse la bata por encima de mi turno.


Las mangas de tres cuartos eran más bien mangas de siete octavos en mí.

—Prácticamente puedo pasar por una maestra curandera —bromeé.

—Me aseguraré de que Hulda te ayude antes de la puesta de sol —respondió


Haylan.

Tarareé mientras me cepillaba el pelo y me lo recogía en el estilo


improvisado que había inventado hasta que me creciera y pudiera volver a
hacerme un moño. Haylan dijo que me quedaba bien.

—No he visto a mucha gente con el pelo tan claro, y mucho menos tan
ondulado. Eres muy bonita —comentó Haylan entregándome el último pasador.

—Gracias. Tú también eres encantadora.

Y lo era. Su pelo castaño oscuro, liso como una flecha, su cara redonda,
radiante como la mayoría de los soles, sus curvas de mujer, suaves y abundantes.
Su mirada, una de belleza y gracia. Pero lo que más me atrajo fue su calidez.

Me recordaba mucho a Velma. Apreté su mano. Salimos de mi habitación


y me detuve. Se fueron. No más guardias. Me llevé una mano al pecho. Nuestro
movimiento atrajo la atención de Gavin y Swete, maestro y aprendiz,
respectivamente.

—Despedidos temprano —respondió Gavin a mi pregunta tácita mientras


los dos se acercaban.

Kovis me creyó. Todo lo que le dije. Podría perdonar al hombre por


haberme hecho aprendiz sin consultarme primero. Podría. Solté una risita.

—Espero que las cosas vuelvan a la normalidad ahora —Frunció el ceño.

La alteración de las suites de los sanadores había sido culpa mía. Abrí la
boca para disculparme, pero Swete, siempre tan dulce, metió la mano.

—No es tu culpa que se hayan asomado a tu puerta. No lo pienses ni un


instante.

Asentí con la cabeza.

—No sé qué le dijiste al príncipe anoche, pero debió ser un argumento


convincente —dijo Gavin—. Felicidades por tu libertad, así como por tu
aprendizaje. Estoy deseando trabajar contigo —Me puso una mano en el hombro.

—Gracias.
Swete se inclinó y me dio un fuerte apretón. La noticia se extendió
rápidamente por todo el lugar, al menos entre los sanadores: mi visita a Kovis,
así como mi aprendizaje.

—Jathan me pidió que le mostrara su nueva habitación, así que si nos


disculpa.

Haylan me puso una taza de té en la mano. Dejamos que nuestra bebida se


empinara mientras recorríamos dos tramos de escaleras y girábamos a la derecha.

—Parece que podrás pasar más tiempo en ese jardín que tanto te gusta —
Sonreí al oír eso.

—Eso estará bien.

Llegamos a una zona abierta con un archipiélago de mesas repartidas entre


sofás. Una pared de ventanas hasta el suelo daba la bienvenida al sol naciente.

—Esta es la Sala Común. Todo el mundo está trabajando ahora, pero verás
que todos están aquí por la noche. Estudiamos, hablamos y jugamos a juegos de
mesa. Es divertido.

Tomé un sorbo y me acerqué a la ventana. Sólo había visto el cielo nocturno


desde mi habitación de abajo.

—Es muy bonito —Abajo se extendía una ciudad. Parecía no tener fin en
todas las direcciones, el verde era el color preferido con una plétora de árboles
en flor.

—Sí, Veritas es pintoresca. Te llevaremos pronto. Te dejaremos hacer


algunas compras —Ella sabía que había llegado sin nada. Pero nunca había
preguntado cómo había sucedido. Y yo no había ofrecido información.

A una buena distancia más allá del lado más lejano de la ciudad, no del todo
en el horizonte, el suelo se abrió en un enorme golfo, corriendo de lado a lado.

—¿Qué es eso?

Haylan sólo se detuvo un instante ante mi pregunta antes de pasar un dedo


por la parte superior de su taza.

—Eso es el Cañón, la fuente del poder de todos. Deberías verlo por la noche.
Está iluminado con todos los colores de las afinidades. Es hermoso.

—¡El Cañón! ¿Cómo… El Cañón? ¿El que el príncipe juró anoche?

—Así es —Ella soltó una risita—. ¿Lo juró?


No pude contener una sonrisa. La mirada de Haylan pedía detalles, pero
seguía sin preguntar y de nuevo no se los ofrecí. ¿Las afinidades tenían colores?
No me atreví a preguntar. Probablemente ella ya me veía como alguien extraño.
¿Quién de los presentes no conocía el Cañón?

—Sí. Lo vi por mi ventana hace un par de noches. Me encanta.

—Vamos, déjame mostrarte tu habitación.

Recorrimos un pasillo bordeado de puertas, charlando y bebiendo. La zona


de los sanadores carecía de los finos detalles de otras, pero se sentía cómoda.
Divisé a un hombre agachado, haciendo algo en una puerta, más adelante. Se
levantó cuando nos acercamos.

—Sólo estoy poniendo tu nombre. Felicidades.

—Gracias.

Pasó un trapo por la placa de plata.

—Bueno, entonces te dejo con ello —Recogió sus herramientas y se marchó.

Mi nombre estaba escrito en letra clara, junto a la imagen de un altairn que


se abalanzaba con las garras extendidas. Pasé un dedo por encima. Mi propia
habitación.

—Los aposentos de Jathan están al final del pasillo. Mi habitación está ahí —
Señaló.

—¿Estoy frente a ti?

—Sí, señora.

Aplaudí.

Haylan abrió mi puerta. Una cama, un escritorio con un espejo, una silla y
un armario. El escritorio hacía las veces de mesa de maquillaje. La habitación era
del tamaño de mi armario en casa.

Me detuve. Respiré profundo. Era mi nuevo hogar. Y era todo mío. No se


podía compartir.

—¡Me encanta!

—Nada demasiado lujoso, pero se adapta a lo que necesitamos los


aprendices. Me tomé la libertad de colgar algunas túnicas más en el armario. Y
como parecía que no habías traído nada... —Haylan hizo una pausa, pero no mordí
el anzuelo. Estaba claro que se moría por conocer mi historia—. Te traje un
cepillo. Jathan dijo que te trajera cosas bonitas para el pelo. Están en el cajón. Nos
pagan cada quince días. Dijo que alguien recogería un par de vestidos para ti
hasta que puedas ir de compras tú misma. Estaré encantada de hacerlo si quieres.

—Gracias.

—Estás familiarizada con el área de tratamiento —dijo Haylan cuando


llegamos de nuevo fuera de mi antigua sala de recuperación—. Probablemente
has visto a varios de los aprendices por ahí, pero déjame presentarte a todos.

Un grito desgarrador nos interrumpió. Un hombre de aspecto demacrado


sostenía a una mujer cuyo estómago parecía a punto de estallar.

—¡Lleva dos soles dando a luz! ¡El bebé no viene! —gimió el hombre—. La
partera nos ha enviado aquí.

La mujer volvió a gritar.

Lorica se precipitó hacia delante y movió sus manos sobre el bulto de la


mujer.

—¡El niño está en la posición equivocada! Tenemos que girarlo.

La mujer aulló mientras se dirigían a una sala de tratamiento, Swete


siguiendo al maestro.

—Hacemos todo lo que podemos para ayudar a la gente a sentirse mejor, ya


sea usando nuestras afinidades o confiando en la curación natural.

Una ligereza me llenó. Quería marcar la diferencia. Lo había hecho toda mi


vida.

La preocupación por lo que haría sólo había empezado a mordisquear mi


mente. Pero Kovis podría haber cumplido, sin saberlo, el deseo de mi corazón.
Pero aun así planeaba hablar con él. Era una cuestión de principios.

Hulda se acercó corriendo y me dio un burbujeante abrazo en cuanto me


vio.

—¡Mi vestido! Eso fue lo que hizo, ¿no? No pudo resistirse a tus encantos
con mi vestido. Seductora —Me guiñó un ojo.

Si lo supiera. Me reí.

—¿Así que tus canales están curados? —Preguntó Hulda—. ¿Pero por qué
no nos dijiste que tenías tierra y a madera?
—Ella no lo sabía. Se manifiesta tarde, como yo —informó Haylan a Hulda.

—¿Qué edad tenías? —Preguntó Hulda a Haylan.

—Dieciséis.

—Ali, ¿cuántos años tienes?

La pregunta de Hulda me pilló desprevenida. Había sido inmortal hasta...


¿qué debía decirle?

—Dieciocho.

Haylan me dio una palmadita en el brazo.

—Hay algunos problemas especiales a los que podemos enfrentarnos los


manifestantes de más edad. Pero no te preocupes, yo te ayudaré.

Sonreí.

Hulda rebotó de un pie a otro.

—Tengo que llevarle un poco de bálsamo a la mujer del Concejal Gregory.


Tiene unos hongos en los pies muy desagradables —Se tapó la boca con una
mano, con los ojos muy abiertos—. ¡Oh! No le digas a nadie que lo he contado.

Nos reímos.

—Nos vemos luego —Saludó con la mano mientras se alejaba—. ¿Siempre


es así?

Haylan asintió.

—Hace que la vida sea divertida —Observamos hasta que la figura de Hulda
desapareció—. Bueno, ¿qué tal si vas a reunirte con Jathan? Luego te pondré a
mezclar algunas pociones.

—Lo que te parezca mejor.

—Te enseñaré a preparar un anticonceptivo. Nunca se tiene demasiado de


eso.

Haylan se rio.

Me iba a gustar convertirme en sanadora. Ya lo sabía. Aunque mi príncipe


tenía que saber de mi descontento. Me reí dentro de nuestro vínculo. Esperaba
que me escuchara.
Miré a Veritas. Me encantaba verla despertar, el sol bañándola con sus rayos
nacientes. Había avisado a los guardias de Kennan cuando me desperté. Sabía que
me buscaría. Pero hasta que me encontrara, disfrutaría de la serenidad con mi
café.

Sacudí la cabeza, recordando la noche anterior. Ali. Mi Doncella de Arena.

Se había marchado y, para cuando terminé de bañarme, prácticamente me


había dormido de pie. Me había rendido de buena gana. Y con el sueño, tenía
una promesa que cumplir.

Todo.

Había estado lo suficientemente desesperado como para sentirlo. Así que


cómo convencerme. O bien se lo estaba inventando todo —lo que requeriría
bastante imaginación— o bien decía la verdad. ¿Cuál era?

Su belleza me había sorprendido anoche. En mi estado de dolor de las


noches anteriores, no había apreciado su encanto. Y después del interrogatorio
de Kennan, había sido todo menos eso. Pero anoche, perdí el control de mi lengua
y lo primero que se me ocurrió se me escapó. Nunca había hecho eso. No había
planeado cenar con ella y mucho menos pasar la noche juntos.

Me pasé los dedos por la frente.

Ella sabía lo que padre nos había hecho. ¿Cómo era posible? Nunca
habíamos hablado de ello. Yo había tratado de olvidar. Creo que todos lo
habíamos hecho.

Y Dierna. Ali también sabía de ella.

Me reí. Ella y esa maldita afinidad con el Aire. Pasó por encima de mis
defensas normales. ¿Cómo? Había sido un completo idiota. No tenía ni idea de
quién era realmente. ¿Cómo había permitido que me besara? ¡Y yo le devolví el
beso! Pero ella había actuado tan inocente y familiar. Ella carecía de la pretensión
de todos los criados en la corte. Era auténtica. Incluso vulnerable.

Dejé escapar un suspiro.


Sí, había sido auténtica. Así de valiente. Todo.

Tomé un sorbo de café.

¿Y si realmente había dos reinos?

—¡Maldición! —Si lo que decía era cierto, sobre su padre, podría ser la
primera pista sólida que habíamos conseguido sobre esos rebeldes.

Cerré los ojos.

¿Cómo podía considerar esto una pista sólida? ¿Acaso nuestra falta de
progreso con estos ataques me tenía tan desesperado?

Mi estómago se tensó. Como comandante del Ejército, los rebeldes no eran


técnicamente mi problema. Pero se estaban convirtiendo rápidamente en el mío.
Cuanto más tiempo pasaran estos ataques sin respuesta, más fuerte sería la
respuesta que necesitaríamos.

Si perdíamos más desaceleradores... Pero su historia sonaba tan inverosímil.

Si estos ataques habían sido de su padre... ¿De un reino diferente?

Sacudí la cabeza. ¿Cómo íbamos a defendernos? Y lo que es más


importante, ¿cómo eliminaríamos la amenaza?

Mis dedos rodearon mi frente.

¿Cómo se lo diría a Kennan y a sus inquisidores?

Pensarían que me había vuelto loco. Pero si era su padre, necesitaríamos su


ayuda. ¿La necesitaría? A juzgar por lo que había revelado, había preguntado
mucho. Un paso a la vez.

Todo.

Mantener mi promesa me exigiría mucho. Kennan no se molestó en llamar


a la puerta. Entró a grandes zancadas y se dejó caer en su silla habitual, poniendo
sus botas sobre mi escritorio.

—¡Hermano! Pareces descansado. Necesitas una silla nueva. Esta cruje cada
vez que me siento en ella.

—Tal vez no deberías recostarte así.

—Suenas como una vieja cascarrabias —Se llevó una mano al pecho y subió
el tono de voz—: Quizá no deberías inclinarte así —Se rio.
Sacudí la cabeza.

—¿De verdad es esto lo que has venido a discutir? —Kennan sonrió.

—Es agradable ver una sonrisa en tu cara de nuevo.

Puse los ojos en blanco.

—Anoche dormí por primera vez en casi quince días.

—Jathan finalmente encontró una cura.

—En cierto modo.

—Bueno, me alegro. Nunca es divertido estar cerca de ti cuando estás de


mal humor.

—No estaba de mal humor. Estar de mal humor es algo reservado a los
viejos señores y a los niños cansados.

Kennan inclinó la cabeza.

—Siento discrepar —Le devolví la mirada. Él replicó—: ¿Qué has


averiguado? Quitaste mis guardias, así que debes haber descubierto algo.

¿Cuál era la mejor manera de decirlo?

—La chica mencionó algo. No estoy seguro de que sea algo. Quiero entender
más antes de decirlo, en lugar de desviar tu investigación. Probablemente no sea
nada.

—Sin embargo, tomaste una acción bastante decisiva. ¿Por qué tanta
evasión? ¿Qué es lo que no me cuentas?

Decidí no responder y Kennan sonrió.

—Es hermosa. ¿El interrogatorio fue más allá de las preguntas? —Me eché
hacia atrás—. Vamos, soy tu gemelo. Te conozco tan bien como tú mismo. Tal
vez mejor. Y sé que mi hermano no actúa así si no pasa nada.

Sonrió como un gato que hubiera atrapado un ratón.

Me negué a responder, contento de que no pudiera ver mi tatuaje.

—¡Sí! —insistió, señalando.

—¿Por qué siempre vas allí? Esto sí puedo decirlo, ella no estuvo
involucrada en ese complot.
—¿Y cómo lo sabes? ¿A través de tus astutas y taimadas preguntas? No.
Espera. Lo sé. No pudo resistirse —Kennan movió las cejas—, a tus poderes. El
hechicero más poderoso del imperio la abrumó con sus poderes.

Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza, luego levanté las manos.

—Hemos hablado. Creo que está diciendo la verdad.

—Se inventó una historia bastante descabellada para mí.

—Intenté una aproximación menos conflictiva y la encontré honesta y


comunicativa.

—Te ha embrujado, hermano.

Fruncí el ceño.

—Ve a buscar otro sospechoso. Ella no está involucrada.

Kennan levantó las manos en señal de rendición.

—Bien. Les diré a mis hombres que sólo saben que ella no es nuestra autora
—Sonrió—. Creo que te gusta.

—Vete —gruñí.

Kennan se rio mientras se ponía en pie.

—Como solías decir, cuanto mayores son los poderes, mayor es la pasión —
Enarcó las cejas—. Y quizás, otras partes. Aunque somos idénticos.

—¿Otra vez haciendo cumplidos? —Sonrió.

—Todavía estás de mal humor.

—¡Fuera!

Todo. Lo había prometido.


Me di cuenta de que Haylan quería hacer preguntas cuando le informé de
que me reuniría con Kovis en la zona de entrenamiento, pero sabía que no lo
haría. No le había ofrecido más. Se había convertido en un juego para ver hasta
dónde podía presionarla antes de que mordiera. Me reí para mis adentros.

Y así, había preguntado a varias personas por la dirección. Me quedé


estudiando las puertas dobles, ambas con la misma insignia que la mía, pero más
grande: un altairn en picado con las garras extendidas.

—Todas las rapaces miran de vez en cuando por encima de su hombro —


dijo un hombre que se había detenido detrás de mí—, por si otro depredador
planea hacer la cena. No es el caso del altairn. Es de suponer que nada es tan tonto
como para considerar la idea y vivir para contarlo.

—Interesante —Sonreí.

Abrió la puerta y me indicó que me acercara.

—¿Buscas a alguien?

—Al Príncipe Kovis. Me dijo que lo encontrara aquí.

—Entonces sígueme. Te mostraré la cubierta de observación.

—No. Se supone que debemos trabajar juntos.

Él inclinó la cabeza.

—Muy bien —Expresó.

Me puse la bata de sanadora, no tenía nada más que ponerme. Esperaba que
estuviera bien. El hombre me condujo a través de varias puertas y salimos a la
luz del sol.

Me ardían las mejillas al contemplar la escena. No menos de una docena de


hombres sudorosos y musculosos y un número similar de mujeres transpiradas
y tonificadas se movían alrededor de cuatro fosas excavadas en el suelo.

Casi la mitad de los hechiceros masculinos llevaban tatuajes en todo el


pecho, y algunas de las mujeres llevaban marcas en los brazos. El resto no tenía
ninguno. Hice una nota mental para preguntarle a Kovis la razón. Todos llevaban
pantalones sueltos con cordones de distintos colores. Pero mientras los pechos de
los hombres no ocultaban nada, las mujeres llevaban blusas sin mangas y con
cuello en V que se detenían justo por debajo de la línea del pecho.

¿Estaba demasiado vestida? ¿Mal vestida? ¿Vestida inapropiadamente? Me


moví nerviosa y mi guía se rio.

Tres filas de gradas de madera rodeaban cada foso, excepto la más pequeña,
que no tenía ninguna. La plataforma de observación, supuse. Seguí a mi guía
hacia la derecha, hacia uno de los tres grandes óvalos.

Y le oí.

Todavía un poco enfadada con Kovis por no haberme dado la palabra antes,
pensaba hablar con él de ello, pero estaba claro que no era el momento ni el
lugar. Su zumbido. Tan familiar. Se intensificó cuando llegamos a unas escaleras
que bajaban.

Kovis esquivó una lanza de hielo que lanzó uno de sus oponentes. El
hombre carecía de arte pectoral. Kovis devolvió con una descarga de cientos de
pequeñas agujas de hielo.

¿Tres contra uno?

Era la primera vez que veía el tatuaje completo de Kovis: un torbellino con
alas de altairn. El agua brotaba de la nube embudo y, donde tocaba el suelo, dejaba
un rastro de hielo agrietado. Tan hermoso. Tan llamativo. Me reí para mis
adentros.

La tinta cambió de naranja a rojo cuando un oponente tatuado le lanzó un


rayo. El hechicero sin marca dirigió fuego. Kovis lanzó una ola de agua que
embotó a ambos, poniendo fin a la lucha.

Mi guía se echó las manos a la cabeza y exclamó—: ¡Por el Cañón!.

—¿Qué? —El hechicero se quedó boquiabierto, abriendo y cerrando la


boca—. ¿Has... has visto eso?

Miré al hombre, luego a Kovis, y de vuelta.

—Él... ¡esa ola! ¡Recogió todo ese vapor del aire! Increíble —Kovis se puso de
pie, con los ojos bailando, las manos en las caderas, jadeando.

Los aplausos se elevaron alrededor de la plataforma de observación de


arriba.

Uno de los oponentes se limpió el pelo empapado de la cara y se rio.


—Bien hecho, mi príncipe.

—¡Nos rendimos! —gritó otro, desde donde había aterrizado en la arena.

Kovis se acercó a cada oponente, los agarró por el antebrazo y los ayudó a
levantarse. Les dio una palmada en la espalda y sonrió. La tinta de su tatuaje había
cambiado a gris.

Me quedé asombrada de su poder, pero también aprecié su físico. No


entendía qué significaban todos los colores. Mirando a mi alrededor, me di cuenta
de que todos los tatuajes de los hechiceros cambiaban de color.

—¡Mi príncipe! —llamó mi anfitrión.

Kovis sonrió al verme de pie junto al hombre.

—Tiene una invitada. Dice que la está esperando.

—Así es —Tomó una toalla y subió los escalones, limpiando el torrente de


sudor que le chorreaba por la cara y el pecho. Sus pantalones azul grisáceo
estaban oscuros por el sudor, manchados de suciedad y rasgados en un par de
sitios.

—Kov—mi príncipe —¡Mierda! Casi lo había llamado por su nombre de pila.

Kovis levantó una ceja, pero no comentó nada.

—Ali. Me alegra ver que tienes tanta curiosidad por tus poderes como yo.

No pude evitarlo. Me quedé mirando su pecho y no me di cuenta hasta que


flexionó uno de los músculos, haciéndolo abultar. Mis ojos se abrieron de par en
par y levanté la vista. Sonrió. Sentí que mis mejillas se sonrojaban. Podrían haber
brillado de un rojo intenso como lo había hecho su pecho.

—Me gusta tu tatuaje —El comentario salió a trompicones de mi boca. ¿Qué


me pasaba?

—Te lo contaré, pero en otro momento. Por ahora, vamos a buscarte algo
para cambiarte. Ven.

Lo seguí.

—Tu victoria fue impresionante. Eres impresionante —balbuceé y luego me


encogí. ¡Cállate! me dije.
—Gracias —Vi cómo se le fruncía la mejilla con una sonrisa mientras me
arrastraba detrás. Se estaba divirtiendo demasiado a mi costa. Pero lo había
servido. ¿Había dejado mi cerebro en la puerta?

Lo seguí al interior y atravesé una sala con armas de todo tipo apoyadas en
las paredes o colgadas de ellas. Los hechiceros estaban sentados puliendo armas.

—¿Ustedes usan armas?

—Tenemos que estar preparados para cualquier situación. Todos los


soldados practican tanto con la magia como con la espada. Si alguna vez nos
encontramos con una situación en la que nuestra magia se agote, debemos estar
preparados.

Nuestra aparición silenció toda la conversación y sentí que unos ojos


incontables me miraban. El sonido de un martillo se escuchó desde una puerta a
la que nos acercamos.

—La herrería. Donde los magos del metal fabrican y reparan las armas —
explicó Kovis, abriendo otra puerta—. Muy bien. Vuelvan al trabajo —dijo por
encima del hombro. Los sonidos de las risas nos siguieron.

Nos detuvimos en la primera puerta de la derecha.

Un hechicero, sin decoración en el pecho, estaba detrás de un mostrador.

—Mi príncipe —saludó el hombre.

—Necesitará un traje, Chaucer. Aire.

—¡Por supuesto! —El hombre me miró de arriba abajo, y luego prometió


volver en breve. Y así lo hizo, entregándome un par de pantalones grises con
cordón y un top a juego—. Puedes cambiarte ahí —El encargado me señaló.

No quise hacer esperar a Kovis, así que me apresuré a entrar, me desnudé


y me puse el traje. Me sentí expuesta por la escasa cobertura. Me dejaba el
estómago completamente desnudo. Pero todas las mujeres lo llevaban así. Y todas
tenían un aspecto increíble.

Intenté quitármelo, ya que me permitía libertad de movimientos. Estaba


claro que algún hombre había diseñado esa cosa tan escasa. Guardé mi ropa en
una cesta que parecía ideada para ello, a juzgar por el revoltijo de ropa que había
en otras cercanas, y volví a salir.

—Mmm, por el lazo —El tono de Kovis subió, luego bajó mientras daba una
vuelta mirando de arriba a abajo. Su tatuaje había cambiado a naranja. Se rio y
me ardió la cara.
Me abaniqué con la mano.

—Por aquí. Hacia adelante, cámbiate aquí primero.

Volvimos sobre nuestros pasos hasta las cuatro fosas de entrenamiento. Me


abrió la puerta, obligándome a pasar cerca de su pecho desnudo.

Mis mejillas volvieron a calentarse.

Kovis sonrió.

—¿Soy yo o te estoy haciendo sentir incómoda? —Puse los ojos en blanco,


sonrojándome más.

Nos dirigimos a la fosa más pequeña y nos detuvimos en las escaleras. Dos
hechiceros, de afinidades metal y agua, a juzgar por la espada y el spray que se
intercambiaban en el duelo de abajo.

Kovis interrumpió el duelo.

—¡Cadby! Déjanos un rato.

—Por supuesto, mi príncipe.

La pareja tomó sus cosas y subió los escalones. Bajamos. El tatuaje de Kovis
había cambiado a verde. ¿Qué significaba todo eso? No saberlo comenzó a
molestarme.

Los nervios se apoderaron de mí. No tenía ni idea de lo que podía hacer.


Por suerte, no había ninguna plataforma de observación alrededor de este foso.
Cualquiera que estuviera a la vista observaba el combate en el gran óvalo junto
a nosotros, donde había visto a cuatro hechiceros combatiendo.

Los observadores lanzaron un rugido. Bien. Están distraídos.

—Anoche dormí profundo por primera vez en mucho tiempo. Así que
realmente eres mi Doncella de Arena.

—A tu servicio —Hice una reverencia, tratando de relajarme.

Kovis negó con la cabeza.

—Tendrás que disculparme. Te hice una promesa y tengo la intención de


cumplirla, pero comprenderás que me va a llevar algún tiempo asimilar todo lo
que me contaste anoche.

—Lo entiendo.
Kovis se rio.

—No, no estoy seguro de que lo hagas —Sonrió un segundo antes de


cambiar de tema—. Bien, así que tienes afinidades de aire, madera y tierra.

—¿Estás seguro? —interrumpí.

—¿Estás rechazando mis observaciones?

Fruncí el ceño. Mi instinto —raramente equivocado— no había sido capaz


de dar sentido a las piezas. Había dormido a la gente con un pensamiento. Kovis
dijo que no estaba entre las afinidades del Cañón. ¿Podría mi poder provenir de
otro lugar que no sea su Cañón? Pero lo más preocupante era que los moratones
que tenía en la nuca y en los brazos de mi padre se habían trasladado de alguna
manera a mi nuevo cuerpo. ¿Podría estar ocurriendo algo más que ninguno de
nosotros entendía? Tal vez Kovis tuviera que abrir su pensamiento, pero, de
nuevo, ¿qué sabía yo?

Enarcó las cejas.

—Anoche hiciste una demostración de aire, si te acuerdas.

¡Maldita sea!

—Te estás divirtiendo, ¿verdad? —Pregunté mientras mi cara se calentaba


de nuevo.

—Lo siento. Voy a parar —Se aclaró la garganta—. Habiendo curado mi


insomnio, debo concluir que tienes afinidades tanto de tierra como de madera,
como todos los sanadores.

—Son tres afinidades —Arrugué la frente.

Kovis me llamó la atención—: Lo son.

Entendí exactamente lo que quería decir.

—La pregunta es: ¿tienes algún poder adicional que aún no se haya
manifestado?

—Si los tengo... eso me convertiría en... —Kovis asintió lentamente.

Mis ojos se agrandaron.

Mi voz salió temblorosa—: ¿Cómo averiguo si los tengo?

Bajó la voz a un susurro y preguntó—: ¿Cómo hiciste volar esa planta


anoche?
—No lo sé. Simplemente sucedió, cuando... —Kovis volvió a escudriñar la
zona, pero al ver a unos cuantos espectadores que miraban desde el otro lado,
sonrió y enarcó las cejas—. Bueno, no creo que debamos... ahora mismo.

Me reí.

—Empecemos por ver cómo de fuerte es tu afinidad con el aire —Kovis


reflexionó en voz alta—: ¿Cómo haremos para que me lo muestres? Para la
mayoría de los hechiceros que acaban de empezar, un recuerdo fuerte activará
sus poderes. No te preocupes por controlar nada por el momento. Nos
preocuparemos de eso más tarde.

Kovis se puso a mi lado y mi corazón se aceleró.

Me explicó—: Cuando uso la magia de aire, me concentro en el aire que se


mueve a mi alrededor. ¿Puedes sentir la brisa?

Asentí con la cabeza.

—Bien. Extiende las manos, con las palmas hacia arriba, así, y concéntrate
en dirigir esa brisa entre los dedos.

Hice la imitación, pero no pasó nada.

—No te estás concentrando.

Con él al lado, me lo puso un poco difícil. Intenté alejar mis pensamientos


errantes. Moví los dedos, pero todavía nada.

—Esfuérzate más.

Arrugué la cara, mordiéndome el labio. Una gota de sudor recorrió mi


frente. Kovis puso una cara, claramente divertido, pero tratando de no mostrarlo.

—¡Deja de reírte de mí!

Se llevó una mano al pecho—: ¿Yo?

Negó que le divirtiera. Cobarde. Envié mi pensamiento por el vínculo. Sus


ojos se abrieron de par en par y un fuego se encendió en ellos.

Hice una mueca.

No respondió a mi comentario, sólo continuó—: Vamos a intentar otra cosa.


Quiero que pienses en tu recuerdo favorito.

Volví a concentrarme. Mi recuerdo favorito. Lo tenía: el último baile del


Eclipse Total. El eclipse total sólo ocurría una vez cada cuatrocientos años. El
evento era mágico: la oscuridad aplastaba el ciclo regular del sol. En cualquier
otro momento, el más mínimo destello de luz desterraba la oscuridad, pero no
durante el eclipse.

Pedimos deseos y hablamos de sueños mientras la oscuridad abrumaba a la


luz. Un escalofrío me recorre la espalda sólo de pensarlo. Fantaso2, uno de mis
tíos, compuso una nana para la ocasión. Papá eligió a Velma para que la
interpretara durante el baile. Me había emocionado por ella. Pero cuando me
invitó a acompañarla, me había emocionado más allá de las palabras.

—¿Lo tienes?

Sonreí y asentí con la cabeza.

—Concéntrate en ese recuerdo mientras extiendes las manos. Siente cómo


el aire fluye entre tus dedos.

Lo hice.

Pero un latido después, Kovis dijo—: Bueno, eso no te provoca. Quizás un


recuerdo favorito con un poco más de pasión —Ronroneó—. Tal vez deberías
centrarte en nuestro tiempo de anoche.

Me sonrojé, pero lo intenté. Todavía nada.

Kovis contempló durante un latido, luego hizo una mueca y sacudió la


cabeza.

—Bien, eso no ha funcionado. Así que quiero que te centres en lo que te


hizo tu padre cuando te negaste a ayudarlo.

La ira me invadió en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo pudo?

La arena comenzó a moverse debajo de mí, un remolino, una pequeña


tormenta de arena. Mi rabia la alimentaba, le daba vida, le daba fuerza. Se elevó,
más, más amplia, más alta, más alta. Me rodeó. Nos rodeó. Tiró de mi pelo, de mi
ropa. Y aun así creció, se elevó. Jadeé mientras su poder me abrumaba. No pude
controlarlo. No podía ser domado. ¡Aire! Necesitaba aire.

Me ahogué mientras la arena llenaba mi boca, mis fosas nasales. Me


ahogaría en ella. ¡Tanta arena! Demasiada.

Y entonces lo sentí. Mi única ancla en esta tormenta, mi único camino de


vuelta. Una mano me tomó el hombro y me sujetó firmemente. La otra desterró

2
Oniro hijo de Hipnos (el sueño) y la carite Pasitea, que personificaban los sueños
el aire que conducía al monstruo. Tan repentinamente como empezó el
torbellino, se apagó, y me desplomé.

Kovis me tomó en brazos. La arena me obstruyó la garganta. Aspiré aire y


luego tosí enérgicamente.

—Ali —Sus palabras tranquilizadoras no hicieron más que avivar mi furia,


y en cuanto me recuperé, salí corriendo de sus brazos.

¡Qué descaro! Había utilizado un recuerdo doloroso que compartía en


confianza, contra mí.

—¿Cómo te atreves? —Grité por encima del hombro.

Las únicas palabras que pude escupir. No miré hacia atrás. No podía
alejarme de él lo suficientemente rápido. Salí del área de entrenamiento. Ya
buscaría mi bata más tarde. Necesitaba estar sola hasta que me enfriara.
Un silencio absoluto cubrió los fosos. Nadie se movía.

El suelo bajo mí carecía de todo, excepto de unos pocos granos de arena.

¡Por el Cañón! ¿Qué había hecho? La noticia de sus poderes y de mi


colaboración con ella llegaría al Consejo al amanecer, si no antes. Mi curiosidad
se había apoderado de mí, y sabía que lo pagaría. Esas comadrejas la verían como
una oportunidad. La usarían como una pieza en sus juegos de poder. Ya lo veía.
Dirían que era una amenaza y tratarían de eliminarla. Tendría que manejar la
situación con cuidado y rápidamente.

—¡Mi príncipe! ¿Está bien? —Peyton, uno de mis hechiceros de fuego, se


asomó por el borde.

—Sí. Pero podría...

—¡Oh, Dios! ¡No digas más! Espere ahí, mi príncipe. —Desapareció de la vista.
La tormenta me había lijado los pantalones. Afortunadamente mi magia de aire
se había mezclado con sus vientos y librado a nuestros cuerpos de la mayor parte
del daño. Sólo rezumaba sangre en algunos lugares. Los sanadores me curarían
en poco tiempo.

Un instante después, Peyton me arrojó una toalla aún húmeda.

—¡Gracias! —Me la puse alrededor de la cintura y subí los escalones. Pero


cuando llegué a la cima, me quedé helado.

Una fina bruma seguía nublando el aire. Había arena por todas partes:
cubría las cubiertas de observación y se había derrumbado, y medio enterraba la
tienda de mando donde se registraban las idas y venidas de cada hechicero del
entrenamiento en la Fosa. La mayoría de los piñones que volaban por el
perímetro superior de la zona habían desaparecido. Una brisa empujó los jirones
de los pocos que aún colgaban. También había lijado la llamativa decoración de
las paredes que nunca me había gustado.

Tal vez había salido algo bueno de ello.


Los soldados se asomaron desde donde se habían refugiado, con los ojos
muy abiertos que revelaban sorpresa y asombro. Estuve de acuerdo. Los
espectadores, los desafortunados que quedaron atrapados en las plataformas de
observación, se levantaron a trompicones y se quitaron de encima. Sus cabellos
estaban en ángulos extraños, sus ropas rotas o destrozadas. Muchos rezumaban
sangre por las quemaduras de la arena. Algunos hechiceros me miraron con las
cejas alzadas, quizá por mi atuendo, pero sin duda también sorprendidos de que
la hubiera dejado salirse con la suya con semejante insolencia, ella me había
gritado y luego se había marchado enfadada. Pero me lo merecía.

—¡Vamos a limpiar este lugar y a ponerlo en forma! —Ordené—. Traigan a


los sanadores —Mi orden parecía cortar a través de su desconcierto y se unieron
a la tarea.

Sus poderes. Ella era increíble. Me había sorprendido. Sentí una ráfaga de
poder cuando estalló su tormenta. Si algo de eso se derramó en nuestro vínculo,
no lo sabía. Lo que sí sabía era que ella era mi igual, al menos en aire. Su poder
se había resistido a mostrarse y yo lo había sabido. Ella sería una fuerza. Como
yo.

Nunca entendí por qué, pero los poderes más fuertes son los que más se
resisten a ser descubiertos. Mis poderes habían sido casi imposibles de revelar.
Mi padre me había amenazado con...

Sacudí el recuerdo.

Cuando percibí la magnitud de su poder, debería haberme detenido.


Podríamos habernos reunido más tarde, cuando las fosas estuvieran vacías. Pero
no. Maldita curiosidad. Cerré los ojos con fuerza. Como anomalía del Cañón, me
había sentido aislado y solo. Algunos veían mis poderes como una bendición y,
como padre, buscaban explotarlos. La mayoría los temía. De no haber sido por
mi posición, no dudaba que los otros jóvenes me habrían acosado mucho más.
Así las cosas, sólo los más valientes se burlaban.

Sin embargo, yo sabía que todos lo pensaban. Lo vi en sus ojos. Un bicho


raro.

Me había pillado completamente desprevenido con su historia. Mi Doncella


de Arena. Así que esta explosión de su poder... Sólo pude sacudir la cabeza. Lo
curioso es que aún no conocía el alcance total de sus capacidades.

Triafinidad, como mínimo. Mi igual en Aire. Y una sanadora capaz. Ella


asombraría a Jathan, no tenía dudas.
El conflicto se desató dentro de mí. La emoción de que ya no estaría solo,
pero había expuesto sus dones a todo el mundo. Ella era inocente. Tendría que
adelantarme a las preguntas, a las ambiciones nefastas.
Había pasado el resto de la tarde antes de poder hablar civilizadamente con
alguien. Les había arrancado la cabeza a Haylan y a Hulda. Me había disculpado.
No fue su culpa.

En cuanto al príncipe. Oh sí, él era “el príncipe”. Yo decidiría si se ganaba


más.

Pero, aunque seguía molesta con él, subí a duras penas los innumerables
tramos de escaleras mientras se acercaba la hora de acostarse. ¿Por qué seguía
acudiendo a él? ¿Qué era lo que me pasaba?

Había sido la encargada de sus sueños desde su nacimiento. Nunca había


tenido la oportunidad de defraudarlo. Pero nunca había eludido mi deber. Todo
esto, me decía a mí misma. No lo examinaría más.

Allard me vio al acercarme.

—No estaba seguro de que fueras a venir.

El guardia no ofreció nada más, pero se apartó, animándome a llamar a la


puerta.

—¡Entre!

Su zumbido me atrajo. El príncipe controló su expresión cuando me detuve


justo dentro de la puerta.

—¿Estás aquí para mi tratamiento?

Tenía el pelo mojado, pero peinado, como si acabara de bañarse. Su tatuaje


asomaba por debajo de la camisa azul marino. Tinta gris. Había dejado los botones
superiores abiertos de nuevo. Llevaba un par de pantalones casuales de color
canela. Le quedaban bien.

—Prometí que vendría, mi príncipe —gruñí.

Él movió la cabeza una vez, lentamente.

—Allard, por favor, vigila que nadie nos moleste.

Después de cerrar la puerta, dio varios pasos lentos hacia mí. A diferencia
de la noche anterior, estos pasos carecían de alegría. Se detuvo a una distancia
cómoda, con las manos en los costados, aparentemente esperando que yo
levantara la vista y me encontrara con su mirada. Y así fue. Se lo merecía. Ya
juzgaría lo que dijera, después.

—No quería hacerte daño, sólo entender tus afinidades. Fue un error por
mi parte utilizar un recuerdo doloroso. Yo habría reaccionado de forma similar.

—¡Compartimos la oscuridad! ¡Tomaste algo que compartí en confianza, y


lo usaste contra mí!

—¡Lo sé! Lo sé —Lo fulminé con la mirada—. Confiaste en mí y no lo honré.


Lo siento. ¿Puedes perdonarme? —Observé su rostro en busca de cualquier signo
de falta de sinceridad, pero no detecté ninguno. Tras varios latidos de silencio,
rodó los hombros y dijo—: Mira, no soy experto en pedir disculpas.

—¿No las pides a menudo? —Mi tono era mordaz.

—¿Qué puedo decir? Soy un príncipe —Se encogió de hombros.

Lo miré de arriba abajo. Lo hice esperar, preguntarse, sólo un poco más. No


para ser rencorosa o voluntariosa. Estábamos unidos y no tenía ni idea de lo que
eso significaba para el futuro. Parecía que algún tipo de relación podría ser
posible. Pero él necesitaba entender cuánto me había herido. Para evitarlo. Yo
buscaba lo mismo, para evitar herirlo involuntariamente, como llamarlo cobarde,
aunque fuera en broma. No volvería a hacerlo.

Exhaló con fuerza.

—Tienes mi palabra de que nunca volveré a hacerte algo así.

Resoplé.

—Lo contaré como un error honesto.

—Gracias —Sonrió con dulzura. ¿Cómo podría resistirme a su encanto?

—¿Deberíamos ir a tu tratamiento entonces? —Pregunté.

Pero Kovis no estaba dispuesto a dejar pasar el tema.

—¿Viste lo que le hiciste al centro de entrenamiento?

—¿Qué quieres decir?

Se acercó a un sofá azul marino y a dos sillas mullidas ante una fría
chimenea. El manto llevaba el emblema de Altairn. Por supuesto que sí. Lo seguí.
Kovis me indicó que me sentara.

—Donde quieras.

Elegí el sofá que parecía cómodo. Me pregunté dónde elegiría él. Se sentó
en una de las sillas.

—Los soldados tuvieron que ponerse a cubierto. Cuando la arena se asentó,


se esparció por todas partes. Te garantizo que hablarán de ello durante bastante
tiempo.

—¿De verdad?

Asintió.

—Eres bastante temible cuando te enfadas —Nos quedamos en silencio.

—He estado pensando más en lo de anoche —dijo—. Ese beso.

Hice una mueca.

—Pero dijiste que lo disfrutaste.

—Lo hice. Pero me desarmaste.

—¿Desarmarte?

—Te deslizaste más allá de mis defensas habituales. ¿De verdad crees que
dejo que las mujeres me besen después de conocernos, especialmente después
de...? —Frunció el ceño.

—Dierna.

—Sí.

—Vi lo que te hizo, cómo te hirió, profundamente. No puedo decirte la


rabia que me dio. La gente de la arena no puede herir a un humano que no sea
el suyo. Es lo único que la salvó de mi ira.

—¿De verdad? Cuéntame —Sonrió.

Me tensé.

—Cuando la encontraste en la cama con... —Sacudí la cabeza, y Kovis se


miró las manos—. Lo siento. No debería haber sacado el tema.

Se sacudió.
—No. Está bien. Realmente has visto todos mis sueños y pesadillas.

—Lo he hecho.

—Eso es increíble.

—Es normal para la gente de arena.

—Anoche me hiciste sentir de nuevo. No me he sentido así de vivo en años.


Gracias.

—Debo confesar que hace tiempo que siento algo por ti.

—Lo intuía. ¿Las personas de arena suelen desarrollar sentimientos por sus
encargados?

—No es raro. Sólo que yo soy la primera en actuar en consecuencia,


viniendo aquí para escapar de mi padre.

—Cuéntame más sobre el Reino de los Sueños.

—Es muy competitivo. Cada Reino de los Sueños trata de quitarle territorio
a los demás.

—¿Hay más de uno?

—Sí. Mi padre es el rey del Reino de los Sueños más poderoso. Tiene
hambre de poder y es despiadado. Hará cualquier cosa, a cualquier persona, a
cualquier costo para obtener más. Me da miedo —Me estremecí.

—Tienes razón, tenemos mucho en común. Mi padre se comportaba de


forma similar.

—Lo sé.

Kovis hizo una pausa y se frotó los dedos contra la frente.

—Así que eres una princesa.

Me encontré con su mirada.

—Lo soy.

—Así que por eso actúas tan familiarmente conmigo, sin usar mi título.

—Lo siento. No quiero ofender.

—No. Por fin tiene sentido.


—No estoy seguro de que mi familiaridad se deba a que compartamos la
misma posición en nuestros reinos, sino a que te conozco de toda la vida. Eres
de la familia. Antes de venir, nunca me referí a ti como 'Príncipe Kovis'. Es que
suena raro.

—¿Raro? —se rio.

—¡Sí!

—Bueno, entonces llámame Kovis, al menos en privado.

—Gracias.

—Cuéntame más sobre tu padre.

—Considera que mi huida es una afrenta a su poder. Se correrá la voz y los


reinos vecinos verán que no es tan fuerte como lo pinta, ni siquiera puede
controlar a su propia familia. Así que sé que vendrá tras de mí y tratará de
arrastrarme de vuelta. Pero mi decisión de deshacerme de la inmortalidad es
irreversible. Me mataría volver. Un mortal no puede convertirse en inmortal.
Pero a él no le importa. Prefiere perderme a que se cuestione su poder.

—¿Eres inmortal?

—Lo era.

Kovis se frotó la frente.

—Renunciaste a la inmortalidad. Las cosas estaban así de mal —Una


expresión de dolor apareció en su rostro.

—Además, tú estabas aquí —Enarqué las cejas, tratando de aligerar el


ambiente.

Kovis sonrió.

—Eres demasiado amable.

—El Reino de los Sueños es como una de tus representaciones teatrales en


las que ves a los actores interpretando sus papeles en el escenario, pero nunca
ves lo que hay detrás. Todo es humo y espejos para el soñador. Nunca ves lo que
realmente sucede. No es bonito.

» El Reino de los Despiertos dicta la estructura del Reino de los Sueños.


Cada una de tus provincias tiene un Reino de los Sueños. Como tu padre ha
conquistado todo ese territorio recientemente, mi padre lanzó una campaña
propia. Para conquistar el nuevo territorio del Reino de los Sueños para sí mismo.
Todo él. La lucha ha sido... horrible.

—Ya veo.

—Mi escape ha expuesto una debilidad. Hay algunos reyes y reinas del
Reino de los Sueños amables y generosos. Espero que vean los defectos de padre
y eso los envalentone para tomar el nuevo territorio antes de que él pueda. Si
me encuentra y me arrastra de vuelta, el poder probablemente no cambiará para
mejor.

—¿Cómo te escondes de tu padre?

—Con la arena de los sueños.

—¿Perdón?

—Mi padre no sabe cómo me veo y huelo como humano. Así que enviará
a una de sus yeguas a cazarme, probablemente ya lo ha hecho. La yegua está
buscando a alguien sin el olor de la arena de los sueños.

—¿Cómo consigues la arena de los sueños?

—Necesito soñar. Desafortunadamente, como persona de arena, no puedo.

—¿Así que me ayudaste a soñar anoche, pero en realidad tú no sueñas?

Levanté una mano.

—Dormiste, no soñaste.

Kovis lo pensó.

—Sí, supongo que tienes razón. Quizá por eso me siento tan descansado. Mi
mente suele estar...

—Exactamente.

—Pero si no puedes soñar, ¿cómo consigues arena para los sueños?

—Si te ayudo a soñar, la compartiré contigo.

—¿Y qué tiene que pasar para que sueñe?

—Necesito tocarte.

—Pero lo has hecho.


—No, quiero decir que necesito tocarte... toda la noche.

—Oh. Ya veo.

—Lo siento. Es demasiado atrevido por mi parte.

—¿Cuánto tiempo falta para que tu padre te encuentre?

—No estoy segura. Sabré que la yegua está cerca cuando la gente de por
aquí empiece a tener pesadillas.

Un fantasma pasó por sus ojos.

—Entenderás cuando te diga que... no puedo ayudarte. Todavía no.

—Lo entiendo. Lo siento —Miré al suelo.

—Dices mucho eso —Kovis me miró a los ojos.

—¿Qué?

—‘’Lo siento’’. Deja de decir eso. No hay nada que puedas hacer para arreglar
una situación si sólo dices ‘’lo siento’’. Es te hace parecer poco sincera. Guárdalo
para las disculpas sinceras, cuando lo sientas de verdad.

Abrí y cerré la boca como un pez fuera del agua. ¿Lo decía tan a menudo?
Me sentí escarmentada.

Kovis cambió de tema—: Has dormido a ese guardia con sólo pensarlo. Me
gustaría que lo probaras conmigo.

No quería besarme. Yo había descargado mi ira y él pretendía mantener las


distancias. Demasiado para defenderme. La decepción me hundió los dientes,
pero traté de perseverar.

—¿Estás seguro? Los guardias estaban completamente fuera.

—¿Qué tal si me acuesto primero? —Se dirigió hacia un conjunto de puertas


dobles. Su dormitorio. Donde había llegado. Y le hice daño.

Me arrastré tras él. Cuando llegué a la puerta, se había tumbado en la


enorme cama con los tobillos cruzados. Me quedé, insegura de aventurarme a
entrar.

—No voy a morderte.

—Es diferente. Estar de vuelta aquí.


—Ah, sí. Donde todo empezó contigo —Me mordí el labio, sin moverme.

—No te preocupes. Me dejaré la ropa puesta —Se rio, recordando mi falta


de vestido.

Me sonrojé mientras Kovis se ponía más cómodo en la cama.

Estaba claro que había superado el dolor de mi llegada. Necesitaba


perdonarme a mí misma. Me acerqué a su lado, pero no lo alcancé. Necesitaba
hacer esto sin tocarlo si teníamos alguna posibilidad de descubrir cómo lo había
hecho.

—Vale, inténtalo —me animó.

¿Pero qué había hecho? Cerré los ojos y pensé en el par de guardias que
entraban en mi celda con una intención maliciosa en sus ojos. Mi corazón latió
más rápido.

Algo se rompió en el suelo y miré.

Había conseguido enviar otra planta navegando por la habitación. Una


salpicadura de tierra decoraba la alfombra y dos sillas cercanas.

—Lo s… —Me interrumpí, me tapé la boca con una mano y volví a


intentarlo. Conseguí arrancar otra de sus plantas. A este paso no tendría ninguna
en poco tiempo—. No puedo hacerlo.

Kovis se sentó y balanceó sus piernas sobre el lado de la cama. Lo poco que
podía ver de su tatuaje seguía siendo gris.

—Anoche dormí profundamente por primera vez en años. Si no puedes


dormirme con un pensamiento, ¿deberíamos...?

Él todavía podría besarme. Sólo tenía curiosidad. No me estaba alejando.


Necesitaba relajarme. El alivio me hizo sonreír. Mi cerebro lo celebró lanzando
una fantasía que había albergado durante demasiado tiempo...

Kovis me estrechó entre sus fuertes brazos y me besó apasionadamente.


Mente traicionera. Me sonrojé.

Él entrecerró los ojos.

—Lo s... —me corté de nuevo. Supongo que lo dije mucho.

Kovis se levantó y acortó la distancia entre nosotros, luego tomó mis manos.
Con una voz sedosa, preguntó—: ¿Te atreves a desnudarte?
—¿Perdón?

—Atrévete a desnudarte. Es un juego al que juega mi familia. Termina la


frase. No juzgamos la respuesta.

Sentí la boca seca de repente. Podía preguntarme cualquier cosa. Yo lo


evadí.

—¿Jugarías, si te lo pido, alguna vez?

—No se puede usar muy a menudo. Pero jugaré, si tú juegas —Se me apretó
el pecho. ¿A qué estaba accediendo?

Con inquietud, respondí—: De acuerdo entonces, jugaré.

—De acuerdo, entonces termina mi frase —Enarcó las cejas—. He pensado


en tocarte...

Me quedé con la boca abierta y mis ojos se abrieron de par en par. Por el
vínculo, grité: ¡Arrogante!

Se rio.

—¿Soy tan transparente?

Kovis ladeó la cabeza.

—¿Tu respuesta?

Me aclaré la garganta. En voz alta. Luché contra el calor de mis mejillas.

—He pensado en tocarte... más veces de las que puedo contar y anoche fue...
increíble.

Sonrió, me había convertido de nuevo en el juguete de este gato.

—¿Lo fue ahora? —Asentí con la cabeza, sintiéndome como una tonta.

—¿Qué parte?

¡Maldito sea por preguntar!

Cerré los ojos. Se sentía como una confesión, ante los dioses.

—Tu pecho, tus músculos son firmes, duros.

Hice una pausa, queriendo detenerme. ¡Oh, diablos! Podría contarle todo.
—Sin embargo, tus labios son todo lo contrario: suaves y picantes. ¿Cómo
puede haber tales contrastes? Mi pecho y mis labios son iguales, suaves y blandos
—Me asomé. Tenía que ver su reacción.

El hambre llenó sus ojos mientras miraba entre mi pecho y mis labios.

—¿Te ha sorprendido?

Esta respuesta. Aquí mismo. Ahora mismo. Me sorprendió, viendo lo


congelado y rígido que había estado la noche anterior. Pero asentí.

—Como te dije, acabo de recibir este cuerpo hace unos pocos soles. Dijiste
que no se juzgaría mi respuesta. ¿En qué estás pensando? —Indagué.

Kovis se sonrojó, sólo un poco.

—Tus partes suaves y blandas me interesan mucho

¿También fantaseaba? ¿Me lo diría? Se me revolvió el estómago. Pero antes


de que se diera el gusto, algo... miedo, pánico, no sabría decir, cruzó su rostro y
dio tres pasos rápidos, apoyando las manos en el marco de la ventana. Cerró los
ojos y respiró profundo. No necesitó decir su nombre. Sin duda lo que habían
compartido y cómo había terminado lo provocaba, incluso ahora. Maldita sea
Dierna.

Me duele el corazón por él. ¿Podría superarla alguna vez? La noche anterior
debió ser difícil.

‘’Hacía años que no me sentía tan vivo” Es lo que había dicho a pesar de lo
congelado que había estado. Había luchado contra ella.

Y había ganado.

Así que no importaba su reacción, sabía que le ayudaría a luchar. Y a ganar.

—¿Te beso entonces?

Miró distraídamente por la ventana.

Estaba a punto de preguntarle si me había oído cuando se aclaró la garganta


y se volvió hacia mí.

—Un beso parece el tratamiento más fiable, mi sanadora —Forzó una


sonrisa.

Le devolví la sonrisa y asentí con la cabeza. Volvió a ponerse rígido, pero


se giró mientras yo seguía sus pasos hasta la ventana. Inhalé su aroma: aire fresco
después de una tormenta, mezclado con madera y especias. Masculino. Puse las
manos en su pecho y sentí sus músculos tensos a través de la camisa.

Lucha contra ella, me dije.

Con los ojos cerrados, respiró profundo. Se estremeció al soltarlo.

Lucha.

Cubrió mis manos con las suyas, mientras se inclinaba hacia delante.

Resístete a ella.

Me puse de puntillas y acerqué mis labios a los suyos. Se estremeció.

Puedes hacerlo. Resístete a ella.

Suave. Suave. Carnoso. Lleno. No tuve ese problema. Gemí. La tensión se


filtró del cuerpo de Kovis cuando tracé el contorno de sus labios con mi lengua.
Dio un paso atrás. Saltó hacia atrás, más bien. Y dejó caer mis manos.

—Bueno, entonces, supongo que es la hora de dormir para mí. ¿Estarás bien
para volver a tu habitación? —desparramó. Traté de ocultar mi decepción.
Tiempo. Necesitaba tiempo.

—Creo que sí.

—De acuerdo entonces, te veré de nuevo mañana por la noche.

—Duerme bien, Kovis.

—Tú también, Ali.


No había dormido bien. La preocupación por la incapacidad de Kovis para
superar a Dierna me había mantenido despierta hasta justo antes del amanecer.
Una mujer manipuladora. Ella había herido a mi Rayo de Sueño. Profundamente.
Me preocupaba que nunca se recuperara del todo.

Bostecé y me estiré, intentando vencer la oscura nube que se cernía sobre


mí. Puse los pies en el suelo, pero no me levanté, y luego me abracé a mí misma.
Ansiaba hablar con Velma. Ella siempre me ayudaba a entrar en razón en
situaciones como ésta. Me preguntaba cómo le iría a ella. Todavía la quería,
aunque nunca la volvería a ver. Sentí que las lágrimas crecían cuanto más
pensaba en ella.

Necesitaba un abrazo. Cómo anhelaba, en el fondo, sentir los brazos de


Velma envolviéndome y oírla susurrar en mi oído que todo estaría bien. Unas
cálidas gotas cayeron en cascada por mis mejillas. Mi cuerpo se estremeció
mientras la nostalgia brotaba de mi corazón, cómo la echaba de menos, a todas
mis hermanas en realidad. Antes de venir, nunca me había planteado cómo sería
la vida sin ellas. Dejé que las lágrimas brotaran. Había intentado reprimir ese
sentimiento de vacío. Intenté fingir que no existía. ¿Pero a quién quería engañar?
Estaba destrozada ante mi primer gran problema sin mis hermanas para
sostenerme.

Cuando mis lágrimas finalmente disminuyeron, respiré profundo, me senté


y me sequé la cara.

Ali, ¿estás bien? La pregunta bajó por el vínculo.

¿Kovis? Sonreí y me atraganté. Sí. Gracias por preguntar.

En cualquier momento.

Kovis me había sentido. Se preocupó, al menos lo suficiente como para


preguntar. Él no era Velma, pero el dolor se alivió, sólo un poco.

Me cepillé los dientes y el pelo. Mis mechones rubios no habían tenido


tiempo de crecer, así que aún no podía recogerlos en un moño. Me los arreglé en
el estilo que había adoptado y me encogí de hombros para ponerme la bata verde.
Todo iría bien, me dije, porque alguien lo necesitaba. Cerré la puerta y bajé a
desayunar.
¿Te atreves a desnudarte? He pensado en tocarte...

Las palabras reverberaron en el vínculo y mis mejillas se calentaron. Casi


tropiezo.

¿Y cómo terminarías esa frase, mi príncipe? Me obligué a mantener la voz


ligera. Siguió una risa que se propagó por el vínculo.

No era una respuesta. Pero en realidad, agradecí la distracción. No hubo más


intervenciones mientras continuaba mi descenso. Pero mi estado de ánimo había
mejorado, un poco.

Mis pensamientos volvieron a Velma. Nunca me perdonaría si le ocurriera


algo por mi culpa. Más concretamente, si mi padre le hacía algo como venganza
por haberme ayudado. Recé para que nunca se enterara. Mi estómago se tensó.
Nunca sabría si le hizo daño. Tragué con fuerza. No esperaba que mi problema
me provocara un caso de nostalgia, aunque lo entendía. No tenía ni idea de cómo
sería la vida aquí. Bueno, había tenido alguna noción, pero saber y experimentar
eran dos cosas diferentes, como había descubierto. Ser encarcelada por la
preocupación de que yo dañara a Kovis, por un lado, había surgido
completamente de la nada.

La gente aquí trabajaba cuando había luz y dormía cuando estaba oscuro.
Todavía no me había adaptado. Y echaba de menos mis alas; los músculos de la
espalda se tensaban sin que lo supiera. Pero incluso mientras lo pensaba, sabía
que era yo quien debía adaptarse. Llevaría tiempo.

En realidad, algunas cosas eran iguales, me di cuenta mientras seguía


caminando. Fruncí el ceño. Que no me preguntaran antes de que alguien tomara
una decisión que me involucraba. Todavía tenía que hablar con Kovis sobre eso.
Llegué al comedor del personal y de los aprendices. Tres columnas de mesas.
Doce mesas de madera cada una. Doce sillas de madera por mesa, con un arcoíris
de túnicas de colores llenándolas. Un candelabro circular de hierro forjado sobre
cada una de ellas realzaba la escasa luz que se atrevía a entrar por las ventanas
que recorrían una de las paredes.

El eco de la charla contra la piedra normalmente hacía casi imposible oírse


a sí mismo. Pero esta mañana no. Cuando atravesé las pesadas puertas de madera,
se hizo el silencio. Me sentí como una presa. Estuve a punto de darme la vuelta.
Pero sabía por qué reaccionaban así. El patio de entrenamiento. Lo habían oído.
Su reacción no fue de asombro, ni de admiración, ni de bienvenida. Sólo se
quedaron mirando.

Cómo deseaba que Velma estuviera aquí. Cualquiera de mis hermanas para
caminar conmigo. Alcé la barbilla y empecé a caminar por la fila más cercana.
Me dije que no querían ser desagradables.
¿Por qué los sanadores tenían que sentarse en el fondo?

Susurros. Una chica se inclinó hacia otra y levantó una mano para ocultar
sus palabras mientras yo pasaba. Minuto cien. Tal vez exageré. No lo parecía. No
sabían qué pensar de mí. Sí, era un bicho raro. Y el centro de su atención. Todo
por mí misma. Porque había hecho algo diferente. Nunca me había sentido tan
sola. Sabía cómo debía sentirse Kovis. Toda su vida. Quería apresurarme, pero
no me lo permití. En su lugar, tarareé en silencio. Una nana. Calmando mis pasos.

Hulda se reunió conmigo a mitad de camino. Ella nunca sabría lo mucho


que eso significaba. En el momento en que se acercó lo suficiente como para
verme la cara, su expresión alegre cayó.

—Oh, cariño —Me envolvió en un abrazo de oso, sin miedo a identificarse


conmigo. Ahogué las lágrimas y sonreí para mis adentros.

Esa era Hulda. Por lo que a ella le importaba, todo el lugar podía ir al
inframundo. Sus abrazos eran casi tan buenos como los de Velma. Casi.

Respiré profundo y me puse de pie.

—Estás bien —Una declaración. Hulda me frotó la espalda. Asentí con la


cabeza. Mi acuerdo silencioso.

Me tomó de la mano y, juntas, nos dirigimos al grupo de sanadores. El ruido


habitual de la sala aumentó cuando me senté junto a Hulda, frente a Haylan. Myla
se acercó y aterrizó a mi lado. Me dio una taza de té, una galleta y un plátano.
Picoteé la comida.

—Entonces, ¿es verdad? —La pregunta llegó desde el extremo de mi mesa.


Carac se inclinó hacia mí. Su expresión era sincera, pero curiosa.

—¿Qué es verdad?

—¿Fuiste a la fosa y le volaste los pantalones al príncipe? —Mis amigos


sonrieron de arriba abajo en la mesa.

—¿Yo qué? —Mis ojos se agrandaron y miré a Haylan—. No… no que yo


sepa.

Carac continuó—: Mi amigo, Althalos, estaba allí. Lo vio todo —Se rio.

—Sí, he oído que el príncipe tuvo que envolverse con una toalla —dijo
Arabella.

Me llevé una mano a la boca. Me había enfadado tanto que no había mirado
hacia atrás. No había dicho nada al respecto anoche. Seguramente lo habría hecho.
—De todos modos, ¿qué hacías entrenando con el príncipe Kovis? —
preguntó Rulf.

Junté las manos con la esperanza de mantenerlas quietas.

—Parece que me estoy manifestando tarde. El Príncipe Kovis quería saber


qué otras afinidades podría tener.

—¿Cómo iba a saber eso? ¿Y por qué se involucraría en averiguarlo? —


preguntó Hulda.

—Como sabes, me interrogó anteanoche —Pequeña victoria, mantuve la


voz firme.

—¿Pero por qué iba a trabajar él mismo contigo? Sin ánimo de ofender —
preguntó Hulda.

¿Hacía calor aquí?

—Cuando lo curé el insomnio, pasó algo raro.

—¿Qué? —Preguntó Hulda. Al igual que Kennan, podía ser una


preguntadora tenaz. Todos los de la mesa se inclinaron hacia ella. Me recordó a
mi casa.

Haylan, bendita sea, siguió comiendo. La miré fijamente a los ojos.

—La arena empezó a volar alrededor de su habitación.

—¿Hiciste que la arena volara alrededor de la habitación del príncipe?

La voz de Hulda se elevó. Asentí con la cabeza. Pero mis mejillas… las
pequeñas delatadoras.

—¡Espera! ¿Estás diciendo que tienes tres afinidades? —No había esperado
que Haylan soltara la pregunta.

—No estoy segura. Parece que tengo aire y...

—Todos los sanadores tienen tierra y madera, y está claro que tú eres una
sanadora —Haylan ató cabos. Siguió un silencio absoluto. Sabía lo que vendría
después. La boca de Haylan se movió para formar las palabras—. Sólo ha habido
otro hechicero con tres afinidades.

—Lo sé —Mi comida se volvió de repente muy interesante.


—¿Qué te hizo manifestar? —El interrogatorio de Hulda continuó. Sí, mi
comida era fascinante. Mejillas traicioneras. Definitivamente estaban demasiado
calientes.

—Si Ali quisiera que lo supiéramos, nos lo diría. Ahora déjenla en paz —
Haylan había superado el shock de la deducción y retomó su papel protector.

—¿Qué? Es una pregunta inocente —respondió Hulda.

Yo sabía, por el brillo de sus ojos, que no era nada de eso. Le lancé a Haylan
una mirada de agradecimiento. Hulda y los demás percibieron claramente algo
jugoso, pero la mirada de muerte de Haylan mantuvo a raya sus preguntas. Por
el momento.

Cuando nos levantamos para salir del comedor, Haylan susurró—: No


podría alegrarme más por ti.

—¿Y qué pasa ahora? —Preguntó Hulda.

—No estoy segura.

—Te diré lo que pasa ahora —dijo Haylan—. Le mostramos a Ali el resto de
la zona de sanadores para que pueda desarrollar lo mejor posible sus afinidades
conocidas.

Me encontré en el centro del grupo de sanadoras con túnica verde cuando


salimos. Me sentí como si me hubieran interrogado mis hermanas: podían ser
duras, pero sabía que me querían y que sólo querían lo mejor para mí. Sentí que
lo mismo ocurría con mis amigos. ¿Quién dijo que no podían ser también mi
familia? No eran parientes de sangre, pero ¿no era ‘’familia’’ la gente que quieres
y que te quiere?
—Bryce, vigila que nadie nos moleste.

—Sí, mi príncipe —No había visto a este guardia antes. Me miró de arriba
abajo con curiosidad, no con lascivia, y supe que debía ser parte de la guardia
personal de Kovis. Estaba claro que había oído hablar de la fosa. Pero cuando no
dudó en obedecer, supe que le habían dicho que yo no representaba ninguna
amenaza.

Me preocupé por mi túnica mientras entraba, con una mano agarrando una
ofrenda de paz detrás de mí. Los recuerdos de mi diatriba de la noche anterior
se hicieron sentir cuando me detuve varios pasos adentro. La puerta se cerró tras
de mí.

—Buenas noches, Ali —ronroneó.

—Buenas noches, Kovis.

Vestía una camisa gris y pantalones negros. Caliente. Caliente. Caliente. ¿Su
poder retumbaba más fuerte? ¿La ropa podía hacer eso? Su pelo estaba mojado
por el baño. Sabía que si me acercaba lo suficiente olería su jabón. Todo un poco
masculino.

Saqué el puñado de prímula de detrás de mí.

—Las recogí del jardín de los sanadores. La prímula se usa para tratar el
síndrome premenstrual, el dolor de pecho y los sofocos —Deja de balbucear.

Kovis se rio.

—¿Estás diciendo que necesito ponerme en contacto con mi lado femenino?


—Forcé una sonrisa. Kovis olió la prímula—. Parece que disfrutas aprendiendo.
Y parece que has visto mis sueños —Asentí con la cabeza—. Mi madre tenía un
jardín. Rasa dice que su primer recuerdo es el de ella tejiendo prímula en su
trenza, ahí fuera. Según cuenta, con la prímula entretejida, mi madre deliraba
diciendo que la convertía en una verdadera princesa. Mi niñera me dijo que mi
madre olía a prímula.

Kovis atesoraba recuerdos como éste, de lo que podría haber sido una vida
familiar normal. Permanecí en silencio, alentando su ensoñación. Pero
finalmente volvió a centrarse en mí.
—Suena bien.

—Sí.

Me dirigió a la sala de estar. Volví a elegir el sofá y él ocupó su lugar en la


silla.

Se hizo el silencio y me mordí el labio. Este sol había sido difícil. Me había
despertado sintiendo nostalgia. Pero habiendo resuelto esa cuestión, al menos con
cierta satisfacción, la culpa me había atormentado desde entonces. Había estado
tan enfadada con Kovis que no me había dado cuenta de que había perdido los
pantalones con mis vientos. Podría haber resultado gravemente herido y yo no
había pensado en su bienestar ni siquiera de pasada.

—Quiero disculparme por haberte gritado en la fosa y anoche —Comencé—


. Me comporté... no suelo... a veces mi temperamento... no debería haberlo hecho.
Y lo siento —Una disculpa sentida y sincera. Decir ‘’’lo siento’’ era apropiado. Mi
descontrol y la falta de respeto que le había mostrado habían sido indignos, para
ambos.

—¿Por eso la prímula? —Asentí con la cabeza—. Acepto tus disculpas.


Gracias —Volvió a oler las flores.

Rompí el silencio.

—Hace un par de soles, Haylan me informó de que habías decidido que


debía ser aprendiz de sanador.

—Sí. Y parece que estás disfrutando de las artes curativas. Me alegro —Bajé
los hombros—. ¿Qué pasa? ¿No eres feliz? Puedo cambiarlo si no lo estás.

—No es eso. Tienes razón. Lo estoy disfrutando, es interesante y me gusta


la gente con la que trabajo. Pero me hubiera gustado participar en esa decisión.

—No me di cuenta. Siendo sanadora, pensé que querrías aprender más.

—Sí, pero al crecer, nunca pude opinar sobre casi nada. Mi padre y mi
abuela decidían prácticamente todo por mí. Me hacía sentir... impotente.

—Ah. ¿Quieres que te reasigne a un aprendizaje diferente? ¿Uno de tu


elección?

—No, como he dicho, sólo me gustaría que me consultaran.

—Lo tendré en cuenta.


—Gracias. Significa mucho. Hablando de sanadores, dijiste que todos tienen
afinidades con tierra y madera.

—Así es.

—No estoy tan segura de hacerlo.

—¿Otra vez esto?

—Sé cómo curé tu insomnio, y la magia de tierra y madera no tuvo nada


que ver.

Kovis sonrió.

—O eso crees. Dijiste que no tenías magia en el Reino de los Sueños. Pero
desde que llegaste, la tienes con tu nuevo cuerpo.

—Eso es cierto.

—Por lo tanto, debo concluir que el Cañón te concedió la magia de la


madera y la tierra como a todos los sanadores.

No podía ver más allá de lo que sabía, lo que definía lo que era posible para
él. Pero cuanto más reflexionaba y contemplaba, más seguro estaba de que mis
talentos eran Otros. No eran malos, sólo diferentes, y anhelaba que él los
reconociera y me aceptara, por mí. ¿Cómo podía ayudarle a entenderlo?

—Pero si ese es el caso —dije—, ¿por qué, cuando la maestra Lorica demostró
cómo sentir el poder de las plantas, no pude sentir nada? Pero mi planta empezó
a crecer de repente, ante nuestros ojos. Ella no supo qué hacer, sólo sacudió la
cabeza y dijo que yo tenía un talento inusual. Y luego, cuando el maestro Alainor
trató de enseñarme a sentir la enfermedad, no pude sentir nada, pero el paciente
empezó a reírse y dijo que le hice cosquillas. Ni siquiera lo había tocado. Lo
mismo ocurrió con otros dos pacientes. Alainor dijo que nunca había visto algo
así.

Kovis sonrió.

—En primer lugar, no todos los hechiceros se manifiestan de forma idéntica


dentro de una afinidad determinada. En segundo lugar, no llevas tanto tiempo
aquí. Probablemente tus poderes aún se están manifestando. Dale tiempo.

Suspiré con fuerza y Kovis preguntó—: ¿Qué pasa?

—Dijiste que nunca habías oído que alguien pusiera a otro a dormir con sólo
un pensamiento. Y no te enfades, pero los moratones que me hizo mi padre en
el Reino de los Sueños, de alguna manera se transfirieron a este cuerpo. No sé
cómo. Pero todo esto me hace sentir diferente a todos.

—¿Y eso es tan malo? Yo también soy diferente.

—Sí, pero tu superdotación está dentro de lo normal. Si me defines por tus


afinidades, mis poderes no son esos, siento que seré un pez juzgado por lo bien
que trepo a un árbol. Y no importa lo mucho que lo intente...

—¿Tienes miedo de fracasar?

—No estoy segura de si es eso o tal vez tengo miedo de quedar atrapada en
una caja de expectativas. ¿Y si tengo otros talentos que la gente de aquí no
manifiesta? Si me definen sólo por sus afinidades, yo... todos... podrían perderse.

Kovis se sentó a contemplar. Asintió mientras sus dedos se movían en un


remolino sobre su frente.

Al final, dijo—: Todavía hay que pensar más —Se rio para sí mismo—. Nada
en ti es sencillo, Ali —Hice una mueca. Pero al menos lo había hecho reflexionar.

En lugar de permitir que mis pensamientos se adentraran en un terreno


peligroso, su ropa, lo sensual que le hacía parecer, su poder, le pregunté—: La
prímula te recuerda a tu madre. ¿Qué pasó con ella?

—Nunca la conocí. Murió al darnos a luz a Kennan y a mí. Por lo que otros
han dicho, mi padre la amaba con todo su corazón y nunca fue el mismo después
de eso. Se rindió a la Oscuridad. Dejó de luchar contra ella y permitió que lo
abrumara.

Unos golpes nos interrumpieron. Kovis frunció el ceño.

Como si nuestra charla sobre la prímula la hubiera llamado, Bryce apenas


se apartó del camino de Rasa cuando ésta entró a grandes zancadas, sin esperar
una presentación. Se detuvo en un latido del corazón al verme. Me caí al suelo.
No pude inclinarme lo suficientemente rápido ni lo suficientemente bajo. Sentí
que sus ojos rozaban mi espalda.

—No me di cuenta de que estaba interrumpiendo algo. Levántate —Sin


vacilar. Sin puntuación. No merecía más que una sola palabra.

—No lo hacías —Kovis frunció el ceño ante la implicación—. ¿En qué puedo
ayudarte, hermana?

Su tatuaje había cambiado a marrón.


—He venido a hablar de un informe sobre un incidente en el patio de
entrenamiento el pasado sol —Volviéndose hacia mí, preguntó—: ¿Es cierto?

Kovis interrumpió—: ¿Es cierto el qué?

Se interpuso entre nosotras.

—Creó una tormenta de arena.

—Sí, es cierto —dije. Rasa era una fuerza. Tenía que defenderme si quería
respetarme. Resistí el impulso de moverme.

—¿También es cierto que destruiste la ropa del príncipe? —Rasa frunció el


ceño. Mis mejillas se calentaron.

—Sí, Emperatriz —Deseé que mi voz hubiera salido más fuerte.

—¿Alguien ha denunciado la desaparición de una chica? —Al menos no


había dirigido la pregunta hacia mí.

—No —Kovis exhaló con fuerza.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—Llevo aquí algo más de quince días, Emperatriz.

Rasa me ignoró.

—Conoceríamos a su familia si fuera de origen noble. Ya habrían


denunciado su desaparición —Volviéndose hacia mí, pronunció—: Eres una
plebeya con magia.

El tatuaje de Kovis se tornó naranja.

—¿Y qué pasa si lo es? —Me defendió—. Eso no descarta sus poderes.

—¡Kovis, eres el hechicero más poderoso que ha conocido este imperio! ¡No
diluyas la fuerza de las afinidades de nuestro linaje bendecido por los dioses!

—¡Haces que suene como si tuviéramos sexo!

Me puse muy roja mientras Kovis miraba fijamente a su hermana. Agradecí


a los dioses que ninguno de los dos mirara hacia mí.

—¡Te aseguro que ella me curó el insomnio!

Rasa dio una vuelta de campana y se quedó mirando a Kovis.


—¿Estás diciendo que el Cañón nos ha dotado de dos hechiceros triafines?
¿Que ella es tan poderosa como tú?

—Tal vez más. Puede que tenga afinidades adicionales. Todavía no lo he


averiguado.

—Espero por tu bien que estés equivocado. Espera a que el Consejo se entere
de ella. Intentarán utilizarla en su beneficio, no me cabe duda.

Rasa me miró de arriba abajo una vez más.

Kovis añadió—: La he nombrado aprendiz a las órdenes de Jathan y le he


dicho que guarde silencio.

—Oh, ese incidente de entrenamiento fue definitivamente ‘’silencioso’’ —


Sarcasmo—. No creas que la gente no se va a enterar de que es aprendiz de Jathan.
¿Por qué no gritar desde las murallas que ella es triafin?

Kovis suspiró. Su tatuaje se volvió azul.

—El Consejo se enterará, Kovis. No quiero que te hagan daño. Otra vez.

—No lo harán. No ha pasado nada.

—Quizá no, pero intuyo que sientes algo por ella.

La sorpresa cruzó su rostro, pero no respondió a la acusación.

Sabía que Rasa había sido sanadora. Probablemente podía percibir los
sentimientos de Kovis. Me sonrojé. ¿Era posible? ¿Había hablado ella de lo que
él no se había dado cuenta?

—Ten cuidado, Kovis —Rasa me recorrió con la mirada. Lentamente. Una


vez más.

¿Estaba tratando de intimidarme, de alejarme de Kovis? Finalmente desvié


la mirada hacia el suelo, incapaz de soportar más escrutinio. Sólo después de
varios latidos muy largos, se dirigió a la puerta a grandes zancadas.

Bryce hizo una mueca de disculpa mientras pasaba. La puerta acababa de


cerrarse cuando Kovis se volvió hacia mí.

—No hay nada como airear los trapos sucios de la realeza —Se aclaró la
garganta.

—¿Tiene razón? —pregunté.

La mirada de sorpresa que le había asaltado antes resurgió.


—¿Sobre qué?

Pero no tocaría esa conversación por nada del mundo. No sabía si podría
soportar su respuesta. Coquetear era una cosa. ¿Pero tener realmente
sentimientos por mí?

—Ese consejo del que habló —Kovis se pasó una mano por el pelo.

—No te va a pasar nada. No lo permitiré —Apretó la mandíbula. Su tatuaje


cambió a amarillo. Todos estos colores. ¿Qué significaban?

Con las manos en los bolsillos, Kovis se dirigió a un conjunto de puertas de


cristal. Como todo en su suite, una obra de arte, sin duda hecha a medida: madera
fina con inserciones de cristal. Amplificaban las luces del Cañón. Su tatuaje se
volvió azul, su humor melancólico. Quizá pudiera desentrañar el rompecabezas
después de todo. Por otra parte, el azul parecía obvio.

—Son hermosas. Las luces —murmuré, deteniéndome a su lado.

Él sonrió.

—A mí también me encantan. Nunca envejecen —Abrió una de las puertas


y salió al balcón. Lo seguí.

La cortina de colores que cambiaba lentamente se extendía ante nosotros,


tan hermosa como la primera vez. Pero la vista desde el exterior, seis pisos más
arriba, resultaba aún más impresionante. Y ruidosa. Crepitante. Apoyé las manos
en la barandilla. Lo suficientemente cerca, pero no demasiado. Dejaría que él
decidiera si acercarse o no.

—La energía del Cañón. Es lo que se oye.

Como antes, la luz se replegaba sobre sí misma en algunos puntos y se


extendía en otros. Algunas nubes intentaron llamar la atención como niños
malcriados, pero los verdes, morados, rojos, turquesas, amarillos y los azules no
tenían por qué preocuparse. Sólo tenía ojos para ellos. Y para cierta persona que
estaba a mi lado.

Kovis aspiró el aire limpio de la noche.

—Nuestra magia. En su esencia más básica. El marrón es la afinidad de la


madera; el rojo, el naranja y el amarillo son el fuego; el verde es la tierra; el oro
y la plata son el metal; el aqua es el agua; el turquesa es el hielo; y el gris y el
blanco son el aire.

—Nunca he visto nada parecido.


—Cuando éramos pequeños, Kennan, Rasa y yo nos escabullíamos al jardín
de mamá con nuestra ropa de noche y nos tumbábamos en el suelo para mirar
las luces. Eso fue antes de que se manifestaran nuestros poderes. Soñábamos con
las afinidades que ejerceríamos y el futuro que haríamos para esta tierra —Hizo
una pausa, recordando—. Los sirvientes lo sabían, pero nunca se lo dijeron a
nuestro padre. Creo que aprobaban nuestros sueños, soñaban junto a nosotros —
Kovis sonrió. Sonreí con él—. Hace años que no hago eso —Sacudió la cabeza.

—¿Por qué no?

—Las cosas cambiaron. Nosotros cambiamos.

Una sensación de tristeza recorrió el vínculo.

—En el Reino de los Sueños las cosas cambian constantemente, cambian


como cambian los sueños. Pero nunca he visto algo tan colorido.

Kovis arrugó la frente.

—¿Recuerdas que te dije que el Reino de los Sueños es como una


producción teatral? —Asintió con la cabeza—. En los sueños, los paisajes, los
rostros, las relaciones, todo puede cambiar con sólo un pensamiento.

—Suena fascinante.

—A veces, sí. Pero puede dar miedo si una yegua anda suelta.

—¿Una pesadilla?

Asentí con la cabeza. Disfrutamos de las luces en silencio. Pero se puso


rígido después de un rato.

—Se está haciendo tarde, ¿hacemos mi tratamiento bajo las luces esta noche?

—Pero ¿qué pasa con...?

—¿Lo que dijo mi hermana? —Asentí con la cabeza.

—Ella no sabe que tú eres la única razón por la que duermo.

¿Era eso todo lo que realmente significaba para él? ¿O puede que Rasa tenga
razón? Mi mente lo meditó. Cerré la brecha entre nosotros y él se volvió para
mirarme. Puse mis manos en su pecho firme y luego inhalé profundo.

—Siempre hueles tan bien.

Kovis forzó una risa. Lo miré a los ojos.


—Te prometo que no te morderé.

Relájate.

Apenas respiró. Cuando por fin lo hizo, lo hizo entrecortadamente. Cerró


los ojos, se inclinó y me besó rápidamente. Se acabó antes de empezar. No voy a
mentir. Estaba decepcionada. ¿Esta relación sería siempre unilateral? ¿Sería capaz
de expresar sus sentimientos? Kovis se apartó y llevó un brazo a su espalda.
Extendió el otro, dirigiéndome hacia el interior sin mediar palabra, y luego cerró
y bloqueó las puertas del balcón tras nosotros.

—Deberías volver a entrenar conmigo.

—¿Es eso sensato?

—Sigo teniendo curiosidad por saber qué otras afinidades posees.

—¿Y si no las tengo?

—Dijiste que te habías divertido con los sanadores. —Asentí con la cabeza.

—Disfruto ayudando a la gente a sentirse mejor —Disfruto ayudándote a


sentirte mejor, Kovis.

—Como dijiste, puede que descubras que tienes talentos no descubiertos que
pueden ayudar a muchos más. Tienes que descubrirlo.

—¿Es una orden real?

—No.

—Lo pensaré.

Kovis asintió mientras abría la puerta del pasillo.


Su puerta se cerró y mi mente repitió lo que Kovis había dicho mientras
me dirigía a mi habitación. “Ella no sabe que eres la única razón por la que
duermo”.

Sólo habían pasado tres soles. ¿Qué esperaba? Entonces, ¿por qué la
decepción? ¿A quién quería engañar? Sabía exactamente por qué me sentía
decepcionada. Oh, Kovis. Lo amaba tanto.

Me dirigí a la escalera de los sirvientes.

¿Fue lo que dijo Rasa lo que lo había congelado? Rodeé el primer tramo.
¿O Dierna?

Rodeé el segundo.

¿Era yo sólo una herramienta para él? Si todo lo que hacía era facilitar su
sueño... Tragué con fuerza. La devastación amenazaba con invadirme.

Y el tercero.

Kovis no había estado de acuerdo con Rasa. Su sorpresa lo había gritado, en


voz alta.

Y el cuarto.

Tosí. No podía llorar.

Me mordí el labio, pero eso no mantuvo mis emociones bajo control. ¿Y el


consejo que mencionó Rasa? ¿Quiénes eran? El pensamiento contrario me ayudó
a controlarme. Ahogué mi consternación al llegar a la planta baja. Oí que la gente
se movía por el pasillo. Parecía extraño a esta hora de la noche. Puede que sea
nueva, pero todo el mundo se habría ido a la cama. Avancé sigilosamente.

Detrás de una columna de mármol, vi a cuatro hombres. Transportaban dos


largas cajas de madera por el pasillo; debían de estar llenas, a juzgar por los
gruñidos. Sus movimientos parecían rígidos. Uno de los hombres miró hacia mí,
pero no me vio. Al menos no actuó como si lo hubiera hecho. Pasaron por una
franja de luz y noté que el tipo tenía el pelo castaño. Inusual.

Algo no me parecía bien en ellos, pero no sabía qué. Sólo era mi instinto.
Volví al rellano y empecé a silbar una nana, anunciando mi presencia. Los
hombres empezaron a recoger sus cargas con premura, y sus torpes pasos pronto
se desvanecieron. Esperé un par de latidos por si había más actividad, pero al no
oír nada, respiré aliviada. Pasé por las cocinas y entré en el ala de los sanadores,
y luego subí las escaleras circulares hasta el tercer piso. Volvieron mis
pensamientos anteriores. Había estado luchando contra un amor perdido. Pero
una hermana se sumó a la guerra. Quería gritar.

Oí a Haylan y Hulda mientras me acercaba a la Sala Común. Mi familia. Las


luces estaban apagadas. Resultó que varios sanadores se sentaron y disfrutaron
de la colorida vista. Otros hablaban en voz baja. Unos pocos jugaban a un juego
con cartas que brillaban en la oscuridad.

—Podría observarlas eternamente. Son tan hermosas —dijo Haylan.

Hulda se acercó y me hizo un hueco, palmeando el lugar que había a su


lado en un sofá que daba a las ventanas. Sonreí, tratando de alejar mi melancolía.

—¿Dónde has estado? —preguntó Hulda.

—¿Qué eres, su madre? —reprendió Haylan.

—Está claro que alguien tiene que serlo. Estaría perdida sin mí.

Me reí.

—Si quieres saberlo, estaba tratando el insomnio del príncipe Kovis.

—¿Todavía? Pensé que lo habías curado con tu receta secreta familiar —Me
tensé. Hulda sonrió.

—Para su tipo particular de insomnio, en realidad requiere un tratamiento


cada atardecer.

—¿Hay más de un tipo? ¿De verdad? Y yo que pensaba que el insomnio


era el insomnio. Entonces, ¿qué tipo de insomnio tiene el príncipe? ¿En qué se
diferencia? —Hulda preguntó. Había elegido a la sanadora equivocada para
intentar embaucar.

—Um... no conozco la técnica...

Hulda enarcó las cejas.

—¿Así que ustedes dos se están conociendo? —Mis mejillas se encendieron.


Gracias a la oscuridad, ella no podía ver.

—No te conformas con nada menos que lo mejor, ¿verdad? —Hulda se rio.
—Basta —resopló Haylan.

—Por cierto, ¿cómo está Cedric?

—¿Quién es Cedric? —pregunté.

No pude saber si Hulda se sonrojó, pero apuesto a que sí, basándome en el


borbotón de palabras que salió de su boca.

—Es muy dulce. Y guapo. ¡Whoo! Caliente —Se abanicó—. Él sabe cómo
tratar a una chica.

—Él es parte de la guardia personal del Príncipe Kovis —Haylan intervino.

—También nos hemos estado ‘’conociendo’’, como ustedes dos —Ella enarcó
las cejas—. O. No —Se rio y se dio una palmada en la rodilla.

Me sonrojé.

—¡Oh, para! No es así.

—Pero te gustaría que lo fuera —Forcé una risa. Se dieron cuenta.

Haylan sacudió la cabeza y sonrió.

—¡No la animes!

Estas dos se parecían demasiado a mis hermanas. Podría acostumbrarme a


esto.

Se hizo el silencio hasta que le pregunté a Haylan—: ¿Y tú? ¿Algún interés


especial?

—¿Yo? El amor aún no me ha encontrado. Tuve un interés amoroso cuando


era joven en mi país. Jugábamos al amor. Creo que me encantaba la idea de estar
enamorada.

—¿Es eso lo que crees? ¿Que el amor nos encuentra a cada uno? —pregunté.

—Lo creo. Mis padres llevan veinticinco años casados y están tan
enamorados ahora como nunca los he visto. Papá la toma de la mano, la besa
apasionadamente hasta que se le enroscan los dedos de los pies y le susurra dulces
palabras al oído —Se rio—. A veces es vergonzoso verlos. Creen que es un gran
juego para ver si pueden despejar la habitación, ya sabes lo que quiero decir. Papá
principalmente, pero mamá se ríe con él. El amor definitivamente los encontró,
una pareja de enamorados para estar seguros.

Escuchar la historia calentó mi corazón.


—Bueno, mis padres... —Hulda intervino—. Mamá dice que se enamoró de
papá mucho antes de que él ‘’lo entendiera’’. Pero ella tenía ese sentimiento. Sabía
que estaban destinados a estar juntos. Dice que sabía que sólo tenía que ser
paciente, que él acabaría por aceptarlo. Pero mientras ella esperaba, él se interesó
por otra chica.

Obstáculos. Me suena familiar.

—¿Y qué pasó? —Tenía que saber cómo habían conectado finalmente.

—Oh, la cosa se puso peor que eso —se rio Hulda.

—Al parecer, sus padres le presionaron para que tomara a esta chica como
esposa. ‘’Perfectamente buena’’, la llamaban. Pero papá dijo que no le parecía bien.
Rompió la relación.

—Tu madre debe haber estado emocionada —Especulé.

—Lo estaba. Pero papá se levantó y fue a pedirle a otra chica de la que se
había encaprichado que se casara con él.

—¿Así de rápido?

Hulda asintió.

—Mamá estaba en condiciones de ser atada. Estaba tan segura de que el


Cañón los quería juntos. No podía entenderlo —Hulda enarcó las cejas.

Haylan y yo nos inclinamos.

—¿Y bien? —Sabía que nos había provocado.

—Bueno, mamá escribió una nota a papá. Algo así como: ‘’Me gustas como
algo más que un amigo’’. Y lo invitó al Baile del Rayo.

—¡No! —Haylan se tapó la boca con una mano—. ¿Ella? ¿Se lo pidió? —Me
quedé con la boca abierta.

—¡Lo juro por el Cañón, sí!

—¿Y? —Mi voz salió como una súplica.

Hulda dio una palmada en el sofá, riendo incontroladamente ante nuestra


curiosidad.

—Y papá aceptó. Dice que sabía que había encontrado un guardián.


‘’Cualquier chica lo suficientemente audaz como para hacer eso, sería lo
suficientemente fuerte como para mantenerlo a raya, así como para criar una
familia de niños correctos y adecuados’’.

—Aw. Eso es tan dulce —Sonreí.

Superarían múltiples obstáculos. Encontraría una manera. Mis hombros se


relajaron.

—Se casaron ese Solsticio de Invierno, con la tormenta eléctrica como telón
de fondo.

—Parece que el rayo sí que cayó, encendió sus pasiones —bromeó Haylan.
Hulda se rio, pero cuando no lo hice Haylan se inclinó hacia mí—. El Cañón arroja
su desbordamiento de energía en una tormenta de rayos cada Solsticio de
Invierno. Todos los hechiceros sentimos que su poder nos llena las venas. Eso sí
que es un subidón —Se rio.

—¡Oh! Baile del rayo. Tormenta de rayos. Lo entiendo. Es increíble.

Hulda miró entre Haylan y yo. Pero antes de que pudiera cuestionar por
qué nuestra amiga explicaba lo que probablemente era de conocimiento común,
Haylan preguntó—: ¿Y tú, Ali? ¿Cuál es la historia de tus padres?

Oh, hombre. Mis padres. Qué decirles. ¿Que fui una bastarda? No. Les
contaría la historia de mis abuelos.

—El matrimonio de mis padres es lo que se llama arreglado. Bueno, no


arreglado exactamente. Mi padre hizo un favor a alguien y pidió la mano de mi
madre en matrimonio, a cambio.

—Debió haber sido un favor grande —dijo Hulda.

—Al parecer, papá había hecho algo por ellos antes y no había ido muy
bien, así que se lo debían —Levanté una mano—. Pero eligió a mamá. Dice que
ya la quería entonces. Pero lo suyo no se parece en nada a las historias que tienen
ustedes.

—Bueno, no es una competencia —dijo Haylan.

Bostecé. Mirando a mi alrededor, descubrí que todos los demás se habían


ido.

—Parece que alguien necesita dormir un poco —comentó Haylan.

Tenía razón. Había sido un sol emocionalmente agotador.

—Tenemos mañana libre —dijo Hulda.


—He planeado ir a Veritas y hacer algunas compras. ¿Quieren
acompañarme? Ali, puedes conseguir algunos vestidos casuales y quizás algunas
cosas para complacer a tu príncipe.

—¡Oh, para! Te dije que no es así —Mis protestas cayeron en saco roto. Pero
al final, accedí a unirme a ellas a pesar de saber que me abría a más burlas.
Me reuní con Hulda, Haylan, Myla y Arabella después del desayuno,
mientras el sol se elevaba en el cielo. Pasamos por debajo del rastrillo de la puerta
y salimos al cálido aire primaveral. Un ejército de árboles que bordeaban el
camino en suave pendiente estaba adornado con flores de color rosa claro. Inhalé
profundo, bebiendo el aroma a miel y mantequilla. Lo encontré embriagador.

—Dulces almendros —dijo Arabella, riéndose de lo que debía de ser una


mirada tonta en mi cara.

—La primavera es mi estación favorita —opinó Myla—. Todo es nuevo.


Fresco.

—No podría estar más de acuerdo —dijo Hulda, echando la cabeza hacia
atrás y abriendo los brazos, dando vueltas.

Cuando dejamos atrás los árboles, vislumbré la ciudad. Las montañas que
nos rodeaban parecían manos que ahuecaban un tesoro, tan impresionantemente
hermosas como la vista desde el balcón de Kovis. Agarré las manos de Hulda y,
juntas, giramos. Haylan sonrió al ver que seguíamos adelante hasta que la
agarramos a ella y a Arabella y volvimos a girar. Capturamos a Myla para que
diera una vuelta más.

Un poco mareada y, radiante como una tonta, empecé a cantar una nana.

Brilla, brilla estrellita,

Cómo me pregunto qué eres.

Por encima del mundo tan alto,

Como un diamante en el cielo.

Brilla, brilla estrellita,

¡Cómo me pregunto qué eres!

Todas las chicas me miraron, sus expresiones decían que debía estar loca,
pero no me importó.

—¡Oh, enséñanos! —suplicó Hulda cuando terminé la primera estrofa.


—Muy bien —Comencé la segunda mientras reanudábamos nuestra
caminata por lo que se había convertido en una pendiente más pronunciada.

Cuando el sol abrasador se va,

Cuando no brilla nada sobre él,

Entonces muestras tu pequeña luz,

Centellea, centellea, toda la noche.

Centellea, centellea, pequeña estrella,

¡Cómo me pregunto qué eres!

Pasamos por las casas de los miembros ricos del consejo a la derecha, según
Arabella, cuando empezamos la tercera estrofa.

En el cielo azul oscuro te mantienes,

Mientras miras por mi ventana,

Y nunca cierras el ojo,

Hasta que el sol está en el cielo,

Brilla, brilla, pequeña estrella,

¡Cómo me pregunto qué eres!

No trataban de ocultar su riqueza. Las casas parecían enormes, incluso para


los estándares del Reino de los Sueños.

—Un miembro del consejo es elegido por su provincia para un mandato de


diez años. Viven en una de estas casas mientras prestan servicio —continuó
Arabella.

—¿Cómo sabes tanto sobre ellos? —pregunté.

—Mi padre es miembro del consejo —Me resistí a morderme el labio.

Nos acercamos a un edificio de forma esférica. El agua burbujeaba desde la


parte superior, cayendo en cascada hasta una zanja alrededor de la base.

—¡Es muy bonito!

Habíamos llegado a la mitad del camino cuando el agua se detuvo de


repente y las llamas salieron disparadas, envolviéndolo.
Grité. Las demás se rieron.

Sonriendo ampliamente, Arabella informó—: Es el edificio del Consejo,


donde se ocupan de todos sus asuntos. El exterior cambia entre las siete
afinidades. No te preocupes, al interior no le pasa nada.

Nos quedamos observando hasta que los cristales de hielo apagaron la llama.
Sacudí la cabeza, todavía maravillada.

En la base de la colina, llegamos a un sendero arbolado que discurría a


ambos lados de una calle acuática. En los lugares donde el río atravesaba la capital,
había sido domesticado para que cumpliera las órdenes del pueblo. Los barcos
llevaban a la gente a los destinos que buscaban. Una miríada de pintorescos
puentes conectaba las dos orillas. Al pasar, vi a un par de trabajadores que
podaban y daban forma al abundante follaje. Seguimos el camino hasta el muelle
de los taxis acuáticos y subimos a una embarcación que nos esperaba.

—Al distrito de Clothier, por favor —dijo Hulda.

—Muy bien —El hechicero del agua movió la cabeza y pronto nos alejamos
de la orilla.

Lo que habían sido unos pocos taxis acuáticos pronto se convirtió en más
de una docena a medida que la calle acuática se ensanchaba. El gentío en tierra
se hizo más denso cuando pasamos por una serie de cafés con mesas llenas que
se extendían por el camino. La gente charlaba con un café. Varios disfrutaron de
un desayuno tardío. Los olores más increíbles —canela, nuez moscada, pasteles—
mi nariz los saboreó todos. Se me escapó un ‘Umm’.

Arabella se rio.

—Podemos almorzar aquí después de que encuentres lo que buscas.


Hablando de ello, ¿qué piensas comprar?

—Unos cuantos vestidos casuales.

—Y algunas cosas ‘’bonitas’’ —Hulda enarcó las cejas. Me sonrojé.

Haylan soltó una risita. Tuvo el buen tino de taparse la boca, pero no antes
de eliminar cualquier duda sobre lo que Hulda pudiera querer decir.

Traidora.

Myla y Arabella se unieron a la diversión, a costa mía. Me mordí la lengua.


Defenderme sólo las animaría más. Dejamos atrás los cafés y pronto vimos a una
malabarista en la orilla. La mujer logró hacer seis pelotas a la vez. Al menos creo
haber contado seis. No mucho después, nos encontramos con alguien que
respiraba fuego. Realmente impresionante. Myla apagó mi entusiasmo
recordándome—: El fuego no puede hacerle daño. Es su afinidad.

Oh. Sí, claro. Pero seguía asombrándome.

Llegamos al distrito de los Artistas y los sitios en ambas orillas me


fascinaron. Una mujer tallaba un altairn de un bloque de hielo usando sólo su
magia. Una multitud se había reunido a su alrededor y me esforcé por ver
mientras pasaba nuestro taxi.

A continuación, nos encontramos con un mago del agua que hacía uso de
su arte, haciendo aparecer una fuente donde no existía, y luego formando una
variedad de animales en sus tentáculos de agua. Más adelante, un cuentacuentos,
según Myla, se dedicó a narrar historias. A juzgar por la atención del público,
debía de ser bueno. Y más allá, una hechicera de fuego calcinó un lienzo,
marcando su interpretación del edificio teatral de Veritas en negros y grises. La
gente que pasaba por allí echaba dinero en un sombrero que había junto a sus
pies.

—Tenemos que llevarte a una obra de teatro uno de estos soles —declaró
Haylan. Mi cara se iluminó.

—¡Oh, me encantaría! —Fue todo lo que pude decir para no aplaudir.

El barrio de los Artistas bordeaba el de los pañeros. Pagamos al capitán y


desembarcamos. Arabella y Myla se separaron para hacer sus propias compras
después de acordar reunirse de nuevo a una hora determinada.

—Sólo un corto paseo hasta la tienda de vestidos de Madam Catherine —


dijo Hulda, así que las tres nos dirigimos hacia allí.

—¡Tiene tanto talento! —Haylan rezumó.

—Sí, aunque no esté bendecida por el Cañón —añadió Hulda.

Arrugué la frente.

—Lo que Hulda quiere decir es que Madam Catherine no es una hechicera
—explicó Haylan.

—Creía que...

—No todos lo son —explicó Haylan—. Aquí en la capital, la mayoría de la


gente es mágica porque es un centro de entrenamiento para muchas de las
afinidades. Pero fuera de la capital, encontrarás que las cosas son diferentes. Los
comerciantes que visitaremos son casi todos sin magia.
—Ya veo —No estaba segura de qué más decir—. ¿Hay alguna razón por la
que me estás contando esto?

Hulda continuó el relato—: El emperador Altairn conquistó las naciones


circundantes para construir una barrera protectora de provincias alrededor de
Elementis. Antes de eso, nuestros vecinos no dejaban de atacarnos. Aunque dio
a los que conquistó avances como agua corriente y demás, es una paz delicada.
Estos comerciantes sólo vinieron después de eso. Algunos todavía guardan
rencor. De ahí que padre, si fuera él, pudiera aprovechar los disturbios y hacerlos
parecer ataques de rebeldes.

—Nuestras vidas son mejores gracias a estas nuevas provincias. Pero no


todos están de acuerdo. La emperatriz Rasa ha estado haciendo todo lo posible
para mantener la paz —dijo Haylan.

—Sin embargo, Madam Catherine bien podría ser una hechicera cuando se
trata de la confección de vestidos —comentó Hulda—. Es brillante. Todas las
concejalas y las esposas de los concejales acuden a ella. Al menos eso es lo que
afirma Arabella. Y no tengo razones para dudar.

—Suena cara.

Hulda levantó una mano.

—No te preocupes. Los sanadores tenemos una relación con ella desde que
salvamos la vida de su hijo hace tiempo.

—Aquí estamos —dijo Haylan.

Miré el escaparate. Una de las modelos rotativas llevaba un precioso vestido


rojo con escote pronunciado. La otra llevaba un vestido blanco con volantes.
Nunca había visto uno tan corto. Me sonrojé con sólo mirarlo. Hulda me guiñó
un ojo. Con no poco temor, las seguí al interior.

No tenía por qué preocuparme. Madam Catherine se mostró efervescente


y con un gran sentido de las delicias de sus clientes. Mi petición de tres vestidos
informales pareció una tarea sencilla para ella y sus chicas. Rápidamente
localizaron un material que me encantaba; mi favorito, un estampado rosa
brillante y dorado que, según Haylan, hacía brillar mi pelo. La mujer hizo un
boceto de los estilos que prometió que harían que las lenguas se movieran en el
buen sentido.

Hulda se alimentaba de la personalidad burbujeante de la mujer y, entre las


dos, no había tenido ninguna posibilidad de rechazar su sugerencia de comprar
un cambio más bonito. Esperé que Haylan fuera la voz de la razón. Ella demostró
todo lo contrario. Se reía. Se alegraba de la siguiente tela bonita que se presentaba.
Sí, una gran ayuda. ¿Ella creía que Kovis y yo debíamos estar juntos?

Catherine prometió que su creación terminada sería una que cierto príncipe
‘’disfrutaría’’. Casi me pierden con eso. No quería saber cómo Madam Catherine
sabría esa información escandalosa y me faltaba el valor para preguntar. Pero la
emoción me llenó cuando salimos de la tienda con la promesa de que todo estaría
entregado para el final de la próxima noche. Había superado algunas de mis
inhibiciones. Ya veríamos lo que pasaba entre cierta persona y yo, como
resultado.

—Tú también necesitas unos zapatos —dijo Hulda. Se había portado muy
bien ayudándome a gastar dinero. Me reí.

Mi acuerdo nos hizo recorrer los establecimientos de calzado poco después.


Descubrí que me encantaba el olor del cuero. Pero cuando salimos del tercer
local, algo peor que sucio asaltó mi nariz.

—¿Qué es eso?

—Una curtiduría —Hulda señaló un edificio alejado de la calle principal.

Me abaniqué la mano delante de la nariz. El hedor hacía que me lloraran


los ojos. Sin embargo, nadie más parecía tener mi problema. Y fue entonces
cuando lo vi: una criatura parecida a un lobo al acecho. Apenas pude contener
un grito.

La criatura se transformó en una mujer, con los puños en las caderas,


frunciendo el ceño ante un hombre que dormía en un banco frente a una tienda
de curiosidades. Al parecer, se había quedado dormido esperando a su mujer y
parecía que la temía más. El espectáculo habría sido divertido si no fuera tan
horripilante. El hombre soltó un chillido cuando su esposa imaginaria le señaló
y saludó animadamente como si como si se burlara de él por su pereza. Se
despertó sobresaltado y miró frenéticamente a su alrededor. Al no ver el objeto
de su miedo, se pasó la palma de la mano por la cara y respiró profundo.

La yegua volvió a adoptar su forma de lobo y siguió adelante, con la nariz


pegada al suelo. No era una yegua salvaje. Era una de papá. Entrenada. Obediente.
Nadie más que yo la había visto. Nadie más que yo poseía la vista de los sueños.

—Basta de compras. Vamos a comer, ¡me muero de hambre! —Mi exceso


de entusiasmo frunció las cejas de mis compañeras, pero no me importó. Tenía
que salir de aquí. A toda prisa.

—Pero no has encontrado zapatos —dijo Hulda.


—No pasa nada. Estoy más hambrienta de comida que hambrienta de moda.

Hulda y Haylan se encogieron de hombros, pero me siguieron mientras yo


ponía un ritmo rápido de vuelta al muelle de los taxis acuáticos. Mientras la
yegua se dirigía en dirección contraria, yo no dejaba de mirar por encima del
hombro. Se habría abalanzado si me hubiera detectado. De alguna manera, ese
pensamiento no calmó mi corazón acelerado.

Encontramos a Arabella y Myla fuera del restaurante que habíamos


designado como lugar de encuentro. A juzgar por sus paquetes, sus compras
habían sido igualmente productivas. Durante la comida, eché un vistazo a la zona.
Haylan se dio cuenta, pero no hizo ningún comentario. Suspiré con alivio cuando
Arabella sugirió que le dolían los pies.

—Volveré contigo —me ofrecí.Pero el instinto de manada hizo acto de


presencia y los demás decidieron volver también.
Varios soles más tarde, entré en el casi desierto patio de entrenamiento
después de terminar mis tareas de aprendiz y cambiarme. Mientras mi estómago
hambriento se quejaba, alguien había dicho que Kovis estaba aquí, entrenando.
Qué mejor momento para atraparlo sin una multitud de curiosos.

No había vuelto desde el Incidente de la Arena. Pero ver a esa yegua en la


ciudad me había provocado. Sólo sería cuestión de tiempo que tuviera que luchar
contra esa cosa. Y no sabía nada sobre cómo defenderme. En el Reino de los
Sueños, la gente creía que una princesa no necesitaba saber cosas tan vulgares y
bárbaras.

Kovis salió de una de las fosas, secándose el sudor con una toalla. Parecía
que acababa de terminar un combate. Me vio y me hizo un gesto para que me
acercara.

Saludé con la cabeza a Allard y a otro guardia uniformado cuando pasé.

—He decidido averiguar qué otros poderes puedo tener.

Kovis no había presionado, incluso después de que le hablara de la yegua.


Creo que sabía que me enfrentaría a él si lo hacía. Y tenía razón. Si hubiera
insistido, me habría atrincherado, sólo porque él lo quería.

No tenía ni idea de lo mucho que apreciaba que me permitiera elegir.

—En realidad es un momento perfecto —Miró a su alrededor—.


Comprenderás que me gustaría que tus poderes fueran conocidos por el menor
número posible de personas.

—En realidad, yo también preferiría eso.

—También me gustaría mantener nuestra relación en secreto. Lo entiendes.

Nuestra relación. ¿Acaba de decir eso? Asentí con la cabeza a pesar de no


entender. ¿Se avergonzaba de mí? La idea me dolió.

Kovis sonrió, y luego, bajando el lazo, explicó: ¿Avergonzado de ti?


Difícilmente. Cuanta más gente nos vea juntos, en más peligro te pongo. Como
mencionó Rasa con tanta inquina, el Consejo me teme. Lo último que quiero es
llamar su atención sobre ti.
—Oh. Cierto.

—Y por eso, creo que lo mejor es que otra persona trabaje contigo —Intenté
no sentirme decepcionada. Realmente lo hice. Pero fracasé.

—Pero no es cualquiera. Me gustaría que trabajaras con la única otra persona


a la que le confío mi vida. —dijo Kovis. A regañadientes, asentí—. Con el Príncipe
Kennan.

Jadeé.

—¡No! Por favor, no —Me había reducido a la mendicidad en un mero latido


de corazón.

Kovis frunció el ceño ante mi comportamiento infantil. Verdaderamente


una princesa bajó el vínculo.

La cabeza de Kennan apareció por el borde del pozo. Había encontrado al


combatiente de Kovis. Le saqué la lengua a Kovis.

Encantador, añadió, sin gracia.

Kennan se rio de mi gesto y se unió a nosotros por encima de mi protesta.


Se pasó una toalla húmeda por el hombro desnudo.

No puede ser. Se me revolvió el estómago. Luché contra el impulso de


correr. No me importaba. No lo había visto desde... Me sentía completamente
impotente. Kovis no tenía ni idea.

—¡Ah! —El grito se elevó desde una fosa cercano donde dos hechiceros se
enfrentaban.

Me abracé a mí misma, intentando, sin éxito, dejar de temblar. Era un


desastre. No podía hacer esto. Una expresión de dolor apareció en el rostro de
Kennan, pero se desvaneció en un instante. Kovis no lo vio. ¿Qué esperaba
Kennan? ¿Que yo me acercara a él? ¿Después de lo que había permitido?

Kennan trató de aligerar el ambiente.

—Debo decir que no todos los soles termino entrenando y perfeccionando


las habilidades de alguien acusado de un delito capital, y mucho menos de quien
me atacó con una maceta. De hecho, es la primera vez.

No me interesaba su jocosidad.

—Bueno, entonces, te dejo con ello —Kovis se excusó y fue a unirse al par
de hechiceros que combatían cerca.
Quería rogarle que se quedara. Pero eso habría sido humillante. Tendría que
madurar. Pero no tenía que agradarme. O Kovis. Porque no me agradaba, ni un
poco.

Apreté la mandíbula, crucé los brazos y miré fijamente a Kennan.


Físicamente, él y Kovis tenían la misma complexión: brazos musculosos, pechos
firmes, todo el paquete, idéntico en todos los sentidos excepto en sus tatuajes y
sus ojos.

—Como príncipe, podría ordenarte que trabajaras conmigo, pero no te


obligaré.

Fruncí el ceño.

—Antes no tenías problemas para coaccionarme —Captó la mordacidad de


mis palabras.

Me miró fijamente y puso las manos en las caderas.

—Como Comandante de la Guardia y la Inquisición, soy responsable de


extraer toda la información relevante y necesaria de los sospechosos utilizando
cualquier medio necesario para la seguridad de este imperio. Nada hace que un
prisionero esté más dispuesto a hablar que...

—¿Abusar de ellos? —Escupo.

La tinta de su tatuaje cambió a rojo.

—Te tratamos como a cualquier otro prisionero, según las normas.


Desprecio esa parte de mis deberes, pero no me disculparé. Hay vidas que
dependen de ello.

—Tu libro necesita ser reescrito. ¡Me sacaste de las suites de los sanadores!

—¡Porque no quisiste cooperar! ¡No sabía quién eras, cómo habías entrado
en las habitaciones de mi hermano, ni lo que planeabas hacerle! ¡Es el príncipe
heredero, por piedad! A la luz del ataque rebelde a Aire, ¡necesitaba respuestas!
—Me miró fijamente, con fuego en los ojos.

Yo le devolví la mirada.

Había confesado, pero no me había creído. Sabía que no lo haría. Respiré


profundo y lo solté muy despacio. No había tenido tiempo de inventar una
historia que él creyera.

Diablos, no había sabido si saldría viva de la transición. Ni una sola vez


había pensado que mi llegada sería considerada una amenaza. Había sido ciega.
Así que eso, y un reglamento mal concebido, habían dado lugar a mi tratamiento.
No podía perdonar el abuso que había consentido. Parecía que no comprendía el
hecho de que no todas las reglas debían ser obedecidas. Tenía mucho que decir
al respecto. Además de incinerar ese maldito libro de reglas y sustituir a la
mayoría de esos guardias. Por mucho que odiara admitirlo, lo entendía. Y me
tranquilicé.

—Como he dicho, me gustaría que trabajaras conmigo, de buena gana.


Probablemente las cosas irán mejor así.

—Bien —Todavía no me gustaba mi príncipe, pero no iba a socavar los


planes de Kovis. Él tenía nuestro mejor interés en el corazón.

El sol se había puesto, y con él, la temperatura bajó. Me froté los brazos
para entrar en calor. Una plétora de antorchas se encendió por sí sola, mientras
bajábamos las escaleras hacia el foso.

Miré a mi alrededor.

Kennan notó mi expresión de curiosidad y dijo—: Soy un portador de


fuego.

—Ah, claro.

Nos detuvimos en el centro de la fosa.

—¿Cuánto sabes de tus poderes?

—No mucho.

—Creo que primero tenemos que descubrir todo lo que puedes hacer para
saber cuál es la mejor manera de trabajar contigo. Tienes una buena relación con
el viento. Esa tormenta de arena y... —Se frotó el lado de la cabeza donde le había
golpeado con la maceta, y sonrió— ¿Algo más?

Me encogí de hombros. Sabía que había dominado al par de guardias, pero


dudaba que pensara que era una afinidad mía, sobre todo porque había llevado
esas esposas en ese momento. Kovis lo sabía, pero no me fiaba de Kennan.

Me quedaría callada.

—Quiero que intentes mezclarte con todos los poderes que te lance. Mezclar
en lugar de bloquear.

—Eso suena siniestro.


—Mezclar significa que puedes manipular un poder. Con el entrenamiento,
puedes manejar la afinidad con eficacia. Bloquear significa que sólo puedes evitar
temporalmente que te haga daño.

—Entonces, si puedo mezclar, tengo esa afinidad —aclaré.

—Exactamente.

Nos separamos, dirigiéndonos cada uno al vértice de nuestro lado del óvalo.

—Empezaré con el fuego. Cuando te lance una llama, intenta mezclarte con
ella.

—Pero ¿cómo?

—Imagínate atrapando mi llama y atrayéndola hacia ti. ¿Lista?

¿Como si yo debiera saber cómo atrapar el fuego? Se me puso la piel de


gallina. Me iba a quemar.

Antes de que me sintiera preparada, una enorme llama se abalanzó sobre


mí y me lamió.

—¡Ah! —grité. ¿Estaba loco? ¿Qué ha hecho...?

Levanté un muro de arena. Su llama ya no pudo alcanzarme.

—No es un mal primer intento. Has bloqueado. Esta vez concéntrate en


llevarla hacia ti. Convertirte en uno con mi llama.

—¡Pero me quemará!

—No si eres una portadora de fuego.

—¿Y si no lo soy?

—Haremos que un curandero te ponga como nueva —Actuó como si no


fuera gran cosa. ¡Estaba loco! Su llama se dirigió hacia mí.

Sabía que me iba a quemar. Pero cuando se apagó, me llevé una mano a la
boca. Kennan aplaudió. Un bulto de cristal alto e irregular se encontraba en el
centro de la fosa. Me acerqué para inspeccionar. Desigual. Claro. Sólido.

—¿Cómo lo has hecho? —Kennan caminó alrededor, estudiándolo.

—No lo sé.

Negó con la cabeza.


—¿Qué deberíamos hacer con él? —Pregunté.

—Vayamos a otro pozo. Le haré saber a Cadby que está aquí.

Y así lo hicimos.

Kovis y los otros dos hechiceros seguían luchando. En la siguiente fosa,


Kennan formó una espada de la nada y me la lanzó. La bloqueé con una tormenta
de arena. Pero absorber un arma completamente formada me dejó perpleja. No
pude averiguar cómo atraerla hacia mí sin empalarme, sin importar lo que
intentara.

—Probemos otra afinidad —sugirió Kennan.

Asentí, jadeando.

—Para esto, necesitamos un poco de ayuda.

Seguí a Kennan por las escaleras y hacia el foso ocupado. Miré a Kovis justo
cuando enviaba una lanza de hielo a uno de sus compañeros.

—¡Hermano! —La llamada de Kennan detuvo el combate, y los tres


hechiceros levantaron la vista—. Necesito un poco de ayuda imparcial para poner
a prueba a esta hechicera recién manifestada.

Oh, vaya. Mi estómago retumbó al ver a los tres. Aunque el hambre me


incomodó, no fue eso lo que lo provocó.

Bajamos los escalones y me encontré como un ratón rodeado de cuatro


leones: cuatro leones muy desnudos, muy musculosos, muy brillantes y con el
pecho tatuado.

—Koal, Landon, esta es Ali —Kovis me presentó—. ¿Te acuerdas de su


tormenta de arena?

El par sonrió.

—Koal, necesito que la pruebes contra Agua —dijo Kennan.

—Un placer —Inclinó la cabeza.

Landon, Kennan y Kovis se dirigieron a las escaleras para observar desde


arriba. Todavía admiraba el trasero de Kovis cuando una ráfaga de agua golpeó
el mío.

—¡Oye! Dale una oportunidad a una chica.

Koal me guiñó un ojo. Atrapada.


El trío miró hacia abajo, con las cejas fruncidas, habiéndose perdido los
acontecimientos. Me aparté el pelo chorreante, ignorando el frío, y me dirigí al
vértice del óvalo.

—¿Lista? —preguntó el brujo. Asentí con la cabeza.

Koal me dirigió una palma de la mano abierta, y un torrente de agua salió


disparado. Lancé un muro de arena, deteniendo el agua en el centro del pozo. Un
extraño montículo de arena húmeda evidenció mi éxito cuando se detuvo.

—Ahora intenta mezclar, Ali —me dijo Kennan.

—Otra vez —le dije a mi compañero. Mezcla. Mezcla. Asumirlo.

Justo cuando Koal se soltó, giré y cambié la arena en una especie de tubo, y
me encontré con su torrente, atrapando el agua. La arena húmeda cayó al suelo.
Koal redirigió su flujo, pero mi tubo de arena lo siguió y lo atrapó también. Cada
vez caía más arena húmeda. Se formó un estanque para cuando Koal cortó su
torrente.

—¿Cedes? —Me burlé.

El trío de espectadores soltó una carcajada. Koal sonrió mientras se


levantaba una espesa niebla. Él también tenía magia de aire.

Un instante después, una niebla envolvió al hechicero. Un torrente de agua


me lanzó y volé hacia atrás, comiendo arena al aterrizar. Mientras la nube crecía,
Koal seguía moviéndose y atrapándome mientras cambiaba la dirección de su
torrente. No podía predecir de dónde vendría el siguiente torrente y no podía
mezclarme con él. Perdí la cuenta del número de veces que escupí arena.

¡Kovis! ¿Qué hago? No hubo respuesta. El vínculo permaneció en silencio.


Me había bloqueado. Tendría que mantenerme con mis propios pies. Golpearlo.

El siguiente torrente me golpeó. Pero me negué a rendirme. Gracias a los


dioses, se me ocurrió una idea mientras me sonaba la arena de la nariz.

Dejé caer mi embudo de arena y me desplacé varios metros, permaneciendo


en silencio. No sabría mi ubicación si no me delataba. Había convertido su niebla
en un obstáculo para él. Y un beneficio para mí. Al menos esperaba que
funcionara.

Hundí las manos en la arena. Arenas movedizas.

Myla me había hablado de ello cuando había regado accidentalmente el


suelo margoso. Si podía hacer vibrar esa arena húmeda, podría volverse como
un líquido. Mis vientos también podrían hacerlo, pero ¿podría dirigirlos bajo
tierra? Lo intentaría. A duras penas evadí otro de los torrentes de Koal mientras
ponía en marcha mi plan.

—¡Ah! ¿Qué es esto? ¡Me rindo! ¡Sácame de aquí! —El grito llegó poco
después. La niebla se despejó rápidamente, y todos nos reímos al ver a un Koal
ceñudo, metido hasta las rodillas en las arenas movedizas.

—¡Bien hecho, Ali! —alabaron Kennan y Kovis, al unísono. Sí, gemelos.

Koal perdió un zapato mientras lo sacaban, lo que nos hizo reír aún más.
No tenía ganas de ir a buscarlo, aunque se lo pedí entre risas.

Me había mezclado con el agua y superado a un maestro hechicero. Koal


nunca se había encontrado con alguien con mis habilidades. Esa yegua desearía
no haberse enredado nunca conmigo, tampoco.

—Eso deja a hielo, tierra y madera —dijo Kennan.

—Creía que tierra y madera me convertían en una sanadora.

—Lo hacen. Los sanadores son siempre una combinación de los dos. Pero
hay hechiceros que manejan sólo tierra o sólo madera, o tierra con otra afinidad,
y así sucesivamente. Pueden ser muy eficaces en el combate. Sabemos que los
tienes, sólo tenemos que ver cuán fuertes son para ti.

—Oh.

Kennan se rio y continuó—: Quería un probador imparcial, pero eres la


única opción que tenemos para el hielo, hermano.

—¿Quién dice que no puedo ser imparcial? —Los tres levantaron las cejas.
Alto. Kovis levantó los brazos en señal de rendición—. De acuerdo, bien —Sonrió
ampliamente. Me encantaba esa mirada suya.

Pero cuando Kennan y los otros dos se dirigieron de nuevo a las escaleras,
me quedé helada. Era el hechicero más fuerte que el imperio había conocido. Mi
corazón se aceleró. Y él lo sabía. Su sonrisa lo confirmó.

—¿Lista? —preguntó.

Intenté ralentizar la respiración mientras asentía.

Kovis congeló el agua que saturaba la arena y dio un paso hacia mí. Luego
otro.

¡Oh, dioses! ¡Oh, Dioses! Se me echaría encima en un santiamén. Mi mente


daba vueltas, pero no tenía ningún plan. Nada. No podía respirar. ¡Duerme!
Kovis tropezó. Su sonrisa se desvaneció. Y cayó, de bruces, sobre la arena
helada. Me llevé las manos a la boca.

—¿Qué he hecho? —Chillé.

—¡Hermano!

Kennan y los demás bajaron corriendo las escaleras, con los ojos muy
abiertos.

—¡Hermano!

No me moví. No podía.

Kennan sacudió el hombro de Kovis sin ningún efecto, y luego me miró.

—¿Qué le has hecho? —gruñó.

—¡Lo siento!

Tenía que salir de allí. Subí corriendo las escaleras.

—¡Deténganla! —Kennan gritó.

Allard bloqueó mi camino. Intenté correr alrededor de él, pero el otro


guardia convergió y sujetó mis hombros con firmeza. No iba a ir a ninguna parte.

—¿Qué quieres que hagamos con ella, mi príncipe?

—Llévenla a mi despacho —dijo Kennan, sin humor en su voz.

¿Qué había hecho? Las escenas de mi encarcelamiento pasaron por mi


mente.
¿Se repetirían las cosas con Kovis fuera de combate? El pánico aumentó y
luché por respirar. Necesitaba distraerme.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté al otro guardia mientras pasábamos por


los vestuarios y subíamos un tramo de escaleras.

—Cedric, señora.

¡Ah! El enamorado de Hulda. Muy bonito. Pero no tan apuesto como Kovis.

La distracción no funcionó cuando llegamos al rellano y giramos a la


izquierda, deteniéndonos en la segunda puerta. Se me retorció el estómago
cuando me hizo entrar. Allard encendió dos lámparas con sus llamas, y luego él
y su homólogo se colocaron detrás de mí, bloqueando cualquier noción de escape.
No me habían dicho que me sentara, así que me acerqué a la ventana y me detuve
ante una pequeña estantería cargada de libros y pilas de papeles. Las luces
parpadeantes delineaban las cuatro fosas que se extendían por debajo.

El pelo corto y castaño de Jathan y su bata verde desaparecieron por los


escalones de uno de ellos, no mucho después. No tenía ni idea de cómo verían
Kennan y los demás lo que había hecho a Kovis. ¿Atacado? ¿Mejorado?

Esos espeluznantes guardias se habían despertado, al parecer, cuando el sol


alcanzaba su punto álgido. Pero no tenía ni idea de cuánto tiempo podría estar
Kovis fuera. Había entrado en pánico. No sabía cuánto lo había dormido.

Sabía que no lo había matado porque lo percibía a través del vínculo. ¡Kovis!
¡Despierta! Lo intenté, una y otra vez. Pero no respondió.

Me estremecí y me pasé las manos por los brazos con la piel de gallina,
tratando de calmar mi mente agitada y de infundir calor a mis miembros. No
había actividad ni sonidos procedentes de la fosa. Este desconocimiento me
volvía loca. Me mordí el labio, luego di un paso atrás y me apoyé en el escritorio.
Me aseguré de no perturbar la pila de papeles.

Varios latidos después, un movimiento llamó mi atención. Me levanté y


tomé un libro que estaba encima de la estantería, abrazándolo. Koal y Landon
aparecieron en lo alto de la escalera, sosteniendo a un Kovis de cabeza colgando
entre ellos. Sus piernas se arrastraban. Jathan apareció detrás. Seguí su progreso
como pude. Probablemente lo llevarían a sus habitaciones.
Kennan observaba la procesión. Se pasó una mano por el pelo, luego
levantó la vista y me vio observando desde su ventana. No traté de esconderme.
Se dirigió hacia mí. Oí sus zapatos en las escaleras varios latidos después.

—¿Está bien? —Las palabras salieron de mi boca cuando entró.

Se había vuelto a poner la camiseta, pero aún llevaba los pantalones naranjas
de repuesto.

—No, gracias a ti —Kennan me miró a los ojos, frunciendo el ceño—. Jathan


no pudo encontrar nada malo en él. Dijo que sólo parecía estar en un sueño muy
profundo. Le echará un ojo. ¿Qué le has hecho?

Exhalé antes de responder—: Exactamente eso.

—¿Qué?

—Lo he dormido.

Los ojos de Kennan contenían una intensidad que me puso de los nervios.

—¿Qué? ¿Cómo es posible?

—A veces puedo dormir a la gente con un solo pensamiento —Hizo una


doble toma.

—¿Tú? —Asentí con la cabeza, haciendo una mueca de dolor. Observé cómo
su mente unía las piezas—. ¿Como mis guardias?

—Sí. Iban a hacerme daño. No entiendo qué pasó. Sólo deseaba que se
durmieran, y lo hicieron.

Arrugó la frente.

—¿Y el príncipe? ¿Iba a hacerte daño?

—¡Es el hechicero más poderoso del imperio! No sabía lo que me iba a hacer.
Me quedé helada —Una pequeña sonrisa asomó por un lado de su boca.

—Estaba probando cualquier afinidad con el hielo que pudieras tener, y te


congelaste —Me reí. Sí que sonaba gracioso cuando lo decía así—. No tenía ni idea
de que fuera posible. Pero lo vi con mis propios ojos —Agitó los brazos—. En un
momento dado se acercó a ti y al siguiente se desmayó. Nunca le pusiste una
mano encima. ¿Cómo?

—No lo sé. No funciona siempre —Kennan se paseó, sacudiendo la cabeza—


. No es que lo haya planeado. Me sentí amenazada. Fue un reflejo.
Kennan se rio con ganas y empezó a aplaudir.

—Tú, una pequeña resbaladiza, acabas de derribar al hechicero más


poderoso del imperio con sólo un pensamiento. Es una locura —Sacudió la
cabeza—. ¡Eres increíble! Manejas cinco afinidades más lo que sea este... ¡este
poder! ¡Por el Cañón! Y todavía no sabemos nada de hielo. ¡Eres la hechicera más
poderosa que ha conocido este imperio! ¿Qué nos ha enviado el Cañón?

No estaba de acuerdo con su lista de mis poderes, ni con su origen, pero no


lo corregí. Yo misma no lo sabía.

—Parece que mi hermano no corre peligro —dijo Kennan—. No te


enfrentarás a cargos.

¡No me enviaría de nuevo a la cárcel! Mis hombros se relajaron.

—¿Qué tal si vamos a comer algo?

Kennan y yo habíamos avanzado, pero eso no significaba que quisiera pasar


más tiempo con él. No después de lo que había permitido.

Al ver mi vacilación, dijo—: Quiero aclarar las cosas entre nosotros. Me


gustaría enseñarte algo.

Dudé. Pero vi sinceridad en sus ojos.

—¿Te importa lo que pienso de ti?

Desvió la mirada.

—Como he dicho, interrogar a los prisioneros es la parte menos favorita de


mis responsabilidades, pero me corresponde y teniendo en cuenta lo que podría
pasar si no obtengo respuestas, lo hago. Mi trabajo protege este imperio y a mi
familia.

Lo entendía, pero no lo hacía. No me molestó el objetivo. Lo que me


molestaba era cómo lo alcanzaba. Las cosas tenían que cambiar. La conveniencia
nunca justificaría el abuso. No para mí. Pero ahora no era el momento de discutir
mis sentimientos.

—¿A dónde? —Dije—. La cocina ya está cerrada.

—Seguro que sí, a no ser que seas un príncipe —Enarcó las cejas.

Kennan me indicó que bajara las escaleras. Aproveché el baño de mujeres,


me enjuagué rápidamente y me cambié. Tendría que servir. Me bañaría después
de comer. Al menos estaba más caliente.
Al reunirme con Kennan y los guardias, pregunté—: ¿Han encontrado
alguna pista sobre el ataque? —Kennan seguía con la cara de piedra—. Supongo
que no debería haber preguntado. Probablemente sea un secreto a voces y todo
eso.

Una comisura de la boca se elevó.

Caminamos en silencio. Pero percibí que quería hablar.

—¿Qué es?

—¿Qué pasa con ustedes dos?

Mi estómago se tensó. No era la pregunta que esperaba.

—¿Qué te ha dicho tu hermano?

—Nada.

—Entonces, ¿por qué me preguntas a mí?

—Soy su gemelo. Puede que me haya adelantado al mundo por varios


latidos, pero podemos terminar las frases del otro, sabemos lo que el otro está
pensando. Desarrollamos nuestro propio lenguaje cuando éramos pequeños.
Volvía locas a nuestras niñeras. Lo conozco tan bien como a mí mismo. La forma
en que te mira y el hecho de que no haya dicho nada sobre ti me dicen que
definitivamente hay algo ahí. Así que preguntaré de nuevo, ¿qué pasa con
ustedes dos?

—Mi abuelo es un gemelo —ofrecí, esperando cambiar de tema.

—Interesante. Pero no has respondido a mi pregunta.

Debería haberlo sabido. Después de todo, interrogaba a la gente con


regularidad.

—¿Cómo me mira exactamente?

—No lo sé. De forma diferente —Me dio un vuelco el corazón—. Pero sigues
sin responder a mi pregunta.

—Sinceramente, no estoy segura.

Kennan asintió.

¿Qué se supone que significa eso? Lo seguí mientras el príncipe se dirigía


al pasillo que separaba su suite de la de su hermano.
—Buenas noches, mi príncipe —saludó Bryce, en posición de firmes frente
a la puerta de Kovis junto con otro guardia que no había visto antes.

Bryce agachó la cabeza al verme. Yo sacudí la mía. Kennan no se perdió


nada. Sonrió. Sí, frecuentaba las habitaciones de Kovis. Pero no me necesitaría
hasta mañana por la noche. Le había dado una mayor dosis de sueño que nunca.
Había querido que lo probara. Bueno... ten cuidado con lo que deseas. Sólo me
preguntaba por qué mis resultados variaban tanto y cuándo se despertaría.

—Allard, retoma tu puesto.

—Sí, mi príncipe.

—Cedric, por favor, tráenos a la dama y a mí algo de comer.

—Enseguida, mi príncipe.

Seguí a Kennan adentro.

La vid estaría ocupada. Primero Kovis y luego Kennan. Hice mis rondas. O
eso es lo que pensaban. Me reí para mis adentros. Dejé que hablaran. ¿Quién dijo
que los hombres no podían ser excelentes cotillas?

Pero al entrar en las habitaciones de Kennan, me detuve.

Kovis nunca había soñado con ellas, habría recordado. Libros, cuadros,
caballetes e instrumentos musicales abarrotaban casi todas las superficies.

Sin duda, el desorden volvía loco a Kovis.

—Perdona mi organización —dijo Kennan—. Prefiero un aspecto ‘’vivido’’.


Más cómodo —Despejó tres cuadros de la larga mesa del comedor, y luego pasó
a reubicar varios libros del sofá cerca de la oscura chimenea—. Por favor —Invitó
con la palma de la mano abierta. Un fuego se encendió en el hogar. Su magia.

No quise sentarme.

—¿Por qué no tener a alguien que ayude con...?

—¿El desorden? No. Nunca encuentro nada.

Me reí mientras tomaba un lienzo y lo estudiaba. Representaba una fuente


cuadrada con flores abrazando tres de sus lados.

—Eso está en el Jardín de la Emperatriz.

—El jardín de tu madre.


—¿Mi hermano te habló de ella?

Asentí con la cabeza.

—Parece una mujer encantadora.

—Padre sostenía que la pintura, la literatura y las artes no tienen ningún


propósito práctico.

—No estás de acuerdo.

—Con el debido respeto, creo que muestran la amplitud de lo que el ser


humano es capaz.

Estudié varios cuadros más.

—Son muy buenos.

—Gracias. Encuentro la pintura, todo esto en realidad, salidas necesarias para


preservar mi humanidad. ¿El sol que te interrogué? Lo he pintado yo. —Señaló
un lienzo que representaba un desnudo rubio, con la cabeza echada hacia atrás y
la boca abierta. Había utilizado mucho rojo y negro brillante. No sabía qué decir.
Había estado en agonía y había sangrado profusamente. Él había sentido mi
tormento. Tormento que él había causado. ¿Cómo podía hacer eso y permanecer
cuerdo? ¿Salidas necesarias?

Era para reírse.

Un golpe en la puerta interrumpió nuestra conversación Los sirvientes


trajeron platos con un olor maravilloso, igual que para Kovis. Frente a la
creatividad expresada en esta sala, cada plato parecía su propia obra de arte.
Cuando volvimos a estar solos, nos sentamos a la mesa, Kennan a la cabeza y yo
a su derecha. No me había dado cuenta del hambre que tenía. Prácticamente
devoré la cena, lo que divirtió mucho a Kennan. Con el estómago lleno, los
cuadros me llamaron, de nuevo.

—¿Puedo?

—Por favor.

Hablamos mientras admiraba otros. Tenía un don para captar la esencia


cruda de un tema: la honestidad.

—Diseñé el tatuaje de mi hermano —dijo Kennan cuando finalmente me


senté en el sofá, junto a él.

Lo miré a los ojos.


—Fue el mayor honor de mi vida cuando me lo pidió. El tatuaje de un
hechicero declara el dominio sobre los poderes que tenemos el privilegio de
llevar. Diseñar su tatuaje fue... me honró de una manera que nadie había hecho
—Asentí, comprendiendo.

—Tienes un tatuaje.

—Lo tengo. Yo lo diseñé. Es un altairn fundido volando hacia el enemigo.

—Porque has dominado tus afinidades: El metal y el fuego —Kennan


asintió—. Lo he visto, pero ¿puedo verlo más de cerca?

Se sentó hacia delante y se desabrochó lentamente la camisa.

Aparté el calor que me llegaba a las mejillas cuando el diseño, en unos


pectorales firmes, emergió. Se abrió la camisa de par en par y la mantuvo ahí.

Los pensamientos caprichosos huyeron cuando el diseño me cautivó, su


tinta verde. Creía que la creatividad era la expresión de la persona, de quién era
por dentro. El mal no creaba una belleza como ésta. Esto era honesto.

Me resistí, pero no pude negarlo. Tal vez equivocado, pero Kennan era un
buen hombre. Lo vi.

Me acerqué. Qué detalle: las plumas del altairn eran llamas. Las flechas
atravesaban sus alas y la sangre corría por ellas. El cuerpo fundido del ave tenía
más heridas. Vulnerable. Rompible. Pero el pájaro era un luchador. La ferocidad
y el celo plasmados en sus ojos me lo decían. Se impondría.

—Sus ojos son tan expresivos. Y sus garras... son absolutamente hermosas
—dije, pasando un dedo por ellas.

No se inmutó.

—Gracias.

—Eres tú. Es como te ves a ti mismo, ¿no?

—Sí —Kennan dijo suavemente, y se movió en la silla.

—Conozco tu historia —Intenté tranquilizarlo. Kennan me llamó la


atención, como si observara si la verdad me asustaría—. Estoy tan rota como
todos ustedes —Me eché hacia atrás. La tinta de su tatuaje había cambiado a
amarillo.

—Tendré que creer en tu palabra. Mi hermano no me ha dicho nada sobre


ti.
—Tu tatuaje va cambiando de color. ¿Qué significan todos los colores?

—Probablemente puedes adivinar algunos, como el rojo.

—Pasión.

—O la ira. Cada color tiene significados positivos y negativos, en una gama


que va de lo débil a lo intenso.

—Tu tatuaje era verde.

—El verde positivo es armonía, equilibrio, paz, ese tipo de cosas.

—¿Y el negativo?

—Cualquier cosa, desde el aburrimiento hasta el enervamiento o la envidia.

—Ahora es amarillo —dije.

Sonrió.

—El amarillo es más emocional. El amarillo positivo es optimismo,


creatividad, amabilidad. El amarillo negativo es el miedo, la ansiedad, la
depresión, así.

Sonreí.

—¿Así que te deprime que esté aquí?

—Difícilmente —Se rio.

Continuó explicando los significados de varios colores más. Mientras me


explicaba, vi un laúd y le pregunté,

—Me encanta la música. ¿Podrías tocarme una canción?

Kennan sonrió, y me di cuenta de que le había hecho una demanda, a un


príncipe. No lo había hecho intencionadamente.

—Lo siento.

—No lo sientas. Hace una eternidad que nadie se interesa por mis placeres.

Tomó el laúd y tocó cada una de sus cuerdas varias veces, afinándolas. Una
vez satisfecho, cerró los ojos y comenzó a rasguear. Las notas se sucedieron
lentamente al principio, luego más rápido y con mayor pasión a medida que la
canción estallaba.
Las notas me llenaron el alma, nutriéndola, restaurándola. Mis hermanas
solían tocar instrumentos de cuerda, y la obra de Kennan las acercó a mí. Una
lágrima se soltó cuando terminó. Y me la enjugué.

Dejó el instrumento a un lado y se sentó, cruzando el tobillo con la rodilla.

—Mi falta de ambición política volvió loco a mi padre. Era mi único poder.

Podía entenderlo. Él también se había sentido impotente.

—El emperador que sólo piensa en términos de poder no tiene ninguna


utilidad para el arte, así que, para él, yo no tenía ningún valor. No podía hacer
nada bueno a sus ojos. Al final me espabilé y dejé de intentarlo. Me amenazó con
casarme, un novio con una novia de uno de los recién conquistados estados sin
magia. Me decía: Haz algo útil. Cría con los bárbaros. Tráeles cultura. Yo era el
último repuesto.

—Tú y Kovis —Las palabras se me escaparon.

Kennan arqueó una ceja.

—¿Te dijo que le llamaras así?

—En privado.

Sonrió.

—Entonces, por favor, llámame Kennan en privado —Asentí con la


cabeza—. Ahora, ¿qué estabas diciendo? ¿Kovis y yo...?

—Tú y Kovis son idénticos físicamente, bueno, excepto por los ojos, pero
no se parecen en nada, no en lo que importa.

Se inclinó hacia adelante.

—Eres muy perspicaz. Mi padre solía hacernos competir el uno contra el


otro. Lo odiábamos. Creo que trató de abrir una brecha entre nosotros por celos
de nuestra relación. A veces casi lo consiguió.

—Mis hermanas y yo somos cercanas —Éramos cercanas.

—¿Tienes hermanas?

—Doce y nueve hermanos.

—Vaya, una gran familia —Una punzada golpeó mi corazón—. Los echas de
menos.
—Lo hago —Exhalé. No podía hablar de ellos. Me pondría a llorar. Tenía
que cambiar de tema—. Bueno, se hace tarde. Gracias por la cena y por compartir
conmigo.

Este Kennan era tan diferente de la versión de la prisión, casi el hombre


que había visto de los sueños de Kovis. Aunque todavía tenía que hablar con él
sobre ese libro. Se puso de pie y dio un paso, cerrando la brecha entre nosotros,
luego tomó mi mano en la suya.

—De nada, Ali. Espero que veas que no soy el monstruo que creías —Sonreí
y miré nuestras manos—. Vuelve a entrenar conmigo —Me soltó y me acompañó
hasta la puerta.

—Me gustaría, gracias —dije mientras la abría.

Me di cuenta demasiado tarde de que no se había abotonado la camisa.


Bryce me llamó la atención y sonrió. Especulación confirmada, al menos en su
mente. ¡Argh!

Kennan se quedó en la puerta. Sentí sus ojos sobre mí hasta que me volví
hacia las escaleras.
Kovis me recibió en la puerta la noche siguiente. Sus ojos azules se clavaron
en los míos.

—Has probado tus poderes en mí —No era una pregunta. Su rostro no


revelaba nada. Era todo un hombre que vibraba con fuerza y poder.

Los guardias se movieron, más cerca. Había entrado directamente en su


guarida.

¡Oh, dioses! ¿En qué problema me había metido? El terror hizo que los
temblores recorrieran mi cuerpo. El pensamiento racional huyó.

—Lo siento... —me corté.

Me abracé a mí misma intentando controlar mis temblores.

—Atacar a un príncipe es un delito que se castiga con la cárcel.

Cerré los ojos y exhalé con fuerza mientras el alivio me invadía. La


comisura de la boca de Kovis se curvó.

—Bueno, Kennan no me ha metido en la cárcel —Me costó sacar las palabras


mientras mi mente volvía a conectar.

Los guardias se relajaron.

Kovis arqueó una ceja.

—Entra, Ali. Bryce, Ulric, vigilen que no nos molesten.

—Sí, mi príncipe —repitieron, sonriendo, no sé si por la broma o por lo que


creían que iba a pasar entre Kovis y yo a puerta cerrada. No me importaba. Mi
corazón por fin se calmó, volviendo a un ritmo regular.

Kovis me detuvo después de cerrar la puerta.

—¿Mi hermano te dijo que lo llamaras así?

—Tuvimos una agradable charla anoche y lo hizo, sí.

El pelo castaño de Kovis estaba aún húmedo, pero pulcramente peinado.


Llevaba una camisa azul medio. Como de costumbre, los botones superiores no
servían para nada. Se había arremangado las mangas. El pantalón azul marino
estampado abrazaba sus tonificados muslos.

Que el Cañón me bendiga. Envié el pensamiento por nuestro vínculo.

Se rio.

—¿De qué hablaron tú y Kennan?

—Sobre todo, de lo que le gusta y un poco de su relación —Nos sentamos,


yo en el sofá, él en la silla.

—Debe haber sido una conversación muy aburrida.

—En realidad, me pareció muy interesante al igual que a él.

—¿Debería estar celoso?

—No lo sé. Tal vez —Moví las cejas. Yo también podía jugar.

—Bueno, definitivamente voy a tener que hablar con ese hermano mío.
¿Qué más dijo?

—Que acabé con el mayor hechicero de este imperio con sólo un


pensamiento y que nadie ha hecho eso nunca.

Kovis sonrió y empezó a aplaudir.

Solté una risita.

—Kennan también aplaudió. Definitivamente son gemelos.

—Me alegro de que no hubiera muchos en el foso para verlo.

—¿Orgullo un poco magullado?

Se echó hacia atrás, sorprendido por mi descaro.

—Eres bastante irreverente.

—Es que te conozco.

—Sí, quizás demasiado bien —Me reí mientras él ponía los ojos en blanco.

—Kennan me contó cómo fue, o quizás más correctamente, cómo fui yo.
Puedo decirte que estaba fuera. No tenía ni idea de lo que había pasado. Recuerdo
que me dirigí hacia ti y lo siguiente fue que me desperté en mi cama sintiéndome
muy descansado.
—Me imaginé que no tenía ninguna posibilidad contra el hechicero más
poderoso del imperio. Me entró el pánico.

—Me desperté al mediodía —Me moví en mi asiento.

—No pudiste hacerlo aquí —dijo—. ¿Aprendiste algo?

—He estado pensando en ello, pero no lo he resuelto. Funcionó en la prisión


y en el patio de entrenamiento, pero no aquí. ¿Qué tienen en común esos lugares
que no tenga el tuyo?

—Bueno, mis habitaciones están considerablemente más limpias para


empezar, diría yo. La camarera siempre me mira mal cuando traigo mi suciedad.
Cree que no lo veo, pero no lo disimula bien.

— ¡Espera! Puedes estar en algo. La prisión tiene arena. En la esquina y


esparcida por el suelo. Y el patio de entrenamiento tiene arena. Mucha. Aquí sólo
tienes unas pocas plantas. ¿Podría ser realmente tan simple?

—Sin arena, no hay energía. Más arena, más energía —Kovis inclinó la
cabeza hacia adelante y hacia atrás, considerando.

—Hay una forma de averiguarlo —Sonrió—. Creo que a Kennan le


encantaría ofrecerse como voluntario para ser tu próximo sujeto de pruebas, ¿no
crees? Viendo que eludió sus responsabilidades y no te encarceló por atacar a un
miembro de la casa real.

Me reí.

— ¿Se lo vas a decir?

—Ni por asomo —Se rio con un tono profundo y seductor, y sentí un
cosquilleo en todo el cuerpo...

Sí, sentí un hormigueo. Me aparté un mechón de pelo detrás de la oreja. De


repente me pareció que estaba caliente.

—Kennan me ha dicho que has manifestado cinco afinidades hasta ahora,


además de este poder para dormir a la gente. Eso es increíble. Eres increíble.

Probablemente les digas eso a todas las chicas.

Me has pillado. Me descubriste. Sí, se lo digo a todas las chicas que tienen
cinco afinidades.

Me puse nerviosa.
—¿Y?

—Y creo que tienes que entrenar mucho para poder usarlas con eficacia. Si
juntas algunas o todas —sacudió la cabeza— Ali, serás imparable.

—Parece que voy a pasar mucho tiempo con Kennan.

—¿Debería preocuparme?

—Sólo si decides estarlo.

—No le has besado, ¿verdad? —Enarqué las cejas.

—¿Preocupado?

—Tal vez. ¿Qué pasaría si lo besaras? ¿Lo pondrías a dormir?

—Soy tu Doncella de Arena, Kovis. Mi poder está reservado para ti, y sólo
para ti. Hablando de eso, ven aquí mi príncipe, déjame hacer mi magia contigo
—Me reí mientras me levantaba, curvando el dedo índice de forma sugerente.

Se puso en pie, pero al cerrar la brecha, toda la jovialidad se esfumó —tan


rápido como se apaga una llama— y se quedó tieso. Otra vez. Nunca le haría
daño. Sabía que él lo sabía.

Pero no podía superar el dolor de su corazón. Había compartido algunos


besos apasionados con Dierna. Yo los había visto. Ese era el problema. Con cada
beso que compartíamos, sin duda revivía algo de esa intimidad y su doloroso
final.

Con cada uno de nuestros besos, se atrevía a exponerme su frágil corazón.


Esperando, rezando para que lo tratara con amabilidad. Quería confiar en mí. Lo
vi. Lo sentí. Y lo respeté por ello. Qué valor. Pero ¿cómo ayudarlo?

Me vino a la mente algo que dijo Madame Catherine. Con los hombres, se
trata de acción, no de palabras. Él necesita experimentar el amor de una mujer
para dejar caer sus muros. Empecé a sonrojarme, pero me contuve. Sí, necesitaba
experimentar.

Me había impedido escuchar sus pensamientos en el pozo. ¿Me lo


permitiría ahora? me pregunté.

Me coloqué entre sus pies y miré hacia la profundidad de sus ojos azules.
Aquellos centros de color avellana me hicieron palpitar el corazón. El aroma de
los árboles de hoja perenne y de la lluvia primaveral llenó mi nariz.
Le rocé las manos que colgaban sin fuerza a los lados mientras subía las
mías. Me concentré. En él. En sus pensamientos.

No soy digno de este... su amor. La destruiré, como todo.

Lo escuché. Sus pensamientos, a través de nuestro vínculo. Me dejó


escuchar. Me honró. Sus pensamientos más privados. Tal vulnerabilidad. Mis
ojos se llenaron de lágrimas.

Apoyé una mano en su pecho musculoso. Su corazón se aceleró. Su tatuaje


brillaba en color violeta. Introspección, supresión, inferioridad, había dicho
Kennan.

Confié en ella. Le di mi corazón y ella me traicionó.

Con la otra mano, acaricié la tosca barba incipiente que oscurecía su


mandíbula, amando cada mechón pícaro. No saltó. Progreso.

Mi oscuridad la alejó.

Me acerqué a su mejilla. Mi otra mano se reflejó. Todavía rígida. Pero no


había salido corriendo.

Anticipándose, se inclinó hacia delante. Pero no estaba ni de lejos preparado


para que nuestros labios se encontraran.

Ali es demasiado buena para mi oscuridad. Ella no se merece...

Empezando por su oreja, presioné mis labios contra su mandíbula sin afeitar
y seguí el rastro. Lentamente. Con ternura. Besando. Lamiendo. Casi gemí.

No tiene ni idea... de lo oscuro...

Mis labios empezaron a doler en su barbilla. ¿A quién le importaba?


Mordisqueé una oreja, luego la otra, añadiendo más besos.

La destruirá como a mí.

Su boca, por fin, se convirtió en el centro de mis afectos. Pasé mi lengua


por la suave carne. Mordisqueando. Lamiendo.

Esta oscuridad... nos ha reclamado a todos.

Mi lengua dio vueltas. Lentamente. Otra vez. Otra vez. Otra vez. Y
finalmente, muy ligeramente, nuestros labios se encontraron. Tiernamente.
Uniéndonos. Encajaron. Pertenecieron juntos. Tan suave. Tan sensuales. No pude
contener un gemido.
Tan bueno. Tan bien. Si tan sólo él pudiera ver eso. Finalmente me retiré y
nuestros ojos se encontraron.

—Tomaré eso como un no a que no hayas besado a Kennan —se atragantó.


Rígido, pero todavía allí.

—Nunca lo diré —Enarqué las cejas. Estaba muy orgullosa de él.

Dio un paso atrás y delineó sus labios con un dedo. Miró los míos.

—Tus labios. Son rojos.

Me reflejé, trazando los míos. Ardían al rozarlos.

—Quizá tus amigos tengan un bálsamo para eso —Forzó una sonrisa.

Su mirada se detuvo en mis labios. Pero entonces su tatuaje cambió. Al azul.


Kennan había dicho que el azul positivo significaba intelectualidad, ganas de
hablar. El azul negativo era frialdad, distanciamiento. ¿Cuál era?

—¿Has pensado en lo que te he preguntado?

Eso es todo. Experimentar el amor no había hecho que olvidara todo lo


demás. Mi estómago se tensó. Casi deseé que huyera. No había sacado el tema
desde... No. No lo había olvidado.

No podía.

¿Cómo había relacionado ese beso con esto?

—Lo he hecho —dije—. Padre, se está acercando. Esa yegua —me llevé las
manos a la cara—. Me va a matar —chillé.

Kovis cerró los ojos, no con frustración. De simpatía.

Mi voz vaciló.

—Quiero ayudar. De verdad que sí. Es que...

—Lo sé. Lo sé —Cerró la brecha entre nosotros, rodeándome con sus brazos,
la primera vez que iniciaba el afecto.

Los dioses deberían haber gritado. Tal vez Madame Catherine había tenido
razón.

Quería saborear este momento. Estar sólo él y yo. Olvidar a todos. Pero no
quiso. Más que el hombre herido de pie ante mí, era el príncipe heredero.
Siempre tendría asuntos de estado pesando sobre él.
No sacaría el tema si hubieran encontrado a otro autor detrás de los ataques
rebeldes.

Pero Kovis tenía que entender la gravedad de mi situación. Tenía que


hacerlo. Mis miembros empezaron a temblar. Había visto mi memoria. Padre me
mataría. No había exagerado. Esa mirada de odio en los ojos de padre la última
vez que lo vi. No tenía ninguna duda. Ninguna. ¿Cómo podría hacer entender a
Kovis?

—¿Atrévete a desnudarte? —dije.

Deslizó sus manos hacia mis hombros y se encontró con mis ojos. Eché de
menos la comodidad de sus brazos en el instante en que se movió. No respondió.

—Atrévete a desnudarte —repetí.

—He oído lo que has dicho.

—¿Vas a jugar?

Levantó una ceja, reflexionó y luego asintió.

—Casi me muero.

—Ah —Entendió lo que quería. Lo necesitaba.

Otro asentimiento. Respiró profundamente y lo dejó salir lentamente.

—Estuve a punto de morir en el campo de batalla luchando contra el Accra


sobre Eslor. Mi primera gran batalla.

Había visto sus pesadillas, pero esta no estaba entre ellas. Tenía que ser uno
de esos recuerdos sellados en ese rincón negro y trasero de su mente, donde ni
siquiera yo podía penetrar.

—Ambas naciones eran nuestras enemigas en ese momento.

Por la mirada que se le escapó, supe que había sido horrible.

—Habíamos tenido riñas durante dos buenas lunas. Pero ese sol, no
sabíamos que habían recibido refuerzos. Nos emboscaron en las estribaciones.

Se llevó una mano a la cara y sacudió la cabeza.

—Utilizaron la geografía rocosa a su favor, escudándose tras las rocas. Eran


expertos tiradores y su puntería era certera.

Suspiró.
—Se cargaron a casi todos los hombres con los que luché. Mi poder se agotó
cuando otra patrulla nos atacó. Me encontré de espaldas, mirando una hoja. Clavé
los ojos en mi enemigo. Se rio del miedo que vio. Lo sabía. Y entonces se burló
y gritó: ¡Cobarde! al tiempo que me empujaba. Sabía que estaba acabado. Pero
entonces se desplomó en el suelo. El único hombre que quedaba de nuestras
tropas había lanzado su daga. Me salvó la vida.

Kovis exhaló con fuerza y se pasó una mano por el pelo. El agarre de su
otra mano se apretó en mi hombro, como si sólo yo lo mantuviera vertical. Se
quedó mirando la pared durante varios latidos.

Me sentí triste por haberle hecho recordar aquello. Pero, ¿de qué otra forma
podía hacerle entender? Sacudí la cabeza. Pero el hecho de revivir aquellos
horrendos sucesos no había influido en la decisión de Kovis de pedirme ayuda.
Lo vi en sus ojos.

—Ali, me das una razón para intentarlo, para superar mi pasado.

—¿Te la doy?

Asintió con la cabeza.

—Has pasado por muchas cosas. Te prometí que te creería. Y lo hago. Pero
creer no resuelve el problema de derrotar a tu padre. Hubo otro ataque, este en
Agua, hace una noche.

—Oh —Era una persona tan horrible. Sólo trató de salvaguardar el imperio
y su familia.

Estoy seguro de que sintió mi angustia a través del vínculo, pero siguió
adelante.

—Como mínimo, tenemos que defendernos. En última instancia, debemos


derrotarlo. No tengo experiencia en luchar contra un rey de otro reino. No sé ni
por dónde empezar —Su cara, tan cerca de la mía—. Ali, ¿cómo empezamos?

Quería correr. Esconderme. Necesitaba pensar. Pero su agarre me prohibía


retirarme. No sabía qué decirle. Quería que contactara con el Reino de los Sueños.
Le había dicho lo que pasaría si lo hacía.

Y entonces me di cuenta. Kovis luchaba por salir de su escondite,


emocionalmente. Necesitaba salir de su escondite, físicamente. Para proteger el
Reino de los Despiertos de padre.

El ejemplo de Kovis siempre me había dado valor. ¿Podría hacerlo una vez
más?
Aparentemente Kovis había escuchado mis pensamientos, porque
susurró—: Déjame ayudarte, Ali. Como tú me has ayudado a mí.

Tragué saliva. Cómo podía decir que no cuando él ya había llegado tan lejos.

—Tendremos que ir al Reino de los Sueños. Tú y yo —Me estremecí. Haría


falta más, pero por ahí tendríamos que empezar.

—¿Cómo?

—En tus sueños.

Se puso rígido. Comprendió que tendría que dormir con él, toda la noche,
si quería soñar.

Dio un paso atrás, se llevó una mano a la frente y rodeó la punta de dos
dedos.

—Yo...

—Lo sé. No pasa nada.

Mi miedo y mis heridas. Su miedo y sus heridas. Hacíamos una buena


pareja. Ambos nos habíamos escondido, pero necesitábamos confrontar nuestros
pasados.

Y no podía ser más claro. Dependía de nosotros salvar el Reino de los


Despiertos. Algo tan loco sólo podía ser de los dioses. O tal vez el Cañón debería
compartir parte del mérito de la locura.

Kovis bostezó. Es hora de que me vaya.

—Lo pensaré. Realmente lo haré.

—Es todo lo que pido.

Las cejas de Allard se levantaron cuando salí. Sus ojos se detuvieron en mis
labios hinchados. La verdad. Sin duda una primicia para la vid.

—Buenas noches, Allard.

—Buenas noches, mi lady —Sonrió.


Quince días después, a Swete y a mí nos habían asignado la tarea de
deshierbar el jardín del sanador. Yo había estado encantada, mi compañero, no
tanto. Me encantaba el tacto de la tierra entre los dedos, me encantaba formar
animales y otras formas con la arena. Y los olores. La mayoría de las plantas
desprendían una agradable fragancia. El azafrán, por ejemplo, olía a aceite, a
mantequilla, a flores y un poco a especias. La zanahoria silvestre, bueno, olía a
zanahoria.

La artemisia, simplemente olía bien. Incluso la valeriana tenía un aroma


dulce, aunque no me hagas hablar del hedor de sus raíces. Apestaban cuando las
molía.

¡Uf!

Me reí mientras arrancaba una hierba de una parcela de bálsamo de limón,


pensando en los acontecimientos de esta mañana. Había sido un montaje
demasiado perfecto.

Kovis había decidido utilizar el patio de entrenamiento de armas como mi


campo de pruebas. Había dicho que probaría su teoría sobre la cantidad de arena
que determinaba la duración de mi hechizo. El patio de entrenamiento tenía más
arena que la prisión, pero menos que los fosos, así que esperaba que Kennan
estuviera fuera más tiempo que los guardias, pero menos que él.

Yo, por mi parte, pensaba que la distancia también influía, pero no me


atrevía a decirlo probablemente una combinación de ambas. Si funcionaba,
ambos podíamos tener razón.

Kovis había atraído a Kennan al patio de entrenamiento con el pretexto de


un entrenamiento. Yo me había escondido detrás del alto estante de armas en
forma de A y había esperado a mi presa.

Cuando Kennan llegó, los dos bromearon un poco antes de ponerse a


trabajar. Con toda seriedad, el amor entre estos hermanos no podía ser más
evidente, ambos buenos hombres.

Comenzaron a dar vueltas, con las espadas en alto, sin dejar de mirar a su
oponente. El hombre de ojos azules y avellana, bien cincelado, resultó ser una
distracción para mí.
Cuando quieras, Ali querida. Tres palabras bajaron por el lazo. Las dos
últimas retumbaron en mi cabeza. ¿Había querido decir eso?

El sonido de un carraspeo, seguido de un latido más tarde, cuando todavía


no me había movido. Me sacó de mi estupor.

Sí. Lo siento. Estoy en ello. ¡Op! ¡Perdón! ¡Ah! No quise decir "lo siento". Ah,
no importa.

Una risa baja y seductora respondió.

¡Concéntrate! Tenía que concentrarme.

También tenía que evitar a Kovis y golpear a Kennan mientras se movían


en círculos. ¿De verdad? Nunca había practicado un movimiento así. Bueno, en
el peor de los casos, ambos príncipes estarían durmiendo mientras el sol cruzaba
el cielo. Desafortunadamente, con mi coartada durmiendo, sería un poco difícil
convencer a alguien de que estaba en alianza con un príncipe. Supongo que
Kovis pensó que la amenaza me daría más motivación. Justo lo que necesitaba.

Oh, Ali querida. El cariño me calentó mientras apuntaba. Kennan deslizó


sus pies, dando la vuelta.

Claro. Liberé un hilo de poder. Y esperé.

Kennan cerró un ojo, como si le hubiera entrado algo. Pero continuó dando
vueltas.

¡Le di en el pie!

Tres intentos más tarde, y Kennan durmió como un bebé.

Bien hecho, Ali.

Me escabullí mientras una multitud de soldados rodeaba a Jathan mientras


revisaba al príncipe caído. El temporizador había comenzado. Veríamos cuánto
tiempo dormía Kennan.

—Bonito montón de hierba. Así que no has soñado en toda la mañana —


bromeó Haylan, interrumpiendo mi reflexión.

— ¡Oh! Sí. Sólo pensaba en algo.

—No tendrá nada que ver con que cierto príncipe se haya quedado dormido
en medio de un combate, ¿verdad? —Guiñó un ojo.

—Eso sería bastante tonto, ¿no?


—Podría hacer que te mataran —Sacudí la cabeza y fruncí el ceño, en broma.

Haylan puso los ojos en blanco.

—Sí, uno podría. ¿Están usted y el príncipe Kovis confabulados? Según


Jathan, el problema del príncipe Kennan se parecía notablemente como el del
príncipe Kovis. Parece que el príncipe heredero es una mala influencia para ti.

Me llevé una mano al pecho.

—Me ha herido. ¡Hablando así de la realeza! Seguramente es una ofensa que


se castiga con la cárcel.

—Serías una buena actriz, Ali —Las dos nos echamos a reír—. En realidad,
he venido a buscarte. Necesito mezclar más elixir de pesadilla. Pensé que podría
enseñarte mientras lo hago.

—¿No acabas de mezclar un poco hace dos soles?

—Sí. Pero ha habido una racha de quejas de pesadillas severas, rozando los
terrores nocturnos.

Palidecí.

—Ali, ¿estás bien?

Sacudí la cabeza.

—Sólo suministramos a la gente del castillo, ¿verdad?

—Sí. ¿Por qué?

—Necesito irme.

—Ali, ¿qué pasa?

—¡Necesito encontrar al príncipe Kovis! —llamé por encima de mi hombro


mientras corría desde el jardín.
Veintinueve

Había subido corriendo cuatro tramos de escaleras sólo para que Cedric me
dijera que Kovis estaría reunido hasta el atardecer.

¡Padre había venido! El pánico que al principio había contenido, me abrumó


como una manada de yeguas furiosas.

Kovis percibió mi alarma. ¿Estás en peligro?

¡No, pero Haylan dijo que la gente del castillo está sufriendo pesadillas en
gran número! ¡Está aquí!

Respira, Ali. Respira, fue su respuesta.

Me costó varios latidos, pero finalmente me calmé.

Quiero saberlo todo, Alí, pero voy a reunirme con el Consejo. Tu padre no
puede encontrarte mientras brilla el sol, cuando nadie está durmiendo, ¿verdad?

Correcto. El pánico me había abrumado y ese simple hecho no se me


ocurrió.

¿Podemos discutirlo esta noche? preguntó.

Tenía razón. No hay necesidad de entrar en pánico. Eso estará bien. Gracias.

Volví a ayudar a Haylan hasta que las sombras del sol se hicieron largas.
Traté de concentrarme en otra cosa —Kovis llamándome "Ali querida"
encabezaba mi lista de temas distraíbles. ¿Había sido un desliz? ¿Había sido su
intención? ¿Qué significaba? Mi táctica funcionó y mantuve la calma.

Aquella tarde entré en la puerta de Kovis y él se dirigió hacia mí, con los
ojos llenos de preocupación. Me miró de arriba abajo para comprobar si tenía
alguna herida, supuse. Satisfecho cuando no encontró ninguna, dijo.

—Cuéntamelo todo.

Nos sentamos y le conté lo que había dicho Haylan.

—Padre está aquí. ¿Qué hago? —chillé para concluir.

Mi historia no le inquietó en lo más mínimo. Kovis se llevó una mano a la


frente y rodeó sus dos primeros dedos durante varios latidos antes de
preguntar—: ¿Ha cuantificado "una racha de quejas"? ¿"Una racha" es cuatro o
veinticuatro?

Su calma me mantuvo tranquil.

—No, no cuantificó.

—¿Alguno de los sanadores se ha quejado de pesadillas?

—No lo sé.

—¿Ella mezcla todo el elixir de pesadillas?

—No. Los sanadores se reparten ese deber.

—Así que sólo sabe que mezcló algunos recientemente —Asentí con la
cabeza.

—¿Haylan participa regularmente en el tratamiento de las pesadillas?

—No lo sé. Probablemente no, ya que es una aprendiz como yo, pero es
difícil de decir.

—Si no lo está, entonces podría parecerle mucho. No asumamos lo peor.

Exhalé. Los hechos no apoyaban mis temores. Esperaba que no fuera nada.
Y hasta que no tuviera pruebas, trataría de mantener la calma.

Kovis continuó.

—Yo solía reaccionar, como tú, y perdía mucho tiempo y energía sólo para
descubrir que lo que fuera, no era realmente un problema. Ahora espero las
pruebas. Hace que mi vida sea más tranquila.

—Me parece bien.

Sonrió.

—Sólo trato de ayudar.

—¿Puedo pagarte por tu amabilidad? —sonreí.

Él enarcó las cejas. Y así lo hice. El beso no fue ni de lejos tan apasionado
como el de la noche anterior, pero serviría.

Salí de sus habitaciones tranquila y con una sonrisa en la cara, que por
supuesto Bryce interpretó como algo totalmente distinto. Pero dejaría que los
guardias se divirtieran. Me sentía agotada. Es curioso cómo la preocupación por
la lucha puede hacer eso. Me dormí casi inmediatamente.

No tenía sentido del tiempo, pero en algún momento de la noche, un


recuerdo comenzó a reproducirse en mi mente:

—¡No, papi! Por favor, no, papi. — La doncella se deshizo en sollozos.

—¡Deja de llorar!

Se convirtió en un gemido.

—Ahora abre, como una buena chica.

Miré a través del enrejado. La furia me llenó. La tenía en el suelo. Otra vez.
Su bata de sanadora estaba abierta de par en par, con su camisa levantada. La
había dejado al descubierto. Sus dedos exploraron todos los lugares equivocados.
Pero no la había tomado. Todavía no.

Todavía podía salvarla.

Salí de los arbustos.

—¡Detente! ¡Para!

Rasa se apresuró a cubrirse mientras yo lo golpeaba en el trasero. No me


importó haber cometido un delito capital. Podía matarme. No me importaba.
Salvaría a mi hermana.

Lo distraje hasta que Rasa escapó.

Mi único error, escuché cómo se cerraba la puerta del jardín de mamá y no


le presté atención.

Me agarró.

—Eres una buena para nada... —sus palabras se arrastraron. Había estado en
sus tazas—. ¡La has matado!

Me agarró por el cuello de la camisa y me dio un puñetazo en un lado de


la cabeza.

—¡Ella era mi único amor! ¿Lo entiendes? ¿Puedes entenderlo?

—Nosotros no matamos a mamá.

—¡Ni siquiera digas...! —su siguiente puñetazo aterrizó de lleno en mis


entrañas y me dejó sin aliento.
Me agarré el estómago, jadeando.

—¡La has matado!

Otro puñetazo, este en el costado. Su masa superó mi delgadez. Me tiró y


perdí el equilibrio. Me agarró del cuello de la camisa y pasó por delante del
invernadero. Más allá del mirador. Su agarre nunca se aflojó a pesar de mi lucha.

Sabía cuál era nuestro destino y luché con más fuerza. Hasta que se detuvo.
No pude enderezarme lo suficientemente rápido. Su pie conectó con mi espalda
y un dolor agudo subió por mi columna vertebral. Dejé de luchar, no pude
después de eso, mientras él tiraba de mí más allá del estanque, deteniéndose en
La Caja. Abrió la pequeña puerta de un tirón.

La furia llenó sus ojos mientras me arrancaba la camisa. Entonces el dolor


volvió a estallar en mi espalda. Luché por respirar por ese golpe. No me resistí
cuando me quitó los pantalones. Guardé mi energía para lo que sabía que vendría
después.

Me agarró del brazo y me empujó hacia la pequeña caja. Apoyé las manos
en la abertura y mantuve las rodillas juntas mientras él ponía su bota en mi
trasero y empujaba. No podía dejar que me metiera dentro. No otra vez. Mis
brazos temblaron. Tensé el culo, preparándome. Me dio una patada. Otra vez.
Otra vez. Otra vez.

El dolor me recorrió la columna vertebral y las piernas.

Él juró. Lo frustré. ¡Bien! No importaba lo que me hiciera, valía la pena.


Había salvado a Rasa.

Puso toda su fuerza en la siguiente patada. Las estrellas llenaron mi visión.


No pude mantener mis piernas juntas.

Él se aprovechó. Aullé y me llevé las manos a mis partes. La oscuridad me


reclamó.

Un dolor punzante me hizo tomar conciencia en algún momento. Sentí que


mi ingle ardía. La parte superior de mi cabeza rozaba un lado de la caja, mi
espalda otro, mi trasero magullado otro. No podía enderezarme.

Me desperté y casi tuve una arcada. ¡Una yegua tenía a Kovis!

Ya había visto las imágenes. No la mía. Esa noche había empeorado para él.
La pesadilla se apoderó de él. Jadeo. Había sabido que la yegua estaba cerca.
¡Debería haberle avisado! ¡Debería haberlo hecho!

¡Rayo de sueño! ¡Despierta! grité por el lazo.


Cogí mi bata, me la puse por encima de mi turno y salí corriendo por la
puerta.

Giré a la derecha. Por el pasillo. Bajé dos tramos de escaleras circulares.


¡Malditos edificios! ¿Por qué no podían estar mejor conectados?

Pasé por delante de las salas de tratamiento, pasé por delante de las cocinas
y giré a la izquierda en la escalera de servicio. Los dos sanadores que me vieron
me miraron de forma extraña. No me importó. No había tiempo para
explicaciones.

¡Kovis! ¡Despierta!

Subí corriendo dos pisos, y mis pulmones empezaron a arder.

¡Kovis!

Dos más y tuve que sostener un punto en mi costado.

¡Despierta!

Giré a la izquierda y corrí por el pasillo que conectaba las suites de los
príncipes.

—¡Alto! —ordenó Ulric cuando llegué a la puerta de Kovis.

Cedric, que montaba guardia en la de Kennan, frunció las cejas, pero


permaneció en silencio.

—Ulric, ¡tengo que ayudar al príncipe! —jadeé, presionando sobre mi punto.

—No puedes molestarle —protestó.

—¡Ulric! por favor —Tragué aire.

Me hizo un gesto para que me callara. Un grito procedente del interior le


hizo cambiar de opinión, y atravesó la puerta, yo, pisándole los talones. Se
detuvo, escuchando dónde se había originado. Yo no lo hice. Corrí alrededor de
él y hacia el dormitorio de Kovis, y luego abrí de golpe una de las puertas. El
hedor de la yegua me detuvo en seco.

—¡Señorita! —Ulric evitó a duras penas tirarme al suelo.

Sólo pude suponer que se trataba del difunto emperador, de pie junto a
Kovis, con la furia que desprendía el gobernante en oleadas. La yegua había
adoptado su forma. La cosa me olería si me acercaba demasiado. Me mataría.

—¡No! ¡Déjame salir! —Kovis suplicó, todavía atrapado en su terror.


—¡Kovis! ¡Despierta! —grité desde la puerta.

—¡Ay! ¡Ay! —Kovis gritó, todavía soñando.

Conocía esta pesadilla como la palma de mi mano.

Su padre liberaba roedores hambrientos en el espacio confinado. La yegua


había arrastrado a Kovis a lo más profundo de este horror y lo había sujetado.
¡Intentó matarlo de un susto! ¡Literalmente! Debería haberle advertido. Pero no
había querido obligarle a llevarme a su cama —sólo el sueño habría evitado esto.

—¡Ulric! despiértalo —El guardia miró entre el príncipe y yo, con los ojos
muy abiertos—. ¡Ulric! ¡Ahora! —no vio ni olió a la yegua.

El guardia se apresuró a ir junto a la cama de Kovis y le sacudió el hombro.


¡Ese meneo no lo despertaría!

—¡Más fuerte, Ulric!

Bailé de un pie a otro, con los puños en la boca. No podía quedarme ahí
parado. Tenía que hacer algo.

¿Pero qué?

—¡Kovis! —grité tan fuerte como pude.

La yegua me olería y sabría que me faltaba arena para soñar, ¡como Kovis!
Me froté las manos y luego las subí y bajé por los brazos.

¿Qué podía hacer? El guardia no avanzaba a pesar de sacudir a Kovis con


más rigor.

¡Espera! ¿Y si...? Tenía que intentarlo. Esa cosa mataría a Kovis. ¿Y si venía
a por mí? ¡Malditas sean las consecuencias!

Corrí hacia el baño de mi príncipe, rezando para que su ropa colgara por
allí. Divisé una puerta abierta en el lado opuesto. ¡Sí!

Me adentré en la oscuridad y cogí lo primero: una camisa. Me la puse por


encima de la bata. De regreso, me detuve y me enjaboné, untándome la cara, las
orejas, el cuello y las manos. Recé para que su olor ocultara el mío y, en medio
del caos, la yegua no se diera cuenta de mi presencia.

Volví corriendo al dormitorio de Kovis y salté sobre la cama, haciendo lo


posible por evitar al difunto emperador.
—¡Kovis! —se sacudí el hombro desnudo. Ulric se apartó y comenzó a
amasar sus manos.

—¡Ay! —gritó Kovis.

Le di una bofetada en la mejilla. Con fuerza.

—¡Señorita! ¡Basta! —Ulric se opuso.

Sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Kovis tiró las mantas a un lado, me


agarró por el cuello y me tiró sobre la cama, de espaldas. Su agarre se hizo más
fuerte.

—¡Ay! ¡Kovis! ¡Me estás haciendo daño! Despierta —Luché por soltar sus
manos mientras se cernía sobre mí.

El difunto emperador había agarrado la garganta de Kovis.

—¡Mi príncipe! —El guardia saltó a la cama, convirtiéndola en un cuarteto,


pero nada placentero. Ulric se llevó la mano al cuello y apretó los dientes
mientras luchaba por liberar las manos de Kovis.

El agarre de Kovis se hizo más fuerte. ¡Aire! Necesitaba aire. Agarré las
muñecas de Kovis y tiré, pero no pude aflojarle. Puse mis pies en su pecho y
empujé tan fuerte como pude.

—Kovis —Mi súplica salió como un susurro estrangulado.

La negrura me mordisqueó los márgenes de mi conciencia. Habría


agradecido incluso el hedor de la yegua en este momento.

—¡Lo tengo! —gruñó el guardia, empujando a Kovis hacia atrás y alejándolo


de mí. Se interpuso entre nosotros.

Kovis se desplomó, de espaldas. Yo tragué aire, y luego me rendí a un


ataque de tos.

—¿Ali? —a voz de Kovis sonaba desgarrada.

—Kovis —Jadeé, masajeando mi garganta. La yegua, en forma de emperador


tardío, había desaparecido.

Asentí a Ulric. Él se bajó de la cama y restauró el orden de su uniforme,


habitualmente impecable.

—Ali —El horror llenó la voz de Kovis.


—Has tenido una pesadilla. Estás bien —Intenté tranquilizarle, frotándome
el cuello.

El pecho desnudo de Kovis se agitó. A la luz del Cañón, su tatuaje brillaba


en negro. Apretó los puños a los lados de la cabeza.

—Casi...

Me levanté sobre un codo, con una mano masajeando mi cuello.

—Pero no lo hiciste.

El odio a sí mismo llenó sus ojos. Esto le perseguiría, como tantas cosas, si
no intervenía.

—Kovis, no es tu culpa.

Se levantó sobre un codo, imitándome.

—Pensé... que eras mi padre. Quería matarte. Casi lo hice —Llevó su otra
mano a mi cuello, sus dedos tocando muy ligeramente.

Me estremecí. Me saldría un moratón.

Cerró los ojos ante mi reacción.

—Te he hecho daño —Dejó caer la mano e inclinó la cabeza.

Le levanté la barbilla.

—Kovis, una yegua te tenía. No pudiste controlar lo que hiciste.

Buscó en mi cara.

—Pero yo...

—No —Le corté—. Toda tu vida has intentado salvar a otros y has acabado
siendo castigado. Deja que esta vez te salve de ti mismo. Déjalo. Por favor.

Me miró a los ojos. Pasaron varios latidos antes de que dijera—: Lo intentaré.

Recé para que lo dijera en serio. Recé para que lo consiguiera.

Mientras se recomponía, mi mirada se dirigió a su esculpido pecho. Luego


hacia el sur. Mi cara se calentó al instante. Menos mal que la oscuridad no me
había dado cuenta. No dormía con nada más que lo que los dioses le habían
favorecido. Volví a desviar mis ojos hacia los suyos, pero no antes de que me
atrapara.
—Mi p—príncipe —tartamudeó Ulric. No era una declaración. Ni tampoco
una pregunta. El pobre guardia estaba claramente fuera de su elemento.

—Me quedaré con él —le ofrecí.

El hombre dudó.

—¿Llamo a Jathan?

—No. Gracias. Estoy bien. No tengo dudas de que esta sanadora me revisará.
A fondo. —Le aseguró Kovis. Una comisura de la boca se levantó.

Me ardió la cara. Desvié la mirada, muy contenta de que las luces no


estuvieran encendidas.

—Por favor, enciende las lámparas antes de irte, Ulric.

—Sí, mi príncipe.

Demasiado para ocultar mi vergüenza.


Treinta

Ulric encendió una lámpara en el dormitorio. La sonrisa de Kovis se


extendió al iluminar mi rubor. Esperó a que el guardia se fuera antes de decir—
: ¿Nunca has visto a un hombre en todo su esplendor?

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Así es como lo llamas?

—A no ser que tengas un nombre mejor para ello.

Me abaniqué con la mano.

—No.

—¿Quieres ver?

—¡No! ¡Para! Ponte algo de ropa.

—Si insistes —Se deslizó fuera de la cama y se dirigió hacia su baño. Mis
ojos no pudieron evitar observar el par de torneados y musculosos.

Se echó a reír.

Aparté la mirada. ¡Mátame ahora!

Me masajeé el cuello dolorido mientras él se vestía. El moratón me dolería


durante un tiempo. Unos latidos más tarde, reapareció con una camisa y unos
pantalones, pero sin nada en los pies. Un mechón de pelo caía sobre su frente,
tan diferente a él.

—Vamos a hablar ahí fuera.

Asentí con la cabeza. Su dormitorio no era el lugar adecuado para una


conversación. Ulric había avivado el fuego antes de irse, y Kovis me indicó que
me acercara a él. Esperó a que me sentara.

—¿Puedo? —preguntó.

—Es tu...

Sonrió mientras se sentaba a mi lado en el sofá.

—Te queda bien mi camisa. ¿Y es mi jabón lo que huelo?


—Intenté disimular mi olor ante la yegua —dije mientras le quitaba la
camisa. Su olor aún perduraba.

Mmm. Mi calma me sorprendió. A juzgar por mi reacción anterior, supuse


que sería un caso perdido cuando la yegua finalmente encontrara a uno de
nosotros.

—¿No podría haberte olido todavía?

—Si me olió, sí. Recé para que se distrajera demasiado.

—Te pusiste en riesgo por mí.

—Y lo volvería hacerlo.

Me cogió la mano.

—Gracias.

Una sensación de agitación asaltó la boca de mi estómago.

—¿Cómo lo has sabido? —el ceño de Kovis se frunció.

—Tu pesadilla llegó por el lazo. Sabía que era tuya. Las he visto todas. ¿Has
hablado alguna vez de...? Tengo que asumir que tus hermanos también tienen
pesadillas.

Kovis soltó mi mano. Se inclinó hacia delante, con los codos sobre las
rodillas y la cara entre las manos. Sacudió la cabeza.

—Hablamos de todo menos de eso. Creo que es un pacto silencioso que


compartimos para no dar vida a esos recuerdos.

Tenía que decírselo. La yegua lo había encontrado. Tenía que saberlo.

—Te dije que padre me está cazando. Está buscando a alguien sin el aroma
de la arena de los sueños, pero esa no es toda la historia. Es peor.

Se sentó de nuevo mientras esperaba que continuara.

—Ahora que ha encontrado a alguien sin el olor, sabrá que está cerca. Hará
que esa yegua te persiga hasta que me encuentre.

Kovis levantó la vista, sin inmutarse.

—Volveré a sufrir pesadillas, ¿no? Aunque sea desagradable, no es nada


nuevo.
—No —Sacudí la cabeza. Tenía que hacerle entender—. Intentará,
literalmente, darte un susto de muerte. Hará que tus pesadillas sean tan
aterradoras que tu corazón se acelerará, más rápido que nunca. Tendrás un ataque
al corazón. Morirás. Sé que no quieres que te diga que lo siento, pero lo siento.
Te he puesto en peligro.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —su tono contenía curiosidad, no ira. Me


mordí el labio. Lo que había deducido—. Este problema desaparece si sueño, ¿no
es así?

Asentí con la cabeza.

—Y por eso no te lo dije. No estabas preparado. Y nunca te obligaría. Habría


sido un error.

Una mirada, como la de un fantasma, recorrió su rostro. Estudió mi cuello.


Sin duda mi piel ya estaba magullada. Sin duda lo sentía, aunque me resistía a
frotarme. Sabía que podía volver a hacérmelo.

Cerró los ojos y respiró profundamente.

Cuando los abrió de nuevo, dijo—: Has sido muy abierta y sincera conmigo.
Para el poco tiempo que llevamos conociéndonos, me parece extraordinario.
Siento que lo que veo es lo que recibo. No buscas mi posición ni mi riqueza. No
intentas manipularme. Eres auténtica. No tienes ni idea de lo refrescante que eres
—Sacudió la cabeza antes de continuar—. Quiero contarte toda la historia de
Dierna. Estoy seguro de que he soñado partes de ella, pero quiero que conozcas
la totalidad.

Nuestras miradas se conectaron.

—Conocí a Dierna no mucho después de la muerte de mi padre. Como


puedes imaginar, yo era un desastre. Rasa estaba por fin a salvo, pero no sabía
cómo superar todo lo que había sufrido. Dierna era un rayo de sol en toda esa
oscuridad y la perseguí como si fuera la respuesta a todo mi dolor. Sabía que
buscaba una posición, pero ¿qué chica no lo hacía? No tenía ninguna idea de lo
contrario.

¿Por qué otra razón una doncella perseguiría a un príncipe? Podría darle
un título. Le habría dado el mundo para que fuera mi luz.

—Disfruté llevándola al teatro, a pasear, a cabalgar y más. Hablábamos


durante horas. Podía contarle cualquier cosa y todo. Al menos creía que podía.
Ella nunca me juzgó, por muy oscura que fuera la historia que le contara. Sólo
escuchaba. Me hizo sentir seguro por primera vez y le conté sobre mis heridas
más profundas, mis mayores miedos, a ella. Las cosas siguieron en paz durante
muchas lunas, y la llevé a mi cama. Era una amante apasionada, y eso me hizo
saber que había encontrado a mi pareja. Hice planes para pedirle a su padre su
mano en matrimonio. Pero una tarde, terminé mis reuniones antes de tiempo y
decidí sorprenderla: ¿una cita robada, tal vez? —Se rio amargamente.

» Pero en lugar de sorprenderla yo, me sorprendió ella. La encontré en mi


cama con... otro. Uno de mis guardias. Lo había elegido yo. Pero ella lo había
seducido —Kovis negó con la cabeza—. Después de todo el dolor con mi padre,
añadiendo esto encima, me cerré. No podía afrontarlo. Su traición fue como si
me hubiera clavado un cuchillo en el corazón y me lo hubiera arrancado. No
podía superarlo. La lógica no arregló el dolor —Suspiró.

Puse mi mano en su pierna. Me dolía el corazón por él.

—Y entonces llegaste tú. —Se enderezó, se acercó y me apartó un mechón


de pelo—. ¿Y qué fue lo primero que me pediste? —negó con la cabeza.

—Que te besara.

—Sí, enseguida. Me pediste que te besara. No pude... el sinfín de emociones


que me hicieron correr —su voz se quebró— fue como si el mismo Cañón se
burlara de mí. Desafiándome a sentir de nuevo. Pero no pude.

Tomé sus manos entre las mías.

—Mi oscuridad... ella no pudo manejar sus profundidades. La ahuyentó.


Necesitaba una luz propia para ver la salida. Y esa luz era mi guardia. Más tarde
descubrí que habían estado 'viéndose' durante seis lunas. Ella me manipuló.

Apretó la mandíbula.

Nos sentamos en silencio, él recuperándose de su admisión, yo tratando de


asimilarlo. Al final, respiró profundamente.

—Cuando doy mi corazón a alguien, no puedo hacerlo a medias. Lo doy


todo.

¿Es eso lo que estaba haciendo? ¿Entregarme su corazón? ¿Pidiéndome que


lo tratara con delicadeza? Oh, cómo quería hacerlo.

Elegí mis palabras con cuidado.

—Estoy triste por ti, Kovis. Has soportado mucho. Sabes que siento algo por
ti, pero eres un príncipe. Yo no soy nadie en realidad. Tu hermana lo dejó muy
claro.
—No eres nadie. Manejas cinco afinidades que conocemos, además de la
capacidad de hacer dormir a una persona. Eres la hechicera más poderosa que
este Imperio conocerá pronto y controlas mi sueño, el sueño de un hechicero
bastante poderoso por derecho propio. Eso no es ser un don nadie.

Sonreí ante el uso de su apodo. Pero no era una solución a cómo me veía la
emperatriz.

Observó cómo se me caían los hombros.

—No estás de acuerdo.

—Lo que yo piense no importa. Es lo que piensan los demás —dije.

—Como mi hermana.

—Exactamente. No quiero que te hagan daño otra vez, Kovis.

—No me importa lo que piensen los demás. No me importa lo que ella


piense. Me has ayudado a sentir de nuevo. Nadie más lo ha hecho. Ali, no estoy
seguro de lo que tenemos, pero estoy dispuesto a luchar por lo que sea.

Me estaba entregando su corazón. Ansiaba sentir, vivir de nuevo. De alguna


manera había conseguido empezar a descongelar el hielo. Si bien la frigidez lo
protegía de los sentimientos, también los impedía. La superficie había empezado
a derretirse, pero no el núcleo, aún no. Pero era un comienzo.

Quería llorar de puro placer. Después de todos mis anhelos y fantasías, me


había entregado su corazón.

—No será fácil —advirtió.

—Lo estoy asimilando.

—No tienes idea de lo difícil que es. Pero todavía no estoy bien. Y estoy
seguro de que habrá muchos otros obstáculos, pero estoy dispuesto a intentarlo.
¿Lo estás tú?

Respiré tranquilamente.

—Lo estoy. Lucharé contigo, Kovis. Por nosotros —No tenía ni idea de lo
dispuesta que estaba.

Sonrió.

—Compartimos un secreto que podría ayudar a nuestra causa. ¿Sabes cuál


es?
Arrugué la frente.

—Es la única forma de luchar contra tu padre. Te da un poder tremendo,


ayudar a los demás a ver las cosas como nosotros.

Me reí. Deja que convierta una situación mala en algo bueno. Pero tenía
razón. Yo era la única manera de llegar a papá. La idea me asustaba mucho, pero
si nos permitía construir un futuro juntos...

—Entonces, creo que debemos despistar a esa yegua. ¿Sí? —dijo.

¿Iba a…? El corazón se me subió a la garganta. Era la única manera de crear


la arena de los sueños.

—¿Vamos? —extendió una mano, señalando hacia su habitación. Intenté


calmar mis nervios. Y fracasé estrepitosamente.

Entró por la puerta abierta. Me detuve. Atravesó el espacio, se dirigió a un


lado de la monstruosa cama y se volvió, sonriendo.

—Tenemos que acostarnos para dormir, ¿no? —asentí con la cabeza.

Protege tus ojos, Señorita Modestia. Y con eso, Kovis se despojó de la camisa
y los pantalones, arrojándolos al suelo. Miró hacia arriba para ver si yo miraba.

Me pilló.

Guiñó un ojo y se metió dentro, y luego levantó las gruesas mantas. Yo no


me había movido. Seguía de pie en la puerta. Acarició el otro lado de la cama.
En todas mis fantasías sobre Kovis, nunca, ni en mis más locas imaginaciones,
soñé que este momento sería tan incómodo. Me armé de valor y caminé hacia el
otro lado de la cama. Intenté no apresurarme.

Intenté caminar despreocupadamente, con calma. Y volví a fracasar


estrepitosamente.

Kovis me observaba, apoyado en sus almohadas, con el brazo detrás de la


cabeza. A juzgar por sus risitas, le proporcioné más entretenimiento del que había
tenido en mucho tiempo.

Aparté las mantas de la cama alta. Me debatí brevemente y decidí no


desvestirme antes de subir. Cuando volví a mirar, su hermoso rostro se había
congelado. Una oleada de tristeza me invadió. Había luchado tanto. Pero aún no
había ganado.

Kovis miró al techo y extendió su mano hacia mí. Le tendí la mano y


unimos nuestros dedos. ¿Podría volver a amar de verdad?
Mentiría si no dijera que la desilusión me mordía. No me había pedido que
estuviera a su lado. Estaba claro que no estaba preparado. Por supuesto, a juzgar
por mi sonrojo al pensar en unirme a él, me cuestioné mi propia preparación.

Kovis apagó las velas de la suite con un pensamiento.


Treinta y uno

Me quedé mirando el techo sin poder relajarme. El símbolo del imperio, el


Altairn en picado, había sido estampado en la inserción del techo y se perdía en
las sombras.

Kovis me cogió la mano extendida y me frotó los dedos con el pulgar,


dejándome sin aliento. No sabía si comunicaba afecto o combatía su frigidez.
Quizá ambas cosas. Escuché su respiración. Él tampoco podía dormir. Y lo
necesitaba si esta estrategia tenía alguna posibilidad de frustrar a esa yegua.

Pero sus respiraciones finalmente fueron más largas, más lentas, y su pulgar
se aquietó. Yo seguía mirando al techo. Parecía que mis mariposas habían
montado una fiesta. Pasaría mucho tiempo antes de dormir. ¿Soñaría? Había
hilado innumerables sueños para otros. ¿Podría?

Debí hacerlo porque me quedé sin aliento. La sangre de Velma cubría el


suelo a los pies de padre. No se guardó nada mientras la castigaba por ayudarme
a escapar. Alguien sacudió suavemente mi hombro.

—Ali.

—¿Hum?

—Estás teniendo un mal sueño.

Sólo un sueño. Sólo un sueño. La noción flotó alrededor de mi cerebro y


dio paso a algo más familiar. De Kovis. Pero se reproducía de forma diferente a
la anterior: Kovis y Kennan volvían a retorcerse en la ira de su padre tras rescatar
a Rasa.

Una pesadilla. El pensamiento me golpeó en la mente y me hizo recobrar


la conciencia. Me senté con la espalda recta. Mi corazón se aceleró mientras
escudriñaba la habitación. Pero ni rastro de la yegua.

Kovis se revolvió en su sueño, pero no gimió.

Exhalé y consideré el sueño mientras mi ritmo cardíaco disminuía. La


mente de Kovis había pasado por alto las peores partes, aquellas en las que una
yegua podría explorar las profundidades y explotarlas.

Al sostener su mano, había liberado su mente. Sin ataduras, podía soñar con
cualquier cosa, buena o mala. No había sido una pesadilla. Sólo un mal sueño.
Sacudí el hombro de Kovis hasta que se despertó. El sueño no fue fácil para
ninguno de los dos, después de eso.

El cálido sol de la mañana entraba por la ventana. El alivio me inundó.


Había llegado a la mañana. Era la primera vez que soñaba, pero no estaba segura
de si me gustaba o no. Todavía no iba a emitir un veredicto.

¿Pero qué opción teníamos? Nuestras vidas dependían de ello. Anoche


había tenido suerte. La yegua había estado demasiado distraída como para darme
un buen olfato. Rogué a los dioses que nuestra trampa la engañara.

Me acosté en silencio, sin querer molestar a Kovis. Él seguía sosteniendo mi


mano. Se había puesto de lado y me miraba, su respiración era regular, tranquila.
Su tatuaje mostraba el color verde.

El verde significaba paz, si no recordaba mal. Lo estudié. Mi rayo de sueño.


Tan hermoso. Me había dado su corazón. Todo él.

¿Las mariposas nunca duermen? Parecía que no, a tenor de lo que pronto
sintió mi estómago.

—Mi sueño era más tranquilo sin sueños —murmuró al abrir los ojos un
rato después.

—Quizás fue una mala idea.

—Pero necesitamos el aroma de la arena de los sueños —Asentí con la


cabeza.

—Hay cosas peores que compartir los malos sueños —animó.

—Sí, vivir los acontecimientos —dije

Me miró a los ojos y asintió lentamente.

—Será mejor que me vaya antes de que alguien sepa que he pasado la noche
en tu cama.

Kovis se deslizó fuera de la cama, cada hermoso y desnudo palmo de él, y


serpenteó hacia el baño. Volvió a aparecer varios latidos después, con un
albornoz.

Me levanté de la cama y me alisé fácilmente la bata que había llevado toda


la noche. Mi pelo resultó ser un asunto totalmente diferente. Me llegaba a los
hombros y se me enredaba fabulosamente. Mis esfuerzos por poner orden en el
caos con los dedos resultaron ineficaces, en el mejor de los casos. Mi aliento olía
como un Dragón de fuego y me dirigí a su cuarto de baño para buscar una cura.
Mientras me acicalaba, oí a Kovis abrir su puerta.

—Buenos días, mi príncipe.

—Buenos días, Allard. Necesito que ayudes a la dama a volver a sus


habitaciones, discretamente. Dale un poco de tiempo —Volvió a cerrar la puerta.

Kovis me encontró en el baño. Sus ojos me atravesaron.

—Ali, entrena conmigo esta tarde.

—Pero pensé que querías mantener nuestra relación en secreto.

—Conmigo —Su tono no dejaba lugar a la discusión—. Depende mucho de


que estés preparada para enfrentarte a tu padre. La amenaza que supone que
otros nos vean juntos palidece en comparación. No debería haber dejado tu
entrenamiento a nadie más, ni siquiera a Kennan.

Asentí con la cabeza. ¿él cometió un error?

Sí, lo hice. Apretó la mandíbula.

No insistas en ello, Kovis. Tal vez puedas mostrarme cómo hacerlo. Nadie
es perfecto, repliqué.

Sí, pero cuando cometo errores, la gente sufre.

Te ayudaré, si me dejas.

Me dejó para que terminara de limpiar.

Lo encontré perdido en sus pensamientos cuando volví a aparecer. Me


cogió de la mano cuando me dirigía a la puerta.

—Gracias —La sinceridad se reflejó en sus palabras. No fue una ocurrencia,


sino algo que su expresión me dijo que se sentía obligado a murmurar, como si
sintiera que el momento se evaporaría si no lo aprovechaba.

No estaba segura de qué parte me había agradecido: ¿por ofrecerme ayuda?


¿Por no haber discutido que me entrenara? ¿Por ayudarnos a soñar? ¿Por
escuchar la noche anterior? ¿Por haber sacado a la yegua de nuestro camino?
Quizás por todo ello.

—Por ayudarme a probar lo que significa vivir de nuevo.

Mi corazón dio un vuelco. Me había dado su corazón, y lucharíamos juntos


contra cualquier obstáculo que se nos presentara.
Sonreí y susurré para que sólo él pudiera escuchar—: Tú lo vales, Kovis.

Cerró los ojos mientras me escabullía por la puerta.

Haylan me echó una mirada, a mi cuello más concretamente. Sus fosas


nasales se encendieron, y sus brazos se movieron en gestos de barrido mientras
exigía,

—¿Qué? ¿Qué ha pasado?

Comprendí su preocupación. Todo lo que los sanadores sabían es que yo


administraba el tratamiento contra el insomnio de Kovis cada noche. Intenté
tranquilizarla, pero se negó a creer en mis tópicos. Sus cejas levantadas y sus
puños en las caderas me lo decían. Por no hablar de sus labios curvados y de sus
pies que pataleaban.

—¡Nadie, especialmente un príncipe, debería dejarte marcas!

No pude revelar nada de lo que había sucedido, y mucho menos la


intimidad que habíamos compartido después, a pesar de su insistencia. Insistió en
que informara de mi lesión a Jathan. Y así lo hice.

Jathan había intentado que le contara exactamente lo que hacía por Kovis
cada noche, en varias ocasiones. Estoy segura de que esperaba que los sanadores
pudieran utilizarlo en otros pacientes. Pero yo había permanecido imprecisa, y
percibí una creciente frustración.

Así que, entre eso y las marcas en mi cuello, estaba más que perturbado.
Sólo mi insistencia en que Kovis no había tenido mala intención le impidió
enfrentarse al príncipe. Advirtió que, si volvía a ocurrir, nada le impediría actuar.

Las venas de su cuello se habían abultado. Le creí.

El maestro Gavin hizo su magia. El hematoma se había aclarado hasta


convertirse en un tinte verdoso, y mi cuello se sentía lo mejor posible desde el
incidente. El dolor disminuiría en un sol más o menos, dijo.

Quería a mis amigos. Sabía que tenían buenas intenciones y que me


cuidaban. Pero Kovis no era peligroso. Cuando me comprometí a luchar por
nosotros, no esperaba hacerlo contra ellos.
Treinta y dos

El zumbido de Kovis me saludó, me sorprendió, cuando llegué al foso en


el que entrenaba, a última hora de la tarde. Me había acostumbrado al sonido
pulsante y a veces ya no lo oía. Pero en cuanto vi su rostro severo y su forma
tensa comprendí por qué lo oía. No me sorprendió que su tatuaje brillara en rojo
intenso. El significado no necesitaba explicación.

Kovis levantó la vista y me miró fijamente. Todo eran negocios, y con


razón, basándose en la amenaza en que se había convertido padre la noche
anterior: una cosa era saber que me cazaba y otra experimentarlo. El terror
nocturno de Kovis había desterrado toda frivolidad y, en su estado de ánimo
actual, era un poder abrumador, lo encarnaba. Irradiaba de él.

Si no le conociera como lo hacía, me habrían temblado las piernas. Tal como


estaba, apreté las manos para que no me temblaran. Llevaba casi quince días
entrenando con Kennan y me di cuenta de que me había acostumbrado a su estilo
más relajado cuando entrenábamos. Lo echaba de menos.

Kovis despidió a su compañero de sparring.

Bajé los escalones.

—Está de mal humor —susurró el hechicero cuando pasamos.

El rostro de Kovis se suavizó al notar mi cuello.

—El maestro Gavin ha trabajado en mí.

—¿Todavía te duele?

—Sólo un poco.

Miró al suelo.

—Oye —Extendí la mano y levanté su barbilla para que nuestros ojos se


encontraran—. Me prometiste que intentarías dejarlo pasar.

Asintió con la cabeza.

—A veces es más fácil decirlo que hacerlo.

—Esfuérzate más —Mi voz sonó fría, como era mi intención, y le sacó de
su melancolía.
Como si se pusiera una máscara, endureció su rostro.

Levanté las manos.

—Para. Basta. No he dicho que lo entierres. Dije que lo dejaras ir —Sus


hombros se tensaron.

—No estoy seguro de saber cómo. Esta es la única manera que conozco de
afrontarlo.

Llevé una mano a su mandíbula.

—Trabajaremos en eso.

Parecía un niño pequeño atrapado con la mano en un frasco de golosinas,


pero asintió lentamente.

—Me gustaría.

Un Kovis más suave sustituyó al anterior.

—Kennan me puso al día sobre tu entrenamiento. Me dijo que te has


mezclado con afinidades de Aire, Fuego, Agua, Hielo, Tierra y Madera. Seis en
total —Una afirmación de hecho, tal y como él veía las cosas.

¿Había olvidado nuestra conversación de soles antes? Era importante. A


mí.

Levantó una mano.

—Sé que no quieres estar atrapada en una caja de expectativas inapropiadas.


Y puede que descubramos que tienes otras afinidades, no del Cañón, pero
necesitamos un lugar para empezar.

—Siempre y cuando prometas no obligarme a hacer esto —Podría


comprometerme.

—Me parece justo. Veamos cómo van tus habilidades, empezando por esto
—Kovis buscó en su bolsillo y sacó una pequeña vela, luego la hizo flotar y la
puso en la arena cerca de mis pies.

Me mordí el labio y respiré hondo, obligándome a mantenerme firme


donde estaba. Al menos empezamos con una afinidad con la que podía hacer
algo. Puede que me haya mezclado con las demás, pero eso no significa que pueda
manejarlas. Cerré los ojos y extendí las manos temblorosas.
Tranquilízate. Respira. Hice que mis manos se quedaran quietas. Tenía que
fingir que dibujaba los sueños de Kovis.

Mi estómago se tensó cuando imaginé una pequeña llama emergiendo de


la mecha mientras dirigía mis palmas hacia la vela. Un latido después sonreí y
abrí los ojos para inspeccionar mi obra.

Kovis me sobresaltó—: Kennan me aseguró que podías manejar el fuego.


Inténtalo de nuevo —Miré la vela. Conservaba su forma original.

—¿Qué? Siempre puedo. Lo hice todo como siempre.

El rostro de Kovis permaneció estoico, e hizo un gesto con la cabeza,


indicando que lo intentara de nuevo, así que lo hice. Con el mismo resultado.

—No lo entiendo. ¿Qué está pasando? —mi tono se elevó.

Kovis respiró profundamente.

—No lo sé.

Su ceño fruncido me hizo replantearme lo que había hecho.

Conjurar fuego nunca había sido un problema. Nunca. Me había imaginado


a Kovis al borde del sueño, con su mente abriéndose a mí, invitándome a dibujar
sobre pensamientos que necesitaban refinarse, sobre problemas que necesitaban
soluciones, sobre preocupaciones que pedían acción, sobre cosas que debería o
no debería haber dicho. Había sentido un hilo de calor en el aire, y luego había
dibujado remolinos y líneas, creando una red de conexiones como solía hacer
con sus sueños, sólo que en llamas. Es lo que había hecho para encender las velas
que Kennan había puesto ante mí.

—Intenta conjurar el agua.

—Espera, déjame probar una cosa más. —Mi voz vaciló. Había funcionado
para encender una tormenta de arena.

Él asintió con la cabeza.

Volví a extender las manos y tragué con fuerza, luego me concentré en el


horror de lo que me había hecho padre. Mantuve las imágenes delante de mi
mente, reviviendo cada horrible detalle. Las lágrimas fluyeron, pero me
mantuve firme, dispuesta a que el fuego se hiciera presente. Me sentí agotada
cuando me detuve. Tenía que ser suficiente; no podía soportar más. Abrí los ojos
y me pasé una mano por las mejillas mojadas.

La mecha obstinada seguía siendo pura.


El rostro de Kovis se suavizó. Antes había fruncido el ceño, pero sabía lo
que había hecho y la energía que había gastado en este intento. Una arruga le
marcó el ceño.

—Intenta utilizar el agua —dijo Kovis con suavidad.

Nunca había tenido éxito con el agua, pero dejé de lado mi frustración,
cuadré los hombros y respiré profundamente. Cerré los ojos y volví a extender
las manos como si dibujara sus sueños. Sentí un hilo de humedad en el aire e
imaginé una fuente surgiendo en el centro del pozo. Lo siguiente que recuerdo
es que el agua me roció la cara y las manos. Me tapé los ojos. Quería bailar. Mi
fuente, más bien géiser, llovía, convirtiendo la arena en un pantano. La lluvia me
empapó el pelo, la ropa, todo. Nunca había manejado el agua ni de lejos, por
mucho que Kennan me hiciera probar.

—¡Woohoo!

—¡Para! —el grito de Kovis desterró mi celebración.

La tinta de su tatuaje se había vuelto negra. A juzgar por su ceño fruncido,


el significado no era positivo: negrura, amenaza, pesadez.

¿Por qué estaba tan molesto conmigo?

Los ojos de Kovis encontraron los míos.

—Tú... ¿Qué eres? —sacudió la cabeza llevándose una mano a la nuca.

¿Qué había hecho?

—Sacaste poder de mí. Lo sentí.

—¿Yo qué?

Kovis mató mi fuente con un pensamiento y volvió los ojos hacia mí. Se
acercó y me agarró por los hombros. Intenté retroceder, pero me mantuvo firme.
Miró a su alrededor y luego, en un fuerte susurro, acusó—: ¡Me has robado el
poder! ¿Te lo ha enseñado Kennan? —su tatuaje se transformó en azul: distante,
antipático.

—¿Robar? ¿Qué? No. ¿De qué estás hablando?

—Baja la voz —El azul metálico y el avellana de sus ojos se volvieron


gélidos—. Sentí una atracción en mi poder justo antes de que la fuente entrara en
erupción.

Me eché hacia atrás y sacudí la cabeza.


—¡No! No lo hice

—Lo niegas.

—¡Sí! Apenas puedo manejar el agua la mayoría de las veces. No sé qué ha


pasado. Pensé que estarías feliz —No tenía ni idea de lo que había sentido, pero
realmente había blandido el agua. De alguna manera le molestó. No podía ganar.

Kovis debió sentir mi emoción por nuestro vínculo, porque me soltó, dio
un paso atrás y se llevó dos dedos a la frente.

Me enfurecí en silencio.

—¿Qué está pasando? ¿Es el vínculo? Dijiste que podías manejar el fuego
cuando Kennan estaba aquí —Asentí con la cabeza—. Pero ahora no podrías.

Gracias por el recordatorio. La única afinidad que nunca me había fallado


se había vuelto tortuga cuando la había necesitado.

—¿Eh? ¿Podría ser? —se quedó perplejo durante varios latidos más antes de
decir—: Esgrime Hielo por mí.

—Tampoco puedo hacerlo bien. No con constancia.

—Inténtalo.

Puse los ojos en blanco y me giré hacia el centro del pozo. También podría
congelar toda esta agua. Estiré los brazos y volví a imaginarme dibujando los
sueños de Kovis, el movimiento se sentía familiar, reconfortante, y calmó mis
nervios. Un latido después, abrí los ojos para ver el pantano de arena en el que
estábamos, congelado. Intenté levantar un pie y pivotar, pero me encontré
firmemente atascado. Me retorcí a tiempo para ver cómo una de las comisuras
de la boca de Kovis se levantaba.

—Lo has vuelto a hacer. Te he sentido. Has utilizado mi poder para congelar
el agua.

—¿En serio?

—Y no tenías ni idea —Sacudí la cabeza.

—¿Kennan nunca sintió que sacabas su poder?

—Si lo hizo, nunca dijo nada.

—Podría ser que no lo sintiera. Con tres afinidades, mi sensibilidad es más


aguda que la suya. ¿Dijiste que has blandido Agua y Hielo sin consistencia?
—Así es.

—Por casualidad, cuando lo lograste, ¿había un hechicero con esas


afinidades cerca?

Mi mente repasó las veces que mi poder había funcionado realmente. Y me


di cuenta de que había habido un mago con esa magia cerca. ¿Cómo lo sabía él?

—Kennan dijo que no podías manejar el Metal.

—Así es. Intenté todo tipo de cosas, pero a falta de empalarme con su espada,
no podía mezclarme con él, y mucho menos blandirlo. Bromeó diciendo que no
podía ser todopoderosa con las siete. Nos centramos en los otros.

—Podría ser tu técnica. Tienes que mezclarte con la magia del Metal antes
de que se forme el arma.

—Oh.

—Apuesto a que puedes blandir Metal, si Kennan está cerca, y modificas tu


enfoque.

¿De verdad? ¿Las siete afinidades? ¿Cómo? Ladeé la cabeza.

—Parece que posees una afinidad Simulous. Sólo he oído a los eruditos
debatir la posibilidad, pero nunca nadie ha aprovechado el poder de otros
hechiceros, al menos que yo sepa. Asombroso —Sacudió la cabeza.

Me reí.

—¿Qué es tan gracioso?

—Me acusaste de robarte el poder, ¿y ahora lo llamas aprovechar?

Kovis se encogió de hombros y me dirigió una mirada de qué puedo decir.

—Ali querida, no sé cómo el Cañón ha conseguido esto, pero se está


volviendo muy creativo contigo.

Ali querida. Mis oídos captaron el apelativo una vez más. La segunda vez
que lo usaba. Y después de la noche anterior, sonaba aún mejor.

Pero volví a centrarme.

—O poseo capacidades que no son de tu Cañón. Esta afinidad de Simulous


no es de allí, ¿verdad?
Su expresión se volvió conflictiva. Sabía que le había pedido que creyera
en algo que no entendía. De nuevo. ¿Podría estirarse?

Se pasó una mano por el pelo y se frotó la frente. Al final, sacudió


ligeramente la cabeza.

—Lo que más me confunde es —una sonrisa sustituyó su confusión —tu


cuerpo.

Sentí un cosquilleo en el estómago. ¿Estaba coqueteando, tratando de


distraerme? Me aclaré la garganta, decidida a dejar claro mi punto de vista.
Intenté pisar fuerte, pero el hielo me sujetó el pie.

—Hablo en serio.

—Sé que lo haces. ¿Y qué pasa con mi cuerpo? —intenté rechazar el calor
creciente.

—Llegaste completamente crecida. ¿Es eso lo que te dio poderes nunca antes
vistos?

—No lo sé. No tengo ni idea de cómo mi hermana logró mi transición. O


de dónde vinieron mis poderes. ¿No puedes aceptar que tal vez el Cañón no es
la única fuente de magia y entrenarme lo mejor que puedas? —Kovis descongeló
el hielo con un gesto de la mano y se acercó.

Acarició mi mejilla.

—Tal vez. Pero sí, daré lo mejor de mí para entrenarte, Ali. No hay duda —
Sus hombros se relajaron—. Una cosa por fin tiene sentido.

—¿Qué es?

—Por qué tienes tantas afinidades.

—¿Cuántas tengo en realidad? Tengo la capacidad de dormir a la gente con


un pensamiento...

—Llamémoslo afinidad Somnus.

—Bien. Entonces Simulous y Somnus. Son dos.

—Que se disfrazan de muchas más. Además, induces mi sueño y mis sueños


con tu toque.

—Pero eso es sólo tú. Eso no es una afinidad. Cualquier otro, y mi toque no
les afecta. —Pensé por un instante—. Sería horrible si lo hiciera.
Se rio, sin duda imaginando.

—Y Aire. Kennan me ha dicho que has estado trabajando en el control de


tu magia de aire.

—¿Es realmente mi afinidad con el aire?

—Arrojaste esa planta a Kennan y creaste esa tormenta de arena. Estoy


bastante seguro de que tienes tu propia magia de aire. —Sonrió—. Así que
triafinidad todavía.

—¿Miedo a un poco de competencia? —enarqué la ceja.

—Difícilmente. La acojo con agrado. Eres más poderosa que yo, de lejos —
Parecía aliviado.

Se me secó la boca. Había anhelado el poder para liberarme de padre, para


decidir mi propio futuro, dirigir mi propio destino. Siempre había estado fuera
de mi alcance. Pero al descubrirlo, tenía más poder que incluso Kovis. La idea
me asustó. Nunca había buscado ser el más fuerte, sólo lo suficiente. ¿Qué
significaría para el futuro? Me mordí el labio.

—Muéstrame lo que puedes hacer con aire.

—De acuerdo.

Puse los pies en escuadra con los hombros y volví a extender la mano,
sintiendo cualquier brisa. Nada. Vamos, me quejé para mis adentros. Me costó
concentrarme, pero por fin sentí la más mínima agitación. Cerré los ojos. Con la
arena empapada como estaba, la sentía pesada, lenta. Me concentré y, fiel a mi
estilo, sentí los primeros granos acariciando mis manos. Le pedí al viento que se
fortaleciera. Obedeció y más granos rozaron mis palmas. Abrí los ojos y abrí los
brazos. La arena se arremolinó en una columna a nuestro alrededor, creciendo
más y más alto a medida que la deseaba. Más alta. En nuestro pequeño mundo,
sólo Kovis y yo. La sensación de poder en bruto me llenó.

Kennan me había advertido que no me esforzara demasiado, pero cuanto


más tiempo dejaba que se arremolinara, más poder me llenaba. Podía comandar
este tornado de arena, someterlo a mi voluntad. Reduje el embudo, obligando a
Kovis a acercarse a mí, un paso, dos, hasta que nos pusimos al alcance del otro.

Él sonrió, reconociendo mi truco.

Se me revolvió el pelo, y sonreí mientras decía—: Escóndenos.

Kovis se preparó y dibujó un muro protector de Aire a nuestro alrededor.


Ordené a la arena que se arremolinaba que pasara por delante de nosotros
y se dirigiera al otro lado del pozo, y luego la hice doblarse como si fuera un
siervo que se inclinara ante su amo. Al enderezarla y volverla a estirar, utilicé
los dedos como si fueran un pincel y acaricié mi impresión de ramas y hojas en
los granos arremolinados, y luego añadí un nudo y una textura al tronco.

Kovis aplaudió la ilusión, pero yo no había terminado.

Moví la columna y creé un castillo, luego un Dragón de fuego y, para el


final, creé un altairn que se abalanzaba con las garras extendidas.

El poder corrió por mis venas. Rugí cuando liberé a mi último sujeto. Los
miles de millones de rocas, minerales y cristales cayeron en forma de lluvia y
volvieron a depositarse en el suelo de la fosa.

Pasé la mano por la zona con una floritura3 deseando que el material se
redistribuyera uniformemente. Al hacerlo, cubrí accidentalmente los pies
descalzos de Kovis. Una sonrisa eclipsó su rostro mientras miraba desde sus pies
a mis ojos. Hacía mucho tiempo que no lo veía sonreír sólo en sus sueños más
jóvenes. Recordaría esto.

—Y ni un grano fuera de lugar ahora que has terminado. Has aprendido a


controlarlo. Bien hecho.

Hice una reverencia, reflejando su rostro.

—¿He recurrido a tu poder?

—Sí, Ali querida, lo hiciste. Pero no lo suficiente como para crear todo esto.
Aprovechaste nuestros poderes y los hiciste más grandes.

Más grande. Mi pecho se sintió ligero.

Pero un lento y animado aplauso nos interrumpió, atrayendo mi atención


hacia arriba.

La sonrisa de Kovis se rompió en un billón de pedazos irreconocibles. Me


pareció oír un gruñido bajo que escapaba de su garganta. Se pasó una mano por
sus mechones húmedos mientras gritaba—: Concejales y concejalas. Me alegro de
que lo hayan disfrutado, pero el espectáculo ha terminado.

Un hombre redondo y sin cuello, vestido con galas, levantó un brazo. Su


papada se agitó al objetar,

3
Adornos en forma innecesaria, en exceso o en redundancia
—Pero, mi príncipe, acabamos de llegar. Seguramente no querrá
decepcionar a su Consejo.

—No querríamos gravarla innecesariamente, ¿verdad, Lord Beecham? —


respondió Kovis.

Sin inmutarse, una mujer excesivamente vestida con una pluma de pavo
real que sobresalía de su bonete contraatacó desde el lado del señor—: Oh, mi
príncipe, sabes que no debes tratar de ocultarnos las cosas. Seguro que no
necesitas que te lo recuerden —Se dirigió a Kovis.

—Oh, nunca haría tal cosa, Milady.

Kovis forzó una risa falsa.

—Pues que muestre su talento —ladró una voz grave desde el final de la
fila de siete observadores —todos ellos demasiados vestidos—.

Este caballero, si es que se le puede llamar así, no se parecía a sus


compañeros. Tenía unos rasgos duros y un ceño fruncido. Un par de espadas
colgaban, una a cada lado de su ropa ajustada. Parecía que podría saltar desde la
plataforma de observación, caer de pie y entablar un combate armado. Tragué
saliva. Si Kovis tenía temores similares, los ocultaba bien.

Con un tono de mando, respondió—: De verdad. No la pondré a prueba


indebidamente y agotaré su poder. Hemos terminado.

El público miró con desdén, pero a Kovis no le importó. Sin decir nada
más, se dirigió a las escaleras.

—Sígueme —susurró.

Recordé lo que Rasa había dicho acerca de que el Consejo se enterara de


mis poderes. Había advertido que intentarían utilizarme. Una sensación de vacío
me llenó la boca del estómago.

Llegamos a los vestuarios y Kovis se volvió hacia mí con una mirada feroz.

—No voy a dejar que te pase nada. Hablaré con Rasa.

Sentí que las manos de Kovis volvían a apretarme la garganta, mientras


entrábamos en nuestros vestuarios por separado.

Después de vestirnos, nos encontramos de nuevo en el pasillo. Kovis me


echó una mirada, me cogió la barbilla y me dijo—: Todo irá bien. ¿Realmente
crees que dejaría que alguien le haga algo a quien me permite dormir y soñar,
quien protege mi vida?
Me había dado su corazón. Esta era nuestra primera prueba.
Treinta y tres

El baño de los sanadores estaba ocupado a esta hora. Yo había esperado mi


turno y por fin había conseguido una bañera. Hulda tomó la que estaba a mi lado.
Charlaba sin parar y, mientras me lavaba, aparté el malestar de antes y me centré
en un solo pensamiento, dejando que mantuviera mi atención. Pasaría la noche
con Kovis. ¡Otra vez!

—No estás escuchando —me acusó—. ¿Y por qué sonríes?

Me sobresalté y luego corregí mis rasgos.

—¡Oh! No hay razón.

Basta decir que me convertí en una presa tentadora. Y como un preciado


perro de caza, me clavó los dientes y no me soltó. Prácticamente tuve que correr
a mi habitación para escapar.

Mi mente vagó hacia la razón por la que había pasado la noche anterior con
Kovis. Padre. ¿Funcionaría nuestra estrategia? ¿O volvería la yegua? Si lo hacía,
ambos estaríamos allí, ambos estaríamos en peligro. La cosa tendría a padre sobre
nosotros en un abrir y cerrar de ojos. Me llevé una mano a la boca, imaginando
las sombrías posibilidades. Imaginando nuestros cuerpos sin vida.

No tenía otro plan. Tenía que funcionar. Tenía que hacerlo.

Abrí mi armario y obligué a mi mente a pensar en qué ponerse, en


cualquier cosa menos en el peligro. Mis compras de Madame Catherine habían
llegado hacía varios soles. ¿Mi bata, o un vestido informal? Técnicamente lo traté.
Si alguien me veía con un vestido... Túnica, definitivamente.

Decidido esto, vacilé sobre la cuestión más importante. Qué ponerme


debajo. Mi distracción funcionó. No podía pensar en otra cosa.

Ese vestido. Me sonrojé con sólo mirarlo colgado. Parecía tan inocente. Pero
sabía que era cualquier cosa menos eso. Un lobo con piel de cordero, más bien.
¿Estaba preparada para ello?

No. Definitivamente no.

Pero la tela sedosa y el encaje me llamaban. Pasé mi mano por encima. Otra
vez. Tendría marcas de desgaste sin haber sido usado nunca si no me detenía. Es
tan hermoso. Me había obsesionado con él en la intimidad de mi habitación desde
que llegó. Haylan y Hulda me habían rogado para verlo, pero me había negado
cada vez.

Le pedí a Kovis que se abrirse. ¿Tal vez debería ponérmelo yo para abrirse?
Había sido tan modesto anoche. Me sorprendió. Todos mis instintos me llevaban
a cubrirme. Ni siquiera me había quitado la bata.

Quería tener más intimidad con él. Madame Catherine me había enseñado
que los hombres respondían a la acción. Y él lo hizo, a mi apasionado beso.
¿Animaría esto nuestra relación?

¿Cuál sería el daño en llevarlo? Si no podía soportar desnudarme, él no lo


vería.

Me lo puse y me miré en el espejo.

El material transparente era sólo eso, muy transparente. Podía distinguir


fácilmente mi figura y los tonos rosados de mi piel. El vestido sin mangas llegaba
escandalosamente hasta la mitad de mis muslos. Mis pezones se veían justo debajo
del escote que la costurera había sido más que generosa. Me vería casi toda sin
mover un dedo. Me sonrojé. Por supuesto, me había visto toda cuando llegué.
Aunque no había estado en condiciones de estudiarme. No tenía ningún
problema en desnudarse por completo. ¿Cuál era mi problema? Mi mente se
quedó con las imágenes de un Kovis desnudo.

—Definitivamente es el estilo del príncipe —Madame Catherine había sido


inflexible.

Deje de lado las preocupaciones y me abroché la bata. Me sentí escandalosa.


Me sentí guapa. Toda yo.

Luego, por mi pelo. Me senté en mi escritorio que hacía las veces de tocador
y cogí el cepillo. Lo pasé por mis mechones mojados y enmarañados y decidí
trenzar todo lo que pudiera para que no estorbara. Mientras me cepillaba, un
recuerdo de uno de los sueños de Kovis pasó por mi mente.

Él pasaba sus manos por el cuerpo de Dierna. No me atreví a pensarlo.


Aunque mentiría si dijera que no tenía curiosidad por saber qué se sentía. A
juzgar por las reacciones de esa mujer.

¡Suficiente! Me detuve.

Me miré por última vez en el espejo. Tan lista como nunca lo estaría.
Necesitaba relajarme.
Me crucé con Haylan, que volvía a su habitación tras un baño a juzgar por
lo que llevaba. Me dirigió una mirada de precaución, a mi cuello, como había
estado haciendo todo el sol.

—Gracias por tu preocupación. Estaré bien. De verdad —le aseguré.

—¿Vas a ir con el pelo mojado? —nunca había hecho eso. ¡Mierda! Ella se
dio cuenta.

—Dijo que no debía incomodarme.

—¿Y le tomaste la palabra?

Me encogí de hombros.

—¿No debería?

Levantó una ceja, pero no dijo nada más. Sentí sus ojos en mi espalda
durante todo el camino por el pasillo. No le había dicho a ella ni a nadie más
dónde iba a pasar la noche. ¿Para qué invitar a preguntas?

Asentí a Bryce cuando llegué a las habitaciones de Kovis. Sus ojos


recorrieron mi pelo mojado, pero llamó a la puerta sin expresión alguna. Al
recibir el permiso para entrar, miré hacia atrás y lo sorprendí sonriendo. Levantó
una ceja cuando vio a Kovis en bata.

Me reí para mis adentros. ¡Espera a que no vuelva a salir esta noche!

El pelo de Kovis estaba mojado como el mío. Sin duda, olía de maravilla.
Pensaba averiguarlo. Se acercó a mí y se detuvo al alcance de la mano.

Entre sus profundos ojos azules y su sonrisa, las mariposas se lanzaron


dentro de mí, y me puse rígida.

—Hace varias noches, dijiste que tenías que tocarme para que soñara.

—Lo hice.

—Ya que me vas a tocar toda la noche, ¿todavía tenemos que besarnos? —
las palabras salieron como un ronroneo.

—¿No quieres? —casi me atraganté con una mariposa. Levantó una ceja.

—No has respondido a mi pregunta.

Me mordí el labio.
—Técnicamente, no —No iba a mentir. Mis mariposas se callaron. La hora
de la verdad.

Se limitó a observarme. Durante un buen centenar de latidos. Los más


largos de mi vida. Me puse nerviosa.

—Quiero lo que tú quieres, Ali querida. ¿Y qué es eso? —Me agarró por los
antebrazos, su agarre era suave. Mis mariposas volvieron a volar.

—Lo mejor sería besarnos. Para ti, por supuesto —tartamudeé.

—¿Para mí?

—Besar te ayudará a conciliar el sueño. Tocar te mantendrá dormido y te


permitirá soñar — respondí.

—Ya veo. ¿Pero es eso lo que tú quieres? —asentí con la cabeza, temiendo
decir más.

Kovis sonrió.

—Entonces, mi sanadora, ¿procedemos? —me acercó. Olía de maravilla.


Pero pude ver en sus ojos que luchaba contra sus demonios. Mi orgullo por él
creció cuando no se tensó mientras me rodeaba con un brazo y se inclinaba.

Nuestros labios se conectaron lentamente, el beso fue suave.

Tierno. Como si explorara una flor delicada. Sin embargo, se mantuvo


suelto. Estaba tan orgullosa de él. Pero en algún momento, sentí que sus músculos
se ponían rígidos. Parecía que no podía soportar la tensión por más tiempo y se
retiró. Pero había vencido su miedo por poco tiempo.

Exhaló y se pasó una mano por los labios. No interrumpí sus


contemplaciones. Al final preguntó—: Entonces, ¿estás lista para ir a la cama?

—Creo que sí —Mi mente se dirigió a lo que llevaba debajo de la bata y mi


corazón empezó a latir más rápido.

Le seguí hasta su dormitorio. Sin preámbulos, Kovis se quitó la bata. Me


sonrojé al verlo e intenté apartar la mirada, pero mis ojos traidores se dirigieron
al sur.

Kovis se dio cuenta y se giró para mirarme.

—Me viste anoche —Sonrió—. Olvidé que todo esto es nuevo para ti.
¿Disfrutas de la vista?
Dudo que pueda ponerme más roja. Podría combustionar en el acto. Le oí
reírse por el lazo.

¡Príncipe arrogante!

Retiró las mantas, observándome. Juré que lo hizo tan lentamente como era
humanamente posible. Finalmente se metió dentro, todavía sonriendo.

¡De ninguna manera me voy a quitar la bata! Si estaba concentrado en mí


como sospechaba, sabía que había oído el pensamiento, pero no me importaba.

Me dirigí al otro lado de la cama y me quité los zapatos. Aparté las sábanas.
¿Qué hago? ¿Qué hago? ¡Qué incómodo!

Le miré. Mi error. Me subí a la cama, completamente vestida.

—¿Vas a estar cómoda durmiendo con eso?

Mi cerebro empezó a dar volteretas. No podía desvestirme delante de él.

—Cámbiate en mi baño.

—Gracias —Me sonrojé y me apresuré a entrar en su baño.

—Hay una bata extra en la parte trasera de la puerta si quieres usarla —dijo
desde la otra habitación.

Desabroché mi bata de sanadora y la colgué en el gancho del que había


sacado la suya. Me miré en su enorme espejo: Por muy bonita que fuera,
temblaba en mi escasa ropa. Y no era por tener frío. Me puse su bata. Las mangas
caían más allá de la punta de mis dedos. Se acumulaba en el suelo a mis pies. Subí
las mangas y aspiré su aroma. Me impregnó los sentidos y me ayudó a relajarme
un poco, pero no lo suficiente.

Había deseado esto. Ten cuidado con lo que deseas.

Volví a caminar a trompicones hacia mi lado de la cama, tratando de evitar


que la tela se enredara en mis pies. Y de nuevo dudé. No podía hacerlo. No podía
desvestirme con las velas encendidas.

Kovis sonrió—: ¿Por qué tan modesta de repente? Llegaste desnuda.

—No esperaba estar en tu cama —Aunque lo esperaba.

—Estuviste anoche.

—Lo sé, pero nunca me desvestí. Además, fue una emergencia. Pensé que
me necesitabas.
—Lo hice y ahora, al parecer, nos necesitamos mutuamente si queremos
burlar a tu padre.

Asentí con la cabeza, pero seguí dando rodeos.

—No me vas a dar ninguna emoción esta noche, ¿verdad?

Mis mejillas ardían, pero me negué a responder. No tenía ni idea de lo que


llevaba debajo.

—Bien —Volvió a reírse y apagó las velas con un pensamiento.

La luz del cañón iluminaba débilmente su habitación, pero lo suficiente


para ver. Me quité rápidamente su enorme bata, la coloqué en el extremo de la
cama y salté bajo las sábanas.

Se rio.

Estaba casi desnuda a su lado, un hombre desnudo. La idea me asustó, pero


también me emocionó. Alcancé la mano de Kovis. Su cuerpo estaba rígido,
inmóvil, con la atención puesta en el techo. Me uní a su concurso de miradas. Un
arco iris de colores brotó del Cañón.

No me atreví a moverme. Al final, su respiración se hizo más lenta y


profunda. Quería pellizcarme. Me quedé mirando su rostro, tan tranquilo en el
sueño.

—Te quiero, mi Rayo de Sueño —susurré.

Kovis gruñó y se movió. ¿Me había oído? Su respiración volvió a ser lenta
y constante. Dejé que el sueño me reclamara.

El sol a través de las persianas me despertó. Me limpié la arena de las


comisuras de los ojos. ¡Arena! ¡Había hecho arena de ensueño dos noches seguidas!
La alegría me llenó.

—Anoche no sentí ninguna molestia por tu parte. ¿Cómo has dormido?

—Bien —Kovis se limpió la arena de los ojos—. Sin pesadillas, ni siquiera


malos sueños. Es la primera vez que duermo tranquilo en mucho tiempo.

—Puede que hayamos engañado a la yegua —Esperé en voz alta—. Así que
paso uno, listo.

—Dale unas cuantas noches más. Quiero estar seguro.

—Entendido. Y una buena idea.


—Probablemente debería volver a mi habitación antes de... —busqué a
tientas y luego tomé apresuradamente su bata. No fue difícil meter los brazos en
las mangas demasiado largas. Pero cuando me deslicé fuera de la cama, casi me
golpeé el trasero cuando mis pies se enredaron en la abundante tela. Me recuperé
torpemente y me puse de pie, dejándola caer a mis pies.

Kovis se rio y se sentó. El tatuaje de su pecho desnudo mostraba el color


amarillo. Optimismo, confianza, fuerza emocional.

Sonreí al verlo.

—Estás muy nerviosa. Como he dicho, ya lo he visto todo.

Debería haberme emocionado. Quería ver más de mí. Pero desvié la mirada.

—No creo que estuvieras en condiciones de estudiar mi cuerpo cuando


vine.

—Por desgracia, tienes razón.

—Dejemos algo a tu imaginación.

—No eres divertida.

Empujé hacia atrás las mangas demasiado largas de la bata, recogí la tela
sobrante y me dirigí hacia su baño. Debía de ser una imagen bastante cómica. Al
llegar a la seguridad, me despojé de la bata y me miré en el espejo. Todavía no
estaba preparada para más intimidad. Pero no me decepcionaría. Él tampoco
estaba preparado. Llegaríamos a ese punto. Juntos.

Kovis se había puesto la bata cuando volví a aparecer.

—¿Todo listo? —preguntó Kovis antes de abrir su puerta.

—Buenos días, mi príncipe —saludó Ulric.

—Buenos días.

—Te veré esta noche, mi sanadora —susurró Kovis mientras pasaba a


hurtadillas.

Ulric sonrió.
Treinta y cuatro

Pasaron tres noches tranquilas y, aunque tanto Kovis como yo tuvimos


malos sueños, no experimentamos nada que rozara las pesadillas desgarradoras.
Entre nosotros rebosaba la esperanza de que realmente habíamos engañado a la
yegua. Padre me buscaría durante bastante tiempo. ¿Qué podría hacer en su
frustración? Decidí no pensar en ello. Estábamos a salvo. Eso era lo único que
importaba.

Una nube de inquietud se cernía sobre muchos, incluidos los sanadores,


debido a la incapacidad del ejército para detener los ataques de la guerrilla. Yo,
en cambio, me sentía más libre que en mucho tiempo. Empecé a tararear
"Twinkle, Twinkle, Pequeña Estrella" mientras molía en el mortero clavos,
zanahoria silvestre, bígaro y perejil de acuerdo con la receta del anticonceptivo.

Tal vez en un intento de contrarrestar su malestar, Haylan intervino desde


donde estaba sentada en otra mesa de trabajo mesa de trabajo.

—¡Esa melodía se me ha quedado grabada en la cabeza! —se quejó en broma.

Arabella, que se sentaba a su lado, la retomó. Pronto todas tararearon. Todas


conocían la melodía. La habían escuchado mucho. Myla empezó a tamborilear
con los pulgares sobre la mesa y a modificar la letra para adaptarla al ritmo. Las
cabezas empezaron a moverse. Varios se unieron con una variedad de efectos de
sonido propios.

Esto nunca haría dormir a nadie. Yo podría bailar. Me uní a los aplausos.
Pero nuestra alegría se detuvo cuando Hulda entró corriendo por la puerta
agitando un sobre. Saltó alrededor de las mesas.

—¡Tengo una carta de casa! —sus ojos verdes bailaban y su larga melena
pelirroja se agitaba.

Una punzada de nostalgia me llegó al corazón. Intenté apartarla. No tiene


sentido desear lo que no se puede tener. Haylan me pilló desplomada antes de
que pudiera cubrirme y me envió una sonrisa empática. Ella no sabía que nunca
podría volver a casa, sólo que estaba fuera por primera vez.

—¿Qué dice? —preguntó Haylan.

La pregunta calmó el vapor de la pelirroja.

—¡Oh! No lo sé. Todavía no lo he leído.


Todos se rieron. Siempre tan animados.

—¿Dónde está tú casa? —pregunté mientras ella se sentaba en un taburete


cerca de mí y tanteaba para abrir el sobre.

—Mantellum, está a cinco soles de aquí —Los labios de Hulda se movieron,


pero no dijo nada.

—¡Oh! ¡Mamá dice que papá acaba de conseguir cortar a Rojo! —saltó del
taburete, lanzó los puños al aire e hizo un baile.

—¿Rojo? —pregunté.

—Un diamante rojo. Son las piedras más raras y valiosas. Todo el mundo
bromea con papá porque lleva tanto tiempo trabajando en él que prácticamente
se ha convertido en un miembro de la familia. Le han puesto un apodo.

—¿Cuánto tiempo trabajó en ello? —preguntó Myla.

—¡Dos años!

Vaya.

—El valor de una piedra depende del corte. Un tallador de gemas tiene que
decidir qué corte será el mejor para una determinada piedra en bruto para ocultar
sus imperfecciones y crear el mayor valor. Algunas piedras, como ésta, tardan
años en ser estudiadas y cortadas correctamente, incluso para un hechicero tan
dotado como papá. Mamá cuenta el tiempo que le llevó cortar un zafiro en forma
de lágrima. ¡Tres años! Él lo convirtió en un anillo y puso pequeños diamantes
alrededor de la piedra. Dijo que era absolutamente impresionante. El último
emperador lo compró para su emperatriz. Todavía no había nacido. El rojo fue
su proyecto más grande desde entonces. Se venderá por una buena suma —Hulda
aplaudió con locura.

El emperador lo había comprado. Realmente impresionante.

—Mis tres hermanos mayores también son afines a la tierra y talladores de


gemas, pero no tan buenos. Todavía —Hulda sonrió.

Volvió a su carta. Todos los demás volvieron al trabajo. Un latido más tarde,
jadeó.

—¡Oh, no! Mamá dice que los rebeldes han atacado una de las minas. Jarin,
uno de mis hermanos, quedó atrapado en la lucha. Había estado comprando
piedras preciosas en ese momento —Se agarró al hombro de Myla—. Gravemente
herido —Sus ojos se agrandaron—. Mamá es una sanadora. Ella lo curó. Se está
recuperando, pero puede que nunca camine sin cojera.
Hulda se llevó una mano a la boca. ¡Otro ataque rebelde!

¡Kovis! Llamé a nuestro vínculo.

¿Sí? fue su respuesta.

¿Sabes de un ataque rebelde a una mina en Tierra?

Lo sé. Me enteré esta misma mañana. ¿Cómo lo sabes?

La madre de Hulda le envió una carta. ¿Qué importancia tiene?

La mayor mina de piedras preciosas del imperio.

Mi corazón se hundió. No importaba lo grande que fuera la amenaza de esa


yegua para Kovis y para mí, palidecía en comparación con el daño que padre
causaba al imperio. Yo no era su premio final. Si lo hubiera sido, habría enviado
una manada de yeguas, tal vez más. No, nuestra victoria palideció en el gran
esquema de las cosas.

Este ataque, sólo una confirmación más de los grandes planes de padre. Él
sacaría todas las paradas, trabajando para aplastar la economía del Imperio de
Altairn, y ponerlo de rodillas con el fin de conquistarlo. Había eliminado
objetivos económicos estratégicos en cada una de las provincias de Elementis. Y
el número de víctimas aumentó.

Myla comenzó a frotar la espalda de Hulda. Las lágrimas sustituyeron la


alegría de la pelirroja. Todos se sentaron en un sombrío silencio.

Se me apretó el estómago. Si supieran lo que yo sabía, se desatarían. Si el


Imperio de Altairn caía, desencadenaría un malestar masivo y abriría un vacío
de poder que las fuerzas bajo el control de padre podrían llenar. Dudo que se
detenga antes de someter a todos los humanos a sus caprichos. El Reino de los
Despiertos dejaría de existir.

Kovis me había mostrado un mapa del imperio marcado con todos los
lugares de ataque. No podía recordar todos los detalles, pero había deducido que
Padre se acercaba más y más a Veritas con cada uno de ellos. Estuve de acuerdo
basándome en la progresión que había esbozado. Hulda había dicho que
Mantellum estaba a sólo cinco soles de distancia, el ataque más cercano.

Sospeché que padre había estafado a suficiente Gente de la Arena para que
le ayudara a explotar sus cargos. Había intentado que yo lo hiciera. Me había
negado. ¿Pero cuántos otros no se habían enfrentado a él?

Kovis había estado metido de lleno en la planificación con Kennan y sus


asesores, preparando un probable ataque a la capital durante al menos una luna.
Los ciudadanos habían sido advertidos. Los soldados, tanto los hechiceros como
los que no lo eran se encontraban a una distancia razonable, se reposicionaron
en previsión.

Pero lo que también había quedado muy claro para mí, es que ni siquiera
sacrificándome y regresando al Reino del Sueño podría satisfacer la insaciable
sed de poder de padre. Quería a todo el Reino de los Despiertos. Y no tenía ni
idea de cómo empezar a pensar en detenerlo.

Las únicas preguntas que quedaban: ¿Cuándo atacaría? ¿Y qué tan


devastadoras serían las consecuencias?
Treinta y cinco

—Anoche tuve el sueño más hermoso —Kovis mencionó al amanecer


mientras se deslizaba de la cama.

—¿Hermoso? —sonreí tímidamente.

Se dio la vuelta, saltó de nuevo a la cama y se arrastró lentamente por las


sábanas. Al acecho.

—Una noche llegaste a mi habitación vestida con... poca cosa —movió las
cejas.

Sentí mi cara caliente. Sólo las sábanas nos separaban cuando se acostó a mi
lado. Deseé poder desterrarlas con un pensamiento.

—Me divertí desnudándote hasta el último detalle —afirmó, apoyando la


cabeza en una mano—. Sintiendo tu suave piel, pasando mis manos por... ciertas
partes. Y tú debiste disfrutar porque empezaste a hacer lo mismo conmigo y a
colmarme de besos. Por todas partes —Sonrió.

Yo le devolví la sonrisa.

—¿Te ha gustado?

Kovis se rio.

—¿Cómo podría no hacerlo? Los sueños le permiten a uno superar sus...


restricciones —Pasó una mano por mis mechones dorados.

—Pensé que te gustaría —sonreí.

Él arrugó una ceja.

—¿Qué quieres decir?

—Habías tenido malos sueños. Por fin descubrí cómo tejerlos de nuevo.
Pensé en plantar uno que te dejara sin aliento —Solté una risita, y mi cara se
calentó aún más. Admitir mi fantasía equivalía a decirle lo que quería, o deseaba,
hacer con él—. Me alegro de que te haya gustado.

Su cuerpo se puso rígido, sus ojos se abrieron de par en par y su voz fue
dura.

—¿Plantaste un sueño en mi mente?


—Sí —hice una mueca.

Se levantó a cuatro patas, con una expresión feroz.

—Yo creía que eras completamente honesta y auténtica. ¡Llámame tonto!


¡Me has manipulado! ¡No eres mejor que Dierna! —No pudo alejarse de mí lo
suficientemente rápido. Aterrizó en el suelo y se dirigió a su baño, dando un
portazo detrás de él. Su poder retumbó en la habitación. Con fuerza.

Me senté, atónita. Nunca había previsto esa reacción. No había querido darle
sólo un sueño feliz. No, quería que fuera memorable. Y lo había conseguido.

La sorpresa dio paso a la decepción. La decepción a las lágrimas. Lo había


hecho, sólo que Kovis estaba furioso conmigo. Sollocé.

Cuando mis lágrimas terminaron, me sequé los ojos y me senté. ¿Cómo


pudo decir eso? Yo no me parecía en nada a Dierna. Nada. Nunca le había
engañado. Nunca lo intenté. Nunca lo haría. ¿Cómo podía equiparar esto con que
me acostara con otra persona?

Me dolía. Me afligí. Por nosotros.

Lo supe porque la rabia no tardó en asomar por la cabeza.

El vapor habría salido de mis oídos si hubiera tenido la magia del agua.
Pensé que lo conocía, que lo creía mejor que esto. Se había llamado a sí mismo el
tonto. ¡Ja! Me miré en el espejo sobre su mesa de comedor.

Estúpida de mí. Había querido darle un gran sueño. Tendría que haber
dejado las cosas claras. Apreté la mandíbula e intenté alisarme el cabello. Se negó
a cooperar.

¡Maldita sea!

Mientras me preocupaba más por su estado rebelde, me di cuenta. ¡Él estaba


atrapado conmigo! Tendría que enfrentarse a mí. No podía echarme si quería
dormir. Y yo sabía que no era tan estúpido.

No había salido de su baño antes de que me fuera. Hice todo lo posible por
restablecer un poco de orden en mi aspecto, pero Allard me echó una mirada y
preguntó—: ¿Estás bien?

—No. Pero gracias por preguntar —No pude soportar su mirada de


compasión. Hui por el pasillo.
Cuando me presenté en el foso a última hora de la tarde, Kovis no aparecía
por ninguna parte. Cadby intentó asegurarme que probablemente se había
retrasado en las reuniones.

No me lo creí.

Me cambié, cené y me bañé con una nube de lluvia sobre mí. Hulda no
pudo hacerme reír, aunque lo intentó. Finalmente me envolvió en un abrazo,
rindiéndose a mi estado de ánimo. Su calor me recordó lo que había perdido.
Cómo echaba de menos a Velma.

Me hizo falta toda mi fuerza de voluntad para volver a la habitación de


Kovis esa noche. Por primera vez, mis pasos no contenían la emoción de la
anticipación de verlo, preguntándome de qué podríamos hablar. Ayudaría a
soñar al príncipe heredero, lo mantendría alejado de esa yegua. El deber, mi viejo
compañero.

Bryce me saludó. Me alegré de que Allard no siguiera de guardia. Aunque


Bryce había sido, sin duda, informado, no traicionó nada. Cuando entré en las
habitaciones de Kovis, enseguida me di cuenta de que el furioso zumbido de su
poder de esta mañana se había calmado hasta su sonoridad normal.

Kovis estaba recostado en una silla frente a la chimenea, con los pies
apoyados en la pequeña mesa. Su pelo mojado, perfecto, como siempre. Su ropa,
impecable. Sin embargo, a diferencia del fuego, su mirada carecía de la calidez
habitual. La tinta de su tatuaje se había vuelto negro como el azabache.

Definitivamente el lado negativo del significado: frialdad, pesadez.

No se levantó, sólo me invitó a unirme a él con un movimiento de cabeza.


Ningún saludo. Ni un agradecimiento por haber venido.

Nada.

—No te he visto en el foso esta tarde —Intenté romper el incómodo silencio.

—Entrené antes —dijo, mirando hacia las llamas.

—Pero pensé...

—Deberías haberle pedido a Kennan que trabajara contigo —Ni siquiera me


miró.

¿Planeaba trasladarme de regreso a Kennan? ¿Tenía que pedírselo a su


gemelo o lo haría él?
—Kennan tampoco estaba —Probablemente entrenaron juntos. ¿Kennan
también estaba enfadado conmigo?

Ninguna respuesta.

El deber. Cumpliría con mi deber. Dejé de intentar conversar y miré hacia


las llamas. El fuego se sentía como un compañero más cálido. El silencio duró
interminablemente. Sólo los troncos parloteaban con entusiasmo, crepitando una
historia que no entendía, hasta que también se callaron.

—¿Vamos? —Nunca me había alegrado tanto de escuchar esas palabras. Se


dirigió al dormitorio. Yo fui detrás.

Me había vestido con mi bata de sanadora y con un cambio normal debajo.


Con Kovis así, no quería estar cerca de él. Él se desnudó, yo no, y nos metimos
bajo las sábanas. Le tendí la mano. Él me recibió a medias, luego cerró los ojos y
se apartó.

¡Tonto! Te mereces los sueños que tienes.

Echó la cabeza hacia atrás y me miró con ojos penetrantes.

—Te olvidas de ti misma.

Humph.
Treinta y seis

Apenas pude pegar ojo. Kovis seguía moviéndose en su sueño a mi lado,


sin estar mejor. Mi mente trabajaba en todo lo que había pasado. Sabía que el
corazón de Kovis todavía resentía la traición de Dierna, sabía que la
manipulación, en particular, le irritaba. Lo que no había previsto, es que él
considerara lo que había hecho como una manipulación, también. Había sido la
cosa más lejana de mi mente.

Pero sabía que defender mis acciones sólo reforzaría el muro entre
nosotros, así que intenté ver las cosas desde su perspectiva. A medida que lo
hacía, iba comprendiendo poco a poco. Había intentado influir en él, empujarlo,
para que superara su congelación y compartiera un poco más de intimidad. Había
sido divertido. Pero tenía razón, lo había manipulado. No hasta el extremo de
Dierna, pero aun así lo había hecho.

Había roto su confianza en el proceso. Y una vez rota, la confianza puede


ser virtualmente imposible de reconstruir. Lo había aprendido por experiencia.

La tristeza me abrumó. Velma. Necesitaba hablar con Velma. Consideraba


a Haylan una buena amiga. Me conocía bastante bien. Sin embargo, nunca le
había contado mi historia completa. Kovis, en cambio, me conocía a fondo. Le
había contado casi todo, incluso le había confesado mi amor por él. Y me había
creído, por muy descabelladas que le parecieran mis historias. No sabía si alguien
más podría hacerlo. Era más que un buen amigo. Y echaba de menos su cercanía.

Había jurado luchar por nosotros. Pensé que lo había dicho en serio en ese
momento. Ciertamente lo había hecho. Pero, ¿lo había hecho realmente?

Esta era la primera prueba, y estábamos fallando. Miserablemente.


¿Podríamos reconstruir alguna vez lo que habíamos perdido? Pasaron varios
soles. Las cosas no mejoraron.

Kovis se comportó tan frío conmigo como siempre, a pesar de que me había
disculpado. Se encerraba en sí mismo y sólo hablaba cuando era necesario.
Todavía sostenía mi mano cada noche, pero siempre apartaba la cara. El silencio
entre nosotros llenaba incluso nuestro vínculo. Me sentía muy sola.

Haylan había empezado a fruncir el ceño cada vez que me veía. No le


confiaría lo que me preocupaba. Se había preocupado tanto que empezó a
entrometerse, tan indiferente de ella. Pero no podía decírselo. No con las cosas
como estaban entre Kovis y yo. No sabía qué me detenía. ¿El orgullo de habernos
jodido? ¿Miedo a lo que ella pensaría de mí? No. No podía decírselo. Todavía no.
Me había saltado el entrenamiento durante los últimos soles. Kennan podría
haberme enseñado, pero echaba de menos a Kovis.

Mi apetito se había reducido a nada. Y mientras me sentaba en mi cama con


el sol proyectando largas sombras, me di cuenta de que había permitido que esta
situación me consumiera. Me volvería loca si no hacía algo para distraerme. Más
reflexiones sólo me harían más miserable.

Decidí dar un paseo. Quizás el aire fresco me ayudaría a recuperar algo de


perspectiva. Empecé en el jardín del sanador y subí las escaleras sin rumbo,
deteniéndome en cada piso para estudiar las obras de arte que colgaban de casi
todas las paredes. Tarareé una nana para mí misma; siempre me hacían sentir
mejor. De vez en cuando, olía el puñado de prímulas que había recogido.

Subí a la planta que albergaba las suites reales, como atraída por una cuerda
invisible. Dudaba que estuviera allí. No cerca de la puesta de sol. El vestíbulo
tenía obras de arte expuestas por todas partes, pero nunca me había parado a
apreciarlas. Estudié un cuadro con una versión joven del difunto emperador, con
su brazo rodeando los hombros de una mujer. La madre de Kovis, supuse.
Mientras que la visión de él me producía repulsión, la mujer desprendía un aire
regio. Joven, pero segura de sí misma, el mundo se inclinaba a sus pies. Ella no
tenía ni idea de que su vida se vería truncada, pero qué hijos tan increíbles dejó
como legado.

Volví a bajar dos pisos, pero me encontré con Kennan al subir, conversando
con un hombre al que no reconocí. Kennan oyó mis pasos y levantó la vista. Mi
angustia debió de manifestarse porque frunció el ceño y se excusó de su
conversación. El hombre se dio la vuelta y volvió a bajar.

Kennan se detuvo un paso por debajo de mí.

—¿Estás bien?

No podía fingir. Me había entrenado durante demasiado tiempo y me


conocía demasiado bien para eso.

—¿Podemos hablar?

—Parece serio. Vamos a mis habitaciones donde las paredes no escuchan —


Permanecí en silencio, examinando las flores mientras volvíamos a subir.

—Mi príncipe —un guardia que no había visto antes nos saludó y alcanzó
el pomo de la puerta.

—Fendrel —reconoció Kennan con un movimiento de cabeza.


El príncipe movió una cítara4 del sofá en el que me había sentado la última
vez y me ofreció el asiento.

—¿Quieres algo de tomar?

Negué la cabeza y Kennan se sentó a mi lado, luego me miró con ojos


preocupados.

—Es Kovis —Comencé a explicar la situación.

Durante todo el relato, intenté mantener la calma. En su mayor parte, lo


conseguí, aunque se me escaparon algunas lágrimas traicioneras se deslizaron. Al
hacerlo, Kennan se acercó y las enjugó con un pulgar. Su ternura llenó el vacío
de soledad que me había abrumado. Empecé a sentirme un poco mejor.

—Lamento oír que está siendo tan estúpido —respondió cuando terminé.

Me quedé con la boca abierta.

—Lo es —insistió—. Entonces, ¿por qué sigues acudiendo a él todas las


noches?

Lo sabía. Me encontré con sus ojos y abrí la boca, pero no supe cómo
responder. Nadie más que Kovis aceptaba mi verdadera identidad. Bajé la mirada
a las flores que tenía en mi regazo.

—Oye —objetó Kennan. Extendió una mano y, con un dedo, levantó mi


rostro hasta que nuestros ojos volvieron a conectar. Ese gesto. Estos hermanos.

Tan parecidos. Suspiré.

Pero Kennan seguía esperando una respuesta. Cerré los ojos, sabiendo que
lo molestaría con lo que dijera a continuación.

—¿Recuerdas cuando te dije que era la Doncella de Arena de Kovis?

—¿Otra vez?

—Kennan, realmente estaba diciendo la verdad —Continué y le expliqué


todo lo que hacía por su hermano, cada noche.

Empezó a frotarse la nuca, una mirada de horror se apoderó de su rostro


mientras le contaba mi historia.

—Oh, Ali, no sé qué decir. Aquí pensé... —él negó con la cabeza.

4
Es un instrumento de cuerda similar al arpa de mano
—Lo sé. Es todo un cuento. Para ser justos, Kovis tardó en aceptarlo del todo.

—Lo siento. ¿Puedes encontrar en tu corazón la forma de perdonarme? —


su mirada se volvió suplicante.

—Me has demostrado que eres un buen hombre por dentro, así que sí,
perdono tu escepticismo y tu excesiva búsqueda de la verdad —Se desplomó en
el sofá mientras yo continuaba—. Pero no puedo perdonar la forma en que lo
hiciste. Hay que quemar ese libro de reglas y sustituir a muchos de tus guardias.

Se pasó una mano por la cara.

—Ese maldito libro es la razón por la que odio recibir nuevos prisioneros.
He intentado hacerlo de diferentes maneras, pero no responden a la gentileza. Y
cuando no consigo que confiesen.... —abrió las palmas de las manos,
suplicándome que lo entendiera.

—Kennan, entiendo que estás en una situación difícil, pero ambos sabemos
que lo que he experimentado no puede continuar. Puedes decir que es efectivo,
pero no es humano, y lo sabes. La forma en que reaccionaste durante mi
tratamiento me lo dice. Te está matando lentamente.

Asintió con la cabeza.

—No sé qué más has probado, pero seguro que tiene que haber otras formas.
¿Has solicitado ideas de ese Consejo Asesor que Kovis mencionó?

—Sí, lo he hecho. Pero quizás sea el momento de volver a preguntarles.

—Creo que sí. Y de paso deshazte de esos guardias.

Kennan medio sonrió.

—Es una maravilla que me hayas permitido entrenarte.

—Como sabes, no quería hacerlo.

Asintió.

—Más sorprendente aún, entonces, que me hayas dejado enseñarte mis


habitaciones.

—Si recuerdas, dudé, pero cuando vi tu arte, tu música, tu tatuaje, supe que
tenías un buen corazón, a pesar de tus acciones.

Se inclinó hacia mí.

—Si yo hubiera sido tú, no sé si hubiera podido ver más allá de todo eso.
—Sí que me probaste —dije con ligereza.

—Bueno, gracias por tener la mente abierta y extender la misericordia hacia


mí.

El silencio que se produjo no fue incómodo. Empezó a curarme del horror


de aquella experiencia. Por el suspiro de Kennan, especulé que a él también le
ayudó.

—Así que realmente eres su Doncella de Arena —Kennan rompió el


silencio.

—Lo soy.

—¿Entonces ustedes dos nunca...?

Me sonrojé.

—No.

Kennan se rio.

—Su Doncella de Arena —sacudió la cabeza—. ¿Supongo que tengo una?

—Por supuesto. Alfreda. Es una de mis hermanas —Kennan se llevó un


dedo a los labios, considerando. Sin duda tendría muchas preguntas, pero antes
de que empezara la embestida, dije—: Creo que mi padre está detrás de los ataques
rebeldes.

—¿Qué? —Kennan se inclinó hacia delante. Pasé a explicarle por qué.

Un caleidoscopio de expresiones se apoderó de su rostro con cada detalle


que divulgué. Finalmente terminé con—: Entonces, sí. Todo apunta en esa
dirección.

Permaneció en silencio durante varios latidos, tratando claramente de


asimilarlo todo.

—¿Y Kovis está de acuerdo?

—Lo está. Pero imagina lo loco que sonaría si te dijera lo que acabo de hacer.
Pensarías que...

—Loco. Desquiciado.

—Exactamente.

Kennan continuó reflexionando.


—Temo por su corazón, Kennan. ¿Crees que podrá volver a amar?

Se inclinó hacia delante y me miró fijamente a los ojos, luego subió las
manos y me acarició suavemente la cara.

—Ali, eres hermosa. Pero lo más importante es que tienes un hermoso


corazón. Mantuviste la mente abierta incluso después de todo lo que permití que
te sucediera, y ahora incluso me has perdonado. No sé si Kovis puede volver a
amar, supongo que sólo el tiempo lo dirá, pero no dejes que su mal humor e
inseguridades te hagan cuestionar la bondad de tu corazón. Sólo intentas
ayudarle.

Kennan cerró los ojos y luego el estrecho espacio entre nuestros labios,
rozando suavemente los suyos contra los míos. Me sobresalté, pero rápidamente
caí en el beso. Lo profundizó y pasó su lengua por mi labio inferior. Sus labios.
Tan suaves como los de Kovis.

No sé cuánto tiempo lo mantuvimos. La culpa me hizo retroceder. Me pasé


un dedo por los labios. Había oído hablar de besos de traición, y un torrente de
acusaciones surgió dentro de mí, muchas de ellas creadas por mi padre, algunas
propias.

Lo había disfrutado. Traidora. La constatación echó más leña al fuego.


Kennan se echó hacia atrás y se llevó una mano a la boca, no para borrar la
sensación, sino para capturarla aparentemente en su memoria. Sacudió la cabeza,
como si saliera de un trance.

—Lo siento. No debería haberlo hecho —Se pasó una mano por el pelo, pero
ni sus palabras ni el gesto se correspondía con su media sonrisa.

—No digas eso. Lo disfrutaste tanto como yo.

—Bueno, esto complica las cosas.

—Debería irme.

No apartó la mirada, pero asintió lentamente. No sabía si se sentía tan


culpable como yo. No lo parecía.

Me aclaré la garganta.

—Gracias por escuchar.

—De nada, Ali. Y si ese cabezón de mi hermano no puede... —suspiró—.


Siempre estoy aquí si... quieres hablar más.

Esa pausa. Decía mucho. Hablar no era lo que realmente quería.


Él estaría aquí si yo renunciaba a Kovis. Me pregunté cuánto tiempo había
mantenido en secreto sus sentimientos por mí. ¿Pero conformarse con mantener
el segundo lugar? Se merecía algo mejor. Una cosa sabía, mientras Kovis y mi
relación habían pasado por momentos difíciles, yo no había renunciado a mi
príncipe. No sabía si alguna vez lo haría. Lo dudaba.

Fendrel asintió cuando me fui. Kennan había tenido razón en una cosa.
Había permitido que el mal humor y las inseguridades de mi príncipe me
hicieran cuestionarme a mí misma. Me comprometí a ponerle fin.

Pero el sentimiento de culpa se agitó mientras me dirigía a mi habitación.


Seguía comprometida con Kovis. Y punto. Sin embargo, lo había traicionado con
ese beso. No mejoraría las cosas entre nosotros. En absoluto. ¿Qué le diría? ¿Se
lo diría? ¿O...? Me quedé sin aliento. ¿Ya lo sabía? ¿Había percibido mis
emociones? ¿Nos había visto besarnos? Se me apretó el estómago. Se sentiría
traicionado de nuevo. ¡Y a manos de su hermano! ¡Qué estúpido! ¿Qué estaba
pensando? ¿Acabo de romper los últimos hilos que nos mantenían unidos? Mi
corazón se aceleró.

Treinta y siete

KOVIS

Tomé la mano de Ali, con los brazos extendidos sobre la cama. A pesar de
que su tacto me inducía a dormir, el sueño no me había invadido. Mi mente se
agitaba como en los últimos atardeceres, reflexionando sobre lo que me había
hecho. Sabía que Dierna me había traicionado. Sin embargo, me había
manipulado de todos modos. Antes había percibido las emociones de Ali, pero
no me había molestado en investigar. No quería saber qué la había excitado.
Como lo haría un amante. Pero incluso mientras lo pensaba, sentí que mi corazón
se aceleraba.

Todavía no me había hecho a la idea de que la necesitaría cerca, el resto de


mi vida. Al menos si quería dormir. Basándome en la situación actual, no sabía
cómo iba a funcionar eso a largo plazo. Al principio me había encantado que Ali
estuviera aquí. Ella me había permitido abrirme de nuevo, como nadie más. La
consideré digna de confianza y le di tontamente mi corazón. Lección aprendida.
Nunca más. Dolía demasiado.

La miré. Hermosa. Pacífica. Sus labios se separaron ligeramente, su


respiración era lenta. Aparté un mechón dorado que había caído sobre su cara.
Los golpes en la puerta de la habitación me hicieron incorporarme. Ali se
despertó, frotándose los ojos.

—¡Mi príncipe! —Cedric. Reconocí su voz.

Salté de la cama y cogí mi bata de donde Ali la había dejado a su lado. Abrí
la puerta de golpe. El guardia tropezó con sus palabras: Rasa estaba gritando y
no podían despertarla.

—¡Quédate aquí! —le ordené a Ali.

Los gritos de Rasa llenaron el pasillo mientras me acercaba, golpeándome


en el estómago y llenándome de terror. No se había puesto así de histérica desde
padre.

El guardia de la puerta, con los ojos muy abiertos, exhaló cuando pasé
corriendo. Kennan entró a toda velocidad detrás de mí.

—¿Qué está pasando?

Corrimos a su dormitorio y la encontramos revolviéndose, enredada en las


sábanas.

—¡No! ¡No me obliguen! —gritó.

—¡Rasa! —grité.

Kennan la sacudió. Rasa arremetió, arrastrando las uñas por su brazo


desnudo. Ignorando la sangre que burbujeó, capturó su brazo agitado y lo atrapó
contra las sábanas.

—Por favor. No lo hagas —Ella comenzó a llorar mientras seguía agitándose.


Las lágrimas corrían por sus mejillas.

Aunque había sido testigo de las fechorías de mi padre, nunca fue más fácil.
Sentí que la bilis me subía a la garganta. Una mirada a los ojos huecos de Kennan
me dijo que compartíamos el horror.

—Rasa —Intenté mantener la voz uniforme mientras me movía hacia el


otro lado de la cama y me sentaba—. Estás bien. Es una pesadilla.

Más gemidos. Rasa movía la cabeza de un lado a otro, con su pelo ceniza
oscuro cubriendo su rostro contorsionado. Intenté apartarlo a pesar de su
agitación y le froté la mejilla. Kennan le sacudió el hombro, pero Rasa siguió
soñando. Esto no estaba funcionando. Teníamos que despertarla.

—Por favor, trae a Ali —le pedí a Cedric.


—Sí, mi príncipe.

Kennan levantó una ceja. Sabía lo que Rasa sentía por Ali.

Mi Doncella de Arena se unió a nosotros unos instantes después, pero se


detuvo en la puerta, con los ojos muy abiertos. Ella se echó hacia atrás. Kennan
y yo intercambiamos miradas y me apresuré a salir de la cama.

La encontré abrazándose, con los brazos cruzados y Cedric a su lado. Había


cogido su bata de sanadora, pero no había tenido tiempo de arreglarse el pelo. De
alguna manera, el aspecto no disminuía su belleza.

—¿Qué pasa?

—¡Quiero ayudar, pero no puedo entrar ahí! ¡La yegua! Ha vuelto a tomar
la forma de tu padre, y está... —Ali no pudo terminar el pensamiento. Pero por
el asco que llevaba escrito en la cara, lo supe. Se me revolvió el estómago.

—Tienes que despertarla, primero —insistió Ali.

—Lo hemos intentado.

—Entonces la está reteniendo profundamente.

Miré al techo, debatiendo si preguntar. Rasa volvió a chillar.

—Entra en su mente. Planta pensamientos. Despiértala. Conozco los


recuerdos que la atormentan —Incluso mientras hacía la petición, pude ver el
temperamento de Ali encenderse.

—¿Quieres que le haga lo que te hice a ti? —Sabía que eso era lo que diría.
Pero no me importaba. Mi hermana necesitaba ayuda.

—Esto es diferente. Rasa está sufriendo.

Ali puso sus manos con puño en las caderas.

—¿Así que está bien hacerlo si tu hermana está sufriendo, pero no si sólo
quiero compartir mi felicidad y mi agradecimiento?

Sus ojos me penetraron hasta la médula. Se dio la vuelta para irse.

—No te vayas. Por favor —Como príncipe heredero, podía ordenarle que
me ayudara, pero no quería hacerlo. Le rogaría si tuviera que hacerlo.

Ella me miró fijamente, nuestros ojos se clavaron durante demasiados


latidos. Al final, cedió con el ceño fruncido.
Exhalé.

—Rasa tiene su propio Hombre de Arena —dijo malhumorada—. No puedo


anularlo. Y aunque pudiera, soy incapaz de echar a esa yegua. El poder de los
Hombres de Arena se extiende sólo para tejer los sueños de nuestra carga y luego
cortar los sueños de nuevo. No puedo ayudarla.

—¿Puedes ponerte en contacto con su Hombre de Arena y ver si hay algo


que pueda hacer?

—Como sabes, Kovis, si me pongo en contacto con su Hombre de Arena,


mi padre sabrá dónde estoy. — Me miró fijamente antes de añadir—: Intenta
pellizcar la piel de su brazo. Le dolerá y podría despertarla.

Ali esperó fuera mientras yo volvía con Rasa. Ella se agitó y casi me golpeó
en la cabeza cuando volví a subir a su cama. Pero la agarré del brazo e hice lo
que Ali sugirió.

—¡Ay! ¿Por qué has hecho eso? ¿Qué estás haciendo aquí? —exigió Rasa un
instante después, jadeando mientras me empujaba.

Ali se asomó a la puerta. Como era de esperar, Rasa frunció el ceño mientras
su respiración se estabilizaba. Antes de que mi hermana tuviera la oportunidad
de decir algo que sin duda lamentaría, le expliqué lo que había pasado.

—Te quedaste atrapada en una pesadilla. No pudimos despertarte. Ali sabía


cómo.

Ali se inclinó y le indiqué que se acercara. Debió de sorprenderse al ver a


Kennan porque le echó una larga mirada mientras se detenía a los pies de la cama.
O quizás las marcas de garras que rezumaban sangre por su brazo la alarmaron.

—Déjame ir a mezclar una poción para dormir —ofreció Ali.

—Muy bien —resoplé—. Al menos no tendrá que pensar en...

Todos habíamos sido impotentes con padre. No podía soportar volver a


sentirme así. Ali asintió y se fue.

Rasa descansaba cómodamente contra sus almohadas cuando Ali reapareció.


Había hecho lo prometido y sonreía mientras sostenía una vasija. Tenía que darle
crédito, a pesar de cómo la trataba Rasa, Ali se manejaba bien.

Kennan la alcanzó y se miraron a los ojos. Los estudié cuando se miraron


fijamente durante más tiempo del que esperaba. Rasa se bebió casi todo y se lo
devolvió a Kennan.
—Tendrá que terminarlo, emperatriz —dijo Ali.

Rasa volvió a fruncir el ceño, pero cedió, terminando la cura ofrecida.

—Me quedaré con ella hasta que se duerma —ofreció Kennan.

—No necesito una niñera —protestó Rasa.

—Sin embargo, como tu querido hermano, perderé el sueño para


asegurarme de que el tuyo sea reparador —Kennan sonrió.

Rechacé su jocosidad con un gesto de la mano y me volví hacia Alí.

—¿Vamos?

Ella asintió una vez y se dirigió a la puerta, sin esperar a que la siguiera.

Esperaba que Ali me increpara mientras estábamos cogidos de la mano, sin


que ninguno de los dos durmiera. Su silencio fue mucho peor.

—Siento haberte pedido que plantaras pensamientos en su mente. Pensé


que podrías despertarla.

Ali carraspeó a mi lado.

—Le llevaré una poción para dormir cada noche, a partir de ahora —Sus
palabras fueron cortadas.

—Gracias —Esperé varios latidos antes de preguntar—: ¿Por qué crees que
la yegua la atacó?

—No me ha encontrado. Todavía está al acecho. A veces le gusta jugar con


la gente, lo ve como algo divertido.

Sacudí la cabeza.

—Por cierto, ¿qué fue eso entre tú y Kennan?

Sentí que el agarre de Ali se tensaba.

—¿Qué quieres decir? —Su tensión llegó demasiado rápido. Ya indagaría


más tarde. Ella cubría algo. Eso parecía claro.

Observé cómo las luces trazaban patrones en el techo mientras el silencio


se prolongaba. Volví a abrir la boca, pero Ali me cortó.

—Vamos a dormir un poco.


Se dio la vuelta.
Había preguntado. Sabía que algo había pasado entre Kennan y yo, pero
claramente no sabía qué. No había destruido lo poco que quedaba entre nosotros.
Todavía. Poco consuelo. ¡Pero me hizo enojar! ¡No podía creer que me hubiera
pedido que manipulara los pensamientos de Rasa!

No hace falta decir que no dormí bien. En absoluto. Y, lo que peor, me


desperté sintiéndome horrible. Si bien los eventos todavía me molestaban, lo que
sentía no era por eso. Me sentía hinchada. Había empezado a sentirme así hace
un par de amaneceres, pero lo había desechado, esperando que desapareciera. No
hubo suerte. Mi abdomen se sentía peor, apretado, distendido y acalambrado.

Kovis ya se había ido, como siempre. Había seguido evitándome. Anoche


fue lo máximo que habíamos hablado en años. Intenté no darle importancia. Era
lo que era. Recé para que no durara mucho más. Pero, aunque lo hiciera, no
dejaría que el mal humor de Kovis me afectara.

Suspiré. ¿A quién quería engañar?

Me pasé una ligera mano por el estómago. Uf. Me sentía tan asquerosa. Me
sujeté el abdomen. Eso hizo que me sintiera un poco mejor. Cuando me levanté,
sentí algo húmedo allí abajo. Al echar las sábanas hacia atrás, grité.

Rojo. ¡Un charco bajo mi trasero! ¡Sangre! ¡Mi sangre!

Mi respiración se aceleró y salté de la cama.

¡Este cuerpo era defectuoso! Ya lo había pensado antes, ¡pero no dejaba lugar
a dudas! Corrí al cuarto de baño de Kovis y me senté en el inodoro, levantando
mi turno.

¡Sangre! ¡Por todas partes! ¡Sangre!

Intenté respirar profundo. Tenía que haber una explicación. Una espesa
mancha de sangre roja y brillante fluyó en el recipiente debajo de mí. ¿De dónde
había salido todo eso?

Cogí una toalla y empecé a limpiarla, poniéndola al rojo vivo. Me di cuenta


de que no tenía un dolor agudo. Eso tenía que ser una buena señal, ¿no? Localicé
el origen de la sangre en una herida entre mis piernas. ¿Pero cuándo? ¿Cómo?
Había estado durmiendo. Habría sentido el impacto de algo tan grande como para
hacer tanto daño. ¿Lo que fuera seguía dentro de mí? ¿Por eso me dolía el
abdomen?

Nada tenía sentido. Conocía los cuidados básicos de una herida. Antes de
vendarla, tenía que limpiarla a fondo.

Nunca me había bañado en la bañera de Kovis. Seguramente no le


importaría. Yo estaba herida. No importaba lo molesto que estuviera conmigo,
no creía posible que me lo negara. Sujeté la toalla ensangrentada entre mis
piernas mientras me acercaba a la bañera perlada y abría el agua caliente. Me
metí antes de que se llenara por completo y me senté.

El agua se volvió rosada al instante. Me recosté y dejé que el calor subiera.


De alguna manera, eso alivió mi malestar. Cuando la bañera se llenó, cerré el
agua y me llevé la mano a la herida. La sangre. Resbaladiza, más espesa que el
agua. La limpié, añadiendo más color al baño, y luego me recosté para disfrutar
del calor un poco más.

Me la vendaría cuando saliera.

El agua se enfrió y comprobé que mi herida había dejado de sangrar.


Horror. Mi mano removió la acumulación de sangre que se había reunido bajo
mis piernas durante el remojo.

Todavía goteaba.

Vendaje. ¡Necesitaba una venda! ¡Tenía que detenerlo o me desangraría!


¡Haylan! ¡Necesito a Haylan!

Necesitaba vestirme.

Saqué el tapón de la bañera y cogí una toalla limpia, secándome mientras el


agua se escurría. La bañera tenía un anillo rosa donde había estado el agua. No
tuve tiempo de preocuparme por eso. Un hilillo de color rojo me recorrió las
piernas mientras terminaba de secarme.

Salí de la bañera, sujetando la toalla con firmeza, y luego me dirigí a la


habitación y me encogí de hombros para ponerme la bata de sanadora que había
llevado la noche anterior. Abotonarla fue un reto mientras sostenía la toalla en
su sitio, pero lo conseguí. Dejé un botón sin abrochar, metí la mano y sujeté la
toalla con fuerza. Tendría que bajar las escaleras de esta manera.

Volví a mirar rápidamente las sábanas y me preocupó que alguien pensara


que le había pasado algo a Kovis. Ya se lo explicaría más tarde. Si Kovis lo
encontraba primero, ¡pensaría que alguien me había matado! Agarré su bata y la
arrojé sobre el rojo. Más calor líquido llenó la toalla entre mis piernas. ¡Todavía
sangraba! Moriría sin un tratamiento adecuado. Necesitaba a Haylan. ¡Este latido
del corazón!

Salí corriendo por la puerta, sin molestarme en cerrarla.

—¡Mi señora! —Bryce me llamó después, pero lo ignoré, aferrando la toalla


entre mis piernas.

Justo después del amanecer, parecía que todo el mundo se dirigía a


desayunar o a recoger provisiones. Varios amigos me recibieron con los ojos
muy abiertos cuando pasé a apresuradamente. También ignoré sus ofertas de
ayuda, con la intención de llegar a Haylan. En realidad, cualquier sanador serviría
en este momento.

Finalmente llegué al primer piso y pasé a paso de tortuga por las puertas
del comedor. Cuando llegué al escritorio circular que marcaba el comienzo de
las suites y salas de tratamiento de los sanadores, vi a Haylan.

—¡Me estoy desangrando!

Haylan se giró.

—¿Dónde estás herida? ¿Cómo ha ocurrido? —me miró de arriba abajo, me


vio agarrando la toalla, vio la sangre. Se detuvo sólo un momento, y luego se
llevó una mano a la boca tratando de reprimir una risa, pero no lo consiguió.

— ¿Por qué te ríes de mí? Me estoy desangrando.

—Ciertamente eres una mujer tardía. Estás teniendo tu primera


menstruación.

—¿Que estoy qué?

—¿No te lo ha dicho tu madre?

—¿Decirme qué?

Haylan se acercó al mostrador y me pasó un brazo por los hombros,


atrayéndome hacia sí.

—Vamos. Te ayudaré.

Nos dirigimos a la sala de curas, mientras yo seguía apretando la toalla


contra la herida. Fruncí el ceño. No se daba prisa. No parecía preocupada de que
yo pereciera pronto. Me indicó que me subiera a la mesa.
—La teoría predominante, que no compro, es que como las mujeres llevan
una vida más sedentaria... —levanté una ceja— lo sé. Lo sé. Como he dicho, no la
acepto. Pero, no obstante, creen que el cuerpo de las mujeres es menos eficiente
que el de los hombres a la hora de utilizar la sangre que producimos. La
acumulación resultante del exceso de sangre debe ser eliminada a través de la
menstruación por el bien de nuestra salud. Regularmente.

Mi cerebro trató de procesar todo lo que dijo. Levanté una mano.

—¡Espera! ¿Exceso de sangre? ¿Se elimina regularmente? ¿Estás diciendo


que todas las mujeres sangran así? —parecía absurdo.

—No morirás por ello —Trató de tranquilizarme—. Dura tres o cuatro soles.
Puede parecer mucha sangre, pero en realidad no es tanta.

Exhalé.

—Todas las mujeres suelen experimentarlo una vez por luna hasta que
llegan a cierta edad.

—¿Qué edad es esa?

—Oh, cincuenta más o menos.

—¿Cincuenta? ¿Y qué pasa con todo este exceso de sangre después de los
cincuenta?

Haylan se rio.

—Por eso mismo no me creo la teoría. Simplemente se detiene. —Ladeé la


cabeza.

Haylan volvió a reírse.

—No importa. Lo que sí importa es que las mujeres hemos inventado


formas de afrontarlo.

—¿Cómo es eso?

Haylan abrió un armario inferior y sacó un trapo grueso, de un palmo de


ancho, y me lo entregó junto con un cinturón. Dos triángulos de cuero se
extendían hacia abajo, uno en la parte delantera y otro en la trasera, sus únicos
adornos. Cada triángulo tenía un gancho en su punto inferior. Miré ambos y
luego la miré con las cejas fruncidas.

Ella se río.
—Deja que te enseñe cómo funciona esto.

Mis ojos se agrandaron cuando se desabrochó la bata y luego se levantó el


turno.

—Oh, no me mires así. Nos hemos visto desnudas. —Asintió con la cabeza,
indicando que debía hacer lo mismo.

De algún modo, desvestirse ante ella me resultaba más incómodo que estar
completamente desnuda mientras me bañaba. No es de extrañar que fuera tan
tímida con Kovis, como si eso volviera a ocurrir. Dejé de lado la tristeza.

—Vale, cambia la toalla por el trapo. —Lo hice, y ella procedió a mostrarme
cómo enganchar el trapo en el cinturón.

Me resultaba extraño tener tela entre las piernas.

—¿Dices que todas las mujeres se enfrentan a esto?

Sonrió.

Me froté el abdomen.

—¿Sientes calambres, hinchazón?

Asentí con la cabeza.

—Siéntate mientras te preparo algo.

—¿Voy a sentirme así cada luna?

—Podría ser. Probablemente.

—Excelente —gemí. Mi cuerpo, definitivamente defectuoso. Todas las


mujeres teníamos cuerpos defectuosos. Calambres. Hinchazón. ¡Sangrado! Upf.

—Un baño caliente también debería reducir los calambres —aconsejó


Haylan antes de salir por la puerta de la sala de tratamiento.

No es de extrañar que el baño haya ayudado.

Volvió enseguida.

—Toma esto, es prímula. Aliviará tus síntomas.

—¿Prímula? ¿Es por esto por lo que la madre de Kovis olía como la flor?

—Mira el lado bueno. Sabes que no estás embarazada.


Volví los ojos muy abiertos hacia mi amiga.

—No menstruarías si lo estuvieras.

Me limité a asentir. Pero una horrible constatación me atornilló a la


conciencia. ¡Las sábanas!

—Las criadas van a saber que he pasado la noche en su cama.

Se río.

—Ali, créeme, todos lo sabemos, desde hace tiempo.

—¿Qué? ¿Cómo?

—La pareja de Hulda es uno de los guardias personales del Príncipe Kovis,
¿recuerdas? Las noticias así corren como la pólvora.

Sólo pude mirarla fijamente.

—Y supongo que el hecho de que no llevas un heredero será de dominio


público al atardecer.

Me llevé una mano a la boca abierta.

—¿No tiene privacidad?

Una sonrisa floreció en su rostro.

—No cuando se trata de la vid de palacio.

Hizo una pausa, se aclaró la garganta y dijo—: He querido sugerir algo, pero
no he encontrado el momento adecuado, teniendo en cuenta lo delicado del
asunto. Probablemente deberías empezar a tomar un anticonceptivo.

—Pero nunca hemos....

Haylan inclinó la cabeza, sin creer.

Sólo deseaba que lo hubiéramos hecho. Desde luego, tenía bastante


curiosidad. Pero defenderme significaría divulgar la historia de Kovis y la
oscuridad contra la que estaba luchando actualmente. No era mío para contarlo.
Así que la dejé pensar... bueno, lo que ella pensaba. Lo que, aparentemente, todos
pensaban.

—No me entrometeré, sólo avísame cuando quieras. Estás en riesgo hasta


que no lo hagas.
—¿Así que todos piensan que Kovis y yo...? —Haylan arqueó una ceja.

Sentí que mis mejillas se calentaban.

Ella dijo—: No sé si son el uno para el otro. No sé qué pretende el Cañón.


Lo que sí sé es que el príncipe es famoso por su privacidad. El hecho de que se
sienta lo suficientemente cómodo como para llevarte a su cama, dice mucho.

Sí, dice mucho. Ella no tenía ni idea. Deseaba que las cosas fueran como ella
creía.

—Ahora, a juzgar por tu mal humor los últimos atardeceres, supongo que
él es la causa de ello. Toda relación tiene sus retos, pero el compromiso suele
ayudar a solucionar las cosas. —Se rio—. Escúchame, sonando como una experta.

—No. Gracias por tus ánimos. Lo necesitaba.

Esperó a ver si decía algo más, pero opté por permanecer en silencio.

Cuando el silencio se hizo incómodo, añadió—: Por cierto, la víspera de San


Juan, el sol más largo del año, será al final de la semana. Hay una gran celebración
en Veritas. Hulda, un par de chicas y yo vamos a ir. ¿Quieres unirte a nosotras?
Eso si puedes sacarle tiempo al príncipe. —Se rio.

Puse los ojos en blanco.

—Suena divertido. Me encantaría acompañarlas. Con suerte me sentiré


mejor para entonces.
Me reuní con Haylan, Myla, Arabella, Hulda y Swete varias noches
después, y nos dirigimos a través del rastrillo y bajamos la colina. El sol se había
puesto y las luces parpadeantes de Veritas hacían que la ciudad pareciera
alfombrar el suelo con estrellas. Los colores cambiantes del Cañón añadían un
telón de fondo encantador. Los sonidos de los juerguistas subían por la colina.

A pesar de los consejos de Kennan y Haylan, seguía sintiéndome mal. Pero


decidí que iba a ir más allá y abrazar las celebraciones de la noche por completo.
No tenía ni idea de lo que me esperaba, pero basándome en el entusiasmo que
rezumaban mis compañeras, sabía que sería la distracción perfecta.

—¿Ves allí? —Arabella señaló los pequeños fuegos que brillaban en la


ladera del castillo.

—Parecen luminarias —respondí, esforzándome por ver más.

—Casi, pero no. Como esta es la estación más calurosa, los hechiceros del
fuego siempre son los anfitriones de las fiestas de esta noche.

Hulda aplaudió y gritó.

—Me encanta ver el diseño que hacen. Es diferente cada vez.

—Una vez hicieron un rastrillo de fuego —dijo Haylan.

Incliné la cabeza, pero no pude distinguir la forma de las luces.

—No te preocupes, lo veremos cuando lleguemos —dijo Myla, sonriendo.

Y tenía razón. Casi al pie de la colina, justo por encima de los espesos
árboles, me giré y me quedé con la boca abierta. Miles de pequeños puntos de
luz se extendían por toda la colina que acabábamos de bajar. Formaban la figura
de un altairn. Pero los artistas no se habían limitado a perfilar un pájaro en vuelo.

—¡El pájaro tiene una sombra! Las llamas. Algunas parecen más tenues que
otras. ¿Cómo lo han hecho?

Swete se rio.
—Eso es parte del encanto de estos diseños. De alguna manera hacen que
una simple llama haga más. Es un secreto muy bien guardado entre los
portadores de fuego.

Mis amigas asintieron.

—Pero ¿cómo es posible cambiar la intensidad con la que arde una llama?
—Insistí. Nunca había visto nada parecido.

Haylan me puso una mano en el brazo.

—No preguntes. Sólo aprecia.

—Bien —Sacudí la cabeza.

Arabella se inclinó y se rio.

—Sabía que te iba a encantar.

—¡Es precioso! Es una obra de arte —dije, aun asimilando el refinamiento y


la magia de esta.

Tomamos un taxi acuático hasta el Distrito de los Artistas.

Al parecer, los portadores del fuego tenían más hazañas que esa "simple"
exhibición. Un portador del fuego transformó su llama en una linterna y luego
añadió una vela de hielo. ¡Pero la vela no se derritió! Pasamos a ver varias
exhibiciones más sorprendentes. No tenía ni idea de que el fuego pudiera
manipularse de tantas maneras.

Hulda señaló y exclamó—: ¡Mira! ¡El príncipe Kennan y la emperatriz están


allí! Y el príncipe está mirando hacia aquí.

Varios de los presentes se inclinaron cuando la pareja, junto con un séquito


de guardias que incluía a Bryce y Ulric, se dirigió hacia nosotras. Nosotras
también hicimos una reverencia.

Todavía arrodillada, levanté la vista. Kennan llevaba una rica y llamativa


túnica de color aguamarina que caía hasta el muslo de sus pantalones color canela.
Le habían cosido un altairn en hilo a juego sobre el corazón. Mucho más color
que mi príncipe, pero funcionaba para el artista que era este príncipe. Se me
revolvió el estómago cuando se detuvo frente a mí. Mi culpa se encendió.
Teníamos que hablar.

—Sigue sin mí —le dijo Kennan a Rasa.

La emperatriz frunció el ceño, pero dijo—: Levántense.


Cinco de los guardias la siguieron, dejando a Bryce y a Ulric escudriñando
la multitud en busca de cualquier peligro para su seguridad.

—Me alegro de verte aquí. —Kennan me saludó y luego miró a mis amigas,
que se quedaron congeladas, sin palabras.

—¿Está el príncipe Kovis aquí? —pregunté.

—Y yo también me alegro de verte —bromeó Kennan.

—Lo siento —Me mordí el labio.

—Resulta que ese hermano mío está en otro de sus estados de ánimo y no
tiene ganas de celebrar. Por cierto, nunca te agradecí lo que hiciste por la
emperatriz.

—No fue nada. —En voz baja, refunfuñé—: No parece que lo haya
apreciado.

Kennan captó mi queja.

—No tomes su ceño fruncido como que no lo aprecia. No te conoce.


Simplemente no se ha hecho a la idea de que te acerques a sus hermanos. En su
mente, nadie será lo suficientemente buena para nosotros.

—Lo suficientemente buena, ¿eh?

—Absolutamente. No te preocupes, ella va a entrar en razón.

¿Creía que Kovis y yo arreglaríamos las cosas? ¿O se refería a sus propios


asuntos? Nunca me interpondría entre él y Kovis. Correcto. Por supuesto. La
culpa me mordió en el estómago. Una grande.

Mis amigas habían estado escuchando y, a juzgar por sus ojos muy abiertos
y sus bocas abiertas, se maravillaban de la conversación tanto como de mi soltura
con el príncipe.

Hulda soltó—: ¡Eh, vamos a ver a ese hechicero que hizo flores de fuego!
Hasta luego, Ali.

Antes de que pudiera decir nada, agarró a Haylan del brazo y la arrastró.
Las demás la siguieron, sonriendo. Haylan miró hacia atrás y se encogió de
hombros, pero sus ojos bailaron.

¡Traidoras!

Kennan se rio al verlas partir, y luego volvió a centrar su atención en mí.


—Es mi primera vez en la víspera de solsticio de verano. Se habían ofrecido
a enseñarme el lugar.

—Ah. Bueno, ya que parece que te han abandonado, déjame ser un buen
anfitrión y hacerte pasar un rato divertido. ¿Tienes sed?

—Probablemente me vendría bien un trago.

Kennan sonrió.

—Entonces déjame presentarte una bebida que sólo se sirve en la víspera


de San Juan.

—¿Qué es?

Levantó el dedo índice.

—Espera y verás.

Me reí, y él extendió el codo. No parecía en absoluto angustiado por la


situación entre nosotros. De hecho, parecía estar tranquilo. Necesitaba hablar con
él, pero este no parecía el lugar ni el momento.

Tomamos un taxi acuático cercano para ir al patio de comidas. Como en


todas las partes de la ciudad, la gente se divertía, disfrutando del ambiente jovial
y de las libaciones5. Algunos habían sobrepasado claramente la cuota de
seguridad.

Después de pasear por los caminos atascados entre los puestos de comida,
Kennan se detuvo frente a una plaza acordonada. La gente se apiñaba en torno a
islas de mesas altas, repartidas al azar. La fila se llenaba de gente que se acercaba
a tomar una taza de bebida de color rojizo. Cuando terminaban, se giraban y
exhalaban. De sus bocas salía una llama. Exhalaban fuego como dragones.

Agarré el brazo de Kennan con más fuerza.

—¿Cómo no se queman?

Se rio. Nuestros guardias se rieron.

—¿Quieres uno?

—¡Sí!

5
se dicen que es un ritual religioso o ceremonia que consiste en rociar una bebida en ofrenda a
un dios en especial
El asistente nos dio preferencia al príncipe y a mí, y pronto tomé un sorbo
del brebaje.

—¡Picante! —espeté haciendo que mis escoltas sonrieran.

—¿Estás bien?

Asentí con la cabeza mientras tomaba otro sorbo.

—¿Importa lo rápido que te lo bebas?

Kennan negó con la cabeza mientras daba un trago al suyo, y luego se pasó
una mano por la frente húmeda.

A la mitad del mío, no pude contener un eructo. Levanté la mano para


taparme la boca, pero Kennan me detuvo mientras salía una pequeña llama.

—¡Disculpe! —el líquido me mareó y me chamuscó el paladar. Solté una


risita y me tambaleé.

—Whoa —Kennan me sostuvo—. Parece que eres un poco ligera.

Incliné la cabeza hacia atrás y bebí de un trago el resto, como los otros que
estaban cerca de nosotros. Kennan levantó las cejas.

—De acuerdo —Hizo lo mismo.

Dejamos nuestras tazas sobre la mesa y exhalamos... alejándonos el uno del


otro.

Una llama amarilla y naranja salió disparada de mí. Parecía que el calor de
mi paleta la había alimentado. Cerré la boca, cortando su aire, y luego repetí.

Kennan me animó—: ¡Revuélvela en tu lengua!

Hizo que su llama se comportara como una serpiente, deslizándose de un


lado a otro.

Lo seguí con el mismo resultado.

Al ver mi reacción, sonrió. Y en ese momento, me di cuenta de que Kennan


sonreía y bromeaba todo el tiempo. Sólo había visto a Kovis perderse y sonreír
una vez desde que llegué. No me cabía duda de cuál era la causa de la diferencia.
Kennan había encontrado una salida creativa para su dolor. Kovis no. Así que,
aunque Kennan había sido criticado por sus pasatiempos —pintura, lectura,
música y otros— estos habían resultado ser su salvación.
Jugamos con nuestras llamas hasta que se apagaron, cediendo finalmente
nuestros espacios a otros clientes sonrientes. Kennan me dio una servilleta y yo
me limpié la frente y el cuello empapados mientras salíamos. Ambos estábamos
empapados. Kennan volvió a extender su codo y yo lo tomé. Charlamos mientras
caminábamos. Todavía no habíamos hablado de aquel beso. El hecho de que
esquivara el tema lo hacía aún más evidente.

Cuando nuestro silencio mutuo se hizo largo, Kennan dijo—: Tengo que
decir que tu historia fue...

—Increíble, lo sé. Eso es lo que dijo Kovis también.

—En realidad, inspiradora. —Me moví mientras caminábamos—.


Arriesgaste todo para escapar —dijo.

—Bueno, por lo que sé de tu historia, tú y Kovis se enfrentaron a la ira de


tu padre para salvar a tu hermana. Me parece que es algo parecido. —Kennan
negó con la cabeza—. ¿Qué?

—No minimices lo que has hecho.

—No merezco elogios. Era escapar o que mi padre me utilizara como


herramienta para conquistar el Reino de los sueños. No fue una elección.

—Pero lo fue. No sabías si sobrevivirías.

—No todos se habrían ido —Él no entendía.

Seguimos paseando y hablando de cualquier cosa menos de ese beso. No


estaba segura de cómo abordar el tema.
—El punto culminante de la noche es a la medianoche —dijo Kennan.

—¿Por qué? ¿Qué pasa a medianoche?

Sonrió.

—Es mejor mantener una sorpresa. Pero como sabrás, la realeza tiene sus
privilegios. Acompáñame.

—En realidad nunca experimenté ningún privilegio. Padre se encargó de


ello. —Kennan me llamó la atención—. Lo siento. —Me tomó de la mano y me
condujo a través de la multitud, Ulric y Bryce lo seguían como sombras.

Pasamos por delante de los artistas callejeros que habían ido más allá de los
límites del Distrito de los Artistas para las festividades de la noche, alrededor de
los puestos que vendían aromáticas y, sin duda, sabrosos bocados, y a través de
carpas que exhibían baratijas para marcar la celebración. Los taxis acuáticos
transportaban a los juerguistas por el canal a nuestra izquierda.

Parecía que el edificio del Consejo, con su habitual despliegue de las siete
afinidades, se había atenuado por la noche, ya que se mantenía como un centinela
oscuro a nuestro paso. Finalmente, rodeamos un edificio contiguo y subimos por
unas escaleras que subían por el lateral hasta el tejado. Nada menos que cien
malditos escalones, por lo que parecía.

Kennan sonrió por encima del hombro mientras subíamos.

Me había entrenado, pero aún respiraba con dificultad —no, jadeaba como
un perro hiperventilado, más bien— cuando llegamos al rellano. No había subido
desde la planta baja del castillo hasta las suites reales, y eso se notaba. La
respiración de Kennan, junto con sus dos sombras, seguía siendo uniforme.
Presumidos.

El edificio daba a la colina donde aún ardía la imagen del Altairn. El edificio
del Consejo se inclinó ante nosotros.

—¡Hermana! Qué bueno encontrarte aquí —Kennan saludó a Rasa.

Me incliné ante la emperatriz, sorprendida de verla.


—Oh, para —dijo ella—. Sabías exactamente dónde iba a estar. —Rasa me
dirigió una mirada fulminante—. Levántate.

Yo también me alegro de verla, emperatriz. Fruncí el ceño al ver a Kennan,


pero se rio.

—El mejor lugar de la ciudad para esto.

—Sí. Aquí —declaró Kennan.

El séquito de cinco guardias de Rasa se había dispersado por el espacio.


Aunque ponían una fachada despreocupada, sus posturas no me engañaban, no
por todo lo que Kennan me había enseñado sobre luchar.

Nuestras dos sombras se mezclaron.

La emperatriz bebía una copa de champán y su ceño se frunció cuando un


sirviente con guantes blancos me ofreció una.

—Esta es la primera Noche de San Juan de Alí, y sus amigas parecen haberla
abandonado, así que le he enseñado los alrededores.

—Bueno, no es tan caballeroso de tu parte.

—Ya me lo imaginaba —Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de


Kennan.

Pero entonces lo oí. Un ruido de fondo. Sentí su presencia. Miré a mi


alrededor y mi estómago se agitó. Kovis.

—Siempre tan humilde, hermano —entonó Kovis, que acababa de subir el


último escalón.

—¿Decidiste dejar de rumiar y unirte a nosotros? —bromeó Kennan.

Kovis frunció el ceño, pues el comentario había dado en el blanco.

—Alí —Kovis me reconoció, mirándome y a mi modesto vestido de arriba


abajo—. No esperaba encontrarte aquí. —Su tono era uniforme. Con cautela.

—Y tú eres siempre el que da la bienvenida, hermano —dijo Kennan,


sonriendo.

Incómodo. Atrapada en medio de las disputas entre hermanos de la realeza.


De nuevo. Y yo que creía haber terminado con esas tonterías. Estoy segura de
que no las echaba de menos.

—Es hora —anunció uno de los guardias.


Exhalé, contenta por la distracción.

Kennan, que estaba a mi lado, me guiñó un ojo mientras todos dirigían su


atención a la colina.

Kovis optó por colocarse a la izquierda de Kennan, entre sus hermanos, y


luego alivió a un camarero que pasaba por allí con un vaso de líquido espumoso.
No importaba que su pelo castaño perfecto, su camisa ajustada y sus pantalones
negros todavía me hacían palpitar el corazón. Era la primera vez que lo veía con
los atributos de su cargo: llevaba una fina corona de oro. Cinco altairns de oro
en picada adornaban la abreviada corona, equidistantes, con un zafiro engastado
en cada uno de sus pechos.

Me miró, sin duda oyendo cómo se aceleraban los latidos de mi corazón a


través del vínculo. Sabía el efecto que causaba en mí. Pero cuando nuestros ojos
se encontraron, desvió rápidamente su mirada.

Estudié cada movimiento de Kovis con el rabillo del ojo. Nuestros besos
habían cesado, nuestro apretón de manos rozaba la incomodidad. Todavía no se
había disculpado por su doble moral en nombre de Rasa ni por la distancia que
seguía imponiendo entre nosotros. Estaba claro que no me había perdonado por
mi transgresión... por haberle dado dulces sueños en lugar de los apestosos que
solía tener.

Si no hubiera sido por su sueño y la amenaza de Padre... Tal vez no


estábamos destinados a estar juntos —intenté ahogar el escozor de la idea. Pero
esa yegua seguía buscando, y no importaba cómo se comportara, lo amaba
demasiado como para permitir que Padre se saliera con la suya. Nadie, ni siquiera
los molestos príncipes frustrados, se merecían eso.

—Lo que vas a ver simboliza la renovación, un nuevo comienzo. —Kennan


me devolvió la atención cuando las luces que creaban el altairn se apagaron.

—Aww —Me quejé, yo sola, sin saber lo que iba a pasar a continuación.

—No te preocupes, restaurarán el pájaro cuando terminen con esto —afirmó


Kennan.

Miró a Kovis y luego me dedicó una media sonrisa empática. Sabía que me
dolía. Que luchaba.

Sacudió la cabeza una sola vez, y supe que sabía que no había nada que
hacer al respecto. No hasta que Kovis decidiera entrar en razón. La única
pregunta que quedaba era cuánto tiempo podría ser eso.
Un portador de fuego encendió un barril. Volví a concentrarme. Haylan
me había hablado de esta parte de la noche, pero con todas las festividades, lo
había olvidado. El hechicero esperó a que las llamas brotaran de ambos extremos
antes de soltarlo para que rodara por la empinada colina. Se unieron más
portadores de fuego hasta que innumerables de ellos se precipitaron ladera abajo.
La multitud lanzó un rugido. Los barriles en llamas destacaban sobre la colina
negra. Y comprendí el simbolismo de la renovación que mencionó Kennan, pero
que Haylan había explicado: en un crisol, el fuego quemaba las impurezas, o lo
que era efímero, y dejaba sólo lo que tenía un valor verdadero y duradero.

Este acontecimiento nos animó a todos a evaluar nuestras vidas —crisoles,


si se quiere— y a hacer lo mismo. A volver a centrarnos en lo que iba a durar,
como las relaciones, por ejemplo, y no en lo temporal. Me encontraba embelesada
mientras la multitud de barriles descendía por la pendiente. Y mi mente se
dirigió directamente a Kovis. Cómo anhelaba recuperar lo que habíamos tenido.

Me incliné ligeramente hacia atrás, alrededor de Kennan, lo suficiente para


ver a Kovis. Tenía la mirada perdida ante el espectáculo. Así que tomé la
iniciativa y le susurré por el vínculo, Kovis, tú eres lo que realmente me importa.

La tensión de su mandíbula se alivió cuando se inclinó hacia atrás, pero sus


hermosos ojos contenían un mundo de dolor. Luchaba, igual que yo. No
respondió al vínculo, aunque el hecho de que se volviera con la misma lentitud
me dio la esperanza de que podría haber un futuro para nosotros, una vez que
superara sus problemas.

Se oyó otro rugido, señalando el final del saludo. Kennan chocó las copas
conmigo con entusiasmo. Kovis lo imitó, pero sin entusiasmo. En cuanto a Rasa,
bueno, Rasa estaba siendo Rasa.

Los portadores de fuego apagaron los barriles y sus estelas de llamas, y


volvieron a encender la figura del altairn de antes. Kennan se despidió y me
puso una mano en mi espalda, dirigiéndome hacia las escaleras. Sabía que Kovis
lo había visto. Me gustaría saber lo que pensaba, pero nuestro vínculo
permaneció en silencio.

Nosotros, junto con las dos sombras de Kennan, nos dirigimos de nuevo a
la montaña de escaleras, descendiendo mucho más fácilmente. Una vez que
llegamos al suelo, Kennan se volvió hacia mí y me dijo—: Has aguantado bien.
Siéntete orgullosa de ti misma.

—¿Era una especie de prueba?

Sonrió.
—Digamos que tenía curiosidad por ver cómo te iba. —Fruncí el ceño,
provocando una risa—. Te pareces a Rasa cuando haces eso. —Arrugué la cara
con más fiereza, si es que eso era posible, y Kennan rugió—. Y ahora pareces una
rana —me pellizcó la nariz.

Le di un manotazo en el brazo y luego pregunté—: ¿Sabías que Kovis estaría


allí?

—Especulé, pero no estaba seguro. Ha sido peor que una mujer.

—¿Qué significa eso?

—Malhumorado. Como una mujer antes... ya sabes.

Arrugué la frente, consciente de a qué se refería. Por suerte ya no me dolía


el abdomen. Le fruncí de nuevo el ceño.

—Olvida que he dicho algo.

—¿Así que ha estado molesto, incluso contigo?

Kennan sonrió.

—Ha estado molesto con el mundo.

—Y yo que pensaba que sólo era yo.

—Creo que está sintiendo algo por ti que no se ha permitido sentir en


mucho tiempo, y tiene miedo. Tiene miedo de que le vuelvan a hacer daño.
Dierna lo devastó. Nunca lo había visto tan destrozado. Desde entonces, ha sido
un fantasma de su antiguo ser. Rasa y yo nos preguntamos si alguna vez lo
recuperaremos. Y ahora tú has despertado lo que él ha intentado enterrar con
tanto ahínco.

Asentí con la cabeza.

—No se pueden enterrar los sentimientos para siempre.

—Sospecho que se ha dado cuenta de eso y está tratando de superar todo el


dolor antes de poder seguir adelante.

—Esto será bueno para él —murmuré, recordando los ojos de Kovis.

—Sí, pero es doloroso. Tengo que decir que estás logrando lo que Rasa y yo
no pudimos. —Kennan dejó caer los hombros, sin miedo a revelar lo que sentía.

Escalamos el sendero entre la ciudad y el castillo en un silencio agradable,


con nuestros guardias siguiéndonos sólo un poco por detrás. Algo me decía que
Kennan, a pesar de sus sentimientos por mí, deseaba que obtuviera un milagro
con su hermano. Decidí que no era necesario hablar de nuestro beso. No quería
que nuestra amistad cambiara, y temía que así fuese si lo hacíamos. Kennan sabía
cuál era mi posición con Kovis. Y tenerlo como un buen amigo no era malo.

Me había desanimado. La culpa intentó levantar su fea cabeza.

Le reforzaría a Kennan que sólo éramos amigos. Sabía que no haría nada
que perjudicara su relación con Kovis. No me perseguiría. No a menos que yo le
diera una razón para hacerlo. Suspiré en silencio. Esta era mi historia, y me
ceñiría a ella sin importar que pudiera ver agujeros en ella.

Atravesamos el puesto de guardia y subimos varios escalones. Kennan sólo


se detuvo brevemente en el desvío hacia las habitaciones de los sanadores.

—Supongo que no tiene sentido acompañarte a tu habitación aquí —Se rio


mientras continuaba, y luego subió el primer tramo de escaleras circulares que
nos llevaría a las suites reales.

Nuestras dos sombras y yo le seguimos. Me di cuenta de que me había


convertido en un elemento fijo. Kovis y Kennan se estaban convirtiendo en parte
de mi nueva familia, aunque con una hermana poderosa y desagradable con la
que tendría que lidiar en algún momento, si esto avanzaba.

Subimos, subimos y subimos por las escaleras circulares, hasta que por fin
llegamos al pasillo que separaba las habitaciones de los dos príncipes. Intenté
ocultar mi jadeo, aunque Kennan lo notó.

—Debimos haber trabajado en tu estado físico general.

Puse los ojos en blanco.

—¿Qué?

Allard nos saludó. Vigilaba las habitaciones vacías de ambos príncipes. Nos
detuvimos frente a la puerta de Kovis, la de Kennan justo enfrente.

Él y nuestras dos sombras fingieron no escuchar mientras yo decía—:


Gracias, Kennan, por ser mi amigo. —Me acerqué y le Ttoqué la mejilla.

Me tomó la mano y me plantó un beso en el dorso.

—De nada. Ahora, vete.

Me deslicé hacia el interior para esperar a mi príncipe.


El ceño fruncido en los rostros de los miembros del consejo no me
sorprendió cuando tomé asiento junto a Rasa, Kennan a su izquierda. Siempre
fruncían el ceño. Lo habían hecho desde que comenzó la lucha de poder entre
los representantes mágicos y no mágicos. Mi padre había concedido
representación a las nuevas provincias como concesión para que se integraran
en el imperio. Había permitido dos representantes de cada una, al igual que sus
homólogos mágicos. Pero los hechiceros no habían tenido interés en perder nada
de su poder, sobre todo porque había sido su aprobación la que había financiado
la guerra.

Sin embargo, más allá de esta tensión, ambos bandos se quejaban de la


autoridad que la corona ejercía sobre todos ellos —por cada voto que tenía cada
representante, mis hermanos y yo teníamos seis. No era una mayoría frente a los
veintiocho de ellos, pero equilibraba el poder, o al menos eso dijo mi padre
cuando promulgó la medida.

Así que esta sería una típica sesión del Consejo, parecía.

Lord Beecham, representante principal de Hielo, nos llamó al orden y luego


anunció—: Nuestro próximo orden del día será una discusión sobre la hechicera
recién llegada. Ha demostrado su competencia con el aire, y el Príncipe Kovis le
ha concedido un aprendizaje de sanadora.

Su papada se agitó como lo había hecho la noche en que había visto a Ali
comandar un ciclón de arena en la fosa.

Mi estómago se tensó. Sabía que esto iba a ocurrir.

La tribuna empezó a zumbar. Varios me miraron con los ojos muy abiertos,
comprendiendo exactamente lo que implicaba: que los dos estábamos
vinculados. Rasa y Kennan tuvieron el buen sentido de no reaccionar mientras
observábamos desde nuestras posiciones elevadas. Nos sentamos justo debajo de
la imponente escultura mural de un altairn que marcaba la cabecera de la cámara.
La luz iluminaba la madera de haya sobre la que colgaba el adorno. El efecto
creaba un resplandor detrás de nosotros y nos hacía parecer dioses, un
recordatorio visible del poder que ejercíamos entre los tres.

A pesar de ello, teníamos que jugar a los juegos de poder.


Independientemente de la cuestión, si reaccionábamos, los miembros del
consejo sabían que nos importaba y nuestros argumentos se encontraban
inevitablemente con la resistencia de una u otra parte. A partir de ahí, las cosas
iban cuesta abajo, sin falta. Habíamos aprendido a esperar nuestro momento.

Lord Beecham había incluido la moción en el orden del día inmediatamente


después de aquella noche. A petición mía, Rasa había promovido asuntos más
urgentes por encima de ella, pero ese inventario se había agotado. Normalmente
me alegraría que hubiéramos avanzado en la atención de las preocupaciones del
imperio, pero no en ese momento.

El Lord continuó—: Tanto los príncipes Kovis como Kennan han


experimentado su poder desenfrenado, pues los abatió a ambos sin provocación.

Las voces de los miembros del Consejo se alzaron alrededor de la gran mesa
circular en la que estaban sentados. En la tribuna de más allá se escucharon gritos
de júbilo. Beecham hizo un buen trabajo para suscitarlos. Se volvió para
compartir todo lo que había desenterrado. Había oído hablar de su investigación.
Había hablado con todos y cada uno de los que habían estado en contacto con
ella, tanto si les había asustado como si no.

Contó su intrusión contra Kennan y contra mí y repitió el testimonio de


varios que habían visto y se habían asustado con su primera explosión de poder,
la que yo había provocado. A continuación, compartió los comentarios de dos de
sus compañeros sanadores.

A Ali le encantaban las plantas y, al parecer, desde que las cuidaba, varias
habían crecido a un ritmo nunca visto. Había resultado útil cuando un paciente
había necesitado desesperadamente una poción que requería una planta de
crecimiento particularmente lento.

Había sonreído por dentro ante eso. Eso sonaba a ella.

Qué cosa por la que ser culpable. Pero su punto no podía ser más claro. Ali
era poderosa. Y diferente.

—Ella es un peligro. Podría usar sus poderes contra cualquiera de nosotros.


Debemos actuar antes de que dañe a alguien. —El hombre concluyó. Y
ciertamente había sido largo.

Cedió la palabra a Rasa.

—Gracias, Lord Beecham, por su conmovedor argumento —dijo ella—. Ha


preparado una moción exhaustiva. —Pasó revista al Consejo—. Pero si me
permite, ni el Príncipe Kovis ni el Príncipe Kennan han presentado ninguna
queja contra la chica. Por lo que ha descrito, parece que esta hechicera es culpable
sólo de no estar entrenada.

Lord Beecham frunció el ceño.

—Usted la defiende. Que los príncipes hayan presentado quejas o no es


irrelevante. Ella atacó a la realeza. ¿Por qué no ha sido juzgada por traición? —
Varios miembros del consejo, mágicos o no, asintieron.

—Esto no es un juicio, mi Lord.

Me mordí la lengua. Kennan parecía estar luchando con su compostura


también. Conocíamos a este mago. Lo habíamos visto hacer lo mismo con otros
inocentes en el pasado. Tejía suficientes hechos para sonar convincente cuando
no tenía ningún caso. La inocencia de Ali no importaba. Dudo que incluso
temiera su poder.

Sabía que ella significaba algo para la corona, y la usaría en su propio


beneficio. La pregunta era, ¿a cuántos otros había convencido de unirse a él?

—Fue encarcelada e interrogada por el Príncipe Kennan cuando llegó por


primera vez. Parece que ha habido bastantes dudas sobre ella, incluso desde el
principio —declaró Beecham.

—Si se me permite —Kennan levantó una mano. Rasa cedió.

—Lord Beecham, ese interrogatorio no tenía nada que ver con el tema que
tanto parece preocuparle en estos momentos, es decir, sus poderes.

—¡La acusaron de ser simpatizante de los rebeldes! —gritó alguien desde la


tribuna, provocando una erupción.

La acusación no me sorprendió, simplemente reflejaba el creciente malestar


por nuestra incapacidad para detener los ataques rebeldes.

Rasa golpeó el mazo, pero no restableció el orden. Me hizo un gesto con la


cabeza. Un diluvio de agua ahogó las protestas de la galería.

Destrian de Tirana se levantó de su asiento.

—¡El uso de poderes mágicos está expresamente prohibido en estas cámaras!

—Al igual que las armas, si se me permite recordarlo —respondió Rasa,


arqueando una ceja. No tuvo que ver las dagas que escondía en su ropa para saber
que las llevaba.
—Sus poderes no se comprueban en la puerta. Tampoco lo será el nuestro
—declaró. Los catorce representantes no magos sonrieron.

—Despejaré la galería si hay otro estallido —advirtió Rasa. Un gruñido


resonó en el fondo de la sala—. O puedo desalojarla ahora. —Los gruñidos
cesaron—. Ahora, si se me permite, abordaré la preocupación expresada por la
galería. La hechicera estaba inicialmente bajo sospecha por ayudar e instigar a los
rebeldes, eso es cierto. —Rasa levantó una mano para acallar los rumores—. Sin
embargo, esta acusación fue desestimada. Ella no tiene más relación con esos
rebeldes que tú con un altairn.

—¡Sigue siendo peligrosa! —Lady Cedany, la representante de Agua


intervino.

Claramente ella y Beecham se habían confabulado. No me sorprendió. Por


supuesto que Beecham reuniría apoyo entre los hechiceros.

—¿Y qué quieres que haga? —preguntó Rasa—. Ella está recibiendo
entrenamiento bajo la supervisión de los dos príncipes, así como del Maestro
Jathan. ¿Qué mejor educación se puede esperar?

—Eso no resuelve el problema —dijo ella—. Incluso después de ser


entrenada, todavía puede causarnos un daño significativo.

—¿No podría decirse lo mismo de cualquier hechicero? Pero no ves al mago


promedio atacando a otros. ¿Por qué supones que esta hechicera desearía hacer
daño a sus semejantes sólo porque es más poderosa que tú?

Lady Cedany echó humo, sin tener respuesta.

—Se acercan los Juegos. ¿Por qué no hacerla representante de la corona? —


Berinon de Praia sugirió. Las palabras salieron de la lengua del hombre no mago
con una delicadeza inusual, practicada sin duda.

Mi corazón se estremeció. Un partidario no mágico. Casi pierdo la


compostura. Me sujeté al borde de la mesa y los nudillos se me pusieron blancos.
Esto no podía estar pasando. Beecham había traspasado las líneas mágicas y había
conseguido el apoyo de un no mago. Algo inaudito. Demostró hasta dónde
llegaría para aprobar esta moción. La víbora. ¿A cuántos no magos habían
persuadido? Si más de cuatro...

Capté los ojos muy abiertos de Kennan mientras mirábamos a Rasa,


desesperada por que bajara la moción. Los Juegos. Los Noventa y Ocho. Nadie
sobrevivió. También podrían ordenar la decapitación de Alí, sería un final más
rápido y menos doloroso.
Rasa tragó saliva cuando la sala se calmó.

—Lo que le pides a un aprendiz no entrenado no tiene precedentes.


Claramente esperas eliminar a una hechicera que no ha hecho más que
experimentar el despertar de su poder. ¿Y por qué? Porque, para ti, ella es una
pieza prescindible en tu juego de poder contra la corona.

Varios representantes sonrieron, sin importarles que ella los llamara. Otros
se miraron entre sí. Unos pocos a sus manos. Tomé nota mentalmente de cuáles
eran, y no me gustaron los números.

—¿Explotarías a un inocente como tu herramienta? Con sus dones, ¿quién


sabe qué bien podría hacer por nuestro imperio, con el tiempo? ¿Pero la dejarías
fuera? —Rasa negó con la cabeza.

Gorvenal de Yerevon, entonó—: Todo eso es muy conmovedor,


Emperatriz, pero no puedes negar que ella atacó a los príncipes. Es un peligro y
hay que ocuparse de ella antes de que se haga más fuerte y capaz, para bien o
para mal.

A pesar de los movimientos de cabeza de los miembros del consejo, Rasa


respondió—: No permitiré que esta moción se someta a votación ahora mismo.

No teníamos mucho poder en esto, pero Rasa utilizaría el poco que


teníamos. Asentí con la cabeza.

—Quiero que cada uno se vaya a su casa y piense detenidamente en lo que


propone. Examinen sus conciencias a la luz del Cañón. Volveremos a tratar este
tema cuando decida que han reflexionado lo suficiente, y no antes.

Rasa lo había pospuesto. Pero sólo temporalmente. Su única opción. El


Consejo la había puesto en una posición imposible. Volví a mirar a los miembros
del Consejo, observando quiénes refunfuñaban y quiénes parecían aliviados. Al
amanecer, Kennan y yo hablaríamos con aquellos que pudieran ser persuadidos.
Kovis no habló cuando entré en sus habitaciones. Igual que en los últimos
atardeceres. Pero no sólo no habló, sino que se desplomó en la silla. Nunca lo
había visto desplomarse. Tal vez lo creía poco elegante, no lo sabía, pero era
completamente distinto a él. Todavía no se había bañado, su mandíbula tenía una
barba de un sol y el pelo se le erizaba en ángulos extraños. Parecía que se había
pasado las manos por él varias veces. Se pasó los dedos por la frente, mirando
fijamente al fuego.

—Atrévete a desnudarte —le dije. No sabía si jugaría, pero no perdía nada


con preguntar. Algo tenía que estar realmente mal.

Se sacudió y me miró a los ojos.

Le ofrecí el comienzo de una frase—: Estoy preocupado porque...

Frunció el ceño, claramente sin apreciar mi caracterización. Se quedó


mirando el fuego durante varios latidos más. Al final, se incorporó y se volvió
hacia mí con la expresión de dolor que solía tener.

Sus rasgos se habían suavizado.

—Estoy preocupado porque el Consejo ha propuesto que te hagan


representante de la corona en Los Noventa y Ocho.

—¿Qué significa eso? —No sonaba bien. Una sensación de vacío me llenó
la boca del estómago.

Vino y se sentó a mi lado. La primera vez que lo hacía desde el incidente.


La sensación de vacío en mi estómago aumentó.

—Para entenderlo bien, necesitas antes un poco de historia.

Kovis explicó la estructura del Consejo y la animosidad entre bandos, y


luego dijo—: Como sabes, mi padre conquistó las siete provincias que rodean
directamente a Elementis. —Asentí con la cabeza—. Antes de eso, nos seguían
atacando. Muchos de los nuestros murieron. Mi padre creyó que, si podíamos
instituir una barrera de naciones, podríamos proteger a nuestro pueblo. Y ha
funcionado. Desde entonces todo ha sido relativamente pacífico. A los que se
rindieron fácilmente, les ofreció mejores vidas. Construyó acueductos, carreteras,
mejores viviendas, saneamiento, les dio trabajo. Los que no lo hicieron recibieron
retribuciones hasta que se desmoronaron. Son los que más sufrieron los que se
unen a este juego, haciéndote una pieza de juego.

—No entiendo.

—Las provincias que conquistamos son todas no mágicas. Sus líderes son
salvajes y sólo entienden el poder. Para mantenerlos a raya, Elementis tiene que
mostrarles regularmente lo poderosos que son los hechiceros. Esa demostración
se hace en forma de una competición bianual llamada Los Noventa y Ocho.

Me mordí el labio.

—Cada provincia no mágica selecciona a siete de sus guerreros más capaces.


Así, cuarenta y nueve guerreros se reúnen para competir entre sí. Para que sea
justo, al mismo tiempo, cada una de las siete afinidades envía a siete de sus
mejores hechiceros a competir. Así, cuarenta y nueve hechiceros también lo
hacen. La competición tiene lugar durante quince días. Cuando sólo quedan siete
hechiceros y siete guerreros, los catorce se enfrentan.

—¿Mágicos y no mágicos? No parece una gran lucha.

—Se considera justa porque en ese momento, el poder de un mago se agota


y no tienen más remedio que luchar con una espada. Los catorce luchan a muerte.
Se considera el mayor honor llegar a los catorce finales. La familia de cada
concursante de la ronda final recibe una recompensa monetaria lo
suficientemente grande como para vivir cómodamente y no volver a trabajar.

Me llevé una mano a la boca abierta.

—¿Van a la muerte por dinero?

Kovis negó con la cabeza.

—Es más complicado que eso.

—Pero sólo uno sale vivo.

Suspiró mientras me tomaba la mano.

—A veces ni siquiera eso. Muchas veces el ganador muere por sus heridas.

—¡Cincuenta y siete son sacrificados! ¡Eso es una barbaridad!

—En eso, tú y Rasa están de acuerdo. Ella ha querido detener la práctica


desde antes de convertirse en emperatriz. Como es lógico, fue mi padre quien lo
estableció. En sus palabras, la brutalidad envía un fuerte mensaje a los salvajes
para que respeten a Elementis y nos dejen en paz. A pesar de su historia de
barbarie, Rasa quiere razonar con las nuevas provincias. Mis asesores militares
le han rogado que lo reconsidere, pero no quiere escuchar.

—Parece que estás de acuerdo con tus asesores.

—No importa lo que yo piense. Lo que sé es que estas siete nuevas


provincias huelen a debilidad. Me sorprende, pero no, que estos miembros no
mágicos del consejo se unan a sus homólogos. Está claro que ambos lo ven como
una oportunidad para aumentar su poder. Si logran que Rasa, Kennan y yo los
veamos como una amenaza, lo considerarán una victoria. Creen que cuanto más
los percibamos como tales, más influencia tendrá sus opiniones en el futuro.

—¿Están equivocados?

—No.

Mi mente se tambaleó. Ni siquiera el estruendo del poder de Kovis me


reconfortaba. Rasa había advertido que el Consejo me consideraría una amenaza.
No había entendido sus juegos. Apenas escuché lo que Kovis dijo a continuación.

—Rasa presentó la moción temporalmente, pero no pudo acabar con ella,


no sin el apoyo de algunos representantes. Y para ser sincero, no sé cuántos
tenemos.

Esto no estaba pasando, no podía ser. Había salido de las maniobras de


Padre, sólo para ser absorbida de nuevo en un juego de poder mortal.

Kovis exhaló con fuerza.

—¿Cuándo ibas a decírmelo?

Me miró a los ojos.

—Esta noche. El cómo te lo iba a decir es lo que me preocupaba.

Mi boca se abrió en forma de O.

—La situación no es completamente desesperada. —Levanté las cejas.

—No teníamos los votos para anular la moción. Si se hubiera votado, tu


destino estaría sellado. Así, al menos, tenemos una oportunidad. Kennan y yo
estamos solicitando activamente a los representantes que parecían indecisos y
estamos intentando conseguir su apoyo antes de que el Consejo fuerce una
votación.
Había querido que Kovis hablara. Lo había hecho. Más palabras de las que
me había dicho en años, más incluso que cuando esa yegua había atacado a Rasa.
Ojalá no lo hubiera hecho.

Completamente injusto. Pero no tenía opción. Como súbdita del imperio,


carecía de cualquier poder. Mi destino dependía de su habilidad y la de Kennan
para influir en las mentes.

—Gracias por decírmelo. Ahora, si me disculpas, me voy a la cama.


Arranqué una hierba errante y la añadí a la pila creciente. Me ofrecí como
voluntaria para quitar la mala hierba del Stinkhorn6, una tarea que todo el mundo
evitaba debido al desagradable olor de la planta: la planta madura olía a carne
podrida, o eso me habían dicho. Las esporas secas no apestaban y las utilizábamos
para curar heridas y prevenir infecciones. Pero ese no era el caso de las plantas
que tenía delante. No hace falta decir que el lecho no había sido atendido en
mucho tiempo, y que tenía una gran tarea por delante.

Respiré por la boca.

Me había quedado solo con las plantas podridas. Y mis pensamientos. Como
había planeado. No estaba de humor para conversar. Las palabras de Kovis me
perseguían y consumían. Intenté tararear para calmarme, pero no pude. Hundir
las manos en el suelo arenoso ayudó un poco, pero no lo suficiente.

Kovis todavía estaba en sus habitaciones cuando me desperté esta mañana,


por primera vez en mucho tiempo. Y su postura encorvada me decía que
compartía mi preocupación.

—Siento que te veas atrapada en medio de esto. ¿Quieres hablar? —eso fue
lo que dijo.

Me quedé helada. Sabiendo la seriedad con la que se tomaba las disculpas,


subrayó la naturaleza extrema de la situación. Agradecí su oferta, pero no estaba
segura de qué decir. Incluso si hubiera podido organizar mis pensamientos de
manera racional, algo discutible en ese momento, nada de lo que expresara
cambiaría el resultado. Así que decliné cortésmente, me vestí y me fui.

No se lo había dicho a nadie, no podía soportar su angustia o su lástima.


Todavía no. Primero tendría que ser más fuerte. Sus bienintencionados intentos
de consuelo me agotarían aún más porque sentiría la necesidad de asegurarles
que me ayudaban. Aunque no lo hicieran. Siempre era así. ¿Cómo es que no
habíamos encontrado formas de consolar que no minaran la energía de la persona
a la que queríamos ayudar?

6 es un hongo común en Europa y Norteamérica, fácilmente reconocible


cuando está maduro por su mal olor y su forma fálica
Kovis había prometido hacer todo lo posible para influir en los que pudiera,
pero me sentía completamente sola. Estaría sola en el baño de sangre de aquella
competición si el Consejo votaba en ese sentido.

Tenía poderes, pero no estaban perfeccionados, no para el nivel que exigiría


este torneo. No contra oponentes de nivel maestro. Y mis habilidades con la
espada, inexistentes. Nunca había tomado una espada. Estaba casi muerta. Kovis
había querido distanciarse de mí. Bueno, lo conseguiría. Permanentemente. Lo
que pasó con su sueño después de eso, sólo podía aventurar una conjetura, pero
sabía que no sería bueno.

Cómo extrañaba a Velma. Ella había sido la única razón por la que no me
había quebrado por el abuso de Padre. Ansiaba desahogar mis problemas con
ella y que me hiciera entrar en razón. Mis emociones se dispararon y debieron
activar nuestro vínculo porque sentí que algo se agitaba en mi cabeza, pero Kovis
permaneció en silencio.

Pero un grito detuvo la tempestad de mi mente.

En el rincón más alejado del jardín, donde limpiaba las malas hierbas, no
pude ver lo que había sucedido. Me levanté como un rayo y me sacudí el polvo
mientras corría hacia el lugar de donde provenía el sonido.

Pero cinco hombres enmascarados se interpusieron en mi camino. Tres


llevaban bandoleras en el pecho y empuñaban dagas. Las espadas colgaban de
sus muslos. Los otros dos asaltantes, los que no llevaban armas, supuse que eran
hechiceros, armas ellos mismos. La única pregunta era qué afinidades tenían.

Algo en el pelo castaño de uno de ellos me hizo recordar algo, pero no me


vino nada a la mente.

Grité cuando un agresor delgado con una cuchilla me agarró y me retorció


el brazo en la espalda. Me pinchó en el cuello con la punta de su daga. Su máscara
se levantó mientras sonreía. Su aliento apestaba. Busqué en el jardín a alguno de
mis amigos, pero no vi a nadie. Ya era tarde. No me sorprendió. Probablemente
todos habían entrado a preparar pociones. Eso era bueno. Menos en peligro.

Me agité y jadeé, conteniendo el dolor cuando el rebelde me obligó a subir


el brazo.

Uno de los dos hechiceros extendió una mano e hizo bailar una llama en
su palma. Aunque no lo dijo, la amenaza era clara: si me resistía, me encontraría
con algo más desagradable.

—Parece que hemos atrapado a una pequeña sanadora. —Su fornido líder
bromeó desde el otro lado del camino—. Nos será útil.
Hice caer mi tacón sobre la parte superior del pie de mi captor con toda la
fuerza que pude reunir.

—¡Mierda! —el rebelde delgado me soltó a favor de su pie.

Me escabullí de su agarre, pero los otros me mantuvieron rodeada.

—¿Qué pasa, Dest? ¿El mosquito tiene dientes? —bromeó el matón de pelo
castaño. Sus ojos bailaban, pero tenían un aspecto extraño. Nublados. En ese
instante, mi memoria le dio sentido a esa molestia anterior. El pelirrojo había sido
uno de los hombres que cargaban largas cajas en el castillo la noche en que me
encontré con ellos. Había estado oscuro, pero me fijé en su singular color de pelo.

Notó mis ojos muy abiertos y se rió—: Te acuerdas de mí. Nos hemos estado
preparando para esto delante de las narices de la corona.

—¡Cállate, Sadon! —el fornido líder sacudió la cabeza—. Hablas demasiado.

—Eres un aguafiestas, Brom —el pelirrojo frunció el ceño.

Aproveché la distracción y con mi mano libre obligué a la arena a


levantarse. Pero antes de que terminara de construir mi tormenta, su portador
de fuego soltó una ráfaga de llamas. Chocó con la arena que había levantado y
formó un sólido trozo de cristal, más o menos de mi altura.

Un extraño sonido atrajo mi atención hacia arriba. Un objeto gigantesco —


un trozo de la muralla del castillo, por lo que parece— se precipitó hacia nosotros.
Me lancé de lado, hacia el culpable que había desprendido el trozo, pero rebotó
en su musculo. La roca hizo temblar el suelo cuando se estrelló a un palmo de
distancia de donde aterricé con el trasero.

Afinidad con tierra. Sonriendo, se acercó a mí.

Nunca había robado poder intencionadamente. No sabía si podía hacerlo.


Pero, aún sentada, atraje el poder del portador del fuego y sentí un cosquilleo
mientras me llenaba.

El portador del fuego me miró con ojos muy abiertos. Oh, sí.

No tuve tiempo de tomar más antes de enviar una llama hacia el


encapuchado con afinidad a tierra, dándole de lleno en el pecho antes de que
pudiera reaccionar.

—¡Falk! —el portador del fuego gritó por su compañero que se retorcía
consumido por las llamas.
El aire se volvió rancio cuando la carne se encontró con las llamas. Mi
primera muerte. El pensamiento fue registrado, pero no me hirió. Había tratado
de dañarme, incluso de matarme. No sentí ninguna pena.

Me levanté de un salto cuando mi captor original, Dest, lanzó una y luego


otra daga desde el otro lado del círculo. Me lancé hacia el trozo de muro del
castillo, pero no antes de que la primera hoja se hundiera en la parte superior de
mi brazo. Grité de dolor y apenas pude evitar la segunda. Para tener alguna
posibilidad, necesitaba igualar las probabilidades.

Mucha arena. ¡A dormir!

Brom, su fornido líder, y Dest, mi enjuto captor, se desplomaron en el suelo.


Pero Sadon y Leth seguían luchando. ¿Cómo es que mi magia había derribado
sólo a dos?

—¡Leth! ¡Hazlo! —Sadon, el guerrero pelirrojo, gritó al portador del fuego.

Leth soltó una ráfaga con fuerza de tornado.

Fuego y Aire.

Tontos estúpidos. No tenían ni idea de lo que podía hacer.

Me preparé. En lugar de que el viento me derribara, extendí ambas manos


y me mezclé con la bestia. Apreté la mandíbula, bloqueando el dolor mientras se
hundía la daga. Absorbí el viento, y luego lo obligué a arremeter contra el par
tan rápidamente que ni siquiera Leth pudo bloquearlo. La fuerza los lanzó. Oí un
chasquido, un hueso que se rompía, y luego un grito espeluznante mientras se
desparramaban por el suelo, con las extremidades en ángulos incómodos. Cuando
los vientos cesaron, Sadon se balanceó, agarrándose el muslo donde el hueso
atravesaba la piel.

Leth se movió lentamente, pero antes de que pudiera recuperar el aliento,


por el rabillo del ojo, vi otro objeto volando hacia mí. La pareja no lo había
lanzado, no podía hacerlo. Me zambullí detrás del trozo de cristal, evitando a
duras penas que me golpearan de nuevo. Miré la daga de hielo que aterrizó cerca.

Apareció otro hechicero, uno nuevo en esta lucha. Me levanté de golpe,


reconociendo al mago desenmascarado.

¡Cadby! Se había enfrentado a Kovis en los entrenamientos. ¿Qué estaba


haciendo?

Me aparté de mi refugio, pero antes de que pudiera lanzar un muro de


arena, Cadby conjuró una espada y me la clavó.
Hielo y afinidad con el metal.

Me lancé hacia la izquierda, pero sentí que la hoja me mordía el muslo. A


pesar de la agonía, me fijé en sus ojos. Nublados. Igual que los del pelirrojo.
¿Cómo luchar contra él? No podía mezclarme con el metal. Todavía no. Y mi
magia de aire flaqueó después de haberla entretejido con lo que había robado, y
haber hecho estallar al par.

¡Espera! Tenía un arma más. En el caos, no había sacado la daga que tenía en
el brazo. Sin pensarlo, tiré de la hoja y grité al lanzarla contra él. Fallé por
completo. Nunca había lanzado una daga; ¿qué había esperado?

El ardor consumía mi brazo. La sangre brotó de la herida. Jadeé, incapaz de


recuperar el aliento. Mala idea. Con la mordedura en la pierna, me tambaleé, pero
me sostuve. No me quedaba mucho aire, pero no tenía otra opción. Hice que se
formara un ciclón de arena. Lo destrozaría si me acercaba lo suficiente.

El portador de fuego envió una llama a mi ciclón a pesar de sus reservas


agotadas. Cómo había conseguido recuperarse tan rápido, no lo sabía, pero lo
había hecho. Y la combinación de fuego y arena volvió a forjar un cristal sólido.
Inútil para destrozar a nadie.

Y entonces Cadby se acercó hacia mí.

Cuando llegué al Reino de los Despiertos, sabía que una existencia mortal
significaba un final. Pero nunca imaginé que llegaría tan pronto. Esperaba que
Kovis y yo pudiéramos construir un futuro juntos. ¿Era este realmente todo el
tiempo que teníamos?

Los ojos de Cadby. Tropecé. ¡Nublado! ¡Tenía que estarlo!

La única explicación. ¡Padre! ¡Parecía que se había apoderado de suficiente


gente de arena para hacer su voluntad! ¡Tenía que ser! Era lo único que tenía
sentido, por qué mi hechizo de sueño no había afectado a los otros dos. De alguna
manera había dominado a mi Somnus. La agonía estalló en medio de mi espalda.
Algo afilado. ¡Estúpida! Había permitido que mis pensamientos errantes me
distrajeran. El dolor recorrió mis brazos, mis piernas.

Me derrumbé.

Risas. Gritos confusos. Fue todo lo que oí cuando el gris me hizo recobrar
la conciencia. Luego, más dolor punzante mientras alguien arrancaba lo que me
había empalado. Me agarré al suelo. Me esforcé por mover las piernas. Pero no
pude. El dolor. Mi única compañía. Luché contra la oscuridad. Mis poderes.
Agotados. Drenados. Quería más tiempo. Pero no me quedaba nada. Habían
ganado. Me rendí a la oscuridad.
¡Tenía que encontrar a Ali!

Había oído sus gritos, sentía su agonía a través de nuestro vínculo. Hasta
que todo se quedó en silencio. Demasiado silencioso. Entré en pánico. Ignoré las
súplicas de Allard y Cedric de que me pusiera a cubierto. Recé a los dioses, al
Cañón, a cualquiera que me escuchara. No podía estar muerta.

Bajé de un salto el último tramo de la escalera y me abrí paso entre los


escombros caídos; mis tropas se habían enfrentado a los rebeldes y parecían estar
derrotando a los pícaros. Me dirigí a las habitaciones de los sanadores. Ali tenía
que estar allí, pero ¿en qué piso?

¡Háblame, Ali!

Una ráfaga de llamas me chamuscó el oído. Me agaché y seguí corriendo.

—¡Por favor! —Allard no gritaría mi nombre. No aquí. No entonces.

Pero, sin embargo, suplicó. Una daga se clavó en la pared un instante antes
de que pasara, pero seguí adelante.

¿Dónde estás, Ali?

Llegué a las salas de tratamiento y jadeé. Mis guardias se detuvieron junto


a mí, respirando con dificultad. Observé la masa de sanadores con túnica verde
y las víctimas. Había demasiada sangre. Tanto los maestros como los aprendices
arrojaban vendas a los menos heridos, gritando instrucciones para que restañaran
las heridas de los compañeros mientras ellos se concentraban en las críticas.

Por favor, Ali. Háblame.

En el caos, nadie nos prestó atención. Divisé a una de las amigas de Ali,
aunque no recordaba su nombre.

—¿Has visto a Ali? —le rogué a la pelirroja, agarrándola del brazo para
detenerla.

Ella captó el pánico en mis ojos. Los suyos se agrandaron y se quedó con la
boca abierta.
—¡No! ¡Estaba desyerbando antes! —se movió como si fuera a correr a los
jardines, pero la detuve.

—Atiende a los heridos, yo la encontraré. ¿Por dónde?

Señaló una puerta que colgaba de una de las bisagras y me puse en marcha.

Cadby y un hechicero enmascarado corrieron hacia mí cuando salí al jardín


del sanador. Mi antiguo compañero de batalla se hizo con una espada, y su
acompañante nos disparó llamas.

Sorpresa.

Como una daga clavada en mi corazón. Cadby me era leal. ¿Por qué iba a
atacar? Todo se sentía al revés. No podía ser un rebelde. Sus ojos. Parecían
nublados. ¿Qué le había pasado? Nada tenía sentido. Cadby lanzó la hoja. Apenas
me recuperé de la conmoción a tiempo de apartarla con una ráfaga.

Allard se enfrentó al hechicero enmascarado en una batalla de llamas


mientras Cedric golpeaba a Cadby con un torrente de agua.

—¡Lo tenemos! ¡Encuéntrenla! —gritó Allard.

Cadby me lanzó una daga de hielo. Me mezclé con ella y seguí corriendo.
¿Dónde estaba ella? El silencio del jardín era estrepitoso.

¡Ali, ayúdame a encontrarte!

Escudriñé las interminables plantas en busca de alguna señal de ella. Nada.


Mi pánico aumentó. Me obligué a concentrarme, a estudiar el jardín en busca de
algo, cualquier cosa, fuera de lugar. Y ahí estaba. Divisé dos esculturas de cristal
deformadas y lo que parecía un trozo de la muralla del castillo en el borde
exterior, y eché a correr.

—¡Ali!

Me detuve de golpe, cayendo de rodillas ante su forma inmóvil. Un hedor


impregnó el aire, y casi tuve arcadas al ver el cuerpo carbonizado. Pero el hedor
era peor que eso. No me molesté en mirar más allá. No me importó qué más
había perecido y apestado. Un guerrero enmascarado y pelirrojo se retorcía en
el suelo, agarrándose la pierna. Había participado en el estado actual de Alí.
Esperaría. Mucho tiempo. A juzgar por la falta de sangre en los otros dos,
parecían estar durmiendo. ¡Cerdo!

Pero me centré en Ali. Un círculo de sangre oscurecía su túnica en medio


de la espalda.
—Ali, habla conmigo. —Intenté controlar mis emociones. Le busqué el
pulso.

¡Por favor, Cañón! ¡Dioses!

¡No pude encontrar uno! Necesitaba calmarme. Mis manos temblorosas


tenían que ser las culpables.

¡Por favor, Cañón!

Respiré profundo y me obligué a exhalar lentamente. Finalmente volví a


poner mis dedos en su cuello. Ya está. Tan débil, pero lo sentí. La humedad se
agolpó en mis ojos. La hice girar suavemente y encontré un gran charco de
sangre bajo su brazo y otro más pequeño bajo su pierna. Se había resistido bien,
pero había recibido su cuota de golpes.

¡Jathan! ¡Necesitaba a Jathan!

La recogí y pasé corriendo por delante de mis guardias que habían


despachado a sus oponentes y venían a buscarme.

—¡Mierda! —gritaron los dos en cuanto me vieron. Giraron y corrieron


hacia adelante.

—¡Jathan! —Allard se zambulló en la puerta y llamó, señalándome. Los ojos


del maestro se agrandaron cuando me vio llevando a Ali.

—¡Ahí dentro! —se dirigió a una sala de tratamiento. Me giré y le seguí los
pasos.

Una aprendiz, a juzgar por la longitud de sus mangas, estaba terminando de


poner una nueva funda en la mesa en la que puse a Ali. Puse al corriente a Jathan
mientras su suplente cerraba la puerta, y luego regresó. El maestro no perdió el
tiempo con la modestia, ya que cortó la bata de Ali por la parte delantera e hizo
lo mismo con su ropa interior. En poco tiempo, ella estaba cubierta de nada más
que sangre y Jathan comenzó su examen. El aprendiz aplicó vendas donde el
rojo rezumaba, esperando su inspección.

—Sus poderes están casi agotados —dijo Jathan mientras movía las manos
por encima de su cuerpo—. Pero no es inesperado después de la batalla que
parece haber librado. Sus canales no parecen haber sido dañados.

Aceptaría cualquier buena noticia. Exhalé. Se veía tan pequeña. Tan pálida.
Le aparté el pelo de la cara.

¡Lucha, Ali! Necesito que luches.


Jathan movió las manos por encima de su brazo, percibiendo todo lo
relacionado con esta herida que aún goteaba sangre.

—Una daga. La hoja la atravesó. Pero se siente limpia. No hay decoloración


ni cambios en la piel —pronunció Jathan. Ya habría tiempo para la ira. La
venganza. En ese momento, necesitaba a Ali de vuelta.

—Myla, la herida de su brazo es demasiado profunda para nuestros poderes.


Haz magia en la vena para detener la hemorragia, luego sutura las laceraciones
mientras continúo mi examen.

—Sí, maestro —respondió la aprendiz.

—Coserlo manualmente dejará cicatrices, pero es necesario —me explicó. A


estas alturas no me importaba.

La aprendiz tomó dos vendas y las puso a cada lado del brazo de Alí. Luego
me miró a mí. A pesar de mi posición, no dudó. Lo agradecí.

—¿Podría sostenerla mientras busco mis suministros? Presione fuerte. Esto


ralentizará la hemorragia.

No necesité que me convencieran. Vamos, Ali. ¡Lucha!

Otra de las amigas de Ali, Haylan creo que se llama, volvió con Myla. Como
era de esperar, los ojos de Haylan se abrieron de par en par, pero reprimió la
emoción y le cedí mi puesto mientras se ponía a trabajar para ayudar a Myla.

Jathan inspeccionó el muslo de Ali e hizo el mismo pronunciamiento que


con la otra herida cuando terminó.

Y aunque Myla no había terminado de cerrar el brazo de Ali, Jathan dijo—


: Ayúdenme a darle la vuelta.

Todos ayudamos.

Jadeé cuando la pusimos de lado. El charco de rojo que se había formado


debajo de ella mientras Jathan inspeccionaba sus otras heridas me sorprendió. Era
demasiado pequeña para haber perdido tanta sangre. Mis ojos se dirigieron al
maestro. Él también parecía sorprendido, aunque rápidamente controló su
expresión.

—Rápido —ladró.
Colocamos a Ali boca abajo. No esperé a que me dijeran qué hacer. Cogí
más vendas de donde Myla las había sacado antes y las puse en las manos de
Jathan, que esperaba, mientras las dos aprendices reanudaban sus atenciones.

Quédate conmigo, Ali.

Haylan empezó a limpiar la herida de la pierna de Ali. Aunque también


necesitaría puntos de sutura, la espalda de Ali parecía mucho más crítica. Jathan
limpió el charco de sangre, pero no dejaba de rezumar mientras la inspeccionaba
con su magia.

—Esta daga tenía veneno. Por eso no coagula. ¿El arma seguía ahí?
Necesitamos saber de qué tipo.

Salí disparado hacia la puerta. Como era de esperar, mis guardias


impidieron que nadie interfiriera en el tratamiento de Ali, justo afuera.

—¡Cedric! ¡Registra el área y mira si puedes encontrar una daga que pueda
haber sido usada en su espalda!

—¡Sí, mi príncipe! —el guardia se fue en un santiamén.

Allard me miró, con la preocupación arrugando su frente, pero le dije—:


Sólo vigila.

Él movió la cabeza.

—¡Su corazón! ¡Myla! ¡Haylan! —Jathan sonó detrás de mí.

Me giré para ver a los tres sanadores rodeando a Ali, con las manos casi
tocando su espalda, con los ojos cerrados en señal de concentración.

Me quedé helado. ¡No! No me dejes. ¡Dioses! ¡Cañón! ¡Sálvala! ¡Por favor,


sálvala! Me aparté el pelo. Demasiado largo. Tardé demasiado. Los tres no se
movieron durante una eternidad.

¡No me dejes, Ali!

Finalmente, Myla exhaló. Luego Haylan. Jathan la siguió. Se inclinaron


hacia atrás, con los rostros dibujados, y bajaron los brazos. Me tropecé con Myla
y Jathan, lanzando los brazos para abrazarlos. Haylan agarró a Jathan por el otro
lado. Jadeé y sentí que las lágrimas corrían por mis mejillas.

—Gracias —grazné.

El maestro inhaló.
—Seré sincero, eso estuvo cerca. Pero su corazón vuelve a latir. Ha perdido
mucha sangre. Y quién sabe qué le está haciendo el veneno.

Las aprendices se limpiaron los ojos y volvieron a coser y limpiar sus


heridas.

—Mi príncipe —dijo Cedric, asomándose. Asentí y entró. Tenía dos dagas
en la mano—. Las encontré con Cadby.

El nombre me hizo sentir un escalofrío, pero rechacé cualquier reacción.

Jathan tomó las espadas gemelas y las olió.

Levantó una y dijo—: Esta es nuestra culpable. Haylan, busca a la maestra


Lorica —La aprendiz se marchó mientras Jathan le explicaba—. Las afinidades de
Lorica le permiten percibir rápidamente qué veneno es.

El tratamiento de Ali progresó, y me desplomé contra la pared. La sala se


convirtió en un hervidero de actividad, y yo la contemplé con agradecimiento.
Hacían todo lo que podían, no me cabía duda.

El color de Ali seguía siendo pálido, pero su corazón seguía latiendo. Lo


aceptaría.
La maestra Lorica había dudado sobre identificar el veneno que circulaba
por el cuerpo de Alí, algo inusual en ella, dijo Jathan. Pero llegó a una conclusión
tentativa, y trataron a Alí en consecuencia, aunque Alí seguía pálida y no se había
despertado, mucho tiempo después.

El ataque había sido sofocado a juzgar por la falta de caos en la puerta. Los
sanadores habían limpiado a Ali y la habían trasladado a una sala de recuperación,
donde me senté en una silla a su lado, sosteniendo su mano.

—Hermano —Kennan entró y examinó la habitación, observando a Ali. Se


pasó una mano por el pelo—. Acabo de enterarme. He venido en cuanto he
podido —me puse de pie y nos abrazamos—. Lo siento mucho —dijo. Dejó su
mano en mi hombro mientras nos separábamos—. ¿Cómo está?

Puse mis labios en una línea y cerré los ojos, manteniendo a duras penas la
compostura. No hablaría de su estado, no pronunciaría una pista sobre el
resultado... Apretó cuando me senté de nuevo, y luego acercó una silla para él.
Volví a tomar la mano de Ali y continué acariciándola.

Nos instalamos en un silencio doloroso, observando, esperando una señal.

Me había distanciado de Ali en las últimas noches. ¿Me estaba castigando


el Cañón? Había reflexionado durante varios atardeceres, sin que mis
pensamientos se alejaran de ella, de nosotros. Pero no le había dicho a Ali lo que
había estado pensando, para no transmitir un mensaje que no pretendía. Había
pensado que primero tenía que averiguar lo que quería.

Una vez que había superado el shock y la rabia iniciales por su


manipulación de mis sueños, sabía que tendría que aprender a confiar de nuevo
si quería un futuro con ella. Pero no sabía si podría hacerlo. La había visto como
una pequeña brizna aquella noche que apareció en mis habitaciones, y lo era.
Pero su corazón... era mucho más grande.

La apreciaba. No importaba mi mal humor, ella continuaba viniendo, cada


noche. Yo respetaba eso. No había sido fácil tratar conmigo, pero ella pensó lo
suficiente en mí como para asegurarse de que soñáramos y despistara al sabueso
de su padre. Es cierto que ella también se beneficiaba, pero no era eso lo que la
impulsaba.
Ella estaba comprometida. Conmigo. Nadie más que mis hermanos lo
habían estado.

Nuestra relación merecía otro intento. Ella me lo había mostrado, lo había


probado, a pesar de mi quebrantamiento. Pero saber y hacer eran dos cosas
diferentes porque, a pesar de lo correcto que era, me resultaba difícil aceptar con
la idea de volver a confiar. No sólo en Ali, sino en cualquiera más allá de mis
hermanos. Llevaba tanto tiempo roto que me aferraba a mis cicatrices
emocionales. Eran familiares. Seguras. Y confiar en ella me obligaría a cambiar.

Había alejado a los demás para que no pudieran ver mi verdadero yo. Me
asustaba mucho estar expuesto y vulnerable. Ali ya entendía el infierno por el
que habíamos pasado mi familia y yo. Y no nos juzgó. De hecho, nos respetó,
dijo que le habíamos dado esperanza en su infierno.

Ella me había dado una salida para hablar de nuevo, más fuerte que mi
oscuridad.

Ella había hecho mucho por mí, a pesar de mí. ¿Y qué había hecho yo a
cambio? No nada, pero tampoco mucho. Cuando el Consejo reveló sus intrigas,
hablé con los miembros del Consejo que podrían ser influenciados. Un comienzo
lamentable en relación con todo lo que había hecho. Sabía que no era una
competencia, pero, aun así.

Pero esa ansiedad... la idea de volver a abrir mi corazón completamente a


ella. Se apoderó de mí. No podía deshacerme de ella. Me asustaba, como nunca.

Suspiré, sujetando mi cabeza con la mano.

—¿Qué pasa, hermano?

—La amo —No podía creer que hubiera dicho esas palabras. Se me
escaparon. Pero lo sabía, tan seguro como que era príncipe heredero.

Sentí que la humedad salía de mis ojos. Ella me había ayudado a sentir de
nuevo.

Kennan me miró.

—¿Sabes lo que significa eso?

Sabía que no se refería a la gente que la despreciaba y miraba con desprecio,


o que cuestionaba mi juicio. Se refería a lo que eso significaba para mí.

—Creo que sí. —Me limpié la humedad que resbalaba por mis mejillas—.
Significa que me abriré a que me lastimen. A arriesgarme a que me rompan el
corazón otra vez.
Kennan asintió.

—¿Pero no es esto lo que significa vivir de verdad? Has estado


emocionalmente frío, vacío y aislado desde que Dierna te traicionó.

Asentí con la cabeza.

—Ali ha hecho que algo se revuelva dentro de mí de nuevo —resoplé y


volví a enjugarme los ojos.

Kennan apoyó una mano en mi hombro y esperó a que me recompusiera.

—Tengo miedo, hermano —confesé.

—Lo sé. Pero no estás solo.

Jathan se unió a nosotros para comprobar la evolución de Ali varios latidos


después. Me pasé el dorso del brazo por la cara.

—¿Algún cambio?

Respiré profundo. Kennan negó con la cabeza.

El maestro retiró las mantas de Ali, revelando el vendaje sobre la herida de


su espalda. La despegó y luego pasó las manos por encima de ella para
inspeccionar su condición.

Su expresión seria no cambió cuando dijo—: Discúlpenme un momento,


mis príncipes.

La sanadora Lorica lo siguió cuando regresó, y volvió a examinar la herida


de Alí.

—Estoy de acuerdo, Jathan —dijo por fin. Luego, volviéndose hacia


nosotros, explicó—: Dos venenos de la misma familia de plantas se manifiestan
de forma casi idéntica, pero requieren antídotos muy diferentes. Vamos a probar
el otro, no sea que me equivoque.

Sólo pude asentir. El color de Ali no había mejorado. Probaría cualquier


cosa.

Había sido una noche muy larga. Me había mantenido en vigilia, sin
permitirme dormir por si Ali necesitaba algo. A pesar de probar un remedio
diferente, el color de Ali se había vuelto fantasmal.

Por favor, no te la lleves. Le supliqué al Cañón. Los aprendices iban y


venían. Sus caras reflejaban lo mismo que la mía.
Había perdido la noción del tiempo. Le había dicho a Kennan que durmiera
un poco; le avisaría si algo cambiaba. Cuando Jathan llegó a ver cómo estaba,
trayendo una porción de comida para mí, me di cuenta de que por fin había
llegado la mañana. El sanador volvió a evaluar el estado de Ali. Pero cuando
terminó y volvió a cubrirla, se volvió hacia mí con el ceño fruncido.

—Voy a decirle exactamente lo que percibo.

Tragué saliva.

—El veneno se ha extendido por todo su cuerpo, por eso su piel ha


adquirido esa palidez. Le impide reponer la sangre que ha perdido. Los antídotos
no han funcionado. No sé si quien preparó el veneno lo cambió para que no lo
hiciera. Es difícil de decir. Pero no importa. No sabemos cómo neutralizarlo.

No era cuestión de darle más sangre. Nuestra magia fluía a través de nuestra
sangre, la única de cada hechicero. Los hombros de Jathan se desplomaron.

—No va a durar mucho más.

Sus palabras resonaron en mis oídos. El hechicero más poderoso de la


historia de Altairn, y yo no podía hacer nada. ¿De qué sirvió?

—Sin que suene poco delicado —dijo— mi preocupación ahora se traslada a


ti, mi príncipe. —Lo miré a los ojos—. Ustedes comparten un vínculo. Aunque se
sabe poco de ellos, me preocupa que cuando ella muera, pueda verse afectado
negativamente.

Miré al suelo. No me importaba nada de mí mismo.

—¿Qué está diciendo?

—Tendremos que vigilarlo.

Asentí con la cabeza.

Apenas había pronunciado las palabras cuando ladeó la cabeza y frunció el


ceño.

Levanté la vista.

—Espere. Su vínculo. Espere, espere, espere —dijo. Me levanté. Se paseó


mientras pensaba en voz alta—: Los dos tienen afinidad con el aire.

—Sí. Es de conocimiento común.


—La magia fluye en la sangre. Sus afinidades de aire... ¡Podría ser que...! —
Lo miré fijamente, rogando en silencio que lo que pensara fuera cierto—. Nunca
he tratado con una pareja vinculada, así que no sé si esto funcionará, pero vale la
pena intentarlo. Ali no puede mejorar sin más sangre. Si pudiera enviar aire a
través de su vínculo, podría dar un impulso a la poca sangre que tiene, al menos
lo suficiente para vencer al veneno. —Los ojos de Jathan se llenaron de, me atreví
a pensar, esperanza.

—Lo intentaré. —Mi mente se apresuró a inventar una forma de hacerlo.


Me senté y tomé su pálida mano entre las mías, luego alcancé ese silencioso
vínculo entre nosotros. Me asustó lo silencioso que estaba. Dejé atrás mi
preocupación y dirigí parte de mi poder a través de él.

—Tómatelo con calma. No demasiado a la vez —advirtió Jathan.

Me retiré un poco, pero seguí liberando mi poder en nuestra conexión.

Vamos, Ali.

Puso a prueba mi paciencia. Pero envié más y más aire dentro de ella, muy
lentamente.

Al final, Jathan exclamó—: ¡Creo que está funcionando! Su color está


mejorando.

¡Puedes hacerlo! ¡Lucha!

—Creo que es suficiente por ahora —dijo finalmente Jathan—. Vamos a ver
cómo responde.

Y así lo hicimos.

La observé. Le tomé la mano. Creo que nunca había sentido por otra
persona lo que sentí en ese momento. Tal vez la euforia por su progreso me
estimuló, pero en esos preciosos latidos, mis temores a ser vulnerable con ella de
nuevo se desvanecieron. Ansiaba compartir todo mi ser con ella.

Cuando el sol alcanzó su punto máximo, aún no se había despertado, pero


se había estabilizado y su color había vuelto. El ambiente entre todos los que
entraban y salían adquirió un aire de excitación. Estaba claro que no era el único
que la animaba.

A primera hora de la tarde, Kennan regresó. Al parecer, Ali se había


convertido en la comidilla del castillo. Las noticias de todo lo que había sucedido,
incluida y especialmente mi participación en su recuperación, aunque nadie
entendía cómo lo había logrado. Menos mal. No quería que nuestro vínculo fuera
de dominio público. Sin embargo, me alegré de que las noticias me alegraran y
animaran, ya que los rebeldes habían causado daños importantes y muchos
habían muerto.

Quedó claro que, si el personal del castillo no había sabido de nuestra


relación antes, ahora sí. No estaba seguro de cómo me sentía. No todos nos verían
con buenos ojos como pareja. Rasa incluida. Kennan me pinchó en las costillas
mientras me decía que las señoras mayores preguntaban por la evolución de Ali
y de mi enfermedad, es decir, de mi enfermedad de amor. Sonreí mientras le
devolvía un suave puñetazo.

No mucho después, un camarero llamó a la puerta y me entregó una nota.

Kovis,

A la luz de los recientes acontecimientos, el Consejo está forzando la


votación sobre la participación de Ali en El Noventa y Ocho. Lo he intentado,
pero no puedo retenerlos por más tiempo. Reúnete conmigo en mi despacho en
el edificio del Consejo lo antes posible.

Rasa.

La ira me invadió. Ni siquiera se había despertado. No culpé a Rasa. Sabía


que lo había intentado. Se lo dije a Kennan. Se puso en pie de un salto.

—¡Esos buitres! ¿No tienen decencia?

Sacudí la cabeza, sorprendido, pero no.

—Huelen la debilidad —Solté una risa macabra—. No creas que la vid del
castillo no reaccionará.

Los ojos de Kennan eran fieros.

—¡Espero que les haga la vida imposible!

Aunque el viñedo no tenía armas mágicas ni físicas, los miembros del


consejo eran tontos si pensaban que no tenía poder. Había descubierto lo
poderosas que podían ser las habladurías. Y me defendería.

Me incliné y presioné un beso en la frente de Ali.

—¿Te quedas con ella, hermano?

—Sabes que lo haré.

—Avísame cuando se despierte.


—En un santiamén —Kennan me dio una palmadita en el hombro mientras
me alejaba.
El sol se había puesto antes de que oyera voces apagadas al otro lado de la
puerta, y Allard admitió a Kovis, y luego lo siguió dentro. Una densa barba se
alineaba en la barbilla de mi príncipe, y sus ropas parecían haber luchado en una
guerra a pesar de ser el hechicero más poderoso del Imperio. Eso decía mucho
de la tenacidad del Consejo.

Claramente estas comadrejas hambrientas de poder no entendían la suerte


que tenían de que los aguantara.

Me dedicó una sonrisa cansada y luego se abalanzó sobre mí.

Se me revolvió el estómago al darme cuenta de que había sonreído. A mí.


La primera vez en al menos una luna.

—Pensé en convalecer aquí. —Acomodé las piernas debajo de mí en el sofá,


con la enorme bata de Kovis abrazándome.

Todavía podía oler el persistente aroma de su jabón: aire fresco después de


la lluvia, mezclado con un toque de hoja perenne. Masculino en todos los
sentidos. Lo había absorbido durante toda la tarde y había permitido que me
reconfortara y aliviara de mi preocupación después de que Kennan finalmente
divulgara dónde había ido Kovis.

Había intentado leer, pero mi mente daba vueltas a lo que Kennan me había
compartido. ¿Tenía razón? Maldito sea por dar vida a mis insensatas esperanzas.
Había rumiado lo que había insinuado, pero no me había permitido creer que las
cosas pudieran haber cambiado entre Kovis y yo. Había intentado ignorar las
mariposas. Sirenas volubles.

—¿Cómo te sientes? —preguntó al aterrizar junto a mí, y luego tomó mis


manos entre las suyas.

—Débil y dolorida, pero Jathan dice que estaré bien. Dijo que tengo que
hacer que me cambien las vendas con regularidad hasta que mis heridas estén
completamente curadas, pero aparte de eso, pensó que preferiría tus habitaciones
a una sala de recuperación. Kennan estaba allí cuando me desperté.

—Él me lo dijo.

—Dijo que le habías hecho una promesa, ya que tenías que irte.
—Lo hice. Dijo que te trajo aquí después de que Jathan te diera el alta a tres
soles de reposo.

Asentí. Pero necesitaba saber qué había pasado.

—El Consejo me acusó de estar involucrada en el ataque, ¿no es así?

Kovis suspiró.

—Sí, hay un rumor que circula en ese sentido, sin duda iniciado por algunos
de los miembros del Consejo. Llevo toda la tarde defendiéndote.

—¿Y?

—No puedo decirles muy bien que tu padre está detrás de los ataques.
Imagina lo que pasaría. Así que es mi palabra contra la suya de que eres inocente.
—Se pasó una mano por el pelo revuelto, empeorándolo—. Ali, por favor, confía
en mí cuando te digo que estoy haciendo todo lo que está en mi mano para
desacreditar sus argumentos.

—Lo hago. Sé que te esfuerzas al máximo. Bryce me dijo que hiciste una
especie de magia y lograste retrasar la votación.

—Lo hice —Kovis vio el tablero de Manlari en la mesa cercana.

—Kennan me enseñó a jugar esta tarde mientras me hacía compañía.

—Ya veo. Fue muy amable por su parte.

—Lo fue. Se fue justo antes de que volvieras.

—¿Lo hizo ahora?

—Sí.

Kennan había pasado casi toda la tarde conmigo, me di cuenta. Mucho para
un príncipe que seguro que tenía otros asuntos que atender con una investigación
sobre el ataque y los esfuerzos de recuperación en marcha. No había pensado
nada en ese momento, pero entonces no podía leer su mente. ¿Todavía albergaba
esperanzas secretas? Había dejado clara mi posición.

Seguramente sólo estaba siendo un amigo, sustituyendo a su hermano. Sin


embargo, todavía no habíamos aclarado el asunto del beso. No. Elegiría creer lo
mejor. Aunque todavía me mordí el labio.

—¿Por qué Kennan no tenía que estar en la reunión del Consejo? —redirigí
mis vacilantes pensamientos.
—Habría mandado a buscarlo si no pudiera retrasar la votación. Mira, estoy
cansado. No quiero seguir hablando de Kennan ni del Consejo. —Exhaló con
fuerza—. Quiero hablar de nosotros. —Su sonrisa salió de su escondite y se me
cortó la respiración. Se volvió hacia Allard, que fingió no escuchar—. Puedes
irte.

La puerta ni siquiera se había cerrado con un clic cuando Kovis volvió sus
ojos hambrientos hacia mí. La luz revelaba unas ojeras.

—No has dormido. Kennan dijo que te quedaste conmigo toda la noche.

—Lo hice. Ali, te debo una disculpa. —Sus palabras salieron a borbotones.

Levanté una mano.

—No, yo te la debo. Siento haber plantado pensamientos en tu mente. No


estaba tratando de manipularte. —Me había disculpado antes, pero estaba claro
que no lo había aceptado.

—Lo sé. He sido un estúpido. Casi te pierdo. Si hubiera... —Kovis negó con
la cabeza.

—¿Si hubieras...?

Su mirada se volvió dolorosa.

—Eres hermosa, Ali.

Controlé mi expresión, esperando a ver qué más decía. Mi padre me había


manipulado con elogios similares.

—Nunca he visto un pelo tan ondulado y rubio. —Forzó una risa, y luego
llevó una mano a mis mechones. Se tomó su tiempo para recorrerlos—. Y unos
ojos violetas increíbles. Eres impresionante.

—Apuesto a que le dices eso a todas las chicas.

—No. Nunca. —Su insistencia no dejaba lugar a dudas.

Se inclinó hacia delante y percibí un olor poco agradable por no haberse


bañado recientemente, pero lo ignoré. Había gastado su energía en mi favor. No
se lo reprocharía.

—¿Si hubiera...? —le insté a completar su pensamiento anterior.

—Ali, me he enamorado de ti.

Los dedos de mis pies se curvaron debajo de mí, y mi corazón se aceleró.


—¿Lo estás?

Suspiró.

—Sí.

—¿Es tan malo? ¿Enamorarse de mí?

—No, en absoluto. Pero admitir que has desbordado mis seguras y cómodas
paredes no es fácil. Me has empujado a un territorio desconocido e incómodo. —
Me miró fijamente a los ojos—. Ali, tengo miedo.

—¿De mí?

Sacudió la cabeza.

—De ser vulnerable.

—Yo también —admití—. Creo que todos lo estamos en algún momento.

Cerró los ojos, saboreando mi apoyo.

—¿Seremos vulnerables juntos?

Asentí.

—Definitivamente.

Acarició mi cara.

—¿Puedo besarte?

Hice una pausa mientras miraba esos profundos charcos de azul y avellana.

—¿Por qué lo preguntas?

—Dijiste que la gente solía tomar todas las decisiones y nunca te consultaba.
He decidido que es hora de cambiar. —Su voz se entrecortó.

Mi corazón se aceleró.

Se acercó a mis labios con la más suave de las caricias.

—No me has dejado responder —protesté, juguetona. Sus pulgares


delinearon mi mandíbula.

—Puedo parar.

—No, está bien.


Acunó la parte posterior de mi cabeza con su mano, y todo menos Kovis
se desvaneció. Sus labios eran tan deliciosos. ¿Cómo se habían sentido suaves
antes? ¿Cómo me había perdido eso?

Su lengua me preguntó, y me abrí a su ansiosa exploración. Me rozó los


dientes, buscando hasta que encontró la pareja de su lengua. Nos retorcimos y
enredamos, nos envolvimos y nos enroscamos juntos. Y yo que creía que las
lenguas eran sólo para probar la comida. También era para probar a príncipes. Y
Kovis era muy sabroso. Picante. Es lo que yo llamaría ese sabor. Más intenso que
el mejor vino. Mi cuerpo se calentó, por todas partes.

Kovis volvió a pasar una mano por mi pelo.

—Qué hermoso —murmuró, con sus labios a un pelo de distancia.

Pasé mis dedos por sus mechones oscuros, empeorando aún más el
desorden.

No me importaba, ya que nuestras lenguas reanudaron sus exploraciones.


Al final, Kovis se echó hacia atrás y exhaló. Me dolían los labios por su ausencia.

—Me estás excitando mucho —confesó. Yo sólo sonreí—. Seductora.

—Este sol ha sido difícil para los dos, ¿nos vamos a la cama?

Kovis sonrió.

—¿Esperas que duerma, después de eso? —moví las cejas.

—Deja que me bañe. Será rápido —me besó una vez más antes de separarse.

Me preparé para ir a la cama, no es que requiriera mucho esfuerzo, ya que


había estado descansando en su larga bata. Por lo menos la tenía puesta, con sólo
mi ropa interior. Haylan me había ayudado a bañar. Me sentí muy bien al
lavarme el resto de la sangre seca.

Me dirigí a mi lado de la enorme cama de Kovis, me desvestí y me subí.


Intenté pensar en los hongos de los dedos de los pies, los dientes picados y la tiña
mientras me acomodaba en las sedosas mantas. En cualquier cosa que no fuera
el hombre desnudo de la otra habitación que acababa de confesar su amor por
mí. Me moría por preguntar qué había cambiado. Kennan había sido tan
reservado. Ningún tipo de pregunta o súplica había aflojado sus labios.

—Casi te pierdo. —Eso es lo que había dicho. Suspiré, temiendo que mi


curiosidad se apoderara de mí y rompiera el hechizo.

No romperás ningún hechizo si lo pides, Ali querida.


Kovis habló de nuestro vínculo. Te lo debo.

¿Hongos en los pies? dijo un latido después, mientras yo volvía a intentar


refrenar mis pensamientos. Mis mejillas se calentaron y él se rio.

Cada vez me gusta más este vínculo.

A mí me gusta cada vez menos, repliqué.

Deja de pensar en mí.

Me temo que eso es imposible. Más risas.

Puse los ojos en blanco, pero no pude reprimir una sonrisa de vértigo.

Kovis salió de su baño con nada más que una sonrisa traviesa y una toalla
envuelta alrededor de sus caderas.

—Pensé que no tenía sentido vestirme si me iba a la cama. Además, alguien


usó mi bata.

Se rio.

—Uh huh. —Intenté parecer aburrida, pero todo mi cuerpo era cualquier
cosa menos eso.

La tinta de su tatuaje había cambiado de negro a rojo brillante. No hacía


falta ninguna explicación. Apartó las sábanas de su lado y desvié la mirada
mientras él se deshacía de su cubierta y se metía dentro. Me ardía la cara. Le tendí
la mano, como ya era costumbre, pero en lugar de su mano, me salió al encuentro
una pregunta.

—¿Te gustaría dormir... más cerca... esta noche? —La voz de Kovis vaciló.
Tan dulce. Tanto poder y a la vez miedo de lo que diría. Asentí lentamente. El
alivio se reflejó en sus palabras—. Entonces ven aquí. —Sus ojos brillaron cuando
se fijaron en los míos. Acarició la cama a su lado.

Podía oír el estruendo de mi corazón. Sin duda, yo oía el suyo. Me desplacé


hasta que nuestros hombros se tocaron.

—En realidad, esperaba... —Kovis se puso de lado, de cara a mí— que te


acercaras.

—¿Estás seguro?

Asintió con la cabeza.


—Lo estoy. —Sonaba como si hubiera sellado una decisión en su propia
mente.

Rodé hacia mi lado y aguanté un ladrido ante el dolor agudo de mi muslo.


Me deslicé hacia atrás hasta que su pecho y el resto de su cuerpo tocaron mi
espalda.

Sólo un fino cambio y mi vendaje se interpuso entre nosotros. Su olor


claramente masculino había regresado. Alcancé a palpar lo que me pinchaba el
trasero, y Kovis aspiró un suspiro.

—Mejor no.

—Oh.

Un poco más de calor y mi cara se habría encendido. ¿Quién necesitaba


hechiceros con afinidad al fuego?

Subió las piernas para acurrucarme el trasero y me rodeó con los brazos,
apoyando una palma sobre mi abdomen. Me acurruqué en el capullo que había
creado, apoyando la cabeza en su brazo.

—¿Qué tal? —preguntó.

—Bien. Muy bien. ¿Y tú?

Me besó la parte superior de la cabeza.

—Muy bien.

Abrazándome, Kovis me contó su historia, me lo contó todo.

Cuando terminó, levanté la mano que se había movido en remolinos


alrededor de mi estómago durante todo el relato —agarrándome en algunos
momentos— y la besé.

—Gracias.

Me di cuenta de que no se había tensado ni una sola vez. El sueño no llegó


pronto para ninguno de los dos.
Rock—a—Bye, Baby de Mother Goose London del Reino de los Despiertos

Rock—a—bye, baby en la copa del árbol

Cuando el viento sopla, la cuna se mece.

Cuando la rama se rompa, la cuna caerá.

Y bajará el bebé, con cuna y todo.

El bebé está durmiendo, acogedor y hermoso.

La madre se sienta cerca,

En su silla mecedora. Hacia adelante y hacia atrás, la cuna se balancea.

Y aunque el bebé duerme, oye lo que ella canta. Mece al bebé,

No temas. No importa bebé, mamá está cerca.

Pequeños dedos, los ojos están cerrados.

Ahora duerme profundamente, hasta la luz de la mañana.


Dos atardeceres más tarde, estaba sentada leyendo un libro, convaleciente
en el sofá, cuando se abrió la puerta de las habitaciones de Kovis y entró furioso.

—¡Qué broma! Les ha hecho el juego —El pavor me atenazó el estómago y


me levanté.

Kovis se agarró el pelo y se paseó ante mí. Nunca lo había visto tan alterado.

—¡Kennan y yo votamos en contra, pero Rasa votó a favor! —agitó los


brazos.

—¿Qué? ¿Por qué? —levanté la voz.

Había estado juguetón y radiante esta mañana mientras se dirigía a la puerta,


preparado para acabar con la moción del Consejo de una vez por todas: creía que
tenían los votos necesarios.

—¡Está dejando que te utilicen! ¡De todas las personas! Ella sabe lo que es ser
utilizada.

—¿Qué ha pasado?

—¿Qué iba a hacer yo? ¡Eso es lo que ella dijo! —Kovis sacudió la cabeza—.
Como te culparon del atentado, pensó que votar en contra de la moción crearía
disturbios civiles.

—No puede hablar en serio —protesté.

—Oh, pero se pone mejor. —Sus palabras destilaban sarcasmo—. Si Ali es


tan talentosa como dices, ganará. Eso es lo que ha dicho.

Mi respiración se entrecortó y sentí el pecho como si un dragón con


sobrepeso se sentara en él. La propia emperatriz había sellado mi destino. Muerta
andante. Eso es lo que era.

Una broma de mal gusto. Toda la situación. ¿Cómo había pensado que
podría vencer a los dioses escapando al Reino de los Despiertos? Me habían
dejado engañarme a mí misma. Pensar que me había liberado. La broma era para
mí. Sólo que no me había dado cuenta. El Cañón y los dioses a los que había
cabreado se estaban vengando. Siempre ganaban. Al parecer, Padre tenía una
influencia considerable, y se habían puesto de su lado.
Kovis me atrajo hacia sí, tragándome en un abrazo.

—Lo siento mucho, Ali. He fallado. Rasa no lo admitiría, pero creo que
espera que ganes por razones egoístas. Como campeona de la corona, puede
exigir, entre otras cosas, que tu premio sea el fin de Los Noventa y Ocho.

—¿Puede?

La barbilla de Kovis se balanceó en la parte superior de mi cabeza.

—Ella sabe que nos hiciste dormir a Kennan y a mí. Supongo que piensa
que puedes hacer lo mismo a lo largo de la competición antes de derramar sangre,
al menos dentro de tus rondas.

Algo en mi memoria se oponía a esa idea. Algo sobre el ataque de los


rebeldes y la posibilidad de dormir a la gente. Pero me quedé en blanco con mi
creciente pánico.

—¿Y si no hay suficiente arena? ¿Y si otro hechicero me ataca primero?


Nunca he dormido a más de dos personas a la vez. ¿Y si no puedo?

—La competición se celebrará en Flumen, en la provincia de Eslor esta vez.


Aunque nunca he estado allá, sé que está a orillas de un río. La arena no debería
ser un problema.

—¡Haces que parezca muy fácil!

—¡Claro que no! Pero te está utilizando. Eso es lo que me molesta. —La
amargura se extendió por sus palabras.

No me importaba lo que las acciones de la emperatriz hicieran en su


relación con sus hermanos. Se merecía cualquier repercusión que tuviera. ¡Se
había puesto del lado de esas víboras! ¿Realmente creía que yo podía ganar, o es
que ella tenía su propia agenda y yo resultaba ser prescindible? Si yo caía, se
solucionaría el problema que tenía con nuestra relación. ¿Su pasado la había
vuelto tan fría?

Kovis había escuchado mis pensamientos.

—Ella no es despiadada. Creo que cree que puedes ganar.

La noción no trajo ningún consuelo. No estaba preparada para luchar.

—Kovis, tengo miedo.

—Yo también. —Sus brazos se apretaron como si dijera que lucharía contra
los propios destinos antes de dejar que me arrastraran.
—¿Crees que puedo ganar? —salió un susurro.

—Si la competición se celebrara ahora mismo, no. —Me tensé. Una


evaluación honesta. Nada meloso—. Pero no lo es —dijo—. Vamos a intensificar
tu entrenamiento. Entrena cada sol de aquí a entonces. No me voy a rendir, y
necesito que luches conmigo. Casi te perdí una vez. Nunca más.

Sentí su mandíbula apretada.

—¿Cuándo es?

—Saldremos dentro de una luna. Tardaremos quince días en llegar.

—¿Entonces una luna y media?

—En total.

Me temblaban las piernas.

Kovis se echó hacia atrás.

—El lado bueno es que, una vez que ganes, silenciarás al Consejo. Si vuelven
a intentar algo así, se arriesgarán a la ira del pueblo al que representan. Nos
aseguraremos de ello. Están jugando su única mano.

—Porque creen que no pueden perder —murmuré.

—Oye, oye, oye. —Levantó mi barbilla hasta que nuestros ojos se


encontraron—. Necesito que dejes de pensar así. Para que tu triunfo sea un reto
tan mental como físico y mágico.

Asentí con la cabeza. Sabía que tenía razón. Tendría que creer
honestamente, en el fondo, que podía ganar.

Respiré hondo y apreté la mandíbula. No tenía elección, así que competiría.


Yo era una pieza del juego en las jugadas de poder del Consejo y de Rasa. ¿Cómo
podía sacar el máximo provecho de una mala situación? Necesitaba una causa en
la que apoyarme, algo en lo que creyera profundamente, algo que me apasionara
y que me sostuviera durante el entrenamiento y la competición.

—¿Puedo ofrecer una sugerencia?

Asentí con la cabeza.

El impulso de Kovis se intensificó cuando dijo—: Llámame egoísta, pero


estoy en esto para asegurarme de no perderte. Tú, querida Ali, estás luchando
por nosotros. Estás luchando por nuestro futuro. Juntos. Ambos sabíamos que
nuestra relación no sería fácil. Esto es una prueba.

Besó la parte superior de mi cabeza.

Yo amaba a Kovis, más allá de las palabras. Anhelaba un futuro con él. Pero
¿podría unirme al derramamiento de sangre para lograrlo? Mi estómago se
revolvió. Sabía la respuesta. Entendía la posición de Kovis. Había pasado por su
propio infierno personal últimamente y me había confesado su amor. Era feroz,
apasionado, comprometido.

Ser el centro de ello me producía escalofríos. Nunca había sabido lo que


significaba ser amada por un hombre. Me hizo sentir humilde. ¿Pero sacrificar
vidas humanas por nuestro futuro? No. Un precio demasiado alto. No podía
unirme a eso.

Suspiró.

—Tú, Ali querida, puedes ser mi salvación en algo más que asuntos del
corazón. Gracias por no doblegarte a lo que yo quiero. Te quiero aún más por
ello. Estoy acostumbrado a salirme con la mía. Llámame infeliz. Por mucho que
quiera que luches por nosotros, tienes razón, ves esto como sacrificar vidas por
nuestra felicidad. No puedes unirte a eso, y no deberías.

Yo le tomé la cara.

—Gracias por entenderlo.

Sonrió.

—Entonces, si no es por nosotros, ¿por qué vas a luchar?

—No estoy segura.

—¿Puedo proponer una alternativa?

Asentí con la cabeza.

—Mientras dure esta tontería, tu padre estará avanzando en la conquista del


Reino de los Despiertos. —Tragué saliva. Tenía razón. Había perdido de vista el
objetivo mayor—. Innumerables vidas más se verán afectadas si tiene éxito.
Tenemos que superar esto, y luego ir a derrotarlo.

Asentí con la cabeza. Esta era una causa por la que valía la pena luchar, algo
a lo que podía unirme. Me sostendría en los tiempos difíciles que se avecinaban.

—Vamos a convertirte en la campeona del público —declaró.


—La campeona de la corona, quieres decir.

—No. La campeona del público.

Fruncí el ceño.

—Los rumores y las vides funcionan en todas partes. Me parece que el


Consejo acaba de lanzar una invitación para experimentar el descontento de la
multitud. Y las multitudes tienen mucho poder.

Arrugué la frente. ¿Poder? ¿La multitud podría estar de mi lado? Pero


incluso si lo estuvieran, ¿de qué serviría eso?

—El Noventa y Ocho no es sólo una competición para probar la destreza


física y mágica. Las reglas de los guerreros dictan, lo que la hace diferente a
cualquier otra en el imperio. Es un concurso de carácter, honor y dignidad. La
forma de luchar de un contendiente es tan importante como ganar.

—Pensé que habías dicho que las nuevas provincias sólo entienden de
poder. Seguramente no les importa el honor y la dignidad. —Kovis levantó una
mano.

—No es cierto. El campo de batalla lo decide prácticamente todo para ellos,


por lo que es sagrado y exige el cumplimiento de un estricto código de conducta,
entre los que destacan el honor y la dignidad. Consideran que quitar una vida de
forma deshonrosa es indigno, y pone en tela de juicio lo que se haya decidido.
Cualquier lugar que no sea un campo de batalla es juego limpio para tomar el
poder, por cualquier medio. Es una cosa de guerreros. Tendrás que confiar en
mí.

—Okaaay.

—Como es en Eslor, puedo suponer que las multitudes del estadio serán
principalmente guerreros, más que hechiceros. No reaccionarán amablemente
cuando se enteren de lo que te ha pasado, de cómo has acabado siendo una
competidora en ese campo en contra de tu voluntad, y sobre todo de por qué. El
Consejo no tiene ni idea de lo que acaban de desencadenar. Nos encargaremos de
ello. —El rostro de Kovis era de piedra, sus ojos duros.

—Pero si gano, ¿qué pasará entonces? ¿No es eso lo que quiere Rasa?

Kovis negó con la cabeza.

—¿De verdad crees que permitirán que Los Noventa y Ocho, una
competición regida por sus reglas y su código de conducta termine sólo porque
Rasa aborrece el derramamiento de sangre? No temen a la muerte. Para ellos es
una consecuencia necesaria. Sólo cuando mi padre instituyó Los Noventa y Ocho,
los líderes de las nuevas provincias finalmente lo respetaron, dejaron de luchar
contra nuestras fuerzas y prometieron su lealtad. Rasa no entiende eso.

Incliné la cabeza. Al igual que Kovis no me había entendido inicialmente,


Rasa no entendía a estos guerreros. ¿Cuántas veces la gente no podía entenderse
porque sus orígenes eran tan diferentes, sus perspectivas tan opuestas? Le pedí a
Kovis que ampliara su mente a otras posibilidades —el Reino de los Sueños y
mis afinidades— y lo había hecho. ¿Por qué no lo había hecho Rasa?

Pero la comprensión no cambiaba mi situación. Tantos intereses en


conflicto. Y hasta que el Consejo y las preocupaciones de Rasa estuvieran
satisfechas, Kovis y mi futuro serían imposibles. Los dioses me pusieron a
prueba. No tenía ninguna duda. ¿Cuánto deseaba nuestra relación? Y así, el
mayor desafío de mi vida mortal e inmortal se presentaba ante mí, las
consecuencias nunca fueron mayores. Y tuve muy poco tiempo para
prepararme.
—Enséñale al Consejo una lección que no olvidará.

Jathan resopló al siguiente amanecer. Se había enterado. No sería aprendiz


pronto. Estaría entrenando cada sol en el futuro inmediato. Menos mal que mis
heridas se habían curado y me sentía descansada.

Kovis ya se había ido cuando me desperté, pero la ropa, de mi talla, yacía a


los pies de la cama. No era el atuendo ligero que llevaba cuando entrenaba en las
fosas, sino un top y una braga ajustados, junto con un segundo par similar, pero
más holgado. Supuse que los más holgados debían llevarse por encima, por
decencia, hasta que llegara a las instalaciones de entrenamiento.

Me vestí y comí, hice una visita a Jathan y luego me dirigí a encontrarme


con Kovis donde me había dicho. Lo encontré en el edificio de entrenamiento
de armas.

Los soldados se callaron a mi llegada. Eso, y sus largas miradas, me dijeron


que también lo habían oído. A juzgar por el volumen de sus latidos, supe que el
serio Kovis había regresado. Su rostro de granito dejaba claro que no permitiría
otra cosa que el arte de atacar y defender. Era un artista, como Kennan, pero en
el ámbito de la guerra.

Kovis se había puesto pieles de combate a pesar de la húmeda mañana, y


pronto descubrí por qué.

—La magia no es suficiente dado que la competencia será tanto de magos


como de no magos. Aunque no habrás dominado el manejo de la espada en una
luna, cualquier ventaja que pueda darte vale la pena.

Se me apretó el estómago. Él sabía a qué me enfrentaría mucho mejor que


yo. Por desgracia, la ignorancia no me había concedido la felicidad.

—Trabajaremos en tu forma física y te entrenaremos con armas cada


amanecer, y luego seguiremos trabajando tus afinidades después del almuerzo.
Vamos a equiparte.

Kovis me condujo a través de una sala con armas de todo tipo alineadas en
las paredes. Varios soldados, tanto hombres como mujeres, se pusieron las pieles
de combate. El sonido de los martillazos se escuchaba desde una puerta a la que
nos acercamos como la primera vez que estuve allí. La herrería. Giramos un poco
más allá y entramos en otra sala. Abundaban los estantes de pieles de combate.
Kovis observó los indicadores y luego se dirigió a una fila con tallas más
pequeñas que parecían ajustarse a mi pequeño cuerpo.

—Cada mago tiene un juego de pieles hecho a medida, pero guardamos más
por si acaso. —Se detuvo ante uno, sobre el que un marcador indicaba ‘’Juvenil’’.

Fruncí el ceño. Kovis se encogió de hombros. Al menos tuvo la decencia


de mostrarse arrepentido. Fruncí el ceño y lo cogí. Estos cueros no tenían
ninguna de las galas de los de Kovis.

Funcionales. Se había dado forma a una serie de piezas de cuero cocido


superpuestas para que se mezclaran entre sí. Los espacios entre las placas
permitían el movimiento. Un olor a acre me golpeó. Evidentemente, quienquiera
que hubiera utilizado este conjunto anteriormente había transpirado.
Copiosamente.

Con un poco de agitación en mi vientre, me despojé de la chaqueta y los


pantalones y los colgué en los ganchos detrás de donde habían estado los cueros.
Me puse delante de Kovis sólo con la ajustada ropa interior que no dejaba
prácticamente nada a la imaginación.

Me pasé una mano por el brazo mientras Kovis decía—: No son bonitos,
pero los apreciarás. Evitan que el cuero te roce la piel.

Con la ayuda de Kovis, me los puse con dificultad.

Y rápidamente descubrí un gran problema. La talla suponía que no tenía


pecho. Él se puso a trabajar ajustando las hebillas. Sus manos se movieron cerca
de... algunas de mis partes, mientras dejaba salir las placas del pecho todo lo que
permitían, lo que provocó una gran excitación en mi estómago.

Debía saber que había despertado mis emociones, pero no hizo ningún
comentario, y no sentí nada a través del vínculo.

Aguafiestas.

Una de las comisuras de su boca se elevó, pero siguió concentrado en su


tarea. Con cada pieza que Kovis añadía, aumentaba el peso de lo que tenía delante.

—No te preocupes. Esta noche te tomarán las medidas para tus propios
cueros —dijo. Sólo pude asentir. No podía hacer esto. Me moriría.

No había querido compartir mis pensamientos, pero él había escuchado.

No si tengo algo que decir al respecto.


Levantándose de abrochar mis botas, Kovis me atrajo contra él y me
envolvió en un abrazo. Ali, yo también tengo miedo, pero necesito que me des
lo mejor de ti y que confíes en que haré todo lo posible para prepararte. Lo mejor
para lo mejor.

Tragué con fuerza y asentí contra su pecho curtido.

Me dio un apretón antes de retroceder y me entregó un guante y luego el


otro. Inspeccionó su trabajo.

—¿Lista?

—Como siempre lo estaré —Suspiré.

—Esa es mi Ali. Ahora vamos, veamos qué clase de monstruo puedo hacer
de ti. Tus competidores se van a mojar.

Se ganó una risa por eso. Lo mejor para lo mejor.

Le seguí hasta el patio de entrenamiento exterior. Un grupo de soldados,


todos vestidos con pieles practicaban con una variedad de armas. A diferencia
de las fosas, no se veía más piel que la de las manos, el cuello y la cabeza.

—Antes de trabajar con las armas, quiero evaluar tu estado físico. —tomó
dos almohadillas y las deslizó sobre sus guanteletes, luego se detuvo a mi lado.
—Quiero que pruebes algunas patadas. Ponte con el pie izquierdo delante y
coloca el derecho cómodamente detrás y a un lado. Así.

Me moví, imitando.

—Sube la pierna de atrás hasta que la rodilla esté cerca del pecho. Así.

Comprueba.

—Patada hacia el lado. —Pivotó mientras extendía la pierna—. Tu talón debe


golpear tu objetivo a la altura de la cintura. Así.

Mi pierna no se acercó a la cintura de mi adversario invisible. Me tambaleé,


pedaleando con los brazos con tanta gracia como un roedor obeso, pero logré
estabilizarme.

Kovis arqueó una ceja, pero continuó.

—Vuelve a la posición ladeada, con la rodilla en el pecho, mientras giras


hacia donde empezaste, sobre la bola del pie. Así.

Lo hizo parecer tan fácil. Presumido.


No hubo respuesta.

—Y paso.

Comprueba.

—Inténtalo de nuevo. Apunta a las almohadillas.

Kovis sostuvo mi objetivo y lo intenté de nuevo. Y otra vez, y otra vez, y


otra vez. Cada vez sentí lo mismo, aunque me las arreglé para no agitarme la
última vez. Pero mi pie nunca se acercó a sus brazos acolchados. Moriría.

Lo mejor para lo mejor, respondió Kovis. Él daría lo mejor de sí mismo. Yo


tenía que dar lo mío. Exhalé y asentí.

—Tenemos que trabajar en tu fuerza central.

Si hubiera sabido lo que Kovis quería decir con eso, habría tenido el buen
sentido de temblar.

—Empezaremos con algunos ejercicios fáciles y los iremos aumentando.

¿A quién quería engañar? Pasamos el resto de la mañana haciendo saltos de


tijera, saltos de caja, saltos de lado a lado, extensiones de espalda, sprints de colina,
y más ejercicios de los que mi cerebro aturdido podía recordar. Había aprendido
algo sobre Kovis, nuestras definiciones de "lejos" y "un poco más" variaban
drásticamente.

En un momento dado, tomé desayuno. Se apiadó de mí y me dejó recuperar


el aliento, pero después volvió a la carga.

No debes matarme antes de que llegue.

Eso me valió una risa. Pero mi estado de ánimo se fue deteriorando a


medida que avanzaba la mañana.

La verdad es que cada ejercicio que hacíamos, todos ellos con dificultad, me
hacían ver lo poco preparada que estaba para el reto que me esperaba. Una luna
y media. Eso es todo lo que teníamos. No había manera.

Me quedé dormida en mi almuerzo, a pesar de estar tan hambrienta como


un oso que se despierta de la hibernación. Kovis se río como un loco cuando me
despertó y yo llevaba un plátano aplastado en la frente.

—Ahora que has dormido la siesta, vamos a trabajar en tu magia.

Así comenzó la tarde de mi primer sol, el entrenamiento.


Percibiendo mi estado de ánimo, Kovis dijo lo mejor para lo mejor por
nuestro vínculo.

Ya estoy empezando a odiar esa frase.

Risas.

Nos deshicimos de nuestros cueros y nos dirigimos a la fosa. Al menos mi


ropa sería más fresca y ligera.

La mañana me había agotado físicamente y, a medida que los rayos del sol
se hacían más largos, el agotamiento mental me abrumaba. Había dado todo lo
que tenía. Al igual que Kovis. Había cumplido su promesa, lo mejor para lo mejor.
Pero no estaba segura de que mi mejor esfuerzo fuera suficiente.

Él no entablo ningún tema. De hecho, no ofreció ninguna palabra mientras


regresábamos al interior mientras el sol se ponía. Caminamos porque apenas
podía levantar un pie y ponerlo delante del siguiente. Sin embargo, en la niebla
de mi cansancio, percibí por nuestro vínculo que estaba molesto.

Probablemente por ser tan débil.

No, Ali. Nunca tú. Diste lo mejor de ti.

Llegamos a las escaleras que suben a las suites reales. Cinco pisos para subir.
Me aferré al pasamanos. Intenté subir el primer escalón. Realmente lo hice. Pero
cada uno de los músculos de mi cuerpo gritaba. No pude hacerlo. Estaba muy
dolorida. Sin decir una palabra, Kovis me tomó en sus brazos y ascendimos.

Tan ligera. Me sentí como un pájaro volando. La gente con la que nos
cruzamos sonrió y me deseó lo mejor. Se habían enterado. El castillo había
recogido el rumor que Kovis había iniciado. Para cuando terminara con el
Consejo, sabrían que estaban fuera de su alcance.

Allard abrió la puerta al ver que Kovis me llevaba. Mi héroe se dirigió al


cuarto de baño y me dejó suavemente en el borde de la bañera.

—El calor te aflojará los músculos. ¿Quieres que te ayude?

Seguramente había cosas coquetas que podía decir, pero mi cerebro apenas
podía formar una frase coherente. Asentí con la cabeza.

Kovis abrió el agua y empezó a salir vapor.

Solo déjame deslizarme aquí.

—Podrías ahogarte.
Sí, eso no sería divertido. No me tendrías para torturarme.

Kovis sonrió. Deberías ver lo que hacemos pasar a las tropas. Buscó el botón
superior de mi chaqueta y me miró a los ojos. Volvió a pedirme permiso. Asentí
con la cabeza.

Habíamos cambiado la ropa interior ajustada, o braies, como él la llamaba,


en favor del atuendo de entrenamiento de hechicera después del almuerzo, y
cuando me había vuelto a cambiar, sólo me había puesto la chaqueta y los
pantalones holgados. No había tenido energía para más.

Desabrochó cada botón con tanta delicadeza. Probablemente debería haber


sentido el calor mientras me desnudaba, pero ni siquiera tenía energía para eso.
Mis músculos gritaron cuando me quitó la chaqueta. Y volvieron a protestar con
vehemencia con los pantalones. Desnuda. Una vez más. Ante el príncipe
heredero, el hechicero más poderoso del Imperio, y tan cansada que no me
importaba.

—Entra. —Me metió suavemente en el agua casi hirviendo, y aunque al


principio me impactó, pronto aprecié el calor mientras mis músculos se relajaban.

Kovis se quitó la camisa mientras acercaba un taburete a la cabeza de la


bañera. Su tatuaje había cambiado a azul, alegre, según Kennan.

—Siéntate hacia delante. —Sus ásperas manos empezaron a masajear mis


hombros, mi cuello, mi espalda, desterrando el dolor.

—¿También haces esto con tus tropas?

Se rio.

—Tienes un trato especial, bonita dama.

Bonita dama. Sonreí cuando sus palabras me calentaron por dentro y


aliviaron parte de mi preocupación. Mientras me amasaba los hombros, dijo—:
Estoy orgulloso de ti, Ali. Este sol ha sido duro para ti. Pero has aguantado. Será
más fácil a medida que tu cuerpo se fortalezca. Siguió hablando, pero las suaves
caricias de sus manos, que borraban las marcas que había dejado el
entrenamiento, me enviaron al Reino de los Sueños.

No me di cuenta de nada más hasta que me desperté brevemente, cuando


se tumbó en la cama a mi lado, me besó la cabeza y me acercó, piel con piel; no
se había molestado en vestirme, ni siquiera con una camiseta. No me cabía duda
de que me prefería así. Los dos olíamos a su jabón.

—Quizá el entrenamiento no sea tan malo después de todo.


—Tratamiento especial para un entrenamiento riguroso.

—Es una pena que no lo consiga de otra manera.

—Considéralo un incentivo.

Sonreí.

—Puede que aprenda a amar el entrenamiento.

—Sin duda. Así es. —Kovis me apretó más.

Lo mejor para lo mejor. Se lo prometí.


Cada músculo de mi cuerpo gritó cuando me desperté. Incluso los músculos
que aún no tenía gritaron. La única explicación plausible para el dolor
abrumador. No pude reprimir un gemido.

El lado de la cama de Kovis estaba frío. Se había ido temprano.


Probablemente para ocuparse de lo que no podía hacer de otra manera, ya que
me entrenaba a pleno sol. Mi entrenamiento consumía todo su tiempo. No estaba
segura de cómo me sentía al respecto.

Asegurarse de ganar. Yo diría que es un buen intercambio. Los


pensamientos de Kovis bajaron por el vínculo.

Me desplacé a un lado de la cama alta y dejé que mis pies colgaran mientras
me estiraba.

—Ooooh —Apenas podía moverme. ¿Cómo iba a entrenar?

Una prímula con una nota adjunta adornaba la mesita de noche. Junto a ella,
una lata. La abrí y olfateé. Y casi me dio una arcada. Oveja húmeda con un toque
de menta—lanolina. Para los músculos doloridos.

Bendita seas, Haylan.

Froté el ungüento en todos los lugares que podía alcanzar.

¿Kovis amaba el entrenamiento? ¿Cuánto más con esto? Apestaba a oveja


mojada. Su habitación olería a mí dentro de poco. Una sonrisa floreció en mi cara
y casi baile.

Cogí la nota y la leí.

Ali,

Todos te apoyamos. Que sepas que estás en mis pensamientos mientras te


preparas. Espero que esto pueda aliviar algo de tu dolor, al menos el físico.

Tu amiga, Haylan

Ella entendió. No es un tópico. Ella sentía cada palabra, en lo más profundo


de su ser, y reforzó mi espíritu. Lo mejor para lo mejor. Saber que tenía gente
buena, gente como Haylan, que me animaba, hacía más fácil afrontar el
entrenamiento.

Me vestí con el traje que me habían dejado, me senté en la silla ante la


bandeja del desayuno y me serví una taza de café. No había comido anoche.
Había estado demasiado cansada. El desayuno nunca me supo mejor. Me
entretuve, tomándome mi tiempo para comer cada rebanada de los dos plátanos,
para untar mis cinco rebanadas de pan tostado en las cuatro yemas de huevo
líquidas que habían derretidas por el plato, masticando a fondo cada bocado.
Definitivamente, la cocina sabía que yo entrenaba.

Finalmente terminé, en el lado lleno, y supe que tenía que enfrentarme a la


música. Me pregunté si mantendría el desayuno. Con esa nota alegre, me dirigí
al centro de entrenamiento de armas.

La nariz de Kovis se arrugó cuando mi olor a oveja asaltó sus sentidos.

—Te habría comprado los mejores perfumes, cualquier cosa que deseara tu
corazón, si me lo hubieras pedido.

—¿Qué? No te gusta mi bálsamo —dancé—. Pero está bien.

Una de las comisuras de su boca se curvó y negó con la cabeza.

—Bueno, mi corderito, ¿estás lista para convertirte en lobo?

—Con piel de cordero.

—Sí.

Nos metimos en la herrería antes de pasar a la sala de cueros. Me presentó


a Montagu, que me tomó las medidas para mis propios cueros, ya que no lo había
hecho anoche al estar tan agotada. Kovis siguió ofreciéndose a manejar la cinta
cuando se trataba de medir algunas de mis partes. Pero a pesar de la posición de
Kovis, el viejo lo ignoro. Me reí a carcajadas.

Nos pusimos el traje. El olor de mis cueros prestados combinado con la oda
de ovejas mojadas, oh, chico. Maloliente, era un eufemismo.

—Lo mejor para lo mejor. —Me burlé de Kovis, al ver su nariz respingona.

Su única respuesta fue—: Si vas a hablar mal, dame cincuenta saltos de taco.

Deposité el desayuno en el suelo de la sala de entrenamiento no mucho


después, mientras intentaba mi quinta serie de saltos de taco. Esto, después de
cincuenta puentes, cien bichos muertos y cien perros pájaros. ¿Qué pasa con los
ejercicios diseñados a partir de animales?
Los músculos de mi estómago pedían a gritos clemencia, pero Kovis no
mostró ninguna. Parecía decidido a convertirme en una fuerza de combate de la
noche a la mañana.

Llevábamos media mañana en ello cuando apareció Kennan,


interrumpiéndonos. Me dio un respingo por los ejercicios ininterrumpidos. Un
descanso. Consideré seriamente la posibilidad de arrastrarme y besar sus pies,
pero dudaba que pudiera deslizar mi carcasa tan lejos.

—¿Qué le has hecho, hermano? ¿Intentas matarla antes de que llegue?

—Difícilmente. —Una expresión de dolor apareció en su rostro.

Tomé aire, tratando de frenar los latidos de mi corazón, y luego di un sorbo


a un vaso de agua que Kennan me tendió mientras se arrodillaba a mi lado. Había
aprendido rápidamente que, si tragaba agua, pronto sabría a bilis.

—Me acaban de informar —dijo Kennan— los rebeldes intentaron otro


ataque anoche. Este en Voda. Pero nuestras tropas lo frustraron. Pensé que debías
saberlo. —Me pasó una mano por la espalda. No me importó que pudiera ser
demasiado cariñoso. Cualquier cosa con tal de retrasar más tortura.

—¿Algo más? —preguntó Kovis a Kennan.

—No.

—Entonces nos disculparás.

Kennan le envió una mirada interrogativa y volvió a salir. Kovis


permaneció en silencio, pensativo, mientras se sentaba a mi lado.

—Atrévete a desnudarte —dije finalmente. No esperó a que le ofrecieran


una indicación.

—¿Estoy siendo demasiado exigente contigo?

—¿Por qué? ¿Te molestó lo que dijo Kennan?

—Eso y que te frotara la espalda.

¿Sospechaba que Kennan albergaba sentimientos por mí? Silencio.

Respiró con dificultad y apretó las manos.

—No te perderé, Ali. —Salió un gruñido—. Me mata ser tan duro contigo,
pero me temo que... —sacudió la cabeza—. Sé lo que te costará estar preparada.
Estoy luchando por el equilibrio adecuado.
Mi estómago se tensó. Kennan me había ofrecido consuelo. Había repartido
dolor.

Tiré de su barbilla hacia abajo, haciendo que me mirara a los ojos.

—Sé que me quieres. También sé que estás haciendo lo que crees que es
mejor para prepararme. Quiero ganar. Tú, haciendo esto, es la única manera en
que lo haré. Tenemos que salvar el Reino de los Despiertos.

Me incliné y rodeé su centro con mis brazos.

Sus brazos me correspondieron. Estuvimos sentados durante varios latidos,


reconfortándonos mutuamente. No me había dado cuenta de lo mucho que lo
necesitaba de él.

Había sido mi jefe toda la mañana. Pero se había ablandado, se había


convertido en lo que yo necesitaba, justo en ese momento. Traté de ignorar mis
lágrimas, pero en mi agotamiento, las traidoras se impusieron. Kovis me abrazó
más fuerte.

—Lo siento. —Resoplé, echándome hacia atrás.

Dos chorros de humedad mancharon también la cara de Kovis. No intentó


cubrirlos. Me acerqué y pasé un pulgar por cada uno de ellos. Podía ser el
hechicero más poderoso del imperio, pero había necesitado el abrazo, la
tranquilidad, tanto como yo.

—Sabía que sería difícil cuando te prometí lo mejor de mí —dijo, secando a


su vez mis lágrimas.

Había sido ingenua al pensar que el sufrimiento era sólo mío. Él también
sufría. Sólo que de forma diferente.

—Estoy deseando que llegue ese incentivo que me prometiste. Ya sabes,


después de un largo sol de entrenamiento —dije, tratando de aligerar el peso que
nos aplastaba a los dos.

Los ojos de Kovis volvieron a brillar.

—Mi parte favorita.

El resto de la mañana transcurrió como el sol anterior. Volví a quedarme


dormida en mi almuerzo. Y los incesantes ejercicios mágicos me agotaron
mentalmente hasta que las sombras se hicieron largas.

Yo sería uno de los siete representantes de aire, así que se concentró en mi


magia de aire. A pesar de que no tenía experiencia en el entrenamiento de
Simulus, también hizo lo posible por ayudarme a "leer" la afinidad de un
hechicero, para identificarla antes de que la esgrimiera... antes de que la usaran.
Creía que eso aceleraría mi tiempo de reacción y me ayudaría a aprovecharlo en
mi favor.

Gemí mientras me levantaba de la silla y me arrastraba hasta su baño


después de la cena, que habíamos tomado en sus habitaciones. Mis músculos se
habían enfriado y protestaban con vehemencia al ser molestados. Me recosté en
el borde de la bañera mientras Kovis abría el agua caliente, y luego me arrodillé
ante él.

—Por favor —dije a su oferta tácita.

Aunque estaba agotada, me sentía sin aliento con cada botón que soltaba.
Mis pezones se agitaron cuando me quitó la chaqueta. Supe que se había dado
cuenta porque oí cómo se aceleraban sus latidos a través del vínculo, pero no
hizo ningún comentario. Me quité los pantalones antes de pensar en ellos, y mis
mejillas se calentaron.

Amaba profundamente a Kovis, y él me amaba a mí. Esto me parecía


honesto. La excitación hizo que mi estómago diera vueltas. Pero ser vulnerable
ante él no me asustaba. Se sentía bien. Me pregunté de qué color sería el tatuaje
de Kovis, pero me ahorró las cavilaciones cuando se quitó la camiseta y me metió
en el agua caliente.

Brillaba con un color naranja intenso, y me emocioné. Pasión.

—Dejaré tu masaje para después. —Sonrió.

—¿Temes que me duerma sobre ti, otra vez?

—Temo que no disfrutes de todas mis atenciones. —Mi cara se sonrojó.

—¿Es eso importante?

—Muy importante. Ahora túmbate y relájate. —Salió un ronroneo.

Lo hice, o debería decir que lo intenté. Recostarse fue fácil. Relajarse, no


tanto. No estaba preparada para lo que vino después. Sentí que mi cuerpo flotaba
hacia arriba. Se me escapó un chillido cuando el agua empezó a arremolinarse
en torno a mi cuerpo tumbado. Saltó hacia arriba, fluyó sobre un brazo, a través
de mi pecho, mojó mi otro brazo, y cayó de nuevo en la bañera.

El remolino se expandió hasta mis piernas y pies y subió hasta mi cabeza,


un capullo de agua. De alguna manera, envolvió mi cara en una bolsa de aire,
para poder ver mis reacciones, dijo. Mi respiración debería haber sido fácil, pero
fue todo menos eso mientras él sonreía y cogía el jabón. Empezó a tararear. Una
nana. Se la había cantado cuando era niño. Él la recordaba. No vio mis lágrimas
en el remolino de agua. Pero su expresión me decía que lo sabía.

—Gracias —susurré.

El agua se separó donde él me enjabonó, sus manos ásperas haciendo cosas


increíbles. Volvió a unirse cuando terminó una parte y pasó a la siguiente,
bajando y subiendo por mi cuerpo. Me hizo girar mientras trabajaba. Meticuloso.
Así es como describí su baño. Mi corazón se aceleró. Su tatuaje había adquirido
un tono rojizo y parecía aumentar su brillo mientras trabajaba.

El chorro arremolinado me quitaba los enredos del pelo mientras él


trabajaba en otra parte, y para cuando me enjabonó el cabello, mi cuero cabelludo
había disfrutado de un sensual masaje. La sensación fue increíble. No me cabía
duda de que lo había ideado para que se sintiera exactamente así.

Tus afinidades son muy útiles, le dije.

Su risa me hizo entrar en calor. ¿Le añado hielo para que sea un cumplido
completo?

Entonces tendrás que empezar de nuevo. No querrás que mis músculos se


tensen con el frío, ¿verdad?

Sonrió. Me tientas, Ali querida.

Pero no cumplió su amenaza. En cambio, retiró el agua y me secó en el aire


cálido y arremolinado, y luego me ayudó a ponerme de pie. Me envolvió en una
toalla grande y mullida y me sacó de la bañera.

—¿Cómo te sientes?

—Mejor. Gracias. —Mis músculos habían respondido al calor y a las caricias


del agua, y mi ánimo aumentó.

—Te prometí un masaje. Pero tienes que quedarte despierta mientras me


limpio. No tardaré mucho.

Salí de su cuarto de baño y el aire más fresco me hizo sentir un escalofrío.


Rápidamente me despojé de la toalla, me metí en su cama bajo las pesadas mantas.
Los escalofríos me mantuvieron alerta durante varios latidos, pero al entrar en
calor recurrí a pellizcarme para seguir consciente.

Al final, salió de su baño, su tatuaje se había enfriado hasta volverse azul.


Se había peinado y se había puesto la bata, y parecía una versión relajada de mi
elegante príncipe.
Se acercó a mi lado de la cama.

—Túmbate boca abajo.

Lo hice, y él retiró las sábanas, enviando escalofríos a mi espalda de nuevo.

—Estás haciendo buenos progresos, Ali. —Sus gruesas manos eran tan
cálidas que al instante desterraron el frío que me quedaba mientras empezaban
a trabajar en los extremos de mis hombros—. Si sigues a este ritmo, estarás lista
para empezar a trabajar con la cuchilla en la próxima noche.

Mis músculos se agitaron bajo la presión de sus manos.

Ohh. Mmm.

Por su distintivo olor, supe vagamente cuando se aplicaba la lanolina. Eres


un buen hombre. Mi cerebro adormecido luchó por formar la frase.

Sí, Ali querida. Lo soy. Es bueno que te des cuenta. Se rio y sentí que sus
labios rozaban mi mejilla y luego mi oreja, dejando un rastro de besos a su paso.
Ahora duerme. Siguió con sus atenciones.

Así pasaron los siguientes quince días y más. Despertar, desayunar, vomitar
el desayuno, agotarme físicamente, comer el almuerzo, agotarme mentalmente,
cenar, lavarme, enjuagar, masajear y repetir.

Por suerte, finalmente dejé de vomitar el desayuno a medida que mi cuerpo


se sometía a las nuevas exigencias que le imponía. Pero ni una sola vez logré
mantenerme despierta durante los masajes de Kovis. Su olor a lluvia fresca con
un toque de hoja verde que tanto me gustaba adquirió un aroma decididamente
extraño al mezclarse con el de la lanolina de olor a oveja mojada.

Kennan bromeó—: Hermano, puedes permitirte una colonia mejor. Por


favor.

Al final de la noche, todavía estaba muy dolorida, pero empecé a sentirme


más fuerte. Las patadas en las que había fracasado estrepitosamente mejoraron, y
salté de alegría la mañana en que mi tacón conectó con el guante acolchado de
Kovis.
Su sonrisa. Todo el estímulo que necesitaba para volver a hacerlo. Y otra
vez. Y otra vez.

Seguí progresando y retomamos el trabajo con las dagas. Como ocurre con
toda nueva habilidad, no podía esperar que la dominara al atardecer, pero eso no
significaba que la frustración no apareciera nunca. Sentía la presión de la
competición que se avecinaba. Kovis me decía que debía ser humana conmigo
misma. Insistió en que sólo podía aprender hasta cierto punto, dijo que la
frustración sólo ralentizaba mi ritmo.

Me prometió que me presionaría tanto y tan rápido como considerara


conveniente. Pero nunca parecía lo suficientemente rápido.

Nos centramos en la daga. La espada requería más fuerza de la que yo tenía


tiempo de acumular. Y ninguno de los dos quería que me acercara lo suficiente
a otro contendiente para batirme en duelo. Una daga podría lanzarla desde más
lejos. Y si me atara varias a lo largo de mis cueros, me daría algo de ofensiva
cuando mi magia fallara. No era perfecto, pero no teníamos tiempo para la
perfección.

Cada amanecer, Kovis me sometía a una serie de rigurosos ejercicios de


resistencia, y luego practicaba la daga hasta y más allá de cuando me dolían la
mano y el brazo de tanto lanzarla. En eso me encontraba cuando el sol se acercaba
a su punto álgido. Capté las miradas de los soldados cercanos. Sólo me apoyaban.
Me sacudí la mano y me masajeé el calambre. Ya había lanzado las mismas treinta
hojas al menos diez veces.

Miré fijamente a ese maldito objetivo. A veces, juraba que la cosa se movía
entre el momento en que alineaba mi lanzamiento y después de soltar la daga.
Seguramente mi puntería no podía ser la culpable.

Diez dagas se clavaron en la cara de la diana en una configuración muy


suelta hacia el centro; llamarlo grupo sería exagerar mi destreza. Las otras veinte
dagas no habían dado en el blanco, ya que varios habían rebotado y los otros
habían golpeado demasiado alto o ancho. Kovis me dijo que no me preocupara
por las que golpeaban demasiado bajo. Rebotaban o empalaban otras partes de la
anatomía de mi enemigo.

El problema era que no había mejorado y mi ánimo flaqueaba. Si la


determinación y los gruñidos al objetivo hubieran dado resultados, habría sido
una experta.

Kovis se detuvo detrás de mí, me rodeó con sus brazos y me atrajo hacia él.
Me hundí en su abrazo. La dulzura de Kovis contrastaba notablemente con los
rigores del entrenamiento que recibían los soldados a sus órdenes, y varios de
ellos siempre levantaban una comisura de la boca cuando hacía algo así.
No les hagas caso. Sólo están celosos, dijo por nuestro vinculo.

De hecho, me parece bastante divertido que vean un lado más suave y


gentil de ti.

Estás arruinando mi reputación. Ahora será imposible entrenarlos.

Me reí. Eres tú quien está arruinando tu reputación. Por desgracia, no puedo


evitarlo.

Se aclaró la garganta.

—¿Qué te parece si hacemos una competición? —sus ojos brillaron. Estaba


tramando algo.

Le devolví la sonrisa.

—¿Qué tienes en mente?

—Utilizaremos los Pops. El mío estará al doble de distancia que el tuyo. La


mayor cantidad de palos gana.

—¿Los Pops? Seguro que bromeas.

El Pops era un artilugio inventado por un hechicero del metal. Sostenía una
versión más pequeña del blanco con el que había estado practicando, y se movía
erráticamente. Se suponía que debía simular a una persona y su forma de
moverse. Kovis había intentado explicar cómo funcionaba, pero su explicación
sonaba a otro idioma.

—¿Cómo voy a acertar eso si sólo acierto esto, una vez cada tres intentos?

—Sígueme la corriente.

Levanté una ceja.

—No es justo usar tu viento para enderezar un mal lanzamiento.

Kovis se llevó una mano al pecho.

—Me has herido, mi lady.

Sacudí la cabeza.

—Bien.

Dos soldados prepararon los Pops a las distancias especificadas, y luego nos
entregaron veinte dagas a cada uno.
—No hay límite de tiempo. Trata de sentir. —Eso fue todo lo que dijo
cuando empezamos.

¿Qué quería decir eso? Me encogí de hombros y tomé la primera daga. Y


vi cómo el objetivo se sacudía y se sacudía. ¿Cómo?

El ruido sordo de la primera hoja de Kovis al golpear el centro de su


objetivo atrajo mi atención. Guiñó un ojo y cogió la siguiente hoja. Lo vi mirar a
su presa. Sentir.

La soltó con el mismo resultado.

Volví a concentrarme. Necesitaba sentir. ¿Pero qué? Estudié la marca


ondulante. La tercera hoja de Kovis presumía de su habilidad mientras golpeaba,
dando en su objetivo. Lo bloqueé.

Hay que tirar para ganar, dijo mientras su quinta hoja daba en el blanco.

Saqué la lengua. Y oí claramente una ronda de toses mientras los soldados


trataban de disimular su risa.

Volví a concentrarme. No podía lanzar al azar.

Sentir. Había dicho que sintiera. Las afinidades de tierra podían sentir la
posición de una cosa con respecto a otra.

Cuando se combina con la Madera para estimular el crecimiento, hace que


los sanadores sean muy poderosos. Pero se suponía que no debía usar la magia
cuando entrenaba con dagas.

Una vez que tu cuerpo se acostumbre, lo dominarás sin magia.

Miré a Kovis. Él asintió una vez. Mientras otra de sus espadas daba en el
blanco.

Me había acostumbrado a identificar las afinidades de todos los que estaban


cerca. Se había convertido en una especie de juego.

Así que sabía que dos soldados afines a tierra entrenaban cerca. Extendí la
mano y extraje una pequeña hebra de su magia. Siguieron luchando, sin darse
cuenta.

Siente.

Tierra no era una de las magias más fáciles para mí, pero miré hacia el
objetivo en movimiento y cerré los ojos. Sí. Lo sentí. Mientras se movía y
cambiaba, el Pops tenía su propio ritmo, por muy errático que fuera. Llevé el
brazo hacia atrás, percibiendo su posición actual. Lo llevé hacia delante y solté la
hoja mientras anticipaba su siguiente movimiento. Observé cómo mi daga se
lanzaba hacia el objetivo. Tenía suficiente distancia. Vamos. Vamos.

La punta apenas rozó la parte superior del objetivo y continuó pasando.


¡Pero le había dado! ¡Mientras se movía!

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —salté hacia arriba y hacia abajo.

La última hoja de Kovis descongeló el destino deseado.

Presumido.

Sonrió.

—Ahora, hazlo de nuevo. Te faltan diecinueve dagas antes de que pueda


declararme ganador.

¡Rey pomposo!

Su sonrisa se amplió. Sabía que me había incitado a realizar una habilidad


necesaria. Tenía la intención de mostrarle exactamente lo que podía hacer. Y
agradecérselo en la intimidad de sus habitaciones.

Mmm. Me gusta cómo suena eso.

Puse los ojos en blanco y volví a la tarea que tenía entre manos.

Acabé hundiendo diez de mis dagas en el círculo móvil. Aunque el


resultado fue el mismo que con el inmóvil, sentí orgullo por mi logro. Incluso
los soldados más entrenados tenían dificultades para acertar con los Pops de
forma consistente, o eso había dicho Kovis.

Necesitaría más práctica, pero era un comienzo sólido.

—Entonces, ¿cuándo tendré mi premio? —preguntó Kovis, acercándose por


detrás de mí.

Me di la vuelta.

—¿Qué te gustaría que fuera? No lo has dicho. —Sonreí.

—Nunca dejes algo así abierto, al menos conmigo. Es probable que


descubras exactamente lo que quiero.

—No tengo miedo. Creo que ambos ganaremos. —Enarqué las cejas.

Me conoces demasiado bien, Ali querida.


—Vamos. Vamos a comer algo.

Pero cuando nos dirigimos a la puerta, un soldado de rasgos duros y ceño


fruncido se interpuso en nuestro camino. Había estado entrenando. Una espada
colgaba a su lado, otra en su mano. ¡Lo reconocí de aquella noche en las fosas! El
concejal guerrero.

—Destrian —ladró Kovis, con el rostro de piedra.

—Parece que tienes un camino que recorrer con esta. No hay mucho
tiempo. —Se burló de mí.

Un guerrero. Quería intimidar. Trataría de obtener la ventaja por cualquier


medio, fuera del campo de batalla.

—Con el debido respeto, seré yo quien juzgue eso —replicó Kovis.

Destrian se burló—: Y yo que pensaba que estabas bien maduro. Sabes que
digo la verdad.

—Cada uno tiene derecho a tener su propia opinión.

—Me parece justo. Que tengas una buena tarde, príncipe. —El guerrero me
miró de arriba a abajo, provocando un escalofrío en mi cuerpo. Me recordaba a
los guardias de la prisión.

Por fin se apartó y nos dejó pasar.

Kovis se encontró con sus ojos y le dedicó una larga mirada antes de que
siguiéramos adelante. Nunca me alegré tanto de oír cómo se cerraba la puerta de
las instalaciones de entrenamiento de armas tras nosotros.

—No me ha dicho nada que no supiera ya —dije, intentando que las palabras
del hombre no me afectaran.

Kovis me dio un beso en la mejilla. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que
te quiero?

Pasamos junto a unos soldados que pulían su equipo al salir. Sonrieron y


trataron de ocultar a Kovis sus "pulgares arriba". Forcé una sonrisa, pero no me
llegó al corazón.

—¡Ya lo he visto! —bramó Kovis—. ¡Ahora vuelvan al trabajo!

—¡Sí, mi príncipe! —respondieron al unísono.


La valoración era lo más honesta que podría conseguir. Sólo podía esperar
que fuera un poco exagerada. A pesar de los progresos que había hecho, sabía
que aún tenía trabajo por hacer.

Y el tiempo se hacía corto.


Una victoria, por pequeña que sea, siempre me anima. Mis emociones
habían ondulado durante la última luna. A veces sentía que había alcanzado una
nueva cima. Otras veces, me desesperaba, careciendo de toda esperanza de
sobrevivir a la prueba que me esperaba. Lo sentía por Kovis. Pero él envolvió el
temporal, siendo una roca en mi mar embravecido.

Saldríamos hacia Los Noventa y Ocho al siguiente amanecer, y mi estómago


se volvía cada vez más inquieto.

Kovis me había obligado a comer para mantener mis fuerzas y me


recordaba continuamente nuestro objetivo principal. Me hizo practicar mis
ejercicios de resistencia y yo practicaba mis lanzamientos. Los Pops se habían
vuelto cada vez más fáciles, y podía anticipar la mayoría de los movimientos sin
magia.

Una quincena. Era todo lo que me quedaba hasta la competición.

Interrumpió mis cavilaciones mientras me secaba con la toalla.

—Quiero recompensarte por todo tu esfuerzo.

Incliné la cabeza.

—Nos tomamos la tarde libre.

—¿Es eso sensato?

—Seguiremos entrenando mientras viajamos. Ahora mismo, necesitas un


descanso. Tengo una sorpresa para ti.

Fruncí el ceño.

—Te gustará. Confía en mí. —Sonrió—. Tenemos que asearnos.

—¿Tengo que bañarme? —me reí. Kovis había seguido bañándome cada
noche. Creo que era su manera de aliviar su propia ansiedad por lo mucho que
me presionaba. No me importaba. Había crecido mimada.

Me encantaría, pero si lo hago, puede que nunca lleguemos a tu sorpresa.

Así que íbamos a salir. Su plan sonaba cada vez mejor.


—Tengo que coger un vestido de mi habitación. —No había tenido ocasión
de ponerme uno desde que me instalé con Kovis.

—Haz lo que necesites. Nos encontraremos en mis habitaciones.

El sol brillaba con fuerza, no había ni una nube en el cielo, y aunque


podríamos haber hecho que el carruaje real nos dejara a las afueras de Veritas,
Kovis decidió que un paseo nos vendría bien. Así, él y yo, seguidos por Cedric
y Fendril, salimos del castillo a paso ligero por la colina. Reprimí un gruñido,
apenas, cuando pasamos por delante de las casas de los miembros ricos del
consejo a la derecha. Un ciclón estalló cuando nos acercamos al edificio del
Consejo. Esperé que el despliegue de Fuego cumpliera su promesa.

Kovis se rio a través de nuestro vínculo. Yo he tenido pensamientos


similares en alguna ocasión.

Seguimos el sinuoso camino hasta el muelle de taxis acuáticos y subimos a


una embarcación que nos esperaba. El hechicero de agua se inclinó cuando
subimos a bordo.

—Distrito de comida, por favor —dijo Kovis.

—¡Sí, mi príncipe! —y pronto nos alejamos de la orilla.

El tráfico de taxis acuáticos no era intenso. Parecía que la mayoría de la


gente almorzaba, a juzgar por la multitud reunida en la plétora de cafés de la
acera. Como de costumbre olores increíbles —comino, canela, clavo dulce, etc.—
nos invadieron. Me hicieron refunfuñar el estómago.

—No falta mucho —dijo Kovis.

El conductor atracó y nos bajamos.

—Por aquí —Kovis señaló.

Pasamos por varios restaurantes más antes de que se detuviera en una mesa
con un cartel de reservado encima, sacara una silla y me indicara que me sentara.
El lugar era pintoresco, con no más de una docena de mesas. El olor de algo
picante me hizo cosquillas en la nariz.

Ladeé la cabeza.

Él sonrió.

—Soy un cliente habitual. Están especializados en platos de curry. Espero


que te guste la comida picante.
Le devolví la expresión, dándome cuenta de que no tenía ni idea de cuáles
eran sus favoritos, en este ámbito y en muchos otros. Tendría que corregir eso,
empezando desde entonces.

Los guardias no estaban muy lejos mientras me presentaba una serie de


platos. Cuando había dicho que le gustaba la comida caliente, no estaba
bromeando. Me pregunté si el establecimiento había entregado nuestros platos a
los hechiceros del fuego antes de servirlos.

Afortunadamente, Kovis rebajó el picante de mis platos, ya que yo era una


aprendiz, dijo. Y rápidamente añadió que lo había preparado.

Los zumbidos no tardaron en asaltar mis oídos. Él se limitó a reírse.

Terminado el almuerzo, continuamos paseando y por fin entramos en el


Distrito de los Artistas. Me quedé boquiabierta mientras pasábamos por un
escaparate tras otro de hermosas creaciones. Nos detuvimos frente a Madame
Catherine, y volví a babear por el último vestido, y me sonrojé ante un nuevo
vestido demasiado corto que se exhibía en los modelos giratorios.

—Me alegro de que te guste, porque ésta es tu sorpresa —dijo.

—¿Qué? ¿Ese precioso vestido? —me tembló la voz.

—Quizás. Hay un baile al final de Los Noventa y Ocho, para celebrar al


ganador. Quiero que luzcas como la campeona que serás.

Se me cortó la respiración. ¿Realmente creía que podía ganar? Todavía me


faltaba habilidad en muchas áreas.

Puso su dedo bajo mi barbilla y la levantó.

—Creo que puedes ganar, y dejaremos todo esto atrás. Tenemos planes
mucho más grandes que Los Noventa y Ocho.

Sentí que se me humedecía la comisura de los ojos, así que asentí, y luego
tragué con fuerza.

—¿Vamos? —sus guardias se colocaron a ambos lados mientras me abría la


puerta. Me sentí como la mismísima emperatriz entrando en aquella tienda.

—Bienvenida. Bienvenido. Pase, mi príncipe.

Madame Catherine se inclinó y luego continuó con su burbujeante


monólogo.
—Qué bueno verte de nuevo, Ali. —Me dio un beso en ambas mejillas y
nos indicó que avanzáramos.

No podía dejar de ver el cartel del escaparate. Miré a Kovis. Movió las cejas
y me animó a avanzar hacia el salón. Mi corazón se aceleró.

—Tengo la intención de que te robes el protagonismo en ese baile —dijo


Kovis mientras tomaba asiento en el lujoso sofá.

Sólo pude llevarme una mano al pecho.

—Ahora bien, ¿algo en particular en mente, mi príncipe? —preguntó


Madame Catherine.

—Cualquier cosa que la haga sentir hermosa de arriba a abajo. —Se me


revolvió el estómago.

—Así que la lencería también. No puedo tenerte usando ropa interior raída
y sentirte bonita. —Los ojos de la mujer bailaron y una sonrisa se dibujó en su
rostro. Ella no tenía ni idea de que yo no había estado aquí el tiempo suficiente
para poseer tal cosa.

—Millicent. Thea. Rose. —Dio una palmada y tres de las chicas que me
habían atendido antes aparecieron desde el fondo de la tienda.

Volviéndose, me sonrió.

—Después de tu última visita, Ali, me tomé la libertad de confeccionar


algunos vestidos de tu talla. —La picardía bailó en sus ojos—. Creo que serán de
su agrado, mi príncipe.

Intenté reprimir un jadeo. ¿Qué tan bien lo conocía?

Kovis se rio a través del vínculo.

—Ha indicado que lo que decidas tiene que estar listo mañana, así que estos
sólo requerirán unos pocos ajustes si te gusta alguno.

Kovis asintió y estiró los brazos sobre el respaldo del sofá, acomodándose.

Catherine me dirigió a un gran vestidor donde sus asistentes habían colgado


cinco —no sabía cómo describirlos— ¿batas? ¿Regalos del Cañón? ¿Regalos de
los dioses? Eran más hermosos que cualquier cosa que hubiera visto. Cualquiera
de ellos habría cumplido el objetivo de Kovis.
Catherine sacó de su gancho un bonito vestido sin mangas con escote
pronunciado y lo acercó a mí. Un conjunto de flores y hojas acentuaba la capa de
tul blanco. Millicent me ayudó a ponérmelo.

—¿Lista? —preguntó Catherine una vez que Rose hubo ajustado la corta
cola.

Me mordí el labio y asentí. Me guio hasta el salón. Me encantaba el


movimiento de la tela contra el suelo a cada paso que daba. Kovis sonrió en
cuanto aparecí. Hacía tiempo que no lo veía tan relajado. Se estaba empapando
de esto tanto como yo. Thea me sostuvo mientras subía a la plataforma circular
ante la cual mi rostro se reflejaba desde múltiples ángulos en los espejos del suelo.
Me retorcí y jugué con el fluido material. Era sencillo y hermoso, y sentí que el
peso de mis preocupaciones se aligeraba, sólo un poco.

—Muy bonito. ¿Qué más tienes? —preguntó Kovis.

Bajé de mi posición y seguí a Catherine al vestuario.

El siguiente vestido era de encaje azul real, los colores de Altairn. El forro
azul cubría sólo lo mínimo. Aunque el corpiño llegaba hasta el cuello, la mujer
había añadido una inserción transparente para que pareciera que el escote se
hundía. Una capa, del mismo encaje azul, caía desde los hombros y se arrastraba
por detrás. Me hacía sentir sexy. Pero también regia. La idea me asustó por un
instante al darme cuenta por primera vez, que si las cosas iban como yo esperaba,
ése podría ser mi papel una vez más.

La reacción de Kovis fue la misma. Deseé poder ver sus tatuajes.

Me probé otros dos vestidos relucientes, el primero, las faldas negras eran
voluminosas, pero no demasiado, y acentuadas con piedras. Me hacía sentirme
femenina. El otro era de seda azul real, pero la falda tenía tanto volumen que me
parecía que iba a tragarme entera.

De nuevo, Kovis reaccionó con mesura. Me moría por saber lo que pensaba.
Pero nuestro vínculo era silencioso. No renunciaba a nada.

El último vestido era de encaje azul marino, forrado ampliamente en todos


los lugares adecuados. Me encantaba cómo mis mechones rubios hacían un
marcado contraste. Sin tirantes, las mangas de encaje fuera de los hombros
recorrían tres cuartas partes de mis tonificados brazos. Pero lo que más me
gustaba era que la parte delantera se detenía justo por encima de las rodillas,
mientras que la parte trasera se balanceaba contra el suelo en una elegante cola.
Sexy, regio.
La cara de Kovis se quedó en blanco y con la boca abierta cuando aparecí
para la inspección esta vez. Se sentó hacia delante, con los ojos recorriendo mi
cuerpo de arriba a abajo, saboreando cada centímetro de él, de mí, de mí en él.

Por el rabillo del ojo, Catherine sonrió.

—¿Qué me ha hecho, Madame? —Kovis tartamudeó. Me sentí hermosa. Y


punto.

Ella guiñó un ojo.

—Pensé que eso podría servir.

Kovis me indicó con un dedo que me diera la vuelta. Oí cómo su corazón


se aceleraba a través de nuestro vínculo antes de que completara la rotación
completa.

Al final, se aclaró la garganta.

—¿Y qué hay de... por debajo?

Madame Catherine asintió mientras mi cara se calentaba.

Volvimos al camerino, y acababa de despojarme de la bata cuando la mujer


se inclinó y me susurró al oído—: Supongo que habrá visto la que compraste
anteriormente.

El calor subió por todo mi cuerpo. Sabía exactamente a qué se refería.


Fruncí el ceño y negué con la cabeza.

—Una tímida, por lo que veo. No importa.

—Se ha bañado... me ha visto. — ¿Cómo iba a explicarlo? Me había visto


toda, cada tarde, desde que empecé a entrenar.

Siempre había olido mal, ciertamente no sexy. Habíamos estado demasiado


centrados en mi entrenamiento y recuperación como para permitirnos tal
frivolidad. Al menos esa era mi historia, aunque la idea de algo más se me había
pasado por la cabeza, más de un par de veces.

Pero nunca habíamos hecho nada parecido a lo que había visto hacer con
Dierna en su sueño. Aunque definitivamente estaba abierta a ello.

Catherine dio una palmada como si conociera un remedio práctico. Me dejó


de pie en ropa interior. Mi estómago se agitó. ¿Exigiría Kovis verme en cualquier
cosa que produjera o podría ser una sorpresa para más tarde?
Cobarde. Él ronroneó en mi mente.

Le había llamado así una vez. Y había jurado no volver a hacerlo. Pero
parecía encajar conmigo. Se me puso la piel de gallina en los brazos. Él quería
ver.

No sabía por qué me daba vergüenza. No se trataba de estar desnuda. Se


trataba de tener más intimidad. No debería haberme afectado. Pero lo hizo. Tal
vez fue la explicitud del asunto. Me había dado vergüenza preguntar. Y eso es
lo que sería este cambio. Yo preguntando.

¿Tenía miedo de revelar lo que deseaba profundamente? ¿Miedo de ser


vulnerable? ¿No es diferente a Kovis? Catherine reapareció con una sola prenda.
Me despojé de mi ropa interior y me la puse, recibiendo rápidamente
asentimientos de aprobación de las cuatro mujeres. Mi corazón se aceleró.

Llevaba un corpiño de seda, sin tirantes, con copas de encaje rosa pastel sin
forro. Un panel de encaje, de tres dedos de ancho, acentuaba un lado hasta la
parte inferior, que no estaba muy lejos. La seda fluía al igual que en el último
vestido, hasta la parte superior del muslo por delante y un palmo más abajo por
detrás. Juré que estaría pensando en esto todo el tiempo que lo llevara.

—Basta de jugar a la timidez. Hazte cargo —dijo Catherine. Casi se me


salieron los ojos porque añadió—: Sigue mi ejemplo.

Rose me ayudó a bajar de la plataforma y Catherine levantó la barbilla,


echó los hombros hacia atrás y avanzó con los brazos sueltos a los lados.

—Ese hombre está locamente enamorado de ti. Confianza, querida. Esto no


es para ti. Respiré profundo. Podía hacerlo.

—Ahora vamos a mostrarle a ese príncipe algunos de tus mejores activos.


—Levantó un dedo—. No hay que sonrojarse. Confianza.

Moví la cabeza y tragué saliva. Esto requería más valor del que necesitaba
para Los Noventa y Ocho.

Kovis estaba de pie cuando salí. No sonrió, no hizo una mueca, sólo me
miró de arriba a abajo, con los ojos llenos de anhelo. Oí su respiración
entrecortada.

Intenté no ponerme nerviosa.

Recorrió la distancia que nos separaba en tres largas zancadas y me levantó


la barbilla hasta que nuestros ojos se fijaron.
—No puedo esperar a desenvolverte después de ese baile. No tienes ni idea
de lo que he imaginado hacerte. —Una de las comisuras de su boca se levantó—.
Con tu permiso, por supuesto.

Se me cortó la respiración.

Mi príncipe se destacaba por darme exactamente lo que intuía que


necesitaba.

Esta tarde, un ejemplo más, necesitaba confianza. Y sabía que Madame


Catherine me ayudaría a construirla. De repente esperaba con ansias esa
competencia. Porque más allá de ella, Kovis y yo construiríamos un futuro, con
turno sexy y todo. Especialmente el turno. Y, lo que, es más, creía que podía
ganar.
Pero la confianza es una sirena voluble. Especialmente cuando Rasa, la
mujer más poderosa del imperio me fulminó con la mirada. A mí. Desde el otro
lado de la hoguera.

Kovis me dio desayuno: dos tiras de tocino, una galleta y un trozo de queso.
¿Por qué no podía desayunar en su tienda, como las tres últimas mañanas desde
que salimos de Veritas?

—Está frustrando sus propios intereses al molestarte —dijo Kovis, al verme


reaccionar. Pero no importaba cómo lo analizara, como mi emperatriz, lo que
Rasa pensaba, importaba. Y tenerla enfadada conmigo me hacía temblar sólo de
pensarlo.

Ella se había calentado un grado desde que me había convertido en su


campeona, pero eso no cambiaba el hecho de que no aprobaba la relación entre
Kovis y yo. Y se aseguró de que no lo olvidara. La mayoría de las veces podía
mantener mis nervios bien controlados, pero una situación como ésta ponía a
prueba mi control.

Nuestro viaje duraría quince días, y sabía que mis nervios podrían
quebrarme antes de llegar a Flumen. Ambos lo sabíamos. Así que, como parte
del programa "Lo Mejor para Mejor", Kovis había asumido la tarea de vigilar y
redirigir cuando mis emociones se apoderaban de mí, una tarea parecida a la de
pastorear liebres. Pobre hombre.

—¿Lista? —preguntó Kovis cuando por fin me tragué lo último de lo que


se había convertido en un desayuno insípido, para que me ayudara a montar en
mi caballo.

Sacúdelo.

Me agaché, me limpié las manos en la hierba y asentí. Rasa se había retirado


a donde acechaba desde la columna.

Tu yegua te espera, Ali querida. Se rio.

No pude evitar sonreír. Se había convertido en una broma entre nosotros.

Le había agarrado el truco a la equitación, aunque todavía me consideraba


una novata. Sin duda. La yegua que tenía debajo lo sabía también. Sí, montaba
una yegua. Mi corazón se había acelerado cuando Kovis me lo dijo. La había
elegido específicamente para mí porque no haría trucos. Pero, aun así, una yegua.
Se había reído y me había dicho que era una desafortunada coincidencia. Yo le
había fruncido el ceño.

Pero tenía razón: Fiona no se había portado mal ni una sola vez. De manera
lamentable, no era precisamente bajita, no por lo menos para mí, y Kovis tuvo
que subirme a la silla de montar y bajarme de nuevo, ya que no podía alcanzar
el estribo y los tacos de montaje eran escasos.

Pasé la mano por el pelaje dorado de Fiona y le di una palmadita,


cambiándome de silla. El asiento no había sido tan amable con mis muslos o mi
trasero como el de ella. Kovis estaba sentado junto a mí en Alshain, su caballo
carbón de guerra, con todo el aspecto del comandante del ejército que era,
esperando para salir.

Entre la realeza, veintiocho miembros del consejo, un séquito de sanadores,


una dotación completa de soldados y los carros de suministros, nuestras filas se
extendían una buena distancia y tardaban en formarse. Eso antes de añadirme a
mí y a los otros cuarenta y ocho hechiceros que competirían.

Como el objetivo de Los Noventa y Ocho era enviar un mensaje a las


nuevas provincias de que no se podía jugar con Elementis, los hechiceros
competidores de cada una de las siete provincias se habían reunido en Veritas
durante la última noche. Y aunque el hecho de viajar juntos añadía cierta tensión,
Kovis lo creía necesario. Para disipar parte de la inquietud, había dividido las
filas de los magos, la mitad intercalada entre los miembros del consejo en el
frente, y la otra mitad distribuida entre los veinte soldados que custodiaban a
Rasa —protección extra, dijo.

Por suerte, ella cabalgaba lo suficientemente atrás como para que no


pudiera sentir sus ojos clavados en mi espalda, justo delante de los carros que
llevaban tiendas, equipaje y otros suministros. Kovis dijo que era la posición más
segura de la columna. Cualquier enemigo tendría dificultades para llegar a ella
cuando convergieran las filas delanteras y las traseras.

Kennan se había quedado atrás en su papel de comandante de la Guardia de


Palacio y de la Inquisición para asegurarse de que todo quedara como lo dejamos.

Aunque nos llevó algo de tiempo, finalmente salimos.

El sol había salido a mitad de camino cuando Hulda, que cabalgaba a mi


izquierda, me sobresaltó con una pregunta.

—¿Es cierto? —debió notar mi silencio. Normalmente significaba que mis


nervios amenazaban con amotinarse.
Vi que una sonrisa se extendía por su rostro. Haylan, que iba a su lado, me
llamó la atención e hizo una mueca. Ella también lo había visto. Nos preparamos
para lo que estaba a punto de salir de la boca de nuestra amiga.

Kovis, que había estado charlando con Jathan, se detuvo a mitad de la frase.
Había llegado a apreciar las ganas de vivir de Hulda y su habilidad para
distraerme de mis preocupaciones.

Jathan se inclinó hacia delante, con una comisura de la boca elevada.

—¿Qué es verdad? —respondí. Extendí las palabras.

Sólo el sonido de los cascos de los caballos golpeando el suelo seco y


compacto sonó hasta que Hulda terminó—: ¿Cuantos más poderes tenga un
hechicero...mejor será el sexo?

Un silencio aturdido y unas bocas abiertas acogieron su discurso.

—¿Dónde has oído eso? —Haylan se recuperó primero.

Yo miraba fijamente al frente, ardiendo en llamas. Por el rabillo del ojo, vi


que Kovis también se sonrojaba un poco. Tal vez no sería tan entusiasta con
Hulda en el futuro.

No pude ver a Jathan. Se había echado hacia atrás. Pero no me cabía duda
de que se había reído, a juzgar por el temblor que de repente asaltó la mano con
la que llevaba las riendas.

Hulda adoptó un aire de inocencia.

—¿Qué? ¿Es así?

Balbuceé.

—¿Quién?

—Nadie lo ha dicho. Sólo que siempre me lo he preguntado. Viendo que


los dos hechiceros más poderosos del imperio están aquí, y tú... ya sabes. Vi una
oportunidad y pensé en preguntar.

Me puse muy roja. Conociendo a Hulda, definitivamente podía ver su


mente ir hacia allí.

Con la cara recta, mirando al frente, Kovis preguntó,

—¿Por qué? ¿Cedric te ha decepcionado? Podría hablar con él si quieres.

Varios jadeos resonaron. Jathan dio una palmada en una pierna.


Hulda se puso roja ante eso. Parecía que Kovis seguiría aprovechando sus
habilidades después de todo.

¿Cómo había soportado Cedric a esta mujer? Casi sentía pena por él, pero
no podía. Estaba claro que la apoyaba, ya que seguían siendo pareja. Sin duda, la
vid ya ardía, haciendo llegar la noticia a un guardia en particular que iba en la
comitiva de Rasa.

Haylan, bendita sea, inició una conversación sobre lo hermosos que eran
los árboles y sobre si sus hojas se tornarían en bonitos tonos amarillos y dorados
cuando llegara el frío.

No hace falta decir que mis nervios se calmaron. Nos detuvimos y


acampamos antes de la puesta de sol.

Mientras se cocinaba la cena, Kovis me llevó lo suficientemente lejos como


para que mis muchos talentos permanecieran ocultos a mis competidores. Juró
que cada guardia que nos acompañaba iba a mantener el secreto, aunque, siendo
realistas, todo el campamento pronto sabría lo que yo podía hacer.

Nuestros guardias no serían capaces de mantener la boca cerrada con tan


tentadores chismes. Kovis contaba con ello. Sólo el primer paso de su plan, había
dicho.

Como se había convertido en nuestra costumbre, nos ejercitamos hasta que


me arrastré, y luego practicamos el ataque, defensa mágica y lanzamiento de
dagas. Kovis afirmaba que tenerme en un punto de cansancio aumentaba mi
resistencia, necesaria para cuando me sintiera agotada durante la competición.
No lo discutí.

Mi precisión había mejorado, al igual que mi capacidad para desviar la


magia de uno o dos soldados. Se convirtió en algo natural; cuando entrábamos
en un claro para practicar, leía las afinidades de los guardias, me preparaba para
un ataque de Kovis y contraatacaba cuando llegaba. Con tres afinidades, pensé
que no podía tener tantas formas de atacar, pero me demostró que estaba
equivocada una y otra vez, aprovechando el entorno natural en su beneficio.
Aunque ya no retenía su poder. Sólo ese hecho me llenó de mayor confianza.

Terminamos, y de nuevo tuve que forzar mis piernas para seguir


avanzando. Necesitaba cenar antes de caer rendida. Pero había sido una buena
práctica, y mi humor se aligeró.

Bromeé.

—Sólo quieres agotarme para que sea incapaz de contrarrestar tus avances.
—¿Es así? —Sonrió a mi lado.

Uno de nuestros guardias trató de educar sus labios. Y fracasó.

—¿Es un reto?

Me encogí de hombros.

—Tal vez.

—Bueno, Madame Stinky7...

—¿Madame Stinky? Habla por ti mismo Príncipe O—dair.

—Resulta que rara vez mantiene los ojos abiertos durante la cena. Cualquier
avance que haga será respondido con sonidos de sueño.

—¡Yo no ronco! —nuestros guardias resoplaron.

Kovis se limitó a mover las cejas.

—Mi promesa anterior sigue en pie... para cuando te hayas bañado y estés
en condiciones de hacerlo.

Sentí que mis mejillas se calentaban. Su promesa de desenvolverme después


del baile. Ese pensamiento rondaba por mi mente con regularidad, y él lo sabía.
Lo cacareaba como un gallo arrogante cuando mi ánimo decaía.

Efectivo para hacer que mi preocupación se desvanezca. Muy eficaz.

Aunque no lo experimentaría hasta después de la competición, siempre


esperaba que me atrajera contra su propio ser desnudo y me rodeara con sus
brazos hasta la mañana. No podía evitar que mi mente divagara, pero sus brazos
se convertían en un refugio.

Pero cada amanecer, desde el instante en que salíamos de nuestra tienda,


sentía el ceño fruncido de Rasa o el escrutinio de los miembros del consejo.
Algunos, Lord Beecham el principal culpable, habían adoptado lo que yo llamaba
tácticas de intimidación. Cuando Kovis no estaba a mi lado, los miembros del
consejo se detenían lo suficientemente cerca como para asegurarse de que yo los
viera y me recorrían con la mirada como aquellos guardias de la prisión. Si se
les preguntaba, decían estar evaluando al candidato de la corona.

7
Señora Apestosa
Comadrejas. Una segunda ronda de evaluaciones tenía lugar cada noche
durante la cena si Kovis tenía asuntos de la corona que atender. El escrutinio
constante me agotaba.

Veritas se encuentra a caballo entre las provincias de Aire, Agua y Terra.


Habíamos viajado hacia el este a través de Agua, pero una noche después de
nuestro viaje, entramos en Eslor, una de las nuevas provincias guerreras.

La columna se calmó y todos miraron a su alrededor, con frecuencia.

Entre la nueva amenaza, Rasa, la intimidación de los miembros del consejo


y mi angustia por la competición, el control de mis nervios se evaporó y mi
estómago sufrió un espasmo.

Kovis se inclinó y en voz baja dijo—: ¿Ves eso? —señaló con la cabeza a
cuatro soldados que cabalgaban delante de nosotros. Arrugué la frente.

—En sus hombros.

Los cuatro llevaban el número siete en sus cueros. Ladeé la cabeza.

—Creen que manejas las siete afinidades. Te has convertido en una diosa
para ellos. —Sonrió—. No me he molestado en aclararlos.

Me reí.

—Serán la base de nuestra estrategia cuando lleguemos —dijo.

Eché un vistazo a varios soldados más. A uno, todos habían añadido el


adorno. Me di cuenta de lo que me estaba dando a entender: todos esos soldados
me apoyaban.

Kovis se limitó a mirarme a los ojos y asintió.

Gracias.

No hice nada más que señalar lo obvio.

¿Estás diciendo que estoy ciega?

Puedes estarlo cuando se trata de ver el apoyo que tienes. No somos sólo tú
y yo, Ali. Y antes de que terminemos, tendrás mucho más. El Consejo trata de
intimidar y robar tu confianza, pero tenemos más números de nuestro lado. Ellos
creen en ti. Sólo tienes que creer en ti, querida Ali.

Me llevé una mano al pecho. Kovis había encontrado una vez más la forma
de calmar mis nervios.
No te merezco.

Qué bien que lo recuerdes.

Me eché a reír, atrayendo las miradas extrañas de los que montaban cerca.

—¿Quieres contarnos algo? —preguntó Hulda al otro lado de Haylan.

—No. Está bien.

—Sinceramente, ustedes dos son como los amantes del Cañón. —Hulda puso
los ojos en blanco.

Kovis sonrió, luego tomó mi mano entre las suyas y se la llevó a los labios.

—Desde luego, eso espero.

Hulda volvió a poner los ojos en blanco para dar efecto, pero yo capté su
sonrisa.

No estaba tan sola como me había sentido. Y por las abundantes sonrisas de
Kovis hacia mi lado, supe que sentía cierto alivio. Me aferré a ese conocimiento
incluso cuando el sol se puso.

Pero cuando acampamos esa noche, Lord Beecham me vio acariciando a


Fiona y se acercó. Se me revolvió el estómago.

—Veo que has solicitado a todos los soldados de estas filas que te ayuden
en tu causa perdida. —La papada del hombre se agitó.

Acaricié la nariz de Fiona, sin responder.

—¿Nada que decir a eso?

Intentó ponerme un cebo. Yo no era un pez.

—Seguro que te das cuenta de que todos tus oponentes tienen más años de
experiencia. Puede que los tengas engañados con una elegante demostración de
poder en los entrenamientos, pero eso es todo lo que tienes. Cuando entres en la
arena, verás rápidamente...

El sonido de mi sangre hirviendo ahogó el resto del veneno que el hombre


soltó. Pero había dado en el clavo. Padre me había despreciado de la misma
manera que esta víbora. No pude evitarlo. Con toda la presión a la que me había
sometido, mi pasado regresó rápidamente, y con él, todas mis inseguridades.

No podía descartar sus comentarios como una idiotez. Hablaba de mis


preocupaciones más profundas. No importaba lo que dijera Kovis, sabía que esa
serpiente tenía razón. A juzgar por su sonrisa, sabía que había dado el golpe que
buscaba. Pero no conocía mi historia y no tenía forma de saber que su golpe
había producido una mordida mucho mayor.

Se escabulló antes de que Kovis me encontrara encogida debajo de Fiona.


Después de eso, Kovis colocó a Allard y Bryce a mí alrededor cuando no
podía estar allí. Ningún miembro del consejo podía acercarse, bajo pena de la
justicia de la corona. Las noticias de los sucesos se multiplicaron, y una inquietud
general se apoderó de la compañia.

Pero las palabras de Beecham seguían atormentándome.

Kovis me convirtió en el proyecto de todos. Hulda me acorraló y, con no


muchas palabras, me dijo que, si quería vivir, tenía que avivarme. Haylan dijo
esencialmente lo mismo, pero con más suavidad. Jathan me recordó que gran
parte de la superación de las dificultades consiste en dejar de lado las historias
dañinas que nos contamos a nosotros mismos.

Cuando estos esfuerzos aún no habían mejorado mi estado de ánimo, Kovis


me sentó y me exigió que reconociera mis progresos, me exigió que apreciara lo
poderosa que me habían hecho los poderes del aire, Simulous y Somnus, me
recordó el gran objetivo de Padre. Y casi llorando, me rogó que me reservara
para él y su amor.

Pero por mucho que lo intentaran, mis inseguridades ahogaban todo


pensamiento racional. Nunca había competido en ningún torneo, y mucho menos
con hechiceros y guerreros tan poderosos. Moriría. Lo sabía.

Llegaríamos a Flumen esta tarde si todo iba según lo previsto. No había


podido soportar la idea de desayunar, así que cuando Kovis intentó darme cecina
como parte del almuerzo a caballo, se me revolvieron las tripas. Pero en un
instante supe que no era por la comida.

Me di cuenta de que había arrancado sin querer una hebra de un soldado


de Terra que estaba cerca. Algo se sentía —apagado—. Fiona dio dos pasos más y,
por el rabillo del ojo, me pareció ver movimiento. Observé los árboles que se
extendían a ambos lados del camino. No había nada inusual. Me obligué a mirar
más de cerca, más profundamente. Y jadeé.

Guerreros y magos. Agachados. Árboles. Flechas.

La guardia delantera no había visto al enemigo, sin duda porque se posó un


poco más atrás, no junto al camino. Pero se posaron bien dentro de la distancia
de ataque. Habían utilizado la oscuridad del espeso dosel del bosque a su favor.
Era hora de mostrarles la nuestra.
Kovis me miró.

Guerreros. Magos. En el árbol. Listos para atacar.

Su cuerpo se estremeció, pero en un abrir y cerrar de ojos recuperó el


equilibrio. Dejó escapar un chirrido, un silbido, un gorjeo y un arrullo —la
llamada del Apapane, un pájaro que habitaba estos lugares. Los sonidos resonaron
por toda la columna. Los que no eran conscientes del peligro seguían charlando.
Exactamente lo que necesitábamos para sorprender a nuestro enemigo.

Un chillido sonó primero en el frente y luego en la retaguardia cuando les


llegó la noticia. Kovis levantó un brazo por encima de su cabeza y un instante
después, se desató el infierno. Nuestros soldados lanzaron dagas de hielo, lluvia,
metal, fuego y más, tomando a nuestro enemigo por sorpresa.

El deber exigía que Kovis protegiera a la emperatriz. Se encontró con los


ojos de Allard, y luego con los de Bryce, con un mensaje claro "protéjanme" antes
de girar a Alshain hacia la parte de atrás. Justo cuando empezaron a llover flechas
desde los árboles a ambos lados del camino.

Mis vientos desviaron la primera ronda, pero sabía que habría más. Las filas
del frente que protegían a los miembros del consejo se redujeron mientras
muchos se dirigían hacia atrás para proteger a la emperatriz. Pero a pesar de lo
que Lord Beecham y varios otros habían hecho, no los condenaría a todos.

Hice un gesto a mis guardias y juntos nos lanzamos hacia adelante. Derribé
la siguiente lluvia de proyectiles, y luego dirigí vientos feroces hacia los árboles.
Los aullidos y los lamentos de los enemigos que caían me animaron a seguir
avanzando. Si el suelo no rompía los huesos, se encontrarían con nosotros.

Me debatí en usar el Somnus sólo durante un latido. Aunque había


practicado cómo hacer que varias personas se durmieran a la vez, me costaba
controlar la dirección de mi poder con más de una "víctima". No podía
arriesgarme a inmovilizar nuestras fuerzas.

Arranqué la magia de fuego del primer mago que apareció del bosque. Su
poder era fuerte y añadirlo al mío hizo que me mareara. El shock se registró en
sus ojos nublados cuando no surgieron llamas de las yemas de sus dedos. Un
latido de corazón antes de cortarlo. Dirigí su magia hacia los siguientes enemigos
que surgieron de los árboles. El hedor de la carne quemada llenó mis fosas
nasales. Mis guardias y yo avanzamos rápidamente antes de que me dieran
nauseas.

En el cuerpo a cuerpo, vi a Lord Beecham luchando por mantenerse sobre


su caballo. Un soldado de la infantería enemiga, que había clavado una daga en
el muslo del lord, colgaba, negándose a soltarlo. Pero otra daga, ésta en el aire, se
lanzó contra el lord. Estaba completamente desprevenido. La alegría corrió por
mis venas. Los dioses se preocuparon. Pero la culpa me pisó los talones. Los ojos
del señor se agrandaron un latido antes de que redirigiera la hoja hacia la espalda
del enemigo que luchaba sobre su pierna.

Beecham desvió la mirada, pero lo sabía.

—¡De nada! —Volví a llamar su atención.

Se limitó a mirarme de arriba abajo antes de hacer girar su caballo.

Dirigí mi frustración hacia una maga de madera de ojos nublados, agotando


su poder, y luego lo envié hacia arriba, dirigiendo las lianas que estaban sobre su
cabeza para que se unieran a la lucha. Los nuevos zarcillos crecieron con tanta
rapidez que las masas de vegetación sinuosa capturaron su brazo levantado y
luego envolvieron su cuerpo por completo. Extendí la riqueza de su poder,
atrapando a más enemigos en la red viviente.

Ojos turbios. Mi memoria se agitó. Era importante. ¿Pero por qué?

Tiré de hilos de magia de nuestros soldados, pero no demasiado. Tejí fuego


y metal, luego agua, hielo y tierra juntos. Y luego muchas más combinaciones
que nunca había probado. Jadeé al darme cuenta del verdadero alcance de mi
poder. Pero el enemigo seguía en pie de guerra. Volví a concentrarme y avancé,
derribándolos a mi paso. Más y más y más.

Aspiré aire mientras buscaba a mi siguiente oponente.

—¡Eso es! —Bryce gritó.

—¡Se acabó! —Allard se hizo eco.

Había estado en una zona. Lo único que había importado era defender a los
indefensos entre nuestras filas. Tiré de Fiona para que se detuviera y mi furia
disminuyó. Ambas respiramos con dificultad. Mis ojos iban de un lado a otro.

Kovis. Haylan. Hulda. Jathan. Myla. Arabella. ¿Dónde estaban? La voz en


mi cabeza se elevó una octava.

La escena era surrealista. Reinaba la tranquilidad: el final de la batalla, antes


de que la vida siguiera su curso. La propia naturaleza parecía contener la
respiración. Los sobrevivientes se sacudieron el polvo y se levantaron,
observando la ruina.

Los cuerpos ensangrentados yacían esparcidos y en ángulos extraños, arriba


y abajo de la carretera, mucho más enemigos que nuestros. Los trozos de
vegetación a la altura de los soldados se alzaban al azar, con extensiones de lianas
por encima. Los caballos sin jinete se alimentaban de la hierba o de las hojas que
colgaban al borde de la carretera.

Los murmullos rompían el inquietante silencio. Me tranquilicé cuando


encontré a Kovis encima de su semental. El sudor y la sangre ensuciaban sus
cueros y su cara, pero no atenuaban su sonrisa. Sus aplausos provocaron un
alboroto, y pronto los soldados cercanos se unieron a él, añadiendo abucheos y
silbidos. La conmoción atrajo a mis amigos desde donde se habían protegido, y
yo exhalé y me reí cuando se unieron. El calor se extendió a través de mí.
Orgullo.

Cuando lo necesitábamos, me convertía en una fuerza. Una fuerza viva,


que respiraba y a la que nadie podía enfrentarse.

Los hechiceros se extendieron entre el Consejo —competidores y soldados


por igual— me miraron con recelo. Lord Beecham frunció el ceño. Varios de sus
compañeros se frotaron la barbilla, sacudieron la cabeza y miraron a su
alrededor, confundidos. Ninguno aplaudió. Yo no estaba confundida. Su poder
sobre mí se había desmoronado. Yo seguía siendo una pieza de juego durante el
Noventa y Ocho, pero después de eso, nunca más ejercerían influencia sobre mí.
Me había ganado mi libertad. Y tendría un futuro. Lo sabía. Ganaría.

Me incliné, provocando un rugido. La vid se encendió cuando la gente


empezó a señalarme, a gesticular, a contar historias. Sin duda, las historias
crecerían con cada relato. Las noticias llegarían al final de la columna en un
tiempo récord.

—¡Bájenme! —Grité a mis guardias.

Kovis y yo lo celebraríamos a nuestra manera, pero en ese momento


necesitaba sentir a mis amigas, saber que estaban realmente a salvo.

Allard se rió.

—Tanta fuerza, pero no puede bajarse de su propio caballo. —Solté una


risita. Eso fue bastante divertido.

En cuanto mis pies tocaron el suelo, salí disparada, saltando por encima y
alrededor de los caídos. Me abalancé sobre Hulda, y luego envolví a cada uno de
mis amigas en abrazos, y ellas a mí. Kovis había desmontado y estaba de pie,
sujetando las riendas de Alshain y Fiona, esperando pacientemente hasta que
terminara mi reunión y me secara los ojos. Mi príncipe. Esperó. Por mí.

Una sonrisa seductora rodó por nuestro vínculo.

Siempre
Con la tranquilidad de que todos mis seres queridos habían salido ilesos, me
arrojé a los brazos de Kovis. Me plantó un beso en la parte superior de la cabeza.

—¿Por qué no me dijiste que esto era todo lo que se necesitaba para que
creyeras en ti misma?

Me eché a reír.

—Y supongo que tú lo habrías arreglado.

—Te sorprendería saber hasta dónde llegaría.


—Acamparemos aquí esta noche —ordenó Kovis.

—Los guerreros no son tan tontos como para intentar otra emboscada. Y lo
que es más importante, demostramos que no nos dejamos intimidar.

Asentimos alrededor del círculo.

—Que los espías hagan su trabajo —dijo Kovis, medio en broma.

No se podía confiar en los guerreros para muchas cosas, pero en esto no


tenía ninguna duda. Los líderes de la provincia conocerían nuestro paradero muy
pronto, si no lo han hecho ya.

Los sanadores se dispersaron para atender a los heridos mientras los


soldados se dirigían a limpiar la carnicería del camino. Kovis informó de que
habíamos perdido a dos soldados y otros treinta estaban heridos. Cinco
competidores necesitaban tratamiento, pero parecían estar lo suficientemente
bien como para seguir compitiendo. Presentaríamos una abrumadora muestra de
poder cuando marcháramos hacia la ciudad.

Desde mis hazañas anteriores, casi todo el mundo con el que me cruzaba
movía la cabeza, con los ojos muy abiertos. Los miembros del Consejo fueron la
excepción. Noté que algunos me miraban mientras cenaba entre Hulda y Haylan
en un tronco cerca de la hoguera. Kovis estaba fuera comandado. Ulric rondaba
por detrás.

Una Lady Cedany muy vestida se acercó, con una sonrisa que no llegaba a
sus ojos. Es curioso que incluso en cueros pueda parecer demasiado vestida. Tal
vez fuera la falta de manchas en ellos o su crujido lo que delataba lo aficionada
que era al combate. Sólo necesitaba acentos de plumas.

—Eso está lo suficientemente lejos. —Mi guardia se adelantó, bloqueando su


camino. Me miró—. ¿Quiere escucharla?

Asentí con la cabeza y se hizo a un lado.

La concejala frunció el ceño ante Ulric y luego dio dos pasos antes de
encontrarse con mis ojos.

—Sólo deseo extender mi agradecimiento por la protección que la candidata


de la corona nos brindó a mis colegas y a mí antes. —Después de todo eso, seguía
sin decir mi nombre. Yo seguía siendo su pieza de juego, y querían asegurarse
de que lo recordara.

La picardía subió a mi garganta y se apoderó de mi voz.

—Gracias... señora. —Tampoco usaría su nombre, víbora.

Ella frunció el ceño y se giró.

Dos podían jugar a este juego. Su débil y pequeño juguete se había hecho
fuerte. Hulda resopló antes de que la mujer estuviera lo suficientemente lejos, y
le di un golpe.

—Ay. ¿Qué?

—No te hagas la inocente.

Haylan guiñó un ojo.

Se sentía bien poner en su lugar a una de esos pomposos charlatanes ávidos


de poder. Está claro que no estaba sola. Mis amigos habían agonizado conmigo
por los juegos para los que me utilizaban. Me di cuenta de que no sólo me había
liberado, sino que me había convertido en la voz de los que no tenían, en la
campeona de los desvalidos. Y no me cabía duda de que ellos, y otros muchos
que se quejaban del abuso de poder del Consejo, harían oír su voz. A partir del
amanecer.

Dos mujeres, atentas a mí, se acercaron y Ulric volvió a intervenir.

—Perdón —dijo la de la izquierda, llevándose una mano al pecho.

Me levanté y di un paso adelante. Los ojos de las dos se abrieron de par en


par.

—Lo que Ella quiere decir es que nos hemos enterado de lo que has hecho
antes y te hemos preparado un pastel de miel y pasas. —La mujer extendió sus
manos ahuecadas, mostrando el dulce manjar.

—Siento que no haya más —dijo la primera— Reunimos lo que teníamos.

Me llevé una mano a la boca. Era el gesto más dulce que alguien había
hecho nunca.

—¿Cómo se llaman?

—Yo soy Isolde. Esta es Ella.


—Muchas gracias. Estoy más conmovida de lo que se imaginan. —Me
incliné hacia ellas y les di un abrazo a las dos, a lo que Ella se estremeció.

Me reí.

—Cuidado, aún está caliente —advirtió Isolde mientras lo ponía en mis


manos.

Las miré a ambas a los ojos.

—Nunca lo olvidaré. Gracias de nuevo.

La pareja bajó la cabeza, se dio la vuelta y se alejó corriendo.

—Te has convertido en toda una heroína —bromeó Hulda mientras me


sentaba de nuevo en el tronco.

Miré alrededor de la hoguera. Los soldados me miraban sonrientes. Uno se


tocó el hombro donde llevaba el número siete y asintió. Le devolví el saludo con
la cabeza. La gente a veces se vuelve adicta a los elogios. Yo no lo era. Tenía que
ganar un torneo.

Acababa de terminar de chuparme los dedos cuando Haylan empezó a


tararear una nana que le había enseñado. Dejando de lado mi amor por las nanas,
había flexionado mi músculo en el combate y había descubierto lo fuerte que
era. Necesitaba estridencias. Empecé a cantar una melodía estridente que me
habían enseñado otras de mis amigas sanadoras, algunas de las palabras, digamos,
un poco sugerentes.

Está claro que los que estaban alrededor de la hoguera también estaban
dispuestos a celebrarlo, porque estallaron los aplausos. Rápidamente aparecieron
todo tipo de tambores improvisados. Suponía que estos disciplinados soldados lo
tenían claro. No defraudaron, ya que varios se pusieron a tocar la melodía.
Algunos incluso empezaron a bailar alrededor del fuego, aunque a juzgar por
muchos de sus torpes movimientos, parecían estar sufriendo, más que bailando.
Una soldado que estaba cerca de mí señaló y aulló con sus amigos al ver lo que
sucedía.

Pero después de varias canciones, el silencio acalló nuestras celebraciones


cuando todos se postraron. Rasa, con Kovis a su lado, se detuvo ante mí. Una
gran cantidad de guardias la protegían, pero permitían que todos la vieran. Tenía
una expresión neutra.

—Levántense. Por favor. —Observó a su público—. Me disculpo por


interrumpir su alegría.

Miré a Kovis, pero él había educado sus rasgos. Probé el vínculo. Nada.
¡Idiota!

Arqueó una ceja.

Somos impacientes, ¿no?

Hulda me empujó hacia delante mientras Rasa esperaba a que todos se


acomodaran.

—Ali, te has convertido en toda una sensación. Se habla mucho de ti allá


atrás. — Inclinó la cabeza hacia donde había venido.

Había utilizado mi nombre.

—Gracias por salvar tantas vidas. Si al menos la mitad de lo que se dice es


cierto, y el Príncipe Kovis me asegura que lo es, parece que tus poderes son
mucho mayores de lo que yo misma te atribuía.

Una oleada de risas surgió de los oyentes. Ella no había sido la única.

—Como mi campeona, creo que serás una fuerza a tener en cuenta. Te deseo
mucho éxito. —Inclinó la cabeza.

Los vítores aumentaron.

Me quedé boquiabierta, abriendo y cerrando la boca.

Quizá quieras agradecer su apoyo, entonó una voz seductora.

—Gracias, Emperatriz. —Le devolví el gesto.

—Gracias, Ali. —Una esquina de su boca se levantó—. Te enfrentarás a


oponentes mucho más feroces que yo en esos campos.

No estaba tan segura. Pero ella sonrió. Por primera vez, a mí. Me obligué a
mantener la boca cerrada.

La expresión de Kovis reflejaba la de su hermana.

¿Lo decía en serio o era pura politiquería? pregunté mientras la veía


retirarse.

Un poco de ambas cosas. Necesitaba mostrar al Consejo su apoyo hacia ti.


Pero no dudes de su sinceridad. Te has ganado su respeto.

Kovis se unió a mí mientras la celebración estallaba una vez más.


Nos turnamos para bailar alrededor del fuego, para el deleite de los
espectadores —su comandante, un miembro de la realeza, se dignó a celebrar con
ellos— el significado no se perdió en sus tropas. Me dijo que nadie de su familia
lo había hecho nunca, pero que había decidido iniciar una nueva tradición.

Un rato después se me escapó un bostezo a pesar de la continua alegría.


Kovis me dio un codazo y me despedí de mis amigos. Me pasó un brazo por los
hombros mientras nos dirigíamos a nuestra tienda. Estábamos a mitad de camino,
el ruido se estaba desvaneciendo, cuando me sobresalté y me di cuenta.

Kovis miró hacia abajo.

—Lo sabías. Lo sabías de verdad.

Inclinó la cabeza.

—Me prometiste que Rasa vendría, a nosotros.

Levantó la mano libre.

—Todavía no ha aprobado lo nuestro, pero es sólo cuestión de tiempo.


Confía en mí.

—Sigues haciéndome promesas.

Sonrió.

—Que puedo cumplir. Conozco a mi propia hermana. Una vez que te vio
en acción, no pudo evitar respetarte. Ese es el primer paso.

Miró a su alrededor, y luego añadió a través de nuestro vínculo.

Puede que sea ingenua en lo que respecta a los guerreros, pero ella ha estado
lo suficientemente cerca del combate como para respetar el talento cuando lo ve.

—¿Cuándo vio el combate?

—Cuando mi padre estaba conquistando estas tierras. Ella es una sanadora


dotada y se unió a nosotros, junto con varios de sus homólogos. Nos curó a
Kennan, a mi padre y a mí más veces de las que me gustaría admitir.

Nunca le había preguntado cómo se había hecho todas las cicatrices en la


espalda. Lo había asumido y no quería remover los malos recuerdos que él y sus
hermanos compartían.

—Simplemente no hagas ningún movimiento estúpido en la competición y


estarás bien. —Me apretó el hombro.
Un recordatorio del peligro al que me enfrentaba. Ahí estaba el problema.
Sólo en retrospectiva, la acción que me mató sería considerada estúpida.

—Las acciones estúpidas no siempre matan. Mírame. —Me guiñó un ojo.

—Trataré de no hacer demasiadas.

—Muy apreciado.

Nada como una dosis de realidad para que no se me agrande la cabeza.


Cómo habían cambiado las cosas desde el amanecer. Caminé por una línea muy
fina: la confianza. Suficiente, pero no demasiada.

Y Kovis me mantendría en ese filo de la navaja.


Kovis había aprovechado la vid de la noche a la mañana, apelando al orgullo
de los soldados. Esa riña había sido una victoria decisiva. Éramos una fuerza a
tener en cuenta. Había utilizado la vid como portavoz, ya que no podía hacer un
anuncio sobre cómo debíamos presentarnos al entrar en Flumen, no con
representantes de los guerreros entre nosotros.

La vid parecía haber funcionado. La tranquilidad sustituyó a la alegría


menos disciplinada de la noche anterior. Tanto los soldados como los
competidores se paseaban por el campamento, con los brazos sueltos a los lados
y los ojos brillantes. Daba un poco de miedo ver lo bien que Kovis sabía lo que
haría la gente. Eran predecibles, había dicho. Parecía que poseía otra forma de
magia. Una que no contaba entre sus afinidades. Una muy poderosa. Me
preguntaba en qué se diferenciaba de la manipulación, en su mente.

El sol aún no había alcanzado su punto álgido cuando aparecieron en el


horizonte varios edificios imponentes. Parecían brotar como maleza de las
llanuras montañosas. Las hierbas y algún árbol ocasional habían sido nuestros
únicos compañeros desde que dejamos atrás el bosque al salir el sol.

Atravesamos una carretera asfaltada de seis en seis. Kovis dijo que era uno
de los regalos que el antiguo emperador había hecho a los territorios que se
sometían voluntariamente. Al parecer, la corona pagaba el mantenimiento
regular, ya que no vi ni un bache ni una piedra agrietada. Las montañas se
alzaban a la derecha en la distancia.

—Volcanes extintos —dijo Kovis. Con calientes manantiales a sus pies en la


que me gustaría hacerte unas cuantas cosas, si alguna vez tengo la oportunidad.

Se me revolvió el estómago. ¿Intentas distraerme de la próxima


competición?

Por una vez. No. No movió las cejas ni hizo ningún otro gesto para indicar
que bromeaba. Las mariposas se lanzaron. Estaba claro que había estado pensando
en... otras cosas.

No tienes ni idea. Esa bola no puede venir lo suficientemente rápido. Se


movió hacia atrás en su silla, poniendo más espacio entre él y el pomo. Lo miré
de arriba abajo. Sonrió.
La novedad del camino se trasladó a la pared de roca multicolor que
rodeaba la ciudad. Al igual que su primo, parecía estar en perfectas condiciones.
Los soldados que patrullaban miraban hacia abajo entre los merlones. Los
ciudadanos se apresuraron a quitarse de en medio cuando nos acercamos a la
puerta de la ciudad. Nos pusimos en una formación más cerrada, cuatro a la vez,
para pasar por la puerta más estrecha. Supongo que la pequeña entrada impedía
que los invasores extranjeros tuvieran un acceso fácil.

Kovis avanzó una vez que pasamos la puerta e indicó a Quinn, el


representante de Eslor, que se uniera a él en el frente.

Divisé un acueducto suavemente inclinado que envolvía la ciudad cerca de


la base de la muralla. Había agua corriendo. ¡Un baño! Esperaba que el agua
estuviera calentada, pero si no era así, conocía a alguien que podía arreglarlo.

Kovis y Quinn intercambiaron rápidas presentaciones con varios guardias


que claramente habían estado esperando nuestra llegada. Avanzamos una vez
más, haciendo lo posible por evitar la presión de la multitud.

Mientras los miembros del consejo no mantenían el rigor, todos los


miembros de la compañía que nos seguían se sentaban con la vara recta, con el
rostro erguido encima de su montura. Todos mirábamos al frente, sin que nadie
dijera una palabra. Éramos Poder.

Algunos espectadores se acobardaron. Algunos susurraban. Muchos


señalaron. Está claro que esta gente no estaba acostumbrada a ver delegaciones
como la nuestra: nuestro tamaño, nuestro poder, nuestro silencio. El trasfondo
no era sutil: ejerceríamos nuestra fuerza cuando, donde y contra quien
quisiéramos.

Pero a medida que avanzábamos, cada vez era más difícil mantener la
moderación. No fui la única a juzgar por los que cerraron la boca de golpe. Más
de una vez. Más nuevo que Veritas, de lejos. Limpio y reluciente. Bien
mantenido. Casas de estuco pintadas de blanco se alineaban a ambos lados de
nuestro camino. Las puertas y ventanas estaban acentuadas por rocas de varios
colores, sin duda levantadas por los volcanes lejanos. Los edificios de una y dos
plantas sustituyeron a las casas a medida que avanzábamos. Algunos ofrecían
alojamiento y entretenimiento, otros eran lugares de trabajo de artesanos. En
todas partes la gente observaba nuestra llegada con una mezcla de expresiones.

Esta era una provincia guerrera. Tuve que recordármelo a mí misma. No


es lo que esperaba. En absoluto. Había llegado a pensar en ellos como bárbaros.
Incivilizados. Carentes de sofisticación. La ciudad que tenía ante mí era cualquier
cosa menos eso.
Pronto nos acercamos a una arena elevada. A la sombra del foro principal
se extendían cuatro anillos más pequeños y cubiertos de hierba, que por lo visto
eran pistas de entrenamiento. Mi corazón se aceleró. El filo de la navaja. Tenía
que permanecer en el filo de la navaja. Aquí es donde todo se decidiría— donde
rezaba para que todos mis esfuerzos, todos mis adoloridos músculos, toda mi
inquietud daría sus frutos. Haylan percibió mi nerviosismo, se acercó y me puso
una mano en el hombro. Estaba inquieta junto a mí, por mí.

Nuestros guías hicieron un alto cuando llegamos a una plaza revestida de


piedra que conducía a la gran entrada arqueada de la arena. Las multitudes
abarrotaban el perímetro de la plaza, controladas por un ejército de guardias. En
el centro, en fila, los siete ministros provinciales de Elementis se situaban junto
a los siete líderes guerreros, con sus delegaciones detrás.

Los ministros mágicos llevaban uniformes inmaculados, incluyendo capas


que les llegaban desde los hombros hasta la parte posterior de las rodillas. Cada
uno coordinaba con los colores de la bandera de su provincia, que ondeaba desde
el bastón que un mayordomo sostenía detrás de ellos. Sus homólogos guerreros
se habían vestido de forma similar, pero habían sustituido los uniformes de tela
por pieles de combate. Nada de sutilezas.

Rasa, junto con su séquito de guardias, se unió a Kovis. Como miembros de


la realeza, ambos habían añadido una capa azul brillante con la insignia de
Altairn, a los hombros de sus cueros. Se desmontaron. La capa de Rasa besó el
suelo mientras se acercaban a los dignatarios que los esperaban. Los miembros
del Consejo iban detrás de ellos. Líderes, guerreros, hechiceros, soldados, laicos...
todos se inclinaron ante la emperatriz cuando se detuvo en el centro de la fila de
ministros y monarcas.

Nadie habló. Nadie se movió. Sólo el llanto de un niño rompió la quietud.

Por el rabillo del ojo, vi cómo Rasa se tomaba su tiempo, girando


lentamente, una vuelta completa, antes de ordenarnos que nos levantáramos de
nuevo. Sonreí para mis adentros. El juego de poder había comenzado. ¿Cómo de
serio se pondría? A juzgar por el ceño fruncido de los tres monarcas, podría
ponerse muy serio. Muy rápidamente.

¿Y yo era la pieza de juego de la corona? Se me hizo un nudo en la garganta.

Rasa mantuvo una expresión apacible, sin inmutarse.

—Bienvenidos a nuestra bella ciudad. —Una mujer curtida, vestida con


pieles y una capa castaña, se adelantó.
La monarca de Eslor, supongo. Interesante. Una mujer lideraba la provincia
guerrera. Sólo ese hecho me hizo reflexionar. ¿Qué había tenido que soportar en
una sociedad dominada por los hombres para alcanzar tal posición?

El respeto surgió en mi interior.

—Monarca Formig —reconoció Rasa—. Qué bueno que seas la anfitriona de


Los Noventa y Ocho.

Las posturas, las poses y los juegos continuaron durante varios latidos, y
ambas partes se jugaron el pellejo. Al final, La monarca Formig nos observó.

Cada uno de nuestros soldados, cada hechicero, cada viajero, seguía sentado
con la postura recta. Todos los caballos estaban congelados, incluso los que ya no
llevaban miembros del consejo —los soldados los mantenían en su sitio desde sus
propias monturas. Ninguno se inmutó durante su silencioso pero minucioso
examen. La contrapartida de Formig a la jugada de Rasa. No dejó ninguna duda
de que se había ganado cada parte de su poder. La multitud se agitó, sintiendo la
tensión.

Pero ella sólo pudo olfatear el aire y arrugar la nariz cuando terminó. Su
evaluación de nuestro hedor. Esperado. No un defecto.

—Han viajado mucho. Sin duda les gustaría refrescarse.

Dos monarcas miraron con mala cara, no contentos con la débil respuesta
de su compañera, supuse. Ella ni siquiera había intentado inventarse un defecto.
Parecía que Rasa había ganado este primer asalto.¿O no? La mujer esbozó una
sonrisa de satisfacción, lo que me provocó una sensación de inquietud en la boca
del estómago. ¿Estaba esta monarca preparándonos para un duro despertar?

Este juego iba a ser intenso.

Las manos se me pusieron húmedas a pesar del clima templado. Tomé un


respiro que debía calmarme, pero no lo hizo. ¿Realmente no era una derrota? ¿Y
quién lo dijo?

Como campeona de la corona, no dudaba que la gente se metería conmigo.


¿Pero cómo? ¿Cuándo? Me sentía paranoica. Esta competición se había
convertido de repente en algo mucho más grande que cualquier campo de juego,
o tal vez yo no había entendido lo grande que era realmente el campo de juego.
O que los competidores eran mucho más que noventa y ocho. Que Rasa era una,
no diferente a mí.

Dos docenas de delegados se acercaron con montones de pergaminos en los


que se enumeraba a cada miembro de nuestro grupo y se indicaba el alojamiento
que se le había asignado. Se movieron entre nuestras monturas, señalando y
haciendo gestos hacia una u otra de las muchas casas públicas que bordeaban la
plaza o más allá.

Kovis me indicó que me acercara. Mis mejillas se calentaron cuando Hulda


me guiñó el ojo. Haylan puso los ojos en blanco. Durante los últimos quince días,
Kovis no había ocultado que nos retirábamos a la misma tienda. Acompañé a
Fiona hacia delante.

Los soldados se apartaron para dejarnos pasar. Varios movieron las cejas,
sin perderse la afirmación explícita de Kovis y sin duda imaginando ciertas
actividades que podríamos realizar.

—¿Deseando ser yo? —me burlé de un hombre.

—No. El príncipe. —Me devolvió la broma, haciendo que me ardieran las


mejillas.

—Por favor, síganme —dijo un mayordomo, después de que llegara a Kovis


y me ayudara a desmontar.

Rasa mantuvo su expresión neutral, cordial. Yo permanecí en silencio al


otro lado de Kovis. No iba a forzar nada comprometiéndome con ella. Nosotros
y sus guardias seguimos al uniformado hasta una gran posada de piedra de dos
pisos, no muy lejos de la arena. No era una casa pública, no habría dormitorio en
común para nosotros. Más bien eran habitaciones privadas, como pronto
descubrí cuando guió a Rasa y a su séquito por la imponente escalera y luego
por el pasillo de la derecha. Nuestra suite estaba enfrente.

—Su equipaje llegará en breve —dijo el mayordomo antes de marcharse.

Allard y Bryce inspeccionaron minuciosamente nuestras habitaciones antes


de reunirse con Cedric y Ulric fuera de la de Rasa.

La suite, lujosamente decorada, tenía tres habitaciones principales, una con


chimenea y sofás de felpa para recibir a los invitados, otra para dormir y la
tercera, un baño adornado. Un balcón con vistas a la ciudad se extendía fuera de
la habitación principal. Rasa debe haber conseguido la vista de la arena.
Personalmente, me alegré de no tener que mirar esa cosa tan grande.

Dejé de lado mi angustia y pregunté—: ¿Quieres acompañarme? —Hice un


gesto hacia la bañera.

Kovis se detuvo ante mí, con una sonrisa de lado.

—¿Ya no eres capaz de bañarte sola? ¿Te he mimado demasiado?


—No, en absoluto. Sólo pensé que podríamos, ya sabes.

Como si supiera de qué estaba hablando se rio mi ingenuidad volvió a


divertirle.

—Aunque admito que me emociona tu invitación, debo rechazarla.

Apreté el labio inferior. Me levantó la barbilla.

—A medida que pasa el tiempo, Ali querida, temo que no podré resistirme
a tus artimañas.

—¿Y qué hay de malo en ello?

—Quiero que tu primera vez sea muy especial. —ronroneó.

Se me revolvió el estómago.

—En realidad, Rasa me está esperando, así que no tenemos el tiempo que
me llevará asegurarme de que sabes exactamente lo que pienso de cada parte de
ti. Te garantizo que no te dormirás.

Me reí de eso. Se había convertido en un chiste recurrente.

—¿No lo sé ya?

—Oh, no. —Otro ronroneo.

Se me secó la boca.

Sus ojos contenían anhelo, pero me besó la nariz y dio un paso atrás.

—Bien. Entonces supongo que tendré que bañarme sola. Nos turnaremos,
solos, en la bañera hundida.

—Quiero que Allard esté contigo siempre que yo no esté. —Insistió Kovis
cuando le dije que pensaba ir a buscar a mis amigas en su ausencia.

Fruncí el ceño.

—Creía que tenía que decidir yo.

—No sé si te has dado cuenta, pero el juego de poder empezó en el momento


en que llegamos.

Asentí, cruzando los brazos.


—No me cabe duda de que los rumores sobre tus poderes llegaron aquí
mucho antes que tú. Si pueden eliminar a un competidor antes de que llegues al
campo de batalla, lo harán. Los guerreros explotarán cualquier vulnerabilidad.
Ninguno de los dos de nosotros conoce esta ciudad. Ellos lo saben. ¿Me lo
prometes?

Me pasé una mano por el pelo mojado, con mi anterior preocupación en


aumento.

—Dicho así, gracias por aprobar mi petición de traer a Allard cuando no


estés. Me haría sentir mejor.

Kovis se rió.

Se marchó poco después. Fui en busca de mis amigas, nunca más feliz de
tener a Allard a mi lado.
Había llegado al ring para mi primer combate. Exhalé.

Casi me sentía más segura entre los competidores que afuera, donde las
amenazas no eran ni claras ni explícitas. Casi. Quizás los guerreros tenían razón.
Había una honestidad, una autenticidad que no existía en ningún otro lugar. Nada
de política. Sin falsos halagos. Sólo poder en bruto. Ellos lucharon por el honor
y la dignidad. Yo luché por el Reino de los Despiertos.

Excepto que mis competidores actuales no eran guerreros. Eran


compañeros hechiceros con los que había viajado durante los últimos quince días.
Visto durante las comidas. Celebrado después de esa emboscada. No éramos en
absoluto amigos, pero, aun así, eran personas con familias que los querían. ¿Qué
les había atraído a participar en este concurso cuando sabían lo que estaba en
juego, y las probabilidades?

¿Fama? ¿Dinero?

Miré a cada uno de mis competidores de arriba a abajo, y ellos a mí. Siete
de nosotros. Uno por afinidad para esta ronda. Sólo cuatro de nosotros
avanzarían.

Mi tamaño ciertamente no intimidaba. No como tierra y madera. Sin duda


se habrían reído de mí si no hubieran visto u oído lo que había hecho durante
aquella emboscada. Pero lo habían hecho. Y sus expresiones serias me dijeron
exactamente lo que pensaban. Hielo, agua y metal eran más delgados, pero intuí
que no menos poderosos. Fuego, la única otra hembra en este encuentro, era
robusta. Todos poseían más de una afinidad. Se habían ganado sus puestos.
Supuse que yo también me había ganado mi lugar, pero ciertamente no de la
manera en que ellos lo habían hecho.

Independientemente de cómo habíamos llegado hasta aquí, todos habíamos


acabado en la segunda mitad del sorteo de la primera ronda. Doce de los cuarenta
y nueve hechiceros ya habían sido eliminados. Al atardecer, sólo quedarían
veintiocho de nosotros. Veintiocho hechiceros y veintiocho guerreros. Cuatro
rondas más la final, un mínimo de dos soles de descanso entre cada ronda,
excepto la final.Los guerreros tenían un sol completo para descansar. Los
hechiceros no tenían descanso entre la última eliminatoria y la final, para
asegurar que nuestros poderes no tuvieran tiempo de recargarse.

Quienquiera que haya acordado eso debió haber pasado por lo mismo.
El sol estaba a medio camino de su pico. No hacía demasiado calor. No
demasiado brillante. Nuestro campo, una de las cuatro zonas de práctica. Los
espectadores abarrotaban las laderas de hierba que descendían hasta la pista de
arena donde yo me encontraba.

Respiré varias veces para calmar mis pensamientos.

Lo mejor para lo mejor. Estás lista, Ali querida.

Kovis, con Rasa a su lado, se sentó al frente de una plataforma elevada. A


pesar de que se estaban celebrando otros dos partidos de primera ronda
simultáneamente, los veintiocho miembros del consejo se habían abarrotado en
la percha para ver mi combate. Sorpresa. Sorpresa. Sólo un puñado de ellos me
dirigió miradas de ánimo mientras otros dignatarios se unían a ellos.

Capté la mirada de Kovis y asentí con la cabeza.

Lo mejor para lo mejor. Por el Reino de los Despiertos.

La multitud se inquietó, lista para que comenzara el combare. No estaban


solos.

Al final, nuestro juez de combate se adelantó y repasó las reglas. El partido


terminaría en cuanto el tercer hechicero no pudiera continuar. La continuación
del combate, a partir de entonces, supondría la descalificación. El juez se trasladó
al borde de la cancha.

¿”Mi oferta” sigue siendo un incentivo? ronroneó Kovis, seguido con una
risita.

No pude evitar relajarme ante eso.

El juez del combate lanzó el disco. En el momento en que aterrizó,


concentré toda mi energía. ¡Vete a dormir! ¡Vete a domir!

Un latido después

—¡Por el Cañón!

—¿Qué?

—¡Los ha matado a todos!

—¿Qué poder es este?


Estas y otras exclamaciones surgieron de los dignatarios mientras se ponían
en pie, observando no sólo seis formas inmóviles en el campo, sino a los
espectadores totalmente callados.

Hasta la última persona sentada en el césped dormitaba. Incluidos mis


amigos.

Oops. Creo que me he pasado.

Kovis resopló por nuestro vínculo. No muy orgulloso.

Nuestro plan funcionó. Realmente funcionó. Nadie allí sabía de mi afinidad


con Somnus.

—No están muertos. Están dormidos —dijo Rasa mientras se ponía de pie.
Su seguridad silenció la cacofonía. Había oído hablar de mi poder, pero nunca lo
había experimentado.

Me miró, con sorpresa y aprobación en su rostro, y asintió antes de volverse


hacia los demás.

—Parece que mi campeona ha eliminado sin ayuda a seis competidores sin


matar a ninguno.

Le había dado a Rasa otra victoria que explotar en su concurso de poder.

Todos los presentes en la plataforma me miraron con ojos muy abiertos,


estudiando cada uno de mis movimientos. ¿No sabían qué hacer conmigo? ¿O
tenían miedo de que desatara más poder sobre ellos? Tal vez ambas cosas. Admití
que me gustaba la sensación.

Kovis aún no se había levantado. Lo hizo entonces, con una sonrisa en los
labios. Lord Beecham, Lady Cedany, y varios otros hostiles le lanzaron miradas
antipáticas mientras bajaba los escalones hacia el campo.

Bien hecho. Me dio un beso en la mejilla antes de tomar mi mano en la suya


y guiarme por la pendiente de hierba, a través de la masa de espectadores
dormidos. Estarían fuera un rato.

Parte dos de la conquista de la vid comienza ahora, dijo él.

¿Segunda parte? ¿Cuál fue la primera parte?

Resulta que estaba fuera de nuestra posada al amanecer, explicó.

¿Es ahí donde desapareciste?


Por casualidad, le conté a uno de mis compañeros tu historia, de cómo la
compulsión, y no la decisión por el honor, te trajo aquí. Mi colega, siendo la mujer
inteligente que es, por supuesto, se preguntaba quién sería tan malvado como
para hacer tal cosa. Y yo, siendo su comandante, no podía muy bien refutar su
respuesta. Al ser temprano, mi voz pudo haber atravesado las piedras.
Curiosamente, varios de los que me escucharon se ofendieron.

Imagina eso. Me reí.

Tus amigos, Hulda y Haylan, han estado “dejando que algunas cosas se
desprendan” junto con muchos de los soldados más entusiastas.

Le sonreí.

¿Aquellos con el número siete en sus cueros?

Asintió con la cabeza.

Entonces, ¿qué es la segunda parte?

Lo que hiciste, por supuesto. Nadie ha detectado tu afinidad, Ali. Una vez
que se despierten los testigos, la vid se encenderá con la noticia. Los impactamos
y los asombramos.

Me reí. El alivio, mezclado con los vestigios de la adrenalina, me dio vértigo.

—Cuando te reuniste con tus amigos, ¿le diste un vistazo a la arena? —


preguntó.

—No. Nos centramos en estos campos de prácticas.

—Entonces vamos a echar un vistazo para saber cómo prepararnos.

Se oyeron gritos y chillidos cuando pasamos por uno y otro de los


abarrotados campos de entrenamiento.

—¿Debo mirar? —pregunté.

—¿Así puedes anticiparte a los futuros rivales?

—Si.

—Podemos, pero no habrá mucha gente en la arena principal en este


momento. La vid puede ser un arma de doble filo. No sabemos qué anticipar, y
no quiero que se difundan nuestras reacciones.

—Eso suena siniestro.


—Sólo cauteloso.

Nos dirigimos a la plaza, pasamos por debajo del enorme arco de entrada,
junto a varios pilares imponentes, y subimos un alto tramo de escaleras. El gran
tamaño del edificio, la piedra rugosa, los colores oscuros, todos los aspectos, me
asombraron. Me temblaban las piernas. No había duda de que estábamos en una
provincia guerrera.

Al llegar al último escalón, apenas pude contener un grito. Ante nosotros


se extendía un campo en el que podría caber todo el distrito de los pañeros. Los
asientos acortaron la distancia entre nosotros y el campo. Me giré. Más asientos
se extendían hacia arriba. Dos niveles. La multitud sería enorme.

¡Mierda!

Me giré.

El suelo de la arena.

Lo estudié. Mi estómago se tensó. No es arena.

Peor. Piedra.

Una masa enorme y sin fisuras. No me importaba cómo habían logrado la


hazaña. ¡Ni un grano de arena! Las dos rondas finales se celebrarían aquí.

Y nuestro plan para dormir a mis competidores acababa de evaporarse.


¿Los guerreros querían poner a prueba el temple de los hechiceros? Porque no
sólo Somnus sería inútil, sino que madera y tierra también lo serían. Si alguna
de esas afinidades llegaba a la arena, necesitaría un segundo fuerte.

Está bien. No será una tan fácil, pero eres muy poderosa. Y estás preparada.

Asentí con la cabeza. Sólo tenía que convencer a mis nervios de eso.

Mi hazaña en la primera ronda no fue recibida con alegría por los oficiales
de la competición. Tuvieron que reorganizar los encuentros de la segunda ronda,
en el lado de los hechiceros de la competición— que deberían haber sido cuatro
encuentros de siete hechiceros cada uno, eliminando a dos en cada encuentro,
tuvo que cambiarse a cinco encuentros, de cinco hechiceros cada uno, eliminando
a dos en cada encuentro.

Me perdí en las matemáticas cuando Kovis me lo explicó, pero la suma total


era que sólo tendría tres partidos de clasificación, no cuatro. Con los
competidores extra que derribé, eliminé una ronda entera para los hechiceros.
No hace falta decir que los competidores guerreros no estaban muy contentos.
Los hechiceros serían más fuertes en la ronda final. O eso decían.
No reconocieron el hecho de que los hechiceros seguirían sin descansar
entre la tercera ronda y la final. Eso no había cambiado. No seríamos más fuertes.
Pero como la batalla era por el poder, les dio a los guerreros algo por lo que
rabiar. Y una herramienta para agitar la disidencia entre los espectadores. Parecía
que ellos también entendían que la multitud podía ser aprovechada como una
pieza del juego.

Un sol después de mi primera victoria, Lord Beecham comenzó una


campaña para descalificarme alegando que no había respetado las reglas del
partido. Se suponía que una partida terminaba en cuanto el número requerido
de hechiceros no podía continuar. Si un competidor luchaba después, sería
descalificado. Al hacer dormir a todos mis oponentes, sostenía, había ignorado el
mandato de cese y desistimiento.

Los funcionarios discutieron la moción durante un tiempo, pero finalmente


decidieron que no había ignorado la regla. Más bien, el juez, el único que podía
detener el partido, había estado dormido, junto con todos los competidores, por
lo que no se podía decir a los competidores que cesaran.

Sospeché que Rasa o Kovis les habían ayudado directa o indirectamente a


tomar esa decisión, pero no tenía pruebas. Cuando le pregunté a Kovis al
respecto, se encogió de hombros.

—Creo que sólo quieren ver qué más puedes hacer.

—Oficiales de guerra. —Mi tono goteaba de sarcasmo.

Me guiñó un ojo.

Mi segundo asalto llegó y se fue en un borrón. De nuevo había eliminado


a más hechiceros de los que debía. Pero mi mayor preocupación persistía. La
siguiente ronda se celebraría en la arena principal.

No podía practicar en ninguno de los anillos de entrenamiento abiertos


como mis oponentes. No sin arriesgarme a revelar mi afinidad con Simulus antes
de los combates finales. Así que, en su lugar, Kovis, Allard, Haylan, Hulda, o una
combinación de ellos, me acompañaron mientras me mezclaba con la multitud
en Flumen. Mucha gente había venido de todas las provincias para ver El
Noventa y Ocho. Percibí las afinidades de los hechiceros que encontrábamos.
Como mis compañeros no tenían esta habilidad, para demostrar que había
identificado correctamente dicha afinidad, tuve que hacer —algo— con un hilo
de la magia del sujeto.

Como si pudiera haber alguna duda, a Kovis se le había ocurrido la idea. Y,


como sabía que era su intención, me encontré distraída de mis preocupaciones
cuando, en primer lugar, una niña exclamó a su asombrada madre que su bebida
se había rellenado de algún modo. Una silla extra apareció en un café desbordado,
gracias a un hechicero de la tierra. Una enredadera errante le arrancó el sombrero
a una hechicera de la madera que pasaba por allí. Estas y muchas otras bromas
que hice, mi sujeto nunca se enteró. Mi cómplice y yo inevitablemente nos
disolvimos en risas, incluso Allard.

Pero, aunque el ejercicio resultaba divertido, nunca olvidaba por qué lo


practicaba.
Cuando llegamos a Flumen, nadie más que mis compañeros de viaje me
conocían, ni sabía lo que podía hacer. Después de mi primer combate, de vez en
cuando un guerrero competidor me reconocía fuera del campo y me evaluaba.
Inevitablemente, él o ella se burlaba, diciendo que los rumores eran exagerados.
Pero a medida que la primera noche llegaba a su fin, los asentimientos sustituían
a los abucheos entre los guerreros.

Los espectadores veían mi inusual pelo rubio fuera del campo y me


señalaban, muchos con asombro. Otros negaban con la cabeza. De estos, escuché
fragmentos de conversaciones susurradas —obligada, el consejo, hambrienta de
poder, con miedo de ella, deshonroso, mancillada, y más. La vid movilizó el
sentimiento.

Pero no estaba segura de qué hacer con eso. Kovis me aseguró que no me
preocupara.

El sol estaba a medio camino de su cenit cuando entré en el campo con


otros doce hechiceros —cinco mujeres, siete hombres, todos con doble afinidad—
. Tenía que superar esta tercera ronda clasificatoria con suficiente energía para la
final.

Los espectadores me señalaron y gritaron para animarme: habían oído mi


historia. Les agradecí con un saludo. Aunque mi intención era sólo darles las
gracias, mi agradecimiento alimentó su indignación y se volvieron más inquietos.

Mis oponentes siguieron mirándome, y luego compartiendo miradas y


asentimientos entre ellos mientras nos distribuíamos por el campo, lo mismo que
habían estado haciendo desde que nos reunimos. Apreté los dientes. Parecía que
se habían confabulado para acabar conmigo. Sabía que los hechiceros no se
adherían a las mismas normas de lucha que los guerreros, pero nunca había
previsto esto. La única forma en que creían tener una oportunidad contra mí,
aparentemente, era confabularse. Bien, que empiece el partido.

Dejé que una de las comisuras de mi boca se levantara, y mis oponentes


aumentaron el ritmo con el que compartían miradas.

Parece que alguien sabe cómo causar revuelo por sí sola, envió Kovis.

He aprendido del mejor.


Se sentó en el centro delantero de la sección de dignatarios, de nuevo junto
a Rasa.

No te pongas demasiado engreída.

Si, maestro.

Kovis resopló. Dificilmente.

Los locutores hicieron las presentaciones. El juez de campo siguió una


eternidad después con las reglas.

Solo elimina seis y está hecho.

Si sólo eso fuera tan fácil como suena.

Tragué con fuerza, sabiendo que sería cualquier cosa menos eso, y rechacé
más pensamientos ruinosos que harían que me mataran, seguro. Finalmente, la
jueza se dirigió a un lado del campo.

Por una vez, Kovis no hizo ninguna sugerencia a través de nuestro vínculo.

Concéntrate, fue su respuesta.

La jueza le tendió el disco de salida.

No quería matar a compañeros hechiceros, pero era matar o morir. Y si no


ganaba Los Noventa y Ocho, el Reino de los Despiertos tal y como lo conocíamos
dejaría de existir.

El disco golpeó la piedra.

El sonido ni siquiera había hecho eco antes de que una ráfaga de agua, un
muro de fuego y una lluvia de dagas de hielo se lanzaran hacia mí. Construí un
tornado protector a mi alrededor, justo antes de que el trío chocara.

Mi defensa resistió.

La sorpresa de la multitud —que yo lucharía— apenas se notó mientras


exprimía hasta la última gota de poder del portador de fuego que me había
enviado la primera ráfaga...ni siquiera una chispa brotó de sus dedos. Me sentí
mareada por la irrupción de fuego y metal. Tenía más poder que cualquiera de
los que había sacado antes. Mucho más.

El estadio se arremolinó.

Lucha. Lucha.
Me estabilicé y dirigí su llama hacia los otros dos magos que habían atacado
primero, agua y hielo. El agua se mezcló con mi llama y el vapor se elevó donde
nuestros poderes chocaron. Pero mi fuego besó a hielo antes de que pudiera
levantar un muro, su aire era demasiado lento. Su grito de agonía fue el último.
Se me aclaró la cabeza y lancé una ráfaga de viento contra la espada que lanzó
un mago de metal. La redirigí y la estrellé contra otro hielo que había intentado
congelar el agua en la que me encontraba, cortesía de otro de sus compañeros.
Solté una espada de mi propia fabricación, gracias a ese primer mago, contra un
hechicero de fuego. La sorpresa iluminó su rostro. Tierra era su afinidad
principal, y completamente inútil.

Apesta ser tú.

Los espectadores lanzaron un jadeo colectivo. Habían contado mis


afinidades: fuego, luego aire y finalmente metal. Inspiré y me desplacé hacia un
lado, hacia la piedra seca, antes de que otro hielo tuviera alguna idea,
manteniendo a mis oponentes donde pudiera verlos. Otro fuego se lanzó hacia
mí. Me mezclé con ella, volviéndola blanca en mi ráfaga de viento y la extendí
sobre el último mago de hielo, y dos metales. Uno de los metales, se mezcló con
ella. El otro compartió su afinidad primaria con la madera y el olor a carne
quemada se unió a la furia. El mago de hielo se desvió con agua, y la niebla se
elevó.

Aspiré aire.

Otro agua condensó la niebla, añadió un frío y lanzó un muro de agujas de


hielo hacia mí. Las hice girar en el aire y luego añadí más fuerza a mis vientos.
Las puntas heladas atravesaron el cuero de un mago de metal como si fuera
mantequilla, hundiéndose en su pecho. Su afinidad con la madera no pudo
retenerlo en esta bobina mortal.

Jadeé, tomando valor en un latido del corazón. Había derribado cuatro.


Faltan dos.

Sólo uno. Alguien ha matado a ese mago de fuego al que le has quitado el
poder.

Queda uno. Agarrar. Sí. Me marearía, pero me agarraría de nuevo y


terminaría con esto.

Me agarré a un hechicero de agua mientras me atacaba de nuevo y le drené


su poder. Me llevé su magia de hielo con él. Un mago de metal lo remató. Apenas
escuché el silbido del juez. La multitud estalló.

Había sobrevivido. Apenas. Había tenido suerte. Y lo sabía.


Mi agotamiento, combinado con la absorción de tanta energía, me hizo
volver a marearme. Pero al menos esta vez, no tuve que estabilizarme y luchar
contra la sensación de torbellino. Así que me rendí. Lo siguiente que recuerdo es
que Jathan y Haylan se inclinaron sobre mí para hacer un inventario de mis
heridas. Mi cuerpo se agitó, vibrando con el exceso de magia.

¡Ali! ¡Di algo!

El zumbido en mi cabeza hacía difícil escuchar a Kovis. Jathan y Haylan


me preguntaban. Los locutores llenaron el aire con anuncios. El público zumbaba.
Todos los ruidos se mezclaban en una confusa cacofonía.

Me esforcé por concentrarme. ¿Kovis...?

Imaginé que exhalaba.

Ahora mismo estaré ahí.

Quemaduras y cortes en las manos y el cuello, según Jathan, pero nada que
no pudieran arreglar antes de la batalla final. Pero el zumbido. Tan fuerte. Haylan
me sostuvo el brazo mientras intentaba ponerme de pie, pero mis piernas
tuvieron un espasmo y me caí.

Los espectadores jadeaban.

—¡Métanla en la tienda! —ordenó Jathan.

Dos soldados me subieron en una camilla y luego me sacaron del campo y


me llevaron a una enfermería improvisada en la planta baja de la arena. Haylan
corrió una cortina de privacidad en cuanto pasamos. Kovis atravesó el velo un
instante después, con su capa azul volando tras él. Me agarró la mano justo
cuando otro temblor me sacudió. Los guardias bajaron la camilla, me trasladaron
a un catre y se fueron.

Jathan levantó una mano.

—Está a punto de explotar con el agua y el hielo de su último oponente.


Necesita desangrarse un poco. Pero no tendrá control en su condición actual.

—¿Puedo hacerlo, a través del vínculo? —Preguntó Kovis. Sentí sus


emociones agitadas. Quería, no necesitaba, ayudar. Ese combate tampoco había
sido fácil para él.

Jathan sólo pensó en un latido del corazón.

—Lo mismo que antes, pero al revés. Sí, creo que sí.
No había estado despierta cuando Kovis me infundió su magia la última
vez, pero me lo había contado todo. Y aunque no había compartido conmigo la
agitación emocional por la que había pasado, lo había percibido.

—No lo tomes todo. Será demasiado, incluso para ti. Toma sólo lo suficiente
para que su cuerpo se asiente con él. —dijo Jathan.

Apenas los oí por encima del zumbido. Intenté sujetar mis extremidades
temblorosas mientras Kovis se quitaba la capa, y luego la parte superior de sus
cueros. Se sentó, en camiseta, y volvió a tomar mi mano entre las suyas.

Cerró los ojos y se acercó a ese vínculo entre nosotros.

—Tómatelo con calma. No demasiado a la vez —dijo Jathan.

El zumbido era muy fuerte. Mis brazos y piernas volvieron a sufrir


espasmos.

Tardó un rato, y la camisa de Kovis estaba empapada para cuando mis oídos
dejaron de pitar, pero finalmente me sentí normal de nuevo, poderosa pero
normal.

—¿Estás bien? —le pregunté, incorporándome lentamente.

—Tranquila —dijo Haylan.

—Esa es la pregunta para ti. —Kovis dejó escapar una pequeña sonrisa—.
Pero sí, estoy bien. Apestoso y mojado. Pero mejor que nunca

Su tatuaje mostraba el color verde a través de la camisa blanca que se ceñía


a su pecho: paz, tranquilidad, armonía. Jathan curó mis otras heridas mientras
Haylan recuperaba el almuerzo. Cuando terminaron, nos dejaron.

Kovis se sentó a mi lado y me atrajo hacia él.

Ninguno de los otros once catres tenía ocupantes, prueba de que las heridas
sufridas en rondas anteriores habían quedado sin tratamiento. La idea me hizo
reflexionar. Demasiado cerca. Aquel combate había estado demasiado cerca.

Tuve suerte de estar viva. Se me cortó la respiración al pensarlo.

—Estuviste increíble ahí fuera, Ali. —Habló en mi cabello. Hogar. Sus


brazos estaban eran mi hogar.

Al final, me aparté y le miré a los ojos. Preocupación. Pesadez. También


una pizca de ira. No me sorprende que su tatuaje se haya vuelto marrón. Me
levanté, me bajé del catre y me desprendí de sus brazos. Me quedaba un combate
más y había que prepararse.

Kovis me observó sin hacer comentarios mientras caminaba de un lado a


otro varias veces, probando mis piernas. Me detuve frente a él, y luego hice un
gesto hacia la mesa en la que Haylan había dejado nuestra comida.

—Vamos. Necesito todas mis fuerzas.

Mientras comíamos en silencio, mis pensamientos eran todo lo contrario.


Ese partido había sido duro. Y en este siguiente, sólo podía hacer un inventario
de mi situación:

Número uno, de los seis hechiceros restantes, un mago de hielo tenía a tierra
como su principal, por lo que sería más fácil de caer. Mi estómago se mareó ante
el pensamiento— contar con su vida como algo que se puede aprovechar. Sacudí
la cabeza.

Número dos, mi magia de aire se sentía escasa a pesar de que el hielo y el


agua palpitaban en mis venas.

Número tres, mis oponentes en la última ronda se habían centrado en mí y


habían conservado gran parte de su poder.

Número cuatro, en esta ronda había siete guerreros finalistas.

Con hechiceros a estos niveles de poder, parecía que los guerreros no


tendrían muchas posibilidades. Pero entonces, nunca había luchado contra un
guerrero. Los diez puñales que llevaría conmigo —todos los que caben en mis
cueros— aún podrían entrar en juego.

Cuando levanté la vista de mis reflexiones, Kovis había dejado de comer y


me miraba fijamente. No sabía cuánto tiempo me había estudiado, pero confiaba
plenamente en que me ayudaría a sobrellevar la situación. Es lo que hacía. No
tenía palabras para expresar mi gratitud por cómo me ayudó a centrarme.

—Lo mejor de lo mejor, Ali. Te lo prometí.

Levanté la mano y ahuequé su mandíbula.

—Gracias...

—¡Perdón! —Hulda dudó dos latidos antes de atravesar la cortina de


privacidad, como si la curiosidad la impulsara—. Espero no interrumpir nada.

Bajé el brazo.
—¿Esperabas hacerlo? —Kovis se rió, y luego negó con la cabeza—. Oh, no.
Lo sé. Has atrapado a los dos hechiceros más poderosos juntos, y aún buscas
respuestas a tu pregunta.

Sus mejillas se sonrojaron, creciendo hasta alcanzar el color de su cabello.

Mi cara se calentó.

Me guiñó un ojo, sin duda viendo la oportunidad de disipar parte de mi


angustia. Continuó.

—Realmente necesito hablar con Cedric. Que su dama venga buscando


consejo, por ejemplo.

Hulda chilló. Lo corté.

—¿En qué podemos ayudarte?

Kovis fingió ofenderse mientras mi amiga sacaba un bulto de material


blanco de su espalda.

—En realidad, no buscaba consejo —dijo ella.

Kovis frunció el ceño.

—Una pena.

Se aclaró la garganta.

—Haylan dijo que te vendría bien una muda de camiseta. Allard me ayudó
a recuperarla.

—¿Estás segura de que no buscas consejo? —dijo Kovis, enarcando las cejas.

Hulda lanzó un grito y apartó los ojos que habían estado recorriendo la
camiseta húmeda que aún tenía pegada.

No pude contener la risa. Se rompió.

—Gracias. Ha sido muy amable —respondió.

—Los que se sientan a mi alrededor durante la final también apreciarán el


gesto.

Dudó después de entregárselo.

—¿Quieres que me cambie? ¿Ahora mismo? —Los ojos de Kovis bailaron.


Hulda sacó una mano y cubrió un jadeo.

—¡No, mi príncipe! Me disculpo. —Se apresuró a retirarse, cerrando de golpe


la cortina de privacidad tras ella.

Nos reímos a carcajadas, la liberación nunca fue más oportuna.

Cuando mi estómago se relajó de tanto reír, nos pusimos sobrios y pasamos


a discutir la estrategia para este último partido. Pero el humor de ambos había
mejorado.

Se lo agradecería a Hulda más tarde. Sí, habría un después. No importaba lo


extenuante que fuera esta última ronda, me aseguraría de ello. Ella, Kovis y el
resto de mis amigos eran lo bueno de este mundo. Y que me condenen si dejo
que Padre les haga daño, porque lo hará si no lo detengo.
El público se puso en pie, con un volumen ensordecedor, cuando catorce
personas salimos del túnel y entramos en el campo. Una piedra había sustituido
a mi estómago. Desde que nos habíamos reunido bajo las gradas, los trece habían
compartido miradas silenciosas. No dejaban lugar a dudas sobre el tema. Después
de todo lo que había oído, creí que los guerreros serían diferentes, pero su grito
de honor y dignidad había sido una farsa.

Sólo hay seis hechiceros. Sigue nuestro plan.

La angustia traicionaba a Kovis, sus palabras estaban impregnadas de ella,


por más que intentara convencerme de lo contrario.

Te amo, respondí.

Detente. El Reino de los Despiertos te necesita. Hizo una pausa. Ali, te


necesito.

Lo mejor para lo mejor, respondí, tragando con fuerza.

Esa es mi dama.

Un locutor nos presentó a cada uno de nosotros. Mi recibimiento se ganó


una ovación, junto con un estruendo de descontento. Miré hacia el palco de
Kovis. Rasa permanecía sentada, con el rostro erguido, ilegible. Lord Beecham y
otros miembros del consejo también permanecían sentados, pero se sentaban
hacia delante, sin duda con la curiosidad de saber cuál de mis oponentes daría el
golpe de gracia.

El juez de campo recitó las reglas en un tono monótono y, demasiado


pronto, se retiró a un lado del campo. Kovis permaneció en silencio por nuestro
vínculo, pero percibí su agitación. El juez tiró el disco de salida. Me preparé.

Mis dedos se crisparon, listos para construir un muro protector de viento a


mí alrededor.

El disco golpeó la piedra. Y luego resonó, mientras me envolvía. La


multitud contuvo la respiración. Ni siquiera un bebé lloró. Observé a mis
oponentes, preparada para la primera embestida. Estaba tan concentrada que la
sorpresa del público apenas se hizo notar.
En lugar de levantar las manos, cada uno de mis competidores las dejó caer
y cerró los puños a los lados, asintiendo entre sí. No me atreví a desviar mi
atención, pero por el rabillo del ojo, Lord Beecham arrancó el amplificador de
voz de la mano del locutor y bramó,

—¿Qué significa esto?

Uno de mis oponentes, un hombre corpulento, vestido con cueros


desgastados, dio un paso adelante. Una cicatriz le recorría desde la oreja hasta la
comisura de los labios. Un guerrero, a juzgar por su ausencia de cualquier rastro
de magia.

Llenó sus pulmones y replicó—: Soy Marson. Y no vamos a luchar.

La multitud rugió. Los ojos de Lord Beecham se volvieron duros, fríos.

Mantuve mis vientos defensivos. Sus palabras me dejaron sin aliento. El


guerrero esperó hasta que la multitud se calló.

—Usted y sus miembros han obligado a esta retadora a luchar contra su


voluntad.

La multitud volvió a estallar. Lo sabían. La vid había hecho su trabajo. Este


guerrero dio voz a su frustración contenida.

Marson continuó.

—Yo, nosotros... —miró a mis enemigos— luchamos por el honor y la


dignidad. Sí, cada uno de nosotros busca ganar, pero sólo mientras mantenemos
nuestros principios. Usted, señor, lo ha hecho imposible. No somos herramientas
en sus manos para ser utilizadas. Ese no es el propósito de Los Noventa y Ocho.
Ochenta y cuatro de nosotros ya hemos ofrecido nuestras vidas honorablemente.
¿Cómo puede deshacer su valor de esta manera? Nos negamos a ser parte de sus
juegos políticos. Usted y sus miembros tienen una queja contra esta mujer.
Resuélvanla ustedes. Nosotros no lo haremos.

—¡No murieron todos! —Lady Cedany chilló.

—La muerte no es la medida del honor, señora. Todos los hombres y


mujeres que entraron en esta competición lo hicieron con valentía, sabiendo lo
que podía ocurrirles. Incluir a una competidora, sin ser su propia elección, sería
deshonrar a todos.

—¡Le tienes miedo! —Gritó otro miembro del consejo. Lo había visto pero
nunca lo había oído.

Claramente, no necesitaba hacerlo.


—Entonces, ¿cómo quiere que se corone a un ganador? —Ladró Lord
Beecham.

—El hecho de que la campeona de la corona haya perdurado hasta ahora


habla mucho de su poder. Pero ver cómo se ha perseverado en esta prueba con
gracia, habla de su carácter. —Ante esto, Marson se volvió hacia mí.

Solté mis vientos con cautela.

—Ponnos a dormir, campeona de la corona.

Los otros asintieron.

—Yo... necesito arena.

La hechicera de tierra, la mujer que había creído débil, se adelantó.

—Soy de tierra. Así que conseguiré un poco. —Miró el suelo de la arena,


con una sonrisa en la cara.

Miré entre ella y el suelo y volví a mirar.

—¿Quieres decir...? Pero no eres lo suficientemente poderosa.

—Lo sé. No necesito serlo.

Ella me había visto quitarle poder a los competidores en el último partido.


Todos lo habían hecho. No sé si los guerreros entendían, pero mis compañeros
hechiceros sí. Miré de uno a otro. Todos asintieron.

Le devolví una inclinación de cabeza, antes de volver mi atención a la


inquieta multitud. Ignoré a Lord Beecham, que se desgañitaba y gesticulaba en el
palco de los dignatarios. Marson no había dicho nada más, a pesar de los repetidos
intentos del lord por sonsacarle palabras.

Localicé a una docena de hechiceros y hechiceras de tierra en la arena.


Probablemente había más, pero sólo necesitaría estos.

Saqué una hebra de poder de cada uno, y luego miré a la mujer.

—¿Lista?

—Lo estoy.

Ella se preparó mientras yo le arrancaba su poder. Antes de que mi cuerpo


tuviera la oportunidad de asimilar la corriente burbujeante, envolví las hebras
más pequeñas con las suyas, cerré los ojos y dirigí toda la fuerza hacia el suelo.
Gritos y aullidos estallaron mientras una ola tras otra de fuerza bruta
golpeaba la roca. Como un niño obstinado, se negó a astillarse o doblarse. Al
principio. Pero no pudo resistir el implacable golpeteo. Obligaba a una grieta a
mostrarse. Luego otra. Y otra más. Se rindió, y dirigí grandes trozos hacia arriba
y lejos de los competidores y espectadores con mis vientos. El poder prestado
finalmente se desvaneció y se secó, pero no antes de que la marga8 sustituyera a
la roca.

Se hizo el silencio cuando la gente salió de su escondite para ver la


devastación que había provocado. Mis oponentes se habían refugiado en su lugar,
confiando en mis vientos. Cada uno de ellos estaba en su propia isla de roca,
parte del suelo que yo había protegido. Miraron a su alrededor, sonriendo.
Marson empezó a aplaudir.

Un aplauso ensordecedor llenó el lugar.

—Mi lady —gritó Marson por encima del estruendo.

Hice un gesto a mis oponentes para que se bajaran de sus plataformas de


roca y luego les di un pulgar hacia arriba.

Vayan a dormir. Vayan a dormir.

Mis oponentes se desplomaron en el suelo y los jadeos sustituyeron a los


vítores.

Bien hecho, Ali querida. Su voz contenía asombro y alivio.

Pero un dolor punzante en mi espalda me obligó a dar un grito. A pesar de


ello, giré. Un mago de metal con una afinidad secundaria de aire me miraba
fijamente: ¡me había empalado a través de una brecha en mis cueros! El otro
hechicero, de aire y agua, plantó sus pies en el suelo blando no muy lejos. Sus
ojos estaban nublados.

Dolor punzante.

Nublado. Nublado. ¿Qué había aprendido?

Agonía palpitante.

El ataque rebelde. Ojos turbios. Mi mente luchaba por forzar la razón. El


sentido me hizo cosquillas. Tan cerca pero apenas fuera de alcance.

El metal se jactó.

8
roca sedimentaria compuesta principalmente de caliza y arcillas
—Han renunciado, honorables tontos. Ahora, veamos de qué están hechos
realmente.

Rugí mientras mis vientos lo agarraban, luego le abrí la boca y forcé el agua
que, almacenada, por su garganta. No le di tiempo para bloquearse. Se aferró a
las manos invisibles que sostenían sus mandíbulas, luego se dejó caer y se retorció
hasta que le llené los pulmones y el exceso salió a borbotones.

Me tambaleé y luché por mantenerme en pie. Dolor punzante.

Ojos turbios. Ojos turbios.

Mi último enemigo recogió el agua encharcada y la envió hacia mí. Y desaté


el hielo que aún iluminaba mis venas. Me lanzó una mirada incrédula. Lo había
olvidado. El agua se congeló al volar, formando un grueso arco. Había gastado
casi todas sus reservas en ese movimiento. Él había querido matarme. Matar.
Pero lo había olvidado. Y con un susurro de poder, desencadené un muro de
dagas de hielo que encontraron su objetivo y se clavaron profundamente en la
parte delantera de sus cueros. Murió antes de que sus ojos pudieran cerrarse.

La multitud enloqueció.

¡Ali!

Ardiendo. Dolor punzante. La cuchilla seguía clavada en mi espalda.

A pesar de la agonía, me puse de pie sobre este último enemigo y miré sus
ojos vacíos, pero nublados. Y por fin recordé. ¡Padre! Por eso estos dos no se
habían dormido. ¡Los había poseído! ¡Y él estaba aquí!

Me hundí de rodillas, la agonía me abrumaba.

¡Ali!

Apenas escuché al anunciador.

—Felicitaciones a la campeona de la corona por esta impresionante victoria.


¡Veremos a muchos de ustedes en el baile de esta noche donde nuestra emperatriz
entregará el premio!

Había terminado. Lo había hecho. Había ganado.

Pero Padre me había encontrado.


Kovis se abalanzó, me apartó el pelo y me plantó besos en la mejilla.

—Has ganado. Vas a estar bien. —Parecía que intentaba tranquilizarse a sí


mismo tanto como a mí.

Me moví y me estremecí cuando la cuchilla hizo que el dolor me recorriera


la espalda y las piernas.

—Lo sé. —Jadeé—. Si el noventa y seis no pudo matarme, que me parta un


rayo si dejo que este imbécil acabe conmigo.

Kovis se rió. Esa es mi dama.

Jathan y dos asistentes con una camilla aparecieron a mi lado. Vi cómo otros
comisarios levantaban a mis competidores dormidos en palés y los sacaban del
campo. Se perderían el balón.

Jathan volvió a llamar mi atención al decir—: Si te movemos antes de que


salga la cuchilla, te hará más daño.

—Sólo hazlo —siseé.

Aplasté la mano de Kovis mientras él sostenía la mía, y luego grité cuando


el Maestro retiró la hoja. Pero con la misma rapidez, el frescor sustituyó al ardor
mientras me curaba la herida, por dentro y por fuera.

Exhalé, agotada.

—Me gustaría una siesta.

—Puedes tener lo que quieras, mi queridísima Ali.

Kovis volvió a besarme. Sentí que el alivio inundaba sus emociones. No


estaba sola. Me trasladaron a la camilla y salieron de la arena, con mi príncipe
sosteniendo mi mano todo el camino.

El sueño me reclamó tan rápida y profundamente que no recordé haber


llegado a la tienda de los sanadores. Pero cuando me desperté, las lámparas
estaban encendidas. Los ronquidos surgieron del otro lado de la cortina de
privacidad que rodeaba mi catre.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Kovis.


Me estiré y bostezé. No hay dolor.

—Bien. Me siento bien.

—¿Hasta para la cena y el baile?

Todas las bromas y chistes que había hecho sobre esta noche inundaron mi
mente, y mi corazón se aceleró. ¿Hablabas enserio sobre los “planes” para
después? Moví las cejas, como él había hecho tantas veces.

Nunca más. Un ronroneo.

Se me cortó la respiración.

Aparté de mi mente lo que había aprendido sobre Padre. El pánico y la


preocupación me habían consumido durante demasiado tiempo. Suficiente.
Había terminado con ello. Extraería cada pedazo de placer de esta noche. Nadie,
ni siquiera Padre, me detendría.

No creía haber visto a Kovis sonreír tan ampliamente.

Durante tanto tiempo. Nunca.

Me presenté ante él lavada, vestida y arreglada, gracias a la ayuda de Haylan


y Hulda. Su cara quedó en blanco, como en la tienda de Madame Catherine. Sus
ojos me recorrieron de arriba a abajo, llenos de deseo como si saboreara cada
parte de mí. Lástima que mis amigos estuvieran aquía

No. No diría nada en contra de ellas.

Me habían envuelto en abrazos y apretones ansiosos en cuanto me vieron


y luego insistieron en ayudarme a prepararme. Hulda se puso a llorar cuando me
saqué el pantalón corto. Mis mejillas se sonrosaron a juego con la suave seda antes
de que Haylan cortara las sugerencias de nuestra amiga sobre lo que podría
hacerle a cierto príncipe esta noche. Enarcó las cejas y Haylan le dio un manotazo,
poniéndose ella misma un poco rosa.

Habían ocultado el cambio bajo el vestido sin tirantes, pero yo sabía


exactamente lo que llevaba debajo. Mi mente no podía pensar en otra cosa
mientras me sujetaban el pelo en un arreglo suelto en la parte posterior de la
cabeza. Los suaves mechones me rozaban el cuello; el pelo había vuelto a crecer
por completo y me encantaba. Me colocaron un collar de perlas que Kovis me
dio.

Sexy y regia. Eso es lo que era.


Kovis se detuvo ante mí y me miró a los ojos. Se llevó mi mano a los labios
y me besó el dorso.

—Estás increíble, Ali querida. —Salió sedoso.

Hulda sonrió. Haylan se situó cerca de ella, como si estuviera dispuesta a


sujetar cualquier cosa inapropiada que pudiera decir nuestra amiga.

—Permíteme añadir un toque final. Te he traído algo. —Kovis cogió una


caja cubierta de terciopelo de la mesa auxiliar y abrió la tapa.

Me llevé una mano a la boca.

—Son preciosos.

El collar gargantilla contenía un enorme zafiro ovalado —de tres dedos de


altura— con un anillo de perlas, engarzado con seis hilos más.

Exquisito. Era la única palabra que me venía a la mente.

A su lado había un par de pendientes de perlas en forma de lágrima.

Pasé un dedo por ellos.

—¿Cuándo...?

—La tarde en que arreglé una prueba con Madame Catherine. Te habías
quedado dormida. Ella y el joyero permanecieron abiertos para mí.

No tenía palabras. Pero no lo sabías...

—Tenía fe en ti.

Cerré los ojos y saboreé el momento.

—Permíteme. —Kovis sacó el collar de la caja y se puso detrás de mí. Lo


ajustó, pero no demasiado, y luego lo abrochó. Sus dedos se detuvieron y oí cómo
se aceleraba su corazón. Me plantó un beso en el costado del cuello, y mi ritmo
cardíaco aumentó hasta alcanzar el suyo.

Alcancé el primer pendiente antes de que no pudiéramos detener lo que


Kovis había empezado.

Él sólo se rió de nuestro lazo.

¿Quieres parar?

Mi cara se calentó, y casi se me cayó el segundo pendiente.


No, pero entonces no podías presumirme.

Por desgracia, tienes razón.

—¿Quieres compartir? —preguntó Hulda, observando nuestras expresiones


juguetonas.

—¿No tienen que prepararse? —pregunté.

—Sí, tenemos que hacerlo. Nos vemos allí. —dijo Haylan. Agarró el brazo
de Hulda y la arrastró fuera de nuestras habitaciones.

Kovis se había despojado de sus cueros y se había aseado mientras yo me


preparaba. Cuando mis amigas se fueron, aproveché la oportunidad para
deleitarme con mi príncipe. El calor se reflejaba en sus ojos cuando me acerqué
a él y pasé una mano por su duro pecho. Jugué con el cuello de su túnica,
adornado con oro. No porque hubiera pasado por alto algún detalle de su
atuendo, porque no lo había hecho. Jugué con él porque no me cansaba de
mirarlo.

Llevaba un abrigo hasta el suelo, azul real y sin mangas, acentuado con el
emblema de Altairn. El color hacía juego con los zafiros ovalados de la fina
corona de oro que llevaba en la cabeza.

Mi mano apretó la piedra en mi garganta al darme cuenta.

—Tú...

Sonrió.

—Estás haciendo una gran declaración.

Se encogió de hombros.

—Que la gente piense lo que quiera. Eres la campeona de la corona.

Difícilmente se justifica el emparejamiento de zafiros. Le di una palmada


juguetona en el pecho. Luego toqué la seda blanca de su túnica ajustada.

Sus ojos siguieron todos mis movimientos. Sentí que mis mejillas se
calentaban y me obligué a dar un paso atrás. Era necesario, antes de soltar el nudo
que sujetaba su cinturón por encima de la túnica y los pantalones negros.

Más tarde. Definitivamente, más tarde. A este ritmo, tendríamos suerte de


llegar al primer baile antes de sucumbir a nuestras pasiones.

—Tal vez deberíamos irnos —dije.


—Si lo deseas, Ali querida. —Extendió un codo.
La música creó un ambiente festivo a medida que nos acercábamos a la sala.
Los instrumentos de cuerda creaban una sensación ligera y etérea que se elevaba
hasta el techo y más allá. Lo respiré. Me abrí. Liberando la presión de las lunas
pasadas. Todavía trataba de comprenderlo. La campeona de la corona. La melodía
estalló en mí y empecé a tararearla.

Kovis miró hacia abajo y sonrió.

Le apreté el brazo.

—¿Lista? —Ladeó la cabeza cuando nos detuvimos frente a las puertas


abiertas de la sala.

El espacio, elegantemente decorado, rebosaba de juerguistas. Nuestros


nombres apenas habían salido de los labios del anunciador cuando estallaron los
vítores.

—¡Campeona!

—¡Coaccionada, pero superada!

—¡No pudieron con ella!

—¡Increíble!

—¡Les demostró!

Estos y otros elogios llenaron el aire. Kovis se apartó y se unió a los


aplausos.

Vi a Haylan, Hulda, Jathan y al resto de mis amigos entre la multitud.


Aplaudieron con más fervor que los demás a su alrededor, y dibujaron sonrisas.
Después de todas mis luchas, el reconocimiento y el aprecio me llenaron. Los
aplausos no cesaban. Me dolían las mejillas de tanto sonreír. Aun así, saludé y les
di las gracias.

Kovis se rió a carcajadas, con los ojos bailando.

Cuando los aplausos por fin disminuyeron, volví a coger el brazo de Kovis.

—Nunca se han prolongado tanto los aplausos al campeón —susurró.


La gente me reconocía con asentimientos, algunos añadiendo felicitaciones,
mientras pasábamos entre la multitud.

Rasa se acercó con sus guardias. Una corona adornaba su cabeza y sus faldas
de brocado de marfil se agitaban. Sin duda, tenía estilo. Kovis y yo nos
inclinamos. Mi cuerpo se tensó como siempre lo hacía cerca de ella.

—Levántense. Por favor. —Ella sonrió.

—Pareces estar de buen humor esta noche, hermana.

—De hecho, lo estoy. Todo gracias a ti, Ali. Mi campeona.

—Gracias, Emperatriz.

La sonrisa que me dio se encontró con sus ojos. Lo decía en serio. Había
dado la talla. Mis hombros se relajaron un poco. Pero su gracia se desvaneció
cuando sus ojos se movieron entre mi gargantilla y la corona de Kovis.

—Una declaración audaz, hermano. —Se encogió de hombros.

—Puede ser. No debería ser noticia a estas alturas.

—Una cosa es apoyar a nuestra campeona y otra hacer un anuncio.

Mi estómago se tensó.

—Ahora no es el momento, hermana. Mira, estás arruinando la merecida


celebración de Alí.

Rasa captó mi rostro abatido y respiró profundamente.

—Muy bien. Hermano. Ali. —Y con eso, se alejó.

—No dejes que te estropee la noche, Ali.

Asentí, frunciendo el ceño.

—Lo sé. Nadie será nunca lo suficientemente bueno para sus hermanos.

Kovis me levantó la barbilla.

—Después de nuestra educación, comprenderás que mis hermanos son un


poco posesivos. Dejando eso de lado, no importa lo que ella piense. Te amo, Ali.
Ella no puede cambiar eso.

Cerré los ojos.


—Y yo te amo a ti.

—Lo sé. Prueba de lo inteligente que eres.

No pude evitar reírme.

Puso su mano en mi espalda.

—Vamos a buscar nuestra mesa.

No fue difícil encontrarla. Kovis había explicado brevemente los asientos


de la mesa principal —el orden de orden, lo llamaba. Rasa ocuparía el asiento
central, Kovis a su derecha. Como campeona de la corona, yo estaría a la derecha
de Kovis. La Monarca Formig, la guerrera principal de Eslor, ocuparía el asiento
a la izquierda de Rasa.

Tenía que ser una mujer muy fuerte, y estaba deseando observarla más esta
noche. Lord Beecham, como representante del Consejo, se sentaría a su izquierda.
Me alegré de no tener que soportarlo esta noche. Sin duda, Formig le mantendría
en su sitio, si no le bajaba unos cuantos peldaños. Me reí para mis adentros.
Definitivamente podía verla haciéndole eso a la víbora.

De cómo se había decidido el resto de los asientos no tenía ni idea, ni me


importaba. Lo que era obvio, con todos estos líderes reunidos, es que no tardarían
en empezar las posturas. Me alegré de no ser el centro de ellas.

Esta noche sería la última oportunidad de Rasa para subrayar el poder de


Elementis, creando un sano respeto hacia los hechiceros. La paz duradera
dependía de ello. Mi competencia había terminado, la de Rasa no. Y lo que estaba
en juego no podía ser mayor.

El Monarca Kett de Juba se acomodó en la silla a mi derecha mientras la


sala se ponía en orden. Recordé que Juba era la única provincia guerrera al oeste
de Elementis. El ministro Celvin, líder de Hielo, se sentó a su lado. Otros
monarcas y los líderes de Elementis tomaron asiento más allá, pero estaban
demasiado lejos para conversar. Nunca había conocido a ninguno de estos
hombres o mujeres, pero parecían bastante agradables. Es decir, me sonrieron y
felicitaron antes de tomar asiento.

La Monarca Formig dio la bienvenida a todos, y luego apareció el primer


plato en bandejas de plata llevadas por camareros con guantes blancos.

Intenté entablar una pequeña charla con el monarca Kett.

—Debe haber tenido un largo viaje para llegar a Flumen.


—Tres lunas y media. —Tomó nota de mi gargantilla, pero no hizo ningún
comentario. El hecho de que mirara la corona de Kovis lo decía todo.

—¿En serio? —No me había dado cuenta de lo lejos que se extendía el


Imperio de Altairn.

—Atravesar su cañón fue la parte más complicada.

Continuó explicando.

Cuando terminó, cambié de tema y dije,

—Al competir en Los Noventa y Ocho, he llegado a apreciar cómo se lucha


por el honor y la dignidad, tanto como por la victoria.

—Marson hizo que Juba se sintiera orgulloso.

—No me había dado cuenta de que era de Juba.

Kett levantó las cejas.

—No quiero ofender, pero me atrevo a decir que no sabías de dónde


procedía ninguno de nuestros orgullosos guerreros.

Guerreros. Tenía razón. Había estado absorta en mis propias


preocupaciones.

Atrapé sus ojos.

—Tiene razón, señor. Me disculpo.

Asintió con la cabeza.

—Todavía puede haber esperanza para Elementis.

Este hombre parecía sencillo, a menos que lo juzgara completamente mal.


No podía ver dónde se habían ganado los guerreros su reputación por su
comportamiento fuera del campo. Me hizo desear más que nunca aprender y
comprender su cultura.

La cena concluyó y Kovis susurró—: Parece que has disfrutado de tu


conversación con Kett.

Sólo pude asentir cuando la Monarca Fromig subió al podio. Con toda la
reflexiva conversación, no la había observado. Maldición.

—Como comienzo, pido que nos tomemos varios latidos para reconocer a
los competidores que lucharon valientemente.
Se hizo un silencio. Somnus había salvado a veintiuno de pagar el precio
final, pero el imperio había perdido aún setenta y seis de sus mejores hechiceros
y más de sus guerreros. Un desperdicio. Una sensación de falta de sentido me
llenó. Si me detuviera allí, me pondría del lado de Rasa.

Pero la conversación que acababa de tener con Kett no se iba a callar. Había
defendido apasionadamente a Los Noventa y Ocho, creía que era necesario
ayudar a los brujos a entender e incluso apreciar la cultura guerrera. El Imperio
había extendido inicialmente los brazos abiertos a los guerreros, vertiendo
recursos para construir infraestructuras, pero la acogida no se había extendido a
su cultura. Él y otros líderes guerreros pensaban que sólo se podría conseguir
una paz duradera si los hechiceros trataban de entenderlos, en lugar de hacerlos
pasar por bárbaros incivilizados.

Había hecho una doble lectura de sus palabras. Lo sabían.

Cada cultura tenía prácticas únicas. Elementis tenía la nuestra; ellos tenían
la suya. Si los hechiceros miraban por encima del hombro lo que consideraban
brutalidad, sin tratar de entender las orgullosas tradiciones que había detrás,
invitábamos a la revuelta. Y no me cabe duda de que las provincias guerreras
tenían el poder suficiente para cumplir con cualquier amenaza que pudieran
hacer.

Aparte de eso, lo que entendí claramente fue que querían ser


comprendidos. Igual que yo. No exigían que nos gustaran o aceptáramos su
práctica. Sólo nos pedían que la respetáramos por tener un significado profundo
para ellos.

Así que cuando Rasa subió al podio, empecé a hacer rebotar mi rodilla.

Kovis metió la mano por debajo de la mesa y la calmó.

—¡Estamos aquí para coronar a la campeona de Los Noventa y Ocho! —


comenzó, entre aplausos—. Alissandra, por favor, acompáñame.

Me levanté de mi silla y di pasos nerviosos.

Lord Beecham me miró de arriba abajo con ira en los ojos mientras me
acercaba. No se iba a echar atrás en esta pelea a pesar de mi victoria. Bastardo
hambriento de poder. Traté de ignorarlo.

Rasa me puso una mano en el hombro. Nunca se había acercado a un


contacto tan íntimo. Resistí el impulso de moverme.

—Alissandra, has luchado mucho. Has luchado con inteligencia. Has


luchado como mi campeona. Bien hecho. —Con eso, me presentó un broche de
oro, con una cadena de oro complementaria, para abrochar mis ropas. Cada
broche era un altarín en picado con un zafiro incrustado en el pecho. Junto con
eso, me entregó una pesada bolsa de dinero. La compensación había sido lo
último en lo que había pensado. Pero una sonrisa se dibujó en mi rostro al
considerarla. A juzgar por el peso, contenía una suma considerable. Sabía que la
familia de cada competidor que llegara a la ronda final no tendría que volver a
trabajar. ¿Qué debía recibir el ganador?

—Gracias, Emperatriz.

—Felicidades, Ali.

Los asistentes estallaron en aplausos una vez más. Rápidamente encontré


mi asiento, y se calmó.

Rasa continuó—: Como estipulan las reglas, como patrocinadora de la


campeona de la corona, tengo la opción de reclamar un premio para la corona.

Los murmullos se extendieron entre los espectadores. Tuve la clara


impresión de que ni ella ni el antiguo emperador habían reclamado nunca un
premio para la corona.

¿El campeón nunca había sido suyo? Me preparé, temiendo lo que venía a
continuación.

—He pensado mucho en la barbarie que El Noventa y Ocho condona...

Los murmullos aumentaron.

Continuó hablando de cómo había salvado vidas sin derramar sangre.


Cómo era un modelo a seguir.

—...y por lo tanto declaro que el Noventa y Ocho ha terminado.

Los murmullos se convirtieron en gritos. Los guardias de Rasa se reunieron


y la llevaron lejos. Cinco guardias rodearon a Kovis.

Había tenido razón, Rasa podría haber declarado el fin, pero nunca tendría
éxito. Mi única pregunta, ¿qué harían los guerreros en respuesta? Miré al
Monarca Kett. Se limitó a negar con la cabeza y se excusó.

Kovis me rodeó con un brazo, sin que pareciera afectarle la situación.

—Parece que llegaremos a nuestras otras actividades antes de lo que


esperaba.
Me quedé sin aliento cuando Kovis me cogió de la mano y nos dirigimos,
con nuestros guardias, a la salida más cercana.
Una mirada entre los ojos cargados de deseo de Kovis y mi rubor, y Allard
casi tropezó consigo mismo al huir de la habitación sin decir nada. Había hecho
guardia durante el baile, nunca se es demasiado cuidadoso en una provincia
guerrera.

Kovis me arrinconó contra la pared más cercana, colocó sus manos a ambos
lados de mi cabeza y se inclinó hacia delante, sonriendo.

—¿Puedo hacer lo que quiera contigo?

El saco de dinero y el joyero se estrellaron contra el suelo.

—Pensé que nunca lo pedirías —Se me escapó un suspiro.

Sus labios se estrellaron contra los míos, el beso reclamando. Oh, cómo
había anhelado esto. Las perlas que Hulda y Haylan habían entretejido en mi
cabello, pronto encontraron el suelo cuando él enredó sus dedos en mis
mechones, liberándolos de sus ataduras. Aun así, apretó su beso como un hombre
privado de agua que finalmente bebe hasta saciarse.

El hambre de Kovis me llenó. Yo había sido una herramienta en las manos


del Consejo y de Rasa. No había tenido opción. Al igual que con Padre. La
indiferencia de todo ello había dejado mi alma estéril y completamente vacía. No
es más fácil, Lo Mejor para lo Mejor le había dado un mordisco al corazón de
Kovis.

A juzgar por su pasión desenfrenada, pretendía que este reclamo enviara


un mensaje a los propios dioses. Habíamos triunfado sobre sus diabólicos planes.
Éramos libres.

Demasiados pensamientos.

Alcé mis manos y acuné su rostro mientras ambos nos aferrábamos a ese
beso. El uno al otro. Al final, lo rompió y dirigió su atención a mi cuello,
girándome mientras lo hacía.

—Llevas demasiada ropa para mi gusto. —Sus palabras fueron


amortiguadas mientras me acariciaba el cuello y sus manos encontraban los
botones de mi vestido.

El corpiño se aflojó al ceder a sus dedos.


—Maravillosa mujer esa Madame Catherine. Desarrolló cierres de fácil
apertura. Yo la patrocinaría sólo por eso. —Soltó una risa sensual.

No me sorprendió. La mujer era un genio. Sabía exactamente lo que Kovis


quería.

La parte superior de mi vestido cayó en cascada hacia delante, recogiendo


el resto del vestido al bajar. Mi camisa rosa se convirtió en su única barrera. Me
sentí sexy.

Para él.

Levanté la barbilla, para reconocerlo. Madame Catherine estaría orgullosa.


Kovis me sacó del mar de tela azul marino.

—Mi collar. Los pendientes.

—Déjatelos puestos. Son perfectos.

Me llevó al dormitorio y me acostó en la cama.

Había visto los sueños de Kovis sobre las hazañas sexuales, pero aún no
había experimentado... bueno, la mitad de lo que tenían esas mujeres. Oh, madre,
cada vez que me había bañado, había gemido o estado a punto de hacerlo a pesar
de mi cansancio, pero nunca había gritado. Nunca había entendido el placer que
le hacía a uno gritar. ¿Cuánto más se podía sentir? Especulé que lo averiguaría.

Claramente, había escuchado mis pensamientos porque, con la expresión


de un gato a punto de devorar al ratón con el que ha jugado, Kovis dijo—:
Permíteme mostrarte la diferencia entre bañarse y hacer el amor.

El calor se acumuló entre mis piernas cuando se tumbó a mi lado, con el


codo apoyado, mientras se deleitaba con mi mirada.

Pero antes de permitirle saborear el primer bocado, lo interrumpí—:


También llevas demasiada ropa para mi gusto. Deja que te ayude.

Me senté.

Se quitó los zapatos y preguntó—: ¿Cuál es la mejor manera de ayudarte?

—Arrodíllate ante mí —Moví las cejas.

Kovis arqueó las suyas, pero obedeció, levantándose y apoyándose en los


talones. Levanté ambas manos y le quité la corona, y luego pasé un pulgar por
un altairn y su zafiro. Era hermoso. Los ojos de Kovis se movieron de mí a los
adornos de la realeza, pero permanecieron en silencio. La dejé a un lado y le quité
el abrigo de los hombros. Él lo ayudó a encontrar el suelo. Mis manos se
dirigieron al nudo de su cinturón, lo aflojé rápidamente y se lo quité de encima.

—¿Necesitaremos esto?

—Quizá en otra ocasión, pero no esta noche —Me guiñó un ojo.

Se lo eché al abrigo.

Mis dedos encontraron la tapeta estampada de su túnica. Su respiración se


entrecortó cuando desabroché uno, luego el siguiente, el siguiente, y el último
botón. Agarré el dobladillo y lo levanté por encima de sus hombros, luego de su
cabeza, y lo arrojé a la creciente pila. Su tatuaje brilló en rojo. No me sorprendió.

Había visto su pecho esculpido todas las noches, pero dudaba que me
cansara de él. Pasé las palmas de las manos por los músculos hasta llegar a la parte
superior de sus pantalones.

Pero él capturó mis manos entre las suyas.

—Son cuatro. Sólo he quitado uno.

Me reí.

—No sabía que estabas contando. ¿Es culpa mía que los príncipes lleven
más ropa?

Una risa sensual llenó mis oídos.

—Te ofrecí el collar —respondí.

—Y lo rechacé.

—Bien. Entonces te daré el siguiente turno. —Aunque todos los instintos me


gritaban que huyera, yo me adueñaría de esto.

Me encontré con sus ojos y sonreí. El corazón se aceleró. Mi cuerpo empezó


a cosquillear.

Levanté los brazos. Pero él negó con la cabeza, y luego me tumbó


lentamente.

—Pienso tomarme mi tiempo para desenvolverte. —Se tumbó a mi lado y


apoyó la cabeza en su mano, continuando el festín que yo había interrumpido.
Llevó su mano a mi mejilla y la acarició. Me estremecí cuando se dirigió a mi
cuello y luego a mi clavícula desnuda, recorriéndola con un dedo. Se inclinó
hacia delante y me besó suavemente, ya no reclamando, sino saboreando—. Eres
tan hermosa.

Pasé mis manos por su suave cabello, borrando su perfección. En este


momento, mi Rayo de Sueño no era mi cargo, ni mi príncipe, sino mi amante, y
lo haría mío.

Se detuvo y su mano se posó sobre la tela rosa transparente que cubría mi


pecho. Dejaba poco a su imaginación.

—¿Puedo?

Incliné la cabeza en señal de pregunta. Sin duda ya lo había tocado antes.


¿Por qué lo preguntaba? Le había dado pleno permiso.

Una risa ahogada.

—Hacer la pregunta me hace ir más despacio.

Mi estómago se agitó. Él ansiaba hacerme suya, rápidamente, con fuerza, a


fondo.

No tiene ni idea. Salió un gemido.

Pues hazlo.

No esta vez. No tu primera. Tragó con fuerza.

—Entonces, por favor.

¿Se resquebrajaría su restricción antes de que termináramos? Sonreí. Quizás


con un empujón de ánimo.

Cruel dama.

Me cogió el pecho y luego lo apretó, muy suavemente. Como amasar la


masa.

Y entonces, la primera diferencia entre bañarse y hacer el amor.

Nunca había percibido el amasado como algo sensual, pero él le dio un


nuevo significado. Se puso de rodillas en un santiamén y se sentó a horcajadas
sobre mí, con la otra mano libre para hacer lo que quisiera. Mis señoritas
compartían su atención, por igual.

¿Señoritas?

Así es como las llamo.


Bien, entonces. Permita que nos conozcamos mejor.

Cerró los ojos.

—Oh. Ali —gimió, y luego se dedicó a acariciarlas

Mis pezones se endurecieron a través de la tela y gemí—: Sí, Kovis.

—Me encanta el sonido de mi nombre en tus labios.

Mmm. Entonces, ¿cuál es la siguiente diferencia?

Dejando una mano en su lugar, su otra comenzó a vagar. Hacia abajo. Hacia
abajo. Mi núcleo se encendía cuanto más se acercaba. Mis caderas y mis piernas
se agitaron con anticipación.

La segunda diferencia, dijo.

Pero justo cuando pensé que atendería mi creciente necesidad, su mano


encontró el dobladillo de mi camisa y se metió por debajo.

Oh, no, mi lady. No estás preparada.

Grité en señal de protesta.

Su otra mano se unió a la migración hacia el norte. Tu piel es suave. Un


suspiro de placer. Navegó por mi abdomen y se detuvo.

—Me encanta que no tengas ombligo, mi doncella de arena.

—Me hace especial —ahogué.

—Como si no lo fueras ya. —Empujó mi camisón hacia arriba y examinó


mi suave estómago, pasando una mano por encima. Su lengua le siguió en un
santiamén.

La tercera diferencia, dijo, sonriendo.

Un temblor sacudió mi cuerpo cuando me movió los brazos por encima de


la cabeza.

—Agarra algo. Lo necesitarás.

Lo hice, mi corazón se aceleró mientras me aferraba a una almohada. La


curiosidad. Anticipación. Pasión. Apenas podía soportarlo.
Sus dedos subieron más mi camisón. Tan lentamente. Había inventado una
nueva forma de tortura. Mis caderas se balanceaban. No pude evitarlo. Estaba
ardiendo.

La arena, procedente de las plantas de la habitación, se arremolinaba. La


ignoramos.

Sus ojos, charcos de deseo fundido, bebían la vista mientras seguía subiendo
la tela. Sentí el calor de su aliento en mis señoritas cuando, como un tesoro
largamente buscado, finalmente las descubrió.

Su boca no perdió tiempo en reclamarlas. Chupándolas.

Gemimos juntos. Agarré la almohada y me balanceé de nuevo. No podía


aguantar más.

La arena se arremolinó sin reparo y una vasija se estrelló contra la pared.


Aun así, lo ignoramos.

—Kovis. Allí abajo. Por favor. —Le supliqué.

Él sonrió. Hombre malvado. Se limitó a asentir.

Pero antes de volver su atención, dijo—: Siéntate.

Sólo me había levantado un poco cuando me quitó la ropa por la cabeza. Se


unió a la pila de su ropa. Sólo mi collar y mis pendientes cubrían algo de mí, y
sus ojos recorrieron mi carne, saboreando mi desnudez. Pero seguía ardiendo y
necesitaba apagar la furia.

Otra vasija se rompió, en algún lugar.

—Qué impaciente —dijo.

Esperare hasta que sea su turno.

Me agarró de los muslos y me arrastró a los pies de la cama hasta que mis
rodillas se doblaron sobre el borde. Se arrodilló y me abrió las piernas. Mi
corazón latía con fuerza. El centro de donde yo ardía para él. Tan abierto. Tan
expuesto. Tan vulnerable. El calor en mi núcleo ardía cada vez más. Temí que
pudiera combustionar.

Mis vientos sacrificaron otra planta al frenesí.

Se acercó, y mi abdomen se tensó al surgir una fuerza preterida. Nuestros


ojos se fijaron mientras su lengua encontraba mi núcleo y lamía.
—¡Oh, Kovis!

Él no apagó el fuego. No. Rompió una presa. La corriente me arrastró. En


un río furioso. Dicha, pero no. Más. Mucho más. Me precipité. Nada suave.De
cabeza al torrente. Sin control. Ahogándome en el éxtasis. Nunca me había
sentido así antes. No comparado a esto. Ola tras ola me golpeaban. Sin
pensamientos. Sólo sensaciones. Sensación.

Otra ola me arrastró hacia abajo. Otra vez. Y otra vez. No quería salir a
respirar. Sea lo que sea, no quería que terminara. Pero finalmente disminuyó.
Las olas disminuyeron. La corriente encontró su escape. Y llegué a la orilla más
dichosa. Jadeé, con el brazo puesto sobre la frente, mientras la paz, la calma y la
serenidad me abrumaban por completo.

Kovis sonrió mientras se tumbaba a mi lado.

—Dime, ¿qué prefieres? ¿Bañarte o hacer el amor?

No pude responder. Mi cerebro apenas funcionaba.

Como si lo intuyera, continuó—: Disfruté lavándote, sintiendo cada una de


tus partes. Pero siempre te quedabas dormida sobre mí durante mis masajes. No
tienes idea de cuánto tiempo he pensado en esta noche. En verte. Verte
experimentar por primera vez.

Mi núcleo se calentó. Mi cuerpo se preparó. Otra vez. ¿Podría suceder tan


fácilmente?

Como respuesta, se acercó y empezó a acariciar mi cara, mi barbilla, mis


pechos.

Pero mi cerebro aturdido recuperó un poco de cordura, y respiré—: Quiero


sentirte. Darte placer a ti también. —Busqué sus pantalones.

Puso una mano sobre la mía y negó con la cabeza.

—Si lo haces, no podré contenerme. Y debo hacerlo. No voy a tomar tu


virginidad. Todavía no.

El compromiso, como el fuego, ardía en sus ojos.

—¿Virginidad? ¿Qué quieres decir?

—Quiero decir... —Me miró a los ojos—. Quiero que tu primera experiencia
sea increíble.

—Lo fue. Definitivamente lo fue. Lo fue. —Sonreí, ebria de placer.


Se sonrojó. Se sonrojó de verdad. Nada de ser engreído para cubrir
inseguridades. Sólo honestidad. Vulnerabilidad.

—Me alegro de que te haya gustado.

—Por eso esas chicas, en tus sueños, gritaban —Fue lo primero que mi
cerebro registró.

—Tú también hiciste un buen trabajo gritando —Me sonrió.

Mis ojos se agrandaron.

—YO... YO...

Me besó la punta de la nariz.

—Es uno de los gritos más bonitos que he oído nunca. Hiciste que las
cortinas se agitaran, y los cuadros sonaran también.

Me sonrojé.

—Me sorprende que no hayan venido corriendo para asegurarse de que


nadie te ataca.

Me besó de nuevo, con un brillo en los ojos.

—Oh, estoy seguro de que sabían exactamente lo que estaba pasando. Y


estarán celosos. Puede que Cedric tenga una respuesta para Hulda.

Mi cara ardía. Pero antes de que pudiera expresar mi mortificación, giró la


cabeza y empezó a reírse.

—Has hecho una escultura.

Me tapé la boca abierta.

—Estás siendo amable. Es sólo un montón de vidrio.

—Por favor. Concédeme una licencia artística. Veo una escultura de forma
libre. La cabeza de Lord Beecham, encogida, deformada.

Le di un manotazo.

—Eso es terrible.

—¿No estás de acuerdo?

—Bien. La cabeza de Lord Beecham. —Me reí.


Pero mi risa se desvaneció cuando algo... Un anillo... flotó hacia nosotros en
una ráfaga de aire. Su aire. Blanco. Hielo.

—Permíteme crear algo de arte propio.

Me senté. Cuando llego a mí, me di cuenta de que sólo la banda era blanca,
escarchada. La parte superior era transparente: una piedra de hielo. La cogí y me
la coloqué en el dedo, luego la examiné. Kovis había grabado tres pequeñas
prímulas en su frente.

—Una por cada uno de tus poderes —explicó.

—Me encanta. Eres muy bueno. Ojalá durara para siempre. —Seguí
admirando su trabajo mientras la primera gota se formaba entre mis dedos—.
Ojalá esta noche pudiera durar para siempre.

—Esperaba que dijeras eso. —Pero incluso mientras pronunciaba las


palabras, la incertidumbre llenaba sus ojos.

—¿Qué es? ¿Qué está mal?

Miró hacia atrás, de donde había aparecido mi anillo de hielo. En una


segunda bolsa de aire, otro anillo flotó hacia nosotros. Un zafiro coronaba éste.

Sólo sus ojos se movieron al ver mi reacción.

Y en ese instante, me di cuenta de que el primero había sido una especie de


prueba. No había dudado. Ni un poco. Y entonces el hechicero más poderoso del
imperio, y mi Rayo de Sueño, me clavó su mirada. No estaba segura de cómo
respondería. Todavía roto. Menos que antes, pero todavía curando.

Me llevé una mano a la boca, y luego miré entre el anillo y él mientras se


acercaba cada vez más.

Kovis se bajó de la cama y se arrodilló ante mí. Cuando el segundo anillo


llegó hasta nosotros, sacó el anillo de hielo de mi dedo y lo hizo flotar junto al
nuevo. El azul del segundo coincidía con la piedra que aún abrazaba mi cuello.
Una lágrima. Pequeños diamantes rodeaban la piedra.

—Era de mi madre. Siempre quise que lo llevara mi novia.

—¿Tu novia? ¿De tu madre? —Mi tono subió.

Mi mente dio vueltas y recordé. ¡El padre de Hulda había creado este anillo!
Para la difunta emperatriz. ¿Se lo había ofrecido a Dierna?

Leyó la pregunta en mis ojos y se rió.


—No. Nunca te haría eso. Odiaba las ‘’cosas viejas’’. Debería haberlo visto
como una señal.

—Lo trajiste de casa. ¿Planeaste...?

Mi mente luchó por darse cuenta. Incluso con la incertidumbre de cómo


iría la competición, había planeado... No pude terminar el pensamiento.

Kovis tomó el anillo real, luego mi mano, y me miró a los ojos.

—He decidido que no es aconsejable pedirle permiso a tu padre. —Su voz


vaciló.

La energía nerviosa me hizo soltar una risita.

—Princesa Alissandra de Lemnos, me has salvado de mí mismo y de mi


oscuridad. Ladrillo a ladrillo. Piedra a piedra. Derribaste la fortaleza que construí
alrededor de mi corazón y me ayudaste a amar de nuevo. Podría haber... La
oscuridad casi... No tienes ni idea... —Su voz se quebró. Hizo una pausa, luchando
por serenarse, y luego tragó saliva—. Juntos, luchamos la batalla más dura de
nuestras vidas. No puedo expresar con palabras el miedo que sentía por ti. —
Respiró hondo y tembloroso y lo soltó lentamente. Las lágrimas resbalaron por
sus mejillas, pero no las enjugó—. Debería haber confiado en el Cañón. Eres la
hechicera más poderosa que ha conocido este imperio. Pero no lo hice. No pude.
Sabía que debíamos estar juntos. —Forzó una risa—. Es bueno tener la
confirmación, sin embargo. Mi querida, Ali. Mi amor, mi vida, ¿serías mi esposa,
para siempre?

Había sido inmortal, así que ‘’para siempre’’ tenía sentido, y no podía pensar
en nada que me gustara más. Tan perfecto, este latido del corazón desnudo ante
el otro. Desnudando nuestras almas. Sin ocultar nada. Qué mejor imagen que ésta,
para el futuro que esperaba compartir con él.

Me acerqué a él y le enjugué las lágrimas, probándolas, saboreando su sal


antes de decir.

—Príncipe Kovis Rhys Aldrick Desmond Griffin Darren Altairn —los ojos
de Kovis se abrieron de par en par— el hechicero más poderoso y príncipe
heredero del Imperio de Altairn, te he amado desde que naciste. Pero mis
sentimientos por ti florecieron y crecieron, más allá de cualquier carga que
hubiera tenido antes. El amor que sentía por ti antes de venir se ha profundizado,
ha madurado. Todavía estoy aprendiendo lo que significa amarte
completamente, pero pienso pasar el resto de mi vida mortal haciendo
precisamente eso. Mi Rayo de Sueño, mi amigo, mi amante, sería un honor ser
tu esposa, ahora y siempre. —Me deslicé sobre sus rodillas, en sus brazos—. Ya
sabes mi nombre completo. —Sonreí—. Soy tu Doncella de Arena.
Deslizó el anillo de su madre en mi dedo y lo selló con un beso.

Luego me dio placer una y otra vez. No podía pensar. Apenas podía
respirar.
Kovis seguía durmiendo. Me solté de sus brazos y sonreí al zafiro que
adornaba mi dedo. Un símbolo de nuestro amor. El anillo de su madre. Sabía que
apreciaba las historias de ella. Por eso me lo regaló. Mi corazón se calentó de
nuevo al pensarlo. Yo sería su novia. Él sería mi novio. Mío.

Su tatuaje se mostraba verde a la luz del amanecer. Frescura. Restauración.


Paz. Había aprendido este significado.

Me había acurrucado toda la noche contra su cuerpo desnudo, así que


separarme de su calor me produjo un escalofrío. Me puse una camiseta y unas
mallas, luego me puse el mono y me lo abroché.

La curiosidad me impulsaba. Mi virginidad. Kovis dijo que no la tomaría.


Todavía. El fuego de sus ojos había acallado mis preguntas. Tenía que saber. ¿Qué
era? ¿Qué quería decir con ‘’tomarla’’? Los libros de referencia en la tienda del
sanador seguramente tendrían respuestas.

Me escabullí por la puerta y me encontré con Ulric y Cedric de guardia.


Reprimí el rubor. Ambos eran lo suficientemente dignos como para no decir
nada sobre lo que habían oído anoche.

—Sólo voy a la tienda del sanador.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Ulric.

—No es necesario. Todo el mundo sabe que puedo destruirlos si me


amenazan.

El guardia sonrió.

—Muy bien.

Tal vez esto haya servido de algo.

No había sanadores a estas horas. Cinco competidores seguían durmiendo


cuando entré en la tienda. Localicé los libros de referencia con bastante facilidad
y ojeé los lomos para encontrar uno que pudiera arrojar algo de luz a mi
pregunta. Saqué uno de la estantería.

Virginidad.
Ya está. Pasé a la página. Leí—: La virginidad es un pliegue de membrana
mucosa que cierra parcialmente el orificio externo de la vagina en una virgen.

¿Eh?

Continué leyendo—: Una mujer puede sentir el desgarro de su virginidad


la primera vez que un hombre introduce su virilidad. —Sin duda, mis ojos se
desorbitaron.

¿Insertarse? Había visto a Kovis hacer algo así, pero el decoro siempre me
impedía mirar con demasiada atención. ¿Dónde se había ‘’introducido’’
exactamente? ¿Y por qué Kovis no quería hacerlo conmigo?

Seguí buscando y encontré un diagrama. Sentí un cosquilleo en el estómago


cuando me di cuenta de dónde estaba mi virginidad. Pero el libro no contenía
respuestas sobre por qué Kovis podía tener una aversión.

Esperando no sonrojarme demasiado, volví a guardar el libro y salí de la


tienda. Mi mente se arremolinaba.

Un movimiento en mi periferia atrajo mi atención.

—¿Kovis? —Parecía medio dormido. ¿Qué le había poseído para venir a por
mí?

Pero jadeé al darme cuenta de que sus ojos, esos estanques azules, se habían
nublado. El terror me llenó. Completo y absoluto. Ahogué la bilis.

Él sonrió.

—Ahí estás. Mi Alissandra.

¡La voz de mi padre!

¡No!

Pero sus cueros estaban mal. Manchados y manchados de barro. Cansado


del viaje. Su pelo, desordenado. ¡Kennan! No era Kovis. ¿Pero qué hacía Kennan
aquí?

Me miró.

—Rompiendo el suelo de la arena. Muy impresionante.

Necesitaba pensar.

—Yo... necesitaba más arena.


—Ah, sí, más arena.

¡Padre poseyó a Kennan! Ahogué un grito y de repente me di cuenta de


que todo a mí alrededor estaba en silencio. Extrañamente. Manteniendo un ojo
en Kennan, divisé a alguien abajo, en el suelo, no muy lejos.

—Sólo está durmiendo. —Padre se rió, y Kennan miró mi pelo—. Qué


hermosos mechones rubios tienes, Alissandra.

Elogios vacíos. Manipulador.

¡Me ha encontrado! ¡Padre me había encontrado! ¿Cómo podría liberar a


Kennan?

—Fuiste muy inteligente. —Otra risa—. No me sorprende. Siempre fuiste


más inteligente que tus hermanos. Llevaste a mis yeguas a una gran persecución.

¡Tenía a Kennan! ¡Tenía que liberarlo!

—Alissandra. —Su tono. Él lo suavizó. Al de mis primeros años, mis más


gratos recuerdos de él cuando me había colmado de afecto.

Tenía que escapar, pero mis pies no me llevaban. Kennan. ¡Tenía que salvar
a Kennan! Abrí la boca para gritar.

—No tiene sentido gritar. Nadie te escuchará. Me tomé la libertad de dormir


a todos menos a ti y a tu amigo. Vuelve conmigo, Alissandra. Todo será
perdonado.

La razón gritó para correr, pero demasiado tarde, se aferró a mi mente. Me


preparé para el dolor. Esperando que esas afiladas garras me rasparan. Pero no.
Abrió una ventana a su mente. Como nunca antes. Dejé de luchar y miré,
realmente miré. El amor. Lo sentí, lo vi. ¿Pero era de Kennan o de mi padre?
Ansiaba que fuera de papá. Tenía que serlo.

Me llevé una mano a la boca.

—Sí, Alissandra. Lo ves.

No pude apartar la mirada. Ansiaba ver más, todo lo que sentía por mí. Su
hija. Mi corazón se aceleró ante lo que contemplaba. Tanto amor. Puro. Sin
adulterar. Amor como el que sentí de él cuando era pequeña. Amor por mí.
¿Había cambiado? ¿Realmente quería empezar de nuevo? Mi padre. Él era mi
padre. Quería creerle. Lo que dijo. Ansiaba que fuera verdad. Todos merecemos
una segunda oportunidad. Él era mi padre. Había cometido errores. Grandes
errores. Pero había mantenido la esperanza de que me amaría de nuevo. Que me
daría la bienvenida de nuevo. Y lo hizo. Pero un sentimiento persistente en la
boca del estómago, una voz de la razón, se opuso.

Mi padre interpretó mi vacilación como un acuerdo.

—Así es, Alissandra. Sigues siendo mi hija favorita.

—¿Aunque haya desobedecido?

—¡Ali! —Kovis salió corriendo por la esquina.

La cabeza de Kennan se echó hacia atrás.

—¡Ali! ¿Kennan? ¿Qué estás haciendo aquí? —Kovis se detuvo a mi lado,


jadeando. Las pinzas de sus cueros se agitaron.

—Vamos, Alissandra —dijo Kennan. Una ráfaga de viento sopló detrás de


mí, obligándome a acercarme a él.

Los ojos de Kovis se dirigieron a Kennan. Se fijó en los ojos nublados de su


hermano y en su extraña voz. Comprendió en un instante.

—¡Kennan! ¡No! ¿Cómo? —Una expresión de dolor apareció en su rostro.

Ignorando el arrebato de Kovis, Kennan dijo—: Así es, Alissandra. Ven aquí.
Toma mi mano.

—¡Ali, no! —Pánico. Puro pánico en las palabras de Kovis.

Me sentí como en un trance mientras daba un paso hacia Padre. Sabía que
no me recibiría. A pesar de su ilimitado amor por mí, me haría caminar hacia él
—para demostrar mi compromiso. Siempre había sido así. Para cimentar una
decisión en mi propia mente, me sostuvo.

Kovis bloqueó mi camino, me agarró por los hombros y me sacudió. Una


ráfaga le presionó, pero él respondió con una de las suyas.

—¡Ali, despierta!

—Alissandra. —La voz de Padre era tranquila, calmante.

—Ven, mi hija favorita. Ven a mí. —Su voz hipnotizaba. Mi padre me


amaba. Me amaba. Mi corazón casi estalla. Todo había sido un gran malentendido.
No había querido dañar mis alas. Seguramente había otra explicación. Di otro
paso adelante.

Kovis objetó—: Alí, no te detendré si esto es lo que realmente quieres, pero


no creo que lo sea.
No respondí. Anhelaba desesperadamente ser amada por mi papá.

—Alissandra, así es. Eso es buena chica. Sé que quieres obedecer. Cumplir
conmigo.

Aun así, Kovis persistió.

—Ali, no pararé hasta que me des una respuesta.

—Eso es, mi niña bonita. Sólo unos pasos más. —Extendió su mano.

—¡Ali, no!

El amor que sentía por mi padre. Me amaba incondicionalmente. Lo sabía.


Kovis apretó las manos y cerró los ojos cuando pasé junto a él.

Tan cerca de mi padre.

Entonces, en el vínculo, algo se agitó. No palabras, sino pura emoción. De


una simple chispa, floreció una llama que explotó. La explosión me bañó... un
amor sin límites. Eclipsando incluso la pasión. Un amor que era feroz, devoto,
sacrificado. Un amor... por mí.

Mi mente quería rechazar la idea. Mi padre me amaba más. Estaba segura


de ello. Pero ese molesto hilo no se callaba. Forzaba a salir a la superficie lo que
siempre había sabido, en lo más profundo de mi ser: El amor de mi padre nunca
se sintió así. No era bidireccional.

Siempre era sólo yo. Sólo yo. Mi anhelo. Mi más profundo deseo. Mis pasos
vacilaron. El control de mi padre sobre mi mente vaciló, y la niebla que había
inducido, se quemó.

¿Kovis?

Él me estabilizó.

Si, Ali querida.

El alivio jugó en su voz.

—Ven, Alissandra. —La voz de Padre adoptó ese tono de advertencia que
se produjo justo antes de que lo hiciera enojar.

Kovis.

Me giré y me encontré con sus ojos.

—Alissandra.
La ternura había abandonado la voz de Padre.

Kovis me cogió la cara con las manos justo cuando una fuerte ráfaga nos
azotó a los dos, y Padre me agarró.

Me retorcí en el último segundo, un movimiento de finta que Kovis me


había inculcado, y rodé. Me levanté cuando otra ráfaga más fuerte nos arrastró.

—¡No puedo dejar a Kennan! —gritó Kovis.

Giramos nuestros vientos hacia Kennan. No lo suficientemente fuerte como


para herir, sólo para amortiguar.

—¿Cómo lo salvamos? —La desesperación llenó la voz de Kovis.

—¡Alissandra! ¡Ahora! —Padre exigió.

¡Yeguas! Las yeguas se materializaron, gruñendo y goteando saliva a través


de los dientes desnudos mientras acechaban hacia nosotros. ¿Cómo no las había
percibido? ¿Haber olido su hedor?

Rodeados. ¡Padre nos había rodeado!

Kovis no podía verlas.

—¡No podemos salvarlo ahora mismo! ¡Yeguas! ¡Kovis! ¡Por todos lados!
¡Corre!

Le arranqué el fuego a Kennan, dejando su metal.

Sólo el fuego podía hacer caer a las yeguas y yo me sentía mareada tal y
como estaba. Pero podía funcionar.

Kovis dudó. Lo agarré de la mano y nos hice girar mientras una yegua se
lanzaba sobre él. La hice estallar en llamas justo antes de que mordiera la pierna
de Kovis. Su pelaje se incendió y estalló. Me agarré con fuerza y tiré de Kovis.
Más fuerte. No lo perdería. No después de todo lo que habíamos pasado. Nunca.
Encontraríamos una manera de liberar a Kennan. Lo haríamos.

Salimos corriendo mientras Padre gritaba—: ¡Ahora que te he encontrado,


puedes correr, pero no puedes esconderte!

Protegí a Kennan con mis vientos, y luego solté el infierno. Los aullidos
nos siguieron. Percibí la agitación de Kovis, pero apreté su mano con más fuerza.
No teníamos elección. Sacrificarnos no liberaría a Kennan.
Pasamos corriendo entre gente dormida. Al menos rezaba para que eso
fuera lo que estaban haciendo.

—¡Caballos! —Kovis gritó. Él entendió. Su entrenamiento de guerrero se


puso en marcha. Cambió nuestra dirección hacia uno de los establos.

Teníamos que darnos prisa. Casi había agotado el fuego de Kennan y más
yeguas estarían sobre nosotros en un instante.

Simulus. Somnus. Aire. Agua. Hielo. Es todo lo que tenemos. En cualquier


otra situación, el pensamiento sería divertido.
Kovis ensilló a Fiona y a Alshain en un tiempo récord. Cogí los pocos restos
de comida y las provisiones adicionales que encontré en otras alforjas y los metí
en las nuestras. Me subió a mi caballo y salimos al galope de los establos sin
perder tiempo.

Las yeguas se nos echaron encima en un santiamén. Y de nuevo las


incendié, agotando el último fuego de Kennan. Seguí mirando por encima del
hombro, rezando para que no nos siguieran más.

—¡Las yeguas no pueden rastrear a través del agua! —Grité.

Kovis se dirigió al sur, hacia el río que abastecía a Flumen de su abundante


agua. Y sumergió nuestras monturas de cabeza en la enérgica corriente cuando
lo alcanzamos.

Miré hacia atrás. No había yeguas. Pero no me relajé. Ni un poco.

Kovis utilizó la corriente en nuestro favor, dirigiendo a Fiona y a Alshain


hacia el centro, derivando río abajo a cierta distancia. Estudié la orilla. Todavía
no había señales de yeguas.

Al final, Kovis dirigió nuestras monturas hacia la orilla más lejana. Sus
cabezas se balanceaban y sus fosas nasales se agitaban mientras buscaban un lugar
en el lecho del río, y finalmente lo consiguieron cuando nos acercamos a un
recodo.

El agua caía en cascada del pelaje de Alshain cuando Kovis lo detuvo cerca
de la orilla y le permitió recuperar el aliento. El pelaje de Fiona imitó al de
Alshain, sus costados se movieron como fuelles cuando me detuve.

—Caminaremos en aguas poco profundas. La corriente arrastrará nuestras


huellas —dijo Kovis.

—¿A dónde vamos?

—Por ahora, a las aguas termales al pie de las montañas Tuliv. Está en el
límite del imperio, y los grupos de búsqueda no esperarán que vayamos allí. Y
donde los grupos de búsqueda no siguen, tu padre tampoco debería. Lo
resolveremos a partir de ahí. —Su voz era áspera.
Comprendía que no podíamos volver, no con las cosas como estaban, pero
sus palabras se sentían como un mazo clavando un clavo en un ataúd. Sabía que
lo buscarían. Era el príncipe heredero. Supuso que Padre aprovecharía los
esfuerzos de búsqueda para localizarnos. Un hombre inteligente. Pero me sentía
como una fugitiva.

La inquietud me llenaba. Pero no por nuestra seguridad física. Kovis había


estado a punto de perderme, pero en ese momento Kennan pendía de un hilo.
Su gemelo. Idéntico, excepto el color de los ojos. Prácticamente podían leer los
pensamientos del otro. Su confidente al crecer. El único ser humano que conocía
los horrores que hizo, además Rasa.

Esto fue mi culpa.

Me sentía entumecida. Por el agua, sí, pero más por lo que pasó. Padre casi
me había capturado. Sólo Kovis, haciendo resonar su amor por nuestro vínculo,
había roto el hechizo. Me estremecí. Había sido una estratagema. Todo el asunto.
No había sido el amor de Padre lo que había visto.

El estómago se me revolvió al darme cuenta de lo que Kennan sentía


realmente por mí. Me detuve. No. No podía pensar en eso. No ahora. No estaba
segura, si es que alguna vez lo habría estado.

Se me secó la boca. ¿Padre había obligado a Kennan a correr hacia Flumen?


Eso parecía. Le había hecho algo a Alfreda. Sólo mi hermana cediendo a su poder
podría haberle hecho eso a Kennan. Padre había conseguido que ella revelara los
secretos de Kennan. La conocía.

Sólo una lucha, o algo peor, habría hecho que ella divulgara nuestra
ubicación. Cuando se trataba de terquedad, crecía en nuestros genes. De alguna
manera, lo sabía. Salvar a Kennan se reduciría a salvar a Alfreda.

Seguí a Kovis, manteniéndome cerca de la orilla. Fiona tropezó con una


roca resbaladiza, y yo agarré el cuerno. Pero ella se estabilizó. Qué apropiado.
Mis pensamientos también tropezaron, pero aún no había encontrado un punto
de apoyo sólido.

Padre. Todavía buscaba su amor. Su aprobación. La idea me tranquilizó.


Haber caído en su trampa. Otra vez. ¿Cómo no había aprendido? Creía que el
tiempo me había curado de esta tontería. Una punzada hizo que me doliera el
corazón.

No. No era una tontería. Madre y Padre habían sido los primeros en
mostrarme amor. Habían dado forma a todo lo que yo llamaba ‘amor’’. Mi mente
zumbaba con preguntas que no sabía si tenían respuesta. ¿Siquiera sabía lo que
era el amor? Mi mente siguió divagando.
Tal vez era yo. Tal vez yo no era digna de amor. Tal vez Padre sólo me
mostraba lo que yo merecía.

Mis pensamientos cambiaron de nuevo. Velma me amaba.

Ella me había dado abrazos y consuelo. Pero mira cómo había resultado.
Todavía no sabía si ella tenía que hacer el último sacrificio por mí a manos de
Padre. La angustia llenó mi corazón. Yo. Yo la había puesto en esa situación.

Sacudí la cabeza, queriendo alejar las lágrimas.

El amor de Kovis. Me había concentrado en eso. Lo había sentido a través


del vínculo: feroz, devoto, sacrificado. Inmenso y puro. Pensé que lo amaba.
Creía que mi amor había madurado desde su llegada, pero comparado con lo que
había experimentado antes, estaba jugando al amor. Y había metido a Kennan en
todo esto. No merecía el amor de Kovis.

Kovis detuvo su caballo. Alshain movió la cabeza, no muy contento.

—Detente. Ali, ven aquí.

Detuve a Fiona junto a él y fruncí el ceño. Chillé cuando, con un rápido


movimiento, Kovis me atrajo hacia su regazo y me miró con fiereza.

—No sé qué te hizo tu padre para que dudes de que eres digna de mi amor.
Te aseguro que nunca he conocido a nadie más digno. —Sus penetrantes ojos y
el silencio puntuaron su declaración. Y entonces sus labios se estrellaron contra
los míos. No hubo nada suave en ello. Profundizó el beso como si la fuerza de
su pasión fuera a convencerme. Al final, se apartó y me acarició la mejilla—
¿Recuerdas lo que te dije, que una vez que me comprometo a amar a alguien, no
retengo nada? Lo doy todo.

Asentí con la cabeza.

—Siento haber sido duro, pero me mata oír que piensas eso de ti misma. No
es tu culpa que tu padre haya poseído a Kennan. En realidad, es un movimiento
estratégico brillante.

—¿Qué?

¿Cómo pudo pensar eso?

—Toma a la única persona que significa algo para ambos y la utiliza como
pieza de juego.

Me quedé boquiabierta, como un pez fuera del agua.


—Kennan está a salvo. Puede que no le guste que tu padre lo controle, pero
no le pasará nada mientras tú y yo estemos fuera del alcance de tu padre.

Me quedé con la boca abierta.

—A pesar de todos sus defectos, mi padre me enseñó la estrategia que gana


guerras. Vamos a usarla para derrotar a tu padre.

—Para salvar a Kennan. Y al Reino de los Despiertos —murmuré.

Kovis asintió.

—No será fácil —dije. Sólo podía imaginar lo que padre había tramado.

—No me imaginaba que lo fuera. Ni siquiera sé por dónde empezar, pero


nos tenemos el uno al otro. —Con eso, llevó su mano a la parte posterior de mi
cabeza. Rozó sus labios con los míos. Esta vez se tomó su tiempo. Me besó a
fondo.

Fiona pataleó, impaciente por el retraso.

Kovis se rió.

—De tal jinete, tal caballo. Tal vez debamos continuar antes de que me dé
una colleja. —Con otro rápido movimiento, me dejó caer de nuevo en la silla de
montar. Inmediatamente eché de menos la sensación de sus brazos a mi
alrededor. Todavía me hormigueaban los labios.

—Quieres perderte conmigo. Sabes que sí —dijo, sonriendo.

Resoplé.

—Qué humilde.

—Aceptaste casarte conmigo.

Dejamos el río y nos dirigimos al sureste, hacia las llanuras de Dura. Un


árbol ocasional brotaba entre macizos de hierbas altas y doradas. Kovis utilizó su
magia del agua para ocultar nuestras huellas y nuestro olor. Con un poco de
suerte, esto despistaría a las yeguas de nuestro rastro durante mucho tiempo. Sí.
Con suerte.

Las montañas se alzaban en la distancia. Las mismas que había notado


mientras viajábamos a Flumen. Y recordé que Kovis mencionó que le gustaría
hacerme algunas cosas en las aguas termales a los pies de esas montañas.

Todavía me gustaría.
Me rompí. Me sonrojé.

Las sombras del sol se alargaron, y cuando nos acercamos a una agrupación
de árboles, Kovis dijo—: Oigo agua. Acampemos.

Seguimos nuestros oídos hasta las orillas de un arroyo. No estaba cerca del
que habíamos vadeado9 antes, pero era digno de ese nombre. Regaba media
docena de sauces que crecían en sus orillas. Los pececillos correteaban por los
bajíos.

Kovis desensilló a los caballos y éstos se metieron en el agua, bebiendo


hasta saciarse. Hice un inventario de lo que había conseguido coger en nuestra
prisa por partir. Aunque no tenía todo el equipo, era un campamento modesto.

Kovis despejó la hierba de la orilla, lo suficiente para hacer al menos una


pequeña hoguera sin incendiar el campo. Un montón de ramas muertas,
quebradizas por el sol, facilitaban la construcción. Nadie había venido por aquí
en mucho tiempo, si es que alguna vez lo había hecho.

Habíamos comido poco mientras cabalgábamos, y mi estómago


refunfuñaba.

—Vamos a atrapar algo de cenar —dijo Kovis.

—¿Tú cazas? —Ladeé la cabeza—. Eres un fronterizo normal.

—Esto no es nada. Créeme cuando digo que he estado en situaciones mucho


peores, durante la guerra.

Nos agazapamos en un macizo de hierba y esperamos en silencio a que los


pequeños animales se acercaran. No tardó mucho. Un regordete faisán se
sobresaltó y salió volando. El hielo de Kovis lo congeló en su vuelo y cayó al
suelo. Hice la matanza. Poco acostumbrada a los humanos, una liebre investigó
nuestro escondite y también sucumbió. Kovis me enseñó a despellejarlas y
limpiarlas, y luego las puso en un asador improvisado para asarlas lentamente.

—A los dos nos vendría bien un baño y lavar nuestras ropas. ¿Nos bañamos
mientras se cocinan? —Pregunté.

Kovis me miró de arriba abajo con ojos hambrientos.

Sabía que mi sugerencia desencadenaría el deseo. No podía pensar mucho


en mi plan, o él sabría que era una mosca cerca de mi telaraña.

9
vadear: capacidad de un vehículo terrestre de trasladarse por cauces de agua
No había olvidado lo que había aprendido de aquella guía de referencia del
sanador, y estaba dispuesta a explorar ‘’desgarrar’’ mi virginidad. Había visto su
hombría. No tenía ninguna duda de que lo haría. Lo haría mío. Completamente.
Me sonrojé al pensar en ello y cogí la pastilla de jabón de mi alforja.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó Kovis, con la picardía bailando en sus ojos
cuando llegamos a la orilla.

Asentí con la cabeza y me desabrochó los cueros. Una hebilla a la vez. Un


escalofrío recorrió mi espalda y él se rió.

—¿Te estás excitando?

Me ayudó a sacarme la ropa por los brazos y luego lo levantó sobre mi


cabeza. Me sostuvo mientras sacaba las piernas, luego se levantó y me pasó un
pulgar por la mandíbula.

Siguió con un beso y quién sabía qué más, a menos que yo redirigiera sus
esfuerzos. Ardiente. Eso es lo que era. Él tomaría la iniciativa, si yo no lo hacía.

Mírame. Sonando tan experimentada.

—Odiaría tener un desequilibrio en la cantidad de ropa quitada, como


anoche —dije—. Permíteme que te ayude también.

—Como quieras, Ali querida.

Me tomé mi tiempo para desabrochar sus cueros. Cuando atendí a los


cierres de su espalda, presioné con besos su cuello. Su corazón se aceleró.

—Mira quién se excita ahora. —Me burlé de él.

Se arrancó la parte superior de cuero, y luego las partes inferiores. Habían


dejado de ser una protección. Y se convirtieron en obstáculos, nada más. Hecho
esto, se apartó y reanudó lo que había empezado antes de que yo lo
interrumpiera. Sus ojos me recorrieron en mi ropa interior sudada. Qué poco
sexy debo ser, pero él parecía inmune. Esto era amor.

No me tocó. Pero mis pezones se endurecieron bajo su mirada. El calor se


encendió entre mis piernas. Un fuego lento. Pero sabía que su intensidad crecería.
Por supuesto que se dio cuenta de la traición de mi cuerpo.

—Parece que tus señoritas desean ser liberadas.

Asentí, mientras ese calor se trasladaba a mi cara.


—Lo mismo podría decirse de ti. —Me reí, observando el bulto en su ropa
interior.

—Efectivamente. Pero las señoritas primero.

—Qué caballeroso eres.

Levanté las manos por encima de mi cabeza.

—Mmm. Tantas posibilidades. —Pasó sus manos por debajo de mi camisa y


me acarició los pechos.

Gemí. El calor entre mis piernas se calentó varios grados.

Movió las manos. Hacia abajo. Hasta el dobladillo. Luego recogió la tela,
tocando ligeramente mi piel hasta arriba y sobre mi cabeza.

—Así está mejor. —Dejó caer mi camisa.

—Tu turno. Pero tendrás que arrodillarte.

Así lo hizo, pero lo que no anticipé fue a él chupando mis pechos tan rápido
como se acercó. Otro gemido. Salió de mí. No pude evitarlo. Pero no, tenía que
seguir con mi plan.

Moví un dedo.

Se rió.

—Muy bien. —Levantó las manos por encima de la cabeza.

Imité lo que él había hecho conmigo, sumergiéndome bajo su camisa. Mis


manos migraron hacia arriba. Y pasé mis dedos alrededor de sus pezones.

Se sacudió hacia atrás.

—¡Eso hace cosquillas!

Me reí. No me arrepentí. Le hice extender los brazos por completo una vez
más y le levanté la camiseta interior.

Empezó a bajarlos de nuevo, pero levanté una mano.

—No he terminado.

Se rió

—Muy bien.
Pasé las palmas de las manos por su musculoso pecho, arrastrando besos
por detrás, y luego tracé su tatuaje de color rojo brillante con los dedos. La parte
delantera de su pantalón se movió. Le llamé la atención.

—¿Qué puedo decir? Has despertado a la serpiente. —Tragó saliva.

Tan cerca de mi trampa.

—Bueno, creo que esa serpiente necesita ser soltada. —Dejé caer mis manos
a la parte superior de sus polainas, pero como la noche anterior, las capturó y
negó con la cabeza.

—¿Por qué?

Dejó escapar un suspiro.

—No podré resistirme a ti.

—¿Y eso sería tan malo? ¿Tomar mi virginidad?

Forzó una risa.

—¿Lo sabes? —El anhelo llenó el fondo de sus hermosos ojos.

—Lo busqué en una guía de referencia para sanadores.

Se rió.

—Mi Ali. —Pasó una mano por mi mejilla—. Eres realmente increíble.

No había respondido a mi pregunta. La mosca era casi mía. No lo dejaría


escapar.

—El libro decía que se desgarraría al introducir tu virilidad. ¿Por qué no


quieres hacerlo?

Las mejillas de Kovis se sonrosaron.

—Oh, créeme, sí quiero. De hecho, nada me daría mayor placer. Pero no


hasta que me haya casado contigo.

Miré a mi alrededor.

—¿Vas a esperar hasta que algún funcionario anuncie que nos amamos?
Puede que tarde un poco. —Dejé que mi nuevo y viejo anillo brillara bajo el sol
moribundo, su belleza y refinamiento tan en desacuerdo con nuestro entorno.
Una imagen de nosotros, en contra de lo que enfrentamos—. Kovis, no puedo
imaginar mi vida sin ti. Y a menos que tú puedas, diría que estamos atrapados el
uno con el otro.

Él sonrió, pero se escondió tan rápido como apareció.

Acaricié su mejilla.

—Kovis, hazme tuya. Ahora.

Le estaba pidiendo que examinara lo que creía y que se abriera de nuevo a


una forma de pensar diferente. Si es que podía pensar. Sabía que mi capacidad
estaba disminuida en ese momento.

Tomé sus manos entre las mías. Me dejó bajarlas para que colgaran a sus
lados. Le di un suave beso en los labios y luego busqué la parte superior de sus
polainas. Esta vez no se resistió, y los desabroché.

—Oh, Ali —gimió cuando se las bajé.

Su virilidad se liberó y aspiró un poco.

Me reí.

—Ya está, no ha sido tan malo, ¿verdad? —Otro gemido. Mientras tocaba la
punta húmeda. Otro, al sentir su longitud. Tan larga. Tan gruesa. ¿Cómo iba a
caber eso dentro de mí?

Kovis se rió de eso.

—¿Qué? ¿No lo decía tu guía de referencia? —Se quitó las polainas hasta el
final y abandonó los calcetines en el banco de hierba.

Me tumbó y buscó los botones de mis polainas. Respiré cuando sus dedos
hicieron algo más que desabrocharlos. Bajó hasta mis pies, agarró la parte inferior
de cada pierna de mi ropa interior y tiró. Mis mallas salieron volando y, con un
movimiento más, los calcetines también se separaron. Me quedé desnuda. Me
levantó y se dirigió al arroyo.

—Me he tomado la libertad de calentar el agua. —Sus ojos bailaron.

Le presioné la punta de la nariz con un dedo.

—Qué creativo eres con esa magia tuya.

—Mira y aprende. —Ronroneó.

Nos sentó en el centro y le agarré el cuello mientras el agua nos subía al


pecho. Una vez acomodados, agarré su hombría. Aspiró aire. Esta araña
reclamaría su premio. Había visto alguna zanahoria salvaje por el camino. Si
hacíamos esto, tendría que prepararme una poción.

Se congeló mientras acariciaba su longitud.

Mujer cruel.

¿Cruel?

Añadí mi otra mano, y su respiración se entrecortó. Definitivamente,


graznó.

Me giré, poniéndome a horcajadas sobre él.

¿Dónde has aprendiste ese movimiento?

Forzó el humor entre respiraciones.

En tus sueños, ronroneé.

Me acarició los pechos durante varios latidos antes de alinear su punta, tal
como decía el libro.

—¿Estás segura de que deseas que te reclame? Eres virgen. Te dolerá un


poco.

Asentí, nunca más segura.

Un ardor encendió mi núcleo y apreté la mandíbula. Había tanto de él, pero


lo quería todo. La preocupación arrugó su frente y se detuvo.

Atrapé su mirada.

—Estoy bien. —Respiré profundo y solté una risa dolorosa—. ¿Estás seguro
de que todo encajará?

Forzó una sonrisa. Odiaba hacerme daño.

—Estoy seguro. —Presionó hacia adelante, y sentí que el dolor se aliviaba.

Exhalé.

—Se acaba de romper. Ahora debería ser más fácil.

Asentí con la cabeza.

—Más. Todo. —Jadeé. Rodeé con mis piernas su musculoso trasero y lo atraje
hacia mí. Ansiaba sostener cada parte de él, en toda su gloria. Saborearlo.
Una esquina de su boca se elevó.

—Qué impaciente.

Siguió avanzando, luego se retiró, luego empujó. Una y otra vez mientras
su hombría me llenaba.

El éxtasis. Lo sentí crecer, como si fuera a reventar. Me agarré a los


hombros de Kovis, y con dos empujones más, bramó, encontrando su placer. No
había terminado de rugir antes de que una ola de felicidad se abatiera sobre mí.
Ola, tras ola, tras ola arrastró todo mi cuerpo y mi mente con ella, y grité. ¡Qué
bien! Sin pensamientos. Sólo sensaciones. ¡Maravilloso! ¡Intenso! ¡Consumidor! No
quería que esto terminara. Pero como antes, las olas disminuyeron lentamente.
Suavemente. Volviendo al mar, y me encontré a mí misma.

Kovis seguía jadeando, pero sonreía, su hermoso rostro se iluminaba con su


placer.

—Me encanta verte así —le dije.

—Estoy feliz de ser tu mosca, mi araña. —Me besó la nariz y me guiñó un


ojo—. Por cierto, buen trabajo con ese embudo. Bastante impresionante —dijo.

—¿Un embudo?

Se rió.

—¿No lo sabías?

Ladeé la cabeza haciéndole reír aún más.

—Sentí que tirabas de mi poder. Debiste combinar mi agua y tu aire, porque


hiciste un caño de agua muy bonito.

Me reí.

—Definitivamente haces mi vida... interesante. Y te amo aún más por ello.


—Me apretó suavemente la nariz mientras lo decía.

—Y yo te amo, Kovis.

Mío. Lo hice mío. Y él me había hecho suya.

Levanté mi anillo en la creciente oscuridad.

—¿Qué pensaría tu madre?

—Creo que se alegraría mucho por nosotros.


El agua caliente burbujeaba alrededor y sobre nosotros. Paz. Tranquilidad.
Si solo las cosas pudieran seguir así.

—Bueno, querida, creo que hemos perdido la razón por la que vinimos aquí.

—¿Para bañarnos?

Asintió con la cabeza.

—Y lavar nuestra ropa. —Se levantó y vadeó la orilla para recuperar mi


jabón y nuestra ropa. Me quedé mirando cada parte gloriosa de él.

Nuestra cena estaba un poco sobre cocida para cuando terminamos de


lavarnos, con el placer que Kovis se tomó la molestia de hacerme venir una y
otra vez. Ardiente. Definitivamente.

Nos sentamos los dos envueltos en la única manta que había rebuscado, con
nuestra ropa colgada secándose cerca del fuego. El rostro de Kovis aún mantenía
una sonrisa de satisfacción mientras me lamía la deliciosa grasa de los dedos. El
faisán se había dado un festín en su vida, no como nosotros esta noche.

—¿Qué?

—Eres muy digna de mi amor. —Kovis se inclinó y se llevó mi dedo a la


boca.

Bastardo arrogante.

Puedo asegurar que no lo soy.

¿Qué?

Un bastardo.

Se rió.

Brindamos con una cantimplora.

—Por rescatar a Kennan y proteger el Reino de los Despiertos —dijo Kovis.

—¡Por rescatar a Alfreda y derrotar a Padre!

Sabíamos que no sería fácil. En absoluto. Pero parecía que el destino nos
había destinado a la tarea.

Nos tumbamos cerca del fuego, y Kovis me abrazó contra sí mismo.

—¿Cómo supiste venir, esta mañana?


—Sentí tu pánico. Me despertaste.

—Padre se sorprendió al verte. Había puesto a todos a dormir. Sin embargo,


su poder no te afectó.

—Probablemente por nuestro vínculo.

Asentí con la cabeza. Había llegado a la misma conclusión.

—Me mintió. Como siempre lo ha hecho. Ya sea como Morpheus, Somnia


o Ambien. Nunca ha cambiado.

—Espera. ¿Qué? —Kovis se puso rígido.

—Me mintió, como siempre lo ha hecho.

—No, la otra parte.

—Mi padre. No sé por qué, probablemente una cuestión de ego, pero ha


cambiado su nombre de vez en cuando. Se llamó a sí mismo Morfeo en un
momento dado, luego lo cambió a Somnia. Ha tomado otros nombres con el
tiempo, pero ahora se llama a sí mismo Ambien. Pero no importa cómo se llame,
siempre me miente.

—¡Por el Cañón!

—¿Por qué importa el nombre de mi padre?

—¿Es un dios? —La respiración de Kovis se entrecortó.

—Sí. Y...

Sentí sus pequeños jadeos en la parte superior de mi cabeza.

—Pensé que sólo creías en tu Cañón.

—El Cañón nos regala nuestros poderes. Pero creo que los dioses lo crearon.
Y Ambien es uno de ellos. Ali, nunca dijiste que él...

—Te dije que soy una princesa.

—Sí, pero…

—¿Acaso importa? Sigo siendo yo.

—Sabía que tendríamos que averiguar cómo luchar en el Reino de los


Sueños, ¿pero un dios? ¿Hay algo más que debas decirme que pueda influir en
nuestra estrategia?
—No lo creo.

Retomé la nana que le había tarareado a Kovis desde su más tierna edad,
acallando sus furiosos pensamientos. El fuego crepitaba y los insectos chirriaban,
haciendo una pausa.

Nos teníamos el uno al otro. Lo resolveríamos. Pero no esta noche.


Las reglas están hechas para ser rotas...

...sin importar el costo...

cuando se trata de amor.

Soy Alissandra la Tejedora de Sueños y no es mi culpa que mi corazón


me haya acercado a mi sexy carga humana de ensueño más de lo que las reglas
de mi familia permiten. ¿Cómo podría resistirme si compartimos una conexión
profunda que ellos no pueden entender? Shhhh, nadie debe saberlo.

Pero descubro que mi padre, el dios de los sueños (también conocido


como Morfeo o el Hombre de Arena), está tramando explotar a los humanos.
De ninguna manera voy a dejar que eso ocurra sin luchar.

Conociendo a mi padre, me costará mucho.

No importa. No dejaré que mi príncipe, ni ningún humano, sufra.

Te encantará este cuento de hadas de dulces sueños, dioses contra mortales


(una refrescante y original fusión de mitos ingleses y griegos) porque todos los
corazones anhelan creer que el amor es suficiente para llevarnos a través de los
tiempos más difíciles.

Rock—A—Bye Baby es el segundo libro (la precuela de la serie) de la


apasionante serie romántica paranormal de cuatro libros. Si te gustan los libros
que conectan con tu alma, los amantes predestinados, la hechicería potente y los
relatos únicos de los mitos antiguos, entonces adorarás la lectura de este relato
vulnerable, íntimo y descarnado de la autora del USA Today Bestseller L. R. W.
Lee.
Hace mucho tiempo...

Nunca había soñado. Ninguno de nosotros lo había hecho.

Pero eso no significaba que los humanos no necesitaran la ayuda de Padre,


el dios de los sueños, y del Abuelo, el dios del sueño, para llevar a cabo la hazaña.
Mis mayores llevaban las marcas —círculos oscuros que estropeaban la carne
bajo sus ojos y bostezos frecuentes—, todo porque los humanos se volverían
rápidamente unos contra otros, destruyendo a toda la raza, si fallaban en sus
deberes. No hay presión.

Padre había contado historias de humanos que se golpeaban unos a otros


con espadas que habían conjurado de la nada, que desvanecían el suelo bajo los
pies de otros, que destrozaban obstáculos con vientos feroces, y más. Sí, los
humanos tenían ciertamente la capacidad de matar y sin duda lo harían si no
durmieran y soñaran.

No teníamos ni idea de cómo lo hacían Padr y el abuelo, pero, no obstante,


venerábamos su habilidad. Por eso, últimamente me preocupaba especialmente
por ambos. Caminaban como si estuvieran aturdidos. Habían desaparecido los
ojos brillantes del Abuelo y la risa estruendosa de Padre. ¿Cuánto tiempo más
podrían durar? Se estaban agotando.

Así que, mientras compartíamos esta mañana la cena familiar de quince días
—una tradición iniciada, e insistida, por Mema, el nombre con el que nos
referíamos cariñosamente a Abuela para mantener a nuestra numerosa familia
unida—, se me apretó el estómago cuando el abuelo forzó una sonrisa a su novia
y luego dio una palmada en el brazo Padre y se levantó de la mesa principal que
estaba perpendicular a las dos en las que cenábamos mis hermanos y yo. Algo
pasaba.
El sol enviaba una suave luz a través de los ventanales que cubrían una de
las paredes del comedor, pintando el blanco crudo con un cálido tono rosado.
Nuestra charla fácil se acalló y reboté las miradas entre mis hermanos, que
llevaban los ceños fruncidos. Varios se mordieron el labio. Mema controló su
expresión y no reveló nada. Fuera lo que fuera, no podía ser bueno.

Abuelo, el dios del sueño, cubrió un bostezo, paradójico, por cierto, y luego
se aclaró la garganta.

—Con el tiempo, el número de humanos en el Reino de los Despiertos ha


crecido hasta el punto de que su padre y yo nos estamos desgastando, tratando
de cuidarlos. Y su número sigue aumentando. Con vidas tan cortas, se multiplican
mucho más rápido que nosotros, así que su número seguirá creciendo, incluso
exponencialmente... y no podemos seguir el ritmo.

Una predicción tan nefasta. Se me revolvió el estómago. ¿Qué iban a hacer?

El abuelo continuó—: Sólo vemos una manera de evitar la calamidad. Nos


ofrecemos a entrenar a cualquiera de ustedes que quieran aprender nuestro
oficio. Haremos una transición de lo que hacemos a los que entrenamos —Su
mirada nos recorrió, sin duda comprobando nuestras reacciones.

¿Ese era su plan?

Como novena hija, decimotercera, del dios de los sueños, estaba


acostumbrada a la vida de princesa real. Mema nos había enseñado a mí y a mis
veintiún hermanos la etiqueta correcta de nuestras posiciones, y los
acontecimientos más interesantes de mi vida hasta ese momento habían sido su
exigencia de que las doncellas hiciéramos punto de aguja, algo que apenas
toleraba, y una excursión ocasional a las cuevas de las setas, algo que me
encantaba. Ni Padre ni Abuelo habían pedido nunca nuestra participación, pero
si yo era comprensiva, la vida podría volverse considerablemente más
interesante.

Nadie dijo una palabra. Mi mente daba vueltas.

—No lo exigimos, sólo ofrecemos esta oportunidad a quienes lo deseen.


También haremos esta oferta a nuestros súbditos.

Padre se unió al abuelo, de pie, y continuó—: Debido a la compleja


naturaleza de nuestro oficio, cualquiera que desee dedicarse a esto tendrá que ser
aprendiz. También hemos decidido nombrar regentes, uno por provincia, para
supervisar y garantizar que los humanos sigan recibiendo un sueño y una
ensoñación de calidad. Gobernarán y se asegurarán de que se atiendan las
necesidades de las distintas regiones del Reino de los Sueños. Serán seleccionados
entre los mejores aprendices. A los que se ofrezcan como voluntarios, se les
asignará un cargo humano de por vida. Su formación se centrará en dormirlos,
así como en revisar sus pensamientos y recuerdos de un sol y tejerlos en sueños.

Me mordí el labio, debatiendo su oferta. ¿Podría aprender todo lo que


hacían para que los humanos durmieran y soñaran? ¿Y si meto la pata? ¿Y si un
humano moría por mi culpa? No podría vivir conmigo misma. Mi rodilla
empezó a rebotar bajo la mesa.

Otro pensamiento surgió en mi mente. Si un número suficiente de personas


ayudara, ¿podrían Padre y Abuelo pasar más tiempo con nosotros?

Apenas había visto nada de ellos últimamente.

Me llevé una mano a la boca. Padre. Cómo deseaba verlo más a menudo. Y
si estuviera más cerca, ¿podría venir también Madre? Ella afirmaba que su
trabajo en la entrega de mensajes le impedía venir, pero yo lo cuestionaba.

Miré a mis hermanos. Dirían que estaba siendo el sol y el arcoíris de nuevo
si expresaba mis esperanzas. Tal vez fuera ingenua, pero si pudiéramos tener a
nuestra familia unida... Inspiré profundo y solté despacio, ignorando el escalofrío
que me recorrió la espalda al levantar la mano.

—Lo haré.

Todo el mundo me miraba de arriba abajo. No me importaba. No tenía ni


idea de a qué me estaba apuntando, pero si eso significaba pasar más tiempo con
Padre y Abuelo, y posiblemente con Madre, lo haría.

Aprendería lo que hicieron y ningún humano saldría perjudicado.

Cómo he rezado para que eso sea cierto.


Las estrellas danzaban en el cielo y yo me dirigía al dosel de los sueños, a
Drake, mi actual encargado de los sueños, para que tejiera los suyos. Últimamente
se había encaprichado de una doncella. Ah, la juventud. Sonreí preguntándome
qué pensamientos descubriría y pastorearía esta noche.

Fruncí el ceño, espera, ¿dónde estaba?

Volví a intentar encontrarlo, con el mismo resultado. El corazón se me


subió a la garganta. Volví a intentarlo. Siempre me había abierto su mente de
inmediato, pero no pude encontrarlo.

El pánico se apoderó de mí. Había estado a mi cargo durante catorce años,


sabía cómo encontrarlo. De todos modos, me revisé a mí misma, extendiendo mi
mente hacia y a través del dosel del sueño, imaginándolo: La provincia del Agua.
Ciudad de Voda. Canal de Hexham. A la izquierda en la segunda fuente. Tercera
casa a la derecha.

Sólo el silencio me recibió. ¿Dónde estaba? La última vez que había pasado
esto... No podía pensarlo. No lo haría.

Salí volando por la puerta y atravesé el pasillo, cortando el ala en una


esquina. Divisé a seis de mis hermanas en la sala de estar de delante, todas
ocupadas con sus propios cargos. Pero yo necesitaba ayuda.

—Velma, Eolande —grité.

Alfreda, una simpática hermana mayor, debió de oír el miedo en mi voz


porque se detuvo ante mí. Su cargo de ensueño había cumplido ochenta años y
se había "ido" quince días antes. Estaba en plena luna de luto. Me agarró de los
antebrazos y me miró fijamente.

—Cálmate. ¿Qué pasa

—No puedo encontrar a Drake —La historia salió de mis labios.

***

Mis hermanas habían hecho todo lo posible por consolarme, pero justo
después del amanecer, cuando un mayordomo hizo pasar a un oficial
uniformado a la sala de estar, se me revolvió el estómago. Un inquisidor.
Investigan los sucesos inusuales o sospechosos. Sólo los había visto cuando había
ocurrido algo malo.

Se había corrido la voz y se habían reunido mis nueve hermanos y doce


hermanas, además de Mema. La sala estaba abarrotada con tantos de nosotros. La
mayoría permanecía en silencio, abrazados, con las alas plegadas. Unos pocos se
sentaron.

Todos nos preparamos para la noticia.

El hombre plegó sus alas negras al detenerse. Nunca era una buena señal.

—Permítame presentarme. Soy el Maestro Inquisidor Ulster. ¿Quién de


ustedes es Alissandra?

Levanté una mano donde me senté en uno de los varios divanes, Velma,
mi hermana mayor, a mi izquierda, Wynnfrith, mi compañero de cuarto, a mi
derecha.

Dirigiéndose a mí directamente, el inquisidor dijo—: Hiciste bien en


alertarnos cuando no pudiste conectar con tu cargo de ensueño. Lamento
informarte de que ha tenido una muerte prematura a manos del destino. Los
coleccionistas lo escoltaron a través de las puertas del Reino de la Luz no hace
mucho tiempo. Lo siento de verdad.

Las palabras repiquetearon en mi cabeza como el tañido de una campana


discordante.

Mi estómago amenazaba con rebelarse. Mis peores temores se habían


confirmado. Las lágrimas desbordaron el dique que había luchado por
contenerlas y Velma y Wynnfrith me envolvieron en un abrazo.

¿Qué podría haber pasado? Nunca nos lo dijeron. Tal vez nunca se
enteraron ellos mismos. Dudaba de que saber hubiera aliviado mi dolor, pero el
no saber siempre hacía que se sintiera mucho más sin sentido, especialmente
cuando mi cargo había sido tan joven.

Pequeño consuelo, Drake había ido al Reino de la Luz, un lugar de paz y


confort eterno para los humanos. Me habría sorprendido que el Reino de la
Sombra lo hubiera ganado, pero nunca se sabe hasta que se ajustan las cuentas.

Respiré hondo intentando dejar de llorar y me pasé una manga por las
mejillas. Velma y Wynnfrith se apartaron, pero ambas mantuvieron una mano
consoladora sobre mí.

Aprecié que mi familia no mimara ni pronunciara tópicos sin sentido. Cada


uno de nosotros había pasado por esto antes con una u otra carga de sueño y
seguiría haciéndolo, hasta la eternidad. Se podría decir que era un riesgo del
oficio. Algunas doncellas y hombres de arena, incluidos algunos de mis
hermanos, mantenían a sus cargas a una distancia segura. Otros dedicaban su
tiempo como si se tratara de cualquier otra tarea, igual que coser o estudiar. Pero
no lo era, no para mí. Creo que simplemente intentaban evitar sentirse así.

Los que intentaron proteger sus corazones no comprendieron que llegamos


a marcar una profunda diferencia en la vida de cada uno de nuestros cargos,
especialmente cuando dejamos de intentar protegernos y dimos todo lo que
teníamos para pastorear y moldear a nuestros cargos mientras tejíamos sus
sueños. Siempre me basé en mis experiencias personales, tanto las difíciles como
las fáciles, para ayudar a mis encargos a resolver sus problemas. El reto de ser
auténtica era lo que alimentaba mi pasión por dar lo mejor de mí. Sólo rezaba
por ser digna de ese honor.

Pero como resultado, no pude evitar encariñarme con cada persona que se
me confió, sin importar las consecuencias. Si eso significaba que me sentía así de
vez en cuando, era un pequeño precio para pagar por el significado y la sensación
de plenitud que obtenía.

Velma siguió acariciándome el hombro y yo miré a Alfreda. Como si


entendiera mi pregunta no formulada, se le escapó una pequeña sonrisa. Parecía
que se estaba adaptando bien a la pérdida de su cargo. Pero, según mi experiencia,
el cierre suele ser más fácil con la edad.

*****

Hurgaba en mi desayuno mientras el sol se ponía. Alfreda arrugó el ceño,


observándome desde abajo de la mesa. Wynnfrith y Velma se imitaron.

Habían pasado quince días. Debería haber avanzado en el duelo por la


muerte de Drake. Debería haberlo hecho. Pero no lo había hecho.

No es que nunca haya perdido una carga de sueño joven. Lo había hecho.
Pero yo misma había sido más joven y las preguntas sobre el significado no me
habían atormentado. No así: ¿En qué podría haberse convertido Drake algún día?
¿Cuáles habían sido los propósitos de los Antiguos para él? ¿Cómo podría
haberse cumplido tan pronto? ¿Se habían cumplido? ¿O algo había interferido?
¿Era eso posible? Estas y otras preguntas no me permitían resolverlas, y mucho
menos ganar un cierre. Drake me había cambiado, no era diferente a cada uno
de mis cargos anteriores. Y por ello, una parte de él, como ellos, viviría
eternamente en mí.

Frente a mí, Mema me echó una larga mirada.


—Hay un par de gemelos, niños, que pronto nacerán del emperador Altairn
y su esposa. Pensaba recomendar a Alfreda para uno, pero aún no había decidido
un ser de arena para el otro.

Me encontré con su mirada.

—Todavía tienes quince días en tu luna de luto. Pero...

—Sí, por favor, sí, estoy lista —Nunca había tenido un gemelo. Aparté mi
desesperación cuando la novedad me despertó.

Mema arqueó una ceja y luego tomó un bocado de fruta de burbujas.


Masticó lentamente, observándome.

Acercaba mis alas mientras mordía una magdalena de fresa recién salida
del horno, intentando demostrar lo "preparada" que estaba. Mis hermanas,
sentadas alrededor de la mesa, continuaban con sus conversaciones, pero sus ojos
brillantes dirigidos a mí, sus sonrisas y sus risas detrás de las manos dibujadas me
decían que no sólo me habían oído, sino que estaban emocionadas por mí.

—Muy bien, cuando hable con tu padre más tarde, te sugeriré para el otro.

—Gracias, Mema —Me comí otra magdalena y una fruta de burbujas para
subrayar mi afirmación.

Una sensación de sentido borró mi desesperación y el entusiasmo me llenó


de nuevo. Tendría un gemelo como mi próximo cargo.

Mema se levantó y se dirigió a la puerta. En cuanto se cerró, me limpié la


boca con la servilleta. Justo cuando la dejé en mi plato vacío, Alfreda chilló y
prácticamente saltó de su silla.

Me envolvió en un abrazo.

—Estoy muy emocionada. Gemelos, Ali. Vamos a compartir gemelos. —


Prácticamente rebotó.

Mi sonrisa creció aún más.

—Lo sé. Nunca hemos pastoreado gemelos. Estoy tan feliz. Podremos
hacerlo juntas —Apreté su mano.

—Y príncipes —dijo Wynnfrith—. Sin duda serán rompecorazones —Una


mirada soñadora cruzó sus ojos—. Te divertirás mucho dirigiendo sus vidas
amorosas.

Alfreda y yo resoplamos y nos tapamos la boca.


—Mema todavía tiene que preguntarle a Padre —dijo Velma.

—¿Alguna vez has sabido que niegue algo que Mema le pida? —preguntó
Wynnfrith, arquenad una ceja.

—Sólo quiero que no se frustren tus esperanzas, Ali.

Sol y arcoíris. Sabía lo que estaba pensando y puse los ojos en blanco.

—Gracias por cuidar de mí, hermana mayor, te quiero por ello, pero estoy
de acuerdo con Wynnfrith.

Velma sonrió, se acercó y me abrazó. —Entonces asumiendo que Padre lo


aprueba, felicidades. Me alegro mucho por ti, hermanita —Alfreda apretó más
mi mano.

Un príncipe. ¿A qué se enfrentaría en su vida? ¿Qué le ayudaría a superar?


Pero lo primero es lo primero, tenía que llegar al mundo y eso en sí mismo podía
estar lleno de los peores peligros.
¿Por qué, oh por qué, había querido otra carga?

Llevaba todo el día despierto y sentía que caminaba dormida. Ahuyenté un


bostezo mientras miraba por la ventana del suelo al techo entre la cama de mi
hermana y la mía. El sol era una bola naranja brillante que se hundía tras el
horizonte.

Mis mullidas mantas me llamaban. Tenía ganas de acostarme, pero no podía.


Mi nueva carga necesitaba dormir, un poco más. Venir al mundo estaba lleno de
peligros y necesitaba tener un tamaño saludable antes de que su madre lo diera
a luz. Y la mejor manera de conseguirlo era que durmiera: era cuando más rápido
crecía.

Tenía trabajo que hacer.

Extendí mi mente hacia y a través del dosel del sueño, y lo encontré, y


entonces su hilo de pensamiento, esa conexión invisible que todo ser de arena
compartía con su cargo y que nos permitía ver sus pensamientos. Se agitó de
forma errática, como solía hacer, como si tratara de atraer mi atención,
asegurándose de que no pudiera perderlo.

Me imaginé dando un paso tras otro con cuidado, abriéndome paso por el
hilo oscuro. Cuando llegué al final, encontré las hebras por las que fluían sus
pensamientos y espolvoreé arena sobre ellas. No demasiado. Era poca.

Una vez que se instaló en el sueño, me aferré a los hilos. Sus pensamientos
empezaron a fluir en turbias imágenes grises: Algo le acariciaba el costado, una
sensación placentera, probablemente la mano de su madre. Agarré el
pensamiento y lo tejí en un sueño. Sonidos. Agradable. Calmante. También los
hilvané y los añadí a los demás. Seguí captando las sensaciones mientras dormía,
hasta que algo le pinchó el costado, el pie de su hermano sin duda, y se despertó.

No lo culpaba. Se había vuelto estrecho con dos de ellos ocupando el espacio


de un bebé.

Abuelo era un gemelo. No podía imaginármelo a él y al loco y morboso tío


Thao compartiendo el mismo espacio aplastado.

¿Cómo podían existir así los gemelos? Parecía inhumano.


Me mordí el labio. Los bebes solitarios ya tenían suficientes problemas para
venir al mundo. ¿Tener a dos de ellos en el mismo espacio reducido, causaría
más? Se me apretó el estómago.

Para calmarme, le canté a mi niño su primera nana.

Nana, y buenas noches, en los cielos brillan las estrellas.

Que los rayos plateados de la luna te traigan dulces sueños.

Cierra los ojos ahora y descansa, que estas horas sean bendecidas.

Hasta que el cielo brille con el amanecer,

cuando te despiertes con un bostezo.

Nana, y buenas noches, eres la delicia de tu madre.

Te protegeré del daño, y despertarás en mis brazos.

Dormilón, cierra los ojos, porque estoy a tu lado.

Los ángeles de la guarda están cerca, así que duerme sin miedo.

Nana, y buenas noches, con rosas en la cama.

Lirios sobre la cabeza, acuéstate en tu cama.

Nana, y buenas noches, eres la delicia de tu madre.

Te protegeré del daño, y despertarás en mis brazos.

Nana, y duerme bien, mi querido dormilón.

Sobre sábanas blancas como la crema, con la cabeza llena de sueños.

Dormilón, cierra los ojos, estoy a tu lado.

Acuéstate ahora y descansa, que tu sueño sea bendecido.


Ahuyenté otro bostezo y miré a Alfreda, que estaba medio despierta en la
cama de Wynnfrith, frente a mí. Wynnfrith se había rendido al caos que
suponían los nuevos cargos y había pasado a dormir en la habitación de Deor —
la compañera de Alfreda— hasta que nuestros nuevos cargos tuvieran un horario
de sueño establecido. Las ojeras marcaban la zona debajo de sus ojos y su pelo
negro estaba desordenado. Me miró con cansancio.

—Me alegro mucho de que nos tengamos la una a la otra esta vez. Esta etapa
siempre es una alegria.

Asentí con la cabeza.

—No podría estar más de acuerdo. Llámenme locoa, pero me sigue


encantando. Podemos estar ahí desde el principio, para conectar con él o ella.
Siento que llego a conocer al ser humano tan especial en el que se convertirá mi
cargo.

Alfreda se rio.

—¿Cada uno de tus cargos ha sido un humano especial?

Fruncí el ceño.

—Por supuesto, ¿no son los tuyos?

Una sonrisa se dibujó en sus labios.

—En cierto modo, supongo

—¿Crees que mamá se sentía así con nosotras cuando estábamos dentro de
ella?

Alfreda me miró largamente. La pregunta siempre me había molestado,


pero nunca me había atrevido a preguntar, a ninguno de mis hermanos.

—Si te refieres a si creo que ve a cada uno de nosotros como alguien


especial, creo que su ausencia lo dice todo. No te va a gustar que diga esto, pero
creo que somos las consecuencias de la... pasión de ella y Padre. Nada más.

Fruncí el ceño.

—Eso es muy duro.

—El trabajo es más importante para mamá que para nosotros. Y aunque
Padre está jubilado, todavía no pasa más tiempo con nosotros.

Abrí la boca para objetar, pero Alfreda levantó una mano.


—Mema tiene mucho trabajo para la tía Dite, pero siempre está aquí para
nosotros —Quise hacerlo, pero no pude discutir.

—Ali, solía dejar que me afectara. Todavía me da vapor cuando lo pienso,


pero no hay nada que podamos hacer para cambiarlo —Suspiré.

—Nos tenemos la una a la otra —Ella sonrió—. Soy un poco parcial, pero
creo que todos mis hermanos son muy especiales.

Le apreté la mano.

*****

Todavía reflexionaba sobre lo que había dicho Alfreda, lunas más tarde,
pero la alegría borró mi melancolía después de dormir a mi cargo y empezar a
controlar sus pensamientos.

—¡Han nacido! Está agitando los brazos libremente —le dije a mi hermana
cuando entró en el salón.

Chilló, se tumbó en el sofá a mi lado y cerró los ojos. Yo también cerré los
míos y me puse a trabajar.

Las voces, las personas que hablaban a mi cargo y sobre él, poblaban sus
pensamientos. Me maravillaba la letanía de nombres que se dirigían a él: Príncipe
Kovis Rhys Aldrick Desmond Altairn. Por Dios. ¿Podrían añadir más? Más largo
que cualquiera de mis cargos anteriores. Pero lo habían llamado Kovis.

Era un buen nombre.

—¡Oh, Ali! —Alfreda extendió la mano y me agarró del brazo. Me encontré


con sus ojos—. Han llamado a mi cargo Príncipe Kennan Griffin Darren Alden
Altairn. Vaya, cuántas esperanzas puestas en él —Sacudió la cabeza y volvió a
tejer.

Así que Kovis y Kennan, gemelos y todo nuestro para pastorear.

—Aw... —No pude evitarlo. Mi cargo era tan dulce.

Kovis chupó el puño extendido de Kennan mientras su hermano lo ponía


al alcance de su boca, o al menos eso revelaban sus pensamientos, este sí un
recuerdo, mientras dormía.

A menudo deseaba que tuviéramos acceso a toda la mente de un cargo, pero


estos retazos —recuerdos que guardaba, cosas que temía, deseos que anhelaba y
más, que ocupaban sus pensamientos mientras dormía— tenían que ser
suficientes. Cuánto más fácil habría sido mi tarea de tejer los sueños si
pudiéramos mirar todo lo que había sucedido en el transcurso de un sol, o todos
sus recuerdos en realidad. Si tan sólo...

Aparté el tonto deseo y volví a centrarme en Kovis chupando el puño de


su hermano. Hablando de eso... me reí.

Alfreda abrió los ojos.

—¿Qué es?

—Kovis descubrió lo excitante que es la visión de un abundante montículo


de carne con un pezón rosado. Tiene fijación con ellos —Sonreí, como lo había
hecho con todos mis anteriores cargos. Significaba que Kovis sería un niño sano.
Ese hecho siempre me llenaba de alegría. Tendría la oportunidad de vivir una
larga vida—. Me divertiré tejiendo estos sueños.

Alfreda se rio.

Esa ‘’atracción’’ sin duda durará toda su vida si mis anteriores cargos
masculinos son una indicación.

Resoplé en señal de reconocimiento y me dispuse a entretejer eso en los


sueños de Kovis.

Cuando había capturado a mi satisfacción unos deliciosos montículos


rosados, observé el siguiente fragmento de los pensamientos de Kovis.

Una dulce voz dijo—: Hemos traído a sus hijos, Emperador. Si me permite,
son unos pequeños encantadores.

Una voz grave retumbó en respuesta—: Cumplí con mi deber


nombrándolos, aleja a esos asesinos de mi vista.

—Sí... Sí, majestad.

Aspiré una bocanada de aire. ¿Asesinos?


La autora del USA Today Bestseller L. R. W. Lee disfruta escribiendo
fantasía épica y, como tal, es autora de la premiada serie de siete libros Andy
Smithson (MG/YA coming of age) y actualmente está trabajando en una nueva
serie, The Sand Maiden (NA epic fantasy romance with YA appeal). Le encanta
escribir fantasía porque sus personajes son todo lo que ella no es en la vida real.
Por ejemplo, L. R. W. no soporta las películas de miedo, las novelas de Stephen
King ni las cucarachas. Y sabe que no duraría mucho en uno de sus libros. Pero
dale un trago y una puesta de sol hawaiana y estará bien.

Vive en el pintoresco Austin, Texas, con su marido. Sus dos hijos han
volado del gallinero. Uno de ellos ha llegado a Microsoft y el otro a las Fuerzas
Aéreas.

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