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CHARLES SIMIC

(Belgrado, 1938)

SANDÍAS
Entre la fruta
hay Budas verdes.
Comemos la sonrisa
y escupimos los dientes.

ESCOLARES CANOSOS
Los viejos tienen malos sueños,
duermen poco por eso.
Andan descalzos,
sin encender la luz,
o se quedan de pie, apoyados
en qué muebles tristísimos,
escuchando sus propios latidos.
Hay en el cuarto una ventana,
y es negra igual que una pizarra.
Cada viejo está solo
en el salón, fijos los ojos
en la delgada línea de gis
entre el estar aquí
y el ya no estar aquí.
No importa. Un vaso de agua,
eso venían a buscar,
aunque no nada más.
Escuchan: la pared tiene ratones,
un auto pasa por la calle,
sus padres muertos pasan arrastrando los pies
cuando van hacia la cocina.

EL ALMA TIENE MUCHAS NOVIAS


En la India me llamó la atención
una mosca en un templo;
me hizo sentir muy claramente
que tal vez, por qué no,
nos conociéramos de antes.
¿Fue en la ciudad de México? Trepaba
entre manchas de sangre las piernas amarillas
de aquel Cristo crucificado
y sus ojos crecían y crecían.
“Dios te siente en el trono eminentísimo
de Su reino invisible”.
Me lo dijo en inglés un pordiosero.
Era ciego. Sabia qué había visto.
En el bar donde Pancho Villa
disparó sus pistolas contra el techo,
en las nalgas al aire de la ninfa desnuda
del cuadro, que emergía de las aguas,
e internándose ahora sin pudor
por la nariz de Buda,
más confidente haciendo su sonrisa,
su mirada más bizca.
ESCENA CALLEJERA

Un muchachito ciego
con un letrero de papel
prendido en su pecho.
Demasiado pequeño para estar fuera
mendigando solo,
pero allí estaba.

Este extraño siglo


con sus matanzas de inocentes,
su vuelo a la luna,
y ahora él aguardándome
en una ciudad extraña,
en una calle donde me perdí.

Al oírme aproximar,
se sacó un juguete de goma
de la boca
como para decir algo,
pero no lo hizo.

Era una cabeza, la cabeza de un muñeco,


muy mordisqueado,
la levantó para que la viera.
Los dos sonrieron con una mueca.

ANGUSTIADOS ANÓNIMOS
Nuestra secta del juicio final
tiene una membresía de millones.
La mesera que sale a echar fumadas
y ese perro amarillo junto al banco;
sabemos quiénes somos sin gafetes.
Confinados en invisibles cárceles,
hospitales y manicomios,
en la estación de vagas premoniciones,
pensamientos desordenados y pánico creciente.
Ayer le pegó al gordo algún suertudo
y a una vieja un ladrillo le cayó y la mató.
De qué forma esos viejos se toman de las manos…
Apenas han salido tal vez de un ascensor
que estuvo varias horas atascado,
y respiran agradecidos mientras llegan
preocupaciones frescas a oscurecer su día.

SOLEDAD
La única casa que tú y yo tuvimos.
No mayor que una caja de cerillas
—o vasta como el cielo constelado—
y contigo como único inquilino,
feliz de tener pulga que rascarse
mientras se pone a recordar la noche
en que oyó que llamaban a la puerta.
Te daba miedo abrir, pero lo hiciste.
Preguntó si tendrías una vela.
Respondiste que no tenías ninguna.
Se quedaron mirándose las caras
entre los dos departamentos negros,
sin saber qué decir ni tú ni ella
antes de darse al fin los dos la espalda.
EL SAPO
Durante un tiempo mis amigos
no me verán en la ciudad.
No iremos por las calles
bien entrada la noche
llamándonos a gritos, señalando
tal o cual vista espléndida
o aterradora, tanto
que cómo darle nombre a la carrera.
Paso unos días en el campo.
Me pongo en pie temprano,
oigo los pájaros
que saludan el día
y cuando callan
oigo las hojas en el viento;
abundan aquí tanto
como allá en tu ciudad las multitudes.
Dios nunca hizo un día tan hermoso,
me dijo una vecina.
Luego se fue y yo me senté a la sombra
y me quedé rumiando aquello.
Un sapo salió entonces de la hierba
y, viendo que era inofensivo,
saltó sobre mi pie rumbo al estanque.

LA ARAÑA AUSENTE

He aquí su tela, pero nunca vi una araña allí,


excepto una falsa, ésas hechas de goma
que se venden el fondo de una tienda
con adornos para peceras y juguetes para la bañera.
Queríamos una araña para asustar a Mary,
pero en cambio le compramos una serpiente de cascabel.
Se veía real. Se veía absolutamente mortal
con su lengua bífida saliente.

Ella gritó. No pensó que fuera divertido.


Su hermano lanzó la culebra a lo alto.
Se enrollaba y desenrrollaba como si tratara de volar.
Un árbol la enganchó. Le lanzamos piedras pero sin
resultado.

Cuando llegó el invierno y el árbol perdió sus hojas


vmos la culebra agitándose en la rama
como si tuviera frío. La araña estaba
donde estaba
atrás en la tienda.

Era negra. Incluso sus ojos lo eran.


La tienda no tenía clientes para Navidad.
Los cientos de muñecas baratas en los estantes
precían asombradas, rosadas y desnudas más
allá de lo creíble.

EN LA BIBLIOTECA
para Octavio

Hay un libro que se llama


“Diccionario de los ángeles”.
Hace cincuenta años que no lo abre nadie.
Lo sé porque, cuando lo hice,
las cubiertas crujieron y las páginas
se deshicieron. Me enseñaron
que los ángeles fueron abundantes
como especies de moscas.
Cuando se hacía de noche, el cielo
se llenaba de ángeles.
Había que agitar los brazos
a cada rato, para espantarlos.
Ahora brilla el sol
tras las altas ventanas.
La biblioteca está siempre en silencio.
Los dioses y los ángeles se apiñan
en oscuros volúmenes no abiertos
nunca por nadie. El gran secreto
yace en algún estante ante el que pasa
cada día Miss Jones, que hace su ronda.
Es muy alta, y mantiene
la cabeza inclinada, igual que si escuchara.
Son los libros: susurran.
Yo no, pero ella escucha.
WISLAWA SZYMBORSKA
(Polonia, 1923-2012)

La habitación del suicida


Seguramente crees que la habitación estaba vacía.
Pues no. Había tres sillas bien firmes.
Una lámpara buena contra la oscuridad.
Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.
Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.
Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una
agenda.

¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?


Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos.
Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos
negras.
Saskia con una flor cordial.
Alegría, divina chispa.
Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador
tras las fatigas del canto quinto.
Moralistas,
apellidos estampados con sílabas doradas
sobre lomos bellamente curtidos.
Los políticos justo al lado se mantenían erguidos.
No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la
ventana.
Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.
Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.
Seguramente crees que cuando menos la carta algo
aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.

Las tres palabras más extrañas

Cuando pronuncio la palabra Futuro,


la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

Experimento
Antes de la película,
en la que los actores hicieron lo posible
para conmoverme e incluso hacerme reír,
proyectaron un curioso experimento
con una cabeza.
La cabeza
momentos antes aún pertenecía a…
ahora estaba cortada,
todo el mundo pudo ver que no había tronco.
Por la nuca colgaban las tuberías del aparato
gracias al que la sangre circulaba todavía.
La cabeza
se encontraba bien.

Sin señales de dolor, o siquiera de sorpresa,


seguía con la mirada el movimiento de la luz de una
linterna.
Movía las orejas cuando sonaba un timbre.
con su nariz húmeda sabía distinguir
entre el olor a tocino y la inodora inexistencia,
y lamiéndose con evidente gusto
segregaba saliva en honor a la fisiología.

Fiel cabeza de perro,


bondadosa cabeza de perro,
cuando la acariciaban, entornaba los ojos
creyendo que era todavía parte de un todo
que encorvaba el lomo bajo una caricia
y meneaba la cola.

Pensé en la felicidad y sentí miedo.


Porque si sólo de eso se trataba en la vida,
la cabeza
era feliz.

Un gato en un piso vacío


Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.

Mapa
Plano como la mesa
sobre la que se extiende.

Bajo él nada se mueve


ni busca una salida.

Sobre él mi humano aliento


no crea remolinos de aire
y deja en paz
toda su superficie.

Sus llanuras y valles siempre son verdes,


sus mesetas y montes, amarillos y ocres,
y los mares y océanos de un azul amigable
en sus desgarradas orillas.

Aquí todo es pequeño, cercano y accesible.

Puedo con el filo de la uña aplastar los volcanes,


acariciar los polos sin gruesos guantes;
puedo con una mirada
abarcar cualquier desierto
junto a un río que está justo ahí al lado.

Las selvas están marcadas con algunos arbolitos


entre los que sería difícil perderse.
Al este y al oeste,
sobre y bajo el ecuador,
un espacio sembrado de un silencio absoluto
y en cada oscura semilla
hay gente viviendo tan tranquila.
Fosas comunes y ruinas inesperadas,
de eso nada en esta imagen.

Las fronteras de los países son apenas visibles,


como si dudaran si ser o no ser.

Me gustan los mapas porque mienten.


Porque no dejan paso a la cruda verdad.
Porque magnánimos y con humor bonachón
me despliegan en la mesa un mundo
no de este mundo.
GABRIELA AGUIRRE
(Querétaro, México 1977)

Somos siete en esta mesa


luego de la carne y la ensalada,
el arroz y el pan con romero.
Mi copa de vino se calienta despacio
porque el fresco del jardín no alcanza,
porque la respiración vertical del bambú
no alcanza a detener los ruidos de la banda de reggae
que ensaya en el edificio de junto.
He sido asignada a partir la tarta,
a partirla como se parten las conversaciones,
el deseo del otro,
la tierra durante las catástrofes.
He sido elegida para escribir este recuerdo:
el de las frutas que brillan bajo la luz
mientras el cuchillo las atraviesa.
Me han dado un arma para partir una costra
que en el centro tiene el color oscuro del chocolate.
¿Cómo podía negarme?
Cómo negarme a la posibilidad de trazar un camino,
otro
otro
siempre distinto
nunca el mismo
ningún trozo igual.
Cómo negarme ante tal ofrecimiento,
cómo negarme a las pequeñas catástrofes
de la cocina:
ahora todos tienen un pedazo de la fruta que duele
después de haber sido cortada por mí.

Ven a mi amante pecho,


gato mío;
guarda las garras
de tu pata […]
Charles Baudelaire
Aprendí a caer de pie,
a querer con mis siete vidas,
a dejar cabellos en la ropa de los desconocidos.
Aprendí a guardar las uñas
para no lastimar a quien me ama.
Y sin embargo,
a veces —sin querer—
hice pequeñas heridas en las piernas
y en los corazones de mis amantes.
Ovillé mi cuerpo durante el sueño
y también durante el sueño atravesé paisajes
donde fui la más veloz y la más ágil.
Libré batallas y triunfé sobre el más fuerte,
abriendo su carne,
encajando mis colmillos de gata enfurecida.
Pero hoy me he detenido en el umbral
de la puerta entreabierta
porque también temo al viento,
a los nudos que hace el viento
cuando es marzo y el tiempo teje sus caprichos
y yo soy un pequeño animal que ronronea.
LLAMADO POR LOS MALOS POETAS
Rodolfo Enrique Fogwill
(Argentina, 1941-2010)

Se necesitan malos poetas.


Buenas personas, pero poetas
malos. Dos, cien, mil malos poetas
se necesitan más para que estallen
las diez mil flores del poema.

Que en ellos viva la poesía,


la innecesaria, la fútil, la sutil
poesía imprescindible. O la in-
versa: la poesía necesaria,
la prescindible para vivir.

Que florezcan diez maos en el pantano


y en la barranca un Ele, un Juan,
un Gelman como elefante entero de cristal roto,
o un Rojas roto, mendigando
a la Reina de España.

(Ahora España
ha vuelto a ser un reino y tiene Reina,
y Rey del reino. España es un tablero
de alfiles politizados y peones
recién comidos: a la derecha, negros, paralizados, fuera del juego).

Y aquí hay torres de goma, alfiles


politizados y damas policiales
vigilando la casa.
A la caza del hombre,
por hambre, corren todos, saltan
de la cuadrícula y son comidos.

Todo eso abunda: faltan los poetas,


los mil, los diez mil malos, cada uno
armado con su libro de mierda. Faltan,
sus ensayitos y sus novela en preparación.
Ah.. y los curricola,
y sus diez mil applys nos faltan.

No es la muerte del hombre, es una gran ausencia


humana de malos poetas. Que florezcan
cien millones de tentativas abortadas,
relecturas, incordios,
folios de cartulina, ilustraciones
de gente amiga, cenas
con gente amiga, exégesis, escolios,
tiempo perdido como todo.

Se necesitan poetas gay, poetas


lesbianas, poetas
consagrados a la cuestión del género,
poetas que canten al hambre, al hombre,
al nombre de su barrio, al arte y a la industria,
a la estabilidad de las instituciones,
a la mancha de ozono, al agujero
de la revolución, al tajo agrio
de las mujeres, al latido
inaudible del pentium y a la guerra
entendida como continuidad de la política,
del comercio,
del ocio de escribir.
Se necesitan Betos, Titos, Carlos
que escriban poemas. Alejandras y Marthas
que escriban. Nombres para poetas,
anagramas, seudónimos y contraseñas
para el chat room del verso se necesitan.

Una poesía aquí del cirujeo en la veredas.


Una poesía aquí de la mendicidad en las instituciones.
Una poesía de los salones de lectura de versos.

Una poesía por las calles (venid a ver


los versos por las calles...)

Una poesía cosmopolita (subid a ver


los versos por la web...).

Una poesía del amor aggiornado (bajad a ver


poesía en el pesebre del amor...)

Una poesía explosiva: etarra, ética,


poéticamente equivocada.

En los papeles, en los canales


culturales de cable, en las pantallas
y en los monitores, en las antologías y en revistas
y en libros y en emisiones clandestinas
de frecuencia modulada se buscan
poetas y más malos poetas:
grandes poetas celebrados pequeños,
poetas notorios, plumas iluminadas,
hombres nimios, miméticos,
deteriorados por el alcohol,
descerebrados por la droga,
hipnotizados por el sexo
idiotizados por el rock,
odiados, amados por la gente aquí.

En las habitaciones se buscan.


En un bar, en los flippers,
en los minutos de descanso de la oficina,
entre dos clases de gramática,
en clase media, en barrios
vigilados se buscan.

¿Habrá en la tropa?
¿En los balnearios, en los baños
públicos que han comenzado a construir?
¿En los certámenes de versos?
¿En los torneos de minifútbol?
¿Bajo el sol quieto?
¿A solas con su lengua?
¿A solas con una idea repetitiva?
¿Con gente?
¿Sin amor?

No es el fin de la historia, es
el comienzo de la histeria lingual.

Todo comienza y nace de una necesidad fraguada en la


lengua.
Falsifiquemos el deseo:
Te necesito nene.
Para empezar te necesito.
Para necesitar, te pido
ese minuto de poesía que necesito, necio:
quisiera ver si me devuelves el ritmo de un mal poema,
que me acarices con sus ripios,
que me turbes la mente con otra idea banal,
y que me bañes todo con la trivialidad del medio.

Y en medio del camino, en el comienzo


de la comedia terrenal, quiero vivir
la necedad y la necesidad
de un sentimiento falso.

Se necesitan nuevos sentimientos,


nuevos pensamientos imbéciles, nuevas
propuestas para el cambio, causas
para temer, para tener,
aquí en el sur.

Y arriba España es un panal


de hormigas orientales:
rumanas, tunecinos,
suecas a la sombra de un Rey.

Riámonos del Rey.


De su fealdad.
De su fatalidad.
De Su Graciosa Realidad.
La realidad es un ensueño compartido.
La realidad de España
es su filosa lengua pronunciando la eñe
y su mojada espada pronunciando el orden
del capital y la sintaxis.

¡Ay, lengua:
aparta de mí este cuerno de la prosperidad clavado en tu
ingle,
suturada de chips, y cubre
nuestras heridas con el bálsamo de los malos poemas..!

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