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ÉMILE BENVENISTE – ÚLTIMAS LECCIONES

College de France 1968 y 1969


Siglo XXI Editores

Prefacio de Julia Kristeva - Síntesis

 “Los grandes lingüistas se distinguen porque, conociendo y analizando las lenguas,


descubren propiedades del lenguaje mediante las cuales interpretan e innovan el “ser
en el mundo” de los sujetos hablantes.”
 “La Gramática general y razonada (Lancelot y Arnauld), al introducir el concepto de
“signo”, intenta determinar “aquello que la lengua tiene de espiritual”; y al sustentar el
juicio con el “uso gramatical”, inscribe al sujeto cartesiano en la sintaxis de la lengua. -
Incidencia de la historia en la actividad evolutiva del lenguaje.
 S. XIX, el lenguaje se concibe como parte del núcleo íntimo de la condición humana: en
cuanto actividad central, la lengua condiciona, incluye y esclarece todas las experiencias
humanas.
 El lector atento a la trayectoria de Benveniste, descubrirá en estas Últimas lecciones que
las “teorías generales” de su autor contribuyen a sondear lógicas profundas que surcan
incluso nuestras escrituras digitales.  ¿Chatear carece de ‘subjetividad’, o ‘engendra’
nuevas significancias?
 También lo caracterizaba la voluntad de “significar” (prestar oído al pensamiento,
problematizar, cuestionar) y determinar cómo se engendra el significar en el dispositivo
formal del lenguaje. Por ende, ¿qué es “significar”?  según Benveniste, “eso significa”
es sinónimo de “eso habla”, y así avizora y analiza las posibilidades de producir sentido
específicas en la humanidad hablante, ese “organismo significante”, no en el recurso a
alguna “realidad externa” o “trascendental”, sino en las propiedades del lenguaje
mismo.
 Modular la lingüística general, de modo que pueda analizar cómo se organiza la lengua
para crear sentido.

LA DOBLE SIGNIFICANCIA

 Benveniste percibe el “sentido” haciendo abstracción de su “valor” filosófico, moral o


religioso.  La búsqueda del sentido en su especificidad lingüística “impera sobre
nuestro discurso acerca de la lengua”.  La naturaleza esencial de la lengua, que impera
sobre todas las funciones que puede asumir, es su naturaleza significante.” La lengua
“significa”, “informa”, y así trasciende cualquier utilización específica o general.
 “Significar” constituye un “principio interno” del lenguaje. “Vivimos en un universo de
signos”, y el aparato formal de la lengua la vuelve capaz no sólo de “denominar” objetos
y situaciones, sino especialmente de “generar” discursos con significaciones originales,
individuales tanto cuanto compatibles en los intercambios con los demás. No sólo puede
autogenerarse, sino que el organismo de la lengua genera también otros sistemas de
signos que se le parecen o aumentan sus capacidades, pero de los cuales ella es el único
sistema significante capaz de aportar una interpretación.
 En el primer tomo de su obra maestra, propone una lingüística del discurso, fundada
sobre la alocución y el diálogo, lo que abre el enunciado al proceso de enunciación, a la
subjetividad, y la intersubjetividad. Benveniste concibe la subjetividad en la enunciación
como un emisor tanto más complejo que el sujeto cartesiano, ya que lo expande a lo
“intencional” … apertura en dirección al sujeto de lo “inconsciente”, lo “no estructurado
del lenguaje” … “cuando queda suspendido el poder de la censura”.

 Una nueva dimensión de la lingüística general según Benveniste se revela en el segundo


y último tomo. En discusión con Saussure y su concepción de los elementos distintivos
del sistema lingüístico que son los signos, Benveniste reconoce dos tipos en la
significancia del lenguaje:
Lo semiótico (de “signo”, caracterizado por su lazo “arbitrario” –resultado de una
convención social- entre “significado” y “significante”) es un sentido cerrado, genérico,
binario, intralingüístico, sistematizante e institucional, que se define por una relación de
“paradigma” y de “sustitución”.
Lo semántico se expresa en la frase u oración que articula el “significado” del signo, o la
“intención”. Se define mediante una relación de “conexión” o de “sintagma”, en el que
“signo” (lo semiótico) se vuelve “palabra” por obra de la “actividad del hablante”.

 La actividad del hablante pone en acción la lengua en la situación del discurso dirigido
por la primera persona (yo) a la segunda persona (tú) mientras que la tercera (él) se
sitúa por fuera del discurso. “Sobre el fundamento semiótico, la lengua-como-discurso
construye una semántica propia, una significación de lo intencional producido por
sintagmación de palabras en que cada uno no retiene otra cosa que una parte del valor
que tiene en cuanto signo.”

 Benveniste insiste en la superación del concepto sausseriano de signo y del lenguaje


como sistema y pone de relieve si importancia intralingüística (abrir una nueva
dimensión de la significancia, la del discurso –lo semántico-, diferenciada de la del signo
–lo semiótico-) y translingüística (elaborar una metasemiótica de los textos y de las
obras, sobre la base de la semántica de la enunciación.

 Las Últimas lecciones se proponen en una primera etapa demostrar que “significar”, lo
cual constituye la “propiedad inicial, esencial y específica de la lengua”, no queda
encerrado en las unidades-signos (tal como lo concebía Saussure), sino que “trasciende”
las funciones comunicativa y pragmática de la lengua; y en una segunda etapa,
especificar los términos y las estrategias de esta “significancia” en cuanto es una
“experiencia” vital, en sentido estricto: “Tanto antes de servir para comunicar, el
lenguaje sirve para vivir.”

 Benveniste menciona los límites de sus predecesores:

 Si bien en Saussure hay “un sesgo fundamental” en “la historia del pensamiento” en
que por primera vez “se forma la noción de signo”, y de “ciencia de signos”, Saussure
“no toma como base de apoyo el signo”; deja abierta una posible “exterioridad” del
signo; no aborda la cuestión de las relaciones entre los sistemas de signos y la
“especificidad de la lengua”, la cual “produce” (“engendra”) nuevos sistemas de signos,
en cuanto es el único “interpretante” de estos; o incluso “no se aplica a la lengua como
producción”.

 En Peirce destaca la “noción universal” del signo dividido en tres “clases” y detallada en
múltiples “categorías”, fundadas sobre una “triada”, que también es “universal”, pero
al fundar su teoría, Peirce no lo hace sobre la lengua, sino sólo sobre la palabra; su teoría
descuella en la descripción de las numerosas diversidades de signos, pero ignora la
lengua, y a su lógica le falta una organización sistemática de los diferentes tipos de
signos.

 La apuesta de la nueva lingüística general se Benveniste: “Debemos prolongar esta


reflexión más allá del punto señalado por Saussure.” Y por sobre todo hacerlo al
desarrollar una “nueva relación”, inexistente en Saussure: la “relación de interpretación
entre sistemas”. Precisamente la lengua –única en el seno de la diversidad de sistemas
significantes en cuanto posee la capacidad de autointerpretarse y de interpretar los
demás (música, imagen, parentesco)- es “el sistema interpretante”: “proporciona la
base de relaciones que permiten al interpretado desarrollarse como sistema”. En este
sentido, la lengua es jerárquicamente el primero de los sistemas significantes que
entablan entre sí una relación de engendramiento.

LA ESCRITURA

 ENGENDRAMIENTO: la “doble significancia” de la lengua, previamente esbozada, es


desarrollada por impulso de la escritura, que pone en acto y revela su capacidad de
“producción” y de “engendramiento”.
 No busca el origen de la escritura, sino soluciones a la “representación gráfica” de la
significancia:
 Encara como un “sistema semiótico” específico la escritura “en y para sí”. Al verse
desligada del habla, la escritura parece “una gran abstracción”: el hablante que escribe,
se sustrae de la actividad verbal “viviente” (gestual, fonoacústica, que crea un lazo con
otro en un diálogo) y la “convierte” en imágenes, en “signos trazados a mano”.  La
imagen suplanta al habla como herramienta de “exteriorización” y de “comunicación”.
 “Primera gran abstracción”, la escritura, al hacer de la lengua una “realidad
diferenciada”, desligada de su riqueza contextual y circunstancial, permite al hablante-
escritor formarse la idea de que la lengua o el pensamiento están constituidos por
“palabras” representadas en signos materiales, en imágenes. Esta “iconización del
pensamiento” es la fuente de una “experiencia única” del “hablante consigo mismo”:
este último “toma conciencia” de que no es del “habla pronunciada”, sino del “lenguaje
en acción” de donde procede la escritura. Ese lenguaje interior, “inteligible para el
hablante y sólo para él” confronta a este último con la considerable tarea de realizar
una “operación de conversión (de su pensamiento)” en una forma inteligible para otros.
- La “representación icónica” construye de modo conjunto el habla y la escritura: “va
a la par de la elaboración del habla y de la adquisición de la escritura”. En esta parte de
su teorización, y planteando lo opuesto a Saussure, Benveniste destaca que, lejos de ser
“subordinado”, el signo icónico asocia el pensamiento al grafismo y a la verbalización:
“La representación icónica se desarrollaría paralelamente a la representación
lingüística”, lo cual deja vislumbrar otra relación entre pensamiento e ícono, “menos
literal” y “más global” que la relación entre pensamiento y habla.  Esta hipótesis que
asocia la escritura con el “lenguaje interir”, y que será modificada más adelante, retoma
los interrogantes previos de Benveniste a propósito de la “fuerza anárquica” del
inconsciente freudiano. El “lenguaje interior” que la escritura procura “representar”
¿estaría vinculado con los “fracasos”, “juegos” y “libres divagaciones” cuyo origen
Benveniste, lector de Freud y de los surrealistas, descubría en el inconsciente? El
“lenguaje interior” del hablante-escribiente no se limitaría a la proposicionalidad propia
del ego trascendental de la conciencia y a su “intención”, sino que podría trazar en
negativo, en su teoría de la subjetividad, una diversidad de espacios subjetivos:
tipologías o topologías de las subjetividades en el engendramiento de la significancia. La
“experiencia poética” de Baudelaire confirma y especifica este avance.
 Benveniste se atiene estrictamente al plan de la lingüística general y marca una nueva
etapa de su pensamiento. Esclarecido por esta participación de las diferentes escrituras
en la revelación y el desarrollo de la doble significancia de las lenguas, el escritor
sostiene que la escritura no sólo es paralela a la lengua (y a los tipos de lenguas), sino
que la prolonga. La iconización pone en funcionamiento y refina la formalización de la
lengua, de modo que gradualmente la escritura se literaliza. “Lo semiotiza todo”: la
escritura es un sistema de signos que “se parecerá tanto más al ‘lenguaje interior’ que
a la cadena del discurso”.
 Benveniste rememora sucintamente esa senda de indagación para regresar siempre a
la lingüística general y a la función de significar ejercida por el lenguaje. “Todo
comportamiento social”, incluidas las relaciones de producción y de reproducción, no
preexiste al lenguaje, sino que “consiste en su determinación”. “Englobando” o
“incluyendo” al referente, la lengua, “obra sobre sí misma una reducción” y se
“semiotiza” a sí misma: en efecto, la escritura es el “relevo” que explicita esa facultad.
En definitiva, la escritura explicita y afianza de modo definitivo el carácter no
instrumental y no utilitario de la lengua, la cual por esto y más que nunca no es
instrumento ni comunicación, tampoco letra muerta, sino “organismo significante”,
generador y autogenerador.
 Al ser primordial el habla, “la escritura es un habla transferida”. “La mano y el habla se
sostienen recíprocamente en la invención de la escritura”. La relación escritura / habla
es el equivalente de la relación habla oída / habla enunciada. La escritura se reapropia
del habla para transmitir, comunicar, pero también reconocer (eso es lo semiótico) y
comprender (eso es lo semántico). La escritura es parte activa en la interpretancia de la
lengua. Ese relevo del habla en un sistema de signos sigue siendo un sistema del habla,
a condición de concebir esta última como una significancia pasible de engendramientos
adicionales de más sistemas de signos. Hasta los soportes digitales, como son los blogs
y Twitter.
 Benveniste se apropia de la idea de “número” para articular la de límite, ineludible en
lingüística –en que es cuestión de “disociar e identificar unidades de varios niveles”, de
“llegar a número (a un límite)”- , y la de creación del mundo mediante el Verbo, el Habla.
“El hombre versado en letras, el grammatikós, es el hombre versado en la estructura de
la lengua”. “La relación entre lo uno y lo múltiple es aquella que consta a la vez en el
conocimiento (episteme) y en la vivencia de las sensaciones.”
 La teoría de Benveniste integra todos los referentes e implícitamente lo infinito de la res
divina en y por la significancia del lenguaje. Esta significancia dual de la lengua –que
engloba la representación gráfica, el acto de escribir y las variantes de las escrituras, así
como la intersubjetividad y el referente- se remonta al cuarto evangelio de Juan: “En el
principio era el Verbo”. Con la excepción de esta diferencia: sin “comienzo”, lo “divino”
se “infunde” en el engendramiento de los “pliegues” de la significancia: en los elementos
y categorías de ese “dato” que es el lenguaje. Dato del cual el lingüista no busca las
condiciones de “verdad” ni las infinitas configuraciones translingüísticas, potenciales y
por venir, sino que se contenta con “intentar reconocer sus leyes”.

SIGNIFICANCIA Y EXPERIENCIA

 Benveniste tiende a demostrar que el acto de significar es imposible de reducir a la


comunicación y a las instituciones, y que no trasciende el “sentido dado” si no es
mediante la “actividad del hablante situada en el centro”. El concepto de “enunciación”
entendido como una “experiencia” modifica considerablemente el objeto de la
significancia y/o del lenguaje.  Lo que interesa al lingüista es la “experiencia” del
sujeto de la enunciación en la situación intersubjetiva, pero por intermedio del “aparato
formal” de la “intención”; es decir, los “instrumentos de su consumación” tanto como
los “procedimientos mediante los cuales las formas lingüísticas se diversifican y se
engendran”.  La dialéctica singular de la subjetividad, “independiente de cualquier
determinación cultural”.
 En ese paisaje móvil de la lengua, y de cara a la escritura que contribuyó a hacerlo
aparecer, se imponía una reflexión acerca de la experiencia específica de la escritura que
el “lenguaje poético” representa. Esta “lengua diferente” que sería la poesía necesita
una “translingüística”, y que la “significancia del arte” es “no convencional” y ya que sus
“términos”, al porvenir de las singularidades específicas de cada escritor, son “ilimitados
en número”.  El mensaje poético, “completamente al contrario de las propiedades de
la comunicación”, habla de una emoción que el lenguaje “transmite” pero no “describe”.
De igual modo, el referente del lenguaje poético reside “en el interior de la expresión”,
mientras que en el lenguaje usual el objeto está por fuera del lenguaje: “Procede del
cuerpo del poeta”, “son impresiones musculares”. El lenguaje poético, “sensitivo”, “se
dirige tan sólo a la entidades que participan de esta nueva comunidad: el alma del poeta,
Dios / la naturaleza, la ausente / la criatura de recuerdo y de ficción”.
 Benveniste reflexiona acerca de la “fuerza anárquica” que acciona en el inconsciente y
que la lengua “refrena y sublima”. Expresión de una “subjetividad apremiante y elusiva
que forma la condición del diálogo”, esta experiencia participa de lo infra- y en lo
supralingüístico, o más bien de lo translingüístico. La translingüística se basará sobre lo
semántico de la enunciación. Estas reflexiones se condicen con el final de los años 60
del siglo XX, cuando las rebeliones sociales y generacionales, en su llamamiento a llevar
“la imaginación al poder”, buscaban en la experiencia de la escritura (de vanguardia o
femenina) las lógicas secretas e innovadoras del sentido y de la existencia.
 Las palabras no tienen significación por fuera del Mitsein (ser-con) del diálogo.
Interpretar compete al Dasein (ser-ahí): lo que se toma en consideración es su
localización en lo analítico existencial, en detrimento del lenguaje como tal.
 Para Heidegger (en De camino al habla, 1959) el lenguaje se encara como “el decir”
(Sage), “lo que es hablado”. El diálogo deviene monólogo, aunque sin ser solipsista: su
“pensamiento interno” –en tanto es “discurso interior”, sin “sonido” ni “comunicación”-
plasma en el silencio la producción mental de un “llegar a la lengua”.
 Para Benveniste, la escritura como grafismo y como experiencia poética –de Baudelaire
al surrealismo- parece estar en intersección con la definición, por parte de Heidegger,
del "lenguaje“ que habla únicamente y en solitario consigo mismo”, y posibilita la
sonoridad, pero para alejarse pronto de ello, ya que la vigilancia del lingüista para el cual
“el dispositivo conlleva (simultáneamente) el límite y lo ilimitado”, “unidad y
diversidad”.
 La escritura como representación gráfica y como experiencia poética, aunque más
cercana al “lenguaje interior” que al “discurso”, no elimina sus virtudes pragmáticas.
Pero que ella se arriesga a desplazar los límites de la lengua mediante el
engendramiento de sistemas significativos singulares (el poema) y aun así compartibles
en la “interpretancia” de la lengua misma. Ni tiranía institucional ni himno de
ensoñación: la significancia que este último Benveniste esboza es un espacio de libertad.
 Concepto de “spotha” (Jakobson), a la vez “sonido” y “sentido” y siempre “actividad”,
según los gramáticos indios.
 Sea cual fuese lo “semiótico” de nuestro discurso, la diversidad de nuestras lenguas y la
lengua misma engendran esta “capacidad semiótica” en el encuentro entre los
“lenguajes interiores” de nuestras subjetividades.

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