The Translation of the Treaty of Waitangi: A Case of Disempowerment
Sabine Fenton and Paul Moon
El 29 de enero de 1840 el Capitán William Hobson llegó a Nueva Zelanda, con
la autorización del gobierno británico para negociar con los maoríes la transferencia de su soberanía a la corona británica. Su llegada marcó la culminación de setenta años de “una relación favorable para ambas partes” entre maoríes y británicos (Orange 1987:7). Algunos acontecimientos ocurridos poco tiempo atrás habrían allanado el terreno para “sellar la relación con la firma de un tratado.” (Orange 1987:6). Inicialmente Gran Bretaña se había mostrado reacia a intervenir oficialmente en Nueva Zelanda porque “Nueva Zelanda ofrecía pocas opciones de inversión y un mercado muy limitado” (Sinclair 1995:55). Además, el gobierno británico, por ese entonces, no quería extender su imperio. Más aún, la profunda conciencia humanitaria de la época y el temor a la reacción de las potencias extranjeras hicieron que el Ministerio de las Colonias prefiriera que fueran los misioneros y la iniciativa privada quienes se encargaran de promover los intereses británicos. Los exhaustos funcionarios del Ministerio de las Colonias habían desarrollado una política de “intervención mínima” para Nueva Zelanda, mientras procuraban hacer frente a los fuertes pedidos de acción que recibían de todo el mundo (Sinclair 1995:55). Las guerras y sublevaciones en Sudáfrica, India y Canadá los estaban llevando al límite de su capacidad. Sin embargo, poco antes de que finalizara la década de 1830, se produjo un marcado cambio de actitud de Gran Bretaña hacia Nueva Zelanda. La situación de Nueva Zelanda era motivo de acaloradas discusiones tanto en el Parlamento como en público, y quienes se encargaban de avivar el debate eran dos grupos de presión bien organizados: los colonizadores por un lado y los humanitarios y misioneros por el otro. A principios del siglo diecinueve, Nueva Zelanda era un país sin desarrollo industrial y en el que prácticamente la totalidad de la población se dedicaba a tareas agrícolas o forestales. Las comunidades indígenas maoríes todavía practicaban una agricultura de subsistencia, y durante muchos años después de 1840, mientras se preparaba el terreno para hacer granjas y se las empezaba a trabajar, la mayoría de los colonos dependían para su manutención de esa economía de subsistencia maorí. El elemento más poderoso de los colonizadores, y cuya contribución al giro de la política británica respecto a Nueva Zelanda no fue menor, lo constituía la Compañía de Nueva Zelanda. La compañía había nacido de la Asociación de Nueva Zelanda y, como muchas otras compañías colonizadoras, se basaba en los ideales de Edward Gibbon Wakefield (1796 – 1862). Wakefield era un personaje pintoresco y controvertido, cuyas teorías sobre la colonización ejercieron una fuerte influencia en el asentamiento de Nueva Zelanda. Para Wakefield la colonización era algo noble, que beneficiaba no solo a la colonia sino también a Gran Bretaña, al librarla de la presión de la sobrepoblación y la pobreza. Su teoría giraba alrededor de las ventas de tierras, que permitirían a los trabajadores laboriosos convertirse en propietarios y patrones en su debido momento. La nueva sociedad colonial llegaría a ser una réplica de la sociedad inglesa. En muchos aspectos, las teorías de Wakefield eran progresistas y reaccionarias a la vez. La comunidad colonial que él soñaba se inspiraba en la sociedad inglesa anterior a la revolución industrial. Para Wakefield, Nueva Zelanda era un país de hombres blancos, con poca consideración por los nativos, opinión diametralmente contraria a los ideales de la mayoría de los humanitarios británicos y a sus aspiraciones para el futuro de Nueva Zelanda.