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Hª del mundo actual, 2019-2020

Las descolonizaciones
La aparición de nuevos Estados independientes y la universalización formal de los Estados
nacionales es un cambio decisivo en el surgimiento del mundo actual. La mayor parte del mundo
y de la población mundial pasó a formar parte de Estados independientes, dejando de estar sujetos
a un reducido número de países occidentales (casi siempre remotos, pequeños en superficie y con
un número de habitantes comparativamente muy reducido). El dominio colonial había
consolidado el potente ascenso de las sociedades occidentales sobre el conjunto del mundo,
incrementado a partir de la Revolución industrial británica (iniciada hacia 1780) y la formación
de los Estados nacionales europeos después de la Revolución francesa y sus implicaciones. La
independencia de las colonias se produjo en un periodo de tiempo relativamente corto, ya que se
inició en el paso de la década de 1940 a la de 1950, pero se aceleró en la década de 1960. Además,
salvo de manera muy teórica y mal definida, no estaba previsto que se produjera este proceso, que
a menudo se desarrolló con un alto grado de improvisación.
Antecedentes: “progreso” y hegemonía occidental
Este acelerado e imprevisto surgimiento de numerosos nuevos Estados reflejó el agotamiento
de la vía de dominación colonial que los países occidentales –en su mayoría europeos- habían
impuesto y desarrollado, especialmente a partir de fines del siglo XIX. Fue entonces, a partir del
Congreso de Berlin (1885), cuando se aceleró el reparto de África en favor de algunos países
europeos. Algunos de ellos, además, ya tenían desde mucho antes una importante presencia en
Asia. EE.UU. ejercía una gran influencia en gran parte de América Latina y seguía dominando
los antiguos restos del imperio español en el Caribe y el Pacífico de manera directa (Puerto Rico,
Filipinas) o a través de su influencia de hecho en Cuba, antes de 1959.
El final de la I Guerra Mundial no modificó sustancialmente este panorama del dominio
colonial del mundo por parte de Occidente. Los países vencidos perdieron sus imperios, en favor
de los países aliados que habían triunfado. Esto afectó a Alemania, que perdió sus colonias en
África (Togo, Camerún, Tanzania, Ruanda-Burundi, Namibia), en favor de Francia, Gran Bretaña
y Bélgica. La derrota y desintegración del Imperio Otomano condujo también a un reparto de sus
dominios en Oriente Próximo y la península Arábiga (Líbano, Palestina, Siria, Irak, Arabia Saudí)
entre Francia y Gran Bretaña. La Sociedad de Naciones delegó en los países vencedores, bajo la
fórmula del Mandato, la administración de estos territorios y su preparación para una futura
transformación en Estados independientes. En Oriente Próximo tuvieron lugar diversas
“independencias formales”, ya que los nuevos Estados quedaban sujetos a importantes
interferencias de los antiguos colonizadores. Pero en el caso de los territorios africanos o asiáticos
este horizonte se planteaba de manera muy vaga y sin precisiones.
En Occidente, la legitimidad de los imperios coloniales estaba en pleno vigor a comienzos del
siglo XX y eran escasas las fuerzas sociales que se oponían con fuerza a los argumentos del
colonialismo (una de las excepciones fue la novela de Joseph Conrad, En el corazón de las
tinieblas, 1899). Las teorías dominantes compartían, de un modo u otro, la confianza en el
“progreso”, como algo inequívoco, y consideraban que éste se había desarrollado en los países
occidentales. De esta forma, el desarrollo del dominio colonial era un reflejo del progreso
alcanzado por los países “civilizados”. Por tanto, estos tenían una obligación con respecto al resto,
más “atrasados”. Según la fórmula que popularizó el escritor británico (nacido en la India),
Rudyard Kipling, extender este dominio constituía “la carga del hombre blanco”, una misión
moral y épica, con respecto a pueblos atrasados, que eran una mezcla de infantilismo y maldad.
White Man’s burden. R. Kippling, 1899 La carga del hombre blanco (1ª estrofa)

Take up the White Man's burden, Llevad la carga del Hombre Blanco.
Send forth the best ye breed. Enviad por delante a los que mejor hayáis
Go, bind your sons to exile criado;
To serve your captives' need; Vamos, atad a vuestros hijos al exilio
To wait in heavy harness Para servir a las necesidades de vuestros
On fluttered folk and wild, cautivos;
Your new-caught, sullen peoples, Para servir, con equipo de combate,
Half devil and half child. A naciones tumultuosas y salvajes;
A vuestros pueblos, recién dominados y
hostiles,
Medio demonios y medio niños.

Se formaron colonias de muy diverso tipo. Algunas eran “colonias de poblamiento”, donde los
emigrantes de la metrópoli o de otros países occidentales se habían establecido en gran número.
Este tipo de colonias era una parte importante del imperio británico (Australia, Nueva Zelanda,
Canadá, hasta cierto punto Suráfrica y Rodesia / Zimbabue). En el caso del imperio francés, solo
Argelia se trató de asimilar a este apartado, como un departamento francés más (durante un tiempo
parte, incluso, del Mercado Común Europeo), lo que tuvo resultados claramente conflictivos. Sin
embargo, la mayor parte de las colonias mantenía una muy escasa población de origen occidental
y su población era abrumadoramente nativa. Es importante destacar que, incluso en estos casos,
el dominio colonial pudo imponerse durante generaciones sobre territorios y poblaciones
inmensos, sin que los países colonizadores tuviesen necesidad de emplear grandes contingentes
militares. Pese a que las poblaciones colonizadas eran muy numerosas y las metrópolis imperiales
eran países mucho más pequeños, estos últimos lograron dominar sus imperios utilizando medios
relativamente escasos. Así se puede comprobar en el caso de la colonia británica de la India (que
incluía los actuales Estados de Pakistán y Bangla Desh) o del Congo belga.
La situación colonial se caracterizaba porque en los territorios y poblaciones colonizados no
se aplicaba el mismo sistema jurídico y político que regía en la metrópoli. La mayoría de las
poblaciones colonizadas no tenían acceso a la plena consideración de ciudadanos, salvo a grupos
determinados por parte de los colonizadores. Esto se traducía en situaciones cotidianas claramente
dispares con respecto a los usos establecidos en la metrópoli, donde podían regir las normas de
un Estado democrático y de derecho. En las colonias de la República francesa, la gran mayoría
de la población no tenía la condición de “ciudadanos” y las autoridades coloniales tomaban
decisiones al margen del principio de la división de poderes.
No obstante, el dominio colonial se impuso durante décadas sin demasiadas dificultades a
través de diversas fórmulas. Los británicos utilizaron en gran parte de la India un “gobierno
indirecto”, en virtud del cual numerosos príncipes de la zona mantenían su autoridad local,
colaboraban con los colonizadores y facilitaban un eficaz reclutamiento indígena. Las tropas
británicas en la zona fueron muy escasas. En otros casos, los colonizadores utilizaban en su favor
las hostilidades existentes entre diversos grupos de población, favoreciendo a algunos sobre otros.
Este fue el caso de los bubis y los hutus en la colonia belga de Burundi, donde se desarrolló uno
de los mayores genocidios de la historia, a fines del siglo XX. Los casos de rebelión abierta
desembocaban en represiones masivas y despiadadas, que dejaban de lado cualquier norma
humanitaria que se hubiera aceptado para los conflictos entre occidentales. Todo ello reforzaba
lo que se ha considerado la sistemática “interiorización de la inferioridad” propia por parte de los
colonizados, ante lo que parecía ser el carácter invulnerable que el “progreso” otorgaba a los
dominadores blancos.
Las “colonias de poblamiento” tuvieron pronto sistemas de gobierno autónomo y desarrollaron
un personal político propio. En los demás casos, no hubo nada parecido y los ensayos en esta
dirección (p.e., en la India) fueron solo parciales y tardíos. Especialmente en África subsahariana
los ensayos de autogobierno y la preparación de personal político y administrativo de carácter
local apenas se desarrollaron o, en todo caso, se limitaron a formar oficiales del ejército, en su
mayoría de baja graduación. Hay que tener en cuenta que, con mucha frecuencia, los “países”
colonizados eran ante todo creaciones territoriales configuradas por los intereses de los
colonizadores y los convenios entre ellos, de espaldas a los colonizados. En África se trazaron
fronteras desde la costa hacia el interior, agrupando o dividiendo sociedades nativas. En África
subsahariana la influencia cultural y religiosa de Occidente impregnó más a unas poblaciones que
otras. En extremo asiático y entre las sociedades musulmanas el grado de “colaboracionismo”
político y de occidentalización religiosa fue bastante menor. La delimitación de los territorios
colonizados en Oriente próximo siguió criterios algo similares tras la liquidación del Imperio
Otomano, tras la I Guerra Mundial. Alguna colonia como Líbano se delimitó por marcado interés
de los colonizadores y sus aliados, en este caso procurando delimitar el territorio para que reuniera
una mayoría de población cristiana dentro de un contexto predominantemente musulmán. En el
dominio de Palestina, la administración británica aplicó el compromiso que había adquirido antes
(por medio de la “Declaración Balfour” (1917) de crear allí, en términos difíciles de precisar, “un
hogar nacional para el pueblo judío, sin hacer nada que pudiera perjudicar los derechos civiles y
religiosos de las poblaciones no judías existentes”. Todo esto, junto con la precipitación
característica de la mayor parte de las descolonizaciones, agravó los vacíos de poder y el
surgimiento de prolongados enfrentamientos.
La crisis de las condiciones del dominio colonial
La II Guerra Mundial y sus implicaciones alteraron algunas de principales condiciones que,
hasta entonces, habían facilitado extraordinariamente el dominio colonial de Occidente.
En Asia, el expansionismo de Japón se había justificado presentándolo como la liberación de
los explotadores occidentales (británicos, holandeses, franceses y estadounidenses), para crear
una “esfera de coprosperidad”, bajo hegemonía japonesa. En poco tiempo, además, las tropas de
Japón derrotaron a los colonos europeos, que se convirtieron en vencidos y aparecieron por
primera vez como claramente vulnerables (además, ante una potencia asiática representada por el
ejército imperial japonés).
En otros casos, el esfuerzo económico y humano de las colonias que siguieron bajo la autoridad
de su metrópoli fue fundamental para que los Aliados occidentales pudieran acabar ganando la
guerra. Tanto Gran Bretaña como Francia movilizaron importantes contingentes militares (como
ya habían hecho durante la I Guerra Mundial) o emplearon un gran volumen de recursos
procedentes de sus respectivos imperios. Este fue especialmente el caso de la India, donde el
movimiento independentista de Mohandas Gandhi, pese a su defensa del pacifismo, apoyó la
incorporación a la lucha de los recursos y habitantes de su país en favor de Gran Bretaña. Japón,
cuyas tropas se habían instalado ya en Birmania y otros territorios próximos, integró en sus filas
a un “Ejército nacional indio”, para luchar contra los ingleses. Pero también otras colonias
británicas, p.e., Kenia o Tanzania en África oriental soportaron importantes sacrificios durante la
guerra. La denuncia de las dictaduras del Eje o los planteamientos de la Carta del Atlántico (1941)
dieron pie a que hubiera crecientes reivindicaciones en las colonias. Puede ser emblemático que
la capitulación de Alemania, en mayo de 1945, coincidiera en Argelia con una oleada de
manifestaciones independentistas que reprimieron las tropas francesas, causando miles de
muertos, en una operación mal conocida todavía.
Las principales potencias coloniales eran, después de 1945, claramente secundarias en el
terreno político y militar frente a la hegemonía de las dos superpotencias. Tanto EE. UU. como
la URSS se pronunciaron en contra del mantenimiento de los imperios coloniales en la inmediata
postguerra. No obstante, el inicio de la Guerra Fría y las tensiones entre los dos bloques alteraron
la actitud de EE. UU. en importantes casos concretos. De este modo, pese a todo lo que había
cambiado, el fin de los imperios no fue inmediato, ni tampoco pacífico. Los imperios se
retiraron de algunos territorios, más difíciles o menos significativos para las metrópolis. En otros,
en cambio, se mostraron dispuestos a un empleo prolongado y masivo de la fuerza. Esta situación,
que no se acababa de definir por el fin del sistema colonial, se prolongó durante unos quince años,
desde el fin de la II Guerra Mundial. La retirada general de los imperios solo se precipitó cuando
la impotencia militar de los viejos países colonizadores de Europa quedó claramente de
manifiesto, en torno a 1956-1965.
En principio, EE. UU. marcó una cierta iniciativa, al otorgar la independencia a Filipinas. En
este caso, EE. UU. pudo configurar en virtud de sus intereses la situación del nuevo país
independiente. Filipinas concedió más de 20 bases militares por un largo periodo de tiempo a EE.
UU. La legislación filipina mantenía las ventajas estadounidenses sobre recursos naturales y
comerciales.
Gran Bretaña no estaba en condiciones de seguir controlando la enorme colonia de India. Pero
tampoco realizó una retirada controlada y pacífica. Los británicos habían introducido en el siglo
XIX un sistema educativo occidental, que atrajo a ciertas élites hindúes (de las que formaban parte
M. Gandhi, hijo del primer ministro de un principado de la India, y Nehru, de una encumbrada
familia). La minoría hindú occidentalizada era importante ya a inicios del siglo XX. Esto desplazó
de los empleos coloniales a la mayor parte de los muy numerosos musulmanes, que mantenían su
propio sistema educativo. Los dirigentes nacionalistas, aunque personalmente se habían
beneficiado de su integración en la cultura británica, trataron de buscar para su país una vía de
desarrollo propia, que retomara un desarrollo económico y cultural no subordinado al dominio
colonial. Sin embargo, las divisiones internas fueron incrementándose dentro de la colonia.
Hindúes y musulmanes vivían mezclados en buena parte del territorio, pero en gran medida
desarrollaron diferentes movimientos políticos y no constituyeron una plataforma común para
negociar con los británicos.
El gobierno laborista inglés de Attlee, en una difícil situación financiera y militar, precipitó su
retirada en 1947, sin que las distintas partes hubieran llegado a un acuerdo territorial. Se
sucedieron oleadas de violencia y prolongadas disputas territoriales, que en parte siguen hoy muy
abiertas. M. Gandhi, que promovía la resistencia no violenta y la convivencia de hindúes y
musulmanes en las zonas en disputa, murió asesinado por un nacionalista hindú a los pocos meses
de la independencia. En lo sucesivo, Pakistán estaría bajo regímenes militares y más próximo a
EE. UU. India se mantendría como una democracia formal y pluripartidista. El país ha tenido y
una orientación más independiente en el terreno internacional, dentro de los “no alineados”.
En Indonesia, colonia de los Países Bajos, durante la II Guerra Mundial se había fortalecido
mucho la imagen y el liderazgo de Sukarno, cuando Japón derrotó a los colonizadores. Se había
formado como ingeniero con los holandeses antes de enfrentarse políticamente a su dominio
colonial. Sukarno se enfrentó también con los japoneses, al frente de un movimiento guerrillero.
Al terminar la II Guerra Mundial, Holanda trató de recuperar su dominio colonial, mediante el
empleo de la fuerza y tratando de dividir el territorio en diversas entidades políticas subordinadas
a su órbita. La lucha de los holandeses resultó militarmente difícil. Y países importantes de la
zona, como Australia o India, llevaron el problema a la ONU. Finalmente, EE. UU., que veía en
Sukarno un poder estable frente al comunismo, no apoyó a los holandeses en su intervención
armada. En 1949 Indonesia alcanzó la independencia. A mediados de la década siguiente, Sukarno
promovió el movimiento de los países “no alienados” entre los dos bloques (Conferencia de
Bangdung, 1955).
La situación fue distinta en Indochina, entonces un territorio colonial francés que incluye
actualmente Vietnam, Laos y Camboya. En esta región, los japoneses sustituyeron a los franceses
durante la II Guerra Mundial. La lucha contra el dominio japonés estuvo encabezada por Ho Chi
Minh, miembro de la élite vietnamita que se había hecho comunista durante sus estudios en
Francia y se había opuesto al dominio colonial. La guerrilla comunista (Viet-Minh, Viet-cong)
luchó contra los japoneses y, al concluir la II Guerra Mundial, proclamó la independencia. Para
entonces el Viet-cong tenía un amplio apoyo social. Pero Francia trató de recuperar militarmente
el territorio. EE. UU., ante el protagonismo comunista en la independencia vietnamita y aplicando
la “doctrina Truman”, prefirió apoyar económicamente el esfuerzo militar francés durante nueve
años.
La dura derrota sufrida en 1954 por el ejército francés (batalla de Dien Bien-Fu) hizo que Francia
se retirara definitivamente, tras firmar un acuerdo que preveía futuras elecciones para la
reunificación de Vietnam. EE. UU. trató de impedirlo, sosteniendo diversos regímenes militares
en el sur de Vietnam e incrementando su ayuda económica y militar, en condiciones en gran
medida opacas o de “desinformación” para la opinión pública estadounidense. Esto condujo en la
década de 1960 a que EE. UU. se implicase militarmente de forma directa y masiva, mientras la
rebelión comunista se propagaba en Laos y Camboya. Tras un enorme esfuerzo económico y
militar, con grandes costes de todo tipo para la población, en 1975, casi treinta años después de
la II Guerra Mundial, Estados Unidos se retiró. Vietnam quedó unificado bajo un régimen
comunista. Durante unos cuatro años, Camboya sufrió la dictadura genocida de Pol Pot, dirigida
por los “Jemeres rojos”, de inspiración maoísta. Este régimen supuestamente trataba de eliminar
sectores enteros de la población que resultaran sospechosos de “contaminación” occidental o
capitalista.
La colonia francesa de Argelia sufrió quizás el mayor ejemplo de resistencia del colonialismo
occidental. Francia había ocupado Argelia a partir de una fecha precoz, desde 1830. De forma
excepcional en el imperio francés, la zona septentrional (la más urbana y agrícolamente
aprovechable) había sido colonizada por un volumen considerable de inmigrantes europeos (en
parte, también españoles, incluyendo numerosos valencianos). Desde la perspectiva política y
cultural de Francia, Argelia era considerada un territorio definitivamente “occidentalizado” e
incorporado a la Francia metropolitana. El hecho de que mantuviera una mayoritaria población
argelina, con un estatus político y económico inferior, no se consideraba determinante.
Después de diversos precedentes, la rebelión argelina, encabezada por el Frente de Liberación
Nacional, fundado por Ahmet Ben Bella –que había luchado en el ejército francés de De Gaulle
durante la II Guerra Mundial-, estalló con fuerza desde 1954, cuando Francia se acababa de retirar
de Vietnam. El conflicto se desarrolló con una gran violencia, incluyendo el recurso a formas de
“guerra sucia” y terrorismo por las dos partes. Las tensiones políticas que se derivaron llevaron a
Francia al borde del golpe de Estado. Movimientos militares y de extrema derecha –en los que
figuraba entonces Jean-Marie Le Pen- se opusieron radicalmente a toda cesión. En esa coyuntura
regresó a la política francesa el general De Gaulle. Si bien De Gaulle se había inclinado por la
resistencia, la enorme dificultad de esta política le llevó a pactar un referéndum para la
independencia, que fue aprobado por el conjunto del electorado francés. Argelia se independizó
en 1962. En este caso, se produjo una clara reversión del asimilacionismo occidental. Esto implicó
el abandono del país por un alto número de descendientes de colonos europeos, que a veces
llevaban generaciones arraigados allí (los llamados “pieds noirs”), bajo condiciones de violencia.
La dificultad de las potencias coloniales de Occidente para mantener sus intereses en los nuevos
países independientes acabó haciéndose evidente durante la crisis de Suez, en 1956. El gobierno
egipcio de Gamal Nasser rompió con la anterior dependencia de su país con respecto a los
intereses occidentales y trató de impulsar el desarrollo a través de alianzas internacionales más
diversificadas. En esa línea, Nasser nacionalizó el Canal de Suez. Francia y Gran Bretaña habían
financiado su construcción a mediados del siglo XIX. Desde entonces, el canal no había dejado
de ganar importancia en el transporte marítimo entre Europa y Asia, más aún a partir del desarrollo
de la industria petrolífera en Oriente Próximo. Como respuesta, los gobiernos británico y francés,
junto con el de Israel, emprendieron una intervención militar en Egipto. Sin embargo, a los pocos
días EE. UU. desautorizó la operación y se opuso a ella. Esto puso fin a la iniciativa occidental y
de su aliado Israel. Por aquellas fechas se había desarrollado la intervención soviética en Hungría
y la propaganda occidental sobre el “mundo libre” se había hecho muy intensa.
El rápido fracaso de esta “última aventura” de tipo colonial en Egipto dejó de relieve la clara
impotencia que tenía entonces el colonialismo europeo, si no estaba apoyado decididamente por
EE. UU. Esto, a su vez, alentó a los movimientos independentistas de otras colonias. Como
resultado, ante la perspectiva de un mantenimiento del régimen colonial más precario y costoso,
se precipitó el desmantelamiento del resto de los imperios coloniales. A menudo, el proceso fue
confuso e improvisado y desembocó en luchas prolongadas, dictaduras y “Estados fallidos”.

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