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ISABELLE TREMBLAY
LA UTILIZACIÓN DEL ESTEREOTIPO EN LA NOVELA AMPLIACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA O LA
EXSTINCIÓN DE LA ALTERIDAD
El estereotipo reaviva una opinión ampliamente aceptada, compartida y repetida. Como
mecanismo que manipula la relación con el otro y lo transforma en un artificio/un engaño, busca
construir una copia degradada del otro. Su función de espejo, “gracias a la cual los efectos de
reverberación fijan una imagen que, se supone, permite un diálogo con el otro” (Castillo‐Durante 1994,
13), produce una anamorfosis que reemplaza la auténtica naturaleza del otro por una copia verosímil.
Así, el estereotipo es generador de ilusión. Lo que lo diferencia del lugar común y del cliché es que “varía
en su formulación” (Chalonge: 585). Tal como lo explica Florence Chalonge, “los lugares del
pensamiento saben cambiar de decorado” (585). Las descripciones preconcebidas, que el estereotipo
extrae de la doxa, es decir de este conjunto de conocimientos compartidos por cierto grupo de personas
que subyacen en el universo de los discursos, enmascaran/esconden las especificidades del otro y de
golpe anulan toda relación con él. El estereotipo aparece en un discurso característico, que se basa en
lugares comunes y no en un discurso métatopique, que se sitúa en el margen de situaciones
prefabricadas y de ideas preconcebidas. Su empleo revela la mirada que su emisor dirige sobre los
demás. De esta manera, juega un rol mayor en lo que concierne a la construcción de la alteridad,
definida como “el otro considerado en su singularidad individual y concreta, y no como una figura ideal
relegada al rol de un puro simulacro” (Landowski: 14), en el nivel del discurso novelesco. El empleo del
estereotipo valoriza lo que Éric Landowski denomina el “grupo de referencia” (Saveur de l´Autre: 45‐86)
que, como explica Janet Paterson, “fija el inventario de los rasgos diferenciales que servirán para
construir las imágenes del Otro” (106) y, por lo tanto, suscita la exclusión. Así, cuanto más importante
sea el espacio que ocupa el estereotipo en la descripción literaria, mayor será la ausencia/vacuidad de la
alteridad.
El estudio del estereotipo, como mecanismo generador de falsas apariencias, contribuirá a
mostrar cómo su empleo participa en el desarrollo de la intriga y en la construcción del discurso
novelesco, y permitirá desentrañar su rol en la representación de la alteridad. La primera novela de
Michel Houellebecq, Ampliación del campo de batalla, se presta particularmente bien a este tipo de
estudio debido a que los numerosos estereotipos que sostienen el discurso del antihéroe y que
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determinan sus características y explican sus comportamientos, se inscriben como unidades de
construcción capaces de subvertir y vaciar la alteridad de la palabra novelesca.
Dado que “la exclusión total de estereotipos sería de por sí imposible, a causa de la naturaleza
misma del lenguaje […] y a que una palabra o un pensamiento nuevo sólo es perceptible sobre un
trasfondo de estereotipia” (Dufays “Stérétype et littérature: l´inéluctable va‐et‐vient” 88), podríamos
preguntarnos a qué se asemejaría un discurso novelesco enteramente abierto a la alteridad.
Particularmente se podría citar una novela de Marguerite Duras, Le Ravissement de Lol V. Stein, que se
esfuerza en producir una representación metatopique. Por medio de fórmulas huidizas y evasivas y de
estructuras confusas, la autora evita describir sus personajes por medio de estereotipos que los
constriñen/fuerzan a ceñirse a un tipo dado.
La novela de Duras pone en escena la historia de una mujer, Lola Valérie Stein, fuertemente
transformada por un baile. Su matrimonio con Jean Bedford y su partida hacia U. Bridge sirven de medio
para hacerle olvidar su primer matrimonio. Diez años más tarde, Lol V. Stein, su marido y sus tres niños
regresan a S. Tahla, donde Lol reencuentra a su amiga de infancia, Tatiana Karl, quien la había
acompañado al baile aquel de T. Beach. Este regreso sumerge a Lol en los meandros de su memoria.
Primeramente, el narrador de la novela de Duras expone una condición inicial ante el
surgimiento de la alteridad de la heroína: “No saber nada de Lol era ya conocerla” (94). Con el fin de
ponerse a la escucha del otro, es necesario deshacerse de toda idea preconcebida que se tenga de él.
Además, es preciso aceptar que cuanto más se conoce al otro, más se acerca a su ininteligibilidad: “se
podía, me pareció, saber un poco menos todavía, cada vez menos sobre Lol V. Stein”, afirma el narrador
(94). Que “Tatiana todavía diga que Lol V. Stein era bonita, que en el colegio se la disputaban —por más
que ella se les escapaba de las manos como el agua— porque lo poco que uno pudiese obtener de ella
valía la pena” (11), da cuenta del carácter huidizo de Lol: nadie podía conocerla verdaderamente en
virtud de la complejidad de su ser. Además, su mirada “difícil de captar” (15) aumenta su carácter
evasivo: no se la puede comprender enteramente a menos que uno sea ella misma.
La alteridad se construiría, entonces, por medio de la anti‐descripción. La autora conseguiría
vaciar la doxa gracias a fórmulas que no reducen al sujeto a un comportamiento particular ni a un tipo
preciso y conocido por todos, como lo hacen las fórmulas falsas (clichés). Por ejemplo, en Le
Ravissement de Lol V. Stein, la mujer‐materia, fácilmente estereotipada, se transforma en mujer‐líquida
difícilmente asequible/comprensible: “Tatiana sale de sí misma, se expande por las ventanas abiertas,
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sobre la ciudad, las rutas, embarrada, líquida, marea de desnudez,” declara el narrador (135). El cuerpo
cobra la forma de lo imperceptible: “él [Jacques Hold] la [Tatiana Karl] observa hasta perder la identidad
de cada forma, de todas las formas y aun la del cuerpo entero”, subraya el narrador (155). El cuerpo
desaparece en beneficio de su contenido, la alteridad. Después de la anti‐descripción, la ausencia de un
habla heroica parecería contribuir a la construcción de un discurso métatopique en el sentido en que
impide reducir a la heroína a un tipo preciso. El silencio que guarda la heroína impide identificarla con
un modelo particular tomado de la doxa: “la imagen de Lol charlando con cualquiera era inimaginable”,
observa el narrador (80). Sus gestos y movimientos, que se confunden con aquellos de la naturaleza,
contribuyen a resaltar la imposibilidad de asociar a este personaje femenino con un modelo cualquiera:
“ella avanzaba pero ni más ni menos que el viento que se metía ahí donde encuentra sitio”, remarca el
narrador (28).
A partir de la apertura hacia los otros que puede observarse en las fórmulas empleadas por
Duras en Le Ravissement de Lol V. Stein, el contraste con la representación de la alteridad que ofrece
Michel Houellebecq en Ampliación del campo de batalla se presenta más nítido. Contrariamente a
Duras, que se esfuerza en describir a su heroína al margen de la doxa para evitar que un discurso social
se apodere/adueñe de su locura y la fije en un modelo que no le convenga, el narrador houellebecquien
anula toda relación con los otros a través de estereotipos.
Un analista de sistemas anónimo que efectúa con desgano las tareas de su oficio tiene una
mirada pesimista sobre los comportamientos humanos, a cuya observación él se siente inclinado. Un
proyecto de instalación de un programa/software lo lleva a provincia donde, en compañía de un colega,
Rafael Tisserand, profundiza sus reflexiones. Luego del accidente mortal que sufrió su compañero, el
antihéroe se hunde en la depresión y atraviesa una crisis identitaria que amenaza con destruirlo. En
resumen, el narrador nos cuenta la historia de su degradación.
El marco que alberga la intriga de Ampliación del campo de batalla rechaza la apertura al otro: el
lector asiste, desde dentro, a la caída del antihéroe prisionero de la depresión. Todo está filtrado por
este personaje‐narrador. Su representación del mundo está regida por su estado psicológico. Deprimido,
él moldea al otro conforme a esquemas preconcebidos, sacados de la doxa, cuyo aspecto familiar y
confortante lo protege y lo reconforta.
En esta novela que funciona a partir del cliché, la doxa está en el “centro” de la descripción. Los
estereotipos se construyen a través de etiquetas de tipo “anormal” (9), “títere” (9) “gatitas” (28 y 56),
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“puta” (103), “puerca” (145), “idiota/imbécil” (5), “bestia” (29), “cerdo” (36), “serpiente” (55), “negro”
(82), “animal” (82), “gil” (105), “imbécil” (128), etc. El etiquetado produce un inventario estereotipado
que imposibilita salir del marco fijado por el antihéroe: la relación con el otro está completamente
bloqueada. El modo de enunciación mismo del narrador forma parte del discurso estereotipado: “He ido
a ver un film porno. La sala estaba llena a medias, lo cual no está tan mal. Sobre todo de jubilados y de
inmigrantes, por supuesto; sin embargo había algunas parejas” (71). Eso que podría haber sido una
simple observación, sin los vocablos “por supuesto” y “sin embargo”, cubre la percepción del antihéroe
que admite el estereotipo siguiente: los inmigrantes y los jubilados constituyen la audiencia habitual de
los films pornográficos. Así pues, el personaje principal tiene una mirada que etiqueta y categoriza a los
otros. El estereotipo asegura su supervivencia debido a que le brinda un cierto confort social: el mundo
cuadra con la visión que de este tiene el narrador. El estereotipo fortifica el muro protector, sin el cual el
antihéroe correría peligro de abatimiento. El narrador no solo encubre/disfraza/enmascara al otro, sino
que lucha también por guardar su disfraz a través de una palabra que oculta su voz.
A través de estereotipos, él intenta introducir en la ilusión/la mentira su espacio circundante. El
enunciado siguiente ilustra este fenómeno: “él [`un negro´] se balancea en el pasillo, botella en mano.
Un animal, probablemente peligroso. Yo intento esquivar su mirada, relativamente amigable sin
embargo” (82). La amabilidad de la mirada del otro se opone a la percepción estereotipada del
personaje‐narrador. La reacción de este es, pues, el producto del estereotipo y no del encuentro con la
alteridad. Esta disociación de la realidad, de la cual da cuenta el antihéroe al final de la novela, muestra
la influencia del estereotipo: la distancia entre la realidad y la enunciación es tan grande que el
personaje es incapaz de interpretar la realidad correctamente. Él somete los fragmentos de lo real a un
examen fantasmático. El empleo repetitivo de un procedimiento semejante bloquea, de manera
definitiva, el acceso a lo real e impide la apertura al otro. En efecto, el antihéroe parece haber perdido
toda aptitud social y en adelante solo existe en el interior de un ámbito fantasmático. El poder del
estereotipo se apoya entonces sobre su empleo repetitivo.
La falta de explicación y de ejemplo contribuye al carácter estereotipado que reviste las
observaciones y reflexiones del narrador. Efectivamente, los ejemplos y las explicaciones habrían podido
des‐estereotipar, incluso legitimar, el anuncio siguiente: “las chicas aman acostarse con alguien el 31”
(110). El antihéroe se oculta detrás de fórmulas preconcebidas que anulan la alteridad y que vuelven
difícil la sociabilidad. Determinado por su discurso, el antihéroe, producto de la falsedad/lo ficticio,
rechaza asumir toda individualidad. A partir de ese momento en que él se encamina por una vía
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fantasmática donde todo es tan solo el reflejo del deseo, un mecanismo cíclico se pone en marcha:
cuanto más funcione por estereotipos el narrador, mayor será su dependencia en relación a ellos y, en
mayor medida, su modo de funcionamiento se cerrará más sobre él. Así, cierta progresión recorre la
novela, cuyo apogeo consiste en el hundimiento del antihéroe en la visión estrábica que él mismo
construye respecto a los otros.
Paradójicamente, la lógica de préstamo sobre la cual se apoya la intriga se inscribe en una
novela que aspira a resquebrajar el molde tradicional: “les páginas que siguen constituyen una novela
[…], esa acumulación de detalles realistas, que supuestamente esboza personajes claramente
diferenciados, siempre me ha parecido, perdón por decirlo, una pura tontería” (14‐16). El narrador
desaprueba el contenido de su obra por su estructura. Busca entonces escapar al estereotipo de la
novela, la anti‐novela de Houellebecq ¡pone en escena una representación, de todos modos!
Aun cuando el antihéroe llegue a funcionar en sociedad, es decir a simular un modo de vida
verosímil, el desenlace presenta el resultado de la incoherencia entre lo real y lo verosímil. Es necesario
precisar que el estereotipo es, como lo denomina Jean Louis Dufays, “el fundamento por excelencia de
la verosimilitud: él conjuga el efecto de real, es decir que él reenvía no a la realidad sino a una
representación `opinable´ de esta” (Stéréotype et lecture 238). Sea que el personaje logre romper el
ciclo estereotipal 1 y se restablezca en la sociedad, sea que muera y ponga fin al distanciamiento entre
realidad y representación: “la sensación de separación es total; en adelante, estoy prisionero en mí
mismo. No habrá fusión sublime; he fallado el objetivo de la vida” (156). La verosimilitud
simulada/copiada por el estereotipo es destructiva puesto que la fusión con la ilusión es imposible.
La relación estrecha que el analista de sistemas mantiene con los objetos mercantiliza su sociabilidad.
Sus relaciones interpersonales se aliñan en una lógica mercantil en la que todo es pesado y etiquetado.
Esta relación que se concentra sobre el valor mercantil del otro, es decir sobre aquello que se le puede
extraer, vacía las particularidades de este último. Víctima del círculo de consumición que inyecta una
1
Por ciclo estereotipal comprendo la sucesión y la repetición cíclica de los instantes siguientes: en principio, el
respaldo de la doxa, seguido de la eliminación de la realidad, donde el Otro no se corresponde con la verosimilitud
simulada por su representación estereotipada, lo cual acarrea una deformación de las relaciones interpersonales y
lleva a una falsa expectativa que conduce a la frustración, la cual, a su vez, aumenta el dolor y la nausea del
sujeto.
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fuerte dosis de artificio, el antihéroe de Houellebecq es prisionero de una sociedad en la cual aparentar2
es más importante que ser. Como el estereotipo “participa del aspecto familiar y tranquilizador del
mundo y proporciona el dolor del reconocimiento, un reconocimiento en sentido doble, del mundo y de
sí mismo” (Goulet 190), le permite reconciliarse con el mundo. Por medio de la jerarquía, el antihéroe
mantiene su ficción: “un ejecutivo viene a sentarse frente a mí […] ¡Qué hace aquí! Debería estar en
primera” (82). El narrador está muy pendiente de la jerarquía social puesto que es ésta la que fija a los
sujetos/modelos en la doxa. Del mismo modo, la sexualidad, percibida como “un sistema de jerarquía
social” (93), asegura la permanencia de las falsas apariencias. Así, la jerarquía impide
comprometer/poner en riesgo el universo familiar, tranquilizador pero ilusorio, que se construye el
antihéroe a base de estereotipos.
El hipnotismo, que se articula alrededor del rescate de imágenes y que introduce un cuadro
vacío de toda reflexión, constituye una condición de emergencia del estereotipo en eso que favorece, lo
que Jean‐Louis Dufays asocia a las fórmulas de artificio, sea una reproducción mecánica de una
asociación de palabras, de temas o de ideas sin interrogación suficiente sobre su pertinencia
(“L’ambivalence des stéréotypes: du constat obligé à une théorie et une didactique de la littérature”:
30). Hipnotizado por el ritmo incesante de la sociedad occidental, el antihéroe de Houellebecq se vuelve
un verdadero autómata. Actúa y piensa en función de lo que la sociedad lo autoriza a hacer y pensar.
Esta juega el rol del hipnotizador y regula la ilusión de la libertad: “si las relaciones humanas se tornan
progresivamente imposibles, es desde luego a causa de esta multiplicación de grados de libertad” (43).
En una sociedad que se apoya en pensamientos preconcebidos, la débil actividad intelectual sostiene el
estereotipo que, como observa Jean‐Louis Dufays, “aparece regularmente como la marca de una
actividad intelectual deficiente o perezosa” (“L’ambivalence des stéréotypes”: 30). Así, el hipnotismo
que ejerce la sociedad de consumo, bajo pretexto de libertad, complica las relaciones interpersonales y
favorece la pereza intelectual que se basa en el estereotipo. Prisionero de la esfera comercial, el
personaje central de Houellebecq reside estático en un estado de híper‐lucidez. Es así como él llega a
identificar la influencia del círculo de consumo: “todos comunican la certeza de estar pasando una
agradable tarde, dedicada esencialmente a consumir, y por lo tanto a contribuir a la reafirmación de su
ser” (70). El consumo, que en adelante asegura la supervivencia del ser, se transforma en una lógica de
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Aquí se pierde el juego de palabras empleado por la autora. La frase original en francés es: “le paraître surpasse
l´être”. Una traducción literal sería: el parecer vence/supera al ser. (Nota del trad.)
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identidad: “consumo, luego existo”. La supervivencia del ser se basa a partir de ahora en la apariencia,
motor del estereotipo.
El círculo de consumo o la preponderancia de la apariencia han hipnotizado a los consumidores
al punto tal que la muerte fracasa en suscitar la detención de su influjo: cuando el analista de sistemas
asiste al fallecimiento de un hombre en el supermercado, observa que aun la muerte fracasa en poner
fin a la influencia del círculo de consumación:
No se puede decir que haya sido una muerte muy digna, con toda esa gente que pasaba, que
empujaba sus carritos (era la hora de mayor afluencia), en este ambiente de circo que
caracteriza siempre a los supermercados. Yo recuerdo, sonaba incluso la canción publicitaria de
las Nouvelles Galeries (puede ser que luego la hayan cambiado); el estribillo, en particular, está
compuesto por las siguientes palabras: “Nouvelles Galeries, hoyyy […] Cada día es un nuevo día”
(67)
La muerte es insignificante a los ojos de la consumición. Mientras que el estereotipo desvirtúa la
relación con el otro, la consumición deforma la relación con uno mismo, de modo que en el primer caso
se desea la muerte del otro y en el segundo se llega a desear la propia muerte: la compra de una cama
lleva a Gérard Leverrier al suicido (Houellebecq: 101). Mientras el hipnotismo social, modelado por el
consumo, es admitido como modo de existencia, el estereotipo emerge de la pereza intelectual
instaurada por tal marco/contexto y contribuye a la elaboración de un teatro de la apariencia.
El fantasma propone otro medio de evasión a la situación de inmovilidad en la cual el antihéroe
está prisionero. Puesto que el fantasma constituye una estructura reparadora que inyecta al déficit
individual una posibilidad de supervivencia (Análisis de Discurso), produce un universo imaginario a la
medida de los deseos del personaje. Este ideal imaginado, que se construye a partir de esquemas y de
arquetipos, es portador de estereotipos.
Las fábulas animalistas que escribe el personaje principal hacen eco a sus fantasmas. Que él crea
que “el único deseo de la vaca es que la llenen […]” (10), explica el estereotipo misógino siguiente:
“Catherine Lechardoy […] tenía necesidad de que se la den. Ese agujero que ella tenía en el bajo vientre
debeía parecerle tan inútil […] ¿cómo se olvida la vacuidad de una vagina?” (47). El antihéroe fantasea
que el cuerpo femenino tiene necesidad del cuerpo masculino para sobrevivir, es decir para “completar3
su vida”. De esta manera, él legitima su existencia por el hecho de que puede completar/rellenar la
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Aquí la palabra remplir está utilizada en dos sentidos: completar la vida con el otro, pero también en el sentido
sexual utilizado anteriormente con referencia a la vaca: “que la rellenen”. (Nota del trad.)
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“vacuidad femenina”. Este fantasma reactiva el estereotipo siguiente: la mujer no puede asumir sola su
sexualidad a causa del vacío que ella lleva, ella tiene necesidad del hombre para realizarse. Además,
puesto que el que insemina a la vaca, o sea el ganadero, “simbolizaba a Dios” (11), podemos imaginar
que el hombre que “completa/rellena” a la mujer sería también un ser superior. Esta fábula animalista
expone la jerarquía sexual que sustenta las relaciones interpersonales del antihéroe. Paralelamente, el
patriarcado conlleva supresión del otro, fantasma que el antihéroe intenta satisfacer recurriendo a los
estereotipos. El discurso patriarcal que sostiene el antihéroe desacredita el de la mujer: las palabras que
emplea para describir el discurso femenino, es decir “esa clase de cosas” (5), “banalidades” (6) y
“últimos residuos lamentables de la caída del feminismo” (6), vacía la pertinencia de un habla
semejante. La condición femenina es emplazada bajo la autoridad patriarcal. El discurso masculino, por
su parte, se articula en torno a un contenido de mayor importancia: “mi jefe de servicio me llama a
parte; él me revela la importancia de este contrato. Sabe que yo soy un joven serio. Él tiene algunas
palabras, de un realismo amargo, sobre el robo de mi auto. Es una especie de conversación entre
hombres” (39). De esta manera, el universo patriarcal se protege del habla femenina y rechaza la figura
del Otro femenino. Los sustantivos empleados respecto a las mujeres, como “gatita” (28) y “presa
femenina” (56) refuerzan el discurso misógino que tiene el narrador‐personaje. La palabra “gatita”
reduce a la mujer a un animal de compañía, dócil y sumiso a su dueño, mientras que el sustantivo “presa
femenina” consolida la jerarquía entre los sexos: el hombre en tanto que predador es superior a la
mujer, simple presa. Pensado así, las relaciones hombres‐mujeres están inevitablemente
desvirtuadas/falseadas. El empleo de vocablos de resonancia violenta respecto a las mujeres, entre ellos
“frotar” (28) y “partir” (46), deriva pues de la lógica dominante‐dominada. No solamente los fantasmas
sexuales del analista de sistemas revelan su ideal estereotipado de las relaciones hombres‐mujeres, sino
que ellos también dan a conocer su obsesión: el vacío. Prisionero de la soledad, es decir de la “sensación
de la vacuidad universal” (13), él fantasea escaparle. Ya que el único momento de distención
fantasmática es de tipo homosexual, parece que el fantasma sexual se construye alrededor de cierta
suficiencia masculina. Cuando el narrador se encuentra con el jefe de servicio del Ministerio de
Agricultura en ocasión de un encuentro concerniente a establecer un sistema de formación para los
usuarios de un programa informático, él vive un instante de bienestar: “es un momento muy tierno; él
está inclinado sobre mí y sólo sobre mí; se podría creer que somos dos amantes que la vida acaba de
juntar después de una larga ausencia” (37). Incluso, la belleza masculina supera la belleza de la mujer:
“Thomassen es de origen sueco; […] su rostro es de una belleza extraordinaria, solar, radiante; se tiene
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la impresión de estar verdaderamente frente a un súper‐hombre, un semidiós” (62). El fantasma
homosexual sería, puede ser, el punto culminante del estereotipo jerárquico sexual.
Aunque, según Jacques‐Philippe Leyens y Oliver Corneille, “la estereotipación [se dé] en
el centro de las relaciones inter‐grupos y que nosotros seríamos en extremo minusválidos en
nuestra relación con el mundo si fuéramos incapaces de estereotipar” (20), el estereotipo
puede al mismo tiempo acarrear el aislamiento. El antihéroe, cuyas resistencias personales
favorecen el estereotipo, da cuenta de este fenómeno. Por otra parte, Ieme van der Poel
precisa que “el cuerpo‐fortificación del personaje principal le permite suprimir a los otros, a fin
de atenerse a su rol de espectador” (48). Este observador‐narrador que filtra todo aquello de lo
que él es testigo se percibe a sí mismo como la norma en relación a la cual los otros deberían
definirse. Esta aproximación suscita los estereotipos siguientes: los italianos son velludos y
seductores (109), los suecos son de una gran belleza (62), y los negros y los mestizos son
animales peligrosos, los “negros” (82). El narrador es incapaz de desprenderse de los
estereotipos que tapizan su modo de reflexión. A partir de observaciones particulares, él emite
actas generales como “las mujeres buscan la belleza y el atractivo” (15). Esta extrapolación
contribuye a tejer la tela de estereotipación que lo separa de los otros.
Según Daniel Castillo‐Durante, el anonimato del “se” refuerza el discurso estereotipado por el
hecho de que legitima la doxa enmascarando totalmente al emisor (Du stéréotype à la
littérature: 75). El narrador recurre al “se” para apoyar su diagnóstico estereotipado sobre
Raphaël Tisserand, a saber, que este último “jamás representará el sueño erótico de una chica
joven” y que “está perdido desde hace mucho tiempo, desde el origen” (117) debido a la falta
de belleza y de atractivo. Por medio del anonimato del “se”, el antihéroe emite una falsa verdad
que va en el sentido de la aprobación de la doxa: “el encanto es una cualidad que algunas veces
puede reemplazar a la belleza —al menos en los hombres; por otro lado se dice con frecuencia:
él tiene mucho carisma o lo más importante es el carisma ”; es eso lo que se dice” (54).
Repitiendo eso que se dice, el narrador‐personaje manifiesta su acuerdo con el discurso
establecido/típico.
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Después del “anonimato de la palabra/del habla” (“Le Stériotype à l´heure”: 78), el
grado cero del deseo viene a condicionar las reflexiones del narrador y a argumentar los
estereotipos. Puesto que el deseo no dura más que el tiempo de su satisfacción, y que es fácil
de colmarlo en la inmediatez de su emergencia, la felicidad que proporciona es rápidamente
pasajera. En un contexto semejante, el estereotipo surge como medio para despreciar a
aquellos para quienes el deseo es renovable. Como la adicción asegura la renovación del deseo,
que a su turno simula la libertad, no es sorprendente que el analista de sistemas declare:
“fumar cigarrillos se ha transformado en la única parte de verdadera libertad en mi existencia
[…] Mi único proyecto” (61). Este personaje es, en adelante, incapaz de desear fuera de la
adicción. Ávido de deseo, él desprecia a aquellos que aún son capaces de desear: “él mismo
[Schnäbele] evocará más bien un dogo —ese tipo de perros que jamás relaja su mordedura” (56).
Como Schnäbele desea un importante ascenso profesional, el personaje principal, disgustado con
su trabajo, recurre al estereotipo para evitar confrontar su propio grado cero de deseo. Él rechaza
admitir el deseo del otro para impedir que su propio dolor, suscitado por la muerte de su deseo,
no aumente. El grado cero del deseo es una condición de emergencia del estereotipo, debido a
que introduce no solamente la necesidad de suprimir la alteridad, sino también el deseo del otro.
El asesinato con el cual sueña el narrador lleva la anulación de la alteridad a su colmo: “cuando
tú sientas a esas mujeres temblar en la punta de tu cuchillo, y suplicar por su juventud, ahí tú
serás verdaderamente el amo; ahí tú las poseerás, cuerpo y alma” (118).
Mientras la mayoría de los personajes de esta novela tienen un apellido: Henry La Brette
(17), Catherine Lechardoy (19), Patrick Leroy (28), Jean-Pierre Buvet (31), Norbert Lejailly
(36), Jean-Yves Fréhaut (39), Louis Lindon (45), Raphaël Tisserand (54), Brigitte Bardot (87),
Gérard Leverrier (101), el antihéroe es incapaz de nombrarse. Este anonimato deja presagiar una
crisis de identidad: él es a la vez nadie y todo el mundo. “Rodeado de Marcels” (8), concluye que
todo el mundo se parece y puesto que “ese parecido no tiene nada que ver con la identidad” (69),
el apellido, que no se transforma más que en la envoltura diferente de un mismo contenido, es
insignificante. Así, el apellido del personaje principal se vuelve inútil frente a la
intercambiabilidad de los seres. El antihéroe consigue, pues, encubrir, a través del estereotipo, la
causa de su malestar, es decir búsqueda de su identidad problemática. Ahora bien, su psicólogo
logra desenmascarar la razón de su turbación: “según él, estoy buscando puntos de
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referencia . Todos mis desplazamientos, generaliza con audacia, son otras tantas búsquedas de
identidad ” (132). El antihéroe sustituye el estereotipo en su carencia identitaria. Esta
sustitución no es sorprendente puesto que “el estereotipo es la permanencia en el torbellino del
mundo, lo cual es la definición misma de la identidad” (Margotton: 17). La crisis identitaria
vuelve propicia la emergencia de estereotipos que establecen un marco de referencia que permite
al sujeto reconocerse. Así, el estereotipo asegura la existencia del personaje:
Imagino que en el juego de roles que está dando comienzo, yo representaré “al hombre de
sistemas”, el especialista competente pero un poco huraño, que no tiene tiempo de
preocuparse de su vestimenta y, en el fondo, es incapaz de dialogar con el usuario. Eso
me conviene perfectamente. (53)
Puesto que “las relaciones humanas devienen progresivamente imposibles” (16), que el
narrador-personaje “frecuenta poco a los seres humanos” (16) y no ve a nadie los fines de
semana (31), el espacio de altéritas se contrae. El antihéroe, que se explica la distancia que lo
separa de los otros en términos de mediocridad, está asqueado del otro: “El lunes siguiente
regresé a mi trabajo […]. Tenía la impresión de que no habría nadie, que nadie me haría ni caso,
y que me pasaría el día tecleando arbitrariamente en un teclado cualquiera. Lamentablemente,
hacia las once y media, un tipo me identifica por los pelos” (127). No solamente los encuentros
con los otros son raros, sino que, cuando se producen, el personaje busca más bien escabullirse a
través de estereotipos, de manera que él es incapaz de desprenderse del marco que se crea y con
el cual se vuelve prisionero de sí mismo (156). Vacío de identidad, no tiene la posibilidad de
mostrarse/darse a conocer a otro ni detenerse en las particularidades de los otros. Por otro lado, él
no alcanza a comprender sus propios gestos: “hace ya mucho tiempo que no veo claro el sentido
de mis actos […] El resto del tiempo adopto, más o menos, el punto de vista del observador”
(153). En semejante contexto, el estereotipo o lo que Alain Goulet califica de “mundo uterino
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que confiere a los personajes desarraigados una familia, un universo de reconocimiento” (194),
se presenta como un mecanismo de defensa. Así, el estereotipo, “instrumento de poder y de
opresión” (201), permite subsistir a la impotencia.
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comparaciones desconcertantes, las perífrasis verbales e inapropiadas, y la parodia del estilo
científico (“Faire la bête” 62-63), sino también los estereotipos. Se puede concluir entonces que
el empleo de estereotipos en la novela Extensión del campo de batalla constituye no solo el
mundo de supervivencia del antihéroe, sino que se comprueba también una técnica de
construcción novelesca elegida por Michel Houellebecq para dar un sentido a su intriga y, sobre
todo, para insuflarle una dosis de comicidad basada en la parodia.
Universidad de Otawa
(Traducción de Diego Ruiz realizada para uso interno de la cátedra Literatura Francesa de la
carrera de Letras, UNLP).
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