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1905. Reportajes y crónicas de «El Imparcial» sobre el bandolerismo en Andalucía.

El Imparcial fue un diario de ideología liberal fundado por Eduardo Gasset y Artime el
16 de marzo de 18671 y desaparecido en 1933. Fue uno de los primeros diarios de
empresa, en contraposición a los diarios de partido. Tuvo en la sección cultural Los
Lunes de El Imparcial la más importante en lengua española durante décadas, con la
colaboración habitual de la plana mayor de la Generación del 98: Unamuno, Maeztu,
Azorín, Baroja. Estas crónicas desde Setenil las firma Manuel Weiss.

22 de julio de 1905.

El viaje del Ministro de Agricultura.

A las nueve y media de la mañana hemos llegado á Ronda. En todas las estaciones del
tránsito, comisiones de los Ayuntamientos y de obreros han saludado al ministro,
pidiéndole que se emprendan las obras de los caminos vecinales. En San Roque los
obreros han dado cuenta de la mala situación en que se hallan. En Jimena, el Municipio
y los obreros se han quejado de la mala distribución de la propiedad. En Gaucín han
expuesto la miseria en que se encuentran. En Cortes, el Municipio ha pedido que se
prosigan las obras de la ya comenzada carretera á Ubrique. En Jimena se incorporaron
á la comitiva el gobernador de Málaga y los concejales de Ronda.

Al llegar á Ronda se han hecho honores militares. Ahora vamos al Ayuntamiento.

Ronda 21 (11.40 mañana)

En el Ayuntamiento se ha fijado una inscripción con la fecha de la visita del ministro.


En el mismo local el conde do Romanones ha sido saludado por comisiones de los
Ayuntamientos de El Burgo, Téba, Junquera, Arriate, Cuevas del Becerro, Benaoján,
Igualeja, Arauta, Cartajima, atajate, Algatocín, Faraján, Montejaque, Setenil, Júzcar,
Cañete la Real y otros.

De Junquera han venido 500 obreros del campo que desfilaron ante el ministro
estrechándole la mano y que expusieron sus necesidades pidiendo la construcción de
caminos vecinales. El diputado Sr. Tenorio ensalzó los fines verdaderamente
patrióticos del viaje emprendido por el ministro.

El alcalde de Ronda, Sr. Aparicio, expuso la honda crisis que atraviesa la comarca desde
que desaparecieron los grandes cultivos e hizo elogios de la sensatez de los obreros,
que este año se ha extremado con la pérdida de la cosecha en Jerez que ha privado á
los róndenos de los ingresos que los proporcionaba la siega. Ha añadido que Ronda se
halla completamente incomunicada, careciendo de carreteras, y ha citado el caso de
Arriate, en donde no pueden ir á la estación por falta de camino. Todo lo cual priva á
los pueblos de la sierra que puedan vender sus trigos. El ministro les ha prometido que
procurará; proporcionar trabajo en las obras, dentro de lo que permitan los créditos de
que dispone, palabras que fueron recibidas con vivas y grandes aplausos.

El maestro de escuela de Arriate, que lleva cincuenta y cinco años de servicio, vino
expresamente para saludar al conde de Romanones, al que abrazó diciéndole:—
¡Bendito sea! También lo saludó una comisión de maestros de Ronda, recordándole la
campaña que hizo para conseguir que se pagara al magisterio.

La Sociedad obrera de albañiles pidió las construcciones del alcantarillado y del nuevo
cuartel, obras que, dicen, mitigarán en no poca parte la penuria de las clases
trabajadoras.

Terminada la recepción, almorzamos en la estación y tomamos el tren para dirigirnos á


Málaga.

Sábado 23 de setiembre de 1905.

De Andalucía Bandidos en el campo.

La miseria en Andalucía acaba por mostrarse en una de sus clásicas y fatales formas: el
bandidaje. Ya en fecha reciente prodújose en Antequera un siniestro suceso muy con
el color de los presenciados y descritos por D. Julián dé Zugasti. Fue aquel como un
chispazo, pero las noticias llegadas de Málaga y Cádiz acusan una situación de
gravedad.

El relato oficial sobre lo acaecido en el camino de Villamartín á varios vecinos de


Setenil tiene el sabor de las viejas leyendas del bandolerismo andaluz. No un hombre
solo y desprevenido, sino tinos cuantos habituados á aquellas sendas, gentes, sin duda,
como tratantes y vendedores de feria, con muy escasa timidez, fueron los que
sufrieran en el término de Gastor secuestro, golpes y despojo. Iban los vecinos de
Setenil con el pensamiento de sus negocios y guardando en el pecho billetes y
monedas, cuando ocho hombres á caballo—y parece natural que bien pertrechados de
armas—saliéronles al paso y cortáronles ánimos y camino. Yá dueños del campo, los
bandidos cayeron sobre los infelices asaltados, y luego de amarrarlos, los dejaron sin
una peseta y sin un billete.—39.000 reales en papel y 280 pesetas en plata formaron el
botín de aquel criminal vencimiento. Y como los continuadores del viejo bandidaje no
estaban de prisa, invirtieron las horas de siesta en aumentar el número de prisioneros
con cualquier caminante que por acaso fuera llevado allí de su mala suerte.
Nuestro querido amigo y antiguo compañero el gobernador de Cádiz no cree que la
aparición de tal partida tenga que hacer nada con la política; y las dudas que se
levantan son sobre la personalidad del capitán conductor de tal tropa. Hay quien cree
que es este el ya conocido y «enquisitado» Vivillo, entre picaro y merodeador, sin
ambiciones ni ferocidad. Pero hay quien no pone hazaña de semejante importancia á
cuenta de sujeto tan subalterno en la historia del secuestro y el robo: el jefe de la
comandancia sospecha que los salteadores de Setenil no son del Vivífio, sino de
Málaga y Sevilla reunidos para dar este golpe, diseminándose después.

Y he aquí que con estas señas ó las otras, con este nombre ó aquel apodo, partiendo
de Cádiz ó saliendo de Málaga, aquellos foragidos que con su mezcla de astucia y
crueldad vagaban como sombras remotas en el Fock-lore andaluz, vuelven á hacerse
carne y maldad y crimen y ponen nuevamente en marcha por aquella desgraciadísima
tierra vergüenzas y terrores.

—No se trata de nada político—dice el gobernador de Cádiz.—Sin duda: la política no


mueve las almas ni las manos; el «pronunciamiento» ó la rebelión requieren estados
de fervor que no aparecen por la izquierda ni por la derecha. Es esa gran conquista
moral de nuestro tiempo y mediante la educación de la juventud en el justo medio de
una vida política y social,ordenada por jerarquías y escalafones, no hay que temer ni
aun tras tremendas catástrofes y Tratados horribles ningún género de sacudimientos.

Pero se trata de algo más hondo que una revuelta política: la partida de bandoleros de
Setenil, como la banda de secuestradores de Antequera, operando en plena luz, á lo
largo y á lo ancho de las carreteras, asaltando grupos de caminantes casi á la puerta de
los pueblos y en las cercanías de populosas ciudades, indican en el estado de la crisis
andaluza síntomas de una profunda alarma social y nacional.

Últimamente ha habido ciertos estremecimientos en Jerez; de Sanlúcar habla el


telégrafo con palabras intranquilas; en cualquier parte de Andalucía no hay más que
terrores, amargura, actitudes de desmayo ó desesperación; nada, en suma, que pueda
traducirse por afirmaciones de vida: todo lo que de allí llega tiene semblante y.
acentos de muerte.

¿Puede el gobierno detenerse ante esa duda de si será el Vivillo ó se llamarán menos
jocosamente los secuestradores y bandidos que se echan á las civilizadas carreteras en
Andalucía?

Sequía, hambre, emigración, bandidaje: cada mal va engendrando otro mayor; y ante
el crecimiento de todos, unidos en una grande calamidad, sorprende que el gobierno
haya olvidado la gráfica frase con que Romanones describió la situación diciendo:—
Hay en España un problema aparte, el problema de Andalucía.

¿A qué nuevo horror se espera para afrontarlo?


Los salteadores de Cádiz

Las noticias incompletas que se facilitaron ayer mañana á la prensa en los centros
oficiales y que adelantamos á nuestros lectores, relativas á la partida de Cádiz, fueron
ampliadas á última hora de la tarde en una conferencia telegráfica que ha tenido el
subsecretario de Gobernación con el gobernador civil de aquella ciudad.

En dicha conferencia dice aquella autoridad civil que el día 20 á las ocho se presentó
en la casa-cuartel de Setenil el vecino de este pueblo D. Pedro Guzmán Zamudio, quien
salió para la feria de Villamartín con variosde sus convecinos.

Cuando aquéllos llegaron anteayer, á las diez de la mañana, al .sitio denominado


«Cabaña», en el término municipal de Gastor, asaltáronles ocho hombres á caballo y
armados, robándole 39.000 reales en billetes y 280 en plata, un revólver, una navaja
pequeña y el caballo.

El D. Pedro fué atado durante tres horas, en compañía de cuantos iban por la vereda,
hasta las tres de la tarde, cuando se marcharon los ladrones en dirección á Pruna.

Cree el gobernador, por las señas de los bandoleros, que es la partida del Vivillo, pero
el jefe de la comandancia de aquel puesto supone que son gentes de Málaga y Sevilla,
reunidas para dar el golpe, y diseminadas después. Según el gobernador no hay motivo
para dar carácter político á la partida.

Salen fuerzas para aquel término do Setenil en persecución de los bandoleros, yendo

aquel servicio dirigido por el coronel del tercio de Sevilla.

Lunes 25 de Setiembre de 1905

El bandolerismo en Andalucía. La partida del «Vivillo». Fechorías de los salteadores.

En los periódicos de Cádiz encontramos varias noticias sobre la partida del «Vivito»,
que tiene por teatro de sus hazañas aquella provincia. El «Vivito» parece que tiene
empeño en resucitar las épocas del bandolerismo andaluz y repetir las fechorías de
José María, el Bizco del Borge, Melgares y Frasco Antonio. Hace varias años, lo menos
diez ó doce, se le acusó de haber sido uno de los foragidos que sorprendieron á
ganaderos y otros propietarios ricos que iban á Villamartín, deteniendo unos carruajes,
amarrando y robando á todos los que iban, entre ellos al diputado provincial D. Basilio
Peñalver, fallecido hace tiempo, rico ganadero de Zahara y de cuya ganadería es hoy
dueño su hijo político D. José Bohorquez. Estuvo procesado por aquel hecho; pero no
debieron probársele los cargos cuando fué absuelto por el Jurado.

Desde aquella fecha ha vivido del robo en despoblado, teniendo principalmente como
campo de acción los términos de diversos pueblos de Málaga. Dicho bandolero, como
loa otros siete que forman su partida, son de Estepa (Sevilla): el «Vivito» es bajo, de 45
á 50 años, grueso(…) Las últimas fechorías las realizaron estos bandidos en Antequera,
donde sorprendieron al rico propietario Sr. Blázquez, matando á su criado: dos meses
antes habían dado muerte á un tal Romero, también para robarlo.

En la provincia de Cádiz se les vio desde hace ocho ó nueve días. Habían hecho
gestiones de dinero y comida en diversos cortijos, pero de escasa cuantía. La partida
«da un golpe», como el de Antequera, y no vuelve á sus hazañas hasta que los recursos
le van escaseando. Han mandado anónimos en diversas ocasiones firmados por el
«Vivito», y también se ha dado el caso de que apareciendo ser éste el autor, se han
cometido por otros delitos diversos contra la propiedad.

La fechoría grande la cometieron el 20 del mes actual en cuya fecha se apostaron los
ocho bandidos, que llevan buenas caballerías y excelentes armas de fuego, en él
término de Ólvera, cortijo de Cabañas, de don Femando Troya, á una legua de
distancia de la ciudad: fueron sorprendiendo, «escopeta á la cara», amenazando y
robando á cuantas personas pasaron; 18 en total, que iban para la feria, de Villamartín.
Esto ocurría de ocho á diez de la mañana.

El sistema empleado era el que siempre han seguido los bandidos de tierra baja. ¡Alto
ó te mato! Después amarrar á los secuestrados, tenderlos en el suelo, registrarlos y
robarlos y decirles que volverían á matarlos si pedían auxilio.

Esta fechoría acabada de relatar la cometieron como queda dicho, en pleno día, á una
legua de una ciudad importante y en terreno llano, en un prado, donde no hay
arboledas que ocultasen á los criminales y sí únicamente unas matas de juncos: los
ladrones estaban á caballo y llevaban escopetas de dos cañones y pistolas.

Mientras unos ataban, registraban y robaban á los secuestrados, los otros estaban á
vanguardia por si llegaba alguien á sorprenderlos. Ese día, el 20, robaron á los feriantes
do Villamartin de cuatro á cinco mil duros: los que más dinero llevaban, y por lo tanto,
los más perjudicados, son los vecinos de Setenil con Pedro Guzmán v dos más á cada
uno le quitaron unos 30000 reales; al corredor conocidopor «Juan el del horno» unos
60 duros. Este último recibió varios golpes.

En la misma noche, en el sitio conocido por Cuatro Mojones, término de Villamartín, á


legua y media de la población, sorprendieron y amarraron á otro, quitándole 80 duros.

Al amanecer del día siguiente, en el Puerto del Timón robaron ú otro 500 pesetas;
dicho sitio está á dos leguas y media de Villamartín.

Por informes diversos se sabe que después de cometidos estos robos la partida
marchó hacia la provincia de Sevilla: Estepa ó Villanueva. Otros suponen qué fueron
hacia los montes de la serranía de Ronda.
La partida ha estado en la provincia de Cádiz durante ocho días, en los términos de
Alcalá del Valle, Setenil, Zahara, Grazalema, Olvera, El Gastor y Algodonales, habiendo
realizado diversas fechorías, incluso la de matar ganado de propietarios que no le
habían enviado dinero que pidieron.

Estuvieron también en el cortijo de Vallehermoso término de Olvera, hace cinco días, á


un a legua de Olvera: allí se encontraban los sres. Colunga, D. Fernando y D. José Troya
y otros ricos propietarios.Los bandoleros pasaron por aquel sitio sin intentar nada
contra dichos señores, así como tampoco contra D. Fernando Troya, D. Enrique Martí,
D. Pedro Marín, y otros que estaban en el cortijo de «Cabañas»; ellos se encerraron
preparándose á la defensa.Pa a esta misma defensa se han preparado muchas
personas que tienen necesidad de ir al campo en los términos expresados, ó de viajar
de un pueblo á otro; D. Joaquín Peñalver y otros propietarios, para ir desde Zahara á
Villamartín, iban provistos de escopetas.

Los individuos de la partida son tan osados, que cometieron un robo importante á
mano armada en las mismas tapias de las últimas casas, de ciudad tan importante
como Osuna; el hecho ocurrió en Junio último.

Para perseguir la partida, ha marchado á Setenil, El Gastor y otras poblaciones el


teniente coronel de la Guardia civil, jefe de la Comandancia de Cádiz, D. Manuel Diez
Piné, al mando de dos secciones de infantería y caballería, las cuales darán diversas
batidas.

En los centros oficiales de Madrid se creyó que se trataba de una partida política, y en
este sentido se telegrafió preguntando á Cádiz.

El parte oficial.

En el Gobierno civil de Cádiz se recibió la siguiente comunicación del comandante de la

Guardia civil de Setenil.

Excmo. Sr.: A las ocho de la noche de hoy (20) se ha presentado en esta Casa cuartel el
vecino de esta villa D. Pedro Guzmán Zamudio, manifestándome que salió para la feria
de Villamartín en este día, en compañía de varios vecinos de esta localidad, y que á las
diez de la mañana, al llegar al sitio llamado Cabañas, término de El Gastor, fueron
asaltados por ocho hombres á caballo y armados, robándole 39.000 reales en billetes
de varias clases, 230 en plata, un revolver, una navaja pequeña, un caballo castaño,
calzado, cerrado, capón y herrado con J. C. , de la propiedad de José Amaya, que en
dicho puesto estuvo amarrado tres horas en compañía de todo el que iba pasando por
la vereda; que serían las tres de la tarde cuando se marcharon los ladrones en
dirección a Pruna, y que cree por sus señas es lá partida del «Vivito».

Señas de los ladrones


Son Ias siguientes, Según el mismo parte:

«Uno bajo muy grueso, pelo negro, rizado, con bigote, de unos cuarenta y cuatro
años, los ojos negros; chicos-y muy vivos, monta caballo castaño, escopeta de dos
cañones, pantalón de pana, americana, sombrero hongo, y parece quemanda a los
demás.

Otro, moreno, con la cara ancha, ojos grandes, como de unos treinta y seis años, alto,
entrecejo corrido y bigote también grande, carnes regulares: Ileva caballo castaño, una
escopeta de dos cañones y un rifle en las alforjas, pantalón de pana, americana negra y
sombrero hongo.

Otro como de treinta y un años, bajo, chato, pelo negro muy chico, escopeta de dos
cañones, traje claro y con blusa azul.

Otro como de treinta años, sin pelo de barba, rubio, alto, los ojos muy claros, delgado,
pantalón de pana,, blusa azul; lleva caballo castaño y escopeta de dos cañones.

Otro como de treinta y ocho años, alto, rubio; y de los demás no puede dar sus señas,
pero todos van á caballo y armados.»

El señor ministro de la Gobernación celebró una conferencia telegráfica con el señor


gobernador á propósito de este suceso, para conocer la importancia del misino y el Sr.
López Ballesteros trasmitió íntegro el oficio que queda copiado, y que contiene las
únicas noticias oficiales que se conocen hasta el presente.

A parte de la conferencia asistió el jefe de la Guardia civil de esta comandancia.

El señor ministro recomendó la mayor energía en la persecución de esa partida de


bandoleros, contestándole el señor gobernador que aquella misma tarde salía para los
pueblos de la Sierra y sitio de la ocurrencia, el jefe de la Guardia civil para disponer una
batida; de cuyos resultados daría cuenta.

Miércoles 27 setiembre de 1905.

El Bandolerismo en Andalucía. Los Crímenes de Olvera.

El Diario de Cádiz publica nuevos detalles, muy interesantes por cierto, de los robos
cometidos últimamente en término de Olvera por la partida del Vivillo. Apostados los
bandidos, en número de ocho, con sus caballos y buenas armas, en el sitio conocido
por «Llano de Alonso», de las tierras del cortijo «Cabañas», término de Olvera y
propiedad de D. Fernando Troya, y dominando bien la vereda que va de Setenil á
Villamartín, fueron sorprendiendo á cuantos por dicho sitio pasaban, en el día 20 á que
nos referimos, con dirección á la feria del último de los citados pueblos.
Ya desvalijados y maniatados los viajeros, conducianlos a lugar apartado del camino,
donde los vigilaba uno de la partida, en tanto que otros seguían haciendo la misma
operación con los desgraciados que entraban en el paso acotado para las fechorías.

D, Pedro Guzmán, vecino de Setenil y principal víctima del alarmante suceso, que tenía
conocimiento de que por aquellos contornos merodeaba la ya célebre cuadrilla do
salteadores capitaneada por «El Vivillo», adoptó como precaución, á la salida de su
pueblo, el que un criado a pie marchara delante de él y á corta distancia, con el natural
encargo de una señal convenida que avisara de lo que observase ó viese sospechoso.

Este criado, á quien indudablemente vieron los bandidos, no vio á éstos ni nada
sospechoso observó al pasar por el sitio del aguardo, y debido a esta lamentable causa
el Sr. Guzmán, acompañado de otro sirviente, y siguiendo el camino, entró en el paso
del acecho donde súbitamente dos de los bandoleros les intimaron el alto y que se
apeara de los caballos. De momento intentó él Sr. Guzmán defenderse con la escopeta
que llevaba; pero rodeado de más de aquellos, estando copado materialmente y
amenazado de muerte por las armas de todos, tuvo que rendirse al asalto y dejarse
conducir, con las manos atadas por los facinerosos, á sitio más interior del monte y
apartado del camino, donde ya se encontraban otras dos víctimas.

Por el jefe de la partida se le registró inmediatamente, quedándose dicho «Vivillo» con


la cartera del Sr. Guzmán, que contenía 9.750 pesetas en papel, que llevaba el robado
para la compra de cerdos en la feria de Villamartín.

No fué el registro sin explicar el célebre salteador á su présa lo mucho que sentía y era
contra su voluntad robarle; pero que tenía que hacer lo porque era. su medio de vivir.

También ocurrió que al abrir la cartera el «Vivillo» y hacer un rápido recuento de los
billetes dijo á su gente «que lo robado ascendía á 19.000 reales. Sin duda, en esto se
reservó la mayor parto engañando á los de la partida.

Y la pregunta al Sr. Guzmán sobre á qué hora pasaría su hermano que sabía pensaba
hacer compras de reses en Villamartín, es muy de llamar la atención, por lo que
supone conocimiento y aviso previo de la salida de dichos señores á la feria con
cantidades de consideración. Afortunadamente para el hermano del Sr. Guzmán, éste
había comprado el día antes lo que necesitaba, y ya no le precisó ir á la feria.

En el registro, y como «rasgo generoso», el «Vivillo» dejó al robado 70 pesetas en plata


que éste llevaba también en el bolsillo del chaleco; pero otro de la partida que lo
registró nuevamente, quizás porque le pareciera poco la cantidad de 19.000 reales que
le notificó el capitán, no fué «tan espléndido» y le tomó dichas pesetas.
Ya desvalijado el Sr. Guzmán do todo el dinero que llevaba, y de un revólver y unas
polainas, pasó, encordeladas las manos, igualmente que su criado, á tomar puesto
junto á los dos viajeros que antes habían caído en el asalto.

Como el criado espía del Sr. Guzmán se extrañara de que éste no le siguiera, volvió
camino en su busca y a los bandidos lo aprisionaron con otros dos viajeros más, uno
de éstos negociante de pellejos, de Ronda, al sitio donde se encontraban las anteriores
víctimas.

Se presta á suposición el hecho de abofetear un bandido á uno de los criados del señor
Guzmán, que le dijo, mirándole mucho, que le parecía conocerlo por haberle visto muy
pocos días antes en una posada de Setenil. Notado por los bandoleros que dejaban el
trabajo unos vendimiadores que estaban cerca del lugar del suceso, supusieron que lo
hacían para dar aviso de alarma, y en el momento y dejando á medio atar al pellejero
de Ronda -que fué el desatador de todos después- montaron en los caballos y
tomando del diestro el que llevaba el segundo criado el Sr. Guzmán, marcháronse
hacia el camino da Algodonales.

A más de lo robado al Sr, Guzmán y el caballo que montaba su criado, se sabe que;
robaron cien pesetas y dos mantas al vecino de Alcalá del Valle D. José González
Márquez.

No se sabía en Olvera, á la hora en que se nos comunicaban estas noticias, ni los


nombres de las demás víctimas de los salteadores ni lo que éstos robaron más de lo
referido.

Después de estos hechos y en el mismo día, fueron vistos los bandidos, en sus caballos
y con el del diestro, atravesar las tierras de los cortijos «La Nota», «Chisivana»,
«Pernia», «Navalagrulla» y otros, cuyo recorrido demuestra un gran conocimiento del
terreno en rodeo de la ciudad y á distancia de una á una y media legua, y como á salir á
los caminos que van á Villanuevade San Juan, Osuna y Estepa.

La alarma en Olvera y en los pueblos, del contorno, es cual decíamos en nuestro


número del viernes, grande y fundadísima, pues lo que se deja relacionado demuestra
que, cual en los tiempos de José María las partidas de bandidos como la del «Vivillo»
recorre impunemente aquellos sitios en pleno día.

Ansiosos esperan los habitantes de la Sierra quo, por las autoridades llamadas á ello,
se adopten todas las medidas que precisan en las circunstancias que se evidencian de
lo relatado, no obstante que la escasa fuerza de la Guardia civil se mueve y hace
cuanto puede.

TELEGRAMA OFICIAL. CADIZ 26 (6'20 t.).—-Gobernador á ministro:


El teniente coronel, jefe de la comandancia, me dirige desde Setenil una comunicación
en la que confirma su creencia de que la partida de bandoleros se dispersó por la
provincia de Sevilla, pues tiene referencias de que cinco de ellos fueron Vistos en las
inmediaciones de Villanueva y otros cerca de Pruna, en aquella provincia, como en
dirección á Estepa. Estas y otras noticias corroboran la opinión de que excepto alguno
de los bandidos que acompaña siempre al Vivillo en sus correrías, los demás son
campesinos sin trabajo, vecinos de diferentes pueblos, que por la miseria general que
se padece están dispuestos á todo, y entre los cuales recluta aquél alguno para un
determinado golpe, dado el cual, regresan á sus casas sin que suela utilizarlos dos
veces. Esta circunstancia aumenta las dificultades para perseguir una partida que
cambia á cada momento de personal. El teniente coronel y la fuerza que se concentró,
continúa en la sierra practicando investigaciones, de cuyo resultado daré cuenta.

Jueves 28 de setiembre de 1905.

LA PARTIDA DEL «VIVILLO» Por telégrafo (de nuestro corresponsal) Málaga 27 (5,15
tarde)

El teniente de la Guardia civil del puesto de Ronda ha enviado al gobernador civil una
comunicación desmintiendo que la partida de bandoleros capitaneada por «El Vivillo»
se haya internado en aquella, serranía.

Los autores de los robos cometidos el 20 del actual en término de Setenil tomaron, la
dirección de Pruna y Estepa.

Sábado 30 de setiembre de 1905.

El Bandolerismo Andaluz. Sobre el terreno. Primeras impresiones. Setenil 29 de


Setiembre.

Tres diferentes líneas de ferrocarril y una cabalgadura es necesario utilizar para llegar
desde Madrid á Setenil, recóndito pueblo de la provincia de Cádiz y uno de los más
pintorescos y caracterizados de la tierra baja de Andalucía.

El viaje, aun utilizando la más rápida combinación de trenes, no se lleva á cabo en


menos de veinte horas, que son, precisamente, las que he necesitado invertir para
llegar á este pueblo donde, desde hace pocas horas, me encuentro.

No estuve desacertado al elegir este punto como primero de mi itinerario. En Setenil


reside la última víctima conocida del «Vivillo» y de sus caballistas. En Setenil está la
autoridad (el cabo de la Guardia civil de este puesto) que primeramente ha dirigido la
acción de la ley hacia la partida de malhechores que ha venido á resucitar las hazañas
del «Bizco», del «Maruso», del «Niño de Benamejí», de «Vaca-rabiosa» y de tantos
otros que alcanzaron terrorífica fama por los robos, asesinatos,incendios y secuestros
perpetrados en las provincias de Málaga, Sevilla y Córdoba y, principalmente, en esta
comarca, que vé resurgir dentro de ella el bandolerismo organizado. De Setenil, por
último, parte el camino donde no hace todavía ocho días cometió su última ruidosa
fechoría la partida de malhechores á quienes actualmente persiguen, por la sierra y
por el llano, los jefes, oficiales, clases é individuos de la Guardia civil de Málaga, de
Cádiz y de Sevilla.

Explicado por qué el periodista ha elegido á Setenil como punto de partida para sus
observaciones «cerca de la reaparición del bandolerismo en Andalucía, cúmpleme
anotar en éste primer trabajo que desde el «teatro de la guerra» -de la guerra entre el
crimen y la ley- envío á el IMPARCIAL, cúmpleme, digo, consignar las primeras
impresiones que he podido recoger desde que el tren traspuso las abruptuosidades de
Despeñaperros hasta este momento, en que, encerrado en el modesto cuarto de una
posada, al que sirven de mobiliario unas sillas de anea y una mesa do roble y de
decorado unos cuantos cromos de La Lidia representando hechos célebres del toreo,
escribo á la luz de una vela estas cuartillas, que mañana se llevará el cartero y que al
siguiente día deberán llegar á Madrid.

En Córdoba subió al mismo departamento que yo ocupaba un señor elegantemente


vestido, si bien descubría en su rostro, adornado por espesas patillas negras, en su tez
bronceada por el sol y el aire y en el rústico desenfado con que se expresaba, la
contextura del hombre hecho á las faenas del campo. Según pude comprender
después en el curso de la conversación, que no tardamos en entablar, mi compañero
de viaje era el tipo perfecto del hacendado andaluz, dueño de extensos olivares y de
numerosos cortijos, con sus puntas y ribetes de ganadero.

Mientras el tren recorría los campos inundados de luz, cubiertos de olivos, alineados
como las cepas en las viñas, hablamos de las cosechas, del hambre y del bandolerismo,
esos tres graves y perpetuos problemas de Andalucía.

—Este año ha llovido poco—me decía aquel señor.—No se ha recogido nada de la


oliva. La cosecha de aceito há sido escasísima en toda Andalucía y tendremos que
vender el caldo muy caro. Ya ha subido mucho de precio, pero subirá más.

—¿De modo que el invierno se presentará amenazador para la gente pobre?

—Malo, muy malo, lo veo. Es ahora, en que todavía ofrece algunos recursos al
proletario, y hay muchísima miseria. ¡Con que ya usted vé la que nos espera!...

—¿Pero ustedes, los propietarios, no han contribuido á aliviar ese mal?

—Sí, señor. Hemos hecho lo que hemos podido, y algunos más de lo que han podido.
Nos hemos agregado muchos más trabajadores de los que necesitamos. Hay casa que
sostiene más de mil hombres, á los cuales no, necesita para nada y nada hacen, pero
se les paga su jornal como si trabajaran.
j—¿y cree Vd. Que la miseria reinante en esta región pueda ser la causa de la
reaparición del bandolerismo?

Y mi interlocutor, en vez de contestarme, me espetó esta otra pregunta:

—¿Pero usted cree que tenemos bandolerismo?

—¡Hombre! La partida dial «Vivillo» me parece una afirmación irrefragable...

—¡Ca! ¡No, señor! Esa es una partida suelta y no de hambrientos, sino de malhechores,
de ladrones de oficio, reconocidos como tales, que eI uno vive en Estepa, otro en
Casariche y cada uno en su pueblo. Se citan en un sitio fijo y á una hora determinada,
dan el golpe y cada cual se vuelve á su guarida.

—Pero, precisamente, lo que usted me dice demuestra una organización, una


asociación criminal, seguramente más perfecta y peligrosa que las que pudiera
improvisar el hambre y la desesperación.

—Estamos conformes, pero yo creo que no hay más que una partida, la del «Vivillo».
Hablar de bandolerismo como de un mal permanente, como de una epidemia
generalizada en Andalucía, no me parece exacto. Además, «no es conveniente» que se
hable mucho del bandolerismo. Eso retrae á los extranjeros, que dejan mucho dinero á
las industrias andaluzas y á las cuales se las perjudica con esas que dicen ustedes en
los periódicos...

—Según eso —repliqué un tanto amostazado— ¿será más patriótico y moralizador


guardar un, silencio culpable y ser cómplices del «Vivillo»

—¡Hombre! No digo tanto. Lo que digo es que una partida, solamente, se sabe que
haya parecido y de esa pronto dará fin la Guardia civil...

—No me parece eso tan llano. Por de pronto, las batidas de estos días no han dado
resultado alguno; lo acabo de saber en Córdoba. Y también he sabido —añadí con
intención y molestado por el tono de censura con que aquel señor había juzgado la
desinteresada conducta de la prensa, —que uno de los jefes de la benemérita que ha
perseguido estos días al «Vivillo» y sus secuaces, se ha dirigido al director general del
cuerpo, diciéndolo que por los procedimientos ordinarios no es posible combatir con
éxito el bandolerismo. Que es menester que la Guardia civil tenga más atribuciones y
que pueda registrar libremente todas las casas, pues se da frecuentemente el caso de
que los malhechores se albergan y refugian en casa del alcalde, del juez ó de cualquier
cacique del pueblo.

A esta fidelísima referencia, que horas antes había sido para mí un rayo de luz, nada
contestó mí interlocutor y procuro cambiar de conversación.
En aquellos momentos el tren pasaba por Casariche atravesando un espeso olivar, á
cuya izquierda, al margen do un riachuelo que creo llaman de las Yeguas, una blanca y
rústica vivienda se alza sobre el sitio mismo donde hace treinta años existía la casa del
«Tío Martín». La «huerta», de siniestra fama, todavía verde entre los olivares
inmediatos y acaso aquel peral que eleva sus ramas cerca de la casa, es el mismo al pie
del cual enterraba sus víctimas el terrible secuestrador precursor de Aldije, el francés
del Huerto de Peñaflor. La figura alta, huesuda del astuto «Tío Martín», vestido al
clásico estilo rondeño, con su sombrero calañés y el rosario de gruesas cuentas
colgado á guisa de collar, me pareció que resucitaba y recorría aquellos parajes
evocada por el idolátrico fervor de los modernos «Caballistas», émulos de aquel genio
del bandolerismo andaluz.

MANUEL WEISS.

1º de octubre de 1905.

El Bandolerismo Andaluz. ¿Será el «Vivillo»? Dudas y certeza. Setenil 29 de Setiembre.

En el tren de la Compañía de los andaluces, ó sea desde Córdoba á Bobadilla, había


oído poner en duda la existencia del bandolerismo; pero en el ferrocarril «inglés», es
decir, de Bobadilla á Algeciras, tuve que experimentar una mayor sorpresa: la de oír
negar la existencia del propio «Vivillo».

Eran mis compañeros de viaje, en esta segunda etapa de mi excursión ferroviaria, dos
ingleses —padre é hija— que se dirigían á Algeciras; otro caballero, también de
aspecto extranjero, pero que era de Cádiz y hablaba con el inglés en correcto
castellano, y un moro tangeríno, joven y arrogante, como un príncipe de las «Mil y una
noches», que regresaba de Málaga para cruzar el Estrecho.

La señorita inglesa, rubia, sonrosada, de nariz graciosamente puntiaguda y ojos


habladores, me pareció digna de ser «morena y sevillana». Y algo semejante debía
ocurrírsele al hijo de Mahoma, que, ocupando cómodamente dos plazas del
departamento, y luciendo la desnudez de sus musculosas piernas, orientalmente
cruzadas sobre el asiento, no quitaba ojo a la bella inglesita. La muchacha, por su
parte, dirigía al marroquí frecuentes miradas por encima de un libro que leía, o
aparentaba leer, mientras el «dandy» africano (indudablemente era un personaje de la
corte del sultán) inclinado picarescamente sobre una oreja, y con un bastoncillo de
puño de oro, que sujetaba entre sus manos aristocráticas, se entregaba al más
británico de los «flirth.»

Por mucho que me interesara -á fuer de ser observador— el singular idilio, me


interesaba mucho más la conversación que sostenían el flemático papá de la inglesita y
el otro caballero, á quien, desde el primer momento considerá bastante más enterado
de las cosas de España y Andalucía, á juzgar por los datos y noticias que á su
interlocutor facilitaba.

—¿Pero es posible que todavía haya bandidos en España?—-preguntaba asombrado el


inglés.

—¡Oh! Sí. Es completamente cierto. Precisamente en estos días merodean por estos
contornos, asaltando á los viandantes y desvalijándoles, una cuadrilla de bandoleros,
capitaneada por un hombre joven todavía, valeroso, cuya audacia corre parejas con la
generosidad de que alardea con sus víctimas.

—¿Y cómo se llama ese héroe romántico?

-—A decir verdad, no se sabe ciertamente. Todos, por aquí, le llaman el «Vivillo» y así
también le nombran los periódicos; pero yo he oído en Cádiz, de donde vengo, algo
estupendo sobre la verdadera personalidad de ese capitán de bandidos.

(Al llegar el francés á éste punto de su para mí interesantísima charla, yo, lector, había
concentrado todos mis sentidos en el del oído.)

—Es el caso—prosiguió el informador a quien me refiero—que hace muy pocos años


andaba por estas provincias un malhechor célebre, apodado el «Cristo», que sobre ser
un ladrón temible y sanguinario, andaba a tiros frecuentemente con la Guardia Civil; á
la que hacía cara con osadía increíble.

En uno de estos encuentros con los guardias el «Cristo» cayó herido, se lo dio por
muerto y. aun se asegura que su cadáver está sepultado en Ronda. Pues bien, lo que
yo he oído en Cádiz es que el «Cristo» no murió de aquella refriega; que el enterrado
en Ronda es otro cadáver cualquiera; que esto se sabe por el dueño de un cortijo de e
Algodonales donde la esposa del «Cristo» ha estado sirviendo, y que no es el
pretendido «Vivillo», sino el «Cristo» en peersona quien capitanea la banda de
salteadores que desdé hace unos días traen aterradas á las gentes pudientes de estas
serranías.

El estupor que semejantes revelaciones produjeron en mi ánimo fué tal que apenas me
di cuenta de que habíamos llegado á Almargen y de que ocurría á mi lado, en el mismo
departamento, un incidente animado y curioso.

La pareja de la Guardia Civil se presentó a detener al flamante moro que había venido
asediando—y acaso ¡ay! había conquistado— el corazón de la simpática inglesa.

El tenorio de alquicel y babuchas que nos habíamos imaginado un aristócrata de Fez,


viajaba sin billete...

—Yo no entender—no entender—repetía el morito, mientras los guardias se lo


llevaban.
—Ya es la segunda vez que le pillo explicaba á los curiosos viajeros el revisor del tren. Y
añadía: —¡Lo que es este un «Vivillo»!

Cuando, poco rato después, bajé del tren en la estación de Setenil, mi aturdimiento era
tal ante noticias tan contradictorias como las que en pocas pocas habían llegado hasta
mi, que el «Cristo» y la inglesita, el moro y el «Vivillo», los guardias civiles y el
cosechero de las patillas negras, bailaban dentro de mi sobreexcitado cerebro la danza
más fantástica y grotesca

Cuando volví á la realidad y en compañía de un arriero y de un «chaval» recorría, con


un mulo que, casualmente pude alquilar en la estación de Setenil, el espeso y solitario
encinar, de cerca de una legua de largo, que separa á Setenil, pueblo, de la vía férrea,
hubiera deseado ver aparecer .por el frondoso bosque las figuras pintorescas de los
«caballistas» del «Vivillo», único remedio que se me ocurrió en aquel momento para
saber de una vez si existe el famoso salteador y si eso del bandolerismo y de los robos
en despoblado no es una de tantas, «andaluzadas».

Pero las dudas duraron bien poco. Apenas llegué á Setenil me convencí de que la
partida de bandoleros existe, de que sigue maniobrando por sendas y caminos, de que
la dirige y manda el «Vivillo, de que no se trata de una manifestación del hambre que
hace bajar a los lobos de los cerros y arranca á los hombres de las órbitas de la ley, sino
del crimen: el «Vivillo» es un conocido contrabandista, curtido en las arriesgadas
empresas de robar al fisco y atravesar á tiros, ó como se pueda, las lineas de
carabineros.

Acabo de hablar con D. Pedro Guzmán, rico labrador de Setenil á quien el Vivillo» robó
en el camino de Villamartín hace pocos días cerca de cuarenta mil reales. De lo que
me ha dicho, de lo que otras personas me han condado, hablaré mañana, porque hoy
se; hace tarde y el correo va á salir. MANUEL WEISS.

Lunes 2 de octubre de 1905.

El Bandolerismo Andaluz. Desde Setenil. Setenil 29 de Setiembre.

Al llegar. — Panorama y escenario.— Una víctima del «Vivillo». — En casa de D. Pedro


Guzman. — Relato del despojo.

El pueblo de Setenil no aparece á la vista del viajero hasta que éste llega al fondo del
inmenso barranco, del tajo profundo, dentro del cual y por encima del que se asienta
la más extravagante y pintoresca agrupación de viviendas humanas. Figuraos un ancho
rio que hubiera empobrecido hasta convertirse «n un arroyo mísero y fangoso.
Imaginad que en tiempos remotos, acaso prehistóricos y durante siglos y siglos, la
corriente impetuosa y constante de las aguas hubiera socavado las laderas del
barranco que sirve de lecho al río, hasta el punto de formar en una y otra márgen dos
enormes comisas de roca.

Colocad bajo la concavidad de esas cornisas que amenazan aplastar las calles
empinadas, casitas alegres, de fachadas azules y rosadas, humildes chozas y silos
tenebrosos, y por encima de esas calles y de esas casas, en laberíntica y ascendente
espiral, otras calles y otras viviendas y las ruinas de un castillo y los muros morenos
escarificados, vetustos, de una iglesia con. apariencias de mezquita.

Y con todos estos elementos escenográficos y arquitectónicos no podéis formar sino


idea muy remota del aspecto, de la estructura, del sorprendente panorama de Setenil,
visto desde su entrada por la senda, casi imperceptible, que de la estación ferroviaria
conduce al pueblo.

Vadeando el sediento arroyo se entra en la población por su calle principal, llamada de


Ronda, una calle cubierta á trechos por la techumbre de roca de la consabida comisa.

Al promedio de esa extraña vía se encuentran frente á frente y á izquierda y derecha,


respectivamente, la casa de D. Pedro Guzmán y la posada de la Victoria, el domicilio de
la víctima y el alojamiento del secuestrador, del contrabandista «Vivillo», que ha
pernoctado muchas veces en la habitación, con ventanal río, donde escribo estas
cuartillas.

En el momento de llegar, la posada.—una posada clásica de Andalucía-estaba muy


animada. Por fuera paseaban ociosos muchos mozos del campo y un jitano terne y
jacarandoso corría por la calle una mulilla, cuya estampa admiraba el presunto
comprador.

Tuve que esperar á qué el Sr. Guzmán regresase de sus fincas y era ya de noche
cuando penetré en la cómoda y típica vivienda del rico labrador, quien, en unión de sus
dos hijos, simpáticos muchachos de doce á catorce años, se hallaba sentado a la mesa,
mientras servía la cena al marido y á los hijos la dueña de la casa.

—Con mucho gusto referiré á usted el lance—mé dijo, contestando á mi ruego. él


señor Guzmán,—y para no interrumpir mi relato— agregó — me permitirá que acabe
de cenar y hablaremos tranquilamente.

Me pareció muy justificada la amistosa indicación del Sr. Guzmán, y mientras la cena
concluía., contemplé con agrado aquel sencillo cuadro de familia y con curiosidad
examiné la estancia. No faltaba allí ninguno de esosdetalles que la comodidad
establece en la casa del labrador rico, ni la chimenea monumental, que ha de alegrar
con su amoroso fuego las veladas del invierno, ni la clásica alacena, empotrada en la
pared, donde lucen vistosamente confundidas la loza de Sevilla, los juguetes que eran
el encanto de los angelito que se fueron al cielo y las flores de talco que han de
adornar las andas de la Virgen él día de la fiesta del pueblo.

D. Pedro Guzmán es hombre de unos cuarenta años, buen mozo, de cabello abundante
y negro, en el que las canas empiezan á platear, de semblante grave y melancólico, de
mirada firme y expresiva. El rostro, afeitado, no se diferenciaba, del de los jornaleros á
sus órdenes; el traje era medio señoril. Concluida la cena de D. Pedro Guzmán, me
concedió el objeto de mi visita. Creo que me ofreció un cigarro de tabaco gibraltareño
y aun creo que lo fumé para que este obsequio sirviese en mi memoria de recuerdo á
la proverbial hospitalidad andaluza. Por fin, él Sr. Guzmán tuvo á bien contarme su
triste aventura. Separóse la víctima del «Vivillo» de la mesa, del yantar, y sin más
proemios comenzó de este modo su relato:

«¿Quiere usted saber lo que me ocurrió en el camino de Villamartín cuando fui robado
y amarrado? Pues voy á referírselo detalladamente.»

Imaginaba yo que la víctima del robo iba á romper en censuras y en insultos contra los
ladrones. No fué así. La víctima refería con .tranquilidad absoluta. Diríase que narraba
un hecho en el que no hubiera intervenido ni, menos, sido objeto de atropello tan
cruel. ¿Es el atavismo que perdura á través de las generaciones? ¿Es que los dueños de
la tierra no están aquí tan .seguros de su dominio, que no quieren mezclar la queja con
el vituperio? ¿Es que el daño sufrido, en la indefensión que advierten no nos anuncia
daños nuevos, la quema de sus mieses, el degüello de sus rebaños, la pérdida de todos
sus bienes? ¿Es que podría existir el bandolerismo en Andalucía si el propietario, si el
hombre honrado se viera seguro en sus intereses y en su persona?

En el rostro del Sr. Guzmán, en la mesura de sus palabras,en la frialdad de su relato,


advertí ese temor que está contenido en el triste adagio castellano: «¡Bienvenido seas
mal, si vienes solo!»

«El día 20 de este mes de Setiembre—me dijo el Sr. Guzmán—me dirigía á caballo, por
el camino de Villamartín, acompañado del vecino de Setenil Antonio Ortiz y Martínez, á
quien llevaba como mozo á mi servicio. Iba yo a la feria de Villamartín para comprar
cerdos;' á fin de engordarles en los bellotares de la Sierra, industria que ejercemos y
que es base de nuestra vida. Llevaba sobre mí, en una cartera 39.000 reales en billetes
del Banco de España, y en moneda de plata 280 pesetas. Los negocios de la feria han
de hacerse en el acto y hay que cambiar por moneda contante y sonante la mercancia;
esto explica el que nos arriesguemos labradores y ganaderos en estas expediciones,
llevando sobre nuestras personas buena parte de nuestro haber, sino es nuestro haber
todo.

Ya he dicho á usted que yo montaba un caballo de mi propiedad y que mi criado,


Antonio Ortíz, iba sobre una jaca Yo y mi compañero llevábamos armas de fuego, pero
ya verá usted cómo no nos sirvieron de nada. Al llegar al extremo del cortijo de
Cabañas, término de Olvera, demarcación del Gastor, á dos leguas de Setenil, vimos
aparecer de repente varios hombres á caballo, armados todos de escopetas. que bien
se divisaban desde luego. Surgieron cuatro por delante, como para detenernos el paso,
y cuando nos apercibíamos para la defensa vimos presentarse por la derecha otros
cuatro caballeros también y no menos bien armados; todos llevaban escopetas de dos
cañones .Luego pude averiguar que estas escopetas eran de fuego central y que uno
de los bandidos llevaba en sus alforjas un rifle.

Al ver cómo se presentaba aquella gente, de cuyo objeto y propósito no podíamos


dudar, entre el tropel de los caballos y la amenazadora apariencia de sus jinetes,
intentamos hacer uso de nuestras armas... Aseguro á usted que me eché la escopeta á
la cara y tuve encañonado á un hombre, que era, sin duda, el capitán de la partida, «El
Vivillo».

Si hubiese apretado los gatillos habría muerto aquel hombre, fuera ó no el jefe de los
bandidos. Pero comprendí que era inútil la resistencia. A mi descarga hubiera seguido
la de los bandoleros. Preferí resignarme al despojo, de todos modos inevitable. Los
bandoleros eran ocho; para resistirlos y vencerlos eramos solo dos, yo y Antonio
Ortíz...

Se ha dicho en los periódicos de Madrid y hasta en los partes oficiales, que la partida
del «Vivillo» atacó á una considerable legión de mercaderes y que todos nos rendimos
desde luego. Eso no es verdad. Sin la insuperable y predominante fuerza de los
ladrones nos hubiéramos. Defendido y aun , sin estos elementos; yo estuve á punto de
usar el arma que llevaba... La verdad es que en el caso que nos vimos no se podía
hacer sino lo que hemos hecho, ser víctimas del robo. Los «caballistas» se acercaron
rápidamente, nos rodearon á mí y á Ortíz. Nos mandaron que apeásemos. Lo hicimos.

— ¡Las escopetas al suelo!—nos dijeron.

Depositamos sobre la tierra nuestras armas. Uno de aquellos foragidos trató de


violentar á mi acompañante, golpeándole en el pecho con el cañón de su escopeta. Yo,
entonces, dije que no había para qué maltratarnos, puesto que nos rendíamos. En
aquel momento, el que parecía jefe de la partida, el que ustedes los periodistas dicen
que es el «Vivillo», exclamó, interrumpiendo la acción del que maltrataba á Ortiz: ,

— ¡A ningún hombre se le debe maltratar!

No era necesaria la violencia porque había que rendirse. A mí aquellos bandidos me


registraron y tuve que entregarlos cuanto llevaba. En mi cartera iban 39.000 reales en
billetes del Banco de España y en los bolsillos de mi chaleco, 280 pesetas en moneda
de plata, todo dispuesto para mi negocio en la feria de Villamartín.
La requisa operada en mi persona, fué tan minuciosa, que los bandoleros me quitaron
hasta un revólver de cinco tiros y una navaja albaceteña. Quedé privado de todo mi
haber y de todo medio de defensa. Los bandoleros me ataron por los codos. Lo mismo
hicieron con mi acompañante Ortíz y nos hicieron avanzar hasta un lugar apartado del
camino. Allí nos obligaron á sentarnos sobre la tierra. No eramos los primeros en el
atropello. Atado también por los codos, sentado igualmente en tierra, se hallaba
nuestro convecino José González Vázquez, de quien luego supimos que le habían
robado cuanto llevaba, pequeña cantidad, cuanto tenía, 100 pesetas. Nos miramos con
estupor.

»Ocurría esto á las diez de la mañana (del día 20 de Setiembre). Habíamos sido los
primeros de aquella colecta. Poco después, y con breve interrupción, iban llegando
otras víctimas. De rato en rato llegaban al campo donde estábamos uno ó dos
hombres atados como nosotros. Habían sido robados de cuanto llevaban. Dos de los
bandidos quedaban con la escopeta al brazo vigilándonos, en tanto que sus
compañeros seguían en el camino. Iban apareciendo poco á poco las víctimas. A la una
de la tarde, éramos siete los hombres á quienes habían robado lo que llevásemos y á
quienes sujetos por las cuerdas se nos obligaba á permanecer inmóviles bajo amenaza
de muerte.

Violencias no hubo sino las precisas para despojamos... A la una de la tarde advertimos
los primeros que desaparecían nuestros guardianes. Como aquello es tierra abierta, sin
embosques ni montuosidades, advertimos que los bandoleros huían después de hecho
su negocio Vi perfectamente que uno de los criminales montaba la jaca de mi
propiedad, llevando de venta el jamelgo en que antes él hacía su oficio.

Cuando estuvimos seguros los prisioneros de que había desaparecido el riesgo,


procuramos libertamos. Uno de nosotros rompió sus ligaduras prontamente y nos
ayudó á los demás para librarnos de ellas. Cada uno llegó á su casa y yo á la mía. En- el
acto me presenté al comandante cabo del puesto de la Guardia civil de este pueblo,
Mariano Román Escribano, para participarle lo ocurrido. Tomó él las disposiciones
convenientes y no sé más .sino que á la hora en que éramos desvalijados no tuvimos
auxilio alguno.

Tal es la referencia, de la principal víctima de la partida del «Vivillo» en lo que atañe al


despojo de intereses y robo de dinero. De muertos y de heridos otras cuentas tiene el
criminal famoso que rendir ante la ley.

El adusto semblante del Sr. Guzmán nos reveló que no espera maravillas de la acción
vindicativa de los tribunales. Habíamos interrogado á la víctima íbamos á averiguar la
opinión del representante de la ley en Setenil. Desde la casa del Sr. Guzmán fuimos á la
casa cuartel de la Guardia civil para hablar con el comandante del puesto. Después .de
incidentes, que mañana serán narrados, nos encontramos con el cabo Mariano Román
Escribano, tipo clásico y admirable del benemérito instituto. Lo que él nos dijo será
motivo de inmediata información.

MANUEL WEISS.

Martes 3 de octubre de 1905

El Bandolerismo Andaluz. Justicias y Ladrones. El cabo Romano. Setenil 30 de


Setiembre.

El cabo-comandante de la Guardia civil de Setenil -es un veterano de la disciplina y de


la abnegación militar. En la manga del severo uniforme luce el cabo Romano, además
de las rojas insignias do su graduación, unos brillantes galoncillos, que forman como un
pentagrama de plata sobre el cual colocan sus marciales notas la vocación y la bravura
del viejo soldado reenganchado.

Cuando me presenté en la casa-cuartel preguntando por el cabo, éste no se


encontraba allí. Había ido á acompañar hasta la salida del pueblo, por él camino de
Alcalá del Valle, á un teniente del benemérito instituto que, con los hombres de su
mando, acababa de pasar por Setenil en una de las marchas y contramarchas, tan
fatigosas como inútiles, á que estos días se ha lanzado la Guardia civil de Cádiz con
motivo de las fechorías .del «Vivillo» y de su gente.

También supe entonces que pocas horas antes habían partido del pueblo el teniente
coronel y los guardias á sus órdenes. Es decir, que me encontraba en plena
persecución del bandidaje, según ya habia sospechado al observar por las estaciones
del tránsito inusitado movimiento de fuerzas de la benemérita.

Como se me había dicho que el cabo no tardaría en regresar á Setenil, me dirigí á su


encuentro, y saliendo del pueblo por opuesto lado al que me había servido de entrada,
comencé á bajar la pendiente y accidentada vereda que conduce por entre cerros y
barrancos á Alcalá del Valle. No tuve necesidad de andar mucho, pues no tardó en
aparecer en una revuelta del camino la oscura silueta de un guardia civil que, solo, á
pie y sin fusil, subía lentamente la panosa cuesta.

—El es—me dijo el vecino que me servía de guía. — ¡Ya verá usted qué bello sujeto es
el cabo Romano!—añadió mi acompañante, y me propuso esperar á que llegase el
cabo al punto del camino donde nos encontrábamos en aquel momento.

En los pocos minutos que duró nuestra espera, mi acompañante—cuya admiración


hacia el cabo Romano aumentaba mi impaciencia por conocer á éste,—me describió
con cuatro rasgos la semblanza moral del personaje á, quien aguardábamos.
La llegada de la persona aludida interrumpió la encomiástica relación de mi
acompañante, el cual me presentó al cabo del puesto de Setenil, hombre dé unos
cincuenta y cinco años, enjuto, nervudo, de fisonomía noble y enérgica.

El cabo Romano me recibió afablemente y al saber el objeto de mi viaje á .Setenil, se


ofreció á decirme cuánto supiese, sin perjuicio de la justicia ni de los deberes de su
uniforme.

El acento puro de Castilla, la hidalga expresión que Mariano Romano Escribano pusoen
estas primeras palabras de nuestra conversación, me indujeron á preguntarle:

—¿No es usted andaluz?

—No, señor. Soy de la provincia de Segovia.

Y mientras me explicaba brevemente cómo las vicisitudes de su carrera le habían


llevado á residir en aquel rincón de Andalucía, nos encaminamos, ó mejor dicho, nos
encaramamos á la casa cuartel, situada en un altozano desde el cual se domina, como
desde una torre, el laberíntico plano del pueblo de Setenil.

—Pues sí, señor, es verdad—comenzó diciéndome, una vez sentados dentro de su


habitación, el cabo Romano.—Es verdad que hay bandidos en esta comarca y que es el
«Vivillo» quien capitanea la partida que el día 20 asaltó y robó á Pedro Guzmán.

Precisamente en tal día como aquél y con motivo de la feria de Villamartín, á la qué
nunca van menos de cuatro á seis mil duros, era costumbre que se sitúase una pareja
en el sitio mismo donde el «Vivillo» y los suyos estaban apostados. Pero, ahora, hay
escasez de fuerza en los puestos y ese día hubo que dejar desamparado aquel lugar
para no privar de seguridad á la feria de Villamartín.

—¿Pero hay .certidumbre de que se trata del «Vivillo»? Porque en Cádiz se dice que el
«Cristo» ha resucitado, ó poco- menos, y es el quien dirige á esos salteadores...

—Esas son... conversaciones de Puerta de Tierra. El «Cristo» está más muerto que mi
abuelo, que murió hace treinta años. Justamente el teniente á quien acabo de
acompañar por el-camino de Alcalá, fué el oficial que mandaba á los guardias que
mataron al «Cristo». Además, antes de dar sepultura á su cadáver, cuando le llevaran á
Ronda, fué identificado por un hermano del bandido.

—Bien; quedamos en que esto «Cristo» no ha resucitado, pero, vamos al caso, ¿es ó
no es el «Vivillo» el jefe de la partida que ustedes persiguen estos días?

—Es el «Vivillo». Yo tengo la seguridad de que no es otro. Algunos de los hombres á


quienes robó y amarró en el camino de Villamartín le reconocieron. Además, las señas
que todos han dado del capitán de la cuadrilla coinciden con las del «Vivillo» y yo lo
conozco muy bien.
—¿Qué señas tiene eso hombre?—pregunté recordando una visita misteriosa que la
noche antes recibí en la posada y que referiré mañana.

—El «Vivillo» es un hombre de cuarenta á cuarenta y cinco años, grueso, de baja


estatura, pelo negro rizoso, con bigote también negro, ojillos oscuros y muy vivos y
suele vestir traje de pana y sombrero sevillano. Ha sido contrabandista mucho tiempo
y se dedicaba á pasar tabaco, valiéndose de perros amaestrados que cruzaban á nado
la bahía de Algeciras.

«Ya hace de esto algunos años; tuvo cuentas, como caballista, con la justicia y también
entonces se le acusó de haber saqueado en el camino de Villamartín á varios
pasajeros. Estuvo en la cárcel algún tiempo, le llevamos después á la Audiencia de
Cádiz y hubo que soltarle y dejarle marchar libre desde la Sala de justicia, porque fué
absuelto en aquel juicio.

—¿Y no anduvo el «Vivillo» en el crimen de Antequera en el que hará cosa de tres


meses atacaron al Sr. Blázquez y mataron al criado de este señor?

También se le «acumula» ese hecho, pero hasta ahora no ha podido probársele.

- ¿ Pero, es que-ha quedado impune ese crimen?

- Camino llevamos de que se castigue. Hace pocos días ha caído en manos de la


Guardia civil uno de los culpables.

-—¿Es verdad que al «Vivillo» se le conoce mucho en Setenil?

—.Sí, señor, ha venitlo aquí con frecuencia. Precisamente acostumbraba á parar en la


posada donde está usted ¿no se aloja usted en casa de la Victoria?

Asentí a esta pregunta y dirigí la conversación por el lado de las causas del
bandolerismo y de su represión.

--Lo que ocurre -me dijo sobre el particular el cabo Romano—es que eso que llaman
ustedes el caciquismo es el mayor inconveniente para la justicia. Además, de poco
sirve que la Guardia, civil ,se mate persiguiendo á los malhechores, si luego ó no se les
castiga ó salen de presidio á los pocos años ó á los pocos meses. Es más difícil de lo que
parece la persecución de los bandidos y ladrones de campo, pues sobre ser inútil
emplear la caballería por estos terrenos—que, como usted habrá visto, están llenos de
corros y barrancos, por los que sólo pueden entrar y meterse los caballos de
contrabandista, duros y pequeños, que emplea esa gente —ocurre también que los
salteadores procuran disolverse en seguida y refugiarse cada uno en pueblos y cortijos
distintos. Y ya sabe usted que aunque sepamos que dentro de una casa., en mitad del
campo, está escondido un malhechor, no podemos entrar á cogerle: es preciso que
uno de nosotros se quede de centinela, expuesto á tener que habérselas con unos
cuantos desalmadas, mientras el otro individuo de la pareja recorre, Dios sabe cuantas
leguas, para ir á buscar un auto del juez que nos permita entrar en la madriguera. ¡Y
todo para qué después nos encontramos con que el pájaro ha volado!...

La interesante conferencia con el cabo Romano terminó, poco después, con estas
manifestaciones:

-¿De modo que les ha dado mucho qué hacer estos días el «Vivillo»?

—¡Calle usted! Los guardias están aspeados de trotar por la Sierra. Ha habido jefe, me
parece que el de Málaga, que ha recorrido, según dicen, cincuenta kilómetros cada día.

—¿Pero no hay esperanza de que el «Vivillo» caiga en poder de la justicia?

El cabo Romano vaciló un momento y dijo, después de encargarme la reserva:

—Una esperanza tenemos, por ahora. El próximo día 2 es la feria de Ronda y allí acude
gente de mucho dinero. Acaso el «Vivillo» intente algún golpe de mano ese día y
entonces allí acaben sus hazañas.

Con la fidelidad que procuro poner en mis informaciones dejo referida mi entrevista
con el cabo Romano, el veterano guardia civil que fué el primero en perseguir á los
salteadores del camino de Villamartín.

Acaso no debiera revelar lo que sobre la esperanza de una próxima captura me dijo el
simpático comandante de Setenil. Pero cuando estas cuartillas se publiquen la feria de
Ronda se habrá verificado y no será inconveniente ni indiscreta aquella manifestación.

Mañana contaré las cosas que he oído referir del «Vivillo», de su familia, que
tranquilamente moran una de las más ricas urbes de Andalucía; de su hija, garrida
moza, «alta como una lanza y fresca como una mañana de Abril», que luce joyas y
pañuelos de espuma. Y ya verá el lector si es curioso el singular enlace de las peligrosas
aventuras del bandido con la tranquilidad inalterable del hogar. MANUEL WEISS.

Jueves 5 de octubre de 1905.

El Bandolerismo Andaluz. Misterios del Caballismo. Confidencias. Setenil 30 de


setiembre.

La posada, silenciosa durante el día, se había animado mucho aquella noche después
de la cena. Por el portón, de par en par abierto, entraban y salían los huéspedes, los
traginantes y también los vecinos curiosos que, con cualquier pretexto, acudían á ver al
«señor forastero», al periodista que había venido ¡desde Madrid! para enterarse de lo
que le había ocurrido á Pedro Guzmán con el célebre «Vivillo» en el camino de
Villamartín.
La luz blanca y vivísima que brotaba de un mechero de acetileno pendiente del techo,
resbalaba por las blanqueadas paredes del portal y sobre el oscuro trozo de calle qué
servía de fondo al marco de la puerta, veíanse cruzar sombras humanas, femeninas
siluetas, que iban y venían por aquella vía principal donde se hallan establecidos los
pocos comercios de Setenil.

En el espacioso portal, de suelo empedrado en el centro y embaldosado en los


márgenes, comenzaban á extender sus zaleas y á preparar sus lechos improvisados los
madrugadores arrieros, en tanto que el «cosero» desalbardaba su mulo y el mulo
olisqueaba, alargando el pescuezo, la mesilla en que despachaban la cena dos
quincalleros ambulantes.

De un local inmediato que forma parte de la misma posada y hace las veces de café y
casino, partía el confuso rumor de voces que discutían, charlaban y reian dominadas
intermitentemente por el sonido inequívoco de las bolas de billar al chocar entre sí.

Antes de retirarme á mi habitación, donde las virginales cuartillas me esperaban me


había situado en el umbral de la puerta de la calle. La noche, clara y templada, parecía
una noche de primavera. A la luz vacilante de un farol próximo contemplé
ensimismados á dos novios que, en la reja de una casa frontera, pelaban la pava. Del
galán sólo se percibía la escorzada figura, indolentemente apoyada en los barrotes de
aquella cárcel de amor, y la tapa de un sombrero de los que por aquí denominan
«hongos» y en el resto de España llaman cordobeses ó sevillanos. De la festejada moza
pude ver, aunque confusamente, el torso vestido de claro y la cabeza coronada de
negros cabellos, entre los cuales blanqueaba una flor que no tardó en ir á parar á los
labios del tenorio de chaquetilla corta...

«¡Amor!... Es el único bien que hay en la vida»—pensé con el poeta, recordando otras
noches y otras flores (¿quién no tiene algunas en su vida?) que alegraron los días de mi
ya fugitiva juventud.

De este pasajero acceso de romanticismo vino á sacarme alguien que penetró en la


posada y al pasar junto á mí me dio con la mano un amistoso golpe en el hombro. Al
volverme instintivamente para reconocer á quien así llamaba mi atención, vi un
hombre, alto, con el sombrero de alas anchas muy echado á la cara que, sin detenerse
y haciéndome con la cabeza una seña para que le siguiera, empezó á subir los tramos
de madera que conducen al piso superior de los dos que tiene la posada.

La manera misteriosa de invitarme aquel hombre á que le acompañase, me sorprendió


u n tanto, pero eché tras de él hasta que llegamos .á una habitación, especie de sala de
paso, en cuyas paredes se abren las puertas de varios cuartos de hospedaje, entre ellos
el que yo ocupaba.
Con otra seña me hizo indicación aquel desconocido para que me sentase junto á una
mesa que había en el centro de la habitación. Dio dos sonoras palmadas, presentóse el
mozo del establecimiento, y con cierto aire de autoridad, pidió dos copas de
aguardiente, que pocos instantes después teníamos ante nosotros. Desapareció el
camarero de guayabera y «hongo» que nos había servido las cepillas, y quedamos
solos, frente á frente, el misterioso visitante y yo.

«En qué parará todo esto»—pensaba durante aquellos preámbulos, mientras


observaba á aquel hombre qué representaba unos treinta y cinco años, iba bien
vestido á la andaluza, y su rostro, afeitado completamente, lo mismo podía pertenecer
á un labrador acomodado de aquellos contornos, á un contrabandista de los muchos
que suelen verse por Setenil, ó ¡quién sabe si á alguno de los «mozos crúos» que en
estos días han resucitado las andanzas del caballismo.

Sacó el incógnito personaje un paquete, de la forma y del color de un ladrillo sin cocer,
conteniendo tabaco de Gibraltar y un librillo de papel de fumar. Me ofreció ambos
materiales para hacer un pitillo, y mientras liaba otro cigarro, aquel hombre rompió el
silencio y, dijo:

—¿De modo que usted ha venido á estudiar el bandolerismo?

Y como observara mi sorpresa, al verle tan bien enterado del objeto de mi viaje,
añadió:

—Sí, he leído esta tarde un artículo de usted en Bobadilla.

—¡Ah! ¿Usted viene de Bobadilla?—pregunté por preguntar algo.

—Sí, señor; he pasado por allí de vuelta de Estepa, donde precisamente he averiguado
algo de lo que á usted le importa y á mí también, aunque mi interés es distinto del
suyo. Y quiero que hablemos del particular.

—Bien; pues usted dirá, porque yo sé muy, poco.

-—Yo sé donde está el «Vivillo»—me dice de improviso mi interlocutor clavando en mí


los ojos.

—Pues eso á mí no me interesa—repuse con displicencia.—No soy polizonte ni


Guardia civil.

—Yo creí que usted había venido a eso…

—¿A qué? ¿A perseguir al «Vivillo»? — interrumpí riéndome—Está usted equivocado.


venido á saber lo que por esta comarca se dice y se piensa de los caballistas; á procurar
averiguar el motivo de que, á través de los años, el bandolerismo resurja como lumbre
mal apagada del rescoldo; á enterarme de las causas de esa calamidad, y en una
palabra, á buscar algo que nada tiene que ver con la suerte, con el rastro, con é
paradero de ese hombre que, á creer lo que de él se dice, es un nuevo José María.

Mi interlocutor pareció un tanto confundido y contrariado por mis manifestaciones;


calló unos minutos, y como si adoptase un plan, entono un tanto persuasivo, dijo:

—Pues mire usted, valga por lo que valiere y por si le sirve á Usted de algo, yo quiero
decirte lo que sé.

Y aquel hombre me habló durante largo rato y me refirió cosas que yo he de narrar a
mi modo, aunque sea por conservar del relato lo que me pareció interesante y
suprimir del mismo lo que no convenga, por diversos motivos, dar á la publicidad.

El «Vivillo» y su gente no se internaron, después de dar el golpe, del camino de


Villamartín, en la provincia de Málaga. Esto que se ha dicho en los partas oficiales,
parece que no pasa de per una, suposición de las autoridades.

No tendría nada de extraño que de los ocho hombres que forman el séquito del
«Vivillo», algunos se entrasen por la serranía de Ronda, pero se equivoca quien
imagine que es en los riscos ó en los repliegues de aquellos montes donde se han
escondido los salteadores.

Hay que conocer las costumbres de este país, hay que tener conocimiento del temor
unas veces y la simpatía en otras que inspiran los caballistas, para no dudar de que son
amparados, auxiliados y encubiertos por muchas gentes pacíficas, al parecer, dentro
de los mismos pueblos y ciudades de Andalucía.

Hay que saber que son varias las poblaciones como Estepa, como Casariche y otras,
donde viven habitualmente, sin ser molestados por nadie, hombres de siniestros
antecedentes que, como contrabandistas unas veces y otras como criminales vulgares,
han tenido cuentas con jueces ordinarios, con tribunales de guerra, con alcaides de
cárceles y con directores de presidios, y sin embargo, son objeto de extraña
protección.

Cierto agente de la autoridad (cuya jerarquía y empleo me reveló mi desconocido


interlocutor), está todavía cumpliendo una grave pena por admitir diariamente una
subvención de dos duros que el «Vivillo» le pasaba para sus gastos domésticos.

En Estepa es conocidísimo este caso y allí tiene su domicilio el «Vivillo», cuyas buenas
relaciones y amistades le han permitido hasta ahora vivir tranquilamente en aquella
población, donde tiene su familia.

El «Vivillo» ha puesto sus amores en su hija, guapísima muchacha cuyos vestidos de


seda y joyas valiosas son la envidia de sus compañeras y amigas.
De todos sus tropiezos—concluyó el narrador—ha salido bien el «Vivillo», y de este
último ya verá usted cómo también sale y cómo no se le probará nada.

—Pero—objeté—¿no le han de reconocer las personas á quienes violentó y robó?

—¡Ya veremos!—exclamó sonriéndose irónicamente mi interlocutor.—Por de pronto,


se sabe que los salteadores iban medio enmascarados con unos pañuelos subidos por
encima de la boca á modo de bufandas, y también se sabe que de los hombres que
formaban la partida, dos de ellos, durante las horas que duró el secuestro de Guzmán y
los demás pasajeros, permanecieron apartados del camino para que no les conociesen,
sin duda.

—¿Y deduce usted que uno de los que se ocultaban fuese el «Vivillo»?

—Pudo ser ese ó pudo ser Paco Vilches, que también es muy conocido en Setenil.

—¿Paco Vilches?—pregunté con extrañeza.

—¿Quién es ese personaje del que no he oído hablar hasta ahora?

—Paco Vilches es un contrabandista de Alcalá del Valle, al que hace cerca de un año no
se le ha visto por aquí. Según « la Currita», su amada, muy conocida en Setenil, Vilches
se marchó á probar fortuna á Buenos Aires, y se sabe que hace meses escribió una
carta á su amiga anunciándole que en Abril desembarcaría; pero es lo cierto que nadie
dice que le haya vuelto á ver por aquí.

No falta quien crea que Paco Vilches ha regresado, y que, muy enterado de las gentes,
de los negocios y de las costumbres de este pueblo, haya sido el qué ha preparado el
golpe del camino de Villamartín, de acuerdo con el «Vivillo», y que ellos dos fueran los
hombres que. mientras la cuadrilla maniobraba, estuvieron apartados del sendero.

—¿De modo que usted cree quo el «Vivillo» esté en Estepa? pregunté, por sospechar
que este punto era el que le interesaba á mi oficioso informador.

—Estoy seguro de que el no se oculta allí, va con frecuencia á aquel pueblo por ver á su
hija. ¡La quiere tanto!

—¿Pero el «Vivillo» se considera invulnerable? ¿Es que, en efecto, no hay medio de


apoderarse de ese hombre?

—Uno hay, acaso el único, el que he oído contar que emplearon hace años con otro
bandolero famoso, con el «Maruso». ¿Usted no sabe lo que hicieron con el «Maruso»?

—No sé — contesté; — esas cosas ocurrían y yo no había nacido, allá por el año 70.

—Pero podía usted haberlas oído, como yo, o haberlas leído.


—Confieso mi ignorancia; pero usted me sacará de ella diciéndome lo que le pasó al
«Maruso».

Y mientras echábamos otro cigarro y nos servían las segundas copas, me devanaba los
sesos por comprender qué interés tenía aquel hombre en hacerme objeto de sus
confidencias (si lo eran), y sobre todo en hablarme del probable paradero y del posible
procedimiento para capturar al «Vivillo».

De pronto relampagueó en mi espíritu esta sospecha: ¿Será este hombre un amante


despechado y vengativo de la gallarda hija del «Vivillo»?

Asido á esta sospecha, me propuse observar y arrancarle sagazmente su secreto á mi


desconocido narrador. El cual reanudó el hilo de su conversación y me refirió... lo que
hoy sería largo de contar. Quédese para otro artículo. MANUEL WEISS

Domingo 8 de octubre de 1905.

El Bandolerismo Andaluz. Treinta años después. Coincidencias. Córdoba 3 de octubre.

Cuando en la posada de Setenil, el personaje, absolutamente real y verdadero-como


todos los que han desfilado por estas crónicas —que presenté al lector en mi último
artículo, empezó á referirme la historia del «Maruso», escuchaba yo atentamente y sin
perder una sílaba el relato que, en un principio, creí me fuera desconocido: aquel
apodo de «Maruso» no me «sonaba», no le asociaba, dentro de mi memoria, con
ningún recuerdo, con ninguna de las muchas historias y leyendas que me han hecho
conocer mis aficiones á los estudios criminológicos.

Pero habian trascurrido muy pocos minutos desde que mi interlocutor, reanudando su
charla animada y pintoresca, comenzó á presentar ante mis ojos la figura siniestra pero
interesante de aquel célebre bandido, cuando brotó la luz en mi cerebro y, como las
imágenes en el telón de un cinematógrafo, así aparecieron iluminadas en mi memoria
las escenas de bandolerismo que el narrador se proponía describirme. .

—Usted perdone—dije interrumpiéndole, esa historia la conozco, aunque no recuerdo


en este momento sus detalles. Precisamente el «Maruso» está ahí dentro—y señalé
con el ademan la puerta de mi cuarto.

—¿Qué dice usted?—pregunta con asombro mi confidente.

—Digo que el «Maruso» está ahí dentro, en mi habitación y que ahora mismo va á
presentarse aquí.

Y mientras aquel hombre se echaba hacia atrás, estupefacto y revelando en la


expresión, de su rostro la sospecha de que yo estuviera loco, entré en el cuarto, abrí
mi maleta y tomé uno de los tomos de una obra muy conocida y muy útil que me
acompaña en estos viajes: «El bandolerismo: estudio social y memorias históricas, por
el Excmo. é Illmo. Sr. D. Julián de Zugasti, exdiputado á Cortes, exdirector de
Propiedades y Derechos del Estado y es gobernador de Córdoba.

—jAh, vamos!—exclamó mi visitante cuando le mostré la portada del famoso libro.—


Ya me parecía que usted no podía desconocer la historia del «Maruso», pero no sé si
ahí se contará como yo la sé, que es como me la contaban en el cortijo, cuando yo era
chaval, las noches de invierno que me juntaba en el hogar con los braceros de mi casa.

—Pues si usted quiere y no le importa trasnochar—le dije—voy á leer la historia del


«Maruso» y usted me hace las indicaciones y advertencias que le sugiera la lectura.

Y aceptada in continenti mi proporción, comenzamos á devorar, yo leyendo y él


escuchando, aquellas páginas de Zugasti.

El «Maruso»—dice en su libro el famoso exterminador del bandolerismo de treinta


años há—era el rey en la taberna y en el campo, convidando con largueza á todo el
que se presentaba y dando generosamente á todo el que le pedía, añadiendo á todo
esto esa graciosa é insinuante familiaridad, que basta y aun sobra para atraerse la
afección de gentes rústicas, sin sentido moral, sin instrucción ninguna, dotadas de
imaginación ardiente y vanidad inexplicable, pues que se lisonjeaban y aun engreían
porque el escapado de presidio los llamase por sus propios nombres, apellidos ó
apodos.

Con tales condiciones el «Maruso», además de sus compañeros de crimen contaba con
el concurso y ayuda de todos los campesinos, á quienes les daba órdenes y encargos,
que aquellos cumplían con admirable fidelidad y con una solicitud, gusto y eficacia que
de seguro no habrían desplegado para hacer cosas buenas ó mandadas por sus amos.

—¡Lo mismo que en Estepa!—exclamó con acento de profunda convicción é


interrumpiéndole en la lectura, mi ya no-tan desconocido visitante.

—Pero, hombre, ¿qué le han hecho á Usted los de Estepa que tan mal los juzga?

—A mí, nada. ¡Si yo soy de Estepa! Pero, créame Vd. que no calumnio á nadie al decir
que hay allí mucho encubridor, y que... en fin, siga Vd. leyendo, que me gusta ese
señor Zurrasti, ó como se llame.

—Zugasti. Zu-gás-ti-rectifique al cortijero de Estepa (ya sabemos lo que era aquel


hombre), y continué la lectura:

Es verdad que el «Maruso» no perdonaba medio alguno para atraerse á los moradores
de los campos, entre los que solía reclutar algunos de sus cómplices, á los cuales,
convidaba en los cortijos y chozas de pastores, celebrando allí algunas merendolas,
llegando mozas del partido y divirtiéndose á sus anchas, después de lo cual liamaba
aparte á cada uno y los comunicaba sus encargos, con arreglo á su capacidad
respectiva, ignorando muchas veces ellos mismos los fines y propósitos del que les
daba tus órdenes entre convites y obsequios.

Resultaba de aquí, que el «Maruso», no sólo encontraba en cada campesino un criado


suyo que de mil diferentes modos le ayudaba para la persecución de sus delitos, sino
también un agenté eficaz que en muchas ocasiones le prestaba grandes servicios, aun
sin el saberlo, para sustraerse á la persecución de que fue objeto, pues que
extraviaban á la Guardia civil con falsos informes y señalándola una dirección inversa á
la que que seguía el desertor de presidio.

—¡Lo mismo que con el «Vivillo!»—volvió á interrumpir mi unipersonal auditorio, y yo,


impacientándome sin darme cuenta del motivo, y acaso porque la actitud enigmática
de aquel hombre me crispaba los nervios, le repliqué con vehemencia:

—Pero, señor nrio, ¿se puede saber por qué le tiene Vd. esa antipatía al «Vivillo?» ¿Me
quiere Vd. hacer creer que hay comparación posible entre el "Cuatrero de Estepa (que
para mí no es otra cosa ese vulgar salteador) y el famoso secuestrador José Carrasco
Gamboa (a) «Maruso?» ¿Es que no hay diferencia entre el pueblo de Arahal, de hace
más de treinta años, y una población importante como Estepa en pleno siglo XX?

—Pues le digo á Vd.—replicó sin inmutarse el cortijero—que al oir lo que leía Vd. en
ese libro, me parece que no es del «Maruso» y de Arahal, sino del «Vivillo» y de Estepa
de lo que habla ese señor Zugasti.

—Siempre se exagera...—indiqué intencionadamente, por ver si mi hombre se lanzaba


de una vez por el camino de las revelaciones.

—Exageraciones. ¿eh? Pues vaya Vd. vaya á Estepa y á otros pueblos del partido, y
usted sabrá si no es aquello la cuna y la guarida de casi todos los bandoleros que
componen la partida del «Vivillo». Pregunte Vd. con habilidad y á personas que
pueden decírselo, y que yo le nombraré si quiere, porque la Guardia civil no puede, por
más que hace, capturar al «Vivillo». que le refieran lo ocurrido hace un año con la
captura del célebre criminal el «Isidro», que le cogieron alojado en casa del sereno que
prestaba sus servicios en una de las principales calles de Estepa; que le digan los
insultos que la gente dirigía á los guardias que conducían al «Isidro»; que le cuenten el
asesinato del criado de D. Manuel Blanco y las causas de este crimen; y el robo hecho á
D. José Ramos; y el frustrado á D. Rafael Machuca; y el del Sr. Luna, en Silena; y el
sinnúmero de anónimos que se dirigen á los vecinos pidiéndoles dinero con amenazas
de muerte... ¡Pues no he de comparar! En Estepa, como en Arahal en tiempo del
«Maruso», se sabe perfectamente cuándo viene el «Vivillo», y nadie se atreve á
denunciarlo. Se dice públicamente quién lo oculta en su casa, y nadie se mete con los
encubridores... En fin, vaya usted á Estepa y verá lo- que es bueno.
—¡Ya he estado! — contesté, observando el efecto que mi respuesta producía en el
cortijero.—Este abrió con asombro los ojos, reflejóse después la duda en su
semblante, y mirándome de alto á bajo, como si en aquel momento me viese por
primera vez y quisiera reconocerme, dijo:

—¿Que ha estado Vd. en Estepa? ¿Cuándo?...

—Hace pocos días. Antes de venir á Setenil.

—¿Y ha dicho Vd. que era periodista? ¿Y le han referido á Vd. lo que le acabo de
contar?

—He pasado inadvertido en aquel pueblo. Me tomaron por un viajante de comercio. Y


me han referido todo eso que Vd. me dice y algunas cosas más.

Me pareció que mi interlocutor me contemplaba con cierta admiración y exclamó:

—¡Ustedes los periodistas son el mismo demonio!

—¡Psch! No más que unos pobres diablos.

-¿Y qué es lo que piensa usted publicar de cuanto ha averiguado en Estepa?

—¡Amigo mío! Eso no se lo puedo manifestar.

Es mi secreto profesional. Cuando lo escriba y se publique ya lo leerá usted en EL


IMPARCIAL.

—Pues entonces, no tenemos más que hablar y me retiro.

—Bueno, pero le advierto que yo salgo á las siete de la mañana para Córdoba y no es
probable qué nos volvamos á ver. ¿No tenía usted que decirme alguna cosa más?

—Nada más. ¡Si sabe usted tanto como yo!

Únicamente, ofrecerme á usted para lo que guste mandar.

Y mi visitante, hasta entonces desconocido, me dijo su nombre, encargando á mi


caballerosidad que lo reservara. Y agregando, para terminar nuestra entrevista:

—Sepa usted, por si le ha extrañado mi conducta, que soy una de las víctimas del robo
del camino de Villamartín; ¿comprende usted ahora mis simpatías por el «Vivillo»?

Y como los personajes cómicos del teatro, contesté: «¡todo lo comprendo ahora!»

Cuando atravesaba de nuevo el espeso encinar que separa el pueblo de Setenil de la


vía férrea de Algeciras, por la cual había de emprender mi regreso á; Córdoba, sentí las
pisadas de un hombre que caminaba detrás de mi caballo. Llegó el viandante, me dio
los buenos días y sin moderar su acelerado paso, me dijo familiarmente:
—¿Qué se va de vuerta?

—De vuelta, vamos.

—¡Poco ha «dormio» usté esta noche!

—¿Usted lo sabe?

—¿No he de saber? ¡Pues poco que charló usted con Paco Vilches en la posada, en la
sala de arriba!—Y aquel hombre apretó el paso hasta alejarse del alcance de mi voz
que le llamaba para que me sacase del abismo de asombro en que, no sé si en chanza,
ó de veras, acababa de sumirme. ¿Seria posible que el visitante de la posada me
hubiera engañado, y Paco Vilches, el contrabandista expatriado, el supuesto
protagonista, en unión del «Vivillo», del audaz robo del camino de Villamartín, fuese
aquel hombre con quien yo había estado hablando mano á mano la noche anterior?

Y reflexionando sobre arriesgados lances y extraordinarias circunstancias en que suele


encontrarse el periodista, subí al tren y llegué á Córdoba, donde permaneceré hasta
mañana y donde, al terminar de escribir estas cuartillas, me entero de que Chaves,
Angel R. Chaves, el propio, retrospectivo y admirable «coronista» de la corte de los
Felipes, ha llegado á Córdoba y está en la cárcel... visitando y examinando á otro
«Vivillo» que ha caído en suerte á los cordobeses. Pero éste no debe ser tan «Vivillo»
como el otro. Al de Estepa no hay quien lo coja.

MANUEL WEISS

Sábado 19 de noviembre de 1905.

El Bandolerismo Andaluz.

En Jaén, según leemos en la prensa andaluza, cuatro bandidos han asaltado un cortijo
próximo á Oriera y han asesinado á un matrimonio anciano que allí habitaba.

Los ladrones, después de cometer el crimen robaron cuanto había dentro de la casa
Uno de los cadáveres presentaba veinte puñaladas y el otro catorce. Los malhechores
dejaron escrito con carbón un letrero que decía: «Partida del Vivillo.» La Guardia civil
no descansa en la persecución de los bandidos, que se cree sean los mismos que
cometieron delitos de igual clase día pasados en el término de Villanueva del
Arzobispo.

En 0lvera se vienen repitiendo hechos vandálicos, no ya por la célebre partida del


«Vivillo», sino por ciertos prójimas que, á la sombra de aquellos, despojan á cuantos
transeúntes les salen á su encuentro.

A las tres del día 14 y en el sitio del Alfoso, de aquel término y próximo al lugar donde
desvalijaron al Sr. Guzmán el 20 de Setiembre último, fué sorprendido por dos
hombres armados de escopetas y garrota el guardia jurado de la dehesa del Cañuelo,
del termina de Puerto Serrano, José Salado Patrón, intimándole á que echara pie á
tierra de la caballería que montaba. Contestó el guarda á los bandidos que para soltar
el dinero no era necesario entregarlo desde el sitio, pues le ponía á su disposición,
como lo hizo con .25 pesetas, rogándoles no le maltratasen, siguiendo éste su camino
á Olvera y marchando los ladrones para Algodonales.

Hace unos días sufrió la misma suerte en el camino de Olvera á Alcalá del Valle,
Atanasio López, de oficio afilador, á quien le secuestraron los ahorros que llevaba, y en
el mismo camino, poco antes, despojaron del reloj al peatón de Correos de Torre
Alháquimo, Setenil y Alcalá, Félix Sánchez Fernández, como asimismo en la carretera
de Pruna ejecutaron la misma escena con un vecino del citado pueblo que vino á
cobrar el importe de veinte arrobas de uvas.

Sin embargo, la Guardia civil, tanto de caballería como de infantería, se cruza


constantemente en todas direcciones, sin que pueda evitar estos hechos
escandalosos.

5 de diciembre de 1905.

El Bandolerismo. Por telégrafo (De nuestro corresponsal) El robo de Setenil. Captura


del cuñado del «Vivillo». Sevilla 5 (12,30 madrugada)

A la captura de la mujer del «Vivillo», llevada á cabo días pasados, ha sucedido otra no
menos importante: la del cuñado del célebre bandido.

Llámase el detenido Manuel Jiménez Reina, y, según comunica el jefe de la línea de la


benemérita de Estepa, donde la detención se ha verificado, se le considera coautor del
importante robo cometido en Setenil. en el mes de Setiembre último, del que resultó
víctima el propietario D. Pedro Guzmán cuando se dirigía á la Jeria de Villamartín.

Hacia días que los vecinos die Estepa veían con extrañeza que el cuñado del «Vivillo»
exhibía sin recato alguno una cartera repleta de billetes de Banco, siendo así que
Jiménez, por su condición de trabajador del campo, no podía hacer semejantes
ostentaciones sin infundir sospechas.

Al ser detenido por la Guardia civil, el cuñado del «Vivillo», después de habilidosas
negativas, concluyó por confesarse autor del robo al Sr. Guzmán, á quien pertenecía la
cantidad que le ha sido ocupada.

El detenido ha ingresado en la cárcel á disposición del juzgado.—León.

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