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OPINIÓN | 1/13/2016 7:00:00 AM

Lo absurdo del lenguaje incluyente


Por JULIA ALEGRE*

La RAE censuró en 2012 el empleo del lenguaje no sexista con un informe que
cuatro años después está de actualidad. ¿Hasta qué punto es pertinente
emplear términos como ‘la ciudadanía’ en lugar de ‘los ciudadanos’?

Lo absurdo del lenguaje


incluyente Foto: Ingimage

La Real Académica de Lengua Española (RAE), en un alarde de sentido común


(que valga decir, últimamente brilla por su ausencia; sino, hablemos de los
‘amigovios’ y los ‘papichulos’), emitió en 2012 un informe titulado ‘Sexismo
lingüístico y visibilidad de la mujer’, que, debido a la atemporalidad en la que se
suscriben los contenidos en Internet, se ha vuelto a viralizar.

En el informe se criticó el aluvión de guías elaboradas en España por


universidades, sindicatos y gobiernos regionales en los últimos años, en las
que se propone el empleo de un lenguaje incluyente. Se aconseja, entre otros,
que es preferible utilizar términos como ‘ciudadanía’, en vez de ‘ciudadanos’; ‘el
profesorado’, en lugar de ‘profesores’, y evitar el uso del genérico (‘personas
sin trabajo’ y no ‘parados’) o ‘todos y todas’, y no ‘todos’.

Ignacio Bosque, autor del informe que suscribieron en su momento 26


académicos, reconoce que, si bien existe una “discriminación contra la mujer
en la sociedad” y la presencia de “usos verbales sexistas”, el lenguaje inclusivo
“difunde usos ajenos a las prácticas de los hablantes” e imposibilita “la
comunicación efectiva”. Es lo que la RAE denomina “economía del lenguaje”.

Y quien niegue este último punto (practicidad y agilidad) incurre en una falta de
imparcialidad que roza lo irrisorio: hablar en un texto de ellos y ellas, niños y
niñas, personajes y personajas (ah no, eso no), doctores y doctoras,
colombianas y colombianos, es agotador y tedioso, por no decir absurdo.
Hace un tiempo, Nicolás Maduro, se convirtió -muy a su pesar- en el mejor
ejemplo de la problemática que se circunscribe a la pretensión desbordada y
sin base lingüística de incluir ambos sexos en los discursos.

Los defensores del lenguaje no sexista alegan que “una lengua que no se
modifica solo está entre las lenguas muertas”. En otras palabras, una lengua
debe ser el reflejo del momento histórico actual, y evolucionar de forma
análoga a los tiempos que corren. Es producto de una práctica social.

En este punto, es innegable el avance de la mujer en materia política, social y


económica, así como en términos de equidad de derechos con sus homólogos
hombres. Lo que, en ningún caso, significa que se haya alcanzado una paridad
real. Pero eso no es razón para ensañarse con el lenguaje y desacreditar sus
formas en pro de una defensa del feminismo.

Hay que saber elegir las batallas. Especialmente si lo que se busca es acabar
con el sexismo en todas sus manifestaciones y hacia ambos lados. Porque no
tiene sentido dejar de emplear palabras acabadas con el grafema ‘o’ y
significado genérico, sino se va a hacer lo mismo con las que terminan en ‘a’ y
también integran ambos sexos.

Si vamos a hablar de ‘médicos’ y ‘medicas’, hablemos también de ‘periodistas’


y ‘periodistos’, no seamos cínicos.

Los puristas del lenguaje no sexista alegan que “los términos colectivos que
dan valor común a hombres y mujeres ocultan a estas últimas”. Pues bien: si le
vamos a poner peros a ‘los ciudadanos’ y abogar por el uso de ‘la ciudadanía’,
que toda esa moralidad mal llevada también afecte a palabras como ‘persona’,
por la que se hace referencia tanto a hombres como mujeres (¿la persono?).

La lucha lingüística por la que abogan los feministas si tiene una razón de ser
que nada tiene que ver con la construcción del genérico: el léxico.

Es ahí donde se refleja el mantenimiento del machismo y la cultura patriarcal,


en los términos que incluyen connotaciones denigrantes contra el género
femenino que rozan lo grotesco. Ejemplo de ello, y atendiendo a las
definiciones de la misma RAE, ‘perra’, que significa prostituta, mientras que
‘perro’ es un “hombre tenaz, firme y constante”; o ‘loca’, “mujer informal y ligera
en sus relaciones”, que no ‘loco’ (“que ha perdido la razón”).

La lengua sí que debe ser un reflejo de los tiempos que corren, de una
sociedad que integra a sus miembros, sujetos de derecho todos ellos. Pero eso
nada tiene que ver con caer en la demagogia, el populismo o la ignorancia.

*Periodista de Semana Educación

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