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REALIZANDO ARTE

Por Rael Salvador

Ensenada, B.C.

Si después de cada noche se renace, cada día ampara con su nueva luz
toda creación. ¿Qué diablos no se podrá hacer el resto del año? Si los senderos
de arte se alumbran con los fulgores del sueño, ¿cómo desperdiciar el tiempo,
desamparándonos en la frivolidad y el cinismo, permitiendo sólo la
contemplación en lugar de la acción? El arte, como el amor, se hace. El arte,
como la justicia, no existe: por eso hay que hacerlo.

Si damos por hecho que la crisis del arte es evidente, la primera visión
inmunda surgirá al observar del fracaso de las políticas de impacto social y su
estrecho vínculo con la pedantería universitaria, sin dejar de lado la evidente
irresponsabilidad en el rubro de educación y cultura.

A un año de la “transformación”, ¿cómo impedir que el “Estado del


bienestar” se presente y se promocione como tal, cuando las políticas públicas
no hacen otra cosa que evidenciar, en un ambiente de obscena impunidad, la
galantería de la corrupción en un coctel inestable que nos estalla en los precios,
incendia los deseos de prosperidad y fractura la economía familiar.

He dicho impedir, porque se trata de impedir y no de otra cosa.

Impedir que los servicios ciudadanos terminen en beneficios privados.

Impedir las familiares triquiñuelas del nepotismo (en cultura y otras


áreas).

Impedir, haciendo frente.

Impedir, para evitar que las expectativas sociales se hundan en la


desmoralización y la inactividad parasitaria.

Porque, en definitiva, así como estamos, no se hace política ni se avanza


en la justicia y, además, nos engatusan con la cultura, el arte y la educación.

Ante tal situación, es necesario tanto el debate como el esclarecimiento


de hechos, la confrontación como la develación de involucrados, muchos de
ellos protectores pagados que, al final de los espectáculos, quedan sólo como
inútiles cubrehuellas.

Con ruffofilia o rusofobia, sí; pero más con inteligencia.

Con narcofobia o marafilia, o viceversa, desde luego; pero no carentes de


las premisas del raciocinio y la sensibilidad de los argumentos, y, sobre todo,
llevando por delante lo prudencial y lo ético.

Ya lo remarcaba el ahora fallecido historiador Tony Judt en su capítulo


La banalidad del bien (Pensar el Siglo XX): “Lo prudencial es salvar el
capitalismo de sí mismo, o de los enemigos que genera. ¿Cómo impedir que el
capitalismo genere una clase baja indignada, empobrecida, resentida, que se
convierta en una fuente de división y declive?”, para determinar que “la moral
es lo que en su momento se denominó la condición de la clase trabajadora.
¿Cómo podía ayudarse a los trabajadores y a sus familias a vivir decentemente
sin dañar la industria que les había proporcionado su medio de subsistencia?”.

Y ahora la “clase trabajadora”, subyugada por la clase política en el poder


–que desde hace tiempo olvidó que la política consiste en la práctica de
hacernos cargo en común de los asuntos comunes–, permanece paralizada en la
idiotez, asumiendo feudalmente la división artificial del esquema laboral,
anegando la corresponsabilidad en la baba del desprecio, la indignidad y la
sumisión (y, además, sonriendo).

Porque no es insuficiencia, ni holgazanería, mucho menos incapacidad,


impericia, torpeza o incompetencia laboral.

Ante tal estado de cosas, dejemos de pedir y asumamos la cultura de


impedir.

De impedir, no de otra cosa.

Impedir, principalmente, toda esta confusión intencionada –provocada


por el fraude moral, el abuso y su consecuente corrupción en lo político–, para
que el sustento llegue a la mesa, a la boca de nuestras familias, con un mínimo
de dignidad, así como no pocas veces refresca el educación, conmueve el arte,
y beneficia la cultura.
En palabras del profesor Nuccio Ordine: «Todo lo que hacemos está
contaminado por la dictadura del beneficio. La cultura es la única resistencia a
la lógica económica actual. (...) Hoy se sabe que con dinero se puede comprar
a los políticos, a los jueces, las televisiones, etc., pero lo único que no se puede
comprar es la cultura. Cojamos al hombre más rico del mundo y que nos firme
un cheque en blanco y diga “quiero comprar cultura, conocimiento, saber”. Es
imposible, la cultura es un esfuerzo personal que nadie puede hacer en nuestro
lugar. No podemos estar orgullosos de lo que sabemos sino del esfuerzo que
nos ha costado saberlo».

raelart@hotmail.com

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