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SOBRE EL MIEDO

Por Rael Salvador

Cuando el monstruo exige tu atención, la compra está asegurada.

Así se vende el miedo, a partir del discurso: se instalan los escenarios del
terror –mientras se abona a la publicidad, se grafican las estadísticas, pues
existe ya la plena confianza en la repetición y el hartazgo– y se crea la
necesidad artificial, esa que jala el gatillo...

Tanta es la insistencia –la cancelación de futuro–, que terminas comprando la


salvación.

Cada lector es un repetidor; cada televidente, una réplica de lo que le dictan;


cada escucha, un multiplicador del apocalipsis.

¿Qué tanto participa la prensa en esta jugarreta travestida? ¿Es responsabilidad


de los medios de comunicación desentrañar la farsa? ¿Quién es el capitán de la
mosca virulenta que planea sobre las mucosas civiles?

El mundo jamás ha cancelado sus desastres, pero existe una diferencia entre
capitalizar el miedo y vender la tragedia, ya que no queda duda que el propio
Gabriel García Márquez hubiera sacrificado “La hojarasca” o “El coronel no
tiene quién le escriba” –no estoy seguro si “Cien años de soledad”– con tal de
sobrevivir para contarla…

La lecciones del miedo tienen sus escuelas. Son públicas, pero responden a
intereses privados. Si su lenguaje es claro –así destile engaño, mentira, farsa,
entretenimiento, espectáculo–, su intención no deja de ser perversa: envenena
rebaños, mueve montañas de mierda y hace de la literatura periodística un
coctel de pequeñas quinceañeras.
El miedo, convertido en mercancía, está en todos los aparadores de los
quincalleros y mercachifles: desde la pantalla del televisor, hasta el cristal del
celular, pasando por lo impreso –periódicos, semanarios, revistas y todo tipo
de papelería publicitaria–, primo hermano de lo virtual, extendiéndose por los
países a través de los espectaculares que el viento infernal inclina pero no
tumba.

Pero el más efectivo es al que, controlado, adiestrado y domesticado,


contagiaron con el virus del miedo, porque se convierte en el más fiel de sus
propagadores… Reproduce, manera exponencial –de grito en alarido, de
alarido en grito– una consigna que encuentra apoyo en lo mismo que lo
produce: la artificialidad de un malentendido, a partir de un hecho real (Covid-
19).

De los cuatro puntos cardinales se les ve avasallar… ¿Quiénes son los jinetes
de esta peste? ¿No tienen piedad ante los niños, los ancianos y los jóvenes?
Los restantes, adultos con enfermedades degenerativas, son números en las
estadísticas que la controversial ventisca de la pandemia lleva y trae.

Envueltos en un sociodrama –con tintes de psicodrama, abaratado por el


melodrama–, la contingencia se ha transformado en una fuente no confiable
ante el escenario internacional –invítame OMS, diré que es un honor–,
olvidando que el protagonista principal en 2010 dejó salir aviones y en 2020
les permitió entrar.

Con un Sistema de Salud minado por la corrupción –pillaje carroñero de


cuello blanco– no estuvimos en condiciones de actuar en prevención, ¿está
usted seguro que nos encontramos preparados para actuar en medio del caos
de los medios?

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