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MAESTRO BENEDETTI

No por cotidiano fuiste menos metafórico

Por Rael Salvador

“¿Qué será de nosotros, sin su bondad inexplicable?”.


Eduardo Galeano

I
OLIVO Y ROSAS
Maestro Benedetti, bien lo sabes, hiciste lo que Fellini realizo en el cine:
obsequiarnos con ese Ángelus que escribieron los hombres de este mundo con
pasos de luz y tropiezos de sombra. Sí, desde la oficina hasta las campiñas y
los jardines, desde los ahorcados escritorios de la duda y los atisbos en las
ventanas de la certeza, hasta derramar el océano de olivo y rosas que son la
coloquial tersura de tus versos... Porque, déjame decirte, no por cotidiano
fuiste menos metafórico.

Maestro Benedetti, italiano tenías que ser, de padre y madre, pero


latinoamericano hasta el Uruguay. Quién nos iba a decir quién serías, qué
llegarías a ser para hacer, que te amamos tanto y cargamos tus libros desde la
cárcel hasta el romance; que tus poemas les sembrarían flores a los trajes
grises y a los lunes. Y, leyendo lo que escribías, no tendríamos tiempo para
ponernos tristes… sino hasta la “Primavera” que nos acechaba con su esquina
rota; la sangrienta dictadura que se dio justo en “El cumpleaños de Juan
Ángel”, cuando los Tupamaros realizaron su más hermosa fuga huyendo por
las cloacas y la policía escribía tu nombre en la lista de los más peligrosos
“Instigadores ideológicos”, por la mucha coincidencia de tu retrato humano y
el escape revolucionario de tus amigos queridos.

Tus camaradas, conociendo la situación –eras el séptimo en la lista de


ejecución– te recomiendan que vayas armado, pero alegas que no eres Juan
Ángel y que nunca has utilizada un arma, ni siquiera para defenderte de
maridos ultrajados y te niegas.
De modo que no hubo más remedio que utilizar la artillería dialéctica más
pesada (porque todos ellos, como ahora nosotros, querían a este hombrecito
leal y honesto, que escribió “No te salves”) y resguardarte del sacrificio
inminente.

Pero en el teatro de tu mente ya escenificas “Pedro y el Capitán”, que termina


por reventarle el hígado a la Junta Militar y de sacarte de tu paisito amado.

II
NO TE SALVES
Maestro Benedetti, No te salves, deja que la Muerte bese la nieve de tu frente,
el fino frío de tus labios rojos y, con la tibieza de las manos de tu madre,
acaricie tu rostro total… Bien sabes que la Muerte no es otra sino Nacha
Guevara, y que “El lado oscuro del corazón” guardará memoria de tu
cinematográfico mundo poético.

Maestro Benedetti, “no te salves”, hay que quemar las naves, después de
Argentina y Cuba, Exilandia (México) puede ser tu lugar de reposo, de
“táctica y estrategia”, como lo fue para muchos latinoamericanos en esos años
de dictaduras en el Cono Sur; pero los días en Cuernavaca son grises y
desalentadores –tus amigos están muriendo de muerte inmerecida y tus libros
están silenciados de prohibición justa– que mejor decides partir, en 1980, para
Palma de Mayorca, España, y luego en tren a Francia (es incómodo hacer el
amor en tren, pero mucho más incómodo es no hacerlo).

Maestro Benedetti, “no te salves”, los abrecaminos de la libertad –Víctor Jara


y Violeta Parra y Francisco Urondo y Juan Gelman y Eduardo Galeano y Julio
Cortázar y Daniel Viglietti y Alfredo Zitarrosa y Mercedes Sosa y Facundo
Cabral y muchos otros– ya andan por ahí; recuerda que los verdugos de esta
larga Noche de San Bartolomé son militares, católicos y devotos (pero cuando
mueren no van al cielo porque ahí no aceptan asesinos), y sus víctimas son
mártires, y hasta podrían ser ángeles o santos (pero cuando mueren tampoco
van al cielo porque no creen que el cielo exista).

Maestro Benedetti, “no te salves”, cuando uno está muerto todos los días son
domingo…
Sí, Maestro Benedetti, quién entre nosotros sino tú, la madurez del Exilio al
Desexilio, del cielo a la tierra, llegando con su relámpago de sabiduría cuando
uno ya no tiene donde caerse sabio.

III
GRACIAS POR EL FUEGO
Maestro Benedetti, “gracias por el fuego”, porque con él pude encender
ángeles congelados en la alcoba del Diablo, porque la hierba ardiente prenderá
la hierba húmeda. Maestro Benedetti, “gracias por el… ¡fuego!”, porque a esa
orden caerán los traidores a la Patria, porque allí echaremos nuestras culpas
para que renazca la quietud, porque no hay otro lugar para que brille la alegría
solidaria y porque no existe pista más propia para que dance el aire de la
libertad.

Maestro Benedetti, “gracias por el fuego”, porque encenderá el cosmos de las


pestañas de la muchachita que te lee con amor, porque él será la espada
flamígera del arcángel que corte las cadenas que aprisionan al hombre, porque
con él revelaremos la magia de la poesía hecha palabra, porque ese fuego es
la incendiaria matriz de tu biografía...

Maestro Benedetti, “gracias por el fuego”, por la vida, por la poesía, porque
muchas veces las verdades no son los frutos del árbol sino sus raíces…

Los muchos poetas, a su modo, diciendo la verdad.

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