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I
OLIVO Y ROSAS
Maestro Benedetti, bien lo sabes, hiciste lo que Fellini realizo en el cine:
obsequiarnos con ese Ángelus que escribieron los hombres de este mundo con
pasos de luz y tropiezos de sombra. Sí, desde la oficina hasta las campiñas y
los jardines, desde los ahorcados escritorios de la duda y los atisbos en las
ventanas de la certeza, hasta derramar el océano de olivo y rosas que son la
coloquial tersura de tus versos... Porque, déjame decirte, no por cotidiano
fuiste menos metafórico.
II
NO TE SALVES
Maestro Benedetti, No te salves, deja que la Muerte bese la nieve de tu frente,
el fino frío de tus labios rojos y, con la tibieza de las manos de tu madre,
acaricie tu rostro total… Bien sabes que la Muerte no es otra sino Nacha
Guevara, y que “El lado oscuro del corazón” guardará memoria de tu
cinematográfico mundo poético.
Maestro Benedetti, “no te salves”, hay que quemar las naves, después de
Argentina y Cuba, Exilandia (México) puede ser tu lugar de reposo, de
“táctica y estrategia”, como lo fue para muchos latinoamericanos en esos años
de dictaduras en el Cono Sur; pero los días en Cuernavaca son grises y
desalentadores –tus amigos están muriendo de muerte inmerecida y tus libros
están silenciados de prohibición justa– que mejor decides partir, en 1980, para
Palma de Mayorca, España, y luego en tren a Francia (es incómodo hacer el
amor en tren, pero mucho más incómodo es no hacerlo).
Maestro Benedetti, “no te salves”, cuando uno está muerto todos los días son
domingo…
Sí, Maestro Benedetti, quién entre nosotros sino tú, la madurez del Exilio al
Desexilio, del cielo a la tierra, llegando con su relámpago de sabiduría cuando
uno ya no tiene donde caerse sabio.
III
GRACIAS POR EL FUEGO
Maestro Benedetti, “gracias por el fuego”, porque con él pude encender
ángeles congelados en la alcoba del Diablo, porque la hierba ardiente prenderá
la hierba húmeda. Maestro Benedetti, “gracias por el… ¡fuego!”, porque a esa
orden caerán los traidores a la Patria, porque allí echaremos nuestras culpas
para que renazca la quietud, porque no hay otro lugar para que brille la alegría
solidaria y porque no existe pista más propia para que dance el aire de la
libertad.
Maestro Benedetti, “gracias por el fuego”, por la vida, por la poesía, porque
muchas veces las verdades no son los frutos del árbol sino sus raíces…