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La llave mágica

Era una fría mañana de invierno y en la plaza habían organizado un mercadillo, con muchos
puestos que vendían comida artesanal, ropa artesanal, bolsos hechos a mano, dibujos, llaveros, etc.
La niña estaba asomada a la ventana, esperando que su padre terminara sus tareas para poder ir al
mercadillo. Se entretenía mirando los puestos y las personas que paseaban por la calle, imaginando
sus vidas, sus conversaciones, donde irían, de donde venían,…. De vez en cuando soplaba en el
cristal y formaba con su aliento una película de vapor que cubría el cristal donde hacía dibujos con
su dedo. Y entonces a través del dibujo que hacía en el cristal pudo ver a aquella señora que bien
parecía salida de uno de sus cuentos.

Vestía con un atuendo de hada madrina sin recursos. Un vestido azul y verde, hecho con retales
de diversas formas y texturas, solo coincidían en sus tonalidades. Debajo del vestido se apreciaba su
calzado que no era el que mejor combinaba con un vestido, asomaban unas botas que parecían
más apropiadas para ir a la nieve que para la ciudad. Y por encima de las botas, cada pierna de un
color diferente, la izquierda con una media verde, la derecha con una media naranja. Su cabello algo
despeinado estaba recogido con un bonito lazo azul. Aquella mujer con un atuendo extravagante,
tenía un aspecto embriagador, Lucia desde su ventana la observaba y pensó que debía ser un hada
que había escapado de uno de sus cuentos.

Aquella misteriosa hada, colocó uno de los puestos del mercadillo, con mucho cuidado y con
muchos colores. Después de colocar múltiples enseres, enmarcó su puesto con un cartel en el que
se leía: “La mismísima hada madrina salida de todos los cuentos de hadas conocidos, contadora de
cuentos y vendedora de llaves maestras”.

-Lucia, vámonos al mercadillo- dijo su padre

Lucia se incorporó rápidamente junto a su padre y su hermano, quería ir corriendo al puesto del hada
madrina, seguro que vendía cosas increíbles.

Al llegar al puesto, encontraron muchas cosas fascinantes, polvos mágicos, hechizos secretos,
muchos cuentos y muchas llaves maestras. Mucha gente alrededor del puesto, y Lucia preguntó por
las llaves maestras, a lo que el hada respondió con un pequeño cuento:

“Cada persona es como una casa y dentro de cada casa hay muchas habitaciones. A veces
cerramos con llave las puertas de las habitaciones para no dejar salir lo que hay dentro, no
queremos que los demás vean lo que hay en el interior, o simplemente queremos proteger los
valiosos tesoros escondidos dentro de cada cuarto por temor a que al salir sufran algún daño y
pensamos que en ese caso nosotros también sufriremos un gran daño. Así cada uno de nosotros
tenemos dentro una habitación llena de miedo, otra llena de enfado, también una repleta de alegría y
otra repleta de amor, no olvidemos la de la vergüenza, ni la del asco tampoco. Y ocurre que cuando
queremos abrir las habitaciones para ventilar no encontramos la llave adecuada y en su interior
quedan todas esas cosas atrapadas y nos hacen más daño que si las dejásemos salir. Hace ya
muchos años un mago forjo llaves maestras capaces de abrir cada una de las puertas y esas son las
llaves que yo hoy os traigo aquí. Os las regalo pero tenéis que seguir las instrucciones atentamente”.

Todos los que escuchaban parecían incrédulos, pero alguien decidió hacerse con una llave y así
todos los demás fueron haciéndose con una llave maestra. En sus instrucciones explicaba lo
siguiente: “Llave maestra para abrir las puertas secretas del corazón. Esta llave es personal, solo
puede usarla su dueño para abrir sus propias puertas. Es necesario estar en calma, en un lugar
silencioso y tranquilo, cerrar los ojos y no pensar en nada, para buscar la puerta, usar la llave y solo
sentir lo que sale de la puerta”.

Desde aquel día las personas parecían, más tranquilas y más felices. Aprendieron a sentir sus
emociones al salir de cada una de las habitaciones. En las casas que son cada persona ya no había
puertas cerradas.

Pasaron los años y nuevos mercadillos se montaban cada invierno, pero la misteriosa hada no volvió
a aparecer. Lucia esperaba en su ventana, verla llegar como la primera vez, pero nunca más la
volvió a ver. Eso sí, guardo su llave durante muchos años, esa llave maestra que le permitió dejar
salir sus emociones.

Fin
Matías y las zapatillas mágicas.

En un bonito pueblo muy cerquita de una gran montaña, vivía un pequeño llamado Matías. A Matías
le encantaba el fútbol, no se perdía ningún partido, pero apenas jugaba. Matías creía que no sabía
jugar. Cuando veía los partidos y observaba a los jugadores hacer impresionantes regates, increíbles
pases y marcar fantásticos goles, se quedaba fascinado y pensaba “ojala pudiera jugar yo igual que
ellos, pero es demasiado difícil para mí”.

Y de este modo, Matías, que adoraba el fútbol, apenas jugaba partidos, porque creía que no sabía
jugar.

Una tarde cuando Matías estaba de visita en casa de sus abuelos, su tío le contó lo siguiente:

-Cuando yo tenía tu edad, Matías, no sabía jugar al fútbol. Pero me regalaron unas zapatillas
mágicas. Con esas zapatillas podía hacer impresionantes regates, increíbles pases y marcar
fantásticos goles, como los grandes jugadores.

A Matías se le iluminaron los ojos y pregunto entusiasmado por las zapatillas.

-Creo que están en el desván-le dijo su tío.

Sin pensarlo dos veces, Matías subió las escaleras y se encontró en el desván buscando las
zapatillas mágicas de su tío que le permitirían jugar como lo hacen los grandes jugadores, haciendo
impresionantes regates, increíbles pases y marcando fantásticos goles. No tardo mucho en encontrar
las zapatillas, pero éstas tenían un agujero y estaban cubiertas de polvo.

Matías soñaba con ser un gran jugador, y así con mucho cuidado y mucha ilusión limpio con esmero
las zapatillas y las arreglo hasta dejarlas prácticamente nuevas.

Al día siguiente se puso las zapatillas y se unió a los demás niños y niñas para jugar un partido. Y
ocurrió algo maravilloso, Matías hizo regates impresionantes, pases increíbles y marco fantásticos
goles. Desde aquel momento jugó muchos partidos, todos los que pudo jugar y pasaba todo el
tiempo que tenía libre entrenando y practicando. Enseguida fue conocido por ser un gran jugador.

Pero pasó el tiempo y una mañana justo antes del partido cuando Matías fue a ponerse sus
zapatillas, comprobó que de tanto usarlas se le habían estropeado. Intento arreglarlas como lo hizo
la primera vez, pero ya no tenían arreglo ya que había jugado muchos partidos con ellas.

Y decidió quedarse en casa y no jugar su partido, ya que sin sus zapatillas mágicas no podía hacer
impresionantes regates, increíbles pases ni marcar fantásticos goles. Entonces su tío que le
esperaba para verle jugar le dijo:

-Matías, no son las zapatillas mágicas, todo lo has hecho tú. Te has entrenado mucho y has
mejorado. Me invente lo de las zapatillas, su única magia es haber conseguido que creyeras en ti y
te esforzaras. Ve y juega el partido, tú ya eres un gran jugador y no necesitas zapatillas mágicas.

Y así Matías jugó su partido y comprobó que su tío tenía razón, se había convertido en un gran
jugador capaz de hacer regates impresionantes, pases increíbles y marcar fantásticos goles. Había
logrado su sueño.
El tigre que perdió sus rayas

Hace algún tiempo en una enorme jungla un pequeño tigre estaba dormido. Cuando despertó algo
extraño le había ocurrido, el pequeño tigre sin saber cómo había perdido sus rayas mientras dormido
estaba. Las bonitas rayas negras que se dibujaban en su piel habían desaparecido como por arte de
magia.

¡Qué cosa más extraña! Pensó el tigre. Todos los tigres tienen rayas, sin rayas no puedo ser un tigre,
pensó el animalito. Y busco sus rayas por todas partes pero no las encontró, no estaban por ninguna
parte.

Si no puedo ser un tigre porque no tengo rayas, pensó el tigre, tendré que ser otro animal.

Con esta idea, que le pareció brillante, fue en busca de otros animales. Intento ser un mono, pero no
podía subirse a los árboles como hacían éstos. Después intento ser una jirafa, pero su cuello no era
tan largo. Creyó que tal vez podría ser un león pero no tenía una bonita melena. Un lobo no podía
ser tampoco porque no sabía aullar, ni un elefante porque no tenía trompa.

Todos los animales parecían tener algo característico, los tigres tenían sus rayas, pero el pequeño
tigre sin saber cómo había perdido sus rayas. No podía ser un tigre sin rayas, pero tampoco podía
ser otro animal pues siempre le faltaba algo.

Un anciano tigre, que había estado observando todo lo ocurrido al pequeño tigre, se acercó a éste.

-¿Qué te pasa pequeño tigre?- le pregunto-pareces preocupado.

El pequeño tigre le contó lo ocurrido.

-No puedo ser un tigre porque no tengo rayas, las he buscado pero no las encontré y tampoco puedo
ser otro animal, lo he intentado pero no puedo. Entonces si no puedo ser un tigre y tampoco soy otro
animal, ¿Qué es lo que soy? ¿En qué me he convertido?

El tigre anciano, le respondió.

-Estás hablándome y te puedo ver, así que algo eres. No has podido ser otro animal, por algo muy
sencillo, simplemente porque no lo eres. Un elefante nunca podría ser una hormiga, un pájaro nunca
podría ser un pez. Y lógicamente un tigre ni puede ser un mono, ni tampoco una jirafa. Un tigre no
puede ser un lobo, ni tampoco un león. Un tigre no puede ser un elefante. No puedes ser ninguno de
esos animales porque eres un tigre.

El pequeño tigre le respondió

-Tienes razón, pero para ser un tigre necesito mis rayas, las busque pero no pude encontrarlas.
¿Cómo voy a ser un tigre si no tengo rayas?

– Sí tienes rayas. Porque eres un tigre. Al igual que la jirafa tiene su largo cuello y el león su linda
melena. Si no las has encontrado es porque no las has buscado bien. Las rayas son tuyas las tienes
que buscar en ti mismo. Has estado buscando en todas partes menos en ti mismo, ¿cómo las vas a
encontrar así? Acompáñame y te demostrare lo que te digo.

El anciano león llevo al pequeño tigre junto al río, y le dijo:


-Mírate a ti mismo, asómate y veras tu reflejo. Mírate y busca tus rayas donde tienen que estar en tu
cuerpo.

El pequeño tigre pudo ver su imagen reflejada en el río.

-Me veo a mí mismo, y lo que veo es un tigre sin rayas.

-Presta más atención-le dijo el anciano.

El pequeño tigre observo de nuevo su imagen en el río con mucha atención. Solo entonces pudo
darse cuenta de que estaba recubierto de arena. La arena cubría su cuerpo y ocultaba las rayas.
Con energía sacudió su cuerpo desprendiéndose de la arena y pudo ver las rayas de nuevo.

FIN

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