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La comprensión de aquello a lo que se apunta, con un término hasta cierto punto de uso común, aunado

a otros tantos términos relacionados en la afirmación de que "el narcisismo es un problema urgente de
salud pública", implica una cierta salida de esa misma condición narcisista para poder siquiera
comenzar a entender de qué se trata.
Cabe afirmar aquí que al decir "narcisismo", se señala más un horizonte por recorrer que la certeza de
lo ya visto, y con mayor concreción, ese horizonte se expresa en multitud de "síntomas", consecuencias
de la acción humana para consigo misma como para su entorno.
El "narcisismo" es el nombre que puede darse temporalmente a una forma de "patología" extendida
actualmente de forma "global", que no por casualidad resuena con los fenómenos relacionados a la
"globalización".
El narcisismo no sería entonces algo que afecta a unas cosas y a otras no; todo el conjunto de la
producción cultural se encuentra inserto en su misma trama.
Se trata entonces de una "patología": así, entrecomillada, en tanto precisamente la idea misma de
"salud" dominante en una sociedad afectada por este mal, se encuentra igualmente implicada en sus
consecuencias.
¿Qué significa esto? Tenemos una idea enferma, una idea enferma de "salud". Una idea de salud
afectada por el fenómeno globalizado, en desenvolvimiento dinámico, de eso a lo que aquí le estamos
llamando narcisismo, que de igual manera podríamos llamarle de otro modo, patología sistémica o
patología estructural por ejemplo.

El mejor modo de dimensionar con qué "seriedad" debemos tomar un señalamiento así, es decirlo así
precisamente: estamos frente a un problema muy grave de salud pública; ¿y cómo podemos saber
que es así?
Por sus efectos, igual que en cualquier forma de patología. Sólo que en este caso estamos frente a una
que tiene efectos en el lenguaje, en las instituciones, en los productos culturales, en las relaciones
interhumanas, en la vida de las otras especies, en el medio ambiente, en los recursos naturales, en la
distribución de los bienes, en la forma de entender quiénes somos y qué estamos haciendo.

Uno de los efectos atroces del narcisismo, pues los tiene y muchos (asesinatos literales y metafóricos,
destrucción de subjetividades, opresión, explotación de seres humanos y de recursos, consumismo y
superficialidad a costa del sufrimiento de otros, engaño, inferioridades imaginarias y suicidas,
superioridades supuestas y amargadas, repeticiones, problemas de carácter, depresiones, enfermedades
crónicas, ataques de pánico, rivalidades a muerte, celos, envidias, orgullos), es en lo que entendemos
por “salud pública”.
La realidad auténtica, más allá del narcisismo, que se juega en eso que llamamos salud pública,
podríamos decir que es lo que tradicionalmente ha sido llamado “bien común”.

El narcisismo determina lo que podemos ver, en tanto lo que vemos es resultado siempre de nuestra
posición frente al otro. Ello significa que no vivimos una realidad “ya ahí”, sino que la estamos
construyendo constantemente. Así que, ¿cómo sería una aproximación al bien común, la salud de todos
y de lo integral, sin separaciones artificiales? En esto último se deja ver qué se juega, pues ha sido por
narcisismo el que unos puedan estar enriqueciéndose, con plena conciencia de que lo hacen a costa de
otros, a través de engaños, manipulaciones, explotaciones, colonizajes.

No puede haber “cambio”, si de lo que se trata es de encaminarse hacia el bien común (una salida para
el narcisismo o patología estructural), sin vérselas directamente con la problemática que conlleva esta
forma de patología por sí misma.
Y lo que caracteriza al narcisismo es el ser una problemática de orden “emocional”, “espiritual” y
“ético”. Es decir, no se trata meramente de un “rasgo de personalidad”. Es una patología también
porque de lo que se trata es de una imposibilidad de ser libre, de vivir auténticamente, de poder crear,
de poder relacionarse con el otro sin máscaras, sin roles prestablecidos, sin dominaciones o
sometimientos.

Promover colectivamente procesos de desenmascaramiento del narcisismo, de la ilusión narcisista que


esconden las campañas publicitarias de todo orden, los agigantamientos de figuras idealizadas,
personales o institucionales, las competencias basadas en poderes ficticios pero colectivamente
asumidos, la ridiculez de creer en roles y jerarquías, la fanfarronería de los que “son alguien”, para
aplastar a los que “no son nadie”. Es una tarea estimulante y vigente. Hablar aquello que nunca se dice
y en un ambiente grupal en el que se abandona la creencia delirante de que “se tiene la razón”, para
dejar de agredir, proyectando en el otro al “dios” o al “gusano”, para poder asumir nuestra
responsabilidad en llevar por nuestro narcisismo a nuestro mundo a su límite y posible destrucción.

Camino intergeneracional, no narcisista, en tanto todos dependemos de todos.

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