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En el caso de Camilo Catrillanca, aun cuando existiera una agresión de su parte o de los
terceros que lo acompañaban, no pareciera estar justificado el disparo por la espalda en
mérito de la naturaleza de los bienes jurídicos en juego ―ni siquiera en el hipotético caso
que sí hubiese tenido antecedentes penales por receptación de vehículos―. En efecto, la
legítima defensa es una causal de justificación reglada por el Código Penal y que no opera
en base a criterios policiales, sino que requiere de la existencia de requisitos jurídicos
específicos, en primer lugar, de una agresión ilegítima, pero también de la falta de
provocación suficiente por quien se defiende ―en este caso, de Carabineros―y, sobre
todo, de la “racionalidad” de los medios empleados para impedirla o repelerla. En un
cuerpo militar y técnico como Carabineros, la racionalidad de los medios para impedirla o
repelerla debe ser empleada con extrema prudencia, sobre todo en un contexto donde es
exigible no solo una preparación técnica, sino ante todo una sólida formación moral para
distinguir qué medios emplear para evitar la comisión de delitos, según la gravedad de los
mismos y la naturaleza de los bienes jurídicos afectados. Lo poco que hasta ahora se sabe
sobre la muerte de Catrillanca, muestra conductas inadmisibles en una institución que no
puede ceder a efectismos ni operetas ―como lo que se ha intentado generar con el
“Comando Jungla” ―, poniendo en riesgo la seguridad de una región completa y la
confianza política necesaria para legitimar el gobierno en la zona.
En segundo lugar, si bien el gobierno ha mostrado una preocupación diferente al anterior,
no parece que exista una visión compartida sobre las causas que originan el problema, ni
una coordinación suficiente entre las autoridades implicadas. La llamada agenda de las
“cuerdas separadas” puede ser útil para distinguir diferentes aspectos del mismo asunto,
pero, al mismo tiempo, en los hechos pareciera mostrar una dispersión ―a juzgar por sus
actos, ni el ministro Moreno ni Chadwick ni el intendente Mayol tienen posturas
concordantes sobre cómo enfrentar la realidad acaecida posterior a la muerte de Camilo
Catrillanca―, lo que, por cierto, contribuye a dar pie para que la labor política y de
gobierno propiamente tal, se anule o se confunda con la autoridad policial. Es urgente que
el presidente Piñera se sitúe por encima de sus colaboradores y ejerza una mediación
política exigida por su investidura y legitimidad ciudadana.
En suma, todo hace pensar que el futuro del Plan Araucanía llegó a un punto de inflexión,
salvo que no se vaya al fondo y se “corte por lo sano”, como enseña la santa sabiduría
popular.