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Caso Catrillanca

En la comunidad de Temucuicui, comuna de Ercilla, fue asesinado hace dos días


Camilo Catrillanca. Tenía 24 años de edad, era padre de una hija de seis años y su
viuda se encuentra embarazada. Asimismo, tres jóvenes menores de edad resultaron
heridos. Lamentablemente, no se trata del único caso de su tipo
La versión oficial de Carabineros, avalada por el Ministro del Interior, Andrés Chadwick,
señala que trataría de una consecuencia imprevista de un enfrentamiento entre
Carabineros y delincuentes refugiados en terrenos de la comunidad de Temucuicui. Es
una historia difícilmente creíble. Los comuneros mapuche han declarado que los hechos
de sangre fueron consecuencia de un violento allanamiento del Comando Jungla,
durante el cual las fuerzas policiales entraron disparando. Camilo Catrillanca recibió dos
balazos en la cabeza, disparados desde atrás.

Menos lógico aún es lo afirmado por el Intendente de La Araucanía, Luis Mayol,


respecto de la participación del joven mapuche asesinado en el robo de vehículos que
habría dado origen a la balacera. En tal caso, resulta completamente incomprensible
que se encontrara conduciendo un tractor y, más encima, acompañado, de un joven de
apenas 15 años, gravemente herido a bala. La comunidad sostiene, mucho más
plausiblemente, que venían de vuelta de su jornada de trabajo agrícola.

Este desenlace fatal era, lamentablemente, previsible. La creación de una unidad


especial de lucha antisubversiva –entrenada en Colombia– solo podía contribuir a la
agudización de un conflicto de naturaleza política, en el que está en juego la relación
del pueblo mapuche con el Estado y la sociedad chilena. El gobierno actual dio pasos
en este sentido con el establecimiento del Plan Araucanía, que, más allá de sus muchas
deficiencias y el correspondiente rechazo de la gran mayoría de las organizaciones
mapuche, significó un esfuerzo genuinamente político de enfrentar la situación. La
intensificación de la represión, por el contrario, pone seriamente en cuestión la
posibilidad de implementar este acuerdo y, peor, de celebración de otros nuevos en pos
de la solución del conflicto.

Desde una perspectiva de largo plazo, lo sucedido es parte de la historia de violencia y


usurpación hacia el pueblo-nación mapuche, una historia trágica pero real. Tan real
como las memorias de la invasión en el siglo XIX; como las declaraciones de
delegaciones de mapuche pidiendo terminar con el robo de tierras para el proceso de
Reducción en los años 20’ y 30’ del siglo pasado; como las balas y palos de los
latifundistas y militantes de derecha que defendieron los predios en recuperación por
parte de las organizaciones mapuche y militantes de izquierda en la época de la reforma
agraria; trágicamente cierta como la desaparición, muerte y amenaza por parte de los
organismos de inteligencia y represión del Estado de Chile durante la dictadura y,
contradictoriamente real, como las balas disparadas en democracia desde 1990.

Es necesario preguntarse si la democracia existe realmente para todos en Chile o si


existen personas y grupos que, como los mapuches, viven en un permanente estado
de excepción, recordándonos la fragilidad de nuestra sociedad. Mientras la violencia
siga siendo parte fundamental de la política de Estado hacia los pueblos indígenas
superar esta condición no será posible.
en primer lugar, existe un grave problema en el rol desempeñado por Carabineros en sus
labores de investigación de delitos, como de orden y seguridad pública. En el último
tiempo, la institución policial ha demostrado no estar a la altura cuando se trata de valorar
los hechos desde una perspectiva más amplia que la meramente policial. Han sido
frecuentes, por ejemplo, los errores que Carabineros ha cometido sobre la relación entre
autoridad y el uso racional de la fuerza. Por ejemplo, la muerte de Jaime Mendoza Collío
por un disparo por la espalda en el año 2009. En este caso, la policía inicialmente alegó
legítima defensa, pero posteriormente la justicia desechó esta tesis, al demostrarse que se
trató de violencia innecesaria.

En el caso de Camilo Catrillanca, aun cuando existiera una agresión de su parte o de los
terceros que lo acompañaban, no pareciera estar justificado el disparo por la espalda en
mérito de la naturaleza de los bienes jurídicos en juego ―ni siquiera en el hipotético caso
que sí hubiese tenido antecedentes penales por receptación de vehículos―. En efecto, la
legítima defensa es una causal de justificación reglada por el Código Penal y que no opera
en base a criterios policiales, sino que requiere de la existencia de requisitos jurídicos
específicos, en primer lugar, de una agresión ilegítima, pero también de la falta de
provocación suficiente por quien se defiende ―en este caso, de Carabineros―y, sobre
todo, de la “racionalidad” de los medios empleados para impedirla o repelerla. En un
cuerpo militar y técnico como Carabineros, la racionalidad de los medios para impedirla o
repelerla debe ser empleada con extrema prudencia, sobre todo en un contexto donde es
exigible no solo una preparación técnica, sino ante todo una sólida formación moral para
distinguir qué medios emplear para evitar la comisión de delitos, según la gravedad de los
mismos y la naturaleza de los bienes jurídicos afectados. Lo poco que hasta ahora se sabe
sobre la muerte de Catrillanca, muestra conductas inadmisibles en una institución que no
puede ceder a efectismos ni operetas ―como lo que se ha intentado generar con el
“Comando Jungla” ―, poniendo en riesgo la seguridad de una región completa y la
confianza política necesaria para legitimar el gobierno en la zona.
En segundo lugar, si bien el gobierno ha mostrado una preocupación diferente al anterior,
no parece que exista una visión compartida sobre las causas que originan el problema, ni
una coordinación suficiente entre las autoridades implicadas. La llamada agenda de las
“cuerdas separadas” puede ser útil para distinguir diferentes aspectos del mismo asunto,
pero, al mismo tiempo, en los hechos pareciera mostrar una dispersión ―a juzgar por sus
actos, ni el ministro Moreno ni Chadwick ni el intendente Mayol tienen posturas
concordantes sobre cómo enfrentar la realidad acaecida posterior a la muerte de Camilo
Catrillanca―, lo que, por cierto, contribuye a dar pie para que la labor política y de
gobierno propiamente tal, se anule o se confunda con la autoridad policial. Es urgente que
el presidente Piñera se sitúe por encima de sus colaboradores y ejerza una mediación
política exigida por su investidura y legitimidad ciudadana.

Por último, el olvido de lo central: la región es el símbolo de la cultura mapuche y no “la


región más pobre del país”. Es decir, la muerte de Catrillanca no puede ser comprendida
como una mera externalidad de un “ambicioso plan”, ni tampoco como un “lamentable
error”, como sostuvo el intendente Mayol a propósito de su muerte. En el fondo, su
homicidio es la imagen viva del sangramiento de un pueblo entero que ha sido denostado
durante siglos, sobre todo por el Estado de Chile. El gobierno del presidente Piñera debe
tomar conciencia de que la deuda histórica hacia pueblo mapuche es ante todo cultural, una
deuda hacia un pueblo que no reclama solamente mayor bienestar, sino ante todo
reconocimiento y respeto.

En suma, todo hace pensar que el futuro del Plan Araucanía llegó a un punto de inflexión,
salvo que no se vaya al fondo y se “corte por lo sano”, como enseña la santa sabiduría
popular.

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