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Fruta Podrida
Fruta Podrida
Pero nuestro hombre, este “emprendedor fuera de lo común”, “el visionario”, el paladín de “la
innovación constante”, como no se cansa de repetir la cohorte de aduladores y agraciados, es
al mismo tiempo el presidente de Afruex, la patronal de la fruta, el principal responsable de
que a los trabajadores del campo de Extremadura, a estas alturas del año, aún se les regatee la
subida del salario mínimo. La cabeza visible de un emporio económico, Tany Nature, levantado
sobre la explotación de los trabajadores, la ruina de miles de pequeños campesinos y el trato
de favor constante de las instituciones políticas.
El relato oficial nos presenta a Atanasio Naranjo con los atributos propios del hombre hecho a
sí mismo, partiendo desde cero. El hijo de un humilde colono de Valdivia, que estudia en la
Escuela Familiar Agraria (EFA) de la localidad, que a los 17 años se va a descargar camiones al
mercado de Legazpi-Madrid y luego, cual aventurero poseído por una intuición febril, se pone a
recorrer diversos países investigando los secretos comerciales de la fruta, Francia, Italia, Chile...
Y que en 1986 comienza su andadura empresarial, con solo 4 hectáreas, pero merced a su
genialidad y tesón pasa a administrar un entramado empresarial que, al día de hoy, cuenta con
2.800 hectáreas propias, produce 60.000 toneladas de fruta y factura cerca de 50 milllones de
euros anuales.
Para entender la irresistible ascensión de Atanasio Naranjo quizás habría que reparar en
algunos detalles misteriosamente ocultos en la descripción que hacen de él sus protectores y
protegidos. El primer silencio significativo es la estrechísima vinculación de nuestro hombre
con el Opus Dei, sin duda alguna uno de los lobbies más importantes de España, cuya
influencia se extiende no sólo al interior de la Iglesia, sino también a los consejos de
administración de las grandes empresas y bancos, los gobiernos o los tribunales. Desde los
años sesenta, “la santa mafia”, como la denominó alguno de sus detractores, representa como
nadie, junto al puritanismo moral en la vida privada, el espíritu del capitalismo, “la religión
burguesa del éxito mercantil” (Alberto Moncada). La estrecha relación de Naranjo como
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profesor en las EFAs le ha permitido relacionarse con el selecto y poderoso círculo de las
business schools asociadas al Opus.
Será precisamente en Chile, país donde el Opus Dei ha jugado un papel destacado en la
oposición a Salvador Allende y tras el golpe militar se ha implantado una doctrina económica
de choque que constituirá la avanzadilla de las políticas neoliberales en todo el mundo, el lugar
en el que nazca, según confiesa Atanasio Naranjo, “el germen de lo que es Tany”. Según el
empresario, allí se “estaba llevando a cabo una auténtica revolución exportando productos
perecederos a todo el mundo desde la punta de América del Sur. Una integración vertical de la
cadena, universidades muy especializadas, unos buenos tecnócratas, una preocupación por la
innovación y, sobre todo, un afán de globalización”. En 1986, en plena dictadura militar de
Pinochet, Naranjo solo ve melocotones y “buenos tecnócratas”.
“Ya nos contó Marx que el capitalismo nace destruyendo la propiedad privada que dice
defender. Solo de arrasar la propiedad privada puede surgir la acumulación primitiva de
capital”
Valdivia, Zurbarán, el cogollito del Plan Badajoz, la dulce cintura del Guadiana, va a constituir el
laboratorio de nuestro resuelto comerciante. Y el desguace del Plan Badajoz, el hundimiento y
la eliminación de miles de pequeños agricultores, el nuevo ecosistema del neoliberalismo
compondrán el humus de su epopeya empresarial y el de otras voraces plantas trepadoras.
“Aquí, en esta comarca, lo que tienes que preguntar es qué tierras no son ya de Manuel Rosa,
José Escobar o Atanasio Naranjo”, nos contaba hace poco un jornalero de Valdivia. Ante
nuestros ojos se alza un nuevo latifundismo en Extremadura, protagonizado ahora por
sociedades mercantiles agroindustriales, que controlan al mismo tiempo la tierra y la fábrica.
El Plan Badajoz fue un “simulacro de reforma agraria”, en certera expresión de José Manuel
Naredo, la tramposa respuesta del franquismo a la lucha tenaz de generaciones enteras de
jornaleros y campesinos extremeños. Aquel plan de colonización interior se sostenía en tres
grandes líneas que perpetuaban la situación de dominio. Por un lado, reforzaba los privilegios
de los grandes propietarios, garantizando que el grueso de las tierras puestas en regadío
permaneciera en sus manos. Al tiempo, establecía un férreo control político y social sobre los
colonos. Como botón de muestra baste con recordar que todavía en mayo de 1977, el concurso
para la adjudicación de un lote de tierras por parte del IRYDA establecía como uno de los
requisitos “acreditar mediante certificado de la Guardia Civil dotes de moralidad y conducta
aceptables”, como testimonia Mario Gaviria en Extremadura saqueada. Por último, se
aseguraba la dependencia de los colonos respecto de las conserveras y grandes empresas de la
agroindustria.
Pero aquel diseño salta por los aires en los años setenta. Al Plan Badajoz le estallan las costuras
por donde menos lo esperaba, por la organización y movilización de los campesinos. Lejos de
creerse la paternalista propaganda oficial (“Los españoles comen gracias a Franco”) los colonos,
a los que se han adjudicado poco más de cuatro hectáreas, se convertirán en una de las puntas
de lanza del movimiento popular durante el tardofranquismo. La guerra de los tractores, las
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guerras del tomate o del pimiento que consiguen arrancarles contratos y precios a las
conserveras, la fundación de la Unión de Campesinos Extremeños o la puesta en pie de un
incipiente tejido cooperativo son algunos de los hitos de aquel potente movimiento. Y el papel
destacado en la lucha contra la Central Nuclear de Valdecaballeros o en la dignificación de las
Entidades Locales Menores, que habían sido concebidas inicialmente como meras extensiones
de los ayuntamientos matrices, son muestras también de su solidez social y política.
La irrupción del neoliberalismo en los años ochenta y en especial durante los años noventa,
junto a las transformaciones que supondrá la Política Agraria Comunitaria (PAC), cambiará de
nuevo las tornas. La ejemplar lucha del pueblo de Valdivia contra la cacicada de La Encomienda
por parte de la Junta de Extremadura en 1988 constituye el último aldabonazo de aquel
período de protagonismo campesino y de lucha por una auténtica reforma agraria. En 1992, al
amparo de la nueva PAC, se intensifica la reconversión agraria. A pesar de la enorme
resistencia, la directriz de los poderes se impone y miles de pequeños agricultores
abandonarán la tierra progresivamente. Muchos de los políticos y “agentes sociales” que ahora
lloran lágrimas de cocodrilo por la España vaciada aplauden entonces el atropello,
argumentando que la reducción de la población activa agraria es un indicador de progreso. El
turbocapitalismo penetra en la agricultura extremeña y española a velocidad de vértigo. El Plan
Badajoz se desmigaja, sometido a un proceso de privatización y desamortización. El potente
movimiento cooperativo que durante varias décadas han ido creando los agricultores
extremeños será desmantelado, a mayor gloria de la gran industria privada. En los primeros
años del 2000 la Junta, con Manuel Amigo, consejero de Economía a la cabeza, asalta el
consejo de administración de la Caja Rural de Extremadura, tras negarse a domiciliar en la
entidad financiera las subvenciones de la PAC.
Hace falta hundir y comerse a muchos campesinos para pasar de poseer 4 hectáreas a disponer
de 2.800. Hace falta sembrar mucho miedo para que los agricultores se avengan a sembrar o
cosechar sin que exista un precio concertado o ni siquiera un contrato. Hace falta condenar a la
emigración, a la miseria o al trabajo extenuante a muchos para crear una gran fortuna. Hacen
falta muchos pobres para producir un rico.
Pero, claro está, para hacerse millonario no basta ser del Opus Dei o contar con una política
que desguace los derechos de los más débiles e instale un feroz darwinismo social. Y ni siquiera
alcanza con tener todos los másteres posibles de las más elitistas escuelas de negocios.
“Yo había tenido que hundir la mano hasta el codo, hubo que buscar algo para empezar, algo
que empujara hacia arriba, el hidrógeno, el helio, el gas que consigue que se eleve el globo
aerostático, porque lo importante en ese primer momento, antes de elegir el rumbo, es subir ”.
Rubén Bertomeu, el constructor especulador que protagoniza Crematorio, la soberbia novela
de Rafael Chirbes, balbuceaba así, en primera persona, sobre el secreto de la acumulación
originaria de capital.
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El helio, el gas de Atanasio Naranjo será, como el de otros tantos, el poder político y, muy en
particular, la Junta de Extremadura. Desde 1989, nuestro modélico emprendedor ha ido
poniendo en pie diversos proyectos, pero será en 2002, cuando dé el gran salto. Es entonces
cuando la Sociedad de Fomento Industrial (SOFIEX) contribuye nada menos que con 1.500
millones de pesetas a la creación de Tany Nature, el 49% de su capital social. Actualmente,
ahora que la empresa gana dinero a espuertas, el 100% del capital ya está en manos de
Naranjo. ¡Curioso socialismo este que se basa en la socialización del riesgo y la privatización de
la ganancia!
Llama la atención esta singular concepción de la empresa pública, que se limita a poner una
gran cantidad de dinero- casi la mitad del capital social- pero renuncia al control efectivo de la
empresa participada. Es evidente que la Junta no tiene este tipo de relación con la inmensa
mayoría de las pequeñas empresas extremeñas. Pero además del trato de favor que dispensa a
Tany Nature, resulta muy cuestionable el proceder de algunos de sus responsables, y en
particular de José Luis Navarro, consejero del gobierno regional en dos ocasiones- consejero de
Industria entre 2007 y 2011, y consejero de Economía e Infraestructuras entre 2015 y 2018.
Navarro ha sido un alto directivo en Arram, una consultoría muy relacionada con Tany Nature
desde sus inicios, como cuenta el propio Atanasio Naranjo: “Necesitábamos mucha parte de
ingeniería pero también de finanzas. Incluso necesitábamos de apalancamiento financiero y
ellos nos fueron acompañando en la creación de la primer Tany Nature, que estuvo participada
por SOFIEX”.
Hemos dejado para el final lo relacionado con las más de dos mil trabajadoras y trabajadores
de Tany Nature. El comportamiento del laureado empresario clama al cielo. Para empezar, en la
principal fábrica de su propiedad, en Zurbarán, a los trabajadores se les ha regateado durante
siete meses el pago del salario mínimo y todavía a estas alturas no se les han abonado los
atrasos. En cuanto a las numerosas horas extraordinarias ni se les notifican ni se les pagan
como tales, defraudando de ese modo tanto a los trabajadores como a la Seguridad Social.
Pero, por si fuera poco, Atanasio Naranjo no cumple las obligaciones más elementales que
establece el Convenio del Campo. Presume de que los trabajadores de su empresa forman
parte de la Familia Tany pero ni les paga nocturnidad, ni plus de distancia, ni les reconoce la
condición de fijos discontinuos a multitud de ellas y ellos que llevan no tres sino seis, ocho o
diez campañas consecutivas.
Le sobra dinero para financiar el equipo Tany Nature de ciclismo y para otras actividades de
marketing envueltas en el formato deportivo o solidario, pero sigue pagando los domingos
como un día laboral más. O, caso de las trabajadoras de El Verdugal, no les facilita ni siquiera
las herramientas de trabajo y utensilios de recogida de fruta.
“Cada vez es más difícil encontrar mano de obra para recoger la fruta” (1 de junio), “Arrancan
frutales por la subida del salario mínimo en el campo, según AFRUEX” (25 de junio). Son solo
dos muestras de la actitud de la patronal ante la subida del salario mínimo. Una posición
falsaria, a conciencia, de la que Atanasio Naranjo es el primer responsable. “Si siguen
cambiando cosas mediante decretos, pues vamos a estar muy enfadados”, declaró-amenazó a
primeros de año. “El sector frutícola no está preparado para asumirlo de golpe, ha de haber
una flexibilidad y así se lo he transmitido al presidente de la Junta y a los sindicatos”.
Dónde está la Inspección de Trabajo, dónde está la Junta de Extremadura, se preguntan miles
de trabajadores. “Mañana todo recogido que hay inspección”, dice el encargado
correspondiente. “La Junta quiere que haya paz en el campo”, dice a su vez la Consejera de
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Agricultura correspondiente. Es el rumrum en multitud de empresas, la constatación cotidiana
de una complicidad estructural pero radicalmente intolerable en un Estado que se declara, con
solemnidad, social y de derecho.
Pero hay señales que anuncian que la siesta se acaba. El emperador de los melocotones, como
le denominó El País en 2015, está desnudo. Y quienes le protegen y se protegen desde el poder
político también lo están. El cuento de la economía circular, los emprendedores, la paz social y
el milagro extremeño se acaba. Miles de extremeños y extremeñas van alzando su voz,
desentrañando el abuso detrás de las fortunas, desvelando el crimen de la precariedad y la
explotación, el atropello del clientelismo, el desprecio contra la gente humilde de Extremadura.