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Buttes, Stephen and Dianna C. Niebylski.

“Narraciones y visualizaciones de la pobreza y la


precariedad en la literatura y el cine
latinoamericanos del siglo XXI.” Pobreza y
precariedad en el imaginario latinoamericano del
siglo XXI. Editado por Stephen Buttes y Dianna
C. Nieblylski.Editorial Cuarto Propio: Santiago
de Chile, 2017. 13-44. ISBN: 978-956-260-867-1.

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Narraciones y visualizaciones de la pobreza y la precariedad en la literatura y el cine
latinoamericanos del siglo XXI

Stephen Buttes y Dianna Niebylski

Según las cifras del anuario estadístico de 2014 de la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe o CEPAL (división de la Organización de las Naciones Unidas [ONU]), un 28
% de la población latinoamericana y caribeña vive bajo el nivel de pobreza, y de estos un 12 %
vive en condiciones de extrema pobreza. Este porcentaje, según CEPAL, refleja una disminución
considerable del índice de pobreza registrado por las estadísticas de comienzos de 1990 (cuando
se calculaba que un 48 % de la población en los países latinoamericanos vivía bajo el índice de
pobreza), pero aun así es una medida inaceptablemente alta: unos 167 millones de personas son
víctimas de la pobreza y, de ellos, 71 millones viven en la indigencia1. Es difícil saber hasta qué
punto estos números reflejan el porcentaje inestable y mutable de los llamados “nuevos” pobres,
clasificación que empezó a usarse en la década de 1980 para señalar a todo un sector de la clase
media y de obreros asalariados que perdieron sus trabajos a raíz del avance de la economía global
y del fracaso de la agenda neoliberal, que prometía rescatar a millones de personas de la pobreza
y en cambio pauperizó a miles de personas que antes pertenecían a la clase media o
ambicionaban pertenecer a la misma2. Con la llamada nueva pobreza se inicia un renovado
interés en estudiar el fenómeno. Esta creciente preocupación científica y académica se debe, en
parte, a los nuevos temores y ansiedades experimentadas por grandes sectores de la clase media y
de la clase obrera estable al tener que enfrentar la posibilidad de caer indefinidamente en la
categoría del pauperismo; pero también se debe, en igual o mayor medida, a la reformulación del
concepto de pobreza en las últimas décadas.
Al reemplazar el concepto de pobreza como condición meramente económica por el de
“pobreza humana”, el Informe sobre Desarrollo Humano 1997 del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD) reconoce que la pobreza “tiene muchos rostros”. Estos
incluyen, además de la falta de ingresos para una subsistencia básica, falta de acceso a la
educación, falta de agencia política y cultural, falta de servicios de salud, y la vulnerabilidad a la
pobreza ecológica o contaminación ambiental. Igualmente notable en esta reformulación
institucional de la pobreza es el reconocimiento de que las vicisitudes a las que están expuestos
los pobres los reduce a una miseria psíquica y mental difícilmente reflejada en las estadísticas
oficiales sobre la pobreza. “Detrás de estos rostros de la pobreza”, dice este Informe, “se oculta

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la sombría realidad de vidas desesperadas, sin salida y, con frecuencia, gobiernos que carecen de
la capacidad para enfrentar la situación” (iii)3.
El reconocimiento de que la pobreza económica conlleva diversas formas de
vulnerabilidad social, demográfica y afectiva ha inspirado a sociólogos, filósofos y antropólogos a
estudiar detenidamente el fenómeno desde distintas ópticas. Por lo tanto, en todas o casi todas
estas perspectivas analíticas aparecen una y otra vez los términos precariedad y exclusión4. El
sociólogo polaco Zygmunt Bauman declara que en la actualidad la relación del Estado con sus
parias (entre los que se encuentran, además de los pobres, los refugiados y desterrados a causa de
conflictos políticos, religiosos o étnicos) difiere de la marginalización y exclusión a la que eran
sometidos los pobres en épocas anteriores. Tanto en Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias
como en Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Bauman nota que si históricamente los pobres fueron
siempre relegados a los márgenes de toda sociedad, en la “modernidad” neoliberal todo aquel
que es incapaz de participar activamente en la sociedad de consumo es tratado como “residuo
humano”, “superfluo” y “desechado por ser desechable, cual botella de plástico vacía y no
retornable o jeringuilla usada” (164)5. Siguiendo un razonamiento similar, Saskia Sassen insiste en
que el término exclusión ya no es adecuado para describir el tratamiento de las masas de pobres,
marginados y refugiados, cuya subsistencia es cada vez más precaria. En Territorio, autoridad y
derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales (2010) y en Expulsiones. Brutalidad y
complejidad en la economía global (2015), la conocida socióloga argumenta que desde la década de
1980, la erosión de las categorías modernas de territorio, autoridad y derechos, produjo una
explosión de personas y poblaciones que más que excluidas han sido “expulsadas” de nuestras
sociedades. “Las personas que llamamos ‘pobres’, ‘desplazados’ o ‘discapacitados’” nota Sassen,
“no son personas que no hemos podido incluir en nuestra sociedad, sino gente que hemos
decidido expulsar activamente”6.
En este contexto económico y social, han surgido nuevos modelos para medir las tasas
de marginalizados, excluidos y expulsados. En la introducción a Multidimensional Poverty Measure
and Analysis, Sabina Alkire, directora de la Iniciativa de Pobreza y Desarrollo Humano de
Oxford, les reprocha a otros economistas la falta de ingenio y de imaginación a la hora de
retratar la multidimensionalidad de la pobreza. Según Alkire, el discurso económico se limita a
repetir una y otra vez que la pobreza es multidimensional sin saber cómo comunicar una imagen
convincente de la compleja y mutable condición que buscan medir. Citando un pasaje de Los
Miserables de Victor Hugo, Alkire nota que el famoso escritor puede crear en un párrafo una
imagen de la pobreza que las gráficas y estadísticas económicas, por más detalladas que sean, no
alcanzan a hacer visible ni sensible. El inesperado pero alentador mensaje de Alkire es que la

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economía tiene mucho que aprender de la literatura en su (re)presentación de la pobreza (Measure
and Analysis 1-2)7. Desafortunadamente, el pasaje al que se refiere la economista resulta ser un
ejemplo paradójico en el contexto de su texto, dado que retrata a un personaje para quien su
pobreza, a veces extrema y caracterizada por diversas carencias, no presenta ni un mínimo
obstáculo a su felicidad. Es, por lo tanto, una representación totalmente unidimensional de la
pobreza. Al obviar lo problemático de su selección, Alkire se expone –y expone a Hugo– a la
famosa negativa de Gayatri Spivak, para quien el intelectual –escritor o crítico– está condenado a
falsificar la voz del sujeto postcolonial. Lo que quiere notar la influyente economista es la
preocupación que fomentó nuestro interés en preparar el presente volumen, o la interrogante
sobre lo que pueden aportar los estudios de cine y la crítica literaria a estas reformulaciones de la
pobreza. En resumidas cuentas, Alkire hace hincapié en la necesidad de darle un rostro, y una
voz –o mejor dicho, perfiles y voces– a las estadísticas y al estudio científico de distintos tipos y
grados de pobreza para lograr transmitir la complejidad de esta realidad para quienes la
experimentan a largo o corto plazo y en distintas circunstancias. Otros estudiosos de la pobreza y
la precariedad en la literatura, y más recientemente en el cine, notan lo que señala la economista:
que es solo desde la representación, la dramatización, o la visualización de la experiencia
particular de la pobreza, que la experiencia de la misma puede ser comunicada en términos
afectivos y por lo tanto convincentes. Es también desde estos imaginarios simbólicos que
quienes tienen la buena fortuna de no haber experimentado nunca en carne propia la pobreza o
la precariedad que la acompaña pueden empezar a imaginarlas.
Este volumen ha sido pensado y planeado para explorar desde distintas perspectivas
críticas y en un marco transnacional lo que pueden aportar los imaginarios simbólicos a una
mayor comprensión –racional y afectiva– de la experiencia de la pobreza y de las vidas precarias
que resultan o giran alrededor de esta. Al mismo tiempo, los ensayos aquí reunidos tienen muy
presente la compleja relación entre la realidad de la pobreza y su representación literaria o
cinemática8. Con este doble objetivo, hemos reunido 19 ensayos que reflexionan sobre estas
interrogantes desde distintas perspectivas críticas y distintas tradiciones literarias o cinemáticas –
tradiciones que reflejan en mayor o menor grado herencias nacionales pero también influencias
transnacionales. No todos los ensayos hacen referencia concreta a la pobreza económica, pero
todos sin excepción giran alrededor de personajes, discursos y circunstancias caracterizados por
la marginalidad, la vulnerabilidad, la exclusión, el desplazamiento o la violencia que acompañan o
resultan de la precariedad laboral, la inseguridad de quienes no saben cómo asegurarán la cena o
la vivienda del día de mañana, o la frustración y la violencia de quienes se encuentran atrapados
en barrios, ciudades o mercados que amenazan con eliminarlos o expulsarlos.

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La estructura del volumen refleja ciertos puntos neurálgicos en el análisis de las obras
literarias y cinemáticas aquí estudiadas. Todos los ensayos reflexionan, en mayor o menor grado,
sobre la relación entre la estética o estéticas de las obras estudiadas y la imagen o imaginario de la
pobreza que surge de estas decisiones formales. Varios de los artículos, particularmente aquellos
sobre obras que reflejan nuevas modalidades o versiones de la pobreza, tocan la preocupación
política además de económica al criticar el neoliberalismo económico y el mercado global. Otros
interrogantes aquí tratados con frecuencia incluyen la preocupación sobre quién(es) narra(n) o
filma(n) la pobreza y para quién; la relación entre la pobreza y otros tipos de marginalización; y
las posibles conexiones entre los distintos rostros de la pobreza o la precariedad que emergen de
estas obras y la estructura formal de la(s) obra(s) estudiada(s). Las nuevas formulaciones y
definiciones del concepto de pobreza que informan las múltiples disciplinas que actualmente
componen los estudios de la pobreza también informan los imaginarios simbólicos examinados
en este volumen.
Aunque un repaso detallado de la conceptualización de la pobreza a través de la historia
requeriría de un mapeo demasiado extenso y sería de limitada utilidad en este contexto, resulta
necesario resumir brevemente las reformulaciones de la pobreza, o de la nueva pobreza, que han
influido implícita o explícitamente en la dirección o los enfoques de los análisis críticos de las
representaciones literarias y cinemáticas aquí reunidas.

Resemantizaciones de la pobreza y la precariedad


El Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD mencionado al comienzo de esta
introducción fue elaborado con la ayuda del economista y Premio Nobel indio Amartya Sen,
quien a fines de 1970 propuso una reformulación de la pobreza que traspasa y revisa los métodos
convencionales de evaluar el problema. En “¿Igualdad de qué?” y subsiguientes publicaciones
sobre el tema como Desarrollo y libertad, Sen reconoce que la pobreza de ingresos es un grave
problema pero insiste en que, en términos económicos, la pobreza es relativa (por ello rechaza la
medida monetaria diaria utilizada por el Banco Mundial y otras organizaciones). Lo que distingue
y en última instancia atrapa al pobre en su miseria, según Sen, es su falta de “capacidades” para
funcionar y participar de la vida social y cultural de su sociedad. Según el informe citado, estas
capacidades deben incluir una educación suficiente, junto con el desarrollo de ciertas destrezas,
para entrar en el mercado laboral, pero como lo han notado otros estudiosos, el famoso
economista nunca elabora un catálogo preciso de estas capacidades. Sí lo hace la filósofa
estadounidense Martha Nussbaum, quien además de reconocer las capacidades externas
implícitas en las propuestas de Sen, considera igualmente necesario el desarrollo de ciertas

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capacidades internas (o afectivas) para garantizar una vida digna de ser vivida. Para Nussbaum
estas capacidades incluyen el derecho a vivir una vida larga y normal, el derecho de estar a salvo
de asaltos y violencia (inclusive la violencia doméstica o sexual), la confianza o la autoestima
necesaria para vivir sin miedo, la capacidad de usar la razón y la imaginación, la capacidad
lingüística o verbal para participar en la política y en la cultura, y la capacidad de relacionarse
afectivamente con otras personas y con las cosas. Sorprendentemente –dada la gravedad del
problema a solucionar–, Nussbaum considera necesario también el desarrollo de la dimensión
lúdica o deportiva como componente imprescindible de una ciudadanía plena.
Otros sociólogos que estudian la pobreza se ocupan más de las consecuencias de la
misma que de las carencias o capacidades señaladas por Sen y Nussbaum, entre otros9. El
sociólogo francés Loïc Wacquant, partiendo de una amplia investigación sobre los guetos de
Chicago y el alto porcentaje de encarcelados provenientes de los mismos, llega a una conclusión
similar a la de Saskia Sassen al señalar que la economía neoliberal y el mercado laboral
postfordista han derivado en una “maginalización avanzada” de los sectores o poblaciones
urbanas pobres mucho más extensa que la que caracterizaba a la era fordista10. En muchos de los
ensayos de este volumen repercute la observación de Wacquant sobre el hecho de que hemos
perdido un vocabulario adecuado para referirnos a los pobres en términos que no sean
puramente negativos o en términos de sus carencias. Cuando estos no son vistos como
criminales, nota Wacquant, son denominados o descritos a partir de lo que no tienen, pasando
así a ser “los sin techo”, “los sin trabajo”, o “los sin educación”.
Son varios los estudiosos de la pobreza que observan que la crisis en que se encuentra el
Estado de Bienestar Social, no solo en Latinoamérica sino mundialmente, ha resultado en un
aumento considerable del nivel de pobreza y de miseria pero también de su visibilidad,
incremento que ha generado, a su vez, mayores temores de parte de las clases alta y media hacia
los pobres al igual que dentro de la misma clase pobre. Estos temores de y hacia los pobres
fueron una de las preocupaciones centrales del trabajo de la periodista y ensayista venezolana
Susana Rotker en Ciudadanías del miedo (2000). Aunque este libro no trata específicamente de la
pobreza, al reflexionar sobre la violencia urbana en los grandes centros urbanos de Venezuela,
Colombia, Brasil y México, Rotker nota cómo el sentimiento de inseguridad en estos lugares ha
resultado en un ambiente en que “el otro” (pobre o marginal) es visto como un “delincuente-en-
potencia” por aquellos que se consideran “víctimas-en-potencia”. Dichas “víctimas-en-potencia”,
por su parte, demandan del Estado nuevos mecanismos de represión para calmar sus miedos, lo
que contribuye a catalogar o categorizar a ese otro para poder reconocerlo y castigarlo. Es aquí
que el pensamiento de Rotker coincide con el de la filósofa estadounidense Judith Butler, cuya

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conceptualización de “vidas precarias” es recogida por algunos ensayos reunidos aquí. Según
Butler, el temor de una sociedad que se cree heterodoxa hacia la alteridad y la diferencia es lo que
reduce al otro a un estado no ya de precariedad sino de “precaridad”. En Vida precaria: Poder del
duelo y la violencia (2004) y más tarde en Marcos de guerra. Las vidas lloradas (2009), la conocida
filósofa señala que la precariedad es una condición común a toda vida. La “precaridad”, en
cambio, es el estado de vulnerabilidad y el temor experimentados por ese “otro” rechazado,
desdeñado, temido, y por lo tanto condenado a una inseguridad constante11. La mayor aportación
de Butler en el contexto de este volumen no es este concepto o su aplicación (dado que está
mucho más interesada en la exclusión que resulta de la oposición al género, a las prácticas
sexuales no heterodoxas o a los prisioneros políticos); es más bien su postura acerca de la
simultánea necesidad e imposibilidad de representar la vulnerabilidad o el sufrimiento de esos y
esas marginados/as. A diferencia de Spivak, quien considera que la condición del excluido (o
subalterno) no puede ni debe ser representada por quienes no han experimentado en carne
propia esa marginalización, Butler sostiene que el escritor, el fotógrafo o la directora de cine debe
asumir de antemano la imposibilidad de representar la “precaridad” del otro pero, una vez
reconocida esta imposibilidad, debe persistir en el intento sin dejar de demostrar formalmente los
límites de ese intento: “la representación ... fracasa, pero tiene que mostrar ese fracaso. Hay algo
[de la “precaridad” o vulnerabilidad] que no se puede representar pero que no obstante
queremos representar, y esa paradoja tiene que expresarse en la representación que producimos”
(Precarious 144)12.

La representación de la pobreza y sus descontentos


En el ámbito de los estudios latinoamericanos, varios miembros originales del Grupo de
Estudios Subalternos, influenciados por los estudios postcoloniales y subalternos del sudeste
asiático, decidieron cuestionar la literatura y además excluirla de la discusión de la subalternidad,
y de los estudios culturales en general13. Es inevitable en este contexto mencionar el libro Against
Literature (1993) de John Beverley, porque fue el que más categóricamente condenó a la literatura
latinoamericana –y por extensión la española y la occidental– por ser obligatoriamente portadora
del pensamiento hegemónico y tiránico responsable de las violencias coloniales y republicanas y
de las dictaduras latinoamericanas del siglo XX. La postura de Beverley en esos ensayos hace eco
de la de Gayatri Spivak en “Three Women’s Texts and a Critique of Imperialism”, artículo en el
que Spivak condena a toda la novela victoriana inglesa, y a la crítica feminista que busca
persuadirnos sobre el liberalismo progresivo de la misma, por ser necesariamente portadoras o
cómplices de la ideología del imperialismo británico. Beverley, sin embargo, dice ir más allá de

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Spivak en su intento de deslegitimizar el estudio de la literatura, y de la literatura influida por las
vanguardias en particular, como vehículo para el estudio de la cultura14.
Tanto el rechazo de Spivak a la novela victoriana y a las interpretaciones feministas de la
misma como la crítica de Beverley a la literatura latinoamericana en general parten de un objetivo
tan legítimo como laudable: buscar una mayor inclusividad de lecturas y géneros en los estudios
culturales. Al fundar sus argumentos en una política que propone eliminar toda obra o estudio
crítico influenciado por las estéticas y epistemologías occidentales, no obstante, ambos críticos
pecan de ser lectores descuidados de las literaturas que proponen rechazar. En el caso de
Beverley y otros representantes del Grupo de Estudios Subalternos, este rechazo supondría
ignorar los silencios y los mecanismos discursivos antihegemónicos en algunas de las obras más
canónicas de las letras latinoamericanas, y hacer caso omiso las nuevas estrategias representativas
que se estaban gestando desde mediados de 1980 y a través de 1990; estrategias cuya intención
era reflejar, desde la escritura y la forma, la dificultad de representar al subalterno, al pobre o al
perseguido político. Beverley no incluye al cine en Against Literature, pero es lógico asumir que, en
ese momento, el crítico habría presentado las mismas objeciones a todo cine de arte o de autor.
Aunque hoy en día las posturas que acabamos de señalar resultan sospechosas en su
ambición totalizante, debemos a los estudios postcoloniales y subalternos la impactante y
duradera influencia de sus advertencias. No hay duda de que el llamado a descubrir y descifrar
los modos en que la literatura, el cine, y otras representaciones simbólicas perpetúan estereotipos
e ideologías, ha alertado a más de una generación de críticos literarios, así como a escritores,
cineastas y artistas atentos a los diálogos y debates que marcan sustancialmente la evolución de
las ideas sobre arte y cultura.
Los riesgos que supone la representación del subalterno o marginado mencionados hasta
aquí se aplican principalmente a la literatura o a al ensayo. En el cine, el debate sobre la
representación ha avanzado por distintos derroteros, pero cuando se trata retratar o recrear
escenarios de la pobreza el cineasta debe lidiar con retos similares a los ya mencionados. En su
interés en la pobreza –interés que existe desde los orígenes de las industrias cinematográficas
nacionales en Argentina, Brasil, y México por lo menos–, el cine latinoamericano ha buscado
distintos modos de representarla y distintas estéticas. En la década de los treinta, el cine
argentino hizo patente la creciente desigualdad social al proyectar y contrastar los espacios de las
villas miserias con las partes más ricas de la ciudad, recurriendo con frecuencia al género musical
para hacerlo (es el tango lo que normalmente permite el encuentro entre ricos y pobres en estas
películas). En el cine mexicano de los años 1920 ya aparecen los sirvientes como parte de la
escena, pero es en los melodramas de las décadas 1930 y 1940, con frecuencia también musicales,

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que los pobres (y la cabaretera entre ellos) asumen papeles protagónicos en el cine mexicano. La
aparición en 1950 de Los olvidados de Luis Buñuel no solo dejó un retrato indeleble de la miseria,
la desesperanza y el crimen en que vivían los sectores más pobres de la ciudad de México, sino
un nuevo modelo de filmar a los marginados que sería adoptado por otros cineastas
latinoamericanos en las próximas décadas. Antes del Cinema Novo, nota Castro Rocha, ya
Nelson Pereira de Santos hace un cine que puede ser descrito como “radiografías de la
desigualdad”. Glauber Rocha escribe en su “La estética del hambre” (1965) que este nuevo cine
se propone retratar la cruda realidad de “personajes sucios, feos, descarnados que están
comiendo tierra … comiendo raíces, … robando para comer” (71). Las favelas se convierten en
el escenario más propicio para filmar la marginalización y la precariedad de estas poblaciones. A
partir de la década del noventa, como reacción a las nefastas consecuencias del neoliberalismo, el
cine latinoamericano se enfoca otra vez insistentemente en la miseria, en la exclusión y en nuevos
tipos de violencia adoptando técnicas del documental en la filmación y en el montaje.
El argumento de que, en su modalidad más mimética, el cine parece representar la
realidad sin mediaciones es, por supuesto, falso. Aun en su modalidad más documental, ningún
cine escapa el problema de quién y cómo representa a qué y para quién. Entre la realidad y la
imagen intervienen el ojo y el ángulo de la cámara, el guion, la interpretación del director y otros
personajes que intervienen en la producción, y demás mecanismos técnicos. Los ensayos sobre
cine que componen este volumen se acercan a estas interrogantes desde distintas perspectivas;
por un lado se centran en cómo el cine ayuda a imaginar y a comprender la experiencia de la
miseria y la marginalidad; por otro, reflexionan sobre cómo este medio produce sus propias
distorsiones y puntos ciegos al buscar documentar o visualizar estas circunstancias.
La búsqueda de “nuevas” representaciones y estéticas de la pobreza ha sido notada en
estas últimas décadas en algunos ensayos sobre el tema en contextos nacionales. Por sus agudas
observaciones, cabe destacar, entre ellos, “La narración de la pobreza en la literatura argentina
del siglo veinte” de Sylvia Saitta, sobre la pobreza en la literatura argentina de la década de 1990
o, más recientemente “La construcción del imaginario sobre la pobreza en el cine mexicano” de
Siboney Obscura Gutiérrez. Es con el amplio estudio de Daniel Noemi sobre la representación
de la pobreza en la narrativa argentina, chilena y ecuatoriana reciente, sin embargo, que surge un
modelo crítico y analítico para tratar los imaginarios simbólicos de la pobreza en los estudios
literarios y culturales latinoamericanos que traspasa y supera perspectivas exclusivamente
nacionales –aunque sin ignorar diferencias regionales y nacionales.
En Leer la pobreza en América Latina: literatura y velocidad (2004), Noemi sostiene que la
literatura y el cine contemporáneos buscan recoger o recrear las voces, los cuerpos y las

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experiencias de los pobres con el fin de establecer una relación a la vez afectiva y racional con
sus lectores. Esta operación, señala el autor, haciendo eco de Butler, implica una profunda
conciencia de los límites de los modos de articulación y representación de los que se valen
escritores y cineastas. Como Butler, cuyo libro Vidas precarias fue publicado el mismo año, Noemi
muestra una y otra vez cómo la estética rescata la humanidad de los seres retratados sin dejar de
reconocer que esa humanidad va más allá del retrato que vemos o leemos. La voz del pobre que
“habla”, el cuerpo del pobre que “vemos” y la experiencia de la pobreza con la que “nos
encontramos” en ciertas novelas y películas, insiste Noemi, se diferencia epistemológica y
ontológicamente de ‘la vida de un pobre’” (47). Desde esta diferencia, la obra nos obliga a
preguntarnos, “¿quién habla cuando un ‘pobre’ habla en el texto?” (49). Más recientemente, en
“Notes Toward an Aesthetics of Marginality,” Noemi y Luz Horne afirman que “la marginalidad
y los intentos de representarla permiten imaginar una nueva política: una política abierta e
inclusiva en la que no hay profecías ni veredictos por cumplirse. Pensar la marginalidad junto con
su representación emerge hoy como un camino alternativo para pensar un futuro diferente”15. En
el mismo artículo, Horne y Noemi notan que el problema de la representación de la pobreza se
complica aún más cuando la obra (literaria o cinemática) se propone “expresar formalmente, o
desde la estética, las causas estructurales de la injusticia social” (37)16.

Panoramas de la pobreza, estéticas de la precarización: los ensayos


Los ensayos que se presentan a continuación podrían haberse organizado de múltiples
maneras y es muy posible que algunos lectores decidan reorganizarlos de acuerdo a sus intereses
particulares. La agrupación por la que nos decidimos refleja líneas temáticas compartidas más
que asociaciones nacionales, aunque en algunos grupos estas resultan inevitables precisamente
porque comparten las mismas preocupaciones temáticas. Consideramos que la presente
organización permite apreciar mejor el modo en que varios de los artículos dialogan entre sí.
La primera sección, “Espectáculos de la pobreza, cosméticas del hambre”, reúne cuatro
ensayos que examinan extensamente la relación entre la pobreza, el problema de representarla o
autorrepresentarla y el papel del público intra o extra-diegético ante la espectacularidad de estas
representaciones. En “Arte y pobreza: la repetición diferida en poéticas contemporáneas (Aníbal
Jarkowski y Mario Bellatin)”, Isabel Quintana se apoya en la idea de la “distribución de lo
sensible” de Rancière para examinar las actuaciones de la pobreza por sus propias víctimas en la
novela El trabajo (2007) del escritor argentino Aníbal Jarkowski y en el cuento “Un personaje en
apariencia moderno” (2007) del escritor mexicano (o peruano-mexicano) Mario Bellatin. Ambas
obras giran alrededor de personajes empobrecidos que resisten convertirse en superfluos y

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deciden inventar sus propios teatros o actuaciones de la pobreza; escenarios en que ellos actúan
su nueva condición de desempleo y desplazamiento. Frente a la fuerza desarticuladora de un
neoliberalismo que los ha dejado en la calle metafórica y literalmente, los personajes de las obras
tratadas se apropian de sus nuevas privaciones para convertirlas en performances, aunque con
distintos resultados. Mientras que en la novela de Jarkowski el striptease de la desocupación
provoca la furia y el castigo de un público no dispuesto a que se le tire en cara su complicidad, en
el cuento de Bellatin la performance del desplazamiento familiar se convierte en un reflejo
incómodo y grotesco de la ciudad que ha intentado invisibilizarlos.
La teatralización que acompaña el esfuerzo del pobre por no volverse anónimo y la
indiferencia y hostilidad que rodea a los marginados que optan por llevar el estigma de su
precariedad en sus cuerpos son los temas que examina Núria Vilanova en “La frontera en el
cruce: retratos de pobreza y violencia en Bola negra: el musical de Ciudad Juárez de Mario Bellatin”.
Adaptado de la novela de Bellatin del mismo título, la versión musical de Bola negra (2013)
espectaculariza las ruinas y escombros urbanos y semiurbanos de una Ciudad Juárez destruida
por la violencia del narcotráfico. Vilanova observa que los jóvenes que actúan en la película,
pobres y marginales todos ellos, reflejan la inseguridad que surge de la violencia generada por la
pobreza persistente. A través de la música y de la fisicalidad de la actuación, los jóvenes hacen
audible y visible el silencio, el anonimato y la ausencia de otros cuerpos pobres abandonados y
destruidos por la violencia.
Juan Carlos Arias Herrera retoma estas preocupaciones en “La cosmética del hambre
como imagen intolerable: reflexiones sobre la potencia del artificio desde el cine brasileño
contemporáneo”. Partiendo de un análisis de películas como Baile perfumado (1996), Babilônia 2000
(2001) y Ônibus 174 (2002), Arias propone una reformulación de la noción de “cosmética del
hambre”, término usado peyorativamente por algunos críticos en oposición al cine brasileño
contemporáneo de mayor proyección nacional e internacional. Distanciándose de aquellos
críticos y estudiosos de cine que desprecian la artificialidad de las películas mencionadas, Arias
propone una nueva comprensión de la noción de “cosmética” que radica en su capacidad de
poner en evidencia su propio carácter artificial. Así, es posible interpretar una parte del cine
brasileño contemporáneo como un espacio de reflexión sobre el estatuto mismo de la imagen y,
sobre todo, sobre la naturaleza de las representaciones de sus objetos. Al asumir modelos
narrativos asociados al espectáculo, el cine contemporáneo no se transforma necesariamente en
una representación banal de realidades intolerables como el hambre y la miseria. Por el contrario,
en la apropiación de dichos modelos, este cine pone en evidencia la imposibilidad de pensar
ciertos eventos o realidades históricas como asuntos éticos y políticos de gravedad separados de

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sus múltiples modos de mercantilización y espectacularización. A través de esta redefinición de la
noción de “cosmética”, Arias propone que hacer visible el carácter intolerable del hambre y la
pobreza ya no implica presentar imágenes que estén por fuera de esos circuitos del espectáculo,
sino que muestren, precisamente, cómo esos circuitos son los que hoy definen los modos de
visibilidad del hambre y, por lo tanto, su normalización y carácter familiar.
En “La pobreza ausente: el orden de clase en el cine neoliberal mexicano”, Ignacio
Sánchez Prado desarrolla un análisis de varias películas mexicanas recientes –entre ellas, Todo el
poder (2000), Asalto al cine (2001), Un mundo maravilloso (2006), Somos lo que hay (2010), Miss Bala
(2011), La vida precoz y breve de Sabina Rivas (2012)– recurriendo a los argumentos de Saskia Sassen
sobre la “expulsión” de las poblaciones marginales. El autor busca explorar cómo el cine
mexicano contemporáneo, a contrapelo de filmes como Los olvidados de Luis Buñuel, ha
desarrollado un idioma particular para presentar la pobreza, que consiste en una narrativa
enfocada en la irrupción o invasión de los elementos excedentes (los pobres, los sujetos lumpen)
a los sectores del consumo desde donde han sido expulsados. Esa irrupción no es suficiente para
producir una colectividad alternativa –el acceso a la clase media que constituye el público que ve
estas películas, o una consideración de la posible responsabilidad para con el sufrimiento de los
que han sido expulsados; promueve los conceptos de expulsión y ciudadanía del miedo que
determinan los imaginarios del neoliberalismo en México.
En la segunda sección, “‘Necroescrituras’, drama y realismo sucio: narrar la violencia
desde la pobreza”, los ensayos giran alrededor de la representación de la violencia como
resultado de la marginalidad y la exclusión de los sectores urbanos más pobres. En “Ráfagas de
crueldad y pobreza en la literatura mexicana de la violencia”, Oswaldo Estrada analiza una serie
de crueldades éticas que revelan la violencia del narcotráfico y su lado más oscuro, el del hambre,
la marginalidad y la perenne pobreza. Al abordar la novela Perra brava (2010) de Orfa Alarcón, el
crítico expone cómo el discurso de la abundancia del narcotráfico se apoya en el discurso de la
escasez para delinear el perfil de una protagonista que busca escapar, al precio que sea, de su
situación marginal. Tomando en cuenta también Trabajos del reino (2004) de Yuri Herrera y El
lenguaje del juego (2012) de Daniel Sada, Estrada concluye cómo, al violentar sus textos, los tres
autores desmitifican la imagen que la sociedad mexicana tiene de sí misma, dejando a los lectores
que viven en un ambiente neoliberal sin el consuelo de un final feliz o redentor, a cambio de
interrogantes y críticas propias de las zonas del fracaso.
“El cine centroamericano y la feminización de la vulnerabilidad”, de Hólmfríður
Garðarsdóttir, analiza las películas El Camino (2007) de la cineasta costarricense Ishtar Yasin
Gutiérrez y La Yuma (2009), de la nicaragüense Florence Jaugey. Garðarsdóttir argumenta que

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estas películas hacen visible la mayor vulnerabilidad de la mujer pobre –y en particular de la
mujer joven pobre– en una región del mundo que rara vez aparece en las pantallas
internacionales. Ambas películas recrean situaciones y escenarios plagados de violencia: la
violencia sexual, la violencia de las bandas que viven de la delincuencia, el tráfico sexual. Todo
ello forma parte de la experiencia femenina cotidiana de la pobreza en las películas de Gutiérrez y
de Jaugey. A diferencia de lo que ocurre en varias otras obras estudiadas en estos ensayos, en
estas películas el extenso catálogo de injusticias y peligros a los que son expuestas las
protagonistas sirve de preámbulo para mostrar sus aptitudes de sobrevivencia. Más cercanas a los
géneros del drama y del melodrama y en este sentido menos autoconscientes, estas películas no
participan explícitamente del debate sobre si es o no verosímil o auténtica la imagen de la
pobreza que proyectan, y por lo tanto tampoco es este uno de los enfoques del ensayo. En
cambio, la autora nota el compromiso de ambas directoras con hacer visible la condición de sus
jóvenes protagonistas, y así publicitar la violenta experiencia de la pobreza para miles de mujeres
centroamericanas que han quedado fuera del foco de atención nacional e internacional sobre la
violencia en Centroamérica.
Si en las películas de las directoras centroamericanas el marco melodramático permite
vislumbrar posibles salidas de la violencia y de la precariedad, ninguna salida es posible para los
jóvenes en las obras venezolanas analizadas por Argenis Monroy Hernández. En su análisis de
Los héroes son villanos tímidos (2013) de José Pulido y Guararé (2013) de Wilmer Poleo Zerpa,
Monroy Hernández estudia cómo estas obras buscan mostrar la “normalización” de la violencia
en la Venezuela contemporánea, una normalización que lleva a la indiferencia, a la impotencia, o
a rituales en los que se entronan los santos malandros o Batman, dado que nadie cree que el
Estado pueda salvarlos. Es evidente, nota Monroy en su discusión de estas narrativas, que la
violencia ha pasado a ser un evento diario y por lo tanto ya no vale hablar de su espectacularidad.
Al mismo tiempo, Monroy se detiene a observar la representación de las barriadas como
escenarios en los que la perpetuación de la violencia produce nuevos tipos de criminalidad pero
también nuevos tipos de fama urbana. El barrio se vive como el espacio ideal para la inscripción
de la delincuencia, la prostitución, el tráfico de drogas, la pobreza, la marginalidad, lo impuro, lo
sucio y lo irracional. En este sentido, los relatos que explora Monroy están atravesados por el
realismo de lo sucio, aquello que quedó al margen de los ideales modernos de felicidad,
desarrollo y progreso. Estéticamente, son narrativas marcadas por un realismo social que
tensiona los límites entre la realidad y la ficción a través de la utilización de un lenguaje duro y
violento. A caballo entre la crónica policial y la novela negra latinoamericana, las ficciones que

13
nos presenta Monroy reflejan los síntomas de una sociedad decadente donde la criminalidad y la
violencia urbana condicionan física, moral y psicológicamente al hombre contemporáneo.
Los ensayos que componen la tercera parte, “Espacios degradados, vidas transitorias,
cuerpos desechables”, giran alrededor de la construcción, reconstrucción o representación de las
favelas, barriadas o villas miserias que precariamente dibujan la geografía de la pobreza en varias
de las obras estudiadas. En su ensayo “Transitando por estas calles tristes: Espacio público,
pobreza y la clase media emergente en Passageiro do fim do dia de Rubens Figueiredo”, Leila
Lehnen toma como punto de partida el estudio crítico de la geografía urbana para examinar la
relación que establece Rubens Figueiredo entre espacio urbano, justicia social y ciudadanía.
Según Lehnen, en esta novela de Figueiredo se crea un espacio que intercala, en distintos
momentos de la narración, la imagen de una pobreza “funcional” con la de una pobreza abyecta,
de ese modo recreando a través de la misma narración la sensación de desorientación, desorden y
precariedad de los que viven una ciudadanía incierta y un estatus social mutante. También aquí el
principal causante de la precariedad de estos espacios es una economía global que en cualquier
momento puede borrarlos del mapa demográfico en el que apenas figuran.
En “Espacios precarizados y nuevas subjetividades en las crónicas urbanas de Cristian
Alarcón”, Paula Siganevich examina el nexo pobreza-espacio-precariedad a través de una lectura
de las crónicas del periodista argentino Cristian Alarcón. Importante en este ensayo es la
discusión de Siganevich sobre cómo Alarcón reconstruye los barrios pobres o villas miseria que
investiga para su crónica. Partiendo de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003) y Si me
querés quereme transa (2010), Siganevich avanza la tesis de que, más que representar o reconstruir,
los relatos de Alarcón proponen traducir la lógica interna que rige los espacios marginales para
evitar que estos sean vinculados automáticamente con la delincuencia. Al contrario de lo que
ocurre con las obras venezolanas discutidas por Monroy, según Siganevich las crónicas de
Alarcón permiten una enunciación colectiva en la que todos los protagonistas (y miembros de la
villa) comparten la palabra para ayudar a hacer visibles las condiciones precarias en que viven.
Victoria Cóccaro se aleja de las representaciones realistas o cuasi-documentales de la
pobreza para examinar otro imaginario de la precariedad. En su ensayo “Los cuerpos vulnerables
de João Gilberto Noll”, Cóccaro analiza la estética de Noll en A cielo abierto, notando que el
constante movimiento y desplazamiento que caracteriza a los personajes despojados y solitarios
de Noll comunican una vulnerabilidad a prueba de cualquier mejoría económica. Mientras que
todo nos hace suponer que estos personajes son pobres, la novela da a entender que ninguna
promesa de empleo o estabilidad económica rescataría a estos personajes de su deseo de
desaparecer o de transmutarse en otra forma u otro cuerpo. En su lectura de la novela de Noll,

14
Cóccaro da a entender que la precariedad de estas vidas condicionadas por situaciones inestables
y empobrecidas ya no tiene remedio, por lo que es posible deducir que para este autor la
precariedad y la exclusión son condiciones más ontológicas que económicas o vivenciales.
Cierra esta parte del volumen el ensayo “Modos de la desocupación en la literatura de
Marcelo Cohen” de Silvia Jurovietzky. También Marcelo Cohen, autor de Los acuáticos, se acerca a
la precarización económica y social desde espacios alternativos creados por personajes que
persiguen caminos poco ortodoxos. Por un lado están los espacios materiales aunque movedizos:
arena, agua y muros. Estos construyen límites precisos entre espacios pobres y territorios
prósperos. Por otro, está el espacio incorpóreo creado por la mutabilidad del lenguaje barroco o
cuasi-barroco de Cohen. Nota Jurovietzky que si lo enunciado apunta a la desocupación de los
personajes, la enunciación comunica una ocupación proliferante, una que fluctúa entre los
contornos del realismo, lo fantástico y la ciencia ficción para dar cuenta de los efectos de la
política y la economía neoliberal sobre el mundo del trabajo en el mercado informal, los terrenos
movedizos en que se mueven los hombres y mujeres que transitan por estos mundos precarios.
Los ensayos que componen la parte siguiente, “Del pauperismo estereotípico a nuevos
tipos de pobres”, giran alrededor de la representación de la figura del pobre y de cómo difieren
las actuales representaciones de la pobreza de otras anteriores. En “Configuraciones de la
pobreza en la literatura salvadoreña: espacios, etnicidad y trabajo (1930-2008)”, Ignacio
Sarmiento analiza los textos de Salarrué, Manlio Argueta, Jorge Galán y Claudia Hernández para
examinar cómo ha cambiado la representación y conceptualización de la pobreza en la literatura
salvadoreña a lo largo del siglo XX y hasta el temprano siglo XXI. Desde este amplio marco
histórico-literario, el artículo rastrea el desplazamiento conceptual y figurativo de la imagen de la
pobreza, desde su constitución estereotipada como un fenómeno rural, indígena y de mala
disposición hacia el trabajo, hasta las nuevas manifestaciones de esta en la economía neoliberal.
En “La transformación de la figura del mendigo y el marginado en la imaginación
biopolítica de Mario Levrero”, Pablo Vergara propone un recorrido por la obra del escritor
uruguayo Mario Levrero con el fin de ahondar en el tratamiento de las diferentes figuras de la
pobreza que se van perfilando en la escritura de este autor en las últimas décadas. Vergara insiste
en notar que la pobreza en Levrero no aparece como la cifra del abandono y el sufrimiento sino
como una condición activa de no-sujeción al poder y al control sobre los cuerpos. El ensayo
demuestra cómo, de distintas formas en distintas etapas de su obra, Levrero lleva a cabo una
operación que deconstruye la figura de diversos cuerpos marcados por la carencia, y los presenta
como agentes dotados de una posición que se enfrenta a una única distribución biopolítica. De
ese modo, la “fauna” de marginados que atraviesa los cuentos y novelas de este escritor

15
constituye una singular categoría de sujeto, uno que plantea su resistencia y rechazo al
ordenamiento de los cuerpos impuesta por un orden neoliberal y hace de la pobreza y de la
carencia el lugar desde donde pensar sus contradicciones, a la vez que otras configuraciones
políticas posibles. Finalmente, Vergara propone que la estética/poética levreriana, anclada en un
realismo acrítico en el que la proliferación de imágenes hacen el relato, pone en funcionamiento
el concepto de biopolítica inaugurado por Foucault y lleva a cabo una “repartición de lo
sensible” en términos de Rancière con el fin de reacomodar los espacios y roles otorgados a la
figuración de la pobreza en la literatura de este autor.
Según Carlos Uxó en “Algunas aproximaciones a la marginalidad en la narrativa cubana
de principios de siglo XXI”, es imprescindible reconocer la insistencia con que el gobierno
revolucionario se negó a reconocer la existencia de la pobreza y la marginalización en la nueva
Cuba, enfatizando que el problema de la desigualdad social y la marginalización era un problema
de los países capitalistas. Uxó sostiene que no es hasta mediados de los ochenta, y en particular a
partir de los noventa, que se comienza a analizar el problema de la marginalidad que nunca dejó
de aquejar a la isla. El ensayo enfoca en la evolución del discurso de la marginalidad en la
narrativa de Guillermo Vidal, Pedro Juan Gutiérrez, Amir Valle, Lorenzo Lunar y Ronaldo
Menéndez, para examinar cómo la narrativa cubana de las últimas dos décadas retrata la
precariedad económica y la degradación psicológica de aquellos que quedaron al margen del
proyecto revolucionario y del futuro que les había sido prometido.
Completa esta cuarta parte el ensayo de Denise Ocampo, quien sostiene que la figura del
niño empobrecido, según es retratado en la literatura cubana infantil y adolescente, puede formar
la base de un análisis de continuidades y contrastes entre la pobreza en eras anteriores y la
pobreza contemporánea. En su ensayo “La desigualdad y la carencia en la narrativa cubana
infantil contemporánea”, Ocampo se centra en el corpus de la narrativa infantil cubana que va
desde finales de los años noventa hasta hoy, para reflexionar sobre la manera en que estas obras
reflejan la carencia y la desigualdad social que experimentan los niños cubanos en la actualidad.
Las novelas y cuentos estudiados, dice Ocampo, asumen, en su corte realista, que el niño es un
ciudadano que debe negociar su lugar en la sociedad, sin esperar soluciones mágicas o
asistencialistas. De esta manera, argumenta Ocampo, en la literatura infantil y adolescente el niño
pobre se representa como portador de potencialidades que pueden ayudarle a reencauzar su
situación, y eventualmente rebasarla, en un país que ha visto crecer su precariedad y sus
distancias sociales durante las últimas décadas.
Los ensayos reunidos en la quinta y última sección, “Gramáticas de la carencia, estéticas
de la pobreza”, examinan los límites de la representación de lo marginal y los experimentos

16
literarios o estéticos que informan y resisten esos límites. En “Para una literatura chorra: el
realismo villero de Bruno Morales”, Stephen Buttes examina la representación de la precariedad
del inmigrante boliviano en Argentina a comienzos del siglo XXI en la polémica novela Bolivia
construcciones (2006) de Bruno Morales (seudónimo del periodista argentino Sergio Di Nucci). La
novela, ganadora del Premio La Nación-Sudamericana, se volvió simultáneamente famosa e
infame cuando el autor fue acusado de plagio. Resultó que lo que parecía ser parte de la historia
de un inmigrante boliviano narrada por Morales era en realidad una reproducción de partes de la
novela Nada (1944) de la escritora catalana Carmen Laforet. Partiendo de las premisas de la
literatura postautónoma, Buttes propone que la novela de Di Nucci se valió de la técnica del
plagio para señalar los límites de los recursos disponibles a la literatura en el momento de
representar la pobreza. A diferencia de los críticos que envilecieron al autor después de ser este
acusado de plagio, Buttes sostiene que Di Nucci trabaja con y dentro de esos límites para señalar
la alta tensión que media entre la representación de la pobreza del inmigrante pobre y los
materiales (plagiados) que la hacen posible. Esta tensión, según Buttes, puede ser entendida a
través de la lógica barroca del trompe-l’œil en la pintura o en la arquitectura: una estética basada en
un truco de perspectiva que nos hace ver algo que en realidad está ausente. Al hacernos ver la
realidad de la pobreza boliviana recurriendo al plagio como truco narrativo, la novela de Di
Nucci sirve para alertarnos, de manera chocante y para muchos inaceptable, a estar atentos a lo
que se ve y no se ve cuando se representa la pobreza en la literatura.
En “Gramáticas capitalistas, retóricas contrahegemónicas, y la prensa obrera chilena:
Mano de obra de Diamela Eltit”, Dianna Niebylski sostiene que un examen más detenido de las
retóricas de la prensa obrera a la que alude la novela permiten vislumbrar una mayor complejidad
en la estética y la ética que rigen esta conocida y comentada obra de la escritora chilena. Niebylski
toma como punto de partida la equivalencia que el pensamiento liberal moderno establece entre
el éxito del libre mercado y la necesidad de una clase (propietaria) capaz de expresarse “con
propiedad” para notar, en primer lugar, cómo la novela se vale de los ecos de la prensa obrera
anarquista y socialista de comienzos y mediados del siglo XX para establecer este nexo entre
economía y retórica. En la primera parte del ensayo, Niebylski insiste en notar que a través de los
subtítulos la novela nos permite escuchar a los portavoces del movimiento obrero y de ese modo
apreciar cómo estos rechazaron los parámetros retóricos impuestos por la ideología liberal
capitalista a través de un lenguaje demasiado fervoroso o demasiado irreverente pero siempre
solidario. Por el contrario, la hipertrofia verbal que aqueja a los trabajadores retratados en la
novela introduce casi desde el primer momento la sospecha de que la mano de obra chilena del
siglo XXI no podrá mantener siquiera un simulacro de solidaridad ante el triunfo del mercado

17
neoliberal. A través de estos violentos contrastes y el eco de paratextos de difícil acceso, nota
Niebylski, la novela nos mantiene atentos a la dificultad de encontrar una modalidad estética
adecuada para hacer audible la precariedad de estos pobres des-empleados que han quedado no
solo sin portavoces sino sin voz –o mejor dicho, sin palabras capaces de comunicar una
disposición al diálogo o a la asistencia mutua.
Cierra esta sección, y el volumen, el ensayo de Daniel Noemi “Estéticas de la pobreza:
logos y mimesis (apuntes para una novela del movimiento social)”. Noemi parte de la declaración
de Platón de que en la ciudad ideal no hay pobreza... ni poetas, y de una revaluación de sus
propuestas sobre cómo pensar la estética en relación a la pobreza, para acercarse a las novelas
Teoría de las catástrofes (2012), de Tryno Maldonado, y Fuerzas especiales (2013), de Diamela Eltit. En
esta ocasión Noemi insiste en que los diferentes modos de representación de la pobreza y de la
exclusión en la narrativa latinoamericana reciente están ineludiblemente relacionados con e
implicados en los movimientos sociales de los últimos años. Reflexionar sobre la representación
de la pobreza y la desigualdad en la literatura, nota este autor, es reflexionar sobre el sentido de la
democracia en la sociedad y es, al mismo tiempo, pensar las limitaciones de las actuales
democracias. Volviendo a insistir en la velocidad de la pobreza, Noemi llega a la conclusión de
que pensar la pobreza en la novela contemporánea no es solo un ejercicio literario, crítico o
estético, es también ético y político.
Cada uno de los ensayos aquí reunidos puede ser leído independientemente. Esperamos
que su publicación en conjunto inspire nuevos diálogos sobre el tema y nuevos proyectos para
estudiar los imaginarios de la pobreza en el contexto latinoamericano. Así como las nuevas
conceptualizaciones de la pobreza han llevado a una comprensión más amplia y
multidimensional de la misma, esperamos que los ensayos aquí contribuyan a una mayor
comprensión del pensamiento sobre la pobreza hoy en día. Sabemos que queda mucho por decir
y aún mucho más por hacer.

Notas
1
Ver el informe de CEPAL, “Se estanca la reducción de la pobreza en la mayoría de los países de
América Latina”. Este documento y las gráficas adjuntas reflejan que durante algunos años el
número de personas afectadas por la pobreza había empezado a disminuir modestamente. Al ver
los números indicados en las gráficas es evidente que aun en esos años en que hubo una
disminución, un elevado porcentaje de la población latinoamericana y caribeña vivía bajo el
índice de pobreza. CEPAL ha adoptado como medida de la pobreza absoluta (no relativa) la falta
de ingresos suficientes para una canasta alimenticia necesaria para la sobrevivencia.
2
Ver Gabriel Kessler y María Mercedes Di Virgilio, “La nueva pobreza urbana: dinámica global,
regional y argentina en las últimas dos décadas” (2008).
3
Versión original:

18
Poverty has many faces. It is much more than low income. It also reflects poor health
and education, deprivation in knowledge and communication, inability to exercise human
and political rights and the absence of dignity, confidence and self-respect. There is also
environmental impoverishment and the impoverishment of entire nations, where
essentially everyone lives in poverty. Behind these faces of poverty lies the grim reality of
desperate lives without choices and, often, governments that lack the capacity to cope.
(Human Development Report 1997 iii)
4
Esta postura tiene sus detractores. Algunos afirman que las experiencias de la clase media
venida abajo dista mucho de las experiencias de los que viven en la pobreza absoluta sin acceso
al crédito y sin las oportunidades (y obligaciones) que este presupone. Desde este punto de vista,
estos últimos vivirían una pobreza poco diferenciada de la pobreza en décadas pasadas mientras
que los “nuevos pobres” viven otra fase del desarrollo de la modernidad.
5
Es importante notar que Bauman basa sus conclusiones principalmente en la marginación
europea, sobre todo la de los inmigrantes y los desempleados crónicos y la crisis del Estado de
bienestar; sin embargo, su conceptualización de la categoría de “vidas desechables” sirve de
fuente de inspiración para varios de los ensayos incluidos en este volumen.
6
Ver Saskia Sassen, “La élite en tierras globales”. Añade Sassen en esta ocasión:
Uso el término ‘expulsados’ para describir una diversidad de situaciones: el creciente
número de personas que viven en condiciones abyectamente pobres; los desplazados que
pasan años en campos de refugiados legales o ilegales; las minorías y los perseguidos que
van a parar a las cárceles; las modestas clases medias de los países ricos que se
empobrecen y proletarizan; los trabajadores cuyos cuerpos son destruidos por sus
empleos y quedan inutilizados a una edad muy temprana; o las poblaciones ‘excedentes’
con cuerpos aptos pero que son confinados en los guetos, las villas miserias, las
poblaciones o las favelas. (s.p.)
7
La intención de Alkire (y otros autores de ese trabajo) pretende mostrar que los retratos de
Víctor Hugo en su famosa novela
were intended to unveil the intricacy of lives affected by misery, to elicit and educate
disquiet, and to spur political action. Similarly, while the proximate objective of poverty
measurement is rigour and accuracy, an underlying objective must also be to use well-
crafted measures to give a different kind of voice to concerns with injustice–to document
raw disadvantage, to order complexity, monitor and evaluate advances, and mark routes
for tangible policy responses. (1)
Sin embargo, el pasaje citado retrata a un pobre nada multidimensional; en efecto, cita el cliché
del pobre feliz.
8
Como demuestran los ensayos, los estudiosos que han contribuido a este volumen no ignoran
los debates sobre la representación de los márgenes of de los marginados que tanto preocupó a
los estudios postcoloniales y subalternos desde mediados de 1980 hasta fines de 1990. Esta
misma preocupación, por otro lado, se transparenta en la experimentación formal de gran parte
los autores y cineastas estudiados en este volumen.
9
En “Definiciones de la pobreza: doce grupos de significado”, Paul Spicker, autor de The Idea of
Poverty (2007), nota que en las ciencias sociales quienes estudian el fenómeno recurren a doce
categorías distintas aunque no excluyentes. Aunque muchas de sus categorías se superponen,
Spicker indica que las doce definiciones pueden agruparse dentro de “condiciones materiales” y
“condiciones económicas” y “condiciones sociales” y “juicio moral”. Partiendo de la pobreza
como (1) “privación inaceptable”, Spicker resume las distintas definiciones sociológicas de la
pobreza como (2) necesidad o carencia de bienes; (3) patrón de privaciones; (4) acceso limitado a
los recursos naturales y culturales; (5) bajo nivel de vida; (6) desigualdad; (7) baja posición
económica; (8) (baja) clase social; (9) carencia de seguridades básicas; (10) ausencia de
titularidades (entitlements); (11) exclusión; y (12) nivel de miseria que debería ser moralmente
inaceptable (en toda sociedad).
19
10
Cabe tener muy en cuenta que las conclusiones de Wacquant sobre la tasa de encarcelamiento
entre estos sectores marginales se basan casi exclusivamente en sus estudios de campo en
Estados Unidos.
11
En Vidas precarias, Butler parte de la filosofía ética de Levinas y del “rostro del otro”, pero el
ímpetu que da raíz al libro es una reflexión sobre la gestación, su comercialización y las
consecuencias de esta última.
12
Escribe Butler, “representation ... fail[s], but must show its failure. There is something
unrepresentable [about suffering] that we nevertheless seek to represent, and that paradox must
be retained in the representation we give” (Precarious Life 144).
13
Es relevante notar aquí que el interés en llegar a una mayor participación en la reducción de la
pobreza y marginalización fue uno de los móviles del Grupo Latinoamericano de Estudios
Subalternos, tal como atestiguan el “Founding Statement” del grupo y el texto de Ileana
Rodríguez, “Reading Subalterns Across Texts, Disciplines, and Theories: From Representation
to Recognition”. Muy pronto, sin embargo, la inicial preocupación por la pobreza pasó a tener
un rol secundario a los principales debates entre los mayores representantes del grupo.
14
En la introducción a este libro, Beverley señala su “intención ... de producir una negación de lo
literario que permita el desplazamiento del lugar hegemónico de la literatura a expresiones
culturales no literarias” [“my intention in these essays is rather to produce a negation of the
literary that would allow nonliterary forms of cultural practice to displace its hegemony”] (1).
15
“Marginality and its representative attempt allow us, precisely, to imagine a new politics: a
politics of openness and inclusion where there are no prophecies to be fulfilled or sentences to
be carried out. Thinking about marginality and its representation emerges today as an alternative
to think a different future” (40). Este artículo recorre cronológicamente varias estéticas de la
marginalidad en la literatura latinoamericana y propone un bosquejo de recientes intervenciones
en este campo.
16
“As it aims to artistically express the structural causes of social injustice, the representation of
marginality becomes more and more complex” (37).

20
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