Está en la página 1de 5

LITERATURA

Rilke: rebelde,
poeta y trashumante

El poeta checo Reiner Maria Rilke.


El estudioso Mauricio Wiesenthal publica una rigurosa y
apasionada biografía de Rainer Maria Rilke, uno de los
símbolos de la poesía contemporánea: viajero,
inadaptado, complejo y contradictorio, que vivió desde su
juventud protegido por mujeres ricas
ANTONIO LUCAS
ACTUALIZADO 12/12/201503:15

Podemos entender a Rainer Maria Rilke desde el fetiche del poeta


abducido por una vocación total, pero también como el hombre radical
que hizo de su desagrado ante la realidad una torre fortificada en la
que habitaba él con sus demonios, con princesas, duquesa,
marquesas y baronesas a las que fue enamorando de golpe con una
mezcla de pasión por el arte y fracasos de vida. Rilke fue una de las
encarnaciones de la poesía en alguien que supo hacer del poema un
cobijo, una luz nueva, un egoísmo y una herramienta para alcanzar un
mecenazgo de alcobas dispersas.
Rilke alcanzó pronto la combustión vital de las leyendas que van
confeccionando la biografía entre el talento desbordado, la pureza
dudosa y una pulida condición novelesca en el vivir. En esto último
traía el antecedente de su propia madre, que lo depositó en el mundo
una tarde de 1875, en Praga (parte aún del imperio austrohúngaro),
como si hubiera nacido un príncipe en vez del resultado de un
matrimonio formado por un militar frustrado que quedó en factor de los
ferrocarriles y una dama que combatió su condición de clase media
con una fantasía de alcurnias improbables. Quiso desde el principio
que el chico fuera poeta. Pero lo vistió de niña hasta los cinco o seis
años por la imposibilidad de aceptar la muerte prematura de la
hermanita mayor. A la vez se sobrepuso a la incapacidad del marido
(del que se separó) afirmando su dignidad como mujer. Aquello
condicionó el mundo del joven, sometido a una sastrería de lazos y
diademas que acuñó aún más su extrañeza y su condición desigual en
medio de la manada silvestre de los chicos de su edad. "He pasado mi
infancia en apartamento mezquino y triste", escribió.
Rilke era distinto por vocación y por destino. Un rebelde hacia
dentro. Un chico vencido por sus alucinaciones. Un poeta extremo y
extraordinario capaz de interpelar a lo invisible, lanzando cabos entre
lo humano y lo divino. También un icono de su tiempo. La figura
rotunda del intelectual europeo. Hoy es uno de los creadores
principales de la poesía contemporánea. Y esa pasión que desbordó
en su vida de trashumante siempre a la caza de benefactoras que le
sacasen de la intemperie y de la pobreza, ha generado arrobas de
textos especulativos sobre la verdad de su vida y de su obra. Todo
fascinante, pero todo siempre pasado de vueltas en cierta ficción.
De ahí que el estudioso Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) se
propusiera una labor tan ímproba como necesaria, decodificar un poco
más la figura adulterada de Rainer Maria Rilke a través de una
biografía que tiene en el rigor y en el detalle una de sus esquinas; en
la pasión y una pulsión de relato incesante la otra. Rainer Maria Rilke
(El vidente y lo oculto), publicada por Acantilado.
"Toda su vida podría escenificarse con signos y símbolos", sostiene
Wiesenthal. "Sin aristocracia, sin pasiones, sin una terrible y
angustiosa confección del ego, sin narcisismo, sin fetiches, sin magia,
sin objetos simbólicos, sin conocimientos iniciáticos, sin imágenes
religiosas y sin fe, no se puede entender a Rilke. Es un hombre
desclasado, distante, contradictorio, psicológicamente complejo y muy
inadaptado al mundo que le tocó vivir". Es decir: desdicha y tenacidad.
Ese fue su itinerario. Y así levantó algunas de sus obras
esenciales: Nuevos poemas (1907), Elegías de Duino (1923), Sonetos
a Orfeo (1923), además de un abundante y excepcional epistolario de
donde salió el volumen Cartas a un joven poeta, correspondencia que
mantuvo con uno de sus jóvenes admiradores, el escritor Franz Xaver
Kappus.
La itinerancia fue otro de los motores de su existencia, siempre
errante. Quizá por la sospecha de que su destino siempre estaba en
otra parte. San Petersburgo, Estocolmo, Florencia, Roma, París
(donde entre otras hazañas fue secretario de Rodin), Ginebra (donde
afianzó su romance con Baladine Klossowska, madre del pintor
Balthus), Capri, Duino, Toledo (donde entró en éxtasis con la ascésis
de El Greco), Ronda... Y en cada escenario un tormento, un amor,
unas cartas, un poema. Su viaje a España sucede en la época más
atormentada de su vida. Estaba trabajando en las Elegías, de
condición simbólica y hermética. Como su ánimo. "Rilke es un mago al
crear en sus versos una sensación de pérdida y, por eso, inventa
palabras que no pueden traducirse. Son palabras inexistentes, pero
nos dejan una dramática transparencia de luz interior", apunta el
biógrafo.
Empeñó tanta vocación en escribir como en acumular amantes que
siempre venían con un apellido largo y una fortuna extensa. De todas
ellas fue Lou Andreas-Salomé una de las mejor afianzadas. Rilke tenía
21 años y ella 10 más. Por sus manos habían pasado ya Nietzsche,
Freud yMahler. Pero con el poeta alcanzó un punto de combustión que
se prolongó durante años. Sus dos soledades combinaban bien,
prometiéndose el jamás prometerse nada. Lou entendió que Rilke
llegaba, enamoraba y huía dejando unos versos o unas cartas o un
algo que mantenía la llama viva: "El amor vive en la palabra y muere
en las acciones", decía. También cuenta en la nómina de escogidas
Marie von Thurn und Taxis, que le acogió en el castillo de Duino,
donde trazó las Elegías. Así se compuso la vida, parasitando.
Rilke se casó con la escultora Clara Wethoff. El matrimonio duró lo
que tardó en nacer su única hija. Pero él tenía que seguir huyendo
en favor de la belleza y perseguido por el espanto. En el verano de
1921 fijó su residencia permanente en el castillo de Muzot. Le
quedaban cinco años de vida. Escribió furiosamente en ese tiempo.
Su historia, como cuenta Wiesenthal, tenía ya la épica urgente y
prematura de los hombres a contrapelo, de los seres tocados por el
inapelable destino de la poesía. Falleció de leucemia el 29 de
septiembre de 1926. Tenía 51 años. Y una biografía para la que otros
requerirían seis o siete vidas. Poco antes de la despedida fijó su
propio epitafio: "Rosa, oh contradicción pura en el deleite/ de ser el
sueño de nadie bajo tantos/ párpados". Rainer Maria Rilke, mitad
miseria, mitad maravilla. No saber vivir más allá de sí mismo: esa fue
su conquista.

El secreto de las rosas


"Rilke, feliz e ilusionado, bajó al jardín a cortar unas rosas. Recordaba
los tiempos de Rusia, cuado Tolstoi se perfumaba acariciando las
flores. Un pinchazo le hizo sangrar la mano izquierda. Al día
siguiente la infección le llegaba hasta el codo...". Así cuenta Mauricio
Wiesentahl los últimos meses del poeta. Aquel pinchazo con la espina
de la rosa supuso la aparición de los primeros síntomas de la
enfermedad que acabaría con el poeta. "Realmente estaba muy
enfermo y los pocos amigos que pasaban a visitarlo quedaban
asustados. En Muzot sólo escuchaba ya los rumores de la oscuridad
cerrada". La muerte se la anunció la última rosa del verano.

De:
https://www.elmundo.es/cultura/2015/12/12/566b25d9ca4741447e8b4613.html?fbclid=IwA
R3jcTkwPWOfEcj-0saw94CYIaYV7FSwMSfIk0gtT_D-Mq8c-nou2wafjDU

También podría gustarte