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C.A.P PSICOLOGÍA
JULIACA - PERÙ
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FACTORES GENÉTICOS QUE INTERVIENEN EN LA APARICIÒN
DE PROBLEMAS DE LENGUAJE
Si la facultad del lenguaje tiene sustento innato, debe transmitirse por herencia.
Como es bien sabido, los genes no pueden codificar directamente principios
funcionales (tal es, de hecho, la principal reticencia sobre la genética del
comportamiento); su misión es codificar la síntesis de las proteínas. Jackendoff
(2002) señala que tales proteínas establecen parámetros de desarrollo cerebral
aún desconocidos; por ello, por ahora no hay esperanza de comprender los
mecanismos indirectos operantes en la transmisión genética del lenguaje
(tampoco la del resto de niveles de organización funcional).
Genética y lenguaje
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mismas razones por las que difieren las culturas. En concreto, pueden ser
moldeadas en vías importantes por la visión del mundo, los modelos de
interacción y la historia particular de un grupo concreto de personas. Dado que
esos factores culturales pueden ser muy diferentes, en la misma medida las
lenguas serán muy diferentes”. En suma, el lenguaje se erigía en el principal
estandarte de los progresos que el ser humano había logrado mediante la
cultura.
Tal concepción respondía a una motivación global muy clara (aún persistente):
la resistencia a aceptar una genética del comportamiento; frente al papel diáfano
de los genes en el plano fisiológico, la idea de que también son relevantes en la
conducta es polémica, porque suele identificarse con el determinismo.
Sin embargo, tal concepción comenzó a cuestionarse en la segunda mitad del
siglo XX en numerosos dominios, lingüística incluida, de modo que se fue
rechazando el carácter enfrentado de naturaleza y crianza, favoreciendo en su
lugar una integración de los efectos de ambas. El biólogo Michael Ruse (1986)
señala que “desde una perspectiva darwinista general, suponer que una cultura
está aislada en la cima de los genes es ineficiente y peligroso para ambas partes.
La mente como tabula rasa requiere un cerebro con una gran capacidad en
blanco […]. Esta receptividad total requeriría probablemente una capacidad
craneal mucho mayor de la que ahora poseemos. Este requisito convierte a la
hipótesis en altamente improbable”. Por tanto, la posesión, adquirida
evolutivamente, de diferentes capacidades de aprendizaje aumenta la eficacia
biológica (fitness) de los organismos, ya que el aprendizaje es el medio del que
disponen los genes para ajustarse a las exigencias cambiantes del entorno.
Wilson (1978) defiende claramente la complementariedad de lo innato y lo
aprendido: “El potencial de aprendizaje de cada especie parece estar totalmente
programado por la estructura de su cerebro, la secuencia de las descargas de
sus hormonas y, finalmente, por sus genes. Cada especie animal está
“preparada” para aprender ciertos estímulos, impedida de aprender otros y
neutral con respecto a otros más”.
Las dos ópticas señaladas, tradicional y moderna, responden a dos
concepciones diferentes sobre el aprendizaje: aprendizaje por instrucción y por
selección. Según la primera, correspondiente a la óptica tradicional, el
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mecanismo de aprendizaje consiste en traspasar información desde el exterior
(entorno) al interior del organismo, de modo que éste carece de toda capacidad
previa, siendo construido de manera paulatina por la experiencia, según
interioriza los estímulos pertinentes. Frente a ella, el aprendizaje por selección
implica que el organismo desarrolla rasgos compatibles con las capacidades
preexistentes del programa genético. La diferencia entre ambas nociones es
acusada: mientras el aprendizaje por instrucción descansa únicamente en el
papel de la experiencia, encargada de configurar por completo al ser, el
aprendizaje por selección relativiza tal papel; sin negar obviamente su
importancia, la función de la experiencia es disparar o activar rasgos innatos
específicos de dominio que preexisten a ella.
La sustitución de un paradigma por otro permite insertar al ser humano en una
posición realista, acorde con el resto de especies (López García, 2002, que
remite el proceso comunicativo al propio nivel celular): desde la óptica tradicional,
la especie humana era una suerte de isla en mitad del reino animal; isla
puramente cultural, carente de cualquier instinto, ubicada sin embargo en el seno
de una naturaleza llena de especies con instintos específicos. Como por arte de
magia, nos habríamos librado del predominio de los instintos, accediendo así a
un aprendizaje ilimitado.
También el lenguaje participa de tal cambio de perspectiva. La idea de que el
lenguaje implicaba un fenómeno cultural por excelencia dejaba sin explicar por
qué sólo nuestro sistema, frente al resto de la comunicación animal, estaba libre
de factores genéticos. De nuevo nos topamos con ese carácter de isla en medio
del mar de la naturaleza que nos otorgamos durante largo tiempo. Hoy en día,
sin embargo, hay numerosas evidencias sobre la existencia de un aprendizaje
“preparado”, para el lenguaje; en suma, sobre la existencia de factores innatos
implicados en su adquisición (para un breve repaso ver Lorenzo y Longa, 2003).
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EL INNATISMO DE NOAM CHOMSKY)
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lenguaje (a los tres años ya posee un gran dominio) en el tiempo en que es
incapaz de afrontar tareas cognitivas mucho más simples. El lenguaje y el resto
de la cognición son entidades disociables: una deficiencia cognitiva puede
acompañar a una función lingüística no afectada y viceversa. Los niños
atraviesan por etapas y ritmos que muestran gran concordancia con
independencia de la lengua adquirida (también en lenguas de signos) y la
“cantidad” de la experiencia no es relevante: algunas culturas, como la nuestra,
tienen un estilo de habla dedicado al niño (maternés), mientras que otras ignoran
al niño hasta que puede hablar con solvencia; a pesar de ello, en ambos casos
adquieren el lenguaje sin diferencias temporales. El niño puede desarrollar
sistemas gramaticales complejos a partir de una evidencia pobre, oral o gestual.
Los enunciados lingüísticos, recibidos linealmente, ocultan la estructura formal
de las oraciones, que es jerárquica; a pesar de ello, el niño la aprende muy rápido
sin ningún tipo de instrucción, desarrollando un sistema intrincado y falto de
correspondencia con las señales a las que está sometido (pobreza del estímulo).
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la realización del lenguaje se distinguen dos procesos, la percepción o
comprensión del habla (lenguaje impresivo) y su reproducción o realización
(lenguaje expresivo), cuya formación depende de las condiciones anátomo-
fisiológicas individuales y las relaciones interpersonales. De esta interrelación
emergen mecanismos del sistema funcional verbal y generación del enunciado
que instituyen el lenguaje como función psíquica.
Genotipo y fenotipo
Si el lenguaje es una facultad con un soporte biológico más que un rasgo cultural
(aunque obviamente lo cultural sea relevante para adquirir una lengua concreta),
apliquemos la lógica que subyace al aprendizaje por selección. En él, se deben
diferenciar dos componentes (cuyos efectos se suman): el estado inicial y la
experiencia, que activa al primero. La interacción de ambos factores resulta en
un estado estable dado (el rasgo en cuestión). Extendiendo tal visión al lenguaje,
el estado inicial es único para la especie, invariable entre los individuos con
independencia de la lengua que adquieran (obviamente, es inviable postular
diferentes asientos genéticos para diferentes lenguas). Ese estado inicial común
a la especie, sometido a una experiencia cambiante (la exposición a una u otra
lengua) determina el estado estable (el conocimiento del turco, del gallego o del
hindi). La misión del estado inicial es configurar la forma de una lengua humana
posible, los rasgos abstractos de diseño de cualquier plasmación del lenguaje,
actuando así como guía del proceso de adquisición, que motiva que el niño
explore ciertas opciones, pero que descarte automáticamente otras sin
considerarlas; de ahí se deriva la rapidez de adquisición, junto al resto de
características señaladas.
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El genotipo, conformado por el material genético, determina el rango potencial
de adaptaciones funcionales al entorno que un organismo puede desarrollar
según entre en contacto con diferentes tipos de ambientes. Por su parte, el
fenotipo son las propiedades morfológico-estructurales y funcionales
desarrolladas en función de la interacción entre los genes del organismo y su
entorno. Así, el genotipo, programa interno de desarrollo, se plasma en un
fenotipo específico según determinaciones ambientales específicas. Es factible
trasladar ambas nociones al lenguaje: los rasgos señalados sobre la adquisición
apuntan a un genotipo o estado inicial común, disparado por la experiencia; ésta
no llena un organismo “desnudo”, sino que activa respuestas internas al
organismo. Tomando un paralelismo, la formación del eje de la estructura
del Fucus sp. (un tipo de alga) necesita un estímulo externo, como la luz, pero
ese estímulo no es el responsable de tal formación, que depende de la
organización interna. Por tanto, la luz es un disparador que pone en marcha algo
que está preparado para salir.
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que se desarrollen propiedades formales concebibles desde premisas lógicas,
pero incompatibles con él. Los diferentes estados finales obtenidos o lenguas
son sistemas diferenciados entre sí, pero sujetos a un diseño o esquematismo
común, constituyendo estados alternativos de desarrollo.
Tal panorama se desprende de los datos sobre la adquisición, que apuntan a
una clara base innata. Sin embargo, no debemos equiparar innato con
estrictamente genético: al lado están los procesos de epigénesis, interacción
entre genes y entorno, que suponen procesos de emergencia no bien conocidos.
De hecho, es la epigénesis, especialmente rica en el ser humano, la que motiva
la ausencia de una relación cerrada entre genes y comportamiento, dando un
enorme margen de maniobra al organismo.
Si la facultad del lenguaje tiene sustento innato, debe transmitirse por herencia.
Como es bien sabido, los genes no pueden codificar directamente principios
funcionales (tal es, de hecho, la principal reticencia sobre la genética del
comportamiento); su misión es codificar la síntesis de las proteínas. Jackendoff
(2002) señala que tales proteínas establecen parámetros de desarrollo cerebral
aún desconocidos; por ello, por ahora no hay esperanza de comprender los
mecanismos indirectos operantes en la transmisión genética del lenguaje
(tampoco la del resto de niveles de organización funcional).
Pero desde premisas menos ambiciosas, ¿hay alguna evidencia que muestre
claramente una base genética para el lenguaje? Dadas las limitaciones en el
estudio cerebral, la investigación de esa cuestión, como sucede con otros
muchos estudios para entender la localización y funciones de los genes, se
centra en localizar deficiencias hereditarias que impliquen fallos en el mecanismo
de transmisión del lenguaje. La lógica es clara: “si nuestra facultad lingüística
tiene un componente innato, entonces debe haber variación genética para ese
rasgo” (Maynard Smith y Szathmáry, 1999). Y para apreciar los efectos, es
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necesario que el citado menoscabo sea específico del lenguaje, independiente
de otros aspectos de la cognición.
Tal evidencia existe y se relaciona con el fenómeno conocido como trastorno
específico del lenguaje. Gopnik (1990) estudió tres generaciones de una familia
inglesa, denominada KE, algunos de cuyos miembros (16 de 31) mostraban
problemas con el lenguaje de carácter específicamente gramatical, consistentes
en que no disponían de reglas generales sobre rasgos gramaticales (plural,
tiempo pasado, género, etc.). Por ejemplo, producen plurales correctos para
palabras conocidas, pero carecen de una regla general de formación de plural
capaz de operar con palabras inventadas o no conocidas: no pueden decidir si
el plural de una palabra inventada como wug es wugs y deben aprender la forma
plural como una pieza léxica diferente en cada caso.
El estudio posterior de familias de otros países reveló que, aunque el trastorno
es en parte heterogéneo, existe un núcleo común, conformado por 1) dificultades
para adquirir el lenguaje en ausencia de factores susceptibles de ser
responsabilizados de ellas (sordera, retraso cognitivo, daño neural aparente o
autismo); 2) problemas motores (movimientos orofaciales) y específicamente
gramaticales; mientras los primeros son reversibles y se pueden superar con el
tiempo, los segundos persisten; y 3) incapacidad para usar las reglas productivas
de formación de palabras y para satisfacer todo tipo de requisitos de
concordancia. La singularidad del trastorno, pues, estriba en el carácter
específicamente gramatical de sus síntomas, así como en su distribución entre
los miembros de las familias afectadas (figura 1).
Figura 1. Árbol familiar de tres generaciones de la familia KE. Fuente: Gopnik et al., 1997: 126
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Gopnik atribuyó los trastornos lingüísticos de la familia KE a la herencia; en
concreto, a un alelo autosómico dominante. Por otro lado, la suposición de que
el defecto se relaciona con un solo gen, no con varios, deriva de que el síndrome
no se produce en grados.
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Figura 3. Representación de las tres proteínas conocidas FOXP (1, 2 i 3), junto a las que se
reflejan proteínas de otras ramas de la familia FOX. La flecha vertical pequeña (encima de Helix
3) indica el lugar exacto de la sustitución en FOXP2 de la arginina en los miembros afectados de
la familia KE. Fuente: Lai et al. 2001: 521
Sea cual sea su función exacta, el hallazgo de un gen relacionado con el lenguaje
tiene gran trascendencia: por un lado, muestra la factibilidad de una genética del
comportamiento, que no implica determinismo, sino aprendizaje “preparado”. Por
otro, confirma lo que dicta el sentido común: tanto nuestro sistema comunicativo,
como, desde bases más amplias, nuestra especie, no son en cada caso una “isla
cultural” situada en medio de un mar de instintos, sino que participamos del resto
de especies en tanto que formamos parte de la misma naturaleza. Por ello, el
camino abierto mediante el descubrimiento es enormemente prometedor, si bien
debe valorarse en sus justos términos. En primer lugar, a buen seguro deben
existir otros segmentos genéticos relacionados con el lenguaje, pero no
conocidos y quizás no tan fáciles de localizar, teniendo en cuenta fenómenos
como la pleitropía o efectos derivados de poligenes. Sin embargo, no es
necesario suponer una gran carga genética para el lenguaje, dada la relevancia
de los procesos de epigénesis. Por otro lado, debe recordarse que las
instrucciones contenidas en los genes son, estrictamente hablando,
instrucciones para la especialización celular en tipos particulares de tejidos, no
pudiendo plasmar directamente principios funcionales. Por ello, estudios como
los citados deben interpretarse como que confirman la existencia de genes que
codifican para elaborar tejido neural específicamente dedicado al lenguaje. Los
años venideros serán, a buen seguro, apasionantes en este sentido.
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La genética es esencial en el desarrollo del
lenguaje
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sense o FLB), un sistema computacional interno combinado con al menos dos
sistemas también internos, el “sensorio-motor” y el “conceptual-intensional”
[conceptual-intentional], y la Facultad del lenguaje en sentido estricto (Faculty of
language-narrow sense o FLN), esta última la única específicamente humana,
caracterizada como un sistema computacional, la sintaxis estricta, que genera
representaciones internas y las envía a las dos interficies, la sensorio-motora
(mediante el sistema fonológico) y la conceptual-intencional (mediante el sistema
semántico: Lo verdaderamente esencial de la FLN es la capacidad de infinitud
discreta, de manera que cada expresión discreta es enviada simultáneamente a
las dos interficies, que procesan y elaboran la información en el uso del lenguaje.
De esta manera, cada expresión es un emparejamiento de sonido y significado.
Debe revisarse también lo que se entiende por adquirido o aprendido:
ciertamente el niño desarrolla su competencia lingüística cuando entra en
contacto con las experiencias y el intercambio lingüístico con otros humanos, por
lo que la dotación genética es condición necesaria pero no suficiente para
expandir y hacer crecer la capacidad lingüística del individuo
Frente a una concepción del aprendizaje restrictiva y mecánica, según la cual
se equipara aprendizaje e instrucción resulta mucho más operativo entender el
aprendizaje como una selección(Lorenzo y Longa, 2003, p. 12-18; Lorenzo,
2006; también Jerne, 1967, p. 205, Jerne, 1985, p. 94, Marler y Peters, 1989,
Marler 1991, Mehler y Dupoux, 1990, p. 152, Piatelli-Palmarini, 1989, Slater,
1999). Esta perspectiva se basa en el hecho evidente de que muchas especies
animales manifiestan ya desde el nacimiento una predisposición clara para la
recepción de ciertos estímulos, y de esta manera los organismos desarrollarían
representaciones del entorno y formas de comportamiento compatibles con el
sistema de capacidades que les es propio a partir de potencialidades
preexistentes en su programa genético. El generativismo chomskiano, de
manera lógica, considera perfectamente compatible el innatismo de lenguaje con
esta influencia del entorno (“selección”).
A continuación presentamos, de manera muy sucinta, algunos argumentos
que demuestran el innatismo del lenguaje (Lorenzo y Longa, 2003, p. 21-65;
Jenkins, 2000, capítulo 4; Stromswold, 2001):
1) Universalidad y especificidad: FLN y FLB son universales, puesto que
todos los recién nacidos humanos sin alteraciones la poseen ya desde el
momento del nacimiento (o, de hecho, incluso ya antes: Es específica
porque es exclusiva de la especie humana, al menos en el sentido estricto
(FLN, es decir, sistema computacional o sintaxis: Hemos de recordar que
las lenguas de signos manifiestan igualmente esta característica
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2) Existencia de un sustrato neuronal específico: la facultad del lenguaje se
localiza al menos en parte en el hemisferio cerebral izquierdo, asimetría que se
encuentra anatómica y funcionalmente predeterminada. El estudio de las
afasias, a pesar de no ser concluyente al cien por cien (Mendívil Giró, 2003, p.
275-276, Szczegielniak, manuscrito), sí aporta pruebas que demuestran esta
base biológica sobre la que se asienta el lenguaje. De todas maneras, cuando
se habla, siguiendo a Chomsky, de “órgano del lenguaje”, no es para especificar
una región compacta, concreta y delimitada del cerebro, sino más bien para
referirse a espacios cerebrales intercomunicados de manera más intensa.
3) Existencia de un período crítico para la adquisición del lenguaje: para
determinar si una característica determinada es innata o adquirida es habitual,
en las investigaciones biológicas, que se indague la existencia del denominado
“período crítico”, es decir, de aquella delimitación temporal que enmarca el
desarrollo de un organismo determinado. En otras palabras, si un organismo está
predeterminado para manifestar una característica por el hecho de pertenecer a
una especie concreta puede suceder que sea necesaria la exposición de este
organismo a determinados estímulos o experiencias pertinentes durante un
lapso de tiempo también predeterminado como crítico. Por lo que respecta al
lenguaje, es evidente que si un humano no adquiere y desarrolla el lenguaje
durante la primera infancia, no lo podrá adquirir nunca. Los estudios hechos con
niños selváticos o deprivados socioculturalmente, aislados del contacto con otros
humanos, así lo demuestran .
4) La “Paradoja de la adquisición del lenguaje” (“Problema de Platón”) y las
diferencias en la adquisición de primeras y segundas lenguas: Los principios que
rigen el funcionamiento de las lenguas son adquiridos por los niños a edad muy
temprana, de manera espontánea y sin esfuerzo aparente, teniendo en cuenta
además que los estímulos recibidos son muy limitados, heterogéneos,
incompletos, erróneos y contradictorios (Chomsky, 1957, 1965, 1972, 1986;
Mendívil Giró 2003, p. 340-355; Lorenzo y Longa, 2003, p. 30-32; Pinker, 1994:
Debemos entender que los progenitores no enseñan a hablar a sus hijos, sino
que más bien les proporcionan estímulos y posibilidades de comunicación y de
relación, además de evidencias para la fijación de parámetros. Pero los
elementos de la Gramática Universal ya se encuentran programados en el
individuo a nivel genético: nadie nos ha enseñado a trasladar elementos
oracionales, a operar con huellas [trace], a manejar categorías vacías, a construir
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e interpretar oraciones reducidas de relativo, etc., sino que todo esto forma parte
del conocimiento tácito del hablante. Así pues, la primera lengua se adquiere de
manera espontánea, inconsciente, rápida y progresiva, con una garantía total (en
ausencia de patologías o alteraciones lingüísticas) en el éxito del proceso y a
partir de muy poca evidencia. Es remarcable que todos los niños adquieren su
lengua (incluidas las lenguas de signos) a una edad similar, pasando por unas
mismas etapas y con ritmos parecidos, con independencia de su nivel de
inteligencia, lengua, cultura o educación.
Las segundas lenguas, en cambio, se aprenden de manera consciente,
voluntaria, con objetivos y estrategias preestablecidos y con resultados que
ponen de manifiesto muy claramente diferencias individuales muy acusadas.
Todo esto debe relacionarse, como es obvio, con el período crítico para la
adquisición del lenguaje y con el mecanismo de adquisición lingüística que opera
en este momento (Lorenzo y Longa 2003, p. 30-32, Torrego, 2002), y nos
conduce hacia algunas cuestiones paradójicas: cuanto más inmaduro es un
individuo, mayor es la capacidad de desarrollar sus habilidades mentales (en
nuestro caso, el lenguaje); en segundo lugar, el denominado “Problema de
Platón”, cómo sabemos tanto a partir de tan poca evidencia..
5) Modularidad o especificidad cognitiva: desde algunos modelos teóricos
(psicología constructivista, lingüística estructural, gramática cognitiva) se ha
defendido la idea de que el lenguaje no es una capacidad mental diferenciada
sino más bien un aspecto más de su desarrollo intelectual global. Contra esta
afirmación se pueden aducir numerosos ejemplos de trastornos cognitivos
selectivos, es decir, que afectan capacidades mentales concretas dejando
intactas todas las demás. Así por ejemplo, los afectados por Trastorno Específico
de lenguaje (TEL, en inglés SLI, Specific Language Impairment) o disfasia
genética conservan inalteradas sus capacidades cognitivas pero manifiestan
alteraciones lingüísticas muy importantes .(Newmeyer, 1997; Van der Lely,
1997). Los individuos diagnosticados con el síndrome de Williams, en cambio,
presentan un IQ medio de 60-70, mientras que su competencia lingüística es
mayor de la esperada.
En este debate a favor de la existencia de un “gen del lenguaje” específico
el estudio de la denominada “familia KE” es especialmente interesante
.Aproximadamente la mitad de sus miembros (15 de 29) se encuentran afectados
por una alteración lingüística grave (que les impide, entre otras cosas, usar
adecuadamente la morfología verbal o articular de manera adecuada) que se
transmite con un patrón de herencia correspondiente a un único gen dominante
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autosómico. En los apartados que siguen analizaremos con detalle este caso y
sus implicaciones.
Hemos aportado argumentos a favor del carácter innato del lenguaje.
Existen, pues, evidencias que demuestran la regulación genética de
determinados aspectos lingüísticos, aunque probablemente sea difícil o poco
ajustado a la realidad hablar de un único gen del lenguaje: esta expresión es más
bien una metáfora simplificadora para referirnos a una realidad muy compleja y,
de momento, mal conocida. En este trabajo partimos de la idea de que los
principios de la Gramática Universal (GU) son reales y tienen una categoría,
respecto del sistema nervioso central, similar a la de las leyes mendelianas de la
genética (Jenkins, 2002, p. 161), es decir, son una característica abstracta de
mecanismos básicos que manifiestan estructuras nerviosas genéticamente
determinadas y especificadas. En definitiva, parece que podemos caracterizar
los supuestos “genes del lenguaje” como inespecíficos y codificadores de
factores de trascripción (Benítez-Burraco, 2006, 2008a y 2008b; también
Lorenzo, 2006, p. 17 y De Frutos et al. 2005: Nadal, Amengual Bunyola, Ramis,
Capó y Cela Conde, 2007).
BIBLIOGRAFÍA
Baker, M., 1996. The polysynthesis parameter. Oxford University Press. Nueva
York.
Fisher, S., Vargha-Khadem, F.,Watkins, K., Monaco, A. y M. Pembrey, 1998.
“Localisation of a gene implicated in a severe speech and language
disorder”, Nature Genetics, 18.
REFERENCIAS
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CHAMBERLAIN, C., MORFORD, J. P. y MAYBERRY, R. I. Language Acquisition
by Eye. Mahwah: Lawrence Erlbaum, 2000.
CHOMSKY, N. Syntactic structures. The Hague: Mouton, 1957.
CHOMSKY, N. Language and mind. Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich,
1972.
CHOMSKY, N. Knowledge of language: its nature, origin and use. Nueva York:
Praeger, 1986.
CHOMSKY, N. New horizons in the study of language and mind. Cambridge:
CUP, 2000.
CHOMSKY, N. Three factors in language design. Linguistic Inquiry, 2005, vol.
36, nº1, p. 1-22.
CURTISS, S. Genie: A psycholinguistic study of a modern-day “wild-child”. Nueva
York: Academic Press, 1977.
CURTISS, S. Dissociations between language and cognition: Cases and
implications. Journal of autism and developmental disorders, 1981, nº 11,
p. 15-30.
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