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Universidad Andina Nestor Cáceres Velásquez

C.A.P PSICOLOGÍA

ASIGNATURA : terapia del lenguaje


PSICOLOGO : deza guzman marco
Edgardo
TEMA : FACTORES GENÉTICOS
QUE INTERVIENEN EN LA APARICION DE
PROBLEMAS DE LENGUAJE .

ESTUDIANTE : ZEVALLOS VILCAPAZA


JOSUE EDGARD

JULIACA - PERÙ

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FACTORES GENÉTICOS QUE INTERVIENEN EN LA APARICIÒN
DE PROBLEMAS DE LENGUAJE

Las bases genéticas del lenguaje

Si la facultad del lenguaje tiene sustento innato, debe transmitirse por herencia.
Como es bien sabido, los genes no pueden codificar directamente principios
funcionales (tal es, de hecho, la principal reticencia sobre la genética del
comportamiento); su misión es codificar la síntesis de las proteínas. Jackendoff
(2002) señala que tales proteínas establecen parámetros de desarrollo cerebral
aún desconocidos; por ello, por ahora no hay esperanza de comprender los
mecanismos indirectos operantes en la transmisión genética del lenguaje
(tampoco la del resto de niveles de organización funcional).

Genética y lenguaje

Durante largo tiempo, se estableció una tajante contraposición entre naturaleza


(nature) y crianza (nurture); mientras el ser humano era el (único) representante
del segundo dominio, las demás especies quedaban confinadas en el ámbito
natural. Según tal visión, nuestra especie, frente al resto, habría trascendido los
factores genéticos; así, la primacía de los genes se equiparaba con un veto de
cualquier tipo de aprendizaje, mientras que liberarse de tal primacía otorgaba
una capacidad ilimitada de aprendizaje; precisamente, la imagen tradicional del
ser humano (fuertemente antropocéntrica) era el mejor ejemplo de lo que se
puede obtener cuando una especie está liberada del control de los instintos.
Instinto, pues, se oponía a aprendizaje, existiendo una brecha insalvable entre
los dos planos.
El ejemplo paradigmático de la primacía de la crianza en nuestra especie fue el
lenguaje. Tal visión, que encontró especial eco en la tradición estructural-
antropológica, es caracterizada por Baker (1996): “Esta tradición considera el
lenguaje como un fenómeno cultural; por tanto, las lenguas difieren por las

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mismas razones por las que difieren las culturas. En concreto, pueden ser
moldeadas en vías importantes por la visión del mundo, los modelos de
interacción y la historia particular de un grupo concreto de personas. Dado que
esos factores culturales pueden ser muy diferentes, en la misma medida las
lenguas serán muy diferentes”. En suma, el lenguaje se erigía en el principal
estandarte de los progresos que el ser humano había logrado mediante la
cultura.
Tal concepción respondía a una motivación global muy clara (aún persistente):
la resistencia a aceptar una genética del comportamiento; frente al papel diáfano
de los genes en el plano fisiológico, la idea de que también son relevantes en la
conducta es polémica, porque suele identificarse con el determinismo.
Sin embargo, tal concepción comenzó a cuestionarse en la segunda mitad del
siglo XX en numerosos dominios, lingüística incluida, de modo que se fue
rechazando el carácter enfrentado de naturaleza y crianza, favoreciendo en su
lugar una integración de los efectos de ambas. El biólogo Michael Ruse (1986)
señala que “desde una perspectiva darwinista general, suponer que una cultura
está aislada en la cima de los genes es ineficiente y peligroso para ambas partes.
La mente como tabula rasa requiere un cerebro con una gran capacidad en
blanco […]. Esta receptividad total requeriría probablemente una capacidad
craneal mucho mayor de la que ahora poseemos. Este requisito convierte a la
hipótesis en altamente improbable”. Por tanto, la posesión, adquirida
evolutivamente, de diferentes capacidades de aprendizaje aumenta la eficacia
biológica (fitness) de los organismos, ya que el aprendizaje es el medio del que
disponen los genes para ajustarse a las exigencias cambiantes del entorno.
Wilson (1978) defiende claramente la complementariedad de lo innato y lo
aprendido: “El potencial de aprendizaje de cada especie parece estar totalmente
programado por la estructura de su cerebro, la secuencia de las descargas de
sus hormonas y, finalmente, por sus genes. Cada especie animal está
“preparada” para aprender ciertos estímulos, impedida de aprender otros y
neutral con respecto a otros más”.
Las dos ópticas señaladas, tradicional y moderna, responden a dos
concepciones diferentes sobre el aprendizaje: aprendizaje por instrucción y por
selección. Según la primera, correspondiente a la óptica tradicional, el

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mecanismo de aprendizaje consiste en traspasar información desde el exterior
(entorno) al interior del organismo, de modo que éste carece de toda capacidad
previa, siendo construido de manera paulatina por la experiencia, según
interioriza los estímulos pertinentes. Frente a ella, el aprendizaje por selección
implica que el organismo desarrolla rasgos compatibles con las capacidades
preexistentes del programa genético. La diferencia entre ambas nociones es
acusada: mientras el aprendizaje por instrucción descansa únicamente en el
papel de la experiencia, encargada de configurar por completo al ser, el
aprendizaje por selección relativiza tal papel; sin negar obviamente su
importancia, la función de la experiencia es disparar o activar rasgos innatos
específicos de dominio que preexisten a ella.
La sustitución de un paradigma por otro permite insertar al ser humano en una
posición realista, acorde con el resto de especies (López García, 2002, que
remite el proceso comunicativo al propio nivel celular): desde la óptica tradicional,
la especie humana era una suerte de isla en mitad del reino animal; isla
puramente cultural, carente de cualquier instinto, ubicada sin embargo en el seno
de una naturaleza llena de especies con instintos específicos. Como por arte de
magia, nos habríamos librado del predominio de los instintos, accediendo así a
un aprendizaje ilimitado.
También el lenguaje participa de tal cambio de perspectiva. La idea de que el
lenguaje implicaba un fenómeno cultural por excelencia dejaba sin explicar por
qué sólo nuestro sistema, frente al resto de la comunicación animal, estaba libre
de factores genéticos. De nuevo nos topamos con ese carácter de isla en medio
del mar de la naturaleza que nos otorgamos durante largo tiempo. Hoy en día,
sin embargo, hay numerosas evidencias sobre la existencia de un aprendizaje
“preparado”, para el lenguaje; en suma, sobre la existencia de factores innatos
implicados en su adquisición (para un breve repaso ver Lorenzo y Longa, 2003).

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EL INNATISMO DE NOAM CHOMSKY)

Indicios de la predeterminación biológica del lenguaje

Los argumentos manejados (especialmente, por de noam el innatismo


chomsky) sobre tal predeterminación biológica, se derivan básicamente del
análisis de la adquisición del lenguaje en el niño. Con ello, el estudio del lenguaje
está en paralelo con el de otros dominios cognitivos humanos, también centrados
en el desarrollo como fuente central de información. Tales argumentos dibujan
el siguiente panorama.

«Todos los grupos y sociedades humanas poseen lenguaje y éste es


exclusivo de nuestra especie. Además, todas las lenguas, plasmaciones de
la facultad del lenguaje, se han revelado como sistemas de idéntica
complejidad, con independencia del grado de desarrollo o de aislamiento
de una sociedad»
Todos los grupos y sociedades humanas poseen lenguaje y éste es exclusivo de
nuestra especie. Además, todas las lenguas, plasmaciones de la facultad del
lenguaje, se han revelado como sistemas de idéntica complejidad, con
independencia del grado de desarrollo o de aislamiento de una sociedad. Por
otro lado, existen correlatos neurales estrechamente ligados a esa capacidad.
Auditivamente, estamos preparados para discriminar sonidos lingüísticos con
mucha mayor eficiencia que los no lingüísticos, en una proporción de tres a uno.
El lenguaje está sometido a un período crítico, pudiendo adquirirse únicamente
hasta una determinada edad; más allá de ella, la exposición a la experiencia sólo
capacita para adquirir un protolenguaje, carente de las propiedades centrales del
lenguaje. Hay una gran diferencia entre la adquisición de la lengua nativa y la de
segundas lenguas: mientras todos llegamos (patologías aparte) a dominar
perfectamente la nativa, independientemente de nivel de inteligencia, educativo,
etc., la adquisición de una segunda lengua, superado el período crítico, debe
hacerse con esfuerzo y produce gran variación en los resultados. El niño
adquiere en edad muy temprana un sistema de gran complejidad como el

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lenguaje (a los tres años ya posee un gran dominio) en el tiempo en que es
incapaz de afrontar tareas cognitivas mucho más simples. El lenguaje y el resto
de la cognición son entidades disociables: una deficiencia cognitiva puede
acompañar a una función lingüística no afectada y viceversa. Los niños
atraviesan por etapas y ritmos que muestran gran concordancia con
independencia de la lengua adquirida (también en lenguas de signos) y la
“cantidad” de la experiencia no es relevante: algunas culturas, como la nuestra,
tienen un estilo de habla dedicado al niño (maternés), mientras que otras ignoran
al niño hasta que puede hablar con solvencia; a pesar de ello, en ambos casos
adquieren el lenguaje sin diferencias temporales. El niño puede desarrollar
sistemas gramaticales complejos a partir de una evidencia pobre, oral o gestual.
Los enunciados lingüísticos, recibidos linealmente, ocultan la estructura formal
de las oraciones, que es jerárquica; a pesar de ello, el niño la aprende muy rápido
sin ningún tipo de instrucción, desarrollando un sistema intrincado y falto de
correspondencia con las señales a las que está sometido (pobreza del estímulo).

DESARROLLO DEL LENGUAJE


El lenguaje como función psíquica superior surge con la propia existencia de la
humanidad y se establece en elemento esencial de las relaciones sociales.
Diferentes autores como Peña (2011); Figueredo (2000); Pérez (2002); y
Chernousova (2008), coinciden en destacar que el lenguaje constituye la
envoltura material del pensamiento; constituye el principal medio para la
comunicación humana que se realiza a través de un sistema funcional complejo,
en el que se emplean símbolos específicos principalmente verbales y orales. Se
reconoce que el lenguaje es vital para la formación, funcionamiento y regulación
de la personalidad, favorece el desarrollo individual depende de la relación entre
las condiciones biológicas y el contexto social. La utilización del lenguaje como
vía fundamental del niño para comunicarse es un proceso mediado por la
participación del adulto pues, la estimulación e integración del sistema de
funciones psíquicas le permite al niño tener acceso a la cultura humana y a la
comunicación. El lenguaje está integrado por tres componentes: fónico
(pronunciación), léxico (vocabulario) y gramatical (morfología y sintaxis)
estrechamente relacionados entre sí y con la evolución física y psíquica. Según

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la realización del lenguaje se distinguen dos procesos, la percepción o
comprensión del habla (lenguaje impresivo) y su reproducción o realización
(lenguaje expresivo), cuya formación depende de las condiciones anátomo-
fisiológicas individuales y las relaciones interpersonales. De esta interrelación
emergen mecanismos del sistema funcional verbal y generación del enunciado
que instituyen el lenguaje como función psíquica.

«Todos estos hechos, tomados en conjunto, hacen inviable sostener que


aprender a hablar implica una mera interiorización de hábitos surgidos en
el marco de lo cultural, apuntando a que el lenguaje es un rasgo
biológicamente asentado»
Todos estos hechos, tomados en conjunto, hacen inviable sostener que aprender
a hablar implica una mera interiorización de hábitos surgidos en el marco de lo
cultural, apuntando a que el lenguaje es un rasgo biológicamente asentado.

Genotipo y fenotipo

Si el lenguaje es una facultad con un soporte biológico más que un rasgo cultural
(aunque obviamente lo cultural sea relevante para adquirir una lengua concreta),
apliquemos la lógica que subyace al aprendizaje por selección. En él, se deben
diferenciar dos componentes (cuyos efectos se suman): el estado inicial y la
experiencia, que activa al primero. La interacción de ambos factores resulta en
un estado estable dado (el rasgo en cuestión). Extendiendo tal visión al lenguaje,
el estado inicial es único para la especie, invariable entre los individuos con
independencia de la lengua que adquieran (obviamente, es inviable postular
diferentes asientos genéticos para diferentes lenguas). Ese estado inicial común
a la especie, sometido a una experiencia cambiante (la exposición a una u otra
lengua) determina el estado estable (el conocimiento del turco, del gallego o del
hindi). La misión del estado inicial es configurar la forma de una lengua humana
posible, los rasgos abstractos de diseño de cualquier plasmación del lenguaje,
actuando así como guía del proceso de adquisición, que motiva que el niño
explore ciertas opciones, pero que descarte automáticamente otras sin
considerarlas; de ahí se deriva la rapidez de adquisición, junto al resto de
características señaladas.

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El genotipo, conformado por el material genético, determina el rango potencial
de adaptaciones funcionales al entorno que un organismo puede desarrollar
según entre en contacto con diferentes tipos de ambientes. Por su parte, el
fenotipo son las propiedades morfológico-estructurales y funcionales
desarrolladas en función de la interacción entre los genes del organismo y su
entorno. Así, el genotipo, programa interno de desarrollo, se plasma en un
fenotipo específico según determinaciones ambientales específicas. Es factible
trasladar ambas nociones al lenguaje: los rasgos señalados sobre la adquisición
apuntan a un genotipo o estado inicial común, disparado por la experiencia; ésta
no llena un organismo “desnudo”, sino que activa respuestas internas al
organismo. Tomando un paralelismo, la formación del eje de la estructura
del Fucus sp. (un tipo de alga) necesita un estímulo externo, como la luz, pero
ese estímulo no es el responsable de tal formación, que depende de la
organización interna. Por tanto, la luz es un disparador que pone en marcha algo
que está preparado para salir.

«En el estado inicial lingüístico no están especificadas las propiedades de


las diferentes lenguas, siendo el papel de tal estado descartar de antemano
la posibilidad de que se desarrollen propiedades formales concebibles
desde premisas lógicas, pero incompatibles con él»
El estado inicial común a todas las lenguas, la dote genética del lenguaje, no se
halla a buen seguro directamente codificada en el genoma, aunque sí
determinada por su composición. Monod (1970) señaló que para algunos era
una contradicción afirmar que el genoma define por entero la función de una
proteína y al tiempo que el contenido informativo de tal función sea mucho más
rico que el propio contenido del genoma. Sin embargo, el enriquecimiento
informativo, desde la codificación genética hasta su expresión final, implica
realizar una estructura somática particular entre otras muchas concebibles a
priori, pero irrealizables a partir de tales condiciones iniciales. Por ello, la
información final no tiene por qué estar especificada en el genoma, que no
obstante descarta otras opciones de desarrollo. De modo similar, en el estado
inicial lingüístico no están especificadas las propiedades de las diferentes
lenguas, siendo el papel de tal estado descartar de antemano la posibilidad de

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que se desarrollen propiedades formales concebibles desde premisas lógicas,
pero incompatibles con él. Los diferentes estados finales obtenidos o lenguas
son sistemas diferenciados entre sí, pero sujetos a un diseño o esquematismo
común, constituyendo estados alternativos de desarrollo.
Tal panorama se desprende de los datos sobre la adquisición, que apuntan a
una clara base innata. Sin embargo, no debemos equiparar innato con
estrictamente genético: al lado están los procesos de epigénesis, interacción
entre genes y entorno, que suponen procesos de emergencia no bien conocidos.
De hecho, es la epigénesis, especialmente rica en el ser humano, la que motiva
la ausencia de una relación cerrada entre genes y comportamiento, dando un
enorme margen de maniobra al organismo.

LAS BASES GENÉTICAS DEL LENGUAJE

Si la facultad del lenguaje tiene sustento innato, debe transmitirse por herencia.
Como es bien sabido, los genes no pueden codificar directamente principios
funcionales (tal es, de hecho, la principal reticencia sobre la genética del
comportamiento); su misión es codificar la síntesis de las proteínas. Jackendoff
(2002) señala que tales proteínas establecen parámetros de desarrollo cerebral
aún desconocidos; por ello, por ahora no hay esperanza de comprender los
mecanismos indirectos operantes en la transmisión genética del lenguaje
(tampoco la del resto de niveles de organización funcional).

Pero desde premisas menos ambiciosas, ¿hay alguna evidencia que muestre
claramente una base genética para el lenguaje? Dadas las limitaciones en el
estudio cerebral, la investigación de esa cuestión, como sucede con otros
muchos estudios para entender la localización y funciones de los genes, se
centra en localizar deficiencias hereditarias que impliquen fallos en el mecanismo
de transmisión del lenguaje. La lógica es clara: “si nuestra facultad lingüística
tiene un componente innato, entonces debe haber variación genética para ese
rasgo” (Maynard Smith y Szathmáry, 1999). Y para apreciar los efectos, es

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necesario que el citado menoscabo sea específico del lenguaje, independiente
de otros aspectos de la cognición.
Tal evidencia existe y se relaciona con el fenómeno conocido como trastorno
específico del lenguaje. Gopnik (1990) estudió tres generaciones de una familia
inglesa, denominada KE, algunos de cuyos miembros (16 de 31) mostraban
problemas con el lenguaje de carácter específicamente gramatical, consistentes
en que no disponían de reglas generales sobre rasgos gramaticales (plural,
tiempo pasado, género, etc.). Por ejemplo, producen plurales correctos para
palabras conocidas, pero carecen de una regla general de formación de plural
capaz de operar con palabras inventadas o no conocidas: no pueden decidir si
el plural de una palabra inventada como wug es wugs y deben aprender la forma
plural como una pieza léxica diferente en cada caso.
El estudio posterior de familias de otros países reveló que, aunque el trastorno
es en parte heterogéneo, existe un núcleo común, conformado por 1) dificultades
para adquirir el lenguaje en ausencia de factores susceptibles de ser
responsabilizados de ellas (sordera, retraso cognitivo, daño neural aparente o
autismo); 2) problemas motores (movimientos orofaciales) y específicamente
gramaticales; mientras los primeros son reversibles y se pueden superar con el
tiempo, los segundos persisten; y 3) incapacidad para usar las reglas productivas
de formación de palabras y para satisfacer todo tipo de requisitos de
concordancia. La singularidad del trastorno, pues, estriba en el carácter
específicamente gramatical de sus síntomas, así como en su distribución entre
los miembros de las familias afectadas (figura 1).

Figura 1. Árbol familiar de tres generaciones de la familia KE. Fuente: Gopnik et al., 1997: 126

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Gopnik atribuyó los trastornos lingüísticos de la familia KE a la herencia; en
concreto, a un alelo autosómico dominante. Por otro lado, la suposición de que
el defecto se relaciona con un solo gen, no con varios, deriva de que el síndrome
no se produce en grados.

La vinculación del caso descrito con un gen se demostró posteriormente, en dos


pasos sucesivos. En 1998, un artículo de un equipo de genetistas (Fisher et al.,
1998) expone los resultados de una investigación efectuada en el material
genético de esa familia. Detectó una región en el cromosoma 7, SPCH1, que en
los miembros afectados presenta una composición diferente a la que rige tanto
en los no afectados como en el resto de la población. Este resultado fue
concretado aún más por Lai (Lai et al., 2001), que localiza el defecto de la familia
KE en un gen de la región SPCH1, bautizado como FOXP2, el primero
específicamente vinculado con el lenguaje. Esa localización fue corroborada
mediante el examen de otro individuo (CS) sin relación con la familia; por otro
lado, análisis genéticos descartaron la coincidencia casual o la posibilidad de un
polimorfismo natural: en todos los miembros afectados de la familia (además de
en CS), pero en ninguno de los no afectados y en ninguno de los 364
cromosomas analizados de personas no afectadas sin relación con la familia, un
nucleótido de guanina aparece reemplazado por uno de adenina, lo que causa
un cambio de aminoácidos (la arginina es sustituida por la histidina) que altera la
función de la proteína (figuras 2 y 3). Los autores defienden que la alteración en
ese gen, de tipo regulador, produce un desarrollo anormal en la embriogénesis
de las estructuras neurales relevantes para el lenguaje.

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Figura 3. Representación de las tres proteínas conocidas FOXP (1, 2 i 3), junto a las que se
reflejan proteínas de otras ramas de la familia FOX. La flecha vertical pequeña (encima de Helix
3) indica el lugar exacto de la sustitución en FOXP2 de la arginina en los miembros afectados de
la familia KE. Fuente: Lai et al. 2001: 521

El significado del descubrimiento

Sea cual sea su función exacta, el hallazgo de un gen relacionado con el lenguaje
tiene gran trascendencia: por un lado, muestra la factibilidad de una genética del
comportamiento, que no implica determinismo, sino aprendizaje “preparado”. Por
otro, confirma lo que dicta el sentido común: tanto nuestro sistema comunicativo,
como, desde bases más amplias, nuestra especie, no son en cada caso una “isla
cultural” situada en medio de un mar de instintos, sino que participamos del resto
de especies en tanto que formamos parte de la misma naturaleza. Por ello, el
camino abierto mediante el descubrimiento es enormemente prometedor, si bien
debe valorarse en sus justos términos. En primer lugar, a buen seguro deben
existir otros segmentos genéticos relacionados con el lenguaje, pero no
conocidos y quizás no tan fáciles de localizar, teniendo en cuenta fenómenos
como la pleitropía o efectos derivados de poligenes. Sin embargo, no es
necesario suponer una gran carga genética para el lenguaje, dada la relevancia
de los procesos de epigénesis. Por otro lado, debe recordarse que las
instrucciones contenidas en los genes son, estrictamente hablando,
instrucciones para la especialización celular en tipos particulares de tejidos, no
pudiendo plasmar directamente principios funcionales. Por ello, estudios como
los citados deben interpretarse como que confirman la existencia de genes que
codifican para elaborar tejido neural específicamente dedicado al lenguaje. Los
años venideros serán, a buen seguro, apasionantes en este sentido.

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La genética es esencial en el desarrollo del
lenguaje

El carácter innato de la facultad lingüística

Desde la aparición en las ciencias lingüísticas del paradigma generativista


es común entender el lenguaje humano como un fenómeno natural
biológicamente determinado, sustentado en el cerebro y caracterizado
genéticamente. Desde esta perspectiva se vería el lenguaje como una verdadera
“propiedad de la especie” (a true “species property”, varying little among humans
and without significant analogue elsewhwere) (Chomsky, 2000, p. 3; también,
entre otros, Hauser, Chomsky y Fitch, 2002, p. 1569) codificada en los genes
(We assume further that the language organ is like others in that its basic
character is an expression of the genes) (Chomsky, 2000, p. 4; Hauser, Chomsky
y Fitch, 2002, p. 1569): Es más, la facultad del lenguaje puede considerarse con
razón un “órgano del lenguaje”, en el mismo sentido en que en las ciencias
biomédicas se habla de “sistema circulatorio”, “sistema inmune”, “órganos de los
sentidos” o “aparato locomotor”, es decir, como órganos del cuerpo humano
(Chomsky, 2000, p. 4).
Las afirmaciones anteriores son aceptadas más o menos unánimemente
por los investigadores. Con todo, queda una cuestión primordial por dilucidar,
causante de no pocos problemas: no hay acuerdo sobre qué queremos decir
cuando afirmamos que el lenguaje es innato y genéticamente determinado. Este
problema, que no es baladí, estriba básicamente en establecer de manera clara
qué entendemos por innato, y también determinar qué constituye el lenguaje,
qué es la facultad del lenguaje, ya que de ello depende la respuesta que se dará
a la cuestión inicial. En este artículo entenderemos como innato todo aquello que
forme parte del equipamiento biológico de una especie, accesible desde el
nacimiento o mediante la maduración. Por lenguaje consideraremos, en el
sentido de Hauser, Chomsky y Fitch, 2002, dos concepciones estrictas de este
concepto: la Facultad del lenguaje en sentido amplio (Faculty of language-broad

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sense o FLB), un sistema computacional interno combinado con al menos dos
sistemas también internos, el “sensorio-motor” y el “conceptual-intensional”
[conceptual-intentional], y la Facultad del lenguaje en sentido estricto (Faculty of
language-narrow sense o FLN), esta última la única específicamente humana,
caracterizada como un sistema computacional, la sintaxis estricta, que genera
representaciones internas y las envía a las dos interficies, la sensorio-motora
(mediante el sistema fonológico) y la conceptual-intencional (mediante el sistema
semántico: Lo verdaderamente esencial de la FLN es la capacidad de infinitud
discreta, de manera que cada expresión discreta es enviada simultáneamente a
las dos interficies, que procesan y elaboran la información en el uso del lenguaje.
De esta manera, cada expresión es un emparejamiento de sonido y significado.
Debe revisarse también lo que se entiende por adquirido o aprendido:
ciertamente el niño desarrolla su competencia lingüística cuando entra en
contacto con las experiencias y el intercambio lingüístico con otros humanos, por
lo que la dotación genética es condición necesaria pero no suficiente para
expandir y hacer crecer la capacidad lingüística del individuo
Frente a una concepción del aprendizaje restrictiva y mecánica, según la cual
se equipara aprendizaje e instrucción resulta mucho más operativo entender el
aprendizaje como una selección(Lorenzo y Longa, 2003, p. 12-18; Lorenzo,
2006; también Jerne, 1967, p. 205, Jerne, 1985, p. 94, Marler y Peters, 1989,
Marler 1991, Mehler y Dupoux, 1990, p. 152, Piatelli-Palmarini, 1989, Slater,
1999). Esta perspectiva se basa en el hecho evidente de que muchas especies
animales manifiestan ya desde el nacimiento una predisposición clara para la
recepción de ciertos estímulos, y de esta manera los organismos desarrollarían
representaciones del entorno y formas de comportamiento compatibles con el
sistema de capacidades que les es propio a partir de potencialidades
preexistentes en su programa genético. El generativismo chomskiano, de
manera lógica, considera perfectamente compatible el innatismo de lenguaje con
esta influencia del entorno (“selección”).
A continuación presentamos, de manera muy sucinta, algunos argumentos
que demuestran el innatismo del lenguaje (Lorenzo y Longa, 2003, p. 21-65;
Jenkins, 2000, capítulo 4; Stromswold, 2001):
1) Universalidad y especificidad: FLN y FLB son universales, puesto que
todos los recién nacidos humanos sin alteraciones la poseen ya desde el
momento del nacimiento (o, de hecho, incluso ya antes: Es específica
porque es exclusiva de la especie humana, al menos en el sentido estricto
(FLN, es decir, sistema computacional o sintaxis: Hemos de recordar que
las lenguas de signos manifiestan igualmente esta característica

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2) Existencia de un sustrato neuronal específico: la facultad del lenguaje se
localiza al menos en parte en el hemisferio cerebral izquierdo, asimetría que se
encuentra anatómica y funcionalmente predeterminada. El estudio de las
afasias, a pesar de no ser concluyente al cien por cien (Mendívil Giró, 2003, p.
275-276, Szczegielniak, manuscrito), sí aporta pruebas que demuestran esta
base biológica sobre la que se asienta el lenguaje. De todas maneras, cuando
se habla, siguiendo a Chomsky, de “órgano del lenguaje”, no es para especificar
una región compacta, concreta y delimitada del cerebro, sino más bien para
referirse a espacios cerebrales intercomunicados de manera más intensa.
3) Existencia de un período crítico para la adquisición del lenguaje: para
determinar si una característica determinada es innata o adquirida es habitual,
en las investigaciones biológicas, que se indague la existencia del denominado
“período crítico”, es decir, de aquella delimitación temporal que enmarca el
desarrollo de un organismo determinado. En otras palabras, si un organismo está
predeterminado para manifestar una característica por el hecho de pertenecer a
una especie concreta puede suceder que sea necesaria la exposición de este
organismo a determinados estímulos o experiencias pertinentes durante un
lapso de tiempo también predeterminado como crítico. Por lo que respecta al
lenguaje, es evidente que si un humano no adquiere y desarrolla el lenguaje
durante la primera infancia, no lo podrá adquirir nunca. Los estudios hechos con
niños selváticos o deprivados socioculturalmente, aislados del contacto con otros
humanos, así lo demuestran .
4) La “Paradoja de la adquisición del lenguaje” (“Problema de Platón”) y las
diferencias en la adquisición de primeras y segundas lenguas: Los principios que
rigen el funcionamiento de las lenguas son adquiridos por los niños a edad muy
temprana, de manera espontánea y sin esfuerzo aparente, teniendo en cuenta
además que los estímulos recibidos son muy limitados, heterogéneos,
incompletos, erróneos y contradictorios (Chomsky, 1957, 1965, 1972, 1986;
Mendívil Giró 2003, p. 340-355; Lorenzo y Longa, 2003, p. 30-32; Pinker, 1994:
Debemos entender que los progenitores no enseñan a hablar a sus hijos, sino
que más bien les proporcionan estímulos y posibilidades de comunicación y de
relación, además de evidencias para la fijación de parámetros. Pero los
elementos de la Gramática Universal ya se encuentran programados en el
individuo a nivel genético: nadie nos ha enseñado a trasladar elementos
oracionales, a operar con huellas [trace], a manejar categorías vacías, a construir

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e interpretar oraciones reducidas de relativo, etc., sino que todo esto forma parte
del conocimiento tácito del hablante. Así pues, la primera lengua se adquiere de
manera espontánea, inconsciente, rápida y progresiva, con una garantía total (en
ausencia de patologías o alteraciones lingüísticas) en el éxito del proceso y a
partir de muy poca evidencia. Es remarcable que todos los niños adquieren su
lengua (incluidas las lenguas de signos) a una edad similar, pasando por unas
mismas etapas y con ritmos parecidos, con independencia de su nivel de
inteligencia, lengua, cultura o educación.
Las segundas lenguas, en cambio, se aprenden de manera consciente,
voluntaria, con objetivos y estrategias preestablecidos y con resultados que
ponen de manifiesto muy claramente diferencias individuales muy acusadas.
Todo esto debe relacionarse, como es obvio, con el período crítico para la
adquisición del lenguaje y con el mecanismo de adquisición lingüística que opera
en este momento (Lorenzo y Longa 2003, p. 30-32, Torrego, 2002), y nos
conduce hacia algunas cuestiones paradójicas: cuanto más inmaduro es un
individuo, mayor es la capacidad de desarrollar sus habilidades mentales (en
nuestro caso, el lenguaje); en segundo lugar, el denominado “Problema de
Platón”, cómo sabemos tanto a partir de tan poca evidencia..
5) Modularidad o especificidad cognitiva: desde algunos modelos teóricos
(psicología constructivista, lingüística estructural, gramática cognitiva) se ha
defendido la idea de que el lenguaje no es una capacidad mental diferenciada
sino más bien un aspecto más de su desarrollo intelectual global. Contra esta
afirmación se pueden aducir numerosos ejemplos de trastornos cognitivos
selectivos, es decir, que afectan capacidades mentales concretas dejando
intactas todas las demás. Así por ejemplo, los afectados por Trastorno Específico
de lenguaje (TEL, en inglés SLI, Specific Language Impairment) o disfasia
genética conservan inalteradas sus capacidades cognitivas pero manifiestan
alteraciones lingüísticas muy importantes .(Newmeyer, 1997; Van der Lely,
1997). Los individuos diagnosticados con el síndrome de Williams, en cambio,
presentan un IQ medio de 60-70, mientras que su competencia lingüística es
mayor de la esperada.
En este debate a favor de la existencia de un “gen del lenguaje” específico
el estudio de la denominada “familia KE” es especialmente interesante
.Aproximadamente la mitad de sus miembros (15 de 29) se encuentran afectados
por una alteración lingüística grave (que les impide, entre otras cosas, usar
adecuadamente la morfología verbal o articular de manera adecuada) que se
transmite con un patrón de herencia correspondiente a un único gen dominante

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autosómico. En los apartados que siguen analizaremos con detalle este caso y
sus implicaciones.
Hemos aportado argumentos a favor del carácter innato del lenguaje.
Existen, pues, evidencias que demuestran la regulación genética de
determinados aspectos lingüísticos, aunque probablemente sea difícil o poco
ajustado a la realidad hablar de un único gen del lenguaje: esta expresión es más
bien una metáfora simplificadora para referirnos a una realidad muy compleja y,
de momento, mal conocida. En este trabajo partimos de la idea de que los
principios de la Gramática Universal (GU) son reales y tienen una categoría,
respecto del sistema nervioso central, similar a la de las leyes mendelianas de la
genética (Jenkins, 2002, p. 161), es decir, son una característica abstracta de
mecanismos básicos que manifiestan estructuras nerviosas genéticamente
determinadas y especificadas. En definitiva, parece que podemos caracterizar
los supuestos “genes del lenguaje” como inespecíficos y codificadores de
factores de trascripción (Benítez-Burraco, 2006, 2008a y 2008b; también
Lorenzo, 2006, p. 17 y De Frutos et al. 2005: Nadal, Amengual Bunyola, Ramis,
Capó y Cela Conde, 2007).

BIBLIOGRAFÍA
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York.
Fisher, S., Vargha-Khadem, F.,Watkins, K., Monaco, A. y M. Pembrey, 1998.
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disorder”, Nature Genetics, 18.

REFERENCIAS

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evidencias. I. Aspectos fenotípicos y modelos animales. Revista de
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BENÍTEZ-BURRACO, A. FOXP2 y la biología molecular del lenguaje: nuevas
evidencias. II. Aspectos moleculares e implicaciones para la ontogenia y
la filogenia del lenguaje. Revista de Neurología, vol. 46, nº 6, p. 351-359.
BENÍTEZ-BURRACO, A. What are language genes actually telling us? En:
ROSSELLÓ, J. y MARTÍN, J. (eds.). The biolinguistic turn. Issues on
language and biology. Barcelona: Universitat de Barcelona, 2006, p. 187-
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by Eye. Mahwah: Lawrence Erlbaum, 2000.
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York: Academic Press, 1977.
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implications. Journal of autism and developmental disorders, 1981, nº 11,
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disorder”, Nature Genetics, 18.

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