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Bidegurutze I/1 (2011) 41-50

ALEGATO A FAVOR DE UNA ECLESIOLOGÍA INDUCTIVA¹

JOAQUÍN PEREA*

La difunta eclesiología

Durante siglos la teología había sido una lectio biblica, un


comentario sapiencial de la Sagrada Escritura, abierta a todos,
trabajo intelectual libre, válido en sí mismo. Lamentablemente
después del Concilio de Trento hasta el siglo XX la orientación
predominante de todo el quehacer teológico fue, salvo excepciones,
de carácter analítico, principalmente especulativa, deductiva,
objetivizada. La “sacra doctrina”, por sagrada, era intangible en su
sustancia. Los teólogos estuvieron al servicio de la institución o de la
jerarquía para defenderla de las herejías o de los enemigos de la
Iglesia y habitualmente dieron una interpretación maximalista de los
dogmas. Se dedicaron a explicar y justificar todos los elementos del
sistema.
La eclesiología, como parte de tal teología, era apologética,
polemista, arma intelectual en el combate contra las Iglesias
protestantes y contra la modernidad, apresada en las tesis
hierocráticas y en el centralismo romano, orientada "verticalmente",
mantenedora de la concepción jurídica de la sociedad perfecta, con
sus correspondientes exigencias políticas (aspecto que no debe
olvidarse). En definitiva, daba la impresión de estar haciendo
arqueología eclesiológica, aséptica y sin incidencia en la praxis
eclesial. Fui testigo y paciente de tal eclesiología en mis años de

¹ La petición de Izaskun y de Miguel Ramón de colaborar en este primer número de Bidegurutze con una cola-
boración que tenga “un componente vivencial” ha coincidido en el tiempo con la necesidad de escribir una
introducción justificativa del método que he empleado en una breve obra de eclesiología que me ha pedido la
Editorial HOAC. Recojo y amplío aquí las ideas utilizadas en dicha introducción, que, por otra parte, ya expli-
cité y fundamenté muy extensamente en mi tesis doctoral. Me parece que ahí se encuentra el componente vi-
vencial pedido.

* Doctor en Teología. Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao.

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Joaquín Perea

estudios en la Universidad Gregoriana de Roma, donde tuve como


profesores a los PP. Tromp y Zapelena, el primero de ellos
“theologus compilator” (como entonces se llamaba pomposamente)
de la encíclica de Pío XII “Mystici Corporis” y del primer Esquema
preparatorio “De Ecclesia” para el Concilio Vaticano II, que fue
rechazado por los Padres Conciliares.
Los tiempos han cambiado mucho desde entonces; nosotros los
hemos hecho cambiar. Todo lo que estaba ligado a la cultura
tradicional ha perdido su sentido y su legitimidad. Aquella teología
vertical de los tiempos pasados ha virado a lo horizontal, es decir, ha
entrado en el debate con los problemas y cuestiones del tiempo
actual y en el diálogo con el presente histórico. Además, al conocerse
mejor la distancia relacional entre la teología y la fe, se ha hecho más
dinámica y más comprensible de lo que antes fue.
La teología no es ya tanto la ciencia de Dios deductiva,
cuanto la ciencia de la fe que en su reflexión metódica parte de las
personas como destinatarias de la actuación salvífica liberadora de
Dios en Jesucristo. En razón del llamado "giro antropológico" ya no
se concentra solamente en "la Palabra", sino también y sobre todo
en "el oyente de la Palabra". Porque no hay palabra de Dios sin
oyente de la Palabra.
Ese cambio global de perspectiva tiene una repercusión directa
en la forma de reorientar el estudio de la eclesiología. Hoy hablamos
de la necesidad de construir una eclesiología inductiva en el ámbito
global de una teología a la que calificamos con el mismo adjetivo.

¿En qué consiste la eclesiología inductiva?

La eclesiología, como toda ciencia teológica, se ha de realizar


en un proceso circular y, por así decirlo, de retroalimentación:
proceso que parte de la experiencia individual y colectiva del
acontecimiento salvador vivido en una Iglesia concreta y llega a su
formulación en las categorías propias de la ciencia; proceso que

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retorna nuevamente a la experiencia histórica para que esta quede


transformada por los criterios nacidos de la reflexión operativa.
Con otras palabras, la reflexión eclesiológica es aquella parte
de la teología que explica e interpreta la praxis y la experiencia de la
comunidad cristiana. No debe ser algo abstracto, sino que ha de
brotar de la praxis eclesial, ha de estar “situada”, avanzar a partir de
los problemas de los cristianos de cada tiempo insertos en sus
comunidades.
Esta forma de hacer eclesiología, reflexión realizada sobre los
sujetos eclesiales y sobre su praxis, quiere ser discurso sobre una
historia que ni repite el pasado, ni rompe con él. En lugar de partir
únicamente del dato de la revelación y de la tradición, como hizo la
teología clásica, se parte también de los datos recibidos de nuestra
historia. Si aceptamos que, según la enseñanza de la “Gaudium et
Spes”, las vicisitudes humanas son el lugar de la acción salvadora
divina y que los acontecimientos históricos entran en el plan
salvador, entonces hay una dimensión eclesiológica en los
acontecimientos.
Este enfoque se encuadra en un principio global que abarca
toda la reflexión teológica desde el mismo momento de ponerse en
marcha. A saber, la experiencia es el medio a través del cual la
revelación nos habla y nosotros podemos recibirla existencialmente.
Por tanto, la mejor eclesiología no es la que planea por encima
de la historia, la que transmite un pensamiento igual a sí mismo,
forjado en un determinado momento único del cristianismo (el
supuesto acto fundacional, o la época apostólica, o el Concilio
Vaticano I u otro).
Las experiencias vividas por los creyentes y las comunidades
son el ámbito privilegiado para lograr que el discurso eclesiológico
sea elaborado no de forma dogmática deductiva, sino a partir de las
situaciones concretas por un proceso inductivo. Dicho en breve
síntesis, la reflexión teológica es un discurso de segundo nivel,
realizado con los métodos de conocimiento que le son propios, que

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parte del presupuesto existencial de la propia experiencia cristiana


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vivida en la comunidad. Más aun, no sólo se parte de la práctica,
sino que la eclesiología está dispuesta a dejarse interpelar por ella
en una tensión o confrontación entre ambas. Esta interdependencia se
ha llamado “método de correlación” (Tillich) y puede plasmarse
imaginativamente como una elipse cuyos polos, la experiencia
histórica y la respuesta eclesiológica, independientes y distintos entre
sí, se hallan ambos situados en el interior de la esfera del
compromiso de fe.
La conclusión que se saca de ahí es que solo desde la praxis es
posible elaborar un discurso eclesiológico genuino. Porque la
reflexión sobre la Palabra de Dios se halla ligada al modo como ella
es vivida y anunciada en la comunidad cristiana. Una eclesiología es
verdaderamente significativa cuando asume con profundidad la
situación que viven las Iglesias locales concretas en un momento
dado de su historia y arraiga en los verdaderos problemas de su
tiempo y en la experiencia de fe de una determinada comunidad de
creyentes. Del modo concreto como el pueblo de Dios realiza la
historia sostenido por el Espíritu, deriva el modo de la elaboración
eclesiológica en cuanto saber interpretativo de ese mismo hacer
historia.
Con otras palabras, la reflexión está inspirada por una vida de
compromiso histórico y praxis de amor; solo así tiene verdadera
significación histórica. En esta concepción la práctica social de la fe
forma parte del tejido teológico y ejerce sobre este una cierta
directividad.
Por todo ello una eclesiología que reflexiona partiendo de la
praxis, ayuda a que la Iglesia sea signo de salvación para los
hombres y mujeres de hoy y a que sus enunciados teóricos y
propuestas programáticas estén más cerca del proyecto de Jesús. Así

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Alegato a favor de una eclesiología inductiva

se prepara un futuro distinto para la Iglesia a la que tenemos que


servir los teólogos con nuestro trabajo.
Esta afirmación no significa que despreciamos,
minusvaloramos o consideramos “quantité negligeable” los estudios
científicos o los tratados académicos y universitarios. Lo que
queremos decir es que la reflexión no se ha de hacer abstrayendo de
los problemas de actualidad; ha de ser precisamente el interés por el
presente y sus preguntas, el amor a la Iglesia de hoy en su crisis y en
su búsqueda, lo que despierte y mantenga vivo el estudio de los
temas eclesiológicos.

Con incidencia en la acción pastoral

Como consecuencia de lo dicho, se percibe otra dimensión


novedosa de la eclesiología inductiva.
Si la eclesiología no quiere convertirse en el lenguaje propio de
una secta, ha de acompañar el esfuerzo colectivo de las comunidades
cristianas, aunque manteniéndose en su propio estatuto de ciencia
que reflexiona sobre la experiencia religiosa de quienes se identifican
como pueblo de Dios en el seno de la sociedad laica.
Es decir, la reflexión propia de la eclesiología inductiva tiene
una finalidad operativa. Al explicar la experiencia eclesial,
formularla temáticamente e interpretarla en relación con el contexto
social, no se mantiene en el ámbito meramente reflexivo o
discursivo, sino que quiere hacer posible una nueva experiencia del
acontecimiento salvador. Así busca preparar las bases de una nueva
forma de presencia de la Iglesia en el mundo de hoy, en la dinámica
actual del proceso social.
Dicho de otro modo, a la eclesiología se le pide hoy que,
partiendo de la actuación creyente conduzca nuevamente a la
actuación de fe tras una reflexión integradora y al mismo tiempo
crítica. Entre la teoría y la praxis, entre los polos de la teoría
científica y de la actuación creyente existe una tensión, que no se

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debe arrancar.

Una metodología coherente

De todo lo dicho hasta aquí se deduce que también la


metodología de la sistematización eclesiológica ha de ser inductiva,
atenta a la vida, sustentadora de la acción transformadora.
Adviértase que cuando escogemos tal método, estamos
haciendo implícitamente una declaración de principios. De forma
que no es solamente una pura cuestión de modernización del método,
de mejor pedagogía o de mayor o menor enganche, sino una elección
que es en sí misma el marco dentro del cual cobran sentido los
diversos temas, es el continente dentro del cual se articulan los
diversos contenidos.
¿Por qué afirmamos esto? Porque en este enfoque va
subyacente el presupuesto teológico por el que se da preferencia
siempre, como punto de partida, a la realidad que se desea
transformar desde los valores del Reino. Se trata de un modelo de
reflexión teológica en el que la primacía la tiene la praxis
transformadora. Es una perspectiva de eclesiología fundamental
práctica al estilo de la que propone Metz, realizada más desde el
bonum que desde el verum o el pulchrum.
Ello no significa que se separa en bloques aparte el análisis de
la realidad social y los contenidos del mensaje referidos a ella. Más
bien deben unificarse, estudiando cada gran tema eclesiológico en el
contexto social y eclesial correspondiente.
En consecuencia, el tratamiento sistemático de los temas
seguirá de algún modo el paradigma consagrado en la formación de
militantes: ver, juzgar y actuar.
Ver la realidad, o sea, partir de los datos que vienen de fuera,
leídos por las ciencias humanas: sociología, antropología, sicología.
El análisis situacional que se ofrece como "toma de
tierra" (Heidegger) o punto de partida del teologizar no debe

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presentarse por sí mismo, sino precisamente como el ámbito en el


que se ilumina el mismo hecho de la revelación. Tan importante
como la toma de tierra anterior ("situacional") es la toma de tierra
comunitaria: la experiencia de fe de la comunidad eclesial es el
fundamento, la base sobre la que se ha de realizar la reflexión
teológica.
Juzgar, o sea, confrontar la realidad vista con los datos de lo
manifestado en la Revelación, fundamentalmente en Jesús de
Nazaret. Datos que deben estar contrastados con los acuerdos
exegéticos conseguidos hoy en día. En ellos hemos de aprender a
discernir la palabra de Dios, teniendo en cuenta fundamentalmente lo
sucedido en Jesús, actualizado hoy por el Espíritu en lo que
llamamos los signos de los tiempos.
Actuar, o sea, verificar la realidad vista y juzgada con la praxis
transformadora como criterio validador de la reflexión. La praxis, el
compromiso de acción temporal es un momento interno esencial del
conocimiento.

Las dificultades del proyecto a realizar

No es nada fácil lo que aquí se propone. Hay que sortear


algunas barreras que se presentan en el camino.

Orientación restauracionista de la teología

Es de sobra conocida la convocatoria programática al


restauracionismo eclesial lanzada por el card. Ratzinger a partir de su
diálogo con Vittorio Messori²). Como no podía ser menos, el
proyecto pretendía alcanzar y envolver también a la reflexión
teológica y a una parte decisiva de la misma, la interpretación del
Concilio. La minoría conciliar perdedora, singularmente representada

² Informe sobre la fe, Madrid 1985.

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en la curia romana, que estuvo agazapada durante los primeros años


del posconcilio, sacó las uñas. Y con el apoyo de comentarios
restrictivos de los documentos y decisiones normativas, incubados en
instituciones de movimientos neoconservadores, propusieron una
línea de interpretación contra el espíritu y la propia letra del
Concilio. Volvía la teología preconciliar, maquillada con lenguaje y
con citas conciliares fragmentadas y descontextualizadas. No en
vano se había lamentado K. Rahner de la ingenuidad de los Padres
Conciliares que dejaron para los organismos posconciliares la
aplicación institucional, jurídica y pastoral de los principios
aprobados en la asamblea. Obviamente el neoconservadurismo
difícilmente puede aceptar que se hable de eclesiología inductiva y
hará todo lo posible para expulsarla del ámbito de la reflexión
teológica.

El idealismo y la ideologización

Algo análogo se puede decir del peligro de idealismo


eclesiológico, en buena parte unido a lo anterior, que consiste en
encasquetar a la Iglesia empírica una imagen ideal que resulta
sospechosa de ideología para todos aquellos que contemplan
críticamente la Iglesia por ellos experimentada. Es verdad que la
Iglesia de Cristo no es pura figura humana, pero su profundidad de
misterio y presencia de Cristo y del Espíritu se encarna en la realidad
muchas veces decepcionante y desfiguradora de las comunidades
presentes en una sociedad determinada.
La Iglesia del entretiempo hasta que llegue la plenitud
escatológica se despliega en la duración, conoce una dimensión
histórica, vive lo definitivo en lo contingente. El difícil equilibrio de
la vida eclesial consiste precisamente en la coexistencia de ambas
dimensiones. Bajo la humillación de las formas concretas se esconde
la única Iglesia de Jesús que, a lo largo del espacio y del tiempo, va
buscando la manera más adecuada de anunciar y realizar

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anticipadamente el reino de Dios. En definitiva, en el enfoque propio


de la eclesiología inductiva aceptamos hasta las últimas
consecuencias la dimensión encarnatoria de la Iglesia, es decir, su
historicidad y su condición sacramental.

La propia novedad del método

La tarea a realizar exige unas aptitudes en los sujetos


teologizantes que difícilmente se encuentran reunidos en una sola
persona. Porque, según lo dicho, se requiere una capacidad de
análisis de los datos ofrecidos por la realidad –cosa que conlleva
especialización en alguna o en varias de las ciencias humanas-, junto
con la correspondiente formación teológica. La mera yuxtaposición
de bloques no cumple lo deseado. De ahí que lo realista, al menos
por el momento, es el trabajo interdisciplinar, tomado este término
con toda seriedad. Solo en equipo se podrá realizar el ideal
propuesto³.
Además de lo dicho y siendo realistas, hay que tener en cuenta
la situación en la que se encuentra en el presente nuestra Iglesia
local, sin mucho optimismo y con muy poco respiro ante la
involución eclesial que se vive. Uno se queda bastante estupefacto
ante la realidad de esta Iglesia local que dice querer anunciar el
evangelio de Jesús con fidelidad y credibilidad en esta sociedad
nueva, pero no logra encontrar su lugar a ella.
La conflictividad desatada a lo largo del posconcilio no solo es
expresión de la dificultad para asumir las propuestas del Vaticano II,
sino también es el resurgir de una problemática pendiente de hacía
años: cuál es el lugar de la Iglesia en esta sociedad que, soltando
amarras de su tradicional cosmovisión religiosa unitaria, se

³ No debemos silenciar, aunque todavía sean unos tímidos “brotes verdes”, dos trabajos de personas vincula-
das al IDTP: A.M. Unzueta, “L’action liturgique, expression de la Pentecôte”, en: Réceptions de Vatican II: Le
Concile au risque de l’histoire et des espaces humaines, ed. Gilles Routhier (Leuven) 2004; J. Perea – I. Sáez
de la Fuente, Cristianos y cristianas de hoy ante la crisis de la institución, Bilbao 2010. El primero trata de la
recepción de la Sacrosanctum Concilium en el País Vasco; el segundo, de los problemas de identificación ecle-
sial en los miembros de la Fundación EDE.

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moderniza a pasos de gigante, se hace ideológicamente pluralista y


separa los componentes religiosos de su conciencia social, cultural y
política. Todo este paquete es, como digo, una gran dificultad para
llevar a cabo la tarea aquí propuesta.

Llamada final

Cualquier forma de reflexión científica sobre la Iglesia solo


puede darse en relación con los hombres y mujeres de hoy y con su
historia o, dicho de otra forma, en un diálogo de búsqueda de los
creyentes entre sí y la asunción de todos los posibles horizontes de
experiencias de esta actual conciencia de fe de la Iglesia en la
situación histórica presente. Ello conlleva el conducir significativa y
fructíferamente el diálogo de fe por así decir "intraeclesial", no
pasando de lado junto a los problemas y horizontes del tiempo
presente, sino en confrontación y en diálogo con ellos.
La consideración anterior lleva a concluir que la reflexión sobre
la fe practicada científicamente no debe dejarse en el círculo de un
único grupo de la Iglesia (los clérigos o los teólogos de oficio). La
conciencia eclesial, que brota del acontecimiento creyente plural que
sucede en la Iglesia, debe ser explicada y transmitida para ayudar a la
praxis de fe de todos los creyentes y a la misión de la Iglesia en el
mundo. Ello exige esencialmente el compromiso teológico de los
diversos horizontes de experiencia y dominios de la realidad, el
trabajo teológico de laicos y ministros ordenados, de hombres y
mujeres, etc. Solo de esta manera se garantiza la estructura dialogal y
el lugar propiamente hermenéutico para una teología viva. En este
contexto el trabajo teológico de los laicos se convierte en una
aportación libre y poderosa en orden a construir una teoría de la
acción del cristianismo vivido en el mundo (que eso es hacer
eclesiología).
¿Quién le pone el cascabel al gato?

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