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y lo político
Paul Patton
prometeo)
Paul Patton
Deleuze y lo político
„prometeo>
l i b r o s
Patton, Paul
Deleuze y lo político. - la ed. - Buenos Aires : Prometeo Libros, 2013.
192 p. ; 21x15 cm.
ISBN 978-987-574-561'2
Introducción ..............................................................................................11
Conclusión 185
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Introducción
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1 No es nuestro interés en este libro separar las contribuciones de Deleuze y Guattari a la obra
publicada bajo Los nombres de ambos. No obstante, nos centramos en el pensamiento político
de Deleuze y leemos su obra en colaboración contra el fondo de su filosofía anterior.
2 Ver Deleuze y Guattari (1987: 69); Deleuze y Parnet (1987: 117). Sobre et concepto de
«conceptos» de Deleuze y su relación con la metáfora, ver Patton (1997c).
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3 El título original de este libro es f mpirisme et subjectivité: essai sur la nature humaine selon
Hume. Deleuze sostiene que Hume presenta una idea de sociedad que se opone a la de los
teóricos de contrato social. «La idea principal es esta: la esencia de la sociedad no es la ley sino
la institución. La ley, de hecho, es una limitación de la empresa y la acción, y se centra sólo en
un aspecto negativo de la sociedad [...] La institución, a diferencia de la ley, no es una
limitación sino más bien un modelo de acciones, una verdadera empresa, un sistema inventado
de medios positivos o un invento positivo de medios indirectos [...] Lo social es profundamente
creativo, inventivo y positivo [...] La sociedad es un conjunto de convenciones fundadas en la
utilidad, no un conjunto de obligaciones fundadas en un contrato» (Deleuze, 1991: 45-6).
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4 Las palabras exactas de Guattari fueron: «Nosotros formamos parte de una generación cuya
conciencia política nace en el entusiasmo y la ingenuidad de la Liberación, con su ortología
conjuratoria del fascismo» (Deleuze y Guattari, 1972: 15).
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5 Varias publicaciones breves de Deleuze que tratan de Palestina y la Guerra del Golfo han sido
traducidas en un número especial de Discourse, Vol. 20, N° 3, otoño de 1998. Sobre Palestina,
vtn Delmj/e (1998b, 1998c, I993d) y Deleuze y Sanbar (1998). Sobre la Guerra del Golfo, ver
•irliH/n »t ni. (1998) y Deleuze y Scherer (1998).
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6 «No mantenemos más una imagen del proletario del cual es suficiente tomar conciencia»
(Deleuze, 1995b: 173, trad. modificada).
7 Ver también de pensadores públicos y privados en «1227: Tratado sobre monadología - la
máquina de guerra» (Deleuze y Guattari, 1987: 376-7).
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8 «La política es experimentación activa, puesto que no sabemos por adelantado qué camino
tomará una línea» (Deleuze y Parnet, 1987: 137).
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9 De esta manera, Gatens y LLoyd sugieren que «La propia filosofía de Spinoza está envuelta en
los intereses metafísicos y éticos tratados en Ética (Gatens y Lloyd, 1999: 8).
10 La importante distinción entre desterritorialización absoluta y relativa se discute en el capítulo 5.
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1. Concepto e imagen del pensamiento:
concepción de la filosofía de Deleuze
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12 En una entrevista publicada después de su muerte, Deleuze describió Mil mesetas como lo
mejor que hubiese escrito jamás, solo o con Guattari (Deleuze, 1995a: 114).
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un poder reactivo a otro activo, que debe ser considerado como un poten
cial inherente al concepto de Nietzsche de la voluntad de poder, podemos
prever una transformación del concepto de comunidad política que es el
resultado del contrato social (Patton, 1993: 158-9).
Las reconstrucciones de Deleuze de la obra de filósofos tales como Bergson,
Spinoza, Kant, Nietzsche o Foucault prestaron siempre atención a los pro
blemas planteados en sus obras. No obstante, ¿Qué es la filosofía? va más
lejos, al determinar como una característica de los conceptos filosóficos la
inherente susceptibilidad a las variaciones o transformaciones. En este pun
to, la indeterminación esencial de los conceptos filosóficos es contrastada
con la determinación de las funciones matemáticas o preposicionales que
son objeto de la ciencia y de la lógica. Mientras que la filosofía forma «con
ceptos» en un «plano de inmanencia», la ciencia establece «funciones» en
un «plano de referencia». La historia de la ciencia implica la construcción
de tales planos de referencia y la especificación de coordenadas relevantes
en términos de la cuales pueden determinarse las funciones. En el caso de la
lógica, la definición de Frege de un concepto como una función desde
individuos a valores de verdad define una multiplicidad extensional com
pletamente determinada. Tanto en la ciencia como en la lógica, el carácter
determinado de las funciones es asegurado por la independencia de las
variables que definen el sistema relevante de referencia. En contraposición,
en la filosofía, los componentes de los conceptos no son constantes ni varia
bles, sino «puras y simples variaciones ordenadas según su vecindad»
(Deleuze y Guattari, 1994: 20). Dentro de un concepto dado, estos compo
nentes son como otras tantas ordenadas intensivas distribuidas en zonas de
vecindad o indiscernibilidad que definen la consistencia del concepto: «los
componentes permanecen distintos, pero algo pasa de uno al otro, algo que
no es decidible entre ellos» (Deleuze y Guattari, 1994: 19-20.).
En este punto, el concepto de Deleuze y Guattari de los conceptos filo
sóficos se aproxima extrañamente al de Derrida. En sus términos, podría
mos decir que es precisamente tal zona de no decidibilidad entre la signifi
cación o comunicación escritas lo que define el concepto de escritura en
general. Más generalmente, hay sorprendentes semejanzas entre los con
ceptos reconstructivos y deleuzianos de conceptos específicamente filosófi
cos. Así como Deleuze y Guattari insisten en la especificidad de los concep
tos al definirlos «filosóficamente», Derrida distingue sus «conceptos»
distintivamente deconstructivos de los conceptos filosóficos ordinarios lla
mándolos «quasi-conceptos» o «conceptos aconceptuales». Derrida acepta
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14 En ¿Qué es la filosofía?, Deleuze y Guattari sugieren que tanto las imágenes de pensamiento
contemporáneo analítico, comunicacional o conversacional permanecen ligadas al modelo
de reconocimiento (Deleuze y Guattari, 1994: 138-39, 145-6).
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15 En Crítica del Juicio, Kant explícitamente funda este acuerdo entre las facultades por medio
de un «sentido común» (Kant, 1987: 89-90). No obstante, en La filosofía crítica de Kant
(1984) y en su artículo publicado en el mismo año, «L'Idée de genése dans l'esthétique de
Kant» (1963), Deleuze sostiene que la noción de un tal acuerdo entre facultades, o sentido
común, está implícita en las descripciones hechas en las Críticas precedentes. El sentido
común es definido como «un acuerdo a priori de las facultades, un acuerdo determinado por
una de ellas como facultad legislativa» (Deleuze, 1984: 35). En el caso de las demandas de
conocimiento, son la imaginación, el entendimiento y la razón los que colaboran bajo la
autoridad del entendimiento para constituir un sentido común lógico, mientras que en el
caso del juicio moral es la razón la que legisla. Kant «multiplica sentidos comunes», creando
tantos cuantos sean «intereses de la razón» (Deleuze, 1994: 136-7).
16 En Diferencia y repetición, Deleuze usa el ejemplo de Heidegger (Deleuze, 1994: 165), pero
la analogía es válida para cualquier cuerpo individual que intente coordinar el movimiento
corporal con una fuerza mayor, tal como el jinete novicio que intenta coordinar su movi
miento corporal con el del caballo. En una entrevista, Deleuze señala la pasión contempo
ránea por el surfing (Deleuze, 1995b: 121). Para el ejemplo de Platón, cf. La República,
523b-c, y Deleuze, 1994: 138-9.
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” En Lógica del sentido (1990) y escritos posteriores, Deleuze propone que el dominio leibniziano
del hecho es el elemento último del pensamiento. En ¿Qué es la filosofía?, los conceptos
trascendentales o «puros» son señalados como las condiciones externas del pensamiento
filosófico: los conceptos expresan los hechos puros. El concepto de Deleuze de los hechos y
la relación entre conceptos filosóficos y hechos es discutido más adelante.
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'8 De manera semejante, Best y Kellner leen El Anti Edipo como «una crítica de la modernidad
materialista, históricamente fundada e inspirada en Foucault, con su foco en el capitalismo,
la familia y el psicoanálisis» (Best y Kellner, 1991: 85). En el otro extremo, Philip Goodchild
sostiene que la teoría de Deleuze y Guattari «no debería nunca ser juzgada de acuerdo con su
aparente 'verdad' o 'falsedad' [...] La teoría social de Deleuze y Guattari no nos informa acerca
de la sociedad en general, ni acerca de la sociedad en que vivimos; sólo nos informa acerca del
inconsciente social que Deleuze y Guattari han creado, en base a los recursos que tenían a
mano, y proporciona un recurso a través del cual podemos crear nuestros propios significados
y relaciones sociales» (Goodchild, 1996: 46).
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2. Diferencia y multiplicidad
Filosofía de la diferencia
23 Por ejemplo. Iris Marión Young reconoce la importancia de las discusiones sobre la diferencia
en la obra de Derrida, Lyotard, Foucault y Kristeva para su enfoque de la política de la
diferencia {Young, 1990: 7). De manera semejante, Seyla Benhabib señala que «el término
'diferencia' y sus permutaciones más metafísicas, 'différance' en La obra de Jacques Derrida, y 7e
differend' en la obra de Jean-Francois Lyotard, se han convertido en puntos importantes para
dos cuestiones: una crítica filosófica del racionalismo, esencialismo y universalismo de la
Ilustración, y un grito de guerra cultural para aquellos que insisten en la experiencia de la
alteridad, otredad, heterogeneidad, disonancia y resistencia (Benhabib, 1996: 5),
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pecto del concepto de diferencia. Volveremos a las relaciones entre
filosofía y política de la diferencia al final del capítulo, pero debemos
primero preguntarnos en qué sentido puede ser descrito Deleuze como
un filósofo de la diferencia. ^
La respuesta a esta pregunta puede encontrarse en el interés demos
trado a través de su obra en la naturaleza de la multiplicidad. Deleuze
nunca pretendió abandonar o descartar los conceptos de identidad,
mismidad, lo Uno, etcétera. Más bien, le preocupaba la cuestión de
cómo se constituye la identidad y qué formas adopta. La verdadera
cuestión no es si hay unidad, sino qué forma adopta: ¿cuál es la forma
de la unificación? (Mengue, 1994; 11-12). En particular, el problema al
cual retorna una y otra vez es el de cómo concebir una forma de unidad
o identidad que no sea idéntica a sí misma. En este contexto, insiste en
la importancia del concepto de multiplicidad, a condición de que este
sea comprendido como sustantivo e independientemente de cualquier
relación de identidad:
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De manera semejante, Alex Callinicos sostiene que «la significación de Deleuze se debe en
parte a que, partiendo de una posición fundamentalmente nietzscheana [...] ha intentado,
leudándose en diversas fuentes, desde Kant y Bergson hasta Artaud y Scott Fitzgerald, desa
bollar una filosofía comprensiva de la diferencia» (Callinicos, 1982: 85).
Ver Bogue, 1989: 15; Schríft, 1995b: 60-1. Otros autores que señalan (a importancia de este
libro para establecer a Nietzsche como una figura clave en el pensamiento posestructuralista
incluyen a Leiqh (1978), Pécora (1986) y Perry (1993).
Derrida remite al concepto de poder de Deleuze como el efecto de la diferencia entre fuerzas en
su ensayo «Différance» (Derrida, 1982: 17). Foucault también admite el efecto persistente
sobre su propia obra de la lectura diferencial de Deleuze de la voluntad de poder: ver capítulo
3, nota 1. En su discurso inaugural en el Collége de France, Foucault señaló, hablando de su
maestro Dean Hyppolite, «Me doy bien cuenta de que a los ojos de muchos su obra cae bajo la
égida de Hegel, y que la totalidad de nuestra época, tanto en lógica como en epistemología,
tanto en Marx como en Nietzsche, está tratando de liberarse de Hegel» (Foucault, 1984a:
134). Su propia obra desarrolla el tema de la diferencia en una variedad de formas: en su
descripción de la concepción nietzscheana de la genealogía, en su teoría del discurso y en su
teoría de poder. Foucault retoma este tema en la manera antiteleológica en que interpreta la
ruestión kantiana sobre la ilustración: Kant, escribe, «busca una diferencia: ¿Qué diferencia
ntroduce el hoy respecto del ayer?» (Foucault, 1984b: 34).
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ser esclavo por tomar el poder» (Deleuze, 1994: 54). Por esta razón, la
deconstrucción siempre tuvo en vista una etapa posterior después de que
la jerarquía inicial ha sido derrumbada. Esto implicaría «la emergencia
irruptiva de un nuevo ‘concepto’, un concepto que ya no puede ser, y
nunca podría ser, incluido en el régimen previo» (Derrida, 1981: 42). De
esta manera, el concepto filosófico de dijférance permitió a Derrida evo
car el momento de deferencia y diferenciación que subyace a toda pro
ducción de significado (Derrida, 1976: 56-65). Para Deleuze, el concepto
de simulacro desempeñaba un papel similar en relación con la estructura
de representación primero establecida por Platón. Sirvió para evocar el
movimiento dentro del platonismo, por el cual la primacía de la identi
dad y la idea de un modelo son derrocadas.
Derrocando al platonism o
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'* En Platón, sostiene Deleuze, «se admite una motivación moral en toda su pureza: la voluntad
de eliminar simulacros y fantasmas no tiene otra motivación que la de la moral. Lo que se
condena en la figura de tos simulacros es el estado de diferencias libres, oceánicas, de
distribuciones nomádicas y de anarquía coronada, junto con toda la malicia que desafía tanto
la noción del modelo como la de la copia» (Deleuze, 1994: 265).
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" Notablemente en Baudrillard (1983). Ver también la entrada «Simulacro» de Michael Camille
en Nelson y Shiff (1996: 31-44), asi como la discusión de arte simulatorio y crítica de arte en
Forster (1996: 99-107, 127-8).
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dos. Definidas de esta manera, intrínsecamente antes bien que por rela
ciones externas, tales estructuras constituyen «una multiplicidad interna;
en otras palabras, un sistema de conexiones múltiples o no localizables
entre elementos diferenciales que se encarna en relaciones reales y térmi
nos actuales» (Deleuze, 1994: 183). Deleuze propone que las relaciones
de determinación recíproca entre los elementos de una estructura dada
sean entendidas según el modelo de la relación diferencial dy/dx, en la
cual se supone que la determinación progresiva de su relación genera
una función primitiva particular. Así como la determinación de una rela
ción diferencial dada especifica parcialmente el comportamiento de una
curva en puntos colindantes, también la especificación de una serie dada
de singularidades o puntos singulares determina la curva correspondien
te a la relación entre los elementos en cuestión. Por esta razón, Deleuze
comenta en «¿Cómo reconocemos el estructuralismo?» que hay dos as
pectos respecto de cualquier estructura dada: «un sistema de relaciones
diferenciales de acuerdo con el cual los elementos simbólicos se determi
nan a sí mismos recíprocamente, y un sistema de singularidades corres
pondientes a esas relaciones y que trazan el espacio de la estructura
(Deleuze, 1998a: 265).30
Como observamos antes, las estructuras de Deleuze son virtuales en
cuanto no son actuales, no en el sentido de que carezcan de realidad. «Lo
virtual es totalmente real en la medida en que es virtual» (Deleuze, 1994:
208). Los elementos diferenciales y las relaciones, junto con las singulari
dades correspondientes a ellos, forman el contenido real de una estructura
dada. Definen una multiplicidad completamente positiva que, argumenta
Deleuze, no debería ser subsumida bajo las categorías de oposición o nega
ción, puesto que ellas no juegan ningún papel en la constitución de las
estructuras ni en su actualización. «El proceso de diferencia y de diferen
ciación es primordial en relación con aquel de lo negativo y la oposición»
(Deleuze, 1994: 207). La diferenciación es el proceso por el cual las Ideas
Deleuze no es culpable aquí de hacer un mal uso o mistificar los conceptos matemáticos a la
manera sugerida por Sokal y Brincmont, 1998: 160-5. Más bien se apoya en la historia de la
interpretación metafísica del cálculo a ñ'n de desarrollar un concepto filosófico de Protlemas
o Ideas trascendentales desde un punto de vista genético, con plena conciencia de que esta
es una empresa filosófica antes bien que científica (Deleuze, 1994: xvi, xxi, 170-82). Para un
(□mentado informado tanto matemática como filosóficamente acerca de los comentarios de
Deleuze sobre el cálculo, ver Salanskis (1996).
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(Deleuze y Guattari, 1994: 49). En segundo lugar, sostiene que las variadas
caracterizaciones de este inundo de la diferencia «en sí mismo», ya sea en
términos de la duración bergsoniana o de singularidades preindividuales,
invocan un concepto de la unidad del campo o el plano de la inmanencia
sobre el cual son descritas estas entidades: una unidad de tiempo en el caso
de la duración, una unidad del dominio de diferencias preindividuales que
subyacen a todas las identidades, etcétera. Si esto es así, entonces no puede
ser verdad que la diferencia sea previa a la unidad.
May tiene razón al señalar que la filosofía de la diferencia de Deleuze
no puede ser entendida simplemente en términos de la interrelación dia
léctica de los conceptos de unidad y diferencia. Pero su argumento sobre
la incoherencia en el concepto de diferencia de Deleuze no soporta un
examen más prolijo. Deleuze proporciona muchas indicaciones para que
su descripción de la diferencia en si misma no deba ser ijiterpretada como
invocando un dominio trascendente. Más bien, propone un concepto de
condiciones diferenciales que debe ser entendido como trascendental pero
totalmente inmanente a la experiencia real. Como el propio May señala
(1977: 186), tanto para Deleuze como para Kant, las condiciones trascen
dentales de la experiencia no son lo mismo que las condiciones trascen
dentes. Mientras que Kant propone condiciones trascendentales de la
experiencia posible, el empirismo trascendental de Deleuze remite a con
diciones genéticas de la experiencia real. Su sugerencia de que el campo
trascendental está abierto a una investigación casi empírica señala una
respuesta adecuada a la segunda objeción de May. Al poner el tiempo
como condición de la experiencia, Kant no supone la unidad del tiempo.
Sí supone la continuidad y la uniformidad del tiempo, pero puesto que
también supone que el tiempo no es finito ni infinito, esta uniformidad
no implica unidad. De manera similar, Deleuze pone un campo unifor
me trascendental, sea de duración, diferencia, voluntad de poder o in
tensidades, sin suponer la unidad de dicho campo.
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u En su discusión de la teoría del discurso de Foucault, Deleuze comenta que los elementos
primarios del discurso, declaraciones o enunciados, no son sólo inseparables de multiplicida
des (formaciones discursivas), sino que son en sí mismos multiplicidades (Deleuze, 1988b: 6).
Con referencia a su propio concepto de multiplicidad sustantiva, sugiere que La arqueología
del saber de Foucault representa «el paso más decisivo dado hasta ahora en la teoria-práctica
de las multiplicidades» (Deleuze, 1988b: 14).
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,s «No hay duda de que un conjunto nunca contiene una infraestructura causal. Tiene, no
obstante, y en el más alto grado, una linea abstracta de causalidad creativa o específica, su
línea de fuego o desterritorialización-, esta línea sólo puede ser efectuada en conexión con
causalidades generales de otra naturaleza» (Deleuze y Guattari, 1987: 283).
16 Ver capítulo 4.
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17 «Dado que toda búsqueda de identidad incluye diferenciarse a sí mismo de lo que uno no es,
la política de la diferencia es siempre y necesariamente una política de creación de la diferen
cia» (Benhabib, 1996: 3).
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Sobre los argumentos diferenciales de la nueva derecha francesa, ver Taguieff (1994). Sobre
el raso de EEOC v. Sears, ver Scott (1988) y Milkman (1986).
" Ver también Deleuze, 1994: 130. En este contexto, advertir el comentario de Deleuze en «Los
Intelectuales y el poder» acerca de la lección práctica proporcionada por Foucault respecto de
l,i «indignidad de hablar por otros»: «Ridiculizamos la representación y dijimos que había
I»m minado, pero no extrajimos las consecuencias de esta conversión 'teórica' -apreciar el
hecho teórico de que sólo tos directamente interesados pueden hablar de manera práctica en
pro de sí mismos» (Foucault, 1977b: 209).
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Al final de la meseta 13a., «7000 a.C.: aparatos de captura», ellos afirman: «eso no es decir
que la lucha a nivel de los axiomas carece de importancia: por el contrario, es determinante (a
los más diversos niveles: la lucha de las mujeres por el voto, por el aborto, por el empleo; la
lucha de las regiones por la autonomía; la lucha de la Tercera Guerra Mundial; la lucha de las
masas oprimidas y las minorías en Oriente y Occidente» (Deleuze y Guattari, 1987: 470-1).
*' Comparemos la discusión de William Connolly sobre la política del devenir donde comenta que
«En la medida en que logra ubicar una nueva identidad en el campo cultural, la política del devenir
.litera también la forma y el contorno de identidades ya establecidas» (ConnolLy, 1999: 57).
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3. Poder
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samiento acerca del poder (Foucault, 1983a: 203).42 A su vez, Deleuze co
mentó y elaboró las tesis de Foucault acerca del poder, primero en su reseña
de Vigilar y castigar (Deleuze, 1975: 1207-27) y luego en los comentarios
adicionales sobre el poder en su Foucault (1988b). De hecho hay varias «zo
nas de indiscemibilidad» entre el concepto de poder desarrollado a través de
los textos de Deleuze, Foucault y Deleuze y Guattari, pero también múltiples
diferencias entre ellos. La más importante de estas diferencias tiene que ver
con el carácter explícitamente normativo del enfoque del poder de Deleuze.
Nos ocuparemos de esta cuestión y del carácter evaluativo de la teoría social
desarrollada junto con Guattari en la tercera sección de este capítulo.
Nietzsche no es el primero en proponer una interpretación de la con
ducta humana en términos de poder: Hobbes y Spinoza, entre otros, lo
precedieron en este intento. Pero la concepción de poder ele Nietzsche
difiere de teorías precedentes en varios aspectos importantes. Primero, re
chaza toda perspectiva de acuerdo con la cual la cuestión fundamental sea
preservar o aumentar el poder del cuerpo en cuestión. Para Nietzsche, la
voluntad de poder no es una cuestión de cuerpos individuales luchando
por mantener su poder o perseverar en el ser, a la manera de Hobbes o
Spinoza. No es energía empleada con el propósito de alcanzar un fin o
estado particular, sino simplemente el gasto mismo de energía. El poder de
un cuerpo se expresa cuando actúa con toda la fuerza o energía de que está
dotado. En el párrafo 13 de Más allá del bien y de1mal señala que debemos
guardarnos de principios teleológicos superfluos tales como el instinto de
conservación. Su propio principio es más general, abarcando el impulso de
autoconservación pero también el de autodestrucción o autosuperación:
un ser vivo desea ante todo dar rienda suelta a su fuerza -la vida como tal
es voluntad de poder-, la autopreservación es sólo una de las consecuen
cias indirectas y más frecuentes de ella (Nietzsche, 1973: parte 1 §13).43 Se
42 En una entrevista publicada en 1972, Foucault le dijo a Deleuze: «Si leer sus libros (de
Nietzsche y la filosofía a lo que imagino será Capitalismo y esquizofrenia) ha sido tan importante
para mí se debe a que me parecen ir muy lejos en el planteo de este problema [¿quién ejerce el
poder y dónde se lo ejerce?] por debajo del viejo tema de significar, significado y significante,
etc., al fin la cuestión del poder, de la desigualdad de los poderes y sus luchas...». Ver
«Intelectuales y poder» (Foucault, 1977b), originalmente publicado como «Les intellectuels
et le povoir», L'Arc, 49, 1972: 3-10. El pensamiento de Deleuze sobre el poder ha influenciado
también a otros, tales como Negri, que admitieron que sin la obra de Deleuze sobre Spinoza, la
suya «habría sido imposible» (Negri, 1991: 267). Ver también Hardt (1993).
43 Ver también La gaya ciencia (Nietzsche, 1974: libro 5, § 107).
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tad de poder» hasta Así habló Zaratustra (1969a),45 para el momento ert
que escribió La genealogía de la moral (1994), el concepto había queda
do tan establecido en su pensamiento que podía referirse a su teoría dq
que «en todos los hechos opera una voluntad de poder» (Nietzsche,
1994, ensayo 2, § 12). Un malentendido común es suponer que la vo
luntad de poder es una inclinación psicológica particular, tal como el
amor al poder que motiva a tantos actores políticos. Mientras que
Nietzsche por cierto reconoce este fenómeno,4647no es lo expresado por
su concepto de voluntad de poder. Interpretar la voluntad de podeí
como querer o buscar el poder, sostiene Deleuze, es «producir perogru
lladas que no tienen nada que ver con el pensamiento de Nietzsche»
(Deleuze, 1983: xi). La voluntad de poder no es una inclinación entré
otras, sino el principio inmanente en términos del cual deben enten-i
derse todas las inclinaciones humanas.
Al tratar la voluntad de poder como central al sistema de Nietzsche,'
Deleuze anticipa el argumento de numerosos estudios recientes de
Nietzsche.4' En común con diversos de estos estudios, y contra el difun
dido punto de vista sobre Nietzsche como un pensador no sistemático o
hasta antisistemático, lo presenta como un filósofo riguroso que «usa
nuevos términos muy precisos para nuevos conceptos precisos» (Deleuze,
1983: 52). Junto con el nihilismo y el eterno retorno, sostiene, «la volun
tad de poder» es uno de los más importantes nuevos conceptos que
Nietzsche crea e introduce en la filosofía (Deleuze, 1983: 80). La sistema
tización de Deleuze de la teoría nietzscheana de la voluntad de poder
parte de esos pasajes reunidos póstumámente en La voluntad de poder
(1968), en los que Nietzsche extiende su teoría de que «en todos los
hechos actúa la voluntad de poder» para incluir el universo físico. Con
tra el atomismo entonces predominante en la física, propone una concep
ción de la realidad material entendida como centros de fuerza. Esto im
plica un universo en el cual no hay partículas últimas irreductibles «sino
45 En Así habló Zaratustra, Nietzsche escribe: «dondequiera encontraba una criatura viva,
encontraba una voluntad de poder, y hasta en la voluntad del sirviente encontraba la volun
tad de ser amo» (Nietzsche, 1969a, parte 2, «De la autosuperación»).
46 Ver, por ejemplo, Aurora, Libro 4, § 262: «Ni la necesidad, ni el deseo -no, el amor al poder
es el demonio de los hombres».
47 Ver, por ejemplo, Schacht (1983), Schutte (1984), Warren (1988), Anselll Pearson (1994),
Owen (1995).
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sólo quanta dinámicos en una relación de tensión con todos los otros
quanta» (Nietzsche, 1968: § 635). En estos términos, los cuerpos físicos
están constituidos por relaciones de oposición o colaboración entre fuer
zas, que son a su vez efectos de las relaciones de poder diferenciales entre
los centros de fuerza. Estas fuerzas puntuales son quanta dinámicos, des
líe el punto de vista de Nietzsche, porque cada uno lucha por convertirse
en dueño de todo el espacio y arrojar hacia atrás todo lo que se resiste a su
extensión. Al hacerlo «encuentran continuamente esfuerzos similares por
parte de otros cuerpos y terminan por llegar a un arreglo con aquellos
que están suficientemente relacionados... así conspiran juntos por el po
der. Y así el proceso continúa...» (Nietzsche, 1968: § 636). Es este carác
ter expansivo de las fuerzas el elemento activo interno a ellas que Nietzsche
llama la voluntad de poder: «El concepto victorioso de fuerza, por medio
del cual nuestros físicos han creado a Dios y al mundo, necesita aún ser
completado: una voluntad interior debe serle adjudicada, a la que yo
llamo voluntad de poder» (Nietzsche, 1968: § 619).
La reconstrucción que hace Deleuze del concepto nietzscheano de vo
luntad de poder comienza con la concepción de la realidad como un cam
po de quanta o cantidades de fuerza. Esas fuerzas son capacidades virtuales
de afectar y ser afectadas por otras fuerzas que se actualizan en forma deter
minada en un material dado. Según Deleuze, las fuerzas están esencial
mente relacionadas con otras fuerzas y la voluntad de poder debe ser en
tendida como el principio interno de la relación entre fuerzas. El cambio
pone en relación entre sí a fuerzas particulares, pero la voluntad de poder
determina el carácter y el resultado de las relaciones entre fuerzas: si una
luerza particular es primariamente activa o reactiva, qué fuerza prevalece
en un encuentro particular, dado que las fuerzas activas no siempre preva
lecen sobre las reactivas. En todo caso, tanto la fuerza dominante como la
dominada son manifestaciones o expresiones de la voluntad de poder. To
mando como modelo el cálculo diferencial, Deleuze sostiene que la volun
tad de poder es el elemento diferencial y genético que se realiza en el
encuentro entre fuerzas o capacidades de distinta clase. Hay una relación
ilc mutua presuposición entre, por una parte, las fuerzas o capacidades de
cuerpos particulares que sólo se realizan en semejantes encuentros y, por
otra parte, la voluntad de poder, que es inseparable de la existencia e
mterrelación de clases particulares detenninadas de fuerza. Es por eso que
la voluntad de poder es «un principio esencialmente plástico» que no es
más amplio que aquello que condiciona (Deleuze, 1983: 50).
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P a u l P alto n
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D eleuze y lo p o l ít ic o
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Paul Patton
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D eleuze y lo p o l ít ic o
rales procesos de doble captura son sólo una de las formas en que los
poderes de un cuerpo individual puede transformarse al entrar en relación
ton los poderes de otro sin incorporar o debilitar el otro cuerpo. Más gene-
ialíñente, este tipo de metamorfosis en los poderes de un cuerpo o conjun-
10 dados es lo que Deleuze y Guattari llaman «devenir». El interés princi
pal de la meseta 10a., «1730: devenir-intenso, devenir-animal, devenir-
imperceptible», en Mil mesetas es el análisis de la dimensión afectiva de
i Irnos tipos de relaciones entre cuerpos por medio del concepto de «deve-
im». Este concepto es examinado con más detalle en el capítulo 4.
Dado que los cuerpos humanos son complejos y poseen una gama de
poderes «naturales», incluida la facultad de la imaginación, son capaces de
muy distintas clases de interacción con otros cuerpos. Las clases de acciones
iIr que el cuerpo humano es capaz dependerán de su constitución física, las
i elaciones sociales e institucionales duraderas dentro de las cuales vive y las
interpretaciones morales que definen sus actos. En Aurora (1982: Libro 1, §
1H), Nietzsche señala que las interpretaciones morales de los fenómenos se
t ncuentran entre los medios más importantes por los cuales los seres huma
nos actúan sobre sí mismos y sobre los demás: es por estos medios que un
individuo puede gozar de su propia magnanimidad o inspirar lástima en
los demás. En La genealogía de la moral siguiendo el principio de que
« lodos los hechos en el mundo orgánico son una sujeción, un devenir-
amo» (Nietzsche, 1994: ensayo 2, § 12), aplica el concepto de voluntad de
88
D eleuze y lo p o l ít ic o
Entre las muchas formas en que podemos actuar sobre las acciones de
otros, sólo algunas tendrán el efecto de limitar o disminuir sus capacidades
de acción. A la inversa, hay muchas maneras en las que podemos actuar
para realzar o ayudar a otros en el ejercicio de sus poderes. Foucault no
ofrece ninguna explicación de tales maneras de ser o actuar fuera de las
ielaciones de gobierno y dominación. Sus estudios de poder tendieron a
i oncentrarse en esas relaciones de fuerza relativamente fijas o congeladas
<|ue permiten a unos gobernar la conducta de otros. No obstante, el concep
to de poder como efecto de una fuerza diferencial le permitió abandonar
una serie de suposiciones acerca de la naturaleza y la operación del poder
asociadas con la teoría social marxista. Sostuvo que el poder no se localiza
cu el Estado, sino que se difunde por todo el campo social; que el poder no
es propiedad de una clase ni obra sólo por medios violentos o ideológicos;
ijiie no hay una esencia económica del poder, sino sólo relaciones puramen
te funcionales que implican tanto a los dominados como a la fuerza domi
nante. Deleuze resume esta contribución a la comprensión del poder sugi
riendo que Foucault propuso una nueva «topología» de las relaciones de
poder social fundada en un campo inmanente de poder «sin unificación
trascendente», sin centralización en la figura del Estado o totalización en
relación con el sistema de relaciones económicas (Deleuze, 1988b: 27).
De acuerdo con la interpretación de la genealogía de Nietzsche pro
puesta por Deleuze y Foucault, la naturaleza de una institución tal como la
prisión está determinada por el carácter de las fuerzas en juego alrededor
de ella en cualquier momento dado. Rastrear la historia desemejante insti
lación será entonces cuestión de volver sobre los pasos de la «sucesión de
fuerzas» que han tomado posesión de ella (Deleuze, 1983: 3). De esta ma
nera, la genealogía trata de restablecer «el juego azaroso de dominaciones»
(Foucault, 1977a: 83). Contrariamente al punto de vista marxista, ninguna
lógica singular de desarrollo rige las direcciones de la historia comprendi
da en estos términos. Todos los hechos son efecto del interjuego de fuerzas,
así como las cosas son transformadas o reinterpretadas para servir a nuevos
fines. Se sigue que ya no hay más una esencia perdurable dentro de los
fenómenos sociales, como no la hay dentro de los fenómenos biológicos:
«el ojo no siempre tuvo la finalidad de ver, y el castigo ha tenido otros fines
que el de dar un ejemplo» (Foucault, 1977a: 83).
La descripción de Foucault del surgimiento del castigo moderno por
encarcelamiento proporciona una ilustración de la aplicación de esta con
cepción de poder en el campo social. El hecho de que las prisiones se
89
Paul Patton
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D eleuze y lo p o l ít ic o
dado como una abstracción que existe sólo en esos efectos, de manera que
se equipara a la relación de la voluntad de poder con las relaciones entre
las fuerzas particulares en que se expresa. En este caso, la máquina abs
tracta del panoptid.smo explica la convergencia del discurso de delin
cuencia y las disciplinas técnicas que, juntas, constituyen el conjunto
social que Foucault llama el dispositivo carcelario (Deleuze, 1988b: 37).
El «Postscriptum sobre el control de las sociedades» de Deleuze (1995b:
177-82) se apoya en la sugerencia de Foucault de que la sociedad moder
na es disciplinaria, proponiendo el diagrama de una nueva firma de po
der que se ha enseñoreado en el curso del siglo veinte y que define como
control o modulación. Los principios de control se contrastan paso a
paso con los de disciplina. El control implica una continua modulación
más bien que un moldeado discontinuo de individuos y actividades,
competición más bien que normalización:
El lenguaje digital del control opera por medio de códigos antes bien
que de signaturas identificatorias, claves más bien que palabras de orden.
Así como las técnicas disciplinarias se desarrollaron a la par que el capi
talismo industrial, los mecanismos de control corresponden a la transfor
mación del capitalismo en un sistema dominado por la metaproducción,
el mercado y los servicios financieros.
La «cartografía» social de Deleuze y Guattari asume como su tarea pri
maria el tnapeo de las máquinas abstractas que operan dentro de un campo
social dado. Toda sociedad tiene sus diagramas o máquinas abstractas y
diferentes clases de diagrama o máquina abstracta corresponderán a dife
rentes clases de formación social. La Parte Tres de El Antí Edípo bosqueja
Jas macromáquinas que caracterizan a distintas clases de sociedad: la má
quina «territorial» de las así llamadas sociedades primitivas, la máquina
supercodificadora de las sociedades gobernadas por el Estado, y la axiomática
<lc capital global (ver capítulo 5) En Mil mesetas, el análisis maquínico es
más desai rollado poi la drsi opción de muchas clases diferentes de máqui-
P a u l P a it ó n
ñas abstractas que habitan el campo social: la máquina abstracta del lengua
je y su actualización en conjuntos colectivos de enunciación; máquinas
abstractas de pensamiento, deseo y espacio social o segmentariedad. Atra
vesando los análisis de tales máquinas abstractas se da una oposición recu
rrente entre máquinas abstractas de captura y máquinas abstractas de meta
morfosis y transformación. A fin de apreciar el sentido en que esta distin
ción proporciona una base de evaluación, debemos entender sus orígenes
en la interpretación de Deleuze de la voluntad de poder de Nietzsche.
Cuando los teóricos políticos hablan acerca del poder, tienden a signi-
licar maneras en las que algunos agentes gobiernan las acciones de otros o
ejercen control sobre ellas. Esto no siempre es así. El pasaje de un concepto
más general de poder como capacidad al concepto más estrecho de poder
que predomina en la teoría política moderna es ejemplificado en la discu
sión de Hobbes en Leviatán, donde, después de definir el poder como «los
medios presentes para obtener algún bien aparente futuro», pasa a consi
derar sólo los medios por los cuales los individuos pueden realzar sus
propios poderes controlando los poderes de otros. El hecho de que incluya
la amistad como un poder «instrumental» junto con las riquezas y la repu
tación llama la atención a una importante característica del concepto, o sea
que no hay nada objetable en ejercer el poder (Hobbes, 1968: 150 y ss.).
Como vimos más arriba, ofrecer consejo, instrucción o apoyo es también
actuar sobre las acciones de otros. La difundida opinión sobre el poder
corno esencialmente represivo supone que el poder es por naturaleza hostil
a los intereses de aquellos sobre quienes se ejerce. Por el contrario, para
Deleuze y Foucault el poder no siempre va en detrimento de los intereses
de aquellos sobre los cuales se ejerce.51 Ciertamente, en algunos aspectos, el
ejercicio del poder es lo que confonna y determina esos «intereses». Su
51 De manera similar, pero en contraste con La opinión más difundida, el concepto de poder de
Nietzsche no implica que el ejercicio del poder sea inherentemente conflictivo. Las discusio
nes de Nietzsche, asi como las discusiones de aquellos influidos por él, tales como Deleuze y
Foucault, tienden a pasar por alto este punto de importancia fundamental respecto de la
potencial utilidad del concepto de Nietzsche de poder dentro de la teoría política. Ver, por
ejemplo, Read (1989), Bogue (1989: 33).
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D eleu ze y l o p o l ít ic o
Para criticas det fracaso de Foucautt para encarar cuestiones normativas, ver, por ejempto,
f raser (1989: 17-34), Habermas (1987: 282 y ss.). Para respuestas a estas críticas y discusiones
de la manera en que Foucault encara cuestiones normativas en su obra posterior, ver tos
ensayos compilados en Moss (1998) y Ashenden y Owen (1999).
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P a u l P atton
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D eleuze y lo p o l ít ic o
111 A este respecto, Deleuze sugiere que Nietzsche se aproxima a CaLlicles en su argumento con
Sócrates sobre la naturaleza versus la convención en Corgias (Deleuze, 1983: 58).
P a u l P atton
parte o todo su poder. Por contraste, la fuerza activa es una fuerza que actúa
por su propia cuenta. Al hacerlo, puede imponer formas sobre fuerzas
menores o apropiárselas o subordinarlas a sus propios fines. La fuerza acti
va llega al límite de lo que puede hacer, aun hasta el punto de su propia
destrucción o transmutación en otra cosa.
En este punto, Deleuze sostiene que se necesita una distinción ulterior
para completar la función evaluativa de la voluntad de poder: «a fin de ser
la fuente de las cualidades de la fuerza de esta manera, la voluntad de
poder debe tener en si misma cualidades, particularmente fluyentes, aun
más sutiles que las de la fuerza» (Deleuze, 1983: 53). Estas cualidades son
los caracteres afirmativo y negativo de la propia voluntad de poder. Aun
que la diferencia en el modo de operación entre las fuerzas activa y reactiva
puede parecer seguirse de la diferencia cuantitativa original -las fuerzas
dominantes son aquellas que pueden desarrollar su propia actividad mien
tras que las fuerzas dominadas están obligadas a responder, y restringidas
en sus respuestas posibles-, la diferencia también corresponde a una dife
rencia entre afirmación y negación. La fuerza activa afirma su propia natu
raleza más bien que oponer o limitar la de la otra.
Afirmación y negación o rechazo son expresiones primordiales de la
voluntad de poder. Son, dice Deleuze, «las cualidades inmediatas del pro
pio devenir» (Deleuze, 1983: 54). Es por eso que la voluntad de poder no
puede significar carencia de poder: lo que la voluntad quiere, para hablar
en términos antropomórficos, es «una particular relación de fuerzas, una
particular cualidad de las fuerzas. Y también una particular cualidad del
poder: afirmar o negar» (Deleuze, 1983: 85). Dado que en todos los hechos
actúa una voluntad de poder, se sigue que cada fenómeno expresa una
cierta combinación de fuerzas y por lo tanto un cierto tipo. A la inversa,
mientras que la voluntad de poder se expresa en cada tipo de cuerpo,
adopta no obstante formas más altas y más bajas. El poder, en el sentido en
que es alabado por encima de toda otra cosa por Zaratustra, es activo y
creativo. Se pone especialmente de manifiesto en la «virtud de donar»; la
voluntad de poder es esencialmente creativa y dadivosa: no aspira, no bus
ca, no desea, sobre todo no desea poder. Lo da» (Deleuze, 1983: 85).
La introducción de esta distinción primordial entre las cualidades de
la voluntad de poder añade mayor complejidad a la interpretación
genealógica de Nietzsche. La interpretación implica determinar el senti
do y el valor de una cosa, en cuanto el sentido es determinado por la
cualidad de la fuerza presente, mientras que su valor es determinado por
96
D eleuze y lo p o l ít ic o
97
P a u l P atton
ción activa de todo lo que es pecaminoso. Hay formas de vida religiosa que
exhiben una fuerza interior de afirmación y gozo de sí mismas. Las fuerzas
reactivas de disciplina espiritual y autonegación pueden adquirir cierta afi
nidad con el aspecto afirmativo de la voluntad de poder. O tomen el ejem
plo de la enfermedad o la herida que despojan al individuo sano de sus
poderes y limitan sus posibilidades de acción. Mientras que esta es clara
mente una fuerza reactiva, su valor depende de la naturaleza del sujeto y de
cómo responde a la enfermedad que lo aqueja. El mismo estado fisiológico
puede debilitar algunos poderes pero también provocar nuevas capacidades
de sentir o nuevas capacidades de actuar o ser influido por otros. Nietzsche
hablaba de su enfermedad en estos términos cuando sugería que le permitía
redescubrir la vida o a sí mismo y que fue durante los años de «más baja
vitalidad» que «dejó de ser pesimista» (Nietzsche, 1969: «Por qué soy tan
sabio», sección 2). Según como se viva la enfermedad, debemos preguntar
si es la misma condición o la misma enfermedad en cada caso: «¿es el mismo
enfermo que es esclavo de su enfermedad y que la usa como un medio de
explorar, dominar y ser poderoso?» (Deleuze, 1983: 67). En última instan
cia, es la relación entre la enfermedad y el paciente lo que determina la
cualidad afirmativa o negativa de esta fuerza reactiva.
Los aspectos dinámicos de la interacción entre las cualidades de la vo
luntad de poder y los que sobrevienen en las relaciones de fuerza significan
que la evaluación de fenómenos particulares no es un asunto simple. La
complejidad interna introducida por la posibilidad de que las fuerzas acti
vas puedan transformarse en reactivas y adquirir una afinidad con la cua
lidad negativa más bien que la afirmativa de la voluntad de poder implica
que el significado y valor de fenómenos particulares pueda sólo ser evalua
do por una práctica paciente y meticulosa de la genealogía. No hay ningún
algoritmo por el cual podamos eliminar la cualidad de un hecho o fenóme
no dado. Ciertamente, la concepción nietzscheana de la historia como los
hechos sucesivos de sometimiento y dominación lo sugieren, la filosofía
concebida como la interpretación y el significado de las cosas debe ser un
arte (Nietzsche, 1994: ensayo 2, § 12). No obstante, los defensores de la fe
en la Ilustración que se aferran a la posibilidad de un juicio objetivo po
drían todavía insistir en que debe haber un fundamento tranquilizador.
Aun admitiendo la complejidad de los fenómenos y los tortuosos senderos
de su desarrollo histórico, hay seguramente un valor objetivo que les perte
nece exclusivamente: finalmente, a un fenómeno dado debe asignársele un
valor singular, si bien complejo y matizado.
98
D eleuze y uq p o l ít ic o
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P a u l P atton
sólo puede ser comprendida como reactiva «en relación con la activa y
sobre la base de esta» (Deleuze, 1983: 42).
En este sentido, la voluntad de poder es ya un principio partidista,
que no puede aspirar al estatus neutral de la «verdad objetiva», sino sólo
a ser coherente con su propia naturaleza fundamental. La voluntad de
poder es en sí misma un pensamiento afirmativo, capaz de expresar for
mas nuevas: «Un pensamiento que llegaría al límite de lo que la vida
puede hacer, un pensamiento que llevaría a la vida al límite de lo que
ella puede hacer» (Deleuze, 1983: 101). No hay una respuesta indepen
diente para la pregunta siguiente: ¿en qué sentido y con qué derecho es
la nobleza más elevada o mejor que la ruindad? No hay una justificación
externa para la preeminencia de lo afirmativo y lo activo. No es suficien
te señalar la preeminencia lógica de lo activo sobre lo reactivo, de lo
afirmativo sobre lo negativo, puesto que si la voluntad de poder existe
sólo en sus formas determinadas y calificadas, entonces no está menos
presente del lado de lo negativo y lo reactivo. A fin de funcionar como
una base para la evaluación crítica, sostiene Deleuze, la voluntad de
poder debe ser considerada en el contexto de la filosofía de Nietzsche
como un todo. No podemos sólo considerar la voluntad de poder «en sí
misma o abstractamente, como meramente dotada de dos cualidades
opuestas, afirmación y negación» (Deleuze, 1983: 86). También debe
mos remitirnos al «test» del eterno retorno. En última instancia, la meta
física nietzscheana de Deleuze implica un concepto selectivo de ser, o
un concepto de ser como un proceso selectivo, en el cual son sólo lo
activo y lo afirmativo los que retornan, y donde lo negativo debe even
tualmente transmutarse en lo afirmativo. Debido a que implica un prin
cipio de selección, la filosofía nietzscheana de la diferencia de Deleuze
no es menos «moral» en su efecto que la de Platón. Pero implica un
principio diferente de selección, permitiendo sólo el retorno de las for
mas excesivas y transformativas, aquellas que llegan al límite de sus ca
pacidades y se transforman en otra cosa. Puesto que el ser es concebido
en términos de grados de poder, esto viene a promover la selección de
las formas «más altas»; aquellas con la mayor capacidad de actuar y ser
influidas, aquellas con la mayor capacidad y la mayor sensibilidad. El
eterno retorno define pues y selecciona aquello que es «noble» en el
sentido nietzscheano del término: El eterno retorno por sí solo afecta la
verdadera selección, porque elimina las formas estándar y deja al descu
bierto «la forma superior de todo lo que es» (Deleuze, 1994: 54-5). En
too
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4. Deseo, devenir y libertad
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los
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Concepto de deseo
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no
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57 Gatens y Lloyd señalan que, para Spinoza, «Los deseos surgidos de la alegría serán, por
definición, aumentados por los afectos de alegría; mientras que los deseos de tristeza serán
disminuidos por los afectos de tristeza. Hay en este contraste una orientación inherente a la
alegría hacia un compromiso con lo que yace más allá del yo y, por tanto, hacia la sociabilidad;
y hay una correspondiente orientación de la tristeza hacia la separación y el aislamiento. La
fuerza de deseo que surge de la alegría se fortalecerá más bien que debilitarse por el poder de
causas externas. El aumento de la actividad de la mente, que es alegría, se fortalecerá por su
comprensión de las causas externas de su alegría» (Gatens y Lloyd, 1999: 53).
111
Paul Patton
58 Ver el pasaje de Aurora, Libro 1, § 23, citado en el capítulo 3. Mark Warren llama la atención
sobre la importancia del «sentimiento de poder» en la descripción de Nietzsche de la acción
humana. Sostiene que la teoría de Nietzsche de la voluntad de poder debe ser entendida
primordialmente como una descripción de las condiciones de la experiencia humana de la
acción y que, para Nietzsche, es la dimensión autorreflexiva de la acción como expresada en el
sentimiento de poder, lo que predomina: «Al ser conscientes y autoconscientes, los seres
humanos luchan menos por fines externos que por la finalidad autorreflexiva de experimentar
al yo como agente» (Warren, 1988: 138).
59 Citado en Allison (1977: 107); también en Klossowski (1997: 55).
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Devenires
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60 «Por afecto entiendo las afecciones del cuerpo por las cuales el poder de actuar del cuerpo
es aumentado o disminuido, ayudado o restringido (Ética, III, definición 3). Ver la discusión
de Deleuze en 1988c: 48-51.
116
Deleuze y lo político
117
Paul Patton
que los poderes reales del animal sean de hecho asumidos por el sujeto del
devenir, aunque en algunos casos algo semejante a esos poderes pueda
adquirirse. Más bien es cuestión de la producción de afectos, o de formar
un cuerpo interindividual con los poderes reales o imaginarios del animal
en cuestión. Aun un compromiso con los poderes atribuidos al animal en j
el imaginario social puede servir para realzar el sentimiento de poder y con ‘
ello las capacidades reales de aquellos comprometidos en el devenir: bru
jos, guerreros, actores, etcétera. Deleuze y Guattari sugieren que los proce
sos de devenir-animal están esencialmente relacionados con grupos o mo
vimientos sociales marginales. Desde un punto de vista histórico,
61 Ver la discusión de Charles Stivale de una política contemporánea del devenir en la ciencia
ficción cyberpunk (Stivale, 1998: 124-42).
62 En un punto sugieren que «devenir y m ultiplicidad son la misma cosa» (Deleuze y
Guattari, 1987: 249).
118
Deleuze y LO POLÍTICO
niíis allá. Pero ‘es suficiente’» (Melville, 1994: 167). El devenir de Ahab es
una línea de vuelo que lo lleva más allá de la vida misma, aun si al hacerlo
se enfrenta con su propia muerte. La ballena blanca representa todas esas
Iiguras con las que podemos sellar un pacto a fin de pasar más allá de un
estado dado de vida o de ser. Es anómalo, no sólo por ser una excepción,
sitio por marcar un límite o frontera más allá de los cuales todo cambia-
Anómalo no significa anormal, sino «lo desigual, lo tosco, lo áspero, el filó
cortante de la desterritorialización» (Deleuze y Guattari, 1987: 244).
Los devenires que interesan a Deleuze y Guattari no son simplemente
devenir-otros, sino devenires-minoritarios. No existe nada como deven*'
inayoritario. El concepto de devenir está por tanto íntimamente vinculado
al concepto de m inoritario, y, a través de él, a los procesos do
desterritorialización que definen una multiplicidad cualitativa dada. Seña
lamos al final del capítulo 2 cómo ellos distinguen entre minoridades con
cebidas como subsistemas o elementos determinados dentro de una mayo
ría dada y el proceso de devenir-menor o minoritario, que remite al poten
cial de todo elemento para desviarse del estándar o norma que define e s*
mayoría. En estos términos, devenir-minoritario es embarcarse en un pro
ceso de desterritorialización o divergencia de la norma, mientras que, a 1*
vez, «todo devenir es minoritariano (minoritarian)» (Deleuze y Guattari,
1987: 106, 291). En la medida en que el sujeto de la sociedad y la comurñ-
dad política europea es masculino, las mujeres y los niños, igual que los
animales, son minorías, y devenir-animal, devenir-niño o devenir-mujer
son senderos potenciales de desterritorialización de la mayoría.
Devenir mujer debe ser entendido como un devenir del mismo tipo q ° e
devenir-animal, en el sentido que implica una alianza virtual con los afectos
y poderes que han sido tradícíonaímente asignados a ías mujeres. La realidad
del devenir nene poco que ver con una relación con mujeres reales, p e *0
todo que ver con una relación con el cuerpo incorpóreo de la mujer tal coi*10
figura en el imaginario social. Este cuerpo podría definirse en términos de l ° s
afectos asociados con la alimentación y la protección de otros, o los afectos
asociados con estatus sociales dependientes, tales como la capacidad de d isi
mulo o de cultivar el afecto de otros, el gozo de las apariencias y el desem pe"
ño de roles.63 Devenir mujer no implica imitar o asumir las fomias de
63 Estos son los afectos que Nietzsche asocia con actores, mujeres y otros que tuvieron <íue
sobrevivir bajo condiciones de dependencia. Ver Nietzsche, 1974: Libro 5, # 361, « Sob r«
problema del actor».
P aul Patton
M Ver Jardine (1985), Baridotti (1991, 1994, 1994a, 1994b), Battersby (1998). Grosz proporciona
un útil resumen de previas críticas feministas de Deleuze y Guattari en Grosz, 1994a: 163-4, 173-
9. Olkowski (1999: 32-58) y Goulimari (1999) emprenden lecturas críticas de respuestas feministas
anteriores a Deleuze y Guattari: ambos ofrecen una evaluación más positiva de las perspectivas de
un «feminismo minoritario». Lorraine (1999) explora un terreno común a Irigaray y Deleuze.
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Libertad crítica
65 Grosz hace esta lectura de Deleuze y Guattari, asumiendo que ellos sugieren que «la libera
ción de las mujeres» es una fase necesaria en el proceso más amplio de la liberación humana.
Ver Grosz, 1994a: 179; 1994b: 208.
122
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6C Diana Coole (1993: 84-7) señala el grado en que Berlín se apoya en una serie de metáforas
espádales con el fin de definir la libertad negativa.
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entre grupos y las formas de intercambio entre ellos, los sistemas de paren
tesco determinan los flujos de producción material dentro de las socieda
des primitivas. Establecen las deducciones que constituyen un stock míni
mo o la acumulación heredada de bienes, así como las separaciones tal
como ocurren en el contexto del casamiento: «Un flujo es codificado en la
medida en que las separaciones de la cadena y las deducciones a partir de
los flujos se efectúan en correspondencia» (Deleuze y Guattari, 1977: 149).
Siguiendo a Nietzsche y Bataille, Deleuze y Guattari sostienen que la
economía de la máquina territorial primitiva no es gobernada por un inter
cambio igualitario, sino por el principio de desequilibrio fundamental que
corresponde a las relaciones de deuda y crédito. El análisis de Nietzsche de
la economía psíquica del castigo en La genealogía de la moral proporciona
el modelo para su versión del «excedente del código» que explica la equi
valencia de dolor infligido con la lesión experimentada. El mismo fenóme
no del valor excedente del código, sugieren, explica la manera en la cual,
en algunas sociedades, la acumulación de riqueza perecedera se convierte
en prestigio imperecedero (Deleuze y Guattari, 1977: 150).
La segunda forma de socius es el cuerpo pleno del déspota que acompaña
la «Máquina Despótica Bárbara». En contraste con la máquina territorial,
Deleuze y Guattari sostienen que esta máquina social se caracteriza por un
nuevo sistema de alianza y una nueva forma de filiación. La máquina despótica
sustituye las castas o clases jerárquicas por las alianzas laterales de la máquina
territorial e introduce una nueva forma de filiación que conecta al pueblo, a
través del déspota, directamente con la deidad; «la nueva alianza y la filia
ción directa son categorías específicas que atestiguan la existencia de un nue
vo socius, irreductible a las alianzas laterales y las filiaciones extendidas que
son rehusadas por la máquina primitiva « (Deleuze y Guattari, 1977: 194,
trad. modificada). Hay una profunda discontinuidad entre esta máquina
social y la primitiva, pero también un grado de continuidad, al punto de que
retiene las antiguas territorialidades de linaje y alianza, integrándolas como
partes operativas subordinadas de la nueva máquina. Como en la concep
ción genealógica de la historia de Nietzsche, los cambios en la naturaleza de
las instituciones sociales son entendidos como el resultado de ser vencidas
por nuevas fonnas y sometidas a nuevos significados (Deleuze y Guattari,
1977: 196). La máquina despótica no suprime el antiguo régimen de alianzas
laterales y filiaciones extendidas, sino que más bien desplaza su carácter como
relaciones determinantes de organización social, subordinándolas a su pro
pio sistema de alianza y filiación. Por ejemplo, las fonnas de deuda de alian
132
D eleuze y lo p o l ít ic o
Señalamos más arriba que para Deleuze y Guattari la tarea esencial del
socius es codificar los flujos de deseo y materia que constituyen una so
ciedad. El mecanismo esencial y la novedad de la máquina estatal despótica
es que introduce un sistema de sobrecodificación. Por este medio, una
nueva forma de inscripción es superpuesta sobre las formas de inscrip
ción primitiva, forzándolas a alinearse en la nueva alianza de déspota y
pueblo y la filiación directa de déspota y deidad.
El concepto de Deleuze y Guattari de la Máquina Despótica Bárbara
implica una teoría sobre el origen y la naturaleza de sociedades bajo gobier
no estatal. Ellos contraponen su concepto de Estado con aquellos relatos que
lo representan como el resultado de un tratado o contrato (Deleuze y Guattari,
1977: 195) , sosteniendo en cambio que «la sobrecodificación es la operación
que constituye la esencia del Estado» (Deleuze y Guattari, 1977: 199 ). Sos
tienen que, lejos de estar atado al establecimiento de un territorio, el Estado
es el resultado de un movimiento de destenitonalizución que reemplaza los
133
P a u l P atton
signos abstractos por los signos del planeta Tierra y convierte el territorio en
un objeto de propiedad. No obstante, la máquina despótica estatal continúa
siendo un sistema de código: comparte con la máquina territorial un horror
por los flujos decodificados. En tanto emerge como el resultado de un pro
ceso de desterritorialización en relación con la máquina territorial, la má
quina despótica inmediatamente territorializa las nuevas formas de propie
dad sobre el nuevo socius. Al mismo tiempo, introduce sus propias formas
de desterritorialización, tales como la invención del dinero, que inicialmen
te suple las necesidades impositivas más bien que las comerciales (Deleuze y
Guattari, 1977:197). Como tal, el dinero, bajo las condiciones de la máqui
na despótica, da lugar a una desterritorialización limitada y la correspon
diente reterritorialización de los flujos del producto.
La «Máquina Capitalista Civilizada» difiere en varios respectos impor
tantes de las máquinas sociales anteriores. En primer lugar, mientras que
tanto la máquina territorial como la despótica dan origen a procesos de
desterritorialización y generan flujos decodificados de varias clases, el ca
pitalismo es la única máquina social que es definida por «la decodificación
generalizada de los flujos». Dentro de las sociedades precapitalistas, el de
sarrollo de la propiedad privada y la producción de artículos de consumo,
la extensión de los mercados y la acumulación de dinero, todo ello implicó
flujos desterritorial izados de productos y actividad sociales. Una tarea pri
maria de los primeros Estados modernos fue contener tales flujos mediante
la creación de nuevos códigos e instituciones sociales. El capitalismo surge
sólo cuando estos flujos decodificados son reunidos en un nuevo sistema
económico y social que produce lo que Deleuze y Guattari llaman la con
junción de flujos desterritorializados. Es esta conjunción de flujos
decodificados lo que le permite al capitalismo desarrollarse y al capital
convertirse en «el nuevo cuerpo social pleno» (Deleuze y Guattari, 1977:
226). Deleuze y Guattari siguen la explicación de Marx del proceso de
«acumulación primitiva», al describir el encuentro contingente entre flujos
de dinero y trabajo desterritorializados que dieron origen al capital indus
trial. Es este encuentro lo único que hace posible el capitalismo como un
sistema de producción social autorreproductivo y dinámico. La máquina
capitalista no se arma hasta que el dinero en la forma de capital asume el
control directo del propio proceso de producción. Pero esto sólo ocurre
debido a que una serie de accidentes históricos reúnen en el mismo tiempo
y lugar los elem entos necesarios: «por una parte, el trabajador
desterritorializado que ha devenido libre y desnudo, debiendo vender su
134
D eleuze y lo p o l ít ic o
135
P a u l P attun
1
razón por la cual la tendencia a caer del índice de beneficio permanece
en función sin alcanzar nunca su límite ideal. Otro aspecto del problema
de la caída del índice de beneficio que Deleuze y Guattari sugieren es su
explicación de que el excedente de flujo puede ser una contribución
innovación tecnológica al valor añadido:
136
P a u l P atton
mías precapitalistas operan por medio de códigos que son medios extrín
secos de regular el flujo de materiales económicos y fuerzas sobre el socius.
Los códigos sociales determinan la calidad de flujos particulares, por
ejemplo, el prestigio como opuesto a los bienes de consumo, establecien
do con ello relaciones indirectas entre flujos de diferentes clases. Tam
bién determinan la manera en la cual, dentro de ciertos límites, un exce
dente es extraído de los flujos primarios: en las sociedades gobernadas
según códigos, el valor excedente toma invariablemente la forma de exce
dente de código. Finalmente, daclc |ue son extrínsecos al proceso de
producción y circulación de bienes, los sistemas de codificación implican
la existencia de formas de creencia, juicio y evaluación colectivos por
parte de los agentes de esos procesos. Por contraste, el capitalismo no
tiene necesidad de marcar cuerpos o de constituir una memoria para sus
agentes. Dado que opera por medio de una axiomática intrínseca a los
procesos sociales de producción, circulación y consumo, es una máquina
profundamente cínica: «el capitalista está meramente adoptando una pose
cuando se queja del hecho de que hoy en día nadie cree más en nada»
(Deleuze y Guattari, 1977: 250).
Deleuze y Guattari hablan de la axiomática capitalista tanto en un
sentido restringido como primariamente económico, como también en
un sentido más amplio referido a una máquina social que incluye un
aparato tanto jurídico y político como tecnocrático. Es como si hubiera
dos aspectos del capitalismo, o una distinción a establecer entre el capital
entendido como «una axiomática general de flujos decodificados» (Deleuze
y Guattari, 1987: 453) y el capitalismo entendido como un mecanismo o
conjunto de mecanismos para el mantenimiento de un conjunto relativa
mente estable de los factores sociales requeridos para sostener la extrac
ción de excedente de flujo. El capitalismo como un sistema económico
constituye una axiomática, pero también lo hace la sociedad capitalista:
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D eleuze y lo p o l ít ic o
69 Esta frase de Nietzsche, citada por Deleuze y Guattari (1977: 34), es tomada de Así habló
Zaratustra, Parte 2, «Del país de la cultura».
139
P a u l P atton
de vista privilegiado del pasado. En este sentido, sostienen que «el capi
talismo ha embrujado todas las formas de sociedad» (Deleuze y Guattari,
1977: 140). Como la única máquina social que opera por medio de una
decodificación generalizada de los ílujos, el capitalismo revela el secreto
de las formas más antiguas de sociedad, a saber, su aborrecimiento de la
decodificación y su compromiso de «codificar y aun sobrecodificar los
flujos antes bien que permitir que nada escape a la codificación» (Deleuze
y Guattari, 1977: 153). La Máquina Capitalista Civilizada ronda las for
mas más antiguas de codificación social, no como el inevitable punto
final de un proceso singular de desarrollo, sino como su otro límite abso
luto. La desterritorialización absoluta de la vida social también ronda al
capitalismo bajo la forma de un límite que es continuamente aproximado
pero nunca alcanzado. Este límite externo es el punto final del proceso
de decodificación y desterritorialización. Si alguna vez fuera alcanzado,
significaría una forma de esquizofrenia social, el punto en el que los
flujos del deseo «viajan en estado libre sobre un cuerpo desocializado sin
órganos» (Deleuze y Guattari, 1977: 246). No obstante, así como la
esquizofrenia es un modo insostenible e invivible de existencia personal
y social, también la desterritorialización continúa siendo un modo inal
canzable de existencia social. Las sociedades capitalistas reterritorializan
lo que desterritorializan, produciendo todo tipo de «neoterritorialidades»
que pueden ser «artificiales, residuales o arcaicas», pero que tienen el
efecto de resucitar o reintroducir fragmentos de códigos sociales anterio
res, o de inventar nuevos: los ejemplos van de las formas más virulentas
de fundamentalismos religiosos o nacionalistas a los relativamente benig
nos monarquismos constitucionales o nacionalismos cívicos. El capitalis
mo, como una forma distintiva de organización social, tiene un límite,
que es la absoluta decodificación de los flujos, «pero sólo funciona em
pujando hacia atrás y exorcizando este límite [...] la fuerza del capitalis
mo reside por cierto en el hecho de que su axiomática nunca se satura,
sino que es siempre capaz de añadir un nuevo axioma a los previos»
(Deleuze y Guattari, 1977: 250).
El Estado y la desterritorialización
1 40
D e l e u z e y 10 p o l ít ic o
70 Deleuze y Guattari sugieren que la máquina despótica implica una «formación» que puede
encontrarse tanto en imperios seculares como espirituales. Señalan la paranoia como la formación
equivalente del deseo, sugiriendo que «el déspota es el paranoico» (Deleuze y Guattari, 1977: 193).
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La desterritorializarión y lo político
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D e ie u z e y lo p o l ít ic o
72 En otros lugares, en Diferencia y repetición, Deieuze señala que para toda filosofía que
comienza con una afirmación subjetiva o implícita acerca de lo que se supone que todos
saben, hay otra que niega este conocimiento o no logra reconocer lo que es demandado. Tales
filosofías no se apoyan en el hombre común, sino en una persona diferente. «Alguien que ni
deja ser representado ni desea representar nada» (Deieuze, 1994: 130). En la entrevista «Los
intelectuales y el poder» sugiere que fue Foucault quien enseñó a los intelectuales de su
generación la indignidad de hablar por otros. «Ridiculizamos la representación y dijimos que
había terminado, pero no extrajimos las consecuencias de esta conversión «teórica», para
apreciar el hecho teórico de que sólo aquellos directamente interesados pueden hablar por su
propia cuenta de una manera práctica» (Foucault, 1977b: 209).
149
P a u l P atton
ISO
D eleuze y lo p o l ít ic o
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n Ver tos teoremas de desterritorialización elaborados en la meseta 7a., «Año Cero, faciatidad»
y en la 10a., «1730: devenir-intenso, devenir-animal, devenir-imperceptible» (Deleuze y Guattari,
1987: 174-5, 306-7).
152
D eleuze y lo p o l ít ic o
miemos dentro del orden actual de las cosas (en cuanto opuesto al vir
tual) . La desterritorialización relativa puede adoptar una forma negativa
o positiva. Es negativa cuando el elemento desterritorializado es someti
do inmediatamente a formas de reterritorialización que encierran u obs
truyen su línea de vuelo. Es positiva cuando la línea de vuelo prevalece
sobre las reterritorializaciones secundarias, aun cuando puede todavía
dejar de conectarse con otros elementos desterritorializados o entrar en
un nuevo con ju n to con nuevas fuerzas. Por el con trario, la
desterritorialización absoluta remite a un tipo de movimiento relativa
mente diferente. La desterritorialización es absoluta en la medida en que
concierne a lo virtual en el orden de cosas (como opuesto a lo real). Este
es el estado en el cual hay sólo multiplicidades cualitativas, el estado de
«materia no formada en el plano de la consistencia» (Deleuze y Guattari,
1987: 55-6). La desterritorialización relativa tiene lugar en la dimensión
molar de la vida individual o colectiva, pero la desterritorialización abso
luta tiene lugar en el plano molecular de la existencia social.
La desterritorialización absoluta no es un estadio ulterior ni en ningún
sentido algo que viene después de la desterritorialización relativa. «Hay
una inmanencia perpetua de desterritorialización absoluta dentro de la
desterritorialización relativa» (Deleuzey Guattari, 1987: 56). Se sigue que,
correspondiendo a la distinción dentro de la desterritorialización relativa
entre sus formas negativa y positiva, la desterritorialización absoluta tiene
también dos polos. Los peligros de la línea de vuelo sobre los que adverti
mos en el capítulo 4 son también los peligros de la desterritorialización
absoluta. De qué manera resultarán las cosas depende de la naturaleza de
los conjuntos a través de los cuales se expresen estos movimientos. La
desterritorialización absoluta y la relativa serán ambas positivas en cuanto
impliquen la construcción de «conexiones revolucionarias en oposición a
las conjugaciones de la axiomática» (Deleuze y Guattari, 1987: 473). Las
transformaciones reales en un campo dado requieren la recombinación de
elementos desterritorializados en formas mutuamente productivas y de
apoyo mutuo. En este sentido, los conjuntos sociales o políticos son
auténticamente revolucionarios sólo cuando implican conjuntos de co
nexión más bien que de conjugación. Estas son las condiciones bajo las
cuales la desterritorialización absoluta conduce a la creación de una nueva
tierra y un nuevo pueblo: «cuando conecta líneas de vuelo, las eleva al
poder de una línea vital abstracta o traza un plano de consistencia» (Deleuze
y Guattari, 1987: 510).
153
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P a u l P attom
Máquinas de metamorfosis
75 Durante la'go tiempo, el término «máquina de guerra» fue asociado con el tipo de complejo
militar-industrial que surgió en los países industriales avanzados después de 1945. Deleuze y
Guattari emplean el término en este sentido en su descripción de la evolución del Estado-
nación en la posguerra, cuando sugieren que ahora es plausible considerar los principales
Estados industriales como subordinados a una máquina de guerra global, un monstruo único
con muchas cabezas cuya característica más impresionante es su temible poder destructivo:
«Hemos visto cómo la máquina de guerra se hacía cada vez más fuerte como en un relato de
ciencia ficción» (Deleuze y Guattari, 1987: 422). Desde la publicación de Mil mesetas en
Francia en 1980, y en la secuela de las «guerras» contra Irak y Serbia, el término ha sido usado
comúnmente para referirse a cualquier cosa remotamente relacionada con la capacidad militar
de un Estado-nación o una organización multinacional tal como la OTAN.
156
D eleuze y lo p o l ít ic o
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P a u l P atton
una guerra de guerrillas o una desobediencia civil, «puede decirse que una
máquina de guerra ha revivido, que ha aparecido un nuevo potencial
nomádico, acompañado por la reconstitución de un espacio llano o una
manera de ser en el espacio como si fuera llano» (Deleuze y Guattari, 1987:
386). En estos términos, los conjuntos del tipo de máquina de guerra apo
yan todos esos procesos que permanecen fuera de las formas de Estado y
todos aquellos movimientos que se resisten al proceso de captura. Históri
camente, sugieren Deleuze y Guattari, ha habido dos clases principales de
máquinas sociales no estatales: organizaciones en gran escala globales o
ecuménicas, tales como las redes religiosas o comerciales, y grupos sociales
o comunidades marginales que continúan afirmando la naturaleza y los
derechos de sociedades segmentarias contra los órganos del poder estatal.
No menos que las diferentes clases de formas estatales, las organizaciones
tanto ecuménicas como marginales están siempre presentes en cualquier
campo social dado. Además, estas dos organizaciones no estatales son dife
rentes en clase de las formas estatales. Deleuze y Guattari sostienen la radi
cal exterioridad de la máquina de guerra en relación con la forma estatal:
«En todo sentido, la máquina de guerra es de otra especie, otra naturaleza,
otro origen que el aparato estatal» (Deleuze y Guattari, 1987: 352). Ellos
proporcionan ejemplos de esta diferencia extraída de la mitología
indoeuropea y africana así como de la epistemología: hasta la historia de las
ciencias naturales tales como la matemática y la geometría les proporcionan
material para una distinción entre el Estado y la ciencia nómada (Deleuze
y Guattari, 1987: 361-74). Alternativamente, la diferencia entre estas dos
clases de conjuntos podría suponerse que aparece en las diferentes formas
en que un cuerpo puede aumentar su poder. Como un aparato de captura,
la forma estatal representa un modelo puramente cuantitativo o lineal de
aumento de poder. Implica la incorporación de otros cuerpos, ya sea por
que su sustancia alimenta los poderes del cuerpo que captura, o por que los
poderes de estos pueden ser añadidos al suyo propio. Por contraste, la
máquina de la metamorfosis representa un modelo de aumento de poder
más cualitativo o multidimensional: «comprende alguna otra cosa además
de aumentar las cantidades de fuerza» (Deleuze y Guattari, 1987: 422).
No obstante, su descripción primaria de la diferencia entre conjuntos
de tipo estatal y de maquinaria de guerra es hecha en términos de las dife
rentes clases de espacio o determinación espacial asociada con cada uno:
«El espacio llano y el estriado -espacio nomádico y espacio sedentario-, el
espacio en el cual la máquina de guerra se desarrolla y el espacio instituido
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Deleuze y lo político
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D eleuze y LO PO LITICO
76 Ver el extenso análisis esquizoanalítico que hace Stivale de este filme y la secuencia docu
mental Apocalipsis Now: Hearts and Shadows (Stivale, 1998: 27-70). Stivale comenta que el
aparente deseo y los devenires narrativos del coronel Kurtz, que tanto tientan a Willard
durante su viaje, se relacionan directamente con el sueño de fusionarse con los flujos de una
banda guerrera en una experiencia militar nomádica supuestamente más allá de la lógica
limitada de la máquina de guerra del gobierno de Estados Unidos (Stivale, 1998: 34).
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D eleuze y LO POLÍTICO
77 Las formas de nomadismo en las sociedades actuales deben ser típicamente entendidas como una
mezcla de estos modos distintos de existencia social. No obstante, Deleuze y Guattari insisten en
que tas diferencias formales son importantes puesto que «es sólo sobre la base del concepto
distinto que podemos formular un juicio sobre la mezcla» (Deleuze y Guattari, 1987: 410).
165
P a u l P atton
ción colonial, pero estos territorios no son patrias que les pertenezcan, sino
más bien el fundamento o apoyo de su existencia. La relación diferente con
el territorio es una de las razones por las cuales los colonizadores europeos
estaban típicamente imposibilitados o no deseosos de reconocer a los habi
tantes indígenas como propietarios de sus tierras. Las referencias de Deleuze
y Guattari a nómadas reales se reducen en gran medida a pueblos del norte
de África, el Medio Oriente y las estepas eurasianas. En la próxima sección
consideraremos cómo la captura colonial de territorios indígenas condujo
a la desposesión de pueblos nómadas en otras partes del mundo.
El axioma de Deleuze y Guattari que vincula a los nómadas con la
máquina de guerra significa que la frase «máquina de guerra nomádica» es
un pleonasmo y la descripción detallada de las condiciones de la existencia
nomádica no es sino un medio para especificar las características clave de la
máquina de guerra. La conexión entre los nómadas y los conjuntos de la
máquina de guerra parece estar justificada por su demanda histórica de
que los procesos de devenir-nómada tendían a implicar la constitución de
una máquina de guerra. En realidad, convierten en un axioma que la má
quina de guerra es una invención nomádica. Este procedimiento llama la
atención al hecho de que están comprometidos en la invención de un
concepto antes que en la ciencia social empírica. En una crítica importante
y bien informada de la nomadología de Deleuze y Guattari, Christopher
Miller sostiene que su fundamento en fuentes antropológicas, si bien limi
tado, los compromete con una «referencialidad antropológica» y los con
duce a formular declaraciones antropológicas (Miller, 1993: 11-13).7HNo
obstante, en tanto que señala pasajes en los cuales Deleuze y Guattari nie
gan que estén sosteniendo afirmaciones empíricas, Miller no toma suficien
temente en cuenta la naturaleza abstracta de los conjuntos que ellos inten
tan definir, y mucho menos el sentido en que están intentando definir un
nuevo tipo de máquina abstracta que existe sólo en sus múltiples variacio
nes. Como una máquina abstracta, La máquina de guerra no debe ser con
fundida con ningún aparato concreto social o militar. El axioma de que la
máquina de guerra es inventada por los nómadas significa que el nomadismo
que describen debe ser considerado abstracto en la misma medida que la
máquina de guerra. Se sigue que los nómadas de Deleuze son objetos virtuales78
78 «Las reservas de tos autores acerca de la antropología no les impiden usarla de dos maneras
importantes: primero, toman muchos elementos de fuentes antropológicas y, en segundo
lugar, hacen declaraciones antropológicas propias» (Miller, 1993: 13).
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19 Ver el comentario defensivo al final de la meseta 12a.: «Pensamos que era posible atribuir
la invención de la máquina de guerra a los nómadas. Esto fue hecho sólo por el interés
Histórico de demostrar que la máquina de guerra como tal había sido inventada» (Deleuze y
Guattari, 1987: 422).
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Colonización
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libre y espacio liso que no tienen uso para un factor de trabajo» (Deleuze y
Guattari, 1987: 490-1). Es debido a que los habitantes indígenas del Nuevo
Mundo no trabajaban en este sentido estricto del término que los coloniza
dores consideraban que no trabajaban, mucho menos en una forma de traba
jar la tierra que les proporcionara a ellos derecho sobre esta.
En el caso de captura de porciones de la superficie de la tierra que hace
de estas porciones campos más bien que territorios, Deleuze y Guattañ
describen las condiciones que permiten la extracción de renta territorial
como «el modelo mismo de un aparato de captura» (Deleuze y Guattari,
1987:441). La imposición de la renta de la tierra implica el establecimiento
de medios de comparación de la productividad de diferentes porciones
explotadas simultáneamente, o de medios de comparación de la misma
porción explotada sucesivamente. La medida de productividad proporcio
na un espacio general de comparación, una medida de diferencias cualita
tivas entre porciones de la superficie de la tierra que está ausente del con
junto territorial de la sociedad cazadora-colectora. Así, la tierra correspon
de al territorio como el trabajo corresponde a la actividad libre: «el trabajo
y el exceso de este son el aparato de captura de la actividad, así como la
comparación de terrenos y la apropiación de tierra son el aparato de captu
ra del territorio» (Deleuze y Guattari, 1987: 442). En cada caso encontra
mos los mismos dos elementos clave: la constitución de un espacio general
de comparación y el establecimiento de un centro de apropiación.
No obstante, se requiere otra condición para sostener la captura politico
económica de la tierra y sus recursos. A fin de extraer renta de la tierra, la
diferencia en productividad debe estar vinculada con un terrateniente: «La
renta de la tierra homogeniza, iguala diferentes condiciones de productivi
dad vinculando el exceso de las condiciones más altas de productividad
sobre las más bajas a un terrateniente.» (Deleuze y Guattari, 1987: 441). La
extensión colonial del sistema estatal europeo requiere por tanto un sistema
de propiedad privada de la tierra. A fin de extraer trabajo excedente en
forma de beneficio, tanto la tierra como el trabajo deben convertirse en artí
culos de consumo. En el caso colonial, la precondición del empleo produc
tivo del trabajo fue la desterritorialización de territorios indígenas por su
conversión en tierra. La extracción de renta de la tierra no es sólo el modelo
mismo de un aparato de captura, sino «inseparable de un proceso de relati
va desterritorialización», porque, «en lugar de que el pueblo esté distribui
do en un territorio itinerante, porciones de tierra son distribuidas entre la
gente de acuerdo con un criterio cuantitativo común» (Deleuze y Guattari,
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81 A pesar del hecho de que el primer gobernador de la colonia de Nueva Gales del Sur tenía
instrucciones de tomar posesión de tierras sólo «con el consentimiento de los nativos», y a pesar
de la targa historia de negociaciones y tratados coloniales con pueblos indígenas en otras partes
del mundo, las autoridades británicas optaron por no considerar a los habitantes indígenas de
Australia como pueblos establecidos con su propia ley y gobierno. En lugar de ello, optaron por
la ficción de que Nueva Gales del Sur había sido adquirida como «desierta e inhabitada». Este
principio fue claramente establecido por el Consejo Privado Inglés en un caso de 1889, Cooper
versus Stuart, cuando se declaró que Australia era una colonia de la Corona adquirida por
establecimiento, con el fundamento de que era «un tramo de territorio prácticamente desocupa
do, sin habitantes establecidos ni leyes establecidas» (Reynolds, 1996: 16, 110).
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82 «Así como el derecho colonial del siglo dieciocho contenía reglas que regían asuntos tales
como el estatuto constitucional de las colonias, los poderes relativos del Parlamento Imperial
y las asambleas locales, y la recepción del derecho inglés, también contenía reglas referentes
al estatus de los pueblos nativos que vivían bajo la protección de la Corona, y la protección
y posición de sus tierras, el derecho de costumbre y las instituciones políticas. Estas reglas
conforman un cuerpo de derecho no escrito conocido colectivamente como la doctrina de
derechos aborícenes. La parte que trata específicamente sobre las tierras nativas es llamada la
doctrina de derechos aborígenes» (Slattery, 1987: 737).
85 Johnson versus Mac Intosh 21 USA (Wheat) 543 (1823), pp. 547, 573-4.
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84 Para Aotearoa/Nueva Zelanda ver R versus Symonds (1847), NZPCC 387; Para Canadá, ver St.
Catheríne's Milling and Lumber Company versus The Queen (1888), 14 AC 46.
85 Mabo versus Queenland (1992) es relatado en 175 CLR 1; 66 ALJR 408; 107 Air 1. Es
publicado en formato de libro, con comentaros de Richard H. Bartlett, como La decisión de
Mabo, Sydney, Butterworths, 1993.
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86 Por ejemplo, el Presidente del Tribunal Supremo dijo en su juicio que «el derecho común de
este país perpetuaría la injusticia si continuara sosteniendo la noción ampliada de térra
nullius y persistiera en caracterizar a los habitantes indígenas de las colonias australianas
como gente demasiado abajo en la escala de la organización social como para ser reconocida
como poseyendo derechos e intereses en la tierra» (Bartlett, 1993: 41).
87 En un análisis de Deleuze de la política aborigen canadiense (que en varios respectos es paralelo
a esta descripción de la jurisprudencia sobre título aborigen), Kara Shaw enfatiza el grado en que
tanto la decisión del tribunal en el caso de Delgamuukw versus British Columbio en 1993 como la
decisión de la apelación de la Suprema Corte implican una reaserción de la soberanía del Estado
colonial como fundamento de toda demanda de derechos especiales. A l mismo tiempo, con
referencia a la distinción de Deleuze y Guattari entre la política de la minoría y la política
mayoritaria de lo axiomático (ver capítulo 2), señala el importante sentido en que estas decisiones
legales sirven también para exponer el hueco irreductible entre las aspiraciones de los demandan
tes Gitskan y Wet'suwet' y las formas disponibles de reconocimiento dentro de la axiomática del
Estado colonial. Sin intentar negar la importancia de los cambios a nivel de los axiomas, ella
muestra el sentido en que, tanto para las demandas aborígenes como para Deleuze y Guattari, el
dominio de lo político no se extingue por la lucha a este nivel (Shaw, 1999: 280-308).
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sa Calder et alia versus el Fiscal General de British Columbio (1973), DLR (3d) 145.
89 Re Southern Rhodesia 1919 D.C. 211, en 233-4. Citado en Barlett, 1993: 26-7,144.
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92 Van der Peet versus The Queen (1996), DLR (4o) 289 (SCC). En este caso, la Suprema Corte
canadiense planteó directamente la cuestión de la naturaleza y el contenido de los derechos
aborígenes, sosteniendo que ellos debían ser entendida como Los medios por los cuales la
afirmación de la soberanía de la Corona se reconcilia (¡Qp gt hecho de la ocupación previa por
sociedades aborígenes distintivas.
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Conclusión
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Gilíes Deleuze no se adapta a la imagen estándar del filósofo político. No
ha escrito sobre Maquiavelo, Hobbes, Locke o Rousseau, y cuando ha
escrito sobre filósofos que son considerados pensadores políticos, tales
como Spinoza o Kant, no se ha ocupado de su s escritos políticos. No se
ocupa de cuestiones tales como la naturaleza de la justicia, la libertad y la
democracia, y mucho m enos de los principios de justificación procedimen-
tal. Su obra muestra una casi total falta de com prom iso con los problemas
centrales y las obligaciones norm ativas del pensam iento político angloa
mericano. Los intereses explícitamente políticos no constituyen la parte
más grande de su obra y surgieron relativamente tarde en su carrera. Sin
embargo, fue coautor, junto con Félix Guattari, de dos libros muy explícita
mente políticos: El antí EdipoyMil mesetas. Además publicó un capítulo
de los Dialogues com puesto conjuntamente con Claire Parnet, titulado
"M uchas políticas", un libro sobre Foucault, un ensayo sobre temas
foucaultianos titulado "PostScript sobre el control social", y varias
entrevistas referidas a cuestiones políticas. A pesar de su falta de com pro
m iso con cuestiones de teoría política normativa, Deleuze es, pues, un
filósofo profundamente político. De hecho, su obra en colaboración con
Guattari ofrece, como este libro pretende demostrar, nuevos conceptos y
un nuevo enfoque para pensar filosóficam ente acerca de lo político.
I l i b r o s
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