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El poblamiento de América, con especial referencia a los territorios meridionales de

América del Sur. Mandrini


En el actual territorio argentino y en el de sus países vecinos, parece hoy seguro que tales
poblaciones se encontraban ya en distintas zonas entre fines del Pleistoceno y comienzos
del Holoceno.
El origen del problema
Los viajes de los primeros navegantes que atravesaron el océano Atlántico rumbo al oeste
plantearon muy pronto a los europeos una larga serie de interrogantes. El mayor de estos
interrogantes era el que se refería a los habitantes de las nuevas tierras.
Lo que se discutía en los círculos académicos, intelectuales y religiosos europeos era el
problema de la “humanidad” de los pobladores de las tierras descubiertas, y el debate tenía
que ver con cuestiones más prácticas. Lo que estaba en discusión era la legitimidad de
reducir a esclavitud a los habitantes del continente. Quienes se oponían a la esclavitud de
las poblaciones americanas debían tratar de demostrar la “humanidad” de los nativos y para
esa demostración, el problema de los orígenes resultaba crucial.
Esos debates fueron pronto zanjados por una decisión del Papado, que mediante una bula
reconoció la “humanidad” de los indios, aunque asimilándolos a la condición de menores
que necesitaban ser tutelados. Sin embargo, el interés por conocer el origen de los primeros
pobladores de América no decayó. Los primeros intentos de explicación establecieron
algunas cuestiones básicas en las que coincidieron casi todas las hipótesis formuladas hasta
mediados del siglo XIX.
Las primeras respuestas fueron buscadas en los textos bíblicos, buscaron en las distintas
genealogías de la Biblia relaciones que permitieran vincular a los americanos con alguno de
los pueblos mencionados en el Antiguo Testamento. Al hacerlo demostraban su humanidad.
Algunas de las teorías más difundidas, hacían remontar ese origen a los mismo hebreos.
Con variantes, adhirieron a esta explicación personalidades de la talla de Bartolomé de las
Casas, de Fray Diego Duran, y Gregorio García. Tampoco faltaron quienes propusieron a los
cananeos, a los fenicios, y a los carios como presuntos antepasados de los nativos
americanos. O quienes recurrieron al mito de la Atlántida recogido por Platón.
Todas estas explicaciones coincidían en ciertos presupuestos esenciales. En primer lugar,
todas ellas eran monogenistas, consideraban un origen único para el hombre. En segundo
lugar, entendían que el hombre llego a América desde el Viejo Mundo, eran alóctonas. Por
último, todas ellas trataban de establecer vinculaciones con pueblos conocidos del Viejo
Mundo a partir de supuestas semejanzas. Hoy no serían hebreos o fenicios los elegidos,
pero no se ha descartado a los egipcios.
La búsqueda de explicaciones de carácter científico se inició recién en la segunda mitad del
siglo XIX, alentada por el auge de las ciencias naturales y el desarrollo de las doctrinas
evolucionistas. La crítica al “creacionismo” fue acompañada del ataque al monogenismo
que entrañaba, la posibilidad de un desarrollo evolutivo autónomo fue considerada posible
en muchos medios científicos.
A comienzos del siglo XX, la reacción antievolucionista alcanzó también a tales
formulaciones, pero las nuevas propuestas buscaron ahora fundarlos en información de
carácter arqueológico y paleontológico. El hombre había entrado en América por el
Estrecho de Bering proveniente de Asia, después de finalizada la llamada “Edad de Hielo”
en el periodo Holoceno o actual, y en más de una oleada migratoria. Emparentados
racialmente con las poblaciones mongoloides asiáticas, esos migrantes eran cazadores, con
una cultura material paleolítica y la evolución cultural posterior fue un proceso local y sin
aportes exógenos.
Estas ideas se encuentran en la base de lo que constituyo el cimiento de la postura
hegemónica en la antropología estadounidense sobre el poblamiento americano. Esa
postura es reconocida como la “hipótesis Clovis”.
El “modelo Clovis”: América para los americanos
Entre tales hallazgos, realizados principales en las llanuras y planicies centrales de los
EE.UU., se destacaban algunos restos óseos de animales extintos que tenían aun clavadas
bellas puntas de piedra tallada.
La antigüedad de esos hallazgos fue ubicada en un rango que oscila entre los 12000 y los
9000 años AP. Esos hallazgos eran atribuidos a una cultura de cazadores especializados en
la caza de grandes mamíferos a los que pronto se identificó con el nombre de Clovis.
Entre quienes sostenían esta postura general, se destacó un nutrido grupo de
investigadores estadounidenses que adhirió a la llamada “hipótesis Clovis”. Esta hipótesis
se propone brindar un modelo coherente y científico de todo el proceso de poblamiento de
América. Sostienen que no existen pruebas irrefutables y concluyentes para afirmar que el
poblamiento de América sea anterior a la cultura Clovis, a la cual consideran la primera
cultura americana y, por ende, aquella que caracteriza de los primeros pobladores. La
cultura Clovis tomo su nombre del sitio homónimo en el estado de Nuevo México.
Cazadores altamente especializados en la caza de grandes herbívoros. Las posibilidades de
alimentos que permitieron el rápido crecimiento demográfico de esos primeros cazadores,
que prono iniciaron una rápida y exitosa migración que los llevo hasta el extremo meridional
del continente americano.
El “modelo Clovis”, no dejo de despertar críticas, particularmente por la existencia de
algunos sitios arqueológicos que parecían de encajar en el modelo. Tales sitios fueron
durante desacreditados. Se argüía que habían sido mal excavados, que las muestras de los
fechas estaban mal tomadas o contaminadas, que los artefactos no eran tales.
Teles críticas no eran justas en todos los casos había cuestiones que tenían más que ver con
la política y la ideología que con la ciencia. Además, como la mayor parte de los hallazgos
que cuestionaban la “hipótesis Clovis” provenían de sitios sudamericanos, otros interpretan
que lo que se ponía en duda era el rigor científico de los arqueólogos latinoamericanos y
europeos que habían trabajado en ellos.
El reconocimiento del sitio de Monte Verde abrió enormes posibilidades a las
investigaciones sobre el poblamiento temprano de América. Forzaba a los
ultraconservadores defensores de la “hipótesis Clovis” a reconsiderar su teoría sobre la
antigüedad del arribo del hombre a América abría el camino para revisar la actitud asumida
hacia otros sitios que reclaman similar antigüedad y obligaba a no descartar “a priori” todo
hallazgo que la reclamara en el futuro.
El poblamiento del continente americano
Quedan hoy pocas dudas que los primeros pobladores llegaron desde el extremo oriental
de Siberia. El clima en todo el mundo era mucho más frio y húmedo que el actual: se
producía el último avance glaciar del Pleistoceno y gran cantidad de agua quedaba retenida
en los hielos continentales, lo que hizo descender el nivel de los mares alrededor de 130
metros, una planicie libre de glaciares unía Alaska con Siberia oriental.
Conocido como Beringia.se presentaba como un ambiente que brindaba amplios recursos
para la vida de los cazadores recolectores que se movían siguiendo las migraciones de los
animales. La primera entrada se habría dado entre unos 15000 y 20000 años atrás.
Se han propuesto también otras vías de entrada de grupos humanos al continente, a través
del océano Pacifico e incluso se supuso un movimiento de gente desde Australia cruzando
partes de la Antártida. Pero los testimonios arqueológicos de tales migraciones son muy
débiles o inexistentes. A partir de similitudes entre algunos instrumentos del noreste de
América y los de la industria solutrense de Europa suroccidental, antropólogos
estadounidenses plantearon la posibilidad de que grupos humanos provenientes de Europa
suroccidental hubieran atravesado el Atlántico. Argumentan que los cazadores solutrenses
parecen haber estado muy bien equipados para hacer frente a las bajísimas temperaturas
de esas altas latitudes.
La movilidad de esos cazadores hacia el sur del continente parece haber seguido más de
una vía. Debieron alcanzar primero las estepas herbáceas que se extendían en el centro de
América del Norte. Tradicionalmente se sostuvo que hicieron ese camino siguiendo el
corredor terrestre que unía el interior de Alaska con las estepas centrales. De todos modos
no era tan fácil de recorrer y solo estaba disponible en algunos momentos. Por este motivo.
Otros investigadores han propuesto como alternativa la costa del Pacifico de América del
norte que estuvo libre de hielo.
Al mismo tiempo que algunos grupos se expandieron por las estepas y praderas de América
del norte, otros debieron seguir camino hacia el sur recorriendo América central hasta
alcanzar el territorio sudamericano. En América del Sur, los distintos grupos parecen
haberse dividido: unos, habrían seguido hacia el sur por el corredor andino, otros, parecen
haberse desplazado hacia el este y el sur. Este fue el camino que siguieron los grupos que
finalmente alcanzaron el extremo sur del continente pues los que avanzaban por la zona
andina debieron ser detuvimos por los glaciares que cubrían los Andes patagónicos.
El avance fue lento y, de ninguna manera lineal. Ese movimiento debió enfrentar retrocesos,
desvíos en intentos fallidos.
Las condiciones medioambientales entre hace 14000 y 8000 mil años
Hace unos 12000 años las duras condiciones climáticas generales que caracterizaron la
última etapa del Pleistoceno comenzaron a cambiar. El intenso frio comenzó a ceder, las
temperaturas media ascendieron y el clima se hizo algo más benigno, la orientación de los
vientos se modificó y cambio el régimen de precipitaciones. En muchas partes, se fue
pasando de condiciones más húmedas a una mayor sequedad, en otras, ocurrió lo contrario.
Los grandes glaciares comenzaron a derretirse, reduciendo su superficie. Las aguas
producidas por el deshielo corrieron hacia los mares, y pronto el nivel de estos subió y las
tierras más bajas comenzaron a anegarse a medida que la superficie de mares y océanos se
extendía. Beringia comenzó a ser cubierta hasta desaparecer bajo las aguas. Eb el extremo
sur, la subida de las aguas formo el actual estrecho de Magallanes, separando
definitivamente a Tierra del Fuego del continente.
No cabe duda que las modificaciones producidas en el clima afectaron las condiciones de
vida de todas las comunidades vivientes, vegetales y animales, incluidos los hombres. La
transición del Pleistoceno al Holoceno fue un proceso muy largo y complejo.
o La meseta patagónica y el área fueguina
La masa continental era más ancha ya que la línea de costa del Atlántico se encontraba más
al este en tanto que, por el lado del Pacifico, incluía también los archipiélagos fueguinos.
Hacia el oeste, buena parte de la porción andina de la Patagonia se encontraba todavía
cubierta por glaciares. La Patagonia extra andina se presenta hoy como una extensa meseta
esteparia de gran aridez cruzada por fuertes vientos y casi desprovista de vegetación. Este
paisaje contrasta totalmente con el que encontraron los primeros pobladores. A fines del
Pleistocenos la situación era distinta. El lento deshielo de los glaciares cordilleranos
alimentaba una gran cantidad de corriente de aguas. La cubierta vegetal debió ser, por lo
tanto, más rica y extensa, sobre todo los pastizales y la región era capaz de mantener una
biomasa animal mucho mayor. Esa fauna extinguida incluía algunos animales de gran
tamaño como el milodón y la macrauchenia, así como el caballo americano, dos camélidos
y, algunos carnívoros como la pantera patagónica, quizá el tigre diente de sable y un zorro.
También guanacos, y huemul, pumas y dos especies de zorro, entre otros. En este ambiente
se instalaron los primeros pobladores. Los asentamientos se encontraban en cuevas
abrigadas en las partes altas de los cañadones o de las paredes rocosas que bordeaban
antiguos “bajos” con lagunas o lagos. Los sitios que reclaman mayor antigüedad se
encuentra en la meseta central santacruceña, entre los ríos Deseado y Chico. La ocupación
de las tierras más cercanas a la cordillera parece ser un poco más tardía. Más al sur se
encuentran también ocupaciones en la zona vecina al Estrecho de Magallanes y los canales
fueguinos, en territorio hoy chileno, y en la actual isla de Tierra del Fuego.
o El oriente de la llanura pampeana
Las tierras del centro y sur de la actual provincia de Buenos Aires forman parte de la región
pampeana propiamente dicha. Se trata hoy de una llanura apenas suavemente ondulada,
interrumpida al sur por dos cordones de sierras cuya altura apenas excede los 1000 m. el
suelo está formado fundamentalmente por sedimentos pardos o negros con alto contenido
de materia orgánica que se toman arenosos hacia el oeste y el sur. Predomina un clima
templado y húmedo, en la vegetación predominan las gramíneas y los arbustos, con varias
y complejas comunidades vegetales.
Las condiciones eran muy distintas a fines del Pleistoceno y comienzos del Holoceno. La
llanura bonaerense no fue afectada por los glaciares pero el clima era entonces más seco y
más frio que el actual. Los vientos de la cordillera, secos y huracanados, arrastraban nubes
de polvo que fueron depositándose en las partes llanas. La estela árida dominaba la región.
El territorio era más amplio.
Las sierras de Tandilla y Ventania disponían de muchos lugares que ofician protección y
recursos esenciales como leña, animales y agua, disponible en manantiales, arroyos y
lagunas. En la llanura herbácea que las rodeaba vivía una variada fauna que comprendía
tanto especies hoy vivas como otras extinguidas.
Durante la mayor parte del Holoceno, los niveles del mar sufrieron variaciones y el clima,
aunque algo más cálido y húmedo que el del Pleistoceno, fue en general más seco que el
actual y con fluctuaciones de las temperaturas. La llanura fue perdiendo sus condiciones de
estepa y reemplazada por praderas y pastizales.
o El litoral fluvial y las tierras bajas orientales.
Durante el último avance glaciar el actual litoral fluvial argentino y las tierras vecinas de
Brasil y Paraguay, presentaban condiciones muy distintas. ´predominaban condiciones
mucho más frías y secas y el paisaje estaba dominado por extensas sabanas semidesérticas.
Hacia el norte disminuyo la extensión de los bosques y la selva tropical se redujo hasta
quedar limitada a algunos manchones en el paisaje. Hacia la costa atlántica se extendían
amplias llanuras costeras, con vegetación abierta y abundantes recursos vegetales y
faunísticos. Toda la región aparecía así como un área rica y apta para ocupación humana.
Estas condiciones se invirtieron hacia fines del Pleistoceno e inicios del Holoceno. Las
temperaturas comenzaron a ascender, los vientos cambiaron al este, aumentaron las
precipitaciones y la humedad, los ríos aumentaron su caudal y algunos modificaron su
cauce. Hacia el norte, las laderas de los macizos montañosos del actual Brasil se cubrieron
de bosques, en las planicies altas de esos mismos macizos se formaron lagunas y pantanos,
y en las llanuras la selva tropical invadió praderas y sabanas formando una masa continua.
Las costas se angostaban y cubrían de manglares y esteros. Más al sur, se extendieron
pastizales y praderas.
o En área puneña y circumpuneña
La Puna es una extensa planicie de altura que abarca el extremo noreste de la actual
Argentina y se prolonga hacia el norte en el altiplano boliviano y hace el peste en el desierto
de Atacama el ambiente presenta un clima frio y aridez, que se hacen más extremas a
medida que se avanza hacia el sur. La monotonía del paisaje es rota por la ´presencia de
serranías, de altos volcanes nevados y de extensos salares. Aunque el agua es muy escasa,
existen algunas cuencas cerradas que forman pequeños manchones verdes.
A fines del Pleistoceno y principios del Holoceno, las condiciones eran distintas. El límite de
las nieves permanentes era más abajo y, el clima más frio y húmedo y con mayores
precipitaciones, pues los vientos predominantes provenían del Pacifico. La disponibilidad
de agua era mayor. Los actuales salares eran extensas lagunas y, aunque las zonas áridas
eran muy amplias, la extensión de los pastizales de gramíneas y herbáceas debió ser mayor,
sosteniendo la vida de una ruca fauna con especies extintas como actuales.
Los testimonios arqueológicos del poblamiento temprano
Los datos disponibles hablan de grupos humanos muy pequeños y móviles, que solo muy
raramente debían permanecer mucho tiempo en un lugar. No es esperable que dejaran en
esos lugares gran cantidad de restos de su estadía y, debemos tener en cuenta que solo una
pequeña parte de eso restos ha sobrevivido al tiempo y se ha conservado en el registro
arqueológico. Algunos investigadores concuerdan en que los sitios más tempranos
conocidos sugieren que sus ocupantes tenían ya un buen conocimiento del territorio y sus
recursos
o El sur patagónico-fueguino
Son pocos los sitios arqueológicos de los territorios meridionales. Los que reclaman más
antigüedad se encuentran en la meseta central santacruceña, más al sur se hallan las cuevas
de Las Buitreras y las cuevas Fell y Palli Aike en Magallanes, también en territorio chileno,
en Tierra del Fuego se ubican Tres Arroyos y Marazzi, más al norte, hacia la cordillera
andina, deben mencionarse los sitios del río Pinturas, la Cueva de las Manos y la Cueva
Grande de Arroyo Feo, y, en el actual Parque Perito Moreno del Cueva 7 del cerro Casa de
Piedra; por último, en la Patagonia septentrional, se encuentran las Cuevas Traful, Cuyin,
Manzano, del Manzano y Arroyo Coral.
o La meseta central santacruceña
Al menos cinco antiguas ocupaciones humanas que se remontan a los momentos finales del
Pleistoceno y comienzo del Holoceno. Esos sitios se han localizado en cuevas o abrigos
rocosos.
Cronológicamente entre más de 120000 años AP y cerca de 9000/8000 años atrás. Los más
antiguos provienen del Abrigo El Puesto 1 de Piedra Museo y de la Cueva 3 de Los Toldos.
Los restos del nivel más antiguo de la Cueva 7 de El Ceibo. Estas fechas tempranas dejan
lugar a algunas dudas pues la primera es anómala y la segunda cubre un periodo demasiado
extenso. Un recurso esencial para elegir los lugares de asentamiento fue la disponibilidad
de agua. La lección de los sitios tenía en cuenta, además, la facilidad de acceso a otros
recursos, animales para cazar, leña y piedras para confeccionar sus instrumentos. En esos
sitios hay testimonios de distintas ocupaciones humanas a lo largo del tiempo. Se trata,
esencialmente, de instrumentos de piedra, de algunos fogones y de restos óseos de los
conjuntos faunísticos que esos pobladores, indudablemente cazadores y recolectores,
utilizaron. Tales testimonios nos informan sobre la tecnología y los recursos usados, pero
también sobre las actividades económicas, su organización y el uso de los espacios en los
asentamientos.
Algunas de las magníficas pinturas realizadas sobre las paredes de cuevas y abrigos que se
remontan a esa época temprana echan alguna luz sobre el universo simbólico de esos
antiguos cazadores. Las más tempranas y las de mayor complejidad y belleza se encuentran
en la Patagonia central, destacándose los conjuntos del río Pinturas.
Los artefactos consisten en instrumentos de piedra, así como en numerosas lascas y
esquirlas producidas por tal actividad. En Piedra Museo se halló también una posible
herramienta de hueso y tanto el hueso como el cuero debieron usarse profundamente,
aunque sus restos no se han conservado. En la preparación de esos instrumentos se
utilizaron piedras del lugar siendo característicos los instrumentos realizados sobre lascas
grandes y anchas, de formas variables y con retoques marginales en una de las caras.
En los niveles siguientes de la Cueva 3 de los Toldos y en el Alero El Puesto de Piedra Museo
aparecen también instrumentos con trabajo “bifacial” con lascas se han adelgazado
trabajándolas sobre ambas caras. En Los Toldos estas puntas (toldense) son delgadas y de
forma subtriangular y van acompañadas de otros varios instrumentos como raspadores y
raederas cuchillos y hojas largas bifaciales. Son características de esa industria toldenses
unas piedras aisladas de forma discoidal, que parecen haber tenido carácter ritual. También
corresponde a esta etapa algunos artefactos de hueso.
En otros sitios de Patagonia algunos de estos elementos perduraron hasta épocas más
tardías. En el Alero Le Puesto el estrato que se superpone al más antiguo, presenta una
industria característica de puntas bifaciales llamadas “cola de pescado” por la forma en que
termina el pedúnculo. Estas puntas son comunes en muchos sitios de Patagonia y de la
llanura pampeana.
Sus ocupantes estaban muy lejos de aplicar una estrategia de caza especializada en la
captura de los grades herbívoros pleistocenos. En los sitios aparecen restos de fauna
extinguida que incluyen caballo americano, un camélido y aves corredoras.
Son abundantes los restos de una variada fauna aun viviente. En Los Toldos los cazadores
que ocuparon esas cuevas hacían un consumo intenso del guanaco, pero también
aprovecharon otras especies locales menores, como el ñandú, el puma, la martineta e,
incluso, algunos roedores. Estos datos, sugieren que esos cazadores preferían una
estrategia de caza generalizada y oportunista más que una caza programada. Recién hacia
fines del periodo puede observarse en Los Toldos y Piedra Museo una orientación bien
definida hacia la caza del guanaco, y complementariamente, del ñandú.
Esos mismos restos nos informan sobre las actividades desarrolladas por esos cazadores en
las cuevas.
Estos sitios se diferencian principalmente por la o las funciones que cada uno de ellos parece
haber desempeñado dentro de sistemas de amplia movilidad regional. En estos sistemas a
las ocupaciones en cuevas deberían sumare lugares al aire libre cuyos restos no se
conservaron o no se han hallado.
o El extremo sur patagónico y Tierra del Fuego
En el extremo sur del continente un cojito de sitios testimonia la presencia del hombre a
fines del Pleistoceno y comienzos del Holoceno. Merecen citarse los sitios de la cueva de
Las Buitreras, las cuevas Fell y Palli Aike, las cuevas Lago Sofía 1 y 4, y los sitios de Tres
Arroyos y Marazzi.
La cueva de Las Buitreras presenta en sus niveles inferiores restos de fauna extinta
asociados a restos de ocupación humana consistentes en pequeñas lascas producto del
retoque o retalla de instrumentos de piedra. En un segundo momento de ocupación se
encuentran huesos de guanaco seccionados longitudinalmente, sin duda para extraer la
medula. Este tipo de restos sugiere ocupaciones temporarias y de poca actividad: al parecer,
solo se levaban a la cueva algunas partes de los animales; los restos líticos recuperados
indican que en ella se hacía únicamente el trabajo necesario para mantener los
instrumentos.
La Cueva de Fell fue el lugar donde se obtuvieron las primeras pruebas arqueológicas
seguras de la presencia humana en América del sur durante el Pleistoceno. Los restos de
ocupaciones más antiguas fueron sellados por la caída del techo de la cueva. Por debajo del
techo caído se encontraron puntas de proyectil del tipo “cola de pescado” y otros
instrumentos asociadas con huesos de fauna extinguida aunque el principal recurso de caza
era el guanaco, el ñandú y otros animales pequeños.
La zona de la cueva de Milodón y de las cuevas 1 y 4 de Lago Sofía, se caracterizó por un
activo poblamiento a fines del Pleistoceno. Los artefactos recuperados muestran que los
ocupantes de esas cuevas confeccionaron una variedad de instrumentos que están
asociados a un importante conjunto faunístico. Esos cazadores capturaban guanacos y otros
especímenes aun vivientes, pero también figuraban entre sus presas animales hoy
extinguidos.
Tres Arroyos, un abrigo rocoso en el cerro Los Onas, testimonia la presencia temprana de
cazadores recolectores en ese territorio. En los niveles inferiores se han recuperado lascas
e instrumentos con retoque marginal asociados a restos óseos de caballo americano y de
guanaco, así como restos de fogones que permitieron obtener fechados radio carbónico.
Marazzi se encuentra debajo de un enorme bloque errático depositado por los glaciares y
fue usado esporádicamente y por muy poco tiempo como protección. Esos cazadores
capturaban y consumían guanacos, algunas aves y ocasionalmente zorros. No se han
hallado restos de fauna pleistocena extinguida y los instrumentos hallados son poco. En
ambos casos, se habría tratado de ocupaciones breves.
El cañadón del río Pinturas y el borde del bosque de lengas.
La Cueva de las Manos y la Cueva Grande de Arroyo Feo han brindado testimonios de
tempranas ocupaciones humanas que se ubican entre unos 9500 y 9300 años atrás, en
Cerro Casa de Pieda, en la llamada cueva 7, se encontraron restos de ocupaciones que se
remontan al menos a unos 9700 años. Los vestigios más antiguos son escasos, lo que estaría
reflejando ocupaciones breves por pequeños grupos que comenzaban entonces a
“explorar” la región.
El análisis de los vestigios y materiales conservados, así como de las pinturas rupestres,
permite avanzar algo más en el conocimiento de la vida estos tempranos cazadores que
dependía de una movilidad estacional que articulaba zonas ricas en recursos de caza y
recolección pues las diferencias en altitud y relieve implicaban una diferenciación de los
recursos disponibles.
La cuenca de Limay superior en la Patagonia septentrional
Los sitios más importantes son Cuyin Manzano, Traful, del Manzano y de Arroyo Corral. Los
restos de instrumentos recuperados muestran en la zona una industria lítica que presenta
rasgos diferentes a las de otras partes de la extensa región patagónica.
La Cueva Traful muestra una secuencia de ocupaciones que se remontan hasta unos 9300
años AP. Los restos más tempranos son instrumentos de piedra no especializados. Casi un
milenio y medio después, aparecen puntas bifaces de forma triangular y sin pedúnculo. Para
esta época, el guanaco aparece como el principal recurso utilizado por los cazadores de la
región.
o La llanura pampeana sudoriental
Merecen citarse: Cueva Tixi, Abrigo Los Pinos, Cueva el Abra, Amalia sitio 2, Cueva Buruvuya
y Cueva los Antiguos, en el sector de las sierras de Tandil; Cerro La China y Cerro El Sombrero
en las sierras del actual partido de Lobería; Arroyo Seco y Paso Otero, en la llanura.
En el sector oriental de Tandilla las investigaciones brindaron información sobre cazadores
tempranos y sus modelos de ida. Cueva Tixi, Abrigo Los Pinos y Cueva El Abra, funcionaron
como campamentos base situados en lugares privilegiados pues se tenía amplia vista
panorámica del paisaje y se sus recursos fijos y se podía visualizar el movimiento de
animales y hombres en la llanura cercana.
Otros sitios parecen haber servido para desarrollar actividades específicas.
Más al oeste se encuentran los sitios de Cerro El Sombrero y Cerro La China. En la cima
aplanada del primero se recuperaron numerosos instrumentos, se destacan las puntas de
proyectil llamadas por su forma “cola de pescado”.
En el Cerro La China también se recuperó un portante conjunto de artefactos de piedra,
incluidas puntas “cola de pescado”, pieza unifaciales y bifaciales y lascas. En la cueva los
instrumentos aparecieron asociados a una placa de gliptodonte.
Esas ocupaciones tempranas estaban estrechamente relacionadas y las diferencias
observables se debían a las distintas actividades que se cumplían en cada lugar.
En la llanura inteserrana se encuentra Arroyo Seco, un sitio arqueológico a cielo abierto en
el que hallaron los restos de varios campamentos sobrepuestos y enterramientos humanos.
En los niveles más antiguos, se encontraron raspadores y raederas de piedra unifaces. Estos
instrumentos estaban asociados a abundantes restos de guanaco.
El hallazgo más significativo de Arroyo Seco fueron los esqueletos de 18 individuos debajo
del nivel inferior.
En el sitio Paso Otero 5 se encontraron los restos de un gran campamento que fue fechado
en algo más de 10000 años AP.se hallo fauna extinta, los cazadores faenaban las piezas
capturadas y las consumían. La falta de leña en la llanura hizo que usaran como combustible
los huesos secos de los animales de gran tamaño.
Esas sociedades habían ya adaptado su forma de vida y desarrollado estrategias adecuadas
a las condiciones del medio y aptas para aprovechar los recursos que este les ofrecía. Esas
estrategias incluían la movilidad en amplios circuitos a fin de aprovechar los recursos
propios de cada nicho ecológico, pues los grupos se trasladaban frecuentemente para cazar,
recolectar, obtener materias primas para confeccionar sus instrumentos y reunirse con
otros grupos para desarrollar actividades sociales y rituales conjuntas.
Había también canteras donde obtenían rocas, así como talleres, principalmente destinados
al trabajo de la piedra. En cerro El Sombrero sirvió como un taller donde se reemplazaban
en los astiles las puntas quebradas por otras allí fabricadas. Cerro El sombrero parece haber
servido también como lugar de avistaje. No puede descartarse que hubiera habido
campamentos sobre la costa para aprovechar recursos marinos, pero, si existieron, hoy se
encuentran bajo las aguas.
La amplia movilidad y la diferencia de usos y funciones explicarían las diferencias que se
observan entre los sitios de las sierras y los de la llanura. Los primeros, son esencialmente
cuevas y aleros, con fogones y una importante cantidad de artefactos de piedra que
muestran casi toda la secuencia de producción; los restos de fauna y la localización es
independiente de las fuentes de agua. En los segundos son muy abundantes los restos de
fauna y se localizan junto a ríos y lagunas en lugares sin reparo natural, pero no hay casi
puntas y los artefactos aparecen en sus etapas finales de fabricación. Los investigadores
piensan que se trata de sitios ocupados por la misma gente en diferentes momentos y no
por gentes distintas.
En esos sitios hay abundantes restos de la producción de instrumentos de piedra, cuya talla
era intensa y continua. Sin duda, debieron también fabricar artefactos con materiales
perecederos, como fibras vegetales, pieles, madera y hueso. Los instrumentos de piedra
conservados nos brindan información sobre las actividades de producción y sobre las
técnicas utilizadas, pero también nos dicen mucho sobre los amplios circuitos que debían
realizar para obtener las piedras utilizadas y transportarlas a los campamentos.
Había algunos artefactos fabricados con una roca silícea de color rojo que podría provenir
del actual territorio uruguayo, estaría indicando que los cazadores pampeanos participaban
ya, de algún modo, de amplios circuitos de intercambio que excedían los limites regionales.
Esos artefactos tenían ya formas y funciones bien diferenciadas y se pueden distinguir
cuchillos y raederas, raspadores buriles. Los instrumentos eran utilizados principalmente en
actividades vinculadas con la caza misma, con el despojamiento de los animales y el
procesamiento de la carne, los huesos y los cueros y las pieles a fin de obtener alimentos y
materias primas para confeccionar toldos, abiertos y ropas.
El conjunto faunístico utilizado por esas sociedades muestra un aprovechamiento muy
amplio y variado de los recursos disponibles.
o El área circumpuneña
En la Puna, en el este del actual territorio argentino, restos de tempranas ocupaciones han
sido hallados en las cuevas o abrigos rocosos de Las Cuevas, Inca Cueva 4, Alero de las
Circunferencias y Cueva III de Huachichocana.
En el borde de la Puna que mira hacia el océano Pacifico, al menos dos sitios presentan
indicios de ocupaciones tempranas contemporáneas de las antes mencionadas, se trata de
los abrigos de Tuina y San Lorenzo. En estos sitios, el instrumental y los restos faunísticos y
vegetales recuperados reflejan algunas características del modo de vida de esas sociedades.
Se trataba de grupos muy pequeños de cazadores recolectores que se movían en amplios
circuitos regionales a fin de aprovechar al máximo los recursos que les ofrecían los tres
medioambientes a que podían tener acceso, la puna misma, las quebradas y los valles
cercanos.
En ese gran circuito, los sitios cumplían también distintas funciones. Algunos eran lugares
de albergue que, ocupados en primavera y comienzos del verano, permitían la caza de
camélidos en las cercanías. Al iniciarse el otoño esas sociedades establecían asentamientos
de mayor permanencia. Esos sitios solían estar mejor acondicionados para hacer más
confortable la estadía. Seguramente volvían a ellos cada año.
Inca Cueva era uno de estos asentamientos preparados para una ocupación más larga que
fue usado recurrentemente durante casi un milenio y medio. Dentro, había algunos fogones
en el piso que debieron ser limpiados periódicamente pues las cenizas y los carbones fueron
encontrados en un basurero situado afuera de la cueva. En el interior y el exterior se habían
abierto pozos con el fondo revestido con paja.
A juzgar por los restos de fauna hallados, las actividades económicas desarrolladas parecen
haberse centrado en la captura y consumo de roedores como la vizcacha de la sierra y en el
procesamiento de algunas partes de camélidos lo que supone que los animales que eran
cazados y destazados en lugares más alejados, transportandose solo las partes más
rendidoras. La situación es muy distinta en Huachichocana, que se vinculaba el
procesamiento de los camélidos cazados en las cercanías, consumiéndose en el lugar los
animales más jóvenes y transportandose a otros sitios las partes más rendidoras de
animales adultos.
El repertorio de herramientas e instrumentos en Inca Cueva 4 era amplios y variado. Los
artefactos de piedra tenían mucho en común con los hallados en los otros sitios de ambos
bordes de la Puna, puntas de proyectil de forma triangular y sin pedúnculo. Pero la
tecnología de estos cazadores era más amplia, habían desarrollado técnicas especiales para
fabricar cestas y cordeles usando fibras vegetales y animales, y para confeccionar algunos
adornos. La presencia de pezuñas de cérvido con orificios hace suponer su uso como
adornos personales.
En las paredes de Inca Cueva 4 aparecen también pinturas rupestres. Realizadas sobre un
soporte previamente preparado con yeso, formas geométricas simples, realizadas con los
dedos, con pinturas preparadas con pigmentos minerales de color rojo, ocre, amarillo y
negro mezclados con yeso. Hacían trazos paralelos, líneas de puntos, figuras en forma de
peines invertidos, escaleras de mano y rectángulos segmentados. Estas representaciones
constituyeron un sistema simbólico cuyo significado preciso hoy se nos escapa.
Hay por ultimo un aspecto que abre interesantes perspectivas. En Inca Cueva 4, al igual que
en Huachichocana, se encuentran muchos testimonios del uso de productos originarios de
lugares lejanos, como plumas de aves, cañas macizas, restos de grandes caracoles
terrestres. Fuera de los sitios puneños reseñados, no hay para esta época evidencia de otras
ocupaciones en la región valliserrana o en las selvas orientales del actual noroeste argentino
¿Cómo pudieron entonces los habitantes de la Puna acceder a ellos? Caben aquí dos
posibilidades. Una es que los habitantes de zona circumpupeña tenían algún tipo de acceso
directo a ellos, se trasladaban para buscarlos. La otra, que los obtuvieran a través de algún
tipo de intercambio, lo que supondría la existencia de otros grupos en esas regiones sobre
los cuales no tenemos aún testimonios arqueológicos.
Este modelo de una movilidad estacional programada entre zonas que disponen de recursos
abundantes y con una serie se asentamientos en distintos lugares donde se realizaban
diferentes actividades supone un permanente flujo de información e interacción de los
grupos y un sólido reconocimiento de la localización, distribución y posibilidades de acceso
a esos recursos a vece lejanos. La complejidad que supone esta organización impulsa a
pensar que la presencia de los primeros grupos humanos en la región debió ser más antigua
y que los sitios hallados representan una etapa más avanzada en la ocupación del espacio.
o Los primeros pobladores de Cuyo
La presencia de poblaciones quedo registrada al menos en dos sitios. El primero, situado en
la parte media del curso del río Atuel, es la llamada Gruta del Indio del Rincón del Atuel; el
otro, en el norte de la misma provincia se encuentra Agua de la Cueva. Ambos lugares
cuentan con una secuencia de ocupaciones humanas.
Ambos sitios tiene algunas características diferentes. Los ocupantes de la Gruta del Indio
convivieron y aprovecharon la mega fauna pleistocena. La cueva parece haber servido de
refugio a esos grandes herbívoros. Es probable que justamente haya sido ese el motivo que
atrajo a los cazadores hacia la cueva, de su presencia quedan de fogones, huesos de
animales fósiles quebrados y quemados y unos pocos artefactos de piedra, lascas con
retoques y algunos instrumentos definidos, como un buril, un perforador y raedera.
En agua de la Cueva los restos faunísticos recuperados nos muestran que en la composición
de la dieta predominaba la carne de guanaco, pero se consumían también vicuñas,
chinchillones y ñandúes. La diferencia de los que ocurría en el Atuel, no hay aquí restos de
grandes herbívoros extintos.
A diferencia de lo que ocurría en Cueva del Indio, el material lítico hallado es abundante y
era el resultado del trabajo realizado en el sitio. Los artefactos con formas y funciones
definidas, eran principalmente raspadores, raederas y cuchillos de varios tipos y tamaños.
Las materias primas utilizadas, principalmente criolitas y cuarzo, podían obtenerse cerca del
sitio.
o Los primeros pobladores del litoral fluvial
Sabemos que se organizaban en pequeñas bandas de unos pocos individuos que establecían
sus asentamientos junto a los grandes ríos y habitualmente junto a la desembocadura de
pequeños tributarios. Allí, acampaban en torno a fogatas y dejaron algunos pocos restos de
su paso por el lugar, herramientas de piedra, huesos con fracturas e incisiones y algunos
frutos secos carbonizados.
Esos grupos cazaban y recolectaban cuanto les proporcionaba el medio. La preferencia por
instalar sus campamentos junto a los ríos sugiere que explotaron diversos recursos del
medio ribereño a lo largo del cual se movían. Es muy probable que donde esos
campamentos ribereños realizaran periódicamente incursiones más o menos cortas en las
zonas cercanas del interior para cazar y recolectar. Estas poblaciones empleaban una
estrategia generalista y flexible que combinaba con eficacia la caza, la pesca y la recolección
de vegetales y de algunos animales, como moluscos.
Los restos más importantes conservados son los productos de su industria lítica. Para cazar,
empleaban armas arrojadizas provistas de puntas de piedra pequeña, de forma triangular y
con pedúnculo. También fabricaron otros instrumentos tallados destinados a desollar a las
presas, preparar las pieles, procesar la carne y quebrar los huesos para extraer la medula,
como cuchillos, raspadores, raederas y machacadores.
o Las ocupaciones más tempranas en las Sierras Centrales
Las primeras ocupaciones de cazadores-recolectores bien documentados se encuentran
recién a partir de hace entre unos 9000 y 8000 años.
Grupos cazadores-recolectores que empleaban una típica punta de proyectil de piedra,
tallada sobre ambas caras. Estas puntas son denominadas “puntas Ayampitin” por el
nombre del lugar donde primero se las identifico, un sitio a cielo abierto situado en la Pampa
de Olaen.
Las “puntas Ayampitin”, cuyo largo variaba entre 5 y 10 cm, iban adheridas a un astil de
madera a modo de lanzas o jabalinas.
Los restos de estos cazadores recolectores fueron hallados en otros sitios. El más
importante en las sierras de San Luis. Allí se obtuvieron los testimonios más completos de
esas sociedad., cuyo advenimiento significo la introducción de importantes innovaciones
tecnológicas, económicas y sociales y el desarrollo de una economía basada en la caza y la
recolección muy bien adaptada a las condiciones del medio, que les permitió perdurar
durante largo tiempo.
En esa economía, el guanaco se constituyó en el principal recursos animal. El ciervo y ñandú
ocupaban un segundo lugar. Al parecer, los huevos de este último eran usados como
recipientes una vez consumido su contenido. También ocupo un lugar de creciente
importancia en esa economía la recolección de diversos vegetales, preparaban harinas.
Estos cazadores recolectores fabricaron instrumentos especializados para la explotación de
esos recursos. Se destacan una rica variedad de artefactos de piedra destinados al
procesamiento de los animales. Un conjunto de elementos de molienda realizados en
piedra alisada, servían para procesar los recursos vegetales recolectados y convertidos en
harina, así como para moler pigmentos colorantes. Esos cazadores desarrollaron también
una industria del hueso, con hueso y asta de ciervo se hicieron perforaciones, agujas y
punzones para el trabajo del cuero y la fabricación de redes.
Estos cazadores recolectores organizaron el espacio geográfico conforme a una estrategia
que les permitía aprovechar la diversidad ambiental. La mayoría de los sitios conocidos eran
campamentos base donde las bandas permanecían más tiempo. Allí, se consumía la carne
de los animales cazados y se procesaban el curo, los huesos y los tendones. También se
molían frutos y semillas para obtener harinas. En Intihuasi, incluso, se cavaron pozos para
almacenamiento, lo que supone una ocupación más estable o, al menos, un regreso
frecuente al sitio.
Pero además se han hallado otros sitios con ocupaciones pequeñas, muy breves, y con
pocos restos de actividad.
Aparecen en este contexto de cazadores-recolectores las primeras manifestaciones
simbólicas y estéticas que conocemos en la región. Se trata de placas de piedra sobre las
que se han grabado motivos abstractos de carácter geométrico.
Conclusiones: el proceso de poblamiento
En síntesis, los hallazgos hasta ahora realizados permiten afirmar que el proceso de
poblamiento inicial del actual territorio argentino debió iniciarse hace tal vez unos 13000
años. Es cada vez más seguro que esos primeros pobladores utilizaron distintas vías
desplazándose en varias direcciones. Hubo avances y retrocesos, asentamientos más o
menos exitosos y otros que se frustraron muy pronto por las dificultades del medio.
Los espacios que se abrían ante esos cazadores eran muy grandes, las condiciones
ambientales muy diversas y esos primeros pobladores muy reducidos en número.
Los restos conservados nos muestran que esos grupos tenían un conocimientos acabado en
las condiciones y los recursos del medioambiente en que Vivian, que poseían tecnologías
adecuadas para utilizar y explotar esos recursos, que habían desarrollado estrategias de
subsistencia complejas que incluían amplios circuitos de movilidad estacional en territorios
extensos para aprovechar recursos de distintos nichos ecológicos, que poseían medios de
expresión simbólica como lo muestran las manifestaciones plásticas conservadas.
En territorios muy extensos se observan desde muy temprano significativas deferencias
locales en la producción de instrumentos, en el uso de los recursos y en el arte rupestre. Sin
embargo, existen también semejanzas que deben explicarse por la existencia de algunas
formas de contacto.
Es hoy insostenible la idea que consideraba a esos primeros americanos como “hombres
primitivos”, semejantes a los primeros hombres de África o Europa. Pero esos primitivos
pobladores no tenían ya nada de “primitivos” cuando llegaron a los territorios meridionales
del continente americano ni lo eran cuando entraron en América. Se trataba de poblaciones
anatómicamente modernas que a lo largo de milenios habían acumulado considerable
experiencia y conocimientos resultado de múltiples adaptaciones a diversos paisajes, climas
y situaciones. Habían además adquirido una habilidad tecnológica que les permitió
adaptarse a las diversas y cambiantes condiciones naturales.
Socialmente estaban organizados en pequeños grupos igualitarios, entre veinticinco y
cincuenta individuos emparentados entre si y sin otras diferencias que las determinadas
por el sexo y edad. Esos grupos, denominados bandas por los antropólogos, gozaban de
relativa autonomía y no reconocían autoridad superior.
La ocupación del continente por los seres humanos fue una experiencia larga, complicada y
no siempre exitosa. Cruzar de un extremo a otro a fines del Pleistoceno constituyo un
prolongado y difícil viaje. La experiencia cumulada y transmitida de generación en
generación era el mayor capital que poseían cuando alcanzaron el extremo sur del
continente.

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