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CONOCIENDO DE TIERRA DE MOQUEGUA…

MARINERA O CUECA MOQUEGUANA


La marinera es la danza nacional por excelencia y aunque goza de
popularidad esta se ha manifestado particularmente en diversos
subgéneros, según las características de las diferentes regiones
donde se la baila.
La marinera estuvo muy arraigada a la cultura moqueguana. La danza
se originó como fusión de la zamacueca peruana, que a su vez
procedió de la zamba (danza adiestrada por los esclavos desde el
virreinato), de la jota, el fandango y el gato.
El Conde don René-Luis-Marie-Adolphe de Botmiliau (diplomático y
cronista francés) al realizar su viaje de estudios por el Perú, a
mediados del siglo XIX, anotaba: “La zamacueca se baila a menudo
en el Perú; es tal vez el único baile conocido en un gran número de
salones de Arequipa (del cual Moquegua formó parte antes de ser
creada como Departamento Litoral en 1837), Cuzco y las ciudades del
interior. Modificada por las conveniencias se ha convertido en una
especie de pantomima noble, ligera y rápida, que se presta mucho a
la gracia del cuerpo y a la flexibilidad de los movimientos”.
De esta danza procede nuestra marinera. El nombre de marinera
recién aparece en 1879 cuando el poeta don Abelardo Gamarra “el
Tunante” (1852-1924), impuso el nombre en homenaje a los héroes
de la marina de guerra peruana caídos en combate, aduciendo que la
danza conocida como “cueca” o “chilena” no debía llamársela así
pues enarbolaba el nombre del ejército invasor; en un principio así fue
conocida y se hizo muy popular desde inicios del siglo XIX.
La marinera o cueca moqueguana corrió el peligro de desaparecer por
el constante desplazamiento de los moqueguanos que emigraron a
otras tierras; por un lado, el autoexilio de los moqueguanos que al ver
perdida su industria vitivinícola enrumbaron a otras ciudades dejando
desprovista a la ciudad de su saber cultural, y por otro, de
coterráneos que atraídos por la minería de la segunda mitad del siglo
XX se establecieron en Moquegua trayendo consigo sus costumbres y
saberes populares; reemplazándose así una cultura por otra.
La marinera fue bailada en todo evento social en nuestra ciudad, sea
en los salones o en el campo y fiestas populares; por la clase notable,
la asalariada y la servil; siempre acompañada por las hábiles manos
de un pianista, de una banda de música, o un guitarrista y cajonero, y
siempre acompañada de alguna letrilla de rítmico compás. Añade
Minutto: “Luego la marinera. La danza graciosa, entusiasta, honesta,
que llena el espacio de alegría y que canta y jalean, a coro,

ING. ANGEL J. CARBAJAL PUMA


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innumerables palmas…”. Es una danza de pasos cortos pero


enérgicos, de grácil coqueteo y singular elegancia. Quizá la marinera
moqueguana guarda más parecido con su danza progenitora que
otras variaciones de la marinera peruana, por ende, puede descubrir
cierta semejanza a la danza nacional del país vecino.
La danza, tal como la conocemos, se la debemos al maestro
moqueguano don Herbert Ricardo de la Flor Angulo, quien se encargó
de enseñarla a un pequeño número de personas, muchas de ellas ya
fallecidas; en lo particular, tuve el privilegio de aprenderla y verla
bailar en mi niñez y adolescencia, en las numerosas tertulias que mi
tío abuelo celebraba en su casa, tertulias que reunía a aquellos
moqueguanos que ya no nos acompañan, como doña Roma Acervo y
doña Isabel Chipoco; era un deleite verlo bailar junto a las damas que
hacían uso de los chals atesorados por don Herbert.
El varón ejecuta la danza con saltos briosos y sueltos, mientras que la
mujer, con gráciles movimientos da pequeños saltos y giros que
secudan el taconear del varón, él con botas y ella con botines. La
mujer concibe elegancia en el manejo del chal, pieza infaltable en su
atuendo, mientras el varón hace garbo en el uso del pañuelo y del
sombrero. Engreídas sonrisas y presuntuosas miradas coquetas
animan a los danzarines.
La dama viste vestido de amplias mangas abuchonadas de dos o tres
tiempos, escote cuadrado y bobos, un lazo sujeta el vestido a la altura
de la cintura; la parte inferior es acampanado y plisado en la parte
posterior, a manera de cola. El varón viste de pantalón y saco corto
(altura de la cadera), camisa pajarita, corbata tipo chal, botas altas y
sombrero de paño; indispensable el uso del pañuelo, con el cual
diestramente ejecuta la danza.
Dos estribillos antiguos han sido conservados gracias al tesón de dos
periodistas moqueguanos: don Froilán Miranda Nieto y don Atilio R.
Minutto de la Flor; recuperadas ambas y registradas en “Antología de
Moquegua” por el periodista e investigador moqueguano don Ismael
Pinto Vargas.
Fuente: Tradiciones moqueguanas. Tomo I

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"La flor de la chirimoya", de autor anónimo y que data del siglo XIX, fue
registrada en un artículo por el periodista don Atilio R. Minutto de la Flor;
rescatada por don Ismael Pinto Vargas en su “Antología de Moquegua”

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“La Moqueguana”, de autor anónimo y que data de 1893, fue registrado en


un artículo por el periodista don Froilán Nieto; rescatada por don Ismael
Pinto Vargas en su “Antología de Moquegua”

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