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-¿Es creyente?
Nunca lo fui. Mis padres eran católicos de izquierda pero, cuando yo era muy pequeño, las historias
bíblicas me aterraban. Del cristianismo elijo el amor, por eso prefiero el Cantar de los Cantares al
resto. Del budismo, elijo la compasión.
-¿También en la fotografía?
En ese aspecto, la fotografía tiene cierto matiz fúnebre. “Listo, retírese. Que pase el siguiente“. En
el budismo, lo que importa es el instante. Cézanne expresó en una carta: “Cuando pinto y me pongo
a pensar, todo huye”. Los artistas de hoy miran menos y piensan demasiado. El resultado es un
supuesto academicismo de vanguardia. Hay que vivir el instante en plenitud, sólo así uno puede
estar en lo que hace.
-¿Cómo sitúa sus dos actividades principales ante el problema del tiempo?
La fotografía es la acción inmediata; el dibujo es la meditación. Aquella es el impulso espontáneo
de una atención visual perpetua; capta el instante y su eternidad. En éste, el trazo elabora lo que
nuestra conciencia pudo captar de ese instante. Al dibujar, disponemos de un tiempo; no así cuando
fotografiamos.
-¿Cómo concilia los imperativos de ese instante decisivo con su gusto por la geometría?
La composición se basa en el azar. Jamás hago cálculos. Entreveo una estructura y espero que
suceda algo. No hay reglas.
-En última instancia, ¿trata su cámara como si fuera una libreta de bosquejos?
Absolutamente. En verdad, me meto en la imagen recortada en el visor. Esta actitud no sólo
requiere sensibilidad y concentración; en mi caso, también pide espíritu geométrico.
-¿Por qué nunca dejó encuadrar sus fotos cuando era necesario?
Es mi alegría, mi placer. La única que hice encuadrar fue la del cardenal Pacelli, el futuro Papa, que
tomé en Montmartre en 1938. Trabajaba para el diario Cesoir y la foto debía estar lista a las 11.
Tuve que alzar la cámara por encima de mi cabeza y disparar a ciegas. Después, hubo que
encuadrarla en el laboratorio.
-¿Cómo se puede tener vista de pintor y, al mismo tiempo, ver el mundo únicamente en blanco y
negro?
No predomina la luz, sino la forma. Ese es el quid de la cuestión.
-Desde siempre, es conocido como un gran rebelde, pero, ¿ha cambiado el objeto de su
indignación?
Hay mucha gente lúcida respecto a la demografía y el estallido del mundo, por ejemplo, pero esa
lucidez impele a muy poca cosa a rebelarse. En el mejor de los casos, se hastían. Hoy el desastre
tiene un nombre: tecnociencia, esta carrera de aprendices de brujos. Eso me rebela. Y el universo de
los “especialistas”. Y la supuesta “brecha generacional”. Cuando estamos sobre la tierra, todos
pertenecemos a la misma generación. Mientras vivimos sobre la misma tierra, somos solidarios.
Esta segregación entre edades me horroriza tanto como los integrismos religiosos.
-¿Es inútil abrigar la esperanza que alguna vez podamos leer sus memorias?
No soy escritor. Apenas si puedo escribir tarjetas postales. De todos modos, no tengo tiempo.