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ENSAYO Sobre Michel Foucault
ENSAYO Sobre Michel Foucault
Introducción
Existen autores a los que inmediatamente podemos tildar como exquisitos, ese sería el
caso de Foucault, un pensador que nos abandonó hace dos décadas y que hoy continua
revelándose con fuerza entre los más destacados círculos académicos. Su rebeldía ante
la razón, sus infidelidades a la naturaleza del poder por su frustrada identidad y sus
pretenciosas manifestaciones contra las verdades biológicas rompieron la tregua que
nos dejaba deambular en este mundo, con supina ignorancia, disfrutando los placeres
de la vida.
Ese fue Michel Foucault, un ser humano que no nos permitiría volver a la práctica del
razonamiento sin dudar mil veces de nuestra verdad, a costa de la verdad de los
demás.
El Preámbulo
Recuerdo que me detuve un segundo para contemplar con extrañeza los ajados
detalles de aquel libro que, en un tiempo para mí muy lejano (quizá cuarenta años),
había resplandecido y vibrado con las luces de grandes mentes. Aún no habían
transcurrido por completo las últimas horas de aquel día de finales de diciembre y ya
no podía verse el sol por detrás de las cortinas de la habitación, que, aunque
clausuradas, gracias a mi necesidad de concentración, estaban a punto de servir de
nuevo al que fuera su propósito original, apartarme un momento del mundo. Mirándolo
nuevamente ese bloque de papel y tinta, escuchaba el eco de las famosas voces que
siempre lo citarían, parecía imposible pensar que él sería la causa de promoción en
esta asignatura.
En ese momento descubrí qué era lo que, desde hacía buen rato, me resultaba tan
familiar de aquel francés que ponía en jaque mi paso por el tercer semestre. Me senté
en el suelo y me puse la portátil entre las piernas mirando la evolución del acceso en la
pantalla, y cuando todo estuvo listo, escribí:
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"Foucault, tonto genio rebelde, incapaz de entender a los demás, hacía lo que yo,
apropiarse de las verdades ajenas y mostrar al mundo su propia realidad."
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Feliz con este inicio, di un aplauso para comenzar a sentir un poco de lástima por
Foucault y, por ende, conmigo mismo, porque de pronto cai cuenta de que estaba
llegando justo al punto que quería comenzar a criticar, y pues él fue quien me lo
recordó: “… la semejanza ha desempeñado un papel constructivo en el saber de la
cultura occidental. En gran parte, fue ella quien guió la exégesis e interpretación de los
textos; la que organizó el juego de los símbolos, permitió el conocimiento de las cosas
visibles e invisibles, dirigió el arte de representarlas. El mundo se enrolla sobre si
mismo…” ¡Qué perverso!, interiorizar algo tan profundo de forma tan mundana y
dando mi verdad sin reglas, sin orden, sin un sustento… fue cuando comencé a
entender que lo que realmente quería decirme Foucault era que necesitaba conocer,
¡conocimiento!, eso es lo que me quería dictar.
Necio convenenciero, creí burlarlo con sólo apropiarme de su idea de revolver los
contenidos ajenos, y me lo volvía a decir, a él le sucedió lo mismo cuando interpretaba
a Borges en su prefacio: “Quizá porque entre sus surcos nació la sospecha de que hay
un desorden peor que el de lo incongruente y el acercamiento de lo que nos
conviene…” Pero como dije, no dejo de ser un moderno ser urbano, que necesita de la
practicidad como refugio y supervivencia a este molesto sistema de recompensas
inmediatas.
Bien, pero, entonces, porqué se atreve a escribir tan deliciosamente una escena como
Las Meninas de Velázquez, dando todo de sí cual más romántico esteta. Cómo puede
ser tan despiadado para darme a entender elegante e inteligentemente el significado
de un lienzo con las mil historias que encierra. Es una añagaza que Velázquez jamás
podrá ayudarnos a aclarar.
Sentí que algo por dentro se rebelaba. Hasta ese momento había conseguido
convencerme de que todo aquello era algo pasajero, que Foucault sugería una
“ilusión”, que una vez eliminada mi existencia volvería a ser como siempre. Sin
embargo, el hecho de que se gastara en mezclar una y otra vez más “ilusiones” junto a
las realidades me producían una dolorosa impresión.
“Pero entre estas dos regiones tan distantes, reina un dominio que, debido a su papel
de intermediario, no es menos fundamental: es más confuso, más oscuro y, sin duda,
menos fácil de analizar. Es ahí donde una cultura, librándose insensiblemente de los
órdenes empíricos que le prescriben sus códigos primarios, instaura una primera
distancia con relación a ellos, les hace perder su transparencia inicial, cesa de dejarse
atravesar pasivamente por ellos, se desprende de sus poderes inmediatos e invisibles,
se libera lo suficiente para darse cuenta de que estos órdenes no son los únicos
posibles ni los mejores; de tal suerte que se encuentra ante el hecho en bruto de que
hay, por debajo de sus órdenes espontáneos, cosas que en sí mismas son ordenables,
que pertenecen a cierto orden mudo, en suma, que hay un orden. Es como si la
cultura, librándose por una parte de sus rejas lingüísticas, perceptivas, prácticas, les
aplicara una segunda reja que las neutraliza, que, al duplicarlas, las hace aparecer a la
vez que las excluye, encontrándose así ante el ser en bruto del orden. En nombre de
este orden se critican y se invalidan parcialmente los códigos del lenguaje, de la
percepción, de la práctica. En el fondo de este orden, considerado como suelo positivo,
lucharán las teorías generales del ordenamiento de las cosas y las interpretaciones que
sugiere. Así, entre la mirada ya codificada y el conocimiento reflexivo, existe una
región media que entrega el orden en su ser mismo: es allí donde aparece, según las
culturas y según las épocas, continuo y graduado o cortado y discontinuo, ligado al
espacio o constituido en cada momento por el empuje del tiempo, manifiesto en una
tabla de variantes o definido por sistemas separados de coherencias, compuesto de
semejanzas que se siguen más y más cerca o se corresponden especularmente,
organizado en torno a diferencias que se cruzan, etc.”
[…]
Vaya, ahora son dos, Michel Foucault y Manuel Hernández los que se han empeñado en
romper el equilibrio natural de las cosas. No se dieron gusto ya con lograr ya romper el
primer barandal de mi consciencia. No fue nada fácil haber alucinado verdades y
fantasías con mi corta y breve lectura de fin de año. Esa noche, en el trayecto Orizaba-
Xalapa tuve tiempo y oportunidad de reflexionarlo y brindarles mis últimas dos
neuronas con una modesta y sincera búsqueda de la respuesta.
Esa misma noche, trabajé durante media hora abstrayéndome completamente del
Mundo Real™, concentrado en resolver, lo mejor posible, la empresa que se me había
encomendado. Cuando menos lo esperaba, escuché el sombrío crujir de las ramas del
árbol frente a mi ventana. Levanté la mirada atónito, por encima del monitor, para
poder descubrir el negruzco paisaje fuera de mi ventana, y antes de que tuviera
tiempo de reaccionar, había encontrado la respuesta: a nadie.
Pero las cosas, las palabras ya existen, allí están, sólo entran en este tórrido juego de
verdades particulares que se ven en el eterno excluidor, “… Por medio de este juego de
la antipatía que las dispersa, a la vez que las atrae al combate, las convierte en
asesinas y las expone a su vez a la muerte, sucede que las cosas, las bestias y todas
las figuras del mundo Siguen siendo lo que son”
Sin embargo, en este ciclo, hay algo que es por lo que sigue en pie de lucha las cosas,
las palabras, por su esencia, por su sustancia. No importa cuan redundante sean los
discursos, el conocimiento, en si mismo, jamás nos permitirá alejarnos de su génesis,
de su identidad, jamás la desligará de su voluntad hacia la búsqueda de la verdad.
“El gran espejo tranquilo en cuyo fondo se miran las cosas y se envían, una a otra, sus
imágenes, está en realidad rumoroso de palabras. Los reflejos mudos son duplicados
por palabras que los indican. Y gracias a una última forma de semejanza que implica a
todas las demás y las encierra en un círculo único, el mundo puede compararse a un
hombre que habla” .
De esta guisa, qué importa si contamos con una lengua de una extraordinaria
flexibilidad, dotada de una increíble vitalidad para crear construcciones y neologismos,
adecuada para describir abstracciones hasta el mismo punto de infundir sospechas de
que se trata de un artificio, una lengua que nos proporciona estructura exquisitamente
lógica, si se carece del conocimiento y cultura para entenderla, ya que estos son los
únicos que nos podrán hacer brindar a y recibir de nuestros semejantes la pureza de
ideas necesarias e inmutables, que transporten y nos plasmen completamente en la
sustancia y no solamente en las palabras y las cosas.
Conclusión
Bibliografía
Foucault, Michel.
Las Palabras y las Cosas, México, Siglo XXI, 2001.